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ACCIONES COMUNES LA MATERIA COMO PRODUCCIÓN Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Noviembre, 2017. Héctor Fernández Elorza, María González García, Juanjo López de la Cruz, Ángel Martínez García-Posada

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ACCIONES COMUNESLA MATERIA COMO PRODUCCIÓN

Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Noviembre, 2017. Héctor Fernández Elorza, María González García, Juanjo López de la Cruz, Ángel Martínez García-Posada

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ACCIONES COMUNES

LA FILOSOFÍA DE LA MATERIA.Cyril Stanley Smith.

La visión directa sobre los materiales es evidente en los

escritos de los primeros filósofos griegos. Demócrito (400

a 357 A.C.), siguiendo a Leucipo, sostenía que las caracte-

rísticas que diferenciaban a los materiales dependían de

tres características distintivas de la agregación de sus par-

tes —la figura, el orden y la orientación. Tal relación, sin

una base teórica, tiene que haber sido obvia a cualquier

albañil, herrero o trabajador de la fundición que utilizó la

textura (revelada en una superficie fracturada) como crite-

rio de la calidad tanto de sus materias primas como de sus

productos. Sin embargo, estos lugares comunes, sencillos,

desaparecían con la elaboración. La preocupación por los

estados verdaderos de agregación se pierde en la búsque-

da de una última naturaleza para la materia. Los pitagó-

ricos y los platónicos parecen haber considerado los as-

pectos numéricos de la forma como más importantes que

la misma forma (como quizá debería ser para un filósofo).

Es lo mismo con las cualidades. Aristóteles, al debatir a

su antecesor Empédocles (455 a 395 A.C.) dice —y cito

la traducción más reciente de Gershenson y Greenberg:

“Empédocles fue también el primero en decir que los

constituyentes elementales de la materia en el universo

son cuatro, aunque no los trataba como si fueran real-

mente cuatro sustancias separadas, en vez de eso los trata

como si no hubiera más de dos— por un lado la sustancia

del calor, y por otro lado el polvo seco, el gas incoloro, y el

líquido transparente (cuyas propiedades contrastan con

aquéllas de la sustancia del calor), todos tratados como

una sustancia única”. Casi no podría haber constatación

más clara de que la energía y los tres principales estados

de agregación de la materia —sólida, líquida, y gas— son

cosas importantes para considerar. Los filósofos posterio-

res dieron significados especiales a estos constituyentes y

disfrazaron su sencillo significado físico en unos principios

casi ocultos.

En el tratamiento de la materia del mismo Aristóteles, los

cuatro elementos materiales de Empédocles provienen

de varias combinaciones de cuatro cualidades primarias

—caliente, frío, seco y húmedo. Así la tierra es fría-seca, el

aire, caliente-húmedo, el fuego, caliente-seco, y el agua,

húmeda-fría. Estructuralmente, Aristóteles no hace más

que distinguir entre los cuerpos visiblemente homogé-

neos y heterogéneos, e invocar la presencia o ausencia

de los poros para explicar algunas propiedades. Sin em-

bargo, la referencia de Aristóteles a la deformación de

piezas cerámicas en el horno y su discusión de descon-

cierto sobre el derretir y solidificar de hierro fundido en

la fabricación del acero, dejar sin lugar a dudas sobre el

hecho de que hubiera observado los procesos en algún

taller con bastante detalle, y las 18 cualidades de cuerpos

homeómeros que eligió para describirlo en su Meteoroló-

gica, son justo aquellos estados de comportamiento que

se habrían experimentado en el taller. Son: solidificable,

derretible, ablandado por calor, ablandado por agua,

flexible, rompible, fragmentable, capaz de albergar una

impresión, plástico, exprimible, dúctil, maleable, hen-

dible, cortable, viscoso (el inverso del cual sería friable),

comprimible, combustible, y finalmente, capaz de des-

prender humos. Da ejemplos de materiales que posean

cada una de estas cualidades y las cualidades inversas, y

los explica en términos del contenido relativo de sus cua-

tro elementos.

Esta lista redundante de propiedades no es una clasi-

ficación organizada por un filósofo. Se lee más como

si fuera basada en una conversación con un artesano

cuyos ojos habían visto y cuyos dedos habían sentido

las complejidades del comportamiento de los mate-

riales durante el proceso termal o según se formaban

al irse desprendiendo, cortarse o deformarse plástica-

mente. Y las atribuciones de las proporciones de los

elementos fueron un intento de asignar una medida

de solidez o fluidez; fue más física que química, y se

relacionaba más a los materiales verdaderos que a la

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naturaleza fundamental de la materia. La misma pala-

bra empleada por Aristóteles para la materia en general,

hyle, era simplemente la palabra para la madera o la leña,

el material común para la construcción con más propie-

dades tangibles.

La filosofía china de la materia, empezó a cobrar forma

en tiempos de Tsou Yen (350 a 290 A.C.?), se basaba aún

más tangiblemente en las propiedades de los materiales.

Al principio, los cinco elementos —tierra, madera, metal,

fuego, y agua— se asociaban con fases de ciclos tempo-

rales, pero se notará que también constituyen un tributo

a la clasificación de los materiales tan conocidos en el

taller del alfarero, el carpintero, el herrero y el tintorero.

Como en Occidente, los filósofos chinos más contempo-

ráneos se alejaban del enfoque sensorial del artesano

hacia la materia y desarrollaban una serie complicada de

relaciones secuenciales entre los elementos y un sistema

complejo de correlaciones simbólicas con las estaciones,

los gustos, los olores, y muchas más cosas hasta incluso

la política.

Las historias de la filosofía están llenas de debates sobre

el desarrollo del concepto de materia, pero casi en nin-

gún momento tocan la naturaleza y las propiedades de

los materiales. Los átomos y las cualidades que acom-

pañan su agregación se convertían en ejercicios puros

de pensamiento, siendo el significado del monismo y

el pluralismo más importantes que las agregaciones

visibles y tangibles que, al menos en manos del artesa-

no si no en la mente del filósofo, se podían relacionar

directamente con propiedades útiles. A lo largo de

gran parte de la historia, la materia ha sido tema de la

metafísica más que de la física, y los materiales no han

sido tema de ninguna de las dos. Como mucho la física

clásica convertía materia solamente en masa, mientras

la química descubría el átomo y perdía el interés en las

propiedades. Solamente en las últimas décadas pudo

la física del estado sólido madurar y combinarse con

una tecnología creciente a la vez que la atención volvía

hacia los materiales y sus cualidades, que se habían

convertido en propiedades capaces de medirse.

Durante diecinueve siglos después de Aristóteles, casi

todo el pensamiento sobre la materia se expresaba en

términos de sus cualidades elementales: luego vino un

periodo en que todo avance surgía de demoler el mal-

entendido que había acumulado en su nombre. Durante

ambos periodos la sensibilidad hacia la maravillosa di-

versidad de los verdaderos materiales se perdió, al prin-

cipio porque el pensamiento filosófico despreciaba los

sentidos, y luego porque los patrones de pensamiento

verificables por experimentos más rigurosos de la nueva

ciencia solamente podían tratar con una cosa a la vez. Era

atomístico, o al menos, simplista, en su misma esencia.

El mundo práctico, por supuesto, seguía explotando los

materiales sin tener en cuenta el estado de la ciencia. Los

griegos con su cerámica, escultura y edificios construidos

con sensibilidad, y los romanos con sus empresas milita-

res y de ingeniería a gran escala, aprovecharon bien los

materiales que se habían descubierto uno o dos milenios

antes, pero añadieron pocos nuevos. El desarrollo fue

principalmente en la economía y la escala de producción.

En Oriente Medio, sin embargo, hasta cierto punto se ela-

boraban sobre las técnicas antiguas. En los trabajos con

acero fueron especialmente efectivos los artesanos de

esta región, como sufrieron dolorosamente los cruzados

que encontraban la espada Islámica. Aún más al este, en

China y especialmente en Japón en el siglo XIII, las técni-

cas de producción de acero alcanzaban unos niveles sin

par, pero esto no tuvo influencia ninguna sobre la tecno-

logía o la ciencia europeas.

Imágenes:

Dimitris Pikionis. Caminos en torno a la Acrópolis de Atenas, 1957.