La historiografía regional€¦ · La verdad es que, al mediar los años se senta, a poca gente le...

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------------------- U N1YERS IDA O OE M 10 x 1 e 0------------------- MISCELÁNEA La historiografía regional JOSÉ MARíA MURIA D espués de la Revolución se dejó sentir en México un acusado abandono de los estudios históricos específicos de sus diferentes regiones. Debiérase al deseo loable de "conso- lidar la unidad nacional" o fuese por causa de la creciente "fuga de cerebros" de los esta- dos en busca de las mejores posibilidades de formación profesional, las mejores remu- neraciones y la mayor resonancia que la ca- pital del país ofrecía, el caso es que, a diferen- cia de la gran producción de estudios que se alcanzó durante los últimos años del perio- do que suele llamarse "Porfiriato", a la som- bra de los gobiernos emanados de la lucha civil casi no se hizo historiograRa de los esta- dos de la República mexicana. Lo que mayor- mente interesó entonces fueron los grandes temas "nacionales", orquestados en torno a la cada vra. más grande Ciudad de México y a partir de ella misma. En términos generales, puede decirse que los estudiosos de la historia que perma- necieron en sus respectivos estados, con más vocación que ciencia, resultaron ser tan bue- nos defensores de los documentos testi- moniales del pasado como repetidores de su contenido; es decir, en su mayoría fueron historiadores muy bien dispuestos -por fortuna- a defender a capa y espada las fuentes de conocimiento disponibles -para llevarlas con frecuencia a sus casas-- pero malhadadamente preocupados más por el culto de una cierta clase de información o el enaltecimiento a veces irracional de las vidas y los hechos de cierto tipo de persona- jes incorporados al panteón cívico, que por emprender un análisis del pasado tendente a una comprensión del mismo en aras de una mejor explicación del presente. De esta manera, mientras el saber "na- cional" iba en aumento, el "regional" se es- tancaba y en varios casos hasta retrocedía. Finalmente, al comenzar la década de los sesenta, el saber histórico regional reci- be la puntilla con el establecimiento del libro de texto gratuito y único para todas las escuelas del país. Se trata de un esfuerw que resultó muy loable en muchos sentidos pero que acabó con la enseñanza que se practica- ba a partir de unos rudimentos de historia y geografía de los municipios y de los estados. Es cierro que se había trabajado el tema con libros de texto muy malos y plagados de errores y mentiras, que eran resultado del general estancamiento o deterioro del cono- cimiento regional; a pesar de ello, también transmitían una información valiosa que contribuía a depositar en cada estudiante un respetable SUStrato de saber local, del que no podía sino derivar un mayor arraigo y cariño por el solar y una noción de identi- dad más acendrada. Consecuentemente, en vra. de suprimir del programa de estudios la historia y la geografía locales, debió haber- se procurado perfeccionar el contenido de aquellos manuales o de plano proceder a la elaboración de otros mejores. La entrada en circulación de los libros de texto gratuitos originó protestas que arremetían contra su costo, el daño causa- do a los editores y su contenido ideológi- co, mas casi nadie censuró el soslayo del estudio del paisaje y del pasado regionales. La verdad es que, al mediar los años se- senta, a poca gente le interesaba pugnar por la historiografía de los estados mexicanos. No obstante, las cosas empezaron a cam- biar en 1968 como resultado del aguzado desencanto que en mucha gente produjo la vida en la gran capital a consecuencia de los conflictos de ese año; sin embargo, también resultó de singular importancia la aparición de Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia, de Luis González y Gonzálra., libro que se convirtió en el gran fundamento y aliento de quienes ahora se dedican a la historia regional. No es que haya sido éste el primer libro de tema y, sobre todo, de concepción y pers- pectiva provincianas pero hasta entonces no se había dado el hecho de que un historiador de altos vuelos, después de haber abordado con éxito "grandes temas nacionales", se dedi- cara a escribir sobre un pueblo huérfuno de patricios excelsos, ayuno de batallas renom- 48 bradas, carente de algún estentóreo plan para salvar la patria y, para colmo, como conti- nuaba diciendo el propio autor, mal ubicado en la mayoría de los mapas; no obstante, la supuesta intrascendencia de los josefinos mi- choacanos --cuyo pueblo, si se siguiera con la pésima cosrumbre de bautizar con nombres de personas a las poblaciones, pudiera muy bien llamarse "San José de Gracia Gonzáb y González", por el renombre que don Luis le dio- resulta ser una cualidad compartida por casi todos los pueblos de México. Al ganar adeptos la idea de que la his- toria debe estudiar a las mayotías sin de- jar de tomar en cuenta las individualidades de que éstas se componen, la historiograRa de tema provinciano de haber sido tachada durante tanto tiempo de inútil, in- trascendente, conservadora e incluso retar- dataria, y vista, en consecuencia, con un evidente menosprecio-, al modernizarse en su metodología cobró nuevos bríos y pasó a convertirse, al cabo de cierto tiempo, en el último grito de la moda. Otro paso importantísimo en su favor lo dio Guillermo Bonfil Batalla a partir de 1972 cuando, siendo director general del Instituto Nacional de Antropología e His- toria, creó los seis primeros centros regionales de esa dependencia. Dos de ellos se instalaron al principio en el occidente y el noroeste del país: uno en Guadalajara y el otro en Hermo- sillo, ¡ hecho que dio un gran impulso a los estudios del pasado en ambos sitios, debido a que contaban con historiadores emergidos de prestigiosas aulas foráneas pero enraizados con gran solidra. en la región. No es una casualidad que de Jalisco y Sonora hayan sido las primeras obras his- toriográficas dedicadas a un estado, con pre- tensiones modernas y de gran extensión, realizadas en la época contemporánea. En ambos casos, los investigadores del INAH ju- garon un papel determinante. En apoyo o competencia con tales centros regionales, pronto surgirían las pri- meras dependencias locales en Jalisco, Yuca- tán y Veracruz, si bien poco después los centros regionales -de mayor o menor nivel- se terminarían de instalar en casi todas las capitales de los estados. Por insistencia de Miguel León-Portilla y Roberto Moreno de los Arcos, se aso- ciaron la Universidad Nacional Autónoma de México y la Autónoma de Baja Califor- nia para fundar otro centro en Tijuana, antes de que aparecieran los primeros "cole- I Los orros cuatro se insralaron en Cuer- navaca, Mérida, Guanajuaro y Oaxaca.

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MISCELÁNEA

La historiografía regional

JOSÉ MARíA MURIA

Después de la Revolución se dejó sentir

en México un acusado abandono de losestudios históricos específicos de sus

diferentes regiones.Debiérase al deseo loable de "conso­

lidar la unidad nacional" o fuese por causade la creciente "fuga de cerebros" de los esta­dos en busca de las mejores posibilidades deformación profesional, las mejores remu­neraciones y la mayor resonancia que la ca­pital del país ofrecía, el caso es que, a diferen­cia de la gran producción de estudios que sealcanzó durante los últimos años del perio­do que suele llamarse "Porfiriato", a la som­bra de los gobiernos emanados de la luchacivil casi no se hizo historiograRa de los esta­dos de la República mexicana. Lo que mayor­mente interesó entonces fueron los grandestemas "nacionales", orquestados en torno ala cada vra. más grande Ciudad de México ya partir de ella misma.

En términos generales, puede decirseque los estudiosos de la historia que perma­necieron en sus respectivos estados, con másvocación que ciencia, resultaron ser tan bue­nos defensores de los documentos testi­moniales del pasado como repetidores de sucontenido; es decir, en su mayoría fueronhistoriadores muy bien dispuestos -porfortuna- a defender a capa y espada lasfuentes de conocimiento disponibles -parallevarlas con frecuencia a sus casas-- peromalhadadamente preocupados más por elculto de una cierta clase de información oel enaltecimiento a veces irracional de lasvidas y los hechos de cierto tipo de persona­jes incorporados al panteón cívico, que poremprender un análisis del pasado tendente auna comprensión del mismo en aras de unamejor explicación del presente.

De esta manera, mientras el saber "na­cional" iba en aumento, el "regional" se es­tancaba y en varios casos hasta retrocedía.

Finalmente, al comenzar la década delos sesenta, el saber histórico regional reci­be la puntilla con el establecimiento del librode texto gratuito y único para todas lasescuelas del país. Se trata de un esfuerw que

resultó muy loable en muchos sentidos peroque acabó con la enseñanza que se practica­ba a partir de unos rudimentos de historia ygeografía de los municipios y de los estados.

Es cierro que se había trabajado el temacon libros de texto muy malos y plagados deerrores y mentiras, que eran resultado delgeneral estancamiento o deterioro del cono­cimiento regional; a pesar de ello, tambiéntransmitían una información valiosa quecontribuía a depositar en cada estudiante unrespetable SUStrato de saber local, del queno podía sino derivar un mayor arraigo ycariño por el solar y una noción de identi­dad más acendrada. Consecuentemente, envra. de suprimir del programa de estudios lahistoria y la geografía locales, debió haber­se procurado perfeccionar el contenido deaquellos manuales o de plano proceder a laelaboración de otros mejores.

La entrada en circulación de los librosde texto gratuitos originó protestas quearremetían contra su costo, el daño causa­do a los editores y su contenido ideológi­co, mas casi nadie censuró el soslayo delestudio del paisaje y del pasado regionales.

La verdad es que, al mediar los años se­senta, a poca gente le interesaba pugnar porla historiografía de los estados mexicanos.

No obstante, las cosas empezaron a cam­biar en 1968 como resultado del aguzadodesencanto que en mucha gente produjola vida en la gran capital a consecuenciade los conflictos de ese año; sin embargo,también resultó de singular importancia laaparición de Pueblo en vilo. Microhistoriade San José de Gracia, de Luis González yGonzálra., libro que se convirtió en el granfundamento y aliento de quienes ahora sededican a la historia regional.

No es que haya sido éste el primer librode tema y, sobre todo, de concepción y pers­pectiva provincianas pero hasta entonces nose había dado el hecho de que un historiadorde altos vuelos, después de haber abordadocon éxito "grandes temas nacionales", se dedi­cara a escribir sobre un pueblo huérfuno depatricios excelsos, ayuno de batallas renom-

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bradas, carente de algún estentóreo plan parasalvar la patria y, para colmo, como conti­nuaba diciendo el propio autor, mal ubicadoen la mayoría de los mapas; no obstante, lasupuesta intrascendencia de los josefinos mi­choacanos --cuyo pueblo, si se siguiera con lapésima cosrumbre de bautizar con nombresde personas a las poblaciones, pudiera muybien llamarse "San José de Gracia Gonzáb yGonzález", por el renombre que don Luis ledio- resulta ser una cualidad compartidapor casi todos los pueblos de México.

Al ganar adeptos la idea de que la his­toria debe estudiar a las mayotías sin de­jar de tomar en cuenta las individualidadesde que éstas se componen, la historiograRa detema provinciano ~espués de haber sidotachada durante tanto tiempo de inútil, in­trascendente, conservadora e incluso retar­dataria, y vista, en consecuencia, con unevidente menosprecio-, al modernizarseen su metodología cobró nuevos bríos ypasó a convertirse, al cabo de cierto tiempo,en el último grito de la moda.

Otro paso importantísimo en su favorlo dio Guillermo Bonfil Batalla a partir de1972 cuando, siendo director general delInstituto Nacional de Antropología e His­toria, creó los seis primeros centros regionalesde esa dependencia. Dos de ellos se instalaronal principio en el occidente y el noroeste delpaís: uno en Guadalajara y el otro en Hermo­sillo, ¡ hecho que dio un gran impulso a losestudios del pasado en ambos sitios, debido aque contaban con historiadores emergidos deprestigiosas aulas foráneas pero enraizadoscon gran solidra. en la región.

No es una casualidad que de Jalisco ySonora hayan sido las primeras obras his­toriográficas dedicadas a un estado, con pre­tensiones modernas y de gran extensión,realizadas en la época contemporánea. Enambos casos, los investigadores del INAH ju­garon un papel determinante.

En apoyo o competencia con talescentros regionales, pronto surgirían las pri­meras dependencias locales en Jalisco, Yuca­tán y Veracruz, si bien poco después loscentros regionales -de mayor o menornivel- se terminarían de instalar en casitodas las capitales de los estados.

Por insistencia de Miguel León-Portillay Roberto Moreno de los Arcos, se aso­ciaron la Universidad Nacional Autónomade México y la Autónoma de Baja Califor­nia para fundar otro centro en Tijuana,antes de que aparecieran los primeros "cole-

I Los orros cuatro se insralaron en Cuer­

navaca, Mérida, Guanajuaro y Oaxaca.

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gios", a imagen y semejanza de El ColegiodeM6cico.

Aquí se deja ver una ve:z. más la manode Luis González y Gonzále:z. al crear ElColegio de Michoacán, con sede en Za­mora, al que le siguieron después la funda­ción o proyecto de fundación de El Cole­gio del Bajío, el de Sonora, el de Jalisco, elde la Frontera Norte, el Mexiquense y el dePuebla, en tanto que el INAH concluía laerección de un centro regional en cada unode los estados.

Sin embargo, no todo fue miel sobrehojuelas. El proyecto de El Colegio dePuebla abortó y El Colegio del Bajío acabópor desaparecer, después de convertirse en"el colegio del vado". En cuanto a los cen­tros regionales del INAH, no a todos seincorporaron investigadores responsables,honestos y competentes. Son frecuenteslos casos de "chambistas" que marchan aprovincia tras un salario que no pudieronconseguir en la capital, sin importarles eldestino y sin poner mayor empeño en suslabores. Lo mejor que han hecho algunosde ellos ha sido regresar por donde vinie­ron; otros no han servido más que paramenguar el prestigio de la institución ysabotear obras de inconmesurable valor

que ésta ha llevado a cabo.Por demás significativo ha sido en

provincia el trabajo realizado para la crea­ción y arreglo de numerosos archivos esta­tales y municipales, gracias en buena par­te al mismo INAH, aunque en su mayoríase debe a esfuerzos básicamente locales,mucho más profesionales y eficientes queantaño. Indiscutible organizador adelanta­do en esta materia ha sido Rafael Monte­jano y Aguiñaga y "su" Archivo de San LuisPotosí.

No obstante, los repositorios de pro­vincia distan mucho de ser suficientes. Res­catar lo que aún está sumergido en bode­gas públicas y privadas e importar fuentesde otras partes del país y del extranjero,resulta una tarea que no debe soslayarse nipostergarse por mucho tiempo.

Resultado de los empeños mencio­nados ha sido la aparición, generalizada enlos años ochenta, de obras de gran enverga­dura y muchos e importantísimos trabajosde investigación por cuentas de estudiososbien formados, al mismo tiempo que seeditan por doquier gran cantidad de librosy revistas.

Es evidente que por varias vías se halogrado en casi todo el país una aceptablerecuperación de la historia regional que,sin ser óptima, sirve para trascender haciauna generalización que permita a la comu­nidad entera generar una concepción de su

pasado y, por ende, de su presente, basa­da en conclusiones ahora sí bien cimentadasen valiosos y fidedignos trabajos de inves­tigación.

Con todo y sus tropie:z.os e inconve­niencias, y sin haber alcanzado los mejoresresultados posibles, es alentadora la incor­poración oficial plena de la enseñanza de lahistoria y la geografía de la entidad federa­tiva en que viven a los niños de tercer gra­do de primaria de todo el país. En algunosestados, incluso, se han preparado librosde texto aceptables. Además, la mismamateria aparece en el tercer año de secun­daria, en tanto que algunas universidadesla incluyen ya en su plan de enseñanza pre­paratoria.

A diferencia de antaño, ahora es másfácil disponer del apoyo didáctico para talenseñanza, sin importar el nivel escolar,máxime que a los recursos locales se le hansumado tareas de prestigiadas institucionescon asiento en el Distrito Federal, pero aten­tas a las necesidades reales de la nación.

Cuando el Instituto Mora estaba biendirigido por Eugenia Meyer, entre 1983 y1988, promovió la realización de una seriede pequeñas historias del siglo XIX en casitodos los estados de la República,2 cada unade las cuales se complementó con una co­lección de lecturas históricas. Y desde fechareciente, El Colegio de México y El Fondode Cultura Económica promueven, bajola dirección de Luis Gonzále:z. y Gonzále:z.-jorra ve:z.!- y la coordinación de Ali­cia Hernánde:z., la realización de variasobras tendentes a la difusión de un nue­vo concepto, moderno y profesional,de la historia de cada uno de nuestros es­tados.3

En suma, si se compara lo que hoy setiene y lo que pronto se podrá tener con lorealizado antes de 1968, resulta correctoasegurar que nuestra investigación históricaregional, a pesar de sus enormes deficienciasy tropiezos, goza de buena salud y ha pros­perado de manera considerable.

Sin embargo, no deja de preocupar lamala comunicación y la escasa relaciónexistente entre los historiadores que habi­tan y trabajan en las diferentes regiones.Inclusive aquí nos topamos con el centra­lismo: cada uno de los estados tiene mayory mejor comunicación con la capital del

2 No se hicieron las de los estados de Chia­pas, Michoacán, Zacatecas y Baja California yalgunas no se imprimieron por aquello del "ca­nibalismo sexenal".

3 Acaban de aparecer dos libros: uno so­bre Jalisco y otro sobre Colima.

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país que con las demás entidades, sin im­porrar si se encuentran lejos o no.

Asimismo, debe reconocerse que lahistoriografía realizada en provincia, salvoalgunas excepciones, por un lado reprodu­ce en cada entidad una concepción en ex­ceso centralizada en torno a su capital, asemejanza de la que predomina nacional­mente y de la que tan mal nos expresarnos.Por otro lado, la historiografía provincianase aísla demasiado de lo acaecido en el ve­cindario, corno si los límites estatales, envez de ser tan relativos como lo son, fuesenbarreras infranqueables, perdiendo así unaexcelente ayuda en la comprensión de losdiferentes tópicos y situaciones que se es­tudian.

No se pretende oculrar el enorme valorque sin duda tienen los estudios de carácterestatal, lo mismo que los de alcance verda­deramente nacional; sin embargo, al mismotiempo pueden y deben desarrollarse algunostrabajos que sobrepasen los llrnites estatales,sin que lleguen a perderse en una panorámi­ca tan grande corno la de todo el pals.

Con frecuencia se investigan asuntosque son comunes a varias entidades o a to­das ellas corno si fuesen privativos de unasola, además de que se soslaya un estudioque puede resultar útil precisamente porabarcar a varias de ellas. Tal sería el caso,por ejemplo, del problema del centralis­Omo, uno de los males de nuestro tiempoque a todos lesiona.

La inspiración de Luis González yGonzález se hiw sentir nuevamente en lascuatro reuniones de historiadores del occi­dente y del noreste de México que se lle­varon a cabo con el patrocinio del INAH Yla coordinación de El Colegio de ]alisco,4cuyos trabajos fueron publicados ya en loscorrespondientes volúmenes.5

Han sido reuniones pequeñas de his­toriadores, profesionales casi todos, en don­de se compartieron conclusiones yexperien­cias sobre el estudio de los diferentes tópicosque se han establecido de común acuerdo;aun así, se requiere una comunicación mu­cho más fluida, que redunde en una mejorhistoriografía regional y coadyude a cimen­rar mejor el futuro de la disciplina que nosocupa y preocupa. •

4 Guadalajara, 1991; Ensenada, 1992; Cu­[iacán. 1993; Colima. 1994.

5 &fanc( y pmpmivas de fa historiograftart:giona/' 1992; Historiografia de las ciutÚuÚsnoroccidmtaks. 1993; El cn:cimimto de las ciuda­des noroccitÚntaks, 1994, y Los puertos norocci­dentaús de Mtxico, 1994.