La Hermandad
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Pomp and Circumstance.
Si tu me preguntas: ¿Qué es ésto?
Te diré: Es el loco murmullo del Abismo.
Mientras volaban los ecos de sus pasos por la calle estrecha, las
sombras cayeron sobre la catedral. Lentamente se extinguían el amarillo y el
añil de los líquenes y de las flores salvajes que anidaban entre los ruinosos
sillares de muros y contrafuertes. Ya no atravesaban el espacio flechas de
golondrinas ni vencejos. También las palomas interrumpieron sus arrullos y
solo se veía de cuando en cuando el incierto trazo de algún que otro
murciélago, sobresaltando el aire quieto con sus aleteos.
Si Aquello había podido soportar la luz del sol mostrándose en toda
su hediondez ante el limpio azul del verano. Si con su presencia no se
desataron los cielos ni se abrió la tierra cuando todavía podían verse las
cosas cara a cara y detalladamente. Si el primer observador, con temblores
y arcadas que conmovieron todo su ser -según lo relatan fielmente las
Crónicas de Bletamerón el Hirusita- casi no fue capaz de resistir entonces el
hálito envenenado de su contorno blasfemo, ¿qué sucedería -preguntó- qué
sucedería al extinguirse la claridad y recuperar pleno dominio la oscuridad
de la noche? Un vaso de vino y una tapa. Otro vaso de vino y otra tapa. Lo
inquietante no era el afán del alcohol trasegado sin tregua, ni el peso del
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estómago que se acentuaba como si la condenada víscera fuese a salir por
los pies, rebasando así con creces el límite fijado a través de millones de
años por la evolución y aquellas zarandajas de Darwin y el Caos de pesadas
y pesadas lecturas. Válgame Dios. ¿Para qué todo ese maldito esfuerzo con
los infolios del archivo catedralicio encuadernados en vieja piel de vaca,
persiguiendo aquella pesadilla revelada como por un azar funesto en una
fiesta de cumpleaños?.
Era la quinta, tal vez la duodécima o la vigésimoprimera taberna que
lo acogía ahora y sin saber cómo. Pero, al menos, no era la oscuridad ni, por
un momento, la sorda pulsación que habitaba en los sonidos reflejados por
las viejas piedras. ¿Podía perseguirle a él, cuando con tanto cuidado cerrara
las entradas y a pesar de que se había resistido sin esfuerzo aparente a
observar de nuevo aquella ilustración semiborrada que...? Lo más
sospechoso -y debería haber pensado en ello- era tanta facilidad, tanto
dominio; una simple invocación y ya está. ¡Claro que podía, Dios nos asista!
¿no lo había visto y, sobre todo, no lo sentía allí, agazapado, esperándole?.
Media docena de bebedores, ciegos como él, callados como él, de
qué iban a contar a nadie lo que vieran en esas noches de vagabundeo,
cuando cerraban los bares y ni una miserable copa podía obtenerse aún
dando su peso en oro... balbuceos susurrados apresurada y furtivamente al
oido... levísimas corrientes de aire gélido que lo sobresaltaban a uno como si
algún descarnado fantasma estuviese a punto de posar la mano sobre el
hombro del paseante...esas sombras fugitivas, escondidas en la esquina
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oscura de la calle...la presencia, primero presentida, luego adivinada,
siempre sospechada un poco más allá, donde la luz de los faroles perdía
intensidad y el miedo poblaba de misterios sin nombre los rincones ocultos...
Cuan desconocida resultaba entonces la Ciudad. Qué extraños caminos
podían abrirse allí donde, brillando el sol, yacían plazas y callejuelas
transitadas por gentes comunes yendo y viniendo a sus afanes y quehaceres
sin sospechar siquiera...
Bajo una lámpara mortecina, vencido por los vapores del alcohol y
casi invisible a través de la humareda que llenaba el local, extrajo del bolsillo
un papel arrugado. Las letras desteñidas por la humedad, casi ilegibles,
conscientes tal vez del peligro que encerraban en sus rasgos, bailaron ante
sus ojos una loca danza como si se negaran a transmitir el significado para
cuya consecución última habían sido trazadas. Se obligó a leer una vez más,
ayudándose con los labios, pronunciando los nombres de manera que, al
principio, su voz salió ronca y cavernosa entre un hálito de vino. Los clientes
más cercanos lo observaron con curiosidad, pero, indiferentes, pronto
volvieron a sus cosas.
Catalogus Haereticarum Aetas Tertia
Tironeros, Marchadores, Cacofulleros, Osteobanquitas cagionídicos,
Sapoblancóferos, Urbasinones, Adamásteros, Hacedores del último día,
Anodinoptéricos, Suavetraidores, Ornopredicas, Sinpecaminores, Minoritas
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del último estupro, Minoritas cageadores, Ursominoritas, Hermanos del
chancro-color-tornado de rosa por la muerte, Hermanos del urinario sermón,
Ortoplatitas, Memodictores, Clogenitas, Impertériturísticos, Asmofelitas,
Ulisitas terciarios, Ulisitas sermomirones, Ulisitas adenoesclerosarios
reformados, Areopagitas inconclusos, Areopagitas blastitas, Areopagitas
quinto concilio, Sinceros denostadontes, Ulvitenrrincos genacípavos,
Trentitas primera fracción, Tolerantes, Mecagoentoditas, Orinadores,
Planchistas pseudoinclinados, Monederitas cajoambulantes,
Billeflageladores, Histopavitas, Blemópteros, Indicoestafiladores,
Servimanchadores, Blasfemadores animaditas, Adoradores del
selenearbitrio, Pánfilobucinadores, Sintácticoestetizadores, Oroneses
flagelantes, Vayapordioseritas, Tumbadores del libre vagar, Interesadores de
las lápidas, Letroinformadores, Voyeritas del santo cansancio, Indulgentitas
verosimilitanos, Resucitavisionadores, Portentositas, Constructores del
templo de Vaya Usted A Saber Por Donde Se Entra En Esta Santa Casa,
Dominisantiportadores, Aunqueleveitas, Adoradores del nunca jamás,
Adoratrices de ladonnaemóvile, Sincofraseadores, Turbamultitas
ananidontes, Begardoesperontes y Hermanofócteros del santo septiembre.
Y entonces, pronunciados ya los nombres de las diferentes
configuraciones en cuyos límites la Bestia era adorada, las luces del bar se
apagaron una por una, a medida que el humo, las voces y sonidos, el
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trasegar de alcohol barato y hasta los mismos clientes tambaleantes e
inseguros, fueron aniquilados en la oscuridad infecta del Principio.
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Manifiesta sin tacha,oh, Petrus piadosísimo,la divina Voluntad,o aquello otro que prefieres...
1.-El asno conductor.
Breterolegai indisoluble, tres partes (una condicionada a la
Presencia). Sinfomedes afrodisíaco, una parte y media (sin pasarse).
Cuarcinogenones parafraseístico innumerábilis números solvus in altare, un
pellizco. Dos tercios de orujo de Portomarín. Una invocación a Los Que No
Deben Nombrarse Ni Pensar Siquiera En Ellos. Con todo bien mezclado y un
poco de influencia de la luna sangrienta -a ser posible, espérese la época de
las puñaladas, cuando los crímenes quedan sin castigo y no son recogidos
en la Crónica- podrá llevarse a cabo la Obra, al menos en su fase primera y
más simple.
Pregunto ahora, cuando la Ciudad ha quedado horrorizada por el
salvaje atentado de los chantos de Friol y las inscripciones que en ellos
aparecieron una fría mañana bajo las heladas enerales, pregunto ahora -
repito- ¿Qué pasó con los veinte monjes (twenty monks) enterrados con la
piedra negra en el claustro de Westminster? ¿Murieron de muerte dura, o de
quién sabe? ¿A qué Ser pertenece la oscura silueta que los visita en la
noche, invocando, invocando, no sabemos si el Ritual Pgoth o un simple y
reiterado Canon de las Horas? Allí, ahora, nada queda. Los esqueletos
fueron extraídos cuando la Era de la Simplificación llegaba a su éxtasis y eso
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está recogido fielmente en los cuadernos que, no sin esfuerzo, pude
arrancarle al demandadero en aquella fenomenal orgía de los Campos de
Adai. Orgía que, por cierto, fue propiciada por el Cabildo, a fin de acallar los
rumores -extendidos por la Ciudad desde los barrios bajos- que hablaban de
la Hermandad y de sus ceremonias en la cripta. No en vano se acreditan
más de treinta viajes a Londres del canónigo P... en aquellos tiempos de
1434 (Annus Domini).
Tal vez podrían apoyarse estos rumores en los versos que Escatoín
de Auxeitomeilun -albeitar y sastre que también toma las medidas en la
fábrica de horcas- presentó como una dudosa contribución al buen gusto en
los últimos juegos florales. Porque todo está lleno de señales de aquella
terrible conspiración y pictura est laicorum literatura y todo eso. De ahí que
no puedan contemplarse sin peligro los relieves y figuras de capiteles y
portadas de iglesias construidas en esos años, ni la de Portoceilyn (sobre
todo esa) ni ninguna otra de las que habitualmente se incluyen en los
circuitos turísticos y queden bien advertidos. Pero así son ellos. No muestran
ni el más ligero signo de arrepentimiento -al menos, que sepamos- y
disimulan si uno trata de hacerles preguntas directas. Aunque todavía queda
por aclarar (¡por las mil crines!) el incendio del periódico y los asesinatos de
los fanáticos de Chopin, cuando las excavaciones sacaron a la luz aquellos
muros. Recordemos que, sobre los cuerpos y las caras que manifestaban el
horror de alguna Presencia infame y mortífera, aparecieron como señales los
trozos de la Rapsodia nº 3 y costó Dios y ayuda reconstruirla y algunos la
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confundieron incluso con el Concierto para piano y orquesta nº 1, cuando es
sabido que la diferencia no es banal en modo alguno.
Pero dejemos eso por el momento. En el pipinesco camino por
donde solía pasear Calcinpín el Esmerado retornando de su esforzado afán,
los responsables del terror nocturno atacaron al demandadero una y otra vez
cuando salía de tomarse unas copas. No contentos con ello, quisieron
sofreirle los muy ruines. Pero no consiguieron calzar a su montura, que es
de gran talla y muy cornuda. Jack the Ripper entonaría muy gustoso el
Cántico Espiritual a coro con semejante ralea, si pudiera distraerse de sus
ocupaciones. Eso dijo el albeitar, mientras escupía por el colmillo... Lo
entonaría muy gustoso, si señor. No teníamos al Cabildo bastante revuelto
con las imprudentes manifestaciones de... que si era o no era hijo, o si el hijo
no era...bueno, lo que tenía que ser, que ya no sabe uno donde tiene la
cabeza, menudo barullo armaron. Y la cosa bien sencilla parecía. Con
repetirlo tal como lo decían ellos, ¿qué se nos da a nosotros de hijos ni de
padres de hace cien mil años? Pero no...Hay gente que siempre ha de largar
la última palabra, ...cagoentodo.
No me esperes. Te lo advierto. Si alguien viene hacia ti en la
oscuridad, no seré yo. Que no te pase como al de la fuente. Sin reparar en
gastos, vehemente, la dotó de apliques áureos y pedrerías de la Tierra, para
terminar de esclavo en Barbería ajena, ni pincha ni corta aunque una y otra
vez lo intenta.
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Creo que fue al tercer día cuando, cansado del camino, entornó una
puerta sin antes preguntar. Allí fue ella. Salieron y salieron...¿Quién
detendría su marcha, adalides como eran?
Salpicó el mar contra las frías y rotundas columnas en la gris Esterla,
La de los Mil Humos. No era para menos, lo habían dicho, pintar frases
injuriosas en los chantos y cargarse las flores, ni una sola colocaron en el
Santo Búcaro.
Tan débiles cañas tronzadas, perdido, arrebatado su color, el alma
tiernamente socavada, alguna bola de cristal calada con espumas, muerte
segura, verde infierno del invierno, aguas levantadas, casas raídas, ropas
desusadas, inciertas calmas.
Luces encendidas en Sisargas, quién sabe por qué manos, ardoroso
frío, océano en tormenta, miel de innáturas abejas, venenos misteriosos que
sólo dan la vida, ángeles que vuelan, pájaros sin alas, ajena maldición,
destemplanza ruin. ¿Podrías tu, tal vez, cantar mejor las maravillas del
Profundo?
Un inacabable calendario para contar miserias como días
CLAMAVI AD TE
Un redondo calendario para quienes todavía creen en la
pluralidad del mundo
ET NON AUDIEBAT
De hojas rojas calendario para los que se alimentan con sangre
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DE (NOCTE) PROFUNDIS
De mil hojas calendario para los dueños de la Tierra
MISERERE MEI
De tierra calendario para los pobres de espíritu
DOMINE, DOMINE, DOMINE
De llamas calendario para los limpios de corazón
EXAUDI ME
Cayeron las torres, lloraron los justos, blasfemaron los niños antes
de pedir a sus madres que los matasen. Se injuriaron los unos a los otros
como si no tuviesen nada mejor que hacer. O´Bloom enviaba palimpsestos
con noticias falsas. Sus hermanas y hermanos hicieron saltar la banca en
Rábade, ni las pulpeiras se salvaron, fue la quiebra universal. Así cundió el
pánico en toda la extensión de las Tierras Candeáticas y no se recuperó la
tranquilidad -si aquello podía llamarse tranquilidad- hasta que, aparecidos de
nuevo los signos, fueron otra vez autorizadas las bacantes, no sin duro
batallar, en las sesiones ordinarias del municipio. Pero nada quedó
consignado en los Libros. El alcalde dijo que ya habíamos tenido bastante de
aquella coña para siempre jamás.
Tal vez puedan reírse ahora los que tranquilamente lean esta
historia, a salvo ya en lo más hondo de los tiempos. Pero no era lo mismo
cuando la Ciudad se levantaba en la meseta como un negro casco de hierro
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de algún guerrero muerto y podía ser contemplada por todos los lados y
desde cualquier perspectiva según ibas llegando hasta Ella a través de los
territorios circundantes. Lo más terrible era verla cuando la abandonabas por
el Camino que conduce, pasados los Montes Cadabienses y la llanura de
Orzomelid, hacia la Tumba del Dios, porque entonces ya sabías lo que se
encerraba entre oscuras fortalezas y pétreos murallones y sabías también la
naturaleza de lo que había destruido el barrio más antiguo y por qué ya no
se habitaba en él. Lápidas indicatorias estaban incrustadas en las Puertas,
si, pero lo que en tales avisos aparecía no era la verdad de los hechos; solo
vagas referencias a enamorados inciertos y caminares desesperados hacia
la luz, negada por una oscuridad aún peor que la ausencia de luz, oscuridad
desprendida de las antorchas sostenidas contra un viento helado por las filas
de procesionantes, retorcidas como culebras en el aire y que, también como
culebras, en un movimiento atroz, se introducían por la abertura, allá en el...
Pero ahora no hay miedo de que algún filius pueda escandalizarse y
llamar a sus cofrades en el Secreto para tomar las represalias:
- Si Alguno, desde Ventana, Portal o Saledizo, viera el Discurrir
de los Hermanos y no se volviese a sus Asuntos, Sea enfrentado a la
Primera Represalia y Pague con la Primera Sangre que Vertiere.
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- Si Alguno, desde su Curiosidad, oyera el Rumor de los
Hermanos y no Cerrase sus Oídos, Sea enfrentado a la Segunda Represalia
y Permanezca Sordo para siempre.
- Si Alguno, desde Temeridad o Inteligencia, quisiera Perturbar,
Ajar o Distraer de Cualquier Manera o Intención el Tráfico de los Hermanos,
sean Arrebatados Él y los Suyos y puestos Ante el Poder.
Los que sois duros de mollera e incrédulos, dad gracias al hacedor
de cuentos, que no pocas botellas le ha costado y aún afanes y peligros de
tabernas y lugares donde se reúnen en las horas de oscuridad gentes de
toda condición. Algunos de ellos harían retroceder al mismo demonio si por
un casual se atreviera a juntarse allí a la tropa y beber unas tazas. No le
dejarían ni un momento de reposo. Tal era su impetuoso afán de blecar y
blecar sin ton ni son y sin reparar en escándalos, barullos ni peleas. Vaya
gentecilla, era un gusto quedarse en su compañía por un rato y al mismo
tiempo tratar de sonsacarles. Duros de cabeza y de bolsa. Más duros aún de
corazón. No temblaban ni ante la mismísima Presencia, Azai nos valga,
cuando con la barahúnda que armaron, les envió la hoz que siega la Tierra.
Ay, vosotros, los cerrados de alma, cuanto requiescat in puteo nigrum,
nigrum os aguarda. Porque si vosotros no vais a Él, Él vendrá a vosotros. La
Sombra pide paso, eterno descontento es el que arrastra, sin echar
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bálsamos allá donde se reúnen y perjuran los siglos y se acumulan las
infamias.
Pero volvamos a lo nuestro. Veréis la tierna reacción del
demandadero cuando hubimos... ¡Por los Tres Reyes! Así me gusta,
grandísimo layador -horridus in tenebra fulgit- justificado tu salario, urdido
en la Cueva aquella, bien puedes decir ahora que has visto al Más Grande,
que Es Antes de Ser Venido; malaventurado, gloricentrifugado seas por tus
afanes, aliteñido en tu esencia ¡Oh, Abundantissimus! si conseguimos
establecer al completo y de modo fehaciente el episodio del Legatus. Su
principio aparecía tan enérgicamente desplegado, que no se veía allí maldita
la cosa sobre lo que podía resultar: los cerdos terciados van a tanto, las
xubencas a cuanto, los xatos... Entonces, dijo el Más Grande: hagamos
huelga y que se joda el Legatus. Para un corderillo que le pido cada equis
años me viene ahora que si las coturnix y las palomas torcaces, que no hay
quien pueda aquí dominar ni fundar en esta tierra de locos. Pero, hombre, si
yo nunca me quejo, a pesar de aquellos tiernos lechones sacrificados a la
competencia y, tal vez, a...
Desde bien alto lo vio el demandadero, aunque estaba ocupado en
la discusión que, sin saber cómo, había surgido en la taberna que cae según
se sale por la Primera Calle, cerca de la Puerta. ¿Quiénes, los responsables
del turbio asunto de Tréveris? ¿De dónde vinieron en verdad las
acusaciones, toda vez que Magnus y Rufus, epícopus in sede vacante, no se
demostró que fueran, ya que estaban en ese preciso momento dictando
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cartas para Britania? ¿Tuvieron Itacio y su tráfico indirecto con El Grande
algo que ver a través del mercado de espadas, o quizás fueron la causa su
propia vergüenza y perturbación en aquella encendida guerra de discordias?
-Santanna, Santanna, ¿Cómo tú en este infierno?
-¡Ay de mí! Ya lo ves. Guárdate de las asechanzas. Aquí, jugando
con baraja marcada, apostando tizones y llamitas de laurel. A ciento la onza
y aún pierdo en el trato. ¿Cuánto por este par? Bella testa coronada.
Válgame...Pero qué arrastrado eres, hombre. Ni siquiera sabes
sacar la sota cuando tu compinche lleva años con el as. Así no hay quien se
tire de largo ni una maldita mierda. Supo al fin -no por él, sino por otro que
allí estaba, menuda pieza parecía- que el débito reputado al hereje era una
maligna duda suya sobre la capacidad abductoria del que Se Representa
Como Macho Cabrío y figura como insignia en el pendón de Bro Gernev (lo
mismo que el armiño luce en el de Bro Gwened) o sea, una figura al fin, algo
para que lo vean aquellos de enfrente entre la niebla y sepan con quienes
tratan. No vuelva a ocurrir eso de las peleas entre clanes hermanados por no
distinguirse la mano a medio metro de la cara, que después viene el
cachondeo de los juglares y nunca sabe uno cuando van a terminar con sus
monsergas, arrenegados sean. De todas maneras daba igual, ya que solo
pudieron encontrarse dos ejemplares (Feculans Hibridae Cornucopiisimus) si
bien, es necesario decirlo, incompletos.
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El monje ha de orar largo tiempo en la oscuridad, para que su
plegaria ilumine las tinieblas. Ni todas las plegarias y cánticos del mundo
iluminarán la Catedral cuando aquello sale de su agujero y se muestra,
desprendiéndose de Él no solo el horror Sin Nombre, sino además sueños
que se extienden a lo lejos y se introducen en las casas por las rendijas y
suben por las escaleras como sombras de ojos rojos y llaman a sus
compañeras y no se sabe qué es peor, si la sombra o sus gemidos
implorantes. Uno cierra y aprieta los párpados y se tapa los oídos porque no
hace mucho que escuchó los pasos en la calle y sabe que Eso iba a venir
así, como un lobo escuálido. Pero, al día siguiente, cuando la claridad
cenicienta del invierno apunte más allá de las murallas, los lobos serán -otra
vez- culpados de muertes en las que no tomaron parte. No basta, para
desterrar ese miedo, con un barrilete rescatado del mejor trinque en las
profundidades de la taberna y eso era de esperar. Quien observa una vez,
observa igualmente in annus bisiesto y ni un millar de indulgencias
concedidas para el caso aliviarán el peso de su placer. Válgame el
Desatentado... Pecado cierto fue confiscar todos los cerdos de las cuadras.
Había guerra. Había hambre. Había que negociar con los sectarios de
Mahmud El Negro, hartos ya de bronca y de quién sabe y de qué, asaltadas
las torres, otras más elevadas crecieran y otros terrores nuevos vinieran en
lugar de los antiguos. Peor es esperar sin esperanza. Rezar al Negro para
que santifique nuestras deudas mientras nosotros sacrificamos a los
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deudores. Para el caso, hubiera sido mejor azotarle con flores ajadas
robadas de las tumbas o conminarle para que fuera, al fin, Él Mismo.
Este asunto del Negro es parecido a lo que contó el demandadero
en la fonda de Adai (tan lejos parecía, tan libre, junto al río, con las truchas
saltando en la sartén). Pero, a cien pasos de la puerta, entre los campos y
los pinos envueltos en niebla, estaba enhiesto el Penedo con su Signo
enseñando lo que Significaba, semiótica de lo que yacía allá entre los muros
como presencia inencontrable. Ni anguilas ni empanada tenían el mismo
sabor desde aquello y el tabernero juró por la memoria de Andortaín que
todo su vino hubo que tirarlo y los caudales de mosto se confundieron con el
del agua y con un suave ulular que subió entonces desde el horizonte. No es
ésta tierra de marinos, por lo que el ir y venir de las ondas y de las criaturas
que, según dicen, moran en ellas, nos cae un poco lejos. Años de bienes es
lo que aquí nos importa o al menos nos importaba, pese a lo que dijo en su
momento el adivino errante que por entonces estaba en el mesón Los Tres
Picos, también conocido como El Chantadino Ahorcado, pero eso es otra
historia. El caso es que se comentó que la dueña de dicho figón era en
realidad Adelina la Borracha. ¡Mentira cochina!. ¡No hay tal!. Que ella
dedicaba sus horas libres, tras los guisos ordinarios -que solían ser bécadas
a la provenzal con orujo verde- a blecar el blosario sin descanso, así que al
cuerno con tanta maledicencia. Y ahora pregunto: ¿Merecen mis pecados
semejante gehena? ¿Habéis caído en la cuenta de que no analizáis como
debierais, causa con causa, argumento con argumento? Tenéis que
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confesarlo. Fue una pasada pedir helado de frambuesa en el momento
mismo en que la legio iniciaba su desfile.
¡Ay! ¡Hay! ¡Jay! Así enfervorizaban a sus guerreros los viejos
reyes de la Galicia Candeática, cuando la Hansa Lucensis, Cohors Antonina,
navegaba por los cuatrocientos mares de Mogor con sus hordas de piratas.
Aunque he dicho que no la contaría -poco duran mis buenos propósitos en
esta hora de aflicción- la historia figura en letras unciales sobre el estandarte
malva de la Cohors y tuvo su parte en los acontecimientos según se verá y
ya llego a ello, aunque cansado. El caso es que el decurión, animado por
sus hombres, que eran una pandilla de indeseables, buenos bebedores del
tierno néctar del Albar, hasta allá por el Adriático conocían su turbia fama y
la afición que tenían de emprenderla a golpes con el primero que se les
cruzaba cuando bebían, menudos escorzadores, desplomados y bizarros,
aunque eso sí, acudían en tropel a escuchar las antiguas baladas que
hablaban de guerras y saqueos por entre los Poblados Altos y sus montes
pedregosos donde moran los dioses pequeños; entonces eran como niños,
quedándose boquiabiertos ante los sones del juglar que hacía chasquear los
dedos malignamente. El decurión, digo, le hizo la higa al Legatus al marchar
en la plaza y no se le dio ni un tanto así de reprimirse porque se estaba
orinando y estaba hasta el casco de tanto desfile; además, un fleco del
pendón se le metiera en un ojo y el que iba detrás le había plantado el pilum
en -sin intención, juraron luego- pero eso acabó de cabrearlo, que en su
natural y salvo cuando bebía, era tan ingenuo y gentil como una damisela,
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valga la comparación. Consiguieron enfadarlo y no me cabe duda que tuvo
sus razones.
El Legatus por su parte, justamente encolerizado, le recriminó
delante de todas aquellas buenas piezas, aunque no se pudo evitar que el
demandadero diese en reír y reír porque se acordaba de un caso muy
parecido que ocurriera en las Marcas Lemavas. El decurión y sus hombres
fueron condenados a vagar durante las horas nocturnas con una antorcha
(flamans fachae abundantissima). Toda la cohors de borrachos -candeal y
orujo tuvieron su parte en el desencadenarse de aquél día de hachas
caídas, que el orujo era fabricado por los esclavos de Camariñas, la Onte de
pura leche y huevo- a calzón quitado que era un gusto verlos, Azai nos
guarde, se burlaron del Legatus zahiriéndole, los muy zahones. Debeladores
de legios, les llamaron desde entonces, achispados, narices rojas y sólo se
les ocurrió apilar las aguilares enseñas y quemarlas ante las mismas barbas
del otro con gran escándalo y descomedimiento. Pero, desde aquella,
tuvieron que marchar con antorchas en tinieblas y no pudo ser fundada la
Urbe, además de que las auctoritates hubieron de soportar las burlas de las
Veinte Tribus, que desde los oteros próximos contemplaban el evento.
¿Sabes de la cabaña en el centro del recinto y de lo que allí ocurría
cuando el que grita entre las moradas iba a lo suyo? Era entonces el
apiñarse unos contra otros y el apagar los fuegos y el colocar trancas en las
puertas. Rezar no se podía. Aún no había dioses. Los perros te miraban con
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aquellos ojos suplicantes y todos temblaban en un solo temblor. Ruidos que
no se oyen, sólo son presentidos. Pasos que se acercan en un vagar
interminable. Aire frío que se mueve en la inmovilidad de la noche. Rasgar
de uñas o de quién sabe en los muros. Piedrecillas que caen al paso de lo
invisible. Flores mustias y secas a la amanecida. Huellas de ceniza y pórfido.
Hondos gruñidos de algo salvaje y sin piedad. Después, siempre faltaba algo
o alguien, arrebatado, arrebatado...
La pandilla celebró el castigo con una juerga fenomenal en el figón
que hay a la derecha, bajando de la primera torre. Un ternero dio sus últimas
y alegres vueltas sobre la hoguera mientras los cánticos, entre eructos y
otros ruidos espantables, resonaban y resonaban. Es de lamentar que
fueran acompañados de fuertes maldiciones, sobre todo cuando el
demandadero se empeñó en llevar aquella discusión con el monofisita hasta
el terreno personal, exigiéndole o bien una explicación en toda regla o que
callase para siempre. Pero se engañaba al pensar que podía tapar la boca al
otro con razonamientos, sectario de Isis como era y con experiencia en
multitud de Concilios. Durante horas atronáronse mutuamente con
silogismos y entimemas que sacaron de sus respectivas memorias o de
algún mustio códice encerrado en mohosa cubierta de cuero. Pero no fue
prudente exhibir sin más ni más el Cántico de Isthar, arrebatado sabe Azai
por qué manos al Sacerdote de los Mil Años allá en la Madilanus de los
antiguos días, desaparecido luego y vuelto a surgir del olvido después,
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cuando las guerras candeáticas asolaron el país verde y sólo toxos de
amarilla flor crecieron durante siglos y siglos, desde las montañas que tocan
el cielo, hasta las sombrías costas en las que el mar cambia de color.
Tres puertas cerradas niegan el acceso. Una de ellas es muda y sólo
habla a los ojos que no ven. En medio, El Sentado y sobre Él, viginti quatuor.
Debajo, a la izquierda, un Devorador, algo extraño en sus fauces, manos
desaparecidas. A la derecha, un Salvador, beatífico su rostro enfrentado al
Otro. Más, tampoco se sabe.
La del Sur, abierta sólo para los Hermanos o sus Iguales. Arriba,
arquivoltas con la geometría del Mundo. En medio, El que Abraza y Bendice
diciendo: mira al otro lado de lo que ves. Debajo, aviso de que morirás y
serás engullido. El izquierdo, sólo deja fuera pierna derecha. Andar el
laberinto a la pata coja sobre la pierna derecha. El izquierdo come mano y
pie diestros, ambos dentro de la boca. El resto, fuera. Hay que ocultarlos.
Actuar únicamente con miembros contrarios. Sino, gran peligro. También
gran peligro por lo incompleto del aviso: ha sido cambiado el lugar de asiento
y el orden de los Devoradores colocados en las bases.
Definitivamente el Homo noumenon tuvo que irse de vareta,
escapando el cuitado, temiendo por la vida y por la bolsa, llena de piezas de
oro con las que el Legatus había comprado su traición. Y no era la primera
vez, que luego se echaron cuentas viéndose que faltaba casi toda la caja de
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la legio y más de media cosecha del suave albar que el posadero guardaba
enterrada para mejores tiempos antes de que se fuera todo a... Pero
dejemos eso por ahora. Uno y otro no cejaban en el anhelo de aclarar la
cuestión principal. Eso les empeñaba, disminuía el contenido de sus
cuencos y el de la jarra. Aquellos condenados no hubieran parado hasta
dejar sin vino a toda la Colonia de no ser por el oportuno discurso que sonó
entonces. Aquí, entre nosotros, me gustaría saber de donde venían los
argumentos y las consideraciones. Ni lo supe entonces ni lo se ahora. Poco
tranquilizadoras eran las palabras, cisconas y enredadoras, hechas para una
boca dulce, pero agrias y rompedoras, como caídas de una cima entre
nubes o de lo alto de los cielos o qué se yo. De aquella, dejara de nevar, no
se notaba tanto el frío, aunque -bebamos, bebamos hasta que se rompa el
mundo- no toda la humedad era de la niebla, podría jurarlo. Algo acechaba.
Pero nada se vio en la oscuridad de la noche, salvo los remolinos al fondo
del callejón. Nada se oyó, salvo un llanto lejano. Nada se acercó a nosotros
desde fuera, sólo el fétido aliento del miedo.
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Hechizaremos los árboles y las piedrasy los montículos de tierra,
de tal modo que se convertirán en una tropa armada, luchando contra ellos
y les pondrán en fuga, con horror y tormento.
2.- Pirro el Tuerto.
- ¿Es éste el Legajo XViii?
- Lo es.
- ¿Lo encontró allí, donde le dije?
- Allí lo encontré.
- ¿Tuvo usted ... dificultades?
- Las tuve.
- ¿Comprometió usted...?
- La comprometí, si.
- Antes de prestar compromiso ¿se le advirtió...?
- Fui advertido. Ahora se que no moriré en mi cama.
Se revolvió en la silla. La gran habitación del palacio, oscurecida por
el declinar del día y tal vez por quién sabe, mostraba los estantes repletos de
sus paredes, los retratos que entre dichos estantes había y una gran mesa
con papeles. Desde la chimenea, bordeada por columnas de granito,
apagada hacía rato, venían corrientes de aire y de ceniza. Aquella sala
sirviera en tiempos de refectorio, de hospital, de almacén, de prisión y
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también para... Un estremecimiento, no causado por el frío, sino por los
recuerdos. Una sensación, no debida a lo visible, sino a lo que no se dejaba
ver. Una certeza.
La donación había sido hecha. Estaba confirmada en los
documentos más antiguos de los que se tuviera noticia. Pero no había
podido esclarecer si ...aquello...estaba allí desde siempre o fue traído
después. Pero ¿después de qué? ¿Después del vencimiento y de la
dispersión de las Tribus? ¿Con el repoblamiento posterior a la gran batalla?
Y, en cualquier caso, ¿de dónde había venido y por la voluntad de quién?
Se recostó cerrando los ojos. Un nuevo cielo y una nueva tierra. La
figura se veía allá, en el fondo de un paisaje de nieblas y de rocas enhiestas,
acercándose. Alto y completamente cubierto de pieles. Un grueso collar, tal
vez de oro, de puntas gruesas y redondeadas. Pasos firmes, aunque con el
cansancio del camino y quizá de algo más. A ratos desaparecía por detrás
de la vegetación, pero volvía a salir. De pronto, se detuvo mirando alrededor.
Los montes, las nubes bajas, el suspiro de los bosques, el bruar del océano
azul. Rumor de las hojas, zumbido de insectos voladores, aleteo de los
pájaros escondidos. El bordoneo de la sangre y el golpear de un corazón
inquieto. El miedo. Allí se notaba también el miedo. Pero no era un temor
irrazonable. Estaba modulado por la conciencia del Poder.
No para tus ojos, querido mío, se han escrito estas líneas. Lo sabes
muy bien, porque ahora eres un convencido más. Cuando por fin fiat lux, ya
estaban los otros con su eterna cantinela ¡Qué si la Muerte! ¡Qué si la Vida!
23
¡Qué si El De La Pata Hendida! Condenado cuestionario, contestado sin
levantar la voz siquiera, clavado en las cruces del alba o lo que es peor, en
la puerta de la iglesia medilana. Dijera de aquella el Legatus: Es necesario
analizar pregunta por pregunta, rasgo por rasgo, gota de sangre por gota de
sangre. Y ha de ser pronto, no vayan a sorprendernos aquí la noche y sus
fementidos habitantes, in ambula, blandula pegat, nec porciore cuanto
migliore viven ¡Arreniégote!, que no se ve maldita la cosa de lo que pueda
resultar.
De cuantos desmanes registró la historia sin duda fue el más
principal un atornillado avispero que le regalaron al sastre de Adai en aquél
día señalado. No contenía otra cosa que un blasón (cornucopiado al bies en
flojúl, aves frías en campo de glozál, maza inclusera en trasportín) que a
tanto y aún a más llegaron para premiar sus esfuerzos. Cayó de rodillas ante
el Primero, arrimolado el brisón, benefactogloriado cómo era, y se le donó
además participación en los bienes de saca y puesto en el homenaje
conmemorativo del cuarto siglo. Por otra parte ¡qué matanzas hubo, rediós!
¡con qué gozo se emplumaron en la tintórea sangre las vestiduras nativas!
Así se hace, por los ... con esos parvenús. Y menos mal -según nos
contaron luego- que no fue en la sien. Véase sino lo que le sucedió a la Vieja
de las Viejas al principio de ello.
Con su permiso, quisiera yo...El demandadero permanecía sordo a
cualquier proposición que no fuera un reconocimiento explícito, manifiesto,
24
indubitable, del error cometido en la primera tabla de silogismos, cantada
desde luego públicamente con reconocimientos y asperges a los
participantes. No dio poco trabajo reunir al coro, que cada uno tenía su
excusa, que si esto, que si lo otro y lo de más allá, que si no están los
tiempos para caralladas, que si mira cómo aparecieron aquellos que
protestaron, que si no se pudo hacer con ellos otra cosa que arrojarlos al
mar -algunos ni cara tenían, qué sería lo que se la chupó así, válgame...-
que ya habían avisado de no andar solos por los caminos próximos a..., que
si en la costa se vieran naves de otro tiempo y el agua de los pozos y el
color de las hojas y lo agostado de las mieses.
Un cuerpo en el camino, allá al dar la vuelta en los soutos, junto al
río. Muerto, parecía. De dónde viniera ¿quién lo sabe?. Se llegaron hasta él
con profundos pasos. Dijeron incluso que, con los gritos, se notaba temblar
el suelo, algún gigante pateando por entre los valados. Se recomendara
vigorosamente no salir cuando comenzaron a moverse cacharros en los
estantes y los aullidos de los perros y la inquietud de los otros animales y las
arañas que escapaban de las grietas y no sabían a donde ir. Las alcancías
se vaciaron, se apagaron velas y fachos, el caldo se cortó y se tiñó de rojo,
los pájaros caían como lluvia en el tejado. En las esquinas, aterradora de
negrura, vacía, hueca de cualquier propósito, estaba la conciencia de algo
infame; torpe, fullera, malpagada, a veces llorando, otras, comiéndose las
lágrimas, atroz, pasando de la dura Muerte que pasaba próxima. Si usted
insiste, no nos iremos. Pero... Señores -dijo entonces el demandadero con
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gran seriedad- he determinado exactamente nuestra posición. No estamos
en la boca del lobo, ni en su estómago, ni siquiera en su intestino. Nos
encontramos aquí -golpeó enérgicamente con el puño- en el mismísimo culo
del lobo.
En esta época no habrá ni reino ni dominación ni servidumbre. Sólo
a Los Que Ven Al Mas Grande tocará dictar y nombrar, cerrar y sellar, cortar
y romper. No sea dictado ni nombrado lo que Ellos no dicten y nombren. No
sea cerrado y sellado lo que Ellos no cierren y sellen. No sea cortado y roto
lo que Ellos no corten y rompan.
Ellos señalarán y se cumplirá lo señalado.
Ellos mostrarán y se abrirá el camino.
Ellos hablarán, se hará la luz y se conmoverán las columnas del
mundo.
El Tuerto tiró del mantel, una vez más, en el figón de la Vía
Tramertina (la Vía se llamó así desde el famoso episodio del pretor, uno
recién llegado que fascinó a todos con su peculiarísimo grito de guerra,
agudo, altisonado y al tiempo, quejido de alguien al que golpean sin piedad).
Era su costumbre -la del Tuerto- algo esperado tras la francachela y el
trasegar y trasegar, pero también fuertemente censurado por el partido de
los del Libre Espíritu, apostólicos y puros como eran, apostadores de carnes
y entresijos que traían a menudo de sus correrías nocturnas, vayan ustedes
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a saber porqué no se toparon nunca con... Bueno. Volvamos al cuento, no
creas que va a ser fácil. Uno, dos. Uno, dos. Entra en mi casa, dijo la araña
a la mosca. Entra, entra en laberynthos... Dios. ¡Cuán monocorde,
clavicorde, insoportable en su lenidad, es omphalos!. Pero no nos
engañemos, que se la daban bien dada y sino que lo diga éste.
El Tuerto quemaba los árboles por un así. Supongamos que iba por
el camino hacia...Bien. Por allá donde se juntan y congregan los... No
seamos más explícitos, creo que el demandadero es uno de ellos. Se le
cruzaba un pájaro, una bestia cualquiera y él hacía el Signo, el Antiguo, no
ese y sin dársele un chiscar de los dedos ni importarle maldita la cosa...Yo
creo que estaba borracho cuando acudía, aunque -todo hay que decirlo- le
he visto beber cuarenta jarros uno tras otro para jugar luego a la baraja
hasta el amanecer. Y no se os ocurriera trampearle, porque allí era ella. El
condenado veía con mil ojos, nombraba a todos por sus veinte nombres,
señalando con risas el resplandor en la parte baja del monte. Por San
Ploinoc que era bizarro el muy... Todavía se acordaba de cuando les socarró
los zurrones a los de la legio donde solían quedarse y trasnochar y todos
pensaron que fuera faena de las Tribus y colgaron a unos cuantos con sus
picas. Menudo zafarrancho se armó. Nada, nada, decía, ustedes primero,
que yo ya he tenido faena. Eso decía: yo ya he tenido faena. Y uno no sabía
si reír o llorar. A partirle los morros nadie se atrevió, supongo. Santa Casa
sin Puerta ¿Quién será el valiente que vaya a cruzarla? Santa Casa de la
Luz sin Puerta, donde gobierna la Muerte Negra. Parecen ocupados allá
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dentro. Ahora ya están contadas las estrellas y sabemos lo que toca a cada
uno. ¿Qué se oye a lo lejos? Podrían ser campanas en la campiña, pero son
golpes de alguien que construye un sumidero. Podrían ser buenas razones,
pero sólo son argumentos de una mente torpe. Podría ser que se acercara
uno que...Se acerca alguien, desde luego, pero no es quién tu crees. Pienso
que más valdrá que echemos a correr ¿No?.
Es de noche. Las horas de oscuridad más negras. Caminos que se
pierden entre taludes. Sombras de árboles y otras sombras de quién sabe.
Ruidos extraños, tal vez de piedras aplastadas por un peso inmenso.
Rumores de un arroyo y allá, en el fondo, el arrastrar continuo del río. Roces
de ramas inquietas, apartadas por lo invisible. Un animalejo que huye,
sorprendido. Sobresaltos de luciérnagas y curuxas. Gemidos ahogados,
lágrimas a destiempo, ya es demasiado tarde y Lo Que Espera está
impaciente.
Alguien se acerca a la iglesia. Furtivo, desaconsejado trasnochador,
temeroso sin embargo. Coloca un pergamino sobre la vieja puerta de
madera y clava. El primer golpe sonó como un eco funesto. El segundo
golpe, como una llamada a la muerte. El tercer golpe, como el trueno en las
montañas. El cuarto golpe, no lo dio él. Allí quedó un pergamino cubierto de
gotas de sangre, brillantes como las estrellas.
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Si vos manifestáis que en principio existía una rígida y estricta
dualidad, que luego hubo mezcla y que, como consecuencia, lo que ocurre
ahora es que lo mezclado quiere volver a segregarse en sus primitivas
partes y constituciones para alcanzar de nuevo el anterior estado, os diré
así, a bote pronto, que sois un mendaz y orinario bellaco y que vuestras
orejas deberían estar hace tiempo colgadas en el cinturón del preboste. Por
los gorrinos de Adai, ganas me entran de que mi cuchillo tome un poco el
aire y tome también el gusto de vuestro bandullo. Apañados estamos si el
primer belitre atolondrado que entra en el figón en esta noche negra, negra,
empieza a largar semejantes cosas cuando apenas ha mojado sus
blasfemos labios en el vino. ¿Cuántas veces he de decirle que lo del
principio es uno y sin costuras? ¿Cómo convencerle de la imposibilidad de
que lo que nunca ha sido dos y no puede sino conservarse en unidad con lo
todavía increado, haya de mezclarse y combinarse cual si fuera fregoteo de
malas añadas? Por la Santa Figura de Vilacendoi, reflexionad, hombre. No
aumentéis el peso de nuestras culpas. ¿Quiere que se nos vaya el color y la
salud? ¿Quiere que una maldición nos deje fritos aquí mismo? Y además,
está lo de las murmuraciones levantadas respecto de aquello otro. Las
premisas utilizadas eran solo premisas probables y también en ocasiones,
signos. Tratábase, por lo tanto, de algo elíptico o incompleto, a lo que se
llegaba sin mucho esfuerzo, si bien corriendo un gran peligro. Pero qué os
voy a decir. No han de aplicarse ni los Primeros Analíticos, ni siquiera
Institutio oratoria alguna para suprimir en este caso una de las premisas o
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hasta la misma conclusión, si se tercia y si no atiende a razones que los
dioses le asistan, no me venga después con que si no quiere salir o que si
hay algo...allá y otras tonterías por el estilo. ¿No es bastante oscura la
noche? ¿No ha tenido ya suficiente con tanto hurgar y hurgar, que hasta la
lengua se queda pegada y no hay manera de poner claridad en este maldito
asunto?
Ciertamente, dijo el demandadero mientras cortaba en rodajas un
tierno chorizón. Ciertamente. Qué vino podría acompañar ahora a tales
bocados, eso quisiera saber. Ya estoy cansado de embaular el alcohol
peleón del posadero y quizá vendría bien un suave orujo con hierbas. Si el
entusiasmo indica la presencia de alguna divinidad, pocas debe haber por
aquí, como no sean las deidades de los barrigallenas o de los pellejos de
mosto, dentro de tales calificativos habrían de incluirse los clientes de esta
taberna. Nada de miradas torvas ni de rezongos por lo bajo, que os conozco,
maldita sea. Vaya gentecilla. Ni El Que Está Fuera os querría para otra cosa
que para revolveros los huesos y dejaros de abono y comida de cuervos.
¿Qué demonios de ignis fatuus os alumbra, grandísimos blecadores? Os
alumbra y aún si cabe os deslumbra, eso es cierto. Pero no por ello os lleva
a un conocimiento efectivo ni tanto así, fanáticos como sois. ¿Qué le
diríamos al Legatus si -Azai no lo permita- asomase su jeta de cerdo por la
puerta en este mismo momento? Primero vendrían las risas sofocadas y el
atenuarse el ruido de las voces. Luego, el peloteo ese de borrachos que os
traéis. De los heroicos furores de antes y de vuestra pretendida potenciación
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de la luz racional necesaria a la actividad filosófica no quedaría una mierda.
Eso es. Ni una mierda. Mas tarde, vendrían las guardias dobles en el
parapeto, los ojos enrojecidos por la resina de los fachos, el mirar a la
oscuridad, el miedo a sentir aquellas garras en la espalda y otra vez los
rezongos y las maldiciones contenidas. Sin novedad en la Torre Norte. Sin
novedad en la Torre Media. ¿Sin novedad? ¿Y qué demonios es aquél
cuerpo roto arrojado al otro lado del Muro?
A los muchachos les gustaban los cuentos que traía, breves y
helados como las gotas del rocío en la amanecida de las rondas. Ayudaban
a distraer la cabeza y a despejarla un poco de las brumas del albar nocturno.
Mucho más, no se sabe que consiguieran. Como aquél de cuando llegó a
estas tierras la extraña ave gallofer, que solo cantaba si los antiguos magos
de las Tribus querían y de la manera en que se hizo el milagro, invocando un
poco, únicamente un poco del antiguo saber, rodeando ceñido ceñido el
temeroso abismo hasta donde se podía sin comprometerse y un pelo más
allá. Fantasías de achispados no eran, que desde entonces el pájaro dejaba
oír su trino incluso en el momento solemne de las celebraciones. Con el
canto se llegaba a escuchar también el mugido de las olas verdes de altamar
y los crujidos de las rocas en la embestida y el siseo de largas cabelleras de
algas y tal vez la conmoción del terreno cuando se despertaba...Pero esa
parte era decididamente ignorada, pasada por alto en las narraciones.
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El gallofer aparecía tornasolado y bletérico, con obiscos leves, pico
delante y detrás y tres alas multicolores. Estuvo muchos años según decían
entre los Mercaderes Rojos, que lo utilizaban de reclamo en sus asambleas
cuando lo de la Gran Inquisición. Después, vino a parar entre las Tribus de la
Costa Adyacente y allí lo obtuvo éste, trocándolo por dos varas de ruin y una
pulgarada de pimienta picante picante. Juraban que sus cenizas, dejadas
reposar a la luna en las noches tibias, mezcladas con un orujo poderoso -al
parecer la bodega del Legatus fue saqueada con semejante excusa y
menudo cabreo se cogió- tenían un poder nuevo y una maravillosa usura,
muy celebrados ambos en las regiones que caen a los lados del viejo río.
Aunque no me fiaría yo de artificios de aquella gente, que más de uno se
dejó el alma en semejantes hazañas. Por entonces, los barcos arribados
después de darle el quite al Promontorium Nerium, traían también raras
especies de frutos y pescados cuyos nombres aún guardaban los olores y
perfumes del Profundo. Si, pongamos por caso, se pegaba uno de tales
peces al oído, se escuchaba un sordo bruár y el gemido de los aires entre
rocas milenarias, más antiguas que la misma Vieja de las Viejas. Pero,
después, moría el bicho, mustiándose igual que las flores del toxo bajo el
vendaval, porque -eso decían- su mensaje sólo una vez podía oírse en este
mundo.
El viaje... El viaje fuera una sucesión de despropósitos y de
rarísimas ocurrencias. No digo más sino que solo a un loco se le habría
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ocurrido emprenderlo en aquellas circunstancias, con todas las tribus
levantadas, convertido el territorio en un furioso avispero, los puentes
destruidos, la calzada transformada en cazadero de incautos, por muchas
invocaciones y tratados de hospitalidad que hubiese. Como si a los lemavos
se les diera ni tanto así de convenios ni de componendas, aún en tiempos de
tranquilidad, cuanto más entonces. Estaban cabreados, creo yo, por la
violación del viejo pacto, el de las Primeras Guerras, que prohibía construir,
fundar y asentar en las cercanías de los Penedos. Pero es inútil hablar de
tratados a colonos cegados por el oro y el estaño y la trata de esclavos y el
disfrute sin tasa de tierras, cuando allá estaban como piojos y tenían a las
auctoritates hartas de sublevaciones y de revueltas por el derecho de una
vía o por el reparto del aceite. Dijeron que junto al Océano gris y
tempestuoso podrían vivir sin agobios siendo señores, ellos que ni siquiera
eran dueños de los harapos que los cubrían. Y claro, con mentiras y
engaños consiguieron llevarlos, que ni el territorio estuvo nunca dominado ni
con las Tribus se llegara a acuerdo alguno, salvo el de respetar a sus dioses
de piedra y roble y el de dejarlos actuar a su gusto con los cautivos que
pudieran atrapar, aunque no sería demasiada aquella ferocidad legendaria
cuando bastantes de dichos cautivos volvieron hasta la Urbe, bien es verdad
que algunos sin orejas o sin otras partes dejadas como prendas a sus
capturadores. Pero en aquellos tiempos eso no pasaba de ser un simple
incidente al lado de los campos de crucificados crecidos tras el
aplastamiento de las primeras rebeliones. Si uno fuera a contar los brazos y
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manos cortados por los muchachos del Legatus cuando salían a divertirse a
los montes, no tendría tiempo para otra cosa... ¡por los Tres Reyes!.
Bueno. Pues así estaba la cuestión. En ese momento le dio al Tuerto
por acercarse hasta la costa. No se que maldito embrollo nos contara
durante una de aquellas juergas que duraban toda la noche y aun varias
más y parte de sus días si la guardia se relajaba como solía ocurrir. Lo cierto
es que, aprovechando un descuido, cruzamos el Muro y allá nos fuimos
cinco o seis de los de la cuadrilla, antes podríamos habernos tirado a un
pozo o cortado el cuello o emborrachado hasta no poder dar un paso, mejor
hubiera sido que aquella temeridad. Lo primero que pasó fue lo de las
figuras vistas y no vistas entre la niebla del camino. Era tan espesa la bruma
que no distinguíamos una mano de otra, ni aun nos reconocíamos entre
nosotros al separarnos unos cuantos pasos. ¿Qué te parecería andar
rodeado de sombras, sin saber si corresponden a los que tan solo un
momento antes eran tus compañeros? ¿Qué sentirías -tanto hablar y hablar-
si una de esas sombras se volviese de repente y te mostrase un rostro sin
carne sobre los huesos y levantase hacia ti una mano puntiaguda de uñas
largas y afiladas? Reconozco que en más de una ocasión durante aquella
condenada caminata pensé que algo así iba a ocurrir, con el corazón tan
alterado y fuera de sí que no era posible estar pendiente de las trampas que
los montañeses tenían preparadas para incautos como nosotros. Los árboles
y las rocas goteaban. Nuestros pies resbalaban en el terreno húmedo. El
resoplar de la respiración se confundía en ciertos momentos con una
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especie de gruñido que venía de no se donde, del otro lado de la selva o del
mismísimo infierno, cualquiera sabe. Te detenías a escuchar y solo oías el
murmullo del viento entre las hojas o el discurrir del agua entre las piedras.
Era el aliento de todo aquél lugar hediondo, alerta como un animal salvaje
preparado para lanzarse sobre ti; el testimonio de una vitalidad desconocida
y atroz, como de algo tan maldito que su presencia no tuviera un lugar bajo
el sol del mundo. Pero el sol no se veía en aquella atmósfera amenazadora.
Y eso que solo estábamos a media jornada de marcha desde la Urbe.
El renegado del Tuerto todo lo arreglaba bebiendo sin ton ni son.
Veías una cosa rara entre los árboles, trago va. Tropezabas con una raíz
escondida, trago viene. Tragos y más tragos de aquél licor que llevábamos
en pellejos bien rellenos a la espalda, jamás se viera expedición con
semejantes provisiones. De boca, es decir, de masticar, no había nada salvo
las maldiciones y los reniegos, porque nos convenciera para servirnos de lo
que encontráramos en el camino. No han de faltar asados, decía, ni buenos
panes, que la ruta por la que iremos está a rebosar de presas y de botines
fáciles. Yo mismo he ido por ella más de diez veces con los de la Cohors
Tracia y aquí me tenéis vivo y sano. Siempre comiendo y bebiendo de lo
mejor. Pero donde estuvieran los lechones y terneros de nuestra manduca,
lo sabrán tal vez esos condenados dioses de piedra y musgo. Por aquí, no
se ven.
Creo que hubiera sido mejor andar en silencio, procurando pasar
inadvertidos. Mil ojos parecían asomar por medio de los ramajes y crujidos
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de pasos rápidos y furtivos sonaban a nuestra espalda. Pero él, para
distraernos de los peligros o de quien sabe, comenzó a contarnos la historia
del desafío que el Jefe de los Poblados Altos le hiciera a nuestro Legatus
cuando llegaran en su primer viaje y de lo que se consiguió con la
superación de las tres pruebas. El Legatus había logrado la colaboración de
un mago de las montañas, de esos que meten miedo hasta a los mismos
habitantes salvajes de estas tierras... pero no mezclemos unas cosas con
otras, ya hablaremos del mago en su momento. La cosa es que uno de
aquellos reyezuelos o caciques había salido en pie de guerra, lo que quiere
decir, a machacar unos cuantos poblados próximos al suyo por cuestiones
de lindes cambiadas de lugar al abrigo de la noche, por una divergencia de
opinión respecto al estado de las magras cosechas que se recogían al
amparo de los Penedos Viejos, o por alguna otra oscura cuestión fuera del
alcance de los comunes mortales. Como sus súbditos lo eran de un modo
bastante nominal y estaban ligados al cacique más por motivos de
conveniencia y de alianzas familiares que por vínculos de fuerza, las
expediciones guerreras no tenían el carácter ni la preparación que ostentan
entre nosotros y eran una mezcla entre excursión campestre y reyerta
múltiple apenas controlada, de manera que cuando llegaban hasta el
enemigo había ya un montón de descalabrados por las grescas. Además los
montañeses tenían un carácter muy susceptible; una mirada altanera o una
respuesta desabrida desencadenaban el baile de espadas y cuchillos; antes
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de que uno se diese cuenta de lo que pasaba podía estar tumbado con las
tripas al aire.
Pero volvamos a lo nuestro. Según el Tuerto, marchaban las fuerzas
por un camino estrecho de esos que aquí tanto abundan. Se enviaron
exploradores por delante. Pero conociendo como conocí más tarde a las
buenas piezas del Legatus, o estaban tan borrachos que no hubieran visto a
las Tribus juntas en una de sus asambleas aunque se hubieran dado de
morros con ellas o vieron algo y se hicieron los locos, jurando que no había
enemigos en las inmediaciones. Válgame... Yo no se como no los echaron al
mar o como no hicieron fiambre con ellos. Lo cierto es que al poco rato,
estaban rodeados por una multitud de seres peludos y vociferantes que lo
mismo hubieran podido salir de entre las piedras del camino o de alguna
pesadilla, tan mal aspecto tenía el asunto. El Legatus es un maldito cerdo y
lo repetiré sin dudar ante sus mismas barbas, pero en aquél momento
demostró al parecer un valor casi temerario, todo hay que decirlo. Sin
inmutarse, llamó al mago que traía consigo y que conocía bastante nuestra
lengua para servir de intérprete. Que venga el jefe de estos menesterosos,
quiero hablar con él, que si esto, que si lo otro. Allí estaba dando órdenes
como si se encontrara en medio del pretorio y como si tal cosa, tan a gusto y
dicharachero que daba gloria verlo. Pobrecitos montañeses, en el fondo son
unos infelices, qué me van a impresionar a mí, veterano que soy de las
campañas en el Donau, aquellos si que eran salvajes, por un suspiro
enseguida te amarraban a un árbol de sus bosques, cabeza abajo, y
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empezaban a quemarte muy, muy despacio, mientras toda la tribu esperaba
a tu alrededor para ver si estabas bien asado; o te descuartizaban para darte
a comer tu propia carne entre grandes risotadas y no menores reverencias y
melindres a sus feos ídolos de piedra.
Lo cierto es que se apagó el clamor y allá se fueron el Legatus y el
barbudo Jefe, con el mago, detrás de unos arbustos. Sentáronse los tres y
comenzaron a mirarse igual que si no tuvieran nada mejor que hacer. Un
gesto por aquí, graves ademanes por allá y mucho señalar hacia lo más
espeso de la selva. El mago sacudía la cabeza violentamente, negándose a
algo que el Jefe le repetía una y otra vez. El Legatus miraba al mago y éste
le hablaba en voz muy baja de manera que solo se escuchaba una especie
de rezongo. El Jefe volvía a chamullar en su jerga y parecía enfadado
contemplando a los otros dos como diciendo: “Bueno. ¿Os decidís o llamo a
mis amigos para que os convenzan?”. Al fin, se levantó el Legatus. Está
bien. Acepto sus malditas pruebas. Vamos a ello porque se me está
pegando el culo a esta condenada piedra.
En la costa había un lugar al que no se acercaba nadie, ni siquiera
los audaces pescadores de pulpos. Y eso que allí se daban grandes y
jugosos, lo mismo que las veneras y los jacintos de mar. Pero no era
cuestión de que le arrebatasen a uno arrastrándole hasta quien sabe qué
lugares de tormento. Podía perderse algo más que la vida. Luego, los restos
descarnados, a servir de diversión a cangrejos y bertorellas, válgame San
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Efroín, no serán bastante los cuidados de Este Mundo como para cargarse
también con las cuitas del Otro y hacer de barrilete a los del Profundo. Nada.
Que no voy aunque se rían. Por los... Nada. Que no voy y no voy. Menos
has de temer tu, sentado todo el día bajo el alero de tu casa, contando las
ovejas y escogiendo una para entregársela a Ese que viene en la oscuridad.
Así al menos estás tranquilo. Él se contenta con un pobre regalo y no te pide
más. Pero allá, donde rompen las olas junto a la Peña Negra...
Quienes antes supieron de ello fueron los pálidos pobladores
de la antigua Ghor, en la Esteria de las leyendas de la Primera Edad.
Sin embargo, también sabían que era mucho, mucho mas viejo de lo
que sus Memorias podían abarcar y eso que se remontaban al menos
hasta las eras de oscuridad, cuando había varias lunas en el cielo y el
sol era apenas una masa rojiza y casi apagada. Luego lo conocieron los
feroces corsarios de la Liga Candeática, que peregrinaban hasta el
mismo borde del lugar donde moraba dejando allí como ofrenda
algunos cautivos. Después de ellos, el tiempo transcurrió igual que las
aguas muertas de los ríos y pantanos que, durante eones sin cuento,
cubrieron las antiguas tierras. Surgieron otros mares y otras gentes.
Pese a todo, su memoria se conservaba entre los pueblos recién
llegados. Algunos quisieron contemplarlo ignorando las severas
advertencias de los más sabios, pero no volvieron a comunicar nada a
los que esperaban. Así siguió pasando más y más tiempo y su
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recuerdo pareció extinguirse, aunque determinados rastros
permanecieron en cultos ignorados y las oscuras luces de su
substancia alentaron composiciones de ciertos poetas desesperados y
furtivos.
Los dioses informes de las selvas, las divinidades olvidadas de
los roquedales, los númenes bebedores de sangre de las estepas, los
espíritus que viven en el fuego de los sacrificios y en la furia de las
aguas desencadenadas, hasta esas deidades civilizadas y pacíficas de
los nuevos tiempos, todos ellos, si, guardan su negra sustancia y
participan de su condición inexplicada.
Telos Siquita Amporiades Bleta
Sartel Sies Y Atniert Ardnet
Oterces Erbmon Ut
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L. VALERIUS SEVERUS
MIL. LEG. VII. G. PF. D. CARISII. RUFI ANN. XXX. AER. VI H. S. E. S. T. T. L.
3.- Lo que resplandece.-
Pobre Lucio. En este sitio está y que la tierra le sea leve ahora que
se ha ido de entre nosotros, porque buenas se las hicieron pasar. Mejor
catador del rubio albar no hubo entre todos los expedicionarios y yo creo que
fue él en realidad quién descubrió la manera de entrar en la bodega para
ponerse ciego y que no se notara ni la falta de una gota cuando el vigilante
iba por allí a golpear los toneles con su maza, escuchando el ruido por ver si
estaban en el nivel justo. Al oír los golpes, se reía el condenado, chispa
perdido como estaba, dando vivas a los Siete Pretores, haciendo gestos
obscenos a las cabezas marmóreas de las Auctoritates, orinando por las
esquinas recién barridas, reclamando guerras y bronca como el mejor y más
dispuesto. Va... Vamos a por ellos. Dejadme que encuentre de una vez la
espa... ¿Cómo? ¿Quién ha cerrado la condenada pu...puerta? Salud por
aquí, vitor por allá... Eh! Ese de la Torre, ¡por las cruces! ¿Qué haces
mirando? ¿No has vi... visto nunca a un alegre compañero? Anda y que te
arrastren por los... ¿El Legatus? ¿A quién le importa ese morros de cerdo?
Lo mejor de todo es que el aludido (es decir, el de los mo... bueno, ya saben)
estaba mirando desde lo alto del pretorio y sin decir palabra se dio la vuelta
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para abroncar al vigilante de la Torre Sur que estaba medio alelado con la
boca abierta y los ojos saliéndose de las órbitas por el espectáculo. ¡Qué
tiempos, válgame....! Ni con cien vidas por delante encontraríais gente más
dispuesta a la jarana, ni más valiente, todo hay que decirlo, aún en las
circunstancias de aquellos días en los que podías morir por un quítame allá
o encontrarte con Aquél por los oscuros rincones, en la noche negra, negra.
La Ciudad eran, entonces, cuatro callejas desajustadas que se
juntaban en la plaza de la fuente. Al otro lado de las casuchas, más allá de
las huertas, nada había hasta que topabas con la cerca, mitad de troncos
afilados en su extremo, mitad de dura pizarra y seijos puestos allí para dar
robustez al conjunto. Las puertas se cerraban al caer el sol tras los Montes
Cadabienses y entonces llegaba la hora de las rondas para unos y la de las
tabernas para la mayoría, pero todos querían dejar fuera el miedo que, como
los vapores de una herida enconada, iba subiendo y apoderándose de
tripas, bandullos y corazones. Muchos hablan de como fue posible el que se
abandonara un puesto tan productivo, porque la urbe no era gran cosa,
apenas un campamento a medio consolidar, pero se gastaran lo que no
tenían, a saber de donde lo sacaron, para levantar la mansión del Legatus y
los Templos y para pavimentar la plaza de maniobra junto a los trozos del
antiguo bosque sagrado, todo revestido de fino granito y marmol y adornado
con estatuas y figuras...
¡Ay, Jalanay! ¡ Oh, Rebin! Aturde, aturde a quien todavía pueda
discernir entre un extremo y otro del argumento. Quién le mandó meterse en
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tales tráficos, yo no lo se. Pero de ahí vino. El y sus malditas pruebas. No
era posible esperar nada bueno de aquello, arrenegado sea y cómo luce el
mar tan azul y que espumas tan blancas vienen entre el oleaje, todo, todo al
sol del verano, los viejos dioses purruaaaah de cedro no eran ni serían
nunca pero bien que se guardaban de decirlo viejo demandadero muerto allá
lejos del disgusto él nunca partidario de mantener las discusiones ni un tanto
así más de lo legítimamente legislado por el arte expuesto en los cánones
que toda polémica debe respetar si es bien nacida y ha de llegar a buen
puerto por qué no hicísteis honor a lo pactado que trabajo os costaba tener
la boca y en el fondo que infiernos podía importarnos a nosotros allá se las
arreglen ellos con sus pretensiones de nobleza siempre puestas en tela de
juicio porqué no se quedaron más tiempo donde pudiera verlos que es eso
de desaparecer así entre la niebla y escuchar aquellos pasos que vienen
hacia ti y tu te escondes pero sabes que Él te ve de donde llega ese ruido
desesperado de respiración árdua de tu interior tal vez pero es miedo que se
mastica y hace una bola en la garganta y esperas sentir algo que te pero no
y das un paso y otro y otro para ver si se va y desaparece y llamas y no hay
nadie solo, solo, solo...
Los Catorce se sublevaron, es cierto. Pero ¿qué hubo con ello? Ni
disminuyó el peligro ni dejaron de verse sujetos destripados, ni dejábamos
tampoco de escuchar por detrás el bordoneo de la sangre, ni de notar cómo
a veces se combaban las puertas, quién las empujaba yo no lo se maldita
sea mi suerte, sólo el agregar una o dos estacas y pedir que resistieran un
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poco que lo de fuera no insistía demasiado en pasar, si se hubiera
empeñado qué habría sido de nosotros. Tal vez otras presas aguardaban
por los bosques o en el monte o no tenía mucha hambre o lo que fuera. Un
par de leños en el fuego de la Torre y los ecos que llegaban desde las
tabernas de la calleja cercana volvían a traernos al mundo y alguno se ponía
a canturrear por lo bajo y otro miraba con melancolía en los ojos a sus
recuerdos de otro tiempo o echaba los dados, poca suerte traían, las horas
pasaban y pasaban, algo se mueve allá fuera, no se ve -sombra entre las
sombras de una edad olvidada- pero lo siente el corazón que salta y se
alborota en el pecho igual que un lebrato que adivina al gavilán.
Ainaaahh, ainaaahh, sie manch pie firocjah´c ain mantog sec´h
Se bienvenido, muchacho, al viejo país donde cantan las fuentes y
las hilanderas tejen en sus ruecas. Se bienvenido entre nuestras antiguas
montañas, allí donde tu corazón puede escuchar el murmullo de las hojas y
el latir de la vida que se esconde. Descansa de las fatigas del camino entre
multitudes de flores, reunidas para la fiesta y en honor de quién tu sabes.
Deja vagar tu alma por el laberinto grabado a fuego en edades mejores.
Ainaaahh, ainaaahh, cie mili faitzul´c unghlid jali jani doc´h
Entra, viajero, entra en nuestra casa de piedra y paja. Haremos para
ti una fiesta de cerdo y cerveza. Brindaremos por tu prosperidad y para que
tus deseos sean puros. Que tus ojos vean largos años y que tus cabellos
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puedan encanecer junto a tu alma. No temas. El Que Viene nos ayudará y
será la prueba en que se quiebren los planes del enemigo.
Ainaaahh, ainaaahh, sen´ach naigeroldh samlibra gria
grianainech.
No vaciles en la ofrenda. No tiembles ante su aspecto. No
retrocedas. Estás protegido por el límite de piedra, por el arco de roble, por
el musgo centenario soportando mil inviernos. Recita las formas según has
aprendido de tus mayores. Piensa en Él como en Lo Infinitamente Grande,
como en Lo Despiadadamente Luminoso, Su Rostro De Sol, Tres Que Son
Uno, Lugoves Arquienos, Rew, El Que Grita Entre Las Moradas, Sacrifica y
guarda cuidadosamente la Sangre. Te será reclamada.
El Viejo venía por el sendero que antaño patearan muchos otros en
la gran marcha. A su derecha, el océano gris, verde y azul a ratos, largas
cabelleras en sus ondas fuertes, obsesión jamás perdida en embestir y
embestir contra las rocas oscuras. A su izquierda, bosques extendidos por
los altozanos próximos y por colinas más lejanas con una pincelada
desvaída de montañas en el límite del horizonte. El calor hacía salir de sus
escondites a todas las criaturas pequeñas y volar a bichos tornasolados. Un
perfume fuerte, de retamas y mirtos, empapaba el ambiente y obligaba a
figurar extraños rostros en la espesura. Quién podría no sentirse observado,
vigilado cuidadosamente por algo que esperaba un pensamiento, un solo
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acorde mental, para cobrar forma y presentarse. Únicamente con la Gran
Disciplina cabía sortear el peligro, pero él estaba entrenado con lo adquirido
en aprendizajes largos, tediosos, difíciles. Ahora notaba aquella presencia
agazapada, como de un gran volumen comprimido deseoso de estallar
abarcándolo todo.
Acarició el signo que rodeaba su cuello y un suave fulgor dorado
cubrió por un momento el brillo del sol en el camino, deslizándose entre las
frondas de helechos y toxos. La sensación opresiva pareció atenuarse y una
gran paz descendió sobre los bosques y sobre el mar que cambiaba de
color.
Aquella senda abandonaba la comarca costera y se introducía por
vericuetos cubiertos de enramadas hacia las profundidades verdes. Aquí y
allá surgían huellas de actividad humana, un corte en la añosa corteza de un
roble, un tosco murete de piedra, algunos surcos trazados en el espeso tapiz
de hierba y musgo... Al borde de una pradera que trepaba por las cuestas de
la colina cercana, se alzaba un penedo grande y oscuro cubierto con
guirnaldas de flores, que dejaban ver manchas ocres sobre la áspera
superficie roqueña. Pasó sus dedos lentamente por las manchas y olisqueó
después el aroma acre y pegajoso de una sustancia grasienta que los había
impregnado. A su espalda, de entre las silvas, surgieron primero una y luego
varias cabezas peludas que lo observaban atentamente. Tras las cabezas
salieron al poco rato los cuerpos cubiertos de pieles de unos cuantos
montañeses que avanzaron sin ruido. Pero él se dio la vuelta, al tiempo que
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su mano izquierda levantaba un grueso palo terminado en una pequeña hoz
dorada. Ante aquél gesto los montañeses se detuvieron, alzando también los
brazos en una especie de saludo, contemplando al Viejo con temor y
reverencia, rodeándolo al rato en medio de invocaciones pronunciadas con
voces rudas.
Salokra´ch! Salokra´ch! Salokra, Drouiz, que los malos espíritus no
te acompañen. Han´ch tuile droukaad. Te acogemos. Bez gwenvidig,
madelezus´ch.
Como una respuesta, llegó entonces de los verdes senderos, de los
campos de rocas, de la umbría de los bosques, el ronco son de un cuerno,
que por un momento acompañó al gruñido profundo del mar y a centenares
de gritos alegres que repetían una y otra vez: Drouiz erruoud, Drouiz
erruoud...
Podríamos considerar tal vez, propter argumentum, que el Uno lo
fue, sin mancha ni consideración en contra posible, desde el principio
mismo. Concedamos también -el vino me vuelve generoso esta noche- que
vosotros teneis inteligencia suficiente para comprenderlo por las buenas, sin
que sean necesarios más circunloquios ni aclaraciones, ni más romperse la
cabeza con peros y con sin embargos. ¿Quereis decirme entonces, bellas
flores de estercolero, hermosos anclotes del mas duro hierro, quién...? ¿Si?
¿Qué pasa...? ¡Ah, claro! Tenemos la cuestión de lo intangible del ser. No.
No lo había olvidado, si verdaderamente te interesa saberlo. Únicamente lo
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dejaba para el final del razonamiento, así, como si fuera un fino detalle
dialéctico que culminase mi discurso, dándole un carácter ¿cómo decirlo?
Artístico. Eso es. Artístico. Aunque dudo mucho que supieseis apreciarlo
vosotros, escorzadores como sois. ¿Qué se me da a mi del Viejo ni de las
Viejas? ¿Qué me importa, por los Tres Reyes, que se reúnan allá en
asamblea o que anden de noche por el monte, ni lo que puedan mandar
contra nosotros? Como dice el ... bueno, el Legatus, sólo hemos de temer a
lo que somos capaces de imaginar y yo esta noche tengo algo flojas las
entendederas. Ni siquiera recuerdo aquello que vi, pasando por los bosques
de Adai, cuando de pronto la luz se fue y los árboles parecían murmurar
entre sí a mis espaldas y los compañeros desaparecidos que continuaban
llamándote, eeeeh, aaaah, pero tu nombre no sonaba como tu nombre,
vamos, como pronunciado por labios, dientes y lenguas, salvo que las
lenguas fueran...y los dientes... Está bien éste vino, válgame...un tanto agrio
y pegajoso en el gaznate, felices los que todavía conservan gaznates y
cabezas, aunque sean nubladas.
La Primera prueba será tan solo un signo o imagen de la Prueba. Se
le colocará ante la morada del Guardián para que éste salga con todo su
Aparato a matarlo o, cuando menos, a causarle un Gran Descalabro, porque
la Muerte, Real o Simulada, ha de celebrarse como Nacimiento y nadie
Nacerá sin haber sido despedazado antes por Garras y Dientes o por quién
sabe. Allí situado, verá con los ojos bien abiertos como se le acerca y lo
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notará cuando desde las cumbres donde mora llegue hasta él dejando un
rastro de árboles derribados y de conmoción de la tierra y de espantables
ruidos de hundimiento y de rocas que chocan y se despedazan a Su Paso.
Pero en tal ocasión, Él seguirá su marcha porque si Se Manifestara, nadie
podría soportar su Presencia ni su Hedor y además habrán procurado
calmar antes Su apetito por la cuenta que les tiene. Solo entonces, una vez
manifestado Lo Que Es, se mostrará el Guardián ante el sufriente y le dará a
beber aquello.
No veas tu la de melindres y aspavientos del Legatus cuando aquél
condenado y peludo individuo le puso ante los morros una taza de barro con
un mejunje que... ¡Por Artai!... olía peor que el negro barro de los infiernos.
Él, acostumbrado al suave albar. Él, que dormía entre pieles perfumadas. Él,
que torcía la cara cuando desfilaba la legio de rufianes sucios y desgreñados
por las marchas...Los hombres esperaban como quien no quiere la cosa,
haciéndose los desapercibidos y dándose con los codos, reventando de risa.
Y el otro, cogía la taza, la meneaba así y asá, acercándola a los labios en un
instante de valor para retirarla de nuevo y volver a mirarla fijamente, como si
temiera que su asqueroso contenido fuera a saltarle súbitamente al cuello.
Por fin se decidió y ¡hala! todo para dentro. No obstante, mal no debió
saberle el caldo, porque se relamía el muy ruín igual que si hubiera catado
ambrosía. Mira como salta y se retuerce aquél desgraciado de los cuernos.
Lo más seguro es que haya cocido los huesos de su abuelo para dárselos
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de sopa al Legatus. El sueldo no paga estos tragos, no señor. No los paga.
Yo siempre lo he dicho. Claro, como ellos están sentados tan ricamente en
la Urbe con esclavos que les espantan las moscas y les tratan de excelencia
para aquí y noble patricio para allá, cuidado con el sol que viene muy fuerte,
no se enfríe su gracia que el relente de la noche tras el calor es muy dañino,
la fruta, del tiempo, que demasiado fría puede engordar la bilis...Buena fruta
les daría yo, arrenegados sean. Nosotros aquí, lamiendo los huesos de unos
bárbaros desnaturalizados, riéndoles las gracias y por todo sueldo, marchas
y más marchas.
Lo primero es lo oscuro. La cara del Guardián que se acerca y se
acerca agrandándose hasta abarcarlo todo y más y más aún, las manchas
de la piel se hacen montañas y sus pelos como árboles cada vez mayores y
caes y caes en ellas y lo que antes parecían granos minúsculos se
transforman en cordilleras separadas por enormes grietas, profundas,
profundas y tu no deseas saber lo que allí mora, pero vas hacia su interior
cada vez más deprisa y te preguntas porqué no quieres que hagan ruido
pero ellos silban y silban, le llaman, le llaman y viene algo que sube
retorciéndose, apareciendo como Armado Con Mil Cuchillos primero corta un
brazo, después otro y las piernas una y la otra, divide tu tronco en cien
pedazos cada uno eres tu y tu conciencia, mete en su boca y mastica y los
trozos cada vez menores y todo desaparece al fín pero estás ahora dentro
de una enorme cueva y una escalera sube y sube con vueltas hasta
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perderse en la altura vas con el viento y los cánticos que comunican
insidiosamente en tu cabeza los secretos que has de saber cuando llegues
hasta Él cómo dirigirse al de las cuestiones que estaban el vino que importa
ahora el vino los posos son los que dicen de esta eternidad no beberé y
ahora ya sabes primero hablas con Uno y él te da las Piedras y las pone en
tu cuerpo aquí y allá cuando necesites llamas a la Piedra Fulana o Mengana
el Otro viene luego y sopla en tu rostro como el fuego de un horno el fuego
que harás caer sobre tus enemigos así despedazado recuperas tu unidad ya
les arreglaré luego las cuentas al demandadero y al otro que es eso de
reirse cuando uno anda en semejantes fregados por su culpa que si
hubieran explorado no se producirían ahora estas visiones.
Lo segundo es la altura y la distancia. Porque has salido de tí, ves
desde lejos y ¡qué intensidad, por los...! el mar y las rocas, Su morada en lo
alto, el rastro que deja en Su marcha, los infinitos planos de Su realidad
incomparable, oh las viejas leyendas y Lo que se veneraba allá en aquel
templo perdido y subterráneo junto al mercado, el sacerdote enmascarado
sacerdos eris in aeternum no era Cibeles no que era...¿Reus? ¿Reis?
Paraliomegus no cosas omitidas ni verdad tampoco cómo lo trajeron y con
qué ansias guardado estuvo in domo sua pero nunca con ese ardor a veces
figura con dientes para comer, comer ¿comemos, ñam ñam? No, no
comemos todavía que éste ha de hacer la ofrenda de carne y de sangre
primero las tajadas y luego la roja allá en lo oscuro discretamente, si, muy
discretamente igual que se hace lo prohibido. ¿Ves allá donde lo conocido
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se pierde? ¿Quiénes son esos que vienen? Por docenas, no, tal vez por
miles se cuentan y qué apagados marchan los inmensos ejércitos, cuanta
tristeza y cuan hondo es el afán que traen sus caras marchitas y grises pero
también arrastran los misterios que han de revelar, de cómo se hizo la
Espada y de cuantos deben manejarla al cabo de las edades.
Lo tercero es el fuego y la luz donde donde los edificios de pórfido
derrumbados algo se acerca y los sacude con una fuerza...pero son ellos
mismos y allí están los que como siempre decían que no eran responsables
de cuando aquél llegó hasta nosotros tomando la medida de todas las cosas
causando una impresión lamentable yo se lo dije no se cuantas veces al
desgraciado pero como si nada como si no fuera con él el comprobar una y
otra vez las cuentas a quién se lo dio sino el cuitado malas centellas...
estamos ahora en el secreto de los secretos en la cueva de los tontos que
no quieren ser convertidos en ceniza ni pasar por el gaznate sediento del
que a buenas horas me acuerdo porqué no le habré enseñado el juego de
manos tan buen resultado dio allá en el Donau ahora aparece ahora no está
¿dónde se fue? ja, ja, usted puede reírse pero así se fundaba en los tiempos
de mi... vale, vale, vale, VALE YA POR LOS TRES REYES...no me deis más
hostias me cago en...
A todo esto, el Legatus venga a retorcerse por el suelo entre los
toxos y los de su camarilla venga a perseguirlo tratando de pararlo igual que
si fuese un anclote suelto o algo así, les daba la risa, es natural, que cosa
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tan absurda nunca se viera. Los montañeses sin embargo estaban muy
serios escuchando no se sabe qué con aquellas caras de pocos amigos,
mirando las evoluciones y saltos del otro, salmodiando entre dientes, poco a
poco la salmodia se extendía más y más entre los árboles cubriéndolo todo
como una nube amenazante.
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