LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

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Seminario de Inducción a la Orden del Temple y la Caballería Asamblea Templaria Iberoameticana Ordre Souverain et Militaire du Temple de Jerusalem Nivel I, Primera Parte, Unidad 6 Unidad 6: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN Caballero La palabra “Caballero”, designaba al principio, un jinete armado.

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Seminario de Inducción a la Orden del Temple y la Caballería

Asamblea Templaria Iberoameticana

Ordre Souverain et Militaire du Temple de Jerusalem

Nivel I, Primera Parte, Unidad 6

Unidad 6:

LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Caballero

La palabra “Caballero”, designaba al principio, un jinete armado.

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Pero desde el siglo XI se convirtió en un título de ciertos nobles que combatían a caballo.

El Caballero era también el superhombre de la sociedad, y su ideal imprimió carácter a

la Alta Edad Media.

A partir del siglo VIII, en que se introdujo en Europa el estribo, fue posible organizar

Ejércitos de Caballeros con pesado armamento. Ya en tiempos de Carlomagno, el noble

que se ponía al servicio del emperador con caballo, armadura, lanza y escudo se hacía

“vasallo” suyo y recibía tierras en donación.

Cada “vasallo” gobernaba despóticamente sus tierras y podía, a su vez, entregar parte

de ellas a otros “vasallos” inferiores en recompensa por sus servicios.

Con el tiempo, la propiedad de las tierras se hizo hereditaria. Así surgió el feudalismo,

típico de la Edad Media, que atomizaba los grandes reinos en muchos señoríos

independientes; tantos, a veces, que entre el señor superior y el más bajo ocupante de

la tierra había veinte categorías de vasallos. Un rey débil podía encontrarse sin poder

alguno ante sus verdaderos vasallos (arzobispos, obispos, abades, duques y condes).

En la práctica, gobernaba sólo sobre los territorios que eran de su propiedad particular.

El servicio de las armas y la fidelidad al señor por parte del vasallo noble, o sea, del

Caballero, constituía el núcleo mismo del sistema feudal. Pero el Caballero reconocía

una supremacía terrenal y otra espiritual. El valor en la batalla y la fidelidad a los ideales

cristianos eran las virtudes principales de la vida caballeresca.

En las guerras continuas entre los diversos señores feudales, el Caballero servía a su

señor terrenal. En las Cruzadas de Oriente luchaba por la gloria de su Dios.

Al hacer referencia a la Caballería resulta imprescindible considerar dos conceptos

profundamente vinculados con la noción de hidalguía, entendida esta como la calidad

de persona noble, o lo que es igual, la hidalgo de nobleza calificada, en razón al ejercicio

de la Caballería como institución cimentada en la observancia y cumplimiento de ciertos

cánones y conductas en los ámbitos personal y social del individuo que los aplica con

rigor, y a través de ellos adquiere la condición de Caballero si es del género masculino

o Dama si es del femenino. Esos dos conceptos resultan ser, sin dudas ni ambages, la

nobleza y la tradición, los cuales no están ni pueden estar desligados de ejercicio de la

Caballería, por el contrario hacen parte de su esencia y condición.

Sin embargo conviene a este mismo propósito aclarar si estos dos conceptos

corresponden, como se ha pretendido hacer ver de manera malintencionada por algunos

sectores, a mecanismos perversos de dominación, así: el primero, la nobleza, a una

referencia exclusiva y excluyente como determinación de cierta clase social privilegiada

expoliadora, y la segunda, o sea la tradición a una práctica anacrónica, o un ejercicio

desueto utilizado por la nobleza para justificar su existencia y proceder.

Para ello nada mejor que remontarnos a sus respectivas definiciones gramaticales,

luego a su reseña histórica y posteriormente a su justificación, para lo cual desde una

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perspectiva metodológica será conveniente analizarlas por separado y finalmente

determinar sus respectivas relaciones y puntos de encuentro.

NOBLEZA

Conforme a lo dictaminado por un sencillo texto definitorio como puede ser el Diccionario

(Ilustrado Sopena, p. ej.) se observa que:

“Nobleza. F. Calidad de noble.//Conjunto de los nobles de un Estado o región.”

En cuanto a dicha calidad indica ese mismo texto: “Noble. Adj. Preclaro, ilustre,

generoso// Principal en cualquier línea.// Dícese de la persona que por su

nacimiento o por gracia especial, pertenece a una clase social privilegiada.

Ú.t.c.s.//Singular, particular o aventajado en su especie.// Honroso, estimable.”

Etimológicamente la palabra noble, proviene del latían nobilis, persona que se destaca por sus virtudes.

Casi todas las sociedades del mundo hasta la Revolución Francesa, consideraron la existencia de categorías de personas que las hacían sobresalir del común de la población y ser merecedoras de reconocimientos y concesiones.

En mundos que no se conocían entre sí en la Edad Media, como los incas americanos y los reinos feudales europeos, existían personas que integraban este estamento.

Nobles

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La sociedad de los primeros estados se estableció sobre la base de diferencias jerárquicas entre sus componentes. La propia Biblia hebrea reconoció al Sumo Sacerdote como alguien diferente y que no debía emparentarse con gente de inferior condición.

Nobleza era sinónimo de privilegios y de pertenecer a un orden social diferenciado y jerárquicamente superior, independientemente de las riquezas que se tuviera.

Para pertenecer a la nobleza, debía probarse un origen real, tal como sucedía con la llamada nobleza inmemorial, derivada de los cargos nobiliarios detentados bajo el impero romano.

La nobleza de privilegio, se obtenía por concesión real, por hazañas militares o actitudes heroicas, y podía darse a la persona que se quisiera gratificar solamente o también transmitirse a sus herederos, que la adquirirían como nobleza de sangre, o sea, por descender de un antepasado glorioso.

Dentro de la nobleza también existían categorías, aunque representaban solo el 3 % de la población total.

La alta nobleza, formada por condes (gobernadores de las comarcas), duques 8herederos de los gobernadores militares) y marqueses (que gobernaban en las marcas o fronteras) fueron aquellos que durante la Edad Media, se convirtieron en vasallos directos del rey, y grandes señores feudales de los campesinos que se convirtieron en sus vasallos, mientras ellos se ocupaban de pelear en defensa de sus reinos.

En tiempos de paz, su vida rutinaria, aburrida y ociosa, se matizaba con actividades de cacería, pesca, y combates con espadas, en torneos.

La nobleza tiene una organización muy parecida a la de la primera clase no porque haya sido copiada de ésta, sino porque corresponde al modelo ideal de organización.

En lo alto del gráfico está la corona del Rey, porque es el Jefe del Estado.

De la corona del Rey se abren dos trazos: como jefe del reino, la sujeción de la nobleza a él, pues el Rey era considerado el primer hidalgo; y del pueblo, porque es, evidentemente Rey de un pueblo.

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Grados de la Nobleza

Sin embargo, los grados de nobleza no eran solamente éstos para cada país; existían otros. En Alemania no había Marqueses sino un título análogo, Margrave que es "Markgraf".

Por otro lado, había allí un título que no existía en los países latinos: Gran Duque ("Grossherzog") y Archiduque ("Erzherzog")*.

Los Reyes estaban ligados, por dependencia, al Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, el más alto dignatario de la Cristiandad, el cual a su vez, estaba sometido al Papa.

Como puede apreciarse no existe una única definición para esta aserción, lo cual no indica en manera alguna que esta tenga distintas connotaciones, por el contrario todas ellas coinciden en señalar unas determinadas condiciones de especialidad que se predican de uno o varios individuos que se destacan por poseer virtudes o cualidades o por poseer una gracia otorgada por su origen o distinción que lo colocan en una posición relevante frente a los demás.

A pesar de ello aparecen entonces dos interpretaciones que sin contradecirse toman

rumbos distintos: la primera, que apunta a otorgar dicha adjetivación a los sujetos que

reúnen en su persona unas cualidades excepcionales, la segunda, que enfoca al o los

individuos a quienes se ha conferido ese status por razones ancestrales o por un

destacado mérito.

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No obsta, se repite que ambas explicaciones puedan coincidir en un mismo ser.

Bien pudiera aseverarse para el primer caso que a esta condición fuera factible hacerse

acreedora toda persona que cumpla con los parámetros virtuosos señalados y por tanto

de libre acceso sin importar su origen o condición, en tanto que para el segundo estaría

restringido a quienes puedan ostentar el reconocimiento por parte de un monarca

soberano y por ende exclusiva de quienes por su origen o condición reconocida por ese

monarca puedan acceder a ella. Una tercera posición, no extractada del texto gramatical

corresponde a una definición, si se quiere más ecléctica, que ha sido la propugnada en

tiempos recientes por la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, la cual según palabras

del Papa Pío XII, conforme a una alocución formulada ante la Guardia Noble del

Vaticano en Navidad de 1945, indicó:

“Nobleza es una institución tradicional fundada sobre la continuidad de una

antigua educación.”

Como puede observarse, recoge esta apreciación elementos de las anteriores

definiciones y agrega unas novedosas, las que para su correcto entendimiento

desentrañaremos más adelante.

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Sin más remedio que remontarnos en el tiempo en búsqueda de los hitos históricos que

marcaron las pautas de esa condición social y personal para establecer su sentido más

asertivo es necesario proceder a efectuar una breve reseña de la misma.

La nobleza surgió en los siglos XII y XIII como el nivel más bajo de la clase militar feudal,

que componía la corte de un príncipe o un importante boyardo. Desde el siglo XIV la

propiedad de la tierra por los nobles se incrementó y tres siglos después componía la

masa de los señores feudales y constituía la mayoría de terratenientes. Pedro el Grande

finalizó el estatus de la nobleza, mientras abolía el título de boyardo.

Al referirnos a la nobleza es preciso tener presentes dos conceptos generales, que

cobran vigencia, especialmente tratándose de España, la nobleza titulada y la nobleza

no titulada.

La Nobleza titulada era la categoría más alta: incluía a quienes tenían títulos de príncipe,

Conde o Barón. Los últimos dos títulos fueron introducidos por Pedro el Grande. Un

barón o un conde podía ser propietario, como los dueños de tierras, o titular, sólo

agraciado con el título.

La Nobleza heredada era transferida por la esposa, los hijos y cualquier descendiente

legal directo por la vía masculina. En casos excepcionales, el emperador podía transferir

nobleza a través de línea indirecta o línea femenina, sobre todo para preservar la

notabilidad de un nombre familiar.

La Nobleza personal era transferible sólo a la esposa y tenía un prestigio mucho menor.

La Nobleza sin propiedad era nobleza obtenida por servicios al Estado, pero no

implicaba ser propietario de tierras.

Es decir que para ser noble no se requería tener un título, ni era indispensable usar los

títulos de Duque, Marqués, Conde, Vizconde, y Señor que configuraban la nobleza

titulada, y que significa nobleza en sentido restringido.

Así la Real Academia de la Lengua en la tercera acepción al vocablo “noble”, la define:

“Dícese en sentido restricto, de la persona que por su ilustre nacimiento, o por

gracia del Príncipe usa algún título del Reino; y por extensión a sus parientes”

Pero teniendo la nobleza el concepto de “virtud heredada”, es lógico que los

descendientes que también la heredan, sean también tenidos por nobles, de aquí, que

la nobleza sin título, no por ello deja de ser nobleza.

Junto a la nobleza de los títulos, y aun más antigua, ha existido desde tiempos

inmemoriales, la nobleza no titulada que la componía toda la gran cantidad de hidalgos

inclusive pobres, pero no por ello menos honrados y nobles que aquellos que poseían

el título.

Así pues el acceso a la nobleza en España, y desde luego en Indias, venía de tres

fuentes principales pero distintas en su origen:

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1) La nobleza de Sangre o hidalguía 2) La nobleza de Privilegio 3) La nobleza de Cargo.

La nobleza de Sangre:

Es la que se adquiere por el hecho de ser hijo de padre noble con capacidad legal de

transmitirla. Su esencia es hereditaria, y estaba definida en las siete Partidas así:

“Hidalguía es nobleza que viene a los hombres por linaje.” (Ley 3ª. Título XXI, Partida

2ª. Rey Don Alfonso X El Sabio.)

Nobleza de Privilegio:

Es la que emana de la libérrima voluntad del Soberano.

Se definía así: “Puédeles dar honra de hijosdalgos a los que no lo fuesen por linaje”.

(Ley 6ª. Título XXVII, Partida 2ª., Rey Don Alfonso El Sabio). Esta clase de nobleza

puede ser solo personal, transferible o intransferible a sus descendientes, según los

términos de la concesión. Clásico ejemplo es, el de los títulos de Castilla, que proceden

de privilegios particulares otorgados por el rey, quien puede hacerlos hereditarios o no.

Nobleza de Cargo:

Es la que produce el ejercicio inherente de ciertos cargos o empleos que tienen la

posibilidad de comunicarla a quienes los desempeñan, como resulta por ejemplo del

ejercicio de las armas, o de la judicatura y aun de la Administración Pública. Esta

nobleza es personal.

La nobleza de Cargo con el tiempo podía convertirse en nobleza de Sangre, así ocurría

cuando a la tercera generación, mediante un proceso jurídico similar a la usucapión,

quien poseía la nobleza de Cargo podía transmitirla a un sucesor, y éste al suyo, con lo

cual se daba el resultado de la adquisición de la hidalguía, que se denominaba “Nobleza

de Sangre Legal”, que es la que se adquiere, de derecho, después de haber estado tres

generaciones en posesión de la misma.

Así lo disponía la Real Pragmática de 10 de febrero de 1623 en concordancia con la Ley

(2ª. Título XXI, Partida 2ª.)

Este último tipo de nobleza era el que se consideraba y atendía para permitir el ingreso

de una persona a cada una de las Órdenes de Caballería, en las cuales además de

probar un pasado virtuoso se sometía a una regla para su observancia y cumplimiento.

Para ello, recibida la merced de otorgamiento de un Hábito, había necesidad de probar

la hidalguía en forma previa a recibir la investidura. Conforme a esto, se arrancaba

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básicamente de las Relaciones e Informaciones de Méritos y Servicios, no solo los

personales, sino de sus mayores, en donde se consignaban los hechos en que había

participado y los cargos desempeñados, resultando de esto importantes relaciones

históricas.

Estas relaciones e informaciones se probaban mediante testigos, los testimonios de

Oídas eran válidos, y además mediante documentos e instrumentos públicos del

ejercicio de los cargos desempeñados por los mayores, o sea sus ascendientes.

De lo probado, resultaban implícitas declaraciones o informaciones de hidalguía en

muchos casos, por que aparecían pruebas de cargos desempeñados por más de tres

generaciones, lo que implicaba la hidalguía de sangre.

A su turno, las informaciones y relaciones de méritos y servicios, muchas veces

constituían, además de hechos, unas intrínsecas informaciones de hidalguía, en cuanto

se formulaban preguntas que entrañaban el conocimiento de los testigos sobre la

condición del peticionario.

Se observa que la hidalguía se justificaba, como aún ahora, por el ejercicio de oficios

honoríficos, administrativos, políticos, militares, judiciales, etc.

Con el tiempo, especialmente a partir de finales de la Edad Media, al lado de la Nobleza

por excelencia, guerrera, señorial y rural, se fueron constituyendo noblezas también

auténticas, pero de un brillo menor. Ejemplos no faltan en los diversos países europeos.

Así pues, en España, la investidura de determinados cargos civiles, militares o de

cultura, e incluso el ejercicio de ciertas formas de comercio e industria particularmente

útiles para el Estado confería ipso facto la Nobleza a título personal y vitalicio, o bien a

título también hereditario.

Intelectual

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En Portugal, la condición de intelectual abría las puertas para la categoría de noble.

Lo era a título personal y vitalicio, aunque no hereditario, todo aquel que se licenciaba

en Teología, Filosofía, Derecho, Medicina o Matemáticas en la famosa Universidad de

Coimbra; pero si, de padre a hijo, tres generaciones se diplomaban en Coimbra en estas

materias, pasaban a ser nobles por vía hereditaria todos sus descendientes aunque

éstos, por su parte, no cursasen estudios en la referida Universidad.

Los intelectuales medievales buscaban entender los principios geométricos y armónicos

con los que Dios habría creado el Universo.

El compás en esta ilustración de un manuscrito del siglo XIII es un símbolo del acto de

creación de Dios.

En Francia, además de la nobleza togada – noblesse de robe - , que se reclutaba entre

la magistratura, era de destacar la pequeña nobleza de campanario o, más

correctamente, noblesse de cloche, esto es, de campana.

Este nombre se refiere a la utilizada por el municipio para convocar a los vecinos. La

noblesse de cloche estaba habitualmente formada por familias de burgueses que se

habían destacado al servicio del bien común en las colectividades humanas de tamaño

menor. Similar tratamiento se dispensaba en otros países tales como Inglaterra,

Alemania, Italia, Rusia, Países Bajos, Noruega, Suecia, Escandinavia, etc.

Estos ennoblecimientos no se daban, por cierto, sin suscitar problemas dignos de

atención, que se dejan ver con especial claridad en determinadas situaciones.

Por ejemplo, el Rey de España Carlos III (1759 – 1788), considerando el brote industrial

que comenzaba a despertar en otras naciones del continente europeo y el nocivo

descompás en que se encontraba España en este campo, decidió, mediante la Real

Cédula de 18 de Marzo de 1783, estimular fuertemente la aparición de industrias en su

reino.

Para ello adoptó, entre otras medidas, la de elevar como que automáticamente a la

condición de nobles a aquellos de sus súbditos que, con provecho para el bien común,

invirtiesen con éxito capitales y esfuerzos en fundar industrias nuevas o desarrollar las

ya existentes.

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Carlos III, Rey de España

La resolución del monarca atrajo al campo industrial a numerosos candidatos a la

nobleza. Ahora bien, la autenticidad de la condición de noble no consiste únicamente en

el uso de un título conferido por Decreto Real, sino también y especialmente en la

posesión de lo que se podría llamar perfil moral característico de la clase aristocrática.

Sin embargo, es comprensible que ciertos nuevos ricos ascendidos por la Real Cédula

a nuevos nobles, tuviesen especial dificultad en adquirirlo pues, como se sabe, dicho

perfil sólo se obtiene por medio de una larga formación cultural adquirida especialmente

en el seno familiar, de la que habitualmente carecían y de la cual se puede encontrar,

no obstante, importantes rasgos en otras élites burguesas más tradicionales pero con

menor capacidad económica, fundadas en prácticas profesionales de mayor exigencia.

La inyección de esa sangre nueva en la nobleza tradicional podría proporcionarle en

ciertos casos un suplemento de vitalidad y creatividad. No obstante, también podría traer

consigo el riesgo de añadirle rasgos de vulgaridad y de cierto arribismo desdeñoso de

las antiguas tradiciones con evidente perjuicio para la integridad y coherencia del perfil

del noble. Era la propia autenticidad de la nobleza, por su identidad consigo misma, la

que podría así resultar perjudicada.

Hechos análogos sucedieron en más de un país de Europa, a consecuencia de

situaciones también análogas, y que aún suelen ser frecuentes, tal es el caso de

Inglaterra en donde se destacaron como nobles a piratas y corsarios y en la actualidad

a estrellas del espectáculo, sin interesar en mayor manera su extravagancia o

costumbres. Todo es dado en este caso con el propósito de enaltecer a quien sin mayor

mérito personal sea relevante por su fama o publicidad, aún nefasta o de poco imitar.

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Antes que nada, en el ambiente general de la sociedad europea de entonces aún había

una profunda impregnación de aristocracia, y el nuevo noble - nuevo rico - se sentía a

disgusto en la condición social a que ingresaba si no se empeñaba en asimilar, por lo

menos en buena medida, su perfil y sus maneras. Las puertas de muchos salones

difícilmente se le abrían de par en par, con lo que se ejercía sobre él una presión

aristocratizante que era reforzada, a su vez, por la actitud del pueblo llano, que sentía

lo risible de la situación de un conde o de un marqués de reciente fábrica, y lo dejaba

entender por medio de bromas incómodas a los oídos de quien era ellas desdichado

blanco. De ahí que el recién noble, lejos de embestir contra las peculiaridades de un

ambiente con respecto al cual era heterogéneo, hiciera en general todo lo posible para

adaptarse a él y, sobre todo, para proporcionar a su progenie una educación

genuinamente aristocrática.

Las mencionadas circunstancias facilitaron la absorción de estos elementos nuevos por

parte de la nobleza antigua, de modo que, al cabo de una o más generaciones,

desaparecieron las diferencias entre nobles tradicionales y los nuevos nobles: es que

éstos iban dejando de ser “nuevos”, por el propio efecto del paulatino transcurrir del

tiempo, y el matrimonio de jóvenes nobles, titulares de nombres históricos, con hijas o

nietas de nuevos ricos - nuevos nobles - servía a muchos de ellos como medio para

evitar la decadencia económica y de conferir nuevo brillo a su respectivo blasón.

Algo de esto aún ocurre en nuestros días. No obstante, debido al tono fuertemente

igualitario de la sociedad moderna y a otros factores, un ennoblecimiento automático o

casi automático, a manera del instituido por el Rey Carlos III, lo que haría desvirtuar a

la nobleza mucho más que servirla, pues los nuevos ricos se muestran cada vez menos

celosos de ser nuevos nobles, cuando a ello pueden acceder, o establecen nuevos

parámetros sociales en los cuales se sienten a gusto despreciando las usanzas

anteriores propias de la nobleza tradicional.

En los países sin mayor tradición nobiliaria, tales como las democracias burguesas

occidentales de regímenes presidencialistas esta situación llega a ser mucho más

acentuada, sobre todo en la actualidad, en donde quienes acceden a posiciones

dominantes dentro de esas sociedades buscan acentuar sus diferencias con

emulaciones vulgares de ostentación y carencia de los valores fundamentales que

dieron origen a la nobleza, no como clase, sino como institución.

Es por tanto que habiéndose hecho un somero examen del antecedente remoto e

inmediato de la nobleza en el sentido de privilegio de clase, resulta ahora dable

considerar en esencia el contenido actual e institucional dado por la entidad que dio

origen a esa casta. Nos referimos sin lugar a dudas a la Iglesia Católica, la cual mediante

la legitimación real divina a partir de Carlomagno y posteriores monarcas y soberanos

sentó las bases del sistema feudal, y a través de aquellos y de la Ordenes Militares

dispuso los vínculos y condiciones para acceder a la calidad de noble.

En la alocución del 26 de Diciembre de 1941, dirigida a la Guardia Noble Pontificia, se

encuentra este párrafo, en el que Pío XII – a partir de las consideraciones sobre la

Nobleza – se eleva a las más altas reflexiones filosóficas y religiosas:

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“Sí, la Fe ennoblece aún más vuestras filas, por que toda nobleza viene de Dios.

Ente nobilísimo y fuente de toda perfección. Todo en Él es nobleza del ser.

Cuando Moisés, enviado a libertar al pueblo de Israel del yugo del Faraón,

preguntó a Dios sobre el monte Orbe cuál era su nombre para manifestarlo al

pueblo, el Señor le dijo: “Yo soy el que soy”: Ego Sum qui sum. He aquí lo que

dirás a los hijos de Israel: El que es, Qui est, me ha enviado a vosotros” (Ex. III,

14).

¿Qué es entonces la nobleza? “La nobleza de toda y cualquier cosa – enseña el angélico

Doctor Santo Tomás – es proporcionada a su ser:

En efecto, el hombre no recibirá de su sabiduría ninguna nobleza, si por medio

de esta no fuera sabio, y lo mismo ocurre con las demás cosas (o seres). Por

tanto, el modo por el cual una cosa es noble corresponde al modo por el cual

posee el ser; por que se dice que una cosa es más o menos noble en la medida

en que su ser es caracterizado por un grado especial de mayor o menor

nobleza...

Ahora bien, Dios, que es su propio Ser, posee el ser en toda su plenitud; por lo

tanto no puede carecer de ninguna nobleza que compete a cualquier otro ser”

(Contra Gentiles, L. I, c. 28).

“También de Dios recibís vuestro ser; Él os ha hecho y no vosotros mismos. “Ipse

fecit nos et non ipsi nos” (Sl. XCIX, 3). La nobleza unida con la virtud reluce tan

digna de alabanza que la luz de la virtud eclipsa con frecuencia el esplendor de la

nobleza. Y en los fastos y en las desventuras de las grandes familias resta a veces

como sola y única nobleza la cualidad de la virtud, como no dudó en afirmarlo aun

el pagano Juvenal (Satyr. VIII, 19 – 20): “Tota licet veteres exornet undique cerae

atria, nobilitas sola est atque unica virtus.” (Aunque las viejas figuras de cera

adornen por todos lados los palacios de las grandes familias, la virtud es su única

y exclusiva nobleza).

Enfático y contundente fue aún más Pío XII al cuestionar la pretendida igualdad entre

todas las personas en relación con sus distintos grados de nobleza y virtud, en su

radiomensaje de Navidad de 1944, en este pronunciamiento no solamente señala las

condiciones que debe entrañar la nobleza sino que cuestiona a todos quienes dentro de

las sociedades democráticas ascienden al poder sin nobleza alguna pretendiendo

convalidar sus actos con posiciones materiales:

“En contraste con este cuadro de ideal democrático de libertad e igualdad en un

pueblo gobernado por manos honradas y previsoras, ¡que espectáculo ofrece un

Estado democrático abandonado al arbitrio de la masa¡. La libertad, en cuanto

deber moral de la persona, se transforma en una pretensión tiránica de dar libre

desahogo a los impulsos y a los apetitos humanos, con perjuicio de los demás:

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La igualdad degenera en una nivelación mecánica, en una uniformidad

monocroma; el sentimiento del verdadero honor, la actividad personal, el

respeto a la tradición, la dignidad, en una palabra, todo aquello que da a la vida

su valor, poco a poco se hunde y desaparece. Solamente sobreviven, por una

parte, las víctimas engañadas por la llamativa fascinación de la democracia,

confundida ingenuamente con el propio espíritu de la democracia, con la libertad

y la igualdad; y, por otra parte, los explotadores más o menos numerosos que

han sabido, mediante la fuerza del dinero o de la organización, asegurarse sobre

los demás una posición privilegiada o el propio poder.”

Y extiende Pío XII su observación respecto de las calidades y condiciones de aquellos

que poseen nobleza y aquellos que no:

“Mientras los mediocres no hacen sino fruncir el ceño ante la adversidad, los

espíritus superiores saben, según la expresión clásica, pero en un sentido más

elevado, mostrarse “beaux joueurs” 1, conservando imperturbable su porte

noble y sereno.”

De igual modo prescribe los medios y la forma para denotar las condiciones de nobleza

por parte del individuo que la posee:

“Ante todo, debéis insistir en vuestra irreprensible conducta religiosa y moral,

especialmente dentro de la familia, y practicar una sana austeridad de vida.

Haced que las otras clases perciban el patrimonio de virtudes y dotes que os

son propias, fruto de largas tradiciones familiares.

Son éstas la imperturbable fortaleza de ánimo, la fidelidad y dedicación a las

causas más dignas, una tierna y unificada piedad para con los débiles y los

pobres, el prudente y delicado modo de tratar los asuntos graves y difíciles,

aquel prestigio personal, casi hereditario en las nobles familias, por el que se

llega a persuadir sin oprimir, a arrastrar sin forzar, a conquistar sin humillar el

espíritu de los demás, ni siquiera el de vuestros adversarios o rivales. El empleo

de estas dotes y el ejercicio de las virtudes religiosas y cívicas son la más

convincente respuesta a los prejuicios y sospechas, pues manifiestan una

íntima vitalidad de espíritu de la cual emanan todo vuestro externo vigor y la

fecundidad de vuestras obras.”

La posesión efectiva y duradera de estas virtudes y cualidades anímicas lleva

naturalmente al noble a tener maneras caballerescas y superiormente distinguidas.

Frente a este aspecto puntualizó el Vicario:

“Un verdadero hidalgo jamás presta su concurso a iniciativas que no puedan

sustentarse y prosperar sino con perjuicio del bien común, con detrimento o con

la ruina de los pequeños, de los débiles, del pueblo, de aquellos que ganan el

pan con el sudor de su frente ejerciendo un oficio honesto. Así seréis vosotros

verdaderamente una élite: así cumpliréis vuestro deber religioso y cristiano; así

serviréis noblemente a Dios y a vuestro país.”

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Del mismo modo ejemplarizó el Pontífice acerca de las características exógenas de la

nobleza:

“Se manifiesta, además, en la dignidad del porte y la conducta, dignidad que no

es, sin embargo, imperativa y que, lejos de resaltar las distancias, sólo las deja

traslucir, si es necesario, para inspirar a los demás una más alta nobleza de

alma, de espíritu y de corazón.”

Y también respecto de sus características endógenas dispuso:

“Aparece, por fin, sobre todo, en el sentido de elevada moralidad, rectitud,

honestidad y probidad, que debe informar toda palabra y toda acción.”

El mismo Pío XII cuestionó el papel inactivo y parasitario de la denominada nobleza

hereditaria de título y potestades, que no ejerce efectivamente su papel en la sociedad

como ejemplo de trabajo y rectitud:

“Una nobleza y un patriciado que, por así decir, se anquilosaron en la nostalgia

del pasado, estarían condenados a una inevitable decadencia.”

En relación con el papel y las tareas que una persona noble debe desempeñar en la

sociedad señaló la misma alocución Papal:

“Es claro, sin embargo, que hoy no pueden siempre manifestarse el vigor y la

fecundidad en las obras con formas ya superadas. Esto no significa que se haya

restringido el campo de vuestras actividades; por el contrario, ha sido ampliado

a la totalidad de las profesiones y oficios. Todo el terreno profesional está

también abierto para vosotros; en todos los sectores podéis ser útiles y haceros

insignes: en los cargos de la administración pública y del gobierno, en las

actividades científicas, culturales, artísticas, industriales, comerciales.”

Finalmente el Pontífice concluye determinando lo que es en realidad la nobleza:

“Recordaréis, también como os incitábamos a desterrar el abatimiento y la

pusilanimidad frente a la evolución de los tiempos, y como os exhortábamos a

que os adaptarais valerosamente a las nuevas circunstancias, fijando la mirada

en el ideal cristiano, verdadero e indeleble título de genuina nobleza.”

Lo anterior demuestra como cualquier persona por humilde que esta sea mientras

conserve en su ser las costumbres cristianas, de la moral, la ética, la benevolencia, la

virtud y el honor puede adquirir las condiciones de nobleza y desplegar su actividad con

decoro al servicio del colectivo social. Pero el reconocimiento de esas condiciones

corresponde no al mismo individuo del que se predican, sino a una comunidad que le

observa. Las manifestaciones de Pío XII respecto de lo que significa la nobleza fueron

posteriormente refrendadas por Juan XXIII, quien en alocución del 9 de Enero de 1960

expresó:

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“El hecho, pues, de pertenecer a una categoría particularmente distinguida de la

sociedad humana, al mismo tiempo que requiere una adecuada consideración,

representa una invitación a los que forman parte de esa categoría, para que den

más, como conviene a quien más ha recibido y un día deberá rendir cuenta de

todo a Dios.”

Surge entonces aquí un interrogante:

¿La condición de nobleza se adquiere simplemente por la práctica de las virtudes y

cualidades requeridas, o además es requisito que sean estas reconocidas socialmente

mediante una designación formal emanada de una autoridad soberana?

Si nos retrotraemos a la definición hecha por Pío XII, en el sentido de que:

“Nobleza es una institución tradicional fundada sobre la continuidad de una

antigua educación”

Vemos como las características básicas contenidas en la definición etimológica,

enunciadas inicialmente aquí, se hacen presentes tácitamente al cotejo con la misma

interpretación formulada por ese Pontífice, pero además señala puntualmente otras de

manera expresa, a saber:

Se trata de una institución, luego no puede considerarse como la llana condición de virtuosidad del individuo

Esta institución debe tener una tradición, lo que equivale a decir que no puede bajo ningún aspecto tratarse de una institución novedosa o carente de los antiguos preceptos de hidalguía

Debe tener una continuidad histórica, lo que implica no tener interrupciones en su transcurrir o actuar, ¿alguna de las actuales monarquías cumple cabalmente con este requisito?

Esta institución debe proporcionar una antigua educación, huelga decir, la transmisión de datos y conocimientos.

Pero, ¿pueden ser esta cualquier clase de datos y conocimientos, ya sean técnicos o

científicos? Por supuesto que no, estos deben estar referidos a las antiguas tradiciones

de la Caballería, como quiera que esta aplica a la condición de Caballero, distinción que

según el Diccionario corresponde a:

“Hidalgo de nobleza calificada.// Individuo de alguna de las Ordenes de

Caballería.// El que se conduce con nobleza y generosidad.// Persona

distinguida.”

Aquí se pudiera volver a suscitar la misma controversia anterior, esto es, si dicha

condición es más valedera para uno u otro sentido; consideramos que al igual que antes

esta ambivalencia está plenamente superada.

Page 17: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Dado que es claro que la nobleza tradicionalmente ha tenido dos fuentes de creación

histórica, como son, de una parte, más selectiva, la designación o investidura por parte

de un monarca soberano de nobleza reconocida a un individuo, concediéndole

jurisdicción, gracia y título nobiliario, y otra, más universal, que corresponde al ingreso,

aceptación e investidura por parte de ciertas instituciones de hidalguía, queda por

analizar conforme a las definiciones gramaticales y eclesiástica cuales son las

instituciones tradicionales transmisoras de una antigua formación y sobre las cuales se

funda la nobleza, distintas de la fuente monárquica, aplicable exclusivamente a las

naciones con esa tradición y legitimidad real.

Al respecto hemos de señalar que estas varían de acuerdo a cada orientación y país,

toda vez que con el devenir histórico estas han ido acomodándose a las situaciones

particulares, sin embargo es importante precisar que todas ellas tuvieron sus orígenes

remotos en el sistema feudal de la edad media, y se organizaron basados en el ejemplo

de las Órdenes de Caballería.

De una parte están las tradicionales y antiquísimas Órdenes de Caballería, tanto las que

se crearon en Tierra Santa al término de la primera cruzada, tales como la Soberana

Orden Militar de San Juan de Jerusalén, Rodas Chipre y Malta y la Orden Ecuestre del

Santo Sepulcro, ambas reconocidas, vinculadas y dependientes directamente con la

Iglesia Católica, y la Orden Soberana y Militar del Temple de Jerusalén, ecuménica

cristiana, independiente y reconocida por la Iglesia Ortodoxa Griega.

Es de precisar que la Orden Teutónica, también fundada en Tierra Santa, en la

actualidad ha desaparecido.

Orden de Alcántara Orden de Calatrava

Page 18: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Orden de Malta

De otra se encuentran otras Órdenes de Caballería, no menos destacadas, pero que

tuvieron su origen en distintas circunstancias y países, así pues en la península

hispánica se establecieron con el objeto de la reconquista española las Órdenes de

Calatrava, Montesa, Alcántara y Santiago en esa nación, y la de Cristo en Portugal, aún

vigentes las cuatro primeras, y cuyo Gran Maestre es el Rey de España, y la última

convertida en una distinción Civil. También están la Orden de la Jarretera y del Baño,

de origen inglés, y la San Estanislao, de origen polaco.

También algunas más recientes establecidas para conferir distinciones reales, como el

Toisón de Oro, etc.

Ordenes Militares Europeas.

Page 19: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Se suman a esta instituciones algunas dispuestas para la perfección de ejercicios

militares, de preservación de especies equinas y cofradías religiosas, tales como las

Reales Maestranzas de Ronda, Sevilla, Granada, Zaragoza y Valencia, los Caballeros

Hijosdalgos de la nobleza de Madrid, Cuerpo de la Nobleza de Cataluña, Unión de la

Nobleza Valenciana, Hermandad del Santo Cáliz, Hermandad de los Infanzones de

Illescas, Real Cofradía de Caballeros Nobles de Nuestra Señora del Portillo de

Zaragoza, en España y muchas otras en los demás países en donde hoy en día

funcionan regímenes monárquicos.

Pero solo unas muy contadas se enmarcan en el concepto exacto designado como

instituciones tradicionales fundadas sobre la continuidad de una antigua formación o

educación de Caballería, entre las cuales destacan preponderantemente las Órdenes

de Caballería, tanto aquellas fundadas en Tierra Santa, como las posteriores.

Con respecto a estas instituciones cabe manifestar que ellas no confieren jurisdicción,

gracia y título nobiliario, sino la investidura de Dama o Caballero miembro de las mismas

en los diferentes grados previstos en sus estatutos, lo que convalida la condición de

noble humildad de quien es distinguido con tal mención ya que la nobleza excelsa

corresponde a la Orden que la confiere.

Page 20: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Entonces, aparece otra inquietud, bien valedera por cierto ¿pueden legitimar otras

instituciones o condiciones socioeconómicas o culturales diferentes de las señaladas

anteriormente la condición de nobleza en un individuo?

Aparentemente así lo pareciera, o al menos es lo que se pretende en la actualidad por

parte de sociedades precarias en tradiciones, las que sin optar directamente a la

condición de nobles intentar imitarlas cayendo en el más absurdo ridículo. Para

demostrarlo vamos a considerar algunos casos precisos para desvirtuar esas falsas

apreciaciones:

Respecto de otras instituciones de educación, las más sobresalientes son las

Universidades y los Institutos de Formación Militar. A este respecto es preciso

diferenciar que en tanto los Institutos de Formación Militar pueden ser o no tradicionales

e impartir conocimientos acerca de una antigua enseñanza, como lo es el arte de la

guerra, se aproximan más a la concepción señalada por la Iglesia que las mismas

Universidades, sin llegar a cumplir ninguna de estas instituciones con la totalidad de las

características enunciadas.

Veamos por qué:

Tanto en unas como en otras se imparten conocimientos técnicos, científicos y hasta

humanistas, más sin embargo ellas no obedecen a una regla o ideal de promoción de

las virtudes humanas al servicio de Dios y de la sociedad, sino a la transmisión de

aspectos académicos enfocados a la enseñanza de una profesión u oficio. Por esta

razón es frecuente ver como muchos profesionales egresados aún de las más

prestigiosas universidades del mundo y oficiales emanados de importantes academias

militares en su actuar cotidiano contradicen los principios de nobleza más simples;

situación esta cada vez más frecuente en una sociedad a la cual tiene acceso a esas

instituciones quienes disponen de los medios económicos suficientes para obtener un

título o un rango castrense, y la tendencia cada vez mas mercantilista de aquellas

instituciones. Por tanto queda claro que la obtención de un título académico no es en sí

una consideración de nobleza o hidalguía, de allí el viejo adagio popular que pregona:

“Es más fácil ser Doctor que ser Señor”.

No obstante lo anterior es de destacar que una formación profesional o militar

enmarcada en el contexto de una regla de Caballería resulta ser el ideal del hidalgo

moderno, ya que es el médico, abogado, ingeniero, arquitecto, economista, odontólogo,

etc., el hombre o mujer instruido al servicio de la sociedad, y el militar, el defensor de la

misma por excelencia.

Que mayor honor y mérito que conjugar todas estas condiciones en una:

La de Caballero, Militar y Profesional.

El siguiente caso institucional del que nos vamos a ocupar es el de los Clubes.

Page 21: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Al respecto deben considerarse varios casos, uno el de los Clubes con ánimo filantrópico

o de caridad, tales como los Lions, Rotary, Kiwanis, etc., que de manera inapropiada

conceden a sus miembros el título de “Caballeros” o “Damas Voluntarias”, el otro es el

caso de los Clubes Sociales, y finalmente el de los Clubes Deportivos, los que por

sustracción de materia, de entrada, deben ser descartados.

En relación con los primeros, esto es, los de orden filantrópico o de beneficencia cabe

señalar que a pesar de su loable objeto y misión, estos no cumplen con el requisito

básico de la continuidad de una antigua educación fundada en las tradiciones de la

Caballería, aunque su propósito sea semejante al de la nobleza, y por lo tanto la

concesión de las distinciones de “Caballeros” y “Damas” corresponde más a un

enaltecimiento folclórico y de autoestima inadecuada entre sus miembros.

Lo cual no obsta para reconocer lo valioso de su tarea y finalidades.

En cuanto a los segundos, los Clubes Sociales, que por demás son los que más alarde

hacen de su posición social destacada frente al resto de la sociedad, son éstos los que

menos se acercan al ideal de nobleza, puesto que no reúnen ninguna de las condiciones

exigidas, y por el contrario representan casi con gusto voluntario todas las

características opuestas a las exigidas a la nobleza, en ellos prima la ostentación frente

a la austeridad, el hedonismo frente al sacrificio, la banalidad frente lo trascendente y

las apariencias frente a la sinceridad.

Por tanto, es descartada de tajo esta posibilidad. Seguidamente viene el caso de ciertas

sectas y organizaciones que aunque aducen ser instituciones tradicionales y transmitir

arcanos conocimientos no coinciden con el concepto eclesiástico de nobleza.

Masonería Gnóstico Rosacruz

Entre ellos se destacan la masonería, los rosacruces, los gnósticos y otras entidades

menos afortunadas que haciendo un uso abusivo de las reglas tradicionales de

Caballería confieren títulos y distinciones a sus miembros, tales como “Caballeros” o

“Damas”, llegando incluso algunos de ellos hasta el extremo de la desfachatez y el

irrespeto de designar en algunos de sus rangos el término “Caballero Templario”,

queriendo con esto auto legitimar lo que de por sí es ilegítimo. La fundamental razón

para que estas seudo ordenes merezcan ser descalificadas es por cuanto la razón

fundamental de ser de la nobleza es el servicio a Dios, y por supuesto quién a Él no

sirve no puede ser noble en manera alguna.

Page 22: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

El Vaticano

Respecto de la Iglesia, es lógico que si esta institución dio fundamento a la nobleza sea

esta la más llamada a investir en esa calidad, claro está, a través de las Órdenes de

Caballería que tiene a su servicio o a través del poder soberano del Papa como monarca

Jefe del Estado Vaticano.

S.S. Juan Pablo II

Page 23: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Sin embargo no es admisible que a pesar de las doctrinas ecuménicas de Su Santidad

Juan Pablo II, la Iglesia Católica continúe en pleno Siglo XXI discriminando a los demás

Cristianos, y por tanto negando la posibilidad de estos a ser reconocidos como nobles

por no sujetarse a la autoridad papal cuando monarquías no Católicas tienen

organizaciones de nobleza aún más elaboradas y exigentes que las de extracción

Católica, más paradójico resulta si se tiene en cuenta que algunos de los más

distinguidos nobles de la Iglesia se han visto envueltos recientemente en escándalos

que empañan individualmente su condición, lo cual por supuesto no compromete a toda

institución clerical ya que se trata de casos aislados, y lo que para el presente análisis

no viene al caso.

De otra parte resulta imprescindible considerar el caso de las condiciones

socioeconómicas y culturales de las personas.

Al respecto hemos de decir que por sí mismas estas condiciones no son más que

simples aditivos materiales e intelectuales que si no se encuentran al servicio de una

causa cristiana recta y justa poco aportan a las condiciones de nobleza que exige de

una disposición espiritual de lucha y entrega.

Aquí se presenta una situación bastante concurrente por cierto entre una buena parte

de los afortunados poseedores de riqueza o los portadores de destacados

reconocimientos académicos o culturales, esta es su actitud arrogante y soberbia,

contraria en sí con la imponente humildad que exige la condición de noble.

Ahora con respecto de las élites adineradas que en vez de procurar cultivar cualidades

adecuadas a su elevada condición económica, se jactan de permanecer en la vulgaridad

de sus hábitos y modos de ser, juzgamos que contraproducente resulta ser su aspiración

de reconocimiento y respeto social.

La tendencia a permanecer en los descendientes del propietario es inherente a la

propiedad individual. A ello conduce con todas sus fuerzas la institución de la familia.

Así pues, se han constituido, de vez en cuando, linajes y hasta “dinastías” comerciales,

industriales o publicitarias, cada una de las cuales puede ejercer sobre el curso de los

acontecimientos políticos un poder incomparablemente mayor que el de los simples

electores; ellos en sí, cuando en su ejercicio particular y público dedican sus esfuerzos

al servicio de causas justas y honestas que corresponden con el ideal cristiano, sin

dudas, son los más cercanos a la condición de nobleza, evento que exclusivamente se

perfecciona en tanto y en cuanto observan y adoptan una regla institucional tradicional

de Caballería o son distinguidos como tales por un soberano, de lo contrario solamente

adquieren la condición de ciudadanos notables.

Finalmente en esta disquisición solo basta con anotar, a pesar de lo anterior, que no

todos los individuos que ejercen la actividad pública ya sea en el servicio público,

diplomático o político pueden concurrir en dicha apreciación.

Page 24: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Ella está dada en las condiciones explicadas, no así para quienes hacen uso de las

dignidades conferidas por la soberanía real o popular para sus fines y propósitos

personales y no para el bienestar colectivo.

Para concluir diremos entonces que la condición nobiliaria conforme a la más reciente

definición prescrita por la institución eclesiástica Católica, de la cual obtuvo origen y

fundamento, se adquiere por la disposición de ciertas virtudes especiales infundidas,

transmitidas, reconocidas y valoradas a un individuo por una institución tradicional

creada para esos efectos.

Desde la otra perspectiva, esto es, la otorgada cortesanamente se efectúa por encargo

hecho a la persona beneficiaria como reconocimiento o distinción por un monarca

soberano que ostenta título de nobleza de superior jerarquía, lo cual no es extensivo a

los reconocimientos cívicos hechos por los Estados que no son de corte monárquico o

por nobles sin jurisdicción alguna, los cuales a pesar de otorgarse como Órdenes e

incluso distinguir a sus beneficiarios como “Caballeros”, no tienen en lo absoluto nada

de noble ni nobiliario.

LAS ÓRDENES DE CABALLERIA

Sobre la aparición de las Órdenes de Caballería se fantasea mucho.

Algunos remontan sus orígenes a los Romanos otros incluso a los Asirios, inclusive

algunos indican que sus creadores fueron los Apóstoles.

Lo cierto es que la institución apareció bajo la predicación de los sacerdotes católicos,

para suavizar las bárbaras costumbre aparecidas a raíz de la disolución del Imperio

Romano, que en los albores de la Edad Media, vino a crear una coincidencia de

religiosidad, aplicada a la caridad, a la consideración y respeto de las damas como

personas débiles y bellas a quienes se debía honrar y más aún defender, lo mismo que

a los necesitados, y en fin al deseo de reparar injusticias, lo que implicaba la perfección,

el idealismo, la limpieza del alma y cuerpo incluso en el aseo personal, la continencia

en todos los actos de la vida, la elegancia de las maneras, etc.

En fin todo lo que por antonomasia se denomina hoy “Caballerosidad”.

En realidad este espíritu realizado entonces entre la nobleza, vino a decantarse con la

explosión de fe y exaltación del idealismo, que dio lugar a las guerras de las cruzadas

para conquistar los Santos Lugares.

Page 25: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Godofredo de Bouillon (1060-1100)

Cuando Godofredo de Bouillón, Conde de Champaña y Duque de Lorena, en unión con

Tancredo y Raimundo, tomaron Jerusalén el día viernes 15 de julio de 1099 a las 3 de

la tarde, hora en que Jesucristo expiró, el entusiasmo entre los cruzados fue inmenso;

hicieron penitencia en los lugares sagrados, especialmente en el Santo Sepulcro, donde

fueron armados caballeros, quienes habían combatido con fe y valor, jurando en ese

momento defender hasta su propia muerte, el lugar donde fue depositado el cuerpo del

Redentor, que luego resucitó lleno de gloria y majestad.

Así aparecieron los primeros monjes soldados, y se crearon las cinco Órdenes básicas

que conferían la “Caballería” como título de nobleza personal, el cual era intransferible,

no se heredaba, tal como sucede actualmente.

Las Órdenes que también conferían un carácter monacal además de caballeresco

fundadas en Tierra Santa fueron las siguientes:

Templarios:

Entre los caballeros francos que conquistaron Jerusalén se encontraba Hugo de

Payens y Godofredo de Saint Omer de la Champaña, que con un grupo de

Caballeros más, nueve en total, compañeros de armas, fundaron una Orden que

en sus comienzos fue tan pobre que se decía que cada dos de ellos usaban un

solo caballo.

Page 26: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Balduino II de Jerusalén

El Patriarca de Jerusalén los ayudó y reconoció, y el Rey Balduino I hermano de

Godofredo de Bouillón, les dio como habitación una parte del Templo de Jerusalén, de

donde tomaron el nombre de Templarios.

Caballero Templario

Lazaristas:

En un principio los Caballeros Lazaristas estuvieron unidos a los Caballeros

Hospitalarios de San Juan, dedicados a los leprosos en los hospitales de la Orden de

San Juan.

Page 27: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Cuando los de San Juan hicieron votos de castidad, los Lazaristas se separaron,

tomando como divisa una cruz verde trebolada.

Hicieron voto de defender los Santos Lugares.

Gregorio XIII

En 1572 Gregorio XIII unió esta Orden a la de San Mauricio, instituida por Amadeo VIII

de Saboya.

Hoy subsiste como Orden de Honor del Estado Italiano con el nombre de San Mauricio

y San Lázaro.

Caballero de la Orden de San Lázaro

Page 28: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Teutónicos:

En el año de 1128, el Caballero alemán Walpoth, fundó en Jerusalén una capilla bajo la

advocación de Santa María, para los peregrinos de su nación.

Otros Caballeros se le unieron posteriormente adquiriendo dinero y posesiones para la

Orden; se titularon: “Hermanos de Santa María la Teutónica”.

Durante el sitio de Tolemaida, ciudadanos de Bremen y Lübeck, levantaron tiendas con

las velas de sus barcos para recoger heridos de Alemania, y adoptaron la regla de San

Agustín.

La Orden fue aprobada por Clemente III quien les dio manto blanco con cruz negra, no

admitiendo en ella sino a hidalgos alemanes.

Caballero Teutón

De Malta:

En el siglo XI en Amalfi, ciudad situada en el puerto de Nápoles hacia el año 1048, un

grupo de mercaderes obtuvo del sultán de Egipto Bomensor soberano de Palestina,

autorización para levantar una hospedería para cristianos que comerciaban con Tierra

Santa.

Page 29: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Al lado de la hospedería se levantaron dos iglesias bajo las advocaciones de la Madre

de Dios y Santa María Magdalena, cada una destinada a un sexo distinto y luego

fundaron un hospital junto al templo de Salomón bajo el patrocinio de San Juan Bautista.

A principios del siglo XII el Pontífice Pascual II protegió la institución, y en 1104 se

constituyó la Orden de los Hospitalarios de San Juan, en el reinado de Balduino I, primer

rey del Reino Latino de Jerusalén; recibieron de este tanta protección por su caridad

hacia los enfermos y peregrinos que les dio posesiones y crecidas rentas para agrandar

su empresa.

Cuando las incursiones y ataques de los turcos aumentaron hasta hacerse continuas,

haciendo muy peligroso el peregrinaje, obligaron a los hasta entonces pacíficos

hospitalarios a tomar las armas y proteger a los viajeros, patrullando los caminos de

Jerusalén, con un verdadero carácter guerrero y caballeresco que movió a la nobleza,

por lo cual muchos ingresaron a la Orden de San Juan, la cual de muchas vicisitudes en

el tiempo deambulando por Rodas, Chipre y Malta, agregaron a su nombre adicional el

de estos lugares.

Caballero de La Orden de Malta

Del Santo Sepulcro:

A la muerte del Califa Harun el Raschid, se acabó el pacífico convenio, por el cual los

peregrinos, podían visitar libremente los Santos Lugares, hecho que constituyó una de

las causas para la reunión del Concilio de Clermont, congregado por el Papa Urbano II,

aprobándose en el año 1095 la primera cruzada, y al grito de “Dios lo quiere”, al mando

de Godofredo de Bouillón salieron los primeros ejércitos que fueron a conquistar

Jerusalén.

Page 30: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Los cruzados obtenían la imposición de una cruz roja en sus ropas y fueron llamados:

“Militis Sancti Sepulcri”.

Luego del triunfo en Nicea y la toma de Antioquia, Godofredo de Bouillón derrotó a los

musulmanes en Ascalón y tomó Jerusalén en 1088, organizando el Reino Latino de

Jerusalén.

Godofredo reunió todos los frailes canónigos del Santo Sepulcro con los Caballeros

cruzados organizando la Orden Militar del Santo Sepulcro de Jerusalén.

Su hermano Balduino I, Rey de Jerusalén, a la muerte de Godofredo, nombró al

Patriarca Latino de Jerusalén como su primer Gran Maestro, a quien se le concedió la

facultad de armar nuevos Caballeros y de imponerles las insignias.

Fuera de Tierra Santa fueron, además, organizadas varias Órdenes de Caballería, con

distintos propósitos, fundamentalmente la lucha contra los invasores árabes en la

península ibérica, y de organización nobiliaria en otros países, de ellas se destacan las

siguientes:

En España: La Orden de Santiago, la Orden de Calatrava, la Orden de Alcántara, la

Orden de Montesa.

De origen austriaca, pero con fundamento español:

La Orden del Toisón de Oro.

En Portugal:

La orden Militar de Cristo, la Orden Militar de Aviz, y la de San Jaime de la Espada, hoy

convertidas en meras Órdenes de Honor.

En Italia:

La Orden de la Anunziata, que hoy subsiste y la Orden de Saboya, extinta.

En Francia:

La Orden del Espíritu Santo: también extinguida.

En Inglaterra:

La Orden Militar de San Jorge, Orden de la Jarretera, Orden del Baño, todas ellas

vigentes y dependientes de la corona británica.

Page 31: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Caballero del Santo Sepulcro

TRADICION

Page 32: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Tradición es la palabra de Dios no escrita, sino transmitida de viva voz por los apóstoles

y que ha llegado hasta nosotros por la enseñanza de los Pastores de la Iglesia.

La Sagrada Escritura no es el único depósito de revelación cristiana. Los apóstoles no

escribieron todas las verdades que habían aprendido de boca de su divino Maestro.

Muchas hay que enseñaron de viva voz a los primeros obispos, y éstos, a su vez, las

transmitieron a sus sucesores.

Llámase Tradición, ya el conjunto de estas verdades así transmitidas, tradición objetiva;

ya el órgano de transmisión de estas verdades, tradición subjetiva.

El órgano de la transmisión de las verdades no escritas no es otro que el magisterio de

la Iglesia.

a) Los apóstoles no escribieron toda la doctrina de Jesucristo. La predicación era el medio indicado por Jesucristo mismo para la propagación del Evangelio. Los apóstoles no habían recibido la misión de ESCRIBIR la doctrina de Jesucristo, sino la de PREDICARLA a todo el universo. Ni siquiera escribieron un resumen sucinto de la doctrina cristiana: su símbolo fue enseñado de viva voz y recitado de memoria hasta el siglo VI. Por eso hacen depender la fe, no de la lectura de la Biblia, sino de la audición de la palabra de Dios: Fides ex auditu, auditus autem per verbum Dei. (San Pablo.)

b) Sin embargo, algunos apóstoles escribieron una parte de las enseñanzas del divino Maestro; pero no nos presentan sus escritos como un cuerpo completo de la doctrina cristiana. Los evangelistas no relatan sino algunas enseñanzas de Jesucristo y los hechos principales de su vida; los autores de las Epístolas se limitan a explicar ciertos puntos de dogma o de moral.

c) San Lucas nos dice que Jesucristo, después de su resurrección, pasó cuarenta

días con sus apóstoles, dándoles instrucciones sobre el reino de Dios, es decir, sobre su Iglesia, y el Evangelio no dice ni una palabra de estas instrucciones.

d) San Juan, el último de los evangelistas, hace esta notable advertencia: "Y hay

también otras muchas cosas que hizo Jesús, que si se escribiesen una por una ni aún en el mundo pienso que cabrían los libros que se habrían de escribir" (*).

e) Por lo demás, la existencia de la Tradición, está probada por el uso mismo de

aquellos que la rechazan. Los PROTESTANTES aceptan la inspiración divina de la Biblia, la sustitución del domingo al sábado, el bautismo de los niños, etc. Pero estas verdades y prácticas no son conocidas sino por tradición: los Libros Santos no hablan de ellas. La palabra de Dios no está, pues, contenida exclusivamente en la Biblia.

Entre las verdades que no son conocidas, sino por Tradición se pueden citar la

inspiración de los Libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, la designación de los

Page 33: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Libros canónicos, el número exacto de los Sacramentos, la obligación de bautizar a los

niños antes del uso de razón, la de santificar el domingo en vez del sábado, la validez

del bautismo conferido por los herejes, el culto de los Santos y de las Reliquias, la

doctrina de acerca de las indulgencias, la Asunción de María Santísima en cuerpo y

alma al cielo, etc. De este modo la Tradición completa y explica las Sagradas Escrituras.

¿Qué enseña Jesús sobre el Bautismo de los niños?

Jesús dice: «Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre

del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». Ahora bien, ¿quién forma los pueblos y las

naciones? ¿Acaso no son los niños con los adultos los que conforman los pueblos y las

naciones? La Iglesia bautiza a los niños en virtud de la fe y el compromiso de sus padres

y padrinos.

¿Va contra la Biblia el bautizar a los niños?

-De ninguna manera, pues vemos en los Hechos de los Apóstoles: 16, 32-33 como

familias enteras fueron bautizadas. No podemos imaginar que los Apóstoles negaran el

bautismo a los niños que formaban parte de las familias convertidas.

¿Qué dice la Tradición sobre el bautismo de los niños?

-San Ireneo en el año 205 dice: «Jesús vino a salvarnos a todos». ¿Será que los niños

no son parte de este todo? También San Agustín, en el año 481 dice en relación al

Bautismo de los niños que «la Iglesia siempre conservó la costumbre y la tradición de

bautizar los niños y que así lo hará hasta el fin».

¿Dónde se encuentran consignadas las enseñanzas de la Tradición?

Las verdades enseñadas oralmente por los apóstoles, fueron escritas más tarde y

transmitidas por los diversos medios de que se vale la Iglesia para manifestar sus

creencias.

La Tradición apostólica fue consignada sucesivamente en los símbolos, en los decretos

de los Concilios, en los escritos de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, en los

libros litúrgicos, en las Actas de los mártires y en los monumentos del arte cristiano.

Símbolos.

Los símbolos (o credos) de los apóstoles, de Nicea, de san Atanasio, demuestran el

origen apostólico de los dogmas que contienen.

Concilios.

Los Concilios generales son la voz de la Iglesia universal. Todos han basado sus

decisiones sobre la enseñanza anterior y, particularmente, sobre la de los primeros

siglos. Su doctrina no puede diferir de la de los apóstoles.

Page 34: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Escritos de los Santos Padres.

Los escritos de los Santos Padres son el gran canal de la Tradición divina. Llámanse

Padres de la Iglesia los escritores eclesiásticos de los primeros siglos, reconocidos

como testimonios de la Tradición. Para tener derecho a este título se requieren cuatro

condiciones: una doctrina eminente, una santidad notable, una remota antigüedad y el

testimonio de la Iglesia.

Los primeros Padres que han consignado por escrito las Tradiciones apostólicas son:

San Clemente de Roma, el año 100. San Ignacio de Antioquia, martirizado el año 107. San Policarpo, mártir (166). San Justino, filósofo y mártir (166). San Ireneo, obispo de Lión (202). San Clemente de Alejandría (217), etc.

Sus contemporáneos:

Tertuliano Orígenes Eusebio, etc.

No son más que escritores eclesiásticos, porque su santidad no fue comprobada. Si, a

veces, se les da el nombre de Padres, es debido a su antigüedad y al brillo de su

doctrina.

Los Padres de la Iglesia se dividen en dos categorías:

Padres griegos y Padres latinos.

Los principales Padres griegos son:

San Atanasio, patriarca de Alejandría (296-373). San Basilio, arzobispo de Cesárea (329-379). San Gregorio, arzobispo de Nacianzo (329-389). San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla (347-407).

Los principales Padres latinos son:

San Ambrosio, arzobispo de Milán (340-397). San Hilario, obispo de Poitiers, muerto en 367. San Jerónimo, presbítero, traductor de la Biblia (346-420). San Agustín, obispo de Hipona (358-430). San Gregorio Magno, Papa (543-604).

Page 35: LA NOBLEZA Y LA TRADICIÓN

Los Padres pueden ser considerados como testigos de la Tradición y como doctores de

la Iglesia. Como testigos poseen una autoridad especial. Cuando todos, y aún cuando

varios, presentan una doctrina como perteneciente a la Tradición apostólica, merecen

el asentimiento de nuestra fe. Y, a la verdad, es imposible que autores de diversos

países, de diversas nacionalidades, de diversos siglos, se hayan puesto de acuerdo

para consignar en sus obras las mismas creencias, si no las hubieran recibido de la

Tradición apostólica.

Cuando los Santos Padres hablan simplemente como doctores, exponiendo sus ideas

propias o tratando de probar la doctrina cristiana, merecen un gran respeto, pero no un

asentimiento incondicional, porque su enseñanza no se identifica con la de la Iglesia.

a) Doctores de la Iglesia. Entre los Padres, los más ilustres por su doctrina y por los servicios prestados a la

ciencia sagrada, llevan el título de doctores.

La Iglesia confiere también este título a ciertos escritores eminentes en santidad y en

doctrina, que no pueden ser enumerados entre los Padres por haber vivido en época

demasiado apartada de los tiempos apostólicos. Los más sabios son: santo Tomás de

Aquino, san Buenaventura, san Alfonso María de Ligorio, san Francisco de Sales, etc.

b) Libros litúrgicos. Las verdades enseñadas por los apóstoles hállanse también en los libros litúrgicos. El

Misal, el Pontifical, el Ritual, el Breviario, etc., contienen las oraciones, las ceremonias

en uso para el Santo Sacrificio, la administración de los Sacramentos, la celebración de

las fiestas.

Estos libros, que datan de los primeros siglos, tienen suma importancia, por ser

testimonio, no de opinión de algunos hombres, sino de la fe de toda la Iglesia.

c) Actas de los mártires. Estas Actas, al darnos a conocer las verdades que los mártires sellaron con su sangre,

nos brindan pruebas incontestables de la fe primitiva de la Iglesia.

d) Monumentos públicos. Las inscripciones, grabadas en los sepulcros o en los monumentos públicos, atestiguan

la creencia de los primeros cristianos acerca del bautismo de los niños, la invocación de

los Santos, el culto de las imágenes y de las reliquias, la oración por los difuntos, etc.

Así los confesionarios hallados en las Catacumbas de Roma prueban la divina

institución de la confesión sacramental. Estos testimonios tienen tanto mayor valor

cuanto que su antigüedad no puede ser puesta en duda.

Autoridad de la Tradición.

¿Tiene la Tradición la misma autoridad que la Sagrada Escritura? Si; la Tradición posee

la misma autoridad, porque es igualmente la palabra de Dios. Y con razón, pues consiste

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en las verdades que Dios ha revelado y que nos conserva mediante la enseñanza

infalible de la Iglesia.

Concilio de Trento

Por eso el Concilio de Trento "recibe con igual respeto y amor TODOS LOS LIBROS del

Antiguo y del Nuevo Testamento, cuyo autor es Dios, y TODAS LAS TRADICIONES

que se refieren a la fe y a las costumbres, como dictadas por boca de Jesucristo o por

el Espíritu Santo y conservadas constantemente en la Iglesia católica".

Fácil cosa es distinguir, por medio de las siguientes reglas, las Tradiciones divinas de

las que tienen un origen puramente humano:

a. Toda doctrina no contenida en la Escritura y admitida como fe por la Iglesia, pertenece a la Tradición divina. Según esta regla, reconocemos como inspirados por Dios todos los libros canónicos.

b. Toda costumbre de la Iglesia que se encuentra en todos los siglos pasados, sin que pueda atribuir su institución a ningún Concilio ni a ningún Papa, debe ser considerada como instituida por los apóstoles. De acuerdo con esta regla, consideramos como de institución apostólica el ayuno cuaresmal, la señal de la cruz, etc.

c. El consentimiento unánime, o casi unánime, de los Padres acerca de un dogma o de una ley de la que no se habla en la Sagrada Escritura, es una señal infalible de que este dogma o esta ley pertenecen a la Tradición divina y de que los apóstoles la han enseñado después de haberla aprendido de Jesucristo". El aprecio a una tradición bien entendida es virtud rarísima en nuestros días.

Por un lado, por que el ansia de novedades, el desprecio por el pasado, la

propagación materialista de la sociedad de consumo y la demagogia populista

igualitaria derivada de las revoluciones contemporáneas (económicas, sociales,

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culturales, tecnológicas, etc.) han colocado esta institución en su más bajo punto

de consideración, incluso si se compara con los sucesos posteriores a la caída

de Roma; por otro, por que los defensores de la tradición la entienden a veces

de un modo enteramente falso.

La tradición no es un mero valor histórico, ni un simple tema para variaciones de

nostalgia romántica; es un valor que ha de ser entendido, no de modo

exclusivamente arqueológico, sino como un factor indispensable para la vida

contemporánea.

La palabra tradición, señaló el Papa Pío XII en su radiomensaje de navidad de 1944:

“Suena inoportuna a muchos oídos; desagrada, con razón, cuando ciertos labios

la pronuncian. Algunos la comprenden mal; otros la convierten en falsa divisa de

su inactivo egoísmo. Ante tan dramática confusión y desacuerdo, no pocas

voces envidiosas, con frecuencia hostiles y de mala fe, con más frecuencia aún

ignorantes o engañadas, os preguntan y apostrofan con descaro: ¿Para que

servís? Antes de responderles, conviene ponerse de acuerdo sobre el verdadero

significado y valor de esta tradición, cuyos principales representantes vosotros

queréis ser.

“Muchos espíritus, aun sinceros, se imaginan y creen que la tradición no es sino

un recuerdo, el pálido vestigio de un pasado que ya no existe ni puede volver,

que a lo sumo ha de ser conservado con veneración, hasta con cierta gratitud,

relegado a un museo que (sólo) unos pocos aficionados o amigos visitarán. Si

en esto consistiera o a ello se redujese la tradición, y si implicara la negación o

el desprecio del camino hacia el porvenir, habría razón para negarle respeto y

honores, y habrían de ser mirados con compasión los soñadores del pasado,

retardatarios frente al presente y al futuro y, con mayor severidad aún quienes,

movidos por intenciones menos respetables y puras, no son sino desertores de

los deberes que impone una hora tan luctuosa. “Pero la tradición es algo muy

distinto del simple apego a un pasado ya desaparecido; es lo contrario de una

reacción que desconfía de todo sano progreso. La propia palabra, desde un

punto de vista etimológico, es sinónimo de camino y avance. Sinonimia, no

identidad. Mientras, en realidad, el progreso indica tan sólo el hecho de caminar

hacia delante, paso a paso, buscando con la mirada un incierto porvenir, la

tradición significa también un caminar hacia delante, pero un caminar continuo

que se desarrolla al mismo tiempo tranquilo y vivaz, según las leyes de la vida,

huyendo de la angustiosa alternativa: “Si jeunesse savait, si viellesse pouvait!”2

(Fléchier, Oraison fúnebre, 1676).

Gracias a la tradición, la juventud iluminada y guiada por la experiencia de los ancianos,

avanza con un paso más seguro, y la vejez transmite y entrega confiada el arado a

manos más vigorosas que proseguirán el surco comenzado.

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Como lo indica su nombre, la tradición es el don que pasa de generación en generación,

la antorcha que, a cada relevo, el corredor pone en manos de otro sin que la carrera se

detenga o disminuya su velocidad.

Tradición y progreso se complementan mutuamente con tanta armonía que, así como

la tradición sin el progreso se contradice a sí misma, así también el progreso sin la

tradición sería una empresa temeraria, un salto en el vacío.

“No, no se trata de remontar la corriente ni retroceder hacia formas de vida y de

acción propias a épocas pasadas, sino más bien de avanzar hacia el porvenir

con vigor de inmutable juventud, tomando lo mejor del pasado y continuándolo.”

De una manera asombrosa profetizó en su momento el Pontífice:

“El soplo impetuoso de un nuevo tiempo arrastra con sus torbellinos las

tradiciones del pasado; pero así se pone en evidencia cuáles de ellas están

destinadas a caer como hojas muertas, y cuáles, en cambio, tienden a

mantenerse y consolidarse con genuina fuerza vital.”

Es así como vemos resurgir con fuerza inusitada una tendencia por la recuperación de

los valores más altos del ser humano en esta última década, tal vez como reacción

afortunada a la crisis y anarquía moral experimentada por el mundo moderno al finalizar

el siglo XX.

Caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989

La caída del Muro de Berlín y con él la sociedad igualitarista preconizada por el ateísmo

comunista, las plagas de las nuevas y repotenciadas y el abuso de las drogas, así como

la recesión económica mundial, fruto de la globalización capitalista descontrolada, han

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hecho ver a la humanidad que el camino de la verdad y la justicia está en Dios y nada

más que en Él, ya que él es el principio y fin de todas las cosas.

Es aquí entonces donde descolla en todo su esplendor la tradición como fuente vital de

la familia, la nobleza y la hidalguía, las cuales tienen su máxima expresión en el ideal

perenne de la Caballería.