La Obediencia - Claret

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MEDITACIÓN XVIII De la vida oculta de Jesucristo, y de su admirable obediencia Punto 1.º Dificultades que presenta imitar la obediencia de Jesucristo El sujetarse a vivir hasta la muerte según el juicio y voluntad ajena, es una cosa que está sujeta a muchas y grandísimas dificultades: pero todas estas dificultades son efecto de la divina Providencia, y todas las encontró Jesucristo antes que tú, y por ti. Considerémoslo. La primera dificultad que trae consigo la obediencia son las cargas y oficios que nos son asignados por ella misma, según la obligación y estado en que te hallas. Nos imaginamos, tal vez, que nos ha tocado un estado, un oficio demasiado vil para nosotros; nos persuadimos que los que nos han sido preferidos tienen ciertamente menos talento que nosotros; nos lisonjeamos de tener tantas prendas que basten para desempeñar cualquier empleo. Mas ¿qué escucho, alma mía? Cómo, ¿este oficio es demasiado vil para ti? Una mirada a Jesús: ¿quién es él? Es el Rey de los reyes, el Dios de los ejércitos, el Monarca supremo del universo. ¿Qué talentos tiene? Estaba dotado de tanta sabiduría, que podía sin dificultad comunicar el conocimiento de su divinidad a todos los hombres; tanto poder, que podía llenar todo el mundo de milagros; tanta elocuencia, que podía mover todos los corazones a amarle; tanta virtud y eficacia, que podía convertir sin trabajo a todo el mundo. Sin embargo, ¿cuál es el oficio de este gran Señor? ¡Oh milagro sobre todos los milagros! Por espacio de cerca de treinta años se ocupó en un taller en la clase de oficial de un artesano, y en este vil empleo obedeció en todo a su padre putativo... Aquí, pues, a este taller vuelve tu vista, observa bien a este divino 1

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MEDITACIÓN XVIIIDe la vida oculta de Jesucristo, y de su admirable obediencia

Punto 1.º Dificultades que presenta imitar la obediencia de Jesucristo

El sujetarse a vivir hasta la muerte según el juicio y voluntad ajena, es una cosa que está sujeta a muchas y grandísimas dificultades: pero todas estas dificultades son efecto de la divina Providencia, y todas las encontró Jesucristo antes que tú, y por ti. Considerémoslo.

La primera dificultad que trae consigo la obediencia son las cargas y oficios que nos son asignados por ella misma, según la obligación y estado en que te hallas. Nos imaginamos, tal vez, que nos ha tocado un estado, un oficio demasiado vil para nosotros; nos persuadimos que los que nos han sido preferidos tienen ciertamente menos talento que nosotros; nos lisonjeamos de tener tantas prendas que basten para desempeñar cualquier empleo. Mas ¿qué escucho, alma mía? Cómo, ¿este oficio es demasiado vil para ti? Una mirada a Jesús: ¿quién es él? Es el Rey de los reyes, el Dios de los ejércitos, el Monarca supremo del universo. ¿Qué talentos tiene? Estaba dotado de tanta sabiduría, que podía sin dificultad comunicar el conocimiento de su divinidad a todos los hombres; tanto poder, que podía llenar todo el mundo de milagros; tanta elocuencia, que podía mover todos los corazones a amarle; tanta virtud y eficacia, que podía convertir sin trabajo a todo el mundo. Sin embargo, ¿cuál es el oficio de este gran Señor? ¡Oh milagro sobre todos los milagros! Por espacio de cerca de treinta años se ocupó en un taller en la clase de oficial de un artesano, y en este vil empleo obedeció en todo a su padre putativo... Aquí, pues, a este taller vuelve tu vista, observa bien a este divino operario, y después quéjate enhorabuena de tu oficio, si es que no te lo impide el rubor.

La segunda dificultad aneja a la obediencia, nace de los superiores que nos gobiernan. Es muy cierto que en el espacio de toda la vida que se ha de pasar, ya en el hogar doméstico, ya en la ocupación del oficio, ya en la sociedad, le habrán de tocar a las veces superiores cuyo gobierno haya de serle bastante gravoso: a uno le falta la discreción necesaria para conocer la índole de los súbditos, y para saberla manejar debidamente; a otro la caridad para compadecerlos y tener el debido cuidado de ellos; este no tiene bastante mansedumbre para poder con la afabilidad de sus modales ganarse el corazón de ellos, y hacerles mas suave el yugo de la obediencia; y aquel no tendrá una condescendencia que sea imparcial para con todos y con cada uno. El que quiera ejercitar la verdadera obediencia debe elevar su corazón sobre todas estas debilidades. Jesucristo se ha puesto por modelo de ella... míralo en pié allá en el

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tribunal de Pilatos. Este profiere contra él la sentencia, y lo condena a muerte: ¿qué le hubiera costado a Jesucristo librarse de ella? Hubiera podido convencer al mundo todo hasta la evidencia de la injusticia de esta sentencia; podía precipitar a Pilatos desde el tribunal al infierno; podía, como lo hizo en otras ocasiones, hacerse invisible, y así escaparse de sus manos... Mas Jesús no se vale de ninguno de estos medios. Acepta la sentencia de muerte de boca de Pilatos como de la boca de su eterno Padre; obedece prontamente, y obedece hasta la muerte, y muerte de cruz... Ahora pues, ¿quién habrá que pueda quejarse de los superiores, después que Jesucristo prestó una obediencia tan heroica a los injustísimos jueces de la tierra?

La tercera dificultad aneja a la obediencia, proviene de la naturaleza y esencia de la misma obediencia... En el hogar doméstico, y aun en la sociedad, se mandarán muchas cosas que no concuerden con nuestra opinión, y que no nos parezcan ni útiles, ni necesarias, ni discretas; se mandarán cosas a las cuales sintamos una natural aversión; se mandarán otras muchas enteramente contrarias a nuestra voluntad, y que sean difíciles por sí mismas, mayormente si se hubiesen de continuar por largo tiempo o hasta la muerte... Mas dime, alma mía, ¿cómo lo ha hecho Jesucristo antes que tú, y por tu amor? ¿Crees tú que fuese cosa fácil el pasar treinta años en un taller, y obedecer a cualquiera insinuación de un artesano? ¿Crees que no le sería muy penoso peregrinar tres anos, pasando de un lugar a otro entre continuos vituperios y otros muchos malos tratamientos y persecuciones, y buscándole continuamente para darle muerte? ¿Sería cosa agradable para Jesucristo oír la sentencia de muerte, y morir ignominiosamente en el patíbulo de la cruz? En todas estas cosas él obedeció, y obedeció sin contradicción, sin demora, sin indignación, y con una perfectísima subordinación... ¡Ah! ¿cuál es nuestra obediencia en comparación de la de Jesucristo?

Punto 2.º. Ventajas de la obediencia… Jesucristo con sus palabras y ejemplo ha querido enseñar esta

virtud de la obediencia. ¡Oh qué ventajas tan admirables tiene un alma que en todo y por todo se lleva por la obediencia! menos en lo que es contrario a la ley de Dios, que entonces es pecado, y el que manda el pecado no representa a Dios, sino a Satanás. Tú has visto, alma mía, la obediencia de Jesucristo; considera ahora las ventajas que trae consigo esta virtud.

Primera ventaja. Un alma obediente está cierta de hacer en todo momento la voluntad de Dios. Figurémonos que por especial disposición de Dios, el Ángel custodio que asiste a los demás invisiblemente te acompaña siempre visiblemente de día y de noche, y que te sugiere en

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todas las circunstancias lo que Dios quiere de ti y lo que le desagrada. ¿Puede darse felicidad mayor que esta? o alma mía, ¿tienes tú viva la fe? Pues sábete que con la obediencia ciega estás siempre y en todo momento segura de hacer la voluntad de Dios, con tanta certeza como si te lo asegurara un Ángel que en forma visible te acompañase... Estás tan seguro de hacer la divina voluntad, cuanto lo estuvo Jesucristo en Nazaret... Puedes estar tan persuadido de esto, como lo estuvieron los Apóstoles, que recibieron las órdenes de la misma boca de Jesucristo.

Segunda ventaja. Un alma obediente eleva sus obras a un valor inmenso delante de Dios. No hay cosa tan excelente en el mundo que en el valor pueda correr parejas con la obediencia: toda obra, por mínima que sea, hecha por obediencia, viene a ser grandísima delante de Dios; cuando por el contrario, las obras mas grandes hechas contra la obediencia, pierden todo su valor delante de Dios. El comer y beber moderadamente por obediencia es una obra tan preciosa a la vista de Dios, que por ella se adquiere un mérito del todo inestimable. Un ayuno a pan y agua hecho contra la voluntad de quien nos gobierna, aunque se continúe por un año entero, no merece el divino agrado, antes bien Dios le mira con menosprecio. Poca cosa es lavar un plato, barrer una pieza: grandísima el peregrinar por todo el mundo predicando el Evangelio; con todo eso, aquello hecho por obediencia lo estima Dios muchísimo, y esto otro contra la obediencia él lo cuenta por nada. La única regla para medir la excelencia de una obra es la voluntad de Dios: siempre que Dios lo quiera, aunque no sea otra cosa que entretejer un canastillo como los ermitaños antiguos, es una obra tan grande, que ningún hombre en la tierra, ni ningún, Ángel en el cielo pueden hacer una mayor. Vuelve de nuevo, alma mía, al taller de san José, mira a Jesucristo, y has de saber que el humilde oficio que ejerce es tan noble que no se puede decir mas; ¿y por qué? porque esta es la voluntad, de su eterno Padre.

Tercera ventaja. Un alma obediente obtiene infaliblemente, y en breve tiempo, la perfecta santidad, por dos razones: la primera es la misma esencia de la santidad y perfección. Porque si el ser santo no quiere decir otra cosa que cumplir la voluntad de Dios y vivir de la manera que Dios quiere, un alma obediente que no hace sino lo que quiere Dios, que ella duerma o que trabaje, que medite o que haga cualquiera otra cosa, empleando de esta suerte todos los momentos del día, y de la noche en cumplir el divino beneplácito, preciso es que llegue a una perfecta santidad, y que llegue en brevísimo tiempo. La segunda razón es el haberle ordenado así el Señor. Porque Días ama a un alma obediente, la lleva en el seno de su providencia como lleva una madre a su tierno hijo, la rige, la guía, y se toma el cuidado de todo lo que le pertenece; y así bien puede conjurarse contra ella todo el infierno y todo el mundo; pueden

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también los mismos superiores valerse de industrias para oprimirla, todos sus esfuerzos serán absolutamente en vano, porque ella goza de la protección de un Dios de sabiduría, de poder, de caridad infinita, el cual la conducirá infaliblemente en esta vida a aquel grado de santidad a que quiere que llegue, y en la otra la elevará a aquel trono de gloria que desde la eternidad la ha destinado.

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