La Hermandad

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Pomp and Circumstance. Si tu me preguntas: ¿Qué es ésto? Te diré: Es el loco murmullo del Abismo. Mientras volaban los ecos de sus pasos por la calle estrecha, las sombras cayeron sobre la catedral. Lentamente se extinguían el amarillo y el añil de los líquenes y de las flores salvajes que anidaban entre los ruinosos sillares de muros y contrafuertes. Ya no atravesaban el espacio flechas de golondrinas ni vencejos. También las palomas interrumpieron sus arrullos y solo se veía de cuando en cuando el incierto trazo de algún que otro murciélago, sobresaltando el aire quieto con sus aleteos. Si Aquello había podido soportar la luz del sol mostrándose en toda su hediondez ante el limpio azul del verano. Si con su presencia no se desataron los cielos ni se abrió la tierra cuando todavía podían verse las cosas 1

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Pomp and Circumstance.

Si tu me preguntas: ¿Qué es ésto?

Te diré: Es el loco murmullo del Abismo.

Mientras volaban los ecos de sus pasos por la calle estrecha, las

sombras cayeron sobre la catedral. Lentamente se extinguían el amarillo y el

añil de los líquenes y de las flores salvajes que anidaban entre los ruinosos

sillares de muros y contrafuertes. Ya no atravesaban el espacio flechas de

golondrinas ni vencejos. También las palomas interrumpieron sus arrullos y

solo se veía de cuando en cuando el incierto trazo de algún que otro

murciélago, sobresaltando el aire quieto con sus aleteos.

Si Aquello había podido soportar la luz del sol mostrándose en toda

su hediondez ante el limpio azul del verano. Si con su presencia no se

desataron los cielos ni se abrió la tierra cuando todavía podían verse las

cosas cara a cara y detalladamente. Si el primer observador, con temblores

y arcadas que conmovieron todo su ser -según lo relatan fielmente las

Crónicas de Bletamerón el Hirusita- casi no fue capaz de resistir entonces el

hálito envenenado de su contorno blasfemo, ¿qué sucedería -preguntó- qué

sucedería al extinguirse la claridad y recuperar pleno dominio la oscuridad

de la noche? Un vaso de vino y una tapa. Otro vaso de vino y otra tapa. Lo

inquietante no era el afán del alcohol trasegado sin tregua, ni el peso del

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estómago que se acentuaba como si la condenada víscera fuese a salir por

los pies, rebasando así con creces el límite fijado a través de millones de

años por la evolución y aquellas zarandajas de Darwin y el Caos de pesadas

y pesadas lecturas. Válgame Dios. ¿Para qué todo ese maldito esfuerzo con

los infolios del archivo catedralicio encuadernados en vieja piel de vaca,

persiguiendo aquella pesadilla revelada como por un azar funesto en una

fiesta de cumpleaños?.

Era la quinta, tal vez la duodécima o la vigésimoprimera taberna que

lo acogía ahora y sin saber cómo. Pero, al menos, no era la oscuridad ni, por

un momento, la sorda pulsación que habitaba en los sonidos reflejados por

las viejas piedras. ¿Podía perseguirle a él, cuando con tanto cuidado cerrara

las entradas y a pesar de que se había resistido sin esfuerzo aparente a

observar de nuevo aquella ilustración semiborrada que...? Lo más

sospechoso -y debería haber pensado en ello- era tanta facilidad, tanto

dominio; una simple invocación y ya está. ¡Claro que podía, Dios nos asista!

¿no lo había visto y, sobre todo, no lo sentía allí, agazapado, esperándole?.

Media docena de bebedores, ciegos como él, callados como él, de

qué iban a contar a nadie lo que vieran en esas noches de vagabundeo,

cuando cerraban los bares y ni una miserable copa podía obtenerse aún

dando su peso en oro... balbuceos susurrados apresurada y furtivamente al

oido... levísimas corrientes de aire gélido que lo sobresaltaban a uno como si

algún descarnado fantasma estuviese a punto de posar la mano sobre el

hombro del paseante...esas sombras fugitivas, escondidas en la esquina

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oscura de la calle...la presencia, primero presentida, luego adivinada,

siempre sospechada un poco más allá, donde la luz de los faroles perdía

intensidad y el miedo poblaba de misterios sin nombre los rincones ocultos...

Cuan desconocida resultaba entonces la Ciudad. Qué extraños caminos

podían abrirse allí donde, brillando el sol, yacían plazas y callejuelas

transitadas por gentes comunes yendo y viniendo a sus afanes y quehaceres

sin sospechar siquiera...

Bajo una lámpara mortecina, vencido por los vapores del alcohol y

casi invisible a través de la humareda que llenaba el local, extrajo del bolsillo

un papel arrugado. Las letras desteñidas por la humedad, casi ilegibles,

conscientes tal vez del peligro que encerraban en sus rasgos, bailaron ante

sus ojos una loca danza como si se negaran a transmitir el significado para

cuya consecución última habían sido trazadas. Se obligó a leer una vez más,

ayudándose con los labios, pronunciando los nombres de manera que, al

principio, su voz salió ronca y cavernosa entre un hálito de vino. Los clientes

más cercanos lo observaron con curiosidad, pero, indiferentes, pronto

volvieron a sus cosas.

Catalogus Haereticarum Aetas Tertia

Tironeros, Marchadores, Cacofulleros, Osteobanquitas cagionídicos,

Sapoblancóferos, Urbasinones, Adamásteros, Hacedores del último día,

Anodinoptéricos, Suavetraidores, Ornopredicas, Sinpecaminores, Minoritas

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del último estupro, Minoritas cageadores, Ursominoritas, Hermanos del

chancro-color-tornado de rosa por la muerte, Hermanos del urinario sermón,

Ortoplatitas, Memodictores, Clogenitas, Impertériturísticos, Asmofelitas,

Ulisitas terciarios, Ulisitas sermomirones, Ulisitas adenoesclerosarios

reformados, Areopagitas inconclusos, Areopagitas blastitas, Areopagitas

quinto concilio, Sinceros denostadontes, Ulvitenrrincos genacípavos,

Trentitas primera fracción, Tolerantes, Mecagoentoditas, Orinadores,

Planchistas pseudoinclinados, Monederitas cajoambulantes,

Billeflageladores, Histopavitas, Blemópteros, Indicoestafiladores,

Servimanchadores, Blasfemadores animaditas, Adoradores del

selenearbitrio, Pánfilobucinadores, Sintácticoestetizadores, Oroneses

flagelantes, Vayapordioseritas, Tumbadores del libre vagar, Interesadores de

las lápidas, Letroinformadores, Voyeritas del santo cansancio, Indulgentitas

verosimilitanos, Resucitavisionadores, Portentositas, Constructores del

templo de Vaya Usted A Saber Por Donde Se Entra En Esta Santa Casa,

Dominisantiportadores, Aunqueleveitas, Adoradores del nunca jamás,

Adoratrices de ladonnaemóvile, Sincofraseadores, Turbamultitas

ananidontes, Begardoesperontes y Hermanofócteros del santo septiembre.

Y entonces, pronunciados ya los nombres de las diferentes

configuraciones en cuyos límites la Bestia era adorada, las luces del bar se

apagaron una por una, a medida que el humo, las voces y sonidos, el

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trasegar de alcohol barato y hasta los mismos clientes tambaleantes e

inseguros, fueron aniquilados en la oscuridad infecta del Principio.

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Manifiesta sin tacha,oh, Petrus piadosísimo,la divina Voluntad,o aquello otro que prefieres...

1.-El asno conductor.

Breterolegai indisoluble, tres partes (una condicionada a la

Presencia). Sinfomedes afrodisíaco, una parte y media (sin pasarse).

Cuarcinogenones parafraseístico innumerábilis números solvus in altare, un

pellizco. Dos tercios de orujo de Portomarín. Una invocación a Los Que No

Deben Nombrarse Ni Pensar Siquiera En Ellos. Con todo bien mezclado y un

poco de influencia de la luna sangrienta -a ser posible, espérese la época de

las puñaladas, cuando los crímenes quedan sin castigo y no son recogidos

en la Crónica- podrá llevarse a cabo la Obra, al menos en su fase primera y

más simple.

Pregunto ahora, cuando la Ciudad ha quedado horrorizada por el

salvaje atentado de los chantos de Friol y las inscripciones que en ellos

aparecieron una fría mañana bajo las heladas enerales, pregunto ahora -

repito- ¿Qué pasó con los veinte monjes (twenty monks) enterrados con la

piedra negra en el claustro de Westminster? ¿Murieron de muerte dura, o de

quién sabe? ¿A qué Ser pertenece la oscura silueta que los visita en la

noche, invocando, invocando, no sabemos si el Ritual Pgoth o un simple y

reiterado Canon de las Horas? Allí, ahora, nada queda. Los esqueletos

fueron extraídos cuando la Era de la Simplificación llegaba a su éxtasis y eso

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está recogido fielmente en los cuadernos que, no sin esfuerzo, pude

arrancarle al demandadero en aquella fenomenal orgía de los Campos de

Adai. Orgía que, por cierto, fue propiciada por el Cabildo, a fin de acallar los

rumores -extendidos por la Ciudad desde los barrios bajos- que hablaban de

la Hermandad y de sus ceremonias en la cripta. No en vano se acreditan

más de treinta viajes a Londres del canónigo P... en aquellos tiempos de

1434 (Annus Domini).

Tal vez podrían apoyarse estos rumores en los versos que Escatoín

de Auxeitomeilun -albeitar y sastre que también toma las medidas en la

fábrica de horcas- presentó como una dudosa contribución al buen gusto en

los últimos juegos florales. Porque todo está lleno de señales de aquella

terrible conspiración y pictura est laicorum literatura y todo eso. De ahí que

no puedan contemplarse sin peligro los relieves y figuras de capiteles y

portadas de iglesias construidas en esos años, ni la de Portoceilyn (sobre

todo esa) ni ninguna otra de las que habitualmente se incluyen en los

circuitos turísticos y queden bien advertidos. Pero así son ellos. No muestran

ni el más ligero signo de arrepentimiento -al menos, que sepamos- y

disimulan si uno trata de hacerles preguntas directas. Aunque todavía queda

por aclarar (¡por las mil crines!) el incendio del periódico y los asesinatos de

los fanáticos de Chopin, cuando las excavaciones sacaron a la luz aquellos

muros. Recordemos que, sobre los cuerpos y las caras que manifestaban el

horror de alguna Presencia infame y mortífera, aparecieron como señales los

trozos de la Rapsodia nº 3 y costó Dios y ayuda reconstruirla y algunos la

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confundieron incluso con el Concierto para piano y orquesta nº 1, cuando es

sabido que la diferencia no es banal en modo alguno.

Pero dejemos eso por el momento. En el pipinesco camino por

donde solía pasear Calcinpín el Esmerado retornando de su esforzado afán,

los responsables del terror nocturno atacaron al demandadero una y otra vez

cuando salía de tomarse unas copas. No contentos con ello, quisieron

sofreirle los muy ruines. Pero no consiguieron calzar a su montura, que es

de gran talla y muy cornuda. Jack the Ripper entonaría muy gustoso el

Cántico Espiritual a coro con semejante ralea, si pudiera distraerse de sus

ocupaciones. Eso dijo el albeitar, mientras escupía por el colmillo... Lo

entonaría muy gustoso, si señor. No teníamos al Cabildo bastante revuelto

con las imprudentes manifestaciones de... que si era o no era hijo, o si el hijo

no era...bueno, lo que tenía que ser, que ya no sabe uno donde tiene la

cabeza, menudo barullo armaron. Y la cosa bien sencilla parecía. Con

repetirlo tal como lo decían ellos, ¿qué se nos da a nosotros de hijos ni de

padres de hace cien mil años? Pero no...Hay gente que siempre ha de largar

la última palabra, ...cagoentodo.

No me esperes. Te lo advierto. Si alguien viene hacia ti en la

oscuridad, no seré yo. Que no te pase como al de la fuente. Sin reparar en

gastos, vehemente, la dotó de apliques áureos y pedrerías de la Tierra, para

terminar de esclavo en Barbería ajena, ni pincha ni corta aunque una y otra

vez lo intenta.

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Creo que fue al tercer día cuando, cansado del camino, entornó una

puerta sin antes preguntar. Allí fue ella. Salieron y salieron...¿Quién

detendría su marcha, adalides como eran?

Salpicó el mar contra las frías y rotundas columnas en la gris Esterla,

La de los Mil Humos. No era para menos, lo habían dicho, pintar frases

injuriosas en los chantos y cargarse las flores, ni una sola colocaron en el

Santo Búcaro.

Tan débiles cañas tronzadas, perdido, arrebatado su color, el alma

tiernamente socavada, alguna bola de cristal calada con espumas, muerte

segura, verde infierno del invierno, aguas levantadas, casas raídas, ropas

desusadas, inciertas calmas.

Luces encendidas en Sisargas, quién sabe por qué manos, ardoroso

frío, océano en tormenta, miel de innáturas abejas, venenos misteriosos que

sólo dan la vida, ángeles que vuelan, pájaros sin alas, ajena maldición,

destemplanza ruin. ¿Podrías tu, tal vez, cantar mejor las maravillas del

Profundo?

Un inacabable calendario para contar miserias como días

CLAMAVI AD TE

Un redondo calendario para quienes todavía creen en la

pluralidad del mundo

ET NON AUDIEBAT

De hojas rojas calendario para los que se alimentan con sangre

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DE (NOCTE) PROFUNDIS

De mil hojas calendario para los dueños de la Tierra

MISERERE MEI

De tierra calendario para los pobres de espíritu

DOMINE, DOMINE, DOMINE

De llamas calendario para los limpios de corazón

EXAUDI ME

Cayeron las torres, lloraron los justos, blasfemaron los niños antes

de pedir a sus madres que los matasen. Se injuriaron los unos a los otros

como si no tuviesen nada mejor que hacer. O´Bloom enviaba palimpsestos

con noticias falsas. Sus hermanas y hermanos hicieron saltar la banca en

Rábade, ni las pulpeiras se salvaron, fue la quiebra universal. Así cundió el

pánico en toda la extensión de las Tierras Candeáticas y no se recuperó la

tranquilidad -si aquello podía llamarse tranquilidad- hasta que, aparecidos de

nuevo los signos, fueron otra vez autorizadas las bacantes, no sin duro

batallar, en las sesiones ordinarias del municipio. Pero nada quedó

consignado en los Libros. El alcalde dijo que ya habíamos tenido bastante de

aquella coña para siempre jamás.

Tal vez puedan reírse ahora los que tranquilamente lean esta

historia, a salvo ya en lo más hondo de los tiempos. Pero no era lo mismo

cuando la Ciudad se levantaba en la meseta como un negro casco de hierro

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de algún guerrero muerto y podía ser contemplada por todos los lados y

desde cualquier perspectiva según ibas llegando hasta Ella a través de los

territorios circundantes. Lo más terrible era verla cuando la abandonabas por

el Camino que conduce, pasados los Montes Cadabienses y la llanura de

Orzomelid, hacia la Tumba del Dios, porque entonces ya sabías lo que se

encerraba entre oscuras fortalezas y pétreos murallones y sabías también la

naturaleza de lo que había destruido el barrio más antiguo y por qué ya no

se habitaba en él. Lápidas indicatorias estaban incrustadas en las Puertas,

si, pero lo que en tales avisos aparecía no era la verdad de los hechos; solo

vagas referencias a enamorados inciertos y caminares desesperados hacia

la luz, negada por una oscuridad aún peor que la ausencia de luz, oscuridad

desprendida de las antorchas sostenidas contra un viento helado por las filas

de procesionantes, retorcidas como culebras en el aire y que, también como

culebras, en un movimiento atroz, se introducían por la abertura, allá en el...

Pero ahora no hay miedo de que algún filius pueda escandalizarse y

llamar a sus cofrades en el Secreto para tomar las represalias:

- Si Alguno, desde Ventana, Portal o Saledizo, viera el Discurrir

de los Hermanos y no se volviese a sus Asuntos, Sea enfrentado a la

Primera Represalia y Pague con la Primera Sangre que Vertiere.

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- Si Alguno, desde su Curiosidad, oyera el Rumor de los

Hermanos y no Cerrase sus Oídos, Sea enfrentado a la Segunda Represalia

y Permanezca Sordo para siempre.

- Si Alguno, desde Temeridad o Inteligencia, quisiera Perturbar,

Ajar o Distraer de Cualquier Manera o Intención el Tráfico de los Hermanos,

sean Arrebatados Él y los Suyos y puestos Ante el Poder.

Los que sois duros de mollera e incrédulos, dad gracias al hacedor

de cuentos, que no pocas botellas le ha costado y aún afanes y peligros de

tabernas y lugares donde se reúnen en las horas de oscuridad gentes de

toda condición. Algunos de ellos harían retroceder al mismo demonio si por

un casual se atreviera a juntarse allí a la tropa y beber unas tazas. No le

dejarían ni un momento de reposo. Tal era su impetuoso afán de blecar y

blecar sin ton ni son y sin reparar en escándalos, barullos ni peleas. Vaya

gentecilla, era un gusto quedarse en su compañía por un rato y al mismo

tiempo tratar de sonsacarles. Duros de cabeza y de bolsa. Más duros aún de

corazón. No temblaban ni ante la mismísima Presencia, Azai nos valga,

cuando con la barahúnda que armaron, les envió la hoz que siega la Tierra.

Ay, vosotros, los cerrados de alma, cuanto requiescat in puteo nigrum,

nigrum os aguarda. Porque si vosotros no vais a Él, Él vendrá a vosotros. La

Sombra pide paso, eterno descontento es el que arrastra, sin echar

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bálsamos allá donde se reúnen y perjuran los siglos y se acumulan las

infamias.

Pero volvamos a lo nuestro. Veréis la tierna reacción del

demandadero cuando hubimos... ¡Por los Tres Reyes! Así me gusta,

grandísimo layador -horridus in tenebra fulgit- justificado tu salario, urdido

en la Cueva aquella, bien puedes decir ahora que has visto al Más Grande,

que Es Antes de Ser Venido; malaventurado, gloricentrifugado seas por tus

afanes, aliteñido en tu esencia ¡Oh, Abundantissimus! si conseguimos

establecer al completo y de modo fehaciente el episodio del Legatus. Su

principio aparecía tan enérgicamente desplegado, que no se veía allí maldita

la cosa sobre lo que podía resultar: los cerdos terciados van a tanto, las

xubencas a cuanto, los xatos... Entonces, dijo el Más Grande: hagamos

huelga y que se joda el Legatus. Para un corderillo que le pido cada equis

años me viene ahora que si las coturnix y las palomas torcaces, que no hay

quien pueda aquí dominar ni fundar en esta tierra de locos. Pero, hombre, si

yo nunca me quejo, a pesar de aquellos tiernos lechones sacrificados a la

competencia y, tal vez, a...

Desde bien alto lo vio el demandadero, aunque estaba ocupado en

la discusión que, sin saber cómo, había surgido en la taberna que cae según

se sale por la Primera Calle, cerca de la Puerta. ¿Quiénes, los responsables

del turbio asunto de Tréveris? ¿De dónde vinieron en verdad las

acusaciones, toda vez que Magnus y Rufus, epícopus in sede vacante, no se

demostró que fueran, ya que estaban en ese preciso momento dictando

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cartas para Britania? ¿Tuvieron Itacio y su tráfico indirecto con El Grande

algo que ver a través del mercado de espadas, o quizás fueron la causa su

propia vergüenza y perturbación en aquella encendida guerra de discordias?

-Santanna, Santanna, ¿Cómo tú en este infierno?

-¡Ay de mí! Ya lo ves. Guárdate de las asechanzas. Aquí, jugando

con baraja marcada, apostando tizones y llamitas de laurel. A ciento la onza

y aún pierdo en el trato. ¿Cuánto por este par? Bella testa coronada.

Válgame...Pero qué arrastrado eres, hombre. Ni siquiera sabes

sacar la sota cuando tu compinche lleva años con el as. Así no hay quien se

tire de largo ni una maldita mierda. Supo al fin -no por él, sino por otro que

allí estaba, menuda pieza parecía- que el débito reputado al hereje era una

maligna duda suya sobre la capacidad abductoria del que Se Representa

Como Macho Cabrío y figura como insignia en el pendón de Bro Gernev (lo

mismo que el armiño luce en el de Bro Gwened) o sea, una figura al fin, algo

para que lo vean aquellos de enfrente entre la niebla y sepan con quienes

tratan. No vuelva a ocurrir eso de las peleas entre clanes hermanados por no

distinguirse la mano a medio metro de la cara, que después viene el

cachondeo de los juglares y nunca sabe uno cuando van a terminar con sus

monsergas, arrenegados sean. De todas maneras daba igual, ya que solo

pudieron encontrarse dos ejemplares (Feculans Hibridae Cornucopiisimus) si

bien, es necesario decirlo, incompletos.

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El monje ha de orar largo tiempo en la oscuridad, para que su

plegaria ilumine las tinieblas. Ni todas las plegarias y cánticos del mundo

iluminarán la Catedral cuando aquello sale de su agujero y se muestra,

desprendiéndose de Él no solo el horror Sin Nombre, sino además sueños

que se extienden a lo lejos y se introducen en las casas por las rendijas y

suben por las escaleras como sombras de ojos rojos y llaman a sus

compañeras y no se sabe qué es peor, si la sombra o sus gemidos

implorantes. Uno cierra y aprieta los párpados y se tapa los oídos porque no

hace mucho que escuchó los pasos en la calle y sabe que Eso iba a venir

así, como un lobo escuálido. Pero, al día siguiente, cuando la claridad

cenicienta del invierno apunte más allá de las murallas, los lobos serán -otra

vez- culpados de muertes en las que no tomaron parte. No basta, para

desterrar ese miedo, con un barrilete rescatado del mejor trinque en las

profundidades de la taberna y eso era de esperar. Quien observa una vez,

observa igualmente in annus bisiesto y ni un millar de indulgencias

concedidas para el caso aliviarán el peso de su placer. Válgame el

Desatentado... Pecado cierto fue confiscar todos los cerdos de las cuadras.

Había guerra. Había hambre. Había que negociar con los sectarios de

Mahmud El Negro, hartos ya de bronca y de quién sabe y de qué, asaltadas

las torres, otras más elevadas crecieran y otros terrores nuevos vinieran en

lugar de los antiguos. Peor es esperar sin esperanza. Rezar al Negro para

que santifique nuestras deudas mientras nosotros sacrificamos a los

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deudores. Para el caso, hubiera sido mejor azotarle con flores ajadas

robadas de las tumbas o conminarle para que fuera, al fin, Él Mismo.

Este asunto del Negro es parecido a lo que contó el demandadero

en la fonda de Adai (tan lejos parecía, tan libre, junto al río, con las truchas

saltando en la sartén). Pero, a cien pasos de la puerta, entre los campos y

los pinos envueltos en niebla, estaba enhiesto el Penedo con su Signo

enseñando lo que Significaba, semiótica de lo que yacía allá entre los muros

como presencia inencontrable. Ni anguilas ni empanada tenían el mismo

sabor desde aquello y el tabernero juró por la memoria de Andortaín que

todo su vino hubo que tirarlo y los caudales de mosto se confundieron con el

del agua y con un suave ulular que subió entonces desde el horizonte. No es

ésta tierra de marinos, por lo que el ir y venir de las ondas y de las criaturas

que, según dicen, moran en ellas, nos cae un poco lejos. Años de bienes es

lo que aquí nos importa o al menos nos importaba, pese a lo que dijo en su

momento el adivino errante que por entonces estaba en el mesón Los Tres

Picos, también conocido como El Chantadino Ahorcado, pero eso es otra

historia. El caso es que se comentó que la dueña de dicho figón era en

realidad Adelina la Borracha. ¡Mentira cochina!. ¡No hay tal!. Que ella

dedicaba sus horas libres, tras los guisos ordinarios -que solían ser bécadas

a la provenzal con orujo verde- a blecar el blosario sin descanso, así que al

cuerno con tanta maledicencia. Y ahora pregunto: ¿Merecen mis pecados

semejante gehena? ¿Habéis caído en la cuenta de que no analizáis como

debierais, causa con causa, argumento con argumento? Tenéis que

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confesarlo. Fue una pasada pedir helado de frambuesa en el momento

mismo en que la legio iniciaba su desfile.

¡Ay! ¡Hay! ¡Jay! Así enfervorizaban a sus guerreros los viejos

reyes de la Galicia Candeática, cuando la Hansa Lucensis, Cohors Antonina,

navegaba por los cuatrocientos mares de Mogor con sus hordas de piratas.

Aunque he dicho que no la contaría -poco duran mis buenos propósitos en

esta hora de aflicción- la historia figura en letras unciales sobre el estandarte

malva de la Cohors y tuvo su parte en los acontecimientos según se verá y

ya llego a ello, aunque cansado. El caso es que el decurión, animado por

sus hombres, que eran una pandilla de indeseables, buenos bebedores del

tierno néctar del Albar, hasta allá por el Adriático conocían su turbia fama y

la afición que tenían de emprenderla a golpes con el primero que se les

cruzaba cuando bebían, menudos escorzadores, desplomados y bizarros,

aunque eso sí, acudían en tropel a escuchar las antiguas baladas que

hablaban de guerras y saqueos por entre los Poblados Altos y sus montes

pedregosos donde moran los dioses pequeños; entonces eran como niños,

quedándose boquiabiertos ante los sones del juglar que hacía chasquear los

dedos malignamente. El decurión, digo, le hizo la higa al Legatus al marchar

en la plaza y no se le dio ni un tanto así de reprimirse porque se estaba

orinando y estaba hasta el casco de tanto desfile; además, un fleco del

pendón se le metiera en un ojo y el que iba detrás le había plantado el pilum

en -sin intención, juraron luego- pero eso acabó de cabrearlo, que en su

natural y salvo cuando bebía, era tan ingenuo y gentil como una damisela,

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valga la comparación. Consiguieron enfadarlo y no me cabe duda que tuvo

sus razones.

El Legatus por su parte, justamente encolerizado, le recriminó

delante de todas aquellas buenas piezas, aunque no se pudo evitar que el

demandadero diese en reír y reír porque se acordaba de un caso muy

parecido que ocurriera en las Marcas Lemavas. El decurión y sus hombres

fueron condenados a vagar durante las horas nocturnas con una antorcha

(flamans fachae abundantissima). Toda la cohors de borrachos -candeal y

orujo tuvieron su parte en el desencadenarse de aquél día de hachas

caídas, que el orujo era fabricado por los esclavos de Camariñas, la Onte de

pura leche y huevo- a calzón quitado que era un gusto verlos, Azai nos

guarde, se burlaron del Legatus zahiriéndole, los muy zahones. Debeladores

de legios, les llamaron desde entonces, achispados, narices rojas y sólo se

les ocurrió apilar las aguilares enseñas y quemarlas ante las mismas barbas

del otro con gran escándalo y descomedimiento. Pero, desde aquella,

tuvieron que marchar con antorchas en tinieblas y no pudo ser fundada la

Urbe, además de que las auctoritates hubieron de soportar las burlas de las

Veinte Tribus, que desde los oteros próximos contemplaban el evento.

¿Sabes de la cabaña en el centro del recinto y de lo que allí ocurría

cuando el que grita entre las moradas iba a lo suyo? Era entonces el

apiñarse unos contra otros y el apagar los fuegos y el colocar trancas en las

puertas. Rezar no se podía. Aún no había dioses. Los perros te miraban con

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aquellos ojos suplicantes y todos temblaban en un solo temblor. Ruidos que

no se oyen, sólo son presentidos. Pasos que se acercan en un vagar

interminable. Aire frío que se mueve en la inmovilidad de la noche. Rasgar

de uñas o de quién sabe en los muros. Piedrecillas que caen al paso de lo

invisible. Flores mustias y secas a la amanecida. Huellas de ceniza y pórfido.

Hondos gruñidos de algo salvaje y sin piedad. Después, siempre faltaba algo

o alguien, arrebatado, arrebatado...

La pandilla celebró el castigo con una juerga fenomenal en el figón

que hay a la derecha, bajando de la primera torre. Un ternero dio sus últimas

y alegres vueltas sobre la hoguera mientras los cánticos, entre eructos y

otros ruidos espantables, resonaban y resonaban. Es de lamentar que

fueran acompañados de fuertes maldiciones, sobre todo cuando el

demandadero se empeñó en llevar aquella discusión con el monofisita hasta

el terreno personal, exigiéndole o bien una explicación en toda regla o que

callase para siempre. Pero se engañaba al pensar que podía tapar la boca al

otro con razonamientos, sectario de Isis como era y con experiencia en

multitud de Concilios. Durante horas atronáronse mutuamente con

silogismos y entimemas que sacaron de sus respectivas memorias o de

algún mustio códice encerrado en mohosa cubierta de cuero. Pero no fue

prudente exhibir sin más ni más el Cántico de Isthar, arrebatado sabe Azai

por qué manos al Sacerdote de los Mil Años allá en la Madilanus de los

antiguos días, desaparecido luego y vuelto a surgir del olvido después,

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cuando las guerras candeáticas asolaron el país verde y sólo toxos de

amarilla flor crecieron durante siglos y siglos, desde las montañas que tocan

el cielo, hasta las sombrías costas en las que el mar cambia de color.

Tres puertas cerradas niegan el acceso. Una de ellas es muda y sólo

habla a los ojos que no ven. En medio, El Sentado y sobre Él, viginti quatuor.

Debajo, a la izquierda, un Devorador, algo extraño en sus fauces, manos

desaparecidas. A la derecha, un Salvador, beatífico su rostro enfrentado al

Otro. Más, tampoco se sabe.

La del Sur, abierta sólo para los Hermanos o sus Iguales. Arriba,

arquivoltas con la geometría del Mundo. En medio, El que Abraza y Bendice

diciendo: mira al otro lado de lo que ves. Debajo, aviso de que morirás y

serás engullido. El izquierdo, sólo deja fuera pierna derecha. Andar el

laberinto a la pata coja sobre la pierna derecha. El izquierdo come mano y

pie diestros, ambos dentro de la boca. El resto, fuera. Hay que ocultarlos.

Actuar únicamente con miembros contrarios. Sino, gran peligro. También

gran peligro por lo incompleto del aviso: ha sido cambiado el lugar de asiento

y el orden de los Devoradores colocados en las bases.

Definitivamente el Homo noumenon tuvo que irse de vareta,

escapando el cuitado, temiendo por la vida y por la bolsa, llena de piezas de

oro con las que el Legatus había comprado su traición. Y no era la primera

vez, que luego se echaron cuentas viéndose que faltaba casi toda la caja de

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Page 21: La Hermandad

la legio y más de media cosecha del suave albar que el posadero guardaba

enterrada para mejores tiempos antes de que se fuera todo a... Pero

dejemos eso por ahora. Uno y otro no cejaban en el anhelo de aclarar la

cuestión principal. Eso les empeñaba, disminuía el contenido de sus

cuencos y el de la jarra. Aquellos condenados no hubieran parado hasta

dejar sin vino a toda la Colonia de no ser por el oportuno discurso que sonó

entonces. Aquí, entre nosotros, me gustaría saber de donde venían los

argumentos y las consideraciones. Ni lo supe entonces ni lo se ahora. Poco

tranquilizadoras eran las palabras, cisconas y enredadoras, hechas para una

boca dulce, pero agrias y rompedoras, como caídas de una cima entre

nubes o de lo alto de los cielos o qué se yo. De aquella, dejara de nevar, no

se notaba tanto el frío, aunque -bebamos, bebamos hasta que se rompa el

mundo- no toda la humedad era de la niebla, podría jurarlo. Algo acechaba.

Pero nada se vio en la oscuridad de la noche, salvo los remolinos al fondo

del callejón. Nada se oyó, salvo un llanto lejano. Nada se acercó a nosotros

desde fuera, sólo el fétido aliento del miedo.

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Page 22: La Hermandad

Hechizaremos los árboles y las piedrasy los montículos de tierra,

de tal modo que se convertirán en una tropa armada, luchando contra ellos

y les pondrán en fuga, con horror y tormento.

2.- Pirro el Tuerto.

- ¿Es éste el Legajo XViii?

- Lo es.

- ¿Lo encontró allí, donde le dije?

- Allí lo encontré.

- ¿Tuvo usted ... dificultades?

- Las tuve.

- ¿Comprometió usted...?

- La comprometí, si.

- Antes de prestar compromiso ¿se le advirtió...?

- Fui advertido. Ahora se que no moriré en mi cama.

Se revolvió en la silla. La gran habitación del palacio, oscurecida por

el declinar del día y tal vez por quién sabe, mostraba los estantes repletos de

sus paredes, los retratos que entre dichos estantes había y una gran mesa

con papeles. Desde la chimenea, bordeada por columnas de granito,

apagada hacía rato, venían corrientes de aire y de ceniza. Aquella sala

sirviera en tiempos de refectorio, de hospital, de almacén, de prisión y

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Page 23: La Hermandad

también para... Un estremecimiento, no causado por el frío, sino por los

recuerdos. Una sensación, no debida a lo visible, sino a lo que no se dejaba

ver. Una certeza.

La donación había sido hecha. Estaba confirmada en los

documentos más antiguos de los que se tuviera noticia. Pero no había

podido esclarecer si ...aquello...estaba allí desde siempre o fue traído

después. Pero ¿después de qué? ¿Después del vencimiento y de la

dispersión de las Tribus? ¿Con el repoblamiento posterior a la gran batalla?

Y, en cualquier caso, ¿de dónde había venido y por la voluntad de quién?

Se recostó cerrando los ojos. Un nuevo cielo y una nueva tierra. La

figura se veía allá, en el fondo de un paisaje de nieblas y de rocas enhiestas,

acercándose. Alto y completamente cubierto de pieles. Un grueso collar, tal

vez de oro, de puntas gruesas y redondeadas. Pasos firmes, aunque con el

cansancio del camino y quizá de algo más. A ratos desaparecía por detrás

de la vegetación, pero volvía a salir. De pronto, se detuvo mirando alrededor.

Los montes, las nubes bajas, el suspiro de los bosques, el bruar del océano

azul. Rumor de las hojas, zumbido de insectos voladores, aleteo de los

pájaros escondidos. El bordoneo de la sangre y el golpear de un corazón

inquieto. El miedo. Allí se notaba también el miedo. Pero no era un temor

irrazonable. Estaba modulado por la conciencia del Poder.

No para tus ojos, querido mío, se han escrito estas líneas. Lo sabes

muy bien, porque ahora eres un convencido más. Cuando por fin fiat lux, ya

estaban los otros con su eterna cantinela ¡Qué si la Muerte! ¡Qué si la Vida!

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Page 24: La Hermandad

¡Qué si El De La Pata Hendida! Condenado cuestionario, contestado sin

levantar la voz siquiera, clavado en las cruces del alba o lo que es peor, en

la puerta de la iglesia medilana. Dijera de aquella el Legatus: Es necesario

analizar pregunta por pregunta, rasgo por rasgo, gota de sangre por gota de

sangre. Y ha de ser pronto, no vayan a sorprendernos aquí la noche y sus

fementidos habitantes, in ambula, blandula pegat, nec porciore cuanto

migliore viven ¡Arreniégote!, que no se ve maldita la cosa de lo que pueda

resultar.

De cuantos desmanes registró la historia sin duda fue el más

principal un atornillado avispero que le regalaron al sastre de Adai en aquél

día señalado. No contenía otra cosa que un blasón (cornucopiado al bies en

flojúl, aves frías en campo de glozál, maza inclusera en trasportín) que a

tanto y aún a más llegaron para premiar sus esfuerzos. Cayó de rodillas ante

el Primero, arrimolado el brisón, benefactogloriado cómo era, y se le donó

además participación en los bienes de saca y puesto en el homenaje

conmemorativo del cuarto siglo. Por otra parte ¡qué matanzas hubo, rediós!

¡con qué gozo se emplumaron en la tintórea sangre las vestiduras nativas!

Así se hace, por los ... con esos parvenús. Y menos mal -según nos

contaron luego- que no fue en la sien. Véase sino lo que le sucedió a la Vieja

de las Viejas al principio de ello.

Con su permiso, quisiera yo...El demandadero permanecía sordo a

cualquier proposición que no fuera un reconocimiento explícito, manifiesto,

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Page 25: La Hermandad

indubitable, del error cometido en la primera tabla de silogismos, cantada

desde luego públicamente con reconocimientos y asperges a los

participantes. No dio poco trabajo reunir al coro, que cada uno tenía su

excusa, que si esto, que si lo otro y lo de más allá, que si no están los

tiempos para caralladas, que si mira cómo aparecieron aquellos que

protestaron, que si no se pudo hacer con ellos otra cosa que arrojarlos al

mar -algunos ni cara tenían, qué sería lo que se la chupó así, válgame...-

que ya habían avisado de no andar solos por los caminos próximos a..., que

si en la costa se vieran naves de otro tiempo y el agua de los pozos y el

color de las hojas y lo agostado de las mieses.

Un cuerpo en el camino, allá al dar la vuelta en los soutos, junto al

río. Muerto, parecía. De dónde viniera ¿quién lo sabe?. Se llegaron hasta él

con profundos pasos. Dijeron incluso que, con los gritos, se notaba temblar

el suelo, algún gigante pateando por entre los valados. Se recomendara

vigorosamente no salir cuando comenzaron a moverse cacharros en los

estantes y los aullidos de los perros y la inquietud de los otros animales y las

arañas que escapaban de las grietas y no sabían a donde ir. Las alcancías

se vaciaron, se apagaron velas y fachos, el caldo se cortó y se tiñó de rojo,

los pájaros caían como lluvia en el tejado. En las esquinas, aterradora de

negrura, vacía, hueca de cualquier propósito, estaba la conciencia de algo

infame; torpe, fullera, malpagada, a veces llorando, otras, comiéndose las

lágrimas, atroz, pasando de la dura Muerte que pasaba próxima. Si usted

insiste, no nos iremos. Pero... Señores -dijo entonces el demandadero con

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Page 26: La Hermandad

gran seriedad- he determinado exactamente nuestra posición. No estamos

en la boca del lobo, ni en su estómago, ni siquiera en su intestino. Nos

encontramos aquí -golpeó enérgicamente con el puño- en el mismísimo culo

del lobo.

En esta época no habrá ni reino ni dominación ni servidumbre. Sólo

a Los Que Ven Al Mas Grande tocará dictar y nombrar, cerrar y sellar, cortar

y romper. No sea dictado ni nombrado lo que Ellos no dicten y nombren. No

sea cerrado y sellado lo que Ellos no cierren y sellen. No sea cortado y roto

lo que Ellos no corten y rompan.

Ellos señalarán y se cumplirá lo señalado.

Ellos mostrarán y se abrirá el camino.

Ellos hablarán, se hará la luz y se conmoverán las columnas del

mundo.

El Tuerto tiró del mantel, una vez más, en el figón de la Vía

Tramertina (la Vía se llamó así desde el famoso episodio del pretor, uno

recién llegado que fascinó a todos con su peculiarísimo grito de guerra,

agudo, altisonado y al tiempo, quejido de alguien al que golpean sin piedad).

Era su costumbre -la del Tuerto- algo esperado tras la francachela y el

trasegar y trasegar, pero también fuertemente censurado por el partido de

los del Libre Espíritu, apostólicos y puros como eran, apostadores de carnes

y entresijos que traían a menudo de sus correrías nocturnas, vayan ustedes

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Page 27: La Hermandad

a saber porqué no se toparon nunca con... Bueno. Volvamos al cuento, no

creas que va a ser fácil. Uno, dos. Uno, dos. Entra en mi casa, dijo la araña

a la mosca. Entra, entra en laberynthos... Dios. ¡Cuán monocorde,

clavicorde, insoportable en su lenidad, es omphalos!. Pero no nos

engañemos, que se la daban bien dada y sino que lo diga éste.

El Tuerto quemaba los árboles por un así. Supongamos que iba por

el camino hacia...Bien. Por allá donde se juntan y congregan los... No

seamos más explícitos, creo que el demandadero es uno de ellos. Se le

cruzaba un pájaro, una bestia cualquiera y él hacía el Signo, el Antiguo, no

ese y sin dársele un chiscar de los dedos ni importarle maldita la cosa...Yo

creo que estaba borracho cuando acudía, aunque -todo hay que decirlo- le

he visto beber cuarenta jarros uno tras otro para jugar luego a la baraja

hasta el amanecer. Y no se os ocurriera trampearle, porque allí era ella. El

condenado veía con mil ojos, nombraba a todos por sus veinte nombres,

señalando con risas el resplandor en la parte baja del monte. Por San

Ploinoc que era bizarro el muy... Todavía se acordaba de cuando les socarró

los zurrones a los de la legio donde solían quedarse y trasnochar y todos

pensaron que fuera faena de las Tribus y colgaron a unos cuantos con sus

picas. Menudo zafarrancho se armó. Nada, nada, decía, ustedes primero,

que yo ya he tenido faena. Eso decía: yo ya he tenido faena. Y uno no sabía

si reír o llorar. A partirle los morros nadie se atrevió, supongo. Santa Casa

sin Puerta ¿Quién será el valiente que vaya a cruzarla? Santa Casa de la

Luz sin Puerta, donde gobierna la Muerte Negra. Parecen ocupados allá

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Page 28: La Hermandad

dentro. Ahora ya están contadas las estrellas y sabemos lo que toca a cada

uno. ¿Qué se oye a lo lejos? Podrían ser campanas en la campiña, pero son

golpes de alguien que construye un sumidero. Podrían ser buenas razones,

pero sólo son argumentos de una mente torpe. Podría ser que se acercara

uno que...Se acerca alguien, desde luego, pero no es quién tu crees. Pienso

que más valdrá que echemos a correr ¿No?.

Es de noche. Las horas de oscuridad más negras. Caminos que se

pierden entre taludes. Sombras de árboles y otras sombras de quién sabe.

Ruidos extraños, tal vez de piedras aplastadas por un peso inmenso.

Rumores de un arroyo y allá, en el fondo, el arrastrar continuo del río. Roces

de ramas inquietas, apartadas por lo invisible. Un animalejo que huye,

sorprendido. Sobresaltos de luciérnagas y curuxas. Gemidos ahogados,

lágrimas a destiempo, ya es demasiado tarde y Lo Que Espera está

impaciente.

Alguien se acerca a la iglesia. Furtivo, desaconsejado trasnochador,

temeroso sin embargo. Coloca un pergamino sobre la vieja puerta de

madera y clava. El primer golpe sonó como un eco funesto. El segundo

golpe, como una llamada a la muerte. El tercer golpe, como el trueno en las

montañas. El cuarto golpe, no lo dio él. Allí quedó un pergamino cubierto de

gotas de sangre, brillantes como las estrellas.

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Page 29: La Hermandad

Si vos manifestáis que en principio existía una rígida y estricta

dualidad, que luego hubo mezcla y que, como consecuencia, lo que ocurre

ahora es que lo mezclado quiere volver a segregarse en sus primitivas

partes y constituciones para alcanzar de nuevo el anterior estado, os diré

así, a bote pronto, que sois un mendaz y orinario bellaco y que vuestras

orejas deberían estar hace tiempo colgadas en el cinturón del preboste. Por

los gorrinos de Adai, ganas me entran de que mi cuchillo tome un poco el

aire y tome también el gusto de vuestro bandullo. Apañados estamos si el

primer belitre atolondrado que entra en el figón en esta noche negra, negra,

empieza a largar semejantes cosas cuando apenas ha mojado sus

blasfemos labios en el vino. ¿Cuántas veces he de decirle que lo del

principio es uno y sin costuras? ¿Cómo convencerle de la imposibilidad de

que lo que nunca ha sido dos y no puede sino conservarse en unidad con lo

todavía increado, haya de mezclarse y combinarse cual si fuera fregoteo de

malas añadas? Por la Santa Figura de Vilacendoi, reflexionad, hombre. No

aumentéis el peso de nuestras culpas. ¿Quiere que se nos vaya el color y la

salud? ¿Quiere que una maldición nos deje fritos aquí mismo? Y además,

está lo de las murmuraciones levantadas respecto de aquello otro. Las

premisas utilizadas eran solo premisas probables y también en ocasiones,

signos. Tratábase, por lo tanto, de algo elíptico o incompleto, a lo que se

llegaba sin mucho esfuerzo, si bien corriendo un gran peligro. Pero qué os

voy a decir. No han de aplicarse ni los Primeros Analíticos, ni siquiera

Institutio oratoria alguna para suprimir en este caso una de las premisas o

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Page 30: La Hermandad

hasta la misma conclusión, si se tercia y si no atiende a razones que los

dioses le asistan, no me venga después con que si no quiere salir o que si

hay algo...allá y otras tonterías por el estilo. ¿No es bastante oscura la

noche? ¿No ha tenido ya suficiente con tanto hurgar y hurgar, que hasta la

lengua se queda pegada y no hay manera de poner claridad en este maldito

asunto?

Ciertamente, dijo el demandadero mientras cortaba en rodajas un

tierno chorizón. Ciertamente. Qué vino podría acompañar ahora a tales

bocados, eso quisiera saber. Ya estoy cansado de embaular el alcohol

peleón del posadero y quizá vendría bien un suave orujo con hierbas. Si el

entusiasmo indica la presencia de alguna divinidad, pocas debe haber por

aquí, como no sean las deidades de los barrigallenas o de los pellejos de

mosto, dentro de tales calificativos habrían de incluirse los clientes de esta

taberna. Nada de miradas torvas ni de rezongos por lo bajo, que os conozco,

maldita sea. Vaya gentecilla. Ni El Que Está Fuera os querría para otra cosa

que para revolveros los huesos y dejaros de abono y comida de cuervos.

¿Qué demonios de ignis fatuus os alumbra, grandísimos blecadores? Os

alumbra y aún si cabe os deslumbra, eso es cierto. Pero no por ello os lleva

a un conocimiento efectivo ni tanto así, fanáticos como sois. ¿Qué le

diríamos al Legatus si -Azai no lo permita- asomase su jeta de cerdo por la

puerta en este mismo momento? Primero vendrían las risas sofocadas y el

atenuarse el ruido de las voces. Luego, el peloteo ese de borrachos que os

traéis. De los heroicos furores de antes y de vuestra pretendida potenciación

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Page 31: La Hermandad

de la luz racional necesaria a la actividad filosófica no quedaría una mierda.

Eso es. Ni una mierda. Mas tarde, vendrían las guardias dobles en el

parapeto, los ojos enrojecidos por la resina de los fachos, el mirar a la

oscuridad, el miedo a sentir aquellas garras en la espalda y otra vez los

rezongos y las maldiciones contenidas. Sin novedad en la Torre Norte. Sin

novedad en la Torre Media. ¿Sin novedad? ¿Y qué demonios es aquél

cuerpo roto arrojado al otro lado del Muro?

A los muchachos les gustaban los cuentos que traía, breves y

helados como las gotas del rocío en la amanecida de las rondas. Ayudaban

a distraer la cabeza y a despejarla un poco de las brumas del albar nocturno.

Mucho más, no se sabe que consiguieran. Como aquél de cuando llegó a

estas tierras la extraña ave gallofer, que solo cantaba si los antiguos magos

de las Tribus querían y de la manera en que se hizo el milagro, invocando un

poco, únicamente un poco del antiguo saber, rodeando ceñido ceñido el

temeroso abismo hasta donde se podía sin comprometerse y un pelo más

allá. Fantasías de achispados no eran, que desde entonces el pájaro dejaba

oír su trino incluso en el momento solemne de las celebraciones. Con el

canto se llegaba a escuchar también el mugido de las olas verdes de altamar

y los crujidos de las rocas en la embestida y el siseo de largas cabelleras de

algas y tal vez la conmoción del terreno cuando se despertaba...Pero esa

parte era decididamente ignorada, pasada por alto en las narraciones.

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Page 32: La Hermandad

El gallofer aparecía tornasolado y bletérico, con obiscos leves, pico

delante y detrás y tres alas multicolores. Estuvo muchos años según decían

entre los Mercaderes Rojos, que lo utilizaban de reclamo en sus asambleas

cuando lo de la Gran Inquisición. Después, vino a parar entre las Tribus de la

Costa Adyacente y allí lo obtuvo éste, trocándolo por dos varas de ruin y una

pulgarada de pimienta picante picante. Juraban que sus cenizas, dejadas

reposar a la luna en las noches tibias, mezcladas con un orujo poderoso -al

parecer la bodega del Legatus fue saqueada con semejante excusa y

menudo cabreo se cogió- tenían un poder nuevo y una maravillosa usura,

muy celebrados ambos en las regiones que caen a los lados del viejo río.

Aunque no me fiaría yo de artificios de aquella gente, que más de uno se

dejó el alma en semejantes hazañas. Por entonces, los barcos arribados

después de darle el quite al Promontorium Nerium, traían también raras

especies de frutos y pescados cuyos nombres aún guardaban los olores y

perfumes del Profundo. Si, pongamos por caso, se pegaba uno de tales

peces al oído, se escuchaba un sordo bruár y el gemido de los aires entre

rocas milenarias, más antiguas que la misma Vieja de las Viejas. Pero,

después, moría el bicho, mustiándose igual que las flores del toxo bajo el

vendaval, porque -eso decían- su mensaje sólo una vez podía oírse en este

mundo.

El viaje... El viaje fuera una sucesión de despropósitos y de

rarísimas ocurrencias. No digo más sino que solo a un loco se le habría

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Page 33: La Hermandad

ocurrido emprenderlo en aquellas circunstancias, con todas las tribus

levantadas, convertido el territorio en un furioso avispero, los puentes

destruidos, la calzada transformada en cazadero de incautos, por muchas

invocaciones y tratados de hospitalidad que hubiese. Como si a los lemavos

se les diera ni tanto así de convenios ni de componendas, aún en tiempos de

tranquilidad, cuanto más entonces. Estaban cabreados, creo yo, por la

violación del viejo pacto, el de las Primeras Guerras, que prohibía construir,

fundar y asentar en las cercanías de los Penedos. Pero es inútil hablar de

tratados a colonos cegados por el oro y el estaño y la trata de esclavos y el

disfrute sin tasa de tierras, cuando allá estaban como piojos y tenían a las

auctoritates hartas de sublevaciones y de revueltas por el derecho de una

vía o por el reparto del aceite. Dijeron que junto al Océano gris y

tempestuoso podrían vivir sin agobios siendo señores, ellos que ni siquiera

eran dueños de los harapos que los cubrían. Y claro, con mentiras y

engaños consiguieron llevarlos, que ni el territorio estuvo nunca dominado ni

con las Tribus se llegara a acuerdo alguno, salvo el de respetar a sus dioses

de piedra y roble y el de dejarlos actuar a su gusto con los cautivos que

pudieran atrapar, aunque no sería demasiada aquella ferocidad legendaria

cuando bastantes de dichos cautivos volvieron hasta la Urbe, bien es verdad

que algunos sin orejas o sin otras partes dejadas como prendas a sus

capturadores. Pero en aquellos tiempos eso no pasaba de ser un simple

incidente al lado de los campos de crucificados crecidos tras el

aplastamiento de las primeras rebeliones. Si uno fuera a contar los brazos y

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Page 34: La Hermandad

manos cortados por los muchachos del Legatus cuando salían a divertirse a

los montes, no tendría tiempo para otra cosa... ¡por los Tres Reyes!.

Bueno. Pues así estaba la cuestión. En ese momento le dio al Tuerto

por acercarse hasta la costa. No se que maldito embrollo nos contara

durante una de aquellas juergas que duraban toda la noche y aun varias

más y parte de sus días si la guardia se relajaba como solía ocurrir. Lo cierto

es que, aprovechando un descuido, cruzamos el Muro y allá nos fuimos

cinco o seis de los de la cuadrilla, antes podríamos habernos tirado a un

pozo o cortado el cuello o emborrachado hasta no poder dar un paso, mejor

hubiera sido que aquella temeridad. Lo primero que pasó fue lo de las

figuras vistas y no vistas entre la niebla del camino. Era tan espesa la bruma

que no distinguíamos una mano de otra, ni aun nos reconocíamos entre

nosotros al separarnos unos cuantos pasos. ¿Qué te parecería andar

rodeado de sombras, sin saber si corresponden a los que tan solo un

momento antes eran tus compañeros? ¿Qué sentirías -tanto hablar y hablar-

si una de esas sombras se volviese de repente y te mostrase un rostro sin

carne sobre los huesos y levantase hacia ti una mano puntiaguda de uñas

largas y afiladas? Reconozco que en más de una ocasión durante aquella

condenada caminata pensé que algo así iba a ocurrir, con el corazón tan

alterado y fuera de sí que no era posible estar pendiente de las trampas que

los montañeses tenían preparadas para incautos como nosotros. Los árboles

y las rocas goteaban. Nuestros pies resbalaban en el terreno húmedo. El

resoplar de la respiración se confundía en ciertos momentos con una

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Page 35: La Hermandad

especie de gruñido que venía de no se donde, del otro lado de la selva o del

mismísimo infierno, cualquiera sabe. Te detenías a escuchar y solo oías el

murmullo del viento entre las hojas o el discurrir del agua entre las piedras.

Era el aliento de todo aquél lugar hediondo, alerta como un animal salvaje

preparado para lanzarse sobre ti; el testimonio de una vitalidad desconocida

y atroz, como de algo tan maldito que su presencia no tuviera un lugar bajo

el sol del mundo. Pero el sol no se veía en aquella atmósfera amenazadora.

Y eso que solo estábamos a media jornada de marcha desde la Urbe.

El renegado del Tuerto todo lo arreglaba bebiendo sin ton ni son.

Veías una cosa rara entre los árboles, trago va. Tropezabas con una raíz

escondida, trago viene. Tragos y más tragos de aquél licor que llevábamos

en pellejos bien rellenos a la espalda, jamás se viera expedición con

semejantes provisiones. De boca, es decir, de masticar, no había nada salvo

las maldiciones y los reniegos, porque nos convenciera para servirnos de lo

que encontráramos en el camino. No han de faltar asados, decía, ni buenos

panes, que la ruta por la que iremos está a rebosar de presas y de botines

fáciles. Yo mismo he ido por ella más de diez veces con los de la Cohors

Tracia y aquí me tenéis vivo y sano. Siempre comiendo y bebiendo de lo

mejor. Pero donde estuvieran los lechones y terneros de nuestra manduca,

lo sabrán tal vez esos condenados dioses de piedra y musgo. Por aquí, no

se ven.

Creo que hubiera sido mejor andar en silencio, procurando pasar

inadvertidos. Mil ojos parecían asomar por medio de los ramajes y crujidos

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Page 36: La Hermandad

de pasos rápidos y furtivos sonaban a nuestra espalda. Pero él, para

distraernos de los peligros o de quien sabe, comenzó a contarnos la historia

del desafío que el Jefe de los Poblados Altos le hiciera a nuestro Legatus

cuando llegaran en su primer viaje y de lo que se consiguió con la

superación de las tres pruebas. El Legatus había logrado la colaboración de

un mago de las montañas, de esos que meten miedo hasta a los mismos

habitantes salvajes de estas tierras... pero no mezclemos unas cosas con

otras, ya hablaremos del mago en su momento. La cosa es que uno de

aquellos reyezuelos o caciques había salido en pie de guerra, lo que quiere

decir, a machacar unos cuantos poblados próximos al suyo por cuestiones

de lindes cambiadas de lugar al abrigo de la noche, por una divergencia de

opinión respecto al estado de las magras cosechas que se recogían al

amparo de los Penedos Viejos, o por alguna otra oscura cuestión fuera del

alcance de los comunes mortales. Como sus súbditos lo eran de un modo

bastante nominal y estaban ligados al cacique más por motivos de

conveniencia y de alianzas familiares que por vínculos de fuerza, las

expediciones guerreras no tenían el carácter ni la preparación que ostentan

entre nosotros y eran una mezcla entre excursión campestre y reyerta

múltiple apenas controlada, de manera que cuando llegaban hasta el

enemigo había ya un montón de descalabrados por las grescas. Además los

montañeses tenían un carácter muy susceptible; una mirada altanera o una

respuesta desabrida desencadenaban el baile de espadas y cuchillos; antes

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Page 37: La Hermandad

de que uno se diese cuenta de lo que pasaba podía estar tumbado con las

tripas al aire.

Pero volvamos a lo nuestro. Según el Tuerto, marchaban las fuerzas

por un camino estrecho de esos que aquí tanto abundan. Se enviaron

exploradores por delante. Pero conociendo como conocí más tarde a las

buenas piezas del Legatus, o estaban tan borrachos que no hubieran visto a

las Tribus juntas en una de sus asambleas aunque se hubieran dado de

morros con ellas o vieron algo y se hicieron los locos, jurando que no había

enemigos en las inmediaciones. Válgame... Yo no se como no los echaron al

mar o como no hicieron fiambre con ellos. Lo cierto es que al poco rato,

estaban rodeados por una multitud de seres peludos y vociferantes que lo

mismo hubieran podido salir de entre las piedras del camino o de alguna

pesadilla, tan mal aspecto tenía el asunto. El Legatus es un maldito cerdo y

lo repetiré sin dudar ante sus mismas barbas, pero en aquél momento

demostró al parecer un valor casi temerario, todo hay que decirlo. Sin

inmutarse, llamó al mago que traía consigo y que conocía bastante nuestra

lengua para servir de intérprete. Que venga el jefe de estos menesterosos,

quiero hablar con él, que si esto, que si lo otro. Allí estaba dando órdenes

como si se encontrara en medio del pretorio y como si tal cosa, tan a gusto y

dicharachero que daba gloria verlo. Pobrecitos montañeses, en el fondo son

unos infelices, qué me van a impresionar a mí, veterano que soy de las

campañas en el Donau, aquellos si que eran salvajes, por un suspiro

enseguida te amarraban a un árbol de sus bosques, cabeza abajo, y

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Page 38: La Hermandad

empezaban a quemarte muy, muy despacio, mientras toda la tribu esperaba

a tu alrededor para ver si estabas bien asado; o te descuartizaban para darte

a comer tu propia carne entre grandes risotadas y no menores reverencias y

melindres a sus feos ídolos de piedra.

Lo cierto es que se apagó el clamor y allá se fueron el Legatus y el

barbudo Jefe, con el mago, detrás de unos arbustos. Sentáronse los tres y

comenzaron a mirarse igual que si no tuvieran nada mejor que hacer. Un

gesto por aquí, graves ademanes por allá y mucho señalar hacia lo más

espeso de la selva. El mago sacudía la cabeza violentamente, negándose a

algo que el Jefe le repetía una y otra vez. El Legatus miraba al mago y éste

le hablaba en voz muy baja de manera que solo se escuchaba una especie

de rezongo. El Jefe volvía a chamullar en su jerga y parecía enfadado

contemplando a los otros dos como diciendo: “Bueno. ¿Os decidís o llamo a

mis amigos para que os convenzan?”. Al fin, se levantó el Legatus. Está

bien. Acepto sus malditas pruebas. Vamos a ello porque se me está

pegando el culo a esta condenada piedra.

En la costa había un lugar al que no se acercaba nadie, ni siquiera

los audaces pescadores de pulpos. Y eso que allí se daban grandes y

jugosos, lo mismo que las veneras y los jacintos de mar. Pero no era

cuestión de que le arrebatasen a uno arrastrándole hasta quien sabe qué

lugares de tormento. Podía perderse algo más que la vida. Luego, los restos

descarnados, a servir de diversión a cangrejos y bertorellas, válgame San

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Page 39: La Hermandad

Efroín, no serán bastante los cuidados de Este Mundo como para cargarse

también con las cuitas del Otro y hacer de barrilete a los del Profundo. Nada.

Que no voy aunque se rían. Por los... Nada. Que no voy y no voy. Menos

has de temer tu, sentado todo el día bajo el alero de tu casa, contando las

ovejas y escogiendo una para entregársela a Ese que viene en la oscuridad.

Así al menos estás tranquilo. Él se contenta con un pobre regalo y no te pide

más. Pero allá, donde rompen las olas junto a la Peña Negra...

Quienes antes supieron de ello fueron los pálidos pobladores

de la antigua Ghor, en la Esteria de las leyendas de la Primera Edad.

Sin embargo, también sabían que era mucho, mucho mas viejo de lo

que sus Memorias podían abarcar y eso que se remontaban al menos

hasta las eras de oscuridad, cuando había varias lunas en el cielo y el

sol era apenas una masa rojiza y casi apagada. Luego lo conocieron los

feroces corsarios de la Liga Candeática, que peregrinaban hasta el

mismo borde del lugar donde moraba dejando allí como ofrenda

algunos cautivos. Después de ellos, el tiempo transcurrió igual que las

aguas muertas de los ríos y pantanos que, durante eones sin cuento,

cubrieron las antiguas tierras. Surgieron otros mares y otras gentes.

Pese a todo, su memoria se conservaba entre los pueblos recién

llegados. Algunos quisieron contemplarlo ignorando las severas

advertencias de los más sabios, pero no volvieron a comunicar nada a

los que esperaban. Así siguió pasando más y más tiempo y su

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Page 40: La Hermandad

recuerdo pareció extinguirse, aunque determinados rastros

permanecieron en cultos ignorados y las oscuras luces de su

substancia alentaron composiciones de ciertos poetas desesperados y

furtivos.

Los dioses informes de las selvas, las divinidades olvidadas de

los roquedales, los númenes bebedores de sangre de las estepas, los

espíritus que viven en el fuego de los sacrificios y en la furia de las

aguas desencadenadas, hasta esas deidades civilizadas y pacíficas de

los nuevos tiempos, todos ellos, si, guardan su negra sustancia y

participan de su condición inexplicada.

Telos Siquita Amporiades Bleta

Sartel Sies Y Atniert Ardnet

Oterces Erbmon Ut

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Page 41: La Hermandad

L. VALERIUS SEVERUS

MIL. LEG. VII. G. PF. D. CARISII. RUFI ANN. XXX. AER. VI H. S. E. S. T. T. L.

3.- Lo que resplandece.-

Pobre Lucio. En este sitio está y que la tierra le sea leve ahora que

se ha ido de entre nosotros, porque buenas se las hicieron pasar. Mejor

catador del rubio albar no hubo entre todos los expedicionarios y yo creo que

fue él en realidad quién descubrió la manera de entrar en la bodega para

ponerse ciego y que no se notara ni la falta de una gota cuando el vigilante

iba por allí a golpear los toneles con su maza, escuchando el ruido por ver si

estaban en el nivel justo. Al oír los golpes, se reía el condenado, chispa

perdido como estaba, dando vivas a los Siete Pretores, haciendo gestos

obscenos a las cabezas marmóreas de las Auctoritates, orinando por las

esquinas recién barridas, reclamando guerras y bronca como el mejor y más

dispuesto. Va... Vamos a por ellos. Dejadme que encuentre de una vez la

espa... ¿Cómo? ¿Quién ha cerrado la condenada pu...puerta? Salud por

aquí, vitor por allá... Eh! Ese de la Torre, ¡por las cruces! ¿Qué haces

mirando? ¿No has vi... visto nunca a un alegre compañero? Anda y que te

arrastren por los... ¿El Legatus? ¿A quién le importa ese morros de cerdo?

Lo mejor de todo es que el aludido (es decir, el de los mo... bueno, ya saben)

estaba mirando desde lo alto del pretorio y sin decir palabra se dio la vuelta

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Page 42: La Hermandad

para abroncar al vigilante de la Torre Sur que estaba medio alelado con la

boca abierta y los ojos saliéndose de las órbitas por el espectáculo. ¡Qué

tiempos, válgame....! Ni con cien vidas por delante encontraríais gente más

dispuesta a la jarana, ni más valiente, todo hay que decirlo, aún en las

circunstancias de aquellos días en los que podías morir por un quítame allá

o encontrarte con Aquél por los oscuros rincones, en la noche negra, negra.

La Ciudad eran, entonces, cuatro callejas desajustadas que se

juntaban en la plaza de la fuente. Al otro lado de las casuchas, más allá de

las huertas, nada había hasta que topabas con la cerca, mitad de troncos

afilados en su extremo, mitad de dura pizarra y seijos puestos allí para dar

robustez al conjunto. Las puertas se cerraban al caer el sol tras los Montes

Cadabienses y entonces llegaba la hora de las rondas para unos y la de las

tabernas para la mayoría, pero todos querían dejar fuera el miedo que, como

los vapores de una herida enconada, iba subiendo y apoderándose de

tripas, bandullos y corazones. Muchos hablan de como fue posible el que se

abandonara un puesto tan productivo, porque la urbe no era gran cosa,

apenas un campamento a medio consolidar, pero se gastaran lo que no

tenían, a saber de donde lo sacaron, para levantar la mansión del Legatus y

los Templos y para pavimentar la plaza de maniobra junto a los trozos del

antiguo bosque sagrado, todo revestido de fino granito y marmol y adornado

con estatuas y figuras...

¡Ay, Jalanay! ¡ Oh, Rebin! Aturde, aturde a quien todavía pueda

discernir entre un extremo y otro del argumento. Quién le mandó meterse en

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Page 43: La Hermandad

tales tráficos, yo no lo se. Pero de ahí vino. El y sus malditas pruebas. No

era posible esperar nada bueno de aquello, arrenegado sea y cómo luce el

mar tan azul y que espumas tan blancas vienen entre el oleaje, todo, todo al

sol del verano, los viejos dioses purruaaaah de cedro no eran ni serían

nunca pero bien que se guardaban de decirlo viejo demandadero muerto allá

lejos del disgusto él nunca partidario de mantener las discusiones ni un tanto

así más de lo legítimamente legislado por el arte expuesto en los cánones

que toda polémica debe respetar si es bien nacida y ha de llegar a buen

puerto por qué no hicísteis honor a lo pactado que trabajo os costaba tener

la boca y en el fondo que infiernos podía importarnos a nosotros allá se las

arreglen ellos con sus pretensiones de nobleza siempre puestas en tela de

juicio porqué no se quedaron más tiempo donde pudiera verlos que es eso

de desaparecer así entre la niebla y escuchar aquellos pasos que vienen

hacia ti y tu te escondes pero sabes que Él te ve de donde llega ese ruido

desesperado de respiración árdua de tu interior tal vez pero es miedo que se

mastica y hace una bola en la garganta y esperas sentir algo que te pero no

y das un paso y otro y otro para ver si se va y desaparece y llamas y no hay

nadie solo, solo, solo...

Los Catorce se sublevaron, es cierto. Pero ¿qué hubo con ello? Ni

disminuyó el peligro ni dejaron de verse sujetos destripados, ni dejábamos

tampoco de escuchar por detrás el bordoneo de la sangre, ni de notar cómo

a veces se combaban las puertas, quién las empujaba yo no lo se maldita

sea mi suerte, sólo el agregar una o dos estacas y pedir que resistieran un

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Page 44: La Hermandad

poco que lo de fuera no insistía demasiado en pasar, si se hubiera

empeñado qué habría sido de nosotros. Tal vez otras presas aguardaban

por los bosques o en el monte o no tenía mucha hambre o lo que fuera. Un

par de leños en el fuego de la Torre y los ecos que llegaban desde las

tabernas de la calleja cercana volvían a traernos al mundo y alguno se ponía

a canturrear por lo bajo y otro miraba con melancolía en los ojos a sus

recuerdos de otro tiempo o echaba los dados, poca suerte traían, las horas

pasaban y pasaban, algo se mueve allá fuera, no se ve -sombra entre las

sombras de una edad olvidada- pero lo siente el corazón que salta y se

alborota en el pecho igual que un lebrato que adivina al gavilán.

Ainaaahh, ainaaahh, sie manch pie firocjah´c ain mantog sec´h

Se bienvenido, muchacho, al viejo país donde cantan las fuentes y

las hilanderas tejen en sus ruecas. Se bienvenido entre nuestras antiguas

montañas, allí donde tu corazón puede escuchar el murmullo de las hojas y

el latir de la vida que se esconde. Descansa de las fatigas del camino entre

multitudes de flores, reunidas para la fiesta y en honor de quién tu sabes.

Deja vagar tu alma por el laberinto grabado a fuego en edades mejores.

Ainaaahh, ainaaahh, cie mili faitzul´c unghlid jali jani doc´h

Entra, viajero, entra en nuestra casa de piedra y paja. Haremos para

ti una fiesta de cerdo y cerveza. Brindaremos por tu prosperidad y para que

tus deseos sean puros. Que tus ojos vean largos años y que tus cabellos

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Page 45: La Hermandad

puedan encanecer junto a tu alma. No temas. El Que Viene nos ayudará y

será la prueba en que se quiebren los planes del enemigo.

Ainaaahh, ainaaahh, sen´ach naigeroldh samlibra gria

grianainech.

No vaciles en la ofrenda. No tiembles ante su aspecto. No

retrocedas. Estás protegido por el límite de piedra, por el arco de roble, por

el musgo centenario soportando mil inviernos. Recita las formas según has

aprendido de tus mayores. Piensa en Él como en Lo Infinitamente Grande,

como en Lo Despiadadamente Luminoso, Su Rostro De Sol, Tres Que Son

Uno, Lugoves Arquienos, Rew, El Que Grita Entre Las Moradas, Sacrifica y

guarda cuidadosamente la Sangre. Te será reclamada.

El Viejo venía por el sendero que antaño patearan muchos otros en

la gran marcha. A su derecha, el océano gris, verde y azul a ratos, largas

cabelleras en sus ondas fuertes, obsesión jamás perdida en embestir y

embestir contra las rocas oscuras. A su izquierda, bosques extendidos por

los altozanos próximos y por colinas más lejanas con una pincelada

desvaída de montañas en el límite del horizonte. El calor hacía salir de sus

escondites a todas las criaturas pequeñas y volar a bichos tornasolados. Un

perfume fuerte, de retamas y mirtos, empapaba el ambiente y obligaba a

figurar extraños rostros en la espesura. Quién podría no sentirse observado,

vigilado cuidadosamente por algo que esperaba un pensamiento, un solo

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Page 46: La Hermandad

acorde mental, para cobrar forma y presentarse. Únicamente con la Gran

Disciplina cabía sortear el peligro, pero él estaba entrenado con lo adquirido

en aprendizajes largos, tediosos, difíciles. Ahora notaba aquella presencia

agazapada, como de un gran volumen comprimido deseoso de estallar

abarcándolo todo.

Acarició el signo que rodeaba su cuello y un suave fulgor dorado

cubrió por un momento el brillo del sol en el camino, deslizándose entre las

frondas de helechos y toxos. La sensación opresiva pareció atenuarse y una

gran paz descendió sobre los bosques y sobre el mar que cambiaba de

color.

Aquella senda abandonaba la comarca costera y se introducía por

vericuetos cubiertos de enramadas hacia las profundidades verdes. Aquí y

allá surgían huellas de actividad humana, un corte en la añosa corteza de un

roble, un tosco murete de piedra, algunos surcos trazados en el espeso tapiz

de hierba y musgo... Al borde de una pradera que trepaba por las cuestas de

la colina cercana, se alzaba un penedo grande y oscuro cubierto con

guirnaldas de flores, que dejaban ver manchas ocres sobre la áspera

superficie roqueña. Pasó sus dedos lentamente por las manchas y olisqueó

después el aroma acre y pegajoso de una sustancia grasienta que los había

impregnado. A su espalda, de entre las silvas, surgieron primero una y luego

varias cabezas peludas que lo observaban atentamente. Tras las cabezas

salieron al poco rato los cuerpos cubiertos de pieles de unos cuantos

montañeses que avanzaron sin ruido. Pero él se dio la vuelta, al tiempo que

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Page 47: La Hermandad

su mano izquierda levantaba un grueso palo terminado en una pequeña hoz

dorada. Ante aquél gesto los montañeses se detuvieron, alzando también los

brazos en una especie de saludo, contemplando al Viejo con temor y

reverencia, rodeándolo al rato en medio de invocaciones pronunciadas con

voces rudas.

Salokra´ch! Salokra´ch! Salokra, Drouiz, que los malos espíritus no

te acompañen. Han´ch tuile droukaad. Te acogemos. Bez gwenvidig,

madelezus´ch.

Como una respuesta, llegó entonces de los verdes senderos, de los

campos de rocas, de la umbría de los bosques, el ronco son de un cuerno,

que por un momento acompañó al gruñido profundo del mar y a centenares

de gritos alegres que repetían una y otra vez: Drouiz erruoud, Drouiz

erruoud...

Podríamos considerar tal vez, propter argumentum, que el Uno lo

fue, sin mancha ni consideración en contra posible, desde el principio

mismo. Concedamos también -el vino me vuelve generoso esta noche- que

vosotros teneis inteligencia suficiente para comprenderlo por las buenas, sin

que sean necesarios más circunloquios ni aclaraciones, ni más romperse la

cabeza con peros y con sin embargos. ¿Quereis decirme entonces, bellas

flores de estercolero, hermosos anclotes del mas duro hierro, quién...? ¿Si?

¿Qué pasa...? ¡Ah, claro! Tenemos la cuestión de lo intangible del ser. No.

No lo había olvidado, si verdaderamente te interesa saberlo. Únicamente lo

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Page 48: La Hermandad

dejaba para el final del razonamiento, así, como si fuera un fino detalle

dialéctico que culminase mi discurso, dándole un carácter ¿cómo decirlo?

Artístico. Eso es. Artístico. Aunque dudo mucho que supieseis apreciarlo

vosotros, escorzadores como sois. ¿Qué se me da a mi del Viejo ni de las

Viejas? ¿Qué me importa, por los Tres Reyes, que se reúnan allá en

asamblea o que anden de noche por el monte, ni lo que puedan mandar

contra nosotros? Como dice el ... bueno, el Legatus, sólo hemos de temer a

lo que somos capaces de imaginar y yo esta noche tengo algo flojas las

entendederas. Ni siquiera recuerdo aquello que vi, pasando por los bosques

de Adai, cuando de pronto la luz se fue y los árboles parecían murmurar

entre sí a mis espaldas y los compañeros desaparecidos que continuaban

llamándote, eeeeh, aaaah, pero tu nombre no sonaba como tu nombre,

vamos, como pronunciado por labios, dientes y lenguas, salvo que las

lenguas fueran...y los dientes... Está bien éste vino, válgame...un tanto agrio

y pegajoso en el gaznate, felices los que todavía conservan gaznates y

cabezas, aunque sean nubladas.

La Primera prueba será tan solo un signo o imagen de la Prueba. Se

le colocará ante la morada del Guardián para que éste salga con todo su

Aparato a matarlo o, cuando menos, a causarle un Gran Descalabro, porque

la Muerte, Real o Simulada, ha de celebrarse como Nacimiento y nadie

Nacerá sin haber sido despedazado antes por Garras y Dientes o por quién

sabe. Allí situado, verá con los ojos bien abiertos como se le acerca y lo

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Page 49: La Hermandad

notará cuando desde las cumbres donde mora llegue hasta él dejando un

rastro de árboles derribados y de conmoción de la tierra y de espantables

ruidos de hundimiento y de rocas que chocan y se despedazan a Su Paso.

Pero en tal ocasión, Él seguirá su marcha porque si Se Manifestara, nadie

podría soportar su Presencia ni su Hedor y además habrán procurado

calmar antes Su apetito por la cuenta que les tiene. Solo entonces, una vez

manifestado Lo Que Es, se mostrará el Guardián ante el sufriente y le dará a

beber aquello.

No veas tu la de melindres y aspavientos del Legatus cuando aquél

condenado y peludo individuo le puso ante los morros una taza de barro con

un mejunje que... ¡Por Artai!... olía peor que el negro barro de los infiernos.

Él, acostumbrado al suave albar. Él, que dormía entre pieles perfumadas. Él,

que torcía la cara cuando desfilaba la legio de rufianes sucios y desgreñados

por las marchas...Los hombres esperaban como quien no quiere la cosa,

haciéndose los desapercibidos y dándose con los codos, reventando de risa.

Y el otro, cogía la taza, la meneaba así y asá, acercándola a los labios en un

instante de valor para retirarla de nuevo y volver a mirarla fijamente, como si

temiera que su asqueroso contenido fuera a saltarle súbitamente al cuello.

Por fin se decidió y ¡hala! todo para dentro. No obstante, mal no debió

saberle el caldo, porque se relamía el muy ruín igual que si hubiera catado

ambrosía. Mira como salta y se retuerce aquél desgraciado de los cuernos.

Lo más seguro es que haya cocido los huesos de su abuelo para dárselos

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de sopa al Legatus. El sueldo no paga estos tragos, no señor. No los paga.

Yo siempre lo he dicho. Claro, como ellos están sentados tan ricamente en

la Urbe con esclavos que les espantan las moscas y les tratan de excelencia

para aquí y noble patricio para allá, cuidado con el sol que viene muy fuerte,

no se enfríe su gracia que el relente de la noche tras el calor es muy dañino,

la fruta, del tiempo, que demasiado fría puede engordar la bilis...Buena fruta

les daría yo, arrenegados sean. Nosotros aquí, lamiendo los huesos de unos

bárbaros desnaturalizados, riéndoles las gracias y por todo sueldo, marchas

y más marchas.

Lo primero es lo oscuro. La cara del Guardián que se acerca y se

acerca agrandándose hasta abarcarlo todo y más y más aún, las manchas

de la piel se hacen montañas y sus pelos como árboles cada vez mayores y

caes y caes en ellas y lo que antes parecían granos minúsculos se

transforman en cordilleras separadas por enormes grietas, profundas,

profundas y tu no deseas saber lo que allí mora, pero vas hacia su interior

cada vez más deprisa y te preguntas porqué no quieres que hagan ruido

pero ellos silban y silban, le llaman, le llaman y viene algo que sube

retorciéndose, apareciendo como Armado Con Mil Cuchillos primero corta un

brazo, después otro y las piernas una y la otra, divide tu tronco en cien

pedazos cada uno eres tu y tu conciencia, mete en su boca y mastica y los

trozos cada vez menores y todo desaparece al fín pero estás ahora dentro

de una enorme cueva y una escalera sube y sube con vueltas hasta

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Page 51: La Hermandad

perderse en la altura vas con el viento y los cánticos que comunican

insidiosamente en tu cabeza los secretos que has de saber cuando llegues

hasta Él cómo dirigirse al de las cuestiones que estaban el vino que importa

ahora el vino los posos son los que dicen de esta eternidad no beberé y

ahora ya sabes primero hablas con Uno y él te da las Piedras y las pone en

tu cuerpo aquí y allá cuando necesites llamas a la Piedra Fulana o Mengana

el Otro viene luego y sopla en tu rostro como el fuego de un horno el fuego

que harás caer sobre tus enemigos así despedazado recuperas tu unidad ya

les arreglaré luego las cuentas al demandadero y al otro que es eso de

reirse cuando uno anda en semejantes fregados por su culpa que si

hubieran explorado no se producirían ahora estas visiones.

Lo segundo es la altura y la distancia. Porque has salido de tí, ves

desde lejos y ¡qué intensidad, por los...! el mar y las rocas, Su morada en lo

alto, el rastro que deja en Su marcha, los infinitos planos de Su realidad

incomparable, oh las viejas leyendas y Lo que se veneraba allá en aquel

templo perdido y subterráneo junto al mercado, el sacerdote enmascarado

sacerdos eris in aeternum no era Cibeles no que era...¿Reus? ¿Reis?

Paraliomegus no cosas omitidas ni verdad tampoco cómo lo trajeron y con

qué ansias guardado estuvo in domo sua pero nunca con ese ardor a veces

figura con dientes para comer, comer ¿comemos, ñam ñam? No, no

comemos todavía que éste ha de hacer la ofrenda de carne y de sangre

primero las tajadas y luego la roja allá en lo oscuro discretamente, si, muy

discretamente igual que se hace lo prohibido. ¿Ves allá donde lo conocido

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se pierde? ¿Quiénes son esos que vienen? Por docenas, no, tal vez por

miles se cuentan y qué apagados marchan los inmensos ejércitos, cuanta

tristeza y cuan hondo es el afán que traen sus caras marchitas y grises pero

también arrastran los misterios que han de revelar, de cómo se hizo la

Espada y de cuantos deben manejarla al cabo de las edades.

Lo tercero es el fuego y la luz donde donde los edificios de pórfido

derrumbados algo se acerca y los sacude con una fuerza...pero son ellos

mismos y allí están los que como siempre decían que no eran responsables

de cuando aquél llegó hasta nosotros tomando la medida de todas las cosas

causando una impresión lamentable yo se lo dije no se cuantas veces al

desgraciado pero como si nada como si no fuera con él el comprobar una y

otra vez las cuentas a quién se lo dio sino el cuitado malas centellas...

estamos ahora en el secreto de los secretos en la cueva de los tontos que

no quieren ser convertidos en ceniza ni pasar por el gaznate sediento del

que a buenas horas me acuerdo porqué no le habré enseñado el juego de

manos tan buen resultado dio allá en el Donau ahora aparece ahora no está

¿dónde se fue? ja, ja, usted puede reírse pero así se fundaba en los tiempos

de mi... vale, vale, vale, VALE YA POR LOS TRES REYES...no me deis más

hostias me cago en...

A todo esto, el Legatus venga a retorcerse por el suelo entre los

toxos y los de su camarilla venga a perseguirlo tratando de pararlo igual que

si fuese un anclote suelto o algo así, les daba la risa, es natural, que cosa

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tan absurda nunca se viera. Los montañeses sin embargo estaban muy

serios escuchando no se sabe qué con aquellas caras de pocos amigos,

mirando las evoluciones y saltos del otro, salmodiando entre dientes, poco a

poco la salmodia se extendía más y más entre los árboles cubriéndolo todo

como una nube amenazante.

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