La gente si cambia

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Jorge Silva Rodighiero LA GENTE CAMBIA Efectos Terapéuticos Rápidos

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Jorge Silva Rodighiero

LA GENTE SÍ CAMBIA Efectos Terapéuticos Rápidos

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LA GENTE SÍ CAMBIA

EFECTOS TERAPÉUTICOS RÁPIDOS

Jorge Silva Rodighiero

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LA GENTE SÍ CAMBIA EFECTOS TERAPÉUTICOS RÁPIDOS Segunda edición: julio de 2014

© Jorge Silva Rodighiero, 2013 Registro de Propiedad Intelectual

Nº 235.642

Versión Digital Derechos reservados

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ÍNDICE

I ¿Qué es una psicoterapia? 8

Psicoterapia individual

II Darle espacio a la muerte 36

III La traición de los gatos 48

IV La libertad en el no comer 54

V Hacerse el tiempo 66

VI Una soledad que atrapa 76

Psicoterapia de pareja

VII Cuando se acaba la pasión 90

VIII La infidelidad como trauma 108

Psicoterapia familiar

IX Sobre la crianza de un adolescente 124

X El dibujo infantil como mensaje a los padres 136

Psicoterapia en instituciones

XI ¿Qué hacer con la locura? 146

XII El momento de concluir 156

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“¿Qué es un análisis?

Es algo que debe permitir al sujeto asumir

plenamente lo que ha sido su propia historia.”

— J. Lacan

“Quien pretenda aprender por los libros

el noble juego del ajedrez, pronto advertirá

que sólo las aperturas y los finales consienten

una exposición sistemática y exhaustiva, en

tanto que la rehúsa la infinita variedad de las

movidas que siguen a las de apertura.”

— S. Freud

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I

¿QUÉ ES LA PSICOTERAPIA?

“La gente no cambia”.

¿Cuántas veces han escuchado esta frase?

¿cuántas veces la han dicho? Es una creencia

arraigada en muchas personas, que muchas veces

brota de nuestros labios cuando dejamos de confiar

en alguien, cuando decidimos no dar más

oportunidades a quien nos ha decepcionado o,

incluso, para excusarnos frente a un error que

cometemos una y otra vez.

Parte de ser psicoterapeuta es, de alguna

forma, creer que la gente sí cambia. Aunque en la

inmensa mayoría de las teorías psicológicas se

reconocen importantes dificultades para que se

produzcan cambios en las personas —con distintas

causas para ello— todas están de acuerdo en que la

gente sí cambia.

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¿Pero de qué cambio estoy hablando? Si me

estuviese refiriendo a un cambio respecto a una

enfermedad biológica, sería fácil explicarlo: el

cambio que se busca es el cese de la enfermedad.

Para ello, lo primero que hay que tener claro es de

qué enfermedad o problema se trata. Un ejemplo

bastante común es la fiebre. Pensemos en una

mujer de cuarenta años, María, que lleva dos días

con temperatura sobre los 39º, por lo que decide ir

a su clínica de preferencia. El doctor toma la

temperatura con un termómetro, observa que

efectivamente está en más de 39º y percibe además

la típica sudoración que la acompaña.

¿Qué hacemos cuando alguien tiene fiebre?

¿qué hace un médico? Salvo casos extremadamente

graves, no interviene directamente en la

temperatura alta —enfriando a la persona con

medios tan directos como una tina de hielo— sino

que intenta encontrar la causa de la fiebre para, con

medicamentos, actuar sobre ella.

Un ejemplo de ello puede ser una fiebre

resultante de una infección, que será tratada con un

fármaco que actúe directamente en ella.

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Fiebre

Causa de la fiebre Intervención

Pensemos ahora el caso de una consulta

psicológica. Una persona puede llegar a la consulta

de un psicoanalista, a un centro de salud mental o a

su consultorio, con miles de problemáticas distintas.

Como ejemplo veamos el caso de Agustina, mujer

de sesenta años que consulta diciendo “Vengo

porque estoy deprimida”.

Cuando María fue al médico, se presenta

indicando su temperatura alta. Podría incluso no

decir nada, y dejarse examinar por el profesional,

quien encontraría de manera rápida la fiebre. ¿Pero

qué es lo que aparece cuando llega un paciente a la

consulta de un psicoterapeuta? Lo que aparece es

lo que dice, es su relato, es su discurso.

Cuando María llegó diciendo que tenía

fiebre, el médico primero que todo le tomará la

temperatura para verificarlo. Pero frente a un

dicho, a una simple frase “estoy deprimida”, ¿qué

termómetro ocuparemos? ¿cuál será nuestro

instrumento?

En el caso de la psicoterapia es la escucha.

Aunque posteriormente explicaré que es una

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11

escucha particular, incluso en su carácter más banal

es ella el instrumento necesario para empezar a

explorar lo que nos trae el paciente.

Pero si cualquiera puede escuchar a

Agustina decir “estoy deprimida”, no puede ser ese

mero hecho de escuchar lo que define nuestro

quehacer. Si no, conversar sería equivalente a hacer

psicoterapia. ¿Es entonces saber cómo verificar si

está efectivamente deprimida? ¿si está usando bien

el término? ¿si cumple con los criterios necesarios

para tratarse de depresión? ¿si nos está tomando el

pelo?

Esas preguntas pueden ser importantes de

resolver para un psiquiatra — o un psicólogo

profundamente absorbido por la lógica psiquiátrica

del DSM1. Es importante para un psiquiatra porque,

al igual que el médico del ejemplo, debe saber qué

fármaco administrarle al paciente, y para ello

requiere saber de qué trastorno se trata.

Pues bien, lo interesante es que —al menos

temporalmente— las preguntas anteriores no son

importantes en un ambiente psicoterapéutico. A

diferencia del caso de la medicina, en el cual es de

vital importancia determinar si la dolencia es

verificada, y si no lo es buscar otro diagnóstico —o

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si no se encuentra nada orgánico, derivar al

psicólogo o psiquiatra— para la enorme mayoría de

los psicoterapeutas no es importante saber si

efectivamente se cumplen todos los criterios de la

depresión, o si lo que la paciente refiere como estar

deprimida en realidad se trata de lo que los

psicólogos conocen con otro nombre. Lo que dice la

paciente de su malestar sirve de presentación y

explica por el momento el que haya pedido una

hora, pero no es la clave de la intervención, ya que

no es lo que va a permitir generar un cambio en

ella.

¿Cuál es la clave? Al igual que con la fiebre,

los psicoterapeutas no van a intervenir sobre lo que

aparece, sobre el dicho “estoy deprimida”, sino más

bien en lo que causa ese relato.

Así, entramos de lleno en la subjetividad. La

causa que interesa no es la primera y obvia, la causa

directa por decirlo de alguna forma. En el ejemplo,

Agustina puede decir estar deprimida por la muerte

de su marido. Pero la muerte de su marido no es la

causa de su depresión. A fin de cuentas, es posible

imaginarse que algunas mujeres se alegrarían por la

muerte de su marido.

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En este caso es posible encontrarse con que

la muerte de su marido le ha traído a Agustina la

certeza de que no puede vivir sin él. Esa creencia

existe en un espacio, una brecha, entre el

acontecimiento objetivo, la muerte de su marido, y

el sentirse deprimida. Es justamente en esa brecha

donde se encuentra lo más propio de Agustina, su

subjetividad, y lo que la hace deprimirse por este

acontecimiento.

Es ahí donde se realizará la intervención,

explorando esta sensación, esta creencia,

poniéndola en cuestión, examinando qué significó

él para ella, y un largo etcétera que permitirá

empezar un tratamiento que, en el mejor de los

casos, le permita vivir sin él.

En palabras de Jacques Lacan2, “es indudable

que el síntoma sólo cederá ante una intervención

que recaiga sobre este nivel descentrado.”3

Es esta posición frente a su experiencia lo

que sí puede cambiar. Agustina seguirá siendo

Agustina, su marido seguirá muerto, pero Agustina

ya no creerá que no podrá vivir sin él. Dejando de

creer eso, no hay dudas de que su futuro será

diferente.

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A lo largo de este libro ocuparé una

diferenciación terminológica útil propuesta por

Lacan, a saber, entre el nivel del dicho y el nivel del

decir. El dicho es aquello que podemos escuchar o

leer de lo que nos dice una persona, su aspecto

material. El decir se refiere, por el contrario, a aquel

lugar virtual desde dónde nos dice lo que dice. En el

ejemplo de Agustina, el dicho puede ser “Estoy

deprimida” y el decir lo que sustenta esta

depresión, por ejemplo “No puedo vivir sin el

hombre que ha tomado todas las decisiones

importantes de mi vida, menos a mi avanzada edad

y con una lejana relación con mis hijos”.

No es necesario que el decir se explicite de

esta forma, que muchas veces es una síntesis

realizada por el psicoterapeuta para sí mismo, para

así poder entender el caso. Lo que sí es relevante es

que será en este lugar intermedio donde recaerá la

intervención, y no directamente sobre el dicho del

paciente.

Estoy deprimida

No puedo vivir sin él Intervención

Muerte del marido

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15

En síntesis, parece ser que lo que define la

práctica psicoterapéutica tiene que ver con

pesquisar e intervenir sobre el lugar desde donde se

dice lo que se dice, esa brecha donde se aloja lo

subjetivo, más que intervenir sobre lo que se dice.

Con ello buscaremos producir el cambio en la vida

de la persona, a través del cambio en su posición

subjetiva frente a su experiencia.

Es importante aclarar que existe bastante

consenso entre las escuelas de psicoterapia en

considerar que lo que el paciente nos dice no es

solamente verbal, sino que comunica con todo lo

que hace y lo que deja de hacer. Incluso dice sin

saber que dice, como plantea Lacan ya en 1953:

“Con su propio cuerpo el sujeto emite una palabra

que, como tal, es palabra de verdad, una palabra

que él ni siquiera sabe que emite.”4

Sabemos entonces que, a través de lo que el

paciente dice verbal y no-verbalmente se intenta

pesquisar el lugar desde donde habla el sujeto, que

es justamente lo que más habla de él. No hay que

olvidar, además, que lo que dice debe ser

entendido en su contexto, en su historia, en su

familia, en su cultura. Esto que parece una

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obviedad, no siempre se ve reflejado en el

tratamiento otorgado por los psicoterapeutas.

Lacan pone como ejemplo el tratamiento de

uno de sus pacientes, cuyos síntomas tenían

relación con la dificultad en el uso de su mano. El

paciente había estado en un tratamiento con otro

psicoanalista anteriormente, quien había intentado

centrar su análisis en torno a la masturbación y a las

represiones que el entorno había provocado sobre

esta. Esta hipótesis, por supuesto, no hace más que

propiciar la caricatura de que para el psicoanálisis

todo es sexual, tan presente en nuestra sociedad.

Por el contrario, Lacan escucha la historia del

sujeto, quien aunque era de familia musulmana,

mostraba una aversión frente a la ley del Corán. La

clave fue atenerse al precepto de que “no debemos

desconocer las pertenencias simbólicas de un

sujeto.”5 Como algunos sabrán, en la ley coránica se

le corta la mano a quien roba. Aunque esa sanción

hace mucho que no se practica, sigue inscrita en el

orden simbólico que funda las relaciones humanas.

Justamente el paciente había escuchado en su

infancia que su padre había perdido su puesto de

trabajo por ser acusado de ser ladrón. Si el paciente

tenía problemas en el uso de su mano, no era por

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una masturbación infantil, sino por una

identificación con este padre que según el Corán

debía haber perdido su mano.

Se entiende entonces que el lugar, la

tradición, la familia, en fin, todos los niveles de

nuestro contexto, son claves para entender lo que

decimos, lo que nos pasa, y que una psicoterapia

sólo tendrá éxito cuando intervenga tomando en

cuenta ese nivel.

Por otro lado, una frase que pueda parecer

inocua —incluso positiva— para una persona,

como “soy inteligente” puede volverse

problemática, por ejemplo, en una persona que se

deprime al no poder validarse desde ese lugar. Esto

es algo que les pasa a muchos estudiantes

destacados en el colegio, que al ingresar a la

universidad son sólo estudiantes promedio. ¿El

problema es su definición de inteligencia? ¿es que

ya no son inteligentes? ¿lo fueron alguna vez? Parte

de la terapia tratará de que se cuestionen estas

preguntas, no para ver si efectivamente son

inteligentes según un criterio objetivo, sino para

explorar ese espacio intermedio que hace que, para

esta persona en esta situación en particular,

definirse como inteligente le causa sufrimiento.

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La clave para generar un cambio es cambiar

la posición subjetiva del paciente, la posición desde

la cual observa y vive su experiencia. ¿Fácil? Uno de

los primeros problemas para lograr este cambio es

que las personas no tienen necesariamente

conocimiento acerca de su propia posición.

¿Cómo podemos desconocer lo más propio,

a saber, la posición desde la cual experimentamos

nuestras vidas? Existen distintas teorías que

explican este punto, pero para efectos de este libro,

me gustaría referirme brevemente a dos autores

que, desde veredas muy distintas, destacan este

hecho: los estudios de mercado realizados por

Howard Moskowitz, y el psicoanálisis de Sigmund

Freud6.

Los encargados de Prego contrataron a la

consultora de Moskowitz, para que los ayudase a

que su salsa de tomate venciese a su competencia.

¿Qué hizo Moskowitz? Elaboró casi cincuenta

variedades de salsa de tomate, ordenándolas según

distintos factores, como su dulzura, la cantidad de

ajo, su acidez, cuán triturados estaban los tomates,

el nivel de picante, entre otros factores.

Listas sus salsas, se fue de gira por Estados

Unidos con todas las variedades, y las dio a probar a

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miles de personas. A cada uno de ellos le servía diez

platos pequeños de pasta, con una salsa diferente

en cada uno, y les pedía que los puntuasen.

Cuando analizó los datos no buscó la

variedad más popular de salsa —lo que hubiesen

hecho los otros expertos en estudios de mercado de

la época— sino que agrupó los resultados en

conjuntos, y se dio cuenta que todo

norteamericano pertenece a uno de tres grupos.

Hay personas a las que les gusta su salsa de tomate

normal, a otras les gusta que sea picante y a otro

tercio le gusta que tenga trocitos extra, o extra

chunky en el original.

Aquí estuvo la clave para Prego, ya que en

esa época no había una salsa de tomate con trocitos

extra en el supermercado. Sacaron entonces una

línea con trocitos extra que se apoderó de manera

inmediata del negocio de la salsa de tomate en

Estados Unidos, ganando más de seiscientos

millones de dólares con ella en los años siguientes.

¿Qué tiene que ver la salsa de tomate con la

psicoterapia? Antes de Moskowitz, lo que se hacía

en los estudios de mercado para saber qué quería

comer la gente —lo que la gente deseaba— era

simplemente preguntarles. Durante años se

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limitaron a sentar a personas en grupos focales y les

preguntaban directamente: "¿Cómo quieren que

sea su salsa de tomate?” Y durante todos esos años

—más de treinta años— nadie dijo que quería con

trocitos extra. Incluso cuando para al menos un

tercio de ellos, era lo que en realidad deseaban.

Lo que trato de mostrar con esta pequeña

historia, es que nuestros deseos —incluso los más

sencillos— no son transparentes para nosotros

mismos. La posición desde la que nos observamos,

la posibilidad de conocernos a nosotros mismos, no

es tan privilegiada como uno quisiese creer.

Ahora bien, y yendo un poco más profundo

que la salsa de tomate, Freud nos explica las

razones de por qué justamente lo que más

deseamos —en aspectos más relevantes que la

comida— se vuelve a veces lo más opaco para

nosotros.

De manera simple, se puede decir que para

Freud este desconocimiento es provocado por el

rechazo frente a una vivencia. Ahora bien, hay que

entender que por vivencia entendemos tanto un

hecho puntual, como un deseo, un sentimiento o un

pensamiento.

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Es posible colocar todos estos fenómenos en

un mismo nivel, ya que para que tales vivencias

sean experimentadas por la persona, todas ellas

deben ser, de una u otra forma, primero

representadas en el aparato psíquico. Aunque

parezca complicado, lo que estoy diciendo es que lo

que experimentamos en nuestras vidas se nos

presenta desde un punto de vista particular —

nuestra posición subjetiva— y que es la imagen

mental o representación resultante la que llegamos

a conocer.

Esto quiere decir que cuando observamos

algo, como este libro, lo que observamos es la

representación de éste, formada gracias a nuestro

aparato psíquico. Es esta misma representación —

aproximadamente— la que podemos evocar

cuando, sin tener el libro al frente, podemos

recordarlo. Lo mismo sucede con lo que pensamos y

deseamos. A fin de cuentas, no es necesario tener

un rico plato de pasta con salsa de tomate para

desear comerse uno, muchas veces basta con

imaginárselo para que el apetito aparezca.

Pues bien, frente a algunas de estas

vivencias, ocurre un rechazo, causa de la gigantesca

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mayoría de los problemas psicológicos que nos

aquejan. Pero, ¿por qué este rechazo?

Lo que tienen en común estas vivencias es

que a “a uno le gustaría no haberlas vivenciado,

preferiría olvidarlas.”7 ¿Por qué? Porque “todas

ellas eran de naturaleza penosa, aptas para

provocar los afectos de la vergüenza, el reproche, el

dolor psíquico, la sensación de un menoscabo.”8

¿Pero por qué provocaba tales sentimientos

penosos? Debido a que su representación no era

compatible con aquellas ya reunidas al interior del

yo, es decir, no era compatible con la idea que

tenemos de nosotros mismos. En palabras de Freud,

“ante el yo del enfermo se había propuesto una

representación que demostró ser inconciliable, que

convocó una fuerza de repulsión del lado del yo cuyo

fin era la defensa frente a esa representación

inconciliable.”9

Cito en extenso este pasaje porque resume

de buena forma la idea central freudiana, que se irá

complejizando y sofisticando, pero mantendrá

siempre la misma esencia a lo largo de su obra.

Aprovecho en este momento de clarificar la

errada visión de que para el psicoanálisis lo único

que importa es lo referente a la sexualidad. Como

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se puede ver, lo que da el carácter de trauma a un

evento es que despierte afectos penosos, como el

horror, la angustia y la vergüenza, en la persona.

Aunque tales afectos pueden ser despertados por

una situación de carácter sexual, podemos

fácilmente pensar otros tipos de situación que

despierten el horror, como la muerte de un familiar

o un robo a mano armada, como también

pensamientos o sentimientos incompatibles con los

valores propios.

Tenemos entonces una idea de por qué es

difícil conocer a cabalidad nuestra propia posición

subjetiva. Hay cosas de nosotros mismos que

preferimos olvidar, no ver ni asumir como propias.

Freud está diciendo entonces, desde el

comienzo de su obra y hasta el final de ella, que los

síntomas, que el malestar del ser humano, proviene

de una defensa frente a una representación

inconciliable para con aquellas ya reunidas al

interior del yo. Es decir, aquellas representaciones

incongruentes con aquel que creo ser yo, se repelen

y mantienen fuera de la conciencia.

Un ejemplo de ello puede ser un hombre

que no se da cuenta de las conductas demasiado

galantes con otras mujeres, ya que siempre se ha

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considerado un marido fiel, o un amigo que

aconseja a un colega que trabaja más que el resto,

el tomarse las cosas con calma, mostrándose

sinceramente preocupado por su bienestar, sin

poder reconocer que en verdad lo carcome la

envidia del posible ascenso del segundo.

Para Freud, lo inconciliable de tal

representación tiene que ver con “un ideal por el

cual mide su yo actual”10, ideal que “partió en

efecto de la influencia crítica de los padres, ahora

agenciada por las voces, y a la que en el curso del

tiempo se sumaron los educadores, los maestros y,

como enjambre indeterminado e inabarcable, todas

las otras personas del medio (los prójimos, la

opinión pública).”11

Como puede verse, es bastante claro este

fenómeno. Los ideales provienen del exterior — al

menos en su origen— y de buena forma determinan

quién buscamos ser, incluso a costa de no asumir

partes de nosotros, especialmente las que van en

contra de tal ideal.

Afortunadamente, Freud descubrió que con

“un mero esforzar podía hacer salir a la luz las series

de representaciones patógenas cuya presencia era

indudable.”12. Esto quiere decir que a través de su

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método —cuyo proceder explicaré brevemente en

las páginas siguientes— podía hacer salir a la luz

aquello rechazado por el paciente.

Sin embargo, se encontraba con una

resistencia para lograr este cometido, concepto

central para entender los casos que relataré a lo

largo del libro. Freud realizó la siguiente hipótesis:

existe “en el paciente una fuerza que contrariaba el

devenir-consciente (recordar) de las

representaciones patógenas. Una inteligencia nueva

pareció abrírseme cuando se me ocurrió que esa

podría ser la misma fuerza psíquica que cooperó en

la génesis del síntoma histérico y en aquel momento

impidió el devenir-consciente de la representación

patógena.”13

Esto quiere decir que, cuando en el trabajo

psicoterapéutico se hace un intento para que tales

representaciones salgan a la luz, aparece la

resistencia frente a ello, de una y mil maneras,

entre las que encontramos los comunes drásticos

cambios de temas, silencios poco productivos e,

incluso, cuestionamientos hacia el terapeuta.

No es de extrañar que si originalmente la

representación, la vivencia, produjo tal rechazo,

aparezca la resistencia cuando se busca hacerla

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aparecer en la sesión. Es por esto que será clave en

todos los casos —algo que aparecerá

constantemente a lo largo del libro— saber

maniobrar de tal forma que se evite despertar la

resistencia.

En síntesis, este rechazo de los pacientes

frente a una vivencia —a la representación de un

suceso, de un pensamiento, de un deseo— era “en

verdad un... no querer saber, más o menos

consciente, y la tarea del terapeuta consistía en

superar esa resistencia de asociación mediante un

trabajo psíquico.”14

Pero, ¿cómo realizar este trabajo?

Sabemos ya que no podemos ir

directamente al punto, ya que al estar rechazado

previamente por el paciente, o bien lo ignoraremos,

o si intervenimos directamente sobre él se elevará

la resistencia. En un comienzo Freud le pide al

paciente que le diga lo que se le ocurre sobre un

asunto en particular, prometiendo el comunicarle

“esa imagen o esa ocurrencia, cualquiera que ella

fuere. Le digo que no tiene permitido reservárselo

por opinar, acaso, que no es lo buscado, lo

pertinente, o porque le resulta desagradable decirlo.

Nada de crítica ni de reserva, ya provengan del

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afecto o del menosprecio.”15 Posteriormente, Freud

comienza a utilizar la asociación libre, mecanismo

muy similar a este prototipo, pero en el cual no se

le pide asociar al paciente sobre un punto en

particular, sino que simplemente debe decir lo que

se le venga a la mente.

Con este procedimiento Freud busca disociar

la “atención del enfermo de su búsqueda y

meditación conscientes, en suma, de todo aquello

en lo cual pudiera exteriorizarse su voluntad”16, es

decir, intentamos mediante “un ardid sorprender

por un momento al yo que se place en la defensa17”

Aquí se hace clave el recordar la importancia

del decir sobre el dicho, ya que la posición subjetiva

aparece y se devela en muchos contenidos, por lo

que aunque la sesión parezca tratarse de un punto

poco relevante — incluso no propio del paciente,

como una película que vio el fin de semana—

puede en verdad estar tratándose de lleno acerca

de su posición, sin que él lo perciba.

Además, la invitación a que diga lo que le

venga a la mente propicia también un discurso más

libre, en el cual pueden aparecer contenidos que el

paciente ha rechazado anteriormente, pero que en

la seguridad de la consulta pueden ser expresados.

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En la misma línea existe la interpretación de

sueños —también muchas veces mal entendida—

en el cual se aprovecha que “en el adormecimiento

emergen las representaciones involuntarias por la

relajación de una cierta acción deliberada (y por

cierto también crítica) que hacemos influir sobre el

curso de nuestras representaciones.”18

Así, intentamos recuperar una vivencia

rechazada del paciente, que aparece disfrazada en

el sueño. Un buen ejemplo de esto es cuando en el

sueño el paciente no es él, sino otra persona —a

veces inexistente en el mundo real— pero que

desea y lleva a cabo justamente lo que el paciente

no se atreve a reconocer como suyo.

Como se puede ver, el sueño no es más que

una puerta de entrada —de mucha importancia

para Freud— para lo rechazado por el paciente.

Anteriormente había mencionado que la

escucha en el psicoanálisis era diferente a la

coloquial, y es que frente a esta asociación libre del

paciente, se hace necesaria cierta contraparte en el

psicoanalista. Ya que no se sabe a priori qué

contenidos son los relevantes de lo que el paciente

dice, ni tampoco cómo se conecta un relato con

otro, es indispensable escuchar de cierta forma el

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relato del paciente. Esta manera de escuchar

“consiste meramente en no querer fijarse en nada

en particular y en prestar a todo cuanto uno

escucha la misma «atención parejamente flotante»

(…) tan pronto como uno tensa adrede su atención

hasta cierto nivel, empieza también a escoger entre

el material ofrecido; uno fija un fragmento con

particular relieve, elimina en cambio otro, y en esa

selección obedece a sus propias expectativas o

inclinaciones. Pero eso, justamente, es ilícito; si en la

selección uno sigue sus expectativas, corre el riesgo

de no hallar nunca más de lo que ya sabe; y si se

entrega a sus inclinaciones, con toda seguridad

falseará la percepción posible. No se debe olvidar

que las más de las veces uno tiene que escuchar

cosas cuyo significado sólo con posterioridad

discernirá.”19

Esto obliga a dejar de lado los apuntes, tan

comunes hoy por hoy en las consultas psicológicas,

que no sólo dificultan la asociación libre —si el

terapeuta anota ciertas cosas que uno dice y otras

no, es imposible no empezar uno también a filtrar

de cierta forma— sino que también imposibilita

una atención parejamente flotante, ya que se están

recordando y marcando ciertos trozos del relato del

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paciente, en base a criterios propios que no

provienen de la posición subjetiva de quien

tenemos al frente.

De esta forma, la escucha que debe tener el

psicoterapeuta es simplemente considerar todo lo

que dice el paciente con el mismo mérito,

respetando el discurso del paciente sin imponer

prejuicios o hipótesis previas sobre qué es lo

importante, algo que muchas veces sólo sabremos

con posterioridad. Es, a fin de cuentas, una

invitación a escuchar de verdad.

Por último me gustaría mencionar un

aspecto vital para generar el cambio en las

personas, presente desde el comienzo de la obra

freudiana. Aunque el rechazo de una vivencia

irreconciliable para el paciente es un motivo central

del malestar, Freud reconoce además “una parte

«secundaria» que se sobreañade, apuntalándose en

otros propósitos del yo, si es que el síntoma está

destinado a afirmarse (…) es notorio para el análisis

que la sustracción de esta ganancia de la

enfermedad, o su cese a consecuencia de una

variación real, ofrece uno de los mecanismos de la

curación del síntoma”20.

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¿A qué se refiere Freud con esta parte

secundaria? Muchas veces, aunque a primera vista

no lo parezca, existe cierta ganancia producto del

malestar. Un buen ejemplo son los mayores

cuidados que recibe una persona con depresión. En

el caso de Agustina, puede que esté siendo visitada

con mucha mayor frecuencia por sus hijas ahora

que está deprimida por la muerte de su marido, y

quizás una razón para no dejar de estarlo sean

justamente estas visitas. Lo mismo ocurre en el caso

de las licencias médicas, que a veces se vuelven una

motivación para seguir enfermo.

Como dice Freud en la cita anterior, a veces

basta con terminar con tal ganancia para que los

síntomas desaparezcan. Este tipo de intervención

fue explotada genialmente por Milton Erickson21,

quien de una y mil maneras lograba que seguir con

el malestar fuese mucho más costoso que terminar

de una vez por todas con él.

De esta forma es posible entender que,

aunque una de las creencias más arraigadas en las

personas es que ir a una psicoterapia se asemeja a

un proceso de auto-conocimiento, a veces basta

simplemente con modificar la situación de tal forma

que la ganancia asociada al síntoma desaparezca.

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A continuación expondré brevemente diez

casos, para así mostrar claramente algunos

procesos típicos de la psicoterapia mencionados en

este capítulo, como el de captar la posición

subjetiva del paciente, el lugar y modo de las

intervenciones, cómo ellas evitan levantar la

resistencia, entre otros.

Es importante aclarar que todos los casos

son reales, pero he modificado los nombres,

profesiones y otros datos, para así poder mantener

el criterio de confidencialidad que supone un

proceso psicoterapéutico. De todas formas, los

pacientes cuyos casos se relatan en este libro

revisaron el capítulo correspondiente y autorizaron

su publicación.

En algunos de los casos expuestos, las

intervenciones eliminan los síntomas, pero

claramente no actúan sobre la causa del problema,

el rechazo que mencionamos anteriormente. Sin

embargo, aquello es algo sobre lo que se puede

trabajar posteriormente —y que en la mayoría de

los casos se trabajó en las sesiones siguientes— una

vez que los síntomas incompatibles con la vida

diaria se hayan eliminado.

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Esto quiere decir que el modo de trabajo del

psicoanálisis, relacionado como vimos con captar,

asumir e incluso modificar la posición subjetiva del

paciente, provoca en incontables ocasiones un

efecto terapéutico, ya sea una sensación de alivio o

el cese de un síntoma, de manera bastante rápida.

En síntesis, lo que intentaré mostrar en los

casos a continuación es que, a diferencia de lo que

muchas personas pueden creer, la gente sí cambia.

1 Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales

(Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM). Creado por la Asociación Americana de Psiquiatría, comprende la clasificación de ciertos trastornos mentales, proporcionando criterios claros y específicos para diagnosticarlos. 2 Jacques Lacan (1901-1981). Psicoanalista francés, cuya Escuela es

una de las más importantes a nivel mundial. Se le conoce por haber vuelto a poner la cuestión del lenguaje en el centro del psicoanálisis. 3 Jacques Lacan. El Seminario 2: El Yo en la Teoría de Freud y en la

técnica psicoanalítica. 1954-55. Ediciones Paidós, 2006, p.71.

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34

4 Jacques Lacan. El Seminario I: Los Escritos Técnicos de Freud. 1953-

54. Ediciones Paidós, 2007, p.387 5 Ibíd., p.291

6 Sigmund Freud (1856-1939). Neurólogo austríaco que crearía el

psicoanálisis a fines del siglo XIX. 7 Sigmund Freud. Sobre Psicoterapia de la Histeria. 1895. Editorial

Amorrortu, 2003, p.276 8 Ibíd., p.275-6

9 Ibíd., p.276

10 Sigmund Freud. Introducción al Narcisismo. 1914. Editorial

Amorrortu, 1990, p.90 11

Ibíd., p.92 12

Sigmund Freud. Sobre Psicoterapia de la Histeria. 1895. Editorial Amorrortu, 2003, p.275 13

Ibíd., p.275 14

Ibíd., p.276 15

Ibíd., p.277 16

Ibíd., p.277 17

Ibíd., p.284 18

Sigmund Freud. La Interpretación de los Sueños. 1900. Editorial Amorrortu, 1989, p.123 19

Sigmund Freud. Consejos al Médico sobre el Tratamiento Psicoanalítico, 1912. Editorial Amorrortu, 1996, p.111 20

Sigmund Freud. Contribución a la Historia del Movimiento Psicoanalítico. 1914. Editorial Amorrortu, 1990, p.51 21

Milton Erickson (1901-1980). Psiquiatra norteamericano especialista en hipnosis, cuyas técnicas influyeron fuertemente en la terapia breve, la terapia estratégica, la terapia centrada en la solución de problemas y la programación neurolingüística.

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35

Page 36: La gente si cambia

36

II

DARLE ESPACIO A LA MUERTE

Uno de los momentos más duros en la vida

es perder a un familiar cercano. Muchas veces

aparecen sentimientos de injusticia frente al mundo

o, cuando la muerte es temprana, tendemos a no

encontrarle sentido, lo que algunas veces nos llena

de rabia. Cuando es producto de un accidente,

puede aparecer la culpa, con remordimientos frente

a lo que se podría haber hecho de otra forma, para

evitar tal destino aciago.

¿Cómo lidiar con algo así? En este capítulo

intentaré mostrar el proceso de un duelo, en el

cual, con muy pocas intervenciones, pero con

mucha paciencia y respeto, la paciente logró ir

retomando su vida.

María José me pidió una hora por teléfono,

explicándome que tenía problemas para dormir y

que le habían recomendado una psicoterapia. Al

llegar a su primera sesión, explicó con una sonrisa

Page 37: La gente si cambia

37

que nunca ha dormido bien, por lo que desde hace

años toma ciertas pastillas que un neurólogo le

recetó para lograr conciliar el sueño. Siempre le

habían hecho efecto, pero hace tres meses que

prácticamente no lograba dormir, aún cuando el

médico había doblado la dosis.

Cuando le pregunto por las causas que ella

supone provocaron este cambio, me dice que “no

ha pasado nada en especial hace tres meses” y que,

por lo mismo, está sorprendida de que las pastillas

hayan dejado de tener efecto.

Buscando que se despliegue su historia,

empiezo a preguntarle por su familia, y se pone a

llorar desconsoladamente. Me cuenta que hace seis

meses murió su marido de un paro cardíaco, y que

todavía no se ha recuperado del impacto. Mientras

me cuenta esto, pide perdón varias veces por llorar

así, diciéndome que ella sabe que “a estas alturas

ya no me debería afectar tanto, después de seis

meses ya no es normal, ¿no?”.

Aunque pueda parecer obvio, vale la pena

recordar que no corresponde al psicólogo el decir

qué es normal y qué no, explicándole a la paciente

desde alguna teoría psicológica el proceso del

duelo. Nuestra labor es comprender a la paciente

Page 38: La gente si cambia

38

en su singularidad, en su historia, permitiendo que

aparezca su posición subjetiva.

Por lo mismo, simplemente me muestro

extrañado por cómo llegó a esa idea, invitándola así

a seguir desplegando su relato. María José me

cuenta que lo dicen sus hermanas, dos de las cuales

son psicólogas.

Puede verse claramente que fue una buena

idea el dejar abierta la pregunta acerca de si es

normal o no seguir siendo afectado por un duelo. A

fin de cuentas, y sin siquiera proponérmelo, ya me

había desmarcado de sus hermanas psicólogas que

le indicaban que no lo era.

Cuando María José me empieza a hablar

sobre sus hermanas y sus vidas, la interrumpo

cortésmente y le pido que primero me cuente sobre

lo que le sucedió a su esposo. De esta forma, sin

decirlo explícitamente le doy a entender que, más

allá de que sea normal o no, es algo de lo que sería

bueno hablar.

Javier era su marido desde hace casi treinta

años. María José me cuenta que el gran placer de

Javier era la comida que ella preparaba. “Siempre

me han dicho que tengo mano de monja”, me

Page 39: La gente si cambia

39

explica, y comienza a enumerar los postres que le

hacía prácticamente todos los días.

Un día sábado, después de comer a solas

con su marido, éste sintió un fuerte dolor en el

pecho y a pesar de que decidieron llamar de

inmediato a una ambulancia, en la clínica no hubo

ya nada que hacer y Javier murió de un paro

cardíaco.

Eran tantos los trámites que tenía que hacer,

entre bancos, médicos y la funeraria, que el primer

mes casi no pudo sentarse a llorar tranquila. Sus

tres hijas, todas adultas e independientes, le

pidieron que se encargase de todo porque ellas

“estaban demasiado tristes para funcionar”.

Los dos meses siguientes sí pudo llorar. Cada

noche al menos una de sus hijas la acompañaba a

comer, y conversaban acerca de Javier. Pasado ese

tiempo, sin embargo, sus hijas empezaron a

aguantar menos su sufrimiento, diciéndole que ya

había pasado la hora de sufrir, e indicándole que si

no conversaban de otra cosa no seguirían yendo a

comer. “Ya empezaste”, le decían molestas sus hijas

cuando hablaba de su marido.

Sin embargo María José seguía demasiado

triste. Sobre todo porque se sentía culpable. “El

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40

paro cardíaco fue por el colesterol… quizás si yo no

lo hubiera consentido en todo, en hacerle esos

postres todos los días… quizás seguiría vivo.” Me

cuenta que en un control anterior el cardiólogo le

había recomendado cambiar su dieta, pero “frente

a los pucheros de Javier no podía negarme”.

Sin duda, la frase más impactante que me

dijo en esa primera sesión, y que volvería a repetir

en posteriores encuentros, era: “de alguna forma

yo lo maté”.

Aquí nos encontramos con una frase que

refleja muy bien su posición subjetiva frente a lo

ocurrido, esa clave mencionada en el primer

capítulo que permite entender a un paciente y

poder trabajar con éste.

Frente a esta posición, no parece nada de

raro que María José siguiera sufriendo y teniendo

problemas para dormir. Sin embargo, sus hermanas

e hijas le repetían que un “duelo normal no dura

más de seis meses”, por lo que si la veían triste se

molestaban profundamente. Por lo mismo, el

último tiempo había intentado que ellas no notasen

que seguía sufriendo. Incluso había tenido que

llorar a escondidas cuando sus hijas estaban en la

Page 41: La gente si cambia

41

casa. “Cuando lavo aprovecho de llorar, el ruido de

la máquina lo esconde”.

Cuando María José me preguntó si era

normal seguir llorando, le indiqué que parecía que

había mucho todavía por lo que llorar. Me dijo que

se entristecía “al pensar dónde estará ahora, en si

podría haber hecho algo distinto, en si alguna vez lo

volveré a ver.”

Comenzamos entonces a conversar de cada

una de estas cosas. De cómo se imaginaba el lugar

donde estaba su marido. De si efectivamente podría

haber hecho algo distinto. De tantas cosas que hay

que hablar cuando alguien muere de esa forma.

Hayan pasado seis meses o no.

Si había algo de lo que era vital hablar era de

su posición, reflejada como vimos en: “de alguna

forma yo lo maté”. Muchas personas — y unos

cuantos psicólogos— consideran como algo

negativo el dar espacio para hablar de la culpa en

un caso como éste. Creen que hablar de ésta sólo la

hará crecer. Sin embargo, sucede justamente lo

contrario.

Hablar de la culpa, tener el espacio para

examinar las ideas al respecto, sin que otro intente

tranquilizarla con lugares comunes, es justamente

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42

la única forma en que este sentimiento vaya

desapareciendo. La clave en este caso, como en la

mayoría de los procesos de duelo y procesos

traumáticos, es tener paciencia y darle a la persona

que sufre el espacio para hablar, las veces que sea

necesario, de su dolor. No puede haber apuro, no

hay plazos posibles si no se da esto.

Lo que sucede es que la muerte nos toca tan

de cerca a todos, que muchas veces intentamos que

el dolor pase rápido, como por encima, para no

tener que contactarnos tampoco nosotros con esa

muerte que también nos ha tocado o nos tocará. Al

igual que con la culpa, intentamos calmar al otro

negándole la posibilidad de sentir de la forma en

que está sintiendo. “Pero de qué te sientes culpable,

no seas tonta” le decían sus hijas, intentando

calmar a su madre. Pero María José me contaba que

la falta de comprensión de sus hijas sobre lo que

ella estaba pasando era otra de las razones por las

cuales sufría.

Nos dedicamos entonces un buen número

de sesiones a hablar de Javier, de los recuerdos que

ella tenía con él, de la noche del paro cardíaco, de la

culpa que sentía por sus postres. Sin apuro, y

dándole permiso para examinar cada idea, por loca

Page 43: La gente si cambia

43

que le pareciese. A cada rato se excusaba por seguir

sufriendo, y cada vez había que mostrarle que tenía

todo el permiso para ello.

Poco a poco, empezó a preguntarse por su

futuro, primero preocupada y triste, pero de todas

formas, mirando hacia delante. Era un cambio del

discurso centrado en la muerte de su marido, a

hablar del porvenir y de las cosas que soñaba hacer.

Sin proponerlo explícitamente, y con sólo darle el

espacio para desahogarse sin restricciones, María

José hablaba menos de Javier, dormía más, y veía

cómo la relación con sus hijas mejoraba.

La culpa también fue desapareciendo, algo

que quedó manifiesto cuando me contó que había

vuelto a hacer postres, esta vez para sus nietos.

“Pero me preocuparé de hacerles cosas más

saludables” me dijo una vez al terminar una sesión.

Cuando terminamos la terapia, María José

estaba planificando un viaje con sus hijas, quienes

estaban “felices de que la mamá piense positivo”. Ya

no se sentía culpable, porque con calma pensó que,

aunque Javier comía casi todos los días sus postres,

también comía comida rápida todos los días en el

trabajo, además de que nunca había hecho deporte,

por más que ella lo invitase al gimnasio. Una de las

Page 44: La gente si cambia

44

últimas cosas que me dijo sonriente fue: “qué tonta

haber pensado que yo lo maté.”

No es de extrañar que sus problemas para

dormir se acabasen, incluso pudiendo bajar la dosis

de las pastillas recetadas por su neurólogo.

Ahora bien, aunque el objetivo de una

psicoterapia puede resumirse de buena forma en el

cuestionamiento de la posición subjetiva, debemos

recordar que se debe ser respetuoso con el ritmo

del paciente, para así no levantar la resistencia y

provocar justamente lo contrario, a saber, la

defensa acérrima de tal posición.

Remarco esto ya que en algunos casos

traumáticos, a diferencia del caso anterior, la

persona más que estar profundamente afectada se

muestra, muy por el contrario, extrañamente

indiferente a lo ocurrido.

En estos casos no es indicado el intervenir

intentando convencer a la persona de que sí

debiese estar afectada. Aunque es posible que el

desahogarse y hablar libremente de lo sucedido le

ayude, hay que esperar a que sea el momento para

ello. Típicas intervenciones erradas en esta línea

son más o menos así: “seguramente estás sufriendo,

pero te cuesta reconocerlo”, “estás con una coraza

Page 45: La gente si cambia

45

que no te permite sentir”, o incluso “¿estás seguro

que no estás afectado por lo sucedido?”

¿Qué hacer entonces? Cuando el paciente

no se siente afectado, no hay que empujarlo a

sentir sino más bien detenerse justamente en el

hecho de que no siente. Frente a un hecho

traumático el cuestionamiento bien puede pasar

por el hecho de no sentir, de las razones que llevan

a esa aparente indiferencia. A veces, un simple “¿y

por qué crees que no te ha afectado?” provoca

como respuesta una apertura en la posición, una

conexión con la emoción del trauma. Más de una

vez, frente a algo tan sencillo como eso, un paciente

me ha contestado suspirando “porque sería

demasiado duro.”

Una y otra vez este tipo de intervenciones

demuestran que, al poco andar, la persona baja sus

defensas y logra conectarse con su sentir, y así

podemos empezar a trabajar sobre ello. A fin de

cuentas, con el ejemplo anterior, podemos ver que

hablar sobre por qué sería demasiado duro ya

empieza a establecer los puentes con el trauma en

cuestión.

Page 46: La gente si cambia

46

En síntesis, en la psicoterapia un punto

básico es la paciencia para con el ritmo del otro, lo

cual es aún más importante en los casos

relacionados con el trauma.

Así, evitaremos también ser causantes de un

nuevo trauma, esta vez por el forzamiento a relatar

lo que se prefiriese olvidar, u obligar a superar al

paciente un episodio a un ritmo que sólo le produce

más dolor.

Page 47: La gente si cambia

47

Page 48: La gente si cambia

48

III

LA TRAICIÓN DE LOS GATOS

Uno de los síntomas que con frecuencia lleva

a consultar a un psicólogo es la fobia. El miedo

desencadenado por la presencia de un objeto o

situación — como puede ser el miedo a volar en

avión, a ciertos animales, a estar en lugares

cerrados, entre muchos otros— provoca ansiedad y

dificulta el diario vivir. Es importante recordar que

el miedo puede ser incluso producto de la

anticipación del objeto o situación, es decir, sin

siquiera enfrentarse directamente con él. Como en

el caso que veremos a continuación, la persona

aquejada de una fobia reconoce que este miedo es

excesivo o irracional, pero aún así no puede

controlarlo.

Hace un par de años atendí a Ana María, una

mujer de cuarenta y nueve años. Lo primero que

me dice al comenzar la sesión es que viene “a que

me quite el miedo a los gatos”.

Page 49: La gente si cambia

49

Ana María confiesa que le parece

“demasiado estúpida” esta situación, pero lleva casi

diez años con esta fobia. Cuenta que viene a

consultar ahora porque su problema ha ido

empeorando; al principio no le gustaba tocarlos, ya

que pensaba que la podían morder. Hoy por hoy,

teme caminar por las calles de Santiago por miedo a

encontrarse con un gato.

Repetirá muchas veces lo “estúpida” que le

parece la situación, confesando que incluso una de

las dificultades por las cuales no había asistido

antes a un psicólogo era la vergüenza de contar su

miedo.

En esta primera sesión aclara que esta fobia

“empezó de la nada”, y que nunca ha tenido malas

experiencias con los gatos. “Conozco gente que le

empieza a tener miedo a los perros después de que

los muerden, es entendible, pero lo mío no.”

Su familia ya no sabe qué hacer, ya que

desde hace un tiempo tanto es su temor de

encontrarse con un gato que ni siquiera puede

trabajar. “Evito las calles en las que me he

encontrado con alguno”, dice Ana María, “y el

problema es que actualmente son demasiadas como

para que me pueda mover tranquila por Santiago.”

Page 50: La gente si cambia

50

¿Qué hacer en este caso? Como vimos en el

primer capítulo, debemos escuchar más allá del

dicho de Ana María, intentar pesquisar desde qué

posición nos habla de su temor a los gatos, para así

entender el problema, y eventualmente ayudar a

solucionarlo.

De manera sencilla, casi ingenua, le

pregunto al final de la sesión qué asocia con los

gatos. Con una mirada seria, Ana María me dice

“Que son traicioneros.”

Antes de seguir, me gustaría destacar tres

frases que guiarán el caso, y que serán justamente

parte de la solución al enigma de la paciente.

“Vengo a que me quite el miedo”, “demasiado

estúpida”, y “son traicioneros”.

En la segunda sesión le empiezo a preguntar

por su vida, incluyendo a su familia y su trabajo,

antes de tener este problema. Aunque le digo que

es para conocer su contexto, lo que busco es que

aparezcan elementos que estén asociados con su

fobia, para poder empezar a entender la razón del

miedo de Ana María.

En síntesis, la paciente está casada con José

Luis hace treinta años, tiene tres hijas veinteañeras,

y no reconoce problema alguno en su vida más allá

Page 51: La gente si cambia

51

de su fobia. No extraña su trabajo de secretaria, ya

que “a estas alturas nos alcanza con lo de mi

marido”. En primera instancia, pareciera que todo

en su vida estaría bien.

Al final de esta sesión me pregunta que

cuándo empezaremos el tratamiento para su fobia.

Lo que Ana María no sabía es que su tratamiento ya

había comenzado.

Insistir en su historia rinde frutos, y ya en la

tercera sesión aparece el tema de la traición, pero

no referidos a sus temidos gatos. “Traiciones en mi

historia no he tenido, aunque muchas personas no

estarían de acuerdo”.

Cuando le pregunto sobre a qué se refiere,

me explica que sus amigas — e incluso una de sus

hijas— le han dicho hace muchos años que su

marido le es infiel, incluso mostrándole pruebas. Sin

embargo, cada vez que confronta a José Luis, éste

se excusa y logra que Ana María le crea.

“Aunque todos me lo dicen, yo no me lo

creo… mis amigas dicen a estas alturas que yo soy

estúpida.” Aquí puede verse nuevamente lo de

“estúpida”, palabra que ocupará una y otra vez para

definir su situación, cada vez más refiriéndose a la

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52

confianza en su marido, y cada vez menos para

catalogar a su fobia.

Siguiendo este hilo lógico, en las siguientes

sesiones Ana María continúa hablando de su

marido, agregando que algo en que al parecer sí

está de acuerdo con la gente “es que mi marido me

estafó”.

Cuando sorprendido le pregunto por esta

nueva posible traición, me explica que José Luis,

siendo abogado, fue quien se encargó del tema de

la herencia de la madre de Ana María, muerta hace

unos años.

“Fueron mis hermanas las que me dijeron

algo primero… José Luis cobraba mucho por

trámites que se supone tenía que hacer, pero al final

eran tantos millones que preguntaron a otro

abogado. Él les dijo que nos estaban estafando, que

no era ni un décimo de lo que José Luis decía.”

La invito a continuar su historia, sorprendido

de que no hubiese una sino dos — al parecer—

traiciones de su marido hacia ella. “Cuando lo

confrontamos, lo hicimos entre todas, yo no estaba

tan segura, y tampoco me atrevía. José Luis me

acusó de haberlo traicionado, de no haber confiado

en él, y dijo que no seguiría llevando el caso. Nunca

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53

devolvió un peso, porque según él lo había gastado

en trámites. Yo también me sentí traicionada.”

Como puede verse, aquí aparece claramente

otra posible traición, esta vez una que Ana María

considera cierta. Cuando le pregunto sobre cuándo

fue todo esto, me cuenta que hace diez años. “¿Y la

posible infidelidad?” le pregunto. “También.”

En las siguientes sesiones me seguía

relatando partes de la historia con su marido,

olvidándose ya por completo de hablar de su fobia.

Una y otra vez me decía que se sentía estúpida de

haber sido estafada, estúpida de no haberse dado

cuenta de que quizás le era infiel, estúpida de haber

perdonado la traición y, sobre todo, estúpida de

haberlo aguantado todo este tiempo.

Me detuve en este punto con un simple

“¿Por qué aguantaste?”, intervención cuya

respuesta aclarará bastante lo sucedido.

“Por miedo. Fue hace diez años, las niñas no

estaban independientes como ahora, él era el

sostén de la casa. Tuve que mirar para otro lado,

intentar olvidar lo que me había hecho. Me alejé de

mis hermanas que ya no lo podían ver, obviamente.

Mis amigas me repetían que no fuera estúpida, que

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54

lo enfrentara con el tema de la amante. Pero al final

decidí hacerme la loca.”

Las palabras de Ana María grafican

perfectamente el mecanismo de la fobia. Frente a

una realidad que no queremos enfrentar, decidimos

no asumir la posición que nos obligue a ello, y en

vez desplazamos el problema hacia otro punto,

conectado por alguna lógica oculta a simple vista.

Hacerse la loca, hacerse la fóbica, y así

durante diez años preocuparse de la traición de los

gatos y no de las traiciones de su marido.

Al poco andar me comentó al pasar que ya

no tenía miedo a los gatos, ya que había visto a

algunos en la calle y no había tenido sensación de

ansiedad alguna.

Sin embargo, siguió asistiendo por un

tiempo, pienso que para que le quitase el miedo a

enfrentar la traición de su marido.

Un par de meses después, sin miedo alguno,

lo hizo. Después de una larga conversación, su

marido confesó que efectivamente había tenido

una amante durante todos estos años, y que parte

del dinero de los supuestos trámites había sido para

poder mantener esta doble vida.

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55

En las sesiones siguientes lloró bastante,

principalmente por haberse demorado tanto en

enfrentar su miedo. Poco a poco fue recorriendo

nuevamente su historia, encontrando ella misma la

evidencia de todo lo que había sucedido. Al mismo

tiempo, fue apareciendo un proyecto de vida

futuro, sin necesidad alguna de hacerse la loca.

Al finalizar el tratamiento, Ana María ya no

vivía con su marido, pero sí con un gato.

Page 56: La gente si cambia

56

IV

LA LIBERTAD EN EL NO COMER

Los trastornos de la conducta alimentaria

son un problema cada vez más frecuente en

nuestro país. Sin embargo, muchas veces la

gravedad de una anorexia o una bulimia esconde

otros problemas subyacentes, y la única forma de

asegurar el éxito de un tratamiento es atacar de

manera conjunta el trastorno alimenticio y estos

problemas. Este capítulo busca mostrar cómo un

cambio en la posición de la paciente puede

provocar el cese de la problemática.

Hace un par de años recibí un correo de una

madre muy preocupada, en el cual me contaba que

su hija Olivia, de quince años, sufría de anorexia. La

joven había tenido un trastorno alimenticio hace un

par de años, solucionado aparentemente gracias a

las intervenciones de una nutricionista y una

psiquiatra. Sin embargo, un par de años después,

veía como su hija volvía a los hábitos de antes y a

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57

un peso peligrosamente bajo. Terminaba el correo

pidiéndome una hora para Olivia, agregando que,

además de la anorexia, le parece que su hija es

mucho más complicada que el resto de las niñas de

su edad.

Para poder conocer bien la situación, y

evaluar la preocupación de la madre, la cito

solamente a ella a una primera sesión. Es una buena

idea para la mayoría de los casos el reunirse

primero con la persona que pide la hora, sea la

potencial paciente o no. ¿Por qué? Ya que es ella

quien al evaluar la situación piensa que es necesario

un psicoterapeuta, podremos conocer en detalle

qué le hace pensar esto, además de evaluar si no

sería bueno incluirla a ella y no sólo la persona que

motiva el tratamiento.

En esa sesión la madre me cuenta que hace

dos años Olivia estaba muy debajo de su peso

normal, y que después de haberla internado y

tenerla en tratamiento durante un año, recuperó su

peso normal. Sin embargo desde hace unos meses

la madre comenzó a ver cómo su hija comía cada

vez menos, por lo que bajó de peso nuevamente.

Incluso me comentó que, gracias a que le revisaba

su pieza regularmente, había leído en su diario de

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58

vida que su dieta se basaba sólo en lechuga y limón,

lo que había motivado la consulta.

Aquí aparece otra razón por lo que es útil

esta primera sesión con la persona que pide la hora,

aún sin el potencial paciente. Hay veces que

solamente en esa sesión la persona se atreverá a

decir sin tapujos un dato relevante, algo que podría

serle difícil con el potencial paciente — sea su

marido, su hijo o cualquier otra persona cercana—

escuchándola. En este caso, como se pudo ver, es la

revisión del diario de vida de su hija lo que origina

su preocupación, y lo que nos permite entender por

qué consulta justamente ahora.

Comenta que, además del problema

alimenticio, tiene a su hija siempre “super

controlada” porque también está diagnosticada con

déficit atencional, por lo cual la tiene en

tratamiento psicopedagógico y la obliga a estudiar

un par de horas al día.

Empieza entonces a aparecer, de manera

bastante clara, que una de las aristas del caso será

el tema del control que ejerce la madre sobre su

hija.

A la segunda sesión cito solamente a Olivia,

para conocer su perspectiva. La joven reconoce que

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59

tuvo un problema con el peso hace un par de años,

pero opina que actualmente es sólo una

exageración de su madre. En concreto, Olivia está

cuatro kilos bajo su peso normal. Cuenta que su

madre le insiste todo el día que coma y que le lleva

comida a su pieza, incluso cuando le dice que no

tiene hambre.

Dice también que a su madre no le gusta la

comida que le dan en el casino de su colegio, ya que

no la encuentra saludable, por lo que le manda

almuerzo hecho por ella. Lo primero que le

pregunta cada vez que la va a buscar es “¿te

comiste el almuerzo?”, lo que tiene agotada a

Olivia. “Me tiene cansada que la comida sea tanto

tema… un día, un día podría no preguntarme.”

El control que habíamos visto por parte de la

madre en la primera sesión vuelve a aparecer en el

relato de Olivia. Me cuenta que está cansada de

que la traten “como cabra chica”. Su madre muchas

veces no la deja salir, dictamina con qué amigas se

puede juntar y con cuáles no, dentro de muchos

otros ejemplos.

Tenemos entonces a una joven con un

posible trastorno de la conducta alimentaria. Pero

también tenemos a una joven muy controlada por

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60

su madre, que añora independencia. Ahí está

nuestra palanca para provocar el cambio.

Tomando en cuenta que está cansada de

que la comida sea un tema — algo con lo que

podemos empatizar al recordar que ya pasó por un

tratamiento por este tema— le digo a Olivia lo

siguiente: “Te propongo algo… como tú no tienes un

problema con la comida, y estás cansada de que tu

mamá se meta en el tema, la voy a citar a ella sola

la próxima semana y le voy a decir que por un mes

no te toque el tema, para nada…” Incrédula, me

pregunta cómo lograré que la madre no se meta.

Le digo que su madre va a necesitar algún

tipo de prueba para creer que en estas nuevas

condiciones la cosa no va a empeorar. Le pido que

me ayude un poco: “¿qué te parece si le digo a tu

mamá que no toque el tema de la comida, por un

mes, y que si tu bajas o te mantienes en tu peso,

quiere decir que no funcionó el tratamiento, y hasta

ahí lo dejamos? Y tú por tu cuenta te propones subir

cien gramos a la semana.”.

Ella misma hace las matemáticas y me dice

que no tiene problema, ya que en un mes no va a

haber subido ni siquiera medio kilo. Le parece un

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61

precio muy bajo a pagar para liberarse del control

materno sobre la comida.

Intervine de esa manera ya que me pareció

que su posición frente a la comida era de rebeldía,

por cansancio con el tema, más que por un tema

con adelgazar. De ser así, al quitar la razón de

rebelarse con su alimentación, naturalmente

debiese ocurrir un cambio en ella.

¿Por qué cien gramos? Por dos razones. La

primera es que es tan poco, que asumía que Olivia

no se negaría a la idea. La segunda es que, si una

persona intenta subir cien gramos lo más probable

es que se pase un poco, por lo que aunque suba

doscientos gramos, ya sería el doble de lo

propuesto. Así, Olivia conseguiría de a poco ir

recuperando su peso normal, a un ritmo que no la

asustaría.

En la tercera sesión le propongo este trato a

la madre, quien lo acepta sin mucha esperanza.

Para ella el tema es la comida, y no que la comida

sea un tema.

Sin embargo, cuando a la cuarta sesión nos

reunimos los tres por primera vez — dos semanas

después del trato con Olivia— ella me cuenta que

en vez de los doscientos gramos pactados, subió

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62

medio kilo, pero me dice sonriendo “filo, son

trescientos más no más”. Dice que está comiendo

mejor, que anda menos pendiente del tema. Sobre

todo, está muy agradecida de que la mamá no se

meta.

Su madre dice poco en esa sesión. Confiesa

que le ha costado no preguntar por la alimentación

de su hija, y que medio kilo en dos semanas no le

parece algo de lo cual haya que alegrarse, siendo

que sigue bajo peso. La invito a mantener el trato, y

que mientras continúe subiendo sigamos

cumpliendo el acuerdo, ya que coincidimos en que

vamos en la dirección correcta.

Antes de irse, Olivia me cuenta que entró a

la selección de hockey de su colegio, algo que su

madre aprueba con una sonrisa: “es todo un

orgullo”.

La semana siguiente Olivia no sólo ha

mantenido su peso, sino que ha subido alrededor

de doscientos gramos más. La madre ha cumplido, y

ya no le pregunta por el tema comida. De hecho, ve

y valora los cambios en su hija.

Pero como ocurre muchas veces en las

relaciones interpersonales, si uno de sus

integrantes empieza a cambiar, el otro también lo

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63

hace. La madre de Olivia plantea que le gustaría que

su hija se devolviese sola del colegio, ya que ella

está cansada de ir a buscarla todos los días,

especialmente ahora que tiene un horario distinto

de salida que el de sus hermanos, debido al hockey.

Olivia, sin embargo, no tiene muchas ganas de

volverse en micro a su casa, ya que dice que llegará

más tarde y le “da lata”.

Termino la sesión con lo siguiente: “Les

propongo que ahora que vemos que puedes

manejar tu alimentación como una persona adulta,

lleguemos al acuerdo de que este mes tu mamá

tampoco te diga nada con la comida, pero que a

cambio tú te hagas cargo más de ti también, como

una persona adulta, y que te vayas en micro del

colegio a tu casa.”

La madre de Olivia volvió a recordar los

acuerdos antes de irse: “yo no te molesto más con

el tema de la comida, si tú sigues recuperando tu

peso, y tú te vuelves en micro y así estamos todos

más felices”.

Un mes después las volví a ver juntas en mi

consulta. Olivia había subido un kilo, estaba

Page 64: La gente si cambia

64

comiendo de manera más normal, y seguía feliz con

su nueva vida.

Con sólo dos kilos bajo peso, su madre

estaba orgullosa de su hija, y feliz de que la

posibilidad de una recaída hubiese pasado.

Page 65: La gente si cambia
Page 66: La gente si cambia

66

V

HACERSE EL TIEMPO:

¿CÓMO LIDIAR CON UNA

AGOTADORA JORNADA LABORAL?

Hay épocas en el año en que aumentan las

consultas sobre un tema específico. Un buen

ejemplo de esto es marzo, que se caracteriza por el

estrés que lo acompaña. Listas escolares, permiso

de circulación, matrículas, entre otros, se nos

vienen encima. Además, para los afortunados que

tuvieron vacaciones en el verano, volver a la rutina

se vuelve, muchas veces, un estrés más.

Pero, ¿qué entendemos por estrés? Aunque

por lo general se le da una connotación negativa, el

estrés es una reacción del organismo frente a una

situación percibida o bien como una amenaza o

como muy demandante. Aunque es una respuesta

natural, cuando la situación se mantiene en el

tiempo, el cuerpo se ve sobrecargado de tensión, lo

que causa diversas enfermedades o malestares.

Page 67: La gente si cambia

67

Tomemos el caso de Germán, quien llega a

mi consulta contándome que al trabajar desde hace

años en un puesto de mucha responsabilidad, se

encuentra afectado de un alto estrés todo el año.

En sus palabras, para él “todos los meses son

marzo.”

Lo que más le preocupa es que se siente

todo el día cansado, y más encima en la noche le

cuesta mucho dormir. Me dice que no le gusta su

trabajo, no tanto por lo que tiene que hacer en él —

que le parece interesante— sino por lo agotado

que lo tiene.

Cuando le pregunto por su rutina, me explica

que sale todos los días cerca de las siete de la

mañana de su casa, y que llega del trabajo

alrededor de las ocho de la noche. El problema es

que, por las características de su cargo, la mayoría

de las veces se lleva trabajo pendiente a su casa,

por lo que termina comiendo algo rápido frente al

computador mientras lo termina. Cuando se va a

acostar, alrededor de las once de la noche, le cuesta

mucho relajarse, y se queda pensando en todo lo

que tiene que hacer al día siguiente. Muchas veces,

recién en la madrugada logra dormirse.

Page 68: La gente si cambia

68

En parte, producto de este estresante ritmo,

Germán está divorciado hace un par de años, por lo

que vive solo en un departamento cerca de su

trabajo. Su mujer lo dejó diciéndole que “no le

interesaba estar con un trabajólico”. Tiene derecho

a ver a su único hijo todos los fines de semana, pero

por lo general no tiene tiempo para ello.

Cuando le pregunto si, aparte de trabajar,

hace algo distinto en el día, algo que le agrade, me

dice: “no tengo tiempo para nada”. Es una

respuesta que se repite cuando le pregunto acerca

de sus fines de semana o, incluso, sobre sus

vacaciones.

La clave de este caso se encontraba, a mi

parecer, en su constante lamento de no tener

tiempo para nada. Esta frase es una generalización

desmedida, ya que siempre es posible hacerse un

tiempo para algo más que el trabajo. Basta con

pensar que cualquiera podría despertarse cinco

minutos antes para tener ese tiempo adicional.

Sin embargo, Germán se mostraba seguro de

que no. Una y otra vez me repetía que no le

quedaba tiempo en el día para hacer lo que él

quería, ni para distraerse. Sólo trabajar, hacer las

cosas de la casa y dormir.

Page 69: La gente si cambia

69

Le pregunté si no le era posible tener

aunque fuesen quince minutos para él en el día.

Nuevamente nombró todas las cosas que hacía en

el día, las que le volvían imposible tomarse tan sólo

esos minutos. Aprovechando su inclinación hacia las

matemáticas, reflejada en su carrera, le pregunté

qué porcentaje del día eran quince minutos. “Como

el uno por ciento”, me dijo, no sin esbozar una

sonrisa, después de un breve cálculo mental.

Aquí vale la pena detenerse brevemente,

para remarcar cómo una intervención debe

ajustarse al paciente en su singularidad, y que por

tanto no sirven las mismas intervenciones para

todos los pacientes. Si Germán no hubiese tenido

un trabajo relacionado con las matemáticas,

hubiese sido mucho menos efectiva esta pregunta,

incluso podría haber trabado la sesión al hacérsele

muy difícil el calcular la respuesta.

Retomemos entonces. Cuando se da cuenta

que estamos hablando sólo del uno por ciento del

día, se abrió a la posibilidad de que efectivamente

podía tomarse esos quince minutos diarios.

Conversamos sobre las distintas actividades que le

gustaría hacer en ese tiempo. Fue muy difícil que

Germán lograse pensar algo, “hace tanto tiempo

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70

que no hago nada de lo que me gusta”, me decía,

“que ya ni se me ocurre”. Finalmente me dijo que

principalmente quería poder cocinarse algo más

elaborado algunos días, revisar páginas de internet

no relacionadas con su trabajo, o ver parte de

alguna serie de televisión.

A la semana siguiente llegó contándome que

en quince minutos no alcanzaba a hacer nada. Le

pregunté si había visto afectado su trabajo, las

labores domésticas o su descanso, producto de

asignar ese uno por ciento a una actividad de su

agrado. Me dijo que por supuesto que no, que era

demasiado marginal el uno por ciento para afectar

algo.

En aquellos quince minutos diarios a

Germán se le habían ocurrido muchas cosas que sí

quería hacer. Esto significa que pensar actividades

de su agrado, algo que la semana pasada se había

vuelto una tarea titánica, en esos momentos se

había vuelto una reflexión natural. Esto demuestra

que el tomar distancia de lo que nos agobia,

permite mirar con más calma lo que sí nos gusta de

la vida, un importante primer paso para poder

relajarnos y ser más felices.

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71

Sin embargo, su lamento volvió a aparecer.

Todas las cosas que se le habían ocurrido tomaban

más de quince minutos — algo que no debe

sorprender a nadie— por lo que ahora estaba

desesperanzado: no las podría hacer, ya que no

estaba dispuesto a destinar más del uno por ciento

de su día a su relajo.

Nuevamente, su inclinación matemática me

ayudaría. “¿Cuánto tiempo necesitarías para esas

actividades?”, le pregunté. “Más o menos una

hora”, respondió tristemente.

Dentro de las actividades que le habían dado

ganas de hacer, en más de quince minutos, elegí la

que me parecía más fácil de coordinar para él,

andar en bicicleta, y le dije que la tarea de esta

semana era hacerla.

Me indicó, molesto, que no tenía tiempo

para eso, por todas las obligaciones que me volvió a

repetir.

Le dije entonces: “Actualmente te tomas 105

minutos a la semana” (15 minutos cada uno de los 7

días de la semana) “por lo que alcanzas a tomarte

60 minutos para andar en bicicleta, y todavía te

quedaban disponibles 45 minutos. ¿Por qué no te

tomas 15 minutos de descanso el lunes, miércoles y

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72

viernes, y el día sábado te tomas la hora restante

para ir a andar en bicicleta?

Como ya pueden ver, la clave en este caso

fue ir muy de a poco, sin darle espacio suficiente a

su visión habitual de “no hay tiempo para nada”,

pidiéndole algo mínimo, tan sólo 15 minutos al día.

Aunque eso puede sonar mucho, al convertirlo en

porcentaje, el hecho de que “es tan sólo uno por

ciento” lo convierte en una cantidad desestimable

incluso para él. A fin de cuentas, a casi todos nos

pasa que si nos dicen “hay sólo un uno por ciento de

probabilidad” de algún suceso, lo consideramos

prácticamente nulo.

Dado que ya había aceptado los quince

minutos diarios, y ahora era solamente un

reordenamiento en otra forma de la misma

cantidad de tiempo, no tuvo problemas en aceptar

la propuesta. A fin de cuentas, como tantas veces

me dijo en la primera sesión, Germán “era un

hombre de números.”.

¿Qué creen que pasó la semana siguiente?

Germán llegó muy contento, contándome que

había ido a andar en bicicleta al cerro San Cristóbal,

pero que se había quedado con gusto a poco. Me

explicó que por el tiempo que se demoraba en

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73

llegar al cerro, no alcanzaba a andar una hora, por

lo que no era suficiente el tiempo acordado.

A causa de lo mencionado en el primer

capítulo acerca de la resistencia, opté por ser

abogado del diablo, y le pregunté muchas veces,

extrañado y sorprendido, si estaba seguro que no le

bastaba con 1% del día para él. Finalmente me dijo

que le había dado hartas vueltas y que, aunque me

respetaba como profesional, encontraba que era

muy poco, y debiese ser al menos del orden del 2%.

Le dije que viera entonces esta semana con

el 2%, es decir, que se diera entonces tres

momentos de descanso de 30 minutos en la

semana, y que el sábado se tomase dos horas para

andar en bicicleta.

Cuando llegó a su tercera sesión, Germán

me contó que había decidido que un 5% de la

semana para hacer cosas que le gustasen era un

número ideal, es decir, 8 horas. Me traía una

propuesta: tomarse media hora cada día los días de

semana, para un total de 2 horas y media, y el fin de

semana tomarse las 5 horas y media restantes. De

hecho, ya tenía planificado ir al estadio con su hijo,

a quien ya ni siquiera veía todas las semanas. Su

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hijo, según me contó Germán, le dijo que “no podía

creer que se hubiese hecho el tiempo”.

Cuando lo vi a la semana siguiente, ya no

empezó la sesión contándome cuán estresado y

cansado estaba. En vez de eso, me contó con

detalles la ida al estadio con su hijo, y los planes

que tenía para las siguientes semanas. Sobre sus

síntomas, me contó que estaba durmiendo mejor,

algo que él atribuía al cansancio producto de la

bicicleta. Sobre todo, me dijo, estaba contento de

ver más a su hijo, y se sentía con mucha más

energía durante el día.

Cuando nos volvimos a encontrar, dos

semanas después, no fue raro encontrarme en ese

momento con un hombre menos estresado. “Ahora

quiero recuperar el tiempo perdido”, me dijo al

finalizar la sesión.

¿Cómo podemos resumir lo que sucedió?

Creo que la frase del hijo de Germán es la mejor

forma de explicar de qué se trató el tratamiento. Se

hizo el tiempo.

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75

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76

VI

UNA SOLEDAD QUE ATRAPA

El año pasado recibí en mi consulta a

Nicolás, un joven de veinte años. Me parece

interesante este caso porque muestra muy bien el

comienzo de una depresión, y cómo el diagnóstico

puede ser difícil, producto del límite difuso entre la

vida anterior y el momento actual.

Esta dificultad se hace ya evidente en lo

primero que Nicolás me dice: “Mira, no es fácil de

explicar, no es nada concreto, pero es triste… es

triste lo que me pasa, es medio estúpido y mamón.

Vengo porque me siento solo… hace bastante

tiempo ya… no es que no tenga amigos, aunque no

tengo tantos, pero no tiene que ver con eso, poco

importa si estoy con harta gente cerca o no… me

siento solo igual, es como algo de adentro…”

Hasta aquí, pareciera que lo que lo aqueja

no es algo nuevo, sino que viene desde “hace

bastante tiempo”. Sin embargo, cuando le pregunto

Page 77: La gente si cambia

77

acerca de su soledad, muestra que no es la misma

de siempre: “Se que al final todos estamos solos, en

algún sentido medio existencialista eso siempre lo

he sabido, pero ahora se siente distinto… como que

la soledad se ha puesto media viscosa, es cada vez

más pesada de soportar, pero al mismo tiempo, es

cada vez más cómodo el no relacionarme con

mucha gente…”

Aquí aparece claramente que ha habido un

cambio, en tanto su sensación de soledad pasó a ser

algo que se le hace difícil de soportar. Le pido a

continuación que me explique en qué sentido se ha

vuelto viscosa. ¿Por qué? Porque a diferencia de la

soledad cotidiana que refiere en el primer párrafo,

que parece una preferencia personal, o de su

comentario existencialista sobre ella, es cuando se

refiere a la soledad como viscosa donde aparece

claramente su preocupación.

“Claro, pegajosa… como que me atrapa y me

quedo pegado en eso, como que sí, me siento solo,

cada vez me siento más solo… yo estudio comercial,

donde igual hay trabajos en grupo, y eso me está

costando más, me cuesta soportar a la gente… no es

que me molesten, es que me dan lata… no sé si me

explico…”

Page 78: La gente si cambia

78

Nuevamente aquí aparece la tensión entre

dos posiciones subjetivas. Primero lo plantea como

algo que lo está atrapando, y a continuación lo

menciona como algo de su personalidad, en la línea

de que simplemente le da “lata.”

Sin lugar a dudas, esta vacilación entre estas

dos posiciones se explica en parte por cierto temor

a lo que le está pasando. Muchas veces el comienzo

de una depresión se siente como la describe

Nicolás, es decir, uno se siente extraño, con la

sensación de que la depresión tiene una fuerza

propia que nos arrastra.

Frente a ello, es muy importante que el

psicoterapeuta no caiga en la tentación de

normalizar lo que le pasa al paciente, reforzando en

este caso la posición de que lo que sucede no es

más que su tendencia natural a la soledad. Por el

contrario, es de vital importancia el enfatizar que lo

que está diciendo es distinto a lo que le pasaba

antes, es decir, algo está pasando más allá de la

tendencia natural anterior.

Una intervención, entonces, tendrá una

forma similar a la siguiente: “Parece que no es sólo

la tendencia natural, sino que es algo distinto.

¿Desde cuándo lo sientes así?”

Page 79: La gente si cambia

79

Después de haber hablado bastante de esta

sensación, intento conocer el contexto de Nicolás,

para intentar pesquisar a qué puede deberse este

agravamiento de su sensación de soledad. Cuando

habla de su familia, aparecen cosas bastante

importantes para lo que serán las siguientes

sesiones:

“Antes de sentarse a la mesa es mejor tener

claro que viene una serie de quejas, problemas…

nunca se conversa de nada positivo… tampoco soy

un optimista, pero si vamos a hablar de problemas,

hablemos de problemas grandes, reales… o sea, yo

no voy a sentarme y decirle a mi vieja «me siento

solo», porque uno, me sentiría mamón, y dos, no

hay nada que ella pueda hacer para solucionarlo,

entonces sirve sólo para molestarla…”

Aquí aparecen dos posibles abordajes para

este caso, a saber, el centrar la sesión en su

sensación de soledad o bien explorar más sobre su

situación familiar. Elijo esta última alternativa,

intentando pesquisar qué puede haber producido el

cambio en Nicolás. Cuando le pregunto más sobre

su madre, me responde:

“No puede recibir nada porque siempre está

con problemas… si ella supiera que me siento solo,

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80

se molestaría, porque ella siempre me está diciendo

que haga más cosas de mi edad, que carretee más,

que conozca «chiquillas»… quizás me ve solo, o más

solo de lo que le gustaría, y me presiona para que

sea distinto… ella siempre tiene gente invitada a

tomar tecito y cosas así, mi hermana igual… soy

más bien yo el solo de la familia…”

Como se ve, existen dos puntos que pueden

ser importantes para el caso. El primero es que su

madre está siempre con problemas. Sería

interesante conocer de qué tipo de problemas está

hablando Nicolás, para ver en qué medida son ellos

los que lo están afectando. Al mismo tiempo, se

coloca en contraposición a su familia en el tema

central de la soledad, al plantear que su familia es

sociable y que él es “el solo de la familia”.

Al ser la primera sesión, prefiero partir

averiguando sobre lo primero, que me parece

levantará menos resistencia en él y, de haber un

problema grave familiar, abrirá un punto

importante donde intervenir.

Sin embargo, al poco andar queda claro que

los problemas que aquejan a la madre, al menos

según cuenta Nicolás, no sólo no guardan conexión

alguna con su sensación de soledad, sino que

Page 81: La gente si cambia

81

tampoco parecen de gravedad alguna. “Se

aproblema hasta de qué va a ponerse mañana”, me

dice desestimando este punto.

Al terminar la primera sesión, me queda

claro que el punto del caso es esta nueva sensación

de soledad, y que será importante en las próximas

sesiones el ir dándole espacio a que hable de esta

soledad viscosa, además de abrir el tema de la

diferencia que siente con respecto a su familia.

En la segunda sesión pregunto justamente

por su sensación de que es “el solo de la familia” en

contraposición a lo sociable del resto. Nicolás,

notoriamente afectado, me explica que su madre:

“Como que no acepta que soy distinto a ella no

más… mis dos papás son comerciales, igual que yo,

y siempre cuentan que eran como el alma de la

fiesta, que siempre estaban con gente, haciendo

cosas, que lo encuentran sano… o sea

indirectamente me dicen enfermo…”

Aquí se ve un punto crucial para Nicolás. No

solo es distinto a su familia, sino que su tendencia

natural es vista — o al menos él lo cree así— como

poco sana por sus padres. Si a esto le sumamos que

ahora ha visto agravada la sensación de soledad,

Page 82: La gente si cambia

82

podemos entender que le asuste aceptar que hay

algo que se está agravando.

Esta sesión la dedicamos a hablar de su

familia, especialmente las diferencias entre él y sus

padres y hermana. Al finalizar, menciona que su

padre opina muy parecido a su madre: “la típica de

mi viejo es «no me vas a decir que prefieres ver una

película a salir a carretear, eso no es normal», y

como que ahí ya me da lata discutirle y me quedo

callado, si al final igual hago lo que yo quiero… En

parte eso también me da lata de la gente, que me

cuestionen… por qué les tiene que importar cómo

decido yo vivir mi vida... yo me siento bien siendo

como soy… si vengo para acá no es para cambiar

eso, sino que es para que no me agarre fuerte la

soledad y me termine aislando de todos… eso es lo

único que me da miedo”

Nuevamente aparece la tensión que

mencioné anteriormente, entre ver lo que le sucede

como una tendencia natural y verlo como algo

nuevo que lo asusta. Sin que alcance a intervenir,

vacila y cambia a la otra posición en lo que dice a

continuación: “no me gustaría que por una

tendencia natural mía me termine alejando

Page 83: La gente si cambia

83

demasiado… es una lucha contra la comodidad de

mi soledad.”

Como puede verse, en esta sesión aparece

nuevamente que Nicolás tiene dos posiciones entre

las que va alternando: considerar su actitud frente a

la soledad como una tendencia natural suya, en

contraposición con aceptar que esto no es normal,

que algo le está pasando ahora que lo hace más

difícil.

La clave será ayudarlo a diferenciar estas dos

posiciones, ambas válidas pero que se refieren a

puntos distintos. Nicolás puede tener una tendencia

natural a disfrutar más de la soledad que otras

personas, pero por más susto que tenga al respecto,

deberá asumir que lo que le está pasando ahora va

más allá de eso, y se acerca peligrosamente al inicio

de una depresión.

¿Cómo hacerlo? Será importante empatizar

con el miedo que siente frente al proceso que le

está sucediendo, por lo que habrá que darle espacio

y tiempo para explorar esta posibilidad.

En la tercera sesión, por tanto, me

encuentro enfocado en que pueda hablar de lo que

está sintiendo, de esa soledad viscosa que lo atrapa.

En algún momento de esta sesión Nicolás me dirá

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84

que sabe que “algo me está pasando, no sé qué y no

sé en qué va a terminar”, algo sobre lo cual habrá

que seguir insistiendo.

Nuevamente — y como sucederá en tantas

sesiones con él— aparece su madre. Nicolás me

dice “cuando estaba triste o enojado, me encerraba

en mi pieza y ya… mi vieja muchas veces me tocaba

la puerta y me preguntaba qué me pasaba, pero yo

sabía que no me iba a entender, las pocas veces que

intenté explicarle me retaba por enojarme por cosas

tan chicas… la típica de que hay gente que está peor

que uno y cosas así…”

Aparece entonces, una y otra vez, la

tendencia natural a la soledad, tendencia rechazada

y desestimada por su familia. No es raro entonces

que hoy prefiera no compartir su preocupación con

su familia, algo que explica en sus palabras:

“Entonces cómo decirle que ando mal porque soy

solitario, ahí sí que me va a encontrar exagerado,

decirle que estoy preocupado de que me gusta estar

solo, de que prefiero quedarme en mi casa que salir

a carretear…”

Se observan claramente las dos posiciones

nuevamente, en una sola frase. “Ando mal porque

soy solitario”, frase que muestra que lo de estar mal

Page 85: La gente si cambia

85

es algo nuevo, no es una constante — se refleja

bastante bien en el “ando”— y que la tendencia a

la soledad es otra cosa, es algo que es parte de él,

expuesto en el “soy solitario”.

Intervengo acá marcando esa diferencia, de

manera bastante simple y directa: “pero no es una

preferencia lo que te angustia”.

Nicolás se emociona y reconoce que “no, si a

eso estoy acostumbrado en verdad… lo que me

tiene preocupado es lo que te contaba, que de

repente me puse a pensar «y si esto empeora?» y de

ahí empecé a sentir que en verdad podía pasar, a

tener la sensación de que esto puede empeorar…

como que a este nivel todavía puede ser, soy un

poco distinto a mi familia y ya, distinto a la mayoría

de la gente de mi edad, ok… así no me molesta…

como que desde siempre yo fui distinto, más

solitario, más de preferir actividades para una

persona, no hacía deportes en equipo, no me

gustaban los trabajos en grupo… como que desde

siempre he sido así…”

Asustado frente a la posibilidad de que esto

empeore, Nicolás nuevamente se refugia en relatar

ejemplos acerca de su tendencia a la soledad,

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tratando de dejar lo que le está pasando como lo

mismo de siempre.

Sin embargo, este no será un espacio donde

le bajaremos el perfil a lo que le sucede. De eso, ya

tiene mucho en su casa. Vuelvo al punto, diciéndole

que “parece que lo que te angustia es que algo está

cambiando”.

“Sí… algo cambió…” reconoce Nicolás, pero

acto seguido le baja el perfil “es chico el cambio,

pero como me he preguntado esto de si empeora,

creo que le doy mucha importancia…”

Como pueden imaginarse, hago oídos sordos

a lo segundo, y sigo la conversación con aquella

parte de él que está angustiada y preocupada por lo

que sucede: ¿Qué cambios has sentido?

“Con mi polola se ha ido notando, como que

ahora después de un par de horas de estar juntos le

digo que me voy para mi casa, o que la voy a dejar,

porque ya, me gusta estar con ella, pero también

estar solo… antes era menos así, me atrevía menos

también a decírselo… Como que el estado actual no

me preocupa en sí, sino la tendencia… me angustia

pensar que me terminaré aislando de todos no más,

como que finalmente no daré más y chao, mandaré

Page 87: La gente si cambia

87

a todos a la cresta y me quedaré solo,

tranquilamente solo”

Aquí aparece entonces, claramente, lo que

le preocupa. Si lo que le está pasando no es su

tendencia, si está pasando algo más, su fantasía es

que puede terminar quedando solo, algo que

claramente lo angustia. Será clave entonces atender

a este miedo, que es justamente lo que evita poder

enfrentar directamente esta depresión en ciernes.

Darle espacio, darle tiempo.

Intervengo entonces de la siguiente manera:

“¿Cómo sería tu vida en esa situación, si esta fuera

una tendencia que efectivamente empeora?” El

objetivo es simplemente que ponga en palabras la

fantasía que queda como una amenaza.

De esta forma seguimos trabajando, sesión a

sesión, poniendo en palabras y develando esta

soledad viscosa que lo angustiaba. Así, Nicolás fue

hablando más y más de los cambios que sentía, de

los miedos que éstos le provocaban, de las causas

que pensaba podían estar provocándolos.

Por sobre todo, tenía un espacio para hablar

de su soledad.

Ya que el tratamiento se extendió durante

bastante tiempo, más que referirme en detalle a

Page 88: La gente si cambia

88

cómo siguió el caso, me gustaría referirme a dos

puntos. El primero es algo que me dijo bastante

avanzado el tratamiento, y creo muestra bien el

riesgo por el cual atravesamos en las primeras

sesiones: “Te tengo que confesar que si le hubieras

bajado el perfil a mi cuestión como mi familia, creo

que me hubiese terminado matando… no te dije

pero eras el tercer psicólogo al que iba”.

Lo segundo, es cómo terminó este caso.

Nicolás siguió con su tendencia natural a la soledad,

prefiriendo ver películas más que salir a carretear.

Sin embargo, ahora lo podía hacer con calma, sin

sentir que estaba mal o que tenía que dar

explicaciones por ello. Pero de lo que se libró fue de

esta soledad que lo atrapaba. En una de las últimas

sesiones, lo expresó de la siguiente forma: “creo

que me atrapaba porque le daba la espalda, pero

una vez que la enfrenté, todo se arregló”.

Su frase grafica de buena forma el que

Nicolás dejó de rehuir a la posibilidad de que lo que

le estaba sucediendo fuese más que su tendencia

de siempre. Enfrentando los cambios negativos por

los que estaba pasando, pudo ir manejando una

situación que lo estaba superando.

Page 89: La gente si cambia

89

Sin lugar a dudas, este caso resume de

buena manera la diferencia fundamental entre

desconocer nuestra posición subjetiva y asumirla.

Sobre todo, el cómo ir enfrentándonos a ella,

asumiéndola, va generando muchas veces un efecto

terapéutico.

A veces, no hace falta nada más que eso.

Page 90: La gente si cambia

90

VII

CUANDO SE ACABA LA PASIÓN

Al trabajar con parejas, recuerdo siempre las

palabras de Milton Erickson — expuestas en

Conversations with Milton Erickson. Changing

couples— que me parece encuadran de la mejor

forma lo que se realiza en este tipo de sesiones.

“Toda alcachofa tiene una pila de hojas

descartadas. La única forma de disfrutar una

alcachofa es descartar los pétalos malos,

simplemente ignorarlos. Agradecer por ese

delicioso fondo, más allá de las hojas descartadas.”

Sin embargo, la mayoría de las parejas que

Erickson recibía en su consulta mostraban por lo

general el deseo de cambiar al otro, e insistían

incluso en que ése era su derecho. Más que

centrarse en el fondo, los miembros de la pareja

insistían en los pétalos desechables. Erickson nos

dice que ése es su error.

Page 91: La gente si cambia

91

Si tienen el derecho de cambiar al otro,

deben reconocer por consiguiente que su pareja

tiene el mismo derecho. El problema es que eso

deja las cosas en un empate. Y nadie quiere vivir en

un eterno empate.

En muchos casos, se debe transparentar esta

situación. Una terapia puede tener una primera

etapa — y a veces incluso consistir únicamente en

ella— en la que se examinan los aspectos que se

desean cambiar del otro, además de los límites y

motivaciones de tales cambios.

Sin embargo, hay veces que es el fondo de la

alcachofa el que está siendo el problema, es decir,

que no es posible simplemente omitir el problema

sin que con ello se acabe la pareja. ¿Cómo provocar

entonces un cambio en la dinámica de la relación?

Me parece que un caso en que el problema

se remitía a la vida sexual de la pareja puede ser útil

como ejemplo, ya que por un lado es un tema

central y esencial en la vida de pareja, y por otro

muchas veces las parejas se enfrentan al mismo

problema: ¿qué hacer cuando se acaba la pasión?

Afortunadamente en la gran mayoría de los

casos, se cumple el viejo dicho que reza “donde

fuego hubo, cenizas quedan”. Por lo mismo es que

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92

resulta posible reavivar esa pasión que sentía el uno

por el otro en el comienzo de la relación.

Vale la pena mencionar, ya que estamos

refiriéndonos al tema sexual, que hay casos en los

cuales pareciesen no haber motivos psicológicos

para que existan problemas. Nunca está de más,

especialmente en estos casos, realizar exámenes

hormonales en ambos miembros de la pareja, ya

que ciertos desbalances — en la tiroides o en los

niveles de testosterona, por ejemplo— pueden

provocar una importante baja en el deseo sexual.

Me gustaría contarles del caso de

Magdalena y Juan Carlos, un matrimonio que

llevaba en el momento de la consulta cinco años de

casados.

En la primera sesión, me cuentan que vienen

porque están discutiendo mucho, “por puras

tonteras”, tonteras que comienzan a enumerar.

Dentro de la lista aparecen diversos

motivos: diferencias en la crianza de los niños,

gustos diferentes en comida y salidas, ganas de

viajar a países diferentes, incluso el tiempo que

cada uno pasaba en el baño. Es importante tener

paciencia frente a ciertas divagaciones en las

primeras sesiones, ya que la clave del caso puede

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93

hallarse justamente en estas divagaciones

aparentemente inocentes, o bien a veces es

necesaria para los pacientes una introducción que

evita intencionalmente el punto, hasta generar

cierta confianza o comodidad que permita develar

lo importante. Además, si tomamos en cuenta el

fenómeno de la resistencia mencionado en el

primer capítulo, ir directamente al punto crítico

puede generar un cierre en el proceso.

Así, dando pie a que pudiesen enumerar con

calma sus problemas, al poco andar ambos centran

el tema en la falta de relaciones sexuales. Cuentan

que muchas veces pasan semanas enteras sin

intimar, lo cual los tiene cansados e, incluso,

cuestionándose la relación.

Cada uno tiene su propia teoría al respecto.

Juan Carlos dice que se cansó de buscar a su mujer,

ya que el año pasado durante meses él intentaba

por las noches que pasase algo, pero ella nunca

accedía. Magdalena no niega su rechazo hacia su

marido, pero explica que para ella el problema es

que él va “directo al grano” y que ella necesita que

antes le haga cariño, que sea tierno y romántico con

ella, “como en el pololeo”. Juan Carlos la interrumpe

y acota que no le dan ganas de hacerle cariño ni ser

Page 94: La gente si cambia

94

romántico justamente por el continuo rechazo,

acotando que ya se cansó y que no tiene ánimo

para nada previo.

Nos encontramos entonces frente a un

círculo vicioso. ¿Cuál sería el resultado óptimo para

ellos en este caso? Sin lugar a dudas, que ambos

vuelvan a querer tener relaciones sexuales con el

otro, y retomen una frecuencia que a ambos

acomode.

¿No sería lo más simple entonces indicarles

que deben romper el círculo vicioso, diciéndole a

Juan Carlos que se anime a ser “como en el pololeo”

y a Magdalena que acepte sus avances?

Sin duda lo más simple sería esto. Pero los

seres humanos, por regla general, no somos muy

obedientes — sumado a ello el fenómeno de la

resistencia— además de que nuestro orgullo hace

que muchas veces prefiramos que sea el otro quien

ceda primero.

Por otro lado, y siguiendo lo que decía

Erickson del empate, el problema de pedir que cada

uno haga un cambio es que valida el derecho a que

cada uno puede exigir que el otro cambie,

perpetuando esa dinámica.

Page 95: La gente si cambia

95

¿Qué puede hacerse entonces? Dar un

rodeo. Decidí entonces darles la siguiente

indicación: durante dos semanas, debían todas las

noches hacerse cariño, abrazarse, besarse, todo lo

que quiere Magdalena, pero no estaba permitido el

tener relaciones sexuales.

¿Por qué es útil esta indicación? La clave

está en que es una trampa.

Si la pareja es obediente y cumple la

indicación, se habrá roto el círculo vicioso de la falta

de cariño por parte de Juan Carlos a causa del

rechazo que siente por parte de Magdalena. Será

“como en el pololeo” y el rechazo no será

responsabilidad de Magdalena. Ella no lo está

rechazando, simplemente está siguiendo una

indicación de su terapeuta.

Si la pareja no cumple por completo con la

indicación, y después de acariciarse tienen

relaciones sexuales, también se habrá roto el círculo

vicioso, ya que habrán tenido relaciones sexuales

después de los cariños previos — como quiere

Magdalena— sin que ella — como teme Juan

Carlos— lo rechace posteriormente.

Esto es lo que Erickson llama una

intervención paradójica, ya que como terapeuta

Page 96: La gente si cambia

96

indico algo para que el paciente realice justamente

lo contrario de lo indicado — muchas veces debido

al absurdo de la indicación, o bien a la resistencia ya

mencionada— y así se destrabe la situación.

Un excelente ejemplo, muy útil tanto dentro

como fuera de la consulta, es una intervención —

mencionada en Conversations with Milton Erickson.

Changing children and families— antes de que la

pareja empiece a criticarse mutuamente y a exigir

cambios. Erickson les dice algo más o menos así:

“Mientras estamos en esto, supongo que ambos

quieren dejar de lado los elementos positivos por

ahora”. ¿Ven la trampa? Si dicen que no, que no

quieren dejar de lado los elementos positivos, están

aceptando que sí los hay. Si dicen que sí, que

quieren dejar de lado por ahora los elementos

positivos, también aceptan que los hay.

Otro ejemplo de esta técnica, ahora en una

intervención que tendrá su efecto fuera de la

consulta, es el que plantea Erickson para una pareja

que discute todo el día. Él les indica que deben

pelear en una hora determinada, todos los días, por

ejemplo de ocho a nueve, pero que no está

permitido pelear fuera de esa hora. Obviamente, se

les hace muy difícil llegar a esa hora y empezar a

Page 97: La gente si cambia

97

pelear de manera programada — dado el carácter

emocional y espontáneo de las discusiones— por lo

que finalmente en esa hora no hay discusión

alguna. Incluso, muchas veces, aparecen las risas

producto del absurdo de la situación.

¿Qué pasó con Juan Carlos y Magdalena?

Cuando volvieron a la semana siguiente, había

pasado lo primero, es decir, se habían hecho cariño,

pero no habían intimado. Como puede verse, la

intervención había funcionado de manera directa, y

no paradójica como hubiese preferido. Sin

embargo, ella estaba feliz, porque hasta ese

entonces pensaba que él ya no la quería y que por

eso no era tierno con ella. “Me volví a sentir como

antes”, fue algo que Magdalena diría muchas veces

en esa sesión.

Juan Carlos, por su parte, estaba expectante

de lo que yo diría en esta sesión. Como él esperaba,

les dije que esta semana hiciesen lo contrario, es

decir, que Juan Carlos fuese directo al grano, y que

Magdalena no lo rechazase por ningún motivo.

Como la razón que esgrimía Juan Carlos para

no ser cariñoso con su mujer era su miedo al

rechazo, aposté que esta vez no cumplirían con esta

indicación, y que él no iría directo al grano, sino que

Page 98: La gente si cambia

98

se tomaría tranquilamente su tiempo, tal como

Magdalena quería.

Nuevamente, si hacían lo que les indicaba,

se rompía el círculo vicioso que llevaban hasta

ahora, aunque faltaría un tercer movimiento que

consiguiese unir el deseo de ambos. Sin embargo, si

esta vez sí funcionaba de manera paradójica,

habríamos logrado ya llegar a la armonía de sus dos

posiciones.

A la tercera sesión, llegaron pidiendo

disculpas porque no habían hecho la tarea. A Juan

Carlos le había parecido poco natural y poco

delicado con ella ir directo al grano, por lo que le

había hecho un poco de cariño antes, cada vez que

habían tenido relaciones sexuales esa semana. Cada

una de las tres veces.

Les pregunté a ambos cómo se habían

sentido estas dos semanas, y ambos estaban felices

con los resultados. Juan Carlos reconoció que era

imposible que ella accediese todas las veces, y que

por supuesto ir directo al grano no era la mejor

forma, “las mujeres son distintas a los hombres, y

eso es así no más”, dijo con una sonrisa. Magdalena

estaba feliz porque nuevamente se sentía querida y

“no sólo como un pedazo de carne”, y también

Page 99: La gente si cambia

99

reconoció que rechazarlo tantas veces tampoco

había sido sano.

Sobre las tonteras que eran —

supuestamente— la razón que los traía, ambos se

sorprendieron ya que prácticamente las habían

olvidado, y ya habían dejado de pelear por ellas. Sin

lugar a dudas, eran las hojas descartables de la

alcachofa.

Cuando los volví a ver un tiempo después,

seguían felices habiendo recobrado su “pololeo”.

Sin embargo, existen casos en que frente a

los problemas uno o ambos miembros de la pareja

deciden no seguir manteniendo una relación. Esta

es una verdad que duele aceptar, ya que involucra

consecuencias dolorosas para ambos y, cuando la

pareja ha formado familia, afecta también a los

hijos.

Un buen ejemplo son las parejas a las que, al

asistir a terapia y escucharse por primera vez en

calma, se les hace evidente que no es posible seguir

con la relación. Por un motivo u otro, se dan cuenta

que, a veces, las parejas deben terminar. Esta es

una verdad que nadie debe olvidar, especialmente

un psicólogo realizando una terapia de pareja.

Page 100: La gente si cambia

100

Hay muchas situaciones en que esto puede

ser así. Me centraré en un caso de dependencia

económica, que llama principalmente la atención al

haberse convertido en una situación muy obvia de

abuso de una de las partes involucradas hacia la

otra, llegando incluso a lo burdo, y sin embargo

para ambas partes parecía absolutamente normal.

Debo aclarar, primero que todo, que no

tiene nada de malo que uno de los miembros de la

pareja mantenga económicamente al otro. Existen

mil y una razones para ello, y un buen número de

dichos motivos son respetables y compatibles con el

proyecto de una pareja. Sin embargo, hay veces en

que la situación pasa de ser una mantención a un

abuso o, como veremos a continuación, a

convertirse en la única razón para seguir con la

relación.

Tomemos el caso de Verónica y Manuel.

Ambos tienen veinticinco años y llevan pololeando

siete, los dos últimos viviendo juntos. Se conocieron

cursando el primer año de ingeniería comercial y a

los pocos meses se pusieron a pololear.

Vienen a la consulta por idea de Verónica,

quien está cansada de las peleas entre ellos.

Cuando pregunto acerca de las razones, Manuel

Page 101: La gente si cambia

101

cuenta que está cansado de que ella no tenga

tiempo para salir con él como antes, y de que la

frecuencia en sus relaciones sexuales ha bajado

considerablemente, por lo que parecen ya un

matrimonio de ochenta años. “Todo pasa porque se

ha vuelto una vieja amargada” dice Manuel.

Verónica, triste y cansada, me indica que ya

no sabe qué hacer. Explica que sí tiene ganas de

salir con su pololo, pero que está muy cansada. Se

siente culpable, porque sabe que no se está

comportando como una mujer de su edad.

En el transcurso de la sesión, empieza a

quedar clara la situación actual de ellos como

pareja. El año en que Verónica se tituló, a Manuel le

quedaba solamente un semestre en la universidad,

por lo que decidieron irse a vivir juntos ya que en

esos meses Verónica podía hacerse cargo de los

gastos. Sin embargo, esta situación se ha alargado

por dos años, ya que Manuel no ha logrado aprobar

los ramos que le quedan.

La situación se volvió más crítica el año

pasado, cuando los padres de Manuel decidieron

dejar de pagarle la Universidad, ya que

consideraban que no estaba esforzándose lo

suficiente y ya habían pagado un año extra por su

Page 102: La gente si cambia

102

irresponsabilidad. Ante esta situación, Verónica

asumió el gasto, ya que Manuel había pensado en

retirarse de la Universidad y dedicarse a trabajar de

orfebre, hasta ahora su hobby. Verónica me explica

que no quería que él sacrificase sus sueños sólo por

plata.

Verónica empezó entonces a trabajar horas

extra, para poder pagar los gastos de la casa y la

universidad. Salía de su casa a las siete de la

mañana y no llegaba antes de las diez de la noche.

No tenía tiempo para nada más, lo que Manuel le

recriminaba constantemente. Cuando él le decía

que fueran a tomar algo en la noche, Verónica le

decía que prefería dormir, lo que lo enfurecía.

El mayor quiebre se produjo en las

vacaciones de verano. Verónica le preguntó si

pensaba aprovechar algún tiempo de los dos meses

de vacaciones universitarias en trabajar para juntar

dinero y ayudarla un poco, a lo que Manuel

indignado le indicó que eran sus merecidas

vacaciones. “¿Acaso no entiende que necesito

descansar para poder pasar los ramos?” me

preguntó en esa primera sesión.

¿Se está aprovechando de Verónica? ¿Está

bien la situación? ¿Es correcto lo que está pasando?

Page 103: La gente si cambia

103

Son preguntas que involucran la opinión y código

moral de cada uno, por lo cual un psicólogo no

debiese considerarlo para su intervención.

Pero una terapia sí puede esclarecer al

máximo la situación, las intenciones y las

responsabilidades de cada uno. A veces basta con

esto para que cada uno de los involucrados pueda

entender de una nueva forma la situación y tomar

una decisión diferente. Volviendo a la idea sobre el

cambio propuesto en el primer capítulo, se intenta

develar la posición subjetiva de cada uno de los

miembros de la pareja, tanto para sí mismo como

para el otro.

Invité a Manuel a imaginar una situación

hipotética. “¿Si tú te estuvieras manteniendo y

pagando la universidad, qué harías en tus

vacaciones?” Sin vacilar, respondió: “obviamente

trabajaría, no me quedaría otra”.

Verónica quedó impactada de su respuesta.

Empezaron a dialogar, y yo intentaba que Manuel

fuera empático con la posición de Verónica. A fin de

cuentas, él también encontraba razonable trabajar

en vacaciones.

Sin embargo, Manuel tomó la postura de

que ya que Verónica ganaba lo suficiente, sería

Page 104: La gente si cambia

104

injusto y “muy feo de su parte” que no le pagara la

universidad. Intenté encauzar el diálogo en el

problema que decían tener, a saber, el poco tiempo

que pasaban juntos y la baja calidad de éste.

Verónica planteó que prefería dejar de pagarle la

universidad, para poder llegar más temprano a la

casa y que volviesen a tener una buena vida en

pareja.

Manuel no sólo no lo aceptó, sino que le dijo

que si hacía eso él terminaría inmediatamente con

ella, por no apoyarlo en este difícil momento.

Verónica llorando le decía que ella seguiría pagando

todo, que sólo la universidad sería costeada por él,

y que podía tomar un crédito. Manuel siguió

empecinado en que Verónica lo estaba

traicionando.

A estas alturas, Verónica ya no sabía que

pensar. Me pidió una sesión individual, en la que

me preguntó si ella estaba equivocada, si estaba

siendo injusta con él. Al poco andar, sin embargo,

empezó a plantearme que quizás Manuel estaba

con ella por interés. Encontraba “muy feo siquiera

pensarlo”, pero no podía quitarse eso de la cabeza.

La sesión le sirvió para que su idea de dejar

de trabajar horas extra, para poder estar más

Page 105: La gente si cambia

105

tiempo con él, fuese tomando fuerza. Si el problema

era efectivamente ese, no había otra solución que

ella pudiese pensar.

Verónica le propuso a Manuel pedir un

crédito de consumo, que alcanzaba a costear lo que

quedaba de universidad. Aunque él nuevamente le

dijo que era una traición, aceptó finalmente. Sin

embargo, toda esa semana que Verónica llegó

temprano, lo invitó a salir y él se negaba cada vez.

Lo buscó sexualmente también, y esta vez era él el

cansado.

Esta situación se repitió a la semana

siguiente, con distintas excusas pero siempre con el

mismo resultado: por más que Verónica lo invitaba

a salir, le conversaba o lo buscaba sexualmente,

Manuel no la tomaba en cuenta.

Después de un tiempo, ella decidió terminar

con la relación. A Verónica le había quedado claro lo

que después le parecería evidente. Estaban con ella

sólo por interés.

En el proceso individual que siguió al quiebre

con Manuel, ella se preguntaba muchas veces cómo

no había visto algo tan obvio, y que por lo mismo

quería trabajar en ella para que algo así nunca le

volviese a suceder.

Page 106: La gente si cambia

106

En síntesis, una terapia de pareja puede

servir — a grandes rasgos— para entender que en

la pareja hay que aceptar algunas cosas del otro que

antes arruinaban la relación, para producir cambios

en aquellas cosas esenciales al bienestar de la

pareja y, como vimos en el último caso, también

puede servir para que uno o ambos miembros de la

pareja se den cuenta que no será posible encontrar

la felicidad en la relación actual.

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107

Page 108: La gente si cambia

108

VIII

LA INFIDELIDAD COMO TRAUMA

Sin lugar a dudas, una de las problemáticas

más comunes entre las parejas que recibo en mi

consulta es la infidelidad. La persona que cometió la

infidelidad viene generalmente llena de culpa y

prometiendo nunca más cometer un acto así,

mientras su pareja se muestra la mayoría de las

veces incrédula de la posibilidad de poder seguir

con la relación, ya que le parece imposible

recuperar la confianza en el otro.

En este capítulo intentaré explicar el

fenómeno de la infidelidad, pero poniendo como

centro al miembro de la pareja víctima de éste, foco

que en general se coloca solamente en aquel que

fue infiel. Además de intentar dar una comprensión

distinta a este fenómeno — desde la teoría del

trauma— se mostrarán algunos pasos a seguir en

una terapia, que propician la superación paulatina

Page 109: La gente si cambia

109

del dolor y la rabia que acarrea algo así, para poder

comenzar el proceso de perdonar y volver a confiar.

Primero que todo, es importante aclarar

que, desde la psicología, no existe sólo una

explicación para que una persona le sea infiel a su

pareja. Existen casos en los cuales hay un problema

psicológico o psiquiátrico a la base, pero son la

minoría de ellos. En algunos se trata de la

consecuencia de ya no sentir lo mismo con la

pareja, pero también existen casos en que los

sentimientos están intactos y una persona comete

una infidelidad. El supuesto que parece obvio para

muchas personas de “si me fue infiel es que ya no

me quiere” no se aplica a todos los casos, y por

tanto es una arista que debe explorarse en una

terapia.

Ahora bien, aunque sea un problema

independiente de los sentimientos que se tengan,

ya que existen casos en los cuales el amor sigue en

pie, sí es un problema que depende del

compromiso, de la decisión de mantenerse fiel a

aquellos acuerdos mínimos que se generan cuando

se entabla una relación.

Pero, como dije anteriormente, este capítulo

se centrará en el miembro de la pareja que sufrió la

Page 110: La gente si cambia

110

infidelidad, ya que mucho se ha escrito acerca de

las causas psicológicas, sociales y biológicas que

llevan a una persona a ser infiel.

¿Qué sucede con una persona cuando sabe

que le han sido infiel? Cuando ponemos el foco en

este punto, encontramos muchas más semejanzas

entre los distintos casos que al colocarlo en aquellos

que fueron infieles. Por lo que significa una

infidelidad, y por las reacciones que aparecen al

entrar en conocimiento de este hecho, podemos

hablar de que para el miembro de la pareja que

sufrió la infidelidad se trata de un evento

traumático.

¿Qué es un trauma? Un evento traumático

se refiere a una experiencia que supera la capacidad

de alguien de hacerle frente a lo sucedido, de

integrar las ideas y emociones que provoca este

hecho con el resto de la vida. En términos

psicológicos, ocurre por lo general cuando hay una

fuerte incongruencia entre lo sucedido y lo que la

persona pensaba de su vida y de lo que podía pasar

en el futuro, lo que pone a la persona a un estado

de profunda confusión e inseguridad. Así, en la

infidelidad muchas veces se repite la frase “nunca lo

Page 111: La gente si cambia

111

hubiera pensado de él”, lo que refleja

perfectamente tal incongruencia.

Pero sobre todo, es útil entender

que cuando hablamos de trauma hablamos de

ruptura, de un hecho que rompe de manera súbita

la continuidad de la historia de la persona,

marcando un antes y un después en su vida.

Al quedar rota nuestra historia, nuestra vida,

en ese punto, se generan ciertos fenómenos

característicos, que al ser entendidos desde la

teoría del trauma, permiten comprenderlos, tanto

para el miembro de la pareja que fue infiel, como

para los amigos y familiares que desean ayudar a la

persona a atravesar esos momentos, así como

también para el profesional a cargo del caso.

Primero, existen ciertos efectos en la

memoria cuando ocurre un trauma. En general, la

persona está constantemente pensando y

recordando lo sucedido, intentando una y otra vez

darle sentido, encontrarle explicación, para así

pasado futuro

trauma

Page 112: La gente si cambia

112

poder restaurar la continuidad con el resto de su

vida. Aquí aparece con frecuencia la pregunta

constante “¿por qué?” hacia el miembro de la

pareja que cometió la infidelidad, necesitando

escuchar una y mil veces una respuesta, aunque sea

la misma.

Otro fenómeno, que queda muy bien

graficado en el esquema anterior, es cierto nivel de

amnesia o dificultad de recordar los aspectos de la

relación previos al trauma. Al haberse generado un

corte en la historia, cuesta ir hacia atrás para

rescatar aspectos positivos o negativos de la

relación antes de que ocurriese el trauma, ya que

de alguna forma y como dice el sentido común, la

persona “está pegada” en el trauma, por lo que se

asemeja a lo que sucede con un disco rayado,

siendo la infidelidad lo único sobre lo que puede

pensar y recordar.

Incluso cuando se ha ido avanzando en la

recuperación de la continuidad de la historia,

cuando se ha podido ir perdonando y volviendo a

confiar, ocurren a veces flashbacks, es decir,

recuerdos e imágenes que vienen a la mente de

manera inesperada, sobre acontecimientos

relativos al evento traumático. Así, una coincidencia

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113

de nombre de una persona con la amante, pasar

por el lugar donde uno averiguó el hecho, un sueño

sobre lo sucedido, y mil ejemplos más, pueden

detonar un regreso temporal al evento traumático,

haciendo aparecer toda la emocionalidad presente

en el día en que se supo del hecho. Saber que es

parte normal del camino, esperable incluso, permite

que ambos miembros de la pareja no piensen que

esto es un retroceso absoluto o que no han servido

de nada sus esfuerzos en superar este trauma, sino

que es, justamente, parte de este camino.

Otro aspecto característico de una persona

que está atravesando por un trauma es

una respuesta emocional simplificada, en la cual

tiende aparecer la rabia y el dolor de manera súbita,

aparentemente sin explicación. Esto podemos

entenderlo incluso a nivel biológico, en tanto el

organismo, al recibir un trauma, siente que está en

una situación de peligro, amenazante, y por tanto

se privilegian las respuestas rápidas frente a

estímulos externos. Para la persona que ha sufrido

la infidelidad de su pareja, en alguna medida, su

pareja fue o es su enemigo, y por tanto es esperable

encontrar menor tolerancia y mayor irritabilidad

frente a lo que haga o deje de hacer.

Page 114: La gente si cambia

114

Por otro lado, y volviendo a ver el esquema

planteado, nos encontramos con

una emocionalidad bastante dicotómica, en tanto

algunas veces se observa el pasado, mucho antes de

la infidelidad, como un período feliz y casi perfecto,

en los cuales no existían problemas en la relación —

algo que muy pocas veces es así— y el futuro como

un período destruido donde no podrá existir la

confianza ni el amor. El volver a recomponer la

historia, el darle sentido a lo sucedido, permite de

alguna forma volver a comunicar ese pasado con el

futuro, recordando ciertos malos momentos que

pueden haber propiciado o avisado la infidelidad, y

poblando el futuro de la esperanza necesaria para

volver a confiar.

Desde esta comprensión de la infidelidad

como trauma, ¿qué hacer?

Ante todo, es importante que la pareja tenga

un acuerdo acerca de a qué se referirán con

infidelidad, de la definición misma de ella. Como

siempre en el trabajo con parejas, es

conveniente definir el concepto a trabajar de

manera conductual, es decir, que se defina por

conductas observables desde fuera, y así pueda

evaluarse su presencia o ausencia de manera

Page 115: La gente si cambia

115

objetiva. Por ejemplo, es muy distinto decir que el

problema es que la pareja es alcohólica, que decir

que el problema es que cuando salen a pasarlo bien

a solas, la pareja siempre termina tomando hasta

quedar borracha. Una definición es discutible y

colinda con un insulto, la segunda podemos

evaluarla objetivamente.

Una buena definición de infidelidad debe

incluir por supuesto las conductas sexuales con una

persona fuera de la pareja, que violan sin lugar a

dudas las expectativas explícitas o implícitas propias

del compromiso. Pero también es importante darse

el tiempo para clarificar todas las conductas no

sexuales que la pareja también considera como

infidelidad, como puede ser el compartir los

sentimientos íntimos con otra persona, pasar el

tiempo libre exclusivamente con alguien más, y

otras situaciones que deben ser consideradas en

cada caso.

Recuerdo un caso que ilustra bien este

punto. La mujer sentía que su marido le había sido

infiel, ya que en los momentos más importantes

para ella, como el funeral de su padre o el

nacimiento de su hija, su marido no había estado

presente, ya que estaba acompañando a su mejor

Page 116: La gente si cambia

116

amiga, que estaba triste en tales momentos por

distintos motivos. El marido reconocía que no había

estado, justificándose de que en ambos casos su

mujer estaba muy bien acompañada por su familia,

en cambio su amiga estaba sola, por lo que su

presencia era más importante allí. Pero lo que no

reconocía es que eso era una infidelidad.

Para él, y no había forma de disuadirlo, la

infidelidad era acostarse con otra persona, y nada

más que eso.

La discusión entre ellos se había centrado

hasta entonces en esta cuestión semántica, que

claramente dejaba de lado lo más importante. Les

propuse no hablar de infidelidad para lo ocurrido,

ya que no había acuerdo entre ellos en el término, y

les dije que quizás sería mejor hablar de deslealtad.

Aunque el marido no estaba seguro al principio si

había sido desleal o no, le parecía que sí era un

término que podía corresponder a las acusaciones

de su señora, por lo cual estaba dispuesto a

explorar esa hipótesis.

Como puede verse, al centrar la definición

del problema en las conductas, no es lo importante

si llegamos a un acuerdo en una palabra en

particular, sino en el comportamiento. Así,

Page 117: La gente si cambia

117

podemos saltarnos el escollo de que alguien

reconozca que efectivamente fue infiel, cambiando

simplemente el término con el cual trabajaremos.

Como hemos visto a lo largo del libro, lo importante

es la posición que develan las palabras, más que las

palabras mismas.

Una vez acordada la definición conductual

del problema, podemos delinear en conjunto

las metas a largo plazo que se buscan, es decir,

cuando se llegue al término del tratamiento, ¿qué

cambios les gustaría hubiesen ocurrido?, ¿cómo les

gustaría ser pareja en ese futuro?

Esta pregunta coloca el perdón o superación

del trauma como horizonte, pero además permite

que aparezcan otros cambios que se desean y que

hablan de la historia de la relación. Así, poco a poco

empezamos a colocar la infidelidad en el contexto

de la relación, más que como un evento exterior a

ésta.

Un buen ejemplo de ello tiene que ver con

las salidas en pareja. Si una persona que fue infiel le

comenta a su pareja que en parte su infidelidad se

debió a que ellos nunca salían a solas, lo más

probable es que se genere rabia y sienta que está

intentando justificar su agravio. Sin embargo, si la

Page 118: La gente si cambia

118

misma persona dice que en el futuro le gustaría que

salieran con más frecuencia los dos solos, se vuelve

menos una justificación y más un lindo deseo de

mejorar la relación, lo que frecuentemente es visto

así por la pareja.

En estas metas a largo plazo, en el trabajo

específico con la infidelidad, es bueno plantear

algunas en todos los casos. Primero que todo, que

se llegue a un acuerdo acerca de los límites que

deben ponerse con otras personas, incluidos los

emocionales y sociales. Segundo, que ambos se

harán responsables de la reconstrucción de la

relación y por tanto, en el futuro, harán su mejor

esfuerzo en satisfacer las necesidades emocionales

y físicas del otro, detallando cuáles son en el caso

específico de la pareja.

Una vez delineadas estas y otras metas a

largo plazo, se deben encontrar las metas a corto

plazo que, al concretarse lleven a su

cumplimiento. En educación, su equivalente serían

los objetivos específicos que, en su conjunto,

cumplen uno a uno los objetivos generales.

En estas metas a corto plazo se debe tener

en cuenta lo que ya sabemos de la teoría del

trauma. Por lo mismo, una de las primeras metas a

Page 119: La gente si cambia

119

cumplir es que se discuta la infidelidad de manera

clara, siendo lo más específicos posible, sin entrar

en la morbosidad. Muchas veces las preguntas se

repiten o existen dudas, por lo que hay que ayudar

a la pareja a tener paciencia y tolerar este proceso,

que refleja el intento de la persona de darle sentido

a lo sucedido, de poder conectarlo con su historia

pasada y presente, y así darle continuidad a esa

historia.

En este proceso sería bueno tener como

meta a corto plazo el que ambos entiendan las

típicas reacciones frente al trauma, para que así se

normalice la experiencia del miembro herido, y

ninguno piense que está siendo innecesariamente

repetitivo, cruel, o incluso que se está volviendo

loco.

En la línea de darle sentido, es bueno

conversar acerca de los factores — tanto de la

pareja como externos a ella — que ellos creen

contribuyeron a la infidelidad. No es lo importante

llegar a una causa clara de lo que sucedió, sino que

el sólo hecho de dialogar y explorar distintas

hipótesis va dando sentido y poniendo en conexión

el evento traumático con el resto de la vida. Si el

padre de aquel que cometió la infidelidad fue a su

Page 120: La gente si cambia

120

vez infiel, ello no explica por entero lo sucedido,

pero va poniendo en un contexto el hecho y así el

trauma empieza a conectarse, en este caso, con el

pasado de la pareja, y así dejar de ser un evento

aislado que, justamente desde la ruptura con el

resto de nuestra historia, se vuelve imposible de

asimilar.

Es útil también dialogar acerca de la relación

de la pareja antes de que sucediese la infidelidad,

para así ir recuperando ese pasado perdido o

distorsionado en la memoria producto de la ruptura

propia del trauma.

Una vez que se tiene la suficiente claridad

acerca del hecho mismo, con los detalles específicos

necesarios, junto con las hipótesis de las causas que

llevaron a la pareja a cometer la infidelidad, y el

contexto de la relación de pareja en la cual sucedió,

es posible empezar a identificar los cambios

conductuales, propios y de la pareja, que evitarían

una futura infidelidad y mejorarían la relación.

Finalmente, es importante que el miembro

de la pareja a quien se le fue infiel, pueda ir

verbalizando su entendimiento del perdón como un

proceso, y no como un evento. Esto quiere decir

que la persona irá perdonando, en algunos

Page 121: La gente si cambia

121

momentos más y en otros menos, y que esto no

significa que a veces haya perdonado y después

quite el perdón. Muchas veces las personas creen

que será imposible perdonar algo, porque piensan

que perdonar a alguien se refiere a olvidar, o a

perdonar en un cien por ciento lo sucedido. Cuando

se entiende que el perdón es un camino, donde

cada paso vale, donde hay retrocesos, es posible

abrirse a la posibilidad de que quizás uno podrá

perdonar al otro, pero no por entero, solo en un

noventa por ciento, por ejemplo. Una pareja que ha

perdonado en un noventa por ciento al otro es

radicalmente distinta a aquella que no ha

perdonado en lo absoluto y, al mismo tiempo, es

muy similar a un perdón total.

De esta forma, el proceso terapéutico irá

trabajando por un lado con la reparación frente al

trauma, pasando por el tolerar quedarse detenido

en ese punto el tiempo que sea necesario,

procurando darle continuidad con el resto de

nuestra historia, y por otro lado irán abriéndose los

cambios necesarios para que la pareja resulte

fortalecida después de esto y, por qué no, se vuelva

una relación incluso mejor que antes.

Page 122: La gente si cambia

122

En síntesis, el comprender la infidelidad

como trauma permite, tanto para la pareja como

para el profesional, centrarse el tiempo suficiente

en el hecho en sí y entender la importancia de esto,

antes de querer enfocarse en el pasado que

hipotéticamente lo explique, o bien en los cambios

futuros que llevarán al perdón. Además, explica los

fenómenos de memoria y emocionales presentes,

explica por qué son esperables y aclara que son

parte del proceso de darle sentido a lo sucedido.

Ello abre la puerta para, en un futuro no tan lejano,

poder incluir la infidelidad como un período oscuro

de la historia de la pareja, pero así poder seguir

escribiéndola, juntos y mejor que antes.

Page 123: La gente si cambia

123

Page 124: La gente si cambia

124

IX

SOBRE LA CRIANZA DE UN ADOLESCENTE

Ser padres no es una tarea fácil y muchos

concuerdan que se vuelve incluso más difícil cuando

los hijos atraviesan la temida adolescencia. Sin

embargo, con algunas técnicas sencillas —que se

decantan de miles de estudios acerca de la

conducta humana— se puede enfrentar de mejor

manera este desafío.

Me gustaría partir relatando un caso

relatado por Jay Haley22 en El arte de la terapia

estratégica, ya que de buena forma resume el

espíritu de este capítulo.

Una trabajadora social tenía a su cargo a un

niño que le prendía fuego a distintas cosas. No lo

hacía sólo en su casa o en el colegio, sino que

también caminaba tirando fósforos prendidos a los

basureros. El diagnóstico parecía fácil: pirómano.

La profesional alegó en el centro en que

trabajaba que ella no sabía qué hacer con un

Page 125: La gente si cambia

125

pirómano, y que necesitaba apoyo de los psicólogos

y psiquiatras del lugar. Se hizo entonces una

reunión clínica, en la que el director del centro, tras

escuchar sobre el caso, dijo que se trataba

obviamente de un “problema edípico” y se paró

dando por finalizada la reunión. La trabajadora

social se quedó sentada llorando, ya que no le

habían dado ninguna sugerencia o ayuda sobre qué

hacer con el niño.

Cuando un terapeuta pasó por el lugar y le

preguntó qué le pasaba, ella le contó lo sucedido. El

terapeuta le dijo entonces: “Veamos, para encender

un fuego tienes que tener fósforos.” Le dijo que le

diera un centavo al niño por cada diez fósforos que

le llevara sin prender. “¿Se puede hacer eso?” le

preguntó incrédula.

Dispuesta a intentar cualquier cosa, habló

con los padres y junto con ellos puso en marcha

esta idea. El niño estaba dichoso de recibir dinero, y

los padres felices de que alguien finalmente los

ayudase concretamente.

Al poco andar, el niño dejó de encender

fuegos.

Este es entonces el espíritu de este capítulo,

a saber, el utilizar técnicas o tácticas rápidas que,

Page 126: La gente si cambia

126

aunque no permiten resolver todas las

problemáticas que surgen en psicoterapia, sin lugar

a dudas pueden ayudar bastante a generar un

cambio rápido en algunos casos. Cambios

conductuales que, en algunas situaciones, permiten

despejar el camino para uno más profundo, a saber,

el cambio de posición que hemos revisado a lo largo

del libro.

Como ejemplo, tomaré el caso de Patricio,

un joven santiaguino de catorce años. Sus padres

llegan a mi consulta porque sienten que su hijo el

último tiempo “se ha puesto rebelde, está

cambiado” por lo que están preocupados por su

futuro.

Cuando les pregunto acerca de los cambios,

me cuentan que hasta el año pasado Patricio

cumplía con sus responsabilidades: hacía su cama,

ordenaba su pieza, estudiaba lo suficiente, tenía

buenas notas, etc. Pero cumplidos los catorce años,

todo eso había empezado a generar problemas.

Cuando se le pedía que hiciese algo, respondía de

mala forma, terminando la conversación con un “no

pienso”. Frente a esto, su padre ha estado al borde

de pegarle, y sólo la petición desesperada de

paciencia de la madre ha logrado contenerlo.

Page 127: La gente si cambia

127

Tenemos claro entonces cuál es el problema

para los padres. Antes de proponer soluciones,

debemos preguntarnos cómo han intentado los

papás de Patricio que su hijo volviese a ser como

antes. Una de las herramientas con la que han

tratado de aplicar algo de control sobre su hijo

adolescente es el dinero. No es una mala idea

usarlo a favor de la crianza, tomando en cuenta que

el dinero entrega autonomía a los jóvenes, y por

tanto le dan mucha importancia. El tema es saber

cómo usarlo para ello.

Lo más típico es el control sobre la mesada,

un monto fijo mensual —aunque muchas veces, por

miedo a la capacidad de ahorro de los adolescentes,

se da de forma semanal— que los padres dan a los

hijos. Desde que habían empezado a tener

problemas con Patricio, sus padres habían decidido

no dársela cada vez que se portaba mal. Cuando

llegaba con una mala nota, por ejemplo, le decían

que no la recibiría. El problema es que muchas

veces se la terminaban dando igual; ya sea porque

de ahí sacaba lo necesario para colación y cargar su

tarjeta bip, o bien porque la madre opinaba que el

castigo era demasiado duro. El padre de Patricio me

comenta que otro de los problemas es, justamente,

Page 128: La gente si cambia

128

la diferencia en los métodos de crianza, y que él, en

sus palabras, ya está “chato de que me desautoricen

en mi propia casa.”

La solución que propongamos tendrá que

cuidar también este punto, propiciando un acuerdo

explícito previo entre los padres, para que se

genere la necesaria alineación en la crianza,

imprescindible para que ésta se logre de buena

forma.

Lo que hacían los padres de Patricio, quitar

algo positivo como es la mesada, es lo que se

conoce en psicología como castigo. Los miles de

estudios al respecto —propios de la psicología

conductual—muestran dos cosas respecto a éste.

Primero, que para que el castigo sirva para

modificar la conducta indeseada (por ejemplo

sacarse una mala nota) debe aplicarse todas las

veces que la conducta ocurra. Segundo, que por

cotidiano y usado que sea, no es para nada el

mecanismo más eficaz en la modificación de una

conducta.

¿Cuál es la mejor manera para propiciar una

conducta? El premio o refuerzo. Esto se refiere

simplemente a dar algo positivo a la persona —o

bien suprimir algo negativo— tras haber realizado la

Page 129: La gente si cambia

129

conducta deseada. El típico ejemplo de lo primero

sería darle un regalo a un niño cuando saca buen

promedio o, en el segundo caso, dejarlo ir a una

fiesta tras haberlo castigado sin salir, cuando se

portó bien en la semana, o permitirle no hacer su

cama un día por haberse sacado una buena nota.

El ejemplo relatado por Haley radica

justamente en reforzar positivamente el no prender

los fósforos.

Como veíamos anteriormente, uno de los

problemas que tenían con Patricio era que ya no

sacaba la basura. Los padres ya no sabían qué hacer

para que su hijo hiciese algo tan simple como ello, y

lo ocupaban como ejemplo para mostrar el extremo

al que había llegado su hijo, repitiendo muchas

veces “ya ni siquiera saca la basura”.

Tomemos entonces este problema. ¿Qué

hacer para lograrlo? Ayudémonos con lo que vimos

sobre el refuerzo anteriormente. Ahora bien,

agreguemos algo que no parece obvio, a saber, que

el conductismo ha descubierto que el premiar sólo

algunas veces una conducta deseada, es decir, de

manera intermitente, es más efectivo para que ésta

se mantenga, que premiarla cada vez que ocurra.

Page 130: La gente si cambia

130

Volvamos al ejemplo de Patricio. Si sus

papás lo premiaran cada vez que sacara la basura

dándole quinientos pesos, él sacaría la basura

esperando cada vez ese premio. Cuando sus papás

consideren que ya está instaurada la conducta, y

dejen de darle los quinientos pesos, lo más

probable es que al poco tiempo Patricio ya no saque

la basura. Por el contrario, si sólo algunas veces se

le dan los mismos quinientos pesos, cuando Patricio

no obtenga el premio, podría pensar: “bueno,

quizás a la próxima”, por lo que seguirá sacando la

basura con la expectativa de recibir en algún

momento su premio, que efectivamente recibirá

algunas veces. Esto significa no sólo un ahorro

importante para los padres, sino también que

Patricio sacará la basura aún sin recibir su premio.

Esto es lo que se llama un programa de intervalo

variable.

Sin embargo, es muy importante tener en

cuenta un descubrimiento algo antiguo en la

psicología, pero que tiende a olvidarse. Cuando la

persona tiene motivación intrínseca o interna por

algo, es decir, una motivación propia y que no

requiere de premios, el recompensar la conducta

cuando ocurre —como si se necesitase una

Page 131: La gente si cambia

131

motivación extrínseca o externa— tiende a

disminuir la aparición de la conducta. Esto quiere

decir que si a un adolescente le encanta ir a

entrenar fútbol, y sus padres lo premian pagándole

mil pesos cada vez que lo hace, es más posible que

no siga entrenando, que si no le dan premio alguno.

Por lo mismo, es importante utilizar el refuerzo sólo

cuando no existe la motivación intrínseca por una

conducta.

Una vez aclarados estos puntos con los

padres, les propongo que antes de juntarnos a

planificar la serie de refuerzos y conductas por

cambios, me gustaría ver primero a su hijo, una o

dos sesiones, para formarme mi propia opinión del

problema. En esas sesiones quería indagar si lo que

me contaban los padres de Patricio se debía a otras

problemáticas, como podía ser la presencia de

drogas u otros trastornos, más graves que la mera

pubertad y los cambios conductuales que conlleva.

Afortunadamente, una vez que vi dos veces

a Patricio, me queda bastante claro que no hay

otros problemas más que la pubertad, que conlleva

ciertos roces típicos entre padres e hijos. Patricio

me dice que está “chato de que sus papás le den y

quiten la mesada todo el rato”, y que “casi

Page 132: La gente si cambia

132

preferiría que no me dieran nada si me van a andar

chantajeando todo el rato con que me la van a

quitar”. Sobre sus cambios de conducta, acepta que

hace menos cosas en la casa, pero dice que la causa

es que tiene menos tiempo ya que el colegio está

más exigente este año.

Con los papás hicimos un plan para la crianza

en las siguientes sesiones, que involucraba tanto las

expectativas suyas como las de su hijo. Así, les

propongo que estipulemos una mesada base, que

se respete pase lo que pase. Esta mesada será

inferior a lo que pueden entregarle, pero debe

bastar para cubrir la colación y transporte.

Una vez claro para todos ese monto, hicimos

un calendario en el cual cada día había una tarea,

como sacar la basura, hacer la cama, y otras labores

domésticas que querían que Patricio hiciese. Era

importante que fuese sólo una tarea, para así

también respetar la queja de su hijo sobre la mayor

exigencia en el colegio.

Cada día, si hacía la tarea, se le marcaría con

un círculo en el calendario y, cuando no, una cruz.

Cuando juntara tres círculos, Patricio recibiría un

premio monetario, estipulado con anterioridad.

Page 133: La gente si cambia

133

Le expliqué a la madre que debía respetar el

acuerdo que estábamos realizando, ya que si le

pasaba dinero a su hijo “por debajo”, sabotearía

este intento.

Antes de aplicarlo, les pedí que viniesen con

Patricio, para que revisáramos entre los cuatro el

calendario o, como divertidamente le puso su

padre, “La misión”.

Una vez que estuvieron todos de acuerdo,

tras pequeños cambios en algunas tareas, les pedí

que pusieran el calendario en un lugar visible para

todos, para así también evitar que fuese necesario

que sus padres estuviesen repitiéndole

frecuentemente las tareas que tenía que hacer, algo

que me había comentado antes Patricio que le

molestaba.

A las pocas semanas los tres se habían

acostumbrado a este nuevo sistema. Patricio estaba

contento de tener seguridad de un monto fijo, y se

sentía más en control de su actuar. “Si estoy muy

chato un día, filo, no hago lo que tenía que hacer

ese día… sé lo que significa esa cruz, pero de ahí

tengo tres días para repararlo”, nos explicaba

Patricio en una sesión posterior.

Page 134: La gente si cambia

134

Sus padres también estaban contentos, ya

que no disfrutaban el andar insistiéndole a su hijo

que hiciera las cosas, y mucho menos castigándolo

con tanta frecuencia, por lo que este nuevo sistema

—basado en su idea del manejo del dinero— les

parecía perfecto. Además, el padre de Patricio

estaba feliz de ya no sentirse constantemente

desautorizado, planteando que “ahora hay una ley

escrita” —el calendario— que lo apoya en sus

decisiones.

Remarco que la intervención estaba basada

en su idea pues una intervención que parece ser

autoría del paciente tiene mayores posibilidades de

éxito y de sostenerse en el tiempo.

En síntesis, hay muchas técnicas que pueden

ayudarnos con un adolescente. Lo importante es

conocerlas y aplicarlas correctamente. Pero para

ello no sólo es importante tener un conocimiento

teórico de las técnicas que provee la psicología

conductual, sino también entender qué es

importante para cada adolescente y así poder saber

qué estímulo, qué refuerzo, será el más adecuado

para producir un cambio. Es aquí donde se hace

fundamental una mirada estratégica sobre el caso.

Page 135: La gente si cambia

135

El respeto por la singularidad de cada caso

debe mantenerse siempre, ya que sólo sobre su

base podremos producir un verdadero cambio.

22

Jay Haley (1923-2007). Sistematizó los planteamientos de M. Erickson, en lo que se convertiría en el importante modelo estratégico de psicoterapia.

Page 136: La gente si cambia

X

EL DIBUJO INFANTIL COMO

MENSAJE A LOS PADRES

Hace un par de años atrás, una mujer me

escribió un correo electrónico preguntándome si

podía hacer algo por su hijo. Me decía que, después

de haber tenido dos procesos terapéuticos

infructuosos, tanto con una psicóloga infantil como

con un psiquiatra, había decidido intentar conmigo.

En su correo se refería a nuestra futura terapia

como “la tercera es la vencida.”

De manera breve, Isidora explicaba en el

mail que el problema era que su hijo Matías de seis

años, todavía no lograba el control de esfínteres. En

sus palabras, el problema para ella es que su hijo

“se hace pipí todas las noches”.

Como hemos visto en los capítulos

anteriores, la intervención rara vez se centra de

manera directa en el problema, y más bien busca la

causa de éste para intervenir sobre dicha causa

Page 137: La gente si cambia

137

En el caso de los niños, muchas veces sus

problemas reflejan un ambiente familiar patológico

— algo a lo que los psicólogos sistémicos, por

ejemplo, se refieren como el niño síntoma del

sistema familiar— más que tratarse de un

problema individual. Por lo mismo, decido citar sólo

a la madre a una primera entrevista, para que me

explique en detalle no sólo lo sucedido con Matías,

sino también el entorno en el que se mueve, como

por ejemplo la familia y el colegio. La ventaja de

tener una sesión sin Matías es que su madre podrá

hablar de manera más libre sobre su hijo y sus

problemas, lo que nos permite hacernos una idea

más clara de la problemática en cuestión.

Después de los saludos de rigor, lo primero

que dice Isidora en la sesión es que “Matías es un

niño normal”, para después describir en extenso

todas las áreas en que su hijo es un niño promedio,

desde las notas del colegio hasta su lugar en las

curvas pediátricas. Todo absolutamente normal.

“Pero todavía se hace pipí”, repite Isidora,

más de cinco veces en la sesión.

Teniendo algún nivel de claridad sobre la

situación escolar y médica de Matías, le pido que

me hable de ella y de Juan, su marido y padre de

Page 138: La gente si cambia

138

Matías. Isidora comenta que ella es dueña de casa y

que su marido es un importante gerente de una

empresa de telecomunicaciones. Están casados

hace ocho años y, una vez que nació Matías,

decidieron no tener más hijos por los problemas

que tienen entre ellos.

Aquí no debemos olvidar que estamos

buscando una causa para el problema de Matías, el

lugar desde el cual está emergiendo su conducta.

Por lo mismo, y sin pudor, vale la pena preguntar

por la vida de pareja de sus padres.

Le pregunto entonces a Isidora a cuáles

problemas se refiere. Aunque en un comienzo dice

que nada tienen que ver con el problema de Matías,

y por tanto no le encuentra sentido a hablarlo en la

sesión, finalmente explica que aparte de los típicos

problemas de los matrimonios, lo principal es que

ella es muy celosa, “así como patológico ya”, dice

ella.

Cuando indago más al respecto empieza a

llorar y, advirtiendo nuevamente que lo siguiente

no tiene nada que ver con Matías, cuenta que

meses antes de casarse intentó quitarse la vida con

pastillas. Había tenido la sospecha de que Juan la

engañaba.

Page 139: La gente si cambia

139

Al finalizar la sesión, y notoriamente

afectada por todo lo que contó, Isidora dice acerca

de Matías: “por suerte él es chico y no se da cuenta

de nada”.

Aparece aquí una posible causa para el

problema de Matías, a saber, que sí se da cuenta de

los problemas entre sus padres.

Después de permitir que se desahogase un

poco sobre la situación con su marido, le digo que

me gustaría verla a ella junto a Matías la próxima

semana. El objetivo de ver al niño era poder indagar

acerca de la posible causa mencionada

anteriormente, además de abrirse ante otras

posibles si esta no resultaba correcta.

Isidora dice que no hay problema, y

pregunta si la haré entrar a la sesión o si puede ir al

mall mientras tanto. Cuando le digo que la idea es

conversar con ambos, menciona que le parece raro

ya que la otra psicóloga veía sólo a Matías. Sólo le

sonrío y le digo que nos vemos la próxima semana.

En la segunda sesión, viene Isidora con

Matías. Ella me dice que su hijo no quiere hablar. Le

digo a Isidora que entonces ella me cuente la rutina

de él, lo más detallada posible, y a Matías le digo

que no se preocupe, que no necesito por ahora que

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140

hable, y que si quiere puede dibujar mientras tanto.

Mientras le pasaba un block de dibujo y lápices, me

pregunta qué tiene que dibujar, y le digo que puede

dibujar lo que él quiera.

¿Por qué pedí la rutina de Matías? Para

asegurarme que Isidora no diría nada que

preocupase o hiriese a su hijo, y así este pudiese

abstraerse lo más posible del relato de su madre,

dada la familiaridad de éste.

Cuando lo vi más tranquilo y habiendo

dibujado distintas cosas, le pedí que ahora por favor

dibujase a sus papás, mientras yo seguía

conversando con su mamá.

Cuando termina su dibujo le pido que nos lo

muestre. En él aparecen dos figuras humanas, las

típicas de palito, con colores muy vivos, sonrisas

muy grandes y un gran sol con anteojos oscuros.

Isidora sonríe.

Le pido entonces a Matías que por favor

dibuje de nuevo a sus papás, pero le digo “ahora

dibújalos como son en la noche”.

El niño toma entonces un crayón negro, y

raya con furia las dos figuras, cubriéndolas de

manchones y nubes negras. Poco queda de la

imagen anterior.

Page 141: La gente si cambia

141

Al parecer, Matías se daba más cuenta de lo

que Isidora creía — o quería— pensar.

Le indico a Isidora que ponga el dibujo en el

refrigerador de su casa, y que lo deje ahí por lo

menos hasta la siguiente sesión. Le pido también

que si su marido lo quiere sacar, le diga que antes

se comunique conmigo.

Esta intervención intenta cuestionar en los

padres el que su hijo no se daba cuenta de nada.

Además, si sostenemos la hipótesis que a nivel

inconsciente el “hacerse en la cama” era un llamado

de atención por parte de Matías, una forma de

decir “yo sí me doy cuenta de lo que pasa entre

ustedes”, el que el dibujo estuviese a la vista de

todos bien podía servir de reemplazo para ello, una

sustitución con bastante menos costos que la

original.

Lo del padre merece también una

explicación. En la primera sesión Isidora había

dejado en claro que Juan nunca vendría a mi

consulta, ya que creía que los psicólogos eran un

fraude y “sólo se dedican a sacarle plata a la gente.”

De esta forma, respetaba que no quisiese venir,

pero le comunicaba lo que decía su hijo en la sesión

de manera indirecta.

Page 142: La gente si cambia

142

Una semana después, viene Isidora con

Matías a mi consulta. “En vez de hacerse todas las

noches, ahora es noche por medio… no podemos

estar más felices” me dice Isidora.

Nuevamente le pido a Matías que dibuje a

sus papás, mientras le pregunto a Isidora sobre la

semana de Matías. Después de unos minutos

entrega un dibujo de dos figuras humanas de palito,

felices y con el mismo sol. Cuando le indico que

ahora los dibuje de noche, toma con cuidado el

crayón negro, y hace algunas líneas entre ellas y por

encima, con muy poca presión sobre el papel, de

modo que, de manera casi calculada, queda un

dibujo mucho menos ennegrecido que el

anterior. Le digo entonces a Isidora que saque el

otro dibujo y ponga éste en el refrigerador.

Su hijo claramente les decía que iban por el

camino correcto, pero que todavía faltaba un poco.

El mismo hijo que según su madre no se daba

cuenta de nada, demandaba más tranquilidad por

las noches, habiéndose dado cuenta perfectamente

de la relación entre su dibujo y el cese de las peleas.

En la cuarta sesión, un mes después de ver a

Isidora por primera vez, viene Isidora con Juan,

quien me dice “Vengo porque esta semana el

Page 143: La gente si cambia

143

Matías no se hizo ninguna vez… vengo a entender

qué pasó”.

¿Qué mejor forma de lograr tener una

sesión con un padre que no cree en los psicólogos?

Viene abierto a entender, cuestionándose ya lo que

creía de la psicoterapia, incluso antes de asistir a

una sesión. Sin duda, mucho mejor que haberlo

traído presionado a través de la madre.

Después de conversar un rato acerca de la

familia y la relación entre ellos, y entrado ya al tema

de Matías, invito a Juan a reflexionar acerca del

fenómeno de la enuresis secundaria de manera

general, antes de pensar en el caso específico de

Matías. Hablamos de posibles causas, efectos en la

persona, hasta que le pregunto: “pero, finalmente,

¿cuándo una persona que ya aprendió a aguantarse

las ganas, se hace?”

Juan me dice que “cuando una persona se

muere de susto” y, después de una pausa, entiende

qué pasó y lo resume muy bien: “el Matías ya no se

va a la cama asustado”.

Seguí viéndolos un par de sesiones más a

ellos dos, trabajando en su relación de pareja, para

lograr un poco más de armonía en la casa. Un mes

después, me decían, “Matías sigue sin hacerse”.

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144

Muchas veces pensamos que los niños no

entienden o no se dan cuenta de lo que está

pasando. El problema sería más fácil de solucionar

si asumiésemos que sí entienden, que sí se dan

cuenta.

Un par de meses después del alta me

volvieron a escribir, contándome que Matías había

hecho un nuevo dibujo y lo había puesto en el

refrigerador.

Había dibujado una consola de videojuegos.

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145

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146

XI

¿QUÉ HACER CON LA LOCURA?

Hace un par de años tuve la oportunidad de

trabajar en un centro de internación psiquiátrica

bastante particular. Para proteger las identidades

de los internos del lugar, no especificaré su nombre.

Este centro surgió como respuesta a la

petición de una comuna de la capital que,

sobrepasada por la problemática de la locura y la

falta de recursos para darle un lugar digno a sus

internos, pidió a una reconocida congregación de la

Iglesia que se encargase de ello. Debemos recordar

que, en los últimos años, ha existido una política de

rebajar dramáticamente la cantidad de pacientes

psiquiátricos internos en los hospitales

emblemáticos de Chile.

Tal congregación fundó entonces un

pequeño centro de internación para pacientes

diagnosticados con psicosis, el nombre con que los

psicólogos y psiquiatras denominamos lo que la

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147

gente entiende coloquialmente como locura. En

este centro vivían treinta pacientes hombres, entre

treinta y cincuenta años.

Las condiciones no eran malas, comparadas

con otros centros de internación. Existía una pieza

para cada paciente, además de un living y un patio

como espacio común. Lamentablemente el living

estaba cerrado bajo llave, y sólo se abría cuando

uno de los trabajadores llevaba una película para

que la viesen todos. El patio era un espacio de casi

cien metros cuadrados, con piso de tierra y nada

más. Ni una silla, ni una mesa. Nada.

La única oficina del centro, para uso

exclusivo del personal, tenía en una esquina una

gran cantidad de cajas llenas de fichas de todos los

pacientes. Lo primero que hice fue, por supuesto,

revisarlas. No contenían nada más que diagnósticos.

Uno tras otro, contradictorios entre sí, realizados

por decenas de alumnos en práctica o estudiantes

de psicología que venían a realizar sus trabajos aquí.

La directora del centro, única psicóloga

titulada que trabajaba en el lugar, me comentó que

no había nada acerca del tratamiento en las fichas,

ya que lo único que se realizaba allí era una terapia

corporal grupal realizada por ella, una vez a la

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148

semana, además de un control farmacológico

realizado por un psiquiatra una vez al año. Esto

quiere decir que los pacientes que estaban en el

centro no recibían prácticamente atención

psicológica o psiquiátrica alguna.

Después de ver que las fichas estaban en las

condiciones ya descritas, procedí a realizar un

nuevo diagnóstico de los pacientes. ¿Para qué?

necesitaba un diagnóstico claro y, sobre todo, que

me permitiera definir qué sería útil para el paciente.

Para su bienestar, para su dignidad. A un paciente

no le importa saber qué tipo de psicosis tiene, si eso

no se refleja en qué tratamiento recibe. Quería

información acerca de cada uno, qué opinaban de

vivir en este lugar, qué cosas no les parecían bien,

qué cambios realizarían. Quería tratarlos como

cualquier ser humano merece ser tratado.

Además de realizar el diagnóstico de los

pacientes, había que buscar un lugar dónde

atender. Si bien existían las piezas de los internos,

sólo contaban con una cama y velador. Finalmente

opté por sacar uno de los sitiales del living y

convertirlo en “la silla del psicólogo”, llevándola

cada vez a la pieza del paciente que vería en ese

momento. Al poco tiempo ellos sabían distinguir

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149

perfectamente el contexto psicoterapéutico cuando

estaba la silla en su pieza, del contexto informal

cuando estábamos en el patio o compartiendo el

desayuno.

¿Con qué me encontré? Creo que el primer

diálogo que tuve con un interno refleja muy bien la

situación:

Terapeuta: ¿Te parece que conversemos un

rato?

Paciente: Sí, no tengo problemas. Me gusta

conversar, aquí nadie conversa con nadie. Algunas

veces vienen otros psicólogos… ¿me va a mostrar

unas manchas o algo así?

T: No, nada de eso… la idea es simplemente

conversar, quizás más de alguna vez, para irte

conociendo.

P: Mmm… no soy muy entretenido para

conocer… mi vida está convertida en algo bastante

aburrido… yo lo único que quiero es salir de aquí, no

quiero estar más aquí… no tengo problema en

conversar con usted, pero si me pregunta qué

quiero, quiero eso, salir de aquí… siempre que

alguien me pregunta cómo estoy, digo lo mismo…

quiero salir de aquí… pero nadie escucha, nadie

hace nada…

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150

Cuando le pregunto qué le gustaría hacer,

me dice “muchas cosas… poder hacer cosas con las

manos… aquí no nos dejan hacer nada… estar en la

pieza tirados y ya… no entienden que todavía

estamos vivos, tenemos culpas pero podemos vivir,

no es condena a muerte…”

El resto de las primeras entrevistas con los

pacientes fue prácticamente igual en este punto.

Todos estaban aburridos y cansados de que no los

dejasen hacer nada.

Al poco tiempo de reunirme todas las

semanas a conversar con cada uno de ellos,

empezaron a volverse más activos, y a compartir un

poco entre ellos en el patio.

La directora me comentó que le parecía raro que

ahora pasasen tiempo en el patio durante el día, en

vez de en sus piezas. “Para qué van al patio si no

hay ni sillas”, me dijo. “Toda la razón”, le dije.

Contacté entonces a la congregación y

conseguí mesas y sillas de segunda mano, que

colocamos de manera fija en el patio. Se me ocurrió

pintar un tablero de damas en cada una de sus

superficies, y dejar dos juegos de fichas en cada

pieza.

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151

Cuando volví a la semana siguiente, los

profesionales del lugar no estaban muy contentos

con el resultado.

Los internos pasaban ahora la mayor parte

del día en el patio, ya fuese jugando damas con un

compañero o conversando. Algunos habían pedido

piezas de ajedrez a la directora, a lo cual ella aún no

daba respuesta.

Los profesionales me explicaron que cuando

los internos estaban todo el día en sus piezas,

podían preocuparse menos de ellos y dedicarse a la

administración del centro (cocinar, hacer aseo,

entre otras actividades) y que ahora tenían que

estar más pendientes, lo que les dificultaba su

labor.

La directora me comentó que dejarían las

mesas y sillas un mes más, ya que quizás era por la

novedad que los pacientes las estaban ocupando

tanto, pero que no siguiera incitándolos a

interactuar tanto y a “darle problemas al staff”.

Cuando pasó el mes, la situación sólo había

“empeorado”. Los pacientes seguían jugando en el

patio, conversando entre ellos. Las comidas del día

ya no se hacían en silencio, sino que entre el

humano ruido de la conversación. Algunos incluso

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152

me comentaban sus ideas acerca de nuevos

cambios en el centro.

Por sobre todo, querían hacer más cosas.

Querían sentirse útiles. Querían sentirse humanos.

El resto de los profesionales no sabían que

más podían hacer los internos en el centro sin

causarles problemas. Finalmente, en una

extenuante reunión, aceptaron darles a los internos

un paño de sacudir para que pudiesen ayudar en el

aseo de sus piezas. Cuesta imaginar las sonrisas que

ese simple derecho hizo aparecer en la cara de los

internos.

Los pocos familiares que visitaban a los

internos se dieron cuenta de los cambios,

especialmente por el hecho de que ahora sus

parientes conversaban con ellos de manera

bastante más fluida y amena. No era por supuesto

igual a la conversación que podían tener con el

resto de las personas, pero el cambio para ellos era

muy significativo. La frecuencia de sus visitas

aumentó, y conseguimos que algunos llevasen

películas y que las viesen todos juntos.

La lección que extraigo de todo esto es que

el trato que le damos a los enfermos psiquiátricos,

en su internación muchas veces de por vida, es

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153

parte fundamental de su curación. En línea con lo

visto en capítulos anteriores, una intervención

sobre la causa del problema es generalmente la

indicada. ¿Podemos curar la locura? Hay mucha

polémica al respecto, pero la mayoría de los autores

plantean que no, y sólo se puede mejorar la calidad

de vida de las personas aquejadas por ella. De ser

así, intervenciones que actúen sobre las causas de

su malestar cotidiano no deben ser vistas en menos.

Por lo mismo, no hay en este relato ninguna

técnica psicológica aplicada, sólo un poco de

sentido común, empatía y compasión. Me hubiese

encantado partir de inmediato a realizar los

tratamientos de la escuela en la que me formé,

encontrarme con la problemática de la psicosis y

enfrentarla con las herramientas que entrega el

psicoanálisis lacaniano. Sí, me hubiese encantado,

porque amo mi profesión. Pero primero debía

detenerme y ser sólo un ser humano.

Lamentablemente, esta historia no tiene un

final feliz. Después de seguir un par de meses en las

mismas condiciones, la directora me comentó que

el centro no podía seguir así. Debido a la actividad

que ahora mostraban los pacientes, interactuando

en el patio, yendo a visitarse a las piezas, la

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presencia de las familias, se hacía necesario tener

más personas en el equipo profesional. Me indicó

que no había fondos para ello, por lo que habría

que intentar que los pacientes estuviesen más

tiempo en sus piezas, poniendo horario de uso del

patio, y limitar la frecuencia de las visitas familiares

al fin de semana.

Al final, no queda claro quiénes son los

locos.

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XII

EL MOMENTO DE CONCLUIR

Lo que he intentado mostrar, a través de la

revisión de distintos casos, es que la gente sí

cambia. La clave para ello es que se produzca un

cambio de posición subjetiva en el paciente.

Eso es lo que importa. Los medios y técnicas

para conseguir ese cambio —incluyendo las

suministradas por la teoría estratégica o la

conductual— son sólo eso, medios. Lo que

caracteriza a estas intervenciones como

psicoanalíticas es considerar el cambio de posición

como fin u objetivo central.

Como vimos en el primer capítulo, es la

posición la que determina cómo experimentamos lo

que nos sucede, lo que sentimos y lo que

pensamos. Por lo mismo, es ella la que determina

también la aparición de los síntomas y del

sufrimiento con los que lidiamos en psicoterapia.

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Aunque esta posición sea lo que nos defina

como sujetos, justamente al ser el punto desde el

cual miramos nuestra vida, es por definición un

punto invisible para nosotros. Por lo mismo, es

necesaria una escucha particular de un otro para

que ella se devele. Es aquí donde se hace evidente

la importancia de un psicoterapeuta que sepa

escuchar, más allá de los dichos de su paciente, el

decir que los sustenta. A veces, lo que nos dice es

tan impactante —como puede serlo un relato de

violencia intrafamiliar, una violación, el suicidio de

un hijo— que se hace difícil centrarse en pesquisar

la posición desde la cual nos está contando su

tragedia, pero ésa será la única forma de ayudarlo a

cambiar.

Espero haber ejemplificado en los capítulos

anteriores este tipo de escucha y cómo, incluso

gracias a intervenciones al comienzo del

tratamiento, es posible que ocurran cambios a nivel

de posición subjetiva —como puede ser

responsabilizarse de algo por vez primera— que

generan un alivio sintomático.

Esto por supuesto no significa que los casos

relatados aquí sean psicoanálisis finalizados, pero sí

configuran los primeros movimientos de ellos —

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movimientos que Lacan ubicaría en lo que ha

llamado las entrevistas preliminares.

Se hace relevante destacar este punto

cuando consideramos el temor de muchas personas

de iniciar un tratamiento con un psicoanalista, ya

que se asume que será un proceso muy largo y de

varios años. Como muestran los casos relatados, un

pequeño viraje en la posición del sujeto —dejar de

sentirse culpable de la muerte de un familiar,

asumir las traiciones del cónyuge, enfrentar los

miedos que uno ha evitado considerar— puede

generar en el corto plazo la disminución o incluso

desaparición de la molestia que motiva la consulta.

Este efecto terapéutico rápido abre el camino a

que, si el paciente así lo desea, se sigan explorando

ese y otros puntos en un psicoanálisis posterior.

Me gustaría terminar este libro

compartiendo unas palabras de Freud, quien en una

entrevista resumía así el objetivo de nuestro

quehacer: “El psicoanálisis vuelve a la vida más

simple.”

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AGRADECIMIENTOS

Aprovecho este espacio para agradecer el

apoyo permanente de Mariana Rodighiero, la

excelente labor como editores de Mariella Concha y

Sebastián Alaniz, y a la revisión acuciosa de Mario

Silva y Roberto Musa.

Me sumo además a una tradición iniciada

por Winnicott, y agradezco también a mis

pacientes, especialmente a aquellos que estuvieron

dispuestos a compartir sus historias, para así

demostrar que la gente sí cambia.

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Si desea una copia digital del libro, puede descargarla en:

www.jorgesilva.cl/lagentesicambia

Si tiene cualquier pregunta, comentario u opinión sobre el

libro, puede comunicarse con el autor al email:

[email protected]

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El objetivo de este libro es mostrar, de manera

sencilla y dinámica, la práctica de la psicoterapia, y

cómo a través de ella la gente sí cambia.

Dirigido a todo público, el autor explica paso a paso

sus intervenciones, invitando al lector a ser testigo

de una decena de tratamientos.

Dentro de las problemáticas expuestas se cuentan

las fobias, la depresión, el duelo y la comunicación

en la pareja, entre otras.

Jorge Silva Rodighiero es psicólogo de la Pontificia

Universidad Católica de Chile y Master en Psicología

Clínica y Psicopatología en España.

Psicoanalista lacaniano y psicoterapeuta, se dedica

a la atención individual de adolescentes y adultos,

así como también a la terapia de pareja y familiar.

Realiza seminarios teóricos y clínicos para

estudiantes y profesionales, dentro de los cuales

destacan Introducción a la Obra de Jacques Lacan y

¿Qué hacemos cuando hacemos psicoanálisis?