La eficacia simbólica del cine. Manuel Delgado
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Manuel Delgado
La eficacia simbólica del cine
la Eficacio Simbólica del Cine
01.
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Luis Buñuel, Jean Rouch, Michael Taussing et al. Cine y antropología Casa Encendida-
Fundación Caja Madrid, Madrid, 2007.
¿Qué es en realidad el cine? ¿En qué consiste lo que a tantos se nos antoja algo así como
un misterio, una vivencia radical de algo que, más allá de la mera experiencia estética,
trastoca, conmueve, emociona? ¿Qué explica esa hipnosis que parecen ejercer las pelícu-
las, especialmente algunas de ellas cuyo reconocimiento trasciende contextos y épocas y
parece conectar con mecanismos cuya raíz no está ni en la cultura ni en la historia, sino
antes, o después, o en otro sitio, seguramente como uno de esos dispositivos que le permi-
ten al ser humano juntar lo que está separado o separar lo que hubiera parecido unido, es
decir pensar? ¿De dónde obtiene el cine esa facultad para insinuar que aquello con lo que
nos pone en contacto no es un sucedáneo de la realidad, sino con su forma más enérgica,
que, restituida, emancipada de sus servidumbres discursivas o ideológicas, se nos revela
por medio de las imágenes? Antonin Artaud supo destacar bien como se podía encontrar
una virtud especial en “el movimiento secreto y en la materia de las imágenes”, como
escribiría en un artículo de 1927, que luego recogería el catálogo para el Festival de Cine
Maldito, celebrado en 1949.(1) Y es ahí, en el establecimiento de la génesis de la fascina-
ción cinematográfica, donde el comparatismo antropológico debería estar en condiciones
de aportarnos pistas, sobre todo en orden a matizar la presunta singularidad del cinemató-
grafo como productor o reproductor de un tipo determinado de experiencia humana expli-
cable en términos contingentes, es decir dependientes de coordenadas histórico-culturales
particulares.
Se ha hablado mucho -y con razón- sobre la íntima relación entre cine y contemporaneidad. Y
es verdad que pocas formas de comunicación formal como las propias del cinematógrafo han
alcanzado su nivel de identificación con lo que se podría intuir como el espíritu de la época
actual. El cine no sólo dejaba que el siglo XX hablara a través suyo, sino que servía para que
mirara también por sus ojos, imitando su ritmo, amplificando su manera dinámica y crónica-
mente alterada de contemplar, captar y reproducir después los acontecimientos de la vida
(1) En Antonin Artaud, El cine, Alianza, Madrid, 1984, p. 13.
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urbana. Implicaba no sólo la generación de una prótesis de la perspectiva moderna sobre el
mundo, sino que recogía su mejor vocación de proyecto democrático, su capacidad de
romper con el tipo de visión que había caracterizado a la sociedad premoderna, jerarquiza-
do y basado en la perspectiva teatral. El cine encarnaba, literalmente, una visión múltiple,
polimórfica, pluridireccional, que invitaba al espectador a cambiar constantemente de
óptica y a ver los hechos desde diferentes puntos de vista.
Ahora bien, es posible que el cine no tuviera que esperar a que alguién usara por primera
vez la banda de celuloide perforada. Sus virtudes simbólicas y representacionales habían
conocido otros formatos antes y en otros sitios, formatos sólo distintos por las determina-
ciones de un soporte como el del artefacto inventado por los Lumiére. Hubo un tiempo en
que el cine no dependió de una máquina, porque era ya máquina sin cosa, dispositivo o
mecanismo inmaterial..., por mucho que las técnicas a emplear fueran otras y tuviéramos
que esperar hasta cierto momento de finales del XIX para que llegasen a ese automatismo
de pensar y soñar lo fuera a motor . Hubo un tiempo que el cine no era cine, sino otras cosas.
No es casual, al respecto, la frecuente analogía que se suele plantear entre el cine y la magia.
Se habla, en efecto, de la magia del cine y es cierto que el cine no sería sino una variante
actual de aquel tipo de eficiencia que todas las modalidades de magia han venido desarro-
llando desde siempre. Entendiendo por magia ese conjunto diversificado de prácticas que
como Marcel Mauss y Henri Hubert nos hicieron notar en su célebre ensayo de
1902 consisten en poner en contacto lo posible y lo imposible, aproximar lo remoto, mezclar
el pasado, el presente y el futuro, lo cotidiano y lo extraordinario. Los surrealistas se dieron
cuenta enseguida que el cine hacía posible, en lo inmediato, aquel mismo desplazamiento
hacia los otros mundos que están en éste que la labor del chamán, el hechicero otros perso-
najes análogos hacían posible en otras sociedades y también en la nuestra. El cine, cómo
escribía Edgar Morin, llegó para constituirse en territorio mixto, lugar de confluencia y fusión
entre cosmos. ¿No era la magia aquella forma portentosa de relacionarse con la naturaleza
cuya figura predilecta habría de ser, según Hubert y Mauss, la del lazo que se ata y se desata
?(2) ¿Es que no es el cine lo que mejor se adaptaría al principio definitorio de la magia: la más
fácil de las técnicas [...] porque consigue reemplazar la realidad por imágenes ?(3) No podría-
mos encontrar un ejemplo más claro de las competencias del mago, tal como las definía
Lévi-Strauss: Llevar a cabo compromisos irrealizables en el plano de la colectividad, simular
transiciones imaginarias, así como a personificar síntesis incompatibles".(4) Tampoco es
casual que los propios Hubert y Mauss incluyesen a los feriantes en la categoría de los hace-
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dores de magia, lo que debería servir para recordarle al cinematógrafo lo humilde de sus
origens, que - no se olvide - fueron los de una atracción de barraca más.
Es al reclamar para el cine la sensibilidad de la antropología por la comparación intercultural
que cabe llamar la atención sobre el interés que Claude Lévi-Strauss demostró por el llamado
séptimo arte. Tenemos prueba de ello en el reconocimiento de que Tristes trópicos quiso ser
en principio una novela de aventuras en escenarios exóticos, cuyo modelo podrían ser pelícu-
las como “Tener o no tener” o “Casablanca”.(5) O el elogio que hace del film de William Wyler
El coleccionista en uno de los textos breves de Antropología estructural dos.(6) Pero es su
teoría sobre el ritual donde Lévi-Strauss asume el cine como modelo explicativo privilegiado,
al menos en el tratamiento que recibe en el cuarto volumen de las Mitológicas.(7) Como se
sabe, con relación al rito Lévi-Strauss elabora una teoría que se fija en la preocupación casi
obsesiva que éste presenta por las repeticiones y las fragmentaciones. En apariencia, estos
dos procedimientos -fragmentación y repetición- se oponen, pero en realidad diferencias
infinitesimales repetidas vertiginosamente tienden a confundirse y ofrecer la sensación de ser
una misma cosa coherente e integrada. Fragmentando operaciones que detalla hasta el
infinito y repitiendo sin descanso fórmulas y gestos, el ritual se entrega a una tarea de apaños,
tapando intersticios y alimentando de esta forma la ilusión de que es posible rehacer lo
discontinuo a partir de lo continuo. Con su cuidado maniático en repetir las mínimas unidades
de lo vivido, el ser humano denuncia una necesidad delirante de garantías que lo pongan a
salvo de los cortes e interrupciones a que estásometida su experiencia de lo real.(8)
La representación cinematográfica no sería, de este modo, más que una forma de duplicar
los mecanismos propios del ritual. Éste consistiría en un derroche de repeticiones, es decir
en la recurrencia mecánica de determinadas fórmulas verbales y gestuales, separadas por
breves intervalos. Las repeticiones rituales generan el mismo efecto óptico que la película
cinematográfica, que descompone el movimiento en unidades tan pequeñas que su sucesión
(2) Marcel Mauss, Esbozo de una teoría general de la magia , en Sociología y antropología, Tecnos, Madrid, 1992, p. 87.
(3) Ibidem, p. 148.
(4) Claude Lévi-Strauss, El hechicero y su magia , en Antropología estructural, Eudeba, Buenos Aires, 1989, pp.
195-210..
(5) Didier Eribon, De prop i de lluny, Orion 93, Barcelona, 1990, p. 45.
(6) Claude Lévi-Strauss, A propósito de una exposición retrospectiva , en Antropología estructural. Mito,
sociedad, humanidades, Siglo XXI, México DF, 1987, pp. 262-6..
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rapidísima acaba por hacerlas indescirnibles, suscitando la impresión de una acción continua-
da. El destino del ritual sería, de acuerdo con eso, el mismo que el del cine: reconstituir un
orden ideal del mundo que en realidad sólo puede percibirse mediante un acto de puro
ilusionismo, y que permite rehacer lo continuo a partir de lo discontinuo. El ritual, como el
cine, se entrega a la tarea convulsiva de cubrir y coser la infinidad de grietas que la experien-
cia humana del mundo sufre a la hora de distribuir los sentidos y los significados.
Lévi-Strauss escribía en otro lugar, comentando cierto rito de caza entre los indios de la
Columbia británica: Como las imágenes de un film cinematográfico examinadas una por una,
éste no podrá reconstruir, excepto en el pensamiento, la invivible experiencia de un hombre
que se ha convertido en cabra. A menos que, como las imágenes del film, un celo piadoso
produjera los ritos en tan gran número y los hiciera desfilar tan rápidamente que, en virtud
misma de esta interferencia, engendraran la ilusión de una vivencia imposible, porque ninguna
experiencia real la ha correspondido ni lo corresponderánunca".(9)
Los materiales de que se vale el pensamiento para llevar a cabo esa tarea de simbolización
-de la que el mago es un profesional especializado, no se olvide- son en realidad elementos
desorganizados, restos, fragmentos, residuos, cosas encontradas y recogidas, con las que
generar luego conjuntos cristalizados, organizados y congruentes, dotando de congruencia
una masa de experiencias del mundo que en si mismas carecen de ella. De ahí que para
explicar esa labor que el chamán ejecuta siguiendo órdenes de la comunidad Lévi-Strauss
remita a la imagen del bricoleur, alguien que trabaja con sus manos, utilizando elementos y
medios desviados, no originales, indirectos, no diseñados expresamente, materiales usados
(7) Claude Lévi-Strauss, Mitològicas IV. El hombre desnudo, Siglo XXI, México DF, 1991, p. 602-64.
(8) Una secuencia explicita bien esa virtud del cine de restaurador de una realidad que el pensamiento es incapaz
de organizar si su ayuda. Cuando el director de cine Harry Dawes Humphrey Bogart le comunica a su productor
que no ha podido convencer a María Vargas Ava Gadner para que trabaje en su película, éste le reprocha que
tienda a confundir la realidad con los argumentos de sus películas. Inmediatamente después escuchamos la voz
en off de Harry matizando que en realidad no era así, que nunca confundiría aquello con el argumento de una
película suya, porque si lo hubiera sido aquella experiencia habría tenido un sentido. Pero no lo era. Aquello era la
vida... y la vida no lo tenía . De hecho, cuesta creer que, como el nombre del protagonista sugiere, Desmontando a
Harry , de Woody Allen, no sea una especie de desarrollo del tema de ese momento de la película de Joseph L.
Mankiewicz, puesto que se trata de un guionista que ha de contrastar el sentido de que están dotadas siempre las
acciones de los personajes que imagina con lo absurdo e incongruente de su vida real.
(9) Claude Lévi-Strauss, Historia de Lince, Anagrama, Barcelona, 1992, p. 127.
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que se adaptan a necesidades que van surgiendo sobre la marcha. En eso consiste la eficacia
simbólica que teoriza Lévi-Strauss: una especie de propiedad inductora, basada en los
principios de la analogía llevados a su expresión más extrema, que se produciría entre estruc-
turas homólogas, constituidas por todo tipo de ingredientes, tomados de aquí y de allí: proce-
sos orgánicos, psiquismo inconsciente, pensamiento reflexivo, relaciones sociales, fenóme-
nos fìsicos y naturales, etc.(10)
Y es ahí donde el cine encuentra su lugar en el sistema general de las prácticas mágicas y
como la forma actual de ejecución de la eficacia simbólica. El cine hace justamente eso:
proveernos de una masa informe, casi magmática de materiales extraídos de productos que
se presentan como acabados -las películas- , pero que el espectador descompone,
desguaza,destripa, para reservarse sólo algunos elementos seleccionados automáticamente
ciertas secuencias, ciertos instantes sonsacados de un argumento lineal que pronto pueden
haber perdido de vista y no recordar , disponible en todo momento para luego hacer con ellos
cualquier cosa , recomponiéndolos, montándolos de mil maneras, dándoles un valor ya
alejado de la fuente congruente de la que fueron extraídos.
Ese magma de imágenes que el espectador de cine tanto el profano u ordinario, pero sobre
todo su expresión mística: el cinéfilo ha conseguido reunir y almacena, luego de haberlas
descontextualizado, nos advierte de cómo los filmes, en última instancia, ponen al alcance de
nuestros ojos y nuestra imaginación una gran cantidad de elementos que son en realidad
prelingüísticos y presignificativos, moléculas carentes de calidad simbólica en sí mismas pero
que precisamente recuerdan aquel valor simbólico 0 al que remitía Lévi-Strauss en su elogio
de la teoría de la magia en Hubert y Mauss.(11) Lo hacía desarrollando la noción de mana que
estos proponían para referirse a la materia prima de la magia, sustancia que no es nada en
concreto, puesto que designa al mismo tiempo una acción, una calidad y un estado; sustanti-
vo, adjetivo y verbo que recibe todo tipo de nombres en función de la cultura que lo usa: kugi
papua, krama malayo, deng bahnar, hasina malgache, naual centroamericano, pokun shos-
hon, baraka sufí, wakan dakota, evu evuzok, orendan iroqués, mandé nambikwara, manitú
algonquino, megbe pigmeo... Eso -que es una nada tan eficiente que podría ser cualquier
cosa y obtener cualquier resultado es mostrado por Lévi-Strauss como equivalente al fonema cero
(10) Claude Lévi-Strauss, La eficacia simbólica , en Antropología estructural, pp. 211-227.
(11) Claude Lévi-Strauss, Introducción a la obra de Marcel Mauss , en Mauss, Sociología y antropología,p. 20.
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al que se refería Roman Jakobson: Un fonema cero se opone a todos los demás fonemas
del francés en que no comporta ningún carácter diferencial y ningún valor fonético constan-
te. Pero en cambio el fonema cero tiene como función propia oponerse a la ausencia de
fonema. (12) El valor simbólico 0 no sería entonces otra cosa que un esquema flotante en la
cultura del grupo, que permite organizar significativamente vivencias intelectualmente
indefinidas o afectivamente inaceptables, objetivando estados subjetivos, formulando
impresiones informulables, integrando en un sistema coherente experiencias inarticuladas.
Tenemos de este modo que el cine vendría a conformarse como gran proveedor y depósito
de ese tipo de materiales sin sentido ni valor por sí mismos, con los que el pensamiento de
los humanos contemporáneos estaría en condiciones de llevar a cabo todas esas operacio-
nes que son propias de lo que Lévi-Strauss presentara como el pensamiento salvaje, que,
recuérdese, no es el pensamiento de los salvajes, sino el pensamiento en estado salvaje.
Ese gran yacimiento lo sería de lo que todas las semióticas han denominado sentido, y que
es, como el mana mágico, inefable, es decir no puede ser ni descrito ni definido. Se trataría
de lo que permite cualquier transcodificación o paráfrasis y alimentaría cualquier intenciona-
lidad humana, estando ahí antes de que cualquier lenguaje obtuviera de él cualquier signifi-
cación, por lo que es inaccesible al conocimiento. La noción de sentido deriva de lo que
Saussure había designado bajo el término de sustancia, magma inorganizado y anterior
cuyos elementos escogidos contraen funciones con el principio estructural de la lengua. Es
importante destacar que, de hecho, el sentido es insensato, en la medida que, como Lévi-
Strauss entendió bien, todo podía tener sentido, menos el sentido, que no lo tenía. En la
glosemática de Hjelmslev el equivalente lo constituiría la materia. Definido el signo como
aquello que está en lugar de cualquier otra cosa, la materia es justamente esa cualquier otra
cosa . Los manifestantes de cualquier manifestación. Al sentido o materia -Hjelmslev
emplea los dos términos de forma indiferenciada se le da forma de un modo específico en
cada lengua y no hay ninguna conformación universal, sino únicamente un principio univer-
sal de conformación el sentido es una forma inmante o preformal, puesto que está sin
conformar; por sí mismo no está sujeto a conformación, sino que es simplemente suscepti-
ble de conformación, de cualquier conformación. (13) El cine nos proveería hoy de ese tipo de
(12) Roman Jakobson y John Lotz, Notes on the French Phonemic Pattern , Roman Jakobson. Selected writings,
I, La Haya-París, Mouton, 1971, pp. 426-434.
(13) Louis Hjelmslev, Prolegómenos a una teoría del lenguaje, Gredos, Madrid, 1971, pp. 109-110.
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materiales inorgánicos y en bruto de que hablan los lingüistas sustancia, sentido, o materia,
con los que la lengua o el pensamiento podrían hacer en todo momento cualquier cosa. Lo
que cautiva de las películas no es sino precisamente su capacidad para darnos acceso a
grandes betas de protosignos.
Teóricos del cine habrían llegado a una conclusión parecida, es decir la de advertir de la
naturaleza en última instancia prelingüística de lo que fascina al espectador desde la panta-
lla. Pier Paolo Pasolini vendría a reclamar para el cine el estatuto de equivalente de la
acción entendida como el lenguaje primario de las presencias físicas, las cualidades lingüís-
ticas esenciales de la vida. El cine es, por ello y para Pasolini, translingüístico, en el sentido
de que no hace sino convertir -”deponer”- , dirá Pasolini la acción humana, el primero y
principal de los lenguajes, en un sistema de símbolos. A la inversa, la realidad no sería otra
cosa que “cine in natura”. Lo que sabemos del ser humano lo sabemos, escribirá Pasolini,
gracias al lenguaje de su fisonomía, de su comportamiento, de su actitud, de su ritualidad,
de su técnica corporal, de su acción y, finalmente, también de su lengua escrito-hablada . Y
es porque “el cine lo hacemos viviendo”, o sea, existiendo prácticamente, es decir actuan-
do “y porque toda la vida, en el conjunto de sus acciones, es un cine natural y viviente”. Un
análisis de las películas debería ser, por ello, idéntico a un análisis de la vida en carne y
hueso, una ampliación delirante del horizonte de toda semiología o de toda lingüística.(14)
Pasolini no se limitaba a suponer al cine como equivalente simbólico de la acción constituti-
va de todo lo real, sino, más allá de su totalidad, contactaría con su misterio ontológico,
algo así como una memoria reproductiva y sin interpretación de la realidad: un pragma o
protoplasma indiferenciado todavía, del que el cine sería la lengua escrita.
Lo cierto también es que toda la teoría sobre el cine de Gilles Deleuze no hizo más tarde
sino retomar esa intuición de la naturalidad de la significación del cine y de la intimidad
entre éste y la vida. El cine no dice nada en particular, sino que habla sin parar de las
condiciones mismas de cualquier decir. No representa, sino que es. No duplica la realidad,
sino que la prolonga, o mejor todavía, la restablece. El cine -escribe Deleuze- no es lengua
(14) Pier Paolo Pasolini, La lengua escrita de la acción , en P.P. Pasolini et al., Ideología y lenguaje cinematográ-
fico, Alberto Corazón, Madrid, 1969, p. 22-23.
(15) Gilles Deleuze, La imagen-tiempo: Estudios sobre el cine 2, Paidós, Barcelona, 1987, p. 366
(16) Artaud, op. cit, pp. 14-15.
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universal y primitiva, ni siquiera lenguaje. Saca a la luz materia inteligible que es como un
presupuesto, una condición, un correlato necesario a través del cual el lenguaje construye
sus propios objetos (unidades y operaciones significantes. Es el significable primero, ante-
rior a cualquier significancia. Más adelante: “Aunque posea elementos verbales, no es ni
una lengua ni un lenguaje. Es una masa plástica, una materia asignificante y asintáctica, una
materia que no está formada lingüísticamente... No es una enunciación ni un enunciado. Es
un enunciable.”(15)
Pero todo ello Artaud ya lo sabía. Fue él quien, en aquel artítulo de 1927, notó “el valor de
las imágenes en sí mismas, el pensamiento que producen, el símbolo que constituyen. A
causa de que el cine presenta los objetos en solitario, les da una vida aparte, que tiende
progresivamente a hacerse independiente y a despegarse del sentido ordinario de dichos
objetos [...] Hay esa especie de embriaguez física que la rotación de las imágenes comunica
directamente al cerebro. El espíritu se ve sacudido independientemente de toda representa-
ción. Esa especie de potencia virtual de las imágenes busca en el fondo del espíritu posibili-
dades no utilizadas hasta ese momento. El cine es esencialmente revelador de toda una
vida oculta con la que nos pone directament en relación”. Sigue más adelante: “El cine
simple, tomado tal cual es, en lo abstracto, desvela un poco esa atmósfora de trance,
eminentemente favorable a ciertas revelaciones. Utilizarlo para contar historias como una
acción exterior, es privarse del mejor de sus recursos, ir en contra de su fin más profundo.
He aquí porque me parece que el cine está hecho sobre todo para expresar las cosas del
pensamiento, el interior de la conciencia, y, ciertamente, no por el juego de las imágenes,
sino por algo más imponderable que nos restituye con su materia directa., sin interposicio-
nes, ni representaciones [...] Toda una sustancia insensible toma cuerpo, trata de alcanzar
la luz. El cine nos acerca a esa sustancia.” (16)
En el trance en que permanece sumido, en silencio, a oscuras, frente a una acción que vive
como radicalmente verdadera, el espectador de cine podrá acompañar a los protagonistas
de su alucinación en sus avatares por diferentes mundos paralelos: el futuro, el pasado, el
más allá, lo lejano, el riesgo, el amor, lo ridículo y lo cómico, lo absurdo, las pasiones,
incluso la Realidad misma, en el caso del cine documental. Recibe una historia narrada
a través de imágenes, pero, con ella o a través suyo, una amasijo amorfo de accidentes
hechos de entrecruzamientos, rostros, cuerpos, situaciones, miradas, silencios, sonidos,
melodías, diálogos, momentos. Con ello, el espectador de cine fabrica algo así como una
pasta de sensaciones, ideas y sentimientos que conserva en reserva hasta que cualquier
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oportunidad le permite regresar a ella para obtener los ingredientes de un orden que no está
en el mundo, pero si en la prolongación que éste encuentra en su imaginación.(17) Para eso
sirve el cine: para recibir historias lineales, pero también el protoplasma con que construir
cualquier historia, en cualquier momento, aunque esa historia sea un collage improvisado
con todas las imágenes que resultaron fascinantes y que la memoria del espectador guarda
celosamente y deliberadamente mezcla y confunde, sabiendo que en cualquier momento le
podrían servir para construir y constituir con ellas no importa qué significado.
Si todas estas intuiciones relativas al cine como vigencia de la vieja eficacia simbólica
fueran acertadas, ¿debería extrañarnos entonces el papel del cine en el imaginario de los
humanos de la casi totalidad de sociedades contemporáneas, sea cual sea su grado de
desarrollo económico y la singularidad cultural que detente? Está claro que no. El cine
renueva esa función que las culturas y la inteligencia han buscado ver siempre y en todos
sitios garantizada por los ritos y por la magia, que es restaurar unidades enajenadas,
restablecer los puentes, una y otra vez rotos o perdidos, que nos vinculan o nos vincularon
un día al mundo. Y esas imágenes que se proyectan y nos proyectan en las pantallas de los
cines están justamente para eso: para recordarnos de qué está hecha la vida, que no es
sino de lo vivido más lo soñado; lo poséido, pero no menos lo anhelado o añorado; lo
pensado, lo pensable, pero también de las insinuaciones de lo inimaginable; para darnos
notiicia de lo inenarrable. Las películas: mineral extraño con el que los humanos de hoy en
día fabrican signos y significados; un manantial de sombras que iluminan.
(17) Una excelente película argentina -El viento se llevo lo que , de Alejandro Agresti, de 1999- ilustra bien ese
tipo de procesos de protoplasmización si se me permite el neologismo de las imágenes cinematográficas y los
efectos que tendría llevar dicho proceso a las últimas consecuencias.
El film describe un remoto pueblo al que, luego de haber rondado por todo el país de sala en sala, llegan las
películas en tan mal estado que lo que los espectadores contemplan en
la pantalla no es sino una extraña mezcolanza de imágenes en que el orden lineal de los relatos originales se ha
perdido. El modelo que las películas le prestan a los habitantes de aquel lugar acaba produciendo que los
órdenes lógicos y previsibles de la conducta acaben también distorsionados, montados a la inversa, de manera
desorganizada, ignorando la secuencialidad impuesta por lo que llamaríamos el sentido común práctico.
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