ELECTRÓNICA+RADIO+TV. Tomo X. TELEVISIÓN I Lecciones 59 y 60
La gotita 60's tomo ii febrero 2014
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l liderazgo y experiencia en el trabajo le-
gislativo del diputado Samuel Moreno Terán
se ve reflejado en el alto rendimiento mos-
trado por el Grupo Parlamentario del PRI-
PVEM, que él coordina en la 60 Legislatura
del Congreso del Estado.
Y es que según datos de la Coordinación de
Evaluación del Desempeño Legislativo 6 di-
putados del PRI-Verde se ubican entre los 10
legisladores que concentran el 41% del tra-
bajo legislativo general realizado en los pri-
meros tres periodos ordinarios.
“Estamos haciendo lo que nos corresponde
hacer, estamos haciendo el trabajo que los so-
norenses nos encomendaron al elegirnos
como sus representantes en el Poder Legisla-
tivo.
“El Grupo Parlamentario del PRI-Verde no
sólo busca tener una alta efectividad por el número de leyes presentadas, nuestro prin-
cipal objetivo es legislar con un alto sentido social siempre atendiendo las necesidades
más sentidas y de cara a los sonorenses”, indicó el diputado Samuel Moreno.
Las 78 iniciativas de ley y decretos de 6 diputados del PRI-Verde más el trabajo del le-
gislador Carlos Navarro del PRD representan el 41% del trabajo legislativo total regis-
trado desde el inicio de la 60 Legislatura, el 16 de septiembre de 2012 hasta el 24 de
enero de 2014.
El propio coordinador parlamentario Samuel Moreno Terán se encuentra entre los 10
diputados más productivos junto con sus compañeros de bancada José Abraham Men-
dívil López, Karina García Gutiérrez, Guadalupe Gracia Benítez, Alfredo Carrazco
Agramón y Humberto Robles Pompa.
El rendimiento en lo individual del coordinador parlamentario se refleja en 5 iniciativas
de ley y 7 iniciativas de decreto impulsadas en la actual legislatura.
Tiene Bancada del PRI alto rendimiento en
el Congreso del Estado
bajo la coordinación del
E
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La Ciudad de Ayer.
Hay un sentimiento general de
emoción al recorrer las calles
del Hermosillo de los sesenta.
Es una ventana a la imaginación,
un escenario social
insuperable, un libro abierto para
comprender la historia de los hombres
que la crearon, destruyeron o
reinventaron.
Valores históricos, sociales, artísticos y
culturales que la comunidad propició,
así como sus arquitecturas, personajes,
anécdotas y hechos relevantes.
Los hermosillenses valoramos el paso
del tiempo y nos sorprenden los
espacios insólitos ya desaparecidos,
costumbres, usos que sirvieron
a los personajes de entonces.
Seguimos en éste tomo II
adentrándonos y conociendo
aquel Hermosillo que en ocasiones
nos parece ajeno y distante, como que
nos negáramos a reconocer que el
bullicio estridente y la paz
tranquilizadora no hubiesen sido
producidos por los vehementes deseos
de progresar y de vivir de los nuestros.
Hombres y mujeres que tuvieron
aciertos, valores, contradicciones
e infortunios en la
ciudad de ayer.
D I R E C T O R I O
Mirsa Boom
Editor
Laura Lis Bojórquez
Directora Editorial
Lic. Belém Fuentes
Ejecutiva de Edición
Ing. Juan de Dios Bojórquez.
Director Técnico
Diseño
Julieta Miranda E.
Distribución en Sonora.
Guillermo Levi
Equipo BECA
Colaboradores:
Jorge Cristópulos G,
Miguel Ángel Santana,
Sergio Estrella,
Rodrigo García,
Oficinas:
Babilomo 6 Local 5
Valle del Sol.
Tel. (662) 2169037
Correspondencia a:
Jesús Bojórquez Woolfolk
Hermosillo Sonora, México.
La Gotita es un bien cultural
de Sonora que trata temas
de conservación, ecología,
costumbres, historia, salud
y características del ser que
habita en la parte noroccidental
de México. Data del año 1964.
Febrero del 2014.
De estas destacan la Ley Anticasinos, actas de nacimiento gratuitas para los recién na-
cidos en Sonora, sanciones más severas para quienes vendan o faciliten a los menores
el acceso a alcohol o tabaco y la integración de un seguro contra terceros gratis incluida
en la licencia de conducir por una póliza de 50 mil pesos.
Durante esta década, el clima moral y emocional de la ciudad estuvo bastante influido por el talante de una generación educada en las escaceses de la postrevolución, no obstante ello, se disfrutó junto con el pleno empleo, de un crecimiento continuo de los salarios reales y de un estado de bienestar en constante despliegue, el resultado de estos tres factores ya no volverá a repetirse hasta la fecha. Hay tantas cosas qué decir, tantas que cronicar y rememorar que todo mundo quisiera salir para ocupar su hipotético lugar en esa no menos hipoté-tica historia que la actualidad destruye día con día. El siglo veinte se fue ve-
Asómate a los 60
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loz, montando toda suerte de máqui-nas de tierra y aire a velocidades ca-paces de despelucar el pensamiento y las emociones íntimas. La realidad hermosillense de los sesenta, está marcada por un explosivo proceso de urbanización que se llevó a la Cervecería de Sono-ra, descobijó la Pera del Ferrocarril, acabó con la Casa del Pueblo, el Puente de Calderón, La Inalámbrica,
el estadio de la escuela Aja, la pérgola del parque, El Limoncito, El manico-mio, La prevo, El ideal, La Copacabana, los lavaderos públicos. Nada más el barrio Sambenito, en menos de cinco años, albergó las primeras cuatro colo-nias que conoció la ciudad: Modelo, Inalámbrica, Moctezuma y Obrera; y ter-minó de engullir las fronteras precarias de sus cinco típicos parajes vecinos: El peloncito, El vaporcito, La islita, La pitayita y La guapalaina. La década que nos reúne terminó igualmente con el Columpio del Amor, la Quinta Amalia, El huayparín, El molinito, El bacerán del puertecido , Bachimba, El retiro, El cerotal, Pueblo Nuevo, La uña, El jito, El puente Colo-rado, La galletera, La redonda, El agua de los coyotes… Pero en contraparti-da, en los sesenta Hermosillo se hace del anillo Periférico, termina de conso-lidar todas las grandes obras que le dieron una configuración de urbe impor-tante. Se preparó para rebasar los tres bordos, subir todos los cerros y termi-nar de ocupar todas las planicies. Se incrementa en tal forma la superficie de rodaje que por momentos no parece haber nada más atractivo en el paisaje de la ciudad que descansar la vista en sus carros. La sociedad se dejó extasiar por el Dios automóvil y se declaró su más rendida usufructuaria. Las calles se pueblan de una gran va-riedad de marcas, algunas irrepetibles: Vauxhall, Anglia, Lark, Studebaker, Nash, De Soto y los Packard radiantes que llegó a pilotar entre el aplauso y la admiración conjunta de conciudadanos y pacientes, el espectacular doctor Sotelo. El auge del pavimento urbano fue atronador y arrasante, jubiló juegos infanti-les como “La bebeleche”, “la cebollita” y “la burriquita” y se llevó entre sus aplanados a la dinámica disciplina de “el carro” o beis de mano, deporte modesto y sin exigencias, generalizado en medio de las calles, cuando esta ciudad tenía más árboles de guamúchil que postes de luz. Aquel que se jugaba con el torso desnudo y los pies descalzos, con una pelota de esponja que se golpeaba con
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la mano y con la particular fuerza que permitía todo el vuelo del brazo. Los “outs” se lograban bajo el sadomasoquista sistema de arrojar la pelota contra quien corría las bases. El objetivo, por lo general, era la cabeza. Este era, según yo, el deporte futuro de los mexicanos, porque el “carro” solaza, avie-ne, compromete, solidariza, porque es barato, con pocas reglas, claras y bien definidas. A los aplanados urbanos le siguió presuroso el de las carreteras. El ingeniero Oscar Pinto Luján y el contratista Belisario Moreno, desarrollan un ambicioso plan carretero en donde logran enlazar poblaciones que habían estado tradicionalmente marginadas de todo progreso. Se conecta Santa Ana con Caborca y San Luis, también con Imuris con Cananea y Agua Prieta, la olvidada Atenas es también considerada dentro del ímpetu vertebrador cami-nero y , en un itinerario petrolizado de menos de cien kilómetros, queda inte-grada al resto del estado. A la mitad de la década se termina la asfaltación a Kino y las inversiones en este rubro alcanzan para tender las vialidades agrí-colas de la Costa y hasta para subir empedradamente el empinado cubilete de los hermosillenses, el Cerro de la Campana. Se completa igualmente, el triángulo elitista urbano y los ricos tuvieron una tercera opción para habitar: la Pitic, la Centenario o la recientemente puesta Villa Satélite. Se construye a mil por hora y el concepto tradicional de casa va quedando sepultado por nuevos modos arquitectónicos de distribuir las viviendas y sus interiores. La inercia de los tiempos modernos licencia, entre otros cachivaches, al que había sido el último perchero. Objeto peleadí-simo de decoración. Mueble semiaéreo colocado contra la pared, de tres ca-ras frontales, la central correspondía al espejo por donde a diario asomaba la familia entera comenzando por aquellos que hacían la rasura. Las caras late-rales estaban ocupadas por cromos y litografías que, según los fabricantes de percheros, gustaban mucho a sus clientes: aquella que mostraba a una china poblana montada en la silla de un caballo y en sus enancas el enamo-rado charro nacional. El perchero no solo era un trebejo ornamental, adosado contra el muro de la sala, formaba entre su cara posterior y la pa-red, un hueco triangular que era utilizado como el seguro refugio de los papeles más importan-tes del hogar: títulos de identidad, de propieda-des, calificaciones, reci-bos de la luz y también aquellos símbolos que-ridos de la casa: los ombligos que reporta-
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ban el número de nacimientos en el domicilio y los zapatitos de la infancia. La juventud cobra idiosincrasia y protagonis-mo social. Elvis es el modelo a imitar, la juventud habla de compromiso. Para ser joven, para estar vivo, para ser decente había que comprometerse con la causa. La causa era el izquierdismo, la con-tracultura, la revolución, la lucha contra el poder. En aquella década, no estar comprometido, compromet-ía al individuo indeciso. Los pantalones levys comienzan a poseer valor de símbolo anticonven-cional. Fueron bandera de rebelión. Para nosotros, los pantalones levys han sido no solo el modelo de una generación que abarca desde mis padres has-ta mis hijos sino una manera de ser, creer y de vivir. Enfundados en ellos, miles de nosotros emprendimos la subversión política de los años sesenta. Dentro de una prenda así, se podía vivir largas semanas y hasta meses ante-s de mandarla al lavadero. Se untaban los dedos de brillantina para pasarla luego por los cabellos y acto seguido, se limpiaban las manos estregándolas por la lisa superficie de los levys, los cuales, al cabo de días, brillaban como chaquira y eran capaces de detenerse erectos cuando uno los dejaba para dormir. Algún ventarrón entraba por la casa, hacía caminar a estas prendas invaluables. Los anacronismos del lenguaje que llegaron con las riadas de emigrantes de todas las latitudes sonorenses pierden fuerza y poder y empie-zan a escribir su cuenta regresiva remitiéndose su uso para el coloquio fami-liar, cada día, en aquellos entonces, era raro encontrar quién pronunciase: rochela, guavesi, caguengue, furris, destramador, choropi, gollete, arriéndate y jóndialo. Aquella jerigonza considerada como el latín del español de los
pueblos vanguardistas del estado, languidece con el nuevo apostolado de la palabra universi-taria. También por última, la década constata el perfume personal que cada figura urbana le inyectaba al aire citadino: los espejuelos del arzobispo Navarrete, el voluminoso estómago del Chato Bernal, las jugadas del Viejo López, el crisol de Matías Cázares, las recetas del Nayo, el silbato de Moralitos, las mesitas de Ramón, el mandil de Isidoro, el menudo de la Chagua, el mercado de las rayas, el Misa de los Durazo, el troque de la Clarona, los tacos de Marcelino, el mercadito de Buelna, la quinta del Pixteador, la willis de Orión, las tortas del negro Simón, el grito del Guámara, la trova de
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los Chatos, los viejitos de Pedro Noriega, la mansión de Luis Torres, el caballo del Boby Thompson, la pipa de Chale Fitzgerald… Junto a esos destellos superiores de la sociedad desaparecen el quinqué de petróleo, la chinola y el betún, la nata de la leche, el batido de pinole, el cartucho y el pilón, el gerovital, el aceite de hígado de bacalao, la leche de magnesia, la vanguar-dia del viagra: las píldoras del Dr. Ross, el
jabón del perro agradecido y la purga de Macsocón, junto con la eficaz y afro-disiaca geombyna. Se afanan por último, las voces de personas tan queridas como Mauricio Saenz, con su piano, el mayor Isauro Sánchez con su batuta, los camiones de Madero, la suerte de Víctor Victorioso, el voceo del chino Calvario, los sartenes de Pedro Park, La charanga de Cuevas, la talabartería del Güero papa, la casa deportiva y melodiosa de José Oloño. Entonces la ciudad era quelitera, pero había sido ferrocarrilera y tam-bién cervecera como Milwaukee. En esta década los hermositanos se pasa-ron todo el tiempo enterándose de que en lo tocante a las marcas cerveceras el sol se pone igual que sale. Su cerveza favorita que por más de setenta años fue la High Life, tuvo entre otros reveces, el de perder a su principal ac-cionista y quedar en manos de una dinastía que no quiso reconvertir a la em-presa ni averiguar, más allá del expendio de la esquina, si ya el paladar de los consumidores reclamaba otros impactos gustativos. El imperio se vino abajo, la cerveza faltó en las barrileras de la ciudad y el apellido Hoeffer, la bandera heráldica de la ciudad, comenzó su curva declinante en la escala empresarial del estado. Un arco iris triste en verdad, que aún no termina de oscurecerse en el mapa social de Sonora. La cerveza, elaborada en Hermo-sillo con lúpulos y maltas traídos de tierras alemanas, casados aquí con el agua de pozos del barrio Las Palmas, que conoció los honores de reyes y príncipes, así como el contentamiento de artis-tas que el cine consagra-ba en Hollywood, cedió su lugar a las marcas artilladas que esperaban el inminente derrumbe. Durante toda esta década, el gusto sono-rense vaciló antes de decidirse por la cerveza
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que habría de conformar y enaltecer sus más ansiadas alegrías. Años después, la población había de darse cuenta que el reloj de la cerve-cería había posibilitado el triunfo del capitalismo en la ciudad, con sus silbatazos a las ocho, a las doce, una y seis de la tarde… Era la década de los sesenta, cuando las amas de casa enfrentadas a sus res-pectivos lavaderos seguían los tres movimientos de Fab, conscientes de que el remoje, exprima y tienda, superaban con mucho las cansadas horas del hervido de la ropa. Eran los sesenta, cuando las mujeres embarazadas se llenaban de horror nada más oír los desastrosos efectos de la droga thalidomida en el crecimiento de los recién nacidos. Mientras, la ex-perimentación agrícola en el valle del Yaqui empleó variedades de trigo mejo-radas y más receptivas a los fertilizantes y a los pesticidas. A estas semillas se añadieron nuevos sistemas de regadío y una potente mecanización. El resultado fue un aumento espectacular de las cosechas. Había nacido la re-volución verde que disparó la producción agrícola. El nombre del generador de este movimiento vegetal quedó plasmado en las calles de todo Sonora: Norman Borlaug. Aquellos que se habían ido a la costa de Hermosillo tan solo para sobrevivir, regresaron contando fajos de billetes y fueron vitoreados por los que aquí se quedaron como los agrotitanes. Entonces, era considerado como estatus tomar ron Castillo, bailar en el casino de Hermosillo, tener amistades de la Pitic, ser egresado de la Uni, con
novia rica, descender de abuelitos de ojos azu-les, estudiar leyes, ir a las fiestas con mancuer-nillas, fistol, y pisa corbatas, tener el aparato de moda en las azoteas de la ciudad, el culer, tener teléfono cerca de la casa, televisión en casa y casa de vaciado. Florece el recurso publicitario más eficaz del momento: tirar volantes desde un avión. Vir-gilio Ríos Aguilera regresa a Hermosillo con el campeonato de oratoria, apantallando a los es-tudiantes Carlos Armando Biebrich, Oscar Téllez Ulloa y Alan Sotelo, Demóstenes locales de altos méritos audicionales. En tanto, la ciu-
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dad comienza a perder sus aromas tradicionales: cierra la empresa Café Mejor y la elaboradora del aromático Combate se retira con rumbo a la carretera internacional, privándonos de los efluvios de sus dulces humos. Cierra la Cervecería de Sonora y cancela sus aromas a lúpulo euro-peo. Clausuran las soderías La Im-perial y La Pureza, llevándose sus exquisitas fragancias de panal de abejas, sidra, crema y cereza. Se incendia la fábrica de cigarros El Toro, de Arturo Calderón, desapareciendo el picante olor a tabaco cultivado en los pueblos del río Sonora. Textiles cambia de ai-res y deja de esparcir sus aromas a dril, caqui, mezclilla, artisela y lona. Violentamente van cediendo a la urbanización imperante las huertas de cítricos que acinturaban la ciudad, regalándole al ambiente una soberanía de fragancias de azahares. En chico rato, ya no se pudo recorrer la ciudad, vali-do de las narices únicamente siguiendo los olores de sus barrios y regiones, con los ojos ciegos. Declinan los oficios, los jóvenes se sienten influenciados en la organi-zación de sus vidas por las tareas profesionales universitarias, por tanto, a la economía se le dificulta encontrar cerveceros, cesteros, cigarreros, fosfore-ros, jarcieros, sobadores, levantamolleras, parteras, pastureros. Se considera como el talismán de la buena fortuna estudiar para obtener un título que per-mita ganarse la vida con menos agobios. En esta década, los estacionóme-tros y los semáforos son novedad. El oro blanco es el orgullo de la costa y el titán exitoso el “Tigre” Julián García Pesqueira. El presupuesto anual de la ciudad es de doce millones de pesos. Alicia Arellano es la diputada joven que trabaja eficazmente en la política. Las lociones del momento: Old Spice y Jockey Club. Brillantina: glosto-ra para su cabello, Cheseline y Wildroot; los anuncios de la radio más céle-bres: a dónde vas, conejo Blas, al diecinueve con Nicolás, pago menos y co-mo más. Usted, es un preciado regalo, Funeraria Uriarte tiene su estuche. Menguan su uso multitud de cos-tumbres infantiles: circular por la calle me-tido en una llanta, atravesarse las palmas de las manos con agujas, hacer el zorri-llo, colocarse el estambre de un obelisco en la punta de la nariz, pisar los zapatos nuevos para que tengan larga vida, hacer antiparras con alambre de paca, forrarse los dientes con papel de cigarro, echarle
una piedra al refresco para sacarle gas y hacerle un agujero a la ficha para que el líquido, con el engueramiento, dure más. Voces del inglés metidas de lleno en el habla diaria: Bye bye, Honey-moon, winnis, daikiri, shower y también “sanababichi”. El espectáculo hidráulico por esta época es observar la operación de aseo de la barredora eléctrica arrojando gruesos chorretes de agua al embal-dosado central del bulevar y mojando a los inocentes que se detenían a con-templar la nueva maravilla municipal. Misterio y estupefacción: la desaparición del atlético y vital Juan Pedro Félix, supuestamente en aguas de Kino. Por estas fechas las madres jubilan el biberón de cayetanita y chupón, artilugios improvisados que venían sirvien-do desde los oscuros tiempos para alimentar a los niños. Dejan de pasar ca-sa por casa los lecheros, los ropavejeros, los cines de barriada, los panade-ros, los gaseros con mugido de vaca para alertar a las amas de casa. Ya no llegó el anual cancionero Picot, ni el hombre mosca, ni el cocinero acco, ni los leñeros, ni se volvió a tratar de mercar una gallina a las puertas del hogar, con el cálculo inobjetable de pulsarla con las manos. Empujadas por el repunte de la literatura pasan lista de presente algu-nas publicaciones que dieron cuenta del talento o de la falta de visión para hacer empresa de algunos editores novatos. Tal fue el caso de la revista Tri-go de Ismael Mercado, con temas trascendentes de la cultura universitaria que no pudo conocer el segundo número. Igual suerte corrió la revista litera-ria de Alma Sonot de Jesús Bojórquez que le fue imposible seguir enumeran-do a la grey universitaria el total de los poetas y cuenteros de Sonora cerrando sus páginas en la tercera edición barrida por la huelga del 67. De gran mérito el periódico irregular Lex que dirigió por un corto tiempo el estudiante de derecho y periodista profesional Carlos Moncada desde los interiores de la universidad. La publicación que hizo suyos los sue-ños y las realizaciones estudiantiles al convertirse en el espejo de la juventud estudiosa, fue Presente, fundada y man-tenida por el estudiante de derecho Ge-naro Encinas Ezrre, conjuntaba las noti-cias, reportajes, manifestaciones cultu-rales y sociales y también los más sa-brosos chismes de la clase escuelante. Llegó a tener una consistente lista de auspiciadores entre los que se encon-traban algunos agentes aduanales y
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decenas de anuncios de diferentes casas comer-ciales de ciudades del estado, lo cual daba una clara idea de la enorme simpatía que generaba la actividad de la Máxima Casa de Estudios. Los jóvenes agropecuarios, Morelos Vargas y Julián Moreno logran que su “Porqué” encuentre abrumadora aceptación validos del conocimiento del intríngulis de la política académica y de una vena humorística que no ha tenido paralelo en la historia estudiantil. Buenos periodistas universitario fueron Ernesto Campbell, quien trabajaba para un diario local y Milton Castellanos a quien le tocó dar vida a la columna Pablo el estudiante, editada por El Imparcial, que llegó a convertirse en lectura obli-gada para quienes tenían sus sentimientos puestos en la universidad. A su vez, en el plano estatal, los columnistas más leídos fueron Engue-rrando, Casanova y Healy, en ese orden, además Carlos Arguelles, Fortino León, Rogelio Moreno, Miguel Ángel Moreno Cota, Rafael Vidales, Israel González, Jesús Tapia. En este tramo El Imparcial pasó a ser matutino y en medio de la década se animó a trabajar el séptimo día. Llenan la tarde her-mosillense las voces de los papeleritos convocando a los lectores para que lleven lo mismo El Regional, El Pueblo o El Heraldo, así como la airada y sensacionalista Extra de la tarde. También en este paso se eSonorense stre-na periódico: el diarista metropolitano Carlos Arguelles, arranca con El , cuya gran innovación eran el suplemento deportivo en pálido color verde, la sec-ción dedicada a la cultura con el alentador nombre de Bellas Letras de Sono-ra, además de la columna dominical Run Run del propio Arguelles. Mientras tanto, El Regional de la familia Healy, desaparece antes del final de la déca-da, habiendo sido uno de los proyectos más ambiciosos del periodismo escri-to de los años cincuenta. Había nacido con el objetivo de liderar el mercado matutino y nublar los fulgores de La Opinión y El Monitor pero hizo agua, acu-ciado por los elevados costes de producción y la escasez de ventas. En esta época igual trazó su postrer vuelo Letras de Sonora, que dirigió el político y empresario Arístides Prats. Uno de los emblemas de la literatura sonorense, el último. Letras de Sonora era la cantidad de literatura llegada de todas las par-tes del estado sin meterse en política. Fueron cerca de seis años de exprimir lo mejor del pensamiento regional, de abrir ventanas continuas a la libertad y a la creación, páginas de fantasía, de meditación, imaginación y grandes mentiras sin malicia. Sus colaboradores que aparecían regularmente: Abiga-el, Alonso, Cristóbal Ojeda, Mosén Francisco de Ávila, María de la Luz Valen-zuela, Juan Eulogio Guerra, Jesús Bojórquez, Carlos Moncada. Saludaba a sus lectores en blanco y negro, magníficamente editada e impresa, con sóli-
dos patrocinadores, entre ellos el propio gobierno. Murió Letras de Sonora por el cambio climático político que le tocó vivir al estado, cuyo gobierno pasó de las manos humanistas de Luis Encinas, a la rústica visión que le sucedió. Letras nos enseñó a distinguir lo poético de lo cursi, lo importante de lo so-lemne, lo inteligente de lo ampuloso, lo serio de lo aburrido. En una palabra, a separar la carne de los pellejos. Se abre en los límites de la Universidad la biblioteca Benjamín Franklin con un acervo bibliográfico virtualmente ilimitado y prestando al estudioso de la localidad servicios invaluables como el de lle-var lectura a domicilio en camionetas del último modelo. A partir del cierre de este centro de cultura, la ciudad ya no volverá a contar ni a tener una fuente de sabiduría de aquel calibre, hasta la fecha. Se inaugura el Imarc y al propio tiempo la Alianza francomexicana para cautivar a los interesados en el conocimiento de los idiomas. En esta década se consideró el baile blanco y negro como la fiesta que marcaba con claridad las clases sociales, la diferencia entre la gente de buena crianza, decente, de cuna y los demás, que formaban las vallas en las afueras de Palacio para corear los vestidos y el boato en general, de los asistentes. Tan lógica resul-taba la diferencia, la arrogancia de los que vestían el terno de blanco o de negro que hasta el más retobado de los convencionalismos sociales estaba conforme con ello, albergando quizá dentro de su pecho la idea de que algu-na vez la ingrata fortuna giraría azarosamente para colocarlo dentro de aquel palacio cuyos ladrillos fueron conquistados uno por uno a través de las lu-chas sociales.
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Uno de mis recuerdos de la infancia que se ha quedado grabado en mi mente, es la famosa “Pera del ferrocarril de Hermosillo” a la que, los que habitábamos en esos tiempos de los años 43 al 50, en los alrededores y en toda la ciudad le llamábamos “La Curva”, así nada más a secas. Muchos años después nos dijeron que se llamaba “La Pera del ferrocarril” por la for-ma que dibujaban el tendido de las paralelas de acero. Esta famosa curva la utilizaba el ferrocarril para que sus trenes o con-voyes entraran en la ciudad de Hermosillo y regresarse por donde vinieran, para dirigirse posteriormente hacia el sur o al norte del estado. La compañía del ferrocarril que usaba la vía y daba servicio a toda la costa del Pacífico hasta la ciudad de Guadalajara, era la Sud Pacífico; que nuestros mayores después la bautizaron como “sudpaciencia”, debido a la lentitud que fue adquiriendo el servicio; debido a la burocratización de la com-pañía al pasar a manos del gobierno y tal vez también, porque el mundo se transformaba rápidamente con el transporte aéreo y las carreteras pavimen-tadas. En mis años infantiles, los chamacos de 6 a 12 años de edad, nos íba-mos a jugar al “gato” a la “beis larga” o al beisbol, en los terrenos aledaños a la mencionada curva. Yo jugaba en algunos partidos, no por bueno, sino por-que aportaba para el juego: un bate, una pelota, un guante de cátcher y un guante de fildéo cuya caja se definía muy bien por una costura de la misma
“LA CURVA” NO PODEMOS OLVIDARLA
Por Jorge Cristópulos Granillo
baqueta de que estaba hecha la manopla. Nos juntá-bamos todos los que vivía-mos desde la calle séptima hasta la novena, los de barrio de retiro, los de la placita V de la victoria en la calle De-gollado, los de la plaza 16 de septiembre, hoy Hidalgo y los de las calles Colima, Duran-go, Coahuila, Manuel Gonzá-lez, Jalisco y Puebla: al-ternándonos el taste o campo para jugar. Esto sucedía por la parte norte, no-reste y noroeste de la mencionada curva, por donde hoy se encuentran las clínicas Lasalle, Marni y el hotel La Finca y por donde se encontraba el ya desaparecido Cinema 70. Por el suroeste se juntaban los de la calle Jalisco y Garmendia, donde hoy se ubica la tienda Ley. Nos reuníamos chicos y más grandes sin importar clase social, que después supimos y sentimos que las había. Allí jugaban el Chiculi, el Pilin-gas, el Mocho, el Teco, el Zurrapa, los López Díaz, los Ávila, Astorga, Tama-yo, Méndez, los Munguia, Torrescano, Loustaunau, los Valenzuela, los Iba-rra, Contreras, Granillo, Encinas, Trasviña, Noriega, Burrola, Salgado, Precia-do, Del Toro y un etcétera de chamacada de aquellos tiempos. La mayoría estudiábamos en la escuela Prof. Enrique C. Rebsamen, que después nos la cambiaron, ya nueva a Prof. Ángel Arriola. A veces recibíamos la visita de muchachos de otros barrios que nos retaban a jugar beisbol; y si perdíamos los más grandes se enojaban y los ganadores ponían pies en polvorosa tra-tando de esquivar la lluvia de piedras que les arrojaban a los perdedores. En ese tiempo, la ciudad de Hermosillo se extendía por el norte hasta la calle Veracruz y la Aguascalientes, donde estaba la entrada al aeropuerto, en lo que hoy es el hospital Chávez del ISSSTESON, exactamente donde terminaba y hoy inicia la calle Matamoros. Por la calle séptima y por el barrio del Retiro, existían unos corralones o vecindades, que aquí llamábamos “bolsa” en las cuales vivían muchas fa-
milias de escasos recursos económicos y entre las cuales la mayoría de ellas ejerc-ían el oficio de vender alimentos y café a la llegada de los trenes de pasajeros a la estación del ferrocarril. Estas personas tenían tan aguzado el oído que escucha-ban el tren desde que pitaba en las bom-bas; que es actualmente parte de la zona de captación del agua potable de Hermosi-
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llo, al sur de la colonia Los Naranjos. En ese momen-to y para que su mercanc-ía estuviera recién confec-cionada, comenzaban a calentar el café y a elabo-rar los “burros” o tacos de tortilla de harina de trigo y de maíz que venderían a los pasajeros del mencio-nado tren; ya fuera este “el mixto” o “el rápido”. En el momento en que el tren entraba al inicio de la curva, que era a la altura de donde hoy se cruza la calle H. Aja con el
bulevar Luis Encinas, estas personas, generalmente mujeres con sus hijos, salían disparadas de sus vecindades, con canastas y ollas donde llevaban debidamente tapados los tacos, tostadas, lonches y burros de diferentes mezclas de carne de res con papas, con carne de pollo, con frijoles, etc. Otras llevaban también con la ayuda de sus esposos o hijos las cafeteras con café caliente, cucharas y tazas de peltre o de porcelana; las menos llevaban leche y otras aguas de horchata y cebada. En un instante, mientras el convoy daba vuelta a la curva o pera, la estación del ferrocarril se convertía en una romería. Ahí se reunían los que vendían alimentos, aguas frescas, fruta de horno, frutas o alguna otra mer-cancía, los que viajarían, los que los despedían, los empleados del ferrocarril, los maleteros, los cargadores del express con sus carretas con ruedas em-pujándolas y gritando: “¡Ahí va el golpe!”; además de una infinidad de curio-sos que acudían y tomaban este evento como una diversión más que tenía la ciudad para ofrecerlo de gratis a sus pobladores. Los pasajeros del tren tenían por costum-bre comer en las partes donde se hacía escala, y lo hacían en su asiento del carro donde viajaban, asomándose por la ventanilla y llamando a la persona que anunciara la vianda que en ese mo-mento se les antojaba; ya que al hacer alto el tren aquello se convertía en una batahola de gri-tos anunciando los vendedores a todo pulmón la mercancía que vendían. Algunos pasajeros eran expertos en conocer el menú de casi todas las estaciones en las que el tren paraba; sobre todo
los que viajaban frecuentemente y entre ellos los llamados agentes viajeros (viejeros les decía la raza), que eran representantes de distintas negociacio-nes del centro de la república, que venían a promocionar y levantar pedidos de sus productos. Así teníamos que Carbó era famoso por sus burros de carne de gallina con papas, las malas lenguas decían que eran de carne de zopilote con pa-pas; pero de todos modos eran muy sabrosos. En Hermosillo los tamales de carne, de elote y los tacos de picadillo, además de las naranjas. En Empalme las bolsitas de los sabrosísimos camarones enteros cocidos en agua de mar, atrapados en el estero ese mismo día por los vecinos de Bella Vista, barrio contiguo a la estación del ferrocarril. En estación Torres, las quesadillas so-norenses. En el trayecto entre Magdalena, estación Pierson (Terrenate) e Imuris, la venta de fruta de temporada como duraznos, membrillos, ciruelas, albaricoques, granadas, cañas y los frascos de conservas dulces de esas frutas, así como de cajeta de mem-brillo y de durazno, chiles pico de pájaro curtidos y las infaltables que-sadillas de Imuris. Total, eran viajes de pura tragazón. A veces algunos pasajeros vivales y sobre todo en las estacio-nes donde la parada era de pocos minutos, se iban sin pagar o se lle-vaban alguna taza o vaso del pobre vendedor; pero también por otro lado, éstos últimos aprovechando que el tren iniciaba la marcha, no daban el cambio o “feria”, como decimos los de aquí. No obstante la vendimia anteriormente descrita, el tren contaba con un establecimiento comercial llamado “la cooperativa” o “publicaciones”, situado en alguno de los carros de pasajeros de segunda que conformaban el con-voy. En este establecimiento, se vendían refrescos embotellados de marcas extrañas para nosotros, como la Delaware Punch, por ser del centro del país, así como aguas minerales recordando muy bien la marca Garci Crespo; sándwiches de queso amarillo o de jamón y bolognia, cacahuates salados, garapiñados de cacahuates y colaciones con semillas de cilantro, otros dul-ces de varios sabores y los de papelitos de marca Larín. Caramelos y paletas de malvavisco cubiertas de chocolate, también manzanas enmieladas y una infinidad de revistas y períodicos de la ciudad de México y Guadalajara. El encargado de este establecimiento también portaba un kepí al estilo de los conductores y porteros del Pullman, pero sin saco ni chaleco; pues hacía su trabajo en mangas de camisa y pantalón azul marino. En el recorrido entre estación y estación, cargaba una canasta de mimbre con variada mercancía
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y recorría todo el tren ofreciendo en voz alta los artículos que vendía, hasta en la toquilla de su gorra se acomodaba revistas chicas como el Pepín, el Chamaco y el cancionero Picot. De los artículos que vendía este personaje, lo que más me llamaba la atención y creo que a mucha gente, eran los paquetes de dulce de cajeta de Celaya, compuestos de 5 cajitas cilíndricas de madera muy flexible de una pulgada de alto cada una, cubiertas de papel de china, unas verdes, blancas y rojas, formando un paquete colorido amarrado con cáñamo de ixtle que for-maba una red, de tal manera que no se soltaba ninguna de las cajitas. Era una hazaña comerse el contenido de estas cajitas, pues había que utilizar parte de la tapa, hecha de madera más dura, como cuchara y terminaba uno todo embarrado de cajeta. Otra de las cosas de llamar la atención eran los paquetes de plátanos pasados, envueltos artísticamente en hojas secas de la planta del plátano, que formaban un empaque rectangular, amarrado con hilos del mismo material, y con una ventanilla de papel celofán que dejaba ver el contenido enmielado y sabroso. Estos dos paquetes descritos anterior-mente eran y son unas obras de arte, dignos de exhibirse en cualquier expo-sición de arte mexicano. Volviendo a Hermosillo, en la estación frente al andén, por el lado opuesto por donde abordarían los pasajeros, ya había establecidos varios comerciantes de alimentos, con sus mesas cubiertas de manteles de hule de vivos y variados colores, con bancas de madera; sus anafres con sus respec-tivos comales hondos, en los cuales tenían el aceite o manteca comestible hirviendo, listos para freír las enchiladas, gorditas (sopes o pellizcadas en el sur) y tacos dorados. También tenían sus ollas llenas de rico menudo estilo sonorense y el pozole con carne de puerco y chile colorado. Estos comer-ciantes establecidos, permanecían allí ofreciendo sus servicios desde las 6 o 7 de la tarde, cuando cada uno regaba su área con agua acarreada en bal-des o cubetas, hasta después de que pasaba el último tren y hasta las 12 de la noche o una de la mañana, pues no solo brindaban sus servicios al pasaje del ferrocarril, sino también a la comunidad hermosillense, que gustosa se deleitaba frecuentemente con estos antojitos mexicanos. Como eran varios establecimientos los de este tipo, la gente les llamaba “Las Mesitas”. Con respecto a la afición de los hermosillenses de esos tiempos a ir a pasear y ver la llegada y la salida del tren de la estación y curiosear al mismo tiempo quien se iba, quien llegaba , cuantos iban y cuantos venían; se cuen-tan muchas anécdotas, unas reales y otras con origen en otras ciudades de la república, pero trasladadas a esta ciudad. La costumbre era ir a “dar la vuelta al Jardín Juárez” que es la misma plaza o jardín donde hoy se encuentra el monumento al Benemérito de las Américas; esto se iniciaba al ocultarse el astro rey,
sobre todo en el verano, cuando ya se había salido de las labores a cada uno se dedicara. A estas horas las personas empezaban a llegar a tomar refrescos, raspados o nieves en múltiples puestos que para el caso había establecidos en el mencionado jardín, unos grandes y otros pe-queños, los grandes como El Limoncito y El Naranjito, por el lado de la calle Juárez y los más chicos por el lado de la calle Sonora. Este conglomerado de gente era aumentado por los que acudían a las funciones de los cines que se encontraban alrededor de este jardín y que al salir de la primera función a eso de las 10 de la noche, aprovechaban para pasear y disfrutar de las otroras tranquilas noches de verano o pri-maverales de esta ciudad o tomar algún refresco o antojo, escuchar música que no faltaba y posteriormente trasladarse a la estación del ferrocarril, que estaba situada a una escasa cuadra de distancia, en cuanto escuchaban el silbato del tren que anunciaba su entrada a la ciudad. Cuentan como anécdota que una vez un político que vino de la ciudad de México a pronunciar un discurso a favor de determinado partido y de su futuro candidato a un puesto importante de elección, aprovechó para iniciarlo, el momento en que la gente salía de la primera función de los cines y que junto con la que estaba en el mencionado jardín, formaban un considerable auditorio muy conveniente para sus fines políticos. Empezó su discurso, co-mo se dice, “a voz en el cuello” y al momento tuvo una considerable audien-cia, pues la gente tranquila y sencilla de esta ciudad de momento no tenía otra cosa que llamara su atención y menos tan inesperada a esa hora. El político empezó a hablar y llevaba cosa de 10 minutos en ese quehacer, sin-tiéndose muy orgulloso y ufano de su oratoria y por la atención que le brinda-ban, cuando se oye el silbato del tren que anunciaba su llegada a la ciudad y en ese momento como si fuera una sola persona, aquella multitud oyente, al unísono corrió hacia la estación dejando al orador completamente solo hablándole al vacío, al momento que decía: “Pueblo trabajador, pueblo de titanes, pueblo noble, pueblo sufrido, pueblo … (desbandada), ¿pueblo? … ¡Pueblo trenero jijo de la jijurrias!”. Dicen que hasta los partidiarios del político y organizadores del mítin también corrieron a ver la llegada del tren. El personaje se quedó solo arriba de una banca, llorando su desventura y consolado únicamente por uno de los dueños de la refresquería más cercana. Siempre se dijo y se ha dicho que en ese tiempo en la estación del ferrocarril de Hermosillo, Sonora, el conductor del tren llegaba a la estación primero que el tren ¡y era cierto! Esto llegó a publicarse mundialmente en la
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sección periodística de casos curiosos “Aunque usted no lo crea” del famoso editor Ripley. Pero respecto al hecho anterior, hay que aclarar algunos puntos. Mu-chos interpretan que el conductor del tren es el que guía la máquina que jala el convoy, pero no es así, el que maneja la máquina, para los ferrocarrileros y para los sonorenses, es el maquinista y el conductor es un personaje de alta jerarquía en la organización ferrocarrilera, que es el responsable de la mar-cha de convoy y toma todas las decisiones inherentes al caso, en todo el tra-yecto, en que esté a su mando. El Conductor era y creo que sigue siendo la persona de mayor autoridad en un convoy y jefe de la tripulación del mismo. Es el responsable de que se cumpla con el itinerario que se le ha señalado al tren, desde su salida de una estación de cambio de tripulación, hasta llegar a la estación de destino en que le corresponda entregarlo a otro conductor. También es quien revisa y perfora los boletos de los pasajeros que van en el tren o les vende su respectivo pasaje a aquellos que por alguna razón no lo hubieran comprado en la estación que abordaron. Él anuncia y da la orden de salida en casa estación en que se hizo una escala, dando una orden con se-ñales de su linterna y además verbalmente diciendo en voz alta “¡Vámonos!”, a lo cual el maquinista responde dando dos silbatazos y reanuda la marcha hacia adelante. Llevaba una minuciosa bitácora donde iba describiendo las acciones que se presentaban y las órdenes que giraba a su tripulación; así como los encuentros y los lugares donde le darán o dará paso a otros convoyes. Solía traer un reloj de bolsillo, colgado de una cadena, que generalmente se lo guardaba en uno de los bolsillos del chaleco del elegante traje azul marino o negro que era su uniforme, el que se complementaba con un kepí redondo (como los que usa el ejército francés) del mismo color del traje y con una banda circular perforada (como de ratán), que le servía para airear su cabe-za. Su uniforme se complementaba con una lujosa linterna niquelada de forma muy especial, que se la sujetaba en el antebrazo, con un aro que con-formaba la parte superior de dicho adminiculo, y por supuesto la pinza perfo-radora con la cual cancelaba los boletos de los pasajeros, moviéndose de uno a otro para revisar los boletos y vigilar que todo estuviera en orden du-rante el transcurso del viaje; a veces descansaban o se ocupaban en arreglar su bitácora en uno de los carros del servicio de Pullman, donde el jefe de esa sección independientemente de la compañía del ferrocarril, le prestaba un lugar en su despacho o cabina. Yo admiraba mucho a estos personajes y tuve por suerte conocer a tres de ellos, que eran amigos de mi papá: Don Dudolfo Cota, Guadalupe Virgen y Joaquín Baro. No cualquier persona de-ntro de la organización del ferrocarril llegaba a esta posición, pues se conse-guía a base de escalar los diferentes puestos que existían en la conducción de un tren, con dedicación e inteligencia.
Una vez definido quien era el conductor del tren y retomando el hecho de que se decía que en Her-mosillo llegaba primero el conduc-tor que el tren, esto se explica, toda vez que al disminuir la velocidad el convoy al iniciar la curva, en el pun-to donde hoy cruza la calle H. Aja con el bulevar Transversal, el con-ductor se bajaba del tren en la es-quina norte que hoy forman la calle Manuel González y el Bulevar Transversal. De ahí se encaminaba a paso normal hacia la oficina del jefe de estación, que estaba en el propio edificio que conformaban las diferentes ofi-cinas administrativas y de servicio al público de la misma estación, situada en lo que es hoy la esquina norte de la calle Juárez y Transversal. Mientras esto sucedía, el tren seguía su marcha recorriendo la curva a baja velocidad, pues de otra manera se corría el riesgo de que se volteara el convoy, como algunas veces sucedió, pero afortunadamente solo con los trenes de carga que tenían menos precaución al hacer el recorrido. Este tra-yecto, lo hacía el tren jalado por su máquina, en la cual iban el Maquinista y el Fogonero, encargados de operar la locomotora, tardándose aproximada-mente entre 7 y 10 minutos en llegar a la estación subiría el pasaje, el correo y la carga express (así se llamaba la carga liviana). Para ese entonces el conductor ya había rendido su reporte, y recibido las nuevas indicaciones que se tuvieran para cumplir el itinerario que se seguiría a partir de esa hora e inclusive ya se había tomado su buen café acompañado del jefe de la esta-ción, el jefe de telegrafistas, el encargado de carga, el maquinista de la loco-motora de patio y a veces hasta de un superintendente de vías que se encon-trara de paso. Es así como invariablemente se cumplía con esta especie de rito, todos los días, dependiendo de los trenes que llegaran a Hermosillo. Otra aclaración que es pertinente hacer es el hecho de que existía de-ntro del área que delimitaba esta curva, una red de vías férreas que forma-ban el patio de maniobras para el estacionamiento de los carros de carga, góndolas y carros tanque. En ellos llegaban del sur y del norte, diferentes mercancías, comestibles, granos, fierro, combustibles, aceites y gas; así co-mo también circos y diferentes atracciones mecánicas para mayor deleite de los habitantes de esta entonces tranquila ciudad. Tanto los circos, carpas de variedades y atracciones mecánicas, levantaban sus instalaciones en esta área. También estaban las instalaciones de Petróleos Mexicanos, dos gase-ras, un almacén de una compañía constructora, otros almacenes y una báscula del Sr. Luis Salcido, para el pesaje de camiones cargados de trigo u otros granos. Entre lo que es hoy la cuchilla que forman las calles Oaxaca,
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Manuel González y Trans-versal y yendo hacia la ca-lle Revolución y enfrente de unas platanerías que exist-ían en ese tiempo, se en-contraba, al lado de la vía un tanque de fierro elevado, color negro, que contenía agua que servía para car-gar las locomotoras, con la cual producían el vapor, que transformado en energ-ía movía las ruedas motri-ces de la máquina y arras-traba el tren. En alguna parte del centro de la Curva, se encontraban unos corrales que tenían su rampa o em-barcadero, que servían para subir o bajar del tren el ganado, o los grandes animales del circo y las cebras. Entre las calles Matamoros y Juárez, frente a lo que hoy es un establecimiento comercial llamado Sears se encontraba una plataforma elevada de paredes de concreto, que tenía la altura precisa de la parte inferior de la puerta de los vagones de carga, y servía para cargar y descargar maquinaria de distinta índole. El acomodo en las diferentes espuelas o vías, de los carros, góndolas y carros tanques que se descargarían, los hacía una máquina de vapor, co-mo entonces eran todas las que jalaban los trenes de esta división. Hasta en los 50’s se introdujo el servicio con las máquinas de motor a diesel. A esta máquina de vapor que era un poco menos potente que las que regularmente prestaban el servicio de arrastre, se le habían quitado las ruedas guías delan-teras, que eran las más pequeñas situadas poco después de la parrilla o de-fensa delantera de la locomotora, esto con el fin de darle mayor maniobrabili-dad al recorrer la curva o al internarse en las diferentes espuelas donde tenía que acomodar los furgones. Por carecer de estas ruedas, la gente lo bautizó como la máquina “Mocha” y no como alguien que escribió por ahí que porque recorría la curva sin ningón furgón arrastrando. Tal vez porque esta locomoto-ra era la única que recorría la curva con singular velocidad, la gente empezó a utilizar la expresión “iba hecha la mocha”, para señalar a alguna persona que se trasladaba en forma rápida. Los trenes que llegaban a esta ciudad eran: El Rápido, El Mixto y los de Carga. El Rápido se formaba únicamente de carros de pasajeros de pri-mera y segunda, la sección Pullman de coches dormitorio, el carro del Expre-ss y el del correo. El Mixto arrastraba carros de carga, de pasajeros de prime-ra, segunda y tercera, además del correo y el express, por lo cual se le llama-
ba Mixto y era más lento en su recorrido por la carga que arrastraba y porque en todas las estaciones del recorrido hacía escala, ya sea para cargar o des-cargar o pegar o despegar algún carro de carga. Los de Carga se componían de puros carros de cara de los diferentes tipos ya mencionados y en la parte posterior del convoy el último carro se llamaba Cabúz y estaba diseñado es-pecialmente para el transporte y descanso de la tripulación. El tren rápido de pasajeros, era el que generalmente tenía derecho de vía en todo el recorrido y los otros trenes tenían que cederle el paso, apartándose en algún desvío, mientras esperaban que pasara el Rápido u otro convoy que fuera necesario darle la vía libre. Estos encuentros los conocían los otros convoyes porque el conductor respectivo lo tenía anotado en su itinerario, que le había proporcionado el jefe de la estación o de tráfico de convoyes al salir de su punto de partida o de la estación más reciente, pero también lo verificaba en las llamadas “casitas” que en diferentes tramos del recorrido existían a la orilla de la vía y que esta-ban equipadas con telégrafo primero y después con el teléfono por el sistema que llamaban de “Carrier”. En estos lugares el conductor ordenaba al maqui-nista que hiciera una escala, utilizando para ello señales con su linterna o con uno de sus ayudantes llamados “garroteros”, por el garrote que portaban para usarlo de palanca al aplicar los frenos de los carros cuando era necesario; una vez dentro de la “casita” el conductor requería información con respecto al encuentro que tenía programado para conocer si se modificaba la hora y el lugar, por algún atraso que hubiera surgido en el tren al que tenía que dar-le el paso o confirmar lo ya establecido. Dependiendo de los resultados de su
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investigación tomaba las me-didas establecidas por el re-glamento y todo lo apuntaba en la bitácora que había en la casita y en la suya consig-nando la hora, instrucciones recibidas, de quién, etc. Todo esto porque así estaba regla-mentado, y para en el caso dado, deslindar responsabili-dades. Pero regresando a nuestro tema principal, “La
Curva”, un día a finales de 1946 o principios de 1947, no recuerdo bien (sin duda, el Ing. Jorge Platt, quien es un excelente profesionista sonorense, no lo puede aclarar, pues él era, siendo muy joven, residente de construcción de los canales de la presa Abelardo L. Rodríguez y ni siquiera una sección de canal, puente o sifón lleva su nombre) la bucólica tranquilidad de la curva se vio interrumpida por el ruido de infinidad de tractores y palas excavadoras cargadoras y dompes (camiones de volteo) pues estaban excavando el canal principal de la presa de Hermosillo, que corría paralelo a todo el contorno interior de la curva del ferrocarril y la abandonaba por la parte poniente, en un conducto oculto que corría por la calle Puebla, con rumbo al hoy Hospital Ge-neral del Estado. Para toda la chavalada de los alrededores, esto fue una fiesta, pues nos daba la oportunidad de pasearnos dando vuelta y vuelta en los dompes, a cuyos choferes les pedíamos “raite” y ellos encantados nos permitían subir a la cabina con ellos para platicar, pues al no estar equipados en esos años todavía los camiones con radio, el tedio los agobiaba y corrían el riesgo de dormirse. De esa manera nosotros nos paseábamos y ellos se desenfadaban un rato. El producto de las excavaciones se llevaba para rellenar la infinidad de solares baldíos que existían alrededor de la curva y más al norte de la ciu-dad. Todo era acercarse a los domperos y solicitarles que rellenaran el solar situado en fulana parte, rellenando primero los que estaban más cercanos. Así rellenamos un solar que tenían mis tías, donde posteriormente construye-ron una casa, además de otros aledaños a esas calles. Los trabajos de exca-vación se llevaron a cabo en tres turnos, de tal manera que se laboraba de día y de noche y nosotros también nos paseábamos de día y noche, pero poco antes de que dieran las 9 de la noches, ya que a esa hora debíamos estar recluidos en nuestras casas, en tiempo de vacaciones y más temprano en época de clases. El susodicho canal cuando ya estuvo en servicio, corría a cielo abierto por casi todo el contorno de la curva , teniendo dos puentes viales de concre-
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to para salvarlo, uno en la calle Revolución y otro en la calle Matamoros., hoy esquina con Dr. Madrid. Las vías del ferrocarril lo libraban por un puente hecho de madera creosotada, clásica construcción del ferrocarril en esos tiempos. Para los peatones se hizo un puente angosto de madera, donde se cruzaba con la calle Manuel González y la Niños Héroes Oriente. Bajo el puente de la calle Matamoros nos poníamos a pescar bagres, ya que era el único pez que habitaba en esas aguas y que pudiera morder la carnada del improvisado anzuelo que fabricábamos con alfileres de cabecita y carnada de migajón de pan; los otros pececitos eran charalitos muy peque-ños. Los pescados no los comíamos, solo era el puro gusto de pescarlos, además que por su apariencia en aquellos tiempos se nos hacían repulsivos, aparte de que ¿a qué muchacho en esa edad le gustan los pescados? Por la parte inferior de este puente, pasaba un tubo de fierro galvanizado, de aproxi-madamente 4 pulgadas de diámetro, por el cual pasaba el agua potable. Este tubo lo utilizábamos para pasar el canal colgados de él y balanceando nues-tro cuerpo, un reto que nos imponíamos para demostrar, según nosotros, nuestra hombría y agilidad, emulando a Tarzán o a “Chita”, su mascota. Algu-nos no lo podían hacer por temor de caer a las aguas del canal y eran objeto de la burla de los demás. Por muchos años seguí pasando por “La Curva”, pues luego de termi-nar mi educación primaria me inscribí en la escuela secundaria de la Unison y posteriormente ahí mismo en la carrera, pasando 4 veces diarias la curva para ir a la Universidad de Sonora. Ahí también me tocó prestar el Servicio Militar Obligatorio, pues del cuartel de la calle Guerrero, que estaba muy cer-ca nos íbamos marchando los sábados en la tarde, que es cuando lo hacía-mos los que estábamos estudiando en alguna institución educativa superior, oportunidad que nos brindó por medio año los altos mandos del Ejército, el Mayor Cervantes y el General de División Juan José Gastelum, jefe de la 4ta Zona Militar. Recuerdo al C.P. y Lic. Roberto Ross Gámez y al Lic. Héctor Leyva Castro, que con su buena dicción nos leían el Reglamento Militar y todos debíamos estar en posición de descanso a discreción, pero atentos a los enunciados del mencionado Reglamento, pues de improviso el Mayor Cervantes nos podía sorprender preguntándonos sobre el artículo que recién habían leído. Hasta el año de 1960 en que terminé mis estudios, me tocó ver de cer-ca la transformación que fue sufriendo esta parte, que formaba un cinturón que dividía nuestra ciu-dad, tan particular e ínti-mamente ligada a la his-toria de nuestro querido Hermosillo desde 1882, año en que se estableció
Los leñadores venían en sus troques cargados de palofierro pregonando su mercancía por las orillas de la ciudad en donde todavía no se conocía la estufa a gas. Se ofrecían los tercios, los palos y las cargas de leña. Todos los co-merciantes de estas maderas tenían sus respectivos precios habiendo en-tre ellos los que se dejaban pedir buenos centavos por las “barañitas” con las que se atizaba el calentador de agua. Hubo una época en que el leñador era una figura tan común en la vía pública como ahora lo son los gaseros o los obreros de la comisión federal. Con sus ropas sudorosas y raídas, con su estadía en el monte y al mismo tiempo en la ciudad, los leñeros surtieron durante más de un siglo el calor a las estufas, las alegres lenguas de fuego a los comales y a los hor-nos hogareños, convirtiéndose hasta muy entrada la primera mitad del siglo anterior en personajes indispensables para las comunidades en donde su presencia en ocasiones era saludada con una salva de aplausos. Posiblemente de no ser por los aguadores, pudiéramos considerar que los personajes que ahora estamos recordando fueron los comerciantes más antiguos en la ciudad y que le ahorraban al funcionamiento de la casa el tener que internarse en el monte para derribar y transportar la leña nece-saria. Con la llegada de los tambos de gas y las estufas automáticas con hor-nos rosticeros ofrecidas en abonos por todas las mueblerías, la clientela de la leña se redujo considerablemen-te. Todavía en los sesenta muchas señoras conservaban su estufita de leña paralela a la moderna de gas, pero el progreso fue arrinconando aquellos pesados muebles de fierro fundido hasta mandarlos al lugar de los tilichis y después al camión de tira-bichis.
LEÑA ECOLoGICA Y BARATA
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PERIODICO DE PLOMO.
LINOTIPIAS.- La composición mecánica por medio de linotipias, semejantes a grandes má-
quinas de escribir que funden la línea de plomo, era el equipo que hacía la mitad del perió-
dico.
os años sesenta nos dejaron una carga inolvidable de términos que ya rindie-
ron su vigencia, muchos de los cuales constituían la jerga diaria dentro del pe-
riodismo que se hacía con tipos de plomo, hasta ésta década en que irrumpe el
moderno offset.
El glosario de esas voces, aquí lo presentamos:
L
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- AGATA: El tipo más pequeño que se
usa en los periódicos.
-ALIGERAR: Reducir la extensión de
un original por razones de espacio.
-ARMAR: Ubicar en una forma el ma-
terial de una página.
-BALON: El perímetro que encierra
las palabras que los dibujantes ponen
en boca de sus personajes.
-BANDERA: Tira de papel que se
agrega a un original que lleva instruc-
ciones al linotipista.
-BASTARDILLA: Letra inclinada.
-BIGOTE: Adorno tipográfico con que
se remata una página para evitar el ex-
ceso de blanco.
-BLANQUEAR: Interlínea para espa-
ciar las líneas de un texto.
-CABEZA: Es la parte superior de
cualquier impreso, también se llama así
al nombre del periódico.
-CAJA: armazón rectangular de ma-
dera o metal.
-CAPITULAR: Letra inicial de la pri-
mera palabra de un párrafo, por lo re-
gular cuatro cinco veces más grande
que las naturales.
-CIERRE: Dar por completada la edi-
ción de un diario.
-CLISE: Lámina de zinc que repro-
duce una fotografía o un dibujo.
-COLUMNA: Cada una de las divi-
siones verticales.
-CUARTILLA: Trozo de papel de dia-
rio de 22 x 27 cm para escribir los ori-
ginales.
-EMPASTELARCE: Mezclarse por
accidente todos o parte de los tipos
que hacen la impresión.
-ERRATA: Empleo indebido, omisión
o agregado de letras.
-REFRITO: Material ya publicado en
el mismo diario o en otros.
-SANGRADO: Espacio en blanco que
se deja a la izquierda.
-TIJERA: El acto de recortar noticias
o notas.
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LA ZANCADILLA A URUCHURTU
(1966)
l hermosillense Ernesto P. Uruchurtu estuvo trece años y nueve meses
en la regencia del Distrito Federal, a la cual sirvió con eficacia, honradez
y dotado de amplios poderes, apoyos y recursos con los que transformó
La Ciudad de los Palacios, en una urbe moderna.
Se le consideraba en 1966, el enemigo a vencer en la próxima elección
presidencial de 1970, pero una rechifla al presidente Gustavo Días Ordaz
apagó la estrella de la buena suerte del llamado Regente de Hierro, que
para muchos se había convertido en un dictador, pero de los buenos, por-
que era honrado y trabajador como el que más. Por aquel incidente ocu-
E
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rrido en el Estadio Azteca, se vio entonces disminuido en su poder. A prin-
cipios de 1966 ya no pudo realizar su programa de trabajo al ritmo acos-
tumbrado, desde la Secretaría de la Presidencia se le empezaron a poner
obstáculos.
La gente que simpatizaba con el sonorense decía, no es justo que le hagan
esto a Uruchurtu. Conocedor de los hilos del poder consideró que era el
momento de presentar la renuncia dejando en caja 1600 millones de
pesos, no dejó adeudos y si obras de gran envergadura como el sistema
de drenaje profundo más de 200 mercados, también el viaducto Miguel
Alemán, centenares de escuelas bulevares, jardines, parques, en fin, hizo
todos los esfuerzos posibles para que no se perdiera el ritmo de trabajo.
Fue un gigante invencible. Transformó al Distrito Federal, clausuro la
noche mexicana (odiaba a los noctámbulos) cerró cientos de cabarés y
confinó a la prostitución a los límites de la clandestinidad con una maciza
obsesión por la decencia. Aquí en Hermosillo no había día en que no se
hablara de sus hazañas portentosas que lo ubicaban como el primer polí-
tico sonorense en trascender los sexenios pues, gobernó a la ciudad de
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México de
1952 a
1966. Sus
obras pro-
vocaban en-
tusiasmo y
admiración
y llegó a ser
el priísta
más influ-
yente de
aquel largo
momento en la vida del país. Se le mencionó en consecuencia, como un
precandidato de lujo para la presidencia de la República.
El inicial impacto de simpatía que ganó Uruchurtu al frente del DDF obe-
deció a que demostró que había quedado resuelto el problema de las
inundaciones que durante su gestión transformó a la gran Tenochtitlán de
capital con ambiente de provincia en urbe moderna y gestionable. Lo que
el sistema político le hizo al sonorense viene a recordarnos que esa no-
menclatura política no quiere saber nada de los personajes de Sonora
cuando se trata de
grandes decisio-
nes. Cuando al-
guno de los
nuestros se ha
acercado dema-
siado al poder le ha
sucedido lo que al
hermosillense Uru-
churtu o lo que al
sacrificado orgullo
de Magdalena.
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El pequeño que dejó un gran vacio
EL CARRO DEL PUEBLO
l VW Sedan fue conocido en las calles de Hermosillo como "pulguita" porque com-
parado con los demás picaps y camiones pasaba como el enano de la vialidad. A partir
de la década que enarbolamos hizo su masiva aparición y logró convencer incluso a los
de gusto refinado, ya no digamos a las damas que recién iban poniendo en práctica su
merecida independencia automovilística. Después de la casa, el hermosillense soñaba
con un VW y se fue detras de ese deseo de tal forma que la marca alemana logró sobre-
salir por encima de las demás. Su costo ayudó a realizar el milagro y su economía de
manejo también de tal forma que el cochecito fue conocido también como carro del pue-
blo. A bordo de estos automóviles el citadino sonorense conoció la entraña de su estado,
así como sus playas y rincones apartados. La juventud satisfizo su sed de posesión de
un automóvil y descubrió que el vocho facilitaba la vida de recreación y relación ya que
cabían hasta cinco personas con sus bolsas de ropa; la bisagra de las puertas servía para
destapar refrescos y cervezas, el porta llantas se improvisaba como hielera. El carrito
era inatascable pues su poco peso le hacía salir de las trampas del camino. Su habitáculo
trasero, covacha, totalmente alfombrado permitía llevar un sexto pasajero o dos menores.
Aquí en Hermosillo hubo empresarios que llegaron a vestir a sus vochos como ratones
o gatos para afianzar el conocimiento de sus respectivos negocios. El alarido juvenil se
oyó retumbar en todo Sonora cuando duchos mecánicos de la VW redujeron aún más
su tamaño y lograron distinguirlo de los demás con colores sicodélicos y escudos per-
sonalizados.
E
3131
LA CIUDAD DESAMPARA A SU CERVEZA
n el primer lustro de ésta década marcas forasteras de cerveza comenzaron
a avanzar en sus intentos por monopolizar el pingüe mercado del líquido amba-
rino y terminaron por hacerle un fatal agujero a la línea de flotación de la Cer-
E
(1963)
32
vecería de Sonora, que llevaba
más de setenta años de navega-
ción. Así que en 1963 la familia
propietaria, los Hoeffer, entrega-
ron marca y patrimonio industrial
a los propietarios del grupo cerve-
cero Cuauhtémoc.
El funcionamiento de la Cervece-
ría de Sonora fue un laboratorio
para los aprendices y la universi-
dad para quien quisiera cursar una
carrera profesional en cuanto a
administración, química, investi-
gación, desarrollo, mercado o fi-
nanzas prefiriese. Ninguna
escuela en estas latitudes estaba
para formar mano de obra con co-
nocimientos específicos. La Cer-
vecería si. Se renovaba
frecuentemente para responder las
necesidades del mercado, ajus-
tando el producto a los gustos del consumidor. No por ello la fábrica creo cáte-
dras con su nombre. El negocio de la cerveza fue algo positivo y necesario para
la vida de Hermosillo, una oportunidad para que los jóvenes pudieran encontrar
acomodo en cualquier cervecería del mundo. Para que el producto insignia, Hife
Life, pudiera llegar a las manos del marchante, la fórmula que lo hacía posible
ya había pasado por muchas manos. La cosa iba bien porque se había trabajado
con visión de largo plazo. Sus instalaciones y procesos siempre habían estado
bajo control exhaustivo. Por eso el edificio del negocio era el paradigma de una
obsesión por la rentabilidad y el sirenazo de sus calderas, quien le daba ritmo a
323333
una ciudad encaminada por la ruta tecnológica. Allí estaba La Universidad de
la Cerveza, un centro de formación que nació en 1897, lugar donde habían ve-
nido estudiando no menos de 500 alumnos cada año: franquiciarios, laborato-
ristas, ejecutivos y empleados con aspiraciones, los que además estudiaban
marketing y empresariales. Así que cuando la cerveza estaba lista, debía pasar
por manos de los expertos de mercado y por un centro de investigación. En éste,
en una cocina de pruebas y una cantina de mentiras, se estudiaba un proceso de
elaboración óptimo y si era necesario se creaba maquinaria a la medida. Mien-
tras, los expertos en publicidad diseñaban envases que cambiaban su aspecto
para evocar productos caseros: las mulitas que contenían cerveza, sirven a las
amas de casa como biberones para alimentar a los críos, el barril de madera
puede improvisarse como el insuperable mueble ornamental a la entrada de la
34
casa. Vasos y picheles tienen como objetivo, convencer a las señoras de que sus
maridos gastan en un producto noble que retorna beneficios. Cuando se habla
de Cervecería de Sonora, se habla de grandes cifras, de la cerveza de mayor ca-
lidad, la que ha ganado preseas dentro y fuera del país y, referirse al producto,
es aludir a varios millones de personas que lo reconocen como un orgullo sono-
rense. Hablar de los Hoeffer es reconocer a la familia que derrocha en el extran-
jero, pero que mantiene aquí, la Universidad de la Cerveza. Encima de todos
esos reconocimientos, la relación de los propietarios vino a través de setenta
años, emparentando con apellidos de la región, a través de matrimonios, bautizos
o nexos vinculantes de variado tutelaje al encontrar empatía entre gente de dis-
tintos estratos populares. La cabeza política y principal accionista, había con-
traído nupcias con mujer nativa de éste país, los hijos, igualmente, habían
plantando sus respectivas raíces con familias de prosapia vernácula, despre-
ciando o no tomando en cuenta las
muchas relaciones que se lograron
en el extranjero con personas de na-
turaleza caucásica y similares nive-
les de bonanza mientras se ociaba
o se estudiaba. La aristocracia de la
industria más exitosa que ha tenido
Hermosillo nobleza que se desva-
neció y fue sustituida por sus em-
pleados, cubría con su manto
valedor a compadres, amigos y
compañeros de trabajo que eran
considerados bajo la techumbre de
la misma merced. Todo se acabó en
1963.
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APARECE EL JOSE LUIS
A FINALES DE LA DECADA
3838 3939
4040 4141
QUE USO LE DAN A NUESTRA REVISTA
LOS LECTORES
Limpio el parabrisas de mi auto.
Me divierto sacando los errores
gramaticales que contiene.
La leo , soy masoquista.
Se la doy a mis competidores
para que pierdan el juicio.
4242
La compro porque no hallo que
hacer con el dinero.
La leo, estoy loco.La envio a Marte para que los
marcianos no se animen a
conquistar la tierra.
La colecciono porque mañana o
pasado alguien querrá pruebas de
porqué no llueve en Sonora.
4343
La leo, soy siquiatra. La compro porque todavia no
me convenzo que se esten haciendo
esas cosas con la tinta y el papel.
La compro para regalarla
soy sádico.
La uso en lugar de anestesia,
me da los mismos resultados.
4444
La leo para enterarme si José
Luis vendrá hoy a visita, soy Alicia.
No la leo la compro para
ahuyentar a los malos espiritus.
No la compro pero la leo, soy la
mamá de José Luis.
La leo, ya estoy desahuciado.
4545
MODA MASCULINA
DE LOS 60
4646
LOS MAS CELEBRADOS
PROGRAMAS DE LA RADIO
Cantantes de media noche Dionisio Renteria
El cantante fantasma Soria Larrea
Recordar es vivir Rafael Arias Córdova
Salustio y Melitón Resendiz Francisco Moreno Gil y Francisco Rojo G.
Complacencias musicales Benjamín Vidal
Cartero del aire Carlos Esquer
Serenata en tu ventana Enrique Haje
Platea 14 Humberto de Gunter
La hora de la alegría Ramiro Óquita
Que me siga la tambora Antonio Espinoza Ojeda
Universidad radiofónica Jesús Bojórquez W
Hoy, ayer y mañana Eliseo Ramírez
La hora del rebelde Nuñez Gil Samaniego
Amanecer ranchero Jesús Terán
Casino de la ilusión Fabián Moreno Gil
Radio periódico Fausto Soto y Ricardo Acedo
La hora de la costa Manuel Pesqueira
Discoteca a sus órdenes Fausto Soto Silva
Tópicos deportivos Fausto Soto Silva
Discómetro mundial Francisco Dávila Bernal
Forjando artistas Alfonso Arvizu
Música y poesia Alfonso Arvizu
Apertivo musical Gallo Jordan
Saludos a mis barrios Francisco Vidal Esquer
México y España cantan Ernesto Aparicio
La voz del corrido Félix Armenta
Club del hogar Manuel Torres
Pidalas cantando Boby Garza
La hora de los novios Antonio Javier Moreno
El deporte al día Eduardo Gómez Torres
4747
4848 4949
Junta Federal de Agua Potable
Hermosillo
5050 5151
EN LOS SESENTA TUVIMOS
PRESENTE "LA GRAN MANZANA"
Por Francisco de P. Corella.
e llamo La Gran Manzana, por su espaciosa superficie, una de las más extensas
de la ciudad, ha albergado, a través de los años, amplia profusión, nutrida variedad
de establecimientos, instituciones y actividades para casi todos los usos y servicios.
Enclavada en el primer cuadro, colinda con las avenidas Serdán y Obregón y las ca-
lles Garmendia y Yáñez, por los rumbos norte, sur este y oeste, respectivamente ¿la
identifica usted?
La Gran Manzana va cayendo poquito a poco, como dijera la vieja canción, bajo la
mercantilista piqueta del progreso, que al derribar vetustos caserones y corregir per-
files irregulares cuajados de tradición, historia y sentimentalismo, la abre a nuevas
arquitecturas de corte vanguardista y, antes de que desaparezcan para siempre los
detalles fisionómicos que aún le quedan, cabe recordarla tal y como fue en aquel
apacible Hermosillo con sus calles empedradas, negros carruajes y toscas carretas,
cuatro que cinco automóviles de pedales, cuatro que cinco tranvías de mulas, y cinco
L
52
que seis parejas de policías a caballo que anunciaban las horas nocturnas con sil-
bato.
Hagamos un recorrido por los contornos de La Gran Manzana y tratemos de reme-
morar su presencia en los románticos tiempos que se fueron:
El ángulo de Serdán y Garmendia fue ocupado sucesivamente por la dulcería y pas-
telería Tonella, famosa por la variedad de sus productos de fina elaboración; la fe-
rretería de los siempre amables Chuy Contreras y Pepe Piña; panadería de Luis L.
Del Riego, la botica Guadalupana de Alberto Córdova y la nevería del japonés Ángel
Uehara.
Hacia el oeste por la Serdán, veíamos: una pequeña tienda de ropa de Nacho Jacott,
una peluquería de los hermanos Alberto y Ángel D´Saracho, el consultorio del doctor
Andrés Suilo, la lonchería del cocinero Enrique Rivera, que abarcaba expendio de
calzado, club de trajes, por sorteos semanales, venta de seguros, muebles metálicos
y agencia de lotería nacional, la casa de huéspedes de Goyita Mirazo, con restaurante
anexo, la dulcería de José Obregón y Miguel Romo, la mueblería del Ruso blanco
Mauricio Livshin, la botica americana de Luis Espinoza de los Monteros, en la que
el eterno joven Matías Cazares hizo sus pinitos farmacéuticos, la peluquería de Ni-
colás Villa y Vicente Nayares, una tienda de radio de Victor S. Quiroz, la comisión
liquidadora del Banco de Sonora, al mando de Aurelio Ramos y Francisco González
Massa y la agencia de una compañía gasolinera.
Seguía en un edificio de grandes dimensiones (Serdán y Yáñez) el seminario de la
Diócesis de Sonora, bajo la dirección del presbítero Martín Portela. Éste seminario
formaba sacerdotes y tenía escuela primaria, en el costado oriente se hallaba el obis-
pado y las habitaciones del reverendo Ignacio Valle Espino y Díaz, Obispo de So-
nora.
Este seminario fue desti-
nado a escuela "Cruz Gál-
vez" creada para hijos de la
revolución luego quedó
convertido en la Escuela Fe-
deral Prevocacional.
De este a oeste la Gran
Manzana era atravesada en
su centro y por debajo por la
acequia del Chanate, que
con aguas tomadas del Río
Sonora irrigaba huertas y
hortalizas de chinos. Pa-
52 53
sando éste canal estuvieron, por la calle Yáñez, la hojalatería de Ricardo Romandía,
el consultorio del Dr. Francisco Molina y la carpintería de Joaquín Sobarzo.
En la esquina Yáñez y Tampico (hoy Obregón) había un antiestético caserón de dos
pisos que ocupó en su planta baja la botica Mexicana de Julián Arvizu fundada por
Benito Suárez, la planta alta era un taller de costura y fábrica de ropa pertenecientes
al chino Alberto Chek Cinco.
La botica Mexicana tenía un departamento de licores en cuya trastienda se reunían
frecuentemente Miguel Escalante, Ing. Manuel Larios, Lic. Manuel Azuela, Dr. Ru-
perto Paliza, Carlos Bloch, Fernando Núñez Varela, Carlos Tapia, Fernando Ramírez
y otros señores.
Con frente a la calle Tampico, los que es ahora Casa del Maestro, era la casa del di-
rector del Banco de Sonora don Max Muller, rubio alemán de barba, parecido a Santo
Claus, y contigua estaba la institución de crédito en la que trabajaban Luis Brauer,
Rodolfo Tapia, Nicolás Jiménez, Delfín Ruibal, Rafael Lliteras, Pancho Iñigo, Gui-
llermo Corral, Carlos Genda, Pepe Velázquez, Pedro Amarillas.
El Banco de Sonora quebró en 1932 ahí se instaló una sucursal del Banco Nacional
de México después lo ocuparon el Casino Aliancista y el Club de Leones.
Más al este quedaban las residencias de los García y Camou, rematando en una rin-
conada que obligaba a doblar a la derecha para llegar a una esquina extra, la quinta
esquina de la asimétrica manzana, donde estuvieron la ferretería El Globo, de Ramón
Ayón, la sodería El Globo del griego Nicólas Macris y la fábrica de sodas La Impe-
rial, de Alejandro Romero.
53
54
El teatro Noriega se ubicaba
a continuación. Tenía lune-
tas, plateas, palcos primeros,
palcos segundos, galería, un
pasillo de entrada y tres es-
caleras de cemento con ac-
ceso a las localidades altas.
Por su escenario desfilaron
famosas compañías y gran-
des luminarias del mundo
teatral, Virginia Fábregas,
los hermanos Soler, la fami-
lia Bell, María Teresa Mon-
toya, Mimí Derba, Lupe Rivascacho, Agustín Lara, Pedro Vargas, Toña la Negra,
Nestor Mestas Chaires. Aficionados de la localidad como Laura Espinoza de los
Monteros, Alberto y Enrique Loustaunau, Alfredo Sobarzo, Gustavo y Pepe Mazón,
Juventino Castillo y muchos otros. También conferencistas, poetas e intelectuales de
la talla de José Santos Chocano, el doctor Atl, Salvador Escudero, Juan Sánchez Az-
cona, Alfonso Iberry, Bertha Singeman, Querido Moheno, Nemesio García Naranjo.
El mismo escenario se utilizó para actos cívicos y políticos en los que se aplaudieron
o abuchearon a diferentes actores de la política.
Mutilado parcialmente, el teatro Noriega terminó sus últimos años como sala de cine
hasta quedar sepultado en el abismo de los recuerdos.
Junto al teatro Noriega tuvo por mucho tiempo su taller de calzado Pancho Cota, ar-
tesano competente, de avanzada edad y víctima de crónico padecimiento de una
pierna. Cierto día fue visitado por un hombre común y corriente, quien le preguntó
en dónde se había metido un tipo al que iba persiguiendo. Ignorando Cota el pro-
blema del visitante le contestó que nada sabía y que su taller no era refugio de per-
seguidos. Quiso entonces aquel hombre, en actitud violenta pasar al fondo del taller
y Pancho, no halló más recurso que levantarse de su banco y emprenderla a empu-
jones contra él, y una vez arrojado el intruso a la calle, le advirtió que se atuviera a
las consecuencias. Un vecino que observó el incidente, al darse cuenta que Pancho
no conocía al intruso antagonista, le dijo que era el general Tafoya jefe de la 4ta.
Zona Militar. El señor Cota salió en busca de protección, pero habiendo intervenido
un funcionario amigo de las dos partes, el suceso terminó con un apretón de manos.
Se trataba de un tipo grosero a quien el general Tafoya, en traje de paisano y sin in-
signia que lo identificara, procuraba detener para entregarlo a la policía, y al perderlo
54 55
de vista, llegó a suponer que se
había escondido en el negocio de
Pancho. Este incidente quedó
como anécdota y Cota siempre re-
chazó los comentarios de amigos
que pretendían envanecerlo por el
round que le había ganado al ge-
neral, estando baldado de una
pierna.
En la esquina Tampico y Garmen-
dia hubo una tienda de ultramari-
nos que fue de dos señores muy estimados y distintos entre sí: Bernardo Cabrera,
sonriente y ameno y Luis Encinas, a quien se le sacaban las palabras con tirabuzón.
Después esa esquina fue ocupada por la cantina Ben Hur de Isidro Salcido y luego
funcionó como taquería.
El resto del tramo de la calle Garmendia hacía el norte en el que estuvieron: la joyería
y relojería de Pablo Gámez, el taller del zapatero caricaturista Luis García, la tala-
bartería El León, de Víctor Álvarez, dos o tres tabacalerías de varios dueños, una
imprenta, una lavandería de chinos que recogían la ropa en largas talegas de manta
y por último uno de los primeros talleres mecánicos de Hermosillo de Florentino Ca-
ballero, Jesús Ramírez y Rubén Ruíz.
Así fue La Gran Manzana.
55
5656
MATRIMONIOS
DE LA DECADA
Numeroso grupo de parejas recién casadas que solían reu-nirse. La presente gráfica data del 31 de diciembre de 1965, en la que aparecen don Leopoldo Vélez y Carmelita Ríos de Vélez, Juan Antonio Valenzuela y Coyo Enciso de Valenzue-la, Jesús Matías Cázares y Martha León de Cázares, Gilberto Gutiérrez y Margarita Sánchez de Gutiérrez (+), Jesús Ávila y Nancy St, Clair de Ávila, Rogelio Rendón y Lupita Moreno de Rendón, Heriberto Estrada y Cance Munguía de Estrada, Noé
5757
JOVENES
SESENTERA
Munguía y Evangelina Gámez de Munguía, José Espinoza González y María Elena de Espinoza (anfitriones), Nicolás Portoni y Norma Vizcaíno de Portoni, José Ávila y Leticia Villalobos de Ávila, Manuel Ruiz (+) y Mayoya de Ruiz, José Salido y Marilú Bernal de Salido, Jorge Cristópulos y Marbella Ríos de Cristópulos, Actualmente la mayoría de las parejas mencionadas aún se frecuenta y departe en convivios que organizan con tal fin.
5858
PERSONAJES DE LA DECADA
Belisario Moreno
Tadeo Iruretagoyena Rodolfo Johonson Manuel Puebla
Luis Carlos Félix Roberto Munguia
Samuel y Gaspar Palma Enrique Sota Rojas
5959
Francisco Enciso Edel Castellanos Rogelio Marin
Genaro GómezJulián García
Miguel MaldonadoPadre Pedro VillegasGilberto Valenzuela y
Lic. Flores Pérez
6060
SAMBENITO EN LOS SESENTA
El Paisaje urbano cambia con
frecuencia y tras el paso de
los años llega a volverse irre-
conocible. Un día nos haya-
mos frente a lugares de otro
tiempo, sitios que quedan
atrapados en el ajetreo cita-
dino. Un reloj que se detuvo,
puertas que ya no abren,
anuncios que nadie lee.
Al comenzar la década, Sam-
benito era una población ro-
deada de matorros y de lotes
baldíos. Cruzando de Norte a Sur el profundo arroyo principal dividía en
algunas áreas la demarcación y las calle permanecían sin dar paso a los
vehículos por que eran quebradas por las aguas de las lluvias.
6161
LLEGARON OTRAS CERVEZAS
Marcas como Tecate,
ya esperaban el inmi-
nente derrumbe de la
Cervecería de Sonora.
El servicio de regado
de calles se prestaba
diariamente y el am-
biente estaba Bende-
cido por el olor a
tierra mojada.
El ayuntamiento le
ponía grandes sumas
a la adquisición de
autotanques.
6262
EL CAFE CONSTRUYE
SU EDIFICIO.
El edificio "Combate", el más visible frente al Jardín Juárez, por la
Matamoros, está listo con oficinas departamentales y una gran área
de estacionamientos, al iniciarse la década.
FER, patrimonio de la Fundación Esposos Rodríguez no se quedaba
atras en éstos tiempos y para el inicio de la década se puebla de
bonancibles negocios y autos estacionados.
6363
NORO el ZAPATERO
DE AQUEL REINO
in duda, los zapatos de hoy,
duran una exhalación, son de
úsese y tírese. Los que utilizamos
en las décadas pasadas, principal-
mente en los sesenta, se pasaban
de generación en generación de un
pie a otro en ocasiones sin fijarse
mucho en la talla, es por ello que
el oficio de remendón de calzado
era muy necesario y es que en
esos tiempos tan durables el za-
pato era de piel de becerro con
suelas de cuero y tapa de hule
Good Year, o Euzcadi o Neolite.
Al zapato que ya estaba muy tran-
sitado se le devolvía la vida con
suelas corridas, con media suelas
a los que no habían trajinado ni
tanto y tapitas a los tacones feme-
ninos. Entrar a un taller de zapa-
tero era encontrase con un aroma
a curtiduría, con decenas de hor-
mas, navajas, pinzas y el clásico
banco con asiento de cuero donde
permanecía activo el oficial que
nos renovaba el calzado.
El mexicano de hoy está más robusto y sus mujeres pesan el doble y es por ello que no
puede permitirse calzar zapato de suela firme, solo se aviene a los de suela blanda, de
esponja y su vida es por ello instantánea.
El Noro Nevárez a quién presentamos en la foto nos devolvió a la vida multitud de botas,
botines, mocasines, choclos y zapatos de mujer, cobrándonos por ello cantidades ines-
timables por aquellos milagros que hizo con nuestro calzado. Este personaje transitó la
década como una de las celebridades del oficio menestral.
S
6464
LLEGA LA CARAVANA
DE "HOMES"
briendo los sesenta llegan a la ciudad como una avanzada turística alrededor de 250
trailers que formaban la caravana de Wally Byam, la que se estacionó en los llanos de
la Pitic, frente a Textiles de Sonora. A provechando que ya teníamos carretera interna-
cional que nos conectaba con Estados Unidos, se lanzaron los viajeros norteamericanos
a recorrer las vías de México comenzando por llegar felizmente a Hermosillo. El alcalde
César Gándara fue el encargado de darles la bienvenida a tan simpáticos visitantes y de
llevarlos a conocer los atractivos de que se envanecía la ciudad en aquel lejano 1961.
A
6565
PERIODISTAS
DE LA TELEVISION
ue nos acordemos Abelardo Casanova fue el primer periodista con que contó la te-
levisión local Canal 6. Logró conjuntar en el primer lustro de ésta década un elenco de
voces, camarógrafos, fotógrafos, publicistas y entrevistadores de primer nivel y logró
igualmente hacer nacer una nutrida cofradía de admiradores entre el público televidente.
Sus programas, el Mundo al Día, que conducía Guillermo Turnbull y el semanario He-
chos y Palabras, con él mismo. La fotografía eterniza el momento en que se brinda por
un año más de vida de estos programas. A la familia del columnista le acompañan Gus-
tavo Romero, José angel Partida, Francisco González, Luis Alfonso López Celis e invi-
tados.
Q
6666
CESAR GANDARA
MAGNIFICO ALCALDE
6767
LISTA DE PROPIETARIOS DE LA PITIC
Ya para los años sesenta el conjunto residencial más bello y soberbio del Noroeste
de México, la colonia Pitic presentaba un nuevo estilo de civilización para el bien-
estar de sus habitantes. Es por ello que el hermosillense mostraba a sus visitantes
ésta joya urbanística con gran envanecimiento y hablaba de quienes eran los felices
poseedores de esa burbuja de ensueño.
Ing. Juan de Dios Bojórquez periodista
y político sonorense.
Emiliano Corella, agricultor y ganadero.
Agustín Caballero W, contador público.
Eloy Martínez, banquero.
Juan Fernández, asegurador.
Francisco Martínez Ruíz, banquero.
Francisco Quintanilla, empresario.
Pedro L. Mahieux, agricultor.
Horacio Sobarzo, abogado.
Víctor Sobarzo, abogado.
Víctor A. Musio.
Residente
Roberto Moreno, comerciante y ganadero.
Manuel Torres Jr., ganadero.
Ing. Rodolfo Shields, agente de
agricultura.
Carlos Maldonado, ganadero.
Julio Escalante, industrial.
Alberto Tirado, comerciante.
Fernando Barragán, banquero.
Arnoldo Moreno, comerciante y
ganadero.
María Luisa de Fernández.
ama de casa
Arturo Morales, comerciante.
Víctor Angulo, industrial.
Gral. Antonio Ancheta, ganadero.
Beatriz G. de Mendivil, ama de casa
Rodolfo Joffroy, Aduanal
Alejo Bay, Senador.
Francisco S. Elías, ganadero.
Ignacio Soto, industrial.
Arq. Gustavo Aguilar, Constructor
Carmen C. de Kion, Ama de casa
Ignacio Gutiérrez Santacruz,
banquero.
Federico Platt, ganadero.
Lucas Pavlovich, agricultor.
Ernesto Elías, ganadero.
Arq. Felipe N. Ortega, Constructor
6868
JUVENTUD DIVINO TESORO
Apreciamos en la foto a los jóvenes estudiantes de derecho de la
unison, Esparza, Biebrich, Montaño, Rábago, Ainza y Félix.
Los jóvenes Guillermo Moreno y Ernesto Campbell
degustando sus refrescos.
6969
Delirantes jóvenes que participan de una parada en el carnaval.
Primeros abogados de la Universidad, entre ellos Genaro Encinas y
Carlos Armando Biebrich.
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EL BOOM DE LA MECANOGRAFIA
a década fue pródiga en escuelas de taquimecanografía. Las damitas eran admitidas
sin rodeos en las academias que se multiplicaron en los diferentes barrios y núcleos ur-
banos de Hermosillo.
Así, tuvieron su repunte las escuelas de Mr. Sánchez, los Gregg del profesor Ernesto
Abril y su esposa Lupita, el colegio Lux para mujeres, la Academia de Marina, igual-
mente para el sexo débil, Gamez, El Miravalle y algunos otros que figuraron en la se-
gunda fila.
Durante buena parte del siglo XX y particularmente en los 60´s la máquina de escribir
fue el instrumento a dominar para abrirse paso al dinámico mundo de las oficinas, donde
eran las herramientas indispensables que manejaban las mujeres, las que encontraron
una segura realización para sus vidas, ya que en las décadas anteriores solo era pensable
que laboraran zurciendo medias, forrando hebillas y botones, aplicando sueros, levan-
tando molleras ó yéndose de monjas.
Había quienes podían escribir 120 palabras por minuto y terminar un escrito de una
cuartilla en sólo tres minutos sin ver el teclado. La máquina de escribir emancipó de
forma irreprochable a la mujer y le proporcionó cierto encanto personal al sentarse frente
a ella, con las piernas juntas, el talle erguido y las manos finamente suavizadas y colo-
ridas con lanolina y cutex.
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Pioneer Hotel
LA MECA DE LA GENTE BIEN DE SONORA
ace muchos pero muchos años los de Arizona compraban moda, ropa y trebejos en
Guaymas. Para hacerlo venían del otro lado y pernoctaban en Hermosillo, donde remu-
daban las bestias de tiro y restauraban sus fuerzas los viajeros.
Las cosas se invirtieron cuando se instalaron las vías férreas que conectaron Nueva York
y San Francisco, con escala en Phoenix, a donde llegaron moda, ropa y trebejos. Enton-
ces, los mexicanos, principalmente de ésta entidad, nos fuimos de compras a las ciudades
arizonenses reconociendo que Tucson, por ejemplo, es la meca de la buena vibra y del
mejor estar; uno de los cinco pilares donde descansa el humano confort del sonorense:
trabajo, buena paga, fe en sí mismo, salud y placer. Tucson eso ha sido para nosotros
los de Hermosillo, el regocijo, el entretenimiento, la holgura.
Hotel Pioneer fue la casa de los sonorenses en Tucson Arizona durante los sesenta y
más antes, pero no después, porque ese hogar de primera clase, colmado de compradores
en los días navideños ardió en diciembre de 1970, con 750 huéspedes dentro, arrojando
la conflagración 29 víctimas, trece de ellas residentes de Hermosillo.
Con el debido respeto a la memoria de quienes esa noche allá fallecieron, la historia
continúa con la moda, la ropa y los trebejos pero ya sin el Pioneer.
H
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Ráfaga Palmer
SUICIDA DEL GLOBO DE LA MUERTE
a pasados los setenta años de edad, Ráfaga Palmer, el motociclista que entraba frío
frío al globo de la muerte, realizaba su acto con cuatro motocicletas dentro de la esfera
de hierro conduciendo a todo escape y casi rozando las cabezas de sus compañeros para
envarar al público en su grada durante minutos que parecían la llegada del fin del mundo.
Fue el héroe indiscutible de la juventud de los sesenta, cuando lo presentaban los circos
Unión, Atayde, Beas, King Bros y algunos más en los llanos de la curva del ferrocarril.
La exposición que hacía de su persona, montado sobre el caballo de acero, es lo que
mantenía sin resuello a un público que se multiplicaba cada año nada más tener noticia
de que Roberto Palmieri se presentaría como el número principal de la carpa. Lo más
sensacional y crispante que se haya aplaudido nunca en los años sesenta aquí.
Y