LA ENSEÑANZA DE JOANMIRO · 2019. 6. 19. · JOANMIRO Cuanto más ciego me descubría, más luz...

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------- ------- ------------ -------- En la playa de Málaga, abril de 1935. ' ; 40 LA ENSEÑANZA DE JOANMIRO Cuanto más ciego me descubría, más luz cap- taba. J. V. Foix La educación debería ser guiada por un espíritu reverente hacia algo sagrado, indefinible, ilimitado; algo individual e insólitamente de gran valor: el principio ascensional de la vida, fragmento mate- rializado del petu mudo de las cosas del mundo. Bertrand Russell La reconstrucción radical· de la sociedad ha de buscar caminos para liberar el impulso creador y no para establecer nuevas formas de autoridad. Noam Chomsky Antoni Tapies E l valor de la obra de Joan Miró, como la de todo gran artista, está en nción de sus cualidades humanas. La obra y el artista rman un todo. Sus creencias, sus actitudes c1v1cas, sus fidelidades, sus esperanzas, son también una enseñanza para la sociedad -y no sólo porque sí debe ésta respetar y honrar a sus personalidades- que va unida a lo que se desprende de las pinturas y las esculturas. Por eso en la vida de Miró hay gestos que nos son tan entrables, tan bellos y aleccionadores. Y uno de esos gestos, qué duda hay, ha sido la creación en Barcelona de su Fundación, con todo lo que representa de legado espiritual para nuestro país, cosa que los ciudadanos no sólo debemos agradecerle, sino que debemos contribuir a que se conserve y crezca, al igual que se deben conserv y divulgar todas sus obras. Contrariamente a lo que algunos suponían, Miró no ha querido un museo-monumento estático des- tinado a preservar su obra -aunque por sí misma legitimara cualquier eserzo-, sino que ha pre- rido impulsar una imaginativa voluntad de servicio a su pueblo ante la necesidad de estudiar y men- tar el auténtico arte actual y la verdadera estética en general, que no son algo superfluo, sino que actan, en gran medida, a nuestras vidas, a nues- tra supervivencia. Miró es consecuente en la línea de su conducta y la manera generosa de obrar de todo auténtico artista, incluso en la misma intimidad de su pro- ceso creativo: la necesaria apertura, una disponi- bilidad, una hipersensibilidad ante toda la conflic- tividad que nos rodea y un deseo de reflexionar y tomar partido ante las posibles soluciones. Se ha hablado mucho del «primitivismo» de Miró, de su inocencia... Pero, como hemos dicho en algunas ocasiones, es un grave error, al igual que otras figuras históricas, minusvalorar esta rma de ser. Tras los signos y los colores de Miró, aunque muchos no se lo expliquen, hay ciertas maneras de comprender la naturaleza, el

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En la playa de Málaga, abril de 1935.

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LA ENSEÑANZA DE JOANMIRO

Cuanto más ciego me descubría, más luz cap­taba.

J. V. Foix

La educación debería ser guiada por un espíritu reverente hacia algo sagrado, indefinible, ilimitado; algo individual e insólitamente de gran valor: el principio ascensional de la vida, fragmento mate­rializado del ímpetu mudo de las cosas del mundo.

Bertrand Russell

La reconstrucción radical· de la sociedad ha de buscar caminos para liberar el impulso creador y no para establecer nuevas formas de autoridad.

Noam Chomsky

Antoni Tapies

El valor de la obra de Joan Miró, como la de todo gran artista, está en función de sus cualidades humanas. La obra y el artista forman un todo. Sus

creencias, sus actitudes c1v1cas, sus fidelidades, sus esperanzas, son también una enseñanza para la sociedad -y no sólo porque sí debe ésta respetar y honrar a sus personalidades- que va unida a lo que se desprende de las pinturas y las esculturas. Por eso en la vida de Miró hay gestos que nos son tan entrañables, tan bellos y aleccionadores. Y uno de esos gestos, qué duda hay, ha sido la creación en Barcelona de su Fundación, con todo lo que representa de legado espiritual para nuestro país, cosa que los ciudadanos no sólo debemos agradecerle, sino que debemos contribuir a que se conserve y crezca, al igual que se deben conservar y divulgar todas sus obras.

Contrariamente a lo que algunos suponían, Miró no ha querido un museo-monumento estático des­tinado a preservar su obra -aunque por sí misma legitimara cualquier esfuerzo-, sino que ha prefe­rido impulsar una imaginativa voluntad de servicio a su pueblo ante la necesidad de estudiar y fomen­tar el auténtico arte actual y la verdadera estética en general, que no son algo superfluo, sino que afectan, en gran medida, a nuestras vidas, a nues­tra supervivencia.

Miró es consecuente en la línea de su conducta y la manera generosa de obrar de todo auténtico artista, incluso en la misma intimidad de su pro­ceso creativo: la necesaria apertura, una disponi­bilidad, una hipersensibilidad ante toda la conflic­tividad que nos rodea y un deseo de reflexionar y tomar partido ante las posibles soluciones.

Se ha hablado mucho del «primitivismo» de Miró, de su inocencia ... Pero, como hemos dicho en algunas ocasiones, es un grave error, al igual que otras figuras históricas, minusvalorar esta forma de ser. Tras los signos y los colores de Miró, aunque muchos no se lo expliquen, hay ciertas maneras de comprender la naturaleza, el

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Antoni Tapies y Miró en la Galería Stanley. París,· 1957.

hombre, la sociedad ... , con vistas, claro está, a una determinada praxis. El primitivo, como decía Malinowski, busca, antes que nada -en su código «mágico»- consultar el curso de la naturaleza «para finalidades prácticas».

Por poco que se conozcan sus pasos, es evi­dente que Miró se «embruteció» ya -así lo dirían los timoratos- con la praxis, hace muchos años, entre las filas de las mejores posiciones ideológi­cas y políticas de los artistas e intelectuales del dadaísmo y del surrealismo. Como se «embrute­ció» igualmente durante nuestra guerra civil y en sus actuaciones posteriores. Y así, desde los «cuadernos de escolar», «las maravillas de la no­che» o «el pan blanco de los días», hasta el «frente a sus amigos» o «cada mano tendida», Miró continúa comprometido esencialmente con aquella misma palabra que su compañero Paul Eluard quería ver escrita en todos los rincones del mundo: «libertad».

¿Qué presupone, pues, este espíritu de aper­tura, de disponibilidad, que Miró ha «fundado» entre nosotros? Antes que nada, que no quiere dogmas, que, en él, no tienen cabida los aprioris­mos, ni lemas religiosos escritos en el umbral de la puerta, ni barreras que coaccionen, ni «mafias» q�e muevan hilos ocultos. Todo tiene que ser ní-

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tido, puro y luminoso, como la pintura misma de nuestro artista. A lo más, una cinta flotando en sus azules -que no haría más que confirmarlo­con alguna divisa que podría ser de Brossa: «En la descripción de ruinas ... no nos conviene añadir la firma». O la resonancia, en los espacios luminosos y tan humanos creados por Josep Lluis Sert, de aquel «quien ya lo sepa todo que no venga a escucharme» de la canción de Raimon.

De cara al futuro, ni ruinas anheladas ni norma­tivas resabiadas. Sencillamente, vivir lo que nos enseñará y exigirá la vida cotidiana, lo que las circunstancias nos propondrán hora tras hora. Sin olvidar que hay «ruinas» viejas y «ruinas» jóve­nes, y que hay también «resabiados» de edad di­versa. El mismo Miró es un ejemplo precioso de que la vitalidad no es una cuestión de años.

Sería contradictorio que Miró hubiera formu­lado, de entrada, precisiones de cariz museístico con una vocación excesivamente «racionalista», en el inicio de una tarea en la que deseó precisa­mente que interviniera gente más bien pertene­ciente al mundo «creativo», fuera del campo que fuera (literatura, arte, arquitectura, derecho, em­presa, etc ... ). Está muy claro que las intenciones del fundador no tuvieron nada que ver con una educación estética en la que predominase la sola

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1947, en Montroig.

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«toma de conciencia de hechos consumados, sino una actividad orientada hacia el mundo que nues­tros esfuerzos están destinados a crear».

Existen «museables» que saben exactamente lo que quieren, lo que es el arte, o si la pintura está viva o muerta ... Así como también existen dicta­dores que saben perfectamente las personas o las tendencias que les son favorables y a los que, por consiguiente, hay que promocionar o eliminar. Podría, ahora, ocurrir que un servidor no repre­sentase a sus colegas en su totalidad, pero al que le complace imaginar que, como al mismo Miró, nunca ha sabido, «intelectualm�nte», lo que tenía que pintar, no digamos mañana, sino sólo den­tro de media hora. Uno casi tiene la impresión de que Miró se ha dirigido diariamente a su taller «sin saber lo que hacer», aunque el resultado haya consistido en tener centenares de obras esparcidas por todo el mundo.

Quizá exagere un poco, pero con esto también nos da un ejemplo que, igualmente, simboliza ese sentido de «obra abierta» al futuro, que incluye, además del testimonio circunstancial, ese gusto por la aventura que tanto agrada a Miró y a todo creador con «nuestro espíritu». El «salto a la otra orilla», el «vamos a verlo», a «probarlo», a «ex­plorarlo», a «experimentarlo»... son olvidar el «posibilismo» e incluso el «pactismo», para seguir adelante con más eficacia. Incluyendo casi un gusto por el error, para aceptar la equivocación como enseñanza, e incluso el aprovechamiento de nuestra «debilidad ... y vacío interior» que, como dice el antiguo saber, es lo que permite que se avance.

Probablemente, lo que digo no anime a muchos, en una época en la que se quiere que se nos den las cosas ya masticadas, a base de modelos cultu­rales, eslogans y consignas, que acaso sean útiles para otras ocasiones, pero que en el mundo de la cultura son peligrosos. Uno tampoco puede evitar el seguir siendo adicto a aquello que, precisa­mente, ha constituido el motivo básico del trato con Miró, sus poetas, sus artistas y todos sus amigos. Aquello que Joan Brossa expresó con acierto ya hace años: «Anunciamos bellezas blan­diendo la testa en un sentido de atrevida indivi­dualidad ... ». Individualidad que, como hemos di­cho miles de veces, no es ninguna antítesis de los movimientos sociales o de masas, sino que senci­llamente se trata, para que sea eficaz, de percibir la cultura, siendo un acto de cotidiana realización interior de cada uno, como persona y como ente social, no algo que nos sea servido masivamente, encuadernado, enmarcado, enlatado, puesto en una pancarta ... y sobre todo degradado, que es lo más triste, con la excusa de que así llega a las masas para espantar -sin reflexionar y sin vivir realmente la cultura- a tantos moutons de Pa­nurge como cierta clase dominante quiere que continúen en el mundo. Lo importante no son las obras en sí, ha dicho Miró, sino lo que siembran en cada uno de nosotros. Y es indudable que esta

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Con Sert (derecha) y Bonchard, en Nueva York.

forma de pensar tiene el aroma de la sabiduría realmente esencial y valiosa.

Esta mentalidad estimulante que respeta «el eterno presente» que vive en el interior de cada uno, el necesario trabajo individual de cara a la perfección, nuestra «intuición viva» ... en una pa­labra: la cultura, pero la realmente viva y vivida, significa, al fin y al cabo, una fidelidad a determi­nadas concepciones muy nuestras, muy catalanas, de donde se nutren las raíces de Miró y que, también, son inseparables de un comportamiento determinado, de una selección de nuestros gustos, de nuestros amigos y enemigos tradicionales.

No es casual que en la Fundación Miró de Bar­celona, bajo este signo de amistad y preferencias, Miró haya deseado homenajear y recordar para siempre a un hombre igualmente marcado en su propia carne por las mismas fidelidades y las, a veces, necesarias intransigencias a que obligan las mil y una conspiraciones que se han maquinado para enmascarar o escamotear el auténtico papel de la cultura en nuestras vidas.

Se trata de J oan Prats y de todo lo que él repre­senta todavía. Escribo bajo mi responsabilidad, pero no dudo que interpreto bien el sentimiento de Miró si digo que el dedicar una sala a su amigo, a nuestro gran amigo, aspira a ser como una demos­tración de continuidad de aquellos mismos com-

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promisos que siempre creímos que debía tener el arte respecto a ciertas actitudes morales, cívicas e incluso políticas. Aquella especial «combinación -como también decía Russell- de la ciudadaníacon la libertad de creación individual, que es ca­paz de dar a la vida humana el esplendor que aveces puede conseguir, según han demostradounos pocos».

Con sus obras, sus actitudes, su comporta­miento cívico -incluidas las actitudes de resisten­cia, por más que la miseria moral de algunos nos demuestre ahora que en la cultura catalana actual no son necesarias-, con todos sus ideales y con su Fundación ... Miró nos lega, pues, una enseñanza muy importante, y es, al mismo tiempo, un ejem­plo precioso del papel que pueden jugar el arte y el artista en la vida social.

Y no quiero acabar sin recalcar que con esto, Miró nos hace ver lo que puede ser, en una ciu­dad, un nuevo estilo de vida cultural y de centro de cultura; donde el arte cumpla, sin concesiones, una auténtica función para el hombre de hoy. La Fundación es un importante y verdadero modelo que, sin duda, se debe considerar como el germen de un nuevo gran Museo de Arte Con- etemporáneo vivo que, para nuestra ver-güenza, todavía no tenemos en Barce-lona.