La Muerte Chiquita 719

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LA MUERTE CHIQUITA

Primera edición: octubre 2013

Maquetación y diseño: Santiago Eximeno

Texto: Miguel Lupián

Fotografía de portada: Dominio Público

Edición: Ediciones del Cruciforme EDC0008

www.cruciforme.com

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Ana, siempre Ana

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Al primer bocado, corrió al baño para vomitar: tendría que haber cocinado

esa carne cruda de bebé.

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Las uñas desprendiéndose, el cabello cayendo a mechones. Entró

tambaleante a su casa con sed de sangre, con hambre de carne familiar.

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Abrió el clóset y eligió el atuendo. Descolgó el cuerpo, lo desolló y se lo

colocó sobre su piel desnuda. Hoy sería un hombre.

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Cercenaron sus orejas, clavaron banderillas en su espalda… El matador

sucumbió cuando extirparon sus vértebras coccígeas.

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Al escapar de la morgue notó que tenía tentáculos por brazos y escamas

por piel. Cualquier precio por seguir vivo, murmuró.

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Despertó sabiendo cómo sería el fin del mundo. Luego recordó que ya

estaba muerto y se volvió a dormir.

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Las manos ensangrentadas, sus hermanos muertos. El espíritu abandonó el

cuerpo del niño cuando sus padres tocaron a la puerta.

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Se dejó crecer la barba el día que encontró en el espejo una sonrisa chueca

y desdentada muy parecida a la de su difunto padre.

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No entendía por qué los perros siempre le ladraban hasta el día que se cortó

al rasurarse y vio lo que vivía bajo su piel.

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Desde que desenterré la estatuilla, millones de tentáculos colosales cuelgan

del cielo, observándome, vigilándome.

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Cuando mamá cabra cortó el vientre del lobo, encontró a un organismo

tentacular devorando a sus cabritos.

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El pueblo bajó la mirada al ver el traje nuevo del emperador: un precioso

juego de tres piezas de carne de bebé.

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Se calzó las botas ensangrentadas de su antiguo amo y brincó al balcón

para maullarle a la luna.

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Cuando vio que el muñeco cobraba vida, lo arrojó a la chimenea. Desde

entonces, todas las noches habla con el fuego.

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Los personajes de la historia lo necesitaban… El niño se introdujo en el

libro… Nunca volvió: se trataba del Necronomicón.

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El ratón se suicidó cuando las brujas prometieron convertirlo en humano.

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Paredes blancas acolchadas, camisa de fuerza, terapia de electroshocks…

Nunca dejó de escuchar a los perros ladrar.

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Tuve que torturar niños y cachorros para que me mandaran al psiquiátrico:

quería matar al doctor que encerró a papá.

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Pintó la habitación con la sangre de sus padres. Afuera, los doctores sólo

vieron que acariciaba las paredes blancas.

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Pidió que lo encerraran en el psiquiátrico cuando advirtió que el bar donde

conquistaba mujeres era un cementerio.

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Cuando los policías vomitaron al ver la escena del crimen, supo que sólo lo

encerrarían en el psiquiátrico.

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Al no poder desahogarse con algún psiquiatra, los fantasmas repiten una y

otra vez sus crímenes para desprenderse de ellos.

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La madre de todos los vicios se suicidó después de engendrar a una

creatura insólita de corazón puro.

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Después de parir, como toda madre, se tragó la placenta. Después al hijo.

Se lavó la cara y salió en busca de otro hombre.

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Su madre, de piel putrefacta y ojos agusanados, le susurró al oído que no le

convenía la mujer que dormía a su lado.

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La Madrota regenteaba una casona donde adolescentes parían niños que

eran vendidos a sectas religiosas.

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Me lo había advertido, pero no entendí: mamá me cortó la lengua cuando

me descubrió leyendo en voz alta el Necronomicón.

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Cuando despertó y vio a los mortinatos rodeando la cama, se descubrió el

pecho y amamantó a cada uno de sus hijos.

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Tijeras de jardinero. Alicates. Taladro. Un título apócrifo de doctor. Tu vista

nublándose… Rojo.

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Abrió las ventanas, colocó navajas en el diván, colgó una soga del techo…

Sus pacientes no resistieron la tentación.

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Por las noches le gustaba pasearse desnuda entre los cuerpos fríos y rígidos

de los que alguna vez fueron sus pacientes.

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El caracol abandonó su casa enloquecido por los fantasmas del recuerdo

que le susurraban en oleadas.

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Las noches de luna llena recorre la unidad habitacional intentando abrir la

puerta de una casa que no puede recordar.

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Comprendió su nuevo estado cuando las puertas de su casa desaparecieron.

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Alex cortó el pecho del gato, el de su hermana, el de sus padres… buscaba

el alma que tanto mencionaban en misa.

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En cada eclipse lunar, los niños del puerto ofrecen un adulto a los dioses del

mar a cambio de la juventud eterna.

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Cuando sacaron al niño del pozo, nadie notó las extrañas heridas en su

cuello ni los colmillos que se asomaban tímidamente.

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Despierta. Deambula por el cementerio. Busca un cuerpo tibio. Lo

encuentra. Lo posee. Eyacula. Sonríe. Vuelve a su tumba.

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Con el prepucio de sus ex amantes forró la cajita donde guardaba los

juguetes de su inocencia interrumpida.

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Perdió la fe en el sacrificio cuando el semen de la bestia invocada calcinó su

cuerpo desnudo.

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Su erección se vino abajo cuando las mujeres desnudas pintaron un

pentagrama en el suelo y mostraron sus colmillos.

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Mujeres sumisas, silenciosas, pálidas… El nuevo prostíbulo junto al

cementerio fue todo un éxito.

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Lo último que vi, mientras ardía junto a las cenizas de mis hermanos, fue el

rostro decepcionado de mi creador.

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Terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas… Solté el libro maldito y

enjugué mis lágrimas: por fin conocería a papá.

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Para que no la extrañáramos, papá vistió con la piel de mamá a diferentes

mujeres que nos arrullaban, que nos amamantaban.

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De niño se pasó horas mirando el cielo: nada. Ahora, de viejo, sonríe a

través de la ventana: sus padres han vuelto por él.

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Despierta. Vomita una llave. Abre el ropero. Criaturas surcando el espacio.

Lo cierra. Se traga la llave. Vuelve a dormir.

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Todas las noches, las gárgolas despiertan y sobrevuelan los conventos

buscando a ese cura que les robó la infancia.

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La tormenta amainó y las feroces aguas volvieron a su placidez apenas

arrojé a mi hijo del acantilado.

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Cuando mi rostro se llenó de escamas y de mis brazos emergieron

apéndices crustáceos supe que era momento de regresar a casa.

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No entendía por qué el abuelo pidió que esparciéramos sus cenizas sobre el

mar hasta que vi en lo que se convirtió.

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Todas las noches le aúlla a la luna y corre libre por el bosque hasta que el

foco de su celda se apaga.

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Antes de morir, la bestia esparció su sangre sobre dos ríos; así, por un lado

surgieron los hombres y por el otro, los lobos.

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Ante la negativa del laboratorio de seguir financiando sus excéntricos

proyectos, el genetista se dedicó a vender alebrijes.

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Cuando comenzó a sangrar hormigas blancas por la nariz, supo que no

debió burlarse de aquella estafadora que leía la mano.

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Al besar a la chica, sangró de la entrepierna. Lejos de ahí, su esposa

destrozaba las partes nobles de un muñeco vudú.

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Su esposa y sus hijos se acercaron temerosos. Lo abrazaron. Llorando,

comenzó a besarlos, a morderlos.

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Los fantasmas, cansados de su vida insulsa, prefieren retomar su cuerpo

marchito para regresar a casa.

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Cuando atrapamos a Solovino, regresamos al cementerio: ni la muerte

podría separar a nuestra familia.

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El enterrador renegó de la inmortalidad que le concedieron cuando tuvo que

enterrar a cada miembro de su familia.

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Dejaron de enterrar sus experimentos fallidos cuando el cementerio se llenó

de hongos descomunales.

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Cuenta la leyenda que si entierras los cuerpos de siete gatos negros en ese

cementerio, podrás ver lo invisible que te rodea.

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Dos cuadras a la derecha y una a la izquierda, me dijo el enterrador. Me

sacudí la tierra y regresé a casa.

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Cada mes riega la tumba con su sangre menstrual. Su amado despierta y

bailan un nocturno que sólo ellos pueden escuchar.

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Solovino cambió sus ojos por los de su dueño: ya no quería ver a los

fantasmas y espectros que lo atormentaban.

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Descubrí que algo extraño le sucedía a Solovino cuando lo sorprendí

babeando y mirando fijamente la cabeza de mi hermanito.

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No debí alimentarlo después de medianoche, pensé mientras me

desmembraba.

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Desde que le sacó los ojos, el poeta sólo escribe lo que el cuervo le dicta.

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Cuando le hicieron la necropsia a Solovino encontraron al perico, a los

hámsteres y a su hermanito perdido.

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Ingresó sus datos. Play. Su cuarto, un cuchillo atravesándolo. Antes de

morir sonrió, era el primer vídeo snuff que veía.

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Salieron mareados de la función. A los pocos pasos cayeron sin vida. Un

éxito. La cinta maldita iniciaría su recorrido comercial.

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Freddy Krueger ronda los maratones nocturnos de cine, esperando que se

duerman los asistentes y así encajarles su guante de cuchillas.

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Atraído por la escena del abismo, se levantó de la butaca y se arrojó a la

pantalla. Los demás hicieron lo mismo al verlo desaparecer.

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Escupió las escrituras y abrió la puerta que nunca debería ser abierta. Antes

de que las llamas lo cubrieran, sonrió: la leyenda era cierta.

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Cuando la soledad se torna insoportable, frota sus ojos con las lagañas del

gato para ver a las criaturas que revolotean a su lado.

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Cuenta la leyenda que todos los personajes desatendidos por sus autores

van a dar a un extraño lugar llamado Tierra.

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No le sorprendió leer su nombre en el libro, pero sí en lo que comenzó a

transformarse apenas lo cerró.

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Como cada año, lo desenterró y lo besó. Felicidades, le dijo, y caminaron de

la mano hasta que la aurora evaporó el efecto.

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Para celebrar sus bodas de oro, rentaron un bote y navegaron hasta R´lyeh.

Se dieron un beso cuando las estrellas se alinearon.

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En su treinta cumpleaños saltó de un avión. No le sorprendió que el

paracaídas no se abriera, sino darse cuenta de que volaba rumbo al sol.

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Aparece en las fiestas esperando que el niño, frente al pastel, desee un

amigo imaginario para clavarse en su mente y poseerlo.

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Morir a los treinta y cinco no es una maldición familiar sino lo que ofrecí a

cambio de la inmortalidad, le dijo a su tataranieto clavándole un cuchillo.

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Cuando los científicos descubrieron que Plutón era el Yuggoth de Lovecraft,

le quitaron la categoría de planeta para evitar expediciones.

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A través del cristal buscas a tus padres entre los espectadores. Después de

un rato regresas al rincón y duermes sobre aserrín.

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Supo que era su última noche cuando los pequeños y deformes cadáveres

de sus hijos emergieron del jardín.

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Te arrancas el cabello, laceras tu rostro... Esperas que así los supervivientes

del Apocalipsis no vuelvan a ultrajarte.

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Cortaron sus pulgares para formalizar su amor, pero sólo brotó barro. Los

jóvenes golems se separaron y nunca volvieron a amar.

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El hombre-lobo adolescente se deshizo de su colección de pornografía al ver

que no sólo le salía pelo en la mano.

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Los jugadores de futbol dejaron de manosear a la nueva porrista cuando

descubrieron su tumba debajo de las gradas.

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Cuando duermes, tus juguetes rotos y abandonados te insultan y maldicen

al oído. Por eso a veces despiertas llorando.

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Cuenta la leyenda que por cada cien pistolas de juguete que se venden una

se vuelve real. Hoy lo comprobé al dispararle a papá.

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No me espanté al ver que los osos de peluche y las muñecas cobraban vida,

pero desfallecí cuando lo hicieron los alebrijes.

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Agregó agua en el vaso y esperó a que el muñequito creciera... En cuestión

de minutos Cthulhu arrasó con la ciudad.

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Cambió el ajedrez por las damas chinas cuando escuchó el lamento de los

peones al ser eliminados.

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Creías que se trataba de sonambulismo, hasta esta noche, cuando abriste

los ojos y te viste en la cama, durmiendo plácidamente.

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Tu realidad de cristal se resquebrajó cuando descubriste tu nombre y

fotografía en la portada de un libro que nunca escribiste.

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Cuando logró abrir la puerta clausurada se dio cuenta que lo que él llamaba

casa era un mausoleo.

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En la biblioteca de Babel existe un libro, perdido entre los anaqueles, donde

puedes leer tus realidades paralelas.

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Todos sucumbían al verse reflejados en las hojas del gran libro de los

espejos.

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El Libro Camaleón debe leerse con cautela, porque no se sabe si al cambiar

de página brincará un conejo o una serpiente.

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Los personajes del libro eran tan reales que al cambiar de página podías

escuchar sus diminutas voces pidiendo auxilio.

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Qué ingenuos fuimos al leer el pdf de aquel libro maldito, confiesan en el

spam que satura tu cuenta de correo.

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Por las noches se escuchan los gemidos de los jóvenes revolucionarios que

nunca volvieron. Los perros aúllan, las estrellas se apagan.

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Sólo te queda una bala en el tambor. A la derecha ellos, a la izquierda los

otros. Disparas... Silencio... Tu guerra terminó.

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Derrotados, se escondieron en los volcanes, esperando la decadencia del

humano y el resurgimiento del reinado de los dragones.

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El efecto adictivo de la dentina suele ocasionar que algunas hadas extraigan

vorazmente todas las piezas dentales del niño.

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Los niños lloraron cuando pequeñas criaturas aladas –que estornudaban

ceniza– eclosionaron de sus huevos de Pascua.

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Carentes de toda imaginación, los adultos suelen nombrar “sismos” a la

llegada de los troles a la ciudad.

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Supiste que era el fin cuando el arcoíris perdió sus colores, menos el rojo,

que se expandió sobre la ciudad, sobre tu mente.

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La iguana de la indiferencia, el puercoespín del dolor... Dejó de materializar

sus sentimientos cuando el tigre del odio lo atacó.

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Dejé de tomar las “infusiones milagrosas” del curandero de la esquina

cuando comencé a ver el verdadero rostro de mis vecinos.

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El nuevo vecino se sorprendió cuando salimos a recibirlo, sobre todo cuando

nos vio volar y picotearle los ojos.

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Cada tres meses llega un nuevo inquilino al edificio. Sólo notarás su

presencia cuando comiencen a desaparecer los niños.

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Los vecinos lloraron a mi puerta todo el día. Cuando salí para reclamarles,

me hallé dentro de un féretro en mi propio funeral.

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Clausuraron el changarro de la pitonisa cuando encontraron a los vecinos

desaparecidos siendo devorados por los puercos.

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Cansado de sentir su mirada cada vez que llegaba a casa, arrojé su urna

por la ventana.

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La sombra brincó de la última hoja del libro y se colocó sobre su hombro.

Desde entonces nunca está solo.

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Esta vez al sentirlo, como todas las noches, abrí los ojos y sonreí. Nadie

logró identificar el cadáver encontrado en mi cripta.

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Todos los días veo jugar a los niños en la calle preguntándome cuándo se

darán cuenta de que los atropellé hace un mes.

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Todos alababan la imaginación macabra del famoso escritor hasta que en su

sótano descubrieron un portal al infierno.

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Dicen que el infierno es sólo una realidad alterna donde tu otro yo disfruta

de todo lo que en ésta te negaste.

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Supe que esto era el infierno cuando en mi ataúd encontré dos hogazas;

una sabía a juicios y la otra, a reproches.

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Todas las noches ingiere tinta y plata –extraídas de sus mejores libros y

películas– para disolver la rutina.

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El espejo, que todos los días la hacía lucir diferente, era la pantalla de un

cine donde ella siempre era la protagonista.

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Se pasaba tanto tiempo en bibliotecas y cines que sólo era cuestión de

tiempo para que la metamorfosis ocurriera.

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Me besa, me abraza, me dice que todo estará bien; luego se pierde en la

noche, no sin antes susurrar su nombre: Ana.

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Cuando cumplió ocho años, el alquimista le regaló un extraño artilugio con

el que podría materializar todos sus sueños.

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Dejé de creer que Carlitos era sólo un amigo imaginario cuando lo encontré

en el cuarto de mis papás, destazándolos.

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Mientras los colmillos de Vlad se alargaban, entendí por qué había insistido

tanto en pactar nuestra amistad con sangre.

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Lloraba cada vez que sus amiguitos se desarmaban, pero sabía que en la

siguiente tormenta papá los compondría.

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A veces, se ve a un niño debajo de la alberca: espera a que sus amigos le

indiquen que ya pasó un minuto.

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Despiertas. Tu cabeza está incrustada en la pared, junto a las de tus

amigos: no debieron emborracharse en el bar de Giger.

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No me molestó el bulto debajo de su falda sino su lengua perforando mi

cráneo mientras me besaba.

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Supe que Ana había regresado al ver que el gato de la buena suerte sólo

movía su brazo cuando llegaba a casa con otra mujer.

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Soñaba que moriría ahogado hasta que la casera me encontró en el fondo

de la cisterna. La pesadilla ha terminado.

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Cada cierto tiempo, regresa en forma de una hoja blanca que devora todas

mis palabras.

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Su fama de hiperrealista se vino abajo cuando descubrieron que el lunar de

la modelo plasmada en el lienzo era real.

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Con las lágrimas de cien niños ultrajados y la sangre de cien gatitos

moribundos pintó el cuadro más triste de la historia.

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Cuando su arte se contaminó de consumismo, se voló los sesos frente a un

lienzo. La obra se vendió en millones de dólares.

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El día que ardió el último libro tragamos pintura de colores y escupimos

nuestro coraje sobre los muros de la ciudad.

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Miguel Lupián (Ciudad de México, 1977). Ex alumno de la Universidad de

Miskatonic. Sus cuentos han sido publicados en diversas antologías. Es

autor de Efímera (Samsara, 2011), Mortinatos (Zona Literatura, 2012) y

Trilogía Cthulhu (Penumbria/KGB, 2013). Esposo de Ana, padre de tres

gatos y director de Penumbria, revista fantástica para leer en el ocaso.

Puedes encontrarle en

http://mortinatos.blogspot.mx

https://twitter.com/mortinatos

http://www.penumbria.net

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ESTE LIBRO TERMINÓ DE MAQUETARSE EL 20 DE OCTUBRE, EL MISMO DÍA QUE, EN 1854, NACIÓ ARTHUR RIMBAUD