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Los Cuadernos de Asturias LA ORIGALIDAD DE LAS UNIVERSIDADES POPULARES (Notas para una historia de la educación de adultos en Asturias) Joe Ua A principios del siglo XX un nuevo aconte- cimiento iba a romper en Asturias la tradicional atonía de la vida cultural provinciana. Nacía, en efecto, a la altura de 1898, la tensión iversitaria, organi- zación que, apoyada y promovida por amplios sectores del prosorado universitario ovetense, penetrados en no pequeña medida por la influen- cia del institucionismo, iba a desarrollar una des- tacada labor en cuanto a la educación de adultos, experiencia que se revelaría como modélica entre las de este tipo desarrolladas en España. De este modo se multiplicaron por todo el territorio astu- ano las conrencias programadas dentro de las actividades de la Extensión en tanto que, en las ciudades con densidad de población obrera sufi- ciente (Oviedo, Gijón o Mieres) aparecían cursos sistemáticos, monográficos sobre una determinada materia, y con continuidad en el tiempo, dentro de las actividades de las Universidades Populares, dependientes estas últimas, de hecho, de los mis- mos prosores universitarios de la tensión. Al compás del desastre del 98 y de un interés reno- vado por la educación, concebida como instru- mento decisivo para la regeneración nacional, las experiencias de aquellos Profesores llamaron pro- ndamente la atención de ciertos sectores intelec- tues del país, e incluso, no dejaron de causar alguna inquietud y desconfianza en determinados sectores de la burguesía, que no acababan de ver con buenos ojos la posibilid de instrucción, por mínima que ese, de la clase obrera. Pero, a decir verdad, el interés por la instruc- ción de las capas populares no databa precisa- mente de entonces. El Siglo de las Luces había sido época en la que la atención hacia la instruc- ción pública se había desarrollado notaemente (1) y, en particular, en nuestra región, aquellos ilustrados habían mostrado una dedicación notable hacia el asunto, índice de la cual podían ser, por poner algún ejemplo, las abundantes referen- cias que, sobre este tema, se pueden recoger en la obra de Jovellanos (2). Sin embargo, a nuestros ectos particulares, y en lo que respecta a la educación de adultos, Campomanes, en su Dis- curso sobre la educación popular de los artesanos y su fomento, había oecido, e el inicio del úl- timo cuarto del siglo XVIII unas reflexiones sobre el asunto especimente enjundiosas y que situa- 70 ban el tema en las coordenadas ideológicas pro- pias de la Ilustración. Campomanes escribía, pues, su Discurso acerca de «la policía de los artesanos y el mejoramiento de su legislación municipal (...) sin olvidar los demás principios de educación que les convienen; y aún el aseo y la limpieza, que tanto descuidan en los niños sus padres y maestros» (3). En los con- tenidos de aquella educación dirigida a los artesa- nos no se olvidaban una serie de principios mora- les y útiles, en que conviene instruir a la juventud, dedicada a los oficios, y a las tes». Pero, en honor a la verdad, la orientación pedagógica iba más bien dirigida hacia una cualificación y espe- cialización de la mano de obra artesal; como bien precisaba Campomanes, «tienen necesidad los cueos de oficios, o gremios de artesos, de una educación y enseñanza particular: respectiva a cada arte, y parte correspondiente oficio que exercen» (4). Sobre las causas de aquel inte- rés por la educación de los artesanos, la misma ente era explícita: «Esta educación technica y moral suele ser defectuosa, y descuidada entre nuestros arte- sos: persuadiéndose no pocos, de que un menestral no necesita educación popular. De aquí procede el abandono de muchos y los resabios, que continuamente van creciendo con la edad, e influyen notablemente en la decadencia de las mismas artes, y en la tos- quedad que conservan algunas en España, por ignorancia de lo que han adelantado en otras naciones» (5). Estaba clo; en una educación que, sobre todo, aunque no monográficamente, estuviese orientada hacia la cualicación técnica de los artesanos, re- sidía una de las claves de la solución de la postra- ción artesanal y manucturera en Espa. La educación popular, por tanto, era tanto más inte- resante cuanto más contribuyese a la mejora de la producción, este último aspecto que, coherente- mente con las concepciones del Despotismo Ilus- trado, no constituía un fin en sí mismo, sino un instrumento más para la consecución del «bien público», la «licidad de los ciudadanos» o la «utilidad pública». Frases que, no es preciso re- calcarlo, son especialmente reiterativas a lo lgo del trabajo de este autor. Sin embgo, sin menos- preciar la aportación ilustrada al problema de la educación popar, el trabajo de Campomanes adolecía de una deficiencia ostensible: La lectura del folleto evidenciaba la carencia de un plan sis- temático de instrucción, y dejaba al descubierto más que una decidida voluntad de lograr una pra- xis educativa derente, una serie de principios y orientaciones excesivamente generales como para que estuviesen encados a su aplicación directa. Hacia el fin de aquella obra, Campomanes expli- caba: «Bien veo, que algunos creerán que ésto es pedir demasiado. Pero si se reflexiona, en que

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Los Cuadernos de Asturias

LA ORIGINALIDAD DE

LAS UNIVERSIDADES POPULARES (Notas para una historia de la educación de adultos en Asturias)

Jorge Uria

Aprincipios del siglo XX un nuevo aconte­cimiento iba a romper en Asturias la tradicional atonía de la vida cultural provinciana. Nacía, en efecto, a la

altura de 1898, la Extensión Universitaria, organi­zación que, apoyada y promovida por amplios sectores del profesorado universitario ovetense, penetrados en no pequeña medida por la influen­cia del institucionismo, iba a desarrollar una des­tacada labor en cuanto a la educación de adultos, experiencia que se revelaría como modélica entre las de este tipo desarrolladas en España. De este modo se multiplicaron por todo el territorio astu­riano las conferencias programadas dentro de las actividades de la Extensión en tanto que, en las ciudades con densidad de población obrera sufi­ciente (Oviedo, Gijón o Mieres) aparecían cursos sistemáticos, monográficos sobre una determinada materia, y con continuidad en el tiempo, dentro de las actividades de las Universidades Populares, dependientes estas últimas, de hecho, de los mis­mos profesores universitarios de la Extensión. Al compás del desastre del 98 y de un interés reno­vado por la educación, concebida como instru­mento decisivo para la regeneración nacional, las experiencias de aquellos Profesores llamaron pro­fundamente la atención de ciertos sectores intelec­tuales del país, e incluso, no dejaron de causar alguna inquietud y desconfianza en determinados sectores de la burguesía, que no acababan de ver con buenos ojos la posibilidad de instrucción, por mínima que fuese, de la clase obrera.

Pero, a decir verdad, el interés por la instruc­ción de las capas populares no databa precisa­mente de entonces. El Siglo de las Luces había sido época en la que la atención hacia la instruc­ción pública se había desarrollado notablemente (1) y, en particular, en nuestra región, aquellosilustrados habían mostrado una dedicación notablehacia el asunto, índice de la cual podían ser, porponer algún ejemplo, las abundantes referen­cias que, sobre este tema, se pueden recoger en laobra de Jovellanos (2). Sin embargo, a nuestrosefectos particulares, y en lo que respecta a laeducación de adultos, Campomanes, en su Dis­curso sobre la educación popular de los artesanosy su fomento, había ofrecido, eil' el inicio del úl­timo cuarto del siglo XVIII unas reflexiones sobreel asunto especialmente enjundiosas y que situa-

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ban el tema en las coordenadas ideológicas pro­pias de la Ilustración.

Campomanes escribía, pues, su Discurso acerca de «la policía de los artesanos y el mejoramiento de su legislación municipal ( ... ) sin olvidar los demás principios de educación que les convienen; y aún el aseo y la limpieza, que tanto descuidan en los niños sus padres y maestros» (3). En los con­tenidos de aquella educación dirigida a los artesa­nos no se olvidaban una serie de principios mora­les y útiles, en que conviene instruir a la juventud, dedicada a los oficios, y a las artes». Pero, en honor a la verdad, la orientación pedagógica iba más bien dirigida hacia una cualificación y espe­cialización de la mano de obra artesanal; como bien precisaba Campomanes, «tienen necesidad los cuerpos de oficios, o gremios de artesanos, de una educación y enseñanza particular: respectiva a cada arte, y al parte correspondiente al oficio que exercen» ( 4). Sobre las causas de aquel inte­rés por la educación de los artesanos, la misma fuente era explícita:

«Esta educación technica y moral suele ser defectuosa, y descuidada entre nuestros arte­sanos: persuadiéndose no pocos, de que un menestral no necesita educación popular. De aquí procede el abandono de muchos y los resabios, que continuamente van creciendo con la edad, e influyen notablemente en la decadencia de las mismas artes, y en la tos­quedad que conservan algunas en España, por ignorancia de lo que han adelantado en otras naciones» (5).

Estaba claro; en una educación que, sobre todo, aunque no monográficamente, estuviese orientada hacia la cualificación técnica de los artesanos, re­sidía una de las claves de la solución de la postra­ción artesanal y manufacturera en España. La educación popular, por tanto, era tanto más inte­resante cuanto más contribuyese a la mejora de la producción, este último aspecto que, coherente­mente con las concepciones del Despotismo Ilus­trado, no constituía un fin en sí mismo, sino un instrumento más para la consecución del «bien público», la «felicidad de los ciudadanos» o la «utilidad pública». Frases que, no es preciso re­calcarlo, son especialmente reiterativas a lo largo del trabajo de este autor. Sin embargo, sin menos­preciar la aportación ilustrada al problema de la educación popular, el trabajo de Campomanes adolecía de una deficiencia ostensible: La lectura del folleto evidenciaba la carencia de un plan sis­temático de instrucción, y dejaba al descubierto más que una decidida voluntad de lograr una pra­xis educativa diferente, una serie de principios y orientaciones excesivamente generales como para que estuviesen enfocados a su aplicación directa. Hacia el final de aquella obra, Campomanes expli­caba:

«Bien veo, que algunos creerán que ésto es pedir demasiado. Pero si se reflexiona, en que

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DISCURSO

SOBRE LA EDUCACION

POPULAR

D B LO 3 .A.RTBS .tJ.NOa,

y su

FO,21,Z.:E.N:ra.

EN MADRID.

---•----♦ •

Eo la Imprenta de D. ANTONto DE SAN CHA;Año d� M. DCC.LXXV.

Primera página del libro de Campomanes «Discurso sobre la educación popular de los artesanos y su fomento». Madrid, 1775.

apenas hay pueblo, donde no esté bien esta­blecida esta enseñanza, gratuita para los po­bres: se hallará la facilidad de conseguirla con solo quererlo así los padres, ó los maestros» (6).

Y tal escapada voluntarista, en rigor, no era exponente sino de una inquietud política mucho más que de una situación en la que los planes reformistas de Campomanes pudiesen traducirse en hechos.

Pero con la llegada del siglo XIX, y la ren­queante implantación del liberalismo, la rentabili­zación ideológica de la enseñanza iba a adoptar nuevos derroteros, porque era el caso que, ahora, el interés ideológico de la práctica pedagógica se había ampliado. En un momento en el que la igle­sia, tradicional administradora de una educación deficiente, se había colocado en posiciones abier­tamente hostiles hacia el liberalismo, la educación tenía un particular interés de cara a la consolida­ción del naciente régimen. Otro asturiano, esta

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vez, Flórez Estrada, había percibido con crecida agudeza tal problemática:

«Las ventajas que a la sociedad resulta de que se difunda la instrucción entre las clases me­nesterosas no se limita a promover la indus­tria y perreccionar los artículos que hacen placentera nuestra existencia material. Se ex­tiende a mejorar nuestras costumbres y a con­solidar las instituciones que son la fuente de la civilización y el refinamiento de la socie­dad, no existiendo bien alguno que no pro­ceda del saber ni mal que no dimane de la ignorancia o del error. Gananciosas las masas en gozar de los beneficios que el orden les asegura y convencidas de que su bienestar es debido exclusivamente a este arreglo, ellas, si el gobierno no es hostil, se manifiestan siem­pre prontas a auxiliarle, y en vez de comba­tirlo y de propender a trastornar la tranquili­dad, trabajarán por robustecerle y mejorarle. La educación de los trabajadores es el único medio seguro de precaver las agitaciones tor­mentosas y de hacer desaparecer los crímenes que en pos de sí arrastra la mendicidad siem­pre desmoralizadora» (7).

Y la educación de adultos, debería haber sido un capítulo importante en aquella lucha por la extensión educativa a la que, en la visión del lil:1�­ralismo, correspondía la consolidación del nuevo régimen porque, en efecto, una lucha eficaz contra el analfabetismo, habría de incluir, necesaria­mente y de modo prioritario, la erradicación de tales carencias culturales en la población adulta. Pero este capítulo importantísimo de la labor ins­tructiva, durante el siglo XIX, no dejaría de correr idéntica suerte a la marcha general de la actividad educativa.

Efectivamente, la Constitución de Cádiz, era up. exponente meridiano de aquel acusado interés por la educación (8), pero no dejaba de ser certero. aquel aserto de Marx que calificaba la experiencia, de Cádiz como de «ideas sin hechos»; y es que los hechos, en lo que respecta a la educación como, por lo demás, en otras muchas cuestiones, iban a adoptar derroteros diferentes; porque las ínfulas liberales, después de la extinción física de Fer­nando VII, en el 33, iban a entrar muy pronto en la vía muerta de la década moderada, expresión de la poca potencia de una burguesía que, incapaz de desarrollar su programa de modo íntegro, se verá obligada a pactar con sectores menos progresistas, encabezados por la vieja aristocracia terrate­niente. La nueva situación de hecho, significaba, además, la conciliación del régimen liberal con la Iglesia, a la que era preciso hacer olvidar el «in­menso latrocinio» que había supuesto la desamor­tización; y, con el Concordato de 1851 de por medio, el abandono de las funciones de la ense­ñanza a la iglesia que proporcionará, desde ahora, todo el poder de un aparato legitimador particu­larmente eficiente al servicio del Estado, ponién-

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dose, de paso, en evidencia, la incapacidad del liberalismo para sostener su propio aparato ideo­lógico.

En Asturias, la llegada del liberalismo signifi­caba un progreso evidente; si en 1797 había en nuestra región 35 escuelas, este número, a media­dos de siglo, según da cuenta el Diccionario ... de Madoz, se había elevado a 694, cifra que signifi­caba un avance cierto, pero que aún se movía dentro de unos márgenes muy discretos para una población de más de medio millón de habitantes (9).

Tal vez de aquella obra legislativa del nuevo Estado Liberal en tomo a la educación, la parte más conocida sea la que se refiere a la mítica Ley Moyano del año 1857, pero en lo que respecta a Asturias, años más tarde, no dejaba de recono­cerse que «La Ley de 9 de septiembre de 1857, en lo que se refiere a la primera enseñanza ha sido en esta provincia letra muerta» (10). Y es que aquella actividad legisladora no parecía que hubiese con­tribuido a variar en exceso la organización de la enseñanza en nuestra región.

En la Memoria acerca del estado de la ense­ñanza en la Universidad de Oviedo y en los esta­blecimientos del distrito de la misma en el curso de 1860 a 1861 se podían leer frases como las siguientes:

«En la provincia existían antes de ahora nu­merosas escuelas, tanto que apenas había lu­gar que no sostuviese la suya por reparto ve­cinal, con poca o ninguna subvención de los ayuntamientos ó de alguna fundación piadosa. Los maestros, más ó menos aptos, enseñaban la doctrina cristiana, a leer, a escribir bien ó mal, y las primeras reglas de la aritmética, de modo que estos conocimientos eran casi ge­nerales entre los habitantes» ( 11).

Pero, al comentar aquella situación, una década más tarde, el periódico de primera enseñanza ElAsturiano, difería un tanto de aquella impresión optimista:

«Hasta hace poco más de 30 años, las Escue­las de primera enseñanza, que en corto nú­mero existían en las poblaciones rurales de España, conservaron el carácter que se les imprimió al crearlas, el de considerarlas prin­cipal y casi exclusivamente como medio de educación religiosa, y él Maestro era mero auxiliar del Párroco para hacer que los niños aprendiesen de memoria el catecismo de la Doctrina Cristiana. La enseñanza de la lec­tura era también un medio con idéntico fin, y si también se enseñaba a formar letras y acaso a practicar las cuatro operaciones, fundamen­tales de la Aritmética y por números comple­jos, ésto se entendía como ampliación. Aún en las grandes poblaciones no era sino excep­ción el que los niños adquiriesen algunos co­nocimientos de Gramática Castellana y Orto­grafía.

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Pedro Rodríguez Campomanes.

Pues bien: ese carácter casi exclusivamente religioso de la Escuela de primeras letras, en parte alguna se conservó mejor que en Astu­rias. Pruébalo la multitud de fundaciones que desde muy antiguo se instituyeron para aten­der al culto y a la enseñanza de la doctrina cristiana extendiéndose en algunas a la lectura en otras a la escritura también y en muy raras a contar» (12).

Situación que no se había alterado en exceso, a la altura de 1872, en tanto en cuanto, como preci­saba el mismo número de El Asturiano citado: «hoy mismo ( ... ) apénas si han variado fuera de las capitales de los concejos, y en muy pocas localidades más, la antigua organización de la en­señanza» (13). La calidad de la enseñanza, andaba pues, bastante maltrecha en tomo a la década de los años 60 del siglo pasado, impresión que, tal vez sin pretenderlo, era abonada por las propias fuentes de la época; nuevamente eran las Memo­rias de la Universidad, esta vez de los cursos 58-59 y 59-60 las que confesaban:

«Como el estudio de la doctrina cristiana ex­cede en importancia á todos los demás que constituyen la instrucción primaria, el go­bierno de S.M. la ha prestado especial aten­ción; y cumpliendo sus órdenes, el Rectorado se ha puesto de acuerdo con los Reverendos Obispos de Oviedo, León y Astorga, ( ... )» (14).

Las dificultades, sin embargo, no sólo alcanza-

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Retrato de Alvaro Flórez Estrada.

ban a la calidad de lo impartido, también afecta­ban a la propia infraestructura educativa que, todo parece indicarlo, era más que penosa:

«( ... ) basta decir que la mayor parte de esas escuelas están en los pórticos de las iglesias corno hace muchos siglos, para comprender que no reúnen ninguna de las condiciones que requieren para el objeto. No hay, en efecto, sinó acaso en alguno, un tabique siquiera en­tre la balustrada, si la tienen, y el techo, que en muchas se halla este sostenido por colum­nas que tienen su base en el suelo, estando por lo mismo expuestos los niños al frío y a los vientos y mal resguardados de la hume­dad, del agua y de las nieves que estos impul­san: los ejercicios se practican delante de todo el que quiere pararse a presenciarlos o que tienen necesidad de penetrar en el tem­plo, cosa muy frecuente, distrayendo en todo caso la atención de los niños y del maestro y coartando la acción de éste. No es raro que alumnos y maestro tengan a la vista conti­nuamente el ataud y el escaño, y que acaso les sirvan de asiento, y también en algún caso el piso es una pocilga porque estando bajo el nivel del suelo, penetra el agua de lluvia sin obstáculo, resultando a veces que el pórtico a pesar de estar destinado a escuela y ser a la vez vestíbulo de la casa del Señor, sea un verdadero lodazal a donde acuden a revol­carse los animales más inmundos.

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Poco, muy poco frecuente es encontrar al­guna escuela de buenas ni aún de regulares condiciones entre las que no están en los pór­ticos» (15).

Así las cosas no era de extrañar que la educa­ción de adultos, por la misma época, no llevase una marcha muy boyante que se diga. La Ley Moyano había previsto la creación, en 1857, de clases de adultos, y si hay que creer a Ferrnín Canella, aquellas aulas empezaron a funcionar en Asturias a partir de esta fecha (16). Y, efectiva­mente, la Memoria de la Universidad de Oviedo del curso 1860-61, daba cuenta de la creación de algunas de estas instituciones. Según la Ley Mo­yano, les correspondía con carácter obligatorio la creación de escuelas de adultos únicamente a las poblaciones de Oviedo y Gijón, funcionando de modo efectivo un aula de estas características en la primera de las localidades, en tanto que el ayun­tamiento de Gijón, a la altura de aquellas fechas, «se propone también establecerla» (17); por en­tonces funcionaban, además, centros con idénti­cas características en Avilés, Llanes, Muros, San Tirso de Abres y Villanueva de Oscos, así corno «algunos otros más que no han dado parte ofi­cialmente al rectorado de la instalación de las es­cuelas» (18) estableciéndose con posterioridad, según parece, las de Gijón, Noreña, Siero y Ujo (19).

Y al aparecer las escuelas de adultos, su crea­ción en nada desdecía el contexto general que afectaba al resto de la labor pedagógica desarro­llada, por entonces, en el país:

«El rectorado siguiendo el espíritu del Art. 106 de la Ley de 9 de septiembre de 1857 ha procurado generalizar estas escuelas hasta donde fuese posible. Considerando corno las más convenientes las lecciones de noche du­rante la temporada de invierno, porque no sólo sirven á los adultos para adquirir ó mejo­rar sus conocimientos, sino que dándoles ocupación honesta y útil los aparta de la ocio­sidad y de la concurrencia á otros sitios peli­grosos cuando menos, en las largas noches de invierno,( ... )» (20).

Por supuesto, tales esfuerzos aparecían organiza­dos en estrecha connivencia con la Iglesia Cató­lica corno quedaba de manifiesto unas líneas más abajo:

«El rectorado ( ... ) ( ... ) dirigió las escitaciones oportunas á las autoridades y corporaciones que podían contribuir á su establecimiento. Reclarnose también la cooperación de los pá­rrocos, ya por lo que sus exhortaciones po­drían contribuir á que sus feligreses asistie­sen, ya por el prestigio y utilidad que su pre­sencia para la enseñanza de la doctrina cris­tiana pudiera traer á las escuelas. Los Reve­rendos Obispos de las Diócesis situadas den­tro del distrito Universitario han visto con especial complacencia las medidas tornadas

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una lll!losna para un pobre maestro de mnela. 1 TomeV.clllll(liflt'ro q¡re � somos maestros

Valeriana Bozal: La ilustración gráfica del siglo XIX en España. El maestro y el torero.

para el establecimiento de dichas lecciones, recomendándolas por los medios que estaban en manos de la autoridad. Los parrocos han correspondido á las espresadas escitaciones: y también los maestros de niños con muy cortas escepciones se han prestado á dar la enseñanza,( ... )» (21).

Pero aquellas iniciativas, tenían un carácter exce­sivamente limitado ya que «( ... ), desde luego se comprendió que en muchos (sitios) ( ... ) no sería posible la concurrencia á las lecciones y por eso la escitación fue dirigida principalmente á los que tenían su población algún tanto agregada» (22). Y limitada, en efecto, tuvo que ser aquella experien­cia; o no alcanzaron la continuidad apetecida o no llegaron sino a muy contadas localidades, al me­nos, hasta el punto de que una década más tarde, se dudase de su existencia (23).

Sin embargo, con la llegada del Sexenio, el pa­norama, aunque iba a moverse siempre en los límites de la insuficiencia, iba a mejorar conside­rablemente. Al compás de los decretos de Ruiz Zorrilla, quedaba establecida la libertad de ense­ñanza, y se acometía un intento serio de seculari­zación de la misma, emancipándola de las direc­trices eclesiásticas que habían mostrado su reite-

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rada ineficacia, al par que una redundante insis­tencia en contenidos profundamente reacciona­rios. Quede para otro momento la precisión de los cambios que sobrevienen en Asturias en cuanto a la eficaz mejora de la organización de la ense­ñanza; lo que sí procede ahora es destacar que la enseñanza de adultos cobra un nuevo impulso en esta época:

«( ... ) en el año de 1870 la Junta provincial distribuyó premios y concedió remuneración a los maestros de las escuelas de noche, con cuyo estímulo en la temporada siguiente ya se establecieron 33 escuelas de adultos, en las cuales recibieron instrucción 1.737 alumnos; eso sin contar otras que por no haber reunido veinte alumnos que era el número menor pre­fijado para tener opción a la recompensa ofre­cida por la Junta, los maestros nada recibie­ron» (24).

Y al compás de aquellas medidas, el número de locales de escuelas de adultos, y de alumnos ma­triculados en las mismas inició, prácticamente desde la nada, un discreto despegue; en el curso 1871-72 funcionaban 35 de estos centros con 1869 alutjmos, y en el de 1872-73, 58 escuelas, esta vez, con una asistencia de 2.851 alumnos (25).

No hubo tiempo para más; era aquella una época de creciente conflictividad política para el país; en febrero de 1873 abdicaba Amadeo de Sa­boya; y con el inicio de la I República, las posibles dificultades de la enseñanza pasaban, evidente­mente, a segundo plano. En Asturias, entre tanto, los maestros, en el curso 1873-7 4, no cobraban las retribuciones normalmente, afectando este hecho, por consiguiente, a la continuidad de las experien­cias (casi recién nacidas) de enseñanza de adultos; esa y no otra era la causa de que El Asturiano se lamentase de la nueva situación.

«Nos duele como en otro artículo manifesta­mos el que las escuelas nocturnas de adultos que con tan buenos resultados funcionaron durante los dos últimos años bajo la protec­ción de la Junta provincial, desaparezcan cuando con mayor entusiasmo empezaban a propugnarse en casi todos los concejos y en nuestro deseo de evitar este retroceso, vamos a investigar si hay algún medio de conservar estos utilísimos establecimientos».

Pero no lo hubo; los datos de escuelas de adultos de El Asturiano para el año 1873 señalan un des­censo muy apreciable con respecto a años anterio­res; en efecto, para ese curso las aulas de adultos se habían reducido a 14 y el número de alumnos a 564, 443 varones y 291 hembras; principio del fin de una experiencia que agotaba sus bríos con la caída de la República, en los inicios de 1874.

Sin embargo, aquella particular dirección que se había imprimido a la enseñanza durante el Sexenio había sido capaz de alarmar suficientemente a la Iglesia, alarma que, en Asturias, había sido parti­cularmente apreciable. Llovía sobre mojado; aún

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Escuela de Artes y Oficios de Avilés.

no se habían apagado los ecos levantados con el proceso desamortizador y, a mediados de la dé­cada de los años 60, y al compás de la marcha ascendente de la unidad italiana, la Iglesia había radicalizado, aún más si cabía, sus posiciones anti­liberales. En efecto, el 8 de diciembre de 1864 Pío IX, en su encíclica Quanta Cura, anatemizaba el mundo moderno, al tiempo que la publicación en el mismo año, del Syllabus Errorum, colección de 80 proposiciones consideradas erróneas por la iglesia, suponía la condena de todas las teorías liberales del estado. En esta tesitura no es de extrañar que la llegada del Sexenio, y la propuesta de una enseñanza laica, crispase especialmente a los círculos eclesiásticos que, no sin lucidez y coherencia, mostraban en las cuestiones vincula­das a la enseñanza uno de sus puntos más sensi­bles. Y es que, curiosamente, el Sexenio coinci­dirá con una etapa particularmente activa en lo que respecta a la atención prestada por la Iglesia a las tareas de la enseñanza religiosa.

Efectivamente, es ahora, a raíz de la llegada a la diócesis ovetense del obispo Benito Sanz y Forés, en la navidad de 1868, cuando se puede datar una época especialmente eficaz en cuanto a la organi­zación de la enseñanza del catecismo. Fruto de este interés será la publicación por este prelado en el Boletín del Obispado de Oviedo, en 1869, de su

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«Carta Pastoral», sobre la enseñanza de la doc­trina cristiana, y fobre todo, y en el mismo año, del Reglamento de ·za Santa Obra del Catecismo(26). Las clases no estaban exentas de atractivos pedagógicos; las sesiones tenían su propio y so­lemne ceremonial, ejemplo de lo cual podía ser la Fiesta de la Primera Comunión, la Renovación de las Promesas del Bautismo o, años más tarde, el Día de la Pía Unión contra la blasfemia; el apren­dizaje de los textos del catecismo y, principal­mente, del Astete -texto, como es sabido, de fines del siglo XVI o principios del XVII- estaba ado­bada de prácticas competitivas que culminaban en el bombardeo, campeonato demostrativo del do­minio de este texto, así como por las llamadas amenidades, última parte de cada sesión de cate­quesis, en la que se procedía a rifas, entrega de regalos a partir de puntos ( otorgados gracias a la favorable conducta, atención o asistencia obser­vada en las sucesivas jornadas) juegos infantiles, audiciones de canciones interpretadas por el coro o, en los días solemnes y en la capital, la orquesta: eran muy corrientes, por otra parte, el recitado de composiciones sacras, diálogos, o narraciones en bable (27) ingredientes que contribuían a hacer más llevadera la enseñanza del Astete que, parece ser, fatigaba con su monotonía a los alumnos. Las sesiones de catecismo, por tanto, a partir de

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El maestro de escuela rural. Grabado de 1879 publicado en «La Ilustración gallega y asturiana».

Oviedo (1869), y de Gijón y Avilés (1870) se ex­tendían por multitud de villas y ciudades y alcan­zaban, por fin, a las aldeas y parroquias más hu­mildes de Asturias.

Pues bien, en este ambiente, aparecían inscritos los primeros síntomas de la preocupación de la iglesia por la educación de adultos y, efectiva­mente, el año de 1869 asiste a la creación de las Escuelas Dominicales en Oviedo, fundación que se acompaña, al año siguiente, con la de otro centro de idénticas características en Gijón. Aque­llas escuelas organizaban cursos en los únicos días de asueto para los trabajadores, los domingos; pero el panorama de estudios desarrollado era, a decir verdad, muy poco intenso, incluyendo, so­bre todo, el estudio de la doctrina cristiana, no­ciones de lectura, necesaria, por otra parte, para un estudio que rebasase, por mínimamente que fuese, el nivel memorístico del aprendizaje tradi­cional del Astete y, si acaso, aritmética y gramá­tica. La iniciativa estaba apadrinada, por su­puesto, por el obispo, pero también por «damas caritativas» que sostenían con sus donativos la obra de las distintas Escuelas Dominicales. Signi­ficativamente, la presidencia de la Junta de Go­bierno de la Real Asociación de las Escuelas Do­minicales de Asturias, recaía en doña Amalia Lombán y V ereterra, marquesa de Gastañaga y Deleitosa, índice expresivo de la continuada co­munidad de intereses entre la iglesia y. determina­dos sectores de la nobleza. Con estos apoyos, las

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Escuelas Dominicales, en el año 72, ya son 5 (Oviedo, Avilés, Gijón, Quirós y Lastres) impar­tiendo sus enseñanzas a la discreta cifra de unos 544 alumnos ... (28).

Por último, la época de la Restauración, en cuyo contexto se inscribían las experiencias de la Extensión Universitaria y de las Universidades Populares en Asturias, no era tampoco ajena a las experiencias de educación de adultos. La obra de García Arenal Datos para el Estudio de la Cues­tión Social, del año 1885, informa, por esta época, de la asistencia de obreros a distintos tipos de escuelas de adultos:

«Los obreros no pueden asistir más que á las clases que se dan por la noche en una de las escuelas públicas, en la llamada de Artes y Oficios y á la de Dibujo, todas estas sosteni­das por el Municipio. La concurrencia á la escuela de adultos y á la clase de dibujo es numerosa. Las otras asignaturas de la Escuela de Artes y Oficios, son aritmética, álgebra y geometría elementales, física y química y no­ciones de mecánica (29).

El informe de García Arenal precisaba, además, que las clases que más aceptación tenían entre la clase obrera gijonesa eran las de primeras letras ( correspondientes a las enseñanzas impartidas por las aulas de adultos de primera enseñanza oficial, y cuyo nacimiento a partir de la Ley Moyano en Asturias, ya se ha mencionado en este trabajo) y las de dibujo lineal; siendo las de aritmética, álge­bra, geometría, física o química de una asistencia poco crecida. Las posibles razones de tal discri­minación en cuanto a preferencias entre la clase obrera radicaban, para Arenal, en que estas mate­rias ...

«( ... ) sobre no ser para ellos de tanta utilidad revisten en su enseñanza un carácter dema­siado teórico ( ... ) ( ... ) ni aún la física, la quí­mica y la mecánica, tienen el carácter indus­trial que era preciso para que fuesen de ver­dadera utilidad para los obreros» (30).

Por tanto, el criterio definitorio del éxito entre la población trabajadora de tales enseñanzas, parecía ser el de la aplicación a la vida profesional, al trabajo diario de los obreros que, a aquella altura del siglo XIX y dada la elevada duración media de las jornadas de trabajo, significaba decir la aplica­ción y utilidad para buena parte de su vida coti­diana. Pero la existencia de tal tipo de enseñanzas en nuestra región evidenciaba, además, otras co­sas; si de una parte significaba para la clase obrera

· la posibilidad de «promoción» en la empresa apartir de su cualificación técnica o acaso para elartesano o pequeño empresario la posibilidad deabrir nuevas perspectivas a su ocupación econó­mica cotidiana, de otra era exponente de la nece­sidad de la empresa privada de una mano de obraespecializada, con la que cubrir las actividades deuna industrialización creciente en la región astu­riana. De este modo, en la Escuela de Artes y

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Según la «Contestación que da don Pedro Duro, administrador de la Sociedad Metalúrgica y Compañía, a la Comisión de in­formación parlamentaria acerca del estado de las clases obreras» (1871), la fábrica, entre otras obras sociales, dis­pon(a en esta fecha de Escuelas de adultos.

Oficios de Gijón, existían talleres de carpintería ( con secciones de talla y tornería), labrado en piedra, albañilería ( con una sección de marmole­ría), herrería ( con secciones de cerrajería y pica­dos de limas), etc., y las escuelas de Avilés y Oviedo, no dejaban de tener similares característi­cas; la primera, fundada en 1879, tomaba nuevo impulso con la dotación de un edificio propio en 1981, y la de Oviedo, aparecida en 1878 mantenía además, a partir de 1880, una escuela primaria con una sección para adultos (31). Tal panorama po­dría completarse con la mención a algún que otro centro más, como la escuela para la formación de Capataces de Minas de Mieres, fundada hacia 1854, y cuyos alumnos, habrían de ser obreros de minas, albañilería o fragua, de edad comprendida entre los 20 y 36 años, de buena conducta y sin defectos físicos (3 2).

Todo ello quería decir, ni más ni menos, que la educación de adultos, antes de 1900 era, en nues­tra región, una realidad raquítica, y sus enseñan­zas no alcanzan sino a una pequeña parte de la población urbana de las ciudades más importantes de Asturias. Sin embargo, la situación de atonía quedaba circunstancialmente contrapesada por la actividad de los ateneos obreros y populares que, a partir de la creación del de Gijón, en 1881, se desarrollarán por todo el territorio asturiano. Las actividades de estos centros nos son muy poco conocidas; ello no obstante, es posible deducir algunas de las características ideológicas de tales asociaciones.

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A finales del siglo XIX la organización obrera aún no ha alcanzado sino un estado embrionario. El partido socialista, a nivel regional, no pa­saba sino de una escasísima cuantía de efectivos, hecho completamente lógico si se tiene en cuenta que su introducción en Asturias no se puede llevar más atrás de la última década del siglo pasado (33). Era cierto, por otra parte, que en Gijón exis­tía un movimiento societario que atravesaba una etapa de indudable auge en torno a 1898-1901, y de una orientación mayoritariamente anarquista, orientación que se consolidaría a partir de los ini­cios del siglo XX (34). Pero incluso en una zona como Gijón, cuya evolución posterior la llevaría a convertirse en un islote anarquista en una zona mayoritariamente socialista, la mayor actividad en cuanto a lo que se refiere a la educación de adul­tos, se registraba en una institución como el Ate­neo Casino Obrero de Gijón, cuyas orientaciones ideológicas caían dentro de la órbita del republi­canismo. Y esa había de ser, en no pequeña me­dida, la dirección de no pocos de los centros obre­ros que se citan como sedes de la Extensión U ni­versitaria en torno a los inicios de siglo, centros entre los que son particularmente abundantes los Casinos, Tertulias, Centros, Círculos y Ateneos federales o republicanos, incluida la organización que, sin duda, más activa se mostró en estas dos últimas décadas del siglo XIX en Asturias en lo que a la educación de adultos se refiere: El Ate­neo Casino Obrero de Gijón.

Pero sucedía que aquel interés por la cultura

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Fachada del Ateneo-Casino obrero de Gijón.

popular de este tipo de asociaciones distaba bas­tante de la asepsia ideológica. Exposición meri­diana, en este sentido, puede ser la información hecha sobre la Cuestión Social, por Fernando García Arenal, en un centro como el Ateneo Obrero de Gijón, cuyo presidente de su Comisión Fundadora, había sido Eladio Carreña, antiguo alcalde republicano de Gijón y cuyos socios- había que pensar que estaban mayoritariamente embe­bidos de ideología republicana, como se deduce del dato de que, a la altura de 1885, la lectura de periódicos en tal centro revelaba «una marcada tendencia a leer sólo los republicanos y más espe­cialmente los federales» (35). Véase si no como botón de muestra este párrafo del trabajo citado de Arenal:

«Ni los patronos, ni las compañías han hecho nada que tienda a facilitar la instrucción de los obreros,( ... ) porque los unos diciéndolo y otros sin expresarlo, creen que el mejor modo de manejar la masa, es que permanezca en la ignorancia en la que está, sin tener en cuenta que el aislamiento de la corriente general de las ideas de su siglo no es tal que no lleguen hasta el obrero menos instruido, los ecos de los anarquistas y comunistas, y que las más exageradas utopías les parecen hacederas y aceptables; primero porque todo cambio radi­cal halaga sobremanera al que se encuentra muy mal, y segundo porque no saben apreciar las consecuencias del trastorno que produciría en la sociedad la tentativa de aplicar y llevar á

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la práctica organizaciones y sistemas que es­tán en abierta oposición con leyes naturales económicas y sociales. Y una vez llegadas las cosas á este punto, el único camino seguro para conjurar el peligro, es enseñar y decir la verdad, sin pretender que las hay peligrosas» (36).

Y si esto era así a mediados de la década de los 80, recién inaugurado el siglo no parecía que las posiciones republicanas se hubiesen movido un ápice: las opiniones de Alvaro de Albornoz, aún antes de haber ingresado en el Partido Republi­cano Radical (creado en 1909) pero, a juzgar por lo que escribe a la altura de 1900, definitivamente alejado, ya por entonces, del partido socialista, pueden ser ilustrativas de tal continuidad de pare­ceres. En su «folleto para obreros», leído en las fiestas de San Mateo de 1900 y titulado La Ins­trucción, el Ahorro y la Moralidad con respecto a las clases trabajadoras Alvaro de Albornoz pro­pugnaba una especie de pedagogía para los traba­jadores por encima del bien y del mal, equidis­tante de las extremosidades tendenciosas:

«La instrucción ha de ser libre, pero libre de veras, sin prejuicios de escuela, ni exagera­ciones de secta; libre con la libertad augusta de la ciencia que está por encima de todos los credos, de todas las comuniones, de todas las religiones positivas» (37).

Claro que tal ast!psia se habría de matizar, aleján­dola de posibles desviaciones peligrosas ...

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«Propaganda en la mina», de Evaristo Valle.

«Peligros no menores ofrece el librepensa­miento callejero. Da pena ver a las masas alrededor de la tribuna improvisada en que perora un charlatán de plazuela. También hay sacamuelas de la libertad, dulcamaras de la revolución que anuncian a toda orquesta el específico. Hay una suerte de positivismo práctico, de materialismo terre á terre, cien veces más antipático y funesto que el fana­tismo religioso (38).

Llevaba su parte de razón don Alvaro; «En este sentido, la sociedad se halla también interesada en que las clases obreras sean instruidas( ... )» (39) no fuera que les pasase lo que. a aquel «pobre mi­nero» a quien, y según el relato de Albornoz, «le envenenan la sangre con alcohol, y ( ... ) le trans­tornan la cabeza con locas ideas de redención social( ... )» en la taberna de EL Chinto (40).

Sin embargo, no se podía menospreciar en abso­luto la labor desarrollada por estos centros y, en especial, la que encabezó el Ateneo Casino Obrero de Gijón, la más prestigiosa sin duda y, en realidad, la única en toda la región asturiana que en este último cuarto de siglo alcanza unos grados de actividad apreciables en cuanto a educación de adultos. Efectivamente, tres años después de la creación del Ateneo las enseñanzas se extendían a 13 asignaturas diferentes, la mayoría de ellas de nociones elementales de lectura, escritura, así como enseñanzas técnicas ( corte de piedras y ma­deras, etc.), sin faltar materias como higiene, mú­sica o historia. Era el principio de una actividad

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modélica que se iba a extender más y más, como es sabido, con el transcurso del siglo venidero ...

Así pues, cuando en el transcurso de los prime­ros años del siglo XX se desarrollan las activida­des de la Extensión Universitaria y de las Univer­sidades Populares, la educación de adultos no era una actividad desconocida en la región asturiana; por ahí no podía venir una de sus notas de origina­lidad; tal vez, mucho más original que aquello fuese el hecho de que parecía que el reproche que García Arenal, a la altura de 1885, les hacía a amplias capas de la patronal de desinterés, cuando no de franca hostilidad, hacia la educación de la clase trabajadora se hubiese superado. Porque efectivamente, si hablar de Builla o Sela era ha­blar de alguna de las personalidades más relevan­tes de la Extensión Universitaria, también era dar a la publicidad alguno de los apellidos más cono­cidos en los ambientes burgueses de la capital del Principado. Fuera de estos casos, es cierto que, al principio de las actividades de la Extensión, al terminar el curso 1900-1901 Sela, secretario de la misma, se quejaba de la escasa participación del empresario en tales actividades (41), pero a partir del curso 1903-4 la experiencia de los profesores de Oviedo se vería favorecida con las aportacio­nes económicas de algunos capitalistas asturianos; así desde esta fecha se registraron donativos de apellidos tan representativos como Masaveu, Cai­coya, Alvaré, Herrero, Tartiere, del Marqués de la Vega de Anzo, así como del Banco Asturiano ... ( 42). Y, sin embargo, tampoco eran éstos los pri-

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meros síntomas de la preocupación de la alta bur­guesía regional por el tema.

No puede por menos de recordarse la serie de medidas que proporcionaban un marco legal a las actividades pedagógicas desarrolladas en España a partir de la implantación del liberalismo; acerca de su orientación ideológica no cabe la menor duda, a la vista de los textos mencionados más arriba. Pero no está de más recalcar que tal rentabiliza­ción de la enseñanza no era más que una lógica e interesada instrumentalización de la escuela en fa­vor de capas de la alta burguesía y de la vieja aristocracia terrateniente, favorecidas por un Es­tado que era su propia expresión de clase. Sin embargo tales intereses de la burguesía adoptaron, en ocasiones, formulaciones menos abstractas. Algunos patronos de catolicismo bien precisado trataron de llevar a la práctica sus convicciones éticas en la fábrica; y el Marqués de Comillas, en una de sus empresas asturianas, Hullera Espa­ñola, inauguró a fines del siglo pasado, entre otros servicios, dos escuelas de adultos, regentadas por religiosas dominicas, y a las que podían acudir gratuitamente y, e.orno es natural, fuera del hora­rio de trabajo, los obreros (43).

Confesionales eran también, por cierto, los Cír­culos Católicos de Obreros que aparecen en algu­nas ciudades asturianas, entre ellos, el de Oviedo, que inaugura sus tareas en 1886 (44), y el de Gi­jón, creado en 1888 (45); tales círculos gozaban en su haber de ciertos atractivos, teatro, café y, cómo no, las consabidas clases nocturnas de adul­tos; la Memoria del Círculo Católico de Obreros de Oviedo era clara en cuanto a la planificación de sus necesidades.

«La necesidad primera y más urgente que sin­tió este Círculo Católico para desarrollar su plan y vida y entiendo que es necesidad común a todas las Asociaciones de esta índole, fue la necesidad de poseer locales su­ficientes y adecuados para sus clases noctur­nas primeramente, y después para el recreo conveniente del obrero» ( 46).

Pero, bien mirado, tales necesidades iban más allá de los intereses puramente pastorales, como se especificaba cuando se justificaba la presencia en el centro de un local como el Café:

«( ... ) que no consiste en usar de esta bebida y de otras semejantes con la moderación y so­briedad reglamentaria, ni en pasar entreteni­dos algún rato en juegos lícitos y honestos, sino en que todo esto sirva de estímulo y anzuelo para atraerles y una vez aquí, poder aleccionarles con alguna variada conferencia ( ... ) que les vuelva deferentes, dóciles, ama­bles, y juiciosos» (47).

Y, desde este punto de vista, se comprende que las actividades de tales «círculos» no les fuesen del todo antipáticas a determinados sectores de la burguesía regional. En efecto, entre los socios protectores figuraban multitud de damas caritati-

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vas, pero no unas señoras cualesquiera; la lista de los apellidos presentes en aquella relación de «protectores» es lo suficientemente reveladora como para obviar cualquier otro tipo de comenta­rios: Díaz Caneja, Caicoya, Herrero, Secades, Aramburu, González del Valle, Masaveu, Alas Pumariño, Godino y Buylla e, incluso, Poli­carpo Herrero, quien sufraga las clases en el cír­culo y paga el alquiler del edificio, en aquel curso de 1894-95.

Con la aparición de la Extensión Universitaria y las Universidades Populares en Asturias, en rigor, no parecía por tanto que surgiese nada descono­cido para la región antes de aquellas fechas; es más, la propia cualificación ideológica de la Ex­tensión Universitaria recordaba similares tentati­vas anteriores: léase sino atentamente el conocido texto de Aniceto Sela, a la altura de 1901:

«Cuando estalla una huelga, causando perjui­cios enormes a obreros y patronos; cuando la ignorancia y las malas pasiones, no conteni­das por el freno de la educación... es muy común que las gentes se lleven, horrorizadas, las manos a la cabeza, exclamando ¡Qué país! j Qué obreros! ( ... ) ¿Cuántos millones habéis gastado en la empresa redentora de la educa­ción, para evitaros las pérdidas de muchos más, fundidos en la hoguera de las luchas sociales?» (48).

No; aquello no era ninguna novedad a poco que se conociese el trasfondo ideológico de las experien­cias de enseñanza de adultos anteriores.

Y para colmo, la creación de las Universidades Populares asturianas, a partir de los inicios del siglo XX (Oviedo en 1901, Gijón en 1902, Mieres en 1907), tampoco hizo honor a lo que cabría esperar de su nombre. Si para un contemporáneo medianamente ilustrado el término de Universidad Popular podía sonarle al modelo de la «Coopera­tive des idees» establecida, de hecho como alter­nativa a la Extensión Universitaria burguesa por un obrero francés, George Deberme, en 1898, y destinada a la «educación sindical» con vistas a la consecución de una «élite proletaria» ( 49), aquella tentativa había fructificado en Asturias sin ningún amago de tintes obreristas. Los hombres de la Extensión no veían con excesiva simpatía aquellas «capillas laicas del proletariado», como se las de­nominó en los Anales de la Universidad de Oviedo, y en una acción lógicamente derivada de sus posiciones de clase, crearon una Universidad Popular cuya única diferencia con la Extensión Universitaria consistía en la mayor sistematiza­ción y especialización de los cursos, que abando­naba el planteamiento disperso y esporádico de las «conferencias» sobre temas dispares, privativo de la Extensión, aspectos éstos abonados por las mismas fuentes de la época:

«El triple propósito que la Universidad Popu­lar persigue de difundir la instrucción, de ejercer una acción educativa sobre aquellos

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Patio de la Universidad. Oviedo.

que responden a su llamamiento y de provo­car corrientes de simpatía social, suavizando las rivalidades de clases, mediante el estable­cimiento de contactos numerosos y repetidos entre los diferentes elementos de la sociedad, se consigue sin duda mejor con el curso de enseñanzas regulares de la Universidad Popu­lar» (50).

Y si ni en el hecho de plantear la necesidad de una educación de adultos, ni en el de haber reca­bado el apoyo de distintas capas burguesas, ni siquiera en el planteamiento ideológico de los con­tenidos pedagógicos de aquellas Universidades Populares se situaba la originalidad de aquella ex­periencia, hora va siendo de responder al enigma que planteaba el enunciado del artículo, es decir, preguntarse acerca de las notas distintivas, de lo característico de la Extensión Universitaria y de las Universidades Populares al alimón, puesto que de la misma cosa se trataban ...

Efectivamente, la originalidad de aquellas expe­riencias radicaba, sin duda, en el hecho de que, por primera vez, la Universidad o, más en con­creto, un sector importante de su profesorado, trataba de descender y tomar contacto con la rea­lidad cotidiana, con la vida diaria de las capas populares. En que, sin ser desconocida la educa-

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ción de adultos en la región, por primera vez al­canzaba una extensión e intensidad sin preceden­tes. Y, tal vez, y sobre todo, en que la participa­ción de distintas capas de la burguesía en un pro­yecto amplio de educación de adultos que, no se olvide, le era rentable ideológicamente, adoptaba, asimismo, una profundidad desconocida hasta el momento.

De este modo, se manifestaban los primeros síntomas de las actitudes de una burguesía regio­nal progresista, capaz de formular, años más tarde, una alternativa política (a través del Partido Reformista) al cada día más precario y más crítico sistema de alternancia de partidos de la Restauración. Una alternativa que, al fin ey a la postre se mostraría inviable; pero esa ... esa es otra historia.

NOTAS

(1) Vid. Manuel de Puelles Benítez, Educación e ideologíaen la España contemporánea, Barcelona, 1980; en particular, el capítulo primero, que analiza las concepciones educativas de los ilustrados españoles.

(2) Recuérdese, por ejemplo, su Memoria sobre Educacióno Tratado teórico de Enseñanza, las Bases para la formaciónde un plan general de Instrucción pública, el Reglamento parael Colegio de Calatrava o el mismo Informe sobre la LeyAgraria.

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(3) Carnpornanes, Discurso sobre la educación popular delos artesanos y su fomento; en Madrid, en la imprenta de don Antonio de Sancha. Año de MDCCLXXV, p. 21.

(4) /bid., p. 3.(5) Ibid., ibid.(6) /bid., p. 148.(7) Citado por Alvaro de Albornoz. Vid. La instrucción, el

ahorro y la moralidad con respecto a las clases trabajadoras («folleto para obreros»), Luarca, 1900, p. 32.

(8) Vid. el título IX «De la Instrucción Pública» de laConstitución de Cádiz, particularmente, el artículo 368 donde, además, se establece la necesidad de «explicarse la Constitu­ción política de la Monarquía en todas las universidades y establecimientos literarios, donde se enseñen las ciencias ecle­siásticas y políticas». En Diego Sevilla Andrés, Constituciones o otras leyes y proyectos políticos de España, vol. I, pp.213-14.

(9) Angel Mato Díaz, «Analfabetismo» en la Gran Enciclo­pedia Asturiana, vol. 15, p. 61.

(10) El Asturiano. Periódico de primera enseñanza, N.º 5, Oviedo, 23 de septiembre de 1871.

(11) Memoria acerca del estado de la enseñanza en laUniversidad de Oviedo y en los establecimientos del distrito de la misma en el curso de 1860 a 1861, pp. 110-111.

(12) El Asturiano, N.0 25, Oviedo, 6 de julio de 1872.( 13) lbid., ibid.(14) Memoria acerca del estado de la enseñanza en la

Universidad de Oviedo y en los establecimientos del distrito de la misma en los cursos de 1858 a 1859 y 1859 a 1860 y anuario de 1860 a 1861 precedido de una reseña histórica, Oviedo, 1861, p. 142.

(15) El Asturiano, N.0 3, Oviedo, 2 de septiembre de 1871.El mismo periódico daba cuenta, en 1871, de las posibles causas de aquel atraso: «su aislamiento, su organización muni­cipal y Jo diseminado de su vecindario han sido obstáculos que constantemente se han opuesto al desenvolvimiento de la en­señanza popular en esta dilatada comarca. ( ... ) y los encarga­dos de dirigirlas atenidos por toda remuneración a un sueldo que en el mayor número de casos no excede de 250 a 275 pesetas; siendo por demás decir el atraso con que en general se satisfacen sueldos tan mezquinos. Apenas alguno que otro maestro cobra retribuciones». El Asturiano, N.0 1, Oviedo, 9 de agosto de 1871.

(16) «El artículo 106 de la misma ley de 7 de septiembre de1857 ordenó el establecimiento de Escuelas de Adultos, que se reprodujeron en diferentes puntos de la provincia». Ferrnín Canella, Historia de la Universidad de Oviedo, Oviedo, 1903, p. 267.

(17) Memoria acerca del estado de la Enseñanza en laUniversidad de Oviedo y en los establecimientos del distrito de la misma en el curso de 1860 a 1861, Oviedo, 1862, p. 124.

(18) Ibid., p. 125.(19) Vid. Angel Mato Díaz, opus cit. En el artículo, no

obstante, no existe mención explícita a la fuente de donde se extrajo tal información.

(20) Memoria acerca del estado de la Enseñanza ... curso1860-61, p. 124.

(21) /bid., pp. 124-125.(22) lbid., ibid.(23) El Asturiano, N.0 76, de 30 de agosto de 1873, decía,

en efecto, frases corno la siguiente: «si alguna que otra escuela de esta clase funcionaba antes de 1870 a 1871, era a expensas de los alumnos o acaso gratuita, costeando aquellos el alum­brado».

(24) El Asturiano, N.0 76, Oviedo, 30 de agosto de 1873.(25) /bid., ibid.(26) El Reglamento constaba de los siguientes epígrafes:

!.-Objeto y organización; Il.-Clases de socios; Ill.-Clases de catecismo; IV .-Organización de los catecismos; V .-Duración y orden de los catecismos; Vl.-Medios para conseguir la asis­tencia; VIL-Medios para conseguir el orden y compostura; Vlll.-Medios para asegurar el fruto; IX.-Alicientes, y X.-Re­cursos. Vid. Francisco Escobar García, «Una catequética pi­loto», BIDEA, N.0 86, Oviedo, 1975, pp. 581-591.

(27) Véase corno botón de muestra Les oveyines de ManuelFernández de Castro.

Señora, aquí i traigo Estes oveyines

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De les más herrnoses De les más lucíes Corno n'el rebañu De tóes se críen, Unes son perblanques Otres con rnanchines.

parece ser, además, que otros afamados bablistas colaboraron en estas sesiones con sus composiciones, corno fue el caso de Teodoro Cuesta, Juan M.ª Acebal, Félix Aramburu, etc. Vid. Francisco Escobar García, opus cit.

(28) Véase sobre este particular, los distintos números dela Memoria de la Real Asociación de Escuelas Dominicales establecida en la ciudad de Oviedo, en especial, la leída el día 14 de enero de 1872.

(29) Femando García Arenal, Datos para el estudio de laCuestión Social, Gijón, 1885, reedición de 1980 a cargo de Silverio Cañada ed., p. 56.

(30) Ibid., p. 57.(31) Ferrnín Canella, opus cit., pp. 575 y 576.(32) Según el Reglamento de la Escuela, obra de Schultz

quien, por entonces, era inspector de minas. Vid. «Escuela de Ingenieria Técnica Minera de Mieres». Gran Enciclopedia As­turiana, vol. 6, p. 135.

(33) Vid. David Ruiz González, El movimiento obrero enAsturias, Oviedo, 1968, pp. 92-93.

(34) Vid. Maria de los Angeles Barrio Alonso, Industriali­zación y Movimiento Obrero en Gijón. El arraigo del anar­quismo (1850-1910). Memoria de licenciatura. Oviedo, 1979, ejemplar mecanografiado, Departamento de Historia Contem­poránea de la Universidad de Oviedo.

(35) Femando García Arenal, opus cit., p. 63.(36) /bid., ibid. (37) Alvaro de Albornoz, La instrucción, el ahorro y la

moralidad con respecto a las clases trabajadoras. «Folleto para obreros». Luarca, 1900, p. 31.

(38) /bid., p. 27.(39)' /bid., p. 31.(40) /bid., p. 78. El mito del minero pervertido, por media­

ción de una taberna, en la vorágine de los excesos marxistas y socializantes, gozó de cierto crédito, a juzgar por el «poema social» de Valentín de Lillo y Hevia la Ola Negra (en Oviedo. 1906). La historia que se cuenta es la de un labrador de vida cercana a la santidad, que ingresa en el trabajo de la mina y acaba por gustarle el vino y el aguardiente de la cantina; entre vaso y vaso va adquiriendo cierto dominio de las teorias del «Judío Alemán», y acaba por perderse; situación que, a su vez, hace perder la calma al poetastro:

¿Por qué el hombre, Dios mío, de los vicios en pos corre y se afana? ¿es delirio? ¿es locura? ¿es desvario? ¿es el declive de la raza humana? (p. 27).

Tal vez no sea preciso decirlo ... Pero el minero acaba muerto por la Guardia Civil en el transcurso de una manifestación, a raíz de una huelga, ante la consternación de su mujer, presa de llantos convulsivos.

(41) Vid. el discurso de Sela, en la clausura del curso1900-1901 en Extensión Universitaria. Memorias correspon­dientes a los cursos de 1898-1909.

(42) Vid. Leontina Alonso Iglesias, «La Extensión Univer­sitaria en Oviedo», BIDEA, N.0 81, Oviedo, 1974, p. 141.

(43) David Ruiz, opus cit., p. 112.(44) Círculo Católico de Obreros de Oviedo. Memoria leída

en la inauguración del nuevo edificio y apertura de las clases nocturnas por el señor Director D. Manuel Mispl Martín, Presbítero Canónigo-Magistral de la S. l. C. B. Curso de 1894 a 1895. Oviedo, 1894, p. 3.

(45) Véase a este respecto el folleto de Juan Teófilo Cata­lán, La Educación Popular en Gijón por D ... Gijón, 1907.

(46) Círculo Católico de Obreros de Oviedo. Memoria ... ,pp. 6 y 7.

(47) /bid., p. 20, subrayado en el original.(48) Aniceto Sela, Extensión Universitaria. Memorias co­

rrespondientes a los cursos de 1898 a 1909, Oviedo, 1910, p. 55.

(49) Santiago Melón Martínez, Un Capítulo en la Historiade la Universidad de Oviedo, Oviedo, 1963, p. 63.

(50) Adolfo Posada, «Enseñanza Popular», Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, 1902, pp. 8 y 9.