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LA HUMANIZACIÓN en el mundo de la salud

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LA HUMANIZACIÓN

en el mundo de la salud

“No llores, no te rías;

trata de entender”.

Esta frase del filósofo Spinoza sugiere la actitud más adecuada que hay que adoptar al afrontar el tema de la

humanización del mundo de la salud.

Si pasamos de la definición de humanización del mundo sanitario a lo

que con la misma se describe, nos encontramos ante un horizonte amplio y

pluridimensional.

La distancia entre la realidad del mundo de la salud y su deber ser se

advierte y pone de relieve en numerosos sectores:

1. En la relación

entre personal de la salud

-enfermo y sus familiares,

relación considerada inadecuada

en muchos aspectos;

2. En las condiciones

a menudo inhumanas

en las que los profesionales de la salud

están obligados a trabajar;

3. En el modo de comportarse

del mismo enfermo,

frecuentemente caracterizado

por pretensiones irreales

e incapacidades de participación;

4. En la tecnología médica,

que, aunque tiene tantos

y tan grandes méritos,

puede empobrecer la relación interpersonal;

5. En las estructuras

arquitectónicas,

a menudo vetustas

y poco acordes con las exigencias

de un servicio más humano;

6. En la asistencia

de ciertas categorías de enfermos,

como los crónicos y los moribundos,

caracterizada por escasa consideración

y falta de respuestas apropiadas;

7. En la administración sanitaria,

lenta no pocas veces

a causa de la burocracia

y entorpecida por intereses políticos

opuestos al bienestar del enfermo;

9. En la gestión de la salud,

a menudo guiada

por criterios reductivos;

Como se puede constatar, la humanización concierne, además de al enfermo, al personal

sanitario, a los administradores y a los políticos, y tiene que ver no sólo con la gestión

ordinaria de la asistencia sanitaria, sino también con la medicina de frontera y la investigación biomédica, la ecología y la

educación a los valores[1].

[1] Cf. HOVARDS J.- STRAUSS A., Humanizing Health Care; Nueva York 1997.

De “curar”

a “cuidar”

La palabra “curar” se refiere a la eliminación de la causa de una molestia o de una enfermedad, a la interrupción radical y al cambio del proceso natural de la enfermedad. Desde este punto de

vista, curar da al paciente la oportunidad de recuperar el estado de salud de que gozaba antes de aparecer

la enfermedad, y hasta incluso mejorarlo.

El vocablo cuidar, en cambio, expresa la implicación personal del trabajador de

la salud con la persona que sufre, implicación que se expresa mediante la

compasión, la premura, el estímulo animador y el apoyo emotivo.

Al pasar de curar a cuidar se supera el comportamiento profesional basado sólo en los derechos del enfermo y en

los deberes de quienes les atienden. Es decir, se llega a hacer experiencia de lo que quiere decir ponerse a la escucha

de la llamada que llega de la condición especial vivida por la persona en

situación de enfermedad.

Al responder a esa llamada, por tanto, se hace algo más que el simple «deber». En lo concreto de una relación humanase ponen en práctica no sólo las reglas que estructuran la profesión sanitaria,

sino que se da más profundamente forma a la propia identidad moral de

personas.

Cuidar nos ayuda a comprender más adecuadamente el sentido del

«acercamiento global u holístico» al enfermo. No se trata sólo de tomar

consciencia de las diferentes dimensiones de la persona, sino de

saberlas relacionar entre sí, partiendo del convencimiento de que lo que hiere

al cuerpo de un individuo hiere asimismo a su alma.

Se trata de comprender la doble ruptura producida por la enfermedad: dentro de una persona la ruptura entre el cuerpo y

el espíritu; fuera, la ruptura entre la persona enferma y el mundo que la

rodea. Uniendo el mal físico a la biografía de los sentimientos, se supera la barrera de la soledad del paciente.

La nueva medicina - semejante en esto a la buena medicina de ayer y de

siempre - comienza por la escucha, que permite establecer quién es la

persona que debe ser curada, cuál es su mundo moral, cómo articula la

búsqueda de la felicidad, cuáles son sus preferencias, en qué consiste la

vida y la muerte para este determinado individuo.

Una fábula mitológica de la antigüedad latina cuyo protagonista se llamaba “Cuidado” nos

ayuda a comprender mejor. Mientras atravesaba un torrente, Cuidado vio el fango arcilloso y lo recogió pensando darle forma.

Cuando reflexionaba en lo que había hecho, se le acercó Júpiter y Cuidado le pidió que infundiera su espíritu de vida en lo que

acababa de plasmar. Júpiter acogió la petición. Cuando Cuidado quiso poner su propio

nombre a esta criatura, Júpiter se opuso y exigió que se le pusiera el suyo, pues él le había

infundido el espíritu.

C. UN DECÁLOGO PARA HUMANIZAR EL HOSPITAL

El hospital es uno de los lugares que más frecuenta la humanidad: sea para controles médicos, sea por enfermedad,

por el nacimiento de un hijo o por la muerte de un ser querido. Son muchos los que tienen en él su primera cuna en el momento de nacer, y muchos también su última cama en el momento de morir.

1. Acogida

La palabra “hospital” significa “hospedar”, ofrecer acogida. La primera tarjeta de visita de un hospital es la entrada, la

acogida del que llega. El huésped se da cuenta, ya en el contacto inicial, de si se le

acoge con humanidad y amabilidad o si se le trata con distanciamiento e indiferencia.

Incluso el aspecto arquitectónico expresa la atmósfera de un hospital

El primer impacto puede producir en el enfermo y en sus familiares una sensación de

confianza y de estímulo o incrementar la ansiedad y desencadenar en ellos actitudes

negativas.

Antaño, el ingreso en un hospital era un momento significativo y ritual: se lavaba al

huésped, y luego se le atendía y curaba.

Actualmente, muchas estructuras sanitarias están revisando sus servicios de acogida.

2. Centralidad del enfermo

Poner al enfermo en el centro significa convertirlo en protagonista de su salud y de su enfermedad e informarlo sobre las medidas de diagnóstico y terapia que se le van a aplicar. A

menudo se tiene la impresión de que, en caso de enfermedad grave, inmediatamente se empieza a tratar al paciente como a un niño incapaz de

afrontar su verdad y su situación, y ya sólo impera la “conjura del silencio”, tanto por parte

de los médicos como de los familiares.

Poner al enfermo en el centro significa, además, pensar en primer lugar en él al organizar el sistema de salud, al diseñar las estructuras sanitarias y su ubicación, al establecer los horarios de las comidas y de las visitas y al

distribuir los recursos humanos y económicos. Frecuentemente, la centralidad del enfermo ha sido sustituida por otros protagonistas de orden político, sindical, administrativo y organizativo, y se advierte una incoherencia evidente entre el objetivo manifestado de promover la salud y la prioridad que, de hecho, se da a otros intereses.

3. Humanidad

Un hospital sin humanidad es como un matrimonio sin amor o como una Iglesia sin

fe. Alguien ha escrito que el hospital es el corazón de una sociedad, del mismo modo

que la escuela es su cabeza, y los servicios su cuerpo.

La humanidad de una estructura para la salud depende fundamentalmente de las

relaciones que se crean entre los enfermos y los trabajadores. La orientación humanista

está atenta a la unicidad e integridad de cada persona, con su historia y su cultura.

La deshumanización aumenta cuando sobresalen las relaciones funcionales, en

detrimento de las personales.

4. Integridad del enfermo

A la entrada de uno de los más antiguos hospitales de Roma hay esculpida una frase que resume perfectamente los horizontes de

la curación: “Ven para ser sanado; si no sanado, al menos curado: y si no curado, al menos consolado”. Los tres verbos - sanar, curar, consolar - resumen las prioridades fundamentales de la profesión sanitaria.

La curación integral comporta atención a las diversas esferas de la persona. La

preocupación del médico es “qué” hay que curar, en lugar de “quién” es la persona a la

que hay que curar; es decir, se atiende el problema y se descuida a la persona. El

enfermo se convierte en un caso interesante, en una cosa que hay que “estudiar”, más que

en una persona a la que hay que conocer y escuchar. Se dedica todo el tiempo a la enfermedad, y no queda nada para la

persona.

5. Trabajo en equipo

“Trabajar en grupo para servir mejor” se ha convertido en un eslogan del mundo de la

salud. El progreso pasa a través de la cooperación de muchos esfuerzos y pequeñas

aportaciones que, dinámicamente armonizados, permiten hacer grandes cosas.

El trabajo en equipo no se improvisa, sino que requiere un entrenamiento exigente. Una responsabilidad específica tienen en esto las escuelas médicas y paramédicas, llamadas a educar a los estudiantes en la colaboración

interdisciplinar.

6. Formación permanente

Un elemento que cualifica un hospital humanizado es la actualización y la formación

del personal.

San Camilo de Lelis, promotor de la reforma asistencial en el siglo XVI, consideraba que esa reforma debía basarse no en la creación

de nuevas estructuras, sino en insertar en ellas personas con un espíritu y unas motivaciones

capaces de transformar el hospital.

La motivación es la fuerza vital que permite afrontar incluso las mayores dificultades.

Para que no se debilite o se apague, necesita el incentivo de la formación permanente a

través de la participación en cursos y seminarios, en los que se reciben y sienten

nuevos estímulos, se evalúa la propia tarea y se dilatan los saberes.

Es responsabilidad de los órganos directivos de una institución dedicar tiempos y recursos a la actualización del personal, haciendo un análisis de las necesidades formativas, proyectando las

actividades oportunas, evaluando los resultados conseguidos y tratando de difundir los

conocimientos adquiridos por todos los estratos de la organización.

Sin formación no hay renovación, y crece y se extiende el descontento.

7. Capacidad profesional

El objetivo de la formación es mejorar la profesionalidad de los agentes de salud. Se

honra al enfermo en la medida en que quien le asiste es capaz y responsable en el

desempeño de sus tareas.

La fiabilidad de un hospital está vinculada a la capacidad del personal, tanto desde el

punto de vista médico como de la organización y relacional.

Capacidad significa también coherencia entre los propios principios y las propias acciones, lealtad para llevar a cabo las tareas que se

asumen, espíritu de equilibrio y disponibilidad.

El arribista, más que buscar en la profesión un modo de ser útil al prójimo, utiliza al

prójimo y el ámbito del trabajo para conseguir sus propios objetivos e intereses. Su

intención última consiste en conseguir posiciones de prestigio, relevancia social y salarios cada vez más altos. Sacrifica así la «sacralidad» de la profesión, con el fin de

obtener beneficios prácticos para él;

8. Transparencia

En los últimos tiempos ha ido creciendo en muchos países la desconfianza hacia las

instituciones y la política, culpables de haber contribuido a crear un clima de amoralidad

e instrumentalización.

También dentro del sistema de salud, microcosmo de una sociedad más vasta, las

palabras de orden son: transparencia administrativa, coherencia profesional y

ética de la conducta.

Transparencia de relaciones, en primer lugar con el enfermo, que debe ser atendido en

lugares donde tenga aseguradas la higiene y la dignidad, donde no esté expuesto a esperas

extenuantes sin razón y donde no se le descuide sólo porque no tiene

recomendaciones de personas de relieve.

Transparencia también con el personal, al que se debe retribuir adecuadamente por los trabajos que realiza y no someterle a turnos de trabajo agotadores para compensar las

carencias de organización, con consecuencias negativas sobre la calidad de la asistencia al

enfermo. Por otra parte, también es un deber que el personal adquiera una mayor

conciencia de sus deberes, no sólo de sus derechos.

Transparencia, además, a nivel administrativo, mediante la gestión recta, la

claridad y honestidad informativa y el discernimiento en la distribución de los

recursos.

La exigencia de renovación moral choca con una realidad que mantiene sólidas raíces sociales: el clientelismo, que se sirve de

medios equívocos o ilícitos para conquistar o mantener el poder.

9. Pertenencia

Para algunos, el hospital se ha convertido en una segunda casa, ya que trabajan en él

durante un período de veinte a cuarenta años. Pero trabajar en una estructura miles

de horas no la convierte en un ámbito de pertenencia afectiva, si no se aprende a

quererla. Hay quien va al hospital únicamente por el salario, no como a un

lugar donde escribir páginas de historia que mejoren la sociedad.

Para humanizar el hospital es preciso recuperar el sentido de orgullo y pertenencia, vivir el propio trabajo como una misión para

con los enfermos y la sociedad y como una oportunidad para realizar las propias

cualidades personales.

Quienes son responsables de la dirección sanitaria y administrativa de un hospital

promueven el sentido de pertenencia aceptando las críticas constructivas que pueden mejorarlo, implicando a los empleados en las decisiones que tienen que ver con la estructura, aprovechando las ocasiones oportunas para saber reconocer el

trabajo de los que se jubilan o se han distinguido en su profesión, creando y

favoreciendo tiempos y espacios recreativos y aglutinantes, incluso con las familias de los

empleados.

10. Esperanza

Un hospital humano debe respirar un aire de esperanza. Sin esperanza, la gente se

muere. La esperanza ayuda a mirar adelante, a creer en lo que es posible, a ser pacientes y tenaces ante las dificultades.

El hospital no es sólo la ciudad habitada por los diversos rostros del dolor, sino también

por los diversos rostros de la esperanza. Son rostros de esperanza los enfermos que, en

medio de múltiples dificultades y de la persistencia de enfermedades crónicas o

terminales, irradian serenidad, dando así un ejemplo de valentía.

Son rostros de esperanza los que saben ofrecer mensajes de consuelo y testimonian la

bondad a través de sus acciones. Son símbolos de esperanza los administradores

que saben tomar decisiones sabias y valientespor el bien de los enfermos y no se rinden

ante los obstáculos interpuestos por los individuos o los grupos que tienen intereses

particulares.

El reto de la esperanza consiste en tener que luchar constantemente para oponerse a las fuerzas que tratan de ahogarla, negarla o

eliminarla. Su peor enemigo es el pesimismointerpretado por quienes ven las cosas por su peor cara, manifiestan desconfianza ante los

esfuerzos por cambiar o se empeñan en destruir y denigrar, más que en construir y

afirmar.

La estrategia de la esperanza consiste en valorar los pequeños pasos y mantener

abiertas las ventanas cuando se cierran las puertas. La esperanza no es insensible a los

problemas que provocan inquietud y amargura, no ignora las carencias que

constelan la cotidianidad: pero trabaja para transformar las crisis en oportunidades, las

incoherencias en sana confrontación, y el cansancio en renovado compromiso.

Conclusión

Hemos esbozado diez «itinerarios» que pueden contribuir a convertir el hospital en un

lugar más humano, tanto para los enfermos como para el personal sanitario. Pero contar

con un mapa no sirve de nada si no vamos a ir de viaje.

Existen muchos obstáculos y resistencias para llevar acabo este decálogo, pero estar

motivados y tener una visión del futuro es el mejor modo de prepararlo.

D. Valoración de la dimensión espiritual

No se da verdadera humanización sin fuertes motivaciones, sin valores. Por esto es

necesaria la valoración de la dimensión espiritual para dar un rostro humano a la

asistencia.

ESFERA ESPIRITUAL

Morales:

libertad, verdad, pureza, valor, honradez, equilibrio, voluntad, coherencia, fidelidad, sacrificio, disciplina, dignidad, corrección, justicia, transparencia…

Espirituales:

amor, paz, serenidad, perdón, esperanza, prudencia, sabiduría, integridad, vulnerabilidad, sencillez, optimismo, fe, confianza, reconciliación, abandono, templanza, gratitud, humildad, comunión

La fe cristiana puede ser un aliado precioso en esta obra de humanización.

Mirar a Jesucristo como inspirador puede ser fuente de energía en este proceso.

Quiero compartir algunas sugestiones que encontramos en los Evangelio.

“Ponte en medio” le dijo Jesús a un enfermo en la sinagoga. El lugar del enfermo está “en

el medio” de la asamblea litúrgica, en el corazón y preocupaciones de los

trabajadores y de la sociedad. En aquel entonces como hoy había otras ideas, otra cultura, que marginaba al enfermo. !Ponte

en el centro!.

“No tengo a nadie”, dijo un enfermo a Jesús. Tal vez sean las palabras más tristes del

Evangelio. Tenemos un sueño: que nadie en nuestros hospitales pueda repetir estas

palabras, sin esperanza y horizonte de vida.

“De un salto se puso en el camino”: es Bartimeo, el ciego de Jericó. Dejo su manto, símbolo de mendicidad, de dependencia, de humillación y se puso en la carretera para entrevistarse con Jesús. Quizá su manto se

encuentre todavía afuera de Jericó.

Había un hombre que había perdido toda dignidad: se lastimaba con piedras, daba alaridos, era peligroso y los habitantes de

Gerasa lo habían marginado en un cementerio, lugar de los muertos. Jesús lo

encuentra, le habla y saca a luz su deseo de relaciones humanas. Después lo

encontramos sentado, vestido y en su sano juicio.

Eucaristía, Última Cena y Viernes Santo

Podríamos ver a la Última Cena como un “resumen” de toda la vida anterior de Jesús y como una “profecía” del Viernes Santo.

La Última Cena es un “resumen” de toda su vida. Sus palabras, gestos, milagros, actitudes, sentimientos y pensamientos expresan la intención, siempre lograda, de vivir “una vida para los demás”.

La Última Cena es también una “profecía”.

“Éste es mi cuerpo”, dice partiendo y compartiendo el pan. “Ésta es mi sangre”, ofreciendo la copa del vino.

•Según el lenguaje semita, las palabras “cuerpo” y “sangre” se pueden traducir con “vida” o con “Yo” con “persona”.

Estos gestos anticipan la experiencia del día siguiente, viernes santo. Jesús es un buen profeta: sabe que la hostilidad está creciendo contra él y sabe que le costará la vida. Consciente de esto, decide - la libertad del amor - de transformar la violencia contra él (el “quitarle la vida”) en una oferta de sí mismo (“nadie me la quita; soy yo que la dono”).

Una vida “partida y compartida”, una sangre “derramada”, una vida “comida y bebida”. Una vida siempre para los demás. Jesús el Viernes Santo, traduce estas palabras en realidad: el sacrificio de su vida, una ofrenda de amor.

Todo esto está presente en la Última Cena: no casualmente el Evangelista San Juan no nos relata la escena de la institución de la Eucaristía, sino encaja en el preciso lugar en el que los demás tres Evangelistas ponen esta narración, el episodio del

lavatorio de los pies.

“HAGAN ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA”

Este mandamiento del Señor nos empuja a vivir, gastar nuestra vida como Él. No se trata solamente de repetir un gesto litúrgico, se trata de repetir su vida de entrega, una “vida para los demás”. “Hagan esto en conmemoración mía”. Es la propuesta eucarística: una vida para los demás.

La construcción de un mundo más humano

En la Eucaristía los frutos de la tierra y del trabajo del hombre - el pan y el vino - son transformados en el cuerpo y sangre del Señor Jesucristo, por el cual el Reino de Dios se ha hecho presente en medio de nosotros.

EL SACRAMENTO DE LA VIDA

La eucaristía es el pan de vida. Es alimento para que vivamos, para que tengamos vida y vida en abundancia (Juan 10,10).

Esto le lleva a preocuparse ante todo de la vida de la gracia en cuanto participación de la vida de Dios, pero no puede desentenderse de la vida humana, física, en cuanto es el derecho fundamental y básico, sin el cual es imposible el respeto a los demás derechos de la persona.

La lucha por el derecho a la vida no significa contentarse con un nivel de subsistencia. Se trata ante todo de que toda persona pueda vivir una vida con calidad humana y, por consiguiente, pueda tener satisfechas sus necesidades básicas de trabajo, alimentación, vivienda, salud y educación.

El Papa nos recuerda a menudo que vivimos en una “cultura de muerte”, que no respeta la vida. •La Eucaristía, pan de vida, presencia de quien es la “vida de los hombres” nos compromete a ser custodios, defensores de la vida.