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No. 83 125 A los hermanos y hermanas "paz (...) y caridad con fe de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo. La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo en la vida incorruptible". Con este sa- ludo tan intenso y apasionado san Pablo concluía su carta a los cristia- nos de Éfeso ( Ef 6, 23-24). Con estas mismas palabras nosotros, los padres sinodales, reunidos en Roma para la XII Asamblea general ordi- naria del Sínodo de los obispos bajo la guía del Santo Padre Benedicto XVI, comenzamos nuestro mensa- je dirigido al inmenso horizonte de todos aquellos que en las diferentes regiones del mundo siguen a Cristo como discípulos y continúan amán- dolo con amor incorruptible. A ellos les propondremos de nuevo la voz y la luz de la Palabra de Dios, repitiendo la antigua llamada: "La Palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la LA PALABRA DE DIOS EN LA TRAMA DE LA HISTORIA Mensaje final de la XII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos pongas en práctica" (Dt 30, 14). Y Dios mismo le dirá a cada uno: "Hijo del hombre, todas las palabras que yo te dirija, guárdalas en tu corazón y escúchalas atentamente" (Ez 3, 10). Ahora les propondremos a todos un viaje espiritual que se desarrollará en cuatro etapas y desde lo eterno y lo infinito de Dios nos conducirá has- ta nuestras casas y por las calles de nuestras ciudades. I. La voz de la Palabra: la Revelación l. "El Señor os habló de en medio del fuego; vosotros oíais rumor de palabras, pero no percibíais figura alguna, sino sólo una voz" ( Dt 4, 12). Es Moisés quien habla, evocan- do la experiencia vivida por Israel en la dura soledad del desierto del Sinaí. El Señor no se había presen- tado como una imagen o una efigie o una estatua similar al becerro de oro, sino con "rumor de palabras".

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A los hermanos y hermanas "paz(...) y caridad con fe de parte deDios Padre y del Señor Jesucristo.La gracia sea con todos los queaman a nuestro Señor Jesucristo enla vida incorruptible". Con este sa-ludo tan intenso y apasionado sanPablo concluía su carta a los cristia-nos de Éfeso (Ef 6, 23-24). Conestas mismas palabras nosotros, lospadres sinodales, reunidos en Romapara la XII Asamblea general ordi-naria del Sínodo de los obispos bajola guía del Santo Padre BenedictoXVI, comenzamos nuestro mensa-je dirigido al inmenso horizonte detodos aquellos que en las diferentesregiones del mundo siguen a Cristocomo discípulos y continúan amán-dolo con amor incorruptible.

A ellos les propondremos de nuevola voz y la luz de la Palabra de Dios,repitiendo la antigua llamada: "LaPalabra está muy cerca de ti, en tuboca y en tu corazón, para que la

LA PALABRA DE DIOS EN LA TRAMA DE LA HISTORIAMensaje final de la XII Asamblea general

ordinaria del Sínodode los obispos

pongas en práctica" (Dt 30, 14). YDios mismo le dirá a cada uno: "Hijodel hombre, todas las palabras queyo te dirija, guárdalas en tu corazóny escúchalas atentamente" (Ez 3, 10).Ahora les propondremos a todos unviaje espiritual que se desarrollará encuatro etapas y desde lo eterno y loinfinito de Dios nos conducirá has-ta nuestras casas y por las calles denuestras ciudades.

I. La voz de la Palabra:la Revelación

l. "El Señor os habló de en mediodel fuego; vosotros oíais rumor depalabras, pero no percibíais figuraalguna, sino sólo una voz" (Dt 4,12). Es Moisés quien habla, evocan-do la experiencia vivida por Israelen la dura soledad del desierto delSinaí. El Señor no se había presen-tado como una imagen o una efigieo una estatua similar al becerro deoro, sino con "rumor de palabras".

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Es una voz que había entrado enescena en el preciso momento delcomienzo de la creación, cuando ha-bía rasgado el silencio de la nada:"En el principio… dijo Dios: "Hayaluz", y hubo luz… En el principioexistía la Palabra... y la Palabra eraDios... Todo se hizo por ella y sinella no se hizo nada" (Gn 1, 1.3; Jn1, 1. 3).

Lo creado no nace de una luchaintradivina, como enseñaba la anti-gua mitología mesopotámica, sinode una Palabra que vence la nada ycrea el ser. Canta el salmista: "Por laPalabra del Señor fueron hechos loscielos, por el aliento de su boca to-dos sus ejércitos... pues él habló yasí fue, él lo mandó y se hizo" (Sal33, 6.9). Y san Pablo repetirá: "Diosda la vida a los muertos y llama a lascosas que no son para que sean"(Rm 4, 17). De esta forma tenemosuna primera revelación "cósmica"que hace que lo creado se asemeje,a una especie de inmensa páginaabierta delante de toda la humani-dad, en la que se puede leer un men-saje del Creador: "Los cielos cuen-tan la gloria de Dios, el firmamentoanuncia la obra de sus manos; el díaal día comunica el mensaje, la no-che a la noche le pasa la noticia. Sinhablar y sin palabras, y sin voz quepueda oírse, por toda la tierra re-suena su proclama, por los confi-nes del orbe" (Sal 19, 2-5).

2. Pero la Palabra divina también seencuentra en la raíz de la historia hu-mana. El hombre y la mujer, que son"imagen y semejanza de Dios" (Gn1, 27) y que por tanto llevan en sí lahuella divina, pueden entrar en diá-logo con su Creador o pueden ale-jarse de él y rechazarlo por mediodel pecado. Así pues, la Palabra deDios salva y juzga, penetra en la tra-ma de la historia con su tejido desituaciones y acontecimientos: "Hevisto la aflicción de mi pueblo enEgipto, he escuchado su clamor...,conozco sus sufrimientos. He baja-do para librarlo de la mano de losegipcios y para sacarlo de esta tie-rra a una tierra buena y espaciosa ..." (Ex 3, 7-8). Hay, por tanto, unapresencia divina en las situacioneshumanas que, mediante la acción delSeñor de la historia, se insertan enun plan más elevado de salvación,para que "todos los hombres se sal-ven y lleguen al conocimiento ple-no de la verdad" (I Tm .2, 4).

3. La Palabra divina eficaz, creado-ra y salvadora, está, por tanto, en elprincipio del ser y de la historia, dela creación y la redención. El Señorsale al encuentro de la humanidadproclamando: "Lo digo y lo hago"(Ez 37, 14). Sin embargo, hay unaetapa posterior que la voz divinarecorre: es la de la Palabra escrita, laxxxxxxxxo las ???XX???, las Escri-turas sagradas, como se dice en el

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Nuevo Testamento. Ya Moisés ha-bía descendido de la cima del Sinaíllevando "las dos tablas del Testimo-nio en su mano, tablas escritas porambos lados; por una y otra cara es-taban escritas. Las tablas eran obrade Dios, y la escritura era escriturade Dios" (Ex 32, 15-16). Y el pro-pio Moisés prescribirá a Israel queconserve y reescriba estas "tablas delTestimonio": "Y escribirás en esaspiedras todas las palabras de esta Ley.Grábalas bien" (Dt 27, 8).

Las Sagradas Escrituras son el "tes-timonio" en forma escrita de la Pa-labra divina; son el memorial canó-nico, histórico y literario que atesti-gua el evento de la Revelación crea-dora y salvadora. Por tanto, la Pala-bra de Dios precede y excede la Bi-blia, si bien está "inspirada porDios" y contiene la Palabra divinaeficaz (cf. 2 Tm 3, 16). Por este mo-tivo nuestra fe no tiene en el centrosólo un libro, sino una historia desalvación y, como veremos, una Per-sona, Jesucristo, Palabra de Dioshecha carne, hombre, historia. Pre-cisamente porque el horizonte de laPalabra divina abraza y se extiendemás allá de la Escritura, es necesa-ria la constante presencia del Espí-ritu Santo que "guía hasta la verdadcompleta" (Jn 16, 13) a quien lee laBiblia. Es esta la gran Tradición, pre-sencia eficaz del "Espíritu de ver-dad" en la Iglesia, guardián de las

Sagradas Escrituras, auténticamenteinterpretadas por el Magisterioeclesial. Con la Tradición se llega ala comprensión, la interpretación, lacomunicación y el testimonio de laPalabra de Dios. San Pablo mismo,cuando proclamó el primer Credocristiano, reconoció que "transmi-tió" lo que él "a su vez recibió" de laTradición (cf. 1 Co 15, 3-5).

II. El rostro de la Palabra:Jesucristo

4. En el original griego son sólo treslas palabras fundamentales:XXXXXXXXXXXXX, "el Verbo-Palabra se hizo carne". Sin embar-go, este no es sólo el ápice de esajoya poética y teológica que es elprólogo del Evangelio de san Juan(Jn 1, 14), sino el corazón mismode la fe cristiana. La Palabra eternay divina entra en el espacio y en eltiempo y asume un rostro y unaidentidad humana, hasta el puntode que es posible acercarse a elladirectamente pidiendo, como hizoaquel grupo de griegos presentesen Jerusalén: "Queremos ver a Je-sús" (Jn 12, 20-21). Las palabras sinun rostro no son perfectas, por-que no cumplen plenamente el en-cuentro, como recordaba Job,cuando llegó al final de su dramáti-co itinerario de búsqueda: "Sólo deoídas te conocía, pero ahora te hanvisto mis ojos" (Jb 42, 5).

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Cristo es "la Palabra que está juntoa Dios y es Dios", es "imagen deDios invisible, primogénito de todala creación" (Col 1, 15); pero tam-bién es Jesús de Nazaret, que cami-na por las calles de una provinciamarginal del Imperio romano, quehabla una lengua local, que presentalos rasgos de un pueblo, el judío, yde su cultura. El Jesucristo real es,por tanto, carne frágil y mortal, eshistoria y humanidad, pero tambiénes gloria, divinidad, misterio: Aquelque nos ha revelado el Dios quenadie ha visto jamás (cf. Jn 1, 18). ElHijo de Dios sigue siendo el mismoincluso en el cadáver depositado enel sepulcro y la resurrección es sutestimonio vivo y eficaz.

5. Así pues, la tradición cristiana hapuesto a menudo en paralelo la Pa-labra divina que se hace carne conla misma Palabra que se hace libro.Es lo que ya aparece en el Credocuando se profesa que el Hijo deDios "por obra del Espíritu Santose encarnó de María, la Virgen",pero también se confiesa la fe en elmismo "Espíritu Santo que hablópor los profetas". El concilio Vati-cano II recoge esta antigua tradi-ción según la cual "el cuerpo del Hijoes la Escritura que nos fue transmi-tida" -como afirma san Ambrosio(In Lucam VI, 33)- y declaralímpidamente: "Las palabras de Diosexpresadas con lenguas humanas se

han hecho semejantes al habla hu-mana, como en otro tiempo el Ver-bo del Padre eterno, habiendo to-mado la carne de la debilidad hu-mana, se hizo semejante a lo hom-bres" (Dei Verbum, 13).

En efecto, la Biblia es también "car-ne", "letra", se expresa en lenguasparticulares, en formas literarias e his-tóricas, en concepciones ligadas a unacultura antigua; guarda la memoriade hechos a menudo trágicos; suspáginas están surcadas no pocas ve-ces de sangre y violencia; en su inte-rior resuena la risa de la humanidady fluyen las lágrimas, así como se ele-va la súplica de los infelices y la ale-gría de los enamorados. Debido aesta dimensión "carnal", exige unanálisis histórico y literario, que se llevaa cabo a través de distintos méto-dos y enfoques ofrecidos por la exé-gesis bíblica. Cada lector de las Sa-gradas Escrituras, incluso el más sen-cillo, debe tener un conocimientoproporcionado del texto sagrado,recordando que la Palabra está re-vestida de palabras concretas a lasque se pliega y adapta para ser audi-ble y comprensible a la humanidad.

Este es un compromiso necesario:si se lo excluye, se podría caer en elfundamentalismo, que prácticamen-te niega la encarnación de la Pala-bra divina en la historia, no reco-noce que esa Palabra se expresa en

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la Biblia según un lenguaje humano,que tiene que ser descifrado, estu-diado y comprendido, e ignora quela inspiración divina no ha borradola identidad histórica y la personali-dad propia de los autores humanos.Sin embargo, la Biblia también esVerbo eterno y divino y por estemotivo exige otra comprensión,dada por el Espíritu Santo, que des-vela la dimensión trascendente dela Palabra divina, presente en laspalabras humanas.

6. He aquí, por tanto, la necesidadde la "Tradición viva de toda la Igle-sia" (Dei Verbum, 12) y de la fe paracomprender de modo unitario y ple-no las Sagradas Escrituras. Si nosdetenemos sólo en la "letra", la Bi-blia entonces se reduce a un solem-ne documento del pasado, un no-ble testimonio ético y cultural. Perosi se excluye la encarnación, se pue-de caer en el equívocofundamentalista o en un vagoespiritualismo o psicologismo. Portanto, el conocimiento exegético tie-ne que entrelazarse indisolublementecon la tradición espiritual y teológicapara que no se rompa la unidad di-vina y humana de Jesucristo y de lasEscrituras.

Al redescubrir esta armonía, el ros-tro de Cristo brillará en su plenitudy nos ayudará a descubrir otra uni-dad, la unidad profunda e íntima de

las Sagradas Escrituras, su mismoser, el hecho de que, aun siendo 73libros, sin embargo se incluyen enun único "canon", en un único diá-logo entre Dios y la humanidad, enun único designio de salvación."Muchas veces y de muchas mane-ras habló Dios en el pasado a nues-tros padres por medio de los pro-fetas. En estos últimos tiempos nosha hablado por medio del Hijo" (Hb1, 1-12). Cristo proyecta de esta for-ma retrospectivamente su luz sobretoda la trama de la historia de la sal-vación y revela su coherencia, su sig-nificado, su dirección.

Él es el sello, "el Alfa y la Omega"(Ap 1, 8) de un diálogo entre Dios ysus criaturas repartido en el tiempoy atestiguado en la Biblia. A la luz deeste sello final adquieren su "plenosentido" las palabras de Moisés y delos profetas, como había indicadoJesús mismo aquella tarde de prima-vera, mientras él iba de Jerusalén ha-cia el pueblo de Emaús, dialogandocon Cleofás y su amigo, cuando "lesexplicó lo que había sobre él en to-das las Escrituras" (Le 24, 27).

Precisamente porque en el centrode la Revelación está la Palabra di-vina transformada en, rostro, el finúltimo del conocimiento de la Bi-blia no está "en una decisión éticao una gran idea, sino en el encuen-tro con un acontecimiento, con una

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Persona, que da un nuevo horizon-te a la vida y, con ello, una orienta-ción decisiva" (Deus caritas est, 1).

III. La casa de la Palabra: la Iglesia

Como la sabiduría divina en el An-tiguo Testamento había edificado sucasa en la ciudad de los hombres yde las mujeres, sosteniéndola sobresus siete columnas (cf. Pr 9, 1), tam-bién la Palabra de Dios tiene unacasa en el Nuevo Testamento: es laIglesia, que posee su modelo en lacomunidad-madre de Jerusalén, laIglesia, fundada sobre Pedro y losapóstoles, que hoy, a través de losobispos en comunión con el Suce-sor de Pedro, sigue siendo garante,anunciadora e intérprete de la Pala-bra (cf. Lumen gentium, 13). SanLucas, en los Hechos de los Após-toles (Hch 2, 42), esboza la arqui-tectura basada sobre cuatro colum-nas ideales: "Todos se reunían asi-duamente para escuchar la enseñan-za de los Apóstoles y participar enla vida común, en la fracción delpan, y en las oraciones".

7. En primer lugar, esto es la didachéapostólica, es decir, la predicaciónde la Palabra de Dios. El apóstol sanPablo nos advierte que "la fe nacede la predicación y la predicaciónse realiza en virtud de la Palabra deCristo" (Rm 10, 17). Desde la Igle-

sia sale la voz del mensajero que pro-pone a todos el kerigma, o sea elanuncio primario y fundamental queJesús mismo había proclamado alcomienzo de su ministerio público:"El tiempo se ha cumplido, el reinode Dios está cerca. Arrepentíos ycreed en el Evangelio" (Mc 1, 15).Los Apóstoles anuncian la inaugu-ración del reino de Dios y, por tan-to, de la decisiva intervención divi-na en la historia humana, procla-mando la muerte y la resurrecciónde Cristo: "En ningún otro hay sal-vación, ni existe bajo el cielo otroNombre dado a los hombres, porel cual podamos salvarnos" (Hch 4,12). El cristiano da testimonio desu esperanza "con dulzura, respetoy buena conciencia", pero está pre-parado para ser también implicadoy tal vez arrollado por el torbellinodel rechazo y de la persecución,consciente de que "es mejor sufrirpor hacer el bien que por hacer elmal" (1 P 3, 16-17).

En la Iglesia resuena, después, la ca-tequesis, destinada a que el cristia-no profundice en "el misterio deCristo a la luz de la Palabra para quetodo el hombre sea irradiado porella" (Catechesi tradendae, 20). Pero elapogeo de la predicación está en lahomilía, que aún hoy, para muchoscristianos, es el momento culminan-te del encuentro con la Palabra deDios. En este acto, el ministro de-

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bería transformarse también en pro-feta. En efecto, con un lenguaje ní-tido, incisivo y sustancial y no sólocon autoridad, debe "anunciar lasmaravillosas obras de Dios en la his-toria de la salvación" (SacrosanctumConcilium, 35) -ofrecidas anteriormen-te, a través de una clara y viva lectu-ra del texto bíblico propuesto por laliturgia- pero que también debe ac-tualizarse según los tiempos y mo-mentos vividos por los oyentes, ha-ciendo germinar en sus corazones lapregunta para la conversión y parael compromiso vital: "¿Qué tenemosque hacer?" (Hch 2, 37).

El anuncio, la catequesis y la homilíasuponen, por tanto, la capacidad deleer y comprender, de explicar e in-terpretar, implicando la mente y elcorazón. De este modo, en la pre-dicación se realiza un doble movi-miento. Con el primero se remontaa los orígenes de los textos sagra-dos, de los acontecimientos, de laspalabras generadoras de la historiade la salvación, para comprenderlasen su significado y en su mensaje.Con el segundo movimien-to sevuelve al presente, a la actualidadvivida por quien escucha y lee siem-pre a la luz del Cristo, que es el hiloluminoso destinado a unir las Es-crituras. Es lo que Jesús mismo ha-bía hecho -como ya dijimos- en elitinerario de Jerusalén a Emaús, encompañía de sus dos discípulos.

Esto es lo que hará el diácono Felipeen el camino de Jerusalén a Gaza,cuando entablará este diálogo em-blemático con el funcionario etíope:"¿Entiendes lo que estás leyendo? (...)¿Cómo lo voy a entender si no ten-go quien me lo explique?" (Hch 8,30-31). Y la meta será el encuentroíntegro con Cristo en el sacramento.De esta manera se presenta la se-gunda columna que sostiene la Igle-sia, casa de la Palabra divina.

8. Es la fracción del pan. La escena deEmaús (cf. Lc 24, 13-35) una vez máses ejemplar y reproduce cuanto su-cede cada día en nuestras iglesias:después de la homilía de Jesús so-bre Moisés y los profetas aparece,en la mesa, la fracción del paneucarístico. Este es el momento deldiálogo íntimo de Dios con su pue-blo, es el acto de la nueva alianzasellada con la sangre de Cristo (cf.Lc 22, 20), es la obra suprema delVerbo que se ofrece como ali-men-to en su cuerpo inmolado, es lafuente y la cumbre de la vida y de lamisión de la Iglesia. La narraciónevangélica de la última Cena, me-morial del sacrificio de Cristo, cuan-do se proclama en la celebracióneucarística, en la invocación del Es-píritu Santo, se convierte en eventoy sacramento. Por esta razón el con-cilio Vaticano II, en un pasaje degran intensidad, declaraba: "La Igle-sia ha venerado siempre las Sagra-

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das Escrituras al igual que el mismoCuerpo del Señor, no dejando detomar de la mesa y de distribuir alos fieles el Pan de vida, tanto de laPalabra de Dios como del Cuerpode Cristo" (Dei Verbum, 21). Por esto,se deberá volver a poner en el cen-tro de la vida cristiana "la liturgia dela Palabra y la liturgia eucarística, taníntimamente unidas que constituyenun solo acto de culto" (SacrosanctumConcilium, 56).

9. La tercera columna del edificioespiritual de la Iglesia, la casa de laPalabra, está constituida por las ora-ciones, entrelazadas -como recorda-ba san Pablo- por "salmos, himnos,cánticos inspirados" (Col 3, 16). Unlugar privilegiado lo ocupa natural-mente la liturgia de las Horas, la ora-ción de la Iglesia por excelencia,destinada a marcar el paso de losdías y de los tiempos del año cris-tiano que ofrece, sobre todo con elSalterio, el alimento espiritual coti-diano del fiel. Junto a esta y a lascelebraciones comunitarias de laPalabra, la tradición ha introducidola práctica de la lectio divina, lecturaorante en el Espíritu Santo, capazde abrir al fiel no sólo el tesoro de laPalabra de Dios sino también decrear el encuentro con Cristo, Pala-bra divina y viviente.

Esta se abre con la lectura (lectio) deltexto, que lleva a preguntamos sobre

el conocimiento auténtico de su con-tenido práctico: ¿Qué dice el textobíblico en sí? Sigue la meditación(meditatio) en la cual la pregunta es:¿qué nos dice el texto bíblico? De estamanera se llega a la oración (oratio),que supone otra pregunta: ¿Qué ledecimos al Señor como respuesta asu Palabra? Se concluye con la con-templación (contemplatio), durante lacual asumimos como don de Dios lamisma mirada para juzgar la realidady nos pregunta-mos: ¿Qué conver-sión de la mente, del corazón y de lavida nos pide el Señor?

Frente al lector orante de la Palabrade Dios se levanta idealmente elperfil de María, la Madre del Señor,que "conservaba estas cosas y lasmeditaba en su corazón" (Lc 2, 19;cf. 2, 51), es decir, -como reza el tex-to original griego- encontrando elvínculo profundo que une aconte-cimientos, actos y cosas, aparente-mente desunidos, con el plan divi-no. También se puede presentar alos ojos del fiel que lee la Biblia laactitud de María, hermana de Mar-ta, que se sienta a los pies del Señora la escucha de su Palabra, no de-jando que las agitaciones exterioresle absorban enteramente su alma, yocupando también el espacio librede "la parte mejor" que no nos debeser quitada (cf. Lc 10, 38-42).

10. La última columna que sostiene

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la Iglesia, casa de la Palabra es lakoinonía, la comunión fraterna, otrode los nombres del agapé, es decir,del amor cristiano. Como recorda-ba Jesús, para convertirse en sushermanos o hermanas se necesitaser "los hermanos que oyen la Pala-bra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21). La escucha auténtica es obe-decer y actuar, es hacer florecer enla vida la justicia y el amor, es dartanto en la existencia como en lasociedad un testimonio en la líneade la llamada de los profetas queconstantemente unía la Palabra deDios y la vida, la fe y la rectitud, elculto y el compromiso social. Estoes lo que repetía continuamente Je-sús, a partir de la célebre admoni-ción en el Sermón de la montaña:"No todo el que me dice: ¡Señor,Señor! entrará en el reino de los cie-los, sino el que hace la voluntad demi Padre que está en los cielos" (Mt7, 21). En esta frase parece resonarla Palabra divina propuesta porIsaías: "Este pueblo se me acercacon su boca, y con sus labios mehonra, pero su corazón está lejosde mí" (Is. 29, 13). Estas adverten-cias son también para las Iglesiascuando no son fieles a la escuchaobediente de la Palabra de Dios.

Por ello, esta debe ser visible y legi-ble ya en el rostro mismo y en lasmanos del creyente, como lo sugi-rió san Gregario Magno, que veía

en san Benito, y en los otros gran-des hombres de Dios, testigos, dela comunión con Dios y con sushermanos, la Palabra de Dios he-cha vida. El hombre justo y fiel nosólo "explica" las Escrituras, sino quelas "despliega" frente a todos comorealidad viva y practicada. Por eso,viva lectio, vita bonorum: la vida de losbuenos es una lectura, o lección, vivade la Palabra divina. Ya san JuanCrisóstomo había observado que losApóstoles descendieron del montede Galilea, donde se habían encon-trado con el Resucitado, sin ningu-na tabla de piedra escrita como su-cedió con Moisés, ya que desdeaquel momento, su misma vida setransformó en Evangelio viviente.En la casa de la Palabra divina en-contramos también a los hermanosy las hermanas de las otras Iglesias ycomunidades eclesiales que, a pesar dela separación que todavía hoy exis-te, se reencuentran con nosotros enla veneración y en el amor por laPalabra de Dios, principio y fuentede una primera y verdadera unidad,aunque incompleta. Este vínculosiempre debe reforzarse por mediode las traducciones bíblicas comu-nes, la difusión del texto sagrado, laoración bíblica ecuménica, el diálo-go exegético, el estudio y la compa-ración entre las diferentes interpre-taciones de las Sagradas Escrituras,el intercambio de los valores pro-pios de las diversas tradiciones es-

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pirituales, el anuncio y el testimoniocomún de la Palabra de Dios en elmudo secularizado.

IV. Los caminos de la Palabra:la misión

"De Sión saldrá la Ley y de Jerusalénla Palabra del Señor" (Is 2, 3). La Pala-bra de Dios personificada "sale" desu casa, del templo, y se dirige a to-dos los caminos del mundo para en-contrar la gran peregrinación que lospueblos de la tierra han emprendidoen la búsqueda de la verdad, de la jus-ticia y de la paz. También en la mo-derna ciudad secularizada, en sus pla-zas y en sus calles -donde parecen rei-nar la incredulidad y la indiferencia,donde el mal parece prevalecer sobreel bien, creando la impresión de la vic-toria de Babilonia sobre Jerusalén-existe un deseo escondido, una espe-ranza germinal, una conmoción deesperanza. Come se lee en el libro delprofeta Amós, "vienen días en loscuales enviaré hambre a la tierra. Node pan, ni sed de agua, sino de oír laPalabra de Dios" (Am 8, 11). A estahambre quiere responder la misiónevangelizadora de la Iglesia.

Asimismo, Cristo resucitado man-da a los Apóstoles, titubeantes, quesalgan de las fronteras de su hori-zonte protegido: "Id, pues, y haceddiscípulos a todas las gentes (...) yenseñándoles a guardar todo lo que

yo os he mandado" (Mt 28, 19-20).La Biblia está llena de llamadas a "nocallar", a "gritar con fuerza", a"anunciar la Palabra a tiempo y adestiempo", a ser guardianes querompen el silencio de la indiferen-cia. Los caminos que se abren hoyante nosotros no son únicamentelos que recorrieron san Pablo o losprimeros evangelizadores y, detrásde ellos, todos los misioneros quevan al encuentro de las gentes entierras lejanas.

11. La comunicación extiende ahora unared que envuelve todo el mundo y lallamada de Cristo adquiere un nuevosignificado: "Lo que yo os digo en laoscuridad, decidlo vosotros a la luz; ylo que oís al oído, proc1amadlo desdelos terrados" (Mt 10, 27). Ciertamen-te, la Palabra sagrada debe tener unaprimera transparencia y difusión pormedio del texto impreso, con traduc-ciones que respondan a la variedadde idiomas de nuestro planeta. Perola voz de la Palabra divina debe reso-nar también a través de la radio, lasautopistas de la información deinternet, los canales de difusión vir-tual on line, los CD, los DVD, los podcast(MP3) y otros; debe aparecer en laspantallas televisivas y cinematográfi-cas, en la prensa, en los eventos cultu-rales y sociales.

Esta nueva comunicación, compa-rándola con la tradicional, ha asumi-

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do una gramática expresiva específi-ca y, por tanto, es necesario estar pre-parados para dicha empresa no sóloen el plano técnico, sino también enel cultural. En un tiempo dominadopor la imagen, propuesta especial-mente desde el medio hegemónicode la comunicación que es la televi-sión, sigue siendo significativo y su-gestivo el modelo privilegiado porCristo. Él recurría al símbolo, a la na-rración, al ejemplo, a la experienciadiaria, a la parábola: "Todo esto lodecía Jesús a la muchedumbre pormedio de parábolas (...) y no les ha-blaba sin parábolas" (Mt 13, 3.34).Jesús en su anuncio del reino de Diosnunca se dirigía a sus interlocutorescon un lenguaje vago, abstracto yetéreo, sino que los conquistaba par-tiendo justamente de la tierra, don-de apoyaban sus pies, para condu-cirlos de lo cotidiano a la revelacióndel reino de los cielos. Resulta signi-ficativa la escena evocada por sanJuan: "Algunos quisieron prenderlo,pero ninguno le echó mano. Losguardias volvieron a los sumos sa-cerdotes y a los fariseos. Y ellos lespreguntaron: "¿Por qué no lo trajis-teis?". Los guardias respondieron:"Jamás hombre alguno habló comoeste hombre"" (Jn 7, 44-46).

12. Cristo camina por las calles denuestras ciudades y se detiene anteel umbral de nuestras casas: "Miraque estoy a la puerta y llamo; si al-

guno oye mi voz y me abre la puer-ta, entraré en su casa, cenaré con ély él conmigo" (Ap 3, 20). La familia,encerrada en su hogar, con sus ale-grías y sus dramas, es un espaciofundamental en el que debe entrarla Palabra de Dios. La Biblia está lle-na de pequeñas y grandes historiasfamiliares y el salmista imagina convivacidad el cuadro sereno de unpadre sentado a la mesa, rodeadode su esposa, como una vid fecun-da, y de sus hijos, como "brotes deolivo" (Sal 128). Los primeros cris-tianos celebraban la liturgia en lacotidianidad de una casa, así comoIsrael confiaba a la familia la cele-bración de la Pascua (cf. Ex 12, 21-27). La Palabra de Dios se transmi-te de una generación a otra, por loque los padres se convierten en "losprimeros predicadores de la fe"(Lumen gentium, 11). El salmista tam-bién recordaba que "lo que hemosoído y aprendido, lo que nuestrospadres nos contaron, no queremosocultarlo a nuestros hijos; lo narra-remos a la próxima generación: sonlas glorias del Señor y su poder, lasmaravillas que él realizó;… y podráncontarlas a sus propios hijos" (Sal78, 3-4.6).

Cada casa deberá, pues, tener suBiblia y custodiarla de modo con-creto y digno, leerla y rezar con ella,mientras que la familia deberá pro-poner formas y modelos de educa-

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ción orante, catequística y didácticasobre el uso de las Escrituras, paraque "jóvenes y doncellas también, losviejos junto con los niños" (Sal 148,12) escuchen, comprendan, alabeny vivan la Palabra de Dios. En espe-cial, las nuevas generaciones, los ni-ños, los jóvenes, tendrán que ser losdestinatarios de una pedagogía apro-piada y específica que los conduzcaa experimentar el atractivo de la fi-gura de Cristo, abriendo la puerta desu inteligencia y su corazón, a travésdel encuentro y el testimonio autén-tico del adulto, de la influencia posi-tiva de los amigos y la gran compa-ñía de la comunidad eclesial.

13. Jesús, en la parábola del sembra-dor, nos recuerda que existen terre-nos áridos, pedregosos y sofocadospor los abrojos (cf. Mt 13, 3-7). Quienentra en las calles del mundo descu-bre también los bajos fondos dondeanidan sufrimientos y pobreza, humilla-ciones y opresiones, marginación ymiserias, enfermedades físicas y psí-quicas, y soledades. A menudo, las pie-dras de las calles están ensangrenta-das por guerras y violencias; en loscentros de poder la corrupción semezcla con la injusticia. Se alza el gri-to de los perseguidos por la fidelidada su conciencia y su fe. Algunos seven arrollados por la crisis existencialo su alma se ve privada de un signifi-cado que dé sentido y valor a la vidamisma. Como es "mera sombra el

humano que pasa, sólo un soplo lasriquezas que amontona" (Sal 39, 7),muchos sienten que se cierne sobreellos también el silencio de Dios, suaparente ausencia e indiferencia: "¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvi-dándome? ¿Hasta cuándo me escon-derás tu rostro?" (Sal 13, 2). Y al final,se yergue ante todos el misterio de lamuerte.

La Biblia, que propone precisamenteuna fe histórica y encarnada, repre-senta incesantemente este inmen-so grito de dolor que sube de la tie-rra hacia el cielo. Bastaría sólo conpensar en las páginas marcadas porla violencia y la opresión, en el gritoáspero y continuado de Job, en lasvehementes súplicas de los salmos,en la sutil crisis interior que recorreel alma del Eclesiastés, en las vigo-rosas denuncias proféticas contralas injusticias sociales. Además, sepresenta sin atenuantes la condenadel pecado radical, que aparece entodo su poder devastador desde losexordios de la humanidad en un tex-to fundamental del Génesis (c. 3).En efecto, el "misterio del pecado"está presente y actúa en la historia,pero es revelado por la Palabra deDios que asegura en Cristo la victo-ria del bien sobre el mal.

Sobre todo, en las Escrituras domi-na la figura de Cristo, que comienzasu ministerio público precisamente

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con un anuncio de esperanza paralos últimos de la tierra: "El Espíritudel Señor está sobre mí; porque meha ungido para anunciar a los po-bres la buena nueva, me ha envia-do a proclamar la liberación a loscautivos y la vista a los ciegos, paradar libertad a los oprimidos y pro-clamar un año de gracia del Señor"(Lc 4, 18-19). Sus manos tocan enrepetidas ocasiones cuerpos enfer-mos o infectados, sus palabras pro-claman la justicia, infunden valor alos infelices, conceden el perdón alos pecadores. Al final, él mismo seacerca al nivel más bajo, "despoján-dose a sí mismo" de su gloria, "to-mando la condición de esclavo, asu-miendo la semejanza humana y apa-reciendo en su porte como hom-bre ... se rebajó a sí mismo, hacién-dose obediente hasta la muerte yuna muerte de cruz" (Flp 2, 7-8).

Así, siente miedo de morir ("Padre,si es posible, aparta de mí este cá-liz"), experimenta la soledad por elabandono y la traición de los ami-gos, penetra en la oscuridad del do-lor físico más cruel con la crucifixióne incluso en las tinieblas del silenciodel Padre ("Dios mío, Dios mío,¿por qué me has abandonado?") yllega al abismo último de cada hom-bre, el de la muerte ("dando un fuer-te grito, expiró"). Verdaderamente,a él se puede aplicar la defini-ciónque Isaías reserva al Siervo del Se-

ñor: "Varón de dolores y que cono-ce el sufrimiento" (Is 53, 3).

Y aún así, también en ese momentoextremo, no deja de ser el Hijo deDios: en su solidaridad de amor ycon el sacrificio de sí mismo siembraen el límite y en el mal de la humani-dad una semilla de divinidad, o sea,un principio de liberación y de salva-ción; con su entrega a nosotros irra-dia de redención el dolor y la muer-te, que él asumió y vivió, y abre tam-bién para nosotros la aurora de laresurrección. El cristiano tiene, pues,la misión de anunciar esta Palabradivina de esperanza, compartiéndo-la con los pobres y los que sufren,mediante el testimonio de su fe en elReino de verdad y de vida, de santi-dad y de gracia, de justicia, de amory de paz, mediante la cercanía amo-rosa que no juzga ni condena, sinoque sostiene, ilumina, conforta y per-dona, siguiendo las palabras de Cris-to: "Venid a mí todos los que estáisfatigados y agobiados, y yo os darédescanso" (Mt 11, 28).

14. Por los caminos del mundo laPalabra divina genera para nosotros,los cristianos, un encuentro intensocon el pueblo judío, al que estamosíntimamente unidos a través del re-conocimiento común y el amor porlas Escrituras del Antiguo Testamen-to, y porque de Israel "procede Cris-to según la carne" (Rm 9, 5). Todas

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las sagradas páginas judías iluminanel misterio de Dios y del hombre,revelan tesoros de reflexión y demoral, trazan el largo itinerario de lahistoria de la salvación hasta su ple-no cumplimiento, ilustran con vigorla encarnación de la Palabra divinaen las vicisitudes humanas. Nos per-miten comprender plenamente lafigura de Cristo, que declaró: "Nopenséis que he venido a abolir la Leyy los Profetas. No he venido a abo-lir, sino a dar cumplimiento" (Mt 5,17). Son camino de diálogo con elpueblo elegido, que recibió de Dios"la adopción filial, la gloria, las alian-zas, la legislación, el culto, las pro-mesas" (Rm 9, 4), y nos permitenenriquecer nuestra interpretación delas Sagradas Escrituras con los re-cursos fecundos de la: tradiciónexegética judaica.

"Bendito sea mi pueblo Egipto, laobra de mis manos Asiria, y mi he-redad Israel" (Is 19, 25). El Señorextiende, por tanto, el manto deprotección de su bendición sobretodos los pueblos de la tierra, de-seando que "todos los hombres sesalven y lleguen al conocimiento ple-no de la verdad" (1 Tm 2, 4). Tam-bién nosotros, los cristianos, por loscaminos del mundo, estamos invi-tados -sin caer en el sincretismo queconfunde y humilla la propia identi-dad espiritual- a entrar con respetoen diálogo con los hombres y mu-

jeres de otras religiones, que escuchany practican fielmente las indicacio-nes de sus libros sagrados, comen-zando por el islamismo, que en sutradición acoge innumerables figu-ras, símbolos y temas bíblicos, y nosofrece el testimonio de una fe sin-cera en el Dios único, compasivo ymisericordioso, Creador de todo loque existe y Juez de la humanidad.

El cristiano encuentra, además,sintonías comunes con las grandestradiciones religiosas de Oriente quenos enseñan en sus textos sagra-dos el respeto a la vida, la contem-plación, el silencio, la sencillez, la re-nuncia, como sucede en el budis-mo. O bien, como en el hinduismo,exaltan el sentido de lo sagrado, elsacrificio, la peregrinación, el ayuno,los símbolos sagrados. O, también,como en el confucianismo, enseñanla sabiduría y los valores familiares ysociales. También queremos prestarnuestra cordial atención a las reli-giones tradicionales, con sus valo-res espirituales expresados en los ri-tos y las culturas orales, y entablarcon ellas un diálogo respetuoso; ycon cuantos no creen en Dios, perose esfuerzan por "respetar el dere-cho, amar la lealtad, y proceder hu-mildemente" (Mi 6, 8), tenemos quetrabajar por un mundo más justo yen paz, y ofrecer en diálogo nues-tro genuino testimonio de la Pala-bra de Dios, que puede revelarles

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nuevos y más altos horizontes deverdad y de amor.

15. En su Carta a los artistas (1999),Juan Pablo II recordaba que "la Sa-grada Escritura se ha convertido asíen una especie de "inmenso voca-bulario" (P. Claudel) y de "Atlas ico-nográfico" (M. Chagall) del que sehan nutrido la cultura y el arte cris-tianos" (n. 5). Goethe estaba con-vencido de que el Evangelio era la"lengua materna de Europa". LaBiblia, como se suele decir, es "elgran código" de la cultura universal:los artistas, idealmente, han impreg-nado sus pinceles en ese alfabetoteñido de historias, símbolos y figu-ras que son las páginas bíblicas; losmúsicos han tejido sus armonías al-rededor de los textos sagrados, es-pecialmente de los Salmos; los es-critores durante siglos han retorna-do esas antiguas narraciones, que seconvertían en parábolasexistenciales; los poetas se han plan-teado preguntas sobre los misteriosdel espíritu, el infinito, el mal, elamor, la muerte y la vida, recogien-do con frecuencia el clamor poéti-co que animaba las páginas bíblicas;los pensadores, los hombres de cien-cia y la misma sociedad a menudotenían como punto de referencia,aunque fuera por contraste, los con-ceptos espirituales y éticos (pense-mos en el Decálogo) de la Palabrade Dios. Aun cuando la figura o la

idea presente en las Escrituras sedeformaba, se reconocía que eraimprescindible y constitutiva denuestra civilización.

Por eso, la Biblia -que también en-seña la via pulchritudinis, es decir, elcamino de la belleza para compren-der y llegar a Dios (" ¡Tocad paraDios con destreza!", nos invita elSalmo 47, 8)- no sólo es necesariapara el creyente, sino para todos, afin de descubrir nuevamente los sig-nificados auténticos de las diversasexpresiones culturales y, sobre todo,para encontrar nuevamente nues-tra identidad histórica, civil, huma-na y espiritual. En ella se encuentrala raíz de nuestra grandeza y me-diante ella podemos presentarnoscon un noble patrimonio a las de-más civilizaciones y culturas, sin nin-gún complejo de inferioridad. Portanto, todos deberían conocer y es-tudiar la Biblia, bajo este extraordi-nario perfil de belleza y fecundidadhumana y cultural.

Sin embargo, la Palabra de Dios -para usar una significativa imagenpaulina- "no está encadenada" (2Tm 2, 9) a una cultura; más aún, as-pira a atravesar las fronteras y, pre-cisamente el Apóstol fue un artíficeexcepcional de inculturación del men-saje bíblico dentro de nuevas coor-denadas culturales. Es lo que la Igle-sia está llamada a hacer también hoy

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mediante un proceso delicado peronecesario, que ha recibido un fuerteimpulso del magisterio del PapaBenedicto XVI. Tiene que hacer quela Palabra de Dios penetre en la mul-tiplicidad de las culturas y expresarlasegún sus lenguajes, sus concepcio-nes, sus símbolos y sus tradicionesreligiosas. Sin embargo, debe ser ca-paz de custodiar la esencia de suscontenidos, vigilando y evitando elriesgo de degeneración.

La Iglesia tiene que hacer brillar losvalores que la Palabra de Dios ofrecea otras culturas, de manera que pue-dan llegar a ser purificadas y fecun-dadas por ella. Como dijo Juan Pa-blo II al Episcopado de Kenia du-rante su viaje a África en 1980, "lainculturación será realmente un re-flejo de la encarnación del Verbocuando una cultura, transformada yregenerada por el Evangelio, produ-ce en su propia tradición expresio-nes originales de vida, de celebracióny de pensamiento cristiano".

Conclusión

"La voz de cielo que yo había oídome habló otra vez y me dijo: "Tomael librito que está abierto en la manodel ángel...". Y el ángel me dijo:"Toma, devóralo; te amargará lasentrañas, pero en tu boca será dul-ce como la miel". Tomé el librito dela mano del ángel y lo devoré; y fue

en mi boca dulce como la miel; pero,cuando lo comí, se me amargaronlas entrañas" (Ap 10, 8-10).

Hermanos y hermanas de todo elmundo, acojamos también nosotrosesta invitación; acerquémonos a lamesa de la Palabra de Dios, para ali-mentarnos y vivir "no sólo de pan,sino de toda palabra que sale de laboca del Señor" (Dt 8, 3; Mt 4, 4).La Sagrada Escritura -como afirma-ba una gran figura de la cultura cris-tiana- "tiene pasajes adecuados paraconsolar todas las condiciones hu-manas y pasajes adecuados para ate-morizar en todas las condiciones"(B. Pascal, Pensamientos, n. 532).

En efecto, la Palabra de Dios es"más dulce que la miel, más que eljugo de panales" (Sal 19, 11), es "an-torcha para mis pasos, luz para misendero" (Sal 119, 105), pero tam-bién "como el fuego y como unmartillo que golpea la peña" (Jr 23,29). Es como una lluvia que empa-pa la tierra, la fecunda y la hace ger-minar, haciendo florecer de estemodo también la aridez de nues-tros desiertos espirituales (cf. Is 55,10- 11). Pero también es "viva, efi-caz y más cortante que una espadade dos filos. Penetra hasta la divi-sión entre alma y espíritu, articula-ciones y médulas; y discierne senti-mientos y pensamientos del cora-zón" (Hb 4, 12).

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Nuestra mirada se dirige con afectoa todos los estudiosos, a los catequis-tas y otros servidores de la Palabrade Dios para expresarles nuestra gra-titud más intensa y cordial por suprecioso e importante ministerio.Nos dirigimos también a nuestroshermanos y hermanas perseguidoso asesinados a causa de la Palabra deDios y el testimonio que dan al Se-ñor Jesús (cf. Ap 6, 9): como testigosy mártires nos cuentan "la fuerza dela Palabra" (cf. Rm 1, 16), origen desu fe, su esperanza y su amor porDios y por los hombres.

Hagamos ahora silencio para escu-char con eficacia la Palabra del Se-

ñor y mantengamos el silencio des-pués de la escucha porque seguiráhabitando, viviendo en nosotros yhablándonos. Hagámosla resonar alprincipio de nuestro día, para queDios tenga la primera palabra y de-jémosla que resuene dentro de no-sotros por la noche, para que la últi-ma palabra sea de Dios.

Queridos hermanos y hermanas,"os saludan todos los que estánconmigo. Saludad a los que nosaman en la fe. La gracia esté contodos vosotros!" (Tt 3, 15)·

L'Osservatore Romano, edición en lenguaespañola, 31 de octubre de 2008, pp. 5-8

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