La literatura del Caribe colombiano en las letras nacionales (de Juan José Nieto al premio...
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Transcript of La literatura del Caribe colombiano en las letras nacionales (de Juan José Nieto al premio...
DE JUAN JOSÉ NIETO AL PREMIO NOBEL
LA LITERATURA DEL CARIBE
COLOMBIANO EN LAS LETRAS
NACIONALES
Por ARIEL CASTILLO MIER
Universidad del Atlántico
(Parte 2 de 2)
Quisiera bobbeme gaita
y soná na má que pa ti,
pa ti solita, pa ti,
pa ti, mi negra, pa ti.
Y si fuera tamborito
currucutearía bajito,
bajito, pero bien bajito,
pa que bailaraj pa mí.
Pa mí, mi negra, pa mí.
Pa mí na má que pa mí.
CANTO III Por estos versos, madre, corre un río, igual que por mis venas corre tu sangre.
AFFICHE DE LA PESCADORA
Por Bocagrande, la última pescadora viene. Un pez que escondido trae entre los senos, salta que salta, haciendo ecos de plata en las intimidades de su corpiño.
Agua y escamas, chorrean por sus tobillos. El agua llora el pez, que la pescadora apretándolo con sus muslos ha matado, y la luna y las escamas, se escandalizan de ver muslos tan morenos.
XVIII. VIDAL ECHEVERRÍA (1920- 1998): LA
VANGUARDIA CARIBE
LA LUNA CRIOLLA
La luna
se vuelve
un montón
de peces
en las aguadas,
las muchachas
del vecindario,
se hacen rizos
copiosos
frente a la luna
de los techos.
Luna de los
caminos,
que contrasta
con el moreno
agrupado
de las
lavanderas
vírgenes,
luna que
en los bebederos
no deja beber
a los toros
negros.
Luna
disimulada,
que se tarda
en el pentagrama
de las cercas
de los patios,
para mirar
a las muchachas
orinando.
De Poemas para luna y muchachas
XIX. AMIRA DE LA ROSA (1903-1974):
EL REGIONALISMO Y LA MUJER
—Dios lo oiga. Toma, niña, endúrzale er café.
La niña recibe la tacita de manos de la señora Cande, que sale a buscar los
pollos, sacudiendo el afrecho en una totuma:
—Pito… pito… pito…pito…
En un plato de peltre azul hay dos o tres puñados de azúcar y María Julia,
con el recazo del cuchillo, va llevándola al café poquito a poco.
—¿Ya? ¿Ya? ¿Ya? Usté dirá, padrino.
El padrino ha puesto los ojos sobre las manos de la doncella, su ahijada.
Las tiene limpias, morenas y nuevas. No tiene color en las uñas ni aliño
alguno. Son unas manos de mujer, comunes y corrientes; pero tiene un modo,
la niña, de volver hacia arriba la palma y de recoger los dedos, que parece que
llevara agua en el cuenco.
María Julia se siente mirada con regalo y se azora toda:
—Que se me derrama er café!
—¿No te han dicho que tienes las manos lindas?
Fuera, la cometa del niño Manué runrunea suave y galana,
como un palomo sabio. Sopla viento marero y el bramante
tenso corta con una raya la montaña verde-azul. Se oyen los
gritos, las voces alborozadas...
El niño Manué es un cometero excelente. Hace de la guadua
hebras y filetes y sabe dar al arco la perfecta curva de Eros. En
su cometa las verticales tienen fuerza de flechas; y en el nudo
de encuentro, las pegaduras no se hallan. Es un trabajo fino, de
artesano maduro, pero con la ternura de las manos sin durezas
y del tacto sin hieles.
la cometa runrunea suave y galana, como un palomo sabio.
Sopla viento marero y el bramante tenso corta con una raya la
montaña verde-azul. Se oyen los gritos, las voces alborozadas.
La cometa sabe dar al arco la perfecta curva de Eros y las
verticales tienen fuerza de flechas.
Amira de la Rosa, “Marsolaire”
EL RESPLANDOR Nunca supe su nombre. Pudo ser el amor, un poco de alegría, o simple- mente nada. Pero encendió de tal manera el día, que todavía dura su lumbre. Dura. Y quema.
XX. MEIRA DELMAR (1921):
EL ESPLENDOR DE LA PALABRA
REGRESOS Quiero volver a la que un día
llamamos todos nuestra casa.
Subir las viejas escaleras,
abrir las puertas, las ventanas.
Quiero quedarme un rato, un rato
oyendo aquella misma lluvia
que nunca supe a ciencia cierta
si era de agua o si era música.
Quiero salir a los balcones
donde una niña se asomaba
a ver llegar las golondrinas
que con diciembre regresaban
Tal vez la encuentre todavía
fijos los ojos en el tiempo,
con una llama de distancias
en la pequeña frente ardiendo.
Quiero cruzar el patio tibio
de sol y rosas y cigarras.
Tocar los muros encalados,
el eco ausente de las jaulas.
Acaso aún estén volando
en torno suyo las palomas,
y me señalen el camino
que va borrándose en la sombra.
Quiero saber si lo que busco
queda en el sueño o en la infancia.
Que voy perdida y he de hallarme
en otro sitio, rostro y alma.
INMIGRANTES Una tierra con cedros, con olivos,
una dulce región de frescas viñas,
dejaron junto al mar, abandonaron
por el fuego de América.
Traían en los labios
el sabor de la almáciga,
y el humo perfumado del narguile
en los ojos,
en tanto que la nave se perdía en las ondas
dejando atrás las piedras de Beritos,
el valle deleitoso al pie de los alcores,
los convites del vino en torno de la mesa
tendida en el estío
bajo el cielo alhajado.
El mar cambió de nombre
una vez, y otra, y otra
hasta llegar por fin a la candente orilla,
donde veloces ráfagas
de pájaros teñían
de colores y música repentina
el instante
y el fragor de los ríos remedaba el rugido
del jaguar y del puma
ocultos en la selva.
En riberas y montes levantaron la casa
como antes la tienda en los verdes oasis
el abuelo remoto, y las viejas palabras
fueron trocando entonces
por las palabras nuevas
para llamar las cosas,
y el corazón supieron compartir con largueza
tal el odre del agua en la sed del desierto.
A veces cuando suena el laúd memorioso
y la primera estrella
brilla sobre la tarde,
rememoran el día
en el “bled” fue borrándose
detrás del horizonte.
XXI. JOSÉ FRANCISCO SOCARRÁS (1906 -1995)
EL REALISMO SOCIAL
Ño Jenaro le confió la reliquia, bien resguardada en un lío de
telas mugrientas que nadie debía deshacer, so pena de que el
diablo en persona acudiera a reclamar la uña perdida.
Precisaba conservar el atadijo en el bolsillo izquierdo del
pantalón y, a la hora de un trance, apretarlo en el hueco de la
mano sin extraerlo del escondite. Ño Jenaro se alargó en
instrucciones detalladas.
J.F. Socarrás, “La uña de la gran bestia” (Socarrás, 1961: 134)
XXII. MANUEL ZAPATA OLIVELLA ((1920 - 2004)
LA VOZ DEL MARGEN
El pueblecito se despierta. ¡Ese
acordeón! Encalabozado a la media
noche y es ahora cuando se enteran. La
música sale de la ventana por donde
otras veces se oyó el llanto de los
flagelados. Las mujeres que regresan
del río se detienen para oírlo. Pasan
frente al hueco enrejado sin que nadie
les pida una totumada de agua. Las
notas más que los comentarios
expanden la noticia.
—¡Está preso!
M. Zapata, “Un acordeón tras la reja”
(Zapata, 1967:55)
ALDEBARÁN (fragmentos)
¿Qué somos? Este poco de mar, estos crustáceos, estas islas de fósforo que llevamos dormidas. Somos, también, estas pedrezuelas impasibles y ese niño que atesora un naufragio en su memoria. De aquí somos y esto somos. Lo demás es tristeza, ruido de nadie, mundo. Levantamos, en cada respirar, en cada poro nuestro, un poco de estos grumos, de estas chozas con vientres olorosos a fiebre. Miramos un camino con un hombre cantando, extendemos los ojos,
XXIII. HÉCTOR ROJAS HERAZO (1938-1995)
POETA DE LA MATERIALIDAD Y NARRADOR TRAS
LA RECONQUISTA DEL PARAÍSO PERDIDO
vemos un árbol, ¡un árbol solamente en la playa insaciable! y más allá los barcos, el mar de olas eternas. Nos sentimos totales, furiosamente solos. Solos como si nada nos doliese en la frente. Somos de aquí, de este orbe rumoroso, de esta arena con olas y naranjas, de este diario morir frente a la sal, de este podrirse con caracoles y totumos, de estas paredes rotas, de estos trozos de esquifes que siguen navegando por las calles. De este patio enlutado donde ronda la abuela, donde mataron una casa y aventaron sus puertas, su quicio y sus ventanas. Esto somos no más: mar que se pudre que camina y se pudre con nosotros.
XXV. JOSÉ FÉLIX FUENMAYOR, CUENTISTA:
EL FUNDADOR
El doctor se reía de lo que yo hablaba, siempre se estaba burlando, qué iba yo a
hacer, tan bueno era el doctor. Y también yo lo excusaba porque él era hombre
de ciudad, no comprendía el monte, y ya no iba a aprender. Él no vino aquí ni
biche ni verde para madurar, sino maduro para pudrirse. Pudrirse digo, no para
que se le coja en el sentido malo que también lo tiene sino para dar a entender
que a la ciruela, cuando ya está colorada no le entra más sabor ni más jugo.
Vamos a ver, que no ha acabado el sol su bajada y ya está e doctor prendiendo
todas las luces adentro y hasta afuera de la casa. No, doctor, no haga eso en la
noche del monte. Deje una luz pequeña en un cuarto y sálgase afuerita en lo
oscuro a mirar y a escuchar la noche dejándosela cerquita, no se la quite de
encima espantándola con la electricidad. Para diversión nunca le faltará
cualquier cosa como luciérnagas que parecen, digo yo, reventazón de
topotoropos que no echan semillas sino candelitas; o el canto del bujío, que es
su propio nombre y lo repite cada momento porque le gusta llamarse así; o el
gritico sinvergüenza del conejo, que no le conviene hacerlo, pero lo da.
Comience por ahí, doctor, con esos juguetes mientras aprende como nosotros
a poner atención a otras cosas que son vistas y oídas con ojos y orejas de
adentro, y esto es un misterio y no se lo puedo explicar. Usted no me va
a creer, doctor: cuando hay luna, se mueven por todas partes, caminando
calladitos, los sueños que salen a repartirse entre la gente dormida y que
son de toda clase, buenos y malos, pero a uno que está allí le toca el
mejor. Y si no hay luna, entonces es un secreteo como una brisita de
palabras que refresca cualquier mal de la persona. Métase, doctor, en la
noche del monte, que usté la necesita.
De eso quería yo hablarle al doctor, pero era como consejo que se lo
pensaba decir, y cómo me iba a atrever. De su alegría y tranquila
apariencia, ahí estábamos todos para testigos; pero sus risas, yo lo tenía
visto, eran como esas campanadas que se desparraman sobre la maleza
pero no tapan toda la mala yerba de abajo. El doctor estba fallo, y eso no
se me despintaba, y la noche del monte lo podía completar.
J.F.Fuenmayor, “Con el doctor afuera” (Fuenmayor , 1967:21)
Hoy decidí vestirme de payaso. Me he puesto unos
grandes zapatones de caucho y me he pintado la
cara de rojo y de blanco. Cuando atravesé el
estrecho corredor de arena la sentí rebotar debajo
de mis zapatones y tuve la agradable sensación de
sentirme payaso. Todos estaban en el redondel
cuando entré y no me han mirado siquiera. Estaban
esperando que yo llegara para comenzar, pero no
me han dicho nada. Cuando fui a ocupar mi puesto
he pasado frente al domador que está todavía
tratando de pegar una melena de papel amarillo a
sus leones de cartón. Y ahora estoy entre los demás
payasos, los payasos de verdad, y yo que sólo estoy
vestido de payaso, me confundo entre ellos y nadie
podría decir cuál de nosotros es el menos verdadero.
La marcha comenzó a sonar y con un movimiento
lleno de gracia y soltura salió el director quitándose
el sombrero y haciendo malabares con un bastón
negro.
XXVI. ALVARO CEPEDA SAMUDIO (1926 – 1972):
RENOVADOR DEL CUENTO Y LA NOVELA
Todos hemos comenzado a movernos
alrededor de la pista. Nosotros salimos
corriendo y nos mezclamos con los demás
como estorbándolos. Parece que yo me he
excedido porque al tirarle la cola a uno de
los leones se me ha quedado en las manos
una borla suave de lana amarilla. El
domador me amenazó con el látigo y los
payasos me han mirado con asombro por
debajo de sus máscaras de colores
Todos están serios pero a medida
que se van acercando a las
primeras silletas, las sonrisas
comienzan a aparecer hasta que
están completas en los rostros,
como si fueran un trozo más de
pintura blanca y roja.
“Hoy decidí vestirme de payaso”. De Todos estábamos a la espera
— Yo no he montado nunca en tren. ¿Y tú?
— Yo sí.
— ¿Muchas veces?
— Sí.
— ¿Te gusta montar en tren?
— Me gusta más verlo pasar.
— Yo sí los he visto pasar pero no he montado nunca.
— Vivimos un tiempo cerca de una parada.
— ¿Cómo ésta?
— No, ésta es una estación. Allá no paraba siempre,
sino cuando había pasajeros. Íbamos todos los días a
vender higos. Cuando no paraba nos comíamos los
higos por la noche. — Entonces era mejor que no parara.
— No, porque cuando paraba podíamos
vender algunos higos y sabíamos que
tomaríamos café dos o tres mañanas.
— A mí me gustan más los higos que el café.
¿A ti no?
— No sé: hace tanto tiempo que no como
higos y había tantas mañanas cuando no
teníamos café que he olvidado la diferencia.
— ¿Cómo eran los higos?
— Grandes y morados y estaban llenos de
bolitas por dentro.
— ¿Cómo eran los trenes?
— Largos y alegres, y cuando no paraban la
gente saludaba desde los vagones: eso era lo
mejor.
— El único tren que yo he visto es el de Puerto
Colombia, pero es chiquito y no lo he visto
andando. Cuando está parado la gente no
saluda, ¿verdad?
No, no saluda: mira nada más.
Estaban sentados sobre el techo del vagón. Yo me acerqué. Uno bajó los brazos. No sé
si iba a saltar. Cuando alcé el fusil el cañón casi le tocaba la barriga. No sé si iba a
saltar pero yo lo vi bajar los brazos. Con el cañón casi tocándole la barriga disparé.
Quedó colgado en el aire como un cometa. Enganchado en la punta de mi fusil. Se
cayó de pronto. Oí el disparo. Se desenganchó de la punta del fusil y me cayó sobre la
cara, sobre los hombros, sobre mis botas. Y entonces comenzó el olor. Olía a mierda.
Y el olor me ha cubierto como una manta gruesa y pegajosa. He olido el cañón de mi
fusil, me he olido las mangas y el pecho de la camisa, me he olido los pantalones y las
botas: y no es sangre; no estoy cubierto de sangre sino de mierda.
No es culpa tuya, tenías que hacerlo.
No, no tenía que hacerlo.
Dieron la orden de disparar.
Sí.
Dieron la orden de disparar y tuviste que hacerlo.
No tenía que matarlo, no tenía que matar a un hombre que no conocía.
Dieron la orden, todos dispararon, tú también tenías que disparar: no te preocupes
tanto.
Pude alzar el fusil, nada más alzar el fusil pero no disparar.
— Sí, se verdad.
— Pero no lo hice.
— Es por la costumbre: dieron la orden y disparaste. Tú no tienes la culpa
— ¿Quién tiene la culpa entonces?
— No sé: es la costumbre de obedecer.
— Alguien tiene que tener la culpa.
— Alguien no: todos: la culpa es de todos.
— Maldita sea, maldita sea.
— No te preocupes tanto. ¿Tú crees que se acuerden de mí?
— En este pueblo se acordarán siempre, somos nosotros los que olvidaremos.
Sí, es verdad: se acordarán.
De La casa grande
Antes de ponerse los botines de
charol raspó el barro incrustado
en la costura. Su esposa lo vio
en ese instante, vestido como el
día de su matrimonio. Sólo
entonces advirtió cuánto había
envejecido su esposo.
— Estás como para un
acontecimiento —dijo.
Este entierro es un
acontecimiento —dijo el
coronel—. Es el primer muerto
de
muerte natural que tenemos en
muchos años.
De El coronel no tiene quien le escriba
XXVII. GABRIEL GARCÍA MARQUEZ: PREMIO NOBEL
XXVIII. FANNY BUITRAGO: (1940)
LA COTIDIANEIDAD DE LA MUJER
XXVIII. FANNY BUITRAGO: (1940)
LA COTIDIANEIDAD DE LA MUJER
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XXIX. GERMÁN ESPINOSA: (1938 – 2007)
EL COMPLEJO BARROCO DE INDIAS
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XXX. JAIRO MERCADO: (1938 - 2003)
CUENTISTA DE TIEMPO COMPLETO
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XXXI. ROBERTO BURGOS CANTOR (1948):
LA RESISTENCIA DE LA MEMORIA
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XXXII. MARVEL MORENO (1939 -1995): (1945):
LA BURGUESÍA BARRANQUILLERA EN LA PICOTA
XXXII. MARVEL MORENO (1939 -1995): (1945):
LA BURGUESÍA BARRANQUILLERA EN LA PICOTA
Porque casi todo parecía tener un doble fondo: una muñeca
encerraba otra, un dado se repetía siete veces dentro de él
mismo, un joyero revelaba casillas invisibles presionando
botones ocultos entre arabescos. Tía Oriane le había dado a
entender que debía descubrir las claves por sí sola pero la
observaba sonriendo mientras ella escudriñaba sus gavetas y
de pronto, con un gesto casi imperceptible, le sugería que
había elegido la llave indicada o la hacía volver sobre un
objeto que había dejado de lado para buscarle su artificio. A
veces María descubría dibujos y retratos de su tía, una
insólita Tía Oriane de cabellos sueltos y vestidos
transparentes que corría descalza por la playa. Y figuras de
cobre: grandes pájaros cuyas alas se abrían sobre mujeres
desnudas.
M. Moreno, “Oriane, tía Oriane” (Moreno, 1980: 22-23)
XXXIII. RAMÓN ILLÁN BACCA (1938).
ENTRE LO BARROCO Y LO CHÉVERE
LA ALONDRA Y LOS ALACRANES Acuérdate muchacha Que estás en un lugar de Suramérica No estamos en Verona No sentirás el canto de la alondra Los inventos de Shakespeare No son para Mauricio Babilonia Cumple tu historia suramericana Espérame desnuda Entre los alacranes Y olvídate y no olvides Que el tiempo colecciona mariposas
XXXIV. GIOVANNI QUESSEP (1939) :
LA FÁBULA DEL EXTRANJERO
DECIRES DE ÉL, EL GUÁRICO CAMIONERO,
DECENTE HABLADOR, HACEDOR DE VERSOS
Y DE ELLA, LA PRINGAMOZA PARRANDERA,
LA VEZ QUE EN JUEGO DE COMPARSA Y DE
CONVERSA SE FUERON RUMBO AL
CARNAVAL Y EN ESAS SE LES PRESENTÓ LA
MUERTE, MUY DANZANTE, PARA ESPANTAR
EL CONGO GOLERO. CLARO ESTÁ QUE HUBO
SUSTO, PERO NADIE SUPO EN QUÉ
MOMENTO LES ENREDÓ LOS PASOS.
XXXV. ALVARO MIRANDA (1945):
LA SIMULACIÓN DE UN REINO
Él: Detén tu voz: Tus manos sobre el cielo ya se
crispan. ¿No será acaso la vida el lugar de la espera?
Ella: Atarantado huevón, hombre de nube y vientos, la pringamoza es moza por sus nalgas, sus henchidos senos y el candente agite de su pelvis. Vida sabrosona y la guaracha. Bulla, bulla, la macanuda danza y los zapatos
rojos.
Él: Ah muerte, ah muerte: todo un destino entre nosotros
crece. Paso a paso he roto los rosales para quedar por fin con una rosa entre mis manos. Ella: Marica la vida de este príncipe: bebe mi ron, la butifarra come, llena tu panza, el mondongo
embute. Anda mi camionero, mete tu
cloche que sin fuerza no hay rumba y sin rumba no hay desquite.
XXXV. ALVARO MIRANDA (1945):
LA SIMULACIÓN DE UN REINO
TE QUIERO BURRITA porque no hablas ni te quejas ni pides plata ni lloras ni me quitas un lugar en la hamaca ni te enterneces ni suspiras cuando me vengo ni te frunces ni me agarras. Te quiero ahí sola como yo sin pretender estar conmigo compartiendo tu crica con mis amigos sin hacerme quedar mal con ellos y sin pedirme un beso.
XXXVII. RAÚL GÓMEZ JATTIN (1945 - 1997):
EL DESEO Y LA LOCURA
XXXVIII. JAIME MANRIQUE (1949):
COMO UN PINTOR NOCTURNO
MAMBO Contra un cielo topacio y ventanales estrellados con delirantes trinitarias y rojas sensuales cayenas: el fragante céfiro vespertino oloroso de almendros y azahar de la India; sobre las baldosas de diseños moriscos, con zapatillas de tacón aguja, vestidos descotados y amplias polleras; sus largas, obsidianas cabelleras a la usanza de la época; perfumadas, trigueñas, risueñas, mis tías bailaban el mambo canturreando,“Doctor, mañana no me saca ud. la muela, aunque me muera del dolor”.
XXXVIII. JAIME MANRIQUE (1949):
COMO UN PINTOR NOCTURNO
Aquellas tardes en mi infancia
cuando mis tías eran muchachas y me pertenecían,
y yo bailaba cobijado entre sus polleras,
nuestras vidas eran un mambo feliz
que no se olvida.