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LA LEALTAD Y LA EMPRESA. La empresa capacita y desarrolla a su personal. El personal adquiere cada vez más poder. El poder nos hace sentir indispensables, cotizados y buscados en el mercado. El problema es que frecuentemente olvidamos quien nos llevó a esta posición. Cuentan que un rey ascendió a su esclavo. Ayaz a trabajar en labores administrativas y luego lo nombró su tesorero. Un día, los consejeros del rey le contaron que Ayaz estaba robando sus riquezas, ya que entraba demasiado a las bóvedas. El rey inicialmente no lo creyó, pero ante la insistencia de los consejeros, aceptó esconderse en la bóveda para pescar a Ayaz in fraganti. Así, el rey, en la bóveda, vio a Ayaz dirigirse a los tesoros y sacar una bolsa escondida. Esta bolsa contenía su ropa de cuando era esclavo. Ayaz tomó sus ropas, se vistió de esclavo y se miró al espejo diciendo: “Mira de dónde vienes y recuerda lo que tu rey ha hecho por ti. Sírvelo siempre con amor y reconoce su apoyo y confianza con tus actos”. En ese instante salió el rey, con lágrimas en los ojos yle dijo: “Ayaz, hoy yo venía a darte una lección, pero la lección me la has dado tú a mí: una lección de lealtad”. Lealtad es la capacidad de reconocer y valorar lo que las personas o instituciones hacen por uno, respetando los compromisos adquiridos, implícitos y explícitos. Hoy es cada vez más escaso el valor de la lealtad en la empresa. Vemos con frecuencia cómo ejecutivos entrenados por una empresa pasan a trabajar a la competencia con información interna y sin remordimientos. O cómo altos ejecutivos, con años en la empresa, cuyo sueldo se rebaja un pequeño porcentaje por la crisis, buscan inmediatamente otro empleo. Uno de los motivos de la falta lealtad se debe a que estamos muy concentrados en nosotros mismos. El entorno competitivo y los cambios crean un ambiente amenazante que nos orienta a pensar egoístamente. La lealtad implica, en cambio, orientarnos a pensar por encima de nosotros y valorar la contribución realizaba por las personas o instituciones hacia nosotros. Recuerdo que en mi primer trabajo fui capacitado en el extranjero para aprender el uso de un software. Al regresar, se me presentó una oportunidad en otra empresa y renuncié. Cuando la empresa me pidió que capacitara a mi reemplazante, accedí, pero quise cobrar honorarios de consultor, sin ver que – en realidad – capacitarlo era lo menos que podía hacer. Entonces era joven y no conocía el valor de la lealtad; ahora después de veinte años, veo claramente mi error. Además, la vida se encargó de enseñarme la lección con tristeza, cuando en varias oportunidades ciertas personas no fueron leales conmigo ni con mi institución. Lealtad, sin embargo, no significa seguir a ciegas a las personas cuando nos piden realizar actos que van en contra de nuestros principios. Lealtad no significa ser un “si, señor”. Por contrario, es tener la capacidad de expresar lo que pensamos, para así proteger a la institución de tomar un camino equivocado. En una época en la que cada vez es más difícil lograr ventajas competitivas, las empresas no pueden darse el lujo de perder a su personal. Los costos escondidos de entrenamiento, inducción a la cultura empresarial y desmotivación del personal son altos. Además, al tener que entrenar nuevo, demora el proceso de aprendizaje de la organización y se cede ventajas a la competencia.

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LA LEALTAD Y LA EMPRESA.

La empresa capacita y desarrolla a su personal. El personal adquiere cada vez más poder. El poder

nos hace sentir indispensables, cotizados y buscados en el mercado. El problema

es que frecuentemente olvidamos quien nos llevó a esta posición.

Cuentan que un rey ascendió a su esclavo. Ayaz a trabajar en labores administrativas y luego lo nombró su tesorero.

Un día, los consejeros del rey le contaron que Ayaz estaba robando sus riquezas, ya que entraba demasiado a las

bóvedas.

El rey inicialmente no lo creyó, pero ante la insistencia de los consejeros, aceptó esconderse en la bóveda

para pescar a Ayaz in fraganti. Así, el rey, en la bóveda, vio a Ayaz dirigirse a los tesoros y sacar una bolsa

escondida. Esta bolsa contenía su ropa de cuando era esclavo. Ayaz tomó sus ropas, se vistió de esclavo y se

miró al espejo diciendo: “Mira de dónde vienes y recuerda lo que tu rey ha hecho por ti. Sírvelo siempre con amor y

reconoce su apoyo y confianza con tus actos”. En ese instante salió el rey, con lágrimas en los ojos yle dijo: “Ayaz, hoy

yo venía a darte una lección, pero la lección me la has dado tú a mí: una lección de lealtad”.

Lealtad es la capacidad de reconocer y valorar lo que las personas o instituciones hacen por uno, respetando los

compromisos adquiridos, implícitos y explícitos. Hoy es cada vez más escaso el valor de la lealtad en la empresa.

Vemos con frecuencia cómo ejecutivos entrenados por una empresa pasan a trabajar a la competencia con

información interna y sin remordimientos. O cómo altos ejecutivos, con años en la empresa, cuyo sueldo se

rebaja un pequeño porcentaje por la crisis, buscan inmediatamente otro empleo.

Uno de los motivos de la falta lealtad se debe a que estamos muy concentrados en nosotros mismos. El

entorno competitivo y los cambios crean un ambiente amenazante que nos orienta a pensar egoístamente. La lealtad

implica, en cambio, orientarnos a pensar por encima de nosotros y valorar la contribución realizaba por las personas o

instituciones hacia nosotros.

Recuerdo que en mi primer trabajo fui capacitado en el extranjero para aprender el uso de un software. Al

regresar, se me presentó una oportunidad en otra empresa y renuncié. Cuando la empresa me pidió que capacitara

a mi reemplazante, accedí, pero quise cobrar honorarios de consultor, sin ver que – en realidad – capacitarlo era lo

menos que podía hacer. Entonces era joven y no conocía el valor de la lealtad; ahora después de veinte años, veo

claramente mi error. Además, la vida se encargó de enseñarme la lección con tristeza, cuando en varias

oportunidades ciertas personas no fueron leales conmigo ni con mi institución.

Lealtad, sin embargo, no significa seguir a ciegas a las personas cuando nos piden realizar actos que van en contra

de nuestros principios. Lealtad no significa ser un “si, señor”. Por contrario, es tener la capacidad de expresar lo que

pensamos, para así proteger a la institución de tomar un camino equivocado.

En una época en la que cada vez es más difícil lograr ventajas competitivas, las empresas no pueden darse el lujo de

perder a su personal. Los costos escondidos de entrenamiento, inducción a la cultura empresarial y desmotivación del

personal son altos. Además, al tener que entrenar nuevo, demora el proceso de aprendizaje de la organización y se

cede ventajas a la competencia.

Esopo cuenta que un granjero vio unos chivos salvajes mezclados con su rebaño. Entusiasmado, les dio de comer

muy bien, dejando miserias para el resto de su rebaño, sólo lo suficiente para que no murieran de hambre. Terminado

el día, los chivos salvajes regresaron corriendo hacia la montaña. El granjero les preguntó por qué se iban y ellos

respondieron: “Nos trataste como a nuevos, y a los antiguos los mal nutriste. En el futuro seremos antiguos y nos

tocará la misma suerte”.

Como narra esta fábula, la lealtad no va sólo de la persona a la institución: también debe ir de la institución hacia la

persona. la empresa debe saber reconocer y valorar la contribución de su gente y retribuirla con equidad.

“Si deseas saber qué es lo que pensabas ayer, mira tu cuerpo hoy. Si deseas saber cómo será tu cuerpo mañana,

mira lo que piensa hoy.”

Proverbio indio.

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4.2. QUÉ PIENSAS Y QUIÉN ERES.

Nuestra mente es como un manual blanco. Depende de nosotros mismos mantenerlo limpio,

puro y perfumado, o mancharlo con las tintas negras de los pensamientos negativos. Usted

decide

sobre qué mantel deseas que le sirvan la comida de la vida.

Cuentan que un rey estaba muy enfermo le pidió a un sabio que lo curara. Éste le dijo que se salvaría

cuando consiguiera ver todo de color azul. El rey, inmediatamente, ordenó pintar de azul las casas y los campos,

mando teñir las telas de todo el reino y exigió a todos sus súbditos que vistieran de azul. Meses después, regresó el

sabio a ver al rey. El centinela, viéndolo ataviado de blanco, lo obligó a ponerse un traje azul. Cuando el sabio

preguntó

por qué, el guardia le respondió: “Hace algunos meses un sabio demente aconsejó a Su Alteza ver todo de

color azul. El sabio respondió: “Yo soy ese sabio, pero quien se ha desquiciado es el rey”. Al ver al monarca,

hizo una venia y dijo: “Su Majestad, yo le pedí que viera todo azul, pero no que cambiara la creación de Dios. Lo que

debió haber hecho es ponerse lentes azules y así habría solucionado su problema”.

Como el rey de la historia, muchas veces nosotros pretendemos cambiar sin éxito a las personas y las situaciones con

las que nos enfrentemos. Sin embargo, lo que sí podemos cambiar es nuestra percepción sobre ellas. Podemos

ponernos unos “lentes” que nos permitan ver lo positivo de la vida. Ante una situación difícil podemos llenarnos de

angustia, dolor, rabia, temor y preocupación. O podemos cambiarnos de lentes y percibir el estímulo como una

oportunidad para aprender, crecer y aprovechar la vida.

Los pensamientos son muy poderosos y afectan nuestros cuerpos. Haga el siguiente ejercicio. Imagínese que

corta un limón en dos y lo lleva poco a poco a su boca. Visualice su lengua en contacto con gotas de limón fresco.

Probablemente usted, al practicar este ejercicio, ha sentido cómo su boca saliva ante la sola idea del cítrico.

Ésta es una simple demostración de cómo los pensamientos pueden tener efectos fisiológicos en nuestro cuerpo.

Numerosos estudios demuestran que pensar negativamente todo el día envía señales destructivas a nuestro

organismo. Si amontonamos desperdicios en nuestra cocina, atraeremos las ratas, cucarachas y otras alimañas.

De la misma manera, si llenamos nuestra mente de basura y negatividad, atraeremos personas y situaciones de

energía negativa que complicarán más nuestra existencia. ¿Cómo evitarlo? Tomando conciencia de que nosotros

somos los responsables de lo que pensamos.

¿Qué porcentaje de su día lo pasa con pensamientos negativos, preocupación y angustia? ¿Qué participación del

“mercado” de su mente tienen los pensamientos perniciosos? En nuestras casas tenemos la responsabilidad de cerrar

las puertas para que no entren los ladrones. De la misma forma, en nuestra mente tenemos la responsabilidad de

cerrar la puerta a los pensamientos nocivos para que nos roben nuestra paz y tranquilidad. Lo que tiene que hacer es

poner un vigilante en su mente que no permita que entren pensamientos destructivos.

Cuando China era gobernada por Mao, el músico Li Shi Cum participó en un concurso en Europa. A su regreso, fue

encarcelado por interpretar a Beethoven en plena Revolución Cultural. Luego de cinco años de vivir en condiciones

durísimas y sin tocar ningún instrumento, Li supo que había llegado a Beijing una afamada orquesta occidental. Mao

ordenó liberarlo para que tocara conellos, como propaganda para su régimen. Li Shi Cum tocó el mejor concierto de

piano de su vida. Cuando le preguntaron cómo logró interpretar la música con tanto arte sin haber practicado durante

su encarcelamiento. Li respondió: “Estuve cinco años practicando conciertos en mi mente. Nunca dejé de tocar”.

Li Shi Cum, en una situación tan adversa como la prisión, pudo comprensiblemente haberse sumergido en una

profunda depresión y dejarse morir. En cambio, él fue responsable de sus pensamientos y decidió pensar en algo

positivo y constructivo, que le diera esperanzas para vivir. La próxima vez que se enfrente a una situación adversa,

recuerde que sólo usted decide lo que piensa y, como consecuencia, lo que usted crea para su vida.

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