La Mujer Que Buceo Dentro Del c - Sabina Berman

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de la escritora Sabina Berman

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Cuando Isabelle despertó en su hamaca,en las costas del mar de Mazatlán, unaniña salvaje, de pelo engreñado, lamiraba. Una niña que, gracias al cariñoy al tesón de Isabelle, aprenderá ahablar y a leer y a escribir; estudiaráZoología en la universidad, aunque ahísuspenderá la mayor parte de los cursos,y llegará a ser la empresaria más grandede la pesca de atún del planeta, asícomo uno de los seres vivos más raros.Negada para ciertos aspectosintelectuales, en otros campos unauténtico genio, Karen Nieto, dispuestaa preservar la vida de los océanos,bucea entre los atunes del mar y entrelos humanos de la tierra provocandosonrisas y perplejidades. Tal vez sea

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ésta su más extraña virtud: es incapaz deusar metáforas o eufemismos paradisfrazar la realidad. Auténtica ysorprendente, Karen parece destinada aquedarse mucho tiempo con nosotros.

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Sabina Berman

La mujer que buceódentro del corazón

del mundoKaren Nieto - 1

ePub r1.0Titivillus 10.11.15

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Sabina Berman, 2010

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

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… el mar…… la playa de arena blanca…

El mar con chispas de sol hasta elhorizonte.

Luego la playa blanca, adonde

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llegan, deshechas en espuma, las olasdel mar. Y luego, en el cielo, un sol detanta lumbre blanca, que se desborda desu círculo.

Tengo sed.Dejo de escribir para ir a tomar un

vaso de agua.

Y luego, de pronto, un día, una niñasentada sobre una tela roja en la arenablanca, las rodillas contra el pecho, concalcetas y huaraches, una niñadesgarbada y flaca meciéndome haciaatrás y hacia adelante, y murmurando:

Yo.Una y otra vez:Yo.

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Yo.Una niña flaca en una ancha

camiseta blanca que el viento infla, laspiernas flexionadas, las rodillas contrael pecho. Una niña que murmura contrael viento y el mar:

Yo.Yo.Entonces una ola se alza muy alta y

se desploma y con el estruendo la niñaya no sabe de sí, desaparece para sí, noestá, ¿dónde ha quedado ese Yo?: esaestructura frágil formada de palabras seha esfumado y en su espacio queda unNo Yo enorme: el mar.

Voy por otro vaso de agua.

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Alguien la lleva contra el viento de lamano, a la niña flaca y desgarbada, lacamiseta blanca hasta los muslos, tiendeuna tela roja en la arena y sienta a laniña, y le dice lo que debe decir.Repetir.

Yo.Yo.Esto sucede varias veces, cada

tarde de cada día. Este aparecer sentadaen la arena meciéndose y diciendo Yo yeste ser borrada por el rugido de la olaque se desploma y se deshace en laespuma que se desliza rápida sobre laarena.

Mi tía Isabelle, luego me lo contaría,

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llegó de Berkeley, California, aMazatlán, Sinaloa, a tomar posesión desu herencia, una fábrica de atunesllamada Consuelo. Atunes Consuelo. Elnombre más inadecuado de la industriapesquera del planeta, como nos habríade informar un especialista enmercadotecnia muchos años después.

Un día, mi tía Isabelle bajó de unavión que brillaba bajo el sol en la pistade aterrizaje del pequeño aeropuerto deMazatlán, vestida de blanco, enpantalones y camisa de lino blancos, conun sombrero de paja de alas anchas ylentes grandes y negros, y cruzó la pistacon la mano diestra en la nuca, para queno se le volara el sombrero de paja dealas anchas.

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Y del aeropuerto fue directo a lafábrica de atunes. Su herencia valuadaen varios millones de dólares. Lafábrica ocupaba 2 cuadras completas,contaba con 2 moles de cemento y unedificio de cristal, iba desde la callehasta sus propios muelles, 4 muellesparalelos donde 20 barcos atuneros sebamboleaban en el agua, anclados.

La detestó, mi tía, la fábrica. Suolor salitroso mezclado con el olorpodrido de los peces muertos.

Vestida enteramente de lino blancoentró al primer bloque de cemento sinventanas y se detuvo junto a las mesasde trabajo donde bajo el zumbido de unanube de moscas y a lo largo de 8 mesaslas obreras destripaban metódicamente

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los atunes.Prefirió alzar los ojos a la nube de

moscas y preguntó:¿Por qué diablos no ponen flit?Porque los atunes, le contestó su

guía, se impregnarían de los químicosdel flit, señora.

Entonces se atrevió a bajar la vista.En las mesas, las obreras

destripaban metódicamente los atunes.Una abría un atún por el costado con unmachete, como si le abriera un zíper enel costado. Y lo pasaba a la siguienteobrera, que le metía ambas manosenguantadas en látex rosa hasta loscodos para de un jalón arrancarle lasvísceras y lanzarlas al frente de la mesa,al montón de vísceras rojas, rosas y

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violetas que cubrían el piso. La tercerale cortaba de un machetazo la cabeza, yla tiraba en un tambo que tenía a un lado.

Asqueada, mi tía Isabelle se cubrió laboca, y sobre sus sandalias blancas detacón de madera se apresuró por el pisoencharcado de agua espumosa rosa, aguade mar mezclada con sangre de atún,entró a un baño donde revoloteaban 100moscas y al olor del pescado muerto sele unía el olor de la mierda fresca, yantes de poder llegar a algún escusado,vomitó en un lavabo.

Le esperaba lo peor a mi elegantetía Isabelle.

Un taxi la llevó por un pueblo de

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casas chaparras de cemento y calles deasfalto agujerado a cada tramo, unasfalto al que tanto sol lo hacía espejearcomo el acero, y la depositó frente a lacasa que mi bisabuelo, el abuelo de mitía, le había heredado.

Detrás de un patio de pasto seco yamarillo, y palmeras gigantes de largashojas secas y abatidas, el palaceteblanco, estilo francés, de 2 plantas, conorgullosas almenas en su borde superior,estaba derruido. Un palacete con pisosde mármol ajedrezado, blanco y negro,donde el aire se enfriaba, pero de techosarruinados, con trabes de acerocolgando en el aire y ventanales sinvidrio o con el vidrio cuarteado y conpostigos de madera rota. Un palacete

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francés construido en el siglo 19 por mibisabuelo, el fundador de AtunesConsuelo.

En el dormitorio con ventanal almar los 2 colchones de la gran camamatrimonial estaban podridos y unotenía en el centro un agujero, el cráter delo que se había convertido en el nido deun hormiguero de hormigas rojas cuyasfilas bajaban por las 4 patas de la camay pasaban bajo las ranuras de 4 puertaspara adentrarse por 4 pasillos a las 12habitaciones del segundo piso.

Así que esa primera noche mi tíadurmió en una hamaca que encontró enla sala, tendida entre una columna dóricay otra columna dórica y cerca de otroventanal sin vidrio donde otra vez

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asomaba el mar.Y a medio sueño, según me ha

contado mi tía Isabelle, escuchó unospasos y luego sintió un aliento en susnarices.

Aterrada, abrió los ojos y ahíestaba este ser de pelo enmarañado quele cubría media cara. Era una criaturaoscura y desnuda, los ojos grandes se leadivinaban tras la greña, una cosasalvaje que la miraba con fijeza.

¿Tú quién eres?, murmuró la tíaIsabelle.

Y la cosa dio 2 pasos atrás.La tía Isabelle se alzó aprisa de la

hamaca y la cosa caminó hacia atrás 2pasos más.

La tía Isabelle dio 2 pasos adelante

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y la criatura echó a correr, porque teníamás miedo de la tía Isabelle que la tíaIsabelle de ella.

La tía Isabelle la vio correr comouna sombra en el aire azul oscuroescaleras abajo hacia el sótano, la oyócerrar la puerta de madera con unatranca, oyó un ruidazal de cosasestrelladas contra las paredes delsótano, un ruidazal que duró, cuenta mitía Isabelle, 2 o 3 horas, a vecesmezclado con aullidos terribles y que nola dejó distraerse con nada más: fue asacar de su maleta una botella dewhisky, se tiró en la hamaca y se empinóa sorbos largos media botella y ni así elruidazal la dejó sumergirse en el sueño,hasta que de madrugada cesó por fin,

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luego de un último aullido y un últimogolpazo.

Al despertar, el mármol del piso y lasparedes blancas reflejaban la luz delmediodía y un traqueteo seco veníadesde la cocina.

Era la Gorda, la sirvienta de lacasa, moliendo en un molinillo granosde café. Las 2 mujeres se saludaron, laGorda vació el polvo de café en unajarra de agua recién hervida, sirvió elcafé a través de un colador en un jarro, ydespués en otro, todo en silencio, yaunque no se conocían más que porreferencias de terceros, las 2 mujeres sesentaron a la mesa y de inmediato se

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pusieron a enlistar las necesidades de lacasa.

Los víveres y los implementos delimpieza urgentes, y la lista de gente quetendrían que contratar. Un jardinero, unmozo y un chofer, permanentes, y por 1semana un exterminador de hormigas,por 1 mes un pulidor de pisos demármol y por 2 meses 12 albañiles queremozaran las paredes, pusieran vidriosen las ventanas y cargaran dentro losmuebles, cuando llegaran en un tráiler.

En cierto momento, la tía se alzó dela mesa, prendió un cigarro y recargadacontra la estufa le contó a la Gorda de suencuentro la noche anterior con la cosa.

Ah, la niña, dijo la Gorda, riéndosequedito.

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¿La niña?Acá vive. ¿No le dijeron?¿Quién me iba a decir?Pues su hermana.La Gorda se reía quedito todavía:¿De veras se le olvidó a su

hermana contarle de la niña?No hablé con mi hermana antes de

que muriera, dijo mi tía. Estábamosdistanciadas.

Ah, mire.¿Y por qué vive acá la niña?La Gorda lo pensó antes de

contestar:Por caridad, yo creo.En la pared de la cocina colgaba de

un clavo un machete. Mi tía Isabelle loempuñó y bajó con la Gorda las

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escaleras al sótano, tras cuya puerta seencontró con una bodega tenebrosa queapestaba. Estaba regada con maderosquebrados y pedazos de mueble ybotellones rotos, y a la vuelta de unaesquina la luz la deslumbró: en unapared, un boquete lleno de luz daba a unremanso de mar con un corral demaderos en cuya esquina más distante seveía parada, con el mar hasta la cintura,delgadita como una línea negra en elagua azul turquesa, la cosa.

La cosa se hundió en el agua yresurgió con algo en la mano vibrante yrojo, un pez rojo que se le resbaló de lamano para volver al agua. Alcanzaba aescucharse que se reía a carcajadas.

Parece contenta, dijo la tía.

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Ah, sí. O está feliz o estáencabronada o está ida. No hay otra. ¿Lallamo?

Llámela.La Gorda se llevó 2 dedos a la

boca y chifló como un arriero.La niña oscura se volvió a verlas.

Muy despacio fue caminando haciaellas. Pero a cada 3 pasos se deteníaasustada.

No habla, informó la Gorda, nadamás gruñe. No come con cubiertos,come con las manos, lo que se le dé, opor su cuenta arena mojada. Se pasa losdías en su cueva del sótano o en sucorral de mar, siempre en cueros. Y leda miedo cualquier presencia, menos lamía, conmigo es muy dócil.

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La Gorda se sonrió al decir:Dócil como un perrito.

Por órdenes de la tía la Gorda la bañóen la tina de mármol del cuartomatrimonial. La talló con un cepillo delavar pisos y jabón de lavar trastes,hasta sacarle de debajo de la costra demugre una piel rosa. La mata espesa depelo estaba tan rígida y enredada que latía renunció a cortársela con algún estilopremeditado y ordenó que se le cortaracomo fuera, a tijeretazos a partir delcráneo, y luego la misma tía le rasuró lacabeza con un rastrillo de afeitar,mientras dentro del vapor del aguacaliente de la tina la cosa babeaba, ida.

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La sacaron de la tina así, pelona ydesnuda, le limpiaron la baba de la bocay la sentaron en un banco: las rodillaseran igual de gruesas que sus muslos, asíde flaca estaba, el costillar del torsopodía vérsele costilla por costilla, y lasuñas de las manos y de los pies se leenrollaban como caracoles.

Para cortárselos tuvieron que usaruna pinza de albañil, de las que sirvenpara cortar cable de cobre.

Mi tía se quedó mirando a la cosaahora pelona y limpia y olorosa a jabónde trastes y con los ojos idos y entoncesfue que le distinguió en la espalda unallaga. La llaga cruzaba del hombroderecho al extremo izquierdo de lacintura. Le notó además, en el muslo

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izquierdo, otra cicatriz larga. Y en elbrazo derecho, como en el brazoizquierdo, varias cicatrices redondas.

Se horrorizó.Y sus ojos se encontraron con los

ojos idos de la niña. Eran verdes. Verdeclaro.

Como los de la tía.La tía prendió un cigarro y llamó a

la Gorda al cuarto matrimonial.A ver, Gorda, repítame por qué

vive acá esta cosa.Pues la verdad, quién sabe. Yo lo

que digo cuando me han preguntado esque porque su hermana le tuvo piedad.

Y vuélvame a decir, ¿cuánto llevaviviendo así?

Toda la vida, que yo sepa. Cuando

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llegué ya estaba en la casa. O más bien,ahí abajo en el sótano y en su corral demar, y cuando venían visitas, su hermaname la hacía llevar hasta la casita dondese guarda la leña, muy al fondo de lahuerta, para que si se enojaba no seoyera su escándalo.

La tía Isabelle sopló despacio elhumo del tabaco al aire.

¿Y le pegaba?, preguntó.¿Su hermana?O usted. O alguien. Usted dígame,

¿quién le hizo esas llagas?Yo no, se defendió la Gorda.¿Entonces mi hermana?, exigió

saber mi tía.Había días en que la señora le

pegaba, dijo la Gorda viendo hacia otro

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lado. La encerraba en un cuarto y lepegaba con un cinturón, con el lado de lahebilla, yo nada más escuchaba losgritos de la niña y seguía cocinando,¿qué más podía hacer?

La tía Isabelle se quedó fumandomirando el mar por el ventanal.

La Gorda retomó:Y es que nació lela, yo creo que era

por eso.¿Lela qué es?Tontita. Ya sabe, dañada.¿Y por eso era qué?Por eso su hermana se desesperaba

con ella y por eso le pegaba y por eso latuvo encerrada toda la vida.

Pero ésas son quemaduras, dijo mitía. Golpear a una niña ya es terrible,

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pero quemarla: habría que encarcelar aquien quema a una niña.

La Gorda no separó los labios.Luego murmuró:Aunque le digo qué. Si una duerme

tirada en el suelo como la niña, lascucarachas la muerden a una. Parte delas cicatrices pueden ser de eso.

La tía resopló. Tenía otra pregunta.Cuando mi hermana murió, ¿mandó

llamar a la niña para despedirse?La Gorda bajó los ojos:Su hermana de usted era muy dura,

si me disculpa que se lo diga. Suhermana se murió a solas. Después de laembolia, cuando ya estaba muy tiesa,caminaba muy extraño, una piernaprimero, después de un rato largo la

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otra, las manos las tenía engarrotadas, yhasta respirar le costaba trabajo, así quehizo que 2 chalanes de la atunera lamontaran en su jeep y agarró por lacarretera al monte. Luego la policía dijoque las marcas en el pavimentomostraron que en una curva muy alta sesiguió derecho, como si hubiera caminopa’ delante.

La tía pidió:No pare, Gorda.Pues no hay mucho más que contar.

Mucho después encontraron su esqueletoal fondo de una barranca, entre losnopales, y nada más los puros huesos. Ytampoco completos. La caja de lascostillas, el cráneo, los huesos de losbrazos y los huesitos de los dedos de

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una mano. No más. La carne se la habráncomido los zopilotes, y los otros huesos,pues igual se los llevaron los coyotes.

Corre por las venas de la familia,dijo la tía Isabelle.

¿Qué cosa, señora?Lo duro. ¿Y enterraron los huesos?Los enterramos en el jardín, pero si

ve la lápida no dice más que su nombre.No pusimos cruz ni nada. No sabíamosla religión de la señora.

No tenía, dijo la tía Isabelle. LosNieto no tenemos religión. Ahorapiénselo bien antes de contestarme,Gorda.

Sí, señora.Es la hija de mi hermana, ¿no es

cierto?

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¿La cosa?La cosa.La Gorda no contestó en un rato.No, dijo. Cómo cree. Lo hubiera

dicho algún día su hermana, ¿no cree? Ynunca lo dijo.

¿Cuándo se hizo a la idea mi tía de quela cosa era su sobrina? No lo sé. Pero sehizo a la idea y se dio a la tarea deconvertirla en un ser humano.

Para empezar, inició el esfuerzopara que dijera una primera palabra:

Yo.Yo.Yo.La tomaba de la mano y la llevaba

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a la playa, ponía una tela roja sobre laarena ardiente y la sentaba ahí, lasrodillas contra el pecho, y la cosa debíadecir Yo, Yo, contra el viento y el mar.

Y así es como nací Yo, un 21 deagosto de 1978, ante el mar, gritando atodo pulmón Yo, completamente formaday pelona, y con todo y calcetas yhuaraches puestos.

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Tú.Cuenta mi tía que fue igual de

difícil enseñarme la segunda palabra:Tú.Me tenía sin dar de comer, me

sentaba a la mesa de palo de la cocina,ella también se sentaba, frente a mí, conun plato lleno de nueces peladas a su

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lado.Se señalaba el pecho y decía:Tú.Tú, decía Yo.Me alargaba una nuez que Yo

masticaba aprisa.Ahora otra vez, decía. ¿Yo?,

preguntaba señalándose a sí misma.No, protestaba Yo, señalando mi

pecho, ¡YO!No me daba una nuez y me tronaban

los intestinos del hambre.Tú, decía señalándome.Me embroncaba terrible. ¡YO!,

gritaba y golpeaba con el puño mipropio pecho. ¡YO, YO, YO!

No, tú eres tú para yo, y yo soy yopara yo, insistía ella, y no hagas

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berrinches.Pero los hacía, grandes y terribles.

Tiraba la silla, gritando, y me ponía apatear la pata de la mesa 1, 3, 30 veces,gritando y gritando, mientras mi tía, antela mesa temblorosa, me miraba hacer, ose ponía a leer un periódico, hasta quede pronto ella misma gritaba:

¡Siéntate YA!Yo volvía a sentarme, respirando

duro todavía por lo que me quedaba defuria.

Aunque a veces la furia erademasiada y al grito de mi tía Yo aprisatomaba de la alacena un vaso y lolanzaba contra una ventana, queestallaba en mil pedazos mientras Yocorría a robar el plato de nueces, que mi

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tía me arrebataba, las nueces caían alsuelo y Yo me tiraba a recogerlas, peroella me alzaba abrazándome la cintura yYo berreaba como los perros cuandoestán muertos de hambre.

Qué mierdas quería de mí, no loentendía Yo.

Escapaba de sus brazos a la playa,caía de rodillas y me llevaba un puño dearena a la boca. Arena caliente y salada.Que al segundo lamido se me saltaba dela mano con el manazo de mi tía, que yaestaba ahí precisamente para evitar quecomiera arena.

Dejaba al mozo ahí parado,vigilándome, listo para patearme elpuño si lo volvía a subir con arena a miboca, y Yo me desgastaba llorando y

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aullando mientras me mecía de adelantehacia atrás, babeando por las comisurasde los labios.

Hasta evaporarme, hastadesaparecer.

Nada más de recordar nuestras furiosasclases de Yo y Tú me duele ahora mismola cabeza. Confesaré además 2 cosas.

1. Ahora, 32 años después, sigodudando que alguien, aparte de Yo,pueda de verdad ser Yo,

y2. sigue pareciéndome el ruido más

feliz del mundo el de un cristalexplotando en mil pedazostransparentes.

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Pero mi tía no soltó la terquedad deconvertirme en humana. O en una cosaque podía pasar por humana.

Cómo, no sé, inventó lo de laconexión eléctrica. Mandó traer un cableeléctrico de muchos metros, con unaclavija de plástico negro en un cabo y enel otro cabo 3 alambres pelones, unorojo, otro amarillo, otro azul.

Me amarraba los alambres alcinturón del pantalón y conectaba laclavija al enchufe eléctrico de la pared.Así teníamos la clase. Y si empezaba airme de ahí, a esfumarme, me gritabaque estaba conectada, que estabaprendida, jaloneaba el cable eléctrico, yYo volvía.

Por qué funcionaba eso, no lo sé,

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pero funcionaba. Supongo que porquehabía entendido que la licuadora y laaspiradora encendían y producían susgrandes ruidos con tal que estuvieranenchufadas a la electricidad, y Yo no eradistinta para Yo que la licuadora o laaspiradora.

En fin, así conectada desde micinturón a algún enchufe podíaaventurarme sola por la casa de cuartoen cuarto sin tener pánico de perderme oentrar en terror si me encontraba algoraro, como un albañil trepado en unaescalera encalando una pared, o para noperderme de Yo misma, como el día enque siguiendo a gatas a una hormiga meolvidé por completo de mí misma.

Me despertaron unas palmadas en

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la cabeza y me despabilaba cuando llegóa mi cara la luz de una linterna: ya era lanoche y Yo estaba sentada en una playadesconocida, cubierta de hormigasdesde la greña hasta los dedos de lospies, mientras la voz de alguiensusurraba da da da da.

La voz de alguien que era Yomisma.

Con el tiempo, ante la inminenciade desaparecer o de un ataque de pavor,de inmediato agarraba con ambas manosmi cable y siguiéndolo regresaba hastami enchufe.

Luego llegaron las otras palabras. Minombre: Karen. El nombre de mi tía

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(Isabelle) y el de la Gorda (la Gorda).También: silla, mesa, ventana, piso,lámpara.

Mi tía pegaba con gomina papelitosde colores a las cosas y en los papelitosescribía sus nombres, para acordarseella misma de cómo las nombraba. Peroalgo misterioso sucedió.

Un día dije:Piso, y dibujé con el dedo índice en

el aire: p i s o.Mi tía se quedó boquiabierta.Señaló la silla y dije:Silla, y dibujé en el aire: s i l l a.Mi tía hizo una fiesta esa noche,

con pastel y vasos de leche, para laGorda, el mozo y Yo. Es cierto queaprender a hablar y a leer y a escribir

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cuando una tiene más de un metro de altono es estadísticamente una proeza, perofue fabuloso, para mí y para mi tía.

Me enseñó a usar un lápiz en unahoja de papel y era verdad, habíamemorizado las letras de los nombres delas cosas y llenaba hojas y hojas con miletra, que era una copia torpe y grandotade la de mi tía.

La casa se llenó de etiquetas decolores. En las puertas. En las hamacas.En la cocina cada cosa tenía una etiquetay para cocinar la Gorda tenía que quitarlas etiquetas, lavar las cosas, volverlesa pegar la etiqueta de color. Incluso elchofer, el jardinero y el mozo llevabansus etiquetas en el pecho, donde estabaescrito chofer, jardinero, mozo. Y mi

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cuarto en el segundo piso, cerca del demi tía, estaba siempre regado de hojasllenas de palabras sueltas.

Mi tía compró etiquetas de plásticode colores y entonces los nombresempezaron a pegarse a las cosas del airelibre. Una tarde mi tía salió a su balcóny vio en el fondo del agua de la albercauna etiqueta, y una etiqueta en cada unode los troncos de los fresnos, losaguacates y los sauces, y etiquetas enalgunas ramas y en algunas hojas, y enun nido, y en la punta de la rama másalta del sauce más alto del jardín,vislumbró rodeando la patita de unpájaro negro con el pecho rojo unaetiqueta amarilla, que seguramentetendría escrito: p e t i r r o j o.

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Digo que fue fabuloso, para mi tía y paramí, hasta que tomé confianza con laspalabras y se volvió un tormento. Depronto hablaba a todas horas. Juntabapalabras sin ton ni son.

Silla rosa carne refri licuadoraventana día. Ventana noche farol focoluna mariposa negra.

Me carcajeaba y me aplaudía a mímisma al cabo de cada tirada depalabras.

Mi tía compró un radio para que atodas horas estuviera encendido. No seequivocó, todo lo empecé a repetir. Elestado del tiempo que se espera paraesta tarde de invierno, de invierno, es unpoco de lluvia y sol, y sol, tras de lasnubes, las nubes.

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La repetición de palabras a cargode una ecolalia que nunca he logradodominar: una suerte de eco que me hagoa mí misma a veces cuando hablo.

Me despertaba a mí mismahablando. El señor gobernador hadeterminado que una presa, una presa, seabra en la zona sur-oriente del Estadopara uso de las comunidades indígenasque ahí, que ahí habitan y ahora unosanuncios de nuestros patrocinadorescocacola cuando la pausa ocurrerefresca cocacola.

¿Qué quiere decir presa y sur-oriente y comunidades y pausa?, iba asonsacar a mi tía en la biblioteca de sutecleo en la máquina de escribir.

Un día me señaló un libro

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gigantesco abierto en un atril de madera.Ahí están todas las cosas del

mundo, dijo.Era el gigantesco diccionario del

abuelo, un diccionario de tapas de cuerocafé pálido y hojas delgadísimas llenasde letras pequeñas, y donde, desdeluego, no había todas las cosas delmundo, nada más sus nombres y muchosdibujos a colores.

Lo apunto porque ésa ha sido lagran diferencia entre Yo y mi tía: ellacree que las palabras son las cosas delmundo y en cambio yo sé que son sólopedazos de sonido y las cosas delmundo existen sin necesitar de laspalabras.

De cualquier forma, el atril con el

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gigantesco diccionario se me volvió unlugar para estarme quieta. Sólo dejabade hablar para buscar con la bocaabierta una palabra en sus hojas, ocuando desaparecía, o cuando estabadormida, que es también desaparecer,pero en posición horizontal.

Pero al regresar, lo dicho, era unamáquina de hablar, un radio con 2 patas,me dormía hablando y riéndome dealgunas palabras que me parecíandivertidas y, como dije, me despertaba amí misma hablando, era el tormento dela Gorda y del mozo, que me veíanllegar y me ignoraban mientras Yollenaba el espacio de mi voz.

Si por lo menos cantaras lascanciones del radio, dijo la Gorda,

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vaciando un saco de papas en elmostrador de la cocina.

No las cantaba. Recitaba lascanciones que oía en la radio con mi voznasal y monótona, sin modulaciones. Porqué se fue porque murió porque el señor,el señor, me la quitó, se ha ido al cielo ypara poder ir Yo, Yo, Yo, debo tambiénser bueno para estar con mi amor.

Amorrr, repetí, observando lapalabra enrollar mi lengua hacia atrás.Amorrrrr, repetí. ¡Amorrrrrrrrrrrrrr!, ysolté otra carcajada.

La Gorda siguió pelando una papaen el lavabo, resignada.

Tal vez es hora de llevarla a laescuela, dijo mi tía.

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Entré al aula el primer día, vi puraspersonas raras y chaparras y fui directoa pararme con la cara contra unaesquina. Así que no sé cómo estuvo miprimera semana de clases, porque me lapasé mirando donde 2 paredes se juntan.

Bueno, era rarísimo. Era como sihubieran recogido a todos los niñoschistositos del pueblo y sus alrededores.O mejor dicho, es lo que exactamentehacían, traer ahí a todos los niños lelosde Mazatlán y pueblos vecinos,catalogarlos y tenerlos entretenidos.

Todos eran niños retardadosmentales o locos, o locos y retardados.Había 4 niños que parecían chinos, y

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eran, según luego supe, mongoles, y sereían de todo y realmente se reían denada. Estaba este loquito alto y flacoque se sacudía de pronto como si lohubieran conectado de veras a laelectricidad y luego se caía al pisosacudiéndose y entonces Miss Alegría lemetía una cuchara en la boca y se pasabalas siguientes horas babeando. Estabanlos tembeleques, como les decían, 5niños que se la pasaban en sillas deruedas y a los que se les iba del lado lacabeza y del otro lado una pierna, y todoel día sacudían una mano como siquisieran abanicarse aire en la cara,pero la mano se les caía hacia abajo. Yestaba una retardada que traía un cableeléctrico atado al cinturón y cuya clavija

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iba cambiando por los enchufes de lasparedes del salón hasta que encontrabael mejor y entonces, ya enchufada, sepasaba mirando por la ventana el patiode baldosas rojas y paredes amarillas, yesa loca de los enchufes era Yo.

En el patio una gata blanca solíadarse vueltas por las baldosas rojas ytumbarse al sol. A veces por el cielopasaba una parvada de gaviotas. O unratón subía hecho la mocha por el troncodel único árbol del patio y Yo lo mirabasaltar de una rama a otra, hasta que deun salto gigante desaparecía tras labarda del patio.

Cosas así, que me tenían embobaday babeando todo el día con la frentepegada al vidrio de la ventana.

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De pronto, cuando más sol había y sindecir ahí va, estallaba la locura detodos: algunos giraban sobre su eje unay otra vez, gritando, el loquito eléctricotenía su ataque de sacudidas, losmongoles se tiraban al piso y rodaban,los tembeleques se tembelequeaban ensus sillas de ruedas, Yo recitaba el canalde la hora a todo pulmón y la MissAlegría sacaba su tejido y tejía muytranquila sentada en una silla.

No me gustó nada la escuela.Todos se parecían mucho a mí,

pero eso nada tiene que ver. Yo no megusto a mí misma mucho.

Cada mañana el chofer me sacabade la camioneta a tirones y abrazándomela cintura me cargaba hasta la escuela

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mientras yo pataleaba, y en el aula medepositaba sobre una mesa, toda llorosay cansada de luchar y con el pelomojado de sudor.

Miss Alegría me sonreía y decía:Buenos días, Karen, bienvenida.Pero había algunas cosas

interesantes. Metíamos las manos enbotes con pintura y pintábamos lasparedes con las manos. Nos enseñaban aatarnos las agujetas de los tenis. O aponernos las calcetas. Y a ponernosprimero las calcetas y luego los tenis,que es mejor.

Nos sacaban en una hilera, cadauno amarrado a la hilera con un resorte,a caminar por la calle y teníamos queleer los nombres de las calles o mirar

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que el semáforo se pusiera en rojo paracruzar ante los automóviles a la otraesquina.

O íbamos a un museo para aprendera ir al baño en un lugar público. Al bañode mujeres nos metían a las mujeres y alde los hombres a los hombres, cosa enla que es muy importante noequivocarse, decía la Miss Alegría. Yteníamos que cagar y orinar dentro delos escusados, no fuera.

Cosa en la que también es muyimportante no equivocarse, decía laMiss.

Era un lío porque los mongolesjalaban el papel higiénico de los rollosde papel por todo el baño. O el eléctricometía su pene en cualquier agujero de la

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pared de mosaicos y se sacudía contralos mosaicos hasta soltar un líquidoblanco y pastoso y quedarse con los ojosen blanco. O un tembeleque desde susilla de ruedas rociaba los espejos deorín usando su pene, que era de 15centímetros, como una manguera. O losincansables mongoles ya estabanregando el piso de mosaicos con eljabón líquido de las jaboneras y nosllamaban a todos, a hombres y amujeres, al baño de la travesura y todospatinábamos de pared a pared,sacándole espuma al piso.

Así conocimos todos los museos deMazatlán, que son en total 4.

El Museo del Folclore deMazatlán, donde se guardan en vitrinas

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huaraches, sonajas, ollas y monitos debarro y cosas así. El Museo deArqueología de Mazatlán, donde seguardan en vitrinas huaraches, ollas,monitos de barro, pero todo muy viejo.El Museo de los Beneméritos Alcaldesde Mazatlán, donde se guardan enaparadores ropa vieja y papeles viejos,y donde nunca vimos a nadie más que anosotros mismos y a un ancianito, queera el cuidador, y nos seguía de salón ensalón como si quisiera ser de nuestrogrupo de lelos, pero, siempre, a lasalida del museo la Miss Alegría lomandaba de regreso dentro. Y el Museode las Ciencias Naturales de Mazatlán,un lugar oscuro con animales muertos ycon las garras en alto dentro de vitrinas

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iluminadas, que hacían estallar en llantoa todo el grupo de lelos y locos, y a míme dejaban vacía y boquiabierta delsusto.

Encabezados por Miss Alegría loscruzábamos en fila amarrados por elelástico blanco rumbo a lo querealmente le interesaba de los museos aMiss Alegría, a decir: los bañospúblicos, y recuerdo que ver tantocristal brillando en las vitrinas yaparadores se me antojaba como pararomper algunos cuantos.

Nunca rompí ningún cristal en losmuseos, pero aún ahora, ya siendoadulta, si visito algún museo, latentación me aprieta el puño y me hacesalivar.

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Pero volviendo a Miss Alegría.Miss Alegría nos enseñaba con su

paciencia infinita de monja que todo loque uno hace de la cintura para abajo yde las rodillas para arriba debe hacerloen secreto, a solas.

¿Cómo debe uno hacerlo?¡A solas!, gritábamos a un tiempo

los locos.Porque todo lo que uno hace en esa

parte del cuerpo es feo. Feo, repetía.¿Cómo es? Es…

¡Feo!, gritábamos todos.¿Y a quién se le cuenta lo feo?¡¡A nadie!!, gritábamos como un

coro de imbéciles, que eso era lo queéramos.

¿Y cuáles son las 2 partes

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prohibidas del cuerpo?Todos nos agarrábamos entre las

piernas, al frente primero, luego nosseñalábamos con un dedo entre lasnalgas, para indicar el ano.

Muy bonito, nos felicitaba MissAlegría.

Creo que nos tenían en la escuelanada más para que en nuestras casasdescansaran de nosotros.

A veces Yo me escapaba del salón alpatio y atrapaba a la gata blanca. Unagata con mucho pelo, siempre muylimpio, muy blanco, con sus orejitas depuntas rosas y sus piececitos rosastambién. Me sentaba en las baldosas y le

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rascaba el lomo y la panza, y la gatamaullaba. Me tiraba de cara al sol y ellame caminaba encima con sus patitas enpunta y entonces Yo maullaba.

Miss Alegría me llamaba al aula yentonces la gata me seguía, metiéndoseentre mis patas a cada paso, sin que lamachucara al cerrar el paso.

Nos habíamos vuelto amigas ycuando Yo me sentaba en una silla ellase sentaba en mis piernas y se me metíabajo la camisa a lamer el sudor de mipiel y se me salía al cuello y se sentabaen mi cabeza, como un sombreropesado.

Una mañana, al mongol número 3se le ocurrió jalarla de la cola por todael aula, como si estuviera trapeando el

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piso con ella, a pesar de que la gatachillaba como loca. Le di un tremendomadrazo en la cabeza al idiota mongol,que lo tumbó, y lo jalé por una pata portoda el aula, como si fuera un trapeador,a pesar de que chillaba como loco.

Bueno, eso fue el comienzo de unahistoria inexplicable.

Una tarde, estando ya en la casa demi tía, hete aquí que me encuentro,sentada en un cuadro negro del piso demármol blanco y negro de la sala,ladeando la cabeza, sus ojitos azulesclaros, a la gata blanca.

Mi tía Isabelle me lo preguntóvarias veces:

¿Cómo llegó acá la gata blanca?Ni idea, le contesté varias veces.

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¿Cómo llegó, Karen? ¡Concéntrate!¿Te la robaste? ¿Te siguió?

¡Ni idea!¡No me digas que cruzó medio

Mazatlán sola y dio con tu casa!¡NI IDEA!, grité.Mi tía sabe que no miento. No es

que no quiera mentir, es que no puedo.Como habría de enterarme muchotiempo después, es que no tengo lasconexiones neurológicas adecuadas paramentir.

Así que mi tía ya no insistió.Desde entonces, algunas cosas que

me gustan mucho, mucho, se aparecenluego en mi casa. Ésa es la única cosaen la que tengo suerte.

Mi tía me preguntó qué nombre le

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pondríamos a la gata y dije:Tú.Mal nombre, dijo la tía.La Gorda ofreció otro nombre,

Nunutsi, que quiere decir en huichol, lalengua materna de la Gorda, niñachiquita. Mi tía le dijo que sí con lacabeza a la Gorda y luego a mí:

Ahora ella es la niña chiquita, yano tú.

En la casa, por la tarde, yo leía loslibros de mi bisabuelo. Entendía casinada pero lo que me importaba eran laspalabras nuevas. Cada palabra nueva laescribía en una hoja con mi letrota yluego iba a pararme ante el atril del

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diccionario, donde la buscaba. Despuéspegaba en las paredes de mi cuarto conchinches de colores las hojas de laspalabras nuevas.

Las que más me gustaban, y mesiguen gustando más, son los sustantivos,o sea, el nombre de las cosas más cosasque hay. Cosas que son agarrables,oíbles, olibles, y a veces además tienenla gracia de que están vivas, como lospájaros, las gatas, los peces, lashormigas, las tortugas.

También me gustan mucho losnombres de los colores, que son cosasque casi no son. Quiero decir, loscolores son cosas que por un poco y noexisten. Que entre ser y no ser, son comode milagro. El verde, el azul, el

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amarillo, el negro, el blanco, el rojo. Mehace reír mucho que los colores sean,cuando sería muy fácil que no fueran.

Pero los verbos conjugados enfuturo me eran imposibles. ¿Cómo podíahablarse de un tiempo que no existe ynadie sabe cómo será cuando sí exista?Algo en mí era incapaz de pensar enfuturo, el mismo hueco que me impidementir.

Cada noche, acostada en mi cama,releía las nuevas palabras de las hojaspegadas a las paredes en voz alta, paraterminar de hacerlas parte de Yo, hastaque los ojos se me cerraban.

Una tarde estaba en la biblioteca de mi

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bisabuelo con mi tía. Una biblioteca con4 paredes altas cubiertas de libros y unamesa grande en el centro. En algúnmomento me di cuenta que mi tía habíadejado de teclear en la máquina deescribir y observaba cómo Yo leía.

Con mi dedo índice seguía la líneade letras, luego subrayaba una palabracon el lápiz, luego iba al atril y movíalas hojas del diccionario gigante delbisabuelo, encontraba la palabra, laapuntaba con mi letra lenta y grandota enuna hoja, y luego regresaba al libro y acolocar la hoja con la nueva palabra enun altero de hojas.

¿Qué lees?, preguntó mi tía.Mujercitas, de Louise M. Alcott.Ése es el primer libro que yo leí,

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me dijo mi tía contenta. A verlo, dijo.Se lo di. Le dio vuelta en sus

manos. Un libro de pastas verdes ya muygastadas y hojas amarillentas. Lo hojeó.Acarició una hoja en especial.

Sí, es mi libro, murmuró. ¿Y tegusta, Karen?

No sé.¿Cómo que no sabes? A ver, dime,

¿de qué trata, Karen?De… una niña que se llama Jo…Correcto.Que tiene un novio y entonces Jo se

corta su trenza de pelo para venderla ycomprar comida para su familia quetiene hambre y entonces su hermana quees más bonita que Jo se casa con elnovio que es muy rico. Eso es todo.

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Pero cuéntame la historia, Karen.Ésa es la historia, dije tensándome.¿Pero qué me dices de las cosas

que van en medio?Pues sólo van en medio, no sirven

de nada, las quitas y es la mismahistoria.

Mi tía lo meditó achicando losojos. Así piensa cuando piensa fuerte. Ypor fin concluyó:

Pues tienes razón. Tu inteligenciaes muy especial, ¿lo sabes? Pero dimealgo más. ¿Te gusta?

¿Me gusta?, le pregunté, porque noentendí la pregunta.

¿Qué sientes cuando la lees?Que la leo, contesté ya

embroncándome.

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¿No sientes tristeza, a veces, o nosé, no sientes ganas como de llorar?

¡NO!; golpeé con el puño la mesa.Y a mi tía se le inundaron de

lágrimas los ojos. No sientes nada, dijomuy quedo.

Bueno, es una exageración, algo sísiento. 28 años después, ahora querecuerdo y escribo lo dicho por mi tía,ya sé qué responderle. Siento miedo, esomuy seguido. Siento alegría, siempre ycuando algo alegre pase. Y siento dolor,si me pegan o me pego con algo.

Además, cuando llega la nochesiento sueño y siento hambre cuando meda hambre.

Pero es verdad, no parezco sentirtodas esas cosas, más complicadas o

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fantasiosas, que los humanos standardsienten.

Standard: normal, típico.Humanos standard: humanos dentro

de la norma.No siento esas mil y una cosas que

les suceden en los intermedios entre eldolor, el miedo y la alegría, o entre elhambre y el sueño. Por lo demás, creoque ésa es mi ventaja.

Quiero decir, sé que soy una lentamental, por lo menos comparada a loshumanos standard. Sé que en las pruebasstandard de IQ alcanzo el sitiointermedio entre los idiotas y losimbéciles, pero mis virtudes son 3 y songrandes.

1. No sé mentir.

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2. No tengo fantasía. Es decir, queno me duelen cosas ni me preocupancosas que no existen.

3. Y sé que sé sólo lo que sé, y loque no sé, que es muchísimo más, estoysegura que no lo sé.

Y eso, como antes decía, a la largame ha dado una gran ventaja sobre loshumanos standard.

Mi tía seguía mirándome. Había dejadode llorar pero seguía sobándose con lamano derecha el hombro, como si deverdad alguien la hubiera golpeado.

Me dijo:Karen, escucha esto y nunca lo

olvides. No dejes que nadie te diga

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nunca que eres menos. No eres menos,nada más eres diferente. ¿Lo hasentendido, Karen?

Le dije:Tía, voy a cagar.Fui al baño, pero recién saliendo

de la biblioteca me encontré a la gata, legrité, ¡Nunutsi!, me hinqué para chocarmi nariz con la suya, de un salto estuvoen mi hombro, vi de un lado cómo la tíatodavía con sus ojos achicados no seperdía detalle de cómo le rascaba ellomo y ella me lamía la cara, y por finme fui con la gatita sobre el hombro, acagar.

Cuando regresé, mi tía Isabellehabía ya decidido de qué se trataría elresto de mi vida.

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No iría ya a la escuela de lelos, unmaestro privado me enseñaría por lastardes nada más lo que a mí meinteresara, y en la mañana empezaría a ira la atunera.

¿Te gusta el plan?, preguntó mi tía.Ni idea, dije Yo.Ven, dijo ella.Me abrazó y Yo me quedé tiesa

dentro del abrazo.

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3

El ingeniero Rodrigo Peña, directorgeneral de Atunes Consuelo S. A. de C.V., usaba lentes de cristales de fondo debotella y marco de pasta gruesa, y unacamisa de mangas cortas sudada en laesquina de ambos sobacos, y mientrasme hablaba se ocupaba de colocar 3lápices al centro del escritorio, separar

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uno a un lado, otro a otro lado,volverlos a juntar al centro, abrir uncajón y sacar otros 3 lápices, meter 2 enun vaso y el 3° en una maquinitamaravillosa de donde el lápiz salió conpunta: todo eso era lo que Yo observabaasombrada mientras él, como dije,hablaba y hablaba de quién sabía qué.

Creo que el ingeniero Peña era másautista que Yo.

La cosa es que por fin me preguntóqué opinaba Yo de esa grave crisis a laque se enfrentaría en el futuro próximola atunera.

Torcí la boca.Él se acarició la barbilla.Dijo:Sí, por supuesto es difícil saberlo a

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ciegas.Preguntó:¿Y por dónde prefiere usted

empezar a investigarlo?De veras el muy autista no se daba

cuenta que además de autista Yo teníaapenas 15 años.

Yo con toda sinceridad le respondí:Yo lo que quiero es ver si me

quedan los uniformes de la fábrica.Peña me vio con cuidado.Vuelvo en un instante, dijo.Salió de la oficina, lo vi por el

cristal hacer una llamada de teléfono,cuando volvió dijo:

Muy bien, su tía lo ha aprobado yasí será, y me extendió su mano.

Le dije:

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No doy manos, no toco a la gente.Ah. Muy bien también, dijo él, y

guardó la mano en la bolsa de supantalón.

Así que mi primer trabajo en laatunera fue probarme todos losuniformes.

El de chofer de camión. Una camisetagris con Atunes Consuelo S. A. de C. V.en letras rojas en la espalda.

El de cargador de cajas de latas deatún. Que era idéntico al de loschoferes.

El de afanadora o destripadora deatún o empleada de la sección deenlatados, un uniforme todo blanco y con

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muy elegantes accesorios, todosblancos: una gorra de plástico paraguardarse el pelo de la cabeza, untapabocas, un delantal de plástico tieso,pantalones grandotes guardados en botasde plástico y guantes de látex, estosúltimos de un elegante color rosa.

El de marinero. Camiseta blanca,camisa y pantalones de mezclilla y botasde plástico blancas.

El de buzo. Un traje de neoprenoazul con un maravilloso zíper dorado alcentro, aletas verdes, visor verdetambién, y una boquilla conectada por untubo a un gran tanque de oxígeno colornaranja que se carga a la espalda.

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El traje de buzo fue un descubrimientoque marcó mi vida. El traje de neoprenome apretaba la piel, el visor me cubríalos ojos y la nariz, la boquilla apenasme dejaba respirar por la boca, el pesode los tanques parecía clavarme al piso,pero en conjunto me hacía sentir, no sépor qué, segura. Protegida. A salvo. A ladistancia adecuada de los seres humanosstandard. Con una presión uniforme en elcuerpo que me hacía sentir firme.

Y a todos en la fábrica mi traje debuzo les gustó mucho también.

Caminaba por toda la fábrica deatunes vestida de buzo, dando pasotescon las aletotas de rana verdes, y sereían las destripadoras de las mesas dedestripar atunes y todo el departamento

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de facturación alzaba las cabezas de susescritorios y se reían, y en el muelle losestibadores, que cargaban desde losbarcos a las bodegas los atunesrecubiertos de sal, se detenían y Yo,detrás del cristal del visor, losescuchaba reírse.

Era la alegría de Atunes ConsueloS. A. de C. V. en mi traje de buzo.

Un día vi en el muelle algo que mecambió la vida. Ya sé que hace una hojaescribí que el traje de buzo me cambióla vida y creo que hace otra hoja escribíque trabajar en la atunera de mibisabuelo me cambió la vida. Pero esque de verdad en ese tiempo la vida se

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me cambió para siempre a cada rato.3 marineros subieron de una lancha

al muelle un pez espada que tiraron alpiso de cemento mojado. El pez semovía todavía: sacudió la colagolpeteando el cemento, se enchuecóhacia un lado, abrió una aleta, la otraaleta luego, y todo mientras jalaba airepor su boca, debajo de la espada.

Yo, detrás del visor de mi traje debuzo, los miré hacer, a los marineros.Con un gancho de acero ensartaron lacola del pez espada y el pez se retorció,y con otro gancho engancharon su boca,que soltó un resuello feroz.

En ese momento llegó el ingenieroPeña con grandes pasos, eufóricoordenó por su radio que trajeran una

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cámara de fotografiar y con el zapato ledio 3 patadas al pez espada.

No se muere el cabrón, oí tras elvisor que decía Peña.

Los marineros y Peña se rieron.Y Peña siguió dándole pataditas al

pez con la punta del zapato, mientras sepusieron a platicar entre sí, siempreviéndose a los ojos unos a los otros, ytocándose los antebrazos, y sonriéndoseunos a los otros, encerrados en su mundode humanos standard, y a nuestros piesel pez espada seguía resollando por laboca abierta y sus branquias ahorapalpitaban muy rápido.

Su mundo de humanos standard:una burbuja donde nada sino lo humanoes oído o visto realmente, donde nada

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más que lo humano importa y lo demáses paisaje, mercancía o comida.

Yo temblaba de enojo, o de miedo,no estaba segura, el corazón latiéndomefuerte, a golpes. Les hubiera dado unmadrazo, a cada uno, pero entendía queno eran como el mongol, al que habíatumbado de un trancazo para que dejarade dañar a la gata blanca: eran 5hombres, cada uno más fuerte que Yo.

Peña me vio alejada de ellos y conun ademán me indicó que me acercara.Como no me moví, fue a tomarme delcodo y me jaló a su círculo de humanos.Pero encerrada en mi traje de buzo Yoestaba muy lejos.

Y ahí, cerca de ellos pero lejos, medi cuenta que así sería siempre. Estaría

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cerca de los humanos pero lejos.

Muchos años después, muchas palabrasdespués, muchos libros después,encontré en una hoja de un libro antiguo,escrito por un filósofo francés, unaoración que pone en palabras midistancia con los humanos.

Pienso, luego existo.La oración me dejó la boca abierta,

porque es, evidentemente, increíble.Basta tener 2 ojos en la cara para verque todo lo que existe, primero existe yluego hace otras cosas.

Pero lo más increíble es esto, queel filósofo no propone que así sea, sinoque sólo pone en palabras lo que los

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humanos creen acerca de sí mismos. Queprimero piensan y luego existen.

Y lo peor es lo que sigue. Quecomo los humanos viven así, creyendoque primero piensan y luego existen,piensan que todo aquello que no piensano existe del todo.

Los árboles, el mar, los pecesdentro del mar, el sol, la luna, un cerro ouna enorme cordillera: no, no existen deltodo, existen con un segundo nivel deexistencia, una existencia menor. Por lotanto merecen ser mercancía o alimentoo paisaje de los humanos, y nada más.

¿Y quién les asegura a los humanosque el pensamiento es la actividad másimportante del universo? ¿Quién lesasegura que el pensamiento es la

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actividad que distingue todas las cosasentre superiores e inferiores?

Ah, el pensamiento.En cambio, Yo nunca he olvidado

que primero existí y luego aprendí, ymuy trabajosamente, a pensar.

Y cada día para mí ésa es larealidad. Yo primero existo y luego, ysólo a veces, y con una lenta dificultad,y nada más cuando es estrictamentenecesario, pienso.

Bueno, y ésa es mi distancia conlos humanos.

Subieron al pez espada por fin a unarnés de metal pintado de negro.Goteaba gotas de sangre, las branquias

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ya no le palpitaban, sino por momentosen que revivían y se hinchaban ydesinflaban, para volverse a quedarquietas.

Llegó la cámara y Peña nos llamópara que nos reuniéramos debajo del pezmuerto, nos reunimos y alguien nos tomóla foto.

Ese diciembre llegó por correo lafoto a casa de mi tía con un encabezado:

Feliz Navidad le desea la familiaPeña.

Unas semanas después, creo quefue en un febrero, vino a la atunera laSecretaria de Pesca del país, y leregalaron el cadáver plateado del pezespada. Lo habían pegado a todo lolargo de una charola de madera. La

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señora Secretaria, que tenía unos dientesmuy especiales, como del doble degrande del standard, recibió el cadávercon ambos brazos abiertos y cargándoloasí, con los brazos abiertos, se volviópara posar ante los fotógrafos de laprensa, la sonrisota abierta donde se leveían esos dientes del doble del tamañogrande standard.

Su foto salió en la primera planadel periódico de Mazatlán bajo elencabezado:

La industria atunera al borde dela ruina.

Pero volviendo al pez espada colgadoen el arnés de metal pintado de negro y

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goteando aún sangre. Ya estaba rígidocuando lo bajaron y se lo llevaron 4estibadores encabezados por el alegreingeniero Peña, entonces Yo le pedí aotros estibadores que me colgaran delarnés.

Quería estar ahí colgada como elpez espada, aunque sólo ya colgadaentendí por qué.

Ahí colgada en mi traje de buzo,respirando despacio, podía ver el marlustroso y dorado en la tarde, como siestuviera hecho de pura luz, un mar deluz líquida, y el cielo era azul pálido,casi blanco. A veces pasaba un veleritomuy lejos y se perdía al cruzar elhorizonte. A veces una V de pájarosnegros se adentraba en el azul del cielo,

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hasta esfumarse.Yo estaba absolutamente tranquila

pero sin perderme de mí misma, y sinmiedo de algún humano peligroso.

Se me volvió una fijación. Aprendía colgarme sola del arnés y me colgabaseguido.

¿Dónde está la señorita Karen?,preguntaba el chofer que venía arecogerme en las tardes para llevarme acasa donde el profesor me esperaba.

Me voceaban por los altavoces dela atunera. Si no me apersonaba, elchofer iba por mí al último muelle, encuyo extremo estaba seguramente Yo,colgada del arnés. El chofer se sentabaen un medio poste de cemento a fumarseun cigarro y a esperarme.

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Creí que no había algo mejor queflotar en mi traje de buzo colgada delarnés. Me equivocaba, había algotodavía mejor.

Bucear.

En el traje de buzo me sentaba en elborde de la barca y me dejaba caer deespaldas, para entrar con la cabezaprimero dentro del agua, y bajar así envertical.

A los 5 metros, el agua azulturquesa del mar de Mazatlán se vavolviendo verde.

A los 15 metros pierde másamarillo y es azul clara.

A los 30 metros es azul azul, azul

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como la tinta azul, azul marino se lellama, o azul profundo.

En lo azul profundo, aleteando, heencontrado los peces más elegantes.

El pez ángel, de forma como deplato, cubierto de una cuadrícula verde yrosa, y con labios blancos.

La bola gris, de 2 metros dediámetro, que girando sobre su eje se leviene a una encima, como si fuera aengullirla a una de pronto, pero que lacruza a una sin más daños que milcoletazos, porque está formada de milmacarelas grises de un decímetro delargo.

El pez piedra, que parece unapiedra roja, pero de pronto da un saltoen cámara lenta por el agua, y cae y se

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queda quieto como una piedra roja en elmoho rojo de una piedra grande.

Un caballito de mar es del tamañode mi dedo cordial y vive y duermeparado siempre en la arena blanca delfondo del mar, moviéndose aldesenrollar la espiral de su cola y alenrollarla.

Son gente silenciosa los animalesmarinos, por eso me gusta estar entre

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ellos. No hablan, y por eso no inventancosas que no son.

Son lo que son y no más. Tampocomenos. Piensan con las aletas y las colasy los ojos y las bocas, que al abrirpiensan burbujas plateadas.

Y no son crueles. Una langosta semueve con sus 8 patas y se traga de unbocado una macarela extraviada, peroantes no le da pataditas, ni se ríe alverla morirse de miedo de morirse.Nada más se la traga, y ya fue.

Y las medusas.

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Me da risa escribir sobre las

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medusas, hay más tinta negra en lapalabra medusa que color en toda unamedusa. Son de agua. Agua transparenteque se ve luminosa en el agua azulmarina. Sin corazón ni esqueleto nicerebro ni ojos, bajan en grupos de 10 o12 como si fueran paracaídas de agua,una cabezota de la que cuelgan listonesde agua.

Verlas bajar en grupos me emboba,debo sacudir la cabeza para despertar,desenfundar de mi cinturón la pistola yapuntarles.

Porque el diccionario marino de mibisabuelo lo advierte: algunas medusasson muy venenosas, y otras son fatales,un rozón y en un momento se te cierra lagarganta y te estallan los pulmones.

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Cuando disparo un chorro de tintanegra se fugan hacia arriba abriendo ycerrando la cabezota para impulsarse.

A veces busco una piedra plana ypongo en ella mi cabeza y espero a quemi cuerpo baje a tenderse en la arenablanca. Reviso el reloj del tanque,coloco la alarma para que pulse cuandoquede apenas oxígeno suficiente paravolver a la superficie.

Y toda Yo tumbada en el fondo dela arena del océano, me dedico a existir.A estar.

Y a la mayor felicidad posible: aver.

El ingeniero Peña se presentó en casa de

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mi tía, y en la cocina, en la mesa de palopintada de azul marino, se pusieroncomo cada mes a hablar de dinero.

La Gorda les sirvió té de jazmín yfue a pararse a una esquina, por sinecesitaban otra cosa. Yo entraba ysalía, oyendo retazos de conversación.En esta ocasión, sin embargo, la reuniónno fue corta. Estaban muy dolidos, sesobaban a sí mismos, la tía un hombro oel pecho, el centro de sus senos, Peña sefrotaba las manos entre sí.

Mire, doña Isabelle, dijo Peñaadelantando sus manos gordas ydespellejadas, las tengo excoriadas delos nervios.

Essscoreadas, repetí Yo. ¿Oexxxxcoriadas? ¿O

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escorrrrrrrrrrrrriadas?¡No, Karen!, alzó mi tía la voz.

Ahorita no, por favor.Ven y siéntate con nosotros, dijo

luego. Quiero que oigas esto.Esto era esto: estábamos

hundiéndonos en el carajo. EstadosUnidos estaba por cerrar sus aduanas alatún mexicano, porque un grupo depersonas llamado Mares Limpios loexigía, y para nosotros sería un desastre.La mitad de las ventas de AtunesConsuelo, que eran a Estados Unidos,desaparecerían, y habría que pensar endespedir a la mitad de los empleados.

¿Qué habría hecho mi abuelo?,preguntó mi tía. Se mordió el labioinferior.

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El ingeniero los hubiera corridoantes del desastre, dijo Peña, nodespués, y sin pagar liquidaciones,como lo permite la ley en crisis comoéstas.

La Gorda en su rincón chasqueó loslabios.

Estamos hablando de milempleados, dijo mi tía Isabelle. Estamoshablando de la comida de mil familias.

Yo sé, dijo Peña. Pero 1 menos 1son cero y 1 más 1 son 2.

¿Es decir?, preguntó mi tía.Es decir, dijo el autista de Peña,

que si Atunes Consuelo quiebra, nohabrá trabajo ni para ellos ni para losotros mil empleados ni para nosotros.

La tía Isabelle se pasó la tarde

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fumando y caminando la casa, abriendopuertas, como si del otro lado de algunapuerta pudiera encontrar quién leaconsejara, pero en los cuartos y salonesvacíos, por donde el mar se asomaba encada ventanal o balcón, nada más meencontraba de vez en cuando a mí, susobrina lela.

Entrada la noche habló por teléfono10 veces. Y más entrada la noche, sesirvió un whisky y al rato otro y otro.

A media noche la encontré en laoscuridad de la sala, zigzagueando entrelos muebles de terciopelo en un camisónazul claro de seda, la tomé de la mano yla llevé escaleras arriba. Estaba tansorprendida que Yo la tomara de lamano a ella que se dejó llevar.

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Se dejó caer en su cama. Me acostéa su espalda y le acaricié el lomo conuna mano tensa, no estaba acostumbradaa tocar a nadie. Estaba fría y quieta, laabracé y le dije lo que Yo creía al oído.

Siempre decides bien, no tepreocupes.

Suspiró. Olía a perfume de rosas ya whisky. Me acerqué y la envolví enmis brazos, tensos por el contacto.

La tía dijo que ni hablar, Yo no podía irde vaqueros y camiseta, mi atuendousual, ni con la melena engreñada, comola llevaba a diario.

Después de bañarme, me sentédesnuda en un banco ante el espejo de

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cuerpo entero. Mi tía llegó tras de mícon una rasuradora eléctrica, y rasuró mipelo castaño al rape.

Después, con un rastrillo, me afeitópor atrás el cuello.

A ver, mírame, dijo.Pelona, me volví a verla.Very elegant, dijo ella. ¿Te

acuerdas de la última vez que te corté elpelo así?

Ni idea, dije.Qué bueno que no te acuerdas, dijo.Me alcé a su lado y en el espejo de

cuerpo entero por primera vez noté queya era más alta que mi tía.

Yo: flaca y enjuta, con losmúsculos marcados en la piel morena, elpecho plano, y ahora el cráneo cubierto

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por un centímetro de cabello café. Ella:con una mata de pelo grueso rubio, flacatambién bajo su bata de toalla blanca,pero con 2 senos frondosos.

Y los 2 pares de ojos de un verdeidéntico, un verde claro, que era laúnica razón para afirmar que éramossobrina y tía.

O tal vez, lo pienso ahora alescribirlo, eran las quemadurasredondas de color guinda en misantebrazos, la llaga vertical en mientrepierna y la llaga que cruzaba dederecha a izquierda mi espalda las queme aseguraban la protección de misupuesta tía.

Ya te crecerán los senos, dijo ella.Dije preocupada:

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¿Es necesario?Lo que hizo reír a mi tía.Me dio un traje suyo, chaqueta y

pantalones de lino blanco, pero lospantalones me quedaban cortos. LaGorda les soltó los dobladillos y mequedaron bien, y me calcé unassandalias blancas planas, también de mitía. Ella misma iba de blanco, en unvestido que era como una camiseta sinmangas, igual de lino, y le llegabapasadas las rodillas.

En el quicio de la salida de la casame puso un par de lentes negros y sepuso un par de lentes negros a sí misma.Me vi en sus lentes, ella se vio en losmíos, y asintió.

Me tomó del brazo y caminamos el

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jardín de palmeras gigantes en cuyoborde nos aguardaba el chofer al pie delautomóvil negro descapotado.

La Secretaria de Pesca, una señora depelo negro en casquete y los dientesextra grandes que ya he mencionado,seguida del alcalde de Mazatlán, avanzópaso a paso ante nuestros 20 capitanesde barco, todos de blanco y cuadrados,la diestra a la visera del gorro marinero,al llegar al ingeniero Peña le dio lamano, después me la extendió a mí peromi tía adelantó la cabeza para susurrar:

No da manos, es una enfermedadque tiene.

Y le ofreció a cambio su delicada

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mano de dedos largos y huesudos, paraseguidamente conducirla con su encantomaravilloso por la escalerilla del barcoLa Chula Bonita, en cuya proa tocaba laBanda de Vientos de Sinaloa un son deHeitor Villa-Lobos, según dejé apuntadoen mi diario.

En la cubierta esperaban de pie losotros dueños de atuneras mexicanas ysus ejecutivos principales, todosvestidos con guayaberas blancas,algunos con sombreros panamá.

Tomamos todos asiento, losejecutivos de nuestra empresa y los delgobierno sobre una tarima, los dueñosde las otras atuneras y su gente en elárea de sillas que encaraban la tarima.

Ante el podio con micrófono, habló

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primero el alcalde, un bigotón gordo,que durante 10 minutos dijo de variasmaneras lo mismo en distintas formas,pero cada vez encabronándose más. Queel mar de México era el mar de México.Que de México era su mar y no de losgringos. Que de los gringos era su marpero no el de México. Etcétera.

Habló después el ingeniero Peñade algo que llamó la dignidad nacionalcon su voz de autista, plana y sininflexiones, y Yo por poco me pongo adormir.

Habló entonces la Secretaria.Primero mandó saludos a mucha genteno presente. Al Presidente del país, alSecretario de Gobernación y a losPresidentes de cada uno de los países

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latinoamericanos, nuestros hermanos, adecir de ella. Segundo, saludó a losatuneros presentes. Y tercero, cuando yaarreciaba el calor del mediodía y losprimeros abanicos aparecieron entre elpúblico, habló de los 5 buquesestadounidenses que el Presidente deMéxico había mandado capturar contodo derecho porque pescaban nuestrosatunes en nuestro mar mexicano y de lainjusta reacción de Estados Unidos, queahora bloqueaba la entrada de nuestrosatunes a su territorio, so pretexto de queen su caza morían delfines y moríanatunes de manera cruel.

¡Ja!, exclamó la señora almicrófono. ¿No eran esos mismos atuneslos que querían robar los

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estadounidenses?Y el público de atuneros le

respondió a un tiempo:¡Ja!¡Pues claro que mueren delfines!,

afirmó la Secretaria. Los delfinesmigran con los atunes de aleta amarilla yclaro que algunos mueren en la pesca,así es la pesca del atún desde tiemposde nuestros tatarabuelos aztecas. Por lodemás, ¿cómo van a morir los atunes sino es que cruelmente? ¿Es que la muertemisma no es algo cruel?

Los presentes, todos lustrosos desudor, se rieron no sé de qué y laSecretaria siguió.

Nos acusan además de que losatunes mueren estresados, y yo desde

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acá les digo a nuestros puritanos vecinosdel norte: sí, así mueren, de hechomueren muy estresados, y es que lamuerte suele ser una actividad muyestresante.

Los atuneros volvieron a reírse,aplaudiendo.

En cuanto a Mares Limpios, dijo laSecretaria adelantando su dedo índice,esto les digo desde el heroico puerto deMazatlán: limpien ustedes sus mares,que nuestros mares son en efectonuestros.

Aplausos fortísimos y el gordoalcalde de Mazatlán alzando el puñocerrado en alto.

La Secretaria prometió resolver enpoco tiempo el problema ante la corte

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de justicia de una organizacióninternacional cuyo nombre larguísimo nologré memorizar, y a continuación invitóal podio a la dueña de la empresa líderdel atún en el mundo.

Nunca antes había visto a mi tíahacerse chiquita. Encogida en su silla,negó con la cabeza, tenía cara deespanto, y para salvarla alcé la mano yantes de que notara si me daban o no lapalabra fui directo al micrófono.

Las reuniones de más de 3 personasme angustiaban, aún me angustian. Ésaera una reunión de 154. Ya ante elmicrófono me paralicé. El silencio, losrostros mirándome, Peña sacándose ymetiéndose una pluma de la bolsa de lacamisa, para volver a sacarla, mi tía

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prendiendo un cigarro con manostemblorosas.

Clavé la mirada en el micrófonopara no ver a nadie y me solté hablando,demasiado alto por el miedo, con mi voztensa y plana.

Los barcos de Atunes Consuelo S. A. deC. V. son 20 y cada uno vale enpromedio 17 millones de dólares, 17millones de dólares. En alta mar, cadauno con un promedio de 30 marineros sequeda de 2 a 30 días, realizando unpromedio de 100 lanzamientos de redes.A 5 barcos les falla el radio y se pierdendurante un promedio de 18 díasanualmente, precisamente ésos, ésos.

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Alcé un solo instante la vista. Losatuneros me atendían con enormeinterés. La clavé otra vez en elmicrófono.

Los barcos vuelven con los atunesya muertos, pintados de la sal de lasalmuera en que nadan en las bodegas.Los atunes se meten entonces encontenedores rojos, azules, verdes oamarillos, según los 4 tamaños en que secatalogan a los atunes —muy grandes,grandes, medianos y chicos—,contenedores que se apilan, apilan, enuna primera cámara de cemento, dondelas columnas de contenedores se bañancon mangueras de agua hirviendo y sedejan escurriendo el agua salada consangre fresca, agua salada con sangre

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fresca.Oí que alguien en el sillerío

repetía:Agua salada con sangre fresca, muy

cierto.En una segunda cámara, los atunes

pasan a las mesas, donde las obrerasvestidas de blanco, con tapabocas y elpelo en una gorra de plástico, losdestripan, les cortan las cabezas, lessacan los ojos, les arrancan las espinasdorsales, y se transportan en un diablitoa la tercera cámara, donde los pasan porun sistema de 5 máquinas a ser trozados,trozados, trozados, envasados en latas,en latas, en latas que se inyectan deaceite de oliva o de agua, de vegetalescortados o de rodajas finas de chiles, se

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inflan con vapor, se sellan las latas y seetiquetan con etiquetas de AtunesConsuelo Tuna Fish producto hecho enMéxico, en México, hecho en México.

En México, dijeron varias vocesdispersas, hecho en México, y sonó unarisa por ahí y otra por allá.

Empecé a llorar de terror, perocuando Yo me programo para hacer algolo hago hasta su última letra,simplemente no sé cómodesprogramarme. Entonces pues seguí,con un nudo en la garganta, la vozquebrada, lágrimas en los ojos.

70 obreras, 70 obreras, 70 obreras,colocan las latas en charolas de cartóncafé, charolas de 14 latas o 28 latas ylas extragrandes de 56 latas, las mismas

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que van apilando en uno de los 39camioncitos eléctricos que llevan laspilas de charolas de latas alestacionamiento donde los tráilers sonllenados mientras un inspectorcontabiliza el número de charolas delatas de atunes.

Los tráilers son 35 y durante todaslas horas con luz van saliendo delestacionamiento hacia alguna de las 5carreteras que entroncan en una estrellaen las afueras de Mazatlán. Unacarretera va al centro del país, otra alsureste, otra al norte y la otra viaja alnoroeste para entrar por Ciudad Juárezdirectamente a Estados Unidos deAmérica, de América.

¡Eso!, grité ya perdiendo todo

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control, ¡eso!, ¡3 turnos cada día eso!,¡¡eso es el negocio de la AtunesConsuelo desde tiempos en que mibisabuelo la fundó en el siglo 19 enMéxico, en México, en el siglo 19!!

Ya no separé los labios. Absorta enel micrófono, oía el mar. Chocabasuave, rítmicamente, contra el costadode metal del barco. Mi saco de linoestaba ensopado de sudor y de lágrimas,mis lentes negros estaban completamenteempañados y tenía urgencia de orinar.

Me fui a sentar a ciegas, mirandonada más a través de la neblina de loslentes el piso de madera de la tarima.Pero la Secretaria se adelantó paraponerme la mano en el hombro, queencogí instintivamente, asustada,

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encorvé la espalda y me desplomé en misilla, a un lado de mi tía, que escuchéque lloraba quedito.

Me quité los lentes y vi al frenteque otras personas del público lloraban,no sé por qué si ellos no habían pasadoel trauma de hablar en público, y otrostenían las caras en blanco y los labiosdesprendidos, como bobos profundos.

De nuevo ante el micrófono, laSecretaria agradeció mi emotivo, así lollamó, discurso.

La joven Karen nos ha conmovido,dijo, recordándonos qué es lo quedefendemos. Otra vez gracias, jovenKaren.

Los presentes se pusieron en piepara aplaudir.

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La Secretaria siguió:Y acá me comprometo contigo,

Karen: nuestros atunes entrarán aEstados Unidos, ni lo dudes, cueste loque cueste y caiga quien caiga.

Le aplaudieron más fuerte.Y todavía de pie, los atuneros

cruzaron las manos diestras, con lapalma hacia abajo, sobre sus corazonesal tiempo que las trompetas de la Bandade Vientos de Sinaloa entonaban unhimno que todos cantaron a voz encuello y que a mí me aterró desde suprimera y amenazadora estrofa:

Meeeexicanos al grito degueeerra…

… al sonoro ruuuugir del cañón…… y retiemble en su ceeeeeentro la

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tieeeeeeerra…Y luego fue lo del cadáver del pez

espada pegado a una charola de madera.

Se lo entregó Peña, la Secretaria lorecibió con los brazos abiertos y lasonrisota de dientes doble standard, sevolvió a los fotógrafos, que dispararonsus cámaras, la foto salió en primeraplana del periódico con el encabezadode que nos íbamos a la ruina y en losmeses que siguieron mi tía fuerematando 10 buques y despidiendo a1000 obreros y empleados, la mitad denuestro personal, igual proporción quefueron despidiendo las otras atuneras dela Costa del Pacífico mexicano, muchas

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tiendas y talleres que surtían a lasatuneras se clausuraron y en cadaesquina de Mazatlán fue apareciendo unpordiosero con una cajita de chiclespara vender o una estopa para limpiarlos parabrisas de los coches por unamoneda de cobre, mi tía me dio por finpermiso de salir a la pesca en alta mar, acondición de que intentara aprender elidioma inglés, y a la Secretaria de Pescano la volvimos a ver en Mazatlán sinoaños más tarde, también en la primeraplana de un periódico.

La habían electo presidenta delpartido político que por entoncescumplía 59 años de gobernar el país, elPRI.

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4

Todo comienza en alta mar, cuando elvigía instalado en la cofa de un mástilavista por sus binoculares los chorrosverticales de agua, aproximándose.

Son los delfines, grises, lustrososbajo el sol, que siempre nadan cerca dela superficie respirando por los agujerosen sus cabezas. Metros abajo, ocultos,

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van los atunes. Plateados y rápidos.Desde el avistamiento, todo se

mueve aprisa en el barco.Suben por unas escalerillas

marineros y bajan por otras escalerillasmarineros, vestidos en rompevientosamarillos y botas de plástico blancas.En su subir y bajar y subir cruzan por elpasillo ante el altar de la Virgen delAtún, e hincan en el piso la rodilla.

Una virgen de cerámica azul con unatún plateado en los brazos. Un atún conun ojo que es un foquito amarillo. Sepersignan pidiendo suerte, losmarineros, y se apresuran a seguir sufaena.

Desde cubierta se lanza la red almar. Una red con flotadores amarillos.

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Las 4 lanchas de motor ya han sidobajadas al mar y en cada lancha losmarineros atan la red a horquillas.

Las lanchas entonces se muevenpara desplegar la gran red: desplegada,forma un círculo de medio kilómetro dediámetro. Ésa es la trampa.

Luego, las lanchas se mueven paraacortar el diámetro y sumergir latrampa: quedan visibles únicamente losflotadores amarillos, y viene la espera.El barco y las lanchas y los flotadoresamarillos suben y bajan con lasuperficie del mar, en silencio. Como sinada fuera a suceder.

Pero sucede.Los delfines van entrando en la

trampa y también, más abajo, la tribu de

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los atunes: una cuadrilla ordenada,primero van los atunes maduros,mayores de 7 años, luego los viejos,mayores de 10 años, al final los jóvenesy entre ellos las crías.

Cuando todos han entrado a latrampa, el capitán da la orden de matarsacudiendo en cubierta una campana.

Y sobre la superficie del aguarecomienza la operación de la tribu delos humanos.

Las lanchas vuelven a desplazarse,ahora para ir cerrando el diámetro de latrampa. El ruido de los motores y lasestelas espumosas de las lanchas alertana los peces: los delfines saltan alto porel aire, los atunes asoman los ojos,asustados. Las lanchas los acosan, como

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los vaqueros acosan al ganado paracompactarlo, 3 marineros con arponesalzados en cada lancha.

Los arpones se clavan en los peces.Sin soltar el timón del motor, con lamano libre los pilotos lanzan bombas dehumo hacia los peces. Y los arpones sehunden una y otra vez en los costados delos atunes, que sangran. El agua sevuelve espumosa y rosa.

Entonces sucede la ruidosamaniobra de retroceso, implementada araíz del embargo estadounidense.

El barco se atrasa y las lanchas seadelantan para formar con la red uncanal, una suerte de resbaladillainclinada desde el barco hacia el mar.Aterrados, los atunes y los delfines

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reaccionan aprisa, cada especie con supropia táctica de sobrevivencia: losatunes se juntan cuerpo contra cuerpo yescapan hacia el fondo, para sudesgracia, porque al fondo se topan denuevo con la red, mientras que en lasuperficie y en el extremo del canal losdelfines saltan la red y huyen por el marabierto, casi todos, salvo alguno al queel ritmo inexorable de la matanzaapresa.

Las lanchas vuelven a moverserápido para formar otra vez un círculo yviene la operación de cierre.

Hay que imaginar una bolsa de redcuya boca se cierra: así la red circularva cerrándose para formar una bolsa de50 metros de diámetro repleta de una

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carga inquieta que las lanchas van aúncerrando más y más.

Hay en cubierta un cucharón de 5metros de diámetro: por un mecanismode palanca, los marineros lo bajan a lared para llenarlo de los peces plateados,ahora bañados de sangre; lo alzanrepleto y entonces con un ¡zaz! elcucharón se desfonda para dejar caer losatunes en una escotilla abierta en lacubierta.

Es un escándalo: el griterío de losmarineros intercambiando órdenes, elgriterío de triunfo cuando un atúngrande, del doble del tamaño de unmarinero, emerge en la cuchara; elresuello, como si fuera de trompetasdestempladas, de los atunes

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desesperados, sus coletazos mientras sedesangran por las heridas en la cucharay rocían de sangre a los marineros; lassacudidas del barco cuando los atunescaen desde la escotilla por un tobogán ala bodega inundada de salmuerablanquecina que va volviéndose rosacon la sangre.

Un escándalo que no cesa cuandoen cubierta se tapa la escotilla y labodega se oscurece: entonces elmoridero de atunes se vuelve bajo lassuelas de los marineros un traqueteofrenético, que dura y dura y dura.

Hasta que se debilita y lo cubre elmotor del sistema congelador.

Cuando la salmuera se congela, losatunes han muerto asfixiados. Los atunes

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y algún que otro delfín con mala suerte.Entonces el barco gira despacio su

rumbo, y despacio emprende el viajepara encontrar otro cardumen, tal vez adías de distancia, con los atunes en lasalmuera de la panza del barcocambiando de color.

Ya no plateados, se van volviendorosas. Días después, verdes. Cuando sedescargan en el muelle y los cargadoreslos echan sobre sus hombros, bajo unapátina de sal, ya son negros.

Fijación: pegar una cosa a otra cosa.Como a mi cabeza se fijó toda la

vida el mismo corte de pelo, al rape. Ocomo al arnés de hierro del que solía

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colgarme se fijó mi tranquilidad. Obucear se asoció a mi alegría. Así, igual,sin entender al principio por qué o paraqué, adquirí otra fijación. A la sangrederramada en el mar.

Acabada la matanza, el mar quedabarojo y lustroso, de horizonte a horizonte,360 grados de un mar de sangre.Quedaba alzándose y descendiendodespacio, lleno de sangre, como sirespirara por fin en calma, bajo el cieloperfecto, azul y lleno de luz.

Embarcaban 3 lanchas y Yo mequedaba abajo en la cuarta lancha, unade casco color blanco, en el mar desangre. El buque lentamente giraba para

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corregir el rumbo. Ya lo alcanzaría Yomás tarde.

No sé cómo fue sucediendo que elmismo marinero fue siendo el quesiempre se quedaba conmigo en lalancha. Un tipo moreno con mucho pelocafé en la cabeza.

Ahí esperábamos en silencio que elmar fuera muy poco a poco volviéndoseazul de nuevo. Que la sangre de lamatanza fuera diluyéndose en el agua.

La matanza: fue el marinero quien mecontó que así se llama a la pesca delatún con red en Sicilia, donde él habíanacido. Un método que viene de hacemuchos siglos, me contó. De por lo

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menos hace 4 mil años, cosa que sesabía porque en una cueva de Sicilia, enla pared ocre que a mediodía el solilumina, hay un dibujo de hace 4 milaños de unos hombres con arponesalzados cerca de un óvalo grande, que esun lago, en cuyo centro hay unos rombos,que son los atunes, y un rombo tieneclavado un arpón.

También fue el marinero quien medijo que los italianos llaman frutos demar a los mariscos y los peces. Fruti dimare. Como si el mar fuera un árbol conuna fronda de agua y los mariscos y lospeces sus frutos. Una metáfora que memolestó, por inexacta.

¿Y dónde está el tronco?, pregunté.¿Qué tronco?

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El del árbol de agua.El marinero no contestó.

Otro día, ahí, en el mar rojo de sangre,destapó una botella forrada con paja.

Chianti, dijo.Olió el tapón de la botella, sirvió 2

vasos de plástico transparente y meenseñó a tomar vino rojo a sorbospequeños.

El vino rojo es el jugo fermentadode la vid, me explicó, como si recitaraalgo aprendido de memoria. Pero elvino rojo es también la sangre de latierra. Hay que beberlo a sorbospequeños, para darle tiempo al vino deentrar al corazón.

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De joven, en el mes de mayo,tomaba de su pueblo un camión parallegar a tiempo a la matanza del atún dela aleta azul en Palermo. Una matanzaque no había cambiado en siglos. 4barcos largos de madera llenos depescadores extendían en alta mar unared y la hundían. Una red con variascámaras, que desembocaban en una sola.La cámara de la muerte.

Los atunes azules entraban sinsaberlo a la trampa, los barcos demadera se iban acercando, la red ibacerrándose, quedaba únicamente lacámara de la muerte, repleta de atunesdesesperados, que los marineros desdelos barcos de madera jalaban fuera delagua con la pura fuerza de los brazos,

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acompasada al ritmo de un cantoantiguo.

El marinero cantó con voz ronca enitaliano un canto de un tal Jesús y de unatal Virgen y de ángeles del mar y decosas así, según dejé escrito en midiario.

Le brillaban los ojos al cantarlo yYo me di cuenta que Yo me daba cuentaque le brillaban, Yo que a nadie mirabaa los ojos, excepto a mi tía.

Unos ojos café claro, dejé escritoen mi diario.

Pero eso es cosa del pasado, dijode pronto el marinero, y se sirvió másvino en el vaso.

Cada año llega menos atún, dijo, yya no alcanza para que marineros de

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otros pueblos vayamos a pescarlo conlos de Palermo. Cada año llegan menosatunes y son atunes cada año más chicos.

Además, dijo, yo quería ver mundo.Había sido marinero en cruceros de

lujo pero odiaba a los turistas.¿Por qué?, pregunté.Porque los odio, dijo. Putos

turistas.Me dieron risa las palabras y las

repetí:Putos turistas.En todo caso, prefirió las

ayudantías. Se contrataba de mercenarioen alguna operación de pesca especial,una ballena para un zoológico, unasfocas bigotonas en los glaciares para unmillonario, la caza de un tiburón asesino

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en las Bahamas, un cargamento de armasque debía cruzar el canal de Panamá enla panza secreta de un barcocamaronero.

Cobraba bien y podía pasarse elresto del año en su pueblo rascándoselas pelotas bajo el sol.

¿Qué pelotas?, pregunté.Los cojones, me tradujo.Éstos, añadió, y se agarró en medio

de las piernas los cojones.Pregunté:¿Te pasabas un año rascándote los

cojones?Un año, asintió.Un día estaba en una marisquería

de la playa de Barcelona comiendo conun tenedor en una mano una tortilla de

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sardinas y con la otra rascándose loscojones cuando otro marinero le dijo:

Hay plazas en una ayudantía en laboca del golfo de California. Es pescade atún amarillo. Pero la joda, Ricardo,es que hay que quedarse el año entero.

Así llegó a la atunera Consuelo yse hizo capitán de un barco.

Mira, te enseño, me dijo el capitánRicardo.

Se alzó el pantalón y en lugar de untobillo standard tenía sólo ¾ de tobillo:le faltaba el cuarto de carne de atrás deltobillo.

La mordida de un tiburón asesino,dijo contento. Y mira también.

Se abrió la camisa y le vi, en lapiel morena, bajo el vello rubio y sobre

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el corazón, una cruz roja del tamaño deuna mano, pero él me señaló su panza,donde había, a 10 centímetros delombligo, otro agujero, como un segundoombligo.

Un balazo de la policíaestadounidense de Panamá. Pasórozándome el hígado. Y mira esta otra,dijo.

Se desabotonó el pantalón y se bajóel resorte de los calzones y me enseñó:otra cicatriz recta como de 15centímetros le cruzaba desde el hueso dela cadera hasta perderse en el vellorubio de su pubis.

Apendicitis, dijo, y se rió acarcajadas. Operación de emergencia enun barco en alta mar. Sin anestesia. Con

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un puto cuchillo de cocina.¿Y esa cruz roja en el pecho?, le

pregunté.Ésa no importa, dijo Ricardo, de

golpe cerrado.Mira, dije Yo.Me desabotoné la camisa de

mezclilla y me la quité. Los ojos deRicardo bajaron a mis pechos, a lospezones de mis pechos, y cambiaron decolor, del café claro a un café oscuro,me di la vuelta en la banca paramostrarle mi espalda, la cicatriz quecruzaba en diagonal de mi hombro a micintura, una cicatriz como un zíper malcosido, medio chueco y conmagulladuras en los bordes.

No le escuché decir nada por un

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rato largo.El horizonte ya era azul oscuro,

casi azul turquesa, lo rojo formaba ahorauna mancha redonda a nuestro alrededor,como de 100 metros de diámetro.

Volví a pasar las piernas del otrolado de la banca y Ricardo tenía loslabios separados.

Dijo:¿Y cómo pasó eso?Ni idea, dije y volví a ponerme la

camisa. Dice mi tía que ya la tenía antesde saber hablar.

Ricardo se llevó la mano a la bolsadel pecho y sacó una cartera delgada.Juré que me enseñaría una foto, pero no,sacó 2 hojas muy verdes, y me dio una.

Rómpela así, dijo, y rompimos a la

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mitad cada cual su hoja.Frótala, dijo frotando una mitad de

hoja entre el dedo gordo y el dedoíndice, y la froté.

Ahora huélela, dijo llevándose suhoja a la nariz.

La olí.Hoja de limonero, dijo Ricardo.Me iba a volver a poner la camisa

de mezclilla pero me pidió que no lohiciera.

Se queda entre nosotros, dijo muyquedo.

No entendí de qué hablaba, perocomo eso me sucedía seguido, que noentendía de qué hablaban los humanosstandard, me despreocupé: me recostéen la banca, la cabeza sobre el borde de

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la lancha y cerré los ojos.Me gustaba, y me gusta, sentir caer

la luz en mi cara mientras mi cabezasube y baja con el mar.

Oí un ruido lento, abrí un ojo y vial capitán Ricardo, moreno, el pelo caféoscuro con las puntas doradas,viéndome y respirando profundo ydespacio.

Otro día, cada cual tendido de cara alsol en su banca de la lancha, los 2oliendo hojas de limonero, Ricardo mecontó del misterioso ángel de losmarineros.

¿Qué es un ángel?, pregunté.¿No has ido a una iglesia?

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No, dije.No puede ser, dijo.Nunca he entrado a una iglesia,

repetí.Pero hace semanas te mencioné un

ángel del mar y no me preguntaste nada.No le contesté, que a menudo es la

mejor respuesta para que el otro sigahablando.

Me dijo pues qué era un ángel:Una criatura con alas que Dios

envía a la Tierra.Al final de la explicación, Yo tenía

una nueva pregunta.¿Quién es Dios?Bueno, dijo Ricardo, su cabeza a

un metro de la mía, en la banca, ¿tecuento o no te cuento del ángel de los

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marineros?No contesté y él me contó.Cuando un marinero se ahoga, el

ángel baja al fondo del mar parabendecirlo. Le toca la frente y luego letoma con la mano una mano y lo alza dellecho del mar como si no pesara yambos flotan hacia arriba, cruzan eltecho del mar y siguen flotando por elaire hasta cruzar el techo del cielo.

Dije:No es cierto.Ricardo apretó la cara.Si fuera cierto, dije, el ángel

tendría aletas en la espalda, no alas.Está bien, dijo Ricardo,

embroncado. Lo que tú mierdas ordenes.Y se quedó mirando a otro lado el

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mar mientras Yo miraba al otro lado elmar.

A veces, cuando la pesca había sidoabundante y había buen clima, Ricardoseparaba un atún y ordenaba que lotreparan a nuestra lancha. El barco seiba y los 3 nos quedábamos solos. Yo yRicardo y el atún. Ricardo y yo en lasbancas de la lancha y el atún en el piso.De pronto, el atún abría la boca yazotaba la cola: entonces era como si unlatigazo gigante tronara en el centro delmar de sangre.

Ricardo se abría la camisa demezclilla, se le miraba el pelo doradoen el pecho moreno y él miraba con sus

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ojos café claro el sol.Cuando nuestro atún dejaba de

moverse, Ricardo le encajaba su navajasuiza y gimiendo por el esfuerzo learrancaba un pedazo de la piel; luegocortaba una lonja de carne roja. Laponía en sus rodillas, la lonja, y ahí lafileteaba en filetes delgados y cortos,como lenguas rojas. Sacaba de su navaja2 palillos de plástico y cada uno con unpalillo comíamos las lenguas de atún.

Por un atún así de fresco pagan 60mil dólares, dijo Ricardo.

Dije:No es cierto.Apretó la cara. Dijo:¿Qué sabes tú, si no has salido de

tu puto Mazatlán? Un restaurante en

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Japón paga eso por un atún que puedascomer sin que haya sido congelado niguardado en salmuera o vaporizado. Ylo comen exactamente así, en trozos deltamaño de un bocado, sin condimentos.Te ponen también una taza de arrozblanco con unas gotas de vinagre, paralimpiar el paladar entre trozo y trozo. 60dólares el plato con 3 trozos delgadosde atún perfectamente fresco.

Ahí lo teníamos, a nuestros pies enla lancha, un tesoro de 60 mil dólares.Bueno, eso según Ricardo.

En la boca, cada trozo se deshacíacomo un mazapán.

El sol bajaba al horizonte,anaranjado, y Ricardo se rascó la barba,y yo me quedé pasmada porque de

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pronto me di cuenta que la barba lehabía crecido quién sabía cuándo, unabarba café de filos dorados.

Me he puesto triste, me informó.Lo bueno, dijo después de una

pausa, es que estoy contigo. Nadie sabeescuchar como tú.

¿Cómo te escucho?, me diocuriosidad.

Me escuchas. Eso es lo que quierodecir. Me escuchas sin juzgarme. Soy untipo de pocas palabras, agregó él, apesar de que la realidad era la contraria:hablaba y hablaba, abriendo pausaslargas, pero era él quien sobre todohablaba cuando estábamos juntos en lalancha.

Por eso, siguió Ricardo, aprecio

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cuando alguien me escucha, como tú.Especialmente porque nunca he habladotanto con una mujer. ¿Sabes por qué?

Ni idea.Bueno, porque las mujeres son para

otra cosa, ya sabes, no para hablar, yasabes.

Te digo que ni idea.Ya. Bueno, son para. Para

cogértelas, ya sabes. Para aparearte conellas. Ya sabes.

No, no sabía, pero qué importaba.O así pensaba yo, se corrigió

Ricardo, con los ojos húmedos y muyemocionado consigo mismo. Así lopensaba antes de hablar tanto contigo.

Clavé el palillo en un trocito deatún y me lo llevé a la boca.

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Quiero que sepas, dijo viéndomedespacio, que para mí eres muyespecial.

Soy diferente, precisé.Gracias a Dios, dijo Ricardo.Prendió un cigarro al estilo

marinero. Se abrió la camisa y la pusocontra el viento suave de esa tarde,luego tras la camisa encendió unencendedor y agachó la cabeza con elcigarro en los labios y jaló el fuego a lapunta del cigarro.

Me preguntó, echando humo:¿Puedo tocarte?Adelantó su mano grande a mi

muslo y Yo asustada subí mi bota paraponerla entre Yo y su cara.

Está bien, dijo él bajo mi suela.

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Y regresó hacia sí su mano y sacóde la bolsa del pecho de su camisa sucartera y de ahí 2 hojitas muy verdes yme ofreció una y hasta entonces Yo bajémi bota.

Cada uno frotó su hojita frescaentre 2 dedos, la rompió, olió su olor alimón recién cortado. Todo sin hablar enel mar quieto.

Ricardo dijo entonces:Qué cosa. Recién ahora entendí

porque me pongo triste cuando estamosjuntos. Porque podría ser tu padre.

Me enervó saberlo. Empecé aclavarme las uñas de la mano derechauna por una en la palma de la mano.

Ricardo dijo aprisa:No, no. Tranquila. Espérate. Nada

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más quiero decir que tu padre podríatener mi edad. ¿Qué tienes?, ¿17 años?Yo tengo 34.

Murmuró:La puta madre que me parió.Me quedé muy confundida con sus

declaraciones, primero lo de mi padreque podría ser él, luego lo de su madreque era una puta, el corazón me latíafuerte y tomé aire profundo. Ricardo meimitó, tomó aire despacio y profundo.

Sí, dijo él, como si estuviéramosde acuerdo en no sé qué.

Qué tranquilidad, agregó. Mira, yano hay sangre.

Tenía razón. El mar se había vueltoazul. Azul turquesa otra vez. Todo azulturquesa: como si nunca hubiera

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ocurrido la matanza.Me reí. Me alegraba que nada, ni

una gota de sangre, quedara de lamatanza

¿Podemos irnos ahora?, preguntóRicardo. Ya comprobaste que el marolvidó completamente la matanza.

Dije:¿Es eso? ¿Quiero ver que el mar

olvidó la matanza?Él dijo:Quieres ver si al mar se le cerró la

herida.Me quedé pensando en esas

palabras.Luego dije:Sí, podemos irnos.Pero ni él ni Yo nos movimos.

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Los 2 en una lancha pequeña en elmar azul turquesa y grande.

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5

Después de cenar en el comedor delbarco, los marineros ocupaban sus horasde descanso. Jugaban cartas ahí en elcomedor. O leían revistas, alguno unlibro, alguno iba al cuarto de radio ahacer alguna comunicación. Yo me poníalos audífonos de mi tocacintas yaprendía palabras en inglés mientras

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caminaba en cubierta en mirompevientos amarillo. O en micamarote, tendida en la cama. Las oíapor los audífonos y las repetía en vozalta y cuando en la cinta las deletreaban,las escribía en etiquetas de plástico decolores y pegaba las etiquetas a lasparedes de mi camarote.

Me dormía deletreando las nuevaspalabras en el nuevo idioma.

Pero lo que me gustaba más eran lasnoches en que luego de cenar, nosdemorábamos hablando.

Se servía café en tarros, losmarineros prendían cigarros y algunasbotellas de ron se movían de mano en

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mano, para servirse en vasos de plásticotransparente, aunque Ricardo se lapasaba con su mano rodeando su botellade Campari, que empinaba sobre loshielos de su vaso.

Me encantaba estar ahí con ellosmientras contaban sus historias demarineros.

Una noche, Ricardo contó decuando torpedeó un barco equivocado.Enfocó en la mira al barco que en ladistancia se veía del tamaño de unamosca…, apretó el botón dellanzador…, el torpedo salió derechomarcando una línea recta de espuma enel mar… y entonces el capitán gritó:

¡Ése no era el barco, coño! ¡Ése esun barco hospital de la Cruz Roja!

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Se quedaron mirando al horizonte:ahí, donde estaba el barquito, aparecióuna chispa roja. Había explotado. Peroera el barco equivocado, y Ricardo ydespués el capitán murmuraron:

Coño.Coño.Así fue, concluyó Ricardo. Así fue

como la jodí también en el mar Negro,yo que todo lo que es bueno lo jodo.

Me miró directamente a mí un ratolargo, todos los marineros miraron cómome miraba, y un marinero preguntó:

¿Y entonces, capitán?…Y entonces nada, dijo Ricardo

todavía viéndome. Entonces la putamadre que me parió. Entonces me tatuéuna cruz roja sobre el corazón, para

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acordarme de no joder todo lo bueno, yeso es todo.

Nadie dijo más, Ricardo se sirviómás Campari sobre los hielos de su vasode plástico, y luego otro marinero contóotra historia.

Una medianoche caminaba por lacubierta pronunciando palabras eninglés cuando decidí atreverme a visitara los otros ocupantes del barco. Losatunes.

Bajé a la panza del barco,sosteniéndome con una mano delbarandal de la escalerilla y con unalinterna en la otra mano. Apreté elinterruptor, 10 focos se encendieron, el

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hielo se iluminó.Dentro del hielo iluminado, los

atunes eran unos borrones negros. Unospegados a otros, unos encimados a otros.Caminando sobre ellos, mis pasossonaban en el hielo, plus plus plus,produciendo ecos contra las paredesmetálicas de la panza del barco, plafplaf plaf.

No sé cómo, de pronto, se quebróel hielo y mi bota estaba junto a un atún,un atún cuyo ojo negro se movió, y todoslos ojos de todos los atunes se movieronal tiempo en que abrieron sus faucesrosas.

Golpeé con los nudillos en el camarote

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de Ricardo.Estaba en calzones bóxers blancos,

el torso velludo, el pelo revuelto. Medejó pasar y entré cojeando, porque mehabía quitado la bota y el calcetínmojado, nos sentamos en 2 sillas, decara a la cama, y Yo todavía temblaba.

Ricardo dijo, la voz ronca:Te faltó oxígeno, eso es todo. Ahí

en la panza del barco no hay oxígeno. Ysin oxígeno uno ve visiones.

¿Visiones?Uno alucina. Ve cosas que no están.Tengo, tengo, traté de decir Yo, la

ecolalia encendida por el miedo, tengomiedo porque matamos, matamos atunes.

Ricardo era de color azul, junto ala claraboya en el camarote oscuro.

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Dijo, muy quedo:¿Te da miedo que los atunes cobren

venganza?Un escalofrío me hizo temblar. Él

dijo:Tranquila. No pueden cobrar

venganza. Te lo aseguro.No. Creo, creo que, que es miedo

a, a otra cosa.A otra cosa, dijo él. Sí, ya sé, a

otra cosa más grande. Sí, eso pasacuando matas. Se te abre como unagujero acá.

Se tocó la cruz roja tatuada bajo suvello y sobre el corazón.

Un agujero por donde te entra elterror. Un terror uno no sabe a qué. Yeso es lo peor, que es un miedo grande y

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quién sabe a qué.Escúchame ahora con cuidado, dijo

Ricardo. Para vivir los humanostenemos que comer y para comertenemos que matar. Dios nos diolicencia para matar a otras especies, sies para comer. Eso es todo. Recuérdalocuando sientas ese miedo grande porquees su único remedio.

¿Puedo, puedo ver la, la licencia?,pregunté.

Ricardo volvió el rostro paraverme con cuidado.

Cómo no, dijo. Voy afotocopiártela. Está en la primera hojade la Biblia y dice así, más o menos.Dios creó primero la luz, los mares y latierra, después los árboles y las plantas

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y los animales, y al final creó a Adán y aEva, los primeros humanos, y les dijo aAdán y a Eva, acá les entrego el planetaentero para que lo dominen y se locoman.

Yo dije:El otro día le pregunté a mi tía qué

era Dios. Me contestó que, que Dios estodo lo que no conocemos. A todo lo queno conocemos le ponemos una etiqueta:Dios.

No voy a contradecir a mi patrona,dijo Ricardo. Pero no tiene ni puta ideade qué habla. ¿Te molesta si fumo?

No contesté.Él prendió un cigarro. Se fumó en

silencio la mitad.Dijo:

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El sacerdote de mi iglesia de niñolo ponía en estas palabras. Dios es laluz.

¿Y qué más?, pregunté.Nada más, Dios es la luz.Me volví a ver la claraboya, en

cuyo centro estaba una mitad de luna.No esa luz, dijo Ricardo. Una luz

distinta. Una luz especial.Yo iba a preguntarle algo pero alzó

la mano.No, no debemos hablar de esa luz

especial. Un día, de pronto la ves y loentiendes todo, todo, y ya está. Apropósito, dijo, pasa la noche conmigo.

Paró la colilla que restaba delcigarro sobre su filtro en la mesa.

Dijo luego:

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Si quieres.Y un rato después:Dicen que te vas a estudiar lejos.Dije:Sí. En otro país.¿Por qué?Porque mi tía quiere.¿Y tú qué quieres?Me miró tan fuerte a los ojos que

tuve que mover los míos a una pared.No sé, dije, y en serio no sabía si

quería irme lejos.Ricardo se acostó en la cama y Yo

lo pensé y fui y me acosté a su lado en lacama, tiesa.

Y en algún momento, entre dormiday despierta, sentí bajo mi camisa queRicardo me besaba la espalda. La herida

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en mi espalda. Ponía a lo largo de miherida 1, 3, 5 besos. Y luego nada. Nime volvió a besar ni se movió ni nada.Y entonces escuché a mi Yo decir dentrode mi cabeza:

Dos asesinos.

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6

Las etiquetas de plástico de colores conlas palabras en inglés escritas en miletrota torpe las fui pegando desde midormitorio hasta las aulas donde seríanlas clases.

Puerta, pasillo, escaleras, árboles(numerados del 1 al 67), edificio de lafacultad de zootecnia, pasillo, aulas

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(numeradas del 1 al 35).Hacía mis recorridos gimoteando

de pavor a perderme. Distrayéndome aveces para observar una luz que meparecía especial por algo, todavíarecordando la frase de Ricardo.

Dios es una luz especial…Y hubo de hecho 2 veces en que

por distraerme con 2 luces muyespeciales que me perdí hasta de mímisma. Una, que vi a través de uncuadrito de vidrio en una puerta:cruzaba la oscuridad del otro lado de lapuerta: un haz de luz que bajaba al pisomarcando un cuadrado de luz. Otra, uncilindro larguísimo de luz donde flotabapolvo.

Mi tía me encontró la primera vez

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en un clóset oscuro, con la frente pegadaal vidrio de una ventanita cuadrada llenade luz, entre escobas, cubetas y cajas dedetergente. La segunda vez me encontródirectamente en la luz que bajaba de untragaluz redondo en un auditorio enorme,meciéndome en una butaca, la cara haciaarriba, hacia el polvo suspendido en laluz, babeando, ida de mí misma.

Habíamos llegado 1 mes antes del iniciode clases. Además de dominar poco apoco el recorrido de mi dormitorio a lasaulas, y de regreso, recibía clases decaras en una computadora, con mi tíaIsabelle sentada a mi lado.

Yo sólo tenía 4 caras. De pánico,

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de alegría, neutral y de haberme ido demí misma. Si iba a relacionarme conotras personas en la universidad, debíaaumentar mis caras.

Observa la computadora, dijo mitía. La prendes y suena una música,como si dijera acá estoy, acá estoy lista.Abres un archivo y suena piiiiiin. Si lepides algo y se tarda, aparece un relojde arena que te dice dame tiempo, estoypensando. La verdad es que lacomputadora no necesita hacer ruidos nidar señales, pero nadie usaría unacomputadora si no diera señales de quehay una comunicación entre el usuario yella. Lo que quiero decir es que debesdar más señales a los otros, Karen, darmás caras.

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Mi tía había cargado en lacomputadora vídeos de un minuto dehumanos standard con distintasexpresiones. Imitándolas, Yo debíaaprender a mostrar: enojo, ira,hostilidad, tristeza, asco, felicidad,sorpresa, vergüenza, celos, envidia,desprecio, desesperación, aburrimiento,desconfianza. Pero sobre todo: placer,amistad, curiosidad, sorpresa, deseo,adoración, orgullo.

Y todo eso debía lograrlocombinando la acción de los músculosde los párpados, las cejas y los labios.

Era un trabajo extenuante, que meempapaba la camiseta de sudor.

Acordamos por fin que Yo mismapodía prenderme en «modo de relación»

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(y estar alerta para emplear alguna deesas 21 caras humanas) o podía apagarese modo y ser Yo misma, es decir, estaren «modo de no relación» (con mis 4caras de siempre), porque si toda miconciencia se iba a ir en relacionarmecon otros, a qué horas iba a aprenderotras cosas en la universidad.

En las viejas computadoras deentonces aparecía en la pantalla a cadarato una caricatura de Albert Einsteincaminando alegre y cabeceando,después tomaba una foto o abría un libroy lo hojeaba. Cada vez que aparecía elmonito de Einstein, Yo soltaba lacarcajada, saltaba en pie y lo imitaba,caminando entre risas, a pasitos, ycabeceando, y mi tía se enojaba

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conmigo.¡No, no, no!, subía la voz. No

puedes reírte tan alto. Cierra la boca,aprieta los labios, ríete pero cerrandolos labios, todas tus emociones debenser pequeñitas.

Parecerme a un humano standardiba a costarme mucho esfuerzo, muchosaños, mucha disciplina. De hecho,ahora, a mis 41 años, todavía sigo en elintento.

Bueno, quedaba sudorosa yembroncada de hacer chiquitas lasemociones y de expresar tantas cosasinciertas para mí, y sólo con losmúsculos de los párpados, los labios ylas cejas. Y por las noches soñaba conpeces rojos y libres y bolas grises que

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en un instante se dispersan en milmacarelas rápidas y 3 delfines saltandolustrosos por el aire.

Mi tía me contó de Albert Einstein, elmatemático. Como Yo, Einstein teníafijaciones. Se había pasado años y añossentado en una oficina de patentes enBerna, Suiza, reflexionando en una solacosa, el Universo. Y había descubiertouna teoría sobre el Universo muyelegante y sencilla que no entendí, y quemi tía, luego de tratar de explicármela 3veces, me confesó que ella tampocoentendía.

Como Yo, Einstein era incapaz derepetir algo que no le parecía verdad,

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también hacía las cosas despacio y consuma atención, y también solucionabalos problemas de maneras nuevas y muypersonales. Y ganó el premio Nobel, elpremio más codiciado en el planetaTierra.

Probablemente era un autista, dijomi tía clavando con su tenedor unapapita redonda.

Cenábamos en un restaurante.Autista como probablemente lo fue

también Charles Darwin, que demuchacho pasó 5 años viajando de unaisla a otra de Sudamérica, y en cada isladibujó cada tipo de planta o de animalque encontró, y así fue llenando dedibujos su camarote en el buque en queviajaba, hasta que un día el capitán le

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dijo: basta muchacho, se va a hundir elbarco con tanto papel, y luego dedicó 3décadas a pensar con cuidado en lo quehabía dibujado hasta que un día unamigo le dijo: basta Charles, ya estáscanoso y medio ciego y resulta que otronaturalista está por publicar lo quedebías haber escrito tú, y entoncesCharles se sentó a escribir deprisa lateoría que explica por qué las distintasespecies vivas se parecen entre sí y almismo tiempo son distintas.

O Beethoven, el músico, que era aveces explosivo e intratable, como tú, elterror de sus vecinos, a los que lesgritaba desde la puerta de sudepartamento que le dieran silencio paracomponer, silencio para escuchar el

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ruido de las estrellas, denme por piedadsilencio, gritó y gritó Beethoven, hastaque un día se quedó sordo.

Quiero decir, dijo mi tía, queprobablemente todos estos genios teníanalgún grado de autismo, como tú.Aunque en sus tiempos no se usaratodavía esa palabra, autista.

Se metió a la boca otra papitaredonda, la masticó, tomó un sorbo devino rojo, dijo:

Son las personas con capacidadesdiferentes las que aportan cosasdiferentes a la humanidad.

Le pregunté:¿Y si tú estás loca, tía?Eso es lo que no estoy, dijo ella

con una alegría inexplicable, y se limpió

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los labios con una servilleta.Y Yo sentí un escalofrío recorrer

mi espina dorsal.Noté que al levantarnos de la mesa

y cruzar el restaurante para irnos, lagente se volvía a verla. En su trajesastre gris, delgadísima, la melena rubiacomo un casquete rubio hasta mediocuello, mi elegante tía Isabelle, seguidapor su alta sobrina de pelo al rape,vaqueros y botas de estibador, quecaminaba esquivando el contacto con losojos ajenos, mirando mejor las paredes,y con el andar de los marineros.Pegando las suelas completamente alpiso a cada paso, para no perder elequilibrio.

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Por la mañana, mi tía se fue, y tumbada asolas en el dormitorio, me quedé viendoel techo. Nada más el miedo merecordaba que estaba ahí, viva.

Saqué mis herramientas, un taladromecánico y tornillos, me paré sobre lacama, me puse a fijar mi arnés al techo,me puse mi traje de buzo y me colguédel arnés vestida de buzo sobre la cama.

Por la ventana podía ver el jardíngrande de la universidad. Empezaban aaparecer por sus veredas estudiantes.

Cada uno era para mí un latido enfalso, un pequeño susto.

De pronto, la puerta se abrió y ahíestaba una estudiante, cargando unamaleta en cada mano. Me vio colgadadel arnés en mi traje de buzo de

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neopreno azul. Supongo que era micompañera de dormitorio.

No lo sé, porque se fue y nuncavolvió.

Horas después entró otra estudiante, éstapecosa y rubia, igual con 2 maletas, unaen cada mano. Las colocó en la cama.Yo desde la tina, en donde flotaba enagua caliente con mi traje de buzo, la viabrir las maletas y empezar adesempacar la ropa. Iba y venía de lamaleta al clóset, donde colgaba susprendas. Salí de la tina y entré al cuartoa pasotes porque traía puestas las aletasy ella caminó hacia atrás boquiabiertahasta estrellarse con una pared.

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Me pidió disculpas, no sé de qué,sobándose la cabeza.

Me pidió si por favor me quitaba elvisor, me lo quité, miré a otro lado.

Me dijo que seguro jugababasquetbol, porque era muy alta y fuerte,o más bien, se corrigió, debía ser delequipo de natación o no, ya sabía, mejoren el equipo de buceo, si es que habíaequipo de buceo en la universidad, y sinhacer una pausa me preguntó quéestudiaría Yo.

Le contesté:Zootecnia.Dijo alegrísima:¡Qué fantástico, yo tengo un perro

labrador en mi casa!Y de nuevo sin pausar me preguntó

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si ahora Yo quería conocer su nombre yqué estudiaría ella.

No es necesario, dije.Reempacó sus cosas rápido y se

fue y tampoco volvió.Así fue como tuve un cuarto con 2

camas para mí sola.

Antes de salir a las clases, me ponía enel pecho una etiqueta amarilla con 2palabras:

Capacidades diferentes.Ésa era una de mis tácticas de

sobrevivencia.Otra táctica. En las aulas, para no

ver directamente a los profesores,colocaba en el pupitre la

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videograbadora y miraba la clase por subreve pantalla.

Otra táctica. En los pasillos, sialguien me hablaba, Yo miraba hacia laventana más cercana, o le daba cuerda ami reloj, para no tener que mirar a losojos al desconocido hablador.

Resultó, por desgracia, que laprincipal actividad de los estudiantesera hablar y hablar y hablar, estarparados en los pasillos o el jardín o lasescaleras, creando con la boca campossonoros entre uno y otro y mirándose alas pupilas. Encerrados en su mundo dehumanos standard. Así que era frecuenteque alguien insistiera en llenarme lacara con su voz buscándome las pupilas:le aferraba con una mano un hombro, lo

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recorría para sacarlo de mi campo devisión y ponía cara de extrema sorpresa(labios y ojos muy abiertos: 0

00 ), como

si recién hubiera visto algo imposibleque me obligara a escapar.

Además, los estudiantes decíanseguido idioteces. Un estudiante me dijoen una ocasión, cuando le preguntédónde estaba la ciudad de Nueva York:

¿Conoces la estación de tren?Bueno, la ciudad de Nueva York está a 8minutos hacia el sur.

Bueno, fui a la estación del tren ycaminé hacia el sur, consultando a vecesmi reloj de pulsera. Lo que había a los 8minutos era todavía el andén de laestación del tren. Y donde acababa elandén caminé otros 15 minutos. Nada.

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Los rieles, árboles y nada.Qué mejor mundo sería si la gente

no usara metáforas.O eufemismos.Metáfora: decir una cosa para decir

otra cosa.Eufemismo: disfrazar una cosa

grande de una cosa pequeña; o disfrazaruna cosa terrible de una cosa buena.

Ejemplo. La clase de métodos paraasesinar a distintas especies animales sellamaba «Industria de la Carne(primeros conceptos)».

Ejemplo. La clase para aprender aganar dinero de matar animales ocomerciar con ellos o con trozos deellos (la piel, las vísceras, las córneasde los ojos, las pezuñas, el cabello, los

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dientes, las glándulas) se llamaba«Economía de la Industria Animal».

Ejemplo. Las clases dondeenseñaban a torturar a animales vivos(intoxicándolos con sustancias odándoles toques eléctricos ocrucificándolos para abrirlos vivos conun bisturí) se llamaban«Experimentación Científica parte 1,parte 2 y parte 3».

Ejemplo. La clase en la que seexplicaba la licencia del homo sapienspara matar animales se llamaba«Inteligencia Humana».

El profesor Huntington era el profesormás valioso de la facultad, o así se

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decía, y le llamaban El Asesino, porque:1. Era el experto número 1 en

mataderos del continente americano.2. Era el profesor que más alumnos

reprobaba.Era un tipo huesudo, de 60 años,

más o menos, con la cara tan pálida queparecía de cera, usaba camisas blancasde manga corta y siempre corbata,siempre negra y delgada siempre. Talvez incluso dormido, o así lo imaginabaYo: dormido sobre su cama en su camisablanca y su corbata delgada negra, suspantalones de tubo grises, con la líneaplanchada perfectamente recta.

Usaba lentes de marco de pasta.Era la estrella de la facultad, como

antes lo mencioné. A él se debía ni más

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ni menos que la famosa pistola deaturdimiento de ganado.

Una pistola de aire comprimidoque colocada en la frente de un animallo aturde por 1 minuto.

Digamos a un buey. Se coloca albuey en un cubículo y por medio de unsistema mecánico-eléctrico las rejas delcubículo se acercan para prensar loscostados del buey hasta inmovilizarlo. Yprensado el buey no se estresa, por elcontrario, se tranquiliza.

Entonces se calcula el punto medioentre los ojos del buey, se coloca ahí lapistola, se dispara y el buey pierde laconciencia. Entonces el matarife tiene 1minuto, ni más ni menos, para pasarle elcuchillo por el cuello y colgarlo de un

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gancho para que se desangre.Lo que es un método menos

doloroso que degollarlo vivo. Odegollarlo después de aturdirlo de unmartillazo o clavándole una lanza en lafrente o un clavo largo oelectrocutándolo con 2 electrodos en lassienes, como se solía hacer antes delinvento de Huntington.

Precisamente para matar bueyescon un mínimo de estrés, que envenenacon toxinas la sangre de los bueyes, fueinventada la pistola Huntington de airecomprimido, pero rebasó todaexpectativa cuando Huntington demostróen una feria a la que asistieron 5 milrancheros de todo el planeta que servíaigual para matar vacas, caballos,

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borregos, marranos, y en general paracualquier mamífero cuadrúpedo, y quepara su uso no era indispensable elcubículo de aislamiento de rejasmovibles.

La pistola podía usarse al aire libredirectamente en la frente del cuadrúpedosi se disparaba rápido. Es decir, antesde que el animal se diera cuenta de quealgo raro sucedía. La pistola secolocaba en su frente, al dispararsesonaba zzzoc, y ya está.

150 marranos fueron amarrados auna cinta móvil de hule y Huntingtonpersonalmente les fue disparando en lafrente a un ritmo de 4 por minuto: zzzoc,zzzoc, zzzoc, zzzoc: los marranos ibancayendo tumbados en la cinta de hule

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mientras los rancheros asentían con lascabezas, 1 metro más adelante losdegolladores pasaban por el cuchillo alos marranos tumbados y un par deasistentes los alzaban para colgarlos deun gancho.

Por ello, la invención deHuntington puede encontrarse en todomatadero que se precie de ser sensibleal estrés de los cuadrúpedos y alpaladar de los humanos carnívoros.

Decían que la patente de lamaravillosa pistola de aturdimiento decuadrúpedos le había redituado aHuntington la medalla del Comité enPro-Matanzas Humanitarias deAnimales, la condecoración máscodiciada del negocio del asesinato

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humanitario, además de cientos de milesde dólares. Lo que explicaba, tambiéndecían, su desprecio por los alumnos.

A veces, Huntington no sepresentaba en el salón de clases ymandaba a su asistente, Gabriel Short,un hombre chaparro, como su nombrebien capturaba, y calvo, que leía de lasnotas de su jefe sin agregar una palabray mencionando los puntos y las comas.Huntington había preferido irse a daruna conferencia o a revisar uno de losmataderos del que era diseñador osimplemente no se había dignado aasistir al aula.

Se decía que por esas ausencias lasautoridades universitarias no estabancomplacidas. Le daba igual a

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Huntington. Vivía del porcentaje querecibía de la venta de cada pistolaaturdidora de ganado.

Preguntaba con seriedad, peroescuchaba las respuestas con unasonrisita, porque como él mismo explicóen una de las clases, la estupidez ajenanunca dejaba de divertirle.

Recibía las preguntas con la mismasonrisita, pero las contestaba conseriedad y con un lenguaje fluido y deuna precisión que a mí me parecíaimposible: era como si lo que dijeraestuviese ya impreso en un libro.

Y seguido hablaba dirigiéndose allente de mi videograbadora.

Una clase de pronto dijodirectamente a la lente:

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Señorita Capacidades Diferentes.Sépaselo. Mis palabras gozan depropiedad intelectual. Todo uso públicode ellas causará honorarios.

El curso de Inteligencia Humanaconsistía en lo siguiente. El profesorStern, que era apodado La Morsa porlos estudiantes, porque era gordo, degestos lentos y grandes y bigotedespeinado, como una morsa, nos daba aleer textos que marcan la diferenciaentre los humanos y los otros animales, ynosotros debíamos escribir un ensayo.

Por qué era importante marcar unadiferencia entre los humanos y los otrosanimales no lo entendí en un principio,

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pero sí entendí que para los humanos eramuy importante puesto que habíanescrito al respecto durante siglos.

Sobre el texto de un tal señorAristóteles, que afirma que los humanosson únicos por tener alma, sentimientose inteligencia, mientras los otrosanimales son robots complejos sinalmas, sin mentes, sin razonamiento y sinlas capacidades de sufrir o sentir,escribí una sola palabra en una hoja.

Estúpido.La Morsa alzó con su lentitud usual

mi hoja ante todos los estudiantes yexclamó:

¡Conciso, contundente, firme!¡Excelente!

Y las ratas de las jaulas que

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flanqueaban a la derecha y la izquierdael laboratorio cambiaron de lugar,asustadas.

Sobre el estudio de un señorGiscard del siglo 18 que marca ladiferencia en que los humanos sabenhacer y usar instrumentos y los otrosanimales no, escribí:

Estúpido.La Morsa volvió a levantar la hoja

de mi ensayo y a decir:¡Excelente!Y las ratas volvieron a correr en

sus jaulitas. Pero ahora La Morsaagregó:

Pero debiera armar usted mejor sucaso. Mencionar las excepciones quederrumban la universalidad de la regla.

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En este caso, por ejemplo, mencionar alos animales que hemos descubierto quetambién usan instrumentos, como loschimpancés o los monos bonobos o losdelfines o los elefantes.

Luego nos encargó leer de corridovarias otras tesis famosas del siglo 20de por qué los humanos son únicos.

1. Saben resolver problemas en sumente antes de ejecutar lasresoluciones.

2. Tienen conciencia de ser en elpasado y el futuro.

3. Tienen un lenguaje.

4. Comprenden el concepto denúmero.

5. Reconocen su imagen en un espejo.

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Y Yo volví a escribir Estúpidoacerca de cada tesis, seguida delejemplo o los ejemplos que me constabaque desdecían las tesis.

1. Gata y Ardillas y Gaviotas yHormigas.

2. Ardillas y Gata y Delfines yHormigas.

3. Delfines y Gata.4. Gata.5. Gata.Y ya en clase, La Morsa aterró a

las ratas golpeando con el puño elescritorio y exclamando entre los golpescomo un desesperado:

¡No!, ¡no!, ¡no! ¡Deme máspalabras, Karen! ¡Más gramática! ¡Másbibliografía! ¡Desarrolle su opinión!

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¡Sabemos que ya tiene ampliaexperiencia con animales, pero suarrogancia es inaceptable! ¡Le doy una Fpor cada ensayo!

La última frase me aterró también amí.

Alcé la mano temblando, me puseen pie, y pregunté:

¿No tengo razón?La Morsa dijo muy quedo:Sí, pero le dije ya que necesita

volverse convincente.Y cambió de tema y esa tarde

busqué en el diccionario la palabraconvincente y de ahí empezó a fallarmela confianza: además de no entender quémierda importaba localizar la diferenciaentre los humanos y los otros animales,

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no entendía por qué leíamos tantostextos equivocados.

Por fin leímos a un tal RenéDescartes del siglo 17 y entoncesescribí, con sumo cuidado:

Descartes escribe «Pienso, luegoexisto». Eso es, definitiva yevidentemente, estúpido. Cualquieracon 2 ojos en la cara sabe quecualquier cosa primero existe y luegohace otras cosas, como aletear orespirar o difundir su polen o pensar.

El ser humano como cualquiercosa que existe, primero existe, y luegopor instantes piensa. Prueba de ello esque Yo he visto muchos seres humanosexistir cuando estaban dormidos y heoído de otros que existían cuando

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estaban ya muertos.No ha entendido nada, dijo seco La

Morsa a la siguiente clase.Se recargó en el escritorio con sus

manotas, grandes como las aletas de unamorsa, y bajo su bigotote de morsa, dijomás:

Todo mi curso ha estado construidopara desembocar, de manera natural, enla única e indiscutible diferencia entrehumanos y animales, la que Descartesenuncia, y de la cual usted, señoritaNieto, no ha entendido ni mierda.

23 años más tarde, entré a una estanciablanca para conocer a un perico no sólopensante, sino muy hablador, Max.

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De plumas de un color gris perla,cara blanca y cola roja, de 30centímetros de cola a pico, Max estabaparado en un trapecio y me siguió con lamirada mientras me sentaba en una silla.El piso estaba cubierto de las hojas delperiódico del día. Saqué de una bolsa depapel blanco 2 donas glaseadas consabor a chocolate y se las mostré, una encada mano, y Max, aleteando, bajó aposarse en una dona y comentó con suvocecita rasposa, como de radio malsintonizada:

¡Rrrrico!Luego:¡Dooooona rrrrica!Y luego de darle entre sus patas un

picotazo a la dona:

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¡Ketchup!Porque a Max, dueño de 50

sustantivos, más los nombres de 7colores y de 11 números, del 1 al 10,más el número más misterioso, el 0, legusta todo con salsa de tomate dulce.

Cero ketchup, dije Yo.Dando un aletazo, Max saltó a mi

cabeza. Luego cayó a mi hombro,parado, y desde ahí le dio otro picotazoa su dona, y Yo me acordé de Descartesy de las Fs con las que La Morsa mereprobó en Inteligencia Humana.

Pero aclaro. El perico Max no desdiceal filósofo Descartes. Cierto, Maxpiensa. Si uno lo saca sobre un hombro

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al jardín y le pregunta señalando alpasto: Max, ¿de qué color es el pasto?

Y a continuación le enseña unagalleta, Max lo piensa un rato, unos 30segundos, tal vez se pregunte para quédiablos hay que saber de qué color es elpasto, pero como Max quiere la galleta,contesta:

¡Verrrrrde!Pero lo que es absolutamente

seguro es que Max no piensa:Pienso verde, luego existo.Por lo tanto, tiene razón Descartes

en que el único ser que piensa esalocura es el ser humano.

Y ahora sí siento la confianza paraexplayar qué pienso Yo de eso. Creo quesostener a diario la fantasía de que uno

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primero piensa y luego existe es lo quehace tan cansado ser un ser humano, o enmi caso pretender serlo.

Creo que es lo que hace a loshumanos estar siempre incómodos ahí endonde están; y creo que esaincomodidad es lo que los hace estarsiempre pensando en otras cosas enlugar de lo que tienen ante los ojos.

Otra cosa: el cuerpo humanosiempre está incómodo y soñando pordentro otras cosas que sí lo harían feliz.

Otras cosas que ya existen o que elser humano siente que debe inventarpara estar por fin cómodo. Camas,mesas, sillas, casas. Calles, edificios,ciudades. Trenes, buques, aviones,cohetes que lo lleven a otros planetas.

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Libros que lo hagan pensar que está enotra parte, bibliotecas, universidades.

Cosas humanas que durante sigloshan ido llenando el espacio alrededordel ser humano: que han idoacumulándose para formar un mundoexclusivamente humano que le tapa lavista del mundo no humano.

Un mundo humano tan complicadoque un crío de la especie necesita seramaestrado de 10 a 19 años para podermoverse en él sin tropezar.

Bueno, para cuando ese crío se haconvertido en un adulto bien amaestradopara vivir en el mundo humano, 2 cosasle han pasado:

1. Ya está apresado en el pensamientoque le dice que primero piensa y

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luego existe,y 2. ya no ve sino lo humano.

Ahora, ¿es superior un humano alperico Max?

Bueno, uno debe preguntarse estocon mucha seriedad. Lo digo porquedesde mis años de universidad a cuandoesto escribo, he oído este tipo depregunta muchas veces y siempredespierta muchas risas.

Para responder hay que preguntarsealgo más concreto, por ejemplo: ¿puedeel perico Max inventar un teléfono?

Por supuesto que no. Incluso usarun teléfono le tomaría 2 años deentrenamiento. Entonces, pues, unhumano es superior a Max.

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Pero igual hay que preguntarse: ¿essuperior ese mundo humano al mundodonde el perico Max vive, el mundonatural?

Para responder, Yo pregunto antes:¿puede un humano usar un teléfono sinque exista el planeta Tierra?

Me parece que no. Entonces por lotanto la Tierra es superior al mundohumano.

Y, por último, si la pregunta esquién vive más feliz, el perico Max o unhumano, la respuesta es, en definitiva: elperico Max. Y eso sencillamente porqueun humano standard vive separado porsu pensamiento de las cosas naturales,incluso de su propio cuerpo, y comonada puede ser feliz si no es en su

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cuerpo real, el ser humano no es feliz.

Huntington se acercó a mi pupitre y sedetuvo a un lado y Yo seguí viendo lapantalla de la videograbadora donde noestaba ya Huntington. Su mano cruzó pormi cara para agarrar de mi camisa demezclilla la etiqueta Capacidadesdiferentes. La desprendió.

Bajó los escalones para volver alfrente de los alumnos y habló de mí, laseñorita Capacidades Diferentesmostrando la etiqueta amarilla.

No sé cuánto dijo, alcancé aescuchar nada más algunas oracionesmientras la angustia iba cerrándome ylos golpazos de mi corazón iban

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subiéndome a las orejas.Esto es lo que no salvará a nadie en

mi curso, fue una oración de Huntington.Hizo con la etiqueta una bolita que

quedó entre su dedo anular y su dedogordo, apuntó a un basurero y la pelotitaamarilla cayó en el basurero con undiiing.

Otra frase que logré escuchar:9 segundos y 5 décimas es el

récord mundial en la carrera de 100metros planos. Y quien no los corra enese tiempo no es el campeón del mundo,y a joder a otra parte con la mierda delas capacidades diferentes.

Clavé la vista en el pupitre, en unamarca en la madera hecha tal vez conuna navaja.

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Es peor, oí que decía muy a lo lejosHuntington, porque en la Industria de laCarne no tenemos una categoría especialpara las mujeres, que en atletismopueden ganar la medalla olímpica de orocorriendo los 100 metros en 15 minutos,ni tenemos olimpiadas de subnormales omaricones. En la Industria de la Carne eljuego es limpio, nadie contrata a uningeniero zootécnico por lástima, nisiquiera para construir una facilidad deproducción de huevos de gallinas.Préndelo, Short.

Short prendió un proyector y ahí, enla pantalla sobre el pizarrón, estaba elplano que Yo había dibujado para elcurso, el plano de una trampa paragolondrinas: una red que envolvía la

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fronda de un fresno.Se soltaron las risas de los

alumnos. Mi cuerpo empezaba amecerse en el pupitre y mi Yo seevaporaba.

Observen, dijo como desde otromundo Huntington. Admiren la torpezadel trazo. Pero sobre todo, admiren laidiotez siguiendo las flechas de estasupuesta trampa de golondrinas. Repito,trampa, trampa, trampa.

Mis flechas indicaban el vuelo deuna golondrina de rama en rama. Sudetención en una rama, marcada con lossegundos de la detención. Su rápidacaída a una rama inferior y su aleteo auna rama más alta, y ahí de nuevo sudetención, con su número de segundos y

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la palabra Canto. Y por fin otra flechalarga y roja indicaba su vuelo por unaabertura de la red, hacia el cielo.

Las risas apenas me eran audibles,de tan cerrada como estaba en mí, perolo último que dijo Huntington, aunquesonó casi sin volumen, hasta el día dehoy me acelera de pánico el corazón:

Sean misericordiosos. Cuandoencuentren un pajarito con un ala rota,quiébrenle la otra ala.

Fue lo último que le escuché decira El Asesino antes de desaparecer.

Necesito un vaso de agua.

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7

Una mañana se abrió la puerta de midormitorio y entró una mujercita morenacon el pelo negro en una trenza y unamaleta en cada mano. Me vio sentada auna mesa, absorta en la pantalla de unavideograbadora donde la mano deHuntington dibujaba un plano.

La mujercita morena dijo:

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Esperaba verte colgada de esearnés vestida de buzo.

Sonrió.No le contesté. Ahora Huntington

sacaba punta a su lápiz de grafito HBcon un sacapuntas de acero. Regresé lacinta, preparé mi sacapuntas y mi lápiz,idénticos a los de él. Prendí lavideograbadora. Calqué cómoHuntington sacaba la punta sin detenersemientras la rebaba de madera florecíapor el sacapuntas y cómo luego sellevaba la punta del lápiz a los labios, yle soplaba 2 veces, para librarlo decualquier mota de grafito.

En tanto la mujercita habíacolocado sus maletas en una cama yhabía empezado a desempacar y

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mientras iba y venía de sus maletas alclóset, me informó que estudiabapsicología y sabía todo sobre mi caso ylo encontraba fas-ci-nan-te y, de hecho,sabía que estaríamos juntas en el cursode Psicometría de la profesora PaulinaGlickman, que era chilena, es decirhispana como Yo y como ella, que eramexicana también, y se llamaba Selma,mucho gusto.

Me alcé de la silla y me fuiazotando tras de mí la puerta.

No, no me gustó nada perder elcuarto para mí sola.

Sociable: inclinado al trato con loshumanos.

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Selma era la persona más sociableque Yo había conocido. Corrijo, que heconocido. Mirarle las pupilas a alguienera para ella vivir. Si era domingo y nohabía clases y no había Mezclador dealumnos o no tenía cita con alguien, unaamiga, pero de preferencia un novio,prendía la televisión o abría una revista,para seguir mirando pupilas y enterarsede otra vida ajena más.

Ya en el colmo, iba al cine ypagaba 5 dólares por ver rostros de 3por 4 metros en la pantalla.

Y si esos miles de rostros en laspantallas o impresos en papel la dejaban«vacía», como solía decir, hablaba porteléfono con alguien que la hiciera sentir«llena», como decía.

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Y si todavía eso no era suficiente,se metía conmigo y me forzaba a llamarpor teléfono a alguien, que en mi casosólo podía ser mi tía.

Se sentaba en el borde de una camaa vigilar que Yo, sentada en el borde dela otra cama, tuviera por teléfono«contacto íntimo» con mi tía. Sonreía, seentristecía, pasaba por una secuencia de15 caras de distintas emociones.

Un día de plano me tomó elteléfono y me acusó delante de mi tíaIsabelle de recibir cartas con 2 hojas delimonero y andarlas oliendo durante díasy días, pero de no querer escribirle unacarta a quien me las enviaba.

Mi tía le explicó que Yo no hacíaeso, responder cartas.

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Bueno, ahí empezó una relacióníntima entre Selma y mi tía Isabelle, y enesa relación, cuyo tema era Yo,decidieron cosas sobre mí.

Por ejemplo, que sencillamentetenía que ir alguna vez a un Mezclador.Otro ejemplo, que tenía que dejar depensar que El Asesino era un genio ydebía darme cuenta que pasarme nochesenteras copiando cómo él sostenía sulápiz al dibujar, era una tontería.

No era una tontería. Si no aprendíaa dibujar planos como Huntington, noaprobaría Planos parte 1, parte 2 y parte3, y no me graduaría. Pero Selma y mitía no lograban entenderlo.

En el dormitorio había 2 libreros.Uno en una pared, contigua a la ventana,

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que era mi librero, otro junto a la camade Selma, que era el suyo.

Mi librero fue llenándose de librossobre animales y el suyo de libros sobrelas relaciones entre humanos. Ahora eraYo la que no entendía: cómo era posibleque ni siquiera uno de sus libros tratarade algo que existe fuera del círculointerminable de rostros. Que tratara,digamos, del mar o el desierto ardienteo la nieve de los polos del planeta.

No, nada fuera de la burbuja de losrostros humanos existía para Selma, lapsicóloga.

El Mezclador era una reunión de nocheen un patio levemente iluminado donde

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se cocinaban hamburguesas y se poníamúsica y los estudiantes en shorts ycamisetas se paraban de 2 en 2 o de 3 en3 para hablar y reírse y hablar más ysudar en el calor del verano viéndose alas pupilas y bebiendo de vasos dealcohol disfrazado con refresco desabores artificiales, buscandobásicamente con quién formar un 2estable, es decir, con quién aparearse.

En cierto momento, en que ya sehabían formado varias parejas, lamúsica se volvía lenta y sus letras dabaninstrucciones para aparearse e iniciabala etapa 2 del apareamiento:

Las parejas se abrazaban y semovían un paso para acá, otro para allá,la zona púbica de los genitales de uno

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pegada a la zona púbica de los genitalesdel otro, aunque con algunas capas detela intermedia.

Los desapareados seguían hablandoentre sí, ahora más alto, y bebiendo másseguido, angustiados de que la noche seles iba sin encontrar con quiénaparearse. De pronto, alguno setambaleaba de ebrio y caía al pasto. Depronto, 5 salían en fila india delMezclador, cabizbajos y derrotados. Depronto en algún rincón oscuro, 4 o 5 seturnaban un cigarro de marihuana y seiban cayendo al pasto, derrotados.

Todo mientras los apareadosseguían abrazados en la zona de baile,un paso para allá, otro para acá, laszonas púbicas pegadas con ropa

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intermedia, las canciones dándolesinstrucciones de apareamiento.

Iniciaba la fase 3.Algunas parejas entraban tomadas

de las manos a la casa donde sucedía lafiesta y subían por la escalera a losdormitorios y cerraban la puerta, y comolo pude mirar por las cerraduras devarias puertas, hacían esto: se apareabanahora sí en serio.

Técnicamente: por fin unían suspubis sin ropa y el macho le introducía ala hembra el pene erecto por el agujerovaginal y se cabalgaban enérgicamente,gritando, sollozando, gimiendo,lamiéndose, etcétera, como ocurre entodas las cópulas de los mamíferos de 4extremidades.

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Mientras tanto, abajo, en el pastodel jardín, los derrotados, todavíavestidos, se habían enfermado. Algunolloraba, otro se tambaleaba de árbol enárbol, buscando un poco de soledadpara devolver el estómago, otroargumentaba abrazado a un tronco queextrañaba y, entre sollozos, queextrañaba a alguien que era su verdaderapareja de apareamiento y vivía muylejos, o cualquier otra cosa improbable.

Selma era la número 1 de la universidaden este proceso del apareamiento.Raramente repetía pareja y nunca lefaltaba una. Lo lograba así. Mantenía«contacto íntimo», como ella le llamaba

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a hablar de cosas personales, con un 30% de la universidad (son porcentajesaproximados), y de ese 30 % siempreencontraba en los Mezcladores a alguiennuevo para entrar en contacto genital. Demanera que para cuando dejé de verla,Selma había ya intercambiado fluidossexuales con el 10 % de los estudiantesde la universidad.

Hay que señalar que era unauniversidad grande.

Pero lo que aún me hace reír esesto. Selma no se daba cuenta de lo bienque lo hacía. Algunas noches en laoscuridad de nuestro dormitorio, las 2tendidas en la cama, decía:

Ay, Karen, qué sola estoy. No logroencontrar mi pareja.

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Pero como ya escribí, es algocomún con los humanos. Además de queandan por la vida pensando que piensanantes de existir, usualmente estánpensando en otra cosa distinta de la quetienen frente a los ojos.

O decía algo todavía más raro:Ay, Karen, tengo que encontrarme a

mí misma.Lo que me parecía el colmo.

¿Dónde iba a encontrarse a sí mismasino ahí donde estaba, tumbada en lacama, diciéndolo?

La cosa es que Selma salía 3 vecesa la semana a las 6 de la tarde con lafirme intención de buscarse.

Se vestía una falda escocesa ycalcetas altas blancas y se recogía en 2

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trenzas el pelo negro y caminaba hasta lafacultad de psicología, donde en el piso4 entraba a la oficina de un terapeuta de75 años y se tendía en un diván parabuscarse a sí misma por 50 minutosexactos.

Increíble: durante 50 minutos sededicaba a buscarse en un cuarto de 4metros por 4.

Por qué se vestía así, como unaalumna de alguna secundaria, no lo sé,pero volvía llorosa porque esa tardetampoco se había encontrado.

Ay, Karen, me dijo una nochetendida en la cama, cada día me pierdomás.

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En uno de esos Mezcladores, a eso de la1 de la mañana, Selma desmontó a supareja, se vistió los vaqueros entalladosy la camiseta y fue a buscarme a mí.

Me encontró muy adentro de unpinar, parada frente a una línea de focosde colores que colgaba entre los pinos,de lejos se oían, apenas, las cancionesdel apareamiento.

La sentí pararse a mi lado.¿Qué haces?, preguntó muy alegre,

que era como estaba siempre, exceptolas horas en que desesperadamente sebuscaba.

¿Qué haces?, digo que dijo muyalegre. O sea, además de ver los focos.

Veo también las moscas, dije.Había moscas en el aire pintado de

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luz de colores. Me expliqué:Veo cómo las moscas se acercan a

los focos y algunas se paran en losfocos.

Ah, dijo Selma.Seguí explicándole. Eran focos que

salvaban electricidad, por elloirradiaban luz fría y no calentaban sucristal, y por ello las moscas, atraídaspor la luz, podían pararse sin quemarsesobre el cristal de los focos rojos,azules y amarillos.

Si además los focos fríoscondujeran electricidad, le dije a Selma,electrocutarían a las moscas, quecaerían muertas al piso.

Ay, Karen, dijo Selma riéndose.Qué cosas se te ocurren.

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Entonces se puso en puntas yalcanzó a ponerme un beso en el cuello yYo salté asustada y di un paso al lado,nadie excepto mi tía y Ricardo mehabían besado, aunque él me habíabesado en la espalda y cuando dormíaYo.

Vuelvo por ti en media hora, dijoSelma feliz, y la sentí irse sobre suspasos.

Pero fui a pocos Mezcladores. Unavez que noté el diseño del proceso deapareamiento en los Mezcladores, medesinteresé y preferí seguir aprendiendoa dibujar planos de mataderos de laIndustria de la Carne y el Pescado.

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El profesor de Teoría de la Evoluciónera un tipo alto y flaco, que usabavaqueros negros y camisetas negras demanga corta, tenía brazos peludos y laboca ancha y grande y al que losalumnos llamaban el Primate.

La primera clase, el Primatecaminó por los pasillos de los pupitresrepartiendo un libro delgado mientrasdecía y repetía:

Vayan y léanlo. Vayan y léanlo. Sitienen dudas, búsquenme en mi cubículo.Vayan y léanlo.

El libro era El origen de lasespecies, de Charles Darwin y nunca merepuse de leerlo. Es decir, de leerlo yreleerlo. Y releerlo.

Selma solía entrar al dormitorio y

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cerrar los ojos y decir:No me digas qué haces, yo lo

adivino. Tratas de dibujar como ElAsesino o estás leyendo a Darwin.

Y de seguro era así.Bueno, ahora que lo escribo,

décadas más tarde, lo primero que debodecir de Darwin, es que ya entiendo suOrigen de las especies, o casi, y por esoestoy convencida de que habría quequemar todos los libros de Descartesdado que Darwin anula a Descartes porcompleto.

Trataré de explicarme.No sé cómo explicarme.Se me hace un revoltijo el lenguaje

cuando toco este tema, mi temapreferido: la diferencia entre Descartes

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y Darwin.Voy a salir a dar un paseo para

aflojar el cuerpo y mientras camino,tomar el ritmo para escribir sobre ladiferencia entre Darwin y el malditoloco de Descartes.

Bueno, el maldito loco de Descartestenía una capa negra que le llegaba a lostobillos. Cuando decidía pensar, seenvolvía en la capa, para que el mundono lo distrajera de su pensamiento.Decía: Voy a pensar, luego vuelvo almundo.

Lo que explica su estúpida frase:Pienso, luego existo.

Y también explica por qué sus

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pensamientos, pensados bajo su capanegra, son pensamientos oscuros.

En cambio a Darwin le gustabacaminar al aire libre. Era un caminadorde kilómetros. En su juventud caminócon sus botas de explorador y bajo elsol a lo largo y lo ancho de las islasGalápagos, en el sur del océanoPacífico, y en sus caminatas se detuvo adibujar en su cuaderno cuanto animalencontró.

Y por eso lo que Darwin piensa dela vida está lleno de sol y movimiento yde todo tipo de animales.

El desquiciado de Descartes dijobajo su capa negra:

Hay una raya entre el ser humano ylos animales.

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Abrió su capa y dijo:Ningún humano podrá jamás cruzar

esa raya.En cambio, Darwin nunca vio tal

raya. Al contrario, lo que vio por todoslados fueron semejanzas, las semejanzasque existen entre los seres vivos.

Vio que los distintos tordos de lasdistintas islas Galápagos se parecíantanto entre sí que a pesar de ser dedistintas especies podrían haber sidohace siglos una única especie que habíaido cambiando al estar en lugares condistintas floras y faunas.

Vio también que algunos de lospájaros se parecían tanto a los reptilesque tal vez habían sido reptiles cuyasescamas a lo largo del tiempo se habían

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convertido en plumas y en algúnmomento de alegría habían levantado elvuelo por el aire.

Vio que lo mismo podría haberlessucedido a otros reptiles pero de otraforma: que se hubieran convertido através de millones de años en animalespeludos de sangre tibia, es decir, enmamíferos.

Vio que los mamíferoscuadrúpedos tal vez en algún momentoremoto se hubieran puesto en 2 patas yse hubieran vuelto primates bípedos.

Y entonces, muchos años después,cuando ya sus botas de exploradorllevaban 30 años guardadas en una cajadentro de un clóset de su casa enInglaterra, vio algo que lo dejó muy

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quieto: vio que igual era probable queentre los bípedos primates loschimpancés hubieran ido cambiandohasta ser él mismo, un señor científico,un primate pensativo fumando una pipabajo el sol de un jardín inglés.

Un primate pensativo y parlante,que dijo:

Lo que no es raro. Es decir, no esraro que Yo descienda de un monosuperior. Y es que todas las especiesvivimos el mismo planeta Tierra,interactuando y cambiándonos entre sí.

Lo que es evidente, pero hasta queél lo puso en palabras nadie lo habíavisto así de claro.

No sé si lo escribí antes: Darwin lopublicó en 1859 y desde entonces en

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todas las universidades se aprende comoun hecho. Y sin embargo Yo no conozcoa ningún ser humano que lo crea deverdad.

Quiero decir, conozco a muchosque si uno les pregunta, ¿qué dijoDarwin de la vida?, lo recitan con más omenos exactitud, pero no conozco a ni unsolo ser humano cuya vida diariamuestre que de verdad cree que no hayuna raya imposible de cruzar entre él ylos seres que no piensan en palabras.

Esto es lo curioso. Descartes vivióen el siglo 17 y Darwin en el siglo 19, ysin embargo los humanos siguen siendoeducados por Descartes. Siguen siendoamaestrados durante las 2 primerasdécadas de sus vidas para pensar que

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son su pensamiento, y que elpensamiento es la cosa superior entrelas cosas y es lo que los separa, sinremedio, de las otras especies.

Y es cierto, el pensamiento lossepara de todo lo demás, pero eso esporque han sido educados por Descartesy no por Darwin.

La doctora Paulina Glickman llegó enuna bicicleta amarilla al aula, desmontóy la dejó contra una pared. Lentescuadrados grandes, flequito gris, zapatosde niño con agujetas, sonrisa de castor:enseñaba los 2 dientes frontales al reír.

Me hizo subir con ella a la tarimajunto al pizarrón y me presentó al grupo

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de estudiantes de Psicometría así:Ante ustedes, Karen, diagnosticada

como una autista altamente funcional.Por el entusiasmo de la

presentación creí que me iban aaplaudir, no fue así. Pero desde unpupitre Selma se volvió a suscondiscípulos y murmuró: es mi amigaes mi amiga, como si Yo fuera su regaloa la clase.

La doctora siguió:Karen sabe la lista de todos los

Premio Nobel de Ciencias. Por favor,Karen, toma asiento junto a la mesa ydínoslos.

Tomé asiento junto a la mesa y losdije. Los Premio Nobel de Física, losPremio Nobel de Química, los Premio

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Nobel de Medicina, los Premio Nobelde Economía, de 1901 a 1994, año en elque vivíamos.

Al terminar el larguísimo enlistadode nombres recibí un gran aplauso delos alumnos puestos en pie.

Pedí un vaso de agua, y en unminuto lo tenía ante mí.

Lo bebí de un largo y lento sorbo.Al golpe del vaso en la mesa, un

alumno alzó la mano y me pidió, de piey con gran respeto:

¿Podrías decirnos ahora los reyesde las distintas dinastías de la historiade Francia, por favor?

No los sé, dije.Se escuchó un aaaah de decepción

en el público, pero qué podía hacer Yo,

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de verdad no los sabía.Dije:Pero puedo recitarles 3 capítulos

de El origen de las especies de CharlesDarwin.

No hoy, dijo la doctora, y dio porterminada esa clase.

Debía asistir cada lunes a la clase depsicometría, los otros días eran otros loscasos de estudio. Sentada a una mesa enla tarima, contestaba los exámenes quela doctora, sentada ante mí, meadministraba.

Recuerdo bien la prueba de lasláminas con manchas de tinta. Ladoctora me las fue mostrando y Yo fui

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contestando:Mancha de tinta. Mancha más

grande de tinta. 2 manchas de tinta, unanegra, otra roja. Manchas diversas detinta negra.

Al final de la prueba pregunté cuálera mi calificación y la doctora me dijomuy alegre:

No te preocupes, todo estáperfecto.

Y Yo tuve la seguridad de que ellatambién era una autista altamentefuncional, pero mucho más apta que Yoen deshacerse de las personasinoportunas.

Recuerdo en especial la prueba delos triángulos.

Me dio unos triángulos de madera

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de colores y con ellos Yo debía copiarlos diseños que la doctora me ibamostrando en láminas. Pero ahoraprendía un cronómetro y sosteniéndolocerca de mi cara me daba sólo un minutopara armar el diseño.

Varias veces no pude completar eldiseño cuando ella dijo:

¡Tiempo!Y apagó con el dedo gordo el

cronómetro. Lo que me fue enervando, yal final me dejó furiosa.

Así que en la semana siguientellegué después de haber estudiado ypedí que de nuevo me hiciera la pruebade los triángulos.

No, gracias, dijo la doctora, hoyharemos otra prueba.

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Yo quiero hacer otra vez la de lostriángulos, insistí.

No, Karen, dijo la doctora con carahostil, .

Puse a mi vez mi cara hostil, .Karen, me amenazó la doctora, no

seas terca.Pero terca es lo que soy: saqué de

mi mochila la caja de los triángulos quehabía comprado en la tienda de launiversidad, precisamente en la secciónde psicometría, la destapé y la volvíhacia abajo y los triángulos de colorescayeron con un ¡plaz! a la mesa.

Me senté y armé despacio y concuidado uno por uno los diseños hastacompletar de memoria los 35 que lasesión anterior la doctora Paulina me

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había mostrado.La doctora había ido a sentarse en

un pupitre y ella y los alumnos medejaron hacer en silencio. Cierto, enlugar de 35 minutos había tardado enlograrlo 7 días, pero nunca he negadoque soy lenta.

Entonces la doctora me envió a unhospital.

Me metieron en un tubo de metalblanco. En la siguiente clase todos losasistentes al curso, incluida Yo,teníamos en la mano una foto a color demi cerebro.

La doctora dijo:Noten la materia blanca entre los 2

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hemisferios. Como saben, ésa es lamateria que comunica las distintasfunciones cerebrales. Noten que lamateria blanca de Karen es más estrechaque la de un cerebro de una personaneurotípica. ¿Por qué es más estrecha?¿Viene en su programación genética quesea así o es así porque en el momento desu vida donde debió recibir ciertosestímulos para crecer, no los recibió?

Creí que me preguntaba a mí y dije:No lo sé, doctora.Ni nadie nunca lo sabrá, Karen,

dijo la doctora, y dio 3 pasitos hacia losalumnos.

Por eso, les dijo a ellos, su cerebrohace menos conexiones entre susdistintas áreas que el cerebro normal.

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Pero también por ello Karen tieneciertas capacidades anormalesenvidiables. Por ejemplo, una memoriasuperior, como nos consta. O porejemplo, también tiene…

Empezó la frase, pero en lugar determinarla se mordió con sus 2 dientesde castor el labio inferior y se rascó lamollera, y dio por terminada la clase.

Siguieron pruebas en papel.Pruebas con fotos. Pruebas y máspruebas.

Así se fue el curso.Al final de la última clase, la

doctora me prometió que recibiría una Aplus y Yo le pedí que me diera losresultados de los exámenespsicométricos.

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No es útil ni recomendable, mecontestó. Te repito, eres perfecta.

Estaba por replicarle, pero montósu bicicleta amarilla, y Selma y Yo lavimos irse pedaleando por el pasillo, ydespués por la ventana la vimos irse poruna vereda entre los pinos, y entoncesSelma me invitó a lonchear.

En la cafetería me dijo que estabaorgullosa de ser mi mejor amiga, quepor su mejor amiga haría cualquier cosa,que le dijera cuál era mi mayor deseo, yde pronto, esa misma noche estábamos aorillas de una carretera en otro estadode los Estados Unidos de América, enPensilvania, Yo y Selma en unacamioneta destartalada tomando cafénegro de un termo plateado y esperando

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que amaneciera.

El cielo claro fue subiendo del horizontey pudimos ver el complejo máshumanitario para la matanza de reses delcontinente americano.

Bueno, es una forma inexacta dehablar. Desde la camioneta destartaladaen realidad nada se veía más que unabarda de cemento gris que se recortabadesde la hierba verde y contra lasmontañas de roca amarillas.

Es enorme, murmuró Selma.Fuera de la camioneta, sobre el

traje de buzo, pero sin visor ni aletas,me puse el overol y la chamarra grises yel casco amarillo que había comprado

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en el pueblo vecino. Selma me detuvo lamochila para poder montármela a laespalda, levanté de la hierba con unamano mi cámara de vídeo y con la otrala cuerda con gancho de alpinista, y echéa andar.

Pero regresé sobre mis pasos parapreguntarle a Selma:

¿Y si no le gusta a El Asesino quehaga mi examen final sobre sucomplejo?

Se sentirá halagado, dijo ella. ¿Noes su mayor orgullo esta planta?

Lo repensó y dijo con voztemblorosa:

Oye, Karen, pero te pido algo. Nome cuentes lo que veas ahí adentro.

Se paró en las puntas de los pies

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para ponerme los labios en la mejilla,pero di un paso al lado y no pudo.

Correcto, dije.Regresé sobre mis pasos. Olía a

clorofila y sonaban los grillos y lossilbidos de los pájaros.

Resultó que la barda no era tanalta. Enganché la cuerda a su borde, latrepé, me detuve de pie en el borde de labarda.

Sí, era enorme el complejo.Ante mí se extendían unos 2

kilómetros de pastura y el complejo ensí estaba más allá. A la izquierda, uncorral redondo donde las reses, a ladistancia, parecían hormigas cafés,moviéndose lentas y tranquilas. Delcorral desaparecían por un corredor de

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paredes altas de ladrillos rojos que ibaa dar a una mole de concreto blanco, sinventanas, como de ½ kilómetro. Y, porfin, a la derecha de la mole de cemento,reaparecían en el estacionamiento, esdecir: reaparecían convertidas enpaquetes de carne ya trozada,empaquetada y refrigerada, que losdiminutos empleados transportaban endiablitos e iban subiendo a 55camioncitos rojos, cada uno con unasletras casi microscópicas en loscostados:

Food, Co., stress free meat

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Mis botas cayeron firmes en elsuelo de barro.

Los planos de los otros estudiantes erande 1,5 por 0,70 metros, cada unoenrollado y colocado en un portaplanosde 0,8 metros. El mío era de 5 por 7metros, enrollado y colocado en unportaplanos de 5 metros.

Cuando Gabriel Short llamó minombre y bajé con ese tubo de 5 metrosde largo se abrió un silencio en el salón.Gabriel sólo indicó con una mano que lodejara sobre el escritorio con los otrosplanos.

Vi a Short irse con los planosmetidos en una especie de cubeta de

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cuero que cargaba a la espalda. Miplano lo llevaba bajo el brazo. En laesquina donde se propuso doblar, tuvoque maniobrar un rato con mi plano,para, por fin, lograr doblar.

A la semana fui al aula 37 por micalificación. Me asomé a la hoja decalificaciones pegada al pizarrón. Lamitad de los alumnos aparecíanreprobados, y al lado de mi nombre nohabía una calificación, y en cambio síuna nota escrita en lápiz.

Búsqueme en mi casa el sábado alas 12 AM.

Fui al escritorio donde Shortregresaba los planos a los cabizbajosestudiantes.

Mi plano, le pedí.

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Short dijo:Busca al doctor en su casa el

sábado a las 12 AM.

Una casa de 2 pisos hecha de ventanalesunidos por aristas de hierro negro,rodeada de pinos verdes. Una casa que,según había escuchado decir a alguienno sé dónde, había sido construida porun famoso arquitecto. El arquitectoWright.

En fin, me abrió Short. Miré eltecho, él miró mis botas de pielamarilla.

Pasa, dijo, y me franqueó el paso.En las escaleras me detuve para

mirar la famosa condecoración del

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Comité Pro-Matanzas Humanitarias deAnimales. Dentro de un marco concristal, colgaba de un listón azul celeste,una moneda grande de oro, con el perfilde un señor en bajorrelieve y la leyendaNihil consensui tam contrario est,quam vis atque metus: quemcomprobare contra bonos mores est,que es latín, y como Yo no hablaba latín,ni hablo, no supe qué significaba, ni losé ahora.

No lo hagas esperar, musitó Short,4 peldaños arriba.

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8

Huntington estaba de pie en su estudiode la segunda planta, mi mapa estabaextendido en el piso, tan grande como untapete.

Dijo:Se necesitan bolas o mucha

estupidez. Perdón, señorita, ovarios. Senecesitan ovarios del tamaño de bolas.

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Dibujar el plano de mi instalación paracarne de res y presentarlo como examen.

Se reacomodó los lentes, gruesoscomo lupas.

El detalle de tu dibujo es…, ¿cómodecirlo?, enloquecedor. Dibujaste unopor uno los ladrillos del corredor pordonde entran las reses.

Es de ladrillos, ladrillos, dije.Sí, dijo él, de ladrillos rojos.Rojos, afirmé Yo.Dibujaste la bomba de agua que

está en la parte exterior del corredor deentrada al matadero. Dibujaste losductos de agua del techo de la cámara debaño de las reses. Dibujaste los letreroscon los logos de la empresa que estánpor todas partes. Cada uno de los 33

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jodidos logos de latón. Dibujaste unajerga de 2 metros que colgabaaccidentalmente de un tubo en la cámarade muerte. ¿No asististe a mi curso,Karen?

Ya son 3 cursos. Asistí a cada clasede los 3 cursos. Y dibujé planos cercade 1000 horas, para prepararme.

Huntington resopló, las aletas delas narices se le movían muy aprisa y Yono entendía su rabia.

Un mapa es una abstracción, alzó lavoz. Debe contener solamenteinformación útil. ¿Por qué no hiciste deuna vez un mapa de 30 metroscuadrados?

No conseguí papel de ese tamaño.¡Concéntrate!, gritó. ¡Un mapa útil

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ignora los detalles, para capturar eldiseño general!

Esto es…, dijo más suave ElAsesino y con el zapato alzó el bordedel plano, esta mierda es inútil.

Es útil para las reses, reses,murmuré Yo.

¿Perdón? Repítelo, no te oigo.¡Es útil para!, alcé la voz, ¡para las

reses!Huntington enarcó ambas cejas por

arriba de los lentes, sorprendido.¡Las reses no saben leer planos!Tragué saliva, y tensa, seguí

gritando.¡Quiero decir que se ve en el plano

todo lo que ven o escuchan las reses!¡¡¿Y cómo mierdas sabes tú qué

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diablos ven o escuchan las reses?!!¡¡Caminé con las reses por toda la

instalación hasta la cámara de muerte!!¡¡¿Caminaste?!!…Huntington apretó los labios. Se

rascó la cabeza.Habló de nuevo en un volumen

normal:¿Y quién te dejó pasar? Está

prohibido el acceso.Salté la barda.Y dentro, ¿nadie te paró?Usaba un uniforme igual al de los

trabajadores.¿Y cómo mierdas lo conseguiste?Lo compré en la tienda del pueblo

donde viven.Es un delito, dijo Huntington

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amenazándome con el dedo índice, hastraspasado propiedad privada. Es undelito grave que amerita cárcel.

Pero luego puso cara de amigo :Bueno, ¿y qué, señorita

Capacidades Diferentes? Las reses nopagan los mataderos.

Ah, dije.¡Ironía!, exclamó él. Y siseó entre

los dientes, creo que era una risa. Entodo caso, una risa furiosa. Y por fin sejaló la corbata negra.

Eso fue ironía, repitió. Mierda,olvídalo. Eres un robot. Un androideextraterrestre. Bueno, olvídalo.

Bajó la voz al decir:Está bien. Cuéntame qué viste.Las reses, empecé Yo, las reses

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reaccionan con temor a los ladrillosporque no los reconocen, nunca hanestado en un túnel de ladrillos rojos, yademás se sienten encerradas y sin saberadónde van. Las reses, después, seaterran con el ruido del motor de labomba de agua, que suena muy alto,como un animal grande y furioso. Yaaterradas, las reses sienten que la jergaroja y larga oscilando del ducto de aguaarriba es otro peligro y al verla ahíarriba, oscilando y goteando, retrocedeny se atropellan entre ellas y sienten másmiedo. Las reses, con cada lámina delatón de la empresa, donde el sol serefleja, se deslumbran y se angustiantodavía más, y berrean. Las reses seestrellan, se estrellan, unas contra otras,

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contra otras, en esta curva, aullando. Lasreses llegan muy estresadas, muyestresadas a la cámara de muerte yentonces ven, tienen que ver mientrasesperan su turno, cómo les aplican lapistola aturdidora a otras reses, otrasreses que son sus amigas, con quienes sehan pasado los últimos días, ven cómoles disparan, disparan, y se estresanentonces mucho más, y, y, y.

¿Puedes hablar sin tartamudear?,me interrumpió con violenciaHuntington.

No, no ahora, dije. Estoy muy, muyestresada.

Agregué:Por eso necesitaba un plano, un

plano tan grande, para todos esos

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detalles.Huntington echó a caminar

alrededor del mapa, nervioso, diciendo:Está bien, tartamudea lo que

quieras, pero tenme piedad y deja dedecir imbecilidades como: las resessienten esto o lo otro, las reses siententerror, las reses ven a sus amigas. Dejade decirlo, si quieres sonar como unazootécnica y no como una idiota. Nadiepuede sentir como una res sino una res.Nada más estás interpretandoantropocéntricamente. Aullaban, y tútraduces que tenían pánico. Tal vez loque tenían era hambre. O tal vez lecantaban al Dios de las reses.

Siseó, es decir, creo que se reía.De todos modos, dijo deteniéndose

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en seco, esto, tu plano, es en suma unajodida idiotez.

Jodida: del verbo joder, traduccióndel inglés al español del verbo fuck, queesa tarde Huntington usaría muchasveces en distintas derivaciones.

Detrás de él noté una vitrina con unrifle de doble cañón y bajé la vista,angustiada.

Él siguió:Para empezar, para ver realmente

lo que miraban las reses, tendrías quetener los ojos en los costados de la cara,como las reses, ¿no es cierto?

Lo pensé 2 minutos. Y contesté:Puede ser.¡No, no puede jodidamente ser!,

exclamó él, ¡es jodidamente,

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absolutamente, cierto! ¡Tener los ojos alos costados de la cabeza es totalmentedistinto que tenerlos al frente como tú!¡Es ver con un ángulo muy abierto y sinprofundidad, mientras tú miras con unángulo estrecho y con profundidad! ¡Estábien! Está bien, está bien, se tranquilizóa sí mismo. Quédate a comer.

¿A comer?, pregunté.Sí, a comer, dijo todavía tenso.

Quiero hacerte una propuesta, señoritaRes. Aunque primero tomaremos unwhisky.

Lo tomó él y Short en el primer piso,porque Yo no bebo, y por fin conwhiskys en las manos me flanquearon

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para sentarme a la mesa del comedor.No sé de dónde apareció una

sirvienta y nos sirvió una sopa. Puse enla sopa la mirada, era de tomate. Oí aHuntington decir:

Recuerdas lo que alguna vez dijeen clase sobre un pajarito con un alaquebrada. Dije que lo misericordioso esromperle la otra ala, para que no seesfuerce en volar, en vano. Bueno, tú haslogrado tener, nadie puede negarlo, unacapacidad para el dibujo que yo jamáshe visto.

Fotográfica, musitó Short.Fotográfica, confirmó Huntington.

Ésa es tu ala buena. Pero tienes unainteligencia inferior. Ésa es tu alaquebrada. Nadie toma sopa, pasemos a

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la carne.La sirvienta, que se movía a pasitos

apanicados, se apuró en cambiarnos elplato de sopa por el de carne.

Huntington cortó con el cuchillo de plataun trozo de su filete. Se lo llevó con eltenedor a la boca y masticó. Todavíamasticando señaló con su cuchillo miplato:

Come, ordenó.No como carne, dije.Él dijo:Una zootécnica vegetariana. Jodida

cursilería.Bueno, dijo Huntington después de

un silencio en que se oyeron los

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cubiertos trabajar en la losa, he aquí eldilema que se le plantea al maestro quesoy. Te disuado de seguir estudiando, esdecir, te lo impido, es decir, te reprueboy recomiendo vivamente a la direcciónde la universidad que se te cese. Obien…

Cortó otro trozo de carne. Se metióla carne a la boca y masticandocompletó la idea.

… o bien te doy alas, Karen.¿Conoces la expresión: te doy alas?

¿Me da alas?, dije, tratando depensar rápido si Huntington podía darmerealmente alas.

Te doy una oportunidadmaravillosa, dijo él, y tragó la carne. Tedoy una oportunidad que supla el ala

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quebrada que te falta. Te doy un alaprestada, pues. ¿Me entiendes?

No sé, dije.Short alargó la mano para tomar el

molinillo de pimienta.Quiero decir, dijo Huntington, que

te doy un camino para ser una personade importancia en nuestro campo. Enbreve, estoy ofreciéndote trabajarconmigo.

No lo podía creer y lo dije:No lo puedo creer, doctor

Huntington.Créelo. De nada te sirve dibujar

bien algo que ya existe. Con esa virtudpuedes volverte paisajista, exponer enferias de arte de pueblitos, pero nopuedes convertirte en una verdadera

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técnica en Zoología. Lo que sí puedesuceder es que dibujes los planos deCharles Huntington.

Alisé frente a mí el mantel, atenta adestruir las bolsas de aire que se habíanformado.

Yo imagino el diseño, explicóHuntington, te lo describo, hago lostrazos generales, y tú lo rellenas. Lovuelves verosímil para el comprador.Incluso podríamos publicar un librojuntos de gran formato.

Short, muéstrale nuestro libro, dijoHuntington, y Yo no moví la mirada delmantel.

Bajo mis ojos, Short deslizó unlibro grande y en la portada blancaestaba escrito con letras rojas:

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MATAR CON PIEDAD

deCharles Huntington

¿Qué te parece el libro de Short yyo?, oí que preguntaba Huntington.

Dije sin alzar la vista:No aparece el nombre de Short.Vi de reojo que Huntington movía

su plato vacío 10 centímetros hacia elcentro de la mesa y oí su vozexasperada:

Dentro del libro está el nombre deShort.

Oí disculparse a Short:

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No convenía poner en la portada minombre. Estrategias del editor.

Así que ya está dicho, oí decir aHuntington. Quiero emplearte como mimano derecha. Mi dibujante de planos.Con un sueldo considerable, además. 3mil dólares al mes por medio día detrabajo diario. Más la mitad de loscréditos de la carrera. Trabajas acá, notienes que tomar mis cursos, que son loscursos centrales y difíciles de la carrera,porque como digo te regalo los créditos,y obtienes un título, que de otra formame temo que nunca obtendrías. ¿Qué teparece?

La mano de Short sacó de micampo de visión el libro.

¿Karen?, preguntó Huntington.

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Contesta, ordenó. ¿Qué te parece?,¿estás contenta?

Alcé la mirada y pregunté mirandoa una pared, pero teniendo en unaesquina de mi campo de visión aHuntington:

¿Y la calificación del curso deplanos?

Siempre distraída por el jodidodetalle, masculló Huntington, las aletasde la nariz de nuevo inquietas. Valemierdas el curso de planos, Karen.

Necesito una A en este curso, dije.¿Qué es lo que no entiendes,

Karen?, dijo él acodándose en la mesa,los músculos de la cara apretados, losojos como de sapo tras los lentes. Estoyofreciéndote ser la dibujante del doctor

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Charles Huntington. Dime de inmediatoqué mierdas no entiendes.

Necesito una A, repetí.Muy bien, murmuró El Asesino. Te

doy una A, si aceptas. O una F, si noaceptas.

¿Si no acepto la A?, preguntémirando al techo.

Me asustó un tintineo: Huntingtoncon una cucharita golpeaba su copa. Lasirvienta vino con sus pasitos de terror aretirar los platos.

Pregunté otra vez:¿Me va a poner una A? Necesito

una A.Gabriel Short intervino:Que lo piense durante las

vacaciones, profesor.

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Todo se relajó con esa idea.Pero me sobresaltó un campaneo.

Un campaneo grave, sonoro, misterioso,que nadie en la mesa producía.

Es el reloj de la sala, explicóShort.

Huntington dijo:De acuerdo, Karen. Piénsatelo

durante las vacaciones. Pero el primerdía de clases espero un sí.

Se rió entre dientes, siseando, y vide reojo que se alisaba el pelo gris conambas manos. Agregó:

Te digo qué. Mientras tanto tepondré una A. Como señal de buena fe.¿Ahora sí estás contenta, Karen?

Dije que sí con la cabeza variasveces.

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Junto a la puerta, me extendió ladiestra con cara de amigo.

No hago eso, dije también con carade amiga. Dar la mano.

Él adelantó entonces la diestra paratomar la perilla y abrir la puerta quedaba al jardín.

Disfruta tus vacaciones, dijo.¿Puede regresarme ahora mi

plano?, pedí.Ah, tu plano. ¿Dónde quedó?Arriba en su estudio, dije.Ah, sí, arriba. Te lo regreso cuando

vuelvas de las vacaciones. Buenastardes.

Es que, empecé, pero meinterrumpió con voz firme:

No quiero subir por él, Karen. Me

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dejaste muy fatigado. ¿Sabes que puedesser extenuante, señorita Res?

Short puede, empecé Yo, pero meinterrumpió otra vez:

¡Short no es mi mandadero, Karen!Te lo regreso cuando nos veamos endiciembre. De nuevo, felicesvacaciones.

Y ya cuando estaba Yo 3 pasos enel jardín oí que decía algo extrañísimo:

Yo también disfrutaré las mías,muchas gracias.

Nunca fantaseo. Excepto cuando sífantaseo. Es tan raro para mí fantasear,que lo que imagino lo tomo como algosólido, como un hecho.

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En cuanto abrí la puerta y vi aSelma sentada con las piernas cruzadasen la cama viendo televisión, estuvesegura: Huntington me había robado elplano. Nunca volvería a ver mi plano.Mi plano que probaba que su planta dematanza humanitaria era una casa deterror.

Huntington lo cortaría con unasegueta en 5 trozos, metería los 5 trozosen su chimenea y les prendería fuego, secalentaría las palmas de las manos conla hoguera de mi plano, y mi planoterminaría convertido en cenizas, en suchimenea.

Salté de 3 en 3 los escalones deledificio de dormitorios. Pulsé el timbrede la casa de Huntington, me abrió

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Short, lo aferré por un hombro, lo corría un lado, pasé por las escaleras junto ala condecoración colgada en su listónazul celeste, en el piso del estudio noestaba ya mi plano, estabaprobablemente en su portaplanos decartón rojo que estaba en la mano deHuntington, fui directo a tomárselo, perolo movió a un lado, diciendo:

Calmada, Karen, regálamelo, ¿quémás te da? Además, es más mío quetuyo, ¿entiendes?

¿Por qué?, dije.Piénsalo con cuidado. Es un plano

de mi instalación para reses.Lo grité palabra por palabra:¡YO! ¡LO! ¡QUIERO!

¡HUNTINGTON!

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Y mi mano atenazó la muñeca de lamano con que Huntington sostenía elportaplano. La apreté hasta que él lodejó caer al piso y entonces me agachépara cogerlo, pero Huntington lo pateó yrodó hasta una pared y ahí él llegó antesque Yo, lo recogió, abrió una ventana ylo lanzó fuera.

Short, le dijo a Short, que habíaaparecido en el quicio del estudio, vepor el plano al jardín. Y tú, Karen, vetepor favor.

Tanto entrenamiento para controlarel tamaño de mis emociones, parahacerlas pequeñas, civilizadas, comodecía mi tía Isabelle, y en un instanteexplotó toda mi rabia. Fui directo aHuntington y le agarré el cuello con la

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diestra, lo hice retroceder hasta unapared y con la rodilla le solté ungolpazo en los cojones, es decir,técnicamente la parte más blanda delcuerpo del macho humano.

Huntington se aflojó completamentepero lo sostuve por el cuello contra lapared y con la otra mano le clavé unpuñetazo entre los lentes.

Y ahora sí lo solté.Cayó al piso como si fuera un saco

de papas, con la cara contra la duela ylos lentes cuarteados a un lado, y ya nose movió.

No se movió mientras una manchade sangre iba formándose bajo su cabezay alcanzaba las suelas de mis botas.

Di un paso atrás para no manchar

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las suelas de sangre.Y entonces fue que Huntington se

movió: de un tirón se alzó sobre lasrodillas y las palmas de las manos y conla cara llena de sangre y la corbatarozando la duela empezó a gatear haciala esquina donde en una vitrina estaba elrifle de doble cañón.

Antes que él llegué Yo, saqué de lavitrina el rifle, apunté, y al dispararcontra un ventanal la explosión meaventó hacia atrás: al caer sentada en unsillón, el rifle se me volvió a disparar,como resultó contra otro ventanal, quese cuarteó como el primero.

Al tercer ventanal le disparé ya porpuro gusto de verlo cuartearse: secuarteó y después cayó en pedazos al

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jardín.En el jardín estaba Short más corto

de estatura que hacía unos minutos,parado entre los añicos, y con miportaplanos rojo. Me lo entregó muyamablemente y a cambio Yo le entreguéel rifle.

Le dije:Dile que no quiero ser su jodida

dibujante.Y es por eso que me expulsaron de

la universidad.

2 días después bajaba con mi traje debuzo por las escaleras de la casona deMazatlán, las aletas al hombro y laNunutsi haciendo eses entre mis pasos,

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con esa gracia exacta que impide quenunca la atrape al cerrar el paso, unosseñores colgaban en la pared de la salami plano gigante, enviado a enmarcar enun marco de madera negra por mi tía,salí a la terraza donde mi tía Isabelledesayunaba con un señor pelón, su nuevapareja de apareamiento según me habíaanunciado, le puse un beso en la mejilla,a mi tía, no al Pelón, crucé el patio de laalberca y llegué a la playa con losárboles limoneros que Ricardo habíaplantado para dejarme un recuerdo antesde irse por el mar nadie sabía adónde,en el muelle de madera bajé a la lanchay arranqué su motor y perseguí elhorizonte hasta que en alta mar apagué elmotor y por fin reencontré el paisaje de

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mi tranquilidad.Nadie ni nada humano a la vista.Mar y cielo.De pronto una Y de diminutas aves

negras.El sol, una bola de fuego blanco.Sentada al borde de la lancha, me

dejé caer de espaldas para entrar con elvisor atunero primero al mar.

El visor atunero: había tapado lavista frontal del visor con 2 espejosladeados, que me permitían mirar a misflancos, como si fuera un atún, y asíseguí descendiendo, viendo a loscostados el agua verde.

Descartes no sólo escribió sobre laforma humana de pensar. Escribió otroslibros sobre la forma de hacer ciencia,

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que nunca leí, afortunadamente. Ytambién escribió, al final de su vida, unlibro muy delgado sobre la felicidad,que sí leí, y que es por desgracia menosfamoso que los otros.

Después de muchas palabras y 25hojas, Descartes escribió que lafelicidad es un asunto de los sentidos.Ver, oír, tocar, oler, saber con la lengua:ésa es la felicidad. Después, Descartesescribió muchas otras hojas llenas depalabras, lo que es una lástima porqueya había llegado a la verdad en lapágina 25.

Sí, la felicidad más sencilla, y másfeliz, es sentir con los sentidos. Pensarcon los ojos y la piel y la lengua y lasnarices y el oído.

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En la capa azul turquesa me estiréde costado para descender mirando porel visor atunero y a través del techo deagua iluminada las nubes blancas.

Y mirando a 6 peces rojos viajarde nube en nube, volvió a serme pococlaro para qué la fantasía es necesaria.

¡Ups! Un pez amarillo tapó el sol.Por un momento.

Y en la capa azul profundo una bolagris vino girando hacia mí, ygolpeándome delicadamente en milpartes, toc toc toc toc toc toc, sedispersó en mil macarelas color aceroque se fugaron hacia lo azul oscuro.

De nuevo, ¿para qué es necesaria lafantasía? La fantasía: la filosofía o lareligión o las historias de cosas que no

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existen.¿Para qué habiendo una realidad y

teniendo sentidos?Para ser feliz basta sentir con los

sentidos y sin Descartes. Con lossentidos y sin palabras. Basta estar conel cuerpo entero en la realidad.

Y para ser más feliz hay queabrirse a la realidad como si la realidadfuese lo que uno piensa.

Pensar con las aletas de esabarracuda que asciende en diagonaldejando tras de sí una estela deburbujas.

Entre los listones rojos de unbosque rojo de algas, encontré un clarode arena con una piedra plana verde enun borde, coloqué ahí mi cabeza y

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esperé a que mi cuerpo bajara a laarena.

Un triángulo blanco: unamantarraya blanca: mientras su sombrarecorría a lo largo mi cuerpo, fijé laalarma del reloj contador del tanque,para que sonara cuando sólo quedarasuficiente oxígeno para volver al aire, yme fui de mi Yo: mi Yo se diluyó en elagua pesada, azul y lenta, ese No Yoenorme y feliz, el mar.

Algo curioso. Una mañana de mucho sol,hete aquí que encontré, colgada de unclavo en la pared de mi dormitorio,brillando como un pequeño foco plano yredondo, la medalla de oro del Comité

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Pro-Matanzas Humanitarias.Como ya he contado, todo me ha

costado a mí mucha constancia, muchaperseverancia, mucha ansia pura, perotengo esa pequeña suerte, que las cosasque me gustan mucho se aparecen luegoen mi casa, de pronto.

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9

Los atunes de aleta amarilla siempreviajan. Nunca duermen.

De verdad, nunca se detienen adormir o siquiera a descansar. Si sedetuvieran, se hundirían y morirían, asíque pasan sus vidas enteras migrando.

Sus vidas enteras: entre 7 y 11años.

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Migran en tribus por aguascalientes siguiendo la costa delcontinente americano, desde EstadosUnidos hasta Chile, y de vuelta, hacia elnorte. No tienen calendario como otrostipos de atunes, no siguen una ruta fijaanual y sus sitios de desove no serepiten, pero esto sí hacen: nunca dejande migrar.

Migran, dicen algunos biólogos,para buscar alimento, porque consumen1/3 de su peso cada día mientras migran.Que es lo mismo que decir: viajan por elocéano para alimentarse para seguirviajando. En algún momento del largoviaje de miles de kilómetros se les unenlos delfines, nadando arriba. Respirandoarriba por los agujeros que tienen en la

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testa. Guiando arriba. Vigilando arribala temible llegada de algún tiburón o unaballena comeatunes.

Metros abajo, la tribu de los atunescaptura peces menores. Al masticarlos,trozos de alimento suben a la capa delos delfines, que se alimentan de esosrestos.

A medio viaje está la costa deMéxico. Y los barcos atunerosmexicanos, acechando.

Y muy alto, a más de 35 milkilómetros de la superficie del mar, flotaen el silencio del espacio celeste unsatélite poliédrico, con capacidad parafotografiar ciudades, puertos, islas delPacífico mexicano, y tambiénmovimientos discretos en el mar, como

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una procesión de aletas y columnas devapor, es decir, una procesión dedelfines, es decir, el aviso de una tribusubmarina de atunes.

En alta mar, a la altura de Mazatlán, elhorizonte de 360 grados estaba a laderecha rayado con una luz roja y a laizquierda la luna redonda y blancaflotaba en la noche. Entonces las vi, lasprimeras aletas asomando.

Me dejé caer de la lancha y,sumergida, nadé hasta la tribu de atunes,que de inmediato se inquietaron.

Uno me aventó, con su costado,otro me recibió con otro empujón, untercero me dio un lento coletazo que me

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envió metros atrás, hacia el final de latribu.

Me dejé rebasar por todos losatunes y bajo la sombra de los últimosdelfines encendí el motor cilíndricocolocado en mi espalda, a un lado deltanque de oxígeno, para seguirlos.

2 atunes grandes se retrasaron paranadar a mis costados. Sin tocarme, mesentían a medio metro de distancia.Durante una hora de viaje no hice nadapara distinguirme de ellos, exceptoexistir con otra forma, lo que esperé queno los ofendiera o estresara.

Bueno, a la hora de nadar a miscostados me olvidaron y se adelantaronpara tomar su lugar intermedio en latribu.

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Miré mi reloj de tiempo de pulsera.Si en los 2 buques varados en alta

mar los capitanes habían seguidoatentamente las imágenes del satélite,ahora mismo estarían bajando laslanchas al agua, que se deslizarían paraextender la red de medio kilómetro dediámetro, pero esta vez sin flotadoresamarillos, sino azules, del color del mar.

Sumergida la red, apagarían todoslos motores, y empezaría la parte másenervante de la pesca, la espera.

Podía imaginar a los marineros,recargados contra el borde del casco dela cubierta, alguno encendiendo uncigarro, preparados para la pesca deatún más lenta en que jamás hubiesenparticipado. La idea de la sobrina lenta

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de la dueña de Atunes Consuelo.

Entramos los delfines y los atunes y Yo ala red. Podía verla debajo de mí: la redque empezó a tirones a alzarse.

Desde 10 poleas en cada uno de los2 barcos, la red se alzaba a tirones. Laslanchas a media velocidad rodeaban elcerco, y los marineros clavaban losarpones solamente en los atunes tercosen escapar. Los delfines, en cambio, sinque nadie los molestara y con suficientetiempo en esta pesca lenta, fueronsaltando por encima de la red.

3 buzos, conmigo 4, abrazamos alos pocos delfines desorientados parajalarlos fuera de la red. Una lucha

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tremenda cuerpo a cuerpo por hacerlosescapar, a los delfines rejegos.

Los delfines están fuera, voceó porun altavoz un capitán.

Del buque 1 la red se fue elevandoy una compuerta se abrió en el costadodel buque 2. La red convertida enresbaladilla hizo caer a los atunesplateados uno tras otro dentro del buque2 a una piscina de agua de mar en supanza, ventilada por claraboyasabiertas.

Los atunes se hundían en la piscinabuscando salidas, chocaban contra elbarco, en cubierta sentíamos susarremetidas irse espaciando ysuavizando.

Hasta cesar.

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Habían vivido algo muyinesperado, pero rápido, y la sangrederramada había sido poca.

En el mar quedó sólo una manchade espuma rosa de aproximadamente400 metros de diámetro.

Media hora después, la mancharosa se había diluido.

Okey.Eso les dije por el radio a Peña y

mi tía, que esperaban las noticias en latorre del muelle de la atunera.

Me gusta mucho ese término: Okey.Viene de la guerra civil estadounidense,en el siglo 19. Los generales loescribían en sus reportes de novedades

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de guerra cuando nadie en esa jornadahabía muerto.

Zero killed = O killed = OK =okey.

Okey, respondió mi tía, y cortó.Fuera de la cabina de radio, en la

cubierta del barco, el tipo deGreenpeace se zafó la caperuza del trajede buzo. Tenía el pelo café con laspuntas doradas, como Ricardo.

Dijo:La pesca más libre de estrés de

atún del planeta Tierra, felicidades.Lo corregí:Si uno descuenta las de Palermo,

que todavía se hacen con métodospreindustriales.

Aún más pacífica que ésas, sonrió

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él.Agregó:Y 100 % segura para los delfines.

Junto al muelle 4 habíamos sumergidoen el mar una espaciosa jaula para losatunes. ¿Para qué encerrarlos enespacios chicos?

Porque cuestan menos, había dichoel ingeniero Peña cuando le ordené eltamaño de la jaula. Se sacó los lentes, selos volvió a poner.

Porque cuestan menos, le insistió ami tía Isabelle varias veces. ¿Por quéusar tanto metal si los atunes puedenestar en una jaula chica?

Pero mi tía le dijo:

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No sea cuentacentavos, Peña.El río de atunes, 80 en total,

entraron en la jaula, y antes de que setoparan con los barrotes, soltamos desdearriba la carga de sardinas. Se pusierona comérselas, olvidados de los barrotes.

Entré a la jaula en mi traje de buzo,con mi visor atunero para revisar quetodos estuvieran bien, y una cesta decamarones a la espalda. Los atunesfueron volviéndose a verme. Me fueronrodeando. Sus ojos negros, redondos,las pupilas agrandadas, fueronendureciéndose, fijas en mí.

El término técnico es miradadepredadora: cuando los animalesgrandes rodean a un animal más chico,que en este caso era Yo, la mirada

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depredadora precede a que se loalmuercen.

¿Me reconocían?, me pregunté.¿Entendían que Yo los había conducidoa esa cárcel?

Me fijé en particular en un atún, encuyo ojo negro palpitaba, milimétrica,una mancha amarilla y que a mí mepareció de pronto amenazante. Girédespacio lanzando puñados decamarones y para mi alivio los atunesabrieron las fauces para zamparse loscamarones.

Lo que pasó a continuación fue delo más inesperado.

El atún con la mancha amarilla enel ojo negro acercó a mí su hocico, ydespacio me aventó, como si quisiera

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ver cómo reaccionaba Yo.Bueno, adelanté la cabeza y a mi

vez empujé al puto atún, aunque igual sinfuerza, nada más para que supiera queYo también sabía empujar.

Entonces los otros atunes seacercaron y uno de ellos volvió aaventarme con el hocico, otra vezdespacio, y Yo regresé a aventarlo a élcon la cabeza.

Estuvimos jugando así un rato, alos cabezazos, como buenos amigos,amnésicos de la pesca ocurrida hacíadías.

Habíamos instalado una cinta móvil a lolargo del muelle 4, desde el extremo

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donde estaba sumergida la jaula deatunes hasta la acera de la atunera,donde se levantó un graderío para elpúblico:

Nuestros 10 capitanes, nuestrosempleados principales, el rabinoChelminsky, de Maine, Estados Unidos,y su matarife, de cuyo nombre no meacuerdo, el nuevo Secretario de Pescadel país y el nuevo alcalde de Mazatlán.

3 marineros sacaron al primer atúnde la jaula, lo amarraron a la cinta dehule, un cuarto marinero lo deslumbrócon el flashazo de una lámpara de neón,prendieron el mecanismo y la cinta dehule llevó al atún hasta mí, que loesperaba en mi traje de destripadora,blanco y con botas blancas, y con una

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pistola de aire comprimido en la mano.Coloqué mi otra mano en el

costado del atún, que palpitaba como situviera un tambor dentro, lo presioné, ymi caricia firme lo tranquilizó, aunqueno dejó de boquear, porque se asfixiaba,ni sus ojos dejaron de moverseinquietos, porque seguramente alucinabapor la asfixia, entonces me apresuré acolocarle la pistola junto a un ojo negroque de pronto se fijó en mí, húmedo.

Disparé.El atún se arqueó para arriba, luego

se aflojó de golpe.2 marineros lo cargaron a un

contenedor alargado, de plásticonaranja, relleno con rebaba de hielo.

El siguiente atún llegó. Lo acaricié

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con firmeza para sosegarlo.Le disparé.Lo metieron en otro ataúd

congelador.Mientras el tercer atún venía en la

cinta de hule, el rabino y el matarife seacercaron. Venían en overoles y guantesblancos de carnicero, ambos con barbashasta el pecho, el rabino usaba ademásun elegante sombrero panamá de alasgrandes. Tendieron una colchoneta deplástico para hincarse en ella.

Bajo mis indicaciones, el matarifetranquilizó con caricias de presiónintensa al atún.

Dije en inglés:Dispare.Un momento, respondió el rabino

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en inglés.El matarife dijo no sé qué en

hebreo, la mano enguantada en blancosobre el atún que se asfixiaba y los ojosen el cielo perfecto de esa mañana,parecía que sucedía una eternidadmientras seguía hablando en ese idiomaextraño, Yo alcancé a ver la gradería,donde nuestros invitados miraban haciael piso o hacia la atunera, es decir, haciacualquier otro lado menos al lugar delasesinato; de hecho, mi tía Isabelle,sentada a un lado de su pareja el Pelón,con lentes grandes y oscuros y bajo susombrero de tela blanca, miraba al lugarmás lejano posible, el horizonte del marplateado.

El matarife terminó por fin su

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oración pronunciando una palabra:Amén.Y disparó la pistola de aire al

cerebro del atún.Así hasta matar al resto de los 80

atunes. Yo y el rabino y el matarifematando, los invitados en la graderíamirando a otro lado, platicando entre sí,haciendo como si estuvieran en otrolugar y por otras razones.

Nada más el penúltimo atún fuedifícil de matar, y es que reconocí en suojo negro un punto amarillo, asustada losolté precisamente en el momento en queel rabino disparó la pistola de aire: enel agujero desapareció el ojo entero delatún y un chisguete de sangre nosempapó al rabino, al matarife y a mí.

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Al final de la ceremonia, el rabinoChelminsky se paró ante el graderío, lacara, el sombrero y la barbaensangrentados. Mientras pusieron anteél un micrófono goteaba sangre y sudoral piso de cemento.

Dijo en inglés al micrófono:Queda certificado que éstos son

atunes kosher. Kosher, es decir,correctos, apropiados. Y podrán sercomidos por todos los judíos del mundo.

Peña se alegró de pronto. Sacó desu bolsa del pecho su calculadora.Había entendido por fin para quédiablos mi tía había pagado los altoshonorarios del rabino y el matarife.

El tipo de Greenpeace tomó suturno ante el micrófono y dijo:

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Y queda igualmente certificado porGreenpeace que estos atunes están libresde delfines (dolphin safe), así comolibres de estrés (stress free), y podránser comidos por todos los sereshumanos ecológicamente conscientes.

Peña tecleó frenético en sucalculadora mientras todo el público,ensopado de sudor y mareado de sol, separó para aplaudir. Entonces elSecretario de Pesca, a quien nadie habíainvitado a hablar, bajó del graderío y seencaminó al micrófono y todos en elgraderío se volvieron a sentar de muymala gana, para seguir bajo el sol.

Alto, canoso, en un traje gris perlay corbata roja, como si estuviese enalgún salón elegante de una ciudad, se

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inclinó para decir al micrófono:Seré breve.Supimos entonces que nos esperaba

un discurso largo, de esos que estilanlos Secretarios de Pesca.

Lamento no ser marinero, dijo, sinoeconomista.

Largo silencio.Una persona aplaudió

tentativamente, pero por desgracia elSecretario tenía más que decir.

Sin embargo, celebro estar conustedes para declarar oficialmente rotoel embargo que Estados Unidos impusoa nuestros atunes mexicanos. Por lomenos queda roto, unilateralmente,desde nuestro lado mexicano.

Mi tía Isabelle abrió su parasol

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rojo, lo que todos quisimos interpretarcomo el punto final del discurso delSecretario de Pesca, y nos apuramos a latorre hexagonal de cristal del muelle encuyo piso 4 se sirvieron cervezas entarros helados y martinis de tamarindo yempanaditas de atún con adobo rojo.

Apenas pude escucharlo. En unrincón se lo murmuraba el ingenieroPeña a uno de los capitanes de nuestraflota:

3 millones de dólares, contandosalarios, instalaciones nuevas, latransportación de los ataúdescongeladores por avión. Una putaextravagancia, si me preguntas.

El capitán se sacó el gorromarinero, lo puso bajo el sobaco y dijo:

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Pero rompimos el embargo.Peña:Qué puta madre importa si

rompimos el embargo. Si no resultan lascuentas, nos vamos a pique y cerramosla atunera.

El capitán:¿Pero la patrona lo entiende?La patrona sólo escucha a su

sobrina débil mental. Te cuento más…Peña abrió la boca para contar

más, pero el Secretario de Pesca se leacercó y hablaron de otra cosa.

Tarros de cerveza en mano y haciendoeses al caminar, mi tía se llevó a losinvitados especiales a una visita a la

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atunera. Pasaron a la sala dedestripamiento de atunes y la tía señalóel techo, donde colgaba mi lámparamatamoscas. Una espiral de tubo de luzde neón de 1 metro de diámetro en subase.

Las moscas se acercaban atraídaspor la luz azulosa y no eran rechazadaspor el calor quemante, como hubierasucedido con otras lámparas.Alegremente se paraban en el tubo deluz azulada, que al instante laselectrocutaba con un zzzzz, y caíanmuertas directamente a una gran charolade plástico con agua fresca colocada enel suelo.

El Secretario de Pesca y el rabinose quedaron viendo mi invento,

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alelados.A ver rabino, lo retó el Secretario

de Pesca, una oración sagrada por lasmoscas.

El rabino se empinó su tarro decerveza. Dijo luego, con espuma en losbigotes:

No hay, Secretario, porque no noslas comemos. Pero puedo citarle lo queel gran maestro Maimónides escribiósobre los asesinatos en legítima defensa.

Ah, caray, dijo mi tía.El rabino carraspeó para aclararse

la garganta.Espere, dijo mi tía. Y mandó callar

a las destripadoras de atunes.Las mujeres permanecieron quietas

con sus tapabocas y los guantes de látex

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sobre los atunes a medio destazar.Y el rabino entonó con su voz grave

y melodiosa una serie de cosas quetodos supusimos que en hebreo sereferían a los asesinatos en legítimadefensa.

La fiesta siguió en la arboleda delimoneros que en la playa Ricardoplantó para ser recordado. Bajo lasfrondas, en una mesa larga y angosta.

Los meseros trajeron en grandescharolas ovaladas la comida. Los atunesbaby, montados en hojas santas ybañados en una salsa delgada de chilemorita y limón, montañas de arrozsalvaje, sardinas ahumadas y grillos

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asados rebozados en clara de huevo.Luego llegaron los platos con cuartos delimón, las botellas de vino rosa que sefueron sirviendo en las copas de cristal,las botellas de mezcal oaxaqueño y losvasitos para servirlo.

En una de las cabeceras de la largamesa, Yo sorbía el vino y observaba concuidado a nuestros invitados llevarse ala boca el tenedor con la carne tierna delatún que no habían soportado mirarcuando estaba todavía entero y vivo ycon la pistola de aire junto a un ojo.

El rabino se puso en pie, una copaen mano.

Pero que no nos hable en hebreo,pidió el Secretario de Pesca, que seguíacon su corbata, pero en mangas de una

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camisa que se le pegaba al cuerpo por elsudor.

Tradúcelo, oí que mi tía me pedíadesde la otra cabecera de la mesa.

Hoy, dijo el rabino en inglés y yotraduje al español, he aprendido cuánpreciosa es la vida. Cuán frágil ypreciosa es.

Se oyó a lo lejos una oladesplomarse y luego un toc toc entre losárboles con los que colindaba laarboleda de limoneros.

Matando 80 atunes, uno tras otro,siguió el rabino, sentí la muerte muycerca, de hecho en mi mano, en lapistola de aire comprimido que sosteníaen mi mano. Y sentí también a Dios muycerca. Sentí, el santo me perdone la

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presunción, que era el ángel que guardalas rejas del paraíso, con una espadaflamígera en la diestra.

Mi tía bajó decepcionada su copa.Cada vez que se hablaba de Dios sedesinteresaba. Entre las frondas de loslimoneros el cielo se volvía naranja yotra vez, como cualquier tarde,empezaba el vaciado de la noche en eldía, y ese exceso de energía que selibera en el vaciado y aviva laNaturaleza.

Las chicharras empezaron aencenderse, los pájaros subieron elvolumen de sus silbidos y el rabinocreció el volumen de su voz, paradejarse oír:

El grandísimo, loado sea, nos ha

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otorgado el dominio sobre los animales,para usarlos y comerlos, pero losanimales son igualmente su creación, ynuestra obligación humana es tratarloscon dignidad. Matarlos sin tortura. Sinsufrimiento innecesario.

He pensado, siguió el rabino,compitiendo contra el ruidazal de lasolas crecidas del mar, las chicharras, lossilbidos, el toc toc entre las ramas, queAtunes Consuelo debe ser un sitio devisita para quienes desean hacer suspaces con la muerte y con los animales.Respeta al animal. Mátalo con respeto.Cómelo con compasión yagradecimiento.

Lo distinguí por fin: el toc tocinsistía entre las ramas de un flamboyán,

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era un pájaro carpintero golpeando eltronco.

Soy judío, anunció a todo pulmónel rabino, y pareció que iba a empezar acantar como otro pájaro, un pájaro decasi 2 metros y con barba, luchando consu vozarrón contra la Naturaleza. Soyjudío y los judíos fuimos masacrados,sistemáticamente, por los nazis, como sifuéramos animales. En mi congregación,los feligreses son o bien sobrevivientesde aquel holocausto o hijos o nietos obisnietos de esos sobrevivientes. Quieroproponerles a esos judíos precisamenteque visiten Atunes Consuelo este veranoy atiendan la bella ejecución de losatunes, sin pólvora ni bala ni cuchillo,para que aprendan lo que hoy yo he

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aprendido, es decir, si ustedes me lopermiten.

Peña entusiasmado se puso en piepara replicarle que por supuesto se lopermitíamos, es más, podíamosorganizarles a los judíos visitantes untour en veleros y unas clases de buceosubmarino, y para no quedarse sentadoel alcalde de Mazatlán se paró también,pero sólo después del derrumbe de unaola tremenda logramos descifrar que lesofrecía a los judíos hospedaje a precioespecial en los extraordinarios hotelesde Mazatlán, lo que provocó la risa delos comensales y uno preguntó qué hotelen Mazatlán no era una pocilga, yentonces el Secretario de Pesca se pusoen pie y unió su voz a la competencia

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entre los humanos y de los humanoscontra el mar, los silbidos y el toc toctoc toc del pájaro carpintero.

Ahí estaban los 4 señoresfatigándose a gritos y ahí estaba laNaturaleza borrándolos a estruendos ychiflidos y zumbidos. Me serví otrovasito de mezcal, me lo tomé. Me servíotro. Y entonces lo vi.

De una rama de un flamboyán, unaardilla saltó a la rama de otroflamboyán, y entre las flores anaranjadasapresó con los dientes al pájarocarpintero, saltó al vacío, cayó en laarena y corrió alejándose con el pájaroentre las fauces por la playa que ya eraazul como la noche del cielo dondedistinguí muy alto 3 puntos de luz, 2

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blancos, 1 azul.Miré mi reloj de pulsera, las 8.23.Era el avión que se llevaba los 80

ataúdes congeladores, y mi futuro.Bebí de golpe un tercer vasito de

mezcal.De pronto en el cielo había 2 lunas.

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10

Luego, el lento vaciado del amanecerblanco dentro de la noche negra: vaciéleche caliente y humeante en el cafénegro y humeante de un tarro y se loalargué al rabino, mientras fuera de lacocina el mar retrocedía, ola tras ola, dela playa, envuelta en una brisa blanca.

Nos habíamos trasnochado juntos a

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la mesa de palo pintada de azul, élpidiéndome detalles del buen asesinatode atunes, Yo preguntándole del buenasesinato de los peces, en general, segúnla religión judía.

Bueno, resultó que según lareligión judía a todos los peces puedematárseles como sea, y por lo generalsimplemente se les deja asfixiarse en elaire, pero sólo los peces con escamas ycon aletas pueden comerse. Por lo que eltrabajo del matarife en Atunes Consuelosería de lo más tranquilo. Venir cadames para ver que los atunes no semezclaran con otros pescados sinescamas y sin aletas, y para comprobarque a los atunes ya trozados y enlatadosno les añadiéramos aceite no kosher u

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otra sustancia no correcta según la leyjudía.

Serán como vacaciones para elmatarife, dijo el rabino aceptando eltarro de café con leche. Vigilar eso ydespués firmar los papeles donde seasegura que todo fue kosher.

Ah, dije Yo. ¿Y para qué hicimostodo lo que hicimos en el muelle?,¿enseñarles Yo a matar a los atunes y elrezo y todo lo demás?

Lo pidió la señora Isabelle,respondió el rabino acariciándose labarba negra. Tal vez para que se notaraque habíamos venido desde Maine.

Lejos, los perros despertaban aladridos, los silbidos de los pájaros secruzaban con los silbidos de otros

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pájaros, un gallo quiquiriqueaba enalgún rancho en la loma.

¿Por qué hay tanto alboroto en laNaturaleza al amanecer?, preguntó elrabino.

Por lo mismo que al anochecer,dije.

¿Es decir?Es el exceso de energía que se

libera en el cambio de la noche al día odel día a la noche.

El rabino ojeroso y descalzo, ensus pantalones negros y la camisa blancaarrugada, dio un trago al café con lechey dijo de pronto:

Te confío algo, Karen. Acá entrenosotros, Adán y Eva eran vegetarianos.Hasta donde nos cuenta la Biblia, sólo

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sabemos que comían manzanas. Merefiero en el paraíso, antes de la caídade la gracia de Dios y su expulsión delparaíso.

Le pedí precisiones. En contra delconsejo de mi tía Isabelle, esa mañaname interesaba vivamente la religión. Opuede ser, ahora que lo escribo se meocurre, que lo que me interesaba era elrabino, que me recordaba, con su barbaespesa, sus piernas largas, sus piesgrandes de mono superior y su plática deángeles, a Ricardo.

¿En serio no sabes qué es elparaíso?, preguntó el rabino.

Ni idea, dije.Se rió cabeceando.Bueno, te mando por correo una

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Biblia. Una Biblia correcta, nocorrompida por las interpretacionescristianas de 2 mil años. La Biblia deJerusalén. Si me prometes leerla.

Lo prometí, y de todos modos mehabló entonces del paraíso:

Los montes y las colinas levantaránuna canción de júbilo, dijo con su vozgrave y los ojos entrecerrados, y mepareció que hablaba de memoria. El mary las nubes del cielo se moverántranquilamente al recorrer el círculo decada día, desde un amanecer a otroamanecer. En lugar del peligroso espinocrecerá el benigno ciprés, y en lugar dela ortiga odiosa crecerá el mirto. Ellobo habitará en la misma cueva con elcordero y el leopardo dormirá abrazado

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con el cabrito, porque la ferocidad sehabrá evaporado de la Tierra.

Me gustó la oración y la repetí:La ferocidad se habrá evaporado

de la Tierra.Y nadie, dijo el rabino, nadie nunca

tendrá hambre ni sed, porque la comiday el agua y el vino serán distribuidos sindinero.

Tras un instante dijo:Amén.Qué bien, asentí Yo. ¿Y en qué

fecha sucederá eso?No se sabe, dijo él.¿Y en dónde?En todas partes.¿Y cuánta gente está

organizándolo?

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El rabino me miró largo y nocontestó.

¿O es un cuento?, pregunté. ¿Unafantasía?

El rabino dijo:Será un milagro.¿Qué es un milagro?, pregunté.Algo que sucede sin causas. Dios

lo hace suceder porque sí. ¿Puedo tenermás café con leche?, preguntó.

Y Yo supe entonces que lo delparaíso era un cuento, una fantasía. Leserví un tarro de leche y café, y alentregárselo, humeante, le hice otrapregunta:

Oye, rabino, ¿estás apareado?¿Casado, dices? Sí, suspiró. Estoy

muy apareado, dijo muy quedo.

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Y luego, casi sin voz:3 hijos nos atan con 3 cuerdas

gruesas a mi mujer y a mí.Me pareció algo muy cruel y se lo

dije:Eso es muy cruel.El rabino dijo:Sí, la vida no es fácil.Tamborileó sus dedos sobre la

mesa y luego de un rato dejó de hacerloy dijo:

Te quedaste en silencio. Dime enqué piensas.

¿Ahora?Sí, ahora.En la suerte de mis 80 atunes.

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Dicho en corto, fue un desastre. A lasemana nos habían devuelto los ataúdescongeladores con una nota.

Los atunes más caros del planeta,ja ja ja ja.

Además, ni siquiera se rompió elembargo. La organización ecologistaMares Limpios alegó que los delfinesque salvaron su vida en nuestra pescahabían quedado tan estresados que nopodrían reproducirse el resto de susvidas.

¿Cómo supieron tan rápido eso, queen todas sus vidas los delfines denuestra pesca habrían de quedarestériles?: ni idea, pero hicieron unamarcha en Washington y aunque era unamarcha de sólo 54 personas la que cruzó

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ante la Casa Blanca con máscaras dedelfines, su foto se publicó en losperiódicos del mundo, incluso en el deMazatlán, donde Yo la observéembobada, y quedó mundialmenteestablecido su dicho, que habíamosarruinado la vida sexual y reproductivade esos delfines.

Además, así como de paso, en esosmismos periódicos, Mares Limpiosestableció que eran ellos los quepondrían al atún entero o en latas laetiqueta de Dolphin safe (libre dedelfines) y que la etiqueta seríanecesaria para que se vendiera ensupermercados estadounidenses y queúnicamente se le daría al atún pescadoen buques que ni siquiera hubieran

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lanzado una red para pescarlo enasociación con delfines, lo que llevó aPeña a preguntar un día:

¿Y cómo carajos convencemosnosotros a los atunes de aleta amarillaque naden sin delfines?

Lo pensé durante meses sin dar conla respuesta y entonces las latas de lamarca norteamericana Chicken of thesea empezaron a aparecer con la frase100 % dolphin safe 100 % y todoestuvo perdido: Chicken of the seainvadió todos los anaqueles de todos lossupermercados del norte de la fronterade México y Peña nos sometió a unajunta urgente de negocios que realmenteconsistió en oírlo putear 3 horas deChicken of the sea:

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Tramposos, dijo. Le dan a la genteatún por pollo. Tramposos. Le dan a lagente albacora barato en lugar denuestro atún color oro. Tramposos. Soncómplices de Mares Limpios, qué raroque les preocupen tanto los delfines yque la albacora no migre con delfines ymigre lejos de México.

Lo único que a mí me quedó claroes que Chicken of the sea en efectovendía atún blanco, o atún albacora, connombre de pollo y que por alguna razónque Yo no entendía los delfines lesimportan más a los ecologistas que lospropios atunes o las tortugas marinas olas delgadas y pequeñas anchoas, quepor cierto el atún blanco traga por kiloscada día.

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Mi tía remató 5 buques, la mitad delos 10 que nos quedaban, despidió a lamitad de nuestros marinos y obreros ycanceló los contratos de los tejedores deredes ecológicas, en cada tercera cuadrade Mazatlán apareció otro vendedor conuna cajita de chicles o un nuevolimpiador de parabrisas con su estopa ysu botellita de agua enjabonada y AtunesConsuelo abrió un comedero parapobres de sopa de polvo de esqueleto deatún y las filas de pobres con un plato enla mano para entrar al comedero sevolvieron más largas semana a semana.

En la casona mi tía Isabelle empezóa beber ron de caña desde media tardehasta ya la noche profunda y unamanecer muy rojo sacó cargando al

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jardín de las palmeras gigantes las 3maletas y el sombrero panamá de sunovio el Pelón y llamó a un taxi para quese los llevara a todos, a las maletas, alsombrero y al Pelón, pero mi tía nocorrió al ingeniero Peña de la gerenciade Atunes Consuelo, aunque Yo se lorogué.

Así que volvimos a dedicarnos alviejo asunto de las latas de atúnherborizado para el estrecho mercadonacional y Yo con demasiado tiempolibre una tarde en las rocas grises de laplaya empecé a leer la Biblia deJerusalén, que me había enviado porcorreo el rabino.

Pero me decepcionó luego de laprimera hoja, la hoja donde Dios crea la

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luz, el cielo y la tierra y los mares, losastros y los animales y el hombre y lamujer. Preciso: me decepcionó en lalínea 28, en la que Dios nombra a los 2humanos, de golpe y sin explicación,«dueños del mundo», y les pide uordena, no sé cuál es el caso,«multiplíquense para llenarlo todo», y«sojuzguen y dominen toda criaturaviva».

Lo que al parecer hacen durante elresto del muy grueso libro, donde todaslas historias al parecer tratan de Dios ylos humanos y los humanos y Dios, ydonde las otras criaturas vivas aparecensólo en forma de comida o de ropa omedio de transporte o para sersacrificadas o, lo más tonto, para ser

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usadas como metáforas de algo humanoo divino.

2 cosas aprendí de la Biblia:1. Su Dios es muy curioso. Primero

crea el mundo y los astros, pero luego seencierra en la burbuja humana.

Y2. La locura humana no viene desde

Descartes, viene de más lejos, de por lomenos 3 milenios atrás, de cuando fueescrita la Biblia, si no es que de antes.

Bueno, quién sabe dónde perdí eseviejo libro, la Biblia. Pasan unos días,tal vez unas semanas, y una mañana bajoa la playa y lo que veo en la arenablanca es una línea de minúsculas letrascaminando.

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Hormigas aserreras habían trozadocon sus fauces filosas la Biblia deJerusalén y se la llevaban letra por letraal cráter del hormiguero donde seintegraban al remolino de otras 7 líneasde hormigas que cargaban los pedacitosde una hoja muy verde, antes de metersearena adentro.

De lo poco alegre que sucedió enesos años que mi tía Isabelle llamó losaños del No y del Nunca.

Nunutsi se cruzó con un gatoatigrado pero en lugar de preñarse sefugó quién sabe adónde. Los judíossobrevivientes del holocausto nunca seaparecieron en el muelle 4 para ver loscadáveres negros de los atunes. Y en

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cuanto al Secretario de Pesca, no lovolvimos a ver, sino hasta 5 años mástarde, cuando Mazatlán amaneció con lafoto de su melena blanca y su sonrisaperfecta colgada en cada poste.

Era el candidato del PRI a lapresidencia del país y el periódico deMazatlán salió ese mismo día con elencabezado:

Fallarle a Mazatlán: seguroascenso político.

En esos tiempos en que todo falló,también falló ese augurio. El PRI perdiópor primera vez en 70 años la elecciónpara la presidencia.

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Por suerte, mucho antes que eso,vinimos a enterarnos con más precisiónde cómo fracasó la venta de nuestrosatunes libres de estrés y delfines. Esoocurrió 2 años después de su pesca,cuando el señor Gould apretó con sudedo índice el timbre de la casona de mitía Isabelle.

La Gorda se tardó lo que sueletardarse en ir a abrir la puerta, 5minutos.

El señor Gould dijo que veníabuscando a la señorita CapacidadesDiferentes y la Gorda lo pensó duro,achicando los ojos, y después lerespondió que sí, sí vivía ahí, pero no,no estaba en ese momento.

Voy a esperarla dentro, dijo el

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señor Gould con tal autoridad que a laGorda ni se le ocurrió discutirlo y lefranqueó el paso.

El señor Gould se quitó lacachucha roja de beisbol en medio de lasala de piso de mármol ajedrezado yoteó el plano enmarcado en maderanegra. Se detuvo ante otro cuadro, unóleo color naranja de una mujer desnudarodeada de penes, se inclinó a leer laplaquita en el marco en la que estabaescrito «Mujer amenazada por peces»,la Gorda sonrojada se disculpó diciendoque lo había pintado el nuevo novio dela señora Isabelle, que era un indiozapoteco, Gould fue a acomodarse en elmejor sofá, un sofá de terciopelo rojo, yse quedó mirando la lámpara

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matamoscas que para entonces habíainstalado Yo colgando del techo de lasala.

3 moscas tocaron la espiral deltubo de luz azulosa, se achicharraroncon un zumbido y cayeron en vertical ala bandeja de níquel con agua fresca quelas esperaba en el piso.

Gould dijo:Excellent.Tendría 70 años, la cabeza ovalada

y perfectamente pelona, como un huevo,sus piernas fuertes recubiertas de vellorubio salían de sus bermudas blancoscon mil arrugas y aterrizaban en unoshuaraches negros con suela de llanta detráiler.

Tráigame un tequila con sal y un

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cuarto de limón, le mandó a la Gorda, ensu español de acento rarísimo, y ya enplena posesión de la casa.

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Según habría de contármelo Gould, elmundo puede verse de 2 formas. Comoun reloj donde las cosas ocurrenpuntualmente, regidas por una voluntadsuperior. O como un plano con infinitospuntos dispersos, que pueden unirsesegún desee uno.

Gould era un conector de puntos.

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De niño su madre le regaló una deesas planas que se vendían en lastlapalerías de Escocia por 10 centavos,planas donde aparecen 100 puntosnumerados en desorden. Un niño vauniendo con un lápiz los puntosordenadamente y aparece un árbol o uncastillo o un cohete rumbo a la luna.

Gould niño lo que hizo fueolvidarse de los números e ir uniendolos puntos como le dio la gana. Tal vezel árbol que dibujaba no era el mejorárbol, pero era su árbol. Tal vez sucohete a la luna parecía una manguerasoltando una gota de agua, pero era sumanguera. Tal vez su castillo parecíamás bien un edificio simplote, una deesas cajas de cemento con ventanitas de

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vidrio, pero eso es lo que quería Gould,trabajar en un moderno rascacielos decemento y vidrio.

A los 35 años citó al que era sujefe en una compañía deelectrodomésticos y le dijo que se fuerapor el tubo del desagüe.

Go down the drain: váyase por eltubo del desagüe, o por el sistema deductos del alcantarillado por dondeviaja el agua sucia de mierda de unaciudad.

¡Váyase por el desagüe!, le dijoGould treintañero a su jefe, él se iba afundar su propio negocio porque estabaharto de gastar su energía en unaempresa que de por sí ya estaba yéndosepor un tubo del desagüe.

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Debo decir que Yo cuento lo queGould me contó según él me lo contó ysegún lo apunté fielmente en mi diario,traducido del inglés y sin anotar misdudas, las de entonces y las de hoy,cuando acá lo escribo.

Bueno, su jefe lo ascendió a ser susegundo de abordo en la oficina deEscocia y a los pocos años dirigía ya lacompañía de electrodomésticos en susede global, en Seattle, Estados Unidos,pero decidió que estaba harto de venderplanchas y tostadoras y televisiones,campo en donde de cualquier forma eranuna empresa menor, mejor cambiarían susede a Londres y harían programas detelevisión y cine y ropa y pan, y cadaaño dividirían sus empresas en 3 grupos.

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En las que tenían gananciasimportantes, invertirían más dinero yentusiasmo; en las que tenían unaganancia mediocre, invertirían nuevasideas y entusiasmo pero no dinero; y lasempresas que no ganaban dinero, seríanenviadas por el tubo del desagüe.

Y es que Gould odiaba el fracaso yamaba el éxito.

Se creó muchos enemigos, los miles deempleados que desempleó maldecían sunombre, incluso periodistas y políticoslo maldecían, y una frase se volvióprácticamente su segundo apellido:Gould El-bastardo-del-desagüe.

Pero Gould mandó a todos a irse

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por el desagüe y durante 20 años losaccionistas lo adoraron y 3 vecesaprobaron que se doblara el salario, yeso porque como él amaban el éxito yodiaban el fracaso.

Cuando cumplió 63 años, losaccionistas votaron en una asamblea quedebía jubilarse.

Miserables, les replicó Gould, sefue de la asamblea y los mandó a todospor el famoso desagüe.

Pero al cabo de 3 años de lucharpara no dejar que lo mandaran por eldesagüe, estando en un campo de golf,preparando con el palo un golpecitopara meter la bolita de golf en unagujerito a 30 centímetros de distancia,tuvo un ataque cardíaco que lo tumbó en

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el pasto y ahí de cara al cielo, mirando alas nubes blancas pasar despacio,cambiando despacio de forma, decidióque lo que necesitaba era cambiar decuerpo.

O tener varios nuevos cuerpos dereemplazo.

Los consiguió, pero no sindificultad. Fue así.

Se operó del corazón. Se operó lapróstata. Se operó las ojeras. Se cambióuna rótula por otra de titanio. Seimplantó en el cuello una glándula dechango para rejuvenecer. Y se propusodedicar su nueva vida de desempleado acontemplar los prodigios del mundo y apasar más tiempo con su familia, porquese dio cuenta que no la conocía.

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Para empezar compró un yate parasurcar los mares conviviendo de cercacon su familia.

Resultó que ya de cerca su familia no legustó. Sus 2 hijos tenían 2 esposas y 8hijos en total. Era gente que andaba conla nariz muy alta y caminaba de puntitasen zapatos italianos y hablaba condesprecio de casi todo, y de lo que nohablaba con desprecio hablaba conenvidia.

Que si Tal tiene un jet privadomarca Tal, que si Zutano tiene el castillode Tal, que si el Presidente de Tal Países un idiota.

No decían algo novedoso ni por

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accidente, ni deseaban agregar nada alplaneta. Sólo 2 actividades consumíanlas horas de sus días, las ya dichas:envidiar o despreciar.

Por fin, después de una cena en elcomedor del yate, entre Cuba y España,sus hijos le informaron ante sus nueras ynietos que eran así como eran, genteamarga, dijeron, porque él, Gould, elpadre, había sido así como había sido,un padre ausente, un padre que prefiriólos negocios a sus hijos, un padre quelos traumó con su no presencia.

En una silla rodeado de su quejosafamilia, Gould bajó la cabeza ante lasacusaciones y pensó:

Con todo mi corazón, quisiera noestar entre esta horrible gente.

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Faltaba lo peor.A medio camino entre Japón y las

islas Fidji, Gould se metió bajo lassábanas de su cama y al tocar con unamano la pelvis de la mujer que habíasido su esposa de 37 años, ella leconfesó que amaba a otro hombre.

¿Desde cuándo?, preguntó Gould.10 años, confesó ella.¿Cómo es posible?, se enojó

Gould. ¿Has tenido un amante durante 10años sin que lo sepa?

O tal vez me equivoco e interpretomal la escritura rápida de mi diario ymás bien fue la señora Gould quien lodijo así, y supongo que también muyenojada:

¿Cómo es posible? He tenido un

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amante durante 10 años sin que lo sepas.Así es cómo.

Gould bajó del yate a una lancha ydio instrucciones al capitán de que selos llevara a todos por un tubo deldesagüe.

Así que a los 67 años se descubriódesempleado, sin familia y con díasinterminables para el ocio.

No hay trabajo más duro para unapersona activa que el ocio, me dijoGould (?). Previsiblemente tanto tiempolibre lo deprimió (???).

(Las interrogaciones son mías:aparecen en mi diario y al día de hoy nosabría responderlas.)

Por fortuna, mujeres y hombres detodo el mundo empezaron a llamarlo

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para invitarlo a citas con otras mujeres,lo que le dio algo que hacer, viajar en sunuevo jet a las citas.

Ser multimillonario a los 67 añoses como ser un actor de cine de ojosazules y pelo rubio, me explicó Gould(?????). Cosa bastante inverosímil, peroque él creía cuando en una tarde de ociome contó su historia en el vestíbulo deun piso 132 de un rascacielos del centrode Shanghai, en China.

Inició así a los 67 años su vida deactor de ojos azules y pelo rubio, pormás que fuera en realidad un tipochaparro de cuerpo cuadrado y calva de360 grados.

Y así fue que consiguió no 1 sino 3cuerpos nuevos, los de sus parejas de

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apareamiento.Empezó a salir con una y la otra y

la otra, y en sus salidas conoció gentemuy rica que se dedicaba al duro oficiode no hacer nada (?), como él, y seenteró de las actividades con quemataban el tedio de no hacer nada.Como ellos, compró cuadros carísimos.Compró un castillo para guardar loscuadros. Compró 5 departamentos en 5ciudades, para desaburrirse del castillolleno de cuadros.

Al fondo, me dijo Gould, todo meaburría como a un ostión (???).

En una subasta compró la pistolade un famosísimo pirata cuyo nombre noapunté en mi diario, una pistola decañón de hierro y cacha de oro. Una

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noche en su castillo tendido junto a supareja de apareamiento número 2 pensóen meterse el cañón de la pistola delpirata en la boca como si fuera unpopote y jalar el gatillo, pero entoncesse dijo en voz alta:

Yo era el niño que conectaba lospuntos a mi antojo, ¿qué infiernos lepasó a mi antojo, a mi deseo? ¿Quién haunido tan estúpidamente estos puntos (elcastillo, la pareja 2, la pistola del pirataen mi boca)? No ha sido mi deseo, esoes seguro. Me he vuelto un conformistaque dibuja las líneas del punto 3 al 4 al5, sin desearlo. ¡Necesito de vuelta mideseo!

Lo dijo destapándose de lassábanas.

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En la torre del castillo gritó alcielo:

¡Mi deseo, mi deseo, mi deseo!¡Necesito de vuelta mi deseo!

¿Un whisky?, me ofreció Gould enel mirador de ventanales del piso 132 dela torre de cristal en Shanghai.

No bebo, le dije.Gould le pidió a la joven china que

estaba sentada junto a nosotros unwhisky.

Una tarde estaba en una playa dequién sabe qué isla, tumbado en unsillón de plástico, cuando una ancianade ojos rasgados y pies descalzos vino avenderle un collar formado de semillasengarzadas.

La hubiera mandado por el desagüe

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en otra ocasión, me dijo Gould. En estaocasión, Gould no sabía qué demonioshacer con su tiempo, así que se hizo elpropósito de entender cómo la ancianahabía formado el collar, dónde habíaconseguido las semillas rojas, lasbellotas ocres y diminutas, las semillasovaladas de girasol. Miraba esas cositasde color moverse entre los dedososcuros y con cien líneas de edad de lamujer, moverse como un rosariocatólico, dijo Gould, y se descubrió a símismo muy conmovido y preguntándolecuánto valía el collar.

Valía 1 dólar.Gould le pagó por adelantado 10, y

le mandó a su domicilio unas bolitasbañadas en oro que había comprado por

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10 dólares la docena en algún mercadode Túnez.

Los 10 collares se los envió a unamigo que los vendió en el departamentode accesorios de su tienda dedepartamentos en Nueva York en 100dólares cada uno.

La ganancia, descontando envío yla comisión para el revendedor, era de79 dólares por cada collar.

Ahí empezó Gould Trade Co.En un parque de Shanghai vio a un

niño chino con una cuerda en cuyoscabos había 2 pelotas de acero sólido.El niño ponía el dedo índice a la mitadde la cuerda y movía el índiceverticalmente, para arriba y para abajo,y las pelotas de metal se golpeaban entre

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sí, a cada golpe apartándose uncentímetro más. Gould le compró eljuguete por 10 dólares, cambió laspelotas de metal por pelotas de plásticosólido y translúcido, con más capacidadde rebote y menos costo. Fabricó yensambló en Filipinas las bolas y lacuerda, y las vendió en las tiendas dejuguetes de todo Occidente con unaganancia del 81 %.

2 bolas y una cuerda, me dijoGould, y sacudió la cabeza. El juguetemás vendido durante 2 años en elplaneta Tierra.

Gould Trade Co. estaba lista paraexpandirse.

Diversificó sus líneas de juguetes yde accesorios de moda y se interesó por

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las cosas blandas, líneas de ropa demoda a precios bajos, y abrió un portalde internet para recibir ofertas depatentes de cosas recién inventadas.

Las materiales de sus productoseran fabricados y cortados en China, suensamblaje ocurría en Filipinas, porquelas mujeres filipinas tienen las manosmás hábiles y baratas del mundo, lascajas de empaque se hacían en Milán,porque los italianos son maestros dehacer ver lujosa cualquier bagatela, lapublicidad en Londres, donde hay geniosque saben venderte un borrego hundidoen una vitrina llena de formol como artede vanguardia (???), y la venta en ½millón de tiendas de departamentos delredondo planeta.

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Lo que Gould no haría era repetirsus equivocaciones. Nada de estúpidascorbatas diarias, nada de escritoriosfijos al piso y oficinas con renta, nadade accionistas ingratos, y sobre todonada de empleados y obreros resentidosporque no eran igual de ricos que Gould.

Nada de nada.Nada más un equipo de 10

capitanes cada uno a cargo de 10 muyjóvenes graduados en alguna buenafacultad de negocios, cada uno con 2celulares y 1 computadora portátil, paraestar bien interconectados.

Claro, me explicó Gould, despuésde 3 años de que un producto se vendecon un superávit de más del 50 %,siempre surgen los competidores. Los

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copiadores eternos, los conformistasenvidiosos.

A esos codiciosos despreciablesles vendía la cadena de producción y losclientes con una ganancia de 250 %sobre la inversión original.

Soy el mejor otra vez, me confíoGould. Soy el mejor. Soy el mejor.

Ven, dijo a continuación, te enseñomi única oficina personal.

Nos pusimos en pie, pero me mareóver por los ventanales 132 pisos abajolos automóviles como hormigas y laspersonas como milímetros, así queGould tuvo que esperar mientras Yoavanzaba muy poco a poco: me agarrabaa un sofá y luego caminaba a una silla,de la que me agarraba para atreverme

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hasta otro sofá.En su oficina, por 2 ventanales de

techo a piso, se miraba el piso 132 deledificio vecino en construcción. Entrecolumnas de metal negro, 102 albañileschinos se movían rápido y sin hablar,manchados de cal, empujando carretillasy vaciando sacos de cemento, que caíaal piso levantando nubes blancas.

El edificio tendrá 150 pisos, meinformó Gould. Y estará listo para elaño que viene. Cada semana terminan unpiso y cada trabajador cobra 1 dólardiario, ¿no es maravillosa China?

No contesté, absorta ahora encontar uno por uno a los albañileschinos y verificar mi primera impresiónde que eran 102.

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Quiero decir, dijo Gould, queChina es la potencia capitalista másadmirable de la historia. Algunos dicenque estos albañiles son esclavos, pero tedigo qué. Lo eran bajo el régimencomunista. Hoy, bajo el régimen mixtode la China del siglo 21, cobran por sutrabajo.

Gould no dijo más durante un rato.Nos quedamos de pie viendo a losalbañiles moviéndose por el pisovecino.

¿Qué me dijiste que querías debeber?, preguntó de pronto, y se movióal escritorio, que era en realidad unaplaca de mármol verde sobre unascolumnas de madera.

Agua está bien, dije.

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¿Y de comer? ¿Un sándwich estábien? ¿De jamón y queso?

Dije:Un sándwich sin jamón y sin queso

pero con jitomate y lechuga.Gould dijo al teléfono:Un sándwich de jamón y queso y un

sándwich sin jamón y sin queso pero conjitomate y lechuga y un vaso de agua yotro whisky. Siéntate, me dijo a míseñalando 2 sofás de cuero negro.

Y los 2 regresamos a sentarnos y asu relato.

Una noche, Gould salió a cenar en Romacon su pareja de apareamiento número 3y enredaba en su tenedor el espagueti

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cuando oyó que en la mesa vecina untipo se carcajeaba y se golpeaba elmuslo diciendo:

Los atunes más caros del planeta,ja ja ja ja.

Gould encendió su puro, reclinó laespalda y alargó la cabeza paraescuchar.

El tipo contó entonces la historiade una pobre mujer con capacidadesdiferentes que había enviado desde unpuerto llamado Mazatlán al mercado deNueva York los atunes amarillos máscaros del planeta Tierra en unos ataúdesde lujo.

Una señora de la mesa le reclamóal tipo que la historia no era divertida.

Al contrario, es muy triste, dijo la

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mujer.Entonces el tipo se disculpó

diciendo que se la había escuchadonarrar a una eminencia en unaconferencia de la Industria de la Carne yel Pescado.

¿Y cómo se llama esa eminenciahijo de puta?, preguntó la señora.

El profesor Charles Huntington,contestó muy serio el tipo.

Gould tomó nota en una servilletade lino egipcio, que se robó delrestaurante.

Y es así como el señor Gouldaterrizó su jet blanco en la pistaplateada por el sol de Mazatlán.

Al llegar a la aduana respondió a lapregunta del aduanero sobre si tenía

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algo que declarar con un No, nada, notraigo siquiera equipaje, y a su vez lepreguntó con aire casual por unaseñorita de capacidades diferentes queera dueña de una atunera.

15 minutos después, apretaba conel índice el timbre de la casa de mi tíaIsabelle.

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Cortemos la mierda de toro, dijo Gould.(Sigo traduciendo directo del

inglés.)La ubicación de Atunes Consuelo

es un error.Lo dijo Gould en sus bermudas

blancos infinitamente arrugados, lasmanos en ambos bolsillos, caminando

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por la sala en sus huaraches negros a losque Yo les miraba las suelas de llanta detráiler.

En el siglo 19, en los tiempos enque se fundó, la ubicación tal vez eraadecuada, pero en el siglo 21 es unjodido error, insistió Gould.

Mi tía encendió un cigarro.Ahora bien, el producto, el atún de

cola amarilla, ése es otro jodido error.Un producto depreciado y sin porvenir.Y por último el mercado, la granNorteamérica, es desde luego el mayorjodido error. Un mercado hostil a losproductos alimenticios extranjeros.

Pero lo que ustedes tienen, dijodeteniéndose, lo que tienen ustedes es lomás preciado que se puede tener, una

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idea. Una idea original y simple, unaidea cuya pura belleza deslumbra.Véame a los ojos señorita CapacidadesDiferentes.

Mi tía intervino:No hace eso, hasta que le tiene a

uno confianza.Ajá, dijo Gould.Y los dedos robustos de sus pies se

alejaron de mi cuadro de visión.Y esa idea, le escuché decir, la

idea de matar peces sin los tóxicos conque la crueldad amarga su carne y sin elcongelamiento, que le apaga el sabor,vale la pena de realizarse.

Mi tía:¿Entonces?… Gould:Entonces es muy simple, hay que

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cambiar de océano, de producto y demercado. Mi tía alzó las cejas.

Y Gould se explicó:Hay que trasladar la flota a una isla

del océano Atlántico, una isla africana,por ejemplo. Hay que pescar otro tipode atún, el de aleta azul, que vivemuchos más años, hasta 30 años, y porello alcanza mayor tamaño, y no migraen asociación con delfines, que son laespecie mimada por los ecologistas. Yhay que venderlo en Japón, donde lapanza del atún azul es considerado elcaviar de los océanos.

Formuló el plan en menos de unminuto. Nos advirtió sin embargo queimplementarlo nos llevaría un poco mása los marineros de nuestra flota y al

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ejército de graduados en Negocios de sucompañía.

¿Es un negocio seguro?, preguntómi tía.

Querida, dijo Gould, lo únicoseguro en la vida es la muerte.

Y mostró todos sus dientes en unasonrisa.

Pero dividimos las pérdidas a lamitad, si ocurren, dijo Gould, y siocurren ganancias, las dividimos a lamitad igual.

Sacó de la bolsa del pecho de sucamisa un puro. Le mordió la punta.Masticó la punta de tabaco y guardó elpuro dentro de la bolsa de su camisaotra vez.

Le dijo a mi tía:

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Hazlo como yo, querida amiga.Actualmente yo divido mis negocios en2. La mitad que son éxitos moderados ofracasos claros, los mando al caño. Yme quedo únicamente con la mitad queson éxitos rotundos. De ahí que sea unhombre 100 % exitoso.

Vi de reojo a mi tía chupar de sucigarro, lanzó el humo en un chorro. Mitía Isabelle no tenía más negocio queAtunes Consuelo. Todavía más, deAtunes Consuelo, su herencia, lequedaban sólo 5 de los 20 buquesoriginales. Ahí estaba un desconocidoproponiéndole que apostara ese resto enuna sola jugada.

Ah, y eso también me interesa, oídecir a Gould.

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Alcé la vista y lo vi en el centro dela sala de piso ajedrezado mirando milámpara matamoscas.

Pero la bandeja…, pasó su diestrapor encima de su calva para rascarse laoreja izquierda.

La bandeja, dijo Gould, debe estarintegrada a la lámpara, deben formar unaunidad. En cuanto al tubo…

¿El tubo de luz qué?, pregunté.No sé, yo tengo algo contra los

tubos, dijo. Primera duda, ¿por qué eltubo está en espiral?

Bueno, ése fue el tema de nuestraprimera plática y ocurrió en el comedor,durante la cena. El tubo en espiral delmatamoscas de luz.

En la madrugada, Gould llenó con

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su letra rápida e inclinada haciaadelante 2 papeles.

1. El contrato en que Yo le vendíala patente del matamoscas eléctrico.

2. Un cheque por 100 mil dólares.

En el banco pedí que me cambiaran elcheque por los billetes mexicanos másbaratos que hubieran, que resultaron sermuy bonitos, azules y de 20 pesos. Mellenaron con billetes azules una bolsa deplástico negro, de las que se usan parala basura. Caminé con la bolsa negra alhombro por la calle principal deMazatlán bajo un mediodía tan blancoque los autos estacionados parecíandesaparecer por momentos en su propio

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brillo.No sé por qué me acuerdo tan bien

de eso, los autos desapareciendo en subrillo.

Vacié la bolsa sobre mi cama y lamontaña de fajos de billetes la ocultaroncompletamente y entendí que Gould eraun tipo tan real como los bonitos billetesazules.

Regresé la bolsa de basura albanco y por supuesto que de ahí enadelante le creí todo al señor Gould.

No así mi tía Isabelle y Peña.Peña se apersonó una mañana con 3

libros gigantes bajo el brazo.A la mesa de la cocina fue leyendo

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en los librotes los números del declivede Atunes Consuelo, los lentes de fondode botella puestos, que le hacían parecertan autista como de verdad era, el dedoíndice señalando cada número que leíaen voz alta.

A la media hora mi tía lointerrumpió para decirle:

Ya, Peña. Ya está claro. En suma,usted opina que no hagamos nada y nossigamos yendo al carajo.

Bueno, sí, doña Isabelle, perogradualmente, y no arriesgando todo degolpe, dijo Peña. Lo que nos permitiráensayar nuevas estrategias acá en elmercado nacional. Por ejemplo, doñaIsabelle, permítame mostrarle el planque he desarrollado con una empresa de

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publicidad.Colocó en la mesa unos panfletos y

explicó:Podemos regalar por toda la

República estos recetarios, para que lagente aprenda que puede comer atún delata de muchas maneras novedosas.

Mi tía dio un largo sorbo de suvaso de ron y Peña desdobló unrecetario para leerlo en voz alta:

Atún en ravioles. Tacos de atún.Sopa de atún con frijoles. Ensalada deatún con manzana picada. Atún derretidoen el horno.

Bueno, en suma, eran 33 las nuevasmaneras de comer atún de lata, la últimade las cuales era atún con garbanzaespolvoreado con azúcar glas, como

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postre.Ahora lo más novedoso, nos

advirtió Peña levantando su dedo índice.Hemos descubierto una propiedad delatún muy prometedora. Da energía perono engorda. Así que lanzaremos portodo el país otra campaña, también enpanfletos, para que la gente que quierabajar de peso coma el atún, sinespagueti ni arroz, el atún sin nada.

Peña sonrió inexplicablemente y mitía se acabó el ron de otro largo sorbo yvolvió a llenar, hasta la mitad, su vaso.

¿Qué piensas?, me preguntó, susojos llenos de agua.

Disculpe, doña, la interrumpióPeña, no quiero ser grosero, pero.

¿Pero qué?, preguntó mi tía.

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Pero qué importa qué piensaalguien con la inteligencia de una niñade segundo año de primaria.

Hasta Yo entendí que se refería amí.

Usted misma me enseñó laspruebas psicométricas de ese alguien,dijo Peña, y, usted corríjame si meequivoco, eso dicen.

La tía Isabelle condujo a Peña a lapuerta principal y mandó a la Gorda aque me llevara a mí a la biblioteca.

Yo estaba ida. Enterarme por fin delresultado de las pruebas psicométricasque la doctora Glickman me habíaaplicado en la universidad me había

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borrado del planeta, así que la Gordame tomó de la mano y me fue jalando atirones por la sala y escaleras arriba yen el pasillo me fue empujando por laespalda, hasta depositarme dentro de labiblioteca en la silla a un lado de mi tía,a la cabecera de la mesa de caoba.

Mi tía encendió la computadora.Tecleó un rato y la pantalla se llenó depalabras y números.

Globalmente eres una débil mental,dijo mi tía.

Me palmeó la cara.Karen, Karen, tienes que escuchar,

dijo.Repitió:Globalmente eres una débil mental.No contesté.

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Ahora, veamos dónde están tuscalificaciones bajas.

Dio otro teclazo y las palabras ylos números se recolocaron y sepintaron de colores, de rojo y de azul.Las discapacidades y las capacidadesde mi Yo traducidas a cifrasincomprensibles.

Mi tía dijo:Mira, en todas las secciones de las

pruebas hechas a contrarreloj, estás,efectivamente, al nivel de una niña desegundo año de primaria.

No contesté.Pero en todo lo que se refiere a

aparear imágenes o conceptos segúnsimilitudes, estás al nivel de una niña deprimer año de primaria.

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¿Por qué me haces esto, tía?,pregunté.

Mi tía ignoró la pregunta.Ahora veamos esta categoría: en

todo lo que supone proyectar tusubjetividad en una imagen, estás a nivelde una niña de kinder.

Te odio, sollocé.Y empecé a mecerme, suave, en la

silla, pero mi tía no me dejó en paz:Aunque no proyectar tu

subjetividad en las cosas a mí me pareceuna virtud, no una discapacidad. Ahorabien, en memoria estás en el 2 %superior de la población mundial.¿Escuchaste, Karen?

¿El 2 % superior?, pregunté,todavía alelada.

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Veamos ahora tu comprensiónespacial. Es tan alta que la prueba noalcanza a medirla completamente, sóloindica que probablemente estés en el 0,1% de la población mundial.

Me reí.En consistencia de atención a una

cosa, de nuevo estás más allá del cielode las mediciones de la prueba.

¿El cielo?, pregunté.El tope más alto, tradujo mi tía y

tecleó en la computadora.Dijo:La doctora Glickman anota en

cuanto a la persistencia de tu atención:cuando se fija en una cosa hace más quefijarse, se cae dentro de la cosa.

Palmeé la mesa, feliz,

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reconociéndome en esas palabras, yseguí palmeando la mesa mientras oíaentre los aplausos a mí misma elsiguiente resultado.

Tu capacidad de organización delespacio está en el 3 % superior de lapoblación.

Me alcé con las manos en alto pararecibir mi propio grito de júbilo.

Eres un genio en la organizacióndel espacio, repitió mi tía, y yo apalabrémi grito:

¡Yo soy un genio!Y finalmente tu retención de las

sutilezas de situaciones complejas es lade un chango.

Me volví a sentar, sobria.En suma, dijo entonces mi tía, en el

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90 % de las medidas standard deinteligencia estás entre la imbecilidad yla idiotez, pero en el 10 % estás en elpico de la población. Así queseguiremos la doctrina Gould y esto eslo que haremos. Ven, asómate y vemehacerlo.

Me asomé a la pantalla de lacomputadora. Mi tía dio un teclazo yquedaron nada más mis calificacionesazules.

Olvidaremos el 90 % rojo de tusincapacidades y apostaremos al 10 %azul de tus capacidades sobresalientes.¿Qué te parece?

Le llamó a Gould y le dijo:

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Aceptamos, con una condición.Vamos los 3 socios, usted, mi sobrina yyo, a partes iguales en las ganancias.

Gould dijo:Imposible. Vamos así: la mitad yo,

ustedes la otra mitad.Mi tía dudó antes de replicar:Bueno, entonces, Karen tiene el 25

% y yo el 26 %.Ajá, dijo Gould. ¿Se trata de tener

juntas el control?Yo, que escuchaba por otro

auricular, dije:No, se trata de tener más que tú.Gould se rió y dijo:Adoro una respuesta directa.Y así fue como mi tía apostó su

destino y el mío y el de 800 trabajadores

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del atún al 10 % brillante del cerebro deuna mujer entre idiota e imbécil en unjuego de todo contra nada que habría dellevarnos a la pequeña isla de Nogocor,en el mar Mediterráneo africano.

Voy a tomar otro vaso de agua.

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13

La campana de bronce amarillo.La detenía sobre su rodilla el

delgado joven japonés parado en unacaja de madera en la bodega delmercado de Tsukiji en la ciudad deTokio un lunes a las 5 de la mañana.

Alzó la campana de broncedescribiendo un arco y por encima de su

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hombro muñequeó para soltar el primercampanazo. Muñequeó una y otra vez,campanazo tras campanazo.

Yo, Gould y la señorita Yasuko,doctora en Negocios, capitana de estenegocio de Gould, en parkas azules ycon orejeras verde limón, estábamosparados detrás de una cuerda, entre losespectadores de la subasta, y tras elcampanero, alineados en 3 filas, estabanlos 50 ataúdes congelador color naranja,cada uno con su número de serie en uncostado y con nuestros atunes de aletaazul sumergidos en rebaba de hielo.

Los campanazos pararon y eldelgado campanero empezó a gritar enjaponés leyendo de un cuadernocuadriculado los números de los atunes

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azules. A 5 metros de él, sobre unmostrador de madera cubierto con unaplaca de hielo, estaban 5 rodajas de unode nuestros atunes azules.

5 compradores vestidos enuniformes azules, con mandiles tambiénazules y botas de plástico negro, seabrieron paso entre los ataúdes del piso,y entre los espectadores se alzó unoooooooh.

Son los compradores más severos,me sopló al oído Yasuko con su vozcomo de niña, delgada y con cada sílabapronunciada aparte.

Los 5 compradores más severos seacercaron al mostrador. Observaron lasrodajas.

Con el dedo gordo presionaron la

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carne roja. Sacaron lupas y linternas desus mandiles para iluminar la carne yver de más cerca sus estrías. Unopellizcó con 2 dedos la zona de grasa,talló la grasa entre las yemas y se laacercó a la nariz, para olfatearla. Otrode ellos, alto y con un mechón negrosobre los ojos, sacó de una funda en sucinturón un cuchillo y otro ooooohrecorrió a los espectadores.

Es Atsuko Yamura, sopló Yasuko, ysacar su cuchillo significa que está muyinteresado.

Pregunté:¿Y quién es Atsuko Yamura?El maestro mayor del mercado de

Tsukiji, en lo que toca a atún azul, elpuesto de su familia en el mercado tiene

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15 generaciones de antigüedad.La voz de Yasuko, entrecortada,

formaba volutas de vapor, y la apartécon la diestra un poco para que nosiguiera reclinándose sobre mí.

El maestro cortó un centímetro deatún, lo picó con la punta del cuchillo yse lo llevó a la boca.

Los músculos de la panza del atúnazul son muy aceitosos. Al tocar elcálido paladar humano, se derriten en unaceite. Se dice que nadie en el planeta locata mejor que los maestros del mercadode Tsukiji: los maestros puedendiscernir con el paladar cuánto haquemado el frío del hielo el sabor delatún, cuánto tiempo desde la muerte delanimal ha transcurrido, cuánto

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sufrimiento padeció el animal al morir.Sufrimiento, horas de ausencia de

vida, frío: cada evento deja un resabioen el atún.

Los otros maestros compradorestambién cortaron un centímetro cúbicode carne roja y lo guardaron en susbocas, los rostros quietos, inexpresivos.

El campanero volvió a mecer sobresu hombro la campana de bronce.

Y entre los campanazos empezó agritar, según tradujo Yasuko, losnúmeros que catalogaban a cada uno denuestros atunes.

Atsuko Yamura alzó sus 2 manosabiertas, las giró para enseñarlas alrevés, luego nada más mostró la diestracon el dedo cordial erguido y los otros

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dedos doblados, igual que enNorteamérica indican métete el dedo enel culo.

Oooooh, coreó la multitud.Y se inició un intenso intercambio:

el gritón sobre la caja de madera gritó laoferta de Atsuko Yamura y la repitió y larepitió hasta que otros compradoresalzaron igual las manos con otrasseñales de dedos que el gritón gritó, y latraducción de Yasuko se fue rezagando yenredando hasta que dijo:

Explico cuando acabe subasta. Entotal, vendimos 35 atunes a precios altosy 15 a buen precio.

Gould le preguntó a Yasuko:¿Entonces, cómo en el infierno nos

fue?

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Bien, dijo ella, no mal.

Era la madrugada aún cuandorecorrimos el extenso mercado, loscomerciantes destapaban las lonas delos puestos, carritos industrialesviajaban en los pasillos cargando cajasde peces o mariscos, algunos todavíavivos. El mercado más grande delmundo para el comercio de animalesmarinos.

En una calle envuelta en vapor,aledaña al mercado, entramos a unatienda a beber algo caliente.

Ningún dependiente pero sí 15máquinas que cubrían las paredes y porun yen expendían: café (frío o caliente, y

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en distintas combinaciones de leche yazúcar), té (igual frío o caliente, y endistintas combinaciones), chocolate (fríoo caliente), pastelitos (30 variedades),enseres para la higiene personal(cepillos, de dientes y de pelo,rastrillos, para mujeres u hombres).

¡Karen!, me llamó la atenciónGould, y golpeó con los nudillos la mesade tapa de formica a la que se habíasentado con Yasuko para agregar:

La acción está acá, Karen. Novenimos hasta Tokio para que teenamoraras de sus máquinas, vamos adiscutir nuestra situación.

Fui a sentarme con 3 latas. Una decafé negro caliente, otra con chocolatefrío, otra con un cepillo de pelo.

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Gracias, me dijo Yasuko, y Yo noentendí por qué.

Hasta que Gould y Yasuko, sindejar de hablar, tomaron cada uno unade mis latas, y Yo por desgracia mequedé con la lata del cepillo de pelo,Yo, que uso el pelo al rape.

En fin, Yasuko expuso el asunto.Haber vendido toda la carga era bueno,en definitiva no malo, pero lo queimportaba era si este mismo día nuestroscompradores del mercado podríanvender a su vez los atunes a loscompradores de los restaurantes máshonorables de sushi y sashimi de Tokio,los sushi ya san.

Todo eso en esa voz delgada yseparando cada sílaba, y acercando su

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mejilla a la mía. La tomé del hombro, lamoví a un lado.

Desde el ventanal de mi cuarto de hotelen el piso 37, el distrito empresarial deTokio parecía un hormiguero de mármolcafé claro, miles de diminutos humanosvestidos de negro caminando por lasbanquetas.

El cuarto era todo en distintostonos de gris, desde el gris perla al griscarbón, y tenía una cantidad fascinantede cosas eléctricas. Un reloj digital, otroreloj redondo y de manecillas con pilaeléctrica; un aparato de sonido con AM,4 FM y toca CD; el control central deluz tenía 6 intensidades; la TV tenía 304

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canales; la cama, 7 posiciones deacomodo.

Había encendido música en laradio y en la TV iba de un canal a otro,mientras cambiaba las posiciones de lacama, cuando por un mal tecleo en elcontrol remoto descubrí que la pantallapodía partirse en 2 y podían verse 2canales a un tiempo, también 4 canales,también 12 canales.

Pero lo que más recuerdo es elinodoro.

Era un animal vivo. Al acercarme,se destapó solo, lo que me asustó. Mebajé el pantalón y al sentarme, el asientose calentó, lo que me hizo ponerme enpie, angustiada. Me senté y lo sentí tibioy descubrí un delgado tablero en su

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borde derecho con 9 botones, cadabotón rotulado en japonés.

Yo, que había pasado mi infanciaen un sótano con un boquete abierto almar, comiendo arena a puños, meencanté con los botoncitos del inodoro.

Un botón lanzó un chorro de aguadirecto a mi ano, que me hizo reír, otrobotón me lanzó un chorro al clítoris, queme hizo angustiarme, otro botón nopareció hacer nada un rato, hasta que vientre mis piernas elevarse un vaporperfumado a flores, y otro botón arreciótodos los chorros.

Apreté varios botones para detenertoda esa actividad, pero lo que pasó fueque arreció todavía más y entoncessucedieron 2 cosas.

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1. Sentí una gran alegría en mi anoy en mi clítoris, que fue escalándome lasvértebras de la columna vertebral yarqueándomela, cerré los ojos agobiadapor la sensación, empecé a gemir,inexplicablemente, y a sudar, hasta quemi cuerpo gritó.

2. Al abrir los ojos estaba en unanebulosa perfumada y asfixiante, y allevantarme del asiento, mareada ydesorientada, los chorros de aguagolpearon el techo y el espejo, Yo noencontraba la salida y entonces elinodoro rugió, haciéndome caer deespaldas contra una cortina de plástico.Aterricé en una tina donde perdí elconocimiento, no sé si por el golpe o elterror.

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Al despertar, la locura del bañoseguía. Me alcé de la tina chorreandoagua, decidí llamar a la administración,y palpando la asfixiante neblina olorosaa flores por fin di con el marco de lapuerta, pero al cruzarlo, el inodorocerró dócilmente por sí solo su tapa, ytodo paró de golpe.

En mi diario esta aventura aparecetitulada así. De cómo me perdí en unbaño en Tokio y tuve lo que creo fue miprimer encuentro sexual.

La honorable tienda de pescado crudoestaba en un piso 60. Cuando las puertasdel elevador se descorrieron, Gould meordenó girarme del rincón, donde había

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viajado con la cara escondida en laescuadra formada por 2 paredes deacero, y salir.

Pero al salir del elevador, 10señores vestidos de rojo me aterrarongritando al unísono:

¡UUUUUUuuuuooooOOOOOO!Yasuko me sopló al oído con su

vocecita:Un grito de guerra, para darnos la

bienvenida.Diré algo de los japoneses. Es una

raza con algún grado de autismo. No sedan la mano. Se saludan de lejosasintiendo uno frente a otro las cabezas.O bien son amistosos y dulces comopatitos recién salidos del huevo o sonferoces como tiburones. Y viven más

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atentos a las cosas que a la gente.Bueno, me aterró el maldito grito

de bienvenida, de lo que resultó, segúnYasuko, eran los meseros.

Gould se inclinó entonces ante unseñor japonés dormido en un sillón, opor lo menos con los ojos cerrados. Yoen cambio fui a buscar nuestra mesa,porque desde nuestra llegada la medianoche anterior a Tokio no había comidoy tenía un hambre enorme, y no habíauna sola mesa a la vista.

Yasuko murmuró:Imítame.Se arrodilló en el piso ante una

tarima de 30 centímetros de alto queresultó ser la mesa.

Bueno, me arrodillé a un lado de

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Yasuko, exactamente ante el señordormido, o con los ojos cerrados. Eradifícil decirlo porque bajo sus cejas lacarne se abultaba cubriéndole lospárpados y sus ojeras eran abultadas, demanera que entre el bulto de debajo desus cejas y el de sus ojeras no había niojos ni nada.

Gould tocó con los nudillos lamesa y dijo:

Karen, por favor, la acción no estáen la cara del señor.

Bajé la mirada a la mesa.La conversación que siguió entre

Gould y el señor dormido la tradujoYasuko a uno y al otro:

Señor dormido:Alegría que me haya invitado al

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primer plato de su toro servido en Asia.Gould:Es nuestro el honor, amigo. Un

honor también para mi socia KarenNieto. Pídalo usted, el toro, nuestroplacer será invitarlo, ¿no es cierto,Karen?

Alcé los ojos pero el señordormido no me miró, su mano se alargópara tomar el menú del centro de lamesa.

Lo estudió un instante y dijo:Magoro.Es decir, la parte menos grasosa

del toro, según Yasuko me dijo al oído,por tanto la menos costosa.

No, pida lo mejor, insistió Gould.¡Chu-toro!, exclamó el señor

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dormido.¡Jotoro!, exclamó Gould.Jotoro, me dijo Yasuko al oído, la

parte más grasosa y la más cara.Jotoro para todos, dijo Gould, y

volviéndose a mí añadió: ¿Estás deacuerdo Karen?

Pero por más que hizo Gould paraincluirme en la plática, el señor dormidonunca dirigió a las mujeres su rostro.

Lo sirvieron en platos blancos, 2bocados de carne roja de atún azulpescado hacía 20 horas, del otro ladodel mundo, sin violencia excesiva, conbreve agonía del atún y sincongelamiento.

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120 dólares por 2 bocados.Pensé en Ricardo, que hacía años,

en una lancha pequeña en el mar enorme,me había contado de restaurantes dondeun bocado de atún cuesta lo que su pesoen plata.

A un lado del plato de jotoro, losmeseros colocaron un tazón blanco dearroz blanco, un platito mínimo con unmontecito verde de wasabi, raíz picantepulverizada y mezclada con agua, y otroplatito con salsa de soja. Y al frente, unvaso de cerámica blanca con humeanteté color verde claro.

Como no como pescado ni ningunacarne de animal, bebí del té, muerta dehambre.

Y al primer sorbo, volví a

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sumergirme en el recuerdo de mis tardescon Ricardo en la lancha en alta mar,aunque el té no era de hojas de limón.

De pronto, 5 fotógrafos nosrodeaban.

Flashearon a Gould y al señordormido, ambos llevándose a la boca unbocado entre los palillos japoneses.

Al segundo flashazo al señordormido se le abrieron en la cara 2ranuras por las que asomaron 2 ojitosnegros y exclamó muy alegre que lehabía agradado, mucho, mucho, eljotoro, que era de cierto el mejor jotoroque había paladeado en su vida, losfotógrafos volvieron a flashearlos y seretiraron caminando hacia atrás y sinruido para salir todavía caminando de

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espaldas por una puerta roja al fondodel restaurante.

Y el señor volvió a cerrar los ojos.Gould extrajo entonces de adentro

de su saco un cheque doblado en 2, y lodeslizó en una bolsa exterior del sacodel hombre, y dijo:

¡Happy origami!El señor dormido asintió, sin

expresión en el rostro.Bebimos en silencio té verde, el

señor se puso en pie, inclinó el cuerpohacia Gould, ignorándonos a Yasuko y amí, caminó directo al elevador que loesperaba con las puertas descorridas y ala mañana siguiente en el comedor delhotel volví a verlo en la primera planade un periódico, el bocado de nuestro

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jotoro sostenido entre los palillos a 2centímetros de su boca.

Era un periódico en japonés yYasuko me tradujo el pie de la foto:

El ministro de Agricultura,Ganadería y Pesca se reunió con elimportante empresario escocés EarnestGould para discutir la construcción deuna fábrica multimillonaria deelectrodomésticos en Kyoto.

No entiendo, dije. ¿No estamos acápara vender atunes?

Yasuko susurró:Es mentira lo de la fábrica de

electrodomésticos. Lo que importa esque en el artículo se menciona que sereunieron en un restaurante honorable endonde ayer cenamos, y que el ministro

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exclamó que era el mejor jotoro quehabía comido en su larguísima vida.

Qué bueno, dije Yo, sin terminar deentender.

Buenísimo, me sonrió Yasuko.Así cada mañana Yasuko me

recibía en el desayunador del hotel conotra noticia de periódico donde nuestrojotoro aparecía, fotografiado entre 2japoneses y mencionado en la notaescrita.

Estamos entrando en la concienciacolectiva, me anunció.

Y se tardó media horaexplicándome qué quería decir eso.

Al mes, en la portada de unarevista indescifrable, aparecieron 2personas de pelo negro largo, cara a

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cara llorando sobre 2 platos de sashimide atún azul.

Yasuko dijo:Son 2 famosos actores de cine, muy

queridos por todos los japoneses. Eltempestuoso rompimiento de su amor, enotro honorable restaurante mientrascomían nuestro jotoro, está en todos loscanales de televisión y todas lasrevistas.

Qué suerte hemos tenido, dije.Dijo Yasuko:Sí, mucha suerte. Y la mitad de los

japoneses está por lanzarse al mar.Una mujer rara, Yasuko, al menos

para mí. Delgadísima, muy pálida, encontraste con sus trajes sastre negros, depantalones, y sus botines de cuero negro

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y tacón alto y delgado. Con esa vocecitacapaz de enunciar con extrema suavidaduna noticia brutal, como ésa:

La mitad de los japoneses está porlanzarse al mar.

¿En serio?, pregunté.Yasuko suspiró. Dijo con cara

triste:No te angusties, Karen, no es

verdad, es nada más un deseo mío.

No sé por qué odiaba a los japonesesYasuko, si ella misma era japonesa.Creo que alguna vez me lo informó, peroen ese momento me desconecté dellenguaje humano y nada más la villorando muchas lágrimas por causas

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ausentes.En cambio a mí, y creo que esto ya

lo escribí, los japoneses me parecen loshumanos más simpáticos del planeta, poresas razones ya dichas a las que añadoalgunas, que fui descubriendo en el añoque pasamos en Tokio.

No dan la mano. Se mantienensiempre alejados de otra persona a másde 50 centímetros. No miran a los ojos.Nunca te invitan a cenar a sus casas y nopreguntan nunca por tu vida personal.Son, el 99 %, más bajos de estatura queYo. Bueno, sí hablan mucho, como todoslos humanos, y en un tono agudo quepuede ser muy doloroso al oído, esdecir, si se atiende con cuidado, perohablan afortunadamente en japonés, que

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Yo no entiendo, de manera que pudeestar entre ellos en las calles y lastiendas y el tren subterráneo como si mepaseara en un bosque de arbustoschaparros y caminadores repletos depajaritos gorjeando.

Algo más que me gusta de losjaponeses. Festejan las festividades dela religión sintoísta, porque son en sumayoría sintoístas, y festejan lasfestividades de la religión budista,porque ser sintoístas no les impide serbudistas, y festejan además la Navidadde la religión cristiana, porque les gustamucho festejar cualquier cosa.

De hecho, nunca he oído más vecescantar Jingle bells que en la Navidad de2002 en Tokio.

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El 24 de diciembre, mientras losjaponeses jugaban a ser cristianos en suscasas y festejaban el nacimiento de undios que el resto del año no veneran,Gould nos citó en la suite que ocupabaen el último piso del hotel, el piso 70.

En la estancia de sillones grispálido, dijo para empezar que eratiempo que él dejara Tokio.

Y nos lo explicó así, por turnos, aYasuko y a mí.

A Yasuko:La demanda por nuestro atún es

mayor a nuestros envíos semanales, portanto el precio nada más puede subir. Mitrabajo pues está terminado.

A mí:No queremos pescar más atún y

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abaratarlo, ¿o sí?Le confirmé:La belleza de mi idea es que el

asesinato humanitario de atunesconserva a la especie del atún.

Así es, me confirmó a mí Gould.Ahora bien, voy a elevarte de nivel,Karen. Vas a ocupar esta suite del piso70 y Yasuko estará contigo acá.¿Correcto?

Yasuko reunió las manos ante suslabios, emocionada.

Y por último, dijo Gould, tengo unregalo para ti, Karen.

Nos pusimos en pie y seguimos aGould hasta una pared.

Éste es el regalo, dijo Gould.Un cuadro negro de 4 metros por 4,

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con una gota circular de oro en sucentro.

Es de Yoshida, anunció Gould. Elmás trascendente pintor japonés delsiglo 20.

Yo, Gould y Yasuko de pie ante elcuadro guardamos silencio.

Se llama La fuerza vital, retomóGould. Y esto es muy interesante, así sellama cada uno de todos los cuadros queYoshida ha pintado en su vida: Lafuerza vital.

¿Y éste por qué no lo pintó?,pregunté Yo, que por más que observabasólo veía una gota de oro en un cuadradonegro.

Gould prendió un puro y loreflexionó largo.

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Dijo echando humo:No sé, pero vale 500 mil dólares y

es mi manera de expresarte cuántaconfianza tengo en ti como socia.

Gould sirvió 2 whiskys, para él yYasuko, y una leche para mí.

Los 3 de pie, Gould adelantó haciamí su whisky y dijo muy serio:

Karen, querida, te quiero como a lahija que no tuve.

Una de esas frases imposibles quenada más la fantasía humana puedecuajar: Gould me quería tanto como auna inexistente hija. En fin, después debeber un trago y de que los 3 tomáramosasiento en los cómodos sofás gris perla,Gould añadió:

Dado que no te conmovió el óleo

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de Yoshida, mandaré a recogerlo, yahora pídeme lo que tú quieras. El cieloes el límite.

Dije:El premio Nobel.Gould soltó la carcajada, Yasuko

se rió quedito bajando los ojos.Primer chiste que te oigo, dijo

Gould, los ojos azules chispeando. Sisigues esforzándote, dejarás de serautista.

No es cierto, dije angustiándome.Está bien, se rió Gould otra vez,

nunca serás como nosotros,afortunadamente, señorita CapacidadesDiferentes.

Él y Yasuko se dedicaron a otrostemas y Yo me puse en modo de no

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relación y me dediqué a existir sentadaen el cómodo sillón, bebiendo sorbitosde leche y viendo nevar por la ventana.

Corrijo: las ventanas.Eran 15 ventanas las de la suite y

girando despacio la cabeza podía irviendo en cada una de las 15 los mismoscopos caer y caer, blancos y blancos,entre las estrellas, fijas.

Fue extraño, en el momento que Gouldsalió por la puerta a las 5 a.m., vestidoen vaqueros azules y en un enormeabrigo negro, se inició mi inquietud.

Llovía.Llamé a mi tía por teléfono, pero

me respondió su novio zapoteco,

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adormilado, y me dijo que era elprincipio de la noche en Oaxaca, al otrolado de la esfera del mundo.

Isabelle duerme, dijo como si ledoliera, y yo no puedo dormir para nodejar de verla. Es la mujer más bellaque la vida me ha regalado.

Okey, dije, y colgué.Aproveché el tiempo ocioso para

rasurarme en el baño.Ante el espejo del lavabo, con la

máquina eléctrica me uniformé los 4centímetros de pelo castaño sobre elcráneo. Cargué mi rastrillo de acero conuna navaja y me rasuré la parte posteriordel cuello. Luego sentada en el borde dela tina me rasuré con el rastrillo lasaxilas y las piernas. De pie, me borré el

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triángulo de vello del pubis.Afuera, en la estancia, Yasuko

había ya conectado y abierto 6computadoras portátiles: en cada una seveía una gráfica de barras de distintoscolores.

Me preguntó:¿Te explico qué son?Le dije:No es necesario.Y fui al dormitorio principal para

acostarme desnuda en la cama y tratar dedormir.

No pude.Saqué de mi maleta mi arnés

portátil, que no había sentido necesidadde usar en toda mi estancia en Japón.Parada sobre la cama lo atornillé del

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techo, y vestida en mi traje de buzo mecolgué del arnés.

Yasuko me miraba desde el quiciode la puerta y Yo colgada del arnés,flotando en el aire en el abrazo intenso,uniforme y cálido del traje de buzo,miraba 70 pisos abajo la ciudad deTokio movilizándose bajo el cielotodavía nocturno y la lluvia, paraempezar su jornada de trabajo.

Bajo un gajo de luna, sus oscurosrascacielos de mármol y cristal, susperiféricos de 2 o de 3 pisosentrecruzados, repletos de automóvilesdiminutos con puntos de luz al frente, lasmanchas verdes de sus parquespúblicos, los agujeros del subterráneopor los que surgían cientos de

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milimétricos humanos para integrarse alos miles que caminaban ya por lasbanquetas e iban entrando a losedificios, que ventanita a ventanita seiban encendiendo.

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14

Ni siquiera entendí cómo fuesucediendo. De pronto estábamossentadas en un honorable restaurantejaponés en Moscú, hablando con elgordo dueño ruso, concertando envíosde Blue Tuna.

De pronto estábamos en otrorestaurante de lujo japonés en Montreal

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o Toronto o Las Vegas o París o Dubai.Siempre ante alguien que nos pedía másBlue Tuna.

¿Por qué tengo que conocer losrestaurantes?, me quejé con Gould por elcelular.

Para que conozcas todo el procesodel atún, contestó él en otro continente.Lo que ve el ojo, no lo discute elcerebro.

Entonces, seguimos conociendorestaurantes y en medio viajábamos enaviones y caminábamos por los largos yruidosos pasillos de aeropuertos.

Yo observaba a los comensalessentados ante las mesas abrir el menú.Sus ojos se iban y volvían a la etiquetaplateada del True Blue Tuna: la idea de

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adherir una etiqueta plateada al menúhabía sido mía, la patente para el usoexclusivo de la palabra true asociada ablue tuna la había logrado Gould, paradistinguir nuestro atún pescado sincrueldad ni congelamiento. Y si loscomensales por fin se decidían porpedirlo, y entre la lista de 4 zonas decarne del atún por fin elegían la máscara, el famoso jotoro true blue tuna,cuando llegaba a la mesa el plato blancocon dos bocados rojos sin adorno, seabría un silencio.

En silencio recogían con lospalillos un bocado, lo metían entre suslabios, cerraban los ojos y hacían ruidosextraordinarios.

Mmmmmmm. Aaaaaah. Ooooooh.

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Mientras el bocado de atún selicuaba en aceite entre su lengua ypaladar.

60 dólares por bocado. Más valíaque lo consumieran sin prisa.

Yasuko dijo:Es la oblea en la misa de los ricos.Me tuvo que explicar su metáfora

media hora para que la entendiera.Trataré de explicarla acá más rápido.

Ocurrió que por esos primerosaños del siglo 21 se multiplicó elnúmero de millonarios en el planeta ypor lo tanto el número de los humanosque podían comer 2 bocados de vientrede atún de aleta azul por 120 dólares.Corrijo: no nada más que podían, sinoque querían comerlos. Corrijo: que

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creían que comerlos era la certificaciónde su triunfo en la vida.

Ir a un restaurante de lujo japonés ypedir el jotoro true blue tuna, el asíllamado foie gras de los mares, y no susversiones más baratas, era para alguienproclamar ante los otros comensales dela mesa, y ante sí mismo, y aquí cito aYasuko, «que podía de un bocadocomerse lo que alimentaría a una familiacompleta en África un mes».

La crueldad de Yasuko. O de losricos. O del dinero. No sé.

En fin, con ese precio ridículonuestra ganancia era ridículamentegrande y pudimos comprar variasatuneras desvencijadas en la ruta delatún azul, para transformarlas en lugares

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de pesca natural, el otro eufemismo queGould prefería al de asesinatohumanitario de atunes.

Yo dibujaba los planos en el piso 70 deTokio, en un cuarto con persianassiempre cerradas y con una lámpara detecho siempre encendida, de forma queel ciclo de los días y las noches nointerfiriera con mi ritmo de dibujo.

Planos de 7 metros por 10 metrosque ocupaban el piso entero de lahabitación mientras en una pared,cubriéndola igual por completo, seproyectaba la imagen aérea de la costa yel mar donde sucedería la pesca.

Me tendía sobre ese tapete de

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papel y con mi pluma Variety pilot detinta negra iba dibujando, la cara muycerca al papel, cada parte del proceso,con precisión en las cosas grandes y enlas chicas. Un círculo para aterrizaje dehelicópteros o una bolla de polietilenome dilataban igual, y a cada cosa grandeo chica le apuntaba notas casimicroscópicas.

«Boya de polietileno azul, del tono exacto delazul del mar de ahí».

«Polea de plástico negra con ruido mínimo».«Tapete de hule móvil color atún de aleta azul».«Lámpara de flashazos de luz neón, no de otra

luz».

Viajaba luego a confirmar que cadacosa estuviera en su sitio. Más

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probablemente a corregir las cosas queno lo estaban. Enloquecía a losmarineros y ellos me enloquecían a mí.

Pero ¿por qué demonios las jaulassubmarinas deben ser tan amplias?, mereclamó un enano portugués disfrazadode capitán de fragata manoteando elaire, esto en la atunera de Puerto deCaeiro, Portugal.

¡Joder!, siguió en su españoldifícil, ¡son de 10 metros por 7 cadajaula y son 30 jaulas!

Lo tuve que ver con cuidado, porun momento creí que el autista de Peñase había presentado en mi vida otra vez,con su estúpida avaricia.

¡¿Cuál es su objeción, señor?!, lealcé la voz. ¡Haga el favor de expresar

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en palabras su objeción! ¡No entiendo ellenguaje de sus manotas moviéndose enel aire!

¡¡Es mucho fierro, joder!!Mire usted, le dije bajando la voz

para bajar la violencia entre Yo y elputo enano imbécil, le explico,escúcheme, ¿me escucha?

La escucho, dijo.Le dije con mi voz más amable:Le doy 2 razones.1. Las jaulas son así de grandes

porque no son para usted.Y2, qué jodidos le importa, si usted

no las paga.Pero le importaba. E igualmente, y

esta casualidad es muy curiosa, tenía

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para ello 2 razones.1. No estaba de acuerdo en que los

atunes tuvieran más metros cuadradospara vivir que él y su familia en eldepartamento de un multifamiliarproletario donde vivían.

¡Y 2, señora, es mucho fierro!, meaulló en la cara.

Le tomé por la visera el gorromarinero y lo tiré al mar, digo al enanoportugués, no al bonito gorro blanco,que era propiedad de nuestra compañía,Blue Tuna.

Es decir, con una mano sostuve enel aire el gorro, con la otra abracé alenano, lo cargué hasta el borde delmuelle y lo tiré al mar.

Lo cuento por lo que me habría de

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suceder ahí en el Puerto de Caeiro, algoque por desgracia habría de darle larazón al maldito enano portugués y porfortuna me cambiaría a mí la vida.

Adelantaré que sí, en efecto, eramucho, demasiado fierro.

Unas semanas después del incidente conel enano portugués, una tarde en el marquieto de la bahía, a un kilómetro delmuelle, un mar bañado esa tarde de luzámbar, vestida en mi buzo azul, lacanasta de mimbre de alimento a miespalda, repartía bonitos a los 7 atunesde una jaula, cuando me sorprendí.

La puerta de barrotes de la jaula seabría muy poco a poco hacia fuera.

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¿Había olvidado cerrarlafirmemente y con el pasador tras de mí osu mecanismo se había zafado por símismo?

Sostenía por la cola a un bonitoanaranjado y un atún venía a zampárselode un bocado. Luego ofrecía otro bonitoy otro atún plateado me lo desaparecíade la mano y daba una vuelta en U parairse a masticarlo.

Y la puerta al gran mar la teníanabierta y los atunes no lo notaban.

No sé por qué lo hice. Como hecontado, las cosas más inteligentes quehe hecho, las ha hecho mi cuerpo sinconsultar a mi pensamiento: aleteé parasalir de la jaula y los atunes salieron unotras otro los 7 tras de mí.

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Me rodearon.Seguí ofreciendo un bonito y otro

bonito, ellos siguieron zampándose unbonito y otro bonito.

Todo en calma, sin que escaparan.Mecí las aletas de mis pies para

regresar dentro de la jaula. Bajé al lechode arena y dejé la canasta de bonitos. Ladestapé. Una nube de bonitos emergió dela canasta y se esparció y los atunes seesparcieron tras los bonitos, parazampárselos.

Murmuré dentro de mi visor:¿Y si dejo para siempre abierta la

jaula?Me acordé de El Asesino en el aula

de la universidad burlándose de mitrampa para pájaros sin trampa, es decir,

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sin cámara de muerte. Los otrosestudiantes se habían reído al notar laestupidez: mi trampa era una red, esdecir, una jaula de cuerda alrededor deuna fronda de un fresno donde lospájaros entrarían para pasearse, silbar,saltar de rama en rama y por fin escaparal cielo. Lo dicho: una trampa sintrampa, una trampa sin presas, y portanto idiota, según El Asesino.

Pero ahí entre los atunes no habíanada gracioso ni idiota. Los atunesnadaban en la jaula porque ahí nadabanlos sabrosos bonitos, estaban cómodosen el agua cálida y ámbar de la tarde ypor lo pronto no tenían para qué escapar.

Simple entenderlos, sencillamenteno conocían el plano completo del

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proceso en el que participaban. Noadivinaban lo que sucedería 3 mesesadelante, al final de la primavera.

Engordados, crecidos, losmúsculos saturados de grasa, losalzarían a la banda de hule, un flashazode neón los pasmaría 20 segundos, alrecobrar la vista estarían asfixiándose,la pistola de aire comprimido dispararíaen sus cabezas, al siguiente amanecercada uno estaría en un ataúd de plásticoanaranjado lleno de escarcha en algúnmercado, y esa misma noche, su músculoventral, o más bien un cuadradito de sumúsculo ventral, se licuaría en la bocacaliente de un señor rico y se deslizaríapor su faringe a la cueva roja de suestómago.

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Los atunes todavía perseguían a losúltimos peces dorados dentro de la jaulay Yo volví a pensar:

Estoy por pensar una idea muygrande, muy, muy grande…

Me quedé esperando que elpensamiento grande asomara.

No asomó.Pasé el resto de la tarde de jaula en

jaula, alimentando a los grupos deatunes.

En la décima jaula, recién un atúnme tomaba un bonito de la mano, pensé:

¿Para qué los separamos engrupos? ¿Tenemos miedo de un motín deatunes?

Mi carcajada sacó una nube deburbujas plateadas de mi visor.

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Ya en el muelle, avanzando azancadas con mis aletas de rana, melevanté el visor y dije en voz alta:

Hagamos esta atunera en Portugalcon muy poco fierro. Con muchos menosbarrotes. Nada más hagamos una solagran jaula para que todos los atunesvivan a gusto dentro y los barrotessirvan sólo para protegerlos de lostiburones.

Hagamos, pensé en el elevador delhotel, ya vestida en vaqueros y camisetablancos, un paraíso de agua llena de soldurante el día, tibia en la noche. Conalimento regular. Plantemos un bosquesubmarino de algas negras y otro bosquede anémonas, rojas. Para que sediviertan más los atunes. Y para

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enriquecer el sabor de su carne ycolorearla de rojo más intenso. Unparaíso de atunes, sin hambre, sinmiedo, sin peligro.

Sin fiereza.Un paraíso sin fiereza: las 4

palabras que le había aprendido alrabino Chelminsky una madrugada enMazatlán, cuando me habló del paraíso.

En el hotel, en el baño, en la tinacon agua caliente, Yo sumergida, meescuché pensar:

¿Se reproducirían en ese paraísosin fiereza?

Pensé:En Japón se ha intentado hacer

desovar a las hembras atunes en tanquesde agua, con éxito. En Bali se han

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creado piscinas en el océano, parahacerlas desovar, igual con éxito. EnPanamá, en tanques, se ha logrado quelas hembras desoven y además algunosmachos eyaculen para fertilizar loshuevos. Pero nunca se ha logrado ir másallá. Más allá: nunca se ha logrado quelos huevos se vuelvan larvas de atunes.Eso a pesar de los estrictos controles dela temperatura del agua y de susalinidad.

Pensé, contra toda esa experienciade la especie humana:

Pero ¿qué tal si sí se reproducenacá? ¿Qué tal si el truco es hacer menosque los granjeros de Japón y Bali y loslaboratoristas de Panamá? ¿Qué tal si,en lugar de tenerlos amontonados en

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tanques o piscinas humanas, los tenemosen el mar en una gran jaula, dejándoloshacer su vida en paz, sin controlarlos aellos o al agua? ¿Si sembramos ademásuna gran isla de corales rojos en elcentro de la gran jaula?

Me reí.¿Para qué diablos la isla de corales

rojos?, me pregunté en voz alta.Me respondí en voz alta:Ni idea.Pensé:Tal vez para tentarlos a procrear en

el momento preciso en que si estuviesenlibres y hubieran llegado al final de suruta, las hembras estarían desovando enalguna cálida isla de corales, tal vez,roja.

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No tenía sentido científico lo quepensaba, pero todo mi cuerpo me dabala razón.

Si fuera Yo un atún, pensé en la tinade agua caliente, me encantaría podermeter la nariz en los corales rojos y meencantaría poder deslizarme en unbosque de algas negras y de prontodetenerme a mordisquear unasarándanas, es decir, esa especie delechugas color azul celeste que se dan aveces al fondo del mar azul oscuro. Yaestá: también habría que sembrararándanas celestes en el piso delparaíso.

Me alcé del agua en un estado deligereza, como si el aire fuera agua y Yofuera un atún que flotara erecto.

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Salí a la estancia, donde Yasukotrabajaba rodeada de 4 computadorasabiertas llenas de barras de colores, ygoteando agua le dije:

Yasuko, se me acaba de ocurrir laidea más grande que jamás se me haocurrido.

Bueno, me equivocaba.La idea de hacer paraísos para

atunes era nada más que una de laspartes de una idea mayor. Una idea deverdad grande que tardaría todavía 3años en acabar de formárseme en lacabeza.

Ahora que lo escribo, me doycuenta que 3 años parecen demasiadospara pensar una sola idea, pero nunca henegado que soy mentalmente lenta.

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Y mientras tanto sucedieron otras cosas,grandes y pequeñas. Lo primero, unsuicidio.

Alguien que tiene una filosofía lohubiera visto de otra manera. Alguienque tiene una religión lo hubiera vistotodavía de otra manera. Yo, que no usoeso, ni una filosofía ni una religión,porque sé que las cosas son lo que son,y existen fuera de mi cabeza y aún afueradel lenguaje humano, lo vi nada más conmiedo:

En la página de noticias de la BBCen internet se informaba que el primerministro de Agricultura, Ganado y Pescadel Japón, el mismo señor dormido quehabía exclamado en Tokio que nuestrojotoro era el mejor que había comido en

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su larga y honorable vida, habíaaparecido ahorcado en un pijama blancocon rayas azules.

Se suicidó así, en esa pijama, conuna correa para pasear a su perro, deuna puerta de un salón en sudepartamento en el centro de Tokio. Esedía estaba previsto que asistiera alparlamento para responder a laacusación de corrupción. Se decía quehabía recibido sobornos de grandesempresas, pero antes de ir a defenderse,bueno, lo dicho, se suicidó en pijama.

Para la BBC, como para otrasagencias de noticias, y por supuesto parala policía japonesa, todo estaba claro: elministro no quiso afrontar su deshonraen el Parlamento y se suicidó, y ahí

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dejaron el asunto. Para mí, sin embargo,se volvió una obsesión.

¿Cómo se cuelga uno de una puertacon una correa de perro? En internet nohabía foto alguna del ministro colgado,nada más aparecían fotos de cuando sucuerpo fue sacado de su edificio en unacamilla y envuelto en una sábana, asíque me propuse investigarlo Yo misma.Tomé uno de mis cinturones de cuero,rodeé con el cinturón mi cuello y lo pasépor la hebilla y enredé el cabo delcinturón en la perilla de la puerta y tratéde ahorcarme así. Y esto es lo quedescubrí.

De la perilla al piso no hay espaciopara ahorcarse.

Por otra parte, colgando la correa

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desde la esquina superior de la puerta,la correa se desliza, porque no hay dedónde se atore.

Por lo tanto, no es posiblesuicidarse rápido y por uno mismo deuna puerta con una correa de perro. Hayque conseguir una escalera y subir paraclavar el cabo de la correa de cuero conclavos y un martillo, para lo que senecesita tener tiempo y calma.

Además, si uno quiere salvar suhonorabilidad, ¿se ahorca en pijama yde una puerta?

Le llamé por celular a Yasuko y medijo algo muy interesante:

Suicidarse en Japón es muyhonorable, pero ser visto en pijama enJapón no es honorable. Por lo tanto,

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ahorcarse en pijama es una pendejada:es mezclar algo muy honorable con algopoco honorable. Pero lo que de plano esuna enorme deshonra, es morirestrangulado por una correa de perro.

En Japón, me explicó Yasuko, lomás honorable es hincarse y acuchillarselas vísceras con un cuchillo y luego queun amigo le corte a uno la cabeza, de untajo, con una espada de samurái.

Seguí buscando precisiones eninternet. ¿Qué compañíastransnacionales sobornaron al ministro?

Rápido salió el nombre de MiauCo., una transnacional de latas decomida para gato. Busqué en la páginade Miau Co. Miau había recibido elpermiso del ministro de cazar todas las

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ballenas que quisiera en el mar deJapón, a pesar de que las ballenas sonuna especie en extinción, para luegotrozar su carne y enlatarla y vender laslatas como alimento para gatos con laingeniosa, me pareció a mí, marca deMiau, comida natural para gatos.

La búsqueda por internet me llevóluego a una extraña página. La de ALF,Animals’s Liberation Front, el Frente deLiberación de los Animales, una páginahumorística me pareció, porque teníafotos de gatos, perros, changos y ratascon boinas negras y fusiles yametralladoras en ristre. Y también unafoto que me dejó boquiabierta: la fotodel ministro en pijama colgado de unacorrea de perro de la esquina alta de una

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puerta.No, no era un suicidio honroso, en

definitiva. El tipo tenía la lenguacolgando fuera de la boca unos 10centímetros y de la bragueta de lapijama colgaba su pene flácido otros 10centímetros.

Cosa natural dado unestrangulamiento en cualquier mamíferocon lengua y pene. Técnicamente, lacompresión de la tráquea avienta haciafuera de la boca la lengua y lacompresión de las arterias carótidas delcuello interrumpen el flujo de sangre alcuerpo, lo que provoca una erección delpene. Así que el pene erecto se le debióde escapar por la bragueta al ministro ypasados 20 minutos se le debió de haber

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quedado colgando afuera.Aumenté los píxeles de la imagen

para averiguar lo que en realidad meintrigaba: cómo la correa se habíasostenido de la puerta. No se alcanzabaa ver sino que la correa estabadefinitivamente adherida a la partesuperior de la esquina, clavada conclavos o algo así, como lo habíasupuesto. Con los píxeles aumentadosbusqué una escalera o un banquito yentonces noté en el piso, como a 40centímetros de un pie desnudo delahorcado, una cosita blanca con detallesnegros.

Aumenté todavía los píxeles: erauna ballena de juguete, y tenía algoescrito en un costado.

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Aumenté todavía los píxeles, peroen la pantalla la imagen se volvióborrosa.

Bueno, lo que quedó muy claropara mí, es que habían suicidado alministro. ¿Quiénes? Los gatos conboinas negras de ALF.

Me reí. Eso último era pocoprobable, pero ALF tenía algo que ver.

En todo caso, volví a tendermesobre el plano que cubría el piso de micuarto como un tapete, el plano delparaíso de atunes para Nogocor, y meolvidé del asunto. Y no volvería aacordarme de él todo ese año y elsiguiente, mientras terminábamos deconstruir los paraísos de atunes ennuestras 7 atuneras.

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Mucho antes, en París, me otorgaron unpremio. El codiciado Coup de Coeur, elpremio que los franceses otorgan cadaaño al mejor producto gastronómico,algo así como el Premio NobelCulinario.

Feliz, y tensa, me alcé de la butacadel teatro para subir al escenario.Yasuko y mi tía habían convenido quevistiera de blanco. Una camisa de sedagruesa blanca sin cuello y vaquerosblancos y mis botas de trabajo de pielamarilla de siempre, pero nuevas. Entrelos más prestigiados chefs del mundo,caminé pues de la única forma que sécaminar, como marinera, pegando a cadapaso la suela completa en el piso.

Subo a la luz de la escena y oigo

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rebuznos entre el público. Silbidos.Palabras exaltadas en francés. Como nohablo francés, supuse que eran dealabanza. Me daban el Premio NobelCulinario los franceses, hasta donde Yoentendía. Alzo un brazo y pongo cara deorgullo (sonrisa y ojos extremadamenteabiertos).

El maestro de ceremonias, un tipoflaco y de pajarita roja al cuello, conambas manos adelanta hacia mí un trofeodorado.

Supongo que debo ir a tomárselo,lo tomo, y los rebuznos se multiplican,igual los chiflidos.

Merci, digo al micrófono, la únicapalabra que sé en francés.

Entonces entre los rebuznos que

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vienen de las cabecitas negras delpúblico surge una voz en español deEspaña:

Que te están silbando porque hascomprado el premio. Porque dicen quete lo ha comprado tu gobierno, elmexicano.

Me inclino al micrófono y digo enespañol con mi voz monocorde deautista, un poco chillona por los nervios:

Ni idea. No he estado en Méxicohace unos 5 años, aunque sí conocí a uncandidato a la presidencia del país,aunque perdió las elecciones, y otroseñor que no conozco es el presidente.

Hay risas por acá y por allá.Alguien grita con acento francés:¡Viva Mazatlán!

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Los rebuznos y relinchos arrecian yel español entre el público me explica,la voz muy alta:

Que ahora dicen que el premio selo has robao a un granjero francés quecultiva trufas en caca de puercos. Y queademás no es siquiera foie gras tu foiegras de atún, que cómo coños un foiegras sin ganso, y que eres una ladrona yuna mentirosa.

Me dan ganas de orinar por elmiedo. El maestro de ceremonias sepone a intercambiar frases y gestosmisteriosos con la gente de las butacas yYo me inclino para dejar el trofeo en elpiso de duela, porque los franceses seoyen muy enojados y son muchos y tengoque ir a orinar y además que Yo sepa

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nunca me inscribí a ningún putoconcurso Coup de Coeur, que finalmentees como el Premio Nobel pero no lo es,así que me bajo del escenario y voydirecto a la salida del teatro dondeavanzando sobre la alfombra roja reciboen un ojo un jitomatazo y con el otro ojologro ver el bonito estandarte de MaresLimpios, un círculo azul que representaal planeta Tierra.

¡Murderer!, me gritan en inglés,que sí entiendo.

¡Asesina!, en español.¡Assassin!, en francés.Los puños en alto, tras 12 policías

que tomados de las manos evitan que seme vayan encima.

Entonces alguien de los de Mares

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Limpios escupe en el asfalto y todossupongo que piensan: puta, quéformidable ocurrencia, y escupen todosen el asfalto, y a mi derecha Yasuko estállamándome, sosteniendo desde adentroabierta la puerta de una limusina blanca.

A la mañana siguiente cuelgo en ungancho de madera mi bonita camisablanca de seda manchada de rojo, abrola puerta para colgarla en su perillaexterior, para que la tintorería del hotella recoja, y frente a mí, recargado contrala pared, con lentes negros, enimpermeable caqui, hay un tiporarísimo, fumando, las botas cruzadaspor los tobillos.

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Me dice en un inglés cargado deacento francés, echando humo al hablar:

Estoy esperándote, vámonos.Retrocedo de un paso dentro del

cuarto y cierro aprisa la puerta, pero eltipo mete su bota vaquera entre la puertay el marco y a continuación mete sumano con una placa dorada con lasletras resaltadas Département deJustice.

Reabro la puerta y me entrego a lasórdenes del Departamento de Justicia deFrancia.

Sigue mis pasos, ordena el tipo.Obedezco, voy a su lado imitando

sus pasos grandes, al centímetro.Entramos al elevador, salimos al

vestíbulo del hotel donde una señorita

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toca un arpa, nos esperan otros 2franceses con lentes negros fumandosentados a una mesa con tapa de mármolblanco, se alzan y entre ellos salgo a lacalle donde se apea un jeep destartaladoy sin techo.

Me extraña que el Departamento deJusticia de Francia use vehículos tanestropeados y doy un paso atrás.

Es un transporte secreto, me diceuno de los tipos, y me agarra el codo yYo asustada le suelto un codazo y él medice:

Entonces trepa tú sola.Trepo al jeep, trepan todos.El jeep arranca y entonces el

mismo tipo, que ahora va sentado a milado, se me acerca y Yo me echo para

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atrás y él me ordena:Quieta.Trago saliva y me aquieto y él me

pone sobre un ojo una curita y sobre elotro ojo otra curita y otra vez meordena:

Abre los ojos.De verdad hay gente idiota: por

supuesto no puedo abrirlos, las curitasno me dejan alzar los párpados.

Entonces, me cubre los ojoscerrados con curitas con unas gafas deplástico negro y mis pensamientos seoscurecen:

Qué joda con estos franceses. Suspremios culinarios son una porquería ylos transportes secretos de suDepartamento de Justicia, peor. No

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tienen ventanillas ahumadas y ni siquieratecho, pero, me viene el pensamiento, heahí la astucia.

¿Quién sospecharía que un jeeptodo descubierto que circula en eltráfico de París es un vehículo secreto?

En 30 minutos hemos dejado atrásel ruido de motores de la ciudad, y ciegatras los lentes negros reconozco con lanariz el campo abierto.

El olor de la clorofila, arriba. Elolor de la paja, en medio. A ras desuelo, el olor dulce y picante delexcremento de los mamíferoscuadrúpedos.

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15

Me quitan las gafas.Me ordenan que me quite las

curitas de los ojos.Estamos en una cabaña de paredes

de madera, Yo a una mesa con 2 de lostipos raros del jeep y otro todavía másraro, todos ellos sí llevan puestas gafasnegras.

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Me susurra el tipo 1:Hace 15 años los atunes de aleta

azul eran el doble de grandes.Le informo:Es verdad. Pero nosotros en Blue

Tuna los crecemos, en las jaulas denuestros ranchos.

El tipo 1 añade:Los crecen una tercera parte a lo

largo, aunque a lo ancho sí los engordanhasta el doble. Y les condimentan ypintan la carne con algas picantes yrojas, para hacerlas más atractivas ysabrosas y vendibles.

Pongo cara de orgullo y le informo:Es correcto. Ésa es mi aportación a

la industria del atún.El tipo 2 interviene:

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Hija de puta.Retoma el 1:Además, hace 15 años los atunes

azules eran 3 veces más abundantes enlos mares.

El 2:Grandísima hija de puta.Les informo:Sospecho que ustedes no son del

Departamento de Justicia francés.El tipo 3 replica:El infierno que lo somos.

(Traduzco literal del inglés.) Somos elDepartamento de Justicia de ARM. ¿Hasoído de ARM?

Pregunto:¿ARM o ALF?3, embroncadísimo:

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¡ARM! Acrónimo de AnimalsRights Militia.

Quién sabe de qué lugar profundome viene el recuerdo. Sí, en alguna feriade la industria de la carne alguien serefirió a ellos, y los llamó esos locosterroristas, y contó que una nocheabrieron una por una las miles de jaulasde una granja industrial de gallinas y sellevaron 900 mil gallinas, y otra nocheotros locos de ARM se llevaron losminks de una granja de minks.

Sí, he oído de ustedes, respondo.Ustedes roban gallinas y minks.

El 2 acerca sus lentes negros a micara:

No, perra. Los liberamos. Losconducimos a una mejor vida. A las

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gallinas las repartimos entre granjerospobres para que vivan en patios al airelibre y den huevos en establos amplios,y a los minks los soltamos en un bosque.

Trato de hacer sentido de lo que medicen:

Ya veo, digo. Son como MaresLimpios, pero se ocupan de las gallinasy los minks.

El de 3 se embronca al instante:¡Los maricones de Mares Limpios!

¡Ellos creen en hacer mítines y hablarcon senadores!, ¡ellos creen enconmover a la opinión pública conartículos en revistas!, ¡ellos creen enreformar las leyes gradualmente, paraque en 100 años algo pase! ¡Ellos, lospobres pendejos, se paran frente a una

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peletería a chillar: no comprencadáveres, no compren! ¡Fueron elloslos que ayer te lloraron con los puñitosen alto, asesina, asesina!

Toma un respiro antes de confiarmeen voz queda:

No, nosotros no somos ellos.Yo:Ya entiendo.3:Nosotros somos los que hemos

perdido la paciencia, los que hemoscruzado la raya de la ley. Nosotrossomos la mano armada de los animalesno humanos. Somos la extensión del Yode los animales torturados ysacrificados. Por lo tanto actuamos enlegítima defensa cuando actuamos por

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ellos.2:¿Ya entendiste, perra?Me informa el 1:Somos el ejército clandestino de la

compasión activa. Nuestro lema es:terror con terror se paga, asesinato conasesinato. Y tú, que eres una de lasmayores asesinas del planeta, eres unode nuestros principales blancos.

Informo a mi vez:Necesito, necesito un vaso de agua.2:Muérete, jodida perra.Trago saliva y las rodillas me

tiemblan.1:Debes saber, Karen Nieto, que

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somos gente mortalmente seria.Inyectamos con veneno de rata 700cadáveres de pavos en Vancouver esteaño y lo advertimos por internet, elresultado fue que se vendieron pocoscadáveres de pavos este diciembre enVancouver, pero 700 cabrones que sí seentercaron en comer pavo conmermelada de frambuesa pasaron sunavidad vomitando y con convulsiones.¿Qué te parece?

No, no, no sé, digo.Mierda, mi antigua ecolalia se ha

encendido.1:Envenenamos igual un cargamento

de Mars bars en Londres.Yo:

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¿Mars bars: las, las barras de, dechocolate?

2:Sí, son ricas, ¿verdad?Yo:¿Por qué las envenenaron?,

¿también defienden al chocolate?2:¡Nada de ironía o te vuelo los

sesos, perra!2 saca una pistola y me pone el

cañón frío en la oreja. Empiezo amecerme, suave, en la silla.

2:Mars experimentaba en changos el

proceso de putrefacción de los dientes.Imagínate a un chango en una jaula condolor de muelas que nadie le atiende.

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¿Te imaginas? Estoy preguntándote, ¿teimaginas?

Me, me, me imagino bien, digoaterrada sin dejar de mecerme.

3 se alegra:Pues Mars bars ya no experimenta

con la dentadura de changos. ¿Qué teparece?

Yo, casi sin voz:Qué, qué bueno.1:Pero hablemos ahora de True Blue

Tuna. Para eso te hemos traído acá.Yo:Pero podría bajar su, su, este señor

su.2: ¿Bajar mi pistola?3:

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Baja tu pistola, pendejo.2 baja su pistola y 1 retoma:Ustedes han aniquilado en 10 años

2/3 de la especie del atún.No, no True Blue Tuna, le informo.

Hay 523 compañías atuneras, atunerasen el planeta.

1:Pero la peor es True Blue Tuna.

Por mucho es la mayor y pesca el 40 %de los atunes, pero además es la que haelevado el valor del atún a laestratosfera. Lo ha vuelto el tesoro máscodiciado de los mares. Dame larevista.

1 lo dice y 2 va a un estante y traeuna revista. The Economist. Con unafoto en portada de Gould mostrando

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todos sus dientes en una sonrisa.1 abre la revista y dice:Cito a tu socio, Earnest Gould, de

una entrevista. «El éxito de Blue Tuna essobre todo conceptual. Lo que hemoshecho es valuar el atún azul al nivel dela plata.»

Ahora, me dice 1, y baja la revistaa la mesa, déjame preguntártelo consinceridad.

Y 2 intercala:Perra.1:¿Cómo convences a unos pobres

pescadores de Libia de que no salgan almar con sus barquitos sardineros apescar todo el atún que se encuentren?,¿cómo si 1 atún adulto de 2 metros y 30

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centímetros puede venderse en 173 mildólares?

Contesto:Con cuotas, cuotas internacionales

de pesca, detienes la pesca, la pescaexcesiva.

3:Ah, sí, las cuotas del ICCAT. La

Conspiración Internacional para CazarTodo el Atún. (The InternationalConspiration to Catch All the Tuna)

Perdón, lo corrijo Yo muy quedo,ICCAT significa InternationalComission for the Conservation ofTunas, Tunas.

1:A este ritmo de pesca, en el año

2015 no habrán atunes azules en los

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océanos. Otra especie extinguida, pero¿qué importa? Ya encontrarás qué otraespecie valuar al precio de la plata, ¿noes cierto? En 1950 empezó la masacreindustrial de las especies marinas y para2050 el océano será una piscina inmensade muerte, pura agua con sal y planctonlamiendo con sus lenguas las costas delos continentes.

Quiero, digo, orinar, orinar.2, en mi oreja:Orina como los orangutanes en sus

jaulas de zoológico.3:En el año 2070, el planeta Tierra

estará habitado sólo por los humanos.Acaso habrán perros y gatos, hormigas yratas, y en el mar sólo aguamalas

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gelatinosas. Aunque tampoco es seguro.2:Ja, si lo permitimos nosotros.1 entrelaza los dedos de ambas

manos ante su cara y me dice:Éste es el trato que te ofrecemos,

Karen Nieto. Tienes 6 meses para cerrartus atuneras, si no quieres que en 6meses el avión donde viajas explote enmedio del cielo en mil pedazos.

2:¡PUM!Mi orina resbala por una pernera

de mis vaqueros negros y forma uncharco bajo mi bota.

El tipo del pelo grasiento me quita los

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lentes negros no translúcidos, y luegome quita una curita y luego la otra.Estamos otra vez ante el hotel, ya ambosen la acera, y me entrega una tarjeta.

ARMAnimalrightsmilitia.net

Le entrego la mía.

Karen NietoEngineer in human slaughter

0044 5678 9055

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¿Tu dirección?, pregunta.No tengo casa.¿Vas de hotel en hotel?Sí.Pero ¿te localizamos en tu celular?Es correcto.Toma, dice el tipo. Un regalo de

despedida. A ver, abre tu mano.La abro.Y el tipo deposita en mi palma un

avión, de 10 centímetros.Es de acero y con ventanillas

transparentes y de su panza asoman 2rueditas de hule. Estoy aúninspeccionando la miniatura cuando eltipo me dice:

Otra cosa, no hables con la policía,o las consecuencias serán salvajes.

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Trepa al jeep desvencijado, loarranca.

Toma de mi palma, con una pinza, poruna ala, el avioncito, y lo guarda en unabolsa de plástico, cuyo broche cierra, ylo guarda dentro de su saco. El detectivede la Interpol.

Supongo que usted lo tocó portodas partes, dice.

Digo que sí.Lástima, dice él. De todos modos

puede haber quedado alguna otra huelladactilar. Por lo demás, despreocúpese.Son torpes.

Y se pasa la mano por la mata decabello negro. El traje gris claro, la

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corbata negra, la barbilla partida, elinglés de Inglaterra impecable, aunqueél es portugués.

Sentados en sillas de mimbre en laterraza al centro de mis 3 cuartos delpiso 6 del hotel Caeiro del Puerto deCaeiro. Mi cuarto para dormir. Micuarto para trabajar. El cuarto de miasistente, Yasuko.

El cielo sin una nube. Las tejasrojas de las casas chispeando en la luz.

¿Por qué dice que son torpes?,pregunto.

Imagínese. Una organización sinlíder. Sin jerarquía. Sin dinero. Sincontrol central. Con una página deinternet, eso es todo lo que poseen. Unaorganización en suma desorganizada.

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Sigue:Le narro uno de sus primeros

éxitos. Un tipo puso una bomba caseraen la bolsa de un abrigo de piel de focay lo colgó entre las prendas de unapeletería, y cuando explotó, reclamópara ARM el triunfo en su página deinternet. Otro tipo en otro país lo leyó,imprimió de internet un manual debombas, fabricó su bomba en el baño desu casa, lo metió en otra prenda de piel,éste, un chaleco de piel de borrego, quecoló a otra peletería y dejó entre losganchos de otras prendas de piel, peroel muy bruto no armó bien la bomba, asíque no estalló y nadie se enteró delfracaso, sino nosotros, a quienes un añomás tarde nos llamó el dueño de la

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peletería, histérico, porque encontró unabomba.

Operan como un hormigueroentonces, digo.

¿Un hormiguero?, ¿qué quieredecir?

Así opera un hormiguero. Sincontrol central. Sin metas fijas. Porimitación. Una hormiga forra un huecosubterráneo con un pedazo de hoja yotras hormigas se detienen a observar.Si les parece buena idea, cooperan, sino siguen de largo por el túnel.

Ah, dice el detective. Pero ¿lahormiga reina?

¿Qué con la hormiga reina?,pregunto.

¿La hormiga reina no tiene el

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control central del hormiguero?No. La hormiga reina pone miles de

huevos, técnicamente es la madre detodas las hormigas del hormiguero, deahí su importancia. Pero no tiene sobrelas otras hormigas ningún control.

Y entonces ¿por qué es la reina?Porque cuando los humanos

empezaron a estudiar los hormigueros,hace 24 siglos, se preguntaron, ¿y quiénmanda en esta sociedad? Alguien teníaque mandar, según ellos, porque loshumanos nunca habían inventadosociedades donde no mandara alguien ylos demás obedecieran. Y entoncesnotaron que las hormigas cuidabanmucho a la hormiga madre y ella nohacía nada más que estar tumbada

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reproduciéndose y dijeron: claro, esaque no hace nada y todas atienden debeser quien manda, y la llamaron reina.

Ajá, dice el detective. Eso fue hace24 siglos, pero ¿ahora por qué leseguimos llamando hormiga reina?

Idiotez, digo yo.Ajá, vuelve él a decir. Claro, claro,

y se rasca la mollera. Perdón por latontería, dice.

Y luego pregunta algo muy curioso:¿Y hay hormigas policías? Quiero

decir, hormigas que vigilan que todas lasotras hagan su trabajo y no se salgan delas líneas de hormigas. Seguro alguienvigila por lo menos que no se salgan delas líneas de hormigas. Quiero decir, sino fuera así, no habría ese orden tan

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notable en los hormigueros.No, le digo. No hay hormigas

policías.Se queda muy preocupado por la

falta de policías hormigas, el policía dela Interpol.

Luego dice, el cejo apretado:Pues sí, así es de hecho con estos

anarquistas. No tienen control central nijerarquía y sí, actúan por imitación. En2004, por ejemplo, se dio un contagio deasaltos a gallineros. Una célula liberólas gallinas de una granja industrial enCanadá, una noticia que se propagó porinternet. Inspiradas en ello, otras célulashicieron lo mismo en Dinamarca,Bélgica, Suecia, Finlandia yNorteamérica. Quiero decir que estos

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hijos de perra soltaron millones degallinas de decenas de gallineros, seperdieron millones de dólares y en laindustria del huevo cundió el pánico.Finalmente, cerca de San Petersburgootra célula estaba abriendo las jaulas deun gallinero, pero ahí intervino lapolicía rusa, los capturó y los mandó aSiberia y en Siberia los liberadores degallinas desaparecieron. Así, seesfumaron en la nieve. Y se acabaron lasliberaciones de gallinas. Es decir, se hanacabado hasta hoy.

Un mesero deposita dos vasos dejugo de naranja en la mesita entrenosotros.

Ahora, que eso también nos impidedestruirlos, dice el detective de nuevo

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preocupado. Eso, que sean como unhormiguero, sin control central. En otrasorganizaciones uno descabeza al jefe, yla organización se deshace. Uno roba elarchivo de miembros, y tiene suorganigrama. Con ellos no hay jefe oarchivo, ni sirve infiltrarlos porqueningún miembro conoce más que a losmiembros de su célula.

Alza su vaso y bebe un sorbo dejugo y Yo pienso que ARM más quetorpe es una organización muy efectiva.Y me pongo en modo de no relaciónmientras el detective sigue con su blabla bla sentado a mi izquierda.

Hasta que distingo entre su bla blabla unas palabras que me despiertan:

Sobre la amenaza a su vida.

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¿Qué cosa?, pregunto otra vezangustiada.

Mire, olvídelo. Una de las contadasreglas de los terroristas ecológicos esno dañar nada vivo. Dañar propiedades,tal vez. Amenazar, por supuesto, ésa essu actividad principal, aterrorizar. Peronunca han matado a alguien. Sería uncontrasentido que mataran si son elbrazo de la compasión activa, comoproclaman ellos mismos.

¿Aunque me hayan dicho que van amatarme?, pregunto.

El detective da el último sorbo aljugo y deposita el vaso en la mesitaentre nosotros.

Así es, dice, aunque se lo hayandicho. Nuestras estadísticas indican que

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usualmente amenazan una sola vez.Localizan a alguien que odian, loamenazan, incluso de muerte, seregocijan publicándolo en su página deinternet, y se acabó. Se lo pongo así. Sien 6 meses no oye de ellos otra vez, esque usted se ha convertido en unaanécdota para fiestas de ecologistas.

Le digo:¿Y qué con el asesinato del

ministro de Pesca y Agricultura deJapón?

¿A qué se refiere?Le resumo a qué me refiero.Como no termina de entenderme,

saco mi libreta y dibujo una puerta y unahorcado en pijama colgando de unacorrea de perro clavada a la esquina

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superior de la puerta, con la lengua y elpene de fuera, mientras explico laimprobabilidad de que el ministro hayadecidido ahorcarse así.

El detective observa mi dibujolargo rato.

Parece una fotografía, dice aúnviéndola.

Preciso:Casi una fotografía.La pijama del ministro tiene

incluso rayitas, dice él.Tenía rayitas. Era blanca con

rayitas verticales azules.¿Puedo guardarla?, pregunta.Le digo que sí y el detective sube a

sus rodillas su portafolios y lo abre,saca un sobre de papel café tamaño

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carta y guarda mi dibujo en el sobre queguarda en el portafolios.

Yo le insisto:Un mes después del suicidio, en la

página de ARM apareció la noticia y lollamaron un asesinato, y lo atribuyeron auna de sus células en Japón.

Ah, sí, dice él, eso hacen ellos.Reclaman las más diversas acciones.¿Sabe que reclamaron el tsunami enSumatra?

Me angustio:¿De verdad?Así es. Las olas gigantescas

arrasaron los poblados de la isla,mataron a decenas de miles de sereshumanos y a otros los dejaron en laindigencia, y estos desgraciados

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propagaron la explicación de que laMadre Naturaleza cobraba venganza porel asesinato de las ballenas y claro,ellos se consideran familiares directosde la Madre Naturaleza.

Me quedo pensando en laposibilidad de esa cadena de causas yefectos y esa enunciación deparentescos, que no habría que desechartan pronto, pero el detective reinicia:

En fin, tomo nota de su, digamos,hipótesis, respecto al ministro japonés,pero le reitero que según nuestrosinformes ni ALF ni ARM han matadonunca a nadie. Más allá de algunosaccesos de rabia retórica, los activistasecológicos son enfáticos en declarar suamor por la vida.

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Recoloca sus ojos en los míos y Yomiro hacia otro lado.

No se ofenda, dice. Discúlpeme sila ofendí. Le prometo que circularé suhipótesis en la agencia.

Retoma:En cuanto a sus propiedades, ésas

sí pueden intentar dañarlas y tengoórdenes de su socio, el señor Gould, deno reparar en gastos para protegerlas.Reforzaremos la seguridad contraincendios de las atuneras, instalaremosalarmas y controles con guardias y arcosdetectores de metales en los accesos, ycolocaremos cámaras de vídeo paratener el registro de la actividad en cadaárea. Lo que, por cierto, además deprotección les ayudará a controlar a sus

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empleados.Hace algo rarísimo: me cierra un

ojo y Yo miro la punta de una de misbotas.

Y sobre su seguridad personal,oigo que sigue, yo en persona hablarécon la administración de los hotelesdonde usted suele hospedarse sobrealgunas medidas precautorias.

¿Como cuáles?, pregunto.La principal, les daré escaneadores

de cartas, si no tienen. En el pasado, porlos años 90 del siglo pasado, ARMenvió cartas bombas a varios científicosy a la primera ministra de Inglaterra.Ninguna con mayor consecuencia queuna quemadura de cara y de manos paralos receptores y muchas notas en la

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prensa, que es lo que aprecian más, lapublicidad.

Toma de la bolsa de su pecho elpañuelo de seda blanco, se limpia elsudor de la frente.

Qué calor el de Puerto de Caeiro,dice. Muy bueno para vacacionar, muymalo para trabajar. Usted tuvo unmaestro en la universidad, el doctorCharles Huntington, ¿cierto?

Yergo la espalda en mi silla demimbre:

Sí. ¿Tiene algo que ver con ARM?Demasiado para su propio bien. En

2003, en el estado de Nueva York, ARMle explotó su automóvil, y le ofrecieronpaz si dejaba de construir mataderos.Los ignoró y le quemaron su casa, pero

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cuando él estaba fuera, dando clase enuna universidad cercana, de manera queél no sufrió ninguna quemadura. Despuésexhumaron el cadáver de su madre y selo dejaron en la cama de su cuarto, en elmotel donde se había cambiado a vivir.Bueno, algo se le zafó acá en la cabeza aHuntington. Desde que encontró a sumadre muerta en su cama padecíaataques de pánico. Le dio por caminardescalzo en la noche al borde de lacarretera. Se jubiló, tenía 82 añosdespués de todo, y se retiró a vivir en unasilo psiquiátrico. Lo interesante fuequiénes conformaban la célula que loaterrorizó hasta desquiciarlo.

¿Quiénes?Adivine. Usted los conoce.

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¿Sus ex alumnos?No. Vuelva a intentarlo.Ni idea.La célula estaba formada por una

sola persona. Su asistente de 30 años, untal Gabriel Short.

No sé qué decir, digo.Sí, es para asombrarse, ¿no es

cierto?¿Y Short podría estar conectado a

mi secuestro?Imposible. El pobre diablo está en

la cárcel, y ahí estará durante lospróximos 19 años.

Cruza una pierna sobre otra, suszapatos negros parecen de ballet, de pieldelgada y flexible.

Así se me va la mañana,

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enterándome por el monólogo deldetective Iñaki Belloso de las hazañas ylos fracasos de ARM.

Al final me da algunas encomiendas.Avísenos de inmediato de cualquier

contacto que tengan con usted, si es quela contactan. Dice usted que sólo usa uncelular y no otro teléfono, entoncesguarde el número de teléfono que seregistre en su celular. Por otra parte, sirecibe una carta sin remitente, o de unremitente desconocido, no la abra. Y mellama de inmediato. Finalmente, undetalle sobre sus maletas, cuando viaja.

Viajo sin maletas, le digo. Nadamás cargo un portafolio con unos

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pantalones vaqueros y una camiseta derepuesto, y mi computadora.

Ah, dice.Y de pronto alegre me pregunta:¿Me firma su dibujo?Pone en la mesita entre nosotros el

dibujo del ministro ahorcado en pijamay lo firmo en una esquina.

Siempre habrán desadaptados, measegura ya de pie el detective elegante.Ociosos pendencieros. Discapacitadosmentales.

Me sonríe, y miro mis botas y mepreparo para explicarle que aun siendodiscapacitada en algunas cosas en otrastengo capacidades sobresalientes, peroentonces me hace las 2 preguntas mássorprendentes de esa mañana:

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¿Conoce usted el pequeño barAlberto de la Punta Azul de Puerto deCaeiro? Un bar en una terraza que da almar y donde se puede tomar una copa dechampaña y platicar a la luz de la luna.

Le respondo:No, no bebo.Ah, dice él. Ya veo. ¿Y le gusta el

cine?Nada, respondo.Hay un silencio en el que pasa

arriba en el cielo una golondrina negra.Iñaki Belloso dice:Un placer haber dialogado con una

dama tan gentil.Inclina el torso y se va sobre sus

zapatos flexibles como zapatillas.

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16

Una tarde suena mi celular en mi cuartoen Puerto de Caeiro.

Doña Karen, buenos tardes, estándesovando.

En 10 minutos estoy en el muelle enmi buzo azul, el visor en la frente,rodeada de los pescadores y loscapitanes, igual de excitados que Yo.

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¡Están desovando las hembras,doña Karen!

¡Jamás habían desovado atunes encautiverio, doña Karen!

¡No es exacto!, contesto excitada.¡En 3 lugares del planeta sí! ¡Pero habráque ver si acá sí nacen atunes!

De todos modos nadie repara enmis precisiones de autista, ni siquieraYo, y ordeno:

¡La cámara de vídeo! ¡Una lancha!¡Tú, tú y tú: alcáncenme debajo delagua!

Bajo de la lancha, la pesada cámara a laespalda, y me sumerjo 5, 10 metros, yaleteo para acercarme a los barrotes del

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paraíso.Alzo la cámara, pulso el zoom in:

más allá de los barrotes de la jaula, losatunes están circulando alrededor de laisla de los corales rojos en una evidenteconducta ritual.

Conducta ritual: se llama a laconducta ordenada y reiterativa de ungrupo vivo.

De pronto, de la tribu que siguecirculando la isla, 5 atunes se separan yacelerando se alejan. Luego, lejos,desaceleran. Y vuelven a acelerarpersiguiéndose entre sí, describiendo alperseguirse 8s acostados.

Es decir:∞

Un atún expulsa una nube rojiza.

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Son los huevos microscópicos, supongo.Una nube rojiza que queda flotandomientras los 5 atunes entran de nuevo enla fase de aceleración.

Cruzan rapidísimos la nube rojiza yentonces los otros 4 atunes expelen algoblanco.

Los 3 capitanes en sus buzosaletean hasta mí. Alzan sus prismáticoshacia donde apunta mi cámara.

Y entonces otro grupo, éste de 4atunes, se desprende de la tribu quesigue circulando la isla roja. Y otra vezel grupo se aleja y se persigue enaccesos de velocidad formando ∞.

La hembra expele una nube roja dehuevecillos invisibles al ojo. Losmachos cruzan la nube roja y la invaden

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con su nube blanca de semen.Así, 7 grupos de atunes fertilizan

huevos esa tarde en Puerto de Caeiro.Esa tarde que se nos vuelve noche.

El agua se ha enfriado y se haoscurecido, subimos a las lanchas, bajoel cielo con estrellas volvemos a laatunera hablando de los miles de añosen que la vida tardó en perfeccionar eldesove de los atunes: la fertilizaciónocurre al atardecer tibio y anaranjadopara que en la noche el mar frío y oscurosirva de incubadora.

Nos cambiamos a ropas secas,revisamos contra una pared blanca elmaterial de vídeo con el resto de loscapitanes.

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Cada nube roja o blanca expelida pornuestros atunes nos hace aplaudir ylanzar bravos a los que vemos laproyección en el cuarto de juntas.

Encendida la luz, un capitándescorcha una botella de sidra. ¡Pum! Yde la botella cae espuma en un vaso y enotro y en otro mientras otro capitánreparte puros.

Fúmese un puro, patrona, dice consu acento uruguayo. Después de todo,estos huevos con semen son sus hijos.

No, le preciso. Sólo si de ellosnacen larvas que luego crecen avolverse atunes. Lo que nunca hasucedido en cautiverio.

Pero al optimismo de los capitanesno le importan razones. Se ríen y Yo no.

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Tomo seria el puro, lo pongo entre mislabios, me acercan un encendedor, chupoy el humo me atraganta.

La patrona es el Mago de Oz de losatunes, se ríe un capitán.

Todos asienten echando humo.La patrona es la Flautista del atún

del Atlántico, dice otro capitán.No entiendo de qué hablan y los

dejo bebiendo y fumando y me voy adormir.

En la madrugada, me despierta lallamada de Gould a mi celular.

Karen, recibí el vídeo. Es laprimera grabación del desove de atunesde la historia. ¿Te das cuenta?

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Me doy cuenta, le digo, la cabezabajo las sábanas.

Karen, querida, escucha concuidado. Esto es igual de trascendenteque la primera pisada del hombre en laLuna.

No es correcto, le digo al celular.Lo será, le digo, si de estasfertilizaciones nacen en efecto atunes.

Si nacen atunes en cautiverio, leexplico a mi tía Isabelle ese mediodía,paseándome por el muelle que entra almar lleno de chispas de sol, será elinicio de una nueva forma de relaciónentre los atunes y los humanos.

Tienes que escribirlo, dice ella,desde la noche que sucede en Oaxaca.Déjame llamar a una amiga que escribe

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en la revista Nature.

Esa tarde vuelve a suceder. La tribu delos atunes circula ritualmente la islaroja. Los grupos de 3 o 5 machos y 1hembra se desprenden a hacer sus ∞s y adesovar y a eyacular.

Y el grupo de vigías de la tribuhumana, más ese híbrido que soy Yo,videamos en las afueras del paraíso.

Así 14 tardes en el mar de Puertode Caeiro.

Hasta que una tarde la cámara captura laprimera larva de atún flotando a solas en

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el agua: es una larva azul translúcido, unatún en miniatura con cada parte en sulugar y de este tamaño.

Cuando reviso con los capitanes elvídeo de las 54 larvas de atún, elsilencio es tan claro que se escucha elzumbido del proyector.

Al encender la luz del salón, denuevo descorchan botellas de sidra y denuevo alguien ofrece puros. Entonces el

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capitán uruguayo me pide que vayamostodos al comedor contiguo porque metienen una sorpresa.

Llenando toda una pared delcomedor está la imagen de una larva deatún.

Lo pienso 30 segundos y por fin lodescifro:

Amplificaron una imagen de vídeo,digo.

El uruguayo se quita el gorro decapitán, lo pone bajo su sobaco y alza suvaso de sidra.

¡Por el hijo primogénito de ladoña!, exclama.

Me pongo furiosa:¡BAJEN SUS COPAS!, ordeno.Como tantas veces, me parece

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sumamente peligrosa la inclinaciónhumana a las metáforas y trato dehacérselo comprender. Les pregunto:

¿Qué pasará si se filtra a la prensaque he tenido un hijo atún? Eso sícontradiría a Darwin, y a toda laexperiencia de la especie humana. Asíque les prohíbo repetir que soy la madrede esa larva. O su Mago de Oz o suFlautista o toda esa mierda demetáforas.

Al mes, 103 larvas de atún estánaumentando de talla a un ritmosostenido. Cada 3 días doblan sutamaño. Y los atunes ya formados hancesado su conducta ritual y en cambio

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hay brotes de exasperación entre ellos.Coletazos, cabezazos.

En tierra también las cosas hancambiado.

La prensa nos visita a diario,entrevista a los capitanes y se lleva lasfotografías de las larvas que loscapitanes les regalan. La noticia sereproduce en internet en las páginas deapicultura y zootecnia. El canal detelevisión de National Geographic pasaalgunas fotos de larvas volviéndosepeces y es en Japón donde sí aparece entelevisión un reportaje en el que por finsucede el desastre que tanto temía.

Según me traduce Yasuko porcelular, mientras las 2 vemos en lacomputadora el vídeo del reportaje, se

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asevera que Karen Nieto es madre decientos de atunes y que los alimentacada tarde desde una barca dándoles auno por uno leche en mamaderas parabebé.

Con razón esta puta imagen, ledigo.

La imagen de una barca en ladistancia donde una mujer pelona encamiseta blanca está inclinada sobre laproa con una mamadera de bebé de laque un atún joven, asomando apenas lacabeza del mar, mama.

Me dice Yasuko:Te ves bien. Musculosa, delgada.¡¿Cómo te explico?!, alzo la voz.

Es un puto fotomontaje. Una putametáfora se volvió una puta mentira más.

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Por eso Yo no dejo entrar al sistema demi lenguaje metáforas. Las metáforasdescuadran tu información de larealidad. ¿Por qué carajos no puedenustedes vivir fuera de las metáforas?

La voz de Yasuko dice por elcelular:

Porque así es. Porque la realidadsimple es insuficiente.

¿De qué hablas? ¿Insuficiente paraqué?

No sé, Karen. Para sentirseprotegida, supongo. La realidad simpleda miedo.

La realidad da miedo, digo Yo, y espeor. La realidad da hambre. Da terror.Puede enfermarte. Y seguro te matará.Pero la realidad es lo único real, lo otro

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son ¡metáforas dentro de tu puta cabeza!Vuel-ves a gri-tar-me, dice Yasuko

con su vocecita, separando cada sílaba,y te renuncio.

Lanzo el celular contra la pared,cae al suelo despedazándose.

Y una tarde sucede lo que colma mirabia: capturamos a un espía: un buzoarmado con una cámara submarina cercadel paraíso.

Me lo traen al hotel, con todo y elvisor puesto, las aletas verdes colgadasde un hombro y del otro hombro colgadala pesada cámara submarina, y en laterraza el tipo no se quiere zafar el visorni entregarme la cámara.

Quíteselo y démela, le insisto.Flanqueado de 2 capitanes, niega

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con la cabeza. Un tipo fornido de miestatura, es decir, 1,85aproximadamente.

Me acerco, con una mano le aferróel cuello y con el pulgar presiono suarteria carótida y con la otra mano learranco primero el visor de la cabeza yluego le arranco de la correa la cámara.

Cuando lo suelto grita en un inglésque suena a maullidos de gato que me vaa demandar y otras cosas estúpidas.Resulta que tiene los ojos rasgados y eschino.

Reviso la cámara. Es buena, unaOlympus 8080, pero la mía es mejor,una Sony 9556, así que pido un hacha ala administración para destruirla.

Me traen algo aproximado, un bate

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de beisbol. Pongo la Olympus en el pisoy la destrozo a batazos. Todo mientras elputo espía chino sigue desgañitándose ylos 2 capitanes cruzados de brazosesperan.

Esa tarde me reúno con los capitanes dela flota en el muelle. Están sonrientes ensus trajes y sus gorros impecablementeblancos.

Bueno, les digo Yo, que en cambioestoy rígida y nerviosa. Es tiempo demoverse.

Doña Karen, me exige el capitánuruguayo, salúdenos antes de empezar asoltarnos órdenes. Después de todohemos procreado con usted ya casi 110

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niños atunes.Está bien, resoplo, tratando de no

emputarme. Buenas tardes, capitanes.Responden a coro: Buenas tardes, mamáKaren.

Y la risa les gana a todos.Espero a que se callen y de nuevo

se oiga al mar de la tarde estrellándosea pausas en el cemento del muelle.

Bueno, retomo, ahora que sereprodujeron, los atunes quieren irse yestán inquietos.

Todos asienten.Y ustedes también están inquietos.

Y Yo. Se llama técnicamente: conductasde incertidumbre.

Asienten otra vez.Por lo tanto, digo Yo, hay que pasar

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a nuestras conductas de certeza.Preparar la cinta de hule, las pistolas deaire, los ataúdes con hielo, programarlos aviones, avisar a los mercados.

Los capitanes no se mueven, memiran con las caras en blanco, menos eluruguayo, que hace girar entre las manossu gorro, y por fin pregunta:

¿Los vamos a matar?Respondo:A todos los adultos.¿Y a los recién nacidos?Cuando sean adultos, digo. Que Yo

sepa, vivimos de matarlos.Pasa un instante en que el gorro

sigue girando.Luego, todos a un tiempo nos

movemos hacia nuestros quehaceres de

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asesinos.

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En los próximos meses, la vida vuelve aser un pasar de cosas grandes ypequeñas, sin sobresaltos.

Me otorgan la medalla del ComitéPro-Matanzas Humanitarias deAnimales, la misma que cuelga de unclavo en la pared de mi dormitorio enMazatlán, pero pertenece a Charles

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Huntington, y Yasuko viaja a recibirla enmi lugar.

Termino de reformar las 7 atunerasde la costa del Mediterráneo y en cadauna opera un paraíso de atunes, unparaíso provisional, hasta que llega eldía de la matanza.

Escribo el artículo para la revistaNature con un título que sé de antemanoes fuerte. Dinámica del desove, cortejo,fertilización y crecimiento de larvasdel atún azul en cautiverio.

¡Escándalo en la Industria de laCarne y el Pescado!, ¡caos en lasfacultades de biología del planeta!

Como lo muestran los cientos de e-mails a Nature, 2 cosas en especialescandalizan. Que mi texto no contiene

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referencias y que mis cuadros sinópticosy mis gráficas ocupan la mayor parte delartículo.

Entonces Nature me invita paraseguir publicando lo que desee y cuandodesee.

Mi siguiente artículo se llamaDinámica del amaestramiento del homosapiens según el instructivo deDescartes (o por qué Darwin no hasido asimilado al repertorio deconductas de la especie humana).

No me lo publican, quieren queescriba nada más sobre lo que ellosllaman «las formas del siglo 21 de pescay de hacer granjas». Eso hago, pero enmi siguiente artículo cuelo, así como sinada, al pie de página este párrafo como

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si fuera una referencia:Luego de la publicación de El

origen de las especies, de Darwin afinales del siglo 19, es una lástima queno se juntaron todos los libros deDescartes en una montaña y se lesprendió fuego. Si hubiera sucedido,estas formas nuevas de relación con losanimales se hubieran inventado en elsiglo 19 y no hasta el siglo 21, cuandopeligra la fauna del planeta. Hay quehacer esa hoguera con los libros deDescartes de una vez. ¡Quemémoslos!

El artículo se publica, pero sin elpárrafo, y me escriben un breve e-mail:

Nature no publica discursos deodio, y mucho menos discursos queincitan a quemar libros.

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Francamente no entiendo por quéno quemar los libros equivocados. Nadamás distraen de los libros que cometenmenos errores de pensamiento, y pensardebiera ser una ciencia progresiva.Quiero decir, la especie humana debieraaprender a pensar cada vez mejor y másfácil y más felizmente.

Quiero decir, si Yo fuera Secretariade Educación del Mundo, quemaríatodos los libros de Descartes, pero noúnicamente, también todos los libros detodos los escritores que piensan comoDescartes, que son aproximadamente el99 %de los que se han publicado en losúltimos 3 siglos, lo que me agradeceríanlos estudiantes, los árboles y la fauna.

Por su parte, Gould publica su

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libro Profit (a love story): Ganancia(una historia de amor). El libro semantiene en el primer lugar de ventas deNorteamérica durante 11 meses y estraducido a 17 idiomas. Quién sabe sialguien gana millones de dólares graciasa leerlo, lo que sí es seguro es queGould sí: con su ganancia de autor secompra un jet nuevo y me regala suanterior jet, con todo y un piloto deuniforme negro con insignias doradas.

Caminamos Yo y Yasuko por la pista deaterrizaje hacia el avión blanco, con unaG en la cola, en cuya puerta nos esperael elegante piloto vestido en un uniformenegro con insignias doradas, y Yasuko

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murmura:Gould te miente.Gould nunca miente, me enojo.Ja ja, dice Yasuko con sequedad.

No son las ganancias del libro lo que lohan vuelto así de generoso contigo. Es laganancia de tu lámpara matamoscas, elmejor negocio que ha hecho Gould en suvida.

Subimos por la escalerilla yreflexiono que puede ser cierto. Mimatamoscas eléctrico, del que raramenteme acuerdo Yo, está por el mundoentero, en un mejor diseño que une lostubos de luz y la charola de agua en unapieza única.

En restaurantes pequeños ygrandes, en plantas de empaque de

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comida, en hoteles de zonas calurosas.Incluso está en la Satchi Gallery deLondres, donde un artista ha colgado unmatamoscas eléctrico dentro de unavitrina junto con una costilla podrida deres, que asegura un flujo perpetuo demoscas a los tubos de luz, donde con unzzzzzz se achicharran.

Por cierto el mismo artista quemetió años antes un borrego en unavitrina llena de formol, que también estáen esa misma galería y se considera elorigen del arte posmoderno (!), y dequien Gould hace 5 años en su oficinade un piso 132 en Shanghai me dijo:

Es un genio de la publicidad.Yasuko me dice al entrar al avión:Eres la socia ideal para Gould.

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Trabajas y duermes, y no haces otracosa. No vigilas los depósitos de tuporcentaje de ganancias y tus gastos derepresentación son mínimos, que telleven al cuarto del hotel yogur helado.

El elegante piloto nos invita asentarnos en los asientos de piel colormiel y nos sentamos y le pido un martini,con mucho alcohol, preciso, y mientrasYasuko sigue hablando muy molesta decómo Gould me engaña, Yo medesconecto del lenguaje humano y laoigo como un zumbido y aprieto losbotoncitos en el brazo del asiento, quehacen el espaldar para atrás, levantan eldescansapiés, vuelven horizontal elasiento como una cama, y lo regresan aser un sofá.

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Cuando el capitán regresa con elmartini en una charolita de plata, ledigo:

Es para Yasuko.Y Yasuko por fin deja de quejarse

de Gould para beberlo.Bueno, Yasuko es una doctora en

Negocios, pero a mí no me parece nadamal un jet blanco a cambio de unmatamoscas.

Algo más que sucede esos meses. Cadadía 15 del mes, esté en el puerto endonde esté, recibo en el hotel donde mehalle un sobre blanco sin remitente y con2 navajas de afeitar.

Sí, ya sé, ya sé, ahora que lo

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escribo ya sé que debí haber informadoal detective de la Interpol de inmediato,pero la primera vez que recibo el sobrese transparentan las 2 cosas planas quecontiene, pienso en Ricardo y las hojasde limonero que me envió durante añosa la universidad en un sobre blanco, y loabro.

Pero ¿por qué sigo abriendo losotros sobres sin avisar al detective? Porvarias razones, todas muy personales.

1. Lo dicho. Me hacen recordar aRicardo y las 2 hojas de limoneroque me enviaba.

2.

Soy de las últimas personas delplaneta que usa navajas de afeitarsueltas, y sé qué difícil es encontrardónde comprarlas.

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y

3. De nuevo: son 2 simples navajas ypor donde se les vea no llevanescrita ninguna amenaza.En fin, no llamar a la Interpol

tendrá consecuencias irreparables, paramí y para mucha gente, pero lo que hagocada mes cuando recibo las navajas esguardarlas, y una noche en que noto enun espejo mi pelo crecido 7 centímetrosa partir del cuero cabelludo, abro miportafolios, tomo uno de los 5 sobrescon navajas que reúne un clip, saco unanavaja y le doy por fin un uso.

La inserto en mi rastrillo de acero yme rasuro de los tobillos al cuello. Laspiernas, el vello púbico, las axilas y laparte posterior del cuello. Luego con la

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máquina eléctrica me corto 6centímetros de cabello.

Y entonces suena mi celular.Es la Gorda y me pongo feliz.Hola, Gorda, le digo. Nunca me

habías llamado por teléfono. ¿Ahí enMazatlán es de día?

Tu tía está muy enferma, responde.Vuelo en dirección opuesta a los

husos horarios y el día anterior entro ala casa de Mazatlán y me recibe elaroma intenso de los nardos blancos: enfloreros colocados por toda la casa haynardos blancos.

Nardos en la repisa de la entrada.Nardos en la mesa central de la sala de

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piso de mármol ajedrezado. Nardos enun cubo de latón a un lado del ventanalabierto por el que distingo en la playa alpintor zapoteca ante un atril, pintando,su camisa blanca brillando en elmediodía.

Nardos en la mesa de bibliotecadonde el Pelón alza de un libro los ojos,enrojecidos.

Siento un miedo terrible al abrir lapuerta del dormitorio de mi tía. Ahí untercer hombre, mayor de edad, el pelocano, en un traje color crema de 3piezas, asiente al verme.

Es usted el doctor, digo.Sí. Y también soy el primer marido

de tu tía.Me lo dice en inglés.

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Noto sobre su hombro el parasolrojo abierto en la terraza. Salgo. Mi tíaIsabelle está tendida dándome laespalda, en un camastro de madera concolchón blanco, la camisa de linoinflada por el viento, y el mar delmediodía es color de acero.

Me siento en una esquina delcolchón y le toco el hombro con lamano. La oigo decir:

No puedes verme, así de golpe.Espérate 10 minutos, y yo despacio meiré volviendo, ¿está bien?

Está bien, digo Yo.A ver si me reconoces, dice mi tía.

Bajo el centímetro de cabello blanco,

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cortado uniformemente, la piel de sucráneo es rosa. En su mollera hay unacicatriz roja de 9 centímetros. Cuandomi tía Isabelle se vuelve un poco más,para dejar que la vea, encuentro sus ojosverdes, grandes como siempre, peroahora en una cara flaca, con la pieluntada a los pómulos y a la dentadura,sus ojos verdes parecen más grandesque nunca.

Soy casi, dice, y se detiene paratragar saliva.

Completa:Casi una calavera, ¿verdad?Le digo:Es correcto.Me sonríe:Parecemos gemelas, Karen. El

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mismo corte de.De pelo, le completo. ¿Qué pasó?,

le pregunto.Habla tan despacio que entre sus

frases el mar tiene espacio para sonar.Un puto derrame cerebral.Las mujeres Nieto.Sangramos entre las piernas a los

15 años, en punto.A los 67 tenemos un puto.Un puto derrame cerebral.

Genética.A los 67 tu madre murió, ¿te

acuerdas?No, digo, no me acuerdo.Le tomo una mano flaca y muy

blanca, con los nudillos de los huesosmás gruesos que el resto de cada dedo.

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En mi mano parece una manita de niña, ypesa 100 gramos, aproximadamente.

Le digo:No me acuerdo de nada, antes de ti.Sí, tu madre tuvo un puto derrame

como éste, y luego se fue en su jeep a lacarretera.

Toma aire profundamente, parapoder completar:

Se siguió derecho en una curvapara lanzarse al vacío.

Me acuesto tras su espalda. Micuerpo contra su cuerpo. Como lo hacíade niña. Le alzo la cabeza y pongo bajoella mi cabeza. Para que su cabezadescanse en la mía.

La oigo decir:Voy a extrañar esto.

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El sol.El mar.Mis 3 esposos.Y sobre todo a ti.Cometí un solo error contigo. La

atunera.Te gustaban más los animales que

los humanos y te envié al matadero deatunes, qué tremendo error, pero.

Pero nacemos en un mundo viejo.Lleno de cosas hechas por nuestrospadres. Y por los padres de los padresde nuestros padres.

Nacemos en una bodega devejestorios. De palabras viejas. Deoraciones hechas. De costumbreshechas. De formas de vivir ya vividas.

La atunera de mi abuelo ya estaba

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ahí, antes de que naciera yo. La idea deque tú, mi sobrina, la heredara de mí,ahí estaba igual, desde hace siglos.

Dios me perdone, solloza mi tíaIsabelle.

Me río bajo su cabeza:Ahora hablas de Dios, tía.No he cambiado de opinión, dice.

Dios es todo lo que no sabemos. Si unapregunta no tiene respuesta…

La respuesta es Dios, le completola frase que ella me enseñó.

Por eso, dice ella. Que Dios, quees inmenso, me perdone, a mí que soyasí de pequeñita.

Nos estamos así, viendo el sol, elmar, hablando por momentos, mi cuerpocontra su cuerpo, su cabeza sobre mi

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cabeza, hasta que ya no habla más.Se ha dormido y su cabeza

ronronea sobre mi cabeza.Así atardece, el cielo y el mar se

llenan de colores naranjas, un gajo deluna se dibuja en el este, aparece eldiminuto rombo de luz de Venus.

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En los días que siguen, mi tía Isabelle vaperdiendo las palabras. Se desliza en susilla de ruedas, vestida en un vestido delino blanco, el pelo blanco al rape, y alcentro del mármol ajedrezado de la saladetiene la silla y mira alrededor conextrañeza.

Encuentra mis ojos.

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Se lame los labios secos. Quieredecirme algo. No encuentra las palabras.

Pronuncia:Aeropuerto.No, no es ésa la palabra que

buscaba y sacude la cabeza y se ríe. Merío con ella. Sus hombres nunca se ríen,cada vez que mi tía falla en encontrar laspalabras ponen cara de espanto.

El pintor zapoteco se la pasa paseandoen la playa con las manos en las bolsasdel vaquero y los hombros muy altos,descalzo, llorando.

El Pelón ha tomado un súbitointerés por catalogar alfabéticamente labiblioteca del abuelo, 10 mil libros que

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han existido desordenados 120 años.El doctor le toma la presión a mi

tía 16 veces al día. La desviste y acuestaen la cama de sábanas frescas y lainyecta 4 veces. Le oye con elestetoscopio el corazón otras 16 veces.Analiza una gota de orina en sumicroscopio cada 8 horas. Luego en lanoche se asoma por un telescopio que hamontado en la terraza para vigilar, segúndice, el nacimiento de una estrella, queestá anunciada para empezar a nacereste mes de septiembre y tardará un añoen alcanzar su tamaño estable.

Del microscopio para ver una gotade orina de su esposa al telescopio paramirar el nacimiento de una estrella queno termina de nacer, así pasa sus días el

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doctor. Y entre cada cosa, le lee libros.Los descubro en la terraza o en eldormitorio o a un lado de la alberca, eldoctor y mi tía sentados lado a lado, élleyendo en voz alta de un libro verde, ode otro azul, o de otro amarillo. Hastaque descubre que mi tía ronca.

Corrijo: ronronea, porque mi tía estan elegante que cuando ronca lo quehace es ronronear.

En la cena el doctor y el Pelón cuentananécdotas donde sólo cada cual y la tíaIsabelle estuvieron presentes. Mi tía a lacabecera de la mesa, aprueba con lacabeza.

A veces lo certifica, con cualquier

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expresión aproximada a un «sí»:Completo.O:Paloma.Y el de la voz sigue narrando cómo

él y ella comieron en un restaurante dela torre Eiffel unos ostionesextraordinarios y luego pasearon junto atal río y esto o lo otro y aquello más, yel amante que no estuvo ahí se embroncay va preparando la siguiente historiadonde él y mi tía recorrieron toda laIndia y aprendieron de memoria unosmurales que muestran 57 formas deayuntarse y luego hicieron la forma 15 ydespués la 32.

Y el pintor zapoteco nada cuenta,dibuja con el dedo en el mantel cosas

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invisibles.Una noche, mi tía murmura:Karen, dale una.Se queda oteando el aire, buscando

en el aire la palabra, su mirada seengancha con una mosca, que va a dar ami lámpara matamoscas, se achicharra ycae en la bandeja.

Mi tía lo reintenta:Dale un cuchillo. No, la pinza.Voy a traer una de mis plumas

Variety pilot de tinta negra y al vercómo se la entrego al pintor los ojosverdes de mi tía se iluminan.

Eso, dice. Eso. Una…Pluma, le completo.¡Pluma!, exclama, alegre. ¡Pluma!,

¡pluma!

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Así desde esa noche, durante lascenas, mientras las parejas hablantes demi tía compiten por contar historias, elpintor mudo dibuja en el mantel conejos,venados, toros cogiéndose por atrás avenados, lagartijas ensartadas conseñoras desnudas, señoras desnudas conzapatos de tacón empiernadas entre sí,estrellas y caballitos de mar entreestrellas del cielo y caballitos de tierra.

Nos levantamos de cenar y él sequeda ahí dibujando.

Por las mañanas, la Gorda extiendeen el piso a los pies de la silla de ruedasde mi tía el mantel y ella se deleitamirando los dibujos, y se entristece conlos borrones de tinta donde el pintor hallorado, el pintor de pie y descalzo junto

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a mi tía, mudo y con cara de terror, lasmanos en los vaqueros y los hombrosaltos.

El amante mudo de mi tía es el quefinalmente captura más de su tiempo.

La Gorda guarda en un clóset,doblado, el mantel, y cada tarde cubre lamesa con un mantel blanco nuevo.

Un mediodía estamos en su dormitoriojuntas, mi tía a una mesita comiendoavena, y una cucharada de avena se lecae de la boca al pantalón de linoblanco.

Se queda mirando la suciedad: laavena en una pernera de lino.

Voy por una toalla. Me hinco para

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limpiar el desastre. Me siento en unasilla junto a ella y le doy de comer, unacucharada, luego otra. Una lágrima seresbala por la comisura de su ojo verde.

Karen, me dice, quiero enseñartemi.

Busca las palabras. Las dice:Enseñarte mi ejido.Niega con la cabeza.Lo de los ejidatarios, insiste,

desesperada. Las, las parcelas, las, lasesas cosas. El plan del reparto agrario.Puta madre. El proyecto de.

Tu testamento, adivino Yo.Ella asiente.Voy a la caja fuerte por el

testamento. Se lo leo. Asiente a cadacláusula. Y de pronto ya no asiente. Se

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ha ido con los ojos abiertos. Respirapero se ha ido.

Despierta, me reconoce, reconoceel testamento en mis manos, dice:

Ahora, diles que. Que.Lo piensa. Sacude la cabeza. Otra

lágrima se desborda de su ojo verde. Lafatiga su propia torpeza mental. Se llevalas puntas de 3 dedos a los labios yluego con los 3 dedos hace la señal deadiós.

Los reúno, a los amantes de mi tía,en la biblioteca y se los digo:

Quiere que se vayan.El doctor, el Pelón bibliotecario, el

pintor, cada uno pasa a estar a solas conella en su dormitorio, y luego los 3 salenpor la puerta de la casona en fila india y

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cargando sus maletas.En una ventana mi tía Isabelle los

ve abordar 3 distintos taxis que llegarán,supongo Yo viéndolos por la ventana dela cocina, al mismo tiempo alaeropuerto.

Y es en ese momento en que laGorda me alarga el sexto sobre blanco:ha llegado a Mazatlán a mi nombre y sinremitente y con 2 navajas dentro.

Úsalas en algo, le pido a la Gordaregresándole el sobre. Yo ya tengo otras9 navajas de ésas.

Curioso, en cuanto se van sus amantes,la tía Isabelle se vuelve muyparlanchina.

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La mar, la mar, dice en la terrazaviendo el mar. Amar y ya. Amarilla lamar armando maravillas de olas y sal ysol. Y sol y edad. Y soledad.

Me explica:Son trozos de poemas que aprendí

en mi.En mi.De niña, le digo.¡De niña!, exclama. Eres una niña y

volteas y ya eres una. Una. Puto derramede mierda.

Una anciana, le completo Yo.Se ríe.Una ancianita, dice.Más curioso, durante esa semana

puede recitar poemas que aprendió deniña en la escuela, o por lo menos

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recordar sus ritmos, pero no puedearmar frases nuevas.

Abre sus alas el sueño, abre sussalas el sueño, sus lalas, sus lelas, susmamas abre sus sueños.

A la siguiente semana ya nada másjuega con sílabas:

Bla ble blu blo, plo pla, ple.En todo caso, a la semana siguiente

se le evaporan las ganas de ocupar elespacio sonoro. Nos estamos en silencioen la terraza sentadas mirando el mar yel sol, de pronto una repentina V degaviotas.

Un velerito en el horizonte.A veces se inquieta y mueve 2

dedos, el anular y el índice, sé quequiere un cigarro, lo prendo, se lo doy,

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lo fuma sin prisa, de pronto lo ve conextrañeza y dice:

Puta cosa, y lo deja caer al piso deadoquines rojos.

Esos días, los más largos de mivida, los más tranquilos, nos dedicamos,ella y Yo, cuidadosamente, a existir.

A existir, que es para mí desaprender laprisa. Soltar los músculos de mi corazóny dejarlo latir a su ritmo. Volver a estaren el calor del sol sin pensar el calor.Comer cuando el hambre tiene hambre yobedecer el sueño que llega cuando lanoche llega y la oscuridad cubre lascosas, y las cosas en la oscuridadpueden descansar.

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De nuevo estar. Estar y ver. Y verlotodo lo que está tal como es, sólomientras está hoy, como no sabemos siestará.

Leo en mi diario:

Me explicó el doctor Brody, suprimer esposo, que a mi tía se lereventó una arteria y la sangre empapóla zona de la corteza cerebral queregula el lenguaje.

En un principio, él pensó quepodría chuparse la sangre con unextractor y le abrió el cráneo en ellugar de la mollera para introducir un

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extractor milimétrico.No fue posible extraer la sangre,

así que le introdujo un lentemilimétrico por el que videó el daño.

Más tarde, en la televisión delcuarto del hospital, ambos miraron elvídeo y él le dio a decidir si quería quele cortaran, con una tijera milimétrica,la zona empapada de sangre, lo que leproduciría la pérdida parcial, ocompleta, de la conciencia.

Imposible saberlo. El cerebro,confesó el doctor, es una de las zonasdel planeta de las que todavíadesconocemos la mayor parte.

La tía Isabelle dijo que no queríaperder su conciencia ni completa niparcialmente. Dijo que para qué viviría

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sin conciencia plena. Que ella era suconciencia.

Entonces el doctor la trajo a lacasona de Mazatlán, con la esperanzade que el cerebro reabsorbería por sísolo la mancha de sangre.

Ocurrió algo distinto. La manchase corrió por el tejido blando de lacorteza cerebral. Una semana lenublaba los sustantivos. Otra semanala sintaxis. Otro día le desbarataba elequilibrio del cuerpo.

Antes de que el doctor se fuera, mitía ya no podía caminar ni comer solani leer ni escribir ni hablar claro. Peor,no podía pensar claro. Pero el mismodía que el doctor se fue, empezó arecitar poemas que aprendió de niña.

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Cada mañana me despiertopreguntándome adónde se movió lamancha de sangre en la cortezacerebral de mi tía. ¿Estará la tía lúcidao no?, ¿podrá hablar y entender o denuevo estará fuera de la esfera dellenguaje?

Anoche, dormida, se volvió depronto hacia mí, abrió grandes los ojosy me dijo:

¿Qué más, Dios mío?Y sin embargo hoy ha despertado

perfecta. No camina ni coordina susmovimientos, pero habla con precisióny soltura. Está feliz. Estoy feliz.Cuando llamó el doctor y se lo dije, mecontestó que era totalmente posible queasí se quedará algún tiempo.

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¿Un año?, le pregunté.Tal vez, me contestó. ¿Por qué no?

Pero podría durar sólo algunas horas.

La cargo en brazos al baño, la siento enel inodoro. Me mira con ojos risueños.Le cuento del inodoro de Japón, se ríede que Yo haya tenido un orgasmogracias al chorro de agua de un inodoro.

Me pregunta si nunca volví a ver aRicardo. Le digo que no. Me dice que lobusque. Me confía que tiene un teléfonode una casa en Sicilia donde tal vez vivao sepan de él.

Llámale, me insiste.¿Para qué necesito a Ricardo?, le

pregunto.

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¿De verdad no se te ocurre paraqué?, pregunta mi tía.

Ni idea, digo.Y mi tía se ríe de mí.Luego, juntas, completándonos las

oraciones, recordamos que Miss Alegríase quejaba de que Yo no entendía que esuna vergüenza cagar y quería cagar enlos baños de los museos de Mazatláncon la puerta del cubículo del inodoroabierta, para no sentirme atrapada.

Dice muy seria y hablando confrases completas que me alelan:

Ése es el otro error de pensamientoque cometí contigo.

¿Otro más? ¿Cuál?, pregunto.Dejar que Miss Alegría tratara de

avergonzarte de tu ano. Pero eso es un

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error de pensamiento de la especie,antiguo también. Lo que cagamos estáprohibido al ojo de los humanoscivilizados. Cómo matamos para comery cómo lo comido lo cagamos estáprohibido a la conciencia de loshumanos civilizados. Somos ciegos delos mataderos y las aguas negras, y esesa ceguera, ese asco y esa ceguera, loque nos separa de lo no humano.

Te digo un secreto, me diceadelantando su cabeza hacia la mía. Enrelación a lo no humano, los humanoscivilizados somos autistas.

Me río con ella, porque es tancierto.

Te digo otro secreto, me susurraacariciando con ambas manos mi cabeza

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pelona. Nunca he oído al mar, a pesar dehaber vivido años en esta casa junto almar.

No es cierto, le digo.Lo es, lo es, me asegura. Nunca lo

he oído más que 30 segundos completos.Muy ebria, tal vez 1 minuto y 30segundos. Lo he escuchado 1 minuto ymedio ebria o 30 segundos sobria, yentonces el pensamiento me ha llevado aotro lugar.

¡Qué cosa!, exclamo.¡Qué cosa!, exclama mi tía. El

ruido del pensamiento en mi cabezaredonda y pequeña me ha borrado alenorme mar.

No, dice luego con cara triste,nunca he oído de verdad al mar.

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Por eso tú, sigue mi tía sentada enel inodoro, hablando con la soltura deuna maestra universitaria y esperandoque su débil intestino expulse la mierda,por eso tú, que no estás separada de losmataderos ni de la mierda, tú, que no tedejaste separar por nadie de laNaturaleza, tú, que entras al lenguajepero puedes salirte del lenguaje horas ydías, tú eres mi esperanza para laespecie humana.

Me río de las grandes palabras demi tía Isabelle.

Tú, insiste ella, y vuelve aacariciarme la cabeza, tú eres lamediadora entre los animales que hablany los que no. Tú eres la mutación de laespecie para lograr otro pacto con la

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realidad.¿Me entiendes?, pregunta.No sé, respondo.Ya me entenderás, dice mi tía, y

sabrás que es cierto. O quién sabe, talvez nunca me entiendas y tal vez no seacierto. Es lo angustiante de la realidad,nada está escrito, nada es seguro,cualquier cosa puede suceder, o no.

Y acabada su reflexión, cae alagua, de un golpe, su mierda.

La cargo dentro del dormitorio ycruzo a la terraza, donde la deposito ensu silla de ruedas, ante el mar.

Le doy de comer una cucharada y otra deavena. Pero a la cucharada 10 está ida.

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Se ha esfumado. La avena se derramapor las comisuras de sus labios.

La meto a la tina a mi tía. La saco yla envuelvo en una toalla grande yblanca y la seco, y luego la sientodesnuda en el borde de la cama. Esdelgada y frágil, como una niña, aunquesu cara es vieja como la de una anciana.Le tuso el pelo blanco. Le corto las uñasde cada dedo de cada mano. Me hincoen el piso para cortarle las uñas de cadadedo rosa de cada pie.

La perfumo con su perfume derosas tras las orejas y en los codos.

Me acuesto, vestida, en la cama,junto a ella, desnuda, a mirar el techoblanco, hasta que la oscuridad de lanoche lo borra.

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Esa noche me despiertan sus palabras enmi oído:

Adiós.Que te vaya bien.A ver si hay más allá.A ver si hay masa allá.Si puedo, me comunico.O te mando un recado.Y si no puedo, pues no.Oigo su respiración ahondándose y

afuera el mar tronando.

En la mañana al despertar la toco bajola sábana.

Está fría.Me levanto de la cama y la

destapo, tiro a un lado las sábanas

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blancas, y la miro tendida sobre elcubrecamas blanco. Flaca, el costillardibujándose bajo la piel.

El pasto verde de la arboleda delimoneros se ha llenado de pequeñoscangrejos rosas que mis botas vanaplastando mientras cargo a mi tíadesnuda y muerta.

Con una pala excavo entre 2troncos la zanja.

Parada en la zanja, jalo por lospies el cuerpo de mi tía hacia mí. Locoloco en la tierra oscura.

El primer palazo de tierra negracae en su cara blanca y me reclino en lapala incapaz de seguir dándola pormuerta.

Después, los otros palazos de tierra

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van ocultándola.Recorto con un machete las orillas

de pasto de la tierra fresca para formarun cuadrángulo. Lo voy llenando depiedritas blancas, hasta rellenarlo.

Mi tía me pidió que la enterrara sinataúd dentro de la tierra:

Para evitarte ilusiones, me sopló enla cara que sostenía entre sus manos.

Yo cubro de piedritas blancas ellugar para no olvidarlo.

El cero, el 0, a Max, el loro, le ha sidoel número más difícil de aprender, deaprehender.

Mira, 3 manzanas, ¿cuántas Max?3, responde su voz de vitriola

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antigua.Quito ahora una manzana, Max,

¿ahora cuántas hay?2, dice Max, y abre las alas gris

perla y las cierra.¡Ketchup!, grazna.Espérate, Max. Luego te doy

ketchup. Ahora quito 2 manzanas de las2 manzanas, ¿cuántas manzanas quedan?

Max clava los ojitos en la mesadonde no hay nada.

Pasan 30 segundos y sigue con lamirada clavada en donde nada hay.

Cero, le digo. Hay cero. Cero.¡Cero!, grazna ronco por fin Max.Le ofrezco un cacahuate, que su

pico arrebata de entre mis dedos.3 años para aprender, aprehender,

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el cero, eso le tomó a Max.El 0: el número imposible.Yo me tardo también en aprender

que si entierro a mi tía Isabelle, ya noestá en la terraza ni en su cama ni en elcomedor y no tiene el menor casoseguirme cambiando de ropa cada día,ni seguir bañándome, o contestar elteléfono de la casa o mi celular, que notiene caso abrir la computadora ni ver elperiódico, ni hablar para mí sola, nipensar para quién diablos.

Así que me esfumo. Donde estabaYo, ahora hay nadie.

Un día me despierta el teléfono. Medescubro sentada en un cuadro negro del

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piso de mármol ajedrezado de la sala.En el aire lleno de luz amarilla, 29

mariposas negras en hilera vuelandespacio y se van pegando a las paredesagrisadas entre las que los ventanalesestán cuarteados y Yo me doy cuenta queno hay siquiera un mueble en la sala yhasta llegar a la cocina donde tampocoestá la mesa y donde sobre el mostradorel viejo teléfono negro sigue sonando yentonces Yo vuelvo a desaparecer.

Otro día vuelve a despertarme elteléfono y estoy sentada y meciéndomeen la duela de madera de mi dormitorio,una línea de hormigas camina a mi lado.Sigo la línea de hormigas.

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La boca del hormiguero, donde sereúnen y arremolinan 15 líneas dehormigas, está en la playa.

Tengo hambre. Mucha hambre.Tomo un puño de arena y lo chupo. Estásalada. Recuerdo al chofer que de niñame pateaba el puño para que tirara laarena. Pero estoy sola y no tiro la arena.La mastico. Pienso en la Gorda, que seha desaparecido de la casa. Y piensoque no me faltará comida, toda la playaes comestible, y sólo para Yo, eseanimal hambriento que soy Yo.

Otro día el teléfono de nuevo me regresaa la conciencia. Levanto un auricular enla cocina. Es Gould.

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Karen, dice. Siéntate.¿Para qué?Porque esto va a ser duro.Pongo atención y me doy cuenta de

que estoy sentada en las losetas azulesdel piso de la cocina vacía, el auricularal hombro. Así que respondo:

Bueno, estoy sentada.Han explotado las atuneras, dice

Gould.¿Dónde?¿Cómo dónde? Donde estaban.

Karen, pon atención. Han dinamitado las7 atuneras. Todas explotaron la mismanoche.

No sé qué decir, le digo.La Interpol está investigando, dice

Gould. Tú mantente en calma. Estaban

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aseguradas, pero habrá quereconstruirlas ahora sí que desde elcascajo.

Ya. Desde el. Es decir. ¿Y losatunes?

¿Los atunes qué? No sé nada de losatunes, Karen.

Los atunes están en el mar, en losparaísos, digo. No creo que hayan sidodañados.

Te digo que no pregunté todavíapor los atunes, Karen.

¿En qué mes estamos?, pregunto.Enero, responde la voz por el

teléfono. Háblame mañana, Karen.Tenemos mucho que hacer.

Cuelgo.Pero esta vez no vuelvo a

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desaparecer. Me retienen los atunes.Pienso otra vez en ellos, los atunes. Unay otra vez en los atunes y los atunes.

Pienso: debo bañarme para ir a verqué les pasó a los atunes.

No sé cómo llega a mi tina esa cosa.Estoy por abrir el agua para bañarme ylo recojo de la porcelana blanca de latina. Un pececito de juguete, de plásticohueco. Es un atún, de aleta azul,plateado, con la boquita abierta dondese distinguen los diminutos dientespuntiagudos y la entraña roja.

Lo giro en mi mano y distingo en uncostado 3 letras diminutas marcadas continta roja:

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ARMLa puerta del baño entonces se abre

poco a poco. Espero algo terrible.Pero no, nadie entra.Salgo y no hay nadie en las

escaleras. La puerta se ha abierto por sísola.

En la biblioteca, entro en lacomputadora al sitio de ARM. No mesorprende encontrar en la portada unmensaje en inglés para la prensa y paraKaren Nieto, presidenta y fundadora deTrue Blue Tuna, ingeniera de matanzashumanitarias.

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¡Felicidades, Karen Nieto!Siete fiestas de colores iluminaron

ayer, sucesivamente, la noche en sietecostas de la ruta de migración de losatunes.

Primero, ruidosas, las explosionesque reventaron los edificios; después,los incendios, el hermoso crepitar delas llamas, los golpes de trabescayendo, el escándalo de las paredesderrumbándose; y al amanecer lascolumnas grises de humo,ascendiendo…

Te lo advertimos, somos gentemortalmente seria. Luchamos por lavictoria y luchamos por los inocentes,hemos cruzado la línea de la noviolencia y ya nada nos detendrá.

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Terror con terror se paga.Asesinato con asesinato. Éste esnuestro cálculo: doce asesinos deanimales morirán para que lahumanidad se entere de que suscrímenes ya no serán impunes: tresvivisectores, tres «científicos»torturadores, tres grandescomerciantes de carne y piel animal ytres ingenieros en matanzas.

Ahora, querida Karen Nieto, es tuturno de morir.

Por los animales siempre, hasta lavictoria.

ARM

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19

Según habría de contármelo Yasuko, elavión tocó con sus ruedas la única pistadel pequeño aeropuerto de Puerto deCaeiro mientras el sol apenas asomabauna raja de fuego en el horizonte.

Gould bajó la escalerilla enbermudas caqui, con sus eternoshuaraches de suela de llanta de tráiler y

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la cachucha de beisbol roja, seguido deella, Yasuko, muy formal en un trajesastre gris, la correa del portafolio alhombro.

Bajaron del taxi en el lugar dondehabían estado las construcciones de laatunera y ahora una huerta de olivos ylimoneros brillaba con la luz plateadade la madrugada.

Donde antes estuvo el muelle delos buques, estaba una banqueta depiedras blancas, pero antes, bajo laúltima hilera de limoneros esperaba Yo,de pie a un lado de una mesa de madera,en camiseta y vaqueros y sandaliasblancas, el mar sereno a mis espaldas,liso.

Les alargué la mano y entonces

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supieron que algo importante me habíaocurrido desde la última vez que nosencontramos, porque nunca les habíaofrecido mi mano.

Gould me la tomó con la suya, se laapreté con cuidado sintiéndole con eldedo gordo cada uno de los 5 huesosque parten de la muñeca, y Yasuko dudóantes de darme también su mano. Se laapreté también con sumo cuidado.

Desde mi llegada a Puerto Caeiro,había estado practicando durante 2semanas cómo tomar manos ajenas. Ladel portero disfrazado de almirante de laentrada del hotel. La de los 4recepcionistas detrás del mostrador demármol blanco. La de las camareras queentraban a limpiar mis cuartos. Cada

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mañana y durante una semana la de cadaobrero de los que se llevaron el cascajode la atunera explotada. Y a la semanasiguiente, la de cada obrero de los queforraron el suelo de pasto y plantaronlos limoneros.

Hola, decía Yo, y alargaba la mano.Y debía vencer primero el miedo y

luego la repugnancia de tomar una cosatan desnuda y tan tierna y tan llena dehuesos como una mano de mamíferobípedo.

¿Cuándo plantaron los árboles?, empezóGould la conversación, los ojos azuleschispeando.

Y Yo le solté por fin la mano a

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Yasuko y los 3 nos sentamos a la mesa.Le informé:Se llevaron las ruinas y hace una

semana mandé traer los limoneros yplantarlos. Ya estaban así de crecidoscuando los plantamos, precisé.

No me digas, dijo Gould, queestaba de buen humor. Cuéntanos ahorade ti. ¿Cuánta gente fue al entierro de tutía?

Nada más Yo.¿Invitaste a más gente?, preguntó

Yasuko, que siempre hace preguntas muyagudas.

No, dije. Mi tía era la sociable, yya estaba muerta.

Ajá, dijo Gould. ¿Y cómo estás tú,querida Karen?

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Sentada.Muy cierto, dijo Gould,

sonriéndome. Estás muy sentada.Yo me casé, me informó él, y se

quitó la gorra roja de beisbol y mepareció que algo raro tenía.

Me casé con la jefa de mi oficinaen Shanghai, te acuerdas de ella, unamujer china alta, delgada, que te recibióla última vez que me visitaste en lasoficinas de China.

No la recuerdo, dije.Cómo no, dijo Gould. Alta,

delgada, con pelo negro y un chongo.Una belleza.

No la recuerdo, insistí.No puede ser, insistió Gould. Te

llevó a lonchear, Karen.

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No la recuerdo, repetí.Yasuko medió entre nosotros:Sigamos adelante.Bueno, sigamos, dijo Gould, pero

volvió a la señora china parainformarme:

La cosa es que se embarazó, noscasamos, compré una casa en SanFrancisco, en la playa, y desde ahítrabajo. A diario corro por la playa ymonté un gimnasio en la casa. Deboprepararme físicamente para criar a estehijo inesperado. Quiero decir, necesitovivir otros 25 años por lo menos.

¿Hasta los 104?, le pregunté,sumando a sus años 25 más.

¿Por qué no?, dijo Gould. Mimadre tiene 96 y está lúcida y llena de

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planes.Entonces noté lo que tenía de nuevo

Gould:Te salió pelo en la cabeza, dije.Gould se rió:Sexo diario hizo que me saliera de

nuevo pelo.¿De verdad?, pregunté.No, dijo él. Me lo implantó un

cirujano.Lo dijo y lejos en el mar saltaron

muy alto y a un tiempo 3 delfines.¿Qué fue eso?, preguntó Yasuko.3 delfines, dije. Amplié el paraíso

un ciento de metros y dejé entrardelfines también.

¿Y cuándo comenzamos laconstrucción de la atunera?, preguntó

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Gould.Una persona con dones

diplomáticos seguramente lo hubieraexpresado de otra forma, pero misconexiones neurológicas son otras, ydije:

Nunca.Gould puso cara de preocupación

. Yasuko de sorpresa 000. Yo no me

preocupé por poner ninguna cara, perome expliqué.

He tenido una idea original en todami vida, empecé. Una idea que me hatomado 13 años pensar. Que de hecho nisiquiera he pensado Yo en mi cabeza,sino en colaboración con otros.Enumeraré las partes en que se nos fueocurriendo.

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Me encanta tu orden mental, dijoGould. Continúa.

Dije:

1.

Hace 13 años pensé en una pescadel atún sin violencia nicongelación. Una pesca de atúnamarillo humanitaria.

2.

Hace 11 años, Gould se apareció enmi casa de Mazatlán y cambióvarias cosas en la idea. Cambió elatún de aleta amarilla por el dealeta azul, cambió el océanoPacífico donde pescábamos por elocéano Atlántico y cambió elmercado de la pesca, pensó cómovenderla en Asia, Europa, Australiay América.

Así es, intervino Gould.

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3.

Luego, hace 4 años, gracias a unasugerencia de los atunes, se meocurrió construir en nuestras 7atuneras paraísos para engordar lagrasa de los atunes y condimentarsus carnes.

4. Hace 3 años, los atunes colaborarondesovando en los paraísos yfertilizando los huevos.Así es, dijo Gould. Hay que

aplaudirles la cooperación a los atunes.Seguí:

5. Y este año, ARM colaboródestruyendo la fase industrial delproceso.Yasuko abrió grande la boca, luego

preguntó:¿ARM colaboró?

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Es correcto, dije.Silencio, le ordenó Gould.Me preguntó amistosamente:¿Dices que esos terroristas

cooperaron con nosotros… en qué?Al destruir la fase industrial de la

matanza, repetí.Gould se frotó las manos,

enervado, y dijo:¿Y a ti te parece una colaboración?Es correcto, confirmé. Gracias a

ellos, ahora estamos agrandando lasjaulas de los paraísos en las 7 atuneras ydejando entrar delfines. En Nogocortambién han entrado tortugas, que estambién una buena idea, porque comenaguamalas.

A lo lejos en el mar, 4 atunes

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saltaron cerca de la isla de corales, ycayeron con un chasquido al agua, comosi estuvieran oyéndonos hablar de ellos.

¿Y los buques de pesca?, preguntóde pronto Yasuko paseando la miradapor el mar sin buques.

Ya no son necesarios, dije. Losenvié a Mazatlán, donde vendrán avisitarlos algunos posiblescompradores.

Gould volvió la cabeza a laderecha y se sobó el cuello, paradestensarse. Luego me miró a los ojos, yYo naturalmente desvié la mirada.

Karen, dijo con firmeza. Noentiendo qué propones.

¿Cuál es la fase 6 y final de mi granidea?

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Eso, ¿cuál es, Karen?Respondí:Ya no pescar atunes.Yasuko:Pero somos una empresa atunera.Yo seguí:Pero ya no es necesario pescar más

atunes. En los paraísos, cada año vamosa cuadriplicar la población de atunes, ycada 2 años, según calculo, vamos aaumentar un tercio su tamaño.

Ajá, dijo Gould, ya entiendo. Sí, sí,ya entiendo. En los paraísos van aaumentar los atunes, en número ytamaño, así que no es necesario pescarmás atunes.

Eso es correcto, asentí.Ajá, estoy entendiéndote más y

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más, dijo Gould. Vamos a lograr eso yprecisamente mientras el atún en marabierto cada año estará achicándose yencareciéndose más.

Así es, dije.Gould siguió haciendo cuentas:Es decir, que si en 2 años

desaparece el atún de los mares, comopronostican tus amigos locos de ARM, osi es en 10, como pronostica el ICCAT,nosotros tendremos la única reservaviva del planeta.

Eso es correcto, dije.Gould reunió las palmas de sus

manos, feliz.Eres un genio, querida Karen. Será

un tesoro. Con los precios actuales, 180mil euros por un atún de 200 kilos, ya lo

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sería, pero para cuando desaparezcanlos atunes en mar abierto los nuestrosvaldrán 10 o 20 o 30 veces más.

¡Joder!, exclamó Gould, y segolpeó varias veces el muslo con lapalma, los ojitos azules encendidos.¡Joder! ¡Joder, Karen! Podemos estarhablando de 6 millones de euros por unatún de 300 kilos.

Querida Karen, dijo muy suave,será como tener en un banco lingotes deoro de 300 kilos, nada más que nuestroslingotes tendrán aletas.

Se carcajeó, encantado.Luego preguntó:¿Y luego, cuándo los matamos?De nuevo, alguien diplomático

hubiera dado más vueltas antes de

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responder como Yo:Nunca.Ajá, dijo él.Sacó de la bolsa de su camisa un

puro. Preguntó con cara de curiosidad:¿Y si ya nunca hay matanza, cómo

ocurre la ganancia?La ganancia, dije exasperándome,

está en multiplicar los atunes y su peso.Es obvio, ¿o no?

No, no es obvio, dijo Gould.Mordió el puro, le acercó la flama

de un encendedor, jaló aire, sopló unchorro de humo oloroso a vainilla, einsistió:

Te vuelvo a preguntar lo mismo deotra manera. ¿Dónde está el superávit dela operación? ¿Dónde está la diferencia

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entre el costo y el cobro? ¿Estoyhablándote en arameo, Karen? ¿Dóndeestá la jodida ganancia para True BlueTuna?

Ahora él también se habíaexasperado.

Dije, alzando la voz:No hay ganancia para True Blue

Tuna, nada más hay ganancia para losatunes. Para True Blue Tuna de hechohabrán sólo costos, los costos demantener los paraísos.

Yasuko se cubrió la cara con unamano.

Ajá, dijo Gould. Cambió suposición en la silla.

Ajá, volvió a decir. Se abrazó elpecho con ambos brazos, como para

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protegerse de un golpe mío.Le reclamé:¿Qué es lo que no se entiende? Es

una idea muy sencilla.No, Karen, dijo apretándose Gould

más el pecho con sus brazos, es una ideaextraordinariamente difícil de entender.Es más, está doliéndome la cabeza detratar de entenderla. ¿Vamos amultiplicar atunes nada más paramultiplicarlos?

Eso es correcto, le confirmé.Gould dijo:Pues entonces no es posible.¡Por supuesto es posible!Gould alzó la voz aún más que Yo:¡¡No lo es, Karen!! True Blue Tuna

es una empresa movida por su propio

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interés. Sus socios y sus empleadostrabajamos por propio interés. El interéspropio mueve al mundo. Según nosenseñó Darwin hace 150 años, lasespecies todas se mueven por propiointerés. Combaten o colaboran porpropio interés.

Yo no tengo Dios, confesó como dela nada Gould.

Y se desabrazó y lanzó, furioso, elpuro al mar.

Siguió:Mi única guía para determinar si lo

que hago es bueno o malo es si operapara mi interés propio. Así que veto elproyecto, querida Karen, es decir, hastaque logremos imaginar la manera en quehaya ganancia para ti y para mí y para

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los empleados de True Blue Tuna, nosólo para los atunes.

Respiró profundo para serenarse ydijo:

Ahora que no será difícil, si unotoma en cuenta que tendremos esareserva de lingotes de oro con aletas.

Sonrió.Y Yo le grité en la cara:¡¡Ay, ya Gould!!Sorprendido, él preguntó con

suavidad:¿Ay, ya Gould qué?Se lo dije:Éstos son los hechos: tú tienes

otros negocios y te vas a morir pronto detodos modos, aunque tengas pelo nuevo,y Yo también me voy a morir pronto de

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todos modos.Gould estalló:¡No me digas tú cuándo voy a

morirme! ¡Y no me digas que mi dineropagará 7 reservas gigantescas de atunesme guste o no me guste! ¡Lee mis labios,Karen!

Me fijé en sus labios, para leerlos.Pronunciaron:El proyecto está vetado. Es mi

derecho como socio mayoritario.No, dije tranquila, mirando al

cielo, que se había nublado. Mi tía meheredó sus acciones. Yo soy la sociamayoritaria de True Blue Tuna.

Una gota cayó en mi nariz.De sesgo miré a Gould, sus ojitos

azules se movían inquietos, pasaban y

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repasaban la mesa con la mirada.Mirada que busca la fuga, se llamatécnicamente.

Una gota cayó en la mesa.Dime una cosa, dijo Gould

volviéndose hacia el mar, y sus ojitosbuscaban todavía la fuga. ¿Cuándo se teocurrió esta fantástica idea?

Después de que enterré a mi tía yde que las atuneras explotaron, fui a altamar a bucear. Y ahí, con media cabezafuera del agua, pensé la parte 6 de migran idea.

¿Así que te vino el pensamiento ala mente, sin más?

Una gota cayó sobre Yasuko.No, fue muy despacio, dije, se me

terminó de formar 3 días y 3 noches

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después.Ajá, dijo Gould.Y sus ojitos se clavaron, con fijeza,

en los míos: mirada depredadora, sellama técnicamente. Susurró:

Voy a matarte.Me alcé en pie y di 3 pasos atrás.¡Voy a lanzarte un ejército de

abogados!, amenazó Gould, poniéndosea su vez en pie. ¡Seguro existe una figuralegal para este abuso!

Lo que me hizo entender que lo dematarme era sólo una metáfora y Gouldseguía encerrado en la burbuja humana,así que regresé a sentarme en la silla yél también se sentó y dijo:

Y cuando mis abogados terminencontigo, no tendrás ni una moneda en el

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banco y probablemente estarás en unacárcel. Por lo pronto sólo te digo esto.Eres una idiota.

Lo pensé con cuidado y dije:Eso es correcto.Pero Gould siguió con cara de

furia:Sólo a una idiota se le puede

ocurrir invertir dinero para gananciaexclusiva de los atunes.

Dije otra vez:Correcto.No, no me estás escuchando, idiota,

dijo Gould. ¡Escúchame, idiota!Puse cara de escucharlo.Antes de firmar los contratos de

True Blue Tuna tu tía Isabelle me loadvirtió: quiero que sepa, me dijo, que

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mi sobrina es una persona peculiar, unaidiota con áreas brillantes. Por si no locreía, me mostró tus pruebaspsicológicas donde se te clasifica entrelos imbéciles y los idiotas, en efecto conunas áreas de inteligencia superior. Perono sé por qué dudé siempre de quefueras una idiota. Bueno, ahora lo sé concerteza, Karen: eres una idiota profunday yo debo de tener algo también deidiota para no haber supuesto que alfinal una idiota haría algo brutalmenteidiota como esto.

Hasta una idiota como Yo me dabacuenta de que Gould quería dañarme consus palabras y le dije:

Te pido un favor, Gould. No medigas otra vez idiota.

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Dijo:Imbécil.Y 9 gotas cayeron, una tras otra,

sobre nosotros.Me alcé de la silla. Temiendo lo

peor, Gould se alzó a su vez de la silla yretrocedió 2 pasos, lo que fue su manerade colaborar para que lo peor, en efecto,sucediera: lo abracé por la cintura, lodeposité sobre mi hombro, pataleabacuando lo cargué a la orilla de labanqueta.

¡No lo hagas!, gritó Yasuko. ¡Tiene79 años!

Lo dejé caer al agua picada degotas de lluvia, al ancianito Gould.

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Llovió la mañana entera sobre Puerto deCaeiro.

Y en la tarde llovió. Y en la noche.Y siguió lloviendo los días y las nochesque siguieron.

Una lluvia gruesa y pesada yconstante.

Se le escuchaba golpear los techosde teja roja de Puerto de Caeiro ygolpear las hojas de los árboles y elasfalto de la calle y en los canales deagua que recorren el pueblo sonaba plufpluf pluf.

La lluvia trepó las escaleras de lacatedral de la plaza central y desde micuarto la vi abrir sus puertas de maderay entrar al templo.

El día 3 de la lluvia torrencial,

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granizó.Bajo el bombardeo de los granos

de hielo, el pueblo retumbaba. Losperros ladraban detrás de las puertas,asustados, y un hombre salió de la casade enfrente con un paraguas para cruzarla calle, pero el paraguas se le agujereóy corrió bajo la granizada muerto demiedo de vuelta a la puerta.

Luego ya nada más siguió la lluvia,densa, tupida, borrando el cielo y elmundo, y colándose por los techos a loscuartos. Me trajeron al cuarto cubetas yollas que coloqué por todo el tapete.Goteaba dentro de ellas y había quevaciarlas en la tina, una y otra vez.

La lluvia subió al inodoro,burbujeando y café.

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Los perros se paseaban cabizbajosencerrados en las casas. En la ventanadel piso 2 de la casa de enfrente, unhombre pasaba las horas fumando y conlas 2 palmas de las manos en el cristal.A veces, su mujer lo jalaba por elhombro y él se apartaba del cristal yentonces él y ella se rondaban comoanimales enemigos. A veces se soltabanbofetadas y patadas y a veces pateabantambién a sus hijos y a su perro y Yoveía que abrían grandes las bocas paragritar, o eso parecía desde lejos, porqueningún otro sonido existía sino el de lalluvia.

Pensé en Nunutsi, a quien se leerizaba el pelaje blanco un instante antesde los relámpagos. Pensé en mi tía,

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enterrada bajo el sol seco de Mazatlán.Pensé en los atunes del paraíso dePuerto de Caeiro, refugiados de seguroen la capa 2 del mar, la capa verde,viendo el techo del mar picado por lalluvia desde hacía una eternidad.

Cesaron los teléfonos, se cortó laluz.

En el vestíbulo del hotel, donde losmuebles estaban cubiertos con plásticosgruesos y uno se tropezaba a cada ratocon ollas y cubetas, alguien iluminadopor una vela dijo que esto ocurría por elcambio climático, y por lo tanto eraculpa de los países desarrollados,alguien más desde la oscuridad dijo queno, era el diluvio que bajaba y la culpaera de los humanos, que habían irritado

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a Dios, por bígamos y alcohólicos,porque no aman a sus hijos ni a suspadres, y que deberíamos construir unArca de Noé, y Yo los dejé discutiendosi al centro de todas las causas quecirculan el Universo está el ser humanoy sólo el ser humano o está el serhumano y Dios, obsesionado por lo quehace o no el ser humano.

Esa noche tuve un recuerdo o unafantasía terrible. Yo, que no tengo casinunca fantasías o recuerdos.

Llovía en algún lugar de mimemoria, o de mi fantasía, Yo bajabacorriendo unas escaleras como las de lacasona de Mazatlán y una mujer terriblecon el pelo negro enmarañado venía trasde mí con un cigarro encendido en los

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labios. Yo era una niña, estaba desnuday sucia, la mujer estaba en un camisónrosa de seda, y olía a un perfumepicante, y me lo colocaba en el pecho, elcigarro encendido, Yo gritaba pero lalluvia borraba mis terribles gritos, metiraba contra el vidrio de una ventana,caía 2 pisos abajo, en el lodo, y untriángulo de cristal caía y se clavaba enmi espalda, ahí donde ahora está miherida rugosa como un zípertorcidamente cocido, la sangre brotabade la larga herida al tiempo que la lluviala limpiaba.

Abrí la ventana, saqué mi cabeza ala lluvia y ya nada pensé, la lluvia nodejaba espacio para que sonara ningúnpensamiento.

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Entonces vi en la casa de enfrente aun niño en camiseta y calzones jugando aser su padre. Fumando y con ambaspalmas en la ventana. Luego se movió yno lo vi, se abrió la puerta de la casa yel niño en calzones y camiseta sacó a lalluvia una caña de pescar.

Hola, autista, lo saludé con lamano, pero con tanta lluvia no meescuchó.

Le llamé por celular al piloto de miavión, para que lo preparara para partiresa tarde, pero me respondió en SanFrancisco, Estados Unidos, que Gould lehabía ordenado olvidarse de mí y elavión ya no era mío, así que salí en untaxi bajo la lluvia al aeropuerto y toméel primer avión que se atrevió a levantar

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el vuelo entre la lluvia.Mientras cruzábamos las nubes gris

plomo, hice algunas cuentas sobre mivida, entre relámpagos:

Cumplo en una semana 42 años.Terminaré de convertir las atuneras enparaísos aptos para el nacimiento deatunes a mis 45. Las mujeres Nietosufrimos un derrame cerebral a los 67.Por lo tanto, terminada la reforma de losparaísos, me restarán pues 22 años devida. Me restan también varios millonesde dólares en el banco. Puedo puesmantener los paraísos de atunes vivoshasta mis 66 años.

Entonces, en ese enero todavíaremoto, mandaré abrir las rejas de cadaparaíso, y la multitud de delfines y

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atunes saldrán al mar abierto,entusiasmados por el tamaño de sunuevo hogar, el mar enorme, yemprenderán aprisa la ruta de miles dekilómetros de su migración, inscritacomo un mapa en su ADN.

O no. Tal vez el mapa de sumigración no esté escrito en su ADN.Tal vez nada más estará escrita en lamemoria de los atunes más viejos de latribu, los atunes cercanos a los 30 años,y los atunes jóvenes asomarán de lasrejas abiertas con temor, hasta que losatunes viejos tomen la delantera ytitubeantes avancen, guiando, tratando dereconocer las señales del viaje.

O tampoco. Tal vez la ruta del nortehelado al sur cálido se haya extraviado

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aún de la memoria de los atunes viejos yno esté escrita en ninguna parte, como escierto de buena parte de lo que sucedeen el planeta. Entonces habrá queescoltar con 2 buques a la numerosa yvacilante tribu de atunes ese año 1 de sunueva libertad.

Defenderlos de los tiburones y lasballenas asesinos que puedan acercarse,si es que para entonces todavía existenen el mar ballenas y tiburones. Rociar elmar con anchoas y camarones cuandoese día no encuentren alimento. Viajardespacio a sus flancos cuando latormenta reviente durante días y nochesel cielo y sacuda el techo del mar. Yconsultar a menudo la brújula y lainformación satelital, para redirigirlos

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hacia el calor.En fin, tenerles paciencia, como si

fueran de lento aprendizaje, es decir,como si fueran Yo, mientras aprenden amoverse de nuevo rápidos y seguros enese año 1 de su nueva libertad.

Tal vez igual en el año 2. Incluso enel año 3.

Después no sé cuál será la suertede los atunes. De lo que suceda despuésde mi muerte, no puedo hacerme cargo,supongo.

Por lo pronto en Mazatlán me dediqué acumplir con los deseos del testamentode mi tía Isabelle.

Le llevé a la Gorda un cheque.

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Resultó que vivía en una barriada depobres en una casa de cemento y techode lámina con 2 hijas, 8 nietos y 10gatos atigrados. Me recibieron todosafuera de la casa, en un patiecito de pisode polvo bordeado de cactus, con lascaras en blanco. Le entregué el cheque ala Gorda y esperé que me dijera graciaso algo así, pero ella nada más miraba elcheque, como si jamás hubiera visto uncheque o no lograra descifrarlo, así queme eché a andar hasta que oí unaconmoción y me volví y la vi desmayadaen brazos de su gente.

En su vieja oficina le entregué aPeña las escrituras de Atunes ConsueloS. A. de C. V. Creí también que elmaldito autista me diría gracias, o algo

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así, pero contestó:Ahora vuelvo, y salió de la oficina

llevándose las escrituras y dando unportazo.

Por la ventana polvosa miré los 4muelles paralelos con 20 barcos. Así,con 20 barcos los había conocido Yo.Luego de ir rematando 15 barcos, mi tíahabía reinvertido sus ganancias de BlueTrue Tuna para resarcirlos a la atunerade su abuelo y ahora le regalaba todo asu gerente general.

Peña volvió con la cara muycolorada y las escrituras en una mano ytomó asiento al escritorio.

De nuevo esperé que dijera graciaso algo así, pero lo que hizo fue ponersea ordenar excitadamente los 10 lápices

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de su escritorio, reuniéndolos en gruposde 5, luego en grupos de 3, y toda esafebril actividad lapicera mientras meexplicaba por qué mi tía Isabelle lo quele heredaba era un problema imposible.

El embargo estadounidense a losatunes mexicanos por fin se habíalevantado, me contó. Se pagó una fortunaa cabilderos para que por fin loscongresistas norteamericanosreconocieran que los delfines habíandejado de ser asesinados en las pescasmexicanas, pero lo que a nadie se leocurrió es lo que sucedió acontinuación. Las latas de atún mexicanocruzaron la frontera, previsiblementeMares Limpios les negó otra vez laetiqueta dolphin safe bajo el viejo

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argumento de que aún si en las pescasmexicanas no eran dañados delfines, síhabía delfines presentes que setraumaban de por vida, pero loincomprensible fue que los dueños delas cadenas de supermercadosprefirieran el dictamen de MaresLimpios al de su Congreso y susanaqueles siguieron repletos de latas deChicken of the sea y otras marcas deatún blanco y nuestras latas fueronrecibidas nada más en los pequeñossupermercados de las zonas deinmigrantes mexicanos, que las prefierenporque les recuerdan su patria, y dondelos dueños mexicanos tienen que repelerataques de pandillas ecológicas.

¿Repeler ataques?, pregunté. No

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entiendo, dije.Repeler heroicamente ataques,

confirmó Peña, y metió un lápiz nuevo ysin punta en su viejísimo sacapuntaseléctrico. Los ecologistas gringos llegana los supermercados a robarse todas laslatas de atún mexicano y los dueñosmexicanos los corren a escobazos. Y espor eso que yo no puedo aceptar 2cláusulas de la cesión de AtunesConsuelo S. A. de C. V.

1.a cláusula no aceptable: ¿por quédebe Atunes Consuelo reformar elmuseo de Ciencias Naturales deMazatlán?

Lo dijo, y sacó por fin delsacapuntas el lápiz que había sido nuevoy ahora era una mitad de lápiz, y lo

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guardó con cara de orgullo en un vasorepleto de medios lápices de puntapicuda.

Qué idiota este Peña: lo pensé y lerespondí: Para que sea de cienciasnaturales del planeta Tierra.

Y 2.a cláusula no aceptable, siguióPeña, ignorándome, ¿por qué AtunesConsuelo debe mantener mientras existael comedero de sopa de atún para losmuertos de hambre?

Le respondí:Porque si no regréseme las

escrituras, Peña.Alargué la mano y tomé las

escrituras, pero Peña me las arrebató ylas guardó en un cajón de su escritorio,que el puto autista cerró de golpe.

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Y es por eso que Mazatlán tiene unrespetable museo de ciencias naturales yun comedero gratuito donde a diario sesirven alrededor de 1.200 platos desopa de atún.

Luego, les deposité a las parejas de mitía su dinero. De lo que hizo el Pelóncon él nada supe, lo que no es raro dadoque no supe nada de él durante todos losaños que vivimos juntos Yo, él y mi tía.Del doctor recibí una carta de 8 hojas,que perdí sin haber leído. Y de lasinversiones del pintor zapoteco sí meinteresé.

En su pueblo natal, Nopaltepec, enVeracruz, compró la ruinosa catedral y

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el convento vecino que ocupan la cimade un cerro. Los vació de crucifijos,santos y reclinatorios, y plantó en todala superficie de los suelos un jardín decactáceas y piedras poblado delagartijas, iguanas y camaleones.Desconectó los cables de la empresafederal de electricidad y forró los techoscon celdas solares para convertir el solen energía, tumbó de las 3 cúpulas rojasde la catedral las cruces de piedra y enel lugar de cada cruz puso una turbinacon sus aspas móviles en forma de Ypara transformar el viento enelectricidad. Se reservó una celda demonja para dormir, otra para guardar suslienzos y una azotea para pintar, y elresto del espacio se encuentra abierto a

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los reptiles y la gente, que se pasean porese jardín botánico como si fuera suyo.

Un templo darwinista, lo llamo Yo.Algunas noches no alcanza la

electricidad generada por las celdassolares y las turbinas y todo se quedaoscuro y quieto y nada más se oye a laschicharras chirriar: me lo escribió elpintor, y también su ingenioso remediopara sobrevivir esas largas nochesoscuras.

Meterse en la cama y dormir.Por esos días arrestaron a 5 tipos

en Londres. Los 5 juraron que no sabíanqué era ARM, ni mucho menos TrueBlue Tuna, pero en el departamentodonde cohabitaban la Interpol encontró 3kilos de dinamita y en una computadora

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más de 100 consultas a la páginabuiltyourownbomb.com.

El detective Iñaki Belloso meescribió pidiéndome un dibujo de cadauno de los hombres que me secuestraronen París. Le envié los dibujos de los 5señores con sus lentes negroscubriéndoles la mitad del rostro.

Los 5 fueron fotografiados con loslentes negros que también se encontraronen su departamento. Las fotografías sepusieron lado a lado de mis dibujos.Eran idénticos, me escribió Belloso. YYo entendí que exageraba, hacía unametáfora. Pero el juez juzgó que misdibujos eran suficiente prueba paraencarcelarlos.

Los 5 están pues en la cárcel

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esperando juicio, sin confesar su culpani el nombre de los cómplices queestallaron mis atuneras, y se handeclarado en huelga de ayuno, porquecomer las salchichas y el caldo grasosode pollo que les dan de comer a losreclusos les parece una violación a susderechos humanos, pero sobre todo a losderechos de los pollos y los cerdos, ymientras tanto en la página de ARMaparecen los datos de una cuenta debanco para cooperar con un comité quepretende llevarles cada día comidavegetariana.

Cooperé con 2 libras esterlinas.

Y de nuevo, en Puerto de Caeiro, llovía.

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Pregunté y me informaron que no,no era la misma lluvia de hacía 10 días,había escampado, todo el mundo sehabía ido a la playa o a velear, y ahorala lluvia había vuelto.

Así que en mi cuarto de hotelempecé a escribir este libro.

Este libro tecleado al ritmo de lalluvia.

Cuando lo termine, me dedicaré alos paraísos de atunes de aleta azul ycuando los termine, aún me sobrarán 22años de vida, pero no me angustia. Dejaren paz a los atunes en sus paraísos paraque crezcan y se multipliquen será muysencillo, cosa básicamente de dejarlosen paz, y qué haré con el resto de mitiempo, ya mi cuerpo lo hará.

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Igual que los pájaros cantan alamanecer por exceso de energía, igualque una rama por exceso de savia vaformando el tallo y luego un limónredondo, así Yo también tendré quéagregar al planeta Tierra.

Y lo dicho, en algún momento,igual que un limón por exceso de pesose desprende de la rama y cae a la tierramaduro, Yo caeré a la tierra por underrame cerebral.

Sobre el título de este libro, recorrívarias posibilidades mientras loescribía.

1. Yo y el atún, que somos losprotagonistas de esta historia.

2. Yo y el atún y mi tía, porque megustaría invitar a mi tía al título del

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libro.

3.

Existo, luego (y con dificultad)pienso, que describe lo que ha sidomi condición y mi ventaja sobre loshumanos standard.

4. La fascinante coincidencia de serYo.

5. Y por fin, Yo que buceé dentro delcentro del mundo, un título al que leveo algunas dificultades.

a. Suena raro, creo. Está mal escrito ono sé qué.

b.

No tiene nada que ver con lo que heescrito hasta acá, y es que se refierea la tarde en alta mar en que conmedia cabeza fuera del agua terminéde pensar la fase 6 y final de la

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única idea original que he tenido enmi vida, una experiencia que hedecidido no contar, porque me dapudor.

Pero, bueno, sigue lloviendo en Puertode Caeiro, así que sí contaré de esatarde. Y en cuanto al título de este libro,dejaré que algún experto en títulos, quelos debe de haber, elija el de este libro.

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20

El comunicado de ARM, dirigido a mí,decía:

Éste es nuestro cálculo: doceasesinos de animales morirán para quela humanidad se entere que suscrímenes ya no serán impunes: tres

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vivisectores, tres «científicos»torturadores, tres grandescomerciantes de carne y piel animal ytres ingenieros en matanzas.

Ahora es tu turno de morir.

La verdad, el plan de ARM mepareció convincente.

Convincente: capaz de mover aalguien para hacer algo.

Pensé: tal vez esto es lo mejor quepueda hacer Yo por los atunes y losotros peces grandes del mar: morirme.

Me arrodillé ante el cuadrángulo depiedritas blancas de la tumba de mi tía yle pregunté qué opinaba. Pero no teníaninguna opinión mejor que el silencio.

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Así que decidí acatar la sentenciade ARM. Finalmente, muerta mi tía nose me ocurría para qué vivir.

Vestida en mi traje de buzo trepéentonces a la lancha, encendí el motor yenfilé en línea recta hacia el horizonte.

En alta mar, me colgué a la espaldael tanque naranja, me calé el visor,mordí la boquilla y revisé según larutina usual mis relojes: el deprofundidad, el de tiempo y el depresión del tanque de oxígeno.

Estaba por fijar la alarma del relojdel tanque, para que me alertara cuandorestaran 5 minutos de aire y Yo pudieraentonces volver a la superficie, pero meacordé que el plan era matarme, y no fijéla alarma.

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Me senté en el borde de la barca yme dejé caer hacia atrás, dentro delagua.

Crucé la primera capa turquesa.Seguí cayendo por la segunda capa

verde.Crucé la capa azul clara.Y en la capa azul profundo, aleteé

buscando una piedra lisa.Como siempre, deposité en la

piedra lisa la cabeza, y esperé que micuerpo bajara despacio a la arena.Inhalé hondo el oxígeno, lo exhalé y unaefervescencia de burbujas plateadas meenvolvió la cabeza al tiempo en quesolté la esfera del pensamiento.

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Me quedé ida, mezclada con elmar, como otra piedra azul en el marazul.

Ahora viene la parte que me dapudor contar.

Me volvió en mí una oración:La muerte no sirve de nada.La escuché como una voz delgada

dentro de mí. Una voz que venía desdemi pecho, no mi cabeza. Una voz quepronto se mezcló con el sonido de micorazón golpeando.

Me toqué el pecho, y aunque estabaoculto por mi traje de neopreno, sentíque bombeaba fuerte y arrítmicamente.Así que supe 2 cosas a un tiempo:

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1. Había recién decidido siempre nomorirme,

y

2. técnicamente estaba en medio de unataque cardíaco.Como para responderme que así

era, un dolor se extendió desde mi pechoy me atrapó todo el cuerpo. Jalé aire porla boquilla, pero apenas salió aire, elaire del tanque se acababa.

Y me oí otra vez pensar desde micorazón:

Mierda, necesito ayuda. Necesitollamar una ambulancia. O necesito almenos 2 aspirinas. Pero estoy al fondodel mar. Mierda.

Dificultosamente desprendí lacabeza de la piedra plana, la clavé hacia

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adelante y aleteé, jalando por laboquilla hilitos de oxígeno, pero micuerpo, sin fuerzas, no se alzaba delpiso marino, y de pronto lo más extrañoocurrió.

Flotando sin prisa, vino hacia míuna nube de luz. Más preciso, una cosade unos 40 centímetros que irradiabaluz.

La cosa tenía un halo de luz que sehacía grande y luego pequeño alrededorde un rostro luminoso y tranquilo.

Un ángel, pensé, y el dolor me soltócompletamente.

El ángel de los náufragos del queme habló Ricardo, volví a pensar.

Putísima, he muerto, pensé.El ángel alargó, despacio, una de

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sus luminosas extremidades hacia mí.Y Yo levanté mi brazo izquierdo y

con 2 dedos de la mano alcancé a tocarla punta de la mano del pequeño ángelluminoso, que me envolvió los dedos yluego la mano entera y de pronto unadescarga de electricidad me cruzó elesqueleto.

Luego todo se volvió ligero.El pequeño ángel de luz me alzó sin

esfuerzo fuera de la capa azul profundoy en la capa azul claro siguióllevándome por un túnel de luz a la capaverde.

Entonces mi corazón volvió agolpear fuerte y en desorden y el dolorvolvió a atraparme entera y pensé:

La falta de oxígeno produce

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alucinaciones. Lo que ven los que estánasfixiándose son alucinaciones. Losmismos atunes, antes del balazo de aireque los mata, ya boqueando en el aire,mueven los ojos ya ciegos, porque venalucinaciones. Por lo tanto, estoyasfixiándome y este ángel es unaalucinación.

Pensado lo cual, todo poco a pocofue corrigiendo sus formas.

No, no era un túnel por el queseguía ascendiendo tomada de la manodel pequeño ángel. Era una rectacolumna de intensa luz que cruzaba elagua y en cuyo centro ascendía Yotomada de la mano del ángel. Y no,tampoco era un ángel el que me llevabahacia el techo del mar, sino una medusa

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de cabezota pulsante, luminosa yposiblemente venenosa, que me habíaresucitado con una descarga eléctrica yque de ninguna forma me llevaba, másbien huía lo mejor que podía de mí, quela perseguía aleteando.

Solté a la pobre medusa, queliberada se clavó de un tirón hacia loprofundo, y con mi último esfuerzopataleé y mi cabeza cruzó la superficiedel mar.

Escupí la boquilla, me zafé elvisor, y entonces lo que vi es de seguroel mayor milagro que alguien haya visto.

360 grados de mar azul turquesa, yen el cielo de arriba las nubes blancas,abriéndose sin prisa y dejando másespacio al sol, esa esfera de fuego, del

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que descendía no un túnel sino un conode luz que a mi alrededor pintaba dedorado el mar.

Milagro: lo que existe porque sí,sin causa alguna.

Lo extraño, pensé, es queprecisamente Yo hubiera imaginado algosobrenatural, un ángel.

Tomé más aire.Lo extraño, pensé, es que alguien

necesitara imaginar un ángel o cualquierotra cosa sobrenatural, si la realidad lollena todo.

Si cada cosa está donde está, ycada cosa es lo que parece ser.

El mar, pensé, es el mar. El sol esel sol. Y Yo soy Yo.

Ése es el milagro y no hay más que

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agregar.Y sin embargo mi pensamiento

agregó:Yo soy Yo, pero la novedad es que

Yo pienso desde mi pecho. No desde micabeza. Y desde mi pecho pienso porprimera vez sin borrar la realidad y sinque la realidad me borre a Yo.

Más bien la realidad se piensa enYo.

Y lo que piensa no me separa de larealidad. Dije en voz alta, sintiéndomehablar desde el músculo de mi corazón:

Yoooooo.El truco, volvió a pensar la

realidad en Yo, parece ser no matar.No matar la realidad ni dejar que la

realidad me mate a Yo.

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Pensé:¿Podrá ser posible existir así?Existir Yo en el centro de todo lo

demás.Éste es el truco, pensó la realidad

desde mi pecho en el centro de 360grados de mar y sol:

No matar.Distinguí mi lancha, un puntito rojo

en el horizonte, y sentí dentro de mi trajede buzo los primeros escozores delenvenenamiento de la medusa.

En el borde del mar, en la casona blancade Mazatlán, en mi dormitorio deparedes azul claras, colgada del arnés, a1 metro sobre la cama, desnuda, con

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ronchas desde el cuero cabelludo hastalas plantas de los pies, me dediquédurante 3 días y 3 noches a sudar elmaldito veneno de la angelical medusa.

A sudarlo y a fijarme bien cómoconservar mi nueva alineación con larealidad.

Éste es el instructivo que diseñé:1. Estar siempre centrada en mi pecho.

2. Escuchar cómo ahí la realidad sepiensa en mí.Cuando la realidad se suelta de Yoo Yo de la realidad, agarrar otra vezla realidad. Agarrarla con cadasentido. Es decir, agarrar con lasmanos lo que esté cerca, lascadenas del arnés, por ejemplo.Oler y escuchar con cuidado lo que

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3. esté cerca, por ejemplo, por elventanal, el mar. Y mirar conpaciencia la realidad, por ejemplo,el mar, el cielo, el horizonte, o loque haya cerca. Es decir, enchufarsecon cada sentido del cuerpo otravez a la realidad.

Una mañana desperté sin una roncha ycon un hambre furiosa. Desprendí elseguro de la polea del arnés y con ungolpe caí al colchón, bajé de la cama yme vestí.

Guardé en mi portafolios micambio de camiseta y vaqueros blancos,mi rasuradora eléctrica, mi rastrillo y mi

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celular, mi cepillo de dientes y micomputadora, es decir, mis pertenenciasindispensables, y fui al hospital.

El doctor de urgencias me alargópor encima del escritorio 2 fotos enblanco y negro de mi corazón.

Compárelas, dijo. Una es de hace10 años y la otra de hoy.

Como ve, siguió el doctor, laaurícula derecha del corazón estáexpandida. Debe de ser como lo diceusted, tuvo un infarto agudo demiocardio debido a una sobrecarga deestrés que bloqueó la vena cavasuperior. La aurícula derecha bombeóintensamente y por suerte logródesbloquear la vena cava superior y eltorrente sanguíneo volvió a entrar a la

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aurícula, pero en el esfuerzo, lo dicho,su corazón quedó expandido.

El doctor era un señor con la carahinchada redonda y lentes de aroredondos. Le dije:

No por suerte. Por el choqueeléctrico de una medusa.

Su cara se enrojeció y luego semiró en ella la cara de enojo. Tomó deentre mis dedos las 2 fotografías de micorazón y poniéndose en pie me ordenó:

Sígame. Vamos a realizarle variaspruebas de resistencia para conocer suestado físico y posteriormente recetarla.

Salimos de la oficina a un largopasillo blanco por el que el doctor seadelantó con pasos decididos, mientrasYo, con cuidado de no hacer ruido, me

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di media vuelta sobre las suelas degoma de mis botas amarillas y fui alelevador que me llevó a la planta bajadel hospital.

Yo soy mi estado físico, ¿para quénecesitaría una prueba para conocer miestado físico?

Estaba muy bien, con el corazónexpandido dentro del costillar y ya está.

Desayuné en la cafetería delaeropuerto 8 yogures naturales con miel.Y ahí, cucharada tras cucharada y desdemi aurícula derecha expandida, fuepensándose en mí el plan que leofrecería a mi socio Gould, un plan queconfié que a Gould le gustaría mucho.

Y así fue como se completó por finla gran idea que me tomó toda mi vida

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adulta pensar.

Ya no llueve en Puerto de Caeiro.El sol de la mañana es el sol más

amarillo jamás visto y relumbra en lacapa de agua que aún cubre la calle. Loshumanos salen de las casas a ejercer laactividad que les es más esencial, asaber: hablar unos con otros, cosa quehacen muy sonoramente mientras seabrazan y se dan las manos y setoquetean los torsos, como si quisierancomprobar que unos y otros nodesaparecieron en los días y las nochesdel diluvio.

Los niños caminan sobre el agua dela calle, plaf, plaf, plaf, con las

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mochilas a la espalda, plaf, plaf, plaf,ahí va entre ellos el autista con su cañade pescar al hombro, plaf, plaf, plaf, ylas golondrinas negras bajan de lostechos de tejas rojas a la glorieta depasto empapado, donde compiten conlas palomas en picotearlo buscandolombrices, locas de hambre porque nohan comido decentemente durante losdías y las noches de lluvia.

En los canales, las primeras barcasse mueven rumbo al mercado y bajo elagua las primeras carpas rojas nadan endirección contraria hacia la boca delmar.

En la distancia, el mar es una franjade plata, en la capa turquesa del mar delparaíso de True Blue Tuna los atunes

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desayunan bonitos amarillos y en elmarco de mi ventana se viene a parar unpájaro rojo de alas negras, un petirrojo.

Que chifla.Chi chi chi chifla.Y Yo acabo este libro.

Con permiso, voy a tomar un vaso deagua.

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SABINA BERMAN. Nací en la Ciudadde México. Estudié dos carreras

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universitarias, Psicología Clínica yLetras. Cuento historias, ése es mitrabajo. Historias verídicas que narrodetalle por detalle, y entonces llamo alresultado periodismo. Historias donde alos detalles sucedidos agrego detallesque merecieran suceder, entonces llamoal resultado ficción. Historias que seimprimen en papel o que llevan arecreaciones en el escenario o lapantalla.El mar me llena de entusiasmo. En estosoy una bípeda pensante standard: elmar iluminado de sol carga el sistemanervioso de todo animal con energíavital. Paso la mitad de mis días cercadel mar o en el mar. Creo que existo poruna coincidencia. Creo que es fascinante

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existir. Si Descartes afirma «pienso,luego existo», yo estoy segura de queprimero existo y luego (a veces) pienso.

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La mujer que buceó dentro del corazóndel mundo

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