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Octubre 2011
ALGUNAS REFLEXIONES ACERCA DE LA LEYENDA DEL CABALLO
BLANCO Y SU PRESENCIA EN EL IMAGINARIO TUNERO
Lic. Galina Pérez López
MSc. José Luis Marañón Rodríguez
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Pérez López y Marañón Rodríguez: Algunas reflexiones acerca de la leyenda del Caballo Blanco y su presencia en el imaginario Tunero, en Contribuciones a las Ciencias Sociales, octubre 2011. www.eumed.net/rev/cccss/14/
INTRODUCCIÓN
En la imaginación surgen los mitos y leyendas, ya sea como narración tradicional o colección
de narraciones relacionadas entre sí; hechos imaginarios pero considerados reales; en
ocasiones se mezclan hechos reales con ficción, aunque a partir de situaciones
históricamente verídicas.
Para que los mitos tengan lugar y normen la vida de las personas, es necesaria la existencia
de condiciones que así lo permitan y que estas mantengan su vigencia por un tiempo
prolongado en la historia de la comunidad. Los mitos surgen bajo condiciones concretas,
correspondientes a determinados etapas del desarrollo de la humanidad y se mantienen
vivos por la fuerza de la tradición. Ese proceso histórico es decisivo por su significado
esencial en la formación de la cultura e identidad de los pueblos.
La leyenda se sitúa en lugar y época específicos, y parte de hechos reales aunque
idealizados. Se diferencian de la historia, en su finalidad, que siempre es de didáctica o
nacionalista. Se utilizaba inicialmente para dar confianza a un pueblo en sí mismo al
enfrentarse a una situación nueva o un suceso extraordinario.
Toda creencia forma parte de la cultura popular tradicional de un pueblo, y es concebida
como el sentido de percepción, conciencia, modo de actuar, pensar y crear de los miembros
de una comunidad, pueblo o nación acerca del medio natural y social en que se
desenvuelven, mostrados a través de sus expresiones culturales.
Las leyendas forman parte indisoluble de la cultura de los pueblos, y se transmiten de
generación en generación, convertidas en parte de sus tradiciones históricas y culturales.
Las Tunas es un pueblo de mitos y leyendas que embrujan sus orígenes y dan colorido a la
vida en torno a su historia. La del jinete sin cabeza en su caballo blanco es la más importante
y conocida de todas.
En la provincia existen muy pocos estudios científicos culturales acerca de los diferentes
mitos y leyendas sobre fantasmas con figura humana o animal, güijes y aparecidos, a pesar
de las abundantes historias que a través de la narrativa oral, forman parte del patrimonio
cultural de las comunidades urbanas y rurales.
DESARROLLO
Algunas reflexiones teóricas acerca de la leyenda como parte de la cultura y su
relación con el imaginario popular.
La cultura popular, ha mantenido vivos los valores del pasado que se han enraizado y
enriquecido a través del desarrollo de la humanidad, que sirve de defensa contra la cultura
dominante. El pueblo es el único responsable de mantener vigente su memoria histórica, los
valores sociales, la diversidad de tradiciones como principal creador de su cultura para lograr
así una cohesión que no le permita subdividirse por creencias o razas y poder defender sus
raíces.
La cultura popular constituye el núcleo esencial de la cultura general de su población como
elemento caracterizador de ella. Por su amplitud, ofrece elementos comunes entre los
integrantes de un pueblo determinado, independientemente de las diferencias que
establecen los estratos sociales. Es por ello que entre lo intelectual y lo popular ha existido
siempre un puente comunicativo que hace posible la interrelación de lo primero con lo
segundo.
La cultura popular tradicional es cultura porque constituye el compendio de
expresiones que se transmite con el desarrollo de nuevas tradiciones. Es
tradicional porque es una ley que define y determina la perdurabilidad de las
manifestaciones culturales, así como su índice de desarrollo. (Feliú, 2003: 11-12)
Desde este punto de vista, la cultura es el elemento que abarca todas las expresiones,
materiales, espirituales y las diversas formas de relaciones sociales. Es popular porque el
pueblo es creador y portador de sus valores, que se transmiten de una generación a otra y
tradicional porque define y determina la perdurabilidad de las manifestaciones culturales.
Para los investigadores cubanos Sonia Almazán y Pedro Torres:
La cultura tradicional y popular es el conjunto de creaciones que emanan de una
comunidad cultural fundada en la tradición, expresada por un grupo o por
individuos y que reconocidamente responden a las expectativas de la comunidad
en cuanto expresión de su identidad cultural y social; las normas y los valores se
transmiten oralmente, por imitación o de otras maneras. Sus formas
comprenden, entre otras, la lengua, la literatura, los ritos, costumbres, la
artesanía, la arquitectura y otras artes. (2006: 311)
La cultura popular tradicional es lo que una sociedad ha creado, preservado y transmitido a
lo largo de la historia a través de las relaciones sociales, mediante la narrativa oral,
sumándole nuevos elementos acorde al desarrollo de la comunidad.
Deja de existir cuando el protagonista deja de ser el pueblo; cuando deja de identificarse con
la nación a la que pertenece.
La cultura popular tradicional constituye un elemento importante en la identidad cultural de
cada pueblo, imprimiéndole un sello único con características específicas que lo hacen
diferente de otros pueblos, que lo identifican como una cultura específica, consolidada y
reconocida por la población que la hace suya. Es la que el pueblo recrea, humaniza y
comparte que se apoya en la diversidad de tradiciones y hábitos.
En cuanto expresión cultural, generalmente será transmitida por la narrativa oral, incluidas
las costumbres, las artes, los ritos y la mitología en general; bajo la influencia de la cultura
española, africana, haitiana, árabe y el resto de las etnias que intervinieron en la
conformación de la sociedad actual, mezcla de las raíces religiosas y culturales de cada
grupo, en el proceso al que el sabio cubano Don Fernando Ortíz llamó transculturación.
Así llegaron hasta la actualidad las creencias en seres nocturnos, brujas, fantasmas, mitos y
leyendas un tanto reales colmadas de ficción, buen humor, siempre con alguna moraleja
positiva o sencillamente para infundir miedo en la población.
Los arahuacos que poblaron Cuba cultivaban una fe con elevado contenido animista, mágico
y mitológico. Lo sobrenatural lo personificaban en un conjunto de deidades que
representaban en sus cemíes1, celebraban fiestas religiosas como los areitos y definidas
funciones sacerdotales asociadas a curaciones, predicciones y a la conservación de
tradiciones.
En el complejo proceso de transculturación que se ha operado desde entonces, la herencia
se advierte apenas en leyendas y mitos populares referidos a espíritus de indios y a lugares
como las cuevas, en las que los aborígenes practicaron sus ritos funerarios y utilizaron para
plasmar sus pinturas, revelación del modo mágico con que percibían la realidad. En Cuba el
conquistador español impuso su cultura, su lengua, su civilización, su forma de representar e
interpretar la realidad y de reaccionar ante ella y, por último, su religión, el catolicismo.
A consecuencia de la trata esclavista se introdujeron en la Cuba diversas manifestaciones
religiosas, de acuerdo con los diferentes pueblos que llegaron desde África. Desde entonces,
lo hispano y lo africano constituyen los dos troncos etnoculturales principales en la
nacionalidad cubana, en la que también coinciden otras culturas (caribeña, norteamericana,
china y del resto de Europa) en el complejo proceso de transculturación y mestizaje, que ha
traído como consecuencia una composición religiosa sui géneris.
Las religiones africanas originales fueron modificándose en las condiciones cubanas al estar
desarraigados los portadores de sus medios naturales, sometidos a una involución cultural y
a una interrelación étnica, al variar las referencias de sus mitos y objetos de culto. Con los
rigores de la esclavitud se preferenciaron ritos de protección y adivinación, con lo que se
redujo la importancia de otros, como los de la fertilidad. De este modo, se conformaron varias
expresiones religiosas cubanas de origen africano.
Las expresiones de origen africano tienen en común un menor desarrollo teórico-ético-
doctrinal comparadas con las teologías cristianas. Se manifiestan en sistemas de
representaciones, símbolos y ritos de contenido mitológico estrechamente vinculados a la
naturaleza, a los espíritus de los ancestros y a la vida cotidiana. La influencia africana se
advierte en Cuba en la conciencia cotidiana del hombre de la calle y en la cultura, muy
especialmente en la música, la danza, instrumentos musicales y en la plástica.
Jesús Guanche en su libro España en la savia de Cuba, aborda casi todas las
transformaciones culturales que se producen en las etnias aborígenes con la llegada de los
colonizadores, al respecto expone:
Las creencias religiosas hacen del conquistador un guerrero intolerante en
extremo, a ello se unen los rezagos medievales que implican múltiples creencias
en seres sobrenaturales, infinidad de supersticiones sobre cada cosa o acto de
su vida, la identificación de lo bueno o la victoria con la predestinación de Dios y
lo malo o la adversidad, también predestinada, con la presencia del Diablo.
(Guanche, 1999: 142)
Consideraban además la existencia de espíritus antepasados y duendes, que realizaban junto a ellos
las travesías trasatlánticas y los guiaban en sus conquistas o los castigaban con las derrotas o
enfermedades. De esta forma también creían en fantasmas2 y brujas que a través de
hechicerías, eran capaces de controlar o influir en el devenir natural y en la vida personal de
quienes desearan pues tenían pactos con el Diablo.
La causa más poderosa para defender todo ese mundo espiritual, fue en todas las épocas, el
analfabetismo o el semianalfabetismo y la ignorancia que para entonces, traían consigo la
mayoría de los inmigrantes hispánicos; lo que facilitó el mandato y poderío casi absoluto de
la Iglesia Católica Medieval.
El estudio de los componentes étnicos que dan origen a la nación cubana contemporánea,
constituye un necesario marco de referencia ya que las principales manifestaciones de la
cultura material y espiritual de Cuba, están estrechamente vinculadas con el proceso
histórico del poblamiento desde la época colonial.
Para las tres primeras décadas del siglo XX, Cuba se convierte en centro receptor de una
fuerte corriente migratoria. En el transcurso de esos años, arriban al país cerca de 1 200 000
inmigrantes, que influyeron de forma decisiva en el crecimiento demográfico de la Isla,
marcaron con su huella el desarrollo socio-económico del país y aportaron elementos que, a
través de un proceso creador y dinámico, enriquecen la cultura nacional, en mayor o menor
escala.
No faltaron desde entonces las variadas historias de duendes, fantasmas y otros que
enriquecieron el acervo mítico del país con leyendas que han quedado en el olvido algunas, y
otras se han transformado para mantenerse vigentes en el folklore cubano.
La investigadora María del Carmen Víctori Ramos expone que:
Las leyendas recogen y registran fabulaciones o simples historias sobre algún
suceso o hecho, o sobre alguna que, por motivos históricos o sociales, se
encontrara en una posición, actividad o una situación susceptible por su
condición de trascender en el recuerdo de una colectividad.
(www.lajiribilla.cubaweb.cu, 2001)
Las leyendas nacen en historias populares que abarcan temas que abarcan los santos, los
hombres lobo, aparecidos y otros seres fantásticos o recuerdos personales. Se diferencian
de la historia formal en su estilo de presentación, énfasis y propósito.
Algunos investigadores las han clasificado en tres grandes grupos: las estrechamente
relacionadas con las apariciones sobrenaturales, las que tratan sobre sucesos históricos y
las relacionadas con elementos sagrados.
En la literatura, la conceptualización de leyenda está dada como una narración ficticia casi
siempre de origen oral, que hace apelación a lo maravilloso. A diferencia del cuento, está
ligada siempre a un elemento preciso (lugar, objeto, personaje histórico u otro). Comparte
con el mito la tarea de dar fundamento, explicación a una determinada cultura, y presenta a
menudo criaturas cuya existencia, a pesar de existir en numerosas bibliografías, programas
de radio y televisión o filmes, no ha podido ser probada (ejemplo de ello son las sirenas)
La leyenda, a deferencia del mito, se construye y nutre de acontecimientos que presumen
tener un basamento objetivo, pues estos parten de hechos supuestamente ocurridos; y ese
acontecer es creído tanto por los emisores como por los receptores. En algunos casos,
expresan recordarlo por inusual o trascendente en la vida del lugar o del individuo. Como
todo relato, está sujeto a reelaboraciones que transitan entre la simple exageración y la
inserción de procesos y soluciones sobrenaturales.
Algunos autores tienden a unificar o confundir el mito y la leyenda, y a convertirlos en un
único fenómeno literario. Otros se atienen a las funciones específicas de los relatos, y la
confusión resulta entonces mayor, pues, sin una definición de los términos y su espacio
conceptual, tratan de subdividirlos por temas; por ejemplo, llaman mitos, a los relatos sobre
sucesos patrios y leyendas, a las historias y acciones de dioses.
Sin embargo, existe otro grupo de autores que establecen una separación preliminar entre
ambos términos y se limitan al estudio de los casos concretos, así definen como mitos, a “los
relatos que recogen y transmiten la esencia del pensamiento primitivo y acientífico sobre el
origen y desarrollo de la tierra y de la vida”.
En resumen, mitos y leyendas están saturados de humor, peligros, miedos infundados por
entes sobrenaturales, en su mayoría muertos cuya alma no logra el descanso eterno debido
a deudas que dejaron en vida o están “castigados” a andar errantes definiéndoseles como
“almas en pena”. “En muchas religiones y filosofías, el alma es el elemento inmaterial que,
junto con el cuerpo material, constituye al ser humano individual.” (www.cubayoruba.cult.cu).
La creencia en alguna clase de alma que puede existir independiente del cuerpo, se
encuentra en todas las culturas conocidas. En muchas culturas contemporáneas de tradición
oral, se dice que los seres humanos tienen varias almas (a veces hasta siete) localizadas en
diferentes partes del cuerpo, cada una con distintas funciones.
La fe en la existencia de las almas puede tener efectos sociales importantes mediante el
reforzamiento de los deberes morales. El significado cultural de la creencia en las almas
refleja la universalidad de los problemas para los cuales representa una respuesta: la
compleja cuestión de la personalidad humana, las experiencias morales y espirituales de la
vida, y la eterna cuestión de la inmortalidad.
Este tipo de creencia, así como algunos mitos y leyendas, ocasionalmente se les traduce en
música, festejos, bailes, vestuarios y religión que varían de acuerdo a los practicantes y a las
zonas en que se desarrollan, ello permite definir características espirituales fundamentales
en la formación de la cultura nacional.
La transmisión oral de antiguos conocimientos contribuye a conformar la base cultural de las
comunidades humanas. Ella preserva las características de pasadas formas de vida y de
relaciones sociales ya desaparecidas, que a pesar del tiempo, influyen en la memoria de los
descendientes de las comunidades.
Los cuentos y relatos se observan en lo fundamental entre dos corrientes: una llegada desde
España y otra proveniente del África occidental subsahariana; pero ambas han modificado y
adaptado temas y personajes a la vida antillana y cubana, como expresiones contrapuestas a
través de los siglos. Los relatos la ofrecen como propia de sus antepasados más cercanos
(abuelos, padres o tíos) sin aclarar, en la mayoría de los casos, el ascendiente étnico
específico.
En las leyendas se expresa un panorama multiforme cuando se señalan especificidades
caribeñas o motivos comunes a relatos legendarios de otros territorios. Ellas ocupan todo el
país y aunque gran número de sus temas y personajes tengan semejanzas en otras zonas
de Latinoamérica y de la Península Ibérica, hay muchas otras que provienen de la
interpretación de sucesos locales, por ello, son especialmente cubanos.
La leyenda tiene un basamento más cercano a la verdad que el mito; es el resultado de la
experiencia de un grupo social que tuvo la oportunidad de agregarle a una historia (que pudo
suceder en realidad), elementos que resaltan una época, un lugar o una persona con
características más o menos fantásticas.
Las leyendas surgen de la imaginación popular, de los sueños y hasta del miedo, revelan una
de las mayores fuerzas de la creación folklórica mundial. En su mayoría leyendas, mitos y
fantasías, son los valiosos documentos orales del pueblo que indican y precisan los variados
estratos culturales. Sobre los dioses de los indios poco se conoce, mientras que de la
mitología afrocubana o la campesina, mucho se ha conservado. (Feijóo; 1986: 5-6)
La leyenda es concebida como una narración oral o escrita, con mayor o menor proporción
de elementos imaginativos y que generalmente quiere hacerse pasar por verdadera o
fundada en la verdad. Se transmite normalmente de generación en generación, casi siempre
de forma oral, y con frecuencia son transformadas con elementos que suprimen, añaden o
modifican.
Con el paso del tiempo no solo se transforman las tradiciones, también la manera de
contarlas, ganan o pierden argumentos, detalles, expresiones acorde con el lugar y la época
en que es contada. Una misma leyenda puede llegar a tener infinidad de versiones, situadas
generalmente en el entorno de aquellos que las narran y reciben.
Son relatos tradicionales que, pese a contener elementos sobrenaturales o inverosímiles, se
presentan como crónica de hechos reales sucedidos en la actualidad. A menudo, el narrador
presenta a los protagonistas de una leyenda como conocidos o parientes de alguna persona
cercana, también se les conoce como "historia del amigo de un amigo".
Las historias sobre diversos tipos de apariciones se ciñen a cuatro temas fundamentales:
Nombres de lugares.
Personajes singulares.
Origen de las razas.
Acciones varias.
Con relación al cuarto tema, algunas historias se refieren a las almas en pena que ofrecen
tesoros o protagonizan sucesos prodigiosos, por lo común, voces que claman, o arrastres de
cadenas unidos o no al embrujamiento de viviendas. En algunos casos, pueden vislumbrarse
hasta barcos fantasmas en las noches oscuras costeras y un pequeño conjunto de temas
exponen valoraciones sobre árboles, animales, figuras y piedras que revisten un carácter
sagrado.
En este sentido también es común la presencia de luces, hombres sin cabezas, duendes,
brujas, metamorfosis de hombres en animales, entidades duales como güijes o jigües3,
madre de aguas4 y chichiricús5)
Para las cosechas estaba la Madre Tierra6 como dueña de los sembrados y la fertilidad de
los suelos; por los oscuros caminos las primeras luces fantasmales; para augurar desgracias
las cadenas arrastradas que podían pertenecer a cualquier carreta tirada por bueyes o
caballos pero la convivencia junto al miedo impedía voltearse hacia el origen del ruido, los
tuneros de entonces se conformaban con rezar algunos y otros quedarse quietos casi sin
aliento hasta que se alejara el sonido.
A lo largo de la historia, las sociedades se entregan a una invención permanente de sus
propias representaciones globales, otras tantas ideas-imágenes a través de las cuales se
dan una identidad, perciben sus divisiones, legitiman su poder o elaboran modelos
formadores para sus ciudadanos. Estas representaciones de la realidad social, inventadas y
elaboradas con materiales tomados del caudal simbólico, tienen una realidad específica que
reside en su misma existencia, en su impacto variable sobre las mentalidades y los
comportamientos colectivos, en las múltiples funciones que ejercen en la vida social.7
La unidad de una sociedad, en el plano de la subjetividad, se mantiene a través de la
consolidación y reproducción de sus producciones de sentidos (imaginario social). Sentidos
organizadores (mitos) que sustentan la institución de normas, valores y lenguaje por los
cuales una sociedad puede ser visualizada como una totalidad.
Desde esta perspectiva, normas, valores y lenguaje no son solo herramientas para hacer
frente a las cosas, sino los instrumentos para hacer las cosas, en particular para hacer
individuos,
El ser humano es el único capaz de decidir en cada caso el significado que quiere que
tengan los objetos, las personas, las ciudades; es el único capaz de apreciar en las cosas
determinados valores que, para llegar a reconocerlos, tiene que conocer desde antes.
La caracterización del concepto de imaginario social parte de la siguiente definición:
Lo imaginario, o más precisamente, un imaginario, es un conjunto real y
complejo de imágenes mentales, independientes de los criterios científicos de
verdad y producidas en una sociedad a partir de herencias, creaciones y
transferencias relativamente conscientes; que funciona de diversas maneras en
una época determinada y se transforma en una multiplicidad de ritmos. Conjunto
de imágenes mentales que sirve de producciones estéticas, literarias y morales,
pero también políticas, científicas y otras, como de diferentes formas de memoria
colectiva y de prácticas sociales para sobrevivir y ser transmitido (Escobar, 2000:
113).
Los contextos simbólicos, o «constelaciones de significaciones sociales», pueden entenderse
como:
[Los] conjuntos de respuestas sobre la tragedia, el amor, la moral, la muerte,
etc., preguntas estas planteadas a toda la sociedad y que cada una responde
espacio-temporalmente de forma variada, pero en todos los casos dispone de
una cosmología, de una imagen del mundo con la que el individuo se identifica (o
diferencia si pertenece a otra sociedad con simbolismo diferente). Según
Durkheim, este mundo de significaciones sociales se estructura en torno a dos
esferas arquetípicas: lo sagrado y lo profano, que delimitan y configuran el
mundo para el hombre (Beriain, 1990: 12).
De esta manera, los contextos simbólicos narran o enuncian el saber social constitutivo de
las diferentes formaciones sociales y, por ende, se enraízan o fundan en contextos vitales
relativos a momentos históricos y espacios sociales concretos.
Así, dichos contextos simbólicos permiten expresar el saber social que se encuentra en la
base fundacional de lo social y, por ende, devienen como sugestiones o ilusiones que
«encantan» a los individuos dándoles las seguridades simbólicas necesarias para enfrentar
su devenir histórico o las contingencias de la existencia. Los imaginarios sociales, en tanto
contextos simbólicos, economizan angustias y configuran corazas protectoras frente al
destino. Este encantamiento simbólico sólo puede llegar a ser accesible a la percepción y
«conciencia» de los individuos gracias a las formas lingüísticas e iconográficas en que se
expresan.
Las representaciones colectivas operan de esta forma como las concreciones simbólicas de
dichos contextos o constelaciones. Al respecto escribe Beriain:
Lo imaginario-arquetípico (Dios, el principio totémico y, en última instancia, la
sociedad como el foco creador de significaciones sociales, como la institución
instituyente de nuevas significaciones sociales que operan como constelaciones
de sentido) se manifiesta, figura y presenta siempre a través de lo simbólico-
representativo (el tótem, clan tribal, los símbolos rituales, etc.), que operan como
la condición de posibilidad de aquél, puesto que a través de lo simbólico existe y
se expresa lo imaginario (Beriain, 1990: 13).
Las representaciones colectivas permiten la transmisión, comprensión y clasificación de algo
en una determinada realidad simbólica estructurada, la cual, siguiendo a Durkheim (1985),
encarna las condiciones históricas y culturales de una determinada sociedad. Dado lo
anterior, se puede decir que las representaciones colectivas son:
Estructuras psicosociales intersubjetivas que representan el acervo de
conocimiento socialmente disponible y que se despliegan como formaciones
discursivas más o menos autonomizadas (ciencia/tecnología, moral/derecho,
arte/literatura) en el proceso de autoalteración de significados sociales (Beriain,
1990: 13)
Las representaciones colectivas son entonces, objetivaciones del imaginario social, son las
formas que asume éste y sin las cuales su existencia sería simple metafísica ahistórica.
Los imaginarios sociales se despliegan como portadores de imágenes y formas de
comprender la realidad, así como detonantes de la acción social. Por ello, lo imaginario sería
el conjunto de imágenes que cada uno compone a partir de la aprehensión que tiene de su
cuerpo y de su deseo, de su entorno inmediato y de su relación con los otros, a partir del
capital cultural recibido y adquirido, así como de las elecciones que provocan una proyección
en el porvenir próximo.
La socialización de los imaginarios individuales, es decir, su configuración, se gesta en la
relación continua y dialógica existente entre subjetividad y cultura. La subjetividad sería la
manera como se encarna la cultura en cada sujeto. La cultura sería el acervo de
conocimientos socialmente construidos que se encuentran a disposición de los sujetos. El
imaginario sería de esta forma, reserva y potencia; reserva en tanto actualización de la
cultura y potencia en cuanto creatividad o dinamización de la subjetividad.
Desde esta mirada, lo imaginario sólo tiene sentido en el contexto de los mundos de la vida
que cada sujeto configura (experiencia) en relación con lo otro (el mundo) y los otros (otros
sujetos).
En lo imaginario coexisten tres grandes categorías:
Las imágenes entendidas como realidades físicas y mentales que se encuentran en
todos los escenarios vitales y permiten ver la realidad. Es de anotar que las imágenes
son representaciones que pueden llegar a ser colectivas en cuanto sinteticen acervos
de conocimientos socialmente producidos.
Los imaginarios son los marcos de referencia desde los cuales los sujetos decodifican
las imágenes que le vienen del contexto y configuran las suyas propias.
La fantasía es el escenario de la imaginación creativa, de las cosas no pensadas ni
dichas, donde las imágenes y los imaginarios pueden realizar su función poética.
Dado lo anterior, los imaginarios sociales rigen los procesos de identificación y de integración
social y hacen visible la invisibilidad social; de allí la importancia de su estudio y su posible
relación con el momento iconológico para el estudio de las imágenes.
Entre el campo imaginario y el campo de las prácticas sociales hay implicaciones mutuas,
pues el imaginario supone prácticas sociales previas y las prácticas sociales suponen un
imaginario que aparece en el tiempo como movilizador, como proyección hacia adelante, que
se encarna y tiene efectos visibles.
La imaginación colectiva puede ser comprendida como una cristalización histórica, como
magma de significaciones ya cristalizado en el tiempo y en el espacio, habiendo sido
generado por la sociedad para modificarse y transformarse a sí misma.
Fernández señala, citando a E. Mari, que Castoriadis habla del imaginario social efectivo o
instituido infiriendo que a éste corresponderían las significaciones imaginarias que anudan
los deseos al poder, operando como organizadores de sentido de los actos humanos,
estableciendo fronteras entre lo lícito y lo ilícito, entre el bien y el mal, entre lo debido y lo
indebido, favoreciendo así la configuración de individuos y grupos en condiciones de
reproducir la institución de la sociedad:
En el término imaginario social, lo imaginario remite a otro orden de sentido: ya
no como imagen de, sino como capacidad imaginante, como invención o
creación incesante social-histórica-psíquica, de figuras, formas, imágenes, en
síntesis, producción de significaciones colectivas... (Reygadas, 2006)
De esta manera se producen narrativas que se repiten y se repiten en diferentes formas y en
diferentes escalas, de tal manera que la retícula social, a través de la cual circulan esas
narrativas, va configurando y destacando aspectos que puedan ser conocidos y preferidos
subjetivamente, mientras que de manera simultánea se van proponiendo y haciendo públicas
formas organizativas que puedan incluir o excluir las prácticas sociales valoradas o
desvaloradas, relacionadas con dichas narrativas, instituyendo las significaciones, ofreciendo
a la sociedad los intereses de un grupo como los intereses de toda la sociedad.
Un elemento importante a tener en cuenta en este análisis es el relacionado con las
representaciones sociales, las que se localizan en el punto de intersección de imaginarios y
comportamientos, entre los niveles micro y macro de la realidad.
La representación constituye un tejido conectivo entre comportamientos y cogniciones, entre
sujeto y objeto, que surge en medio de esa articulación y, a su vez, la facilita.
Está claro que, frente a la argumentación un tanto positivista de Durkheim sobre los modos
en que actúan las representaciones colectivas, Moscovici aporta una idea mucho más
acabada, al ubicar al sujeto como productor de significados en el espacio de relaciones
cotidianas en el cual se desenvuelve.
Ahora bien, el hecho de haber cambiado el término de representaciones colectivas a
representaciones sociales no obedece solo a razones de originalidad epistemológica. El
carácter social de las representaciones está dado, entre otras cosas, porque ellas permiten la
producción de ciertos procesos humanos siendo además el resultado de esos mismos
procesos. Así, por ejemplo, las comunicaciones sociales serían difícilmente posibles si no se
desenvolvieran en el contexto de una serie, suficientemente amplia, de representaciones
compartidas. (Ibáñez, 1988: 43).
Las representaciones son sociales porque son inseparables de los grupos y de los objetos de
referencia.
Lo social interviene ahí de varias maneras: a través del contexto concreto en que
se sitúan los individuos y los grupos; a través de la comunicación que se
establece entre ellos; a través de los marcos de aprehensión que proporciona su
bagaje cultural; a través de los códigos, valores e ideologías relacionados con
las posiciones y pertenencias sociales específicas. (Jodelet, 1986: 473).
Cada representación está anclada a un grupo y a un objeto en específico a través de una
dinámica semántica compleja. Algunos de los componentes de la representación pueden ser
verbalizados, declarados en el discurso de los sujetos; otros permanecen ocultos e incluso
pueden pasar desapercibidos para la propia persona acostumbrada a ellos.
Las representaciones sociales se manifiestan en un espacio discursivo, pero
también expresan elementos de la subjetividad social que no se hacen explícitos
en formas discursivas; adoptan otras formas que aparecen en el imaginario
social, en las tradiciones, las creencias, etc, y que con frecuencia se mantienen
como sentidos subjetivos, cuya expresión en los discursos que circulan y en la
constitución de las representaciones sociales no es necesariamente idéntica.
(González, 2002: 110).
Las representaciones son una forma de pensamiento natural informal, un tipo de saber
empírico, que además se articula al interior de los grupos con una utilidad práctica, en
esencia como una guía para la acción social de los sujetos, es decir, como un saber
finalizado.
Así, el imaginario es un conjunto real y complejo de imágenes mentales, producidas
socialmente a partir de herencias, creaciones y transferencias, relativamente conscientes, y
que pueden presentarse en forma de producciones estéticas, literarias, morales, políticas,
científicas y otras, así como de diferentes formas de memoria colectiva y prácticas sociales
para sobrevivir y ser transmitido; configuraciones subjetivas que circulan en lo oculto de una
sociedad, transmitiéndose de generación en generación, confiriendo sentido y significado a
los individuos, grupos e instituciones, normalizando cánones, valores y modelos de conducta,
así como mitos, dogmas, credos y rituales.
Es en este sentido que los mitos constituyen relatos basados en la tradición y la leyenda es
creada para explicar el universo, el origen del mundo, los fenómenos naturales y cualquier
acontecimiento para el que no hubo una explicación científica en determinada época;
historias, reales o ficticias, que como forma de representaciones sociales, y como parte del
imaginario social, son historias que se han transmitido generacionalmente.
La cultura tunera como la cubana, está influenciada por las inmigraciones de África, Europa,
Asia y cualquier región del Caribe, ellos aportaron símbolos de su ideología y juntos
conformaron lo que es hoy la nación cubana, fruto del mestizaje étnico-cultural-religioso.
Las Tunas: tierra de leyendas y tradiciones
En 1492, a la llegada de los españoles, el territorio de la estaba habitado por tres
asentamientos aborígenes: Maniabón y Boyucá, al norte y Cueybá, al centro y sur.
La costumbre de adorar a la Virgen María, tuvo sus inicios en Las Tunas. La ermita de Ojeda
viene a ser históricamente la segunda en los anales eclesiásticos; su construcción data de
mediados de noviembre de 1509. Alonso de Ojeda, con en viaje a la Española naufraga, por
lo que recala en Cuba, en la costa sur. Se dice que fue rechazado por algunas comunidades
aborígenes, y como devoto de la Virgen prometió construirle una ermita allí donde fuera
atendido. Al llegar al territorio tunero fue atendido por el cacique Cueybá y como recompensa
de las atenciones recibidas le obsequió la imagen de la Virgen María y les enseñó a adorarla.
La historia religiosa en Las Tunas comienza en los primeros años del siglo XVIII. En 1707, se
levantó la Ermita de San Jerónimo a solicitud del rico terrateniente Diego Clemente del
Rivero. Se le denominó San Jerónimo en prueba de respeto al obispo que concedió el
permiso para su creación, Don Jerónimo Valdés.
Las Tunas, como población, nace a mediados del siglo XVIII, junto al camino real central, en
torno a la mencionada ermita, a la que acudían en las fechas religiosas los dispersos vecinos
de esa área. A pesar de la resistencia de los grandes ganaderos, la Real Audiencia autorizó
la fundación del poblado que por su posición central adquirió pronto importancia, pues de él
partían caminos hacia Holguín, Bayamo y Puerto Padre.
El nombre primitivo fue Cueybá, su nombre actual lo tomó a consecuencia de un cubano
riquísimo de aquella época, Jesús Gamboa, dueño de grandes fincas, llenas de reses y en
una de las cuales había un vasto corral sembrado de matas de tuna brava o espinosa.
Con el transcurrir del tiempo, se hizo costumbre decir entre los vecinos “vamos al corral de
las tunas”. Al preguntar por el mejor ganado de toda la región, los comerciantes solían decir
“el de la hacienda de las tunas”; topónimo que se quedaría para denominar la región.
(Marrero Zaldívar; 2006: 85)
Para las labores del azúcar se empleaba la inmigración española, cuyo asentamiento mayor
fue en Manatí; árabes para el comercio, asiáticos para el trabajo en las centrífugas de los
ingenios de todas las localidades tuneras. Los colombianos, mexicanos, dominicanos,
armenios y moros, realizaron disímiles trabajos; estos dos últimos grupos, en su mayoría
dueños de tiendas de víveres y otros accesorios. Todos de una u otra forma al cruzar sus
razas con la local, aumentaron las raíces étnicas del tunero actual.
Ellos fueron los portadores de historias relacionadas con monstruos, héroes, reyes o simples
campesinos de sus tierras natales que según contaban, habían visto luces en las
madrugadas, siluetas fantasmales o escuchaban voces, cadenas arrastradas y otras que
desaparecían en el silencio de la noche; a esas historias se les denomina leyenda.
El folklore campesino es uno de los mayores defensores de las historias míticas porque del
campo salieron las primeras experiencias, fue de los arroyos cercanos a las fincas donde se
comenzó a hablar de güijes. Así era la vida en Las Tunas hasta algunas décadas después
del triunfo revolucionario cubano.
Hacia la década del 90 del siglo XX, la crisis económica manifestada en el país condujo al
deterioro de los valores morales y políticos creados por la Revolución. Fue una década que
sirvió como prueba de resistencia para el pueblo cubano; muchos continuaron leales a sus
principios éticos, algunos decidieron abandonar la Isla y otros apelaron a la religión.
Es por ello que tanto el catolicismo, las Iglesias Protestantes, la Regla Ocha y todas la
variantes del espiritismo, adquieren un mayor auge y gran número de seguidores y
practicantes, no para responder a los fenómenos naturales como en los inicios de la
humanidad; esta vez se busca la religión como refugio, como una salida a los problemas.
Todas las religiones se convirtieron de una u otra forma en la justificación para evadir la
situación de entonces.
Cada quien tomó las decisiones que consideró pertinentes para su bienestar. Muchas
costumbres y tradiciones se quedaron con el tiempo en el pasado, también se hablaba
menos de las historias que en otra época los atemorizaron y no se mantuvo la tradición de
contarlas a su descendencia.
Así el oscurantismo y la mayoría de las supersticiones fueron disminuyendo con el paso de
una generación a otra; las creencias en seres mitológicos o en las leyendas como narración
oral, pierden en esa década terreno frente al cristianismo y al espiritismo que ganaron un
espacio importante en la ideología de los cubanos y de los tuneros como partícipes del
fenómeno religioso en ascenso dentro de la sociedad actual.
Otra de las causas que provoca la acelerada disminución en las creencias míticas, está dada
por las inmigraciones dentro del mismo país, por el éxodo del campo hacia la ciudad y de
algunos habitantes del resto de las provincias a la capital. Este proceso en cierta medida
facilitó el intercambio cultural, pues el campesino y los habitantes de las pequeñas ciudades
dejan a un lado muchos de sus hábitos, incluso transforman su lenguaje y pronunciación
característicos a través de la imitación, interesados en ser aceptados y sentirse uno más del
nuevo grupo social; así asumen modas, preferencias y costumbres en general de la nueva
comunidad en que residen.
Esa situación conlleva a la pérdida de muchos de los elementos de su cultura identitaria;
algunos repentistas se alejan de la décima y la improvisación. Lo mismo sucede con las
creencias religiosas, el falso creyente va de una religión a otra sin un verdadero sentimiento
de pertenencia.
Desde entonces los mitos y las leyendas han dejado de ser el centro de la vida para
mantenerse en la memoria histórica de pequeñas colectividades humanas, especialmente en
los más ancianos.
La ciudad de Las Tunas en la actualidad, cuenta con numerosas historias de güijes,
fantasmas, apariciones y alguna que otra casa apartada que se considera embrujada; pero la
leyenda emblemática de la ciudad es la del Caballo Blanco o Jinete sin cabeza como también
se le conoce.
La leyenda del caballo blanco: su presencia en el imaginario tunero
Desde la época colonial, transmitida de forma oral, llegó hasta nuestros días la leyenda del
indio sin cabeza o del caballo blanco. Se trata de una leyenda desconocida por los más
jóvenes, tanto en la ciudad como en el campo, la conocimos de nuestros padres y abuelos, y
se mantuvo en el imaginario tunero por varias generaciones.8
Los más viejos contaban que los españoles realizaron una matanza de indios en Cueybá en
la que fue decapitado el cacique, nada extraño ni fantasioso, pues es significativa en la
historia de Cuba la matanza de indios en Caonao y aunque apenas nombrada, también se
conoce de otra matanza en Maniabón; por tanto, se puede pensar que también pudo ocurrir
en Cueybá.
Los viejos, contaban que desde ese momento comenzó a hacer su aparición en el territorio el
caballo blanco y el indio sin cabeza. Era el cacique decapitado que vagaba clamando
venganza por los indios que fueron asesinados por los españoles. Desde entonces la
aparición se vinculó con desgracias y cualquier hecho lamentable que sucedía se
relacionaba con el indio sin cabeza y el caballo blanco. Cualquier suceso violento, era
precedido por la aparición del indio sin cabeza, aunque no eran estos hechos sangrientos los
únicos que daban lugar a los comentarios sobre la aparición del temido caballo blanco.
El 12 de julio de 1945 los tuneros se estremecieron por el accidente ferroviario ocurrido cerca
del aserrío que dejó un saldo de más de 20 muertos. Ante el hecho, los vecinos afirmaron
que días antes había aparecido el caballo blanco.
El 19 de marzo de 1963, la ciudad es azotada por la más severa tormenta de granizos, la
famosa granizada ocurrida en Cuba hasta ese momento, volaron techos, árboles y cayeron
casas derrumbadas. Se dijo que el indio sin cabeza había aparecido días antes.
Ahora no solamente han cambiado la leyenda, sino que le fijaron la fecha de 1617 y que un
indio estaba enamorado de una blanca, el padre se enteró y para acabar con los amoríos
mandó a decapitar al indio y desde esa fecha corría un caballo blanco montado por un
gallardo y erecto jinete sin cabeza presto a implantar justicia por su mano y dejar sobre la
tierra cuanta testa española encontrara a su paso.
Puede ser hermosa, pero no es la leyenda que conocieran los abuelos y la que a las
generaciones posteriores hizo sentir miedo por la noche y no levantar la vista si se
escuchaba el trotar de un caballo. Es difícil, históricamente, que en 1617 viviera en Cueybá
una joven blanca, bella y casadera. En la nueva leyenda se dice: Tras la imagen del blanco
corcel se escondieron alevosías, asesinatos, fechorías y cuanta idea maligna puede cobijar
el corazón de un hombre decidido a poner sangre por medio. Fue el parapeto perfecto para
los buscadores del mal.
Lo cierto es que el tren descarrilado o la granizada del 63, no fueron alevosías, fechorías ni
ideas malignas de hombre decididos a poner sangre por medio o buscadores del mal. La
aparición era sinónimo de desgracias, no de asesinatos. La leyenda del indio sin cabeza y el
caballo blanco, tal como la conocieran y transmitieran oralmente nuestros antepasados, pasó
a formar parte de nuestra literatura cuando el poeta Oscar Vázquez Cruz la elaboró
artísticamente, pero respetando su contenido.9
Una encuesta aplicada a una representación de tuneros de diferentes edades y sectores
poblacionales, dio como resultados más significativos los siguientes:
Existe un elevado desconocimiento por parte de los tuneros de menos de 35 años acerca de
las leyendas que forman parte de la memoria del territorio (86,7 %) y especialmente de la
leyenda del caballo blanco (77,8 %)
Los tuneros encuestados que manifestaron conocer esta leyenda, refieren haber sabido de
su existencia fundamentalmente a través de los relatos de sus abuelos y padres (24,7 %)
Este bajo por ciento evidencia que una de las razones por las que esta y otras leyendas han
comenzado a desaparecer del imaginario tunero, es el hecho de haberse dejado de transmitir
de generación en generación, una de las vías para el surgimiento y mantención de las
leyendas en la cultura popular.
Es significativo que la presencia de esta y otras leyendas es muy escasa y rara en los
medios de prensa y las obras artísticas (literatura, pintura, canciones y obras de teatro, entre
otras)
En los talleres de reflexión realizados los criterios coinciden con la encuesta pues existen
opiniones encontradas a partir del desconocimiento de estas leyendas por una buena parte
de los participantes y el reconocimiento de la importancia de su rescate para preservar la
memoria y cultura popular del territorio como componentes de nuestra identidad cultural.
Los estudiantes manifiestan su interés en conocer más acerca del tema y abogan porque en
la escuela sea mayor la presencia de este y otros temas relacionados con la cultura popular.
Al respecto es opinión generalizada que en las clases de Historia de Cuba debe tenerse en
cuenta que sean ficción o realidad, el relato de los hechos y el estudio de la vida de nuestros
héroes deben estar acompañados de elementos que tienen que ver con nuestras tradiciones,
algo que hoy está ausente de las clases de Historia en todos los niveles de enseñanza.
En este sentido es bueno recordar que una de las exigencias didácticas elaboradas por el
Ministerio de Educación para trabajar el contenido histórico en clases es la de “asegurar
mediante la historia local, el vínculo del contenido aprendizaje con la práctica social, al utilizar
las vivencias de los alumnos, su realidad más próxima cultural, social y política”10
Investigaciones relacionadas con la temática han demostrado que en la práctica, en los
diferentes niveles de enseñanza, a pesar de las potencialidades que el sistema de
conocimientos de la asignatura posee para tratar temas relacionados con la cultura popular y
las tradiciones, prevalece la espontaneidad, el voluntarismo, el positivismo y la
improvisación.11
Profesores de Historia del territorio entrevistados para este trabajo reconocen lo anterior y
muestran su preocupación por lo que esto significa para la preservación de nuestra identidad
cultural y con ello de la soberanía nacional.
Las personas mayores de 35 años recuerdan que en su época era muy común ver a abuelos
y padres rodeados de sus descendientes contando historias y relatos, unas veces reales,
otras veces no tanto, pero siempre relacionados con nuestra historia, costumbres y
tradiciones, y en esas historias no dejaban de estar presentes las historias de güijes,
aparecidos y otros fantasmas que formaban parte de las leyendas del territorio.
Los participantes coinciden en reconocer que los medios de comunicación tuneros deben
prestar más atención a estos temas como vía para contribuir a preservar nuestra cultura
popular y que la escuela debe asumir su papel en este sentido, único modo de evitar el
“olvido generacional” que hoy se observa.
Las instituciones culturales del territorio deben asumir un papel de vanguardia en esta tarea,
teniendo en cuenta las inmensas potencialidades con que cuentan.
A manera de resumen final, la leyenda del caballo blanco forma parte de la memoria histórica
tunera y como tal, componente de su identidad cultural, pero técnicas aplicadas demuestran
que hoy solo perdura en la memoria y el imaginario de las generaciones más viejas. A esto
han contribuido, entre otros, los siguientes factores:
Es escasa la presencia de la leyenda del caballo blanco en la tradición oral tunera, lo
que ha traído como consecuencia que hoy no sea tema de conversación de abuelos o
padres con sus descendientes.
Existe un elevado desconocimiento por parte de los tuneros de menos de 35 años de
las leyendas tuneras y especialmente la del caballo blanco, lo que significa la ruptura
generacional en la transmisión de este segmento de la memoria histórica del territorio.
En los medios de comunicación locales ha sido escasa la presencia de esta leyenda
tunera.
No se explotan las potencialidades de las diferentes manifestaciones artísticas en la
preservación de las leyendas en la memoria y el imaginario popular.
CONCLUSIONES
La cultura popular tradicional es lo que una sociedad ha creado, preservado y transmitido a lo
largo de la historia a través de las relaciones sociales, mediante la narrativa oral, sumándole
nuevos elementos acorde al desarrollo de la comunidad. Deja de existir cuando el
protagonista deja de ser el pueblo; cuando deja de identificarse con la nación a la que
pertenece.
La leyenda es una narración oral o escrita, con mayor o menor proporción de elementos
imaginativos y que generalmente quiere hacerse pasar por verdadera o fundada en la
verdad. Se transmite normalmente de generación en generación, casi siempre de forma oral,
y con frecuencia son transformadas con elementos que suprimen, añaden o modifican.
Las leyendas nacen en historias populares que abarcan temas que abarcan los santos, los
hombres lobo, aparecidos y otros seres fantásticos o recuerdos personales. Se diferencian
de la historia formal en su estilo de presentación, énfasis y propósito. Se construye y nutre de
acontecimientos que presumen tener un basamento objetivo, pues estos parten de hechos
supuestamente ocurridos; y ese acontecer es creído tanto por los emisores como por los
receptores. Su presencia en el imaginario social determina su permanencia en el tiempo.
La ciudad de Las Tunas en la actualidad, cuenta con numerosas historias de güijes,
fantasmas, apariciones y alguna que otra casa apartada que se considera embrujada; pero la
leyenda emblemática de la ciudad es la del Caballo Blanco o Jinete sin cabeza como también
se le conoce. La misma es prácticamente desconocida en la actualidad y solo permanece en
la memoria y el imaginario de las generaciones más viejas de tuneros.
NOTAS
1 Cemíes: pequeñas estatuas de piedra, concha, madera o hueso. Esta comunidad aborigen creía que el espíritu de un árbol,
una piedra o un familiar muerto podía residir en el cemí. Los taínos acreditaban a los cemíes diversos poderes entre los que
estaban: el poder de alterar el clima, cosechas, la salud, el nacimiento de los niños, entre otros.
2 Fantasma: aparición no material o esencia de un organismo, por lo general de un ser humano. El término se emplea a
menudo como sinónimo de espíritu. Con mayor frecuencia, sin embargo, se aplica a la aparición de un difunto, cuya
aparente solidez oscila entre la mera masa brumosa y la perfecta réplica de la persona, aunque también puede referirse al
espíritu visible de una persona aún viva.
3 Jigüe o Güije: su nombre varía de acuerdo con la región. La tradición de supersticiones populares ha dado este nombre a
un fantasma que, al parecer, se presentaba en figura de un indio enano, con cabellos largos. Surgían de las aguas de algunos
ríos. Aún hay quienes en la zona oriental, relatan sucesos de jigües como cosas reales. La investigadora Hortensia Pichardo
afirma que: “el jigüe es un enano o pequeñísimo indio, color muy moreno y muchos cabellos, muy juguetón y enamorado”.
En Bayamo alguno de sus pobladores aún afirman que “los jigües son negritos brujos que suelen aparecer desnudos en su
río”. El güije no es más que el simil cubano de los gnomos, duendes y elfos tan cantados en las mitologías europeas, sólo
que el nuestro es negro o aindiado, le gusta el ron, es gritón y bullanguero, disfruta como nadie los placeres del sexo e
incluso baila rumba. (Ortiz: 1974)
4 Madre de aguas: especie de majá o serpiente mágica y enorme, habitante de ríos y lagos, aparece en leyendas amerindias y
africanas que, según ciertas tradiciones, era maligna y devoradora, y según otras, su presencia resultaba benévola. (Ibídem)
5 Chichiricús o Chicherecús: en algunas regiones del país o historias, se les llama así a los güijes, visto por su parecido
como un enano juguetón, lascivo y burlón, pero también se lo encuentra relacionado con fabulosos asesinatos y violaciones.
(Ibídem)
6 Madre Tierra: diosa fértil que personifica a la propia tierra fértil. Típicamente es la madre de otras deidades, por lo que
también se las ve como patronas de la maternidad. Generalmente se creía esto porque la tierra era vista como madre de toda
la vida que crecía en ella. ( www.lajiribilla.cubaweb.cu)
7 Esta y otras ideas acerca del imaginario social y su relación con la memoria histórica pueden consultarse en: Marañón
Rodríguez, José Luis. Presencia de Vicente García en el imaginario tunero. Tesis en opción al título de Máster en Desarrollo
Cultural, Universidad de Las Tunas, Cuba, 2011. (Disponible en http://www.eumed.net/rev/cccss/12/jlmr.htm)
8 Ver la versión más conocida de esta leyenda en el anexo 1.
9 Ver anexo 2.
10
Leal García, Haydée: Pensar, reflexionar y sentir en las clases de Historia. Editorial Pueblo y Educación, La Habana,
2000, p. 26.
11
Para más información al respecto se pueden consultar los artículos de Oremis Piñero Rodríguez y Liuska Bao Pavón que
aparecen señalados en la webgrafía.
BIBLIOGRAFÍA
Almazán del Olmo, Sonia y Mariana Serra García. Cultura Cubana Siglo XX, T I-II, Editorial
Félix Varela, La Habana, 2004
_______________ Cultura Cubana colonia, Parte I. Editorial Félix Varela, La Habana, 2006
_______________ y Pedro Torres Moré. Panorama de la Cultura Cubana. Antología. Editorial
Félix Varela, La Habana, 2006
Archivo Histórico Provincial Las Tunas. Revista Tunas de ayer y de hoy, 1951.
Bohannan, Paul y Mark Glazer. Antropología lecturas 2da Edición. Editorial Félix Varela, La
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Chailloux Laffita, Graciela. De dónde son los cubanos. Editorial Ciencias Sociales, La Habana,
2007.
De la Iglesia, Álvaro. Tradiciones Cubanas. Ediciones Huracán, Instituto del Libro, La Habana,
1969
Diccionario Enciclopédico EDAF. Editorial EDAF, SA, Madrid, 1969
Feijóo, Samuel. Mitología Cubana. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1986
Feliú Herrera, Virtudes. Fiestas y tradiciones cubanas. Centro de investigación y desarrollo de
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____________ El carnaval cubano. Ediciones Extramuros, La Habana, 2002.
Guanche, Jesús. Procesos etnoculturales de Cuba. Editorial Letras Cubanas, La
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____________ España en la savia de Cuba. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1999.
Marañón Rodríguez, José Luis. Presencia de Vicente García en el imaginario tunero. Tesis en
opción al título de Máster en Desarrollo Cultural, Universidad de Las Tunas, Cuba, 2011.
Marrero Zaldívar, Víctor. Las Tunas: localidad, cultura e identidad. Editorial Sanlope, Las
Tunas, 2006
Morales Agüero, Juan. Postales tuneras. Editorial Sanlope, Las Tunas, 2005
Ortiz, Fernando. Nuevo Catauro de Cubanismos. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1974
ANEXO 1
La leyenda del jinete sin cabeza o del caballo blanco
Se dice que a raíz de la colonización española, en los predios de Cueybá, vivía en los
alrededores del pueblo un peninsular quien tenía una hija muy bella. En unos de los paseos a
caballos de la joven por el bosque fue sorprendida por un grupo de aborígenes y uno de
ellos, el más apuesto al mirarse en aquellos ojos azules como el cielo quedó prendado con el
hechizo de la mujer. Igual le pasó a la muchacha y desde entonces el joven indígena
realizaba visitas furtivas a la casa de la muchacha al filo de la media noche, ella dejaba
entreabierta la puerta esquinera del cuarto y ambos vivían felices hasta la madrugada.
Cuenta la leyenda que enterado el padre, pagó a una partida de matones para que vigilasen
al joven y le dieran muerte junto a los que le acompañaban y en el tupido bosque cercano se
apostaron los bandidos. Esa fue la última noche feliz para la pareja, pues al salir él de la casa
e ir al encuentro de su caballo blanco que sus amigos cuidaban, fueron sorprendidos y
decapitados cruelmente a la luz de la luna. Cuando el español fue a comprobar la masacre
que había ordenado para pagar la recompensa, al llegar al sitio no encontró ni cabezas, ni
cuerpos; habían desaparecidos y a la semana siguiente, apareció en la sabana un jinete sin
cabeza, montado erecto sobre su Caballo Blanco. A partir de entonces cada español que se
arriesgaba a andar por la sabana al filo de la media noche era decapitado por aquel indígena
vengador y tras la leyenda se escondieron asesinos y secuaces para cometer sus fechorías.
Siempre que ocurría un hecho de sangre, alguien anunciaba haber visto la noche anterior por
la calle Vicente García o por Lico Cruz, el jinete sin cabeza en su caballo blanco.
Desde entonces, las apariciones del fantasma se asociaron a cuanta tragedia acontecía en la
comarca. La más connotada fue el accidente ferroviario del 45, donde murieron cientos de
personas. Mas, a este mancebo indio, se le anotó también los pesares de la granizada del 19
de marzo de 1963, que vistió a la ciudad con gigantescos bloques de hielo, derrumbó árboles
y casas y registró este fenómeno atmosférico como uno de los más intensos ocurridos en
Cuba.
Tal leyenda ha desafiado el paso del tiempo y, aún cuando el avance cultural de los tuneros
desdibujó los fantasmas a su paso, todavía cualquier trágico suceso que remueve la
impronta citadina se asocia al enamorado indio de Cueybá y su caballo blanco.
ANEXO 2
El Caballo Blanco
(Oscar Vázquez Cruz)
Y el indio en la tradición
sigue su marcha macabra
cual fantástica visión...
Y al reflejo de esas lunas
lindas de plateada luz
por la calle Lico Cruz
marcha el caballo en Las Tunas.
Es la región oriental
rica en lindas tradiciones,
en cuentos y narraciones
de belleza espiritual.
Un recuerdo fantasmal
se esconde en cada rincón.
Como late el corazón
con la crispante belleza
del indio aquel sin cabeza
pletórico de emoción.
Y así la imaginación
es fuente de poesía
en esa superstición.
Belleza en la fantasía
belleza en la realidad…
si es ficción o si es verdad,
hay en ellas poesía.
Cual presagio de dolor
y al reflejo de esas lunas
bellas que alumbran a Tunas
puede verse, con horror,
un fantasma soñador
sobre su blanco corcel.
El alma del indio aquel
que fue muerto allá en Cueybá
y que vengando aun está
los que murieron con él.
Revista “Las Tunas de ayer y de hoy” (Edición especial de 1951)