La Muerte y La Brújula

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1 "La muerte y la brújula" Jorge Luis Borges A Mandie Molina Vedia De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan extraño - tan rigurosamente extraño, diremos - como la periódica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de Triste- le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos. Es verdad que Erik Lönnrot no logró impedir el último crimen, pero es indiscutible que lo previó. Tampoco adivinó la identidad del infausto asesino de Yarmolinsky, pero sí la secreta morfología de la malvada serie y la participación de Red Scharlach, cuyo segundo apodo es Scharlach el Dandy. Ese criminal (como tantos) había jurado por su honor la muerte de Lönnrot, pero éste nunca se dejó intimidar. Lönnrot se creía un puro razonador, un Auguste Dupin, pero algo de aventurero había en él y hasta de tahur. El primer crimen ocurrió en el Hôtel du Nord, ese alto prisma que domina el estuario cuyas aguas tienen el color del desierto. A esa torre (que muy notoriamente reúne la aborrecida blancura de un sanatorio, la numerada divisibilidad de una cárcel y la apariencia general de una casa mala) arribó el día tres de diciembre el delegado de Podólsk al Tercer Congreso Talmúdico, doctor Marcelo Yarmolinsky, hombre de barba gris y ojos grises. Nunca sabremos si el Hôtel du Nord le agradó: lo aceptó con la antigua resignación que le había permitido tolerar tres años de guerra en los Cárpatos y tres mil años de opresión y de pogroms. Le dieron un dormitorio en el piso R, frente a la suite que no sin esplendor ocupaba el Tetrarca de Galilea. Yarmolinsky cenó, postergó para el día siguiente el examen de la desconocida ciudad, ordenó en un placard sus muchos libros y sus muy pocas prendas, y antes de medianoche apagó la luz. (Así lo declaró el chauffeur del Tetrarca, que

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Jorge Luis Borges

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    "La muerte y la brjula" Jorge Luis Borges

    A Mandie Molina Vedia

    De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de

    Lnnrot, ninguno tan extrao - tan rigurosamente extrao, diremos - como

    la peridica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de Triste-

    le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos. Es verdad que Erik

    Lnnrot no logr impedir el ltimo crimen, pero es indiscutible que lo

    previ. Tampoco adivin la identidad del infausto asesino de Yarmolinsky,

    pero s la secreta morfologa de la malvada serie y la participacin de Red

    Scharlach, cuyo segundo apodo es Scharlach el Dandy. Ese criminal (como

    tantos) haba jurado por su honor la muerte de Lnnrot, pero ste nunca se

    dej intimidar. Lnnrot se crea un puro razonador, un Auguste Dupin, pero

    algo de aventurero haba en l y hasta de tahur.

    El primer crimen ocurri en el Htel du Nord, ese alto prisma que domina el

    estuario cuyas aguas tienen el color del desierto. A esa torre (que muy

    notoriamente rene la aborrecida blancura de un sanatorio, la numerada

    divisibilidad de una crcel y la apariencia general de una casa mala) arrib el

    da tres de diciembre el delegado de Podlsk al Tercer Congreso Talmdico,

    doctor Marcelo Yarmolinsky, hombre de barba gris y ojos grises. Nunca

    sabremos si el Htel du Nord le agrad: lo acept con la antigua resignacin

    que le haba permitido tolerar tres aos de guerra en los Crpatos y tres mil

    aos de opresin y de pogroms. Le dieron un dormitorio en el piso R, frente

    a la suite que no sin esplendor ocupaba el Tetrarca de Galilea. Yarmolinsky

    cen, posterg para el da siguiente el examen de la desconocida ciudad,

    orden en un placard sus muchos libros y sus muy pocas prendas, y antes de

    medianoche apag la luz. (As lo declar el chauffeur del Tetrarca, que

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    dorma en la pieza contigua.) El cuatro, a las 11 y 3 minutos A.M., lo llam

    por telfono un redactor de la Yidische Zaitung; el doctor Yarmolinsky no

    respondi; lo hallaron en su pieza, ya levemente oscura la cara, casi desnudo

    bajo una gran capa anacrnica. Yaca no lejos de la puerta que daba al

    corredor; una pualada profunda le haba partido el pecho. Un par de horas

    despus, en el mismo cuarto, entre periodistas, fotgrafos y gendarmes, el

    comisario Treviranus y Lnnrot debatan con serenidad el problema.

    -No hay que buscarle tres pies al gato-deca Treviranus, blandiendo un

    imperioso cigarro-.Todos sabemos que el Tetrarca de Galilea posee los

    mejores zafiros del mundo. Alguien, para robarlos, habr penetrado aqu por

    error. Yarmolinsky se ha levantado; el ladrn ha tenido que matarlo. Qu le

    parece?

    -Posible, pero no interesante-respondi Lnnrot-. Usted replicar que la

    realidad no tiene la menor obligacin de ser interesante. Yo le replicar que

    la realidad puede prescindir de esa obligacin, pero no las hiptesis. En la

    que usted ha improvisado interviene copiosamente el azar. He aqu un

    rabino muerto; yo preferira una explicacin puramente rabnica, no los

    imaginarios percances de un imaginario ladrn.

    Treviranus repuso con mal humor:

    -No me interesan las explicaciones rabnicas; me interesa la captura del

    hombre que apual a este desconocido.

    -No tan desconocido-corrigi Lnnrot -. Aqu estn sus obras completas-.

    Indic en el placard una fila de altos volmenes; una Vindicacin de la

    cbala; un Examen de la filosofa de Robert Fludd; una traduccin literal

    del Sepher Yezirah; una Biografa del Baal Shem; una Historia de la secta de

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    los Hasidim; una monografa (en alemn) sobre el Tetragrmaton; otra,

    sobre la nomenclatura divina del Pentateuco. El comisario los mir con

    temor, casi con repulsin. Luego, se ech a rer.

    -Soy un pobre cristiano-repuso-. Llvese todos esos mamotretos, si quiere;

    no tengo tiempo que perder en supersticiones judas.

    -Quizs este crimen pertenece a la historia de las supersticiones judas-

    murmur Lnnrot.

    -Como el cristianismo-se atrevi a completar el redactor de la Yidische

    Zaitung. Era miope, ateo y muy tmido.

    Nadie le contest. Uno de los agentes haba encontrado en la pequea

    mquina de escribir una hoja de papel con esta sentencia inconclusa.

    La primera letra del Nombre

    ha sido articulada.

    Lnnrot se abstuvo de sonrer. Bruscamente biblifilo o hebrasta, orden

    que le hicieran un paquete con los libros del muerto y los llev a su

    departamento. Indiferente a la investigacin policial, se dedic a estudiarlos.

    Un libro en octavo mayor le revel las enseanzas de Israel Baal Shem Tobh,

    fundador de la secta de los Piadosos; otro, las virtudes y terrores del

    Tetragrmaton, que es el inefable Nombre de Dios; otro, la tesis de que Dios

    tiene un nombre secreto, en el cual est compendiado (como en la esfera de

    cristal que los persas atribuyen a Alejandro de Macedonia), su noveno

    atributo, la eternidad, es decir, el conocimiento inmediato de todas las cosas

    que sern, que son y que han sido en el universo. La tradicin enumera

    noventa y nueve nombres de Dios; los hebrastas atribuyen ese imperfecto

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    nmero al mgico temor de las cifras pares; los Hasidim razonan que ese

    hiato seala un centsimo nombre. El Nombre Absoluto.

    De esa erudicin lo distrajo, a los pocos das, la aparicin del redactor de

    la Yidische Zaitung. Este quera hablar del asesinato; Lnnrot prefiri hablar

    de los diversos nombres de Dios; el periodista declar en tres columnas que

    el investigador Erik Lnnrot se haba dedicado a estudiar los nombres de

    Dios para dar con el nombre del asesino. Lnnrot, habituado a las

    simplificaciones del periodismo, no se indign. Uno de esos tenderos que

    han descubierto que cualquier hombre se resigna a comprar cualquier libro,

    public una edicin popular de la Historia de la secta de los Hasidim.

    El segundo crimen ocurri la noche del tres de enero, en el ms

    desamparado y vaco de los huecos suburbios occidentales de la capital.

    Hacia el amanecer, uno de los gendarmes que vigilan a caballo esas

    soledades vio en el umbral de una antigua pintorera un hombre

    emponchado, yacente. El duro rostro estaba como enmascarado de sangre;

    una pualada profunda le haba rajado el pecho. En la pared, sobre los

    rombos amarillos y rojos, haba unas palabras en tiza. El gendarme las

    deletre... Esa tarde, Treviranus y Lnnrot se dirigieron a la remota escena

    del crimen. A izquierda y derecha del automvil, la ciudad se desintegraba;

    creca el firmamento y ya importaban poco las casas y mucho un horno de

    ladrillos o un lamo. Llegaron a su pobre destino: un callejn final de tapias

    rosadas que parecan reflejar de algn modo la desaforada puesta de sol. El

    muerto ya haba sido identificado. Era Daniel Sim Azevedo, hombre de

    alguna fama en los antiguos arrabales del Norte, que haba ascendido de

    carrero a guapo electoral, para degenerar despus en ladrn y hasta en

    delator. (El singular estilo de su muerte les pareci adecuado: Azevedo era el

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    ltimo representante de una generacin de bandidos que saba el manejo del

    pual, pero no del revlver.) Las palabras en tiza eran las siguientes:

    La segunda letra del Nombre

    ha sido articulada.

    El tercer crimen ocurri la noche del tres de febrero. Poco antes de la una, el

    telfono reson en la oficina del comisario Treviranus. Con vido sigilo,

    habl un hombre de voz gutural; dijo que se llamaba Ginzberg (o Ginsburg),

    y que estaba dispuesto a comunicar, por una remuneracin razonable, los

    hechos de los dos sacrificios de Azevedo y Yarmolinsky. Una discordia de

    silbidos y de cornetas ahog la voz del delator. Despus, la comunicacin se

    cort. Sin rechazar la posibilidad de una broma (al fin, estaban en carnaval),

    Treviranus indag que le haban hablado desde el Liverpool House, taberna

    de la Rue de Toulon -esa calle salobre en la que conviven el cosmorama y la

    lechera, el burdel y los vendedores de biblias. Treviranus habl con el

    patrn. Este (Black Finnegan, antiguo criminal irlands, abrumado y casi

    anulado por la decencia) le dijo que la ltima persona que haba empleado el

    telfono de la casa era un inquilino, un tal Gryphius, que acababa de salir con

    unos amigos. Treviranus fue enseguida al Liverpool House. El patrn le

    comunic lo siguiente: Hace ocho das, Gryphius haba tomado pieza en los

    altos del bar. Era un hombre de rasgos afilados, de nebulosa barba gris,

    trajeado pobremente de negro; Finnegan (que destinaba esa habitacin a un

    empleo que Treviranus adivin) le pidi un alquiler sin duda excesivo;

    Gryphius inmediatamente pag la suma estipulada. No sala casi nunca;

    cenaba y almorzaba en su cuarto; apenas si le conocan la cara en el bar. Esa

    noche, baj a telefonear al despacho de Finnegan. Un cup cerrado se detuvo

    ante la taberna. El cochero no se movi del pescante; algunos parroquianos

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    recordaron que tena mscara de oso. Del cup bajaron dos arlequines; eran

    de reducida estatura y nadie pudo no observar que estaban muy borrachos.

    Entre balidos de cornetas, irrumpieron en el escritorio de Finnegan;

    abrazaron a Gryphius, que pareci reconocerlos, pero que les respondi con

    frialdad; cambiaron unas palabras en yiddish -l en voz baja, gutural, ellos

    con las voces falsas, agudas- y subieron a la pieza del fondo. Al cuarto de

    hora bajaron los tres, muy felices; Gryphius, tambaleante, pareca tan

    borracho como los otros. Iba, alto y vertiginoso, en el medio, entre los

    arlequines enmascarados. (Una de las mujeres del bar record los losanges

    amarillos, rojos y verdes.) Dos veces tropez; dos veces lo sujetaron los

    arlequines. Rumbo a la drsena inmediata, de agua rectangular, los tres

    subieron al cup y desaparecieron. Ya en el estribo del cup, el ltimo

    arlequn garabate una figura obscena y una sentencia en una de las pizarras

    de la recova.

    Treviranus vio la sentencia. Era casi previsible; deca:

    La ltima de las letras del Nombre

    ha sido articulada.

    Examin, despus, la piecita de Gryphius-Ginzberg. Haba en el suelo una

    brusca estrella de sangre; en los rincones, restos de cigarrillo de marca

    hngara; en un armario, un libro en latn -el Philologus

    hebraeograecus(1739), de Leusden- con varias notas manuscritas.

    Treviranus lo mir con indignacin e hizo buscar a Lnnrot. Este, sin sacarse

    el sombrero, se puso a leer, mientras el comisario interrogaba a los

    contradictorios testigos del secuestro posible. A las cuatro salieron. En la

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    torcida Rue de Toulon, cuando pisaban las serpentinas muertas del alba,

    Treviranus dijo:

    -Y si la historia de esta noche fuera un simulacro?

    Erik Lnnrot sonri y le ley con toda gravedad un pasaje (que estaba

    subrayado) de la disertacin trigsima tercera del Philologus: Dies

    Judaeorum incipit a solis occasu usque ad solis occasum diei sequentis. Esto

    quiere decir -agreg-, El da hebreo empieza al anochecer y dura hasta el

    siguiente anochecer.

    El otro ensay una irona.

    -Ese dato es el ms valioso que usted ha recogido esta noche?

    -No. Ms valiosa es una palabra que dijo Ginzberg.

    Los diarios de la tarde no descuidaron esas desapariciones peridicas. La

    Cruz de la Espada las contrast con la admirable disciplina y el orden del

    ltimo Congreso Eremtico; Erns Palast, en El Mrtir, reprob "las demoras

    intolerables de un pogrom clandestino y frugal, que ha necesitado tres

    meses para liquidar tres judos"; la Yidische Zaitung rechaz la hiptesis

    horrorosa de un complot antisemita, "aunque muchos espritus penetrantes

    no admiten otra solucin del triple misterio"; el ms ilustre de los pistoleros

    del Sur, Dandy Red Scharlach, jur que en su distrito nunca se produciran

    crmenes de sos y acus de culpable negligencia al comisario Franz

    Treviranus.

    Este recibi, la noche del primero de marzo, un imponente sobre sellado. Lo

    abri: el sobre contena una carta firmada Baruj Spinoza y un minucioso

    plano de la ciudad, arrancado notoriamente de un Baedeker. La carta

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    profetizaba que el tres de marzo no habra un cuarto crimen, pues la

    pinturera del Oeste, la taberna de la Rue de Toulon y el Htel du Nord eran

    "los vrtices perfectos de un tringulo equiltero y mstico"; el plano

    demostraba en tinta roja la regularidad de ese tringulo. Treviranus ley con

    resignacin ese argumento more geometrico y mand la carta y el plano a

    casa de Lnnrot, indiscutible merecedor de tales locuras.

    Erik Lnnrot las estudi. Los tres lugares, en efecto, eran equidistantes.

    Simetra en el tiempo (3 de diciembre, 3 de enero, 3 de febrero); simetra en

    el espacio tambin... Sinti, de pronto, que estaba por descifrar el misterio.

    Un comps y una brjula completaron esa brusca intuicin. Sonri,

    pronunci la palabra Tetragrmaton (de adquisicin reciente) y llam por

    telfono al comisario. Le dijo:

    -Gracias por ese tringulo equiltero que usted anoche me mand. Me ha

    permitido resolver el problema. Maana viernes los criminales estarn en la

    crcel; podemos estar muy tranquilos.

    -Entonces, no planean un cuarto crimen?

    -Precisamente, porque planean un cuarto crimen, podemos estar muy

    tranquilos.

    -Lnnrot colg el tubo. Una hora despus, viajaba en un tren de los

    Ferrocarriles Australes, rumbo a la quinta abandonada de Triste-le-Roy. Al

    sur de la ciudad de mi cuento fluye un ciego riachuelo de aguas barrosas,

    infamado de curtiembres y de basuras. Del otro lado hay un suburbio donde,

    al amparo de un caudillo barcelons, medran los pistoleros. Lnnrot sonri

    al pensar que el ms afamado -Red Scharlach- hubiera dado cualquier cosa

    por conocer su clandestina visita. Azevedo fue compaero de Scharlach;

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    Lnnrot consider la remota posibilidad de que la cuarta vctima fuera

    Scharlach. Despus, la desech... Virtualmente, haba descifrado el problema;

    las meras circunstancias, la realidad (nombres, arrestos, caras, trmites

    judiciales y carcelarios) apenas le interesaban ahora. Quera pasear, quera

    descansar de tres meses de sedentaria investigacin. Reflexion que la

    explicacin de los crmenes estaba en un tringulo annimo y en una

    polvorienta palabra griega. El misterio casi le pareci cristalino; se

    abochorn de haberle dedicado cien das.

    El tren par en una silenciosa estacin de cargas. Lnnrot baj. El aire de la

    turbia llanura era hmedo y fro. Lnnrot ech a andar por el campo. Vio

    perros, vio un furgn en una va muerta, vio el horizonte, vio un caballo

    plateado que beba del agua crapulosa de un charco. Oscureca cuando vio el

    mirador rectangular de la quinta de Triste-le-Roy, casi tan alto como los

    negros eucaliptos que lo rodeaban. Pens que apenas un amanecer y un

    ocaso (un viejo resplandor en el oriente y otro en el occidente) lo separaban

    de la hora anhelada por los buscadores del Nombre.

    Una herrumbrada verja defina el permetro irregular de la quinta. El portn

    principal estaba cerrado. Lnnrot, sin mucha esperanza de entrar, dio toda la

    vuelta. De nuevo ante el porton infranqueable, meti la mano entre los

    barrotes, casi maquinalmente, y dio con el pasador. El chirrido del hierro lo

    sorprendi. Con una pasividad laboriosa, el portn entero cedi.

    Lnnrot avanz entre los eucaliptos, pisando confundidas generaciones de

    rotas hojas rgidas. Vista de cerca, la casa de la quinta de Triste-le-Roy

    abundaba en intiles simetras y en repeticiones maniticas: a una Diana

    glacial en un nicho lbrego corresponda en un segundo nicho otra Diana; un

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    balcn se reflejaba en otro balcn; dobles escalinatas se abran en doble

    balaustrada. Lnnrot rode la casa como haba rodeado la quinta. Todo lo

    examin: bajo el nivel de la terraza vio una estrecha persiana.

    La empuj: unos pocos escalones de mrmol descendan a un sotano.

    Lnnrot, que ya intua las preferencias del arquitecto, adivino que en el

    opuesto muro del stano haba otros escalones. Los encontr, subi, alz las

    manos y abri la trampa de salida.

    Un resplandor lo gui a una ventana. La abri: una luna amarilla y circular

    defina en el triste jardn dos fuentes cegadas. Lnnrot explor la casa. Por

    ante comedores y galeras sali a patios iguales y repetidas veces al mismo

    patio. Subi por escaleras polvorientas a antecmaras circulares;

    infinitamente se multiplic en espejos opuestos; se cans de abrir o

    entreabrir ventanas que le revelaban, afuera, el mismo desolado jardn

    desde varias alturas y varios ngulos; adentro, muebles con fundas amarillas

    y araas embaladas en tarlatn. un dormitorio lo detuvo; en ese dormitorio,

    una sola flor en una copa de porcelana; al primer roce los ptalos antiguos se

    deshicieron. En el segundo piso, en el ltimo, la casa le pareci infinita y

    creciente. La casa no es tan grande, pens. La agrandan la penumbra, la

    simetra, los espejos, los muchos aos, mi desconocimiento, la soledad.

    Por una escalera espiral lleg al mirador. La luna de esa tarde atravesaba los

    losanges de las ventanas; eran amarillos, rojos y verdes. Lo detuvo un

    recuerdo asombrado y vertiginoso. Dos hombres de pequea estatura,

    feroces y fornidos, se arrojaron sobre l y lo desarmaron; otro, muy alto, lo

    salud con gravedad y le dijo:

    -Usted es muy amable. Nos ha ahorrado una noche y un da.

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    Era Red Scharlach. Los hombres maniataron a Lnnrot. Este, al fin, encontr

    su voz.

    -Scharlach, usted busca el Nombre Secreto?

    Scharlach segua de pie, indiferente. No haba participado en la breve lucha,

    apenas si alarg la mano para recibir el revlver de Lnnrot. Habl; Lnnrot

    oy en su voz una fatigada victoria, un odio del tamao del universo, una

    tristeza no menor que aquel odio.

    -No- dijo Scharlach.- Busco algo ms efmero y deleznable, busco a Erik

    Lnnrot. Hace tres aos, en un garito de la Rue de Toulon, usted mismo

    arrest e hizo encarcelar a mi hermano. En un cup, mis hombres me

    sacaron del tiroteo con una bala policial en el vientre. Nueve das y nueve

    noches agonic en esta desolada quinta simtrica; me arrasaba la fiebre, el

    odioso Jano bifronte que mira los ocasos y las auroras daban horror a mi

    ensueo y a mi vigilia. Llegu a abominar de mi cuerpo, llegu a sentir que

    dos ojos, dos manos, dos pulmones, son tan mostruosos como dos caras. Un

    irlands trat de convertirme a la fe de Jess; me repeta la sentencia de

    los goim: Todos los caminos llevan a Roma. De noche, mi delirio se

    alimentaba de esa metfora: yo senta que el mundo es un laberinto, del cual

    era imposible huir, pues todos los caminos, aunque fingieran ir al Norte o al

    Sur, iban realmente a Roma, que era tambin la crcel cuadrangular donde

    agonizaba mi hermano y la quinta de Triste-le-Roy. En esas noches yo jur

    por el dios que ve con dos caras y por todos los dioses de la fiebre y de los

    espejos tejer un laberinto en torno del hombre que haba encarcelado a mi

    hermano. Lo he tejido y es firme: los materiales son un heresilogo muerto,

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    una brjula, una secta del siglo XVIII, una palabra griega, un pual, los

    rombos de una pinturera.

    El primer trmino de la serie me fue dado por el azar. Yo haba tramado con

    algunos colegas- entre ellos, Daniel Azevedo- el robo de los zafiros del

    Tetrarca. Azevedo nos traicion: se emborrach con el dinero que le

    habamos adelantado y acometi la empresa el da antes. En el enorme hotel

    se perdi; hacia las dos de la madrugada irrumpi en el dormitorio de

    Yarmolinsky. Este, acosado por el insomio, se haba puesto a escribir.

    Verosmilmente, redactaba unas notas o un artculo sobre el Nombre de

    Dios; haba escrito ya las palabras La primera letra del Nombre ha sido

    articulada. Azevedo le intim silencio; Yarmolinsky alarg la mano hacia el

    timbre que despertara todas las fuerzas del hotel; Azevedo le dio una sola

    pualada en el pecho. Fue casi un movimiento reflejo; medio siglo de

    violencia le haba enseado que lo ms fcil y seguro es matar... A los diez

    das yo supe por la Yidische Zaitung que usted buscaba en los escritos de

    Yarmolinsky la clave de la muerte de Yarmolinsky. Le la Historia de la secta

    de los Hasidim; supe que el miedo reverente de pronunciar el Nombre de

    Dios haba originado la doctrina de que ese Nombre es todopoderoso y

    recndito. Supe que algunos Hasidim, en busca de ese Nombre secreto,

    haban llegado a cometer sacrificios humanos... Comprend que usted

    conjeturaba que los Hasidim haban sacrificado al rabino; me dediqu a

    justificar esa conjetura.

    Marcelo Yarmolinsky muri la noche del 3 de diciembre; para el segundo

    "sacrificio" eleg la noche del 3 de enero. Muri en el Norte; para el segundo

    "sacrificio" nos convena un lugar del Oeste. Daniel Azevedo fue la vctima

    necesaria. Mereca la muerte: era un impulsivo, un traidor; su captura poda

  • 13

    aniquilar todo el plan. Uno de los nuestros lo apual; para vincular su

    cadver al anterior, yo escrib encima de los rombos de la pinturera La

    segunda letra del Nombre ha sido articulada.

    El tercer "crimen" se produjo el tres de febrero. Fue, como Treviranus

    adivin, un mero simulacro. Gryphius-Ginzberg-Ginsburg soy yo; una

    semana interminable sobrellev (suplementado por una tenua barba

    postiza) en ese perverso cubculo de la Rue de Toulon, hasta que los amigos

    me secuestraron. Desde el estribo del cup, uno de ellos escribi en un

    pilar La ltima de las letras del Nombre ha sido articulada. Esa escritura

    divulg que la serie de crmenes era triple. As lo entendi el pblico; yo, sin

    embargo, intercal repetidos indicios para que usted, el razonador Erik

    Lnnrot, comprendiera que es cudruple. Un prodigio en el Norte, otros en el

    Este y en el Oeste, reclaman un cuarto prodigio en el Sur; el Tetragrmaton -

    el nombre de Dios, JHVH- consta de cuatro letras; los arlequines y la muestra

    del pinturero sugieren cuatro trminos. Yo subray cierto pasaje en el

    manual de Leusden: ese pasaje manifiesta que los hebreos computaban el

    da de ocaso a ocaso; ese pasaje da a entender que las muertes ocurrieron

    el cuatro de cada mes. Yo mand el tringulo equiltero a Treviranus. Yo

    present que usted agregara el punto que falta. El punto que determina un

    rombo perfecto, el punto que prefija el lugar donde una exacta muerte lo

    espera. Todo lo he premeditado, Erik Lnnrot, para atraerlo a usted a las

    soledades de Triste-le-Roy.

    Lnnrot evit los ojos de Scharlach. Mir los rboles y el cielo subdivididos

    en rombos turbiamente amarillos, verdes y rojos. Sinti un poco de fro y

    una tristeza impersonal, casi annima. Ya era de noche; desde el polvoriento

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    jardn subi el grito intil de un pjaro. Lnnrot consider por ltima vez el

    problema de las muertes simtricas y peridicas.

    -En su laberinto sobran tres lneas -dijo por fin-. Yo s de un laberinto griego

    que es una lnea nica, recta. En esa lnea se han perdido tantos filsofos que

    bien puede perderse un mero detective. Scharlach, cuando en otro avatar

    usted me d caza, finja (o cometa) un crimen en A, luego un segundo crimen

    en B, en 8 kilmetros de A, luego un tercer crimen en C, a 4 kilmetros de A y

    de B, a mitad de camino entre los dos. Agurdeme despus en D, a 2

    kilmetros de A y de C, de nuevo a mitad de camino. Mteme en D, como

    ahora va a matarme en Triste-le-Roy.

    Para la otra vez que lo mate -replic Scharlach-, le prometo ese laberinto,

    que consta de una sola lnea recta y que es indivisible, incesante.

    Retrocedi unos pasos. Despus, muy cuidadosamente, hizo fuego.

    Referencia: La muerte y la brjula, cuento de Borges

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