LA DIVISIÓN CREADORA Influjo de las disidencias en el Liberalismo Colombiano

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Rodrigo Llano Isaza Editor LA DIVISIÓN CREADORA Influjo de las disidencias en el Liberalismo Colombiano. Partido Liberal Colombiano Academia Liberal de Historia Bogotá, Agosto de 2005 Esta publicación fue financiada por la Dirección Nacional Liberal, conformada por: César Gaviria Trujillo, Director Nacional. José Noé Ríos Muñoz, Secretario General. Juan Fernando Londoño, Jefe de Gabinete. Antonio Gómez Merlano, Tesorero. Alpher Rojas Carvajal, Director del IPL. Jorge Pastrán Pastrán, Veedor Nacional. Rodrigo Llano Isaza, Presidente de la Academia Liberal de Historia. Rafael González Gordillo, Director Administrativo. Bogotá D.C., Septiembre de 2005. 1

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Rodrigo Llano IsazaEditor

LA DIVISIÓN CREADORAInflujo de las disidencias en el

Liberalismo Colombiano.

Partido Liberal ColombianoAcademia Liberal de Historia

Bogotá, Agosto de 2005

Esta publicación fue financiada por la Dirección Nacional Liberal, conformada por:

• César Gaviria Trujillo, Director Nacional.• José Noé Ríos Muñoz, Secretario General.• Juan Fernando Londoño, Jefe de Gabinete.• Antonio Gómez Merlano, Tesorero.• Alpher Rojas Carvajal, Director del IPL.• Jorge Pastrán Pastrán, Veedor Nacional.• Rodrigo Llano Isaza, Presidente de la Academia Liberal de

Historia.• Rafael González Gordillo, Director Administrativo.

Bogotá D.C., Septiembre de 2005.

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Contenido

Presentación: 7Rodrigo Llano Isaza Instalación: 11Juan Fernando Cristo BustosLos Draconianos: 15Rodrigo Llano IsazaVerdades e inexactitudes sobreLos Radicales: 33Lázaro Mejía ArangoLa disidencia de Rafael Núñez: 95Carlos Villalba BustilloEl Bloque liberal frente a laUnión republicana: 109Camilo Gutiérrez JaramilloLa UNIR: Entre Gaitán y los gaitanistas 135César Augusto Ayala DiagoEl MRL en la historia colombiana 153Benjamín Ardila DuarteEl movimiento de Democratización LiberalPor la Institucionalización de los Partidos: 165Néstor Hernando Parra EscobarEl Nuevo Liberalismo: 203Rafael Ballén MolinaPrimero Colombia: 241José Obdulio Gaviria VélezTendencias de la Social-democracia 259Horacio Serpa Uribe

ANEXO 1: Encuentro Liberal-La Ceja, hacia un Liberalismo moderno.Hernando Agudelo Villa

ANEXO 2:¿Por qué soy Liberal?Luís Eduardo Nieto CaballeroANEXO 3:

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¿Por qué soy Liberal?José Restrepo JaramilloANEXO 4:¿Por qué soy Liberal?Camilo Antonio EcheverriANEXO 5:¿Por qué soy Liberal?Baldomero Sanín Cano.

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Presentación

Rodrigo Llano Isaza, jueves, mayo 12 de 2005.

Dentro de las funciones de la Academia Liberal de Historia, está la de tratar los temas que produzcan una mayor polémica, excusa utilizada para superar el impase que se nos presenta con la división interna que aqueja al liberalismo y que no nos ha permitido actuar como una Academia convencional. Por ello me permití proponer este acto académico, celebrado el jueves 12 de mayo de 2005, durante todo el día, copiando una frase, muy a propósito, del insigne Augusto Espinosa Valderrama y para cuya utilización conseguí la autorización de su hijo Daniel, de “La división creadora”, porque han sido las divisiones o disidencias al interior del liberalismo las que nos han vigorizado como ente político al servicio de las clases menos favorecidas, es más, casi es una constante de nuestro discurrir político, que los disidentes hayan sido los que han rejuvenecido las tesis y programas de nuestra colectividad histórica. Como bien me lo dijo el Presidente López Michelsen, casi sin excepción, quienes han sido presidentes en nombre de nuestro partido, fueron anteriormente disidentes, si el disidente Uribe Uribe no hubiera sido asesinado, seguramente habría llegado a la primera magistratura de la nación y hubiera quebrado la hegemonía conservadora que nos impuso el señor Núñez, cambiando sustancialmente la historia, lo mismo pasó con el disidente Gaitán y con el disidente Galán, quienes no pudieron alcanzar el primer empleo de Colombia porque fueron atajados por las balas asesinas.

Las disidencias han sido el crisol donde se han fraguado los grandes saltos de la ideología liberal, han sido las organizaciones que han dignificado la política y han arrimado a la conducción del Estado a unas generaciones que habían perdido la fe en los partidos, por eso han sido tan importantes. Y es por la puerta de las disidencias por donde nuestros grandes líderes han accedido a la jefatura liberal.

Algo diferente ocurre hoy cuando las disidencias, en virtud de la ley 130 de 1994 de los Partidos políticos y la reforma política del año 2003, ya no se permiten; pero el Liberalismo es hoy, como ha sido siempre, una coalición de matices de izquierda democrática y en la lucha civilizada y fraterna de esos matices será como se siga enriqueciendo nuestra doctrina y proyectando hacia el futuro con una clara conciencia social al servicio de las clases menos favorecidas que son el ser y la

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esencia de un partido fundado el 16 de julio de 1848 por don Ezequiel Rojas y que pasa, en estos momentos, por una grave crisis de identidad, que, a no dudarlo, será superada con la participación entusiasta de todos los estamentos liberales.

Porque el Liberalismo no ha sido nunca un partido de pensamiento único y terrible sería que lo fuera, lo que no quiere decir que la necesaria disciplina política no sea indispensable, claro que lo es, pero dejando que vayan llegando nuevos refrescantes vientos que aireen la ideología, pero habrá de primar el programa ideológico que se formará en nuestros centros de estudio y que mantendrán el vigor y la frescura de las ideas populares al interior de la colectividad.

Sin el apoyo popular el liberalismo pierde su vigencia histórica y por ello es necesario estar en permanente función de estudio y de confrontación crítica.

Bienvenidas todas las expresiones que tiendan al mejorestar de las clases populares

Por física falta de espacio se nos queda entre el tintero la historia de los civilistas que se opusieron a la corriente militarista que nos llevó a la guerra de los mil días; también pasamos por alto la Concentración Nacional que encabezó Olaya Herrera y le abrió las puertas del poder al liberalismo en los años 30s del siglo XX; fuera del estudio de una serie de tendencias que ha tenido el partido como el Poder Popular que encabezó el Presidente Ernesto Samper Pizano o el movimiento independiente liberal que encabezaron David Aljure y Consuelo de Montejo.

He querido rendir un homenaje a Hernando Agudelo Villa colocando como apéndice de este libro el discurso que pronunció en la población antioqueña de La Ceja el día que inauguró “Los encuentros de La Ceja”, donde los diversas corrientes que participaban del liberalismo, llegaron a un punto de convergencia, alrededor de ideas y de tesis, sobre el futuro de Colombia y del Partido; movimiento ideológico éste en el que todos reconocemos una modernización del pensamiento liberal, actualizado en el famoso foro de Sochagota realizado en el año 1983.

Permítanme que le rinda emocionado homenaje a la memoria de Nicolás Salom Franco, entusiasta promotor de este seminario y quien iba a hablarnos de los independientes y Núñez; la muerte nos privó de sus luces y su muy grata compañía.

Quiero expresar mi agradecimiento a los ilustres conferencistas por la excelente calidad de sus exposiciones y su sacrificio al acompañarnos en esta larga jornada: También al Dr. Juan Carlos Posada por su colaboración en la organización del seminario y al Presidente de la

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Dirección Nacional Liberal Dr. Juan Fernando Cristo por habernos facilitado la sala de expresidentes de la sede del Partido e instalarnos sus deliberaciones; A la Dirección Nacional Liberal, en cabeza de su jefe único el Expresidente de Colombia Doctor César Gaviria Trujillo por el patrocinio de esta obra que recoge las conferencias y que representan un ejemplar único en la bibliografía colombiana.

La Academia Liberal de Historia hará un gran esfuerzo por consolidarse como un ente de estudios que represente una colaboración importante en la necesaria tarea de educar a los colombianos en la historiografía liberal, en mirar a Colombia con ojos liberales, para que la juventud tenga un motivo más de orgullo de pertenecer a nuestra colectividad histórica.

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Instalación

Juan Fernando Cristo Bustos.

Es muy grato para la Dirección Nacional Liberal que me honro en presidir, instalar este seminario sobre el influjo de las disidencias en el liberalismo colombiano.

Quiero agradecer la presencia de los expositores y a Rodrigo Llano quien al frente de la Academia Liberal de Historia lo hicieron posible.

Muy oportuno ventilar en este recinto el tema de las disidencias porque la historia nos enseña que el liberalismo no es un partido de pensamiento único, aquí nunca ha existido una “nomenclatura” como las que se impusieron en los países estalinistas de Europa, mas bien todos los “grandes” de nuestra colectividad se han apartado en algún momento de las directrices oficiales, se han revelado contra principios apartados de la ideología liberal y por ello han hecho política por fuera de las jerarquías del partido, han defendido el derecho a disentir, que es parte esencial de la filosofía liberal y esto ha sucedido, como muy bien habrá de repasarse en este seminario, desde el momento mismo de la fundación del Partido Liberal el 16 de julio de 1848. No habían pasado dos años de su fundación cuando ya se combatía entre dos fracciones liberales, los Draconianos y los Gólgotas, seguidas en la historia por más de doce disidencias.

Disidencias que han enriquecido el pensamiento liberal porque han servido para confrontar tesis, para modernizar el pensamiento de la colectividad y para interesar en el arte de la política a muchísimos colombianos que han aportado su grano de arena al engrandecimiento nacional.

El producto de este seminario lo hemos querido recoger en un libro para enriquecer la bibliografía nacional, pues nunca antes se había abocado el estudio serio y sistemático sobre la forma como las disidencias han contribuido al engrandecimiento de un partido político.

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Es más, yo creo que esas disidencias son las que han permitido el fenómeno de durabilidad del liberalismo en la historia política mundial. El Liberalismo es, entre los partidos políticos hoy existentes en el mundo, el sexto más antiguo, a punto de cumplir 157 años de fundado, record histórico porque si miramos con cuidado a las colectividades que hoy disputan el poder en casi todo el mundo, los partidos más viejos apenas datan de comienzos de los años 60 del siglo XX. Hecho éste que permite al liberalismo mostrar un bagaje histórico casi sin par en el continente y en el mundo.

Esta historia Liberal nos ha permitido tener y aplicar a la vida institucional colombiana, tesis más avanzadas, en muchas ocasiones, de las mismas que proclama la socialdemocracia en el mundo. Hace más de cien años que el liberalismo hablaba de socialismo de Estado, cuando Rafael Uribe Uribe exponía en el Teatro Municipal, tiempo en el que más del 90% de los partidos de la Internacional Socialista ni siquiera existían y esto es bien importante para mostrarle al mundo que nuestro Partido no es sólo viejo en años, sino que también ha trabajado programáticamente a favor de las clases menos favorecidas durante muchísimos años y somos quizás más avanzados que muchos de sus componentes.

Sea ésta también la ocasión para invitarlos a que se vinculen a la organización y desarrollo del segundo Congreso Nacional Liberal a celebrarse los días 10 y 11 de junio de éste año, Congreso que hemos llamado “De la Reconciliación” porque pretendemos en él darle entrada a tantas gentes que han visto en el liberalismo la posibilidad de enderezar el camino de la nacionalidad, de volver a participar en política, sin la atadura de expresiones atrasadas que “macarticen” la participación de las gentes, donde se modernice el pensamiento liberal sin que sean tachados malsanamente como indeseables, todo lo contrario, estamos haciendo un llamado a todos los hombres y mujeres liberales “que en Colombia han sido” para que regresen a nuestras toldas y juntos podamos darle a la nación una nueva visión que la lleve por el camino del progreso resolviendo el conflicto armado y el conflicto social, sembrando en el país un nuevo “sueño” de grandeza como la que nos dejó Bolívar con su Gran Colombia, para que tengamos un puesto de honor entre las naciones desarrolladas del mundo y nos vean en el exterior como ejemplo de democracia, de convivencia y de progreso socialmente igualitario.

Queremos que este nuevo Congreso del Partido le fije nuevos rumbos al liberalismo, que nos haga nuevamente una alternativa de poder y nos reconcilie con todos nuestros copartidarios desperdigados hoy y sumidos en el desconcierto, para que en él entendamos que la violencia verbal sólo contribuye a más violencia política y por ello el liberalismo

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tiene que dar ejemplo de tolerancia y de sindéresis en la política colombiana.

Quiero terminar recalcando el papel que debe jugar la academia Liberal de Historia como herramienta para el engrandecimiento de nuestro Partido, mostrándole a la juventud de todos los rincones de Colombia la rica historia que nos acompaña, los hechos de grandeza con que hemos contribuido al afianzamiento de la democracia en nuestra patria y para que todo el país entienda que todos los momentos de gloria de nuestra historia han tenido como protagonista central al Partido Liberal Colombiano y que ese grito de “Viva el Partido Liberal” que tantas gargantas han pronunciado en las plazas públicas, de todos los municipios, por toda nuestra geografía, han permitido el triunfo de nuestras tesis y programas en contra del oscurantismo ideológico. Hoy, cuando vivimos el período más crítico de nuestra colectividad y de nuestro país, debemos sacar de nosotros lo mejor de cada uno para restaurar al Liberalismo y regresarlo a la senda del triunfo político con una clara convicción de servicio honesto a la comunidad, orgullo de nuestras gentes humildes y paradigma de las organizaciones políticas.

Les deseo el mayor de los éxitos en sus labores y doy por instalado este seminario.

Muchas gracias.

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Los Draconianos1

Origen popular del partido Liberal colombiano

Rodrigo Llano IsazaNacido en Medellín, es Administrador de Empresas de la Universidad EAFIT; Secretario Ejecutivo de la Sociedad Económica de Amigos del País; Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia; Presidente y Miembro de Número de la Academia Liberal de Historia; Miembro de número de la Academia de Historia de Bogotá; Vicepresidente de la Casa de Antioquia en Bogotá; Asesor de empresas; Columnista de la agencia de Noticias Colprensa, del semanario Encuentro Liberal y del diario Vanguardia Liberal. Ha publicado: Biografía de José María Carbonell; Centralismo y Federalismo 1810-1816; Hechos y Gentes de la Primera República; Bolivia, Misiones jesuíticas de Chiquitos, Poetas Liberales, Los Draconianos origen popular del liberalismo colombiano y tiene en preparación una historia de las Sociedades Económicas de Amigos del País; publicó, como coautor, el “Código de ética del Administrador de Empresas”; Es el compilador del libro “El Liberalismo en la Historia” y Coeditor del libro “Tertulia Poética del Club de Ejecutivos”.

Es muy poco lo que se ha escrito acerca de la fracción draconiana del partido liberal colombiano, quizás porque sus contrincantes, a mediados del siglo XIX, fueron los gólgotas, que eran las gentes de dinero, los intelectuales, los que tenían el palo y el mando y, en este país, el que no es de la élite, es considerado chusma y sobre la chusma se escribe poco a menos que sea violenta y deje su impronta marcada con sangre y éste no fue el caso de los draconianos. Sobre “la chusma” escribió Alberto Lleras:2

Y que el triunfo de la chusma no es un suceso temible, sino deseable, trágico sino grato… Esta masa de gentes que tienen una personalidad colectiva apasionada y fuerte, ha formado, aunque le pese a los oligarcas, la nacionalidad colombiana, con sus movimientos espontáneos y sin cálculo…El Partido Liberal está formada por ella. Y nada más obligante que

1 Rodrigo Llano Isaza, Los Draconianos, origen popular del partido liberal colombiano, Editorial Planeta, Bogotá, 2005.2 Periódico El Liberal, octubre 7 de 1941. “Elogio de la Chusma”.

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rendirle un tributo de gratitud por su esfuerzo cuando hasta los mismos que la denigran y la detestan reconocen que es inteligente, respetuosa, seria, y que a sus actos, exclusivamente a ellos, se debe el que la república vaya enorgulleciéndose con justo título de ser una democracia ejemplar.

También “El Indio” Juan de Dios Uribe, en su escrito titulado “La Canalla”3, se refirió a ese pueblo despreciado pero al que todo debe la nacionalidad, cuando expresó:

¿Conocéis la canalla? Acercáos a ese monstruo y vedlo. Está en los cuarteles, fusil en mano, pronto a batirse como un león por vuestra libertad; cultiva los campos y hace madurar las espigas; está allí en los talleres que sirven a la vida cómoda; es vuestro criado, vuestro cocinero, vuestro palafrenero. Donde se produzca algo podéis mirarlo. Todas las grandezas del trabajo las levanta con sus manos callosas y es patrimonio suyo la actividad, que derrumba los obstáculos, y la perseverancia, que vence al tiempo. Ese monstruo feroz trabaja desde la aurora hasta la noche, y su trabajo se le roba; sufre, y sus quejas no se escuchan; enferma, y se le arroja del hospital; muere, y su nombre no se escribe en las piedras del cementerio. Pero él, lleno de resignación, va camino de la vida con sus infortunios, y encuentra un consuelo en que su brazo se explote, su inteligencia se destruya y su cuerpo se rinda a la enfermedad, si puede conseguir pan para los suyos. Porque la canalla puede tener madres y esposas y niños que sean sus hijos, ¿lo dudáis acaso?... Que viva la Canalla

Una vez regresado José María Obando del exilio que le había impuesto el odio del general Mosquera, en 1849, las fuerzas políticas comenzaron a agruparse, unas en torno a su nombre y otras a proclamar la candidatura de don Manuel Murillo Toro, para el período que comenzaba en 1853. Pero la fuerza de Obando era imposible de contener por la imagen de mártir que tenía frente al pueblo liberal. Sin embargo, Obando que se había ido siendo la gran ilusión del liberalismo y que regresó como el político más popular de la Nueva Granada en el siglo

3 Juan de Dios Uribe, Prosa del Indio Uribe, Página Web de la biblioteca Luis Angel Arango, encontrar por: http://www.lablaa.org/blaavirtual/letra-p2/prosa/indice.htm

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XIX, se convirtió en la Presidencia en la más dolorosa decepción de las mismas masas que lo habían elevado al primer cargo de la nación.

Los draconianos eran básicamente las gentes de la clase media, personas que no solían moverse de su entorno y sobre las cuales se burlaba Ricardo Carrasquilla con aquel versito que decía:

Dime hasta donde has viajado,Porque tu aire es de extranjero.

Por el norte a Chapinero,Por el oeste a Fontibón;

Y por los otros dos puntos,El oriente y mediodía,

Estuve en La Peña un díaY en Tunjuelo una ocasión.

Viajaba más don Miguel Antonio Caro que nunca pasó de Sopó (Cundinamarca), y la corriente de agua más grande que vio en su vida fue el río Bogotá..

ORIGEN DEL NOMBRE:A los liberales obandistas comenzaron a llamarlos draconianos en

recuerdo de aquel célebre legislador ateniense que todos los delitos los quería castigar imponiendo la pena de muerte y como esta corriente del liberalismo era una acérrima defensora de esta pena, fue por lo que sus oponentes, los gólgotas, comenzaron a denominarlos draconianos.

MALOS POLÍTICOS:La disidencia de los draconianos fue eminentemente ideológica,

no fue puestera o manzanilla, se movían por ideales y no practicaban lo que decía el politiquero de la época:

Es deber del perdidoEn la derrota,

Buscar del ganadorLa cuota.

Todo lo contrario, como nos lo confirma el jefe Aquileo Parra Gómez:4

4 Aquileo Parra, Memorias, Gobernación de Santander, Bucaramanga, 1990, página 75.13

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Por lo demás, la historia dirá, en honor de aquella época, que la división del partido Liberal no fue entonces obra de ambiciones contrariadas ni de mezquinas rivalidades personales, sino de verdaderas divergencias políticas.

DURACIÓN DE LA DISIDENCIA:La disidencia draconiana duró muy poco en el tiempo. Obando

llegó a Bogotá, el Presidente López lo envió de Gobernador a Bolívar y regresó para ser el Presidente de la Cámara de Representantes en 1850, aquí comenzó en forma el fraccionamiento del liberalismo, que apenas llevaba dos años de fundado y vino a terminar con la caída de Melo el 4 de diciembre de 1854, teniendo un último estertor con el lanzamiento de la candidatura del “Alacrán” Posada para el Congreso de 1856, donde fue derrotado. Después, desaparecieron draconianos y gólgotas y comenzó a mostrarse en el horizonte político de Colombia el “Radicalismo”, que no era otra cosa que el partido Liberal unificado, enfrentado a un conservatismo clerical y ultramontano.

RESPALDO POLÍTICO:Ninguna disidencia en Colombia ha tenido el respaldo que

llegaron a reunir los draconianos. Cinco personas que ocuparon la primera magistratura de la nación, pertenecieron a esta corriente política, a saber: José María Obando (caucano), José María Melo (tolimense), José de Obalia (panameño), Juan José Nieto (costeño, de Bolívar) y, el más desconocido de todos, Francisco Antonio Obregón Muñoz, antioqueño, nacido en la población de Barbosa, políglota, exgobernador de Antioquia, primo hermano de los héroes José María y Salvador Córdoba, y quien, de acuerdo con el decreto de la dictadura de abril 18 de 1854, asumía, como Secretario General de la Presidencia, las funciones de Vicepresidente y de Designado, habiendo firmado decretos como Presidente encargado y estando en el poder entre fines de mayo y comienzos de junio de 1854. Obregón, como Presidente de la Democrática de Bogotá a la hora del golpe de Melo, fue el ideólogo del golpe y del gobierno.

DIFERENCIAS ENTRE DRACONIANOS Y ARTESANOS:Ni todos los artesanos fueron draconianos, ni todos los

draconianos fueron artesanos; Hubo artesanos en las democráticas, pero también los hubo en la “Popular” que apoyaba el partido conservador. Hubo draconianos que fueron militares (Obando, Melo, Mantilla,

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Vallarino, Madiedo, Góngora), otros fueron curas (Azuero, Aláix, Girón, Afanador), los hubo Abogados (Obregón, Cuellar, Cuenca, Lombana, Lorenzo María Lleras, Rafael Eliseo Santander) y hasta periodistas (Posada, Gutiérrez de Piñeres, Del Villar, Pedro Neira Acevedo). Todos tenían en común que eran dueños de sus medios de producción, eran sus propios patronos, no trabajaban bajo las órdenes de nadie, eran unos “pequeños burgueses” y por eso, decir que ellos propiciaron una “Comuna de Bogotá” como lo afirma Shulskovsky, el de la Academia de Ciencias de la URSS, es una falacia, aquí no hubo violencia en las calles, aquí no se desconoció el derecho de la propiedad, a nadie se le confiscaron sus bienes, ni se permitió el robo, aquí no hubo revolución socialista y el comunismo del que hablaba el periódico “El Alacrán” era muy distinto del que proclamaban Marx o Engels o el que impulsaban Bakunin, Prudhom y los anarquistas.

Una vez que las Sociedades de Artesanos se convirtieron en Sociedades Democráticas de Artesanos, la dirigencia dejó de ser artesana y se convirtió en draconiana, lo mismo pasó en el gobierno de Melo, la cúpula era draconiana y allí estaban seis exgobernadores (Mercado de Buenaventura, Obregón de Antioquia, Consuegra de Sabanilla, Beriña de Cundinamarca, Ardila de Pasto, Maldonado de Chocontá), en cambio a los artesanos les dieron puestitos menores que nada representaban y sólo formaban la tropa del ejército relista.

Ni siquiera el fin de los dos movimientos fue el mismo, los draconianos habían desaparecido en el 56, en cambio los artesanos siguieron existiendo, en 1878 fue el episodio de la “Culebra Pico de Oro” en Bucaramanga y sólo desaparecieron cuando la constitución del 86, en su artículo 47, prohibió este tipo de asociaciones.

Los artesanos utilizaban a los draconianos para buscar defenderse del libre cambio y éstos conseguían con el apoyo de aquellos que el Estado central no fuera debilitado y que sus privilegios conseguidos en la guerra de independencia, no se perdieran.

DIFERENCIAS ENTRE DRACONIANOS Y GÓLGOTAS:

DRACONIANOS GÓLGOTASHombres de acción IdeólogosSu principal interés estaba en la libertad política.

La libertad económica estaba en el centro de sus preocupaciones.

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Prácticos, propugnaban por la defensa del trabajo nacional. Sus lecturas extranjeras eran de temas políticos.

Idealistas y Teorizantes, se dejaban llevar por las lecturas de autores extranjeros en temas económicos.

Militaristas, defendían al ejército. Civilistas, pretendían la liquidación de la fuerza armada.

Su nombre proviene del temible y severo legislador ateniense

Su nombre viene de la continua evocación al “Mártir del Gólgota”

Proteccionistas LibrecambistasInspirados por los autores franceses Lamartine, Sue, Proudhom, Cabet, Condorcet, Fourier, Saint-Simon).

Inspirados por los autores ingleses (Locke, Malthus, Bentham, Adam Smith, Spencer, Byron y Walter Scott).

Luchaban desde las Sociedades Democráticas.

Desde la Escuela Republicana, proyectaban su imagen política.

Anhelaban un federalismo moderado.

Buscaban la autonomía de las regiones para debilitar el poder central.

No estaban de acuerdo con la constitución de 1853.

Defensores de la constitución de 1853, que habían liderado ellos mismos.

Defensores de la pena de muerte para delitos políticos.

Negaban la pena de muerte para cualquier delito.

Defendían la institución del patronato eclesiástico.

Querían la separación de la Iglesia y el Estado.

Preferían la designación de Gobernadores en las provincias.

Impulsaban la elección de Gobernadores por voto directo y secreto.

Querían el voto restringido para los ciudadanos.

Promovían el voto universal, directo y secreto.

Pretendían un Ejecutivo fuerte. Eran amigos del Estado gendarme.Representaban a la clase política tradicional, a los militares, a los empleados estatales y a los sectores menos dinámicos de la burguesía terrateniente.

Representaban a los comerciantes, los intelectuales, los terratenientes.

Controlaban el Ejecutivo central y el ejército.

Controlaban el Congreso, el poder judicial y las Gobernaciones.

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¿En estas condiciones quien era de izquierda y quien de derecha?, imposible saberlo, la confusión era total, el que era de izquierda en economía lo era de derecha en política y al contrario. Me inclino a pensar que los draconianos eran más de derecha que los gólgotas y que éstos, triunfantes, hubieran podido tener un gesto de generosidad hacia las clases menos favorecidas, llevando el libre cambio con unas políticas que favorecieran la actividad del artesanado sin tenerlos que desaparecer de la escena económica.

Es indudable que el libre cambio favoreció la creación de un capitalismo nacional y una modernización de la economía que rompía con la herencia colonial y que el artesanado no estaba ni siquiera en la etapa precapitalista, por eso necesitaban de un Estado que los defendiera y evitara su pauperización, como sólo vino a hacerse 80 años después en el gobierno de la Revolución en Marcha.

PRICIPALES TESIS DRACONIANAS:1.- Proteccionismo:

El gran debate entre proteccionistas y librecambistas se dio en la Cámara de Representantes, siendo Presidente de la Corporación el General José María Obando, en abril de 1850, tal como aparece en el “Diario de Debates” y se hizo alrededor del tema del contrabando. Muchos de los artesanos fueron barridos por las mercancías que producía la revolución industrial inglesa, que traía productos más baratos y de mejor calidad de los que ellos artesanalmente producían.2.- Patronato eclesiástico:

El patronato fue una institución que el Papa concedió inicialmente a Carlo Magno, después a otras cabezas coronadas, hasta cuando se le dio a Fernando VI Rey de España y que a la hora de la independencia los nuevos Estados americanos asumieron como propia sin que Roma lo autorizara. Mediante el patronato, los reyes recibían el diezmo para el sustento del culto y la evangelización de los indígenas; nombraban a los eclesiásticos en las parroquias; erigían diócesis y fijaban su ámbito territorial; autorizaban la creación de iglesias y monasterios; se reservaban el derecho de admitir o no las bulas papales que afectaran sus privilegios y designaban los obispos y arzobispos.; sin embargo, los curas le tenían pavor a la libertad de la iglesia y el Estado porque quedarían a merced de la intolerancia absoluta de la curia romana y podrían convertirlos en ciego instrumento de la corte pontificia, como en realidad sucedió. 3.- Voto restringido:

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Eran muchos los Liberales que temían el voto libre, directo y secreto porque podía convertirse en instrumento de coacción por parte de los gamonales y los curas y preferían un voto entregado únicamente a quienes supieran leer y escribir, que eran sólo el 15% de la población, y que tuvieran algún patrimonio, como forma de independencia. 4.- Designación de Gobernadores:

Siendo la Nueva Granada una nación central y no federal, como quedó establecido en la constitución de 1853, los draconianos consideraban que el Presidente de la República debía nombrar a sus agentes en las regiones. Dijo el periódico La Discusión:5

Quitada al poder ejecutivo la facultad de nombrar a sus agentes, se habrá satisfecho, no lo negamos, un deseo de innovación; pero se habrá sacrificado también la armonía que hoy existe, no sólo entre unas y otras provincias, sino entre éstas y la capital (…) se hará imposible, o por lo menos dilatado y sangriento el triunfo de la causa nacional sobre las fracciones que quieran sobreponérsele; se hará así mismo imposible para el gobierno general, la vigilancia continua que debe ejercer sobre la recaudación e inversión de las rentas del Estado.

5.- Defensa del ejército permanente:Sostenían los draconianos que un ejército de 3.000 hombres era

demasiado reducido para un territorio tan extenso como la Nueva Granada que tenía tan malas comunicaciones y que por la dispersión de las tropas, nunca serían un peligro para el poder establecido; que el costo era el mismo si él se eliminaba y se creaban unas guardias nacionales por cuenta de los Estados porque el dinero para su sostenimiento siempre salía del mismo bolsillo: el contribuyente; y que no estaba congelando fuerza de trabajo sino todo lo contrario porque para el reclutamiento no se escogían personas ocupadas sino desocupadas que irían a tener así un ingreso que les permitiera ayudar a sus familias.6.- Pena de muerte:

Básicamente, sostenían los draconianos que mientras el sistema carcelario no le garantizara a los ciudadanos de bien que los delincuentes pagarían sus penas y no se fugarían, era mejor aplicar la pena de muerte no sólo para los delitos políticos sino, y principalmente, para la comisión de delitos comunes. Dijo La Discusión:6

5 Periódico La Discusión, número 46, página 1.6 Periódico La Discusión, número 16, página 1.

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Ahora bien, ¿habría seguridad en la Nueva Granada para la vida y para la propiedad, sin lña conservación de la pena de muerte, que nuestras leyes imponen al asesino y al envenenador, al salteador y ladrón, que mata para robar, al parricida y a cierta clase de homicidas? Nosotros decimos que no, con fundamentos de la mayor solidez.

GUÍAS INTELECTUALES DE LOS DRACONIANOS:Los draconianos fueron unos magníficos lectores, aquí se leían las

obras de Cabet (Viaje a Icaria), Condorcet, Fourier, Saint-Simon (El Nuevo Cristianismo), Proudhom (¿Qué es la Propiedad?), de Lamartine se publicó por entregas en El Censor de Medellín y en El Porvenir de Cartagena “La Historia de los Girondinos”, los “Talleres Nacionales” de Blanc llegaron a ser ley de la república por medio de proyecto presentado por Francisco Javier Zaldúa Secretario de la administración de José Hilario López y “el Judío Errante” de Eugenio Sue se publico en 1844, por entregas, en el periódico El Constitucional.

El Judío de Sue tuvo una enorme influencia en la expulsión de los jesuitas en 1850. En esta obra, Sue pinta a los padres de la Compañía de Jesús como una multinacional del crimen, algo así como el “cartel de la droga” del siglo XIX. De él dijo don Miguel Samper Agudelo:7

El Judío Errante de Sue, que asestaba contra el jesuitismo el entusiasmo y el odio que inspiraban los héroes del romance, circuló con profusión y dejó inoculado en los espíritus el virus del socialismo, especialmente en la juventud, siempre más entusiasta que reflexiva.

Pero el político más influyente en la Nueva Granada del medio siglo decimonónico, fue Luis Blanc, su periódico “El Nuevo Mundo” que se imprimía en Londres, circulaba en Bogotá. Blanc nació en Madrid cuando su padre se desempeñaba como funcionario de “Pepe Botellas”, fue enviado a educarse en Francia, fue periodista y, a la caída de Luis Felipe de Orleáns, quedó a la cabeza del gobierno, después cayó y vino la terrible barbarie implantada en las calles de París por el Ministro de guerra Cavaignac entre el 26 y 28 de junio de 1848, en la cual murieron según unos 40.000 y según otros 100.000 parisinos y donde 15.000 personas del pueblo fueron enviadas a las colonias de Sudamérica a trabajos forzados; con este hecho, Blanc huyó y se refugió en Bruselas

7 Miguel Samper, Selección de Escritos, Biblioteca Básica Colombiana, Bogotá, 1977, Página 89.

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primero y luego en Londres durante 22 años, volvió y fue Diputado hasta su muerte.

Blanc no fue comunista-marxista y de ahí sus diferencias con el líder alemán; consideraba que la revolución francesa debería llevar a los pueblos al socialismo, porque, en su sentir, la democracia económica era consecuencia lógica de la democracia política, sin llegar al comunismo, apelando al Estado sin estregarse al estado; aunque atacaba al capitalismo y denunciaba las malas condiciones de vida de los obreros, era enemigo de la lucha de clases y tenía una profunda fe en la democracia representativa y en el sufragio universal.

EL GENOCIDIO DRACONIANO:Si nos circunscribimos al período 1820-1854, hubo 26 indultos, 7

amnistías y 4 medidas combinadas, para un total de 37 actos de favorabilidad, en los cuales se perdonó de todo, en todas partes y a todos, la única excepción estuvo en la guerra de 1854 cuando, una vez derrotado Melo, Mosquera, el antihéroe, el mismo de “los escaños de Cartago”, se vino con todo encima de los artesanos y sólo buscaba para ellos la desaparición física; siempre hubo el “perdón y olvido” para las élites, pero al pueblo no se le perdonó el tratar de sacudirse del dominio de las clases adineradas, tal pretensión la pagaron con la vida.

Si con la constitución de 1853 los draconianos fueron barridos ideológicamente, con la derrota de Melo fueron desaparecidos físicamente; un número no bien determinado de gentes pertenecientes a las tropas leales a la coalición draconiano-militar que tenía un altísimo componente de artesanos, fue apresada a la llegada de los constitucionales gólgotas y conservadores y, sin juicio de ninguna clase, fueron llevados amarrados a que se murieran de fiebre amarilla a orillas del río Chagres en Panamá; no olvidemos que 50 años después esa misma enfermedad, ese mismo mosquito, fue el que derrotó a Ferdinand Lesseps en su proyecto de construir el canal de Panamá; ninguno de los deportados volvió, todos murieron en un acto que al historiador José Manuel Restrepo le pareció “un método excelente para purgar a Bogotá de la peste democrática”, habiendo sido enviados a la zona más malsana de toda la Nueva Granada; David Sowell dice:8 “Parece razonable calcular que hasta 400 melistas hayan sido purgados de la escena política capitalina”. Don Miguel Samper, escribió: “Centenas de obreros fueron trasladados del suave clima de nuestra ciudad a las mortíferas riberas del

8 David Sowell, Colombia en el siglo XIX, página 204.20

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Chagres, dejando sus familias en la orfandad y el desamparo”. Y José María Samper:

En cuanto a los artesanos o democráticos prisioneros, logramos que muchos fueran plenamente indultados; pero en su mayor número, cosa de trescientos, fueron confinados al Istmo de Panamá, por sugestiones del General Mosquera, con el apoyo de varios personajes políticos; y muchos de ellos perecieron miserablemente al rigor del insalubre clima de las costas panameñas.

Y esto en una ciudad que, de acuerdo con el censo de 1851, tenía un poco menos de 30.000 habitantes.

Fue una típica venganza de clase, una condena a muerte disfrazada, adelantada sin juicio ni procedimiento judicial alguno, como era típico del antihéroe Mosquera y Arboleda. Es como si en la Colombia del 2005 enviaran a 450.000 ciudadanos pobres a morirse de fiebre amarilla en el Catatumbo, que escándalo mundial sería; sin embargo el genocidio monstruoso de los draconianos no ha merecido la protesta ciudadana y la condena de los culpables

LOS JESUITAS:El tema de los jesuitas es absolutamente inseparable del estudio

sobre los draconianos, por la fobia que éstos le tenían a los discípulos del vasco Iñigo López de Loyola; son tan importantes estos defensores del papado, que han sido expulsados de setenta países, y hasta en Venezuela, cuando no había un solo jesuita en el país, José Tadeo Monagas los expulsó, porque esa era la moda.

¿Por qué expulsaban a los Jesuitas?, veamos siete razones:1.- Los partidarios de los reyes no podían aceptar que en defensa del papado se les colocara en un puesto de segunda. El jesuita Liberatore en su libro la Iglesia y el Estado, señalaba:9

La iglesia es una sociedad perfecta y suprema entre todas las sociedades, y ella no debe ser subordinada a ninguna otra sociedad inferior… Toda sociedad debe someterse a la Iglesia…

Teoría rechazable para cualquiera que ocupara un trono o la dirigencia de un estado.

9 Juan Pablo Restrepo, La Iglesia y el Estado en Colombia, Tomo II, Biblioteca Banco Popular, Bogotá, página 510.

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2.- Por querer tomar los gobiernos posesión de las grandes riquezas y de las muchas empresas comerciales que tenían los padres de la Compañía de Jesús. Como sería el poder de la Iglesia en el siglo XIX que cuando Mosquera sacó su decreto de bienes de manos muertas, ellos fueron rematados en una suma superior a los diez millones de pesos, cuando el presupuesto total de la nación apenas superaba los 2.5 millones de pesos.3.- Por el rechazo de los gobiernos ante la defensa que del tiranicidio adelantaban los reverendos padres, especialmente Juan de Mariana S.J. que en su obra clásica “De rege et regis institucione”, llegó a escribir:

Desde que un rey ha sido depuesto por el Papa, deja de ser rey legítimo y, desde entonces, no le corresponde otro título que el de tirano y como tal cualquiera podrá matarle… Bueno es que sepan los príncipes que, si oprimen a sus pueblos, sólo viven por la falta de valor de los que tienen derecho a matarlos, no sólo con justicia, sino haciendo una acción gloriosa y digna de alabanza.

Quizás por ello Christian, rey de Dinamarca, tenía por consigna “ser amigo de los hombres y enemigo de los jesuitas”.4.- Por apoderarse de las conciencias a través de la educación y del abuso en los confesionarios, tanto que un jesuita colombiano, el padre Fernán González, escribió:10

El papel de la confesión y la predicación como medios de control social y de difusión de noticias e ideas en un pueblo casi totalmente analfabeto no ha sido muy estudiado, pero podemos suponer que tuvo un enorme peso político y social.

Y Alberto Lleras:11

Los jesuitas, de otra parte, (…) con su actividad, su celo, sus sistemas de influencias y su ilustrado colonialismo, desesperaban a los liberales. Su influencia en la educación, sobre todo, los irritaba, porque la Nueva Granada y el nuevo mundo iban a ser de los jesuitas, como pintaban las cosas. Y sin que el gobierno liberal paupérrimo pudiera ofrecer mejor educación, ni gratuita ni obligatoria, ateniéndose a los textos de la ley.

5.- Por los celos del clero ante los privilegios que los distintos Papas habían concedido a los jesuitas por encima de las otras órdenes religiosas.

10 “Iglesia y Estado en Colombia durante el siglo XIX (1820-1860)”, Cinep. 1985. Página 6.11 Alberto Lleras Camargo, Mi Gente, Ediciones Banco de la República, Bogotá, 1976, página 64.

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6.- Por su activa participación en política. Ellos eran los que habían promovido la “Sociedad del Niño Dios”, a la cabeza de la cual colocaron a doña Gabriela Barriga, viuda del prócer de la independencia don Antonio Villavicencio; fueron los más activos enemigos de don Manuel Murillo Toro a quien llegaron a calificar de traidor por un acuerdo de límites con Costa Rica y a mediados del siglo XX, por ejemplo, fueron los promotores y gestores de la UTC que por tantos años dirigió Tulio Cuevas.7.- Porque los gobiernos impedían que el clero fuera educado y formado por los Jesuitas, como solían hacerlo los Obispos que les entregaban en casi todo el mundo esta función.

El célebre director de cine Alfred Hitchcock decía que él le tenía terror a tres cosas en la vida: al castigo corporal, a la policía y a los padres Jesuitas.

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VERDADES E INEXACTITUDES SOBRE EL RADICALISMO

Una aproximación preliminar al tema

Lázaro Mejía ArangoAntioqueño, Abogado de la Universidad de Antioquia, diplomado en derecho Administrativo en la Escuela Nacional de Administración en Alcalá de Henares y Doctorado en Administración Pública de la Universidad de París; Presidente de Proexport y de Unibán; gerente de la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá; Director de Impuestos Nacionales y de Proantioquia; codirector del Partido Liberal Colombiano; actualmente se desempeña como Director del Archivo Nacional.

La historiografía frente al radicalismo

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La historiografía colombiana, en general, no ha sido objetiva con los radicales. Después del libro de Indalecio Liévano Aguirre sobre Rafael Núñez, la mayoría de los analistas del pasado decimonónico colombiano han adoptado como ciertas y probadas muchas de sus conclusiones y han terminado por cuestionar la actuación del liberalismo radical, calificándola de desventajosa para el país. Casi podría decirse que la condición de revisionista con que la crítica saludó a Liévano y sus obras, terminó por convertirse en lo contrario, pues sus tesis calaron muy hondo y llegaron a ser verdades de aceptación general entre académicos y lectores.

En su Núñez, Liévano, en varios momentos, estudia los eventos históricos con independencia de las condiciones intrínsecas propias de la época historiada y sin tener en cuenta el entorno en que éstos se produjeron. En muchos de sus juicios, se aproxima al acontecimiento bajo el prisma de sus propias convicciones ideológicas, salvando a aquellos personajes y sucesos que se le acercan ideológicamente y cuestionando los que no. Su concepto general sobre los draconianos y gólgotas adolece, a mi juicio, de esa gran distorsión. Los gólgotas constituían para él la facción reaccionaria y retardataria del liberalismo; los draconianos, al contrario, encarnaban el grupo reformador y de avanzada del partido.

La idea anterior contradice las evidencias y subvierte el pasado. Los draconianos eran el viejo partido de Santander; defendían la pena de muerte y el patronato; iban en contravía de la autonomía de las regiones y se oponían a la elección de dignatarios locales; eran partidarios de un ejército numeroso y asumían una posición sectaria frente al conservatismo. Los gólgotas representaban el cambio y la modernidad. Proclaman un Estado laico y una educación sin influencia religiosa; buscaban la eliminación de la pena de muerte y defendían, como lo hicieron después de la guerra del 51, un tratamiento benévolo hacia los conservadores vencidos en la conflagración. Sus preferencias en materia de organización política, administrativa y fiscal estaban del lado de la federación. Proclamaban, en fin, un ejército reducido y la primacía de la sociedad civil sobre la castrense.

La discusión sobre libre cambio y el proteccionismo, al que adherían, respectivamente, gólgotas y draconianos, se constituyó en el tema fundamental de discusión durante la década de 1850. Se trataba, nada más ni nada menos, de la definición del modelo económico por el que iba a transitar la economía nacional en los próximos años. Los draconianos – en apoyo de los artesanos – condenaron la reducción de los derechos de importación y reclamaron un arancel alto que les permitiera

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no tener que competir con bienes importados, de mejor calidad y menor precio. Según su idea central, la manufactura criolla no podía surgir si no se le protegía de la competencia extranjera; al margen de ella, se convertiría con el tiempo en la industria nacional y aseguraría la provisión adecuada de la demanda nacional de productos de toda clase. Los gólgotas – en consonancia con la corriente económica dominante – defendían al consumidor y reclamaban la presencia en el mercado nacional de productos venidos del exterior, de precio menor al nacional y de mejor calidad que éste. Según su criterio, los artesanos nacionales atendían una parte muy reducida de la demanda doméstica y carecían de medios materiales y capacidad técnica para llegar a convertirse en una verdadera industria doméstica.

Liévano, que escribió sus libros en pleno auge del proteccionismo, vio en la posición de los gólgotas una actitud antinacionalista y antisocial. La verdad, según él, estaba del lado de los draconianos, estamento social verdaderamente popular, opuesto a los ricos comerciantes importadores que pretendían quedarse abusivamente con la riqueza nacional. El triunfo que obtuvieron los gólgotas-radicales sobre los draconianos significó para Liévano la derrota de la posición social liberal: los radicales, no obstante la modernidad de sus convicciones, enrutaron al país por la senda del capitalismo concentrador y dejaron expósitas las causas populares.

No carece de razón esta ultima consideración, así Liévano la hubiera expuesto como una condena absoluta de los radicales, con lo cual estamos en desacuerdo. El radicalismo, después de las revueltas populares de comienzos de la década de los años 50s, “huyó” de las causas populares y muy poco se preocupó por la solución del problema social del país. Si bien su concepción liberal del Estado le autorizaba a dejar el problema del crecimiento y del desarrollo en manos del mercado, hubiera sido necesario considerar el problema de la pobreza y el marginamiento y emprender acciones para su erradicación o atenuación. No fue así, porque los radicales confiaban en que las libertades individuales, el fomento de la educación, la secularización del Estado y la libertad de industria y de comercio traerían todo el bienestar al cuerpo social.

La conveniencia y necesidad de la intervención del Estado para asegurar la redistribución del ingreso y de la riqueza, era una idea bastante extraña a la ideología en boga a mediados del siglo XIX, y los radicales, exponentes puros del liberalismo económico, no la prohijaron ni la consideraron. La sola intervención que aceptaron como válida y necesaria fue la de contribuir al financiamiento de algunas obras de

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interés público. A medida que los años transcurrieron y los radicales conocieron por dentro el funcionamiento al Estado, al mismo tiempo que percibieron la incapacidad de las regiones para emprender obras públicas de alto costo, se aceptó subvencionar vías de comunicación y obras similares. Fue esta la única forma de intervención económica que los radicales practicaron, a pesar de que en un principio se mostraron contrarios a esa posibilidad.

Cuando se dispuso, en el gobierno de José Hilario López, la privatización de la industria del tabaco – eliminación del monopolio –, los gobiernos radicales dejaron “suelta” esa industria. Hoy se reconoce que hubiera sido necesaria una cierta intervención oficial para asegurar su porvenir y consolidar su comercio. Haber dejado en manos de los explotadores decisiones como la selección de tierras, los sistemas de cosecha y empaque y el uso indiscriminado de semillas y denominaciones de origen fue una de las principales causas del fracaso de la actividad en el largo plazo. No es exagerado decir que ese renglón durante la colonia y bajo la vigencia del monopolio, estuvo mejor administrado industrial y comercialmente; aunque los ingresos provenientes del tabaco en el mediano plazo aumentaron considerablemente una vez extinguido el monopolio, las condiciones en que se desarrolló la explotación tabacalera estuvieron por debajo de las mantenidas por los españoles y los primeros gobiernos republicanos.

A pesar de que los ejemplos anteriores, vistos desde la perspectiva del presente, evidencian el error radical de anatemizar teóricamente y rechazar como gobernantes la intervención del Estado, no podemos caer en el error (vicio en el caso de varios historiadores) de condenar esa postura y establecer a partir de ella la descalificación total de esa colectividad política. Los radicales no hubieran podido ser intervencionistas en el sentido que después de dio a esa expresión. Quizás – ya lo hemos admitido – hubieran podido serlo en ciertos casos, como el del tabaco, en los que una regulación del Estado para proteger la actividad hubiera convenido a su consolidación y porvenir. Sin embargo, muy poco se hubiera podido lograr en un momento en que los conocimientos del país en materia agrícola eran bastante precarios. La intervención del Estado en la agricultura es un asunto complejo, complejísimo, y su desarrollo ha tenido lugar en los últimos decenios.

Las observaciones doctrinarias formuladas contra los radicales, cuestionan fundamentalmente lo siguiente:

Su aproximación “romántica y utópica” a la realidad nacional;Su defensa de las libertades individuales, sin límite alguno para su

ejercicio;27

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Su librecambismo irreductible;Su federalismo extremista;Su política anticlerical y su propósito de secularizar el Estado y la

sociedad.

El romanticismo de los radicales

Es cierto que lo radicales – todos los colombianos cultos – se embelezaron ante la literatura romántica, especialmente francesa, del siglo XIX. No era extraño: en la literatura, los autores de esa corriente supieron explotar el lado sentimental y emocional del ser humano, dejando atrás una concepción objetiva y material de la vida. Sus bellas construcciones fueron una verdadera “droga espiritual” para un mundo que después del Siglo de las Luces había divinizado la razón y rechazado todo aquello que no tuviera sustento en la ciencia y en la experiencia.

Los radicales leyeron, particularmente, a Lamartine y a Sue con fruición. Encontraron en sus obras lo que no habían percibido antes: visiones de la vida apoyadas en causas nobles, desprecio de la injusticia, proclamación del bien y de la belleza, absoluta plenitud de la condición humana, sin tapujos ni ocultamientos. Los periódicos de todas las tendencias reproducían por entregas Los Girondinos y El Judío Errante. Ningún club, escuela o centro intelectual escapó a esa fiebre. Todos se sucumbieron ante ella y se maravillaron ante el prodigio del bálsamo romántico. La anécdota de Ospina Rodríguez, fundador del partido conservador colombiano, haciendo repicar las campanas de la catedral bogotana, es prueba irrefutable de que la elite nacional, sin distingos, celebró la caída de Louis-Philippe y soñó con el advenimiento de una era mejor.

Los pensadores utópicos franceses llegaron también con sus ideas a los lectores y estudiosos del país. De Proudhon se leyó todo; de Louis Blanc, sus propuestas sobre los talleres industriales y la promoción de los artesanos; hasta de Fourier se habló, así este excéntrico teorizante provocara entre sus lectores más asomos de sonrisas que divagaciones constructivas. Los artesanos tomaron muy a pecho la idea de Blanc de extinguir el comercio exterior. En esa idea fincaron su supervivencia.

Nuestra Revolución del Medio Siglo tuvo, ciertamente, algo de romántica. No lo mucho que le asignan algunos historiadores criollos, pero si su espíritu constestatario y su anhelo de sepultar un orden anterior. Nieto Arteta y Colmenares postulan la idea de que los cambios del medio siglo en nuestro país no estuvieron decididamente inspirados

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en los postulados del 48 en Francia. Tienen razón; nuestra revolución se explicó en sus propósitos básicos por el deseo liberal de dejar atrás la colonia, todavía dueña del orden jurídico económico nacional. Se orientó a superar una tributación estorbosa y antitécnica que hacía imposible o casi imposible la vida; a despojar al Estado de privilegios económicos que negaban a los habitantes del territorio nacional la posibilidad de alcanzar el bienestar y la dignidad; a permitir la circulación de la riqueza y el crecimiento material de las gentes; a abolir los distingos odiosos frente a los esclavos; a dejar, como lo proclamó el italiano Camillo Benso Cavour, un Estado y una Iglesia separados, cada uno ocupado de su competencia, sin influir en la órbita del otro; a erigir el imperio de la legalidad, poniendo fin al querer caprichoso de las autoridades como fundamento de la acción del Estado; en fin, a hacer de la nación un cuerpo independiente y soberano, capaz de trazarse por si mismo su propio destino.

Lo que empezaron a hacer los gobiernos liberales a partir de 1849 no fue nada romántico. Fueron medidas positivas, orientadas a producir cambio y bienestar; a liberar fuerzas individuales y regionales, atadas por el monopolismo y centralismo anteriores; a educar a las gentes sin los desvíos del confesionalismo aturdidor; a permitir el uso de los derechos y libertades individuales, antes restringidas y burladas; a asegurar el ejercicio ético y transparente de la función pública; a manejar las finanzas públicas con realismo y orden; a desarrollar o contribuir al desarrollo de obras publicas, especialmente carreteras y vías férreas; a incrementar la educación en todos los niveles.

Es cierto que el balance de la obra radical, en varios aspectos, presenta falencias. No podía haber sido de otro modo, dadas las condiciones restringidas de los recursos y de los medios. Tampoco se puede negar que cupo alguna culpa de los radicales en ciertas políticas y acciones. Lo que importa resaltar aquí es su intención, en los veinte años que estuvieron en el poder, de “construir país”, de lograr el beneficio mayor de los colombianos, de hacer de la nación un cuerpo participativo, de gobernar pensando en el interés general. Nada que tuviera la condición de romántico prevaleció en las anteriores intenciones. Es verdad que la Constitución de 1863 consagró en muchos de sus preceptos, nociones y procedimientos reñidos con la realidad del país, y es también incuestionable que el apego de los radicales a sus preceptos, postergó un cambio que seguramente hubiera convenido a la nación. Sin embargo, tal crítica, formulada por varios estudiosos sin consideraciones ni argumentos, requiere de matices importantes. Ya tendremos ocasión de hacerlos en la medida que se desarrollen los temas.

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Concluyamos este punto diciendo que la generación radical, si bien sintió al llegar a su mayoría de edad un fuerte influjo romántico, asimiló, pasados algunos años, la bienhechora enseñanza del positivismo. Valga como paréntesis afirmar que los radicales no consideraron tan incompatible ser románticos y positivistas, como si lo entendió y practicó Núñez, quien abandonó ideas prohijadas por los liberales para acoger tesis conservadoras más amoldadas a la realidad nacional. ¿Por qué? Porque los radicales eran “radicales” en materia de principios y Núñez, sobre los principios, tenía apreciaciones relativas y dinámicas. Pero era una digresión nada más; volvamos al tema. Los radicales fueron positivistas y lo demostraron siempre en los gobiernos que presidieron. El progreso material del país y el perfeccionamiento en libertad de los nacionales, animaron siempre los objetivos claves de sus ideas y acciones. ¿Fueron la propuesta librecambista de Florentino González y sus ideas sobre federalismo, iniciativas románticas? ¿No fue positiva la ley de rentas y gastos que Murillo Toro llevó e hizo aprobar del congreso cuando promediaba la centuria decimonónica? ¿Puede considerarse ilusa la gestión de Camacho Roldan, como ministro de Salgar, en favor de la estadística nacional? ¿O tenerse como tal la creación de la Universidad Nacional por Santos Acosta?

Tal vez la visión más romántica de los radicales fue su desmedida fe en la Constitución de Rionegro. Para ellos, el presente y el futuro del país habían quedado garantizados con la expedición de ese orden fundamental, el cual, gracias a la consagración de los derechos y libertades individuales, la soberanía de los Estados, la sujeción del ejecutivo al legislativo y la laicización del Estado y la educación, especialmente, iba a hacer realidad la felicidad del pueblo colombiano. El apego de los radicales a “su” constitución fue tal, que se transformó con el tiempo en una verdadera idolatría que impidió su cambio. Aún evidenciados sus defectos, los radicales más fundamentalistas negaron la posibilidad de su reforma y, en contravía de lo que la mayoría del país empezaba a demandar, la hicieron imposible.

La libertades individuales sin responsabilidad ni límite

Es cierto que antes de las constituciones más liberales del siglo XIX – las de 1853, 1858 y 1863 –, la concesión de los derechos individuales había sido bastante restringida. De ello se apartó la última, que dejó establecido un catalogo extenso de garantías civiles, cuyo ejercicio se admitió con la mayor generosidad.

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Para la Revolución del Medio Siglo, el aseguramiento a los colombianos de sus derechos y libertades individuales era un fin medular. Sin esos beneficios para los asociados, todo lo que se hiciera en favor de la modernización económica y social del país, sería incompleto y, sobre todo, inequitativo. Bajo la dominación española y durante el período republicano de nuestras primeras constituciones, el Estado y sus agentes poco se ocuparon de admitir que su esfera de actuación tenía el infranqueable límite de la libertad y dignidad de los gobernados y mucho menos de aceptar que la finalidad más sagrada de las normas jurídicas era el respeto de los derechos de los particulares. Para los liberales, al contrario, el poder del Estado no estaba en contradicción con la esfera individual ciudadana, ante cuyas prerrogativas debía detenerse, so pena de violentar la igualdad. Reducir el Estado y limitar su proceder arbitrario, eran objetivos que los radicales consideraban inaplazables e imprescindibles.

Si bien es incorrecto decir que con la revolución de la segunda mitad del siglo XIX se estructuró en Colombia el Estado de derecho, no resulta impropio admitir que fue a partir de ese momento que se empezaron a colocar las bases jurídicas para restringir las arbitrariedades de las autoridades públicas. Y fue así, porque los derechos individuales, reconocidos por vez primera con cierto énfasis constitucional en la Carta de 1853, en su origen tuvieron el carácter de freno a las conductas oficiales en desmedro de los individuos. Aunque el Estado de derecho, como se sabe bien, responde a un conjunto normativo, totalizante y vinculante, que sujeta al Estado a un orden imperativo en todo su campo de actividad, el reconocimiento de los derechos individuales, en su momento, obedeció de a esa misma noción, porque pretendió sustancialmente erigirse en impedimento del abuso oficial. Aunque es verdad que la consagración de los derechos individuales buscó imponer conductas a todos los asociados, especialmente pretendió contraer las acciones de los agentes del gobierno para impedir que se invadiera la órbita de las libertades particulares.

La plataforma liberal de 1848, preparada por el ideólogo Ezequiel Rojas, enunció el objetivo de luchar a favor de los derechos individuales como la forma principal de combatir los abusos oficiales. Insertemos esos importantes conceptos: “…………….

“República quiere el partido liberal: quiere sistema representativo, real y verdadero, y no apariencias como las que existen”.

“Quiere que las libertades públicas y los atributos de la soberanía nacional se garanticen suficientemente, y no se les deje expuestos a ser invadidos y usurpados”.

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“Quiere que los derechos individuales y sus garantías sean realidades y no engañosas promesas; y quiere esto porque hoy los que ejercen los poderes públicos pueden hacer impunemente cuanto quieran, y pueden disponer de la vida de los hombres y de los intereses de la nación a su arbitrio; porque las instituciones no contienen freno alguno capaz de prevenir estos atentados (el subrayado no aparece en el texto original).

Manuel Murillo Toro, en su proyecto de constitución preparado en 1855 con ocasión del debate que culminó con la expedición de la Carta del 58, presentó a sus conciudadanos un enunciado de derechos individuales que reflejó muy bien el ideario radical sobre el tema. En su concepción de los derechos individuales, surge de manera apreciable el objetivo de obligar al Estado a no vulnerar la órbita de dichos derechos. La propuesta del tolimense expresó: “Se tendrán como condiciones esenciales de la unión, de cuya escrupulosa observancia debe cuidar el poder federal, las siguientes: ……………………….. 3ª La de que se reconozcan y practiquen como derechos incontrovertibles e inmanentes, de los individuos de la asociación, los siguientes: el de expresar de palabra o por escrito, en cualquier forma, su pensamiento y opinión sobre cualquiera materia, sin limitación alguna; el de instruirse enseñar sobre todo lo que puede alcanzar la inteligencia humana; el asociarse y reunirse con cualquier objeto, sin más restricción que la de no hacerlo con armas, y la de que, en el caso de verificarlo en la calle o edificio público, estará sujeta la reunión a la vigilancia y prescripciones de las autoridades encargadas de velar en la paz pública; el de mudar de domicilio y el de viajar por todo el territorio de la confederación y fuera de ella sin necesidad de pasaporte, salvoconducto u otro requisito semejante, y con sujeción únicamente a las autoridades del orden judicial por motivo criminal; el de profesar tanto privada como públicamente la religión que a bien tengan; el de consagrar sus facultades y capital al ramo de industria que elijan; el de la inviolabilidad de la correspondencia privada, y el de no ser penados sino en virtud de fallo de jurados que nunca serán menos de cinco”.

En la discusión sobre los derechos individuales, los constituyentes del 63 se dividieron profundamente. Desde un punto de vista general, había quienes favorecían el reconocimiento amplio y numeroso de los derechos y quienes propugnaban por garantías restringidas y reducidas. Los primeros, en términos generales, eran partidarios de consagrar los derechos generosamente en la misma codificación constitucional, en título especial. Los segundos, en algunos casos, se mostraron más inclinados a dejar en manos de la ley el otorgamiento de los derechos,

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limitándose la constitución a consignar un texto declarativo sobre la materia. Entre los partidarios de definir constitucionalmente los derechos individuales, hubo algunos que sugirieron dotar al ejecutivo de poderes extraordinarios para limitar el goce de ellos cuando sobrevinieran circunstancias especiales que afectaran la seguridad y el orden. Como dato importante debe mencionarse que en la redacción final del texto sobre garantías individuales, el único derecho que quedó restringido por razones de orden público fue el señalado en el inciso 16 del artículo 15, sobre la libertad de cultos. Este hecho viene a demostrar que, si bien para los delegados de Rionegro la libertad de cultos era muy importante, resultaba imprescindible prevenir su abuso por parte de los clérigos. Así, el único de todos los derechos individuales que quedó limitado constitucionalmente fue el de la libertad de cultos.

Del análisis de las actas en las que se trascribieron los debates de la convención sobre derechos individuales, se observa claramente que fue un asunto de marcado interés para buena parte de los delegados y que pocos se privaron de hacer conocer sus puntos de vista; numerosas fueron las intervenciones como también las sugerencias de textos alternativos y adicionales a los presentados originalmente en el proyecto para estudio del cuerpo constituyente. El tono de los debates en algunas ocasiones adquirió ribetes dramáticos, dando lugar en varias ocasiones a enfrentamientos personales entre los delegados. De estos enfrentamientos, el que se presentó entre los Generales Tomás Cipriano de Mosquera y José Hilario López, fue el más intenso y el que más enardeció el ánimo de los delegados.

La propuesta estudiada por la convención en segundo debate era casi tan amplia como el texto definitivamente aprobado. Con referencia a la disposición sobre derechos individuales sometida a estudio de la convención, el artículo finalmente acogido, correspondiente al 15 de la codificación, solo presentó algunas adiciones de importancia: el reconocimiento del derecho de los habitantes y transeúntes a no ser condenados a pena corporal mayor de diez años y la consagración de la libertad absoluta de imprenta y de circulación de impresos, esto último en concordancia con la libertad de expresar pensamientos de palabra o por escrito, sin limitación alguna, también consagrada en el articulo ya citado. El texto aprobado, además, adicionó al derecho de hacer el comercio de armas en tiempo de paz, la libertad de poseer armas y municiones. En otras modificaciones, más de forma que de fondo, se precisaron y completaron algunas expresiones del texto original.

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En relación con lo preceptuado en las constituciones de 1853 y 1858 sobre garantías individuales, la de 1863 aumentó los siguientes derechos:

La inviolabilidad de la vida humanaLa libertad de tener armas y municiones y hacer el comercio de

ellas en tiempo de pazLa libertad de expresar pensamientos de palabra o por escrito, sin

limitaciones, y la libertad absoluta de imprenta y de circulación de impresos

El derecho a no ser condenado a sufrir pena corporal por más de diez años

Desde un punto de vista general, el juicio adverso sobre los derechos individuales incorporados por el radicalismo en la Carta del 63, formulado especialmente por el sector conservadurista de nuestra historiografía, se orienta a sostener que algunos de estos fueron consagrados de manera muy amplia y generosa, lo que contribuyó a hacer posibles la anarquía, la insolidaridad y la inseguridad. Algunos de esos historiógrafos no limitan las glosas a las libertades creadas o ampliadas en ese año y las extienden, sin argumentación convincente, a la totalidad del acápite constitucional sobre la materia. A nuestro parecer, tal proceder no parece muy coherente, si tenemos en cuenta que el partido conservador había avalado con su voto favorable a la Carta de 1858 buena parte de los derechos y garantías individuales que, cinco años más tarde, ratificó la Convención de Rionegro.

La verdad es que habiendo resultado frustrados en cierta forma los avances en materia de garantías y derechos individuales logrados por las Constituciones de 1853 y 1858, en razón de la vigencia accidentada de ambas cartas fundamentales, la idea radical de echar por tierra la herencia feudal-colonial todavía presente en nuestras instituciones y orden jurídico, seguía siendo una mera aspiración. Los logros en libertades individuales de ambas constituciones, además, habían tenido limitaciones en cuanto a su grado de amplitud, pues el conservatismo condicionó su aceptación a la restricción en cuanto a su naturaleza y concepción. El más grande desmán del viejo orden, prorrogado en su esencia durante la primera etapa de nuestra vida republicana, surgía del otorgamiento ilimitado de prerrogativas a los gobernantes y a los ciudadanos protegidos por la oficialidad, y su mayor injusticia se derivaba de la negación sistemática de derechos a la gente del común. La arbitrariedad del Estado frente al individuo era una constante, y las posibilidades al alcance de este último para resistir al poder de la autoridad eran en la práctica nugatorias, si no inexistentes. Por esa razón, los constituyentes del 63 creyeron urgente facultar a los particulares con

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libertades civiles que permitieran el alcance pleno de su realización – de su dignidad – como seres humanos. Libertad, igualdad, propiedad, seguridad, acceso sin restricciones a la educación y a la religión, inviolabilidad de su existencia – especialmente –, conformaron el catálogo básico de los derechos que a juicio de los radicales debían consagrarse para promover la expansión y el respeto de las personas.

El absoluto librecambismo radical

La historiografía nacional más tradicional ha emitido un juicio de valor adverso al librecambio mantenido por los radicales durante su permanencia en el poder. Muchos analistas han coincidido en señalar que la eliminación o rebaja sustancial de los derechos de importación produjo un efecto negativo en la industria potencial del país y echó por tierra la posibilidad de contar con un desarrollo manufacturero que habría sido la redención de la economía nacional. Por lo demás, agregan los glosadores de la libertad comercial, al establecerse un modelo económico ampliamente favorable a los importadores, se estaba renunciando a la soberanía económica del país y permitiendo que fueran los países extranjeros, productores de las mercancías importadas por Colombia, los que tuvieran todos los beneficios de producción y definieran en cierta forma la suerte de la economía nacional. Por último, las opiniones adversas al libre cambio señalan que la apertura comercial puesta en práctica por los liberales fue la causa del atraso y pauperización de ciertas regiones de Colombia, especialmente la zona oriental.

Además de las conocidas defensas del sistema de libertad comercial formuladas por los autores de la medida y otros políticos y economistas liberales y conservadores del período del medio siglo, muchos historiadores colombianos de las nuevas corrientes académicas han puesto en duda las opiniones contra el librecambio y han defendido, como única alternativa posible de desarrollo económico en manos de los radicales, la adopción de dicha práctica. La conclusión general de estos estudiosos es que el país, a mediados de la centuria decimonónica, no tenía otro camino que el de implantar una economía abierta y establecer como base del crecimiento económico doméstico el modelo de las exportaciones agrícolas. Colombia en ese período de su historia no podía darse el lujo de desestimar unas condiciones de producción y de transporte favorables a las exportaciones del campo, sobre todo en una coyuntura en la que los mercados mundiales demandaban crecientemente los productos de la oferta exportable nacional y estaban dispuestos a

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pagar por ellos un buen precio. El argumento adicional en favor de la política radical librecambista, según los mismos especialistas, partió del hecho incontrovertible del fracaso que habían tenido en el pasado las políticas económicas antiliberales, que se revelaron incapaces de crear una industria nacional a partir de un sector artesanal protegido por muchos años con altos derechos de importación. Según esta opinión, el proteccionismo por sí solo no tenía la virtud de hacer desarrollar una industria. Su incidencia era incluso nociva, porque concedía privilegios que permitían a los nacionales producir y vender sin el esfuerzo de mejora continua que exige la competencia industrial y obligando a los consumidores a pagar altos precios por los productos.

Las razones elementales que vengo de anotar están naturalmente desarrolladas en argumentaciones bastante más complejas, referidas algunas de ellas a las condiciones particulares del país. Dada la enorme importancia que reviste este aspecto del librecambismo en el siglo XIX, examinemos varias de las ideas formuladas.

Como punto de partida de este análisis, es necesario considerar, en mi opinión, las características materiales de Colombia en el siglo XIX, para deducir a partir de ellas el proyecto de desarrollo económico que resultaba más coherente con esa realidad. En su condición de país dotado de condiciones físicas especiales, Colombia estaba conformada en varias zonas claramente diferenciadas: la zona de la costa Atlántica, la región oriental situada en la cordillera de tal nombre (Boyacá, Cundinamarca, Santander y Tolima), la región antioqueña y el Cauca. Entre estas regiones existía un intercambio de bienes y personas especialmente limitado y cada una de ellas, por el aislamiento, era independiente y relativamente autosuficiente. Por ser el espacio regional tan extenso y estar, además, internamente fragmentado por accidentes geográficos, en muchos casos existía aislamiento entre zonas al interior de la misma región. Las condiciones derivadas del gran distanciamiento geográfico entre áreas y poblaciones, se veían agravadas por la inexistencia de caminos o vías apropiadas de comunicación y, de esa manera, la circulación de productos resultaba muy restringida. Como resultado forzoso de esa condición, coexistieron en todo el país muchos mercados, la mayoría de los cuales no alcanzó siquiera la dimensión regional. La inexistencia de un mercado nacional fue el efecto de esta situación: sin mercados consolidados a nivel nacional y regional y ausente la competencia en el nivel global, la agricultura apenas creció débilmente, sin el aliciente de la productividad y la mayoría de las veces con productos de baja calidad. La ausencia de posibilidades de comercialización de productos a una escala importante limitó

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enormemente la producción e impidió la formación de excedentes para adquirir otros bienes. Salvo algunas vías reducidas, el único recurso de movilización y transporte era el río Magdalena, que atravesaba en trechos navegables buena parte del país de sur a norte. El río era básico para la comunicación entre regiones y poblaciones nacionales y servía de arteria de conexión con los puertos de salida de los productos del país. Sin embargo, la buena comunicación asegurada por el Magdalena se veía obstaculizada enormemente cuando se dejaban las orillas del río y se emprendían las rutas hacia las ciudades del interior. Con esa posibilidad tan reducida, el transporte de productos, especialmente de equipo e insumos, era prácticamente nulo.

A las condiciones de aislamiento general hay que agregar la situación anacrónica del sector agrícola colombiano. La tierra no circulaba por el peso de gravámenes y restricciones de toda clase; la economía asalariada para servir el campo era prácticamente inexistente; no había formas de asociación para explotar la agricultura, y latifundios inmensos permanecían vírgenes o sometidos a una economía de subsistencia familiar. Aislada y sin mercados relevantes, la producción rural canalizable hacia el interior del país era muy limitada, salvo en el caso de contados productos con excesiva demanda. Así las cosas, solamente las posibilidades de producir para el exterior eran favorables. Si la débil demanda interna no alcanzaba a motivar la creación de empresas significativas de producción, la demanda internacional, fuerte y estable, sí estaba en capacidad de movilizar recursos importantes hacia áreas de vocación agrícola. Los precios y exigencias de producto que regían en Europa satisfacían las aspiraciones de los productores nacionales, y la alternativa de transporte a vapor por el río Magdalena aseguraba costos razonables. La oferta de transporte para enviar los productos era creciente, con la posibilidad de fletes económicos que aprovechaban carga de compensación. El tabaco, la quina, el añil, el algodón y los otros productos que se exportaron durante el boom exportador, no eran productos de acelerada perecibilidad ni exigían condiciones de producción, cosechamiento, tratamiento, empaque y transporte especialmente difíciles. Tratándose de productos básicos, además, no resultaba difícil hacer contacto con los distribuidores del viejo continente, con quienes, dadas las condiciones del mercado en buena parte del siglo XIX, no aparecía tampoco complicado lograr un acuerdo de precios que llenara las aspiraciones de los empresarios nacionales. Las condiciones del mercado internacional, pues, estaban servidas en bandeja para los productores colombianos y su desaprovechamiento hubiera sido imperdonable. Las condiciones

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especiales que vengo de describir hicieron que en Colombia la formación y definición de un capitalismo interno no hubiera precedido la inserción de nuestra economía en el capitalismo global.

Las condiciones limitantes antes observadas, obligan a aceptar como necesario y conveniente el modelo económico de libertad comercial practicado por los radicales a partir del medio siglo, fundamentado en el desarrollo de las exportaciones agrícolas y en la complementaria apertura de las aduanas para los productos provenientes del exterior (el país no podía pretender vender sus productos al exterior si a su vez no adquiría e importaba bienes de los países extranjeros). Es en ese sentido que se ha pronunciado una buena parte de nuestra historiografía más reciente, en contravía de las opiniones adversas de académicos tradicionales. Jorge Orlando Melo, reputado historiador nacional, expresa sobre el tema la conclusión que sigue: “No debe verse, pues, la orientación hacia el exterior de los empresarios más activos como el resultado de una decisión más o menos arbitraria, motivada por razones subjetivas o por la penetración de las ideologías liberales en el mundo cultural colombiano. No es arriesgado decir que, en sus líneas generales, ésta era la única decisión posible durante la época; el pensamiento liberal europeo, y en particular su modalidad económica librecambista, resultaba atractiva para los comerciantes del país y para los terratenientes menos tradicionales porque daba una justificación aparentemente científica (y el liberalismo económico se llegó a identificar en los escritores de la época, cualquiera que fuese su partido político, con la ciencia económica) al único proyecto de desarrollo económico que ofrecía algunas perspectivas”.

Refiriéndose al aspecto anterior, otro de los rigurosos investigadores del pasado económico colombiano, José Antonio Ocampo, expresa: “….……………………..la primacía de las exportaciones en el siglo XIX no fue el resultado de una decisión de la burguesía colombiana, ni de una política económica que se escogiera entre una serie de alternativas posibles, como algunas interpretaciones históricas lo sugieren, sino de condiciones objetivas, tanto internas como externas.. La ideología librecambista que surgió para expresar esta primacía del desarrollo exportador fue, así, resultado de condiciones materiales concretas; es decir, una ideología históricamente necesaria y no una política económica errada. En el caso colombiano hay diversos factores que corroboran claramente la necesidad histórica de este tipo de pensamiento. En efecto, la ideología del librecambio fue expuesta desde fines de la colonia, tanto por representantes de la corona como por otros tratadistas económicos”.

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“En el período republicano, sin embargo, apareció, no solo como un legado colonial, sino también como resultado del fracaso del proteccionismo en las primeras décadas de la república, de la industrialización fallida de la década de 1830 y, en general, de la crisis económica de la primera mitad del siglo XIX. Todas estas experiencias sirvieron para reafirmar, tanto entre los pensadores liberales como los conservadores, la idea de que la economía tenía que volcarse necesariamente hacia el exterior si aspiraba a un desarrollo moderno. La discusión entre libre cambio y proteccionismo se convirtió así en un asunto político secundario, hasta que la expansión del mercado interno permitió concebir el surgimiento de una industria moderna sobre la base de un mercado protegido. En el intermedio, la política arancelaria fue esencialmente fiscalista (este era precisamente el sentido del libre cambio en la política tarifaria para los liberales colombianos del siglo pasado), y no ocupó ningún papel esencial excepto durante los breves enfrentamientos entre el Estado y los artesanos”.

El conocido historiador Jaime Jaramillo Uribe, expuso hace algo más de diez años algunas opiniones sobre el liberalismo de mediados del siglo XIX, que también vale la pena consignar. En una entrevista concedida a los editores de la revista oficial de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en 1989, Jaramillo se refirió a las críticas que había formulado al liberalismo del medio siglo y precisó el alcance de esas glosas. “En primer lugar debo aclarar que mi crítica se orientaba hacia ciertos sectores excesivamente doctrinarios que propiciaron quizá el ambiente conflictivo de la época. Reflexionando más tarde sobre el conjunto de la situación, me he explicado mejor el papel desempeñado por esa generación liberal al hacer un esfuerzo para incorporar el país a las ideas y costumbres del mundo moderno, por vincularlo a la civilización, como decían ellos, un esfuerzo para descolonizar y desprovinciar al país. Que en la praxis de esa empresa cometieron errores, puede pensarse que sí. Pero que esos esfuerzos estaban bien orientados se demuestra con el hecho de que aún en el movimiento de la Regeneración y en la propia Constitución de 1886 que pretendían rectificarlos, tuvieron que mantenerse principios políticos e instituciones de carácter liberal..……” Y refiriéndose a la crítica formulada a los radicales de adoptar ideas ajenas a la realidad nacional, Jaramillo anota: “Al respecto hay que preguntarse cuál era nuestra realidad. Había una realidad para el sector liberal de la elite dirigente, otra para los sectores más tradicionalistas de esa elite, otra para los artesanos, otra para los peones de hacienda, otra para los desocupados y mendigos. Para la elite liberal y aun para los sectores conservadores, los mayores problemas del

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país eran el atraso y la pobreza. El país, o ellos, debían enriquecerse porque dentro de la pobreza tradicional no era posible ningún progreso social. Para esto debían estimularse la iniciativa y las energías individuales. Del Estado y de la burocracia de entonces no podían esperarse cambios de importancia. Para mejorar la educación y la cultura era inevitable el conflicto con la tradición española tal como se había estabilizado e interpretado entre nosotros por los sectores tradicionalistas. Para modificar la realidad – y de eso se trataba – unos perderían y otros ganarían. La cuestión importante era captar las metas, la dirección que tomaba el mundo occidental, a la cual mal que bien pertenecíamos nosotros, y eso, creo yo, lo vieron bien nuestros liberales del siglo XIX. Que tuvieran, por ejemplo en su concepción de la economía, una visión más social, una actitud más crítica frente a la teoría económica clásica en la cual creían firmemente, es pedir que hubieran hecho entonces lo que se cree hoy que debe hacerse y que hoy es posible hacer”. Para Jaramillo, tres razones fundamentales desvirtuaban los reparos formulados contra los radicales en materias económicas. En primer lugar, “El pensamiento económico liberal basado en el principio del laissez faire o mercado libre era el dominante en el mundo, al menos en su epicentro del desarrollo económico que era Europa. Allí daba frutos positivos, aunque creara problemas nuevos, los problemas propios del capitalismo moderno que los liberales no percibieron muy bien y que denunciaron Marx y los pensadores del naciente socialismo”. Como segundo argumento, Jaramillo agregó: “En las condiciones económicas colombianas de entonces no había ni mejores ni más prácticas alternativas de política económica que exportar materias primas agrícolas, ganaderas y mineras para adquirir bienes de importación, por ejemplo, una mínima tecnología agrícola moderna o bienes de consumo que por las transformaciones en el gusto de ciertos sectores de la población se apetecían. La contraposición moderna entre el Estado y el individuo como elementos dinámicos del desarrollo económico no venía al caso si pensamos en lo que era el Estado colombiano, cualesquiera que fuesen sus principios o intenciones, como eficaz gestor de la economía. Por ejemplo, ¿podría pensarse que dadas las técnicas de administración de entonces y la preparación de la burocracia, el estanco oficial del tabaco habría podido adelantar una política de exportaciones que los empresarios privados, al decretarse la libertad de cultivo y comercialización, comprobaron que eran capaces de realizar? Uno de los puntos de apoyo de los antiliberales de la época y de los críticos a posteriori de la política liberal fue la política de aduanas, de derechos más o menos bajos para las importaciones, política que según ellos frustró nuestro desarrollo industrial al debilitar o eliminar la

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producción de lienzos del Socorro o de monturas de Pasto. Pero, ¿puede pensarse que de la industria casera de entonces podría salir algo como la industrialización de Colombia? Los conocedores de la industria económica saben que la industria moderna no salió del artesanado sino de sus ruinas. Desde luego que la operación laissez faire fue traumática y que produjo ganadores y perdedores. En este último caso los perdedores fueron los artesanos y ello política y socialmente fue lamentable. Pero, ¿qué cambio de ese tipo no produce traumatismo y pérdidas?” Y concluye Jaramillo con un argumento: “La prueba de que no había muchas alternativas viables es que nadie las propuso en su momento. Todos, liberales y conservadores, eran librecambistas Lo que ocurre es que hay sociólogos, economistas e historiadores que tratan de corregir retrospectivamente la historia viendo el pasado con los ojos del presente y proponiendo para el pasado las soluciones de hoy. Hay en estas críticas otro problema; se atribuyen a la teoría o a la política económica los fracasos que provienen de otras causas. Investigadores tan serios de la historia económica de ese período como José Antonio Ocampo han demostrado que los fracasos de la política exportadora del siglo pasado no se debieron a que dicha política fuera liberal, sino a fenómenos internacionales y a deficiencias humanas y técnicas de los empresarios, como ocurrió en el caso de la quina y el tabaco”.

El exagerado federalismo de los radicales

No es cierta la opinión relativamente generalizada de un sector de la historiografía colombiana que considera el sistema federal adoptado en Riongro como extraño a nuestra tradición constitucional. En los albores de la independencia, muchos colombianos adhirieron a él para instrumentar bajo sus principios nuestra primera versión de gobierno republicano. Más tarde, en la Convención de Cúcuta, el pensamiento federal tuvo exponentes muy importantes, quienes, por razones de tipo político y enfrentados al indestructible prestigio del Libertador, fueron impotentes en su intento de promover la descentralización federal como forma de las instituciones. En la frustrada Convención de Ocaña, la idea descentralista, soportada por los amigos de Santander, seguramente se hubiera impuesto, de no haber mediado el saboteo del ala bolivariana, antifederal hasta el delirio. Hasta 1853, la organización político-administrativa del país se movió bajo esquemas centralistas, a pesar de alguna apertura hacia las provincias. Éstas, sometidas en lo principal a la hegemonía de la capital, poco o nada gozaron de autonomía relevante.

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Sólo en la Carta de ese año, con cierta timidez, se adoptaron principios de autonomía provincial. En desarrollo de esa norma básica, las regiones fueron reconocidas por el orden jurídico fundamental y la profusión de codificaciones constitucionales de alcance provincial do se hizo esperar. Hay que aceptar que las normas del 53, a pesar de la creación de las provincias, confirieron al poder central grandes atribuciones. Su esquema fue centro federal.

La fiebre autonomista – “soberanista”, la llamaríamos mejor – no se hizo esperar y el orden jurídico del 53 saltó en pedazos, presionado por la creación acelerada de Estados soberanos. Aunque en estricto derecho solo Panamá tuvo esa naturaleza, los demás, según el espíritu de la ley, también la tuvieron.

La Constitución de 1858 se dictó para legitimar el hecho de la creación de los Estados y darle al país un estatuto que prescribiera un nuevo orden bajo la vigencia de esa nueva circunstancia. La Confederación Granadina fue su obra; sus normas no dieron a los Estados el carácter de soberanos. Los conservadores, centralistas hasta los tuétanos, aprobaron a regañadientes ese código, y Ospina Rodríguez, el presidente de la confederación, lo sancionó haciendo “pistola con los dedos de los pies”.

A Mosquera poco le gustaron las leyes centralistas con las que el congreso y el gobierno conservadores torpedearon la carta fundamental y decidió, movido por esos hechos, armar “su” marcha guerrera que triunfó en 1861 en las faldas de Subachoque y en las calles de Santa Fe de Bogotá.

Presionado por los liberales radicales, el líder caucano, flamantemente denominado Presidente Provisorio de la Unión, se vio en la obligación de convocar una convención nacional que diera al país una nueva estructura constitucional. El orden jurídico vigente en ese momento adolecía de respaldo democrático, pues estaba apenas fundado en una victoria militar y en varios pactos de unión suscritos por caudillos de varios Estados.

En Rionegro, dada la presencia exclusiva de diputados liberales, no surgió la pugna entre centralismo y federalismo, pero sí la que enfrentó concepciones diferentes sobre el sistema federal que debía aprobarse. Mosquera y sus seguidores propugnaron por un federalismo exagerado, en el que los Estados, dotados de soberanía, delegaban en el poder general escasas facultades. Para ellos, lo dispuesto en el pacto de unión firmado en 1861 debía respetarse a toda costa. Por su parte, los radicales quisieron un sistema federal como el aprobado en la Carta del 58, que no daba a los Estados el calificativo de soberanos y establecía un

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repartimiento racional de competencias entre el poder central y los poderes regionales. Hay que aceptar, sin embargo, que estas dos definiciones de federalismo perdieron su nitidez a lo largo de los debates de la convención, saliendo avante al final la tesis federal mas extrema que defendía la soberanía primaria de los Estados y otorgaba facultades derivadas y limitadas al gobierno de la unión.

La calidad de soberanos conferida a los Estados por la Carta del 63 tenía el antecedente de las leyes dictadas entre 1855 y 1856, período durante el cual se crearon los ocho Estados que conformaban la nación Aunque Panamá fue el único que recibió expresamente tal calificativo, no puede negarse que el espíritu del legislador de aquel entonces no pudo haber sido el de introducir dos categorías de entes estatales, a saber uno soberano y los demás desprovistos de esa condición.

Para Salvador Camacho Roldán, el calificativo de soberanos dado a los Estados quiso encerrar la idea de que “esos grupos de reciente creación gozaban de un derecho que podía ser en ciertos casos superior al de la nacionalidad. Idea falsa que el espíritu de imitación del General Mosquera tomaba de la secesión de los Estados del sur de los Estados Unidos del norte, entonces en toda su fuerza y aún con esperanzas de triunfo”. Y concluyó: “De esta suerte, él (Mosquera) agregaba una cuerda más a su arco: la de separación de los Estados de Antioquia y del sur, en el caso de que sus pretensiones no tuviesen apoyo en los del norte; idea que él parecía alimentar desde que en 1857 y 1858, en la discusión de la forma federal, había propuesto y sostenido dar al Cauca la mitad o más del territorio de Colombia, y de la que tornó a hablarse en relación con él, en 1865, con ocasión de la famosa conferencia de los gobernadores de Cauca y Antioquia”.

Es indudable que a pesar de haber sido Mosquera el principal promotor del artículo que comentamos, su espíritu y su letra terminaron recibiendo la bendición de los convencionistas. En realidad no se desprende de las actas de la constituyente que haya existido una oposición al contenido de la disposición, que en el fondo colocaba los Estados por encima de la nación. El respaldo a este principio se apreció en forma clara durante los debates sobre el alcance del pacto de unión; en el espíritu de éste y en el acuerdo que permitió su derogatoria por los plenipotenciarios de los Estados, el principio de la soberanía de los Estados quedó entronizado.

La forma federal de organización acogida en la Carta del 58, determinó de manera principal las competencias del gobierno general y señaló en forma secundaria o derivada las correspondientes a los Estados. Éstos, aunque habían adquirido independencia y autonomía (para algunos

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soberanía) durante el período anterior a la aprobación de esa carta, fueron “puestos en cintura” por el texto constitucional, que les otorgó una competencia derivada. El artículo 1º del cuerpo normativo del 58 no dejó dudas a ese respecto, pues no solamente procedió a fijar con prioridad las atribuciones del gobierno general, sino que estableció perentoriamente en esa disposición que los Estados quedaban sometidos “a las decisiones del gobierno general, en los términos establecidos en esta constitución”. Esta concepción no se reiteró 5 años más tarde cuando se adoptó la Constitución del 63. En ésta, como vimos, la titularidad de las funciones se entregó a los Estados, dejándose en manos del gobierno general una competencia derivada o remanente. Aunque lo anterior pudiera parecer una simple cuestión de semántica constitucional, encierra, a nuestro modo de ver, un punto de partida sustancial sobre la organización del Estado.

La concepción de esta disposición permite concluir que la competencia del gobierno general es derivada o de segundo grado y la de los Estados primaria u original. Como tantas veces lo hemos señalado, la adopción del principio de la competencia principal de los Estados – para algunos, soberanía inmanente –, fue el efecto obligado de la situación política que vivió el país durante el gobierno de Ospina Rodríguez. La empecinada y agresiva acción del gobierno de la Confederación Granadina por hacer prevalecer sus tesis centralistas en contra de lo preceptuado en la carta constitucional del 58, provocó, como era de esperarse, una reacción violenta a través de la guerra; la victoria de los federalistas, con Mosquera a la cabeza, quien representaba en ese momento la postura más radical a favor de la autonomía de los Estados, creó las condiciones para que hiciera carrera un federalismo fundamentalista.

Visto lo anterior, no puede aceptarse la opinión de algunos historiadores que ven en el federalismo consagrado en Rionegro una teoría absurda, desprovista de todo vínculo con la realidad del país. Tampoco es de recibo la idea formulada por algunos de que los constituyentes liberales, al acoger el federalismo en el 63, pusieron en práctica un sistema ajeno al pasado constitucional de la república. Los antecedentes próximos del 53 y el 58 y otros de años precedentes, ya tratados en este ensayo, sustentan este último punto de vista. Varias de las constituciones colombianas expedidas en el siglo XIX, fueron efecto de la anterior coyuntura política, social y económica, la cual, al ser cuestionada por el partido o los partidos dominantes, se resolvió, o pretendió resolverse, con el reemplazo del orden jurídico fundamental. La Carta del 63 no fue una excepción a ese modo de proceder.

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En contra de la idea sostenida en este ensayo que identifica las acciones del gobierno conservador de Ospina contra las instituciones federales como la razón principal que explica la drástica reacción federalista contenida en la Carta de 1863, varias han sido las opiniones registradas en nuestra historiografía. Por el lado de los académicos tradicionales, el concepto que prevalece es el que considera el federalismo del 63 como una forma de organización reñida con la tradición y en contravía de unificación de la nación. Desde la perspectiva de otros analistas, el federalismo de la Carta de Rionegro, además de otros conceptos y principios consagrados en ella, ha sido apreciado más bien como el resultado de una postura defensiva de los constituyentes radicales a las pretensiones caudillistas de Mosquera; en ese sentido, el federalismo fue entendido como un debilitamiento del poder central, que contribuía a restringir el radio de acción del gobierno general en una eventual presidencia de Mosquera.

A nuestro juicio, el juego combinado de dos grandes prevenciones obligó al radicalismo a asumir en el 63 ciertas posiciones constitucionales más reactivas que proactivas y a abstenerse de promover ideas más justas y efectivas sobre la organización del Estado. En primer lugar, la desnaturalización jurídica del federalismo por el gobierno y el congreso de la Confederación Granadina y la conculcación de las garantías de autonomía de los Estados federales por parte de las autoridades, sin renunciar al medio de la agresión militar, contribuyó a que los diputados radicales presentes en la convención del 63 favorecieran normas a favor de la independencia de las secciones e impidieran la intervención del poder ejecutivo en asuntos de orden público que afectaran su esfera de acción. Queda claro que el radicalismo, no obstante lo anterior, se mostró partidario de establecer un régimen federal razonable y equilibrado, inspirado en la Constitución del 58. Su pretensión, por múltiples causas, se vio parcialmente frustrada.

Las fuertes presiones de Mosquera en la convención y la perspectiva azarosa de su futuro político, conformaron la segunda causa de la actitud radical en el 63. Frente a esta situación, a ese grupo político no le quedó más camino que oponerse a la influencia del líder caucano y buscar la consagración de disposiciones que restringieran las facultades del poder ejecutivo en el futuro. En lo primero obtuvo algunos éxitos, pero tuvo que resignarse a aceptar en varias materias las tesis mosqueristas. En lo segundo logró algunos objetivos importantes, pero incurriendo en el gravoso costo de afectar instituciones vitales para el buen ejercicio del gobierno.

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A pesar de la contundencia de los anteriores conceptos, hay que admitir que el radicalismo, de manera general, comulgó doctrinariamente con los grandes fundamentos teóricos que presidieron la Constitución de 1863. Sus concepciones políticas encontraban en la federación, en la primacía del poder legislativo sobre el ejecutivo y en la sujeción de las jerarquías religiosas al poder del Estado una identificación con los principios que ese grupo ideológico había defendido y promovido años atrás. El tratamiento que la Carta del 58 había dado a estas materias, tenía la aceptación de la mayoría de los radicales; la forma y alcance con que fueron reguladas e incorporadas en el 63, sin embargo, no reflejó plenamente las aspiraciones que tenía ese grupo sobre la estructura del Estado.

Tal vez la polémica más encendida desatada por la Carta de Rionegro fue la relacionada con las pocas facultades que ella confirió al poder ejecutivo para asegurar el orden público en los Estados. El principio de la no intervención del gobierno de la unión en las contiendas surgidas en los Estados federales había sido acogido en el orden constitucional de 1858 y persistió con mayor fuerza en el siguiente. Tal concepción, que pretendió “descentralizar” el orden público y localizar los conflictos en su origen, impidiendo su extensión a toda o a una parte importante de la nación, introdujo un elemento en principio consecuente con la doctrina federal, pero que con el tiempo se reveló en contravía de la armonía y la seguridad del país. No obstante que en alguna forma logró evitar la generalización de las luchas locales, sirvió para incentivar las conflagraciones en esos niveles, que fueron numerosas y de graves efectos.

Con relación al orden y seguridad de los Estados, el artículo 17 de la Carta del 63, que determinó las competencias delegadas del gobierno central, guardó absoluto silencio. Además, el artículo 19, incluido en la sección sobre condiciones generales de la unión de los Estados, expresó: “El gobierno de los Estados Unidos no podrá declarar ni hacer la guerra a los Estados sin expresa autorización del congreso, y sin haber agotado antes todos los medios de conciliación que la paz nacional y la conveniencia pública exijan”. Finalmente, el artículo 66 sobre las atribuciones del Presidente de la Unión, se limitó a consignar la facultad de “velar por la conservación del orden general”.

Como fundamento de la idea que llevó a la marginación del gobierno central de los problemas internos de orden público, los constituyentes del 63 consideraron sano el principio de la localización de los conflictos, gracias al cual los desórdenes al interior de los entes federales se desataban y resolvían sin que mediara la intervención de las

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autoridades del gobierno de la unión. Esa solución – pensaron – eliminaba la causa de la nacionalización de las guerras y evitaba la repetición de hechos dolorosos del pasado, especialmente de los ocurridos a comienzos del decenio de 1860.

Los efectos en el devenir nacional del hecho constitucional que comentamos, fueron ciertamente dañinos, sin tener la proporción catastrófica que muchos analistas les adjudican. En efecto, muchos de los conflictos locales sucedidos después de aquel año se hubieran convertido, con la intervención activa del Estado central, en guerras de repercusión nacional de consecuencias quizás más dañinas que las que efectivamente se produjeron. El propósito del constituyente del 63 – que en estos asuntos, como se dijo, reiteró el principio adoptado en la carta constitucional previa – fue el de desconcentrar las luchas políticas para evitar que sus dañinas secuelas se extendieran a toda la nación y degeneraran en guerras de mayor extensión e intensidad. Ese propósito era loable y no pretendía, como piensan algunos, entronizar la “anarquía organizada”, sino ahorrarle conflagraciones al país, dejando que ellas nacieran y se agotaran en la región que las originó. Sin embargo, la convención del 63 partió de un error de cálculo histórico, al creer que las entidades federales vivían en una situación de aislamiento gracias a la cual las conflagraciones se agotarían con la sola participación de las autoridades, actores y partidos políticos locales. En verdad, ello no sucedió así, y los desórdenes se promovieron y amplificaron como resultado de las solidaridades diversas, especialmente las de partido. Pasados algunos años, el mismo Estado terminó involucrándose en varias luchas regionales, violentando de tal manera el principio de neutralidad consagrado en la constitución.

Felipe Zapata, excelso doctrinario liberal, expresa en forma magnífica la idea anterior y resalta, para sustentar su enjuiciamiento a la Carta del 63, el contraste entre ella y la constitución americana sobre el tratamiento de la seguridad y el orden interno. Los conceptos de Zapata que reproducimos a continuación fueron formulados por él en 1870.

Expresa Zapata: “El Congreso de 1858 se encargó de adaptar las instituciones americanas a nuestras necesidades, y lo hizo con feliz éxito; pero en materia de orden público introdujo modificaciones profundas que minaron las nuevas instituciones y abrieron el período de guerra civil que principió con la revolución de Santander en 1858 y que no se ha cerrado aún.

“La constitución americana que, en sus recientes enmiendas, es la más sólida y hermosa estructura que ha levantado entre los hombres la

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idea republicana, establece principios diametralmente opuestos a los que rigen entre nosotros, en lo que se refiere al orden público.

“Los Estados Unidos, dice esta constitución, garantizan a todos los Estados de esta unión una forma republicana de gobierno, y protegerán a cada uno de ellos contra las agresiones exteriores; y contra la violencia interior cuando así lo solicite su legislatura o el ejecutivo, si la legislatura no pudiere ser convocada.

“La ley de 28 de febrero de 1795, que desarrolla la cláusula anterior de la constitución federal, dice “ ……….. en el caso de una insurrección en algún Estado contra su gobierno, será lícito al presidente de los Estados Unidos, a requisición de la legislatura de dicho Estado, o del ejecutivo (cuando la legislatura no pueda ser convocada) citar las milicias de otro Estado o Estados, a los cuales pedirá el número que juzgue conveniente para sofocar dicha insurrección.

“El Congreso de 1858 no quiso adoptar disposiciones semejantes a éstas porque juzgó que el medio de afianzar el orden público era descentralizar las luchas políticas; localizar sus devastadores efectos en determinados Estados, y dar un respiradora a los odios civiles para que las instituciones no pereciesen por el excedente de fuerzas que era menester comprimir.

“Creyose que los partidos iban a perder sus antiguos vínculos y que ya no ocuparían sino en obtener el triunfo en los Estados; que la paz general iba a verse asegurada, porque la nación sería gobernada en cada sección por la opinión dominante. Estas previsiones fueron frustradas; la solidaridad de los partidos subsiste y subsistirá mientras haya creencias o intereses comunes; la intervención de los partidos en las lucha de otros Estados es un hecho imposible de evitar; y la misma neutralidad del gobierno general ha venido a depender de la política de los que los ejercen”.

Y en relación con los graves disturbios ocurridos en el país después de la vigencia de la Constitución de 1863, Felipe Zapata acota: “Las revoluciones descentralizadas han prosperado como todos los asuntos confiados a las secciones. En doce años de federación hemos tenido veinte revoluciones locales y diez gobiernos destruidos por las armas. No se han podido localizar los efectos de la guerra, porque ella siempre afecta a los Estados; decide de sus cuestiones, y mantiene en alarma a todo el país, que a cada revolución parcial teme que ella se convierta en guerra nacional. Las revoluciones locales han venido a ser el camino indirecto para llegar al gobierno de la Unión; son como los combates que se libran entre avanzadas para tomar posiciones antes de una batalla general……………………..”.

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En el proyecto de constitución sometido a consideración de la convención en segundo debate, se dio al ejecutivo una facultad precisa y clara para conservar y restaurar el orden público en el país. Su artículo 52, que definió las atribuciones del Presidente de la Unión, expresó en su ordinal 20: “Velar por la conservación del orden general, y cuando ese orden sea turbado, empleará contra los perturbadores la fuerza pública de la unión”. En forma consistente con la norma anterior, la comisión de diputados radicales incorporó en el proyecto de constitución una importante disposición que limitaba la fuerza permanente de las entidades federales en tiempo de paz. A ese efecto, el artículo 11, ordinal 8º, señaló como uno de los compromisos constitucionales de los Estados “no mantener en tiempo de paz fuerza pública en servicio activo que exceda de trescientos hombres armados”.

En el debate sobre el tema del orden público, desarrollado en la sesión del 7 de abril de 1863, el artículo 52 sometido a consideración de la convención fue recortado en su parte más sustancial, lo que terminó modificando su concepción original. La discusión del texto del artículo se dividió en dos partes, dejándose para el debate final el texto del proyecto que seguía después de la palabra “general”. La primera parte se adoptó y la segunda se negó, esta última con la única oposición de los diputados Lleras, Zaldúa y Otálora. Poco o nada conscientes eran en ese momento los delegados de la trascendencia de una decisión que sería fuente de infortunios para toda la república. Los pormenores de ese debate los da a conocer en sus Memorias Salvador Camacho Roldán. Citemos aquí su narración textual, que se entiende por sí sola. “Los artículos (los que propuso la comisión de radicales sobre la cuestión del orden público) hubieran pasado – expresa Camacho –; pero en estos momento tomaron la palabra a favor de ellos los señores Ramón Gómez y el General Mosquera desarrollando la teoría de que no tanto se trataba de la conservación del orden y de la paz , cuanto de impedir que jamás volviera al poder el partido conservador, para lo cual era necesario quitarle la esperanza de adueñarse y hacerse fuerte en los Estados creando en el Gobierno Nacional una supremacía y una fuerza capaces de supeditar fácilmente a aquellos. Tan extraña teoría en los labios del hombre que aspiraba a gobernar indefinidamente en el país, que por la ley inexorable de las revoluciones debería ser el primer presidente y el primer ejecutor de la constitución, produjo un efecto contrario al que los oradores se proponían. Esas palabras dejaron comprender que para sojuzgar de un modo permanente la idea conservadora, era preciso también sojuzgar la idea liberal; es decir fundar un gobierno absoluto. El autor mismo de los artículos (el autor de la cita) lo declaró así con

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franqueza, expresando que entre el peligro de la anarquía permanente y el de la tiranía permanente prefería el primero; que los conservadores eran también colombianos y debía dejárseles libertad para entrar en la lucha política de las ideas y llegar al poder público el día que el pueblo se sintiese fatigado de la dominación liberal, en cuya situación habría siempre una garantía de moderación en los gobiernos y una competencia de buenos procederes que son los que a la larga forman las mayorías populares. En consecuencia declaró que votaría, como en efecto votó, negativo a sus propias proposiciones”.

Del desarrollo del debate sobre el artículo 52 del proyecto, sobre facultades del gobierno central en materia de orden público, puede deducirse claramente que la posición asumida por los radicales frente a su conveniencia obedeció fundamentalmente a la actitud sectaria y autoritaria del General Mosquera, que los obligó a tener que negar una norma que en teoría consideraban absolutamente positiva y justa. El síndrome “Mosquera”, pues, volvía a estar presente en las deliberaciones y decisiones constitucionales de 1863. Y no precisamente en un tema banal: en el aspecto de mayor trascendencia sobre la organización del Estado, el que se refiere a la instrumentación del sistema de equilibrio de poderes entre el nivel de autoridad central y el de las entidades regionales federales. Los constituyentes, ante una propuesta lógica formulada por la comisión encargada del proyecto de constitución, abdicaron del sentido común en el que ella se fundaba y prefirieron acomodar la norma a las circunstancias para evitar los riesgos tiránicos y autoritarios que representaba el General Mosquera en el futuro. Una vez más, y en asunto neurálgico, el radicalismo se privaba de hacer valer sus más íntimas convicciones políticas y accedía a renunciarlas a favor de mecanismos que limitaran el posible ejercicio antidemocrático del poder ejecutivo.

Es difícil remontar con argumentos válidos el cuestionamiento que se ha hecho de la constitución del 63 de haber introducido un federalismo exagerado y desequilibrante. Historiadores sólidos, de espíritu absolutamente objetivo, han reconocido que el sistema político y administrativo incorporado ese año introdujo en la nación factores que contribuyeron a propiciar el desorden institucional y a crear las condiciones para el desarrollo y consolidación de fuerzas regionales dispersas que comprometieron la unión y la solidaridad nacional. Jaime Jaramillo Uribe, por ejemplo, admite en uno de sus escritos sobre los derechos otorgados en las reformas radicales que “al menos teóricamente, con excepción quizás del extremado federalismo, ninguno de los derechos conducía necesariamente a la anarquía”.

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Pero si bien es insuperable el juicio contrario al federalismo exagerado de Rionegro – los Estados federales por encima del Estado de la unión –, a nuestro juicio no pueden dejar de evidenciarse ciertas circunstancias, que, si no justifican plenamente la conducta objetiva de los constituyentes del 63, al menos si contribuyen a interpretar y entender su proceder. Algunas de esas circunstancias se han analizado en páginas anteriores, particularmente las que hacen relación a los graves antecedentes creados en el gobierno de la Confederación Granadina y a la enorme prevención que se desató entre los radicales por el futuro político del General Mosquera. Creemos haber podido demostrar que estas dos causas llevaron al grupo radical a tener que aceptar condiciones en la organización político-administrativa de la nación favorables a la descentralización absoluta.

Ciertamente – como lo sostuvimos antes –, no fue para morigerar el poder eventual de Mosquera en el futuro que los radicales acogieron la fórmula de la soberanía inmanente de los Estados. Esa apreciación, defendida por algunos, nos parece absurda y hasta ingenua. Los radicales eran ante todo federalistas, y su apego, en principio, a la fórmula equilibrada de la Carta del 58, se disipó a favor de una solución más radical como consecuencia de los atentados que sufrieron los Estados de parte del gobierno de Mariano Ospina Rodríguez. Si la Carta del 58 no había servido para aplacar los ímpetus antifederales de ese régimen, era necesario extremar el sistema para evitar la ocurrencia de hechos semejante es el futuro. Algunos radicales, sin embargo, buscaron expresamente que los Estados no adquirieran el carácter de soberanos: la comisión que elaboró el proyecto de carta constitucional para segundo debate, compuesta exclusivamente por miembros de la facción radicalista, no les otorgó en el proyecto tal naturaleza. Infortunadamente, esa pretensión de algunos radicales se vio frustrada ante el querer casi unánime de que los Estados fueran considerados entidades provistas de soberanía. En lo que si influyó – y definitivamente – el carácter de Mosquera y el temor que albergaban los radicales sobre su horizonte político, fue en lo relacionado con la solución que finalmente se dio al problema de la intervención del poder ejecutivo en el orden público de los Estados. La norma aprobada sobre la cuestión, que terminó negando al gobierno general facultades efectivas de control del orden público en las entidades federales, fue el efecto obligado de la natural prevención de los radicales ante la eventualidad de consagrar una solución contraria, que en manos de Mosquera podía convertirse en causa de tiranía y motivo de inseguridad y desorden público.

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Los argumentos de base de los radicales para defender, promover y consolidar el sistema federal en Colombia, no se derivaron exclusivamente del hecho de la especial conformación del territorio y el aislamiento casi absoluto de las regiones, provincias y ciudades, y, por consiguiente, de la necesidad de adoptar un sistema de organización pública que tuviera en consideración ese condicionamiento físico y social Tampoco encontraron su cabal explicación en las ventajas que ofrecía el federalismo como forma de organización constitucional, tan estudiadas y pregonadas por expertos políticos y hombres de Estado. Aunque todo lo anterior pesó definitivamente para que el radicalismo acogiera dentro de su ideología la forma federal de organización como la más conveniente para el país, razones de naturaleza filosófica, vinculadas especialmente con el aspecto de la libertad, influyeron también en la definición de ese pensamiento. En efecto, una cierta identificación del centralismo con el despotismo estuvo en la raíz del pensamiento radical en favor de las formas federales; el poder, razonaba Justo Arosemena, tiende a expandirse cuando no está fragmentado. Esta opinión, que resume muy bien la esencia del federalismo radical, nutrió el proceso que comenzó desde 1850 son la expedición de la Ley de Rentas y Gastos, se continuó en los años posteriores con las Cartas del 53 y del 58 y se consolidó en el 63 con la expedición de la constitución marcadamente federal de ese año. Hay que reconocer, sin embargo, que antes de la ley de descentralización fiscal de 1850, en el gobierno del Presidente Francisco de Paula Santander, en 1834, y más tarde durante el primer gobierno de Mosquera, en 1848, importantes avances se habían conseguido en el terreno municipalista.

Según la concepción radical, el federalismo hacía posible que cada Estado gestionara eficazmente sus intereses y no tuviera que limitarse a que el poder central interviniera; por otro lado, potenciaba y aseguraba la democracia al garantizar la participación de la comunidad en los asuntos que realmente la afectaban. Estos dos argumentos, elementales y evidentes, no eran aceptados con tanta amplitud por los conservadores, quienes, decididamente interesados en la unidad nacional, exigían como base imprescindible de dicha unión la existencia de un Estado que la impusiera por medio de su fuerza y su autoridad.

Unidad y federalismo no eran términos opuestos para el radicalismo. Su complementariedad surgía al constatarse que la adhesión a un todo nacional era más vigorosa y más genuina cuando los Estados que la formaban disponían de una esfera de autonomía en el manejo de los asuntos locales. La ingerencia generalizada del poder central en los asuntos propios de las regiones, no solamente provocaba malestar y

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generaba decisiones erráticas, sino que favorecía un proceso de deslegitimación de las autoridades nacionales. Por lo demás, los radicales siempre reconocieron dos niveles de competencia y aceptaron conferir a la instancia nacional la administración de aquellos asuntos que fueran claves para garantizar la unión del país.

Hay que insistir en el hecho de que las ideas federales las defendió el radicalismo con prescindencia del partido o de la persona que ejerciera el poder ejecutivo. Aunque es verdad que la eventualidad de una próxima presidencia del General Mosquera provocó en los constituyentes radicales un profundo temor, no puede tenerse esa circunstancia como el motivo de fondo que explica el exacerbado federalismo radical de 1863 . Ya lo dijimos antes: el liberalismo, desde que combatió la Carta de 1843, había luchado por instaurar en el país las formas federales; ante la frustración de los esfuerzos constitucionales del 53 y del 58, la constituyente que erigió los Estados Unidos de Colombia fue la primera oportunidad real que tuvieron los radicales de llevar plenamente a la práctica sus anhelos en materia de autonomía y libertad regional.

Para concluir estas breves anotaciones en torno al federalismo adoptado en las normas de 1863, debe formularse a nuestro parecer un juicio de valor de alcance general: el mayor yerro del ordenamiento de ese año no fue tanto la reiteración de los principios federales – insertos en la constitución anterior –, como la forma que la carta adoptó para organizar dicho sistema. La preeminencia del poder de los Estados federales y sus graves efectos en el nivel de las competencias del poder general o de la unión, acabaron instaurando un desequilibrio crónico en el plano institucional, que limitó el proceso de unidad y seguridad de la nación colombiana

Anticlericalismo y laicicismo radical

El radicalismo consideró siempre fundamental asegurar la separación absoluta de la Iglesia y el Estado. Consagrar y practicar ese estatus, se convirtió en la primera consigna del credo radical en materia religiosa y por ella luchó con denuedo a lo largo de sus empresas políticas. Los radicales, al contrario de lo que proclaman muchos de sus críticos, no eran ateos ni anticatólicos. Rechazaban, eso sí, la idea de que por fuera de la doctrina católica cualquier postura o culto religioso era inadmisible y condenable; en ese sentido, fueron siempre defensores

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acérrimos de la libertad religiosa, tanto de creencia como de práctica, y combatieron el Syllabus por considerarlo dogmático y sectario.

Para los radicales, igualmente, la paz religiosa era una condición vital de la convivencia armónica que debía primar en el país. Cuando se enfrentaron en contiendas bélicas a las huestes de conservadores que se insurreccionaron en defensa del catolicismo, supuestamente violentado por el gobierno, especialmente durante los gobiernos de José Hilario López y Aquileo Parra, lo hicieron en el legítimo ejercicio de la defensa de sus derechos como gobernantes y de las instituciones que en ese momento presidían. Murillo fue un nítido exponente de esa clase de pacifismo, y si se le vio, cuando concluía la década de 1870, asumir una posición dura contra el clero, su actitud resultó ser la consecuencia del endurecimiento y agresión de los religiosos de base y de sus jerarquías contra las ideas liberales y el gobierno.

Mosquera tuvo un pensamiento en materia religiosa distinto al del radicalismo. La separación de las dos potestades no le parecía suficiente. Defendía la tuición e inspección de cultos, pero no como una protección al libre ejercicio de las prácticas religiosas, sino como una sujeción absoluta del clero al gobierno y a las autoridades. En fin, consideraba dañinas las enseñanzas religiosas y condenaba cualquier influencia de la Iglesia católica en la sociedad.

Aunque la Convención del 63 disponía de pleno poder y absoluta libertad para legislar sobre los asuntos religiosos, dos circunstancias mayores restaron a ese cuerpo autonomía en ese terreno. La primera tuvo que ver con la vehemencia y sectarismo con que los mosqueristas fijaron su posición frente a las medidas de ese orden expedidas por el régimen de su orientador y líder; la segunda consistió en que dichas decisiones habían generado ya situaciones de hecho cuya reversibilidad acarreaba graves consecuencias. Por otro lado, pese a que el radicalismo no comulgaba con los procedimientos y alcance de algunas normas eclesiásticas, en su esencia respaldaba los objetivos perseguidos por ellas, especialmente en lo relacionado con la desamortización.

Mosquera y, por ende, sus áulicos y seguidores en la convención, condicionaban la paz de la republica a la sujeción de los clérigos en todo el país. Según su apreciación, si no se aseguraba el sometimiento absoluto de los religiosos a la ley y a las autoridades, no iba a ser posible recuperar el sosiego y la gobernabilidad de la nación. Para el mosquerismo, el fin de la guerra no había puesto fin a la conducta conspirativa del clero, por lo que resultaba urgente adoptar un haz de medidas represivas que permitieran prescindir de los elementos subversivos de la organización religiosa y asegurar que el resto, sin

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excepciones, se ciñera en un todo y por todo a la institucionalidad y a la legalidad reinantes.

De todas las medidas eclesiásticas de Mosquera, la desamortización de los bienes religiosos estaba en plena vigencia y su ejecución se había empezado a cumplir con éxito; sus frutos económicos, no obstante los cálculos exageradamente favorables del gobierno provisorio, eran apreciados por la mayoría no solamente como positivos sino como imprescindibles para recuperar el crédito de la nación y la viabilidad de ésta en materia fiscal. Por otra parte, la tormenta desatada a raíz de la desamortización, avivada especialmente por una iglesia que se resistió tenazmente a aceptar y cumplir los decretos del 61, había sido parcialmente superada, y un importante sector de la sociedad colombiana, incluido en él un número importante de clérigos, empezaba a reconocer las bondades de la expropiación de los bienes de la Iglesia.

La temática religiosa que abordó la convención como poder constituyente y legislativo, es decir a través de nuevas normas constitucionales como por medio de disposiciones legales, fue extensa y muy variada. Sin incluir el desarrollo constitucional de los aspectos religiosos las materias reguladas por la convención en este campo fueron los siguientes: tuición e inspección de cultos, institución del patronato y régimen de relaciones entre la Iglesia y el Estado; desamortización de los bienes de manos muertas; situación de las monjas religiosas frente a sus comunidades y conventos. El dramatismo que adquirió esta última cuestión, a raíz de la providencia de expulsión de las monjas de sus conventos, adoptada en los últimos días del gobierno provisorio y revelada a la convención en las primeras sesiones, infundió un encendido antagonismo entre los delegados afectos a Mosquera, defensores a ultranza de todas las ejecutorias de su gobierno, y los independientes radicales que juzgaron muy extremista la medida de expulsión y en contravía del proceso de aclimatación de la paz.

Para el estudio de las cuestiones religiosas, la convención designó una comisión integrada por los radicales Justo Arosemena, Salvador Camacho Roldán y Bernardo Herrera. Aunque en principio su trabajo debería concretarse al estudio de los asuntos que en esas materias estuvieran pendientes de estudio y de decisión, al final terminó llevando a cabo un profundo análisis de la temática eclesiástica en general y proponiendo una alternativa de solución al problema de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, más concretamente al asunto de la tuición. Vale decir que el informe de la Comisión de Asuntos Religiosos, a pesar de la solidez de sus conceptos y el equilibrio de su propuesta, desató en el seno de la constituyente un profundo debate. La convención se dejó

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impresionar por el discurso – casi una arenga – del diputado Rojas Garrido, que juzgó luminoso el informe presentado por los comisionados pero muy tímido el proyecto de ley que lo desarrollaba El mosquerismo, con la colaboración de algunos liberales anticlericales, repudió en bloque dicho proyecto, el cual, en consecuencia, resultó desaprobado por la asamblea. Tal negativa tuvo lugar en la sesión del 9 de abril; según la constancia de votos del acta respectiva, a favor de la iniciativa votaron 24 diputados y en su contra 26 (Camacho Roldan habla de un empate); entre estos últimos, además de los mosqueristas, figuraron Santos Acosta, Manuel Ancízar, Cesar Conto, Camilo Echeverri (que había presentado su propio proyecto) y Santos Gutiérrez El fracaso de la iniciativa presentada por la comisión envalentonó a Mosquera, quien consideró llegado el momento para hacer votar un proyecto drástico contra el clero, que el mismo había presentado La convención tampoco aceptó la radicalización antirreligiosa de los mosqueristas y rechazó las normas demandadas por esa corriente. Al final, Manuel Ancízar medió y presentó un proyecto casi idéntico al de los radicales, excepción hecha de la amnistía propuesta por éstos, que no caló en el ánimo de algunos diputados. Este proyecto se convirtió en ley de la república y vino a ser la base del tratamiento de los asuntos religiosos en el país. Veamos en las próximas páginas cómo se desarrolló la polémica religiosa en la convención.

La idea de fondo de los radicales en los negocios religiosos era separar la Iglesia del Estado, sin coartar las creencias y prácticas de los colombianos afectos al credo católico. Ciertamente parecía ser ésta una aproximación razonable al problema, pero con enormes dificultades en cuanto a la comprensión y aceptación por parte de la grey cristiana y las jerarquías eclesiásticas. Como en muchas otras materias de discusión durante el 63, el radicalismo se posicionó en este asunto en un punto medio entre el anticlericalismo promovido y practicado por Mosquera, que quería a toda costa intimidar con medidas represivas al clero y colocarlo en una posición de completa sujeción a las autoridades oficiales, y muchos ministros del culto y católicos ultramontanos – amalgamados políticamente en el partido conservador –, que pretendían establecer una unidad entre el Estado y la Iglesia en virtud de la cual se aceptara la ingerencia de lo religioso en la orientación de los asuntos públicos y en el ejercicio de la política. El mantenimiento de privilegios, fueros y exenciones a favor de la Iglesia católica, constituía un derecho irrenunciable proclamado por los personeros de esta última tendencia.

Los radicales que integraban la comisión de asuntos eclesiásticos le dieron a su informe una orientación que recogía esa tesis intermedia;

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sin embargo, las circunstancias que vivía el país en ese momento los llevaron a reclamar en sus conclusiones ciertas medidas de excepción para mantener bajo control conductas de insumisión observadas en cabeza de autoridades y simples clérigos católicos.

Según lo expuesto en las páginas iniciales del documento, la victoria de las armas federales que puso fin a tres años de convulsiones políticas y sociales y guerra encarnizada y sangrienta, no había logrado extinguir los factores de perturbación religiosa al interior de la sociedad colombiana, que se vislumbraban en el horizonte como únicas amenazas a la paz pública. Dichos factores de confrontación, en toda la existencia de la república, habían afectado la totalidad del cuerpo social e introducido un elemento de discordia predominante sobre los demás, que alteraba gravemente el modelo de convivencia de la comunidad nacional. Al contrario de los países más civilizados, especialmente las monarquías europeas, Colombia no había logrado erigir un Estado con capacidad para mantenerse ajeno a los dictados de la Iglesia romana y defenderse de las presiones del fanatismo interno. El ejercicio de las política, medio natural de acceder al poder, se había contaminado peligrosamente con un influjo religioso que no renunciaba al uso de ningún medio para someter las conciencias individuales y reclamar de ellas el respaldo y el voto por determinada corriente partidista. Por otra parte – también en contraste con el viejo continente –, en nuestro medio había terminado por prevalecer el monopolio religioso del catolicismo, situación que no incitaba al Estado a luchar por la libertad religiosa como forma de igualar las prerrogativas de las religiones en proceso de emulación. Como lo expresó el escrito de los radicales en referencia a la situación religiosa prevaleciente en Europa, “La rivalidad de las religiones es una garantía de la libertad de las creencias y de la pacífica profesión de los cultos. Las congregaciones de las otras iglesias se hacen un contrapeso recíproco: la tolerancia, más que una virtud, ha llegado a ser para ellas una necesidad; y los gobiernos políticos, neutrales en esas disputas, lejos de sentirse atacados en su soberanía, reciben el apoyo común de todas las sectas, para quienes la institución del gobierno es siempre un mediador y protector desinteresado y nunca un enemigo”. Y para resaltar la diferencia con nuestra realidad religiosa, agregó sobre el asunto: “No hemos tenido nosotros esa ventaja: el catolicismo ha sido la única religión permitida antes y establecida después. Hay indiferencia religiosa en algunos, pero no una iglesia rival: la influencia del clero católico no ha tenido nunca competidor; diseminado en la vasta extensión del territorio, sirviendo con frecuencia de núcleo a la formación de nuevas parroquias, protegido antes por el poder del gobierno civil, apoyado siempre en el

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respeto tradicional de las poblaciones, su carácter ha echado más raíces, su influencia se ha fortificado más en nuestro país que la de ninguna otra institución o establecimiento social. No hay por que desconocerlo”.

La comisión admitió en el informe que las medidas adoptadas por el gobierno provisional habían ahondado la división de la sociedad colombiana en materia religiosa. “Reformas tan trascendentales como las contenidas en los famosos decretos de “tuición”, desamortización y abolición de monasterios – expresó –, no pueden realizarse fácilmente en un país atrasado como el nuestro. La espada de las reformas se abatió sobre las preocupaciones como el hacha del cultivador sobre la selva centenaria, el fuego prendió sobre sus despojos y el huracán levantó su llama hasta los cielos; algún día llegará en que sobre las cenizas del incendio aparezca la verdura de las nuevas plantaciones y en que la mies ostente sus frutos en flor; pero entretanto el fuego arde todavía bajo la ceniza, y las chispas que aún se desprenden de los troncos calcinados amenazan con renovar el incendio. ¿Cuáles son los medios de conjurarlo? ¿Cómo podrá llevarse a esos restos el riego benigno que mitigue el ardor de los campos y asegure la fertilidad del terreno conquistado sobre el bosque bravío?”

El problema esencial para los comisionados radicales era encontrarle una forma al mecanismo de la tuición que hiciera compatible su ejercicio con la libertad y que lo ajustara para operar en tiempo de paz. Si bien la drasticidad de las decisiones de Mosquera era entendible por las circunstancias de profunda turbación del orden público en que había vivido el país, su adecuación al espíritu democrático que iba a prevalecer después de la expedición de la nueva constitución, por medio de una reforma que rodeara la tuición de espíritu civilista y republicano, era inaplazable.

Varias páginas del documento de los radicales se ocuparon de indagar por el origen histórico de instituciones como la tuición y el patronato eclesiástico. En brillante retrospectiva, se examinó el proceso de evolución de la autoridad civil en medio del enorme poder por la Iglesia católica y frente a un cuerpo social que parecía más sumiso a la autoridad moral del cristianismo que a la fuerza física de quienes reclamaban el monopolio de la autoridad política. La comisión reconoció que aunque el espíritu del 53 fue claramente el de pretender que los clérigos concentraran su responsabilidad a la labor pastoral y espiritual, en total alejamiento de los asuntos políticos y partidistas, hechos posteriores demostraron que los personeros eclesiásticos no renunciaron a su acción proselitista a favor de los intereses de cierta colectividad. En su opinión, los resultados de las

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elecciones de 1853, primeras en aplicar en nuestro medio el sufragio universal, fueron prueba de la enorme influencia que los sacerdotes ejercieron en la conciencia de muchos votantes, estos últimos pertenecientes especialmente a la población campesina del país. Esa misma situación – opinaron –, pudo presentarse en la elecciones presidenciales de 1856. La existencia de varios “hechos notorios” se apreciaba claramente como expresión de la intervención religiosa en asuntos políticos. El primero, la influencia de los curas en las poblaciones diseminadas en los campos, extrañas a la política y dueñas de un sentimiento religioso muy profundo; el segundo, la intervención “anticristiana, descarada e imprudente” adelantada por los curas en los asuntos eleccionarios; el siguiente, el uso hecho por los conservadores, especialmente después de la supresión del patronato, de la propaganda religiosa como su principal medio de acción política; finalmente, la pretensión de la curia romana de tomar parte en esta propaganda, “ejerciendo un influencia culpable en nuestras discordias intestinas a través de encíclicas y pastorales subversivas del orden en el momento en que éste ha empezado a trastornarse”.

Los graves problemas resultantes de los fenómenos observados por los comisionados – una parte del clero poco aliada de la soberanía popular, insumisa al poder de la ley y del Estado, interesada en intervenir en asuntos temporales y dispuesta a ejercer sobre las poblaciones influencias en contra de la libertad – solo podían contrarrestarse, de acuerdo con su opinión, por medio de las siguientes medidas: el derecho de tuición; la tuición y el patronato; la incapacidad de los clérigos para elegir y ser elegidos y la prescindencia del gobierno en asuntos de religión. La comisión pasó en seguida a analizar el alcance y la conveniencia de adoptar las anteriores decisiones.

De acuerdo con el informe, en nuestro país, por medio de la tuición, se podían ejercer tres facultades diferentes. En virtud de la primera, se podía prohibir o permitir la circulación y ejecución de los cánones de los concilios, bula, breves, rescriptos, pastorales y encíclicas de la curia romana o de los prelados investidos de autoridad. Por la segunda, se estaba en posibilidad de prohibir a sacerdotes el ejercicio de funciones religiosas. En de desarrollo de la última, era posible exigir a los eclesiásticos y ministros del culto un acto de sumisión expresa a las leyes y decretos de las autoridad civil en materia religiosas.

Los diputados autores del informe, de manera perentoria, consideraron la primera facultad como violatoria del derecho de expresión y libertad de imprenta, y, en consecuencia, descartaron su recomendación, Los dos últimas, por el contrario, interesaron su atención

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y fueron motivo de un análisis detenido en cuanto a su alcance e implicaciones para el orden público y jurídico del país.

Al hacer el juzgamiento de las formas de tuición admisibles, la comisión partió de un principio fundamental que formuló en los siguientes términos: “Los ministros del culto que niegan al gobierno la facultad de legislar en ciertas materias temporales, que no reconocen este poder sino en entidades distintas de la soberanía nacional, o en un soberano extranjero, que provocan incesantemente a la desobediencia y por la desobediencia a la rebelión, no pueden alegar derechos a la libertad común de los demás ciudadanos sometidos y obedientes, y no podrían quejarse de la represión que sobre ellos se ejercitara sino a su propia rebeldía”. En aplicación del principio anterior agregaban los comisionados: “Admitida como un hecho la influencia que sobre las masas ignorantes ejercen los ciudadanos investidos del ministerio sacerdotal, permitirles el ejercicio de su ministerio a pesar de la negación que ellos hagan de los derechos inmanentes del gobierno en los asuntos temporales, equivaldría a una abdicación”.

A pesar de la contundencia del juicio previo, los comisionados no creyeron justo darle al gobierno la facultad unilateral de conceder o negar la autorización para desarrollar funciones sacerdotales. Según lo expresaron, ello podía implicar la negación arbitraria de toda libertad y de todo derecho a los clérigos. “Los ministros de los cultos – afirmaron – tienen los derechos que son comunes a todos los ciudadanos, y la nación debe protegerlos en su ejercicio; es decir, debe ponerlos fuera del alcance de la arbitrariedad, debe presentarles reglas fijas, conforme a las cuales deban arreglar su conducta, y reglas de tal naturaleza que no los hagan de peor condición que los demás hombres”.

La comisión se preguntó por las reglas que en virtud de lo anterior podían ser acogidas y, después de considerar las opciones, se mostró inclinada por exigir de los clérigos una sumisión de carácter general al orden jurídico del país, en igualdad de condiciones que los demás ciudadanos. No prefirieron los comisionados la opción más drástica de demandar a los sacerdotes un acatamiento especial y una protesta de adhesión a los principios de reforma religiosa desarrollados en las normas de tuición, desamortización y extinción de monasterios. Dos consideraciones seguramente se tuvieron en cuenta para llegar a la anterior conclusión: la primera que la sujeción a la ley es condición esencial de la naturaleza misma del precepto jurídico y se deriva de la condición de nacional o extranjero que se halle en el país, por lo que no resultan admisibles exigencias especiales sobre tal sometimiento. La segunda, consecuencia de la anterior, que el juramento de los clérigos de

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acatar las normas religiosas tenía un cierto carácter infamante y discriminatorio. En los casos de sacerdotes que hubieran expresado su adhesión a la causa de los vencidos en la reciente guerra, la exigencia de un acto de sumisión expresa al nuevo ordenamiento legal en materia religiosa comportaba una apostasía, una abjuración de las anteriores convicciones y violación de las creencias del ser humano. La comisión pensaba que los eclesiásticos, cualquiera que fuera su actividad o jerarquía, estaban en la obligación de someterse al cumplimiento estricto de la ley, reservándose naturalmente el Estado la facultad de proceder contra quien no se sujetara a esa obligación.

La negativa de los diputados comisionados a proponer formas de tuición diferentes de la de sujeción general juramentada de los clérigos a la ley se fundaba en los principios de libertad y tolerancia de cultos y de libertad de conciencia. La limitación a la circulación de órdenes, doctrinas o instrucciones adoptados por la curia o por los sacerdotes con autoridad y la prohibición del ejercicio de funciones sacerdotales, podía generar, además, graves perturbaciones del orden público y la amenazas a la concordia ciudadana.

En cuanto a la institución del Patronato, el informe juzgó improcedente su restablecimiento en Colombia. Según su juicio, esta figura conducía al concordato y, en consecuencia, al reconocimiento de la autoridad papal en asuntos temporales, lo que significaba cesión de potestad estatal. Además de ser una fuente de corrupción de los prelados a favor de la causa de los gobiernos, el patronato, a juicio de la comisión, tiene un efecto contrario al que persigue: se buscan los medios de alejar al clero de la política, pero la concesión de empleos, privilegios y beneficios eclesiásticos otorgados por la autoridad civil termina atrayéndolo.

Luego de formular las consideraciones anteriores, los mandatarios de la convención expresamente manifestaron: “Vuestra comisión rechaza absolutamente el patronato y juzga que sin él es preciso dar una forma imperiosa al ejercicio del derecho de tuición”.

Respecto a la incapacidad de los clérigos para elegir y ser elegidos, adoptada en varios países para asegurar la predominancia del Estado sobre la Iglesia, la comisión, que en principio apreció que ella podía violar el principio de igualdad ante la ley, terminó recomendando su adopción en Colombia. Este fue su argumento: “El principio de igualdad ante la ley exige una reciprocidad de obediencia y respeto a la ley por parte de los ciudadanos, y autoriza el establecimiento de desigualdad respecto de aquellos que la desconocen y le rehúsan obediencia; tampoco debe consentirse que gocen de sus ventajas los que

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no quieren someterse a sus inconvenientes”.Y complementó la comisión lo anterior con estos conceptos: “El sacerdocio hace profesión de humildad y abstracción de las cosas terrenales: si esa profesión es sincera, debe respetársela, consagrando el principio en las leyes políticas; si es hipócrita, no debe permitirse que a la sombra de ella se engañe a los pueblos. El sacerdocio imprime carácter e implica la consagración exclusiva de la existencia al desempeño de sus funciones: exige abandonar padre y madre, esposa e hijos, ambiciones y bienes. ¿Cómo podría ser compatible este carácter con el de la ciudadanía política, con los deberes sagrados del patriotismo, que también exigen la renunciación de sí mismo, la consagración de los desvelos a la patria y el sacrificio de vida y fortuna a la defensa de las libertades públicas?”

Después de hacer toda clase de consideraciones en pro y en contra de las posibles medidas tendientes a garantizar la autonomía de la autoridad pública con respecto al poder eclesiástico y la sujeción de los ministros del culto y demás clérigos a la ley y a la autoridad como su personera, el informe condensó en un párrafo su filosofía religiosa y el espíritu que presidía las decisiones cuya adopción proponía a la convención. Si bien en esta parte los diputados radicales se referían a la prescindencia el gobierno en asuntos religiosos, alternativa aconsejada para asegurar la preeminencia del poder civil sobre el eclesiástico, las palabras utilizadas expresaban una síntesis muy bien acabada del principio general de separación entre las dos potestades que ellos proclamaban. Dijeron los comisionados: “La libertad religiosa, bien supremo, aspiración inextinguible de las conciencias, conquista preciosa de la civilización moderna, no podrá nunca obtenerse completa mientras haya motivo de colisión entre los dos sentimientos, político y religioso; entre las dos potestades, temporal y espiritual. La marcha de estas dos ideas debe ser eternamente paralela, acorde, pero separada y distinta; ni en sus términos ni en su extensión deben confundirse jamás. Para independizar completamente del gobierno civil a los sacerdotes, es necesario también alejar a los sacerdotes del gobierno civil. Sólo así podrá ser efectiva la prescindencia del gobierno en asuntos de religión”.

El programa que la comisión de asuntos religiosos sometió a consideración de la constituyente, se concretó en tres puntos:

La exigencia de un juramento de sumisión general a la constitución y leyes de la república y a las autoridades nacionales y de los Estados, con la imposición de la sanción de extrañamiento a quienes no se sometan a este requisito;

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Incapacidad de los ministros de los cultos para elegir y ser elegido;

Amnistía general.

Los conceptos anteriores se incorporaron en un proyecto de ley de ocho artículos, por medio del cual se definió el derecho de tuición. Las últimas disposiciones del proyecto incluyeron la concesión de una amnistía y trataron sobre la admisión en el territorio nacional de enviados de la curia romana. Esta última posibilidad quedó expresamente prohibida en el proyecto de ley de la comisión.

La amnistía que propusieron los radicales, rechazada por buena parte de los convencionistas, como veremos adelante, era generosa y sin excepciones. Estaba concebida así:

“Concédese plena amnistía por los hechos ejecutados en contravención de las disposiciones del Gobierno Provisorio de los Estados Unidos de Colombia sobre tuición, y en consecuencia, desde la publicación de esta ley, cesarán los confinamientos y destierros contra algunos eclesiásticos, quienes podrán volver a sus domicilios y entrar libremente en el ejercicio de sus funciones, cumpliendo previamente con la formalidad prescrita en el artículo 1º de la presente ley (que establecía el juramento de sumisión general a que nos hemos referido)”.

La buena reacción que suscitaron el informe y el proyecto, fue contrarrestada por la reacción de varios mosqueristas que vieron en la propuesta una solución tímida a los problemas eclesiásticos. Fue Rojas Garrido, notable anticlerical y orador de raza, quien llevó la vocería de los inconformes y cuestionó el contenido del proyecto de ley sometido a consideración de la convención. Su discurso, de tono elocuente y agresivo contra el catolicismo, causó profunda impresión en los convencionistas y enardeció los ánimos de muchos que, si bien suscribían la tesis de la separación de la Iglesia y el Estado, encontraban atinados los cuestionamientos formulados por Rojas contra la Iglesia y sus demandas de reprimirla sin contemplaciones. Muy hábil fue Rojas en presentar los hechos y orientar sus razonamientos a mostrar que los problemas religiosos no pertenecían tanto a la esfera de la libertad y de la conciencia como al terreno del orden público y la estabilidad de los gobiernos liberales. Esa línea de pensamiento era absolutamente coherente con la ideología religiosa de Mosquera y se ajustaba perfectamente al ánimo que había presidido las decisiones de ese orden expedidas por el gobierno provisorio en 1861.

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La principal norma sobre la cuestión eclesiástica incorporada en la Carta del 63 fue, sin duda, la que prescribió la incapacidad de las organizaciones religiosas para adquirir bienes inmuebles. La disposición en la que se señaló esta limitación, consagró, seguidamente, los principios de enajenabilidad, divisibilidad y transmisibilidad a los herederos de la propiedad raíz, a voluntad exclusiva del propietario. La carta aseguró los principios anteriores estableciendo para los Estados la obligación de consignar en sus constituciones dichos principios. Reza así el artículo pertinente de la constitución:

“Los Estados convienen en consignar en sus constituciones y en su legislación civil el principio de incapacidad de las comunidades, corporaciones, asociaciones y entidades religiosas, para adquirir bienes raíces, y en consagrar, por punto general, que la propiedad raíz no puede adquirirse con otro carácter que el de enajenable y divisible a voluntad exclusiva del propietario, y de transmisible a los herederos conforme al derecho común.

La disposición siguiente de la constitución establece para los Estados la prohibición a perpetuidad de las fundaciones, mandas, legados, fideicomisos y toda clase de establecimientos semejantes con que se pretenda sacar una finca raíz de la libre circulación. Y agrega que los mismos Estados convienen y declaran que en lo sucesivo no se podrán imponer censos a perpetuidad de otro modo que sobre el tesoro público, y de ninguna manera sobre fincas raíces.

No satisfechos con haber privado a la Iglesia de sus activos inmuebles por medio de de la desamortización de bienes de manos muertas, los constituyentes dispusieron además la incapacidad de las entidades eclesiásticas para adquirirlos en el futuro. Esta determinación no se explica simplemente, como aseveran algunos, por el ánimo persecutorio de sus autores hacia la iglesia; a nuestro juicio, más coherente resulta considerarla como la consecuencia previsible de la medida de desamortización. Claro está que los delegados acreditados en Rionegro, a pesar de haber ordenado la desamortización, hubieran podido otorgar capacidad futura a la Iglesia para adquirir inmuebles, limitando estrictamente su ejercicio. Si embargo, esa solución, aunque hubiera sido quizás más sabia que la finalmente acogida, no tenía en la práctica adeptos suficientes. La verdad es que el clima de la convención del 63 era muy adverso a la figura de una Iglesia titular de bienes inmuebles, por lo que resultaba de cierta manera lógico prolongar indefinidamente en el tiempo su incapacidad de adquisición inmobiliaria.

No son escasos los historiógrafos que se inclinan a cuestionar la decisión adoptada en Rionegro de incapacitar a la Iglesia para adquirir

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bienes raíces. Apreciada la medida con posterioridad, no puede negarse que ella se convirtió en uno de los principales motivos – si no el principal – del grave contencioso que por mucho tiempo distanció a las dos organizaciones que por ese tiempo detentaban mayor poder de influencia en nuestro medio. Haber dejado a la Iglesia por fuera del comercio de bienes inmuebles – pensamos –, equivalió en la práctica a imponer una sanción demasiado rigurosa, que la colocó en evidente debilidad para atender sus tareas. Tal vez hubiera sido aceptable limitar la capacidad eclesiástica para detentar bienes inmobiliarios, con el fin de impedir que los clérigos, abusando de su poder de influencia sobre los fieles más disciplinados, se apropiaran de activos desprovistos de relación con su tarea pastoral.

Vale la pena recordar que en el Informe sobre la cuestión religiosa presentado por los comisionados radicales a la convención, no apareció propuesta la medida de incapacitar a las entidades eclesiásticas en la adquisición de inmuebles; tampoco en el texto del documento se consignan observaciones que aboguen en favor de esa posibilidad. De análoga forma, en el texto legal que dio aprobación a la desamortización de bienes de manos muertas, no quedó incluida disposición alguna que incapacitara las organizaciones religiosas para adquirir bienes inmuebles. Los convencionistas, con el fin de darle jerarquía jurídica adecuada a la prohibición eclesiástica, eligieron la opción de hacerla constar en el mismo texto constitucional.

La discusión que terminó con la adopción del artículo 6º de la constitución, tuvo lugar el 28 de marzo de 1863. En el acta aparece que el artículo correspondiente del proyecto para segundo debate, recibió aprobación sin modificación. Aunque el acta no da información sobre el número de votos a favor de la propuesta, es de presumirse que la cantidad de éstos fue abrumadoramente mayoritaria.

Durante el gobierno de Murillo Toro, primer régimen regular después de la Convención de Rionegro, entre 1864 y 1866, se ejecutó una política de acercamiento con el clero y los fieles católicos. El presidente respetó al máximo la libertad religiosa y consiguió del parlamento el ablandamiento de la inspección de cultos, cuyos preceptos desaparecieron definitivamente por expresa ley del congreso durante el gobierno del radical Santos Acosta, a quien correspondió como designado terminar el interrumpido bienio de Mosquera iniciado en 1866. La paz religiosa y la paz política fueron logros valiosísimos de Murillo, quien puso fin al período de hostigamiento al clero iniciado durante el gobierno provisorio, en 1861.

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Los gobiernos radicales posteriores de Santos Gutiérrez, Eustorgio Salgar y Murillo Toro, practicaron una política exenta de provocaciones a la Iglesia y totalmente respetuosa del ejercicio del culto. Aunque el posterior régimen de Santiago Pérez, radical convencido y católico ferviente, se vio afectada por graves asuntos políticos, las relaciones entre la Iglesia y el Estado fluyeron con normalidad.

Esta situación iba a cambiar rotundamente en el gobierno de Aquileo Parra. Los Estados conservadores, con el activo apoyo de la Iglesia, resolvieron hacerle la guerra al gobierno del líder radical. Las causas de esta guerra han sido muy debatidas por los historiógrafos nacionales y extranjeros, pero todos admiten que el hecho capital desencadenante del conflicto fue la posición de muchos opositores que consideraron restringido el ejercicio de la política y violentados sus derechos y creencias católicas. El proceso de laicización de la educación, promovido por los radicales y profundizado durante el gobierno de Salgar con la entrega de parte de la educación a instructores foráneos de origen no católico, influyó de manera determinante en la decisión conservadora de pasar a la guerra.

A pesar de la victoria gubernamental con la capitulación de Manizales, en agosto de 1877, ciertas circunstancias de orden político llevaron a la presidencia a Julián Trujillo, destacado militar caucano, de origen mosquerista y muy cercano a Rafael Núñez. Por esa época se había desmembrado del ala radical el grupo de los independientes, al que pertenecía el nuevo Jefe de Estado de la unión.

Núñez, que había presidido los destinos de la nación del 80 al 82, llegó nuevamente al poder en 1884. En la inútil guerra que le declaró el bando radical, triunfó su gobierno, apoyado por un ejército conservador.

El presidente cartagenero, después de la victoria en la Batalla de La Humareda, anunció al país la muerte de la Constitución de Rionegro y se aprestó a reemplazar ese orden jurídico con una nueva normativa fundamental. Bajo la vigencia de la Carta de 1886 se firmó el concordato con la Santa Sede. En él, Nuñez sepultó las tesis radicales sobre la Iglesia y el Estado y a nombre de éste entregó a aquella la educación de los colombianos.

Los radicales habían dejado de existir políticamente y se habían llevado a su ostracismo insuperable la hermosa Carta de 1863 con sus libertades individuales y económicas, su federalismo y su adhesión a un Estado y una sociedad laicos.

BIBLIOGRAFÍA66

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Las ideas contenidas en el ensayo anterior, proceden, en buena parte, de un libro en preparación sobre la historia política del siglo XIX en Colombia, del mismo autor del trabajo. La bibliografía utilizada en la preparación del libro, dada su extensión, no se presenta aquí.

Las fuentes que a continuación se relacionan, fueron especialmente consultadas durante la preparación del ensayo.

Partidos políticos y clases socialesGermán ColmenaresTM editores, Universidad del Valle,Banco de la República, Colciencias

Economía y cultura en la historia de ColombiaLuis Eduardo Nieto ArtetaTM, Bogotá

Obras SelectasManuel Murillo ToroCámara de Representantes

La Constitución de RionegroRamón CorreaImprenta Nacional1937

El Olimpo RadicalEduardo Rodríguez PiñeresVoluntad S.A1950

Historia económica de ColombiaJosé Antonio OcampoSiglo XXI editores

Los radicales del siglo XIXEscritos PolíticosVarios AutoresEl Ancora Editores

De la sociología a la historia67

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Jaime Jaramillo UribeCeso, Uniandes, Banco de la República,Icanh, Colciencias, Alfaomega

Constituciones de Colombia Tomo IVPombo y GuerraBiblioteca popular de cultura colombiana1951

Historia de ColombiaHenao y ArrublaBanco de la República1952

La revolución liberal y la protesta del artesanadoCarmen Escobar RodríguezEditorial Sudamérica1990

LÁZARO MEJÍA ARANGO30 de mayo de 2.005

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La disidencia de Núñez

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Carlos Villalba Bustillo.Abogado cartagenero, nacido el 6 de marzo de 1939; egresado de la Universidad de Cartagena, Secretario de Hacienda municipal, Rector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano seccional Caribe, de la Universidad de Cartagena y de la Universidad del Sinú: Presidente de Confecámaras; Presidente de la Cámara de Comercio de Cartagena; profesor universitario; comentarista de radio; autor de los libros: La revolución inconclusa, Los mecenas del desastre, Entre Núñez y Uribe, En surcos de sopores, Las dos repúblicas liberales.

En pleno apogeo de gólgotas y draconianos, había ya diferencias entre Núñez y los dirigentes liberales que, diez años después, al celebrarse la Convención de Rionegro, se caracterizaron por su radicalismo. En 1853, cuando se discutía el proyecto de Constitución de ese año, Núñez no fue partidario de la elección de gobernadores. Más adelante, cuando la fiebre federalista alcanzó el clímax, su participación en la gran asamblea de 1863 fue muy precaria, quedó a mitad de camino, y no se recuerda una opinión suya que merezca el registro de la historia. Se retiró de allí prudentemente, si abrir fuegos contra una forma de Estado que le repugnaba.

Curiosa coincidencia, Núñez y Murillo, los dos protagonistas de un enfrentamiento de fieras, como disidente el primero y como gran dómine del Olimpo Radical el segundo, no estuvieron en Rionegro. Núñez porque no actuó. Murillo porque estaba fuera del país.

Pero además del federalismo a ultranza de los radicales y del centralismo con descentralización de Núñez, la rivalidad entre los dos colosos y la antipatía que dicha rivalidad trajo consigo, redondearon el rompimiento definitivo entre ellos. Don Rafael atribuía esa antipatía a la resistencia que los hombres de su región suscitaron siempre en los andinos, y el doctor Murillo insistía en que su émulo se inclinaba a desdeñar las ideas liberales en boga.

Núñez tomó su envío a Europa en 1864 como un bien tramado alejamiento preparado por sus copartidarios, entre felices y suspicaces, para impedir su acceso a más altos destinos. Pero esa hipótesis lo estimuló, al contrario, para consolidar su formación política y desengañarlos después, cuando sus conocimientos en teoría del Estado, economía, relaciones internacionales y humanismo, le permitieran gobernar al país a gusto o a disgusto de sus conmilitones. De suerte, pues, que esa experiencia invaluable de dos lustros, su lectura de la obra

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spenceriana y los ejemplos vivos de Gladstone y Disreaeli, le facilitaron la comprensión de la era victoriana.

Al conocerse sus Ensayos de crítica social los colombianos de la élite intelectual se percataron de que Núñez no era ya el pensador inflexible de antes. Su noción de la sociedad y los conflictos había variado, y la visión que había adquirido lo indujo a decir, como una premonición, que “las instituciones, aun aquellas que de lejos parecen absurdas, tuvieron su razón de ser y de existir”.

Valores como la libertad, la seguridad, el orden y la justicia tuvieron para él idéntico significado, es decir, no podían faltar en el entorno social, ni podían separársele, así carecieran, en la esencia de los principios, de una exactitud matemática. Y la verdad es que ningún tipo de sociedad – salvo las totalitarias – ha podido prescindir de ellos. Si la libertad los contiene a todos, y los dota de los elementos necesarios para su decantación, es porque, como lo precisó el talento previsivo y cáustico de Maquiavelo, tiene tanto poder que sobrepasa toda fuerza, todo tiempo y todo mérito. Por lo tanto, el Núñez que la veía a través de una nueva perspectiva histórica, le asignaba a la acción humana la obligación moral y social de conservarla, pero dándole “reguladores, válvulas y cauce”.

A Núñez en Europa no le sucedió lo que a los espíritus débiles. En lugar de sujetar, como antes los radicales y en cierto modo él mismo, la inferioridad política y económica de su país al influjo del gran imperio en torno del cual discurría su dinámica social, optó por profesar un nacionalismo acendrado y lleno de fe, pues no dudaba de “que, más aún que el presente, es nuestro el porvenir de Colombia y Colombia no quiere fallecer”. Imposible imaginar que en su nuevo cuadro mental, el que afloraba de esa creencia en las condiciones de su país, se percibiera al antiguo incrédulo. Ya no dudaba de que fuerzas morales o políticas, y hombres nacidos para la gloria y el poder, pudieran encauzar la creatividad nacional hacia una vasta empresa de reestructuración.

Sonaban muy mal en los oídos radicales, sobre todo en los de Murillo, asertos como el de las instituciones que tuvieron (pasado) razón de existir; unas libertades con reguladores, válvulas y cauce, y una vasta empresa de reestructuración. ¿Modificar el estatuto gracias al cual Víctor Hugo había dicho que Colombia daba un doble paso hacia la felicidad y hacia la gloria?

¿Acaso estaba loco el señor Núñez?

Pero los hechos no se detenían. Núñez, alejado, estudiaba, y los Estados Unidos de Colombia discurrían en medio de grandes contrastes y

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de una inquietante desarticulación entre la tozudez de los hechos y el Estado que debía enfrentarlos. El derrocamiento de Mosquera había ahondado la división y agravado la inestabilidad, y Núñez había escrito, por aquellos días, que Colombia era una república nominal, sin parecido ninguno con la de Cromwell y la de Rosas, pero tampoco con la española de esos mismos tiempos. En sus artículos llegaba la queja doliente de un angustiado que parangonaba la democracia sajona, “que cuida poco la forma en obsequio del fondo”, con la francesa, “que habla más a la imaginación que al entendimiento”, y que era, para infortunio de la nación, la transportada a nuestros patrios lares. Algo así como una selección de lo malo, y que se nos reveló no por la argucia de un historiador, sino por la evidencia de la historia.

Transcurrían los meses y los años. Mosquera, Murillo, otra vez Mosquera, Santos Acosta, Santos Gutiérrez, Eustorgio Salgar y Santiago Pérez agotaban la fila india del radicalismo en la jefatura del Estado. Núñez se regodeaba con Spencer y sus explicaciones sobre las instituciones inglesas, que habían borrado del ánimo del pesimista y del depresivo la ofuscación en la luz y la visibilidad en las tinieblas. Las meditaciones confirmaron en el hombre equilibrado que las constituciones no podían ser producto de la fuerza, ni de la rigidez que dificultara sus reformas, ni las victorias políticas piedra de toque para alzarse con los despojos de los vencidos.

El futuro Regenerador, al despuntar el decenio de 1870 a 1880, estuvo seguro de que la orientación bisoja de los radicales tendría poca edad. Era preferible estirar un poco más la permanencia en el Viejo Continente.

Con todo, don Eustorgio Salgar, que fue lucidez y cordura en medio de aquella insania política, quiso traerse a Núñez de secretario de Guerra y Marina. Lo sabía capaz de colaborarle y de estrechar más los lazos de amistad que acababan de restablecerse con el clero y con el partido conservador. Publicados corrían el discurso del Arzobispo Arbeláez y la declaración del Consejo Directivo de la Juventud Conservadora, suscrita por Miguel Antonio Caro, José María Vergara y Vergara y Carlos Martínez Silva. Mas la decisión de no volver fue anterior a la designación y creyó Núñez necesario recalcar, para satisfacción del presidente, que las condiciones del espíritu y la salud impedían un regreso útil al gobierno. Ni siquiera una nueva e inesperada elección al Congreso, que sirvió de termómetro a su prestigio, lo animó a regresar. En carta dirigida a don Aquileo Parra, cuyas aspiraciones presidenciales estaban en remojo, se excusó de asistir diciéndole que su presencia en Bogotá no podía ser tan provechosa como lo que estaba

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haciendo en Inglaterra. Una frase del párrafo final de dicha carta delataba su intención, cerebralmente dibujada: “Yo me encuentro ya casi en el invierno de la vida, y no puedo jugar con el tiempo”.

Un año después de elegido al Senado Núñez regresó. El panorama estaba confuso pero apropiado para lo que él quería. A nadie le hizo saber su aspiración presidencial y sin embargo se hablaba de remolcarla.

El regreso de Núñez no fue tan voluntario como lo relatan los historiadores. Un documento inédito de Camacho Roldán, con quien Núñez tuvo una fluida vinculación epistolar, citado por Joaquín Tamayo en su libro Núñez, Mosquera y Plata, despejó la incógnita: “Llamado Núñez al país desde 1874 con intención de que fuese el continuador del pensamiento radical, cifrado entonces en el proyecto de un gran ferrocarril que uniera a Bogotá con el bajo Magdalena, al llegar encontró otro candidato adoptado por el Olimpo, y reducido el número de los partidarios de su candidatura a una parte de los liberales de la Costa...”. Y concluía: “Los radicales fueron injustos con Núñez. Lo trataron muy mal, lo insultaron, lo despreciaron, lo persiguieron sin necesidad. Él me decía en ese año de 1875. ¿Cómo es esto? Yo he venido llamado; he venido en la creencia de que todo el partido liberal me quería por presidente, y al llegar aquí me encuentro tratado como un ladrón”.

Curiosamente, el encargado de llamar a Núñez fue don Aquileo Parra, el destinatario de la carta en que se excusaba de asistir al Congreso y quien coetáneamente desempeñaba la Secretaría de Hacienda en el gobierno de Murillo, el jefe del radicalismo. Si no hubiera sido llamado por Parra y por instrucciones de Murillo para encarnar la candidatura, ¿Núñez, el político, habría comprometido tan categóricamente su concurso en 1875 si no estaba para perder el tiempo? Su frase final para Parra, tan parco como fue en el afecto, ¿”y para entonces téngame usted los brazos abiertos”, fue un simple cumplido? ¿No sería el entusiasmo causado con la oferta el que inspiró el uso desusado de esos términos finales?

Algo proditorio motivó al radicalismo – no a Parra, que fue un gancho ciego ungido con el honor que se le arrebató al otro – para atajar a Núñez, quien no se distinguió, en realidad, por la obediencia del mariscal Ney, pero tampoco por el veleidoso cinismo de Fouché.

Núñez estaba, pues, apartado, y él, mejor que nadie, lo sabía. La crueldad de la trastada le dio la seguridad de que sus esperanzas estaban perdidas. Solo, con la confidencia de contados amigos, rumiaba su derrota y se esforzaba por reponerse del artero golpe. Pero urdía jugadas y se movía en el Congreso tratando de ocultar a sus vencedores, no tan

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seguros del efecto de su felonía, el rencor que por ellos sentía. La disidencia era un imperativo de conciencia.

No hubo cordel que el presidente Santiago Pérez no tirara, ni oportunidad que no se aprovechara, para desconceptuar a Núñez. La desavenencia de Pérez con Santo Domingo Vila y Solón Wilches, a quienes destituyó y sometió a escarnio político, no fue sino una fingida muestra de imparcialidad con la que no engañaba a nadie. Los reemplazó con “leales servidores” de la colectividad que sojuzgaron a todo el que no se prestaba para la operación fraude. El proceso se cumplió “con una severidad que no retrocedió ante cosa alguna”. Núñez, desazonado y silencioso, cogía impulso para su gran batalla.

Los testimonios de la arremetida contra Núñez fueron muy claros: las falsas nulidades en Panamá, las impugnaciones ficticias en el Cauca y la adulteración de registros en Cundinamarca. El señor Parra se alzó con el santo y la limosna. Ganó por 47 votos contra 21 de Núñez y 18 de don Bartolomé Calvo. La turbulenta elección del austero hombre de negocios que asumió el poder el 1 de abril de 1876 fue una prueba de que ninguno de los partidos, ni de los grupos en que se dividieron en el siglo XIX, podía calificar, con autoridad moral, de más vitandos, más tortuosos o más nefastos los procedimientos de su contrario.

El fino olfato del gigante abatido por sus malquerientes auscultó los estertores del partido que los agrupaba, y contradijo su deseo de no jugar con el tiempo. Lo utilizó, en efecto, para fraguar su victoria definitiva. Como bien lo describió Rubén Darío, a las épocas de esperanza, lucha desfallecimientos y dudas, había que sumarle la de reacción. La liebre no volvería a escaparse. Proclamó y sacó victoriosa la candidatura del general Julián Trujillo, y, al darle posesión como presidente del Congreso, planteó el dilema que anunciaba el borrón y cuenta nueva.

Sus nuevas ideas entraron en movimiento. Al Estado había que prepararlo para que interviniera reorganizando la industria, racionalizando el comercio y creando más riquezas. Eran principios liberales modernos, aplicables, no a la manera engreída de los calcadores de teorías, sino a la manera nacionalista de los pueblos jóvenes: lanzando iniciativas y discutiéndolas, desentrañando incógnitas y resolviéndolas, estudiando los problemas y solucionándolos. Núñez no quería que el liberalismo colombiano, como el de otras repúblicas hispanoamericanas, expirara en el regazo de una dictadura. Atisbador de la realidad política, se sostuvo en el convencimiento de que, contra la voluntad de sus rivales, las libertades absolutas tenían que abrir compuertas al predominio del interés colectivo y a la fuerza protectora del Estado.

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Respetuoso de la oposición democrática, consideraba grave error político propiciar la anulación de los partidos que la ejercieran. La competencia intelectual, ideológica y política era imprescindible, para él, en el manejo de la cosa pública, y desconocerla era acceder a un régimen de dominación oligárquica. Un solo partido – decía – de dueño y señor de la preeminencia del mando, incita al despedazamiento interno de su organización. Sus oponentes le replicaban arguyendo que eran astucias retóricas para dorar la traición que urdía. Pero el elector que lo escuchaba o lo leía fue sensible a esa prédica pertinaz, convincente siempre, con que el conductor cartagenero buscaba abrirle paso a la obra que proponía. En cambio, sus antiguos amigos políticos se empecinaban en abrir más la brecha que los separaba. No había puentes unificadores.

Desde 1875, en la mente de Murillo y en la de don Santiago Pérez aleteaba la idea de empujar a Núñez, contra sus sinceros deseos, a entenderse con los conservadores o a entregárseles. ¿Habría acaso otro propósito en quien, al proponérsele la candidatura de Núñez para suceder a Parra, respondió que era mejor elegir de una vez a Carlos Holguín? Desde ese instante, el patrono del Olimpo resolvió dejar solo a Núñez, abandonarlo a su suerte y graduarlo de disidente.

La obcecación no cesaba. A juzgar por las palabras del doctor Rodríguez Piñeres cuando reconoce que Murillo simpatizó al principio con la candidatura de Núñez, quien le falló a su viejo amigo personal y político fue, sin duda, el dirigente que desde su pedestal de jefe, para precipitar la ruptura, cambió repentinamente de baraja. Su carta a Núñez fue terminante: “He venido ex profeso de Caracas a atravesarme en tu camino, no porque yo crea que a un católico no le puede confiar el liberalismo la primera magistratura, pues ahí tenemos uno convencido y practicante en Santiago Pérez, sino porque siendo tú antes que todo un escéptico, tu frase (“yo no soy decididamente anticatólico”) me indica que en el camino de las concesiones políticas llegarás a entregar el poder al partido conservador”. Palabras admonitorias, ciertamente, pero reveladoras de que lo que ansiaban Murillo y sus dioses menores era eso: echarlo en brazos de los conservadores. Núñez, a pesar de todo, se resistía. Victorioso y al frente del poder, aquel “volcán bajo nieve”, como lo llamó un escritor, ofreció en sucesión la cartera de Gobierno a Felipe Pérez, Eustorgio Salgar y Santos Acosta. Los tres se negaron. Habló con Parra y le propuso un entendimiento sobre la base de una reforma que centralizara la administración y unificara las legislaciones, para después retirarse de la Jefatura del Estado, pero el ex presidente, como en la fábula del bobo y el dulce, pensó que de eso tan bueno no daban tanto, y rechazó la propuesta.

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Núñez los puso a elegir entre la Constitución y la razón de su odio, que era su permanencia en el poder. Tampoco aceptaron. Querían verlo, ya no derrotado, sino caído, porque sin partidos compactos era difícil que hubiera gobiernos que se sostuvieran. Detrás de Núñez estaban la nación y sus fuerzas vivas, deseosas de que un Perseo de carne y hueso le cortara a la medusa de la federación las nueve soberanías, las nueve legislaciones, los nueve ejércitos y los nueve gobernadores que hacían de la desobediencia al gobierno federal un catecismo inmutable. La oportunidad llegaría.

Lo chistoso era que los radicales invocaban o no la solidaridad conservadora según les conviniera. Don Felipe Zapata dijo a boca llena en una manifestación ofrecida a Otálora que “para el partido conservador, que es la mitad de nuestro pueblo, no podemos desear menos de lo que deseamos para nosotros mismos”. Y en el mismo discurso advirtió: “Los talentos de sus miembros distinguidos (los de los conservadores) deben ser aprovechados en la administración de nuestros intereses nacionales”.

Los pueblos sopesan estas contradicciones cuando son tan críticas las condiciones políticas respecto de las cuales han de tomar una decisión colectiva.

Lo cierto fue que el disidente llegó. Y lo consiguió con la ayuda de los propios radicales, pues no tuvieron cabeza ni serenidad para escoger al candidato que le enfrentarían. Proclamaron a Tomás Rengifo, dibujado en sus defectos con sólo dos cuartetas del Alacrán Posada. Enorme error, porque al peor enemigo se le opone el mejor candidato. Pero, ¿cómo se hacía para irrespetar el turno si el período de dos años se había instituido para que todas las figuras del Olimpo tuvieran su ratito de poder?

Además del sube y baja de le mecánica política, el balance de la economía nacional, bajo el reinado radical, tampoco contribuyó a su prolongación en el mando. Sus gobernantes agotaron la moda del liberalismo económico con lánguidos resultados. Nuestros terratenientes exportadores y nuestros comerciantes importadores, destinaron sus utilidades a la renta de la tierra y al agio, estancando el proceso productivo. El país y la economía anclaron en el librecambio, y fuera de la satisfacción de muchos burgueses, enriquecidos en esta etapa de nuestro desarrollo, lo demás fue retroceso. Los jefes radicales secundaron ese comportamiento individualista, condenaron la economía a una rigidez que restringía su expansión y la pusieron, en comparación con otras de Latinoamérica, en desventaja para la competencia internacional.

Una economía apalancada por cinco productos tenía que causar desequilibrios en los niveles salariales. En la zona minera de Antioquia

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donde se explotaba el oro, la mano de obra estuvo mejor remunerada que en la Costa Atlántica. En Santander, consolidado el cultivo del tabaco, hubo romerías de labriegos de todo el país que buscaban mejores jornales, y las cosechas cafeteras ocasionarían contrastes entre el nivel de vida de los recolectores de las regiones templadas y los sembradores de otros productos rudimentarios de Nariño y Boyacá. Así, las escalas de salarios no eran uniformes, por lo cual nuestros campesinos carecían de unidad para la lucha, de sentido político y de solidaridad de clase.

La estructura rentística quedó a merced de las aduanas y las salinas. Esa doble tablita de salvación, aparte de condenarnos a sobrellevar un pasivo crónico, no nos dejó establecer el record de nuestro movimiento comercial, y raras veces supimos cuál era la verdad de nuestro déficit, desde 1860 hasta 1880. Por fortuna, la creación de los primeros bancos privados nos sacó de innumerables aprietos, causados por la sordidez con que se concebía y aplicaba nuestra política monetaria.

Los radicales nunca pensaron aflojar la ortodoxia con que miraron la economía. Ellos no podían vacilar, so pena de sacrilegio, entre la intervención y la libre empresa, entre protección y librecambio. Su posición era invariable y poco les importaba que los artesanos, los campesinos, los intelectuales y los estudiantes se opusieran a la importación masiva de manufacturas. Con el mismo ahínco con que en un principio se resistían a liquidar los monopolios estatales, defendieron luego el papel del individuo como gestor intocable de la economía. Su concepción del gasto público sí variaba de acuerdo con las circunstancias: el orden público era una imagen sagrada a la que no se le podían regatear las sumas que demandara, como tampoco a la integridad de la propiedad privada. El complejo tributario, que oscilaba entre lo colonial y lo revolucionario, abundó en traspiés porque las trabas administrativas como que se aunaban contra ese viejo sueño liberal que fue el impuesto directo. De lo que no se olvidaban los radicales cuando legislaban era de que las contribuciones, de cierto límite para arriba, les abrían boquetillos a las utilidades. En eso fueron más prácticos que teóricos, guiados por la concepción capitalista del momento.

La intervención de los radicales en la política se alejó de los supuestos que Nieto Arteta encontraba en todo proceso histórico: que el liberalismo económico es liberalismo político y que éste tiene que servir de realización previa de aquel. Los radicales se llevaron de calle esta composición dialéctica y dejaron mostrenca la herencia política de uno de sus precursores, el general López, quien se interesó por sustituir el modo colonial de producción por otro manufacturero. Gerardo Molina, con frase sabia y benévola, subrayó esa singularidad de los radicales: “Para

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ellos el poder no valía como plataforma de realizaciones, sino como ocasión de ejercer una elevada pedagogía política”. Vale decir, no condicionaron la teoría política al hecho histórico fundamental.

No sería justo pasar por alto un reconocimiento a nuestro liberalismo económico por haber superado, con el café, gran parte de las formas precapitalistas de producción. Por su método de siembras, recolección y ventas, se organizaron pequeños propietarios en esas nuevas relaciones de producción, ya que en las anteriores, además de que el pequeño propietario no existía, no era extraño ver sustituido el salario por el arriendo o la aparcería en condiciones de servilismo. El volumen de exportaciones cafeteras en 1872 alentó la creación de sociedades comerciales en Antioquia, Cundinamarca, Santander y Tolima, con la consiguiente intensificación de los cultivos y un apreciable alivio de la economía. También es justo realzar los esfuerzos para procesar cacao y fabricar chocolates, para probar suerte con una planta de ácido sulfúrico y haber dado al servicio las ferrerías de Amagá, Pacho y Samacá, cuando aún no nos reponíamos de los efectos de la guerra civil norteamericana.

A despecho de sus yerros, obstinaciones y contumacias, no sería honrado discutirle al Olimpo Radical, a sus hombres más representativos, sus virtudes humanas: la honestidad, la vocación por el estudio, la valentía, el patriotismo y el rigor en sus lealtades ideológicas. Tampoco sería honrado negar que Núñez fue contradictorio, enigmático, torvo muchas veces, avaro con las emociones y desconfiado en los afectos. Pero su genio, su frialdad y su fe en que hacía la correcto, disminuyeron el vigor de un peligro que su biógrafo más prominente, Indalecio Liévano Aguirre, acepta como inherente a la personalidad de todo grande hombre.

El duelo fue intenso y extenso, aleccionador y fructífero. La presidencia posterior a la del triunfo de la disidencia le produjo al país el más importante vuelco institucional de su historia, empañado por la mala administración que de la obra de Núñez hicieron sus sucesores, que desaprovecharon su preeminencia para reanudar los vicios de la política menuda y romper de nuevo el acoplamiento entre el querer popular y las decisiones gubernamentales. Había fracasado el científico establecimiento de grandes partidos, preconizado por Núñez, y las divisiones recalentaban, al finalizar el siglo XIX, la violencia partidista que obstruía el ejercicio democrático de las libertades y derechos de que se ufanaban los dirigentes liberales y conservadores.

Si analizáramos retrospectivamente a Colombia para hacer una prospectiva de lo que hubiéramos progresado sin todos los antecedentes violentos que han oscurecido nuestra historia, a lo mejor Argentina, Brasil, Chile y México nos envidiarían. El destino nos deparó otra suerte,

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y en las mismas andamos: con un panorama tan negro que no tenemos horizonte claro a la vista, sujetos a un caudillismo autoritario que hasta nos individualizó la función constituyente.

Celebro que se haya incluido en este seminario la disidencia de Núñez como liberal. Lo fue. Claro que sí, no porque él hubiera repetido hasta el cansancio que era un miembro irrevocable de dicho partido, sino porque su liberalismo se erigió en una idea del Estado que los liberales del siglo XX defendieron hasta el 5 de julio de 1991, día en que expiró la Constitución centenaria de 1886. Es más: porque Núñez fue un liberal que comprendió que el liberalismo no es dogmatismo ni sectarismo, sino flexibilidad y tolerancia. Por eso, el liberalismo de los radicales murió con ellos.

Jaime Jaramillo Uribe ponderó la familiaridad de Núñez con la historia y sus fenómenos, y con nuestra sociedad y los suyos. Oigamos lo que afirmó: “Núñez fue el primer colombiano de su generación que supo valorar en toda su magnitud y con plena objetividad los fenómenos de la sociedad capitalista moderna, sobre todo la lucha de clases y la depauperización de la clase obrera, y en aceptar frente a las soluciones revolucionarias y frente a las formas del pensamiento utópico, una política realista que procurase establecer una síntesis entre lo que había de justo e inevitable en los movimientos socialistas y la tradición cristiana de los pueblos occidentales”.

En el juego político Núñez no hizo gala de una verticalidad inalterable. Él, como todo el que practica ese juego, tuvo que planear, colocarse y actuar bajo “los mentirosos velos”. Pero realizada su gran reforma, su misión en el acontecimiento histórico estaba satisfecha. A través de Núñez el país había vuelto sobre sí mismo y gracias a esa particularidad iba a vivir su universalidad.

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El Bloque Liberal frente a la Unión Republicana

Camilo Gutiérrez JaramilloAbogado bogotano graduado en el Colegio Mayor del Rosario; Socio del bufete de Abogados Bernal, Acosta, Gutiérrez Murcia y Asociados; catedrático en las universidades Del Rosario, Sabana, Católica, Sergio Arboleda, Javeriana y ESAP; experto en Derecho Electoral; autor de una biografía de José Hilario López en 1997; Ha ocupado destacadas posiciones en el sector privado.

Presentación:

Terminada la administración de Rafael Reyes, enfrentaron los liberales la coyuntura política que se avecinaba, el dilema de participar de una parte, en el modelo cauto y contemporizador de la llamada “Unión Republicana”, o el de reafirmar su pasado vigoroso al margen del nuevo régimen, pero al socaire del respeto predicado por el gobierno de Carlos E. Restrepo, frente al proceso de reorganización del liberalismo que se avecinaba. Uribe Uribe se ocupó de conducir la vertiente liberal que lo seguía hacia la segunda opción. Convocó a sus copartidarios a enfrentar el reto de organizar la colectividad en una nueva acción política, contraria a la de la “Unión Republicana”, en los tiempos difíciles de la hegemonía conservadora, la misma que navegaba entonces, en la indefinida consigna de la exclusión. Quería Uribe Uribe con su ejemplo, demostrar con hechos el verdadero alcance que tenía el liberalismo como una nueva fuerza política, civilista y organizada. Este impulso terminó siendo liderado por Uribe Uribe con consecuencias fértiles en el área programática y en la reorganización del partido. Resulto siendo un fecundo episodio político, que constituyó un verdadero renacimiento del partido, y una apropiada respuesta ideológica a las necesidades del nuevo tejido social de los colombianos en los albores del siglo veinte. Esta aventura fue conocida como el “Bloque Liberal” paradójicamente fue acogida por el liberalismo en pleno, luego de la desaparición de Uribe Uribe. Veamos.

RAFAEL URIBE Y BENJAMÍN HERRERA – TRAYECTORIA DE UNA ENCONADA PUGNA.

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El ocaso del radicalismo liberal colombiano del siglo diecinueve, terminó con la derrota del ejército liberal en el encuentro de la Humareda. Este fracaso abrió las puertas al Presidente Núñez para construir con holgura el régimen centralista, autoritario y confesional conocido como “La Regeneración”, cristalizado en el texto original de la Constitución de 1886, durante el cual se desató una intensa y despiadada persecución contra la antigua dirigencia radical. Los liberales un tanto desconcertados por la derrota, no encontraron el camino para darle una respuesta a esa adversa situación. De hecho, las fuerzas que impulsaron el liberalismo durante aquellos años difíciles, se hallaron en la juventud del partido, que solo había conocido el radicalismo al final de su periplo. Dos jóvenes se ocuparon de esta romántica tarea, Benjamín Herrera y Rafael Uribe Uribe. A estas alturas, Uribe y Herrera eran veteranos guerreros, no en vano habían coincidido acompañando al radicalismo en su lucha contra el alzamiento militar y religioso del conservatismo, en la guerra de 1876. En esta confrontación, Herrera hizo parte del llamado “Ejército del Sur” en la batalla de “Los Chancos” al mando de su antiguo acudiente en Popayán el general Julián Trujillo (1) y Uribe, nueve años mas joven, participó igualmente en esta batalla en la que fue herido gravemente (2). En adelante y durante las dificultades que enfrentó liberalismo colombiano durante la llamada “Regeneración” de Nuñez , emplearon estos dos hombres su energía, su pluma y su espada para preservar la existencia misma del partido.

No obstante, se trataba de dos personalidades diferentes, que en esa tarea, chocaron permanentemente en un espiral de enfrentamientos militares y políticos, que los llevó a distanciarse dramáticamente durante los siguientes cuarenta años, hasta llegar a la pugna entre el llamado “bloque liberal” y la “unión republicana”, durante la administración de don Carlos Eugenio Restrepo. Veamos. Al iniciarse el levantamiento militar de los liberales contra el gobierno del Presidente Sanclemente, , Herrera completaba una prolongada carrera militar. Sus notables servicios al liberalismo provenían de su experiencia en el ejército como miembro de la “guardia colombiana” durante los tiempos del radicalismo y como combatiente activo en la campaña militar de 1885. Se perfilaba su imagen como la de un guerrero listo a tomar las armas a favor del liberalismo. Lo propio es dable predicar de la vida militar de Uribe Uribe, desde los tiempos de la batalla de los Chancos, y luego como combatiente en Antioquia durante el levantamiento de 1885, y como uno de los promotores del frustrado alzamiento liberal de 1895. No obstante, en el caso de Uribe y a diferencia de Herrera, la guerra y las armas no constituyeron su vocación vital, de manera que el impulso que lo

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condujo a luchar por la causa liberal se hallaba en sus convicciones políticas consolidadas como fruto de su constante actividad destinada a construir una sólida preparación intelectual desde los tiempos de estudiante de derecho, en los claustros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Allí interactuó con buena parte de los jóvenes que protagonizarían los principales episodios políticos del final de siglo en Colombia. Obtuvo en 1880 su título de abogado luego de incursionar en los textos de los autores universales que agitaban las ideas y conceptos políticos de la época. Posteriormente en 1886, durante su permanencia en la prisión de Medellín, como consecuencia de su activa participación la guerra de 1885, mientras era procesado por un tribunal, del que hacía parte Carlos E. Restrepo, se ocupo de redactar un trabajo sorprendente, el “Diccionario Abreviado de galicismos, provincianismos y correcciones al lenguaje”, y luego en sus labores como cultivador de café, empleó su tiempo en darle plena entidad conceptual a sus observaciones sobre el comportamiento del grano, en un estudio ampliamente conocido titulado “Estudios sobre el Café”. Lo propio ocurrió durante su actividad como parlamentario en la Cámara de representantes, al finalizar el siglo diecinueve, corporación a la cual, los “chocorazos” (3) solo permitieron asistir a dos voceros del liberalismo, Rafael Uribe y a Luis Antonio Robles. Allí se ocupó Uribe con profunda dedicación al examen de los temas internacionales de la Colombia de la época, a propósito de la libertad de Cuba y de las tensiones con Venezuela ocurridas en vista de la necesidad de darle plena aplicación al laudo arbitral de la corona española, que definió los límites terrestres entre Colombia y Venezuela, proferido en 1891. De manera que a estas alturas el patriotismo de Uribe Uribe, se proyectaba en su desmedido afán de penetrar los pormenores de los problemas que agobiaban a los colombianos, de entenderlos y de hallar soluciones al peor de todos, al de la exclusión en que se empeñaba el régimen regenerador, que condujo finalmente al liberalismo en 1899, a enfrentar en el plano militar al gobierno conservador de la época.

Allí el destino citó nuevamente a Uribe y a Herrera, luego del pronunciamiento de Paulo E Villar en octubre de 1899, que desató la guerra civil. Los dos guerreros optaron por brindar su apoyo y experiencia a la sublevación, con la convicción de haber sido agotados concienzudamente los medios de solución pacífica y de tolerancia dirigidos al régimen del nacionalismo conservador. Brillante expresión de ese anhelo del liberalismo fue la “oración por la igualdad” pronunciada por Uribe Uribe en el Congreso de 1898 :”.....Si esta situación se prolonga, acabará de formarse en el ánimo de los liberales la firme resolución de no continuar llevando esta vida miserable y

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angustiosa, y de que el país no siga dividido como hasta ahora en dos campos, el de los vencedores y el de los vencidos....” (4). Mas Allá de los pormenores de la guerra, quedaron claras en el desenvolvimiento del conflicto, las desavenencias y discrepancias entre estos dos hombres, expresadas en dos visiones, la del guerrero y la del pensador. Dos concepciones, dos temperamentos, que al principio del conflicto se unieron con cierto formalismo y prevención, pero sin ninguna amistad. De hecho, luego del desastre de Palonegro , los dos caudillos continuaron la guerra en frentes y actividades diferentes, expresados en los acuerdos con los que se protocolizó el fin la guerra “de los mil días” de una parte, el llamado “Tratado del Wisonsin” firmado por Herrera de noviembre 21 de 1902, y de la otra el armisticio firmado por Uribe Uribe en la hacienda Neerlandia del 24 de octubre de 1902. Terminó pues la guerra civil para el liberalismo impulsado por estas dos personalidades rivales.No obstante, al año siguiente, los colombianos asistieron perplejos a los infantiles desencuentros entre históricos y nacionalistas, las dos facciones irreconciliables del conservatismo, que desembocaron irremediablemente en la separación de Panamá, de suerte que en 1904 accedió a la presidencia el general Rafael Reyes. Importa detenerse en el examen de la conducta de los dos líderes del liberalismo frente al gobierno de Reyes. En efecto, luego de casi veinte años de completa exclusión en las funciones del estado, el Presidente Reyes, en el marco de la política patriótica con la cual inauguró su gobierno, expreso en su discurso de posesión, el propósito de contar con la colaboración de representantes del liberalismo y llamó a su gabinete, a Lucas Caballero en el despacho de Hacienda y a Enrique Cortés en el de relaciones exteriores (5). Los desastres de la guerra y de Panamá, dejaban atrás el empleo de las armas como herramienta política, de suerte que ante la perspectiva de un nuevo gobierno, con un mínimo perfil de tolerancia, se requería una juiciosa reflexión sobre el futuro del partido como personero de la joven sociedad latinoamericana que se asomaba al siglo veinte. Este desafío fue asumido por Uribe Uribe, quien luego de la guerra retomó la senda del pensador y del conductor político. Precisamente en ese año de 1904 Uribe decidió asumir la vocería de partido liberal ante los nuevos escenarios y para ese efecto convocó a sus copartidarios en el Teatro Municipal de Bogotá en octubre de 1904, recién iniciado el gobierno de Reyes, allí pronuncio una sorprendente oración sobre la modernización, esto es sobre los retos que debía enfrentar el liberalismo frente al nuevo siglo. La alocución es sorprendente y se destaca por el notable golpe de timón ideológico que

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el entrañaba, en tanto que con el se sacudía el liberalismo de los paradigmas que inspiraron el viejo radicalismo que murió en la Humareda, para encontrar en este discurso la configuración de un nuevo estado dotado de roles intervensionistas, renunciando a la virtual mano invisible de la que hablaba Smith en un estado gendarme, que ya no era respuesta a una sociedad compleja y en los umbrales de la industrialización y ávida de soluciones sociales puntuales. Allí se deslizaron conceptos como el del socialismo de estado, y se identificó una nueva relación entre el capital y el trabajo, exteriorizando el olvido en el que había permanecido en el esquema anterior, la suerte de los desvalidos y de los mas débiles. Se propuso allí una reforma tributaria con fines niveladores fruto del intervensionismo, del nuevo modelo de estado. Tenía además este discurso la virtud de constituir un acicate al despertar del liberalismo luego de las duras pruebas impuestas por la regeneración en la voz de Uribe, que marcó un camino y una opción diferente a los colombianos. Para el liberalismo de entonces , el discurso del Teatro Municipal es en realidad el tránsito del siglo diecinueve al siglo veinte. El partido quedó notificado de que en la persona de Uribe, mas allá de la imagen que tenía de ser uno de los últimos guerreros del siglo diecinueve, había un líder provisto de un proyecto político, capaz de desenvolver creativas potencialidades ideológicas en los tiempos de paz, y de paso se le anunciaba a los colombianos que el partido liberal no abandonaba en su plataforma, los intereses nacionales.

Durante estos días, Herrera y Uribe actuaron en frentes diferentes para darle entidad a la actuación del liberalismo en el nuevo escenario político. En efecto, Reyes terminó con la obtusa exclusión impuesta al liberalismo por los jerarcas de la regeneración y de esta suerte, mediante el decreto 29 de 1905 Reyes convocó una Asamblea Nacional Constituyente y Legislativa, a la cual concurrieron entre otros liberales, Benjamín Herrera por Santander y Rafael Uribe Uribe por Antioquia (6) Herrera participó contribuyendo a impulsar las reformas de las que se ocupó ese cuerpo constituyente. Por el contrario Uribe Uribe optó por prestar sus servicios a la diplomacia colombiana. Reyes lo designó como ministro plenipotenciario ante los gobiernos de Chile , Argentina y Brasil en cuyo desempeño desplegó una notable actividad que le fue de mucha utilidad en la comprensión de los problemas nacionales y continentales. Este periplo diplomático, incluyó la representación colombiana ante la Tercera Conferencia Panamericana que tuvo lugar en Río de Janeiro (7), en un momento difícil, por cuanto era el primer escenario internacional al cual asistía un delegado de la recientemente creada República de Panamá .A su regreso a Colombia, a

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principios de 1909, encontró Uribe una delicada tormenta política, preludio del fin de la administración Reyes, contra la cual se habían levantado los restantes sectores del espectro político. De modo que Uribe y Herrera expresaban dos talantes diferentes y tenían dos visiones diferentes sobre el futuro del liberalismo y ese contrapunto se proyectó inevitablemente hasta la muerte de Uribe, con notables consecuencias políticas. Una de ellas la última fue la ubicación enfrentada en el espectro político al cesar el quinquenio, en la cual quedaron ante dos opciones. La de Uribe se tradujo en el episodio del “Bloque Liberal”.

1909 a 1910 - EL LIBERALISMO FRENTE A LA ARTICULACIÓN DE DOS SISTEMAS

A pesar del sentido progresista y patriótico que imprimió Reyes a su gobierno, el cual impulsó con sorprendente energía y actividad, el ambiente político se había enrarecido peligrosamente para él, pues las fuerzas políticas encontraron en un gobierno tan prolongado, que habría de extenderse hasta 1914, un incómodo obstáculo del que era necesario sacudirse. Peor problema para Reyes, era el dilema resultante, entre el imperativo del estado colombiano de regularizar sus relaciones internacionales con los Estados Unidos, frente a la adversa sensibilidad popular que había contra los norteamericanos luego de los recientes sucesos de Panamá que se veían como una terrible mutilación del territorio ancestral. Pero, el progreso económico de alguna forma pasaba por la necesidad de arreglar ese problema que entrañaba un trago amargo frente a semejante hecho cumplido. Enrique Cortés, ministro liberal del gabinete de Reyes, negoció el tratado con los Estados Unidos conocido como el Cortés-Root, que se convirtió en bandera política de la oposición, con entendibles ramificaciones de inconformidad en la entraña popular, expresadas en ruidosas y nutridas manifestaciones y en una campaña de prensa furibunda con lo cual se agotó el margen de maniobra de Reyes. Preludio de los célebres sucesos del 13 de marzo de 1913 fueron las públicas acusaciones que al tratado formuló Nicolás Esguerra en vista de que el mismo no iba a ser aprobado por el Congreso sino por la Asamblea Constituyente de Reyes, con lo cual aumentó el repudio popular al tratado. El Presidente Reyes optó por abandonar el poder antes que emplear la fuerza para sostenerse tozudamente, sabedor de que esa vía era fuente de problemas peores.

El Congreso designó al vicepresidente González Valencia para agotar el período original de Reyes, hasta 1910 y convocó una Asamblea Constituyente, destinada a cristalizar el pacto político de quienes

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derribaron al anterior presidente, de lo cual surgió la reforma de la Constitución expresada en la valoración de algunos de los proyectos de Reyes, intentando además consolidar un proceso de institucionalización republicana. La reforma se expresó en el Acto Legislativo N. 3 de 1910, que introdujo la acción pública de inconstitucionalidad, redujo el período presidencial a cuatro años , eliminó la figura de la vicepresidencia para reemplazarla por la de la designatura, y eliminó la pena de muerte entre otras cosas. Uribe Uribe, registró estas reformas pero se proponía metas mas ambiciosas y progresistas.

No obstante, la admiración que Herrera profesaba por Reyes, y del concurso que aquel le había prestado a este durante el quinquenio , al abandonar Reyes el país en 1909, Herrera adhirió al movimiento político que sirvió de crisol para albergar las corrientes políticas que se opusieron al gobierno de Reyes, con el ánimo además de ocupar el espacio político que dejaba la caída del quinquenio. Las dos figuras que lideraron ese movimiento en la afortunada coyuntura que les permitió llegar al poder fueron Herrera y Carlos Eugenio Restrepo, a nombre de un sector del conservatismo, en vista de la oposición de José Vicente Concha a esa aventura. En efecto, Restrepo descendiente de don José Félix de Restrepo se venía ocupando desde los tiempos de la guerra del noventa y nueve de liderar un llamado a la cordura y a la concordia entre los dos partidos tradicionales, y en ese trance (8) promovió la integración de unas llamadas Juntas de conciliación, dirigidas a bajarle la temperatura a la confrontación partidista en aras de consolidar el espíritu republicano, de modo que la coincidencia de fuerzas liberales y conservadoras que derribaron a Reyes el día 13 de marzo de 1909, terminaron por fraguar esa unión que se llamó ”Republicana” al ritmo de la cual se morigeró el autoritarismo de la carta de 1886 mediante el Acto Legislativo No. 3 de 1910.

De manera que en este trance, los dos voceros mas representativos del liberalismo, consuetudinariamente alejados y hostiles, tomaron caminos diferentes en esta coyuntura. Reyes se sumó entusiasta al proyecto republicano y Uribe censurado acremente por el núcleo triunfante tomó los caminos de la oposición y de la disidencia.

En efecto, A pesar del clima de concordia que en abstracto inspiraba el republicanismo, una de las fijaciones de su voceros era la de luchar contra los amigos de Reyes y contra sus antiguos colaboradores, actitud corriente por lo demás en los intempestivos cambios de régimen, de suerte que a su llegada a Colombia en 1909 Uribe Uribe, al ocupar una curul en la Cámara de Representantes (9) se vio asediado por los reproches formulados agriamente por los enemigos de Reyes, que le

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censuraban, su por lo demás edificante gestión diplomática en el sur del continente. Uribe Uribe no era hombre que se amilanara ante sus enemigos y esta atmósfera resultó propicia para llevar a cabo un formidable contraataque desde su trinchera política, que dio lugar a lo que se llamó el “bloque liberal” de cuyo examen me ocupo, por los fértiles y ejemplares resultados que de el surgieron.

- EL BLOQUE LIBERAL.

En efecto, como en el pasado Uribe y Herrera se colocaron en polos opuestos. El de Herrera fue el escenario de la ya citada “Unión Republicana”, una alianza de las élites, promovida por representativos líderes políticos del conservatismo y del liberalismo. Hacían una política providencialista en la cúpula, con presidente designado por una Asamblea Constituyente, indiferentes por lo demás a las reformas que la época reclamaba. Sus programas nominales no convocaban entusiasmo alguno. Era una unión bienintencionada pero incolora y provisional en tanto que se abrió paso en un momento de crisis y además sin apoyo popular, y de allí su efímero paso por la historia. Por el contrario el escenario de Uribe Uribe, el del “bloque Liberal”, era fruto de la audacia. Era un impulso ajeno al establecimiento que convocó y organizó las reservas populares del liberalismo con una visión aventurera y ambiciosa, la de volver al poder para desarrollar un proyecto político fruto de un programa. Quedaron Uribe y Herrera involucrados en un contrapunto dramático; Uribe triunfaba en tanto que el “Bloque” crecía en fuerza política con un plan que apuntaba al porvenir. Al paso que el Republicanismo con Herrera y otros liberales naufragaron en 1914, en una dinámica que el destino resolvió en forma insólita. Ello por cuanto Uribe Uribe desaparecía asesinado y Herrera cosechaba de alguna forma los desvelos de su enemigo.

Preludio del “Bloque Liberal” liderado por Uribe Uribe fue su notable actividad parlamentaria en la Cámara de Representantes desde 1909. La legislatura de ese año luego de la partida de Reyes se ocupó de abordar algunas reformas como preámbulo de las transformaciones constitucionales que ocurrieron al año siguiente y allí al reaparecer en la escena política luego del receso diplomático promovió una enérgica protesta contra los conservadores enemigos de Reyes que lamentaban el naufragio de las libertades durante el gobierno del quinquenio. Para ese efecto Uribe reprochó a esos parciales observadores las medidas mucho mas restrictivas y peor de lesivas que se emplearon contra las libertades públicas, durante los tiempos de la regeneración, recordando claro está la

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famosa “Ley de los caballos”, y poniendo de presente otros cadalsos menos vistosos pero mas numerosos que los de “Barrocolorado”.

De igual forma, se ocupó Uribe de participar en los debates de las normas que desmontaron las restricciones a la libertad de prensa, heredadas del Quinquenio, para suprimir los dispositivos de censura previa. Abogó para el establecimiento de una plena libertad de prensa, invocando además el conocimiento que tenía de los regímenes chileno, paraguayo y argentino sobre ese punto, que puso de presente al congreso de la época. Acto seguido, impulsó un proyecto de ley destinado a establecer la libre circulación de impresos en los correos, igualmente para suprimir las restricciones que en ese sentido estableció Reyes en 1906. Abogó Uribe por estas normas con lúcido razonamiento que criticaba la disposición abolida:

“..... además de ser esta una limitación al pensamiento escrito y a la difusión de las luces, constituye un ataque a la propiedad, una verdadera confiscación de las que prohíbe el artículo 34 de la carta Fundamental; y respecto de los impresos procedentes del extranjero es, por último una excepción a las prácticas de la Unión Postal Universal a la que Colombia pertenece........” (10)

También intervino Uribe en aquellos días de 1909 en los debates sobre el proyecto de ley relativo a la rebaja de penas con motivo del centenario de la independencia, en los cuales defendió con pasión la política generosa de aliviar la situación de los presos en Colombia. Intervino igualmente en los debates sobre el proyecto de ley relativo a la reorganización de la Universidad Nacional, que incluyen sus muy juiciosas apreciaciones sobre el tema de la educación en Colombia, predicando que la universidad debe ser “.... moderna, actual y evolutiva.....”

Hago alusión a estas Intervenciones de Uribe en 1909, pues allí se inició inesperadamente el pugilato con Carlos E. Restrepo, que entonces lideraba la Unión Republicana en los umbrales del poder y que dio lugar al nacimiento del “Bloque Liberal”. Se percibe en los discursos de Uribe Uribe contra Restrepo el rastro de una antigua animadversión fruto de la lucha partidista, desde las colectividades políticas tradicionales y tal vez desde 1886, una prevención de estirpe puramente personal, cuando Restrepo era el secretario del despacho judicial que juzgó y condenó a Uribe, por cuenta de la guerra de 1885, difícil saberlo. Se trató de una fuerte réplica que le hizo Uribe al representante Restrepo a propósito de las discusiones que se presentaron sobre la siguiente reunión del Congreso. Es uno de esos debates, que expresan el choque de dos talantes ubicados en linderos políticos diferentes, útiles para marcar

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diferencias, las mismas que los distanciarían diametralmente durante el siguiente período presidencial. La reacción de Uribe respondió igualmente a las descalificaciones que se le hicieron por su colaboración diplomática durante el quinquenio y se defendió con vigor, a sabiendas de que quedaría en los desfiladeros de la oposición. No se abochornó de eso, sino que esgrimió con valor las palabras de Reyes en su discurso inaugural para anticipar la invitación que le haría a los liberales: “.....no vengo como jefe de partido sin como jefe de la nación.....” El pleito estaba cantado y el desafío desató en Uribe su proverbial energía, en este caso para el bien del partido liberal, en la medida que ello le permitió conducir una corriente de la opinión que lo seguía para dotar de independencia crítica al partido y someterlo a un proceso de reflexión, de donde salió formulada su doctrina para enfrentar los desafíos del siglo veinte. La herramienta política para esa tarea fue el “Bloque Liberal”.

Al año siguiente, en 1910, durante el primer semestre sesionó la Asamblea Constituyente que habría de modificar profundamente el texto de la carta de 1886. Uribe Uribe hizo parte de ese cuerpo constituyente que se ocupó el día 15 de julio de 1910 de elegir como presidente para el período 1910 a 1914 al ciudadano Carlos E. Restrepo. Los únicos dos liberales que no hacían parte de la Unión Republicana y que fueron elegidos para la Asamblea Constituyente de 1910 fueron Rafael Uribe y José Maria Quijano Wallis. Ninguno de los dos asistió a la sesión de elección de Restrepo como Presidente. Marcaron con ello una corriente diferente a la del republicanismo que accedía al poder y se enrumbaron por el sendero de la disidencia, pero no sin anunciarlo. Uribe Uribe explicó cual era su posición para abstenerse de colaborar en la elección de Restrepo. Para ese efecto incluyó en el propio periódico “El Republicano“ un mesurado artículo en el cual anunció razonadamente los motivos de su posición política. La significación de este documento, estriba en que hasta esa fecha el liberalismo colombiano cargaba con el peso de las derrotas de la últimas tres guerras civiles. Esta adversidad llevó al partido a la dispersión, al caos a y al peor de los estados que es el de la confusión. Si bien Uribe y Herrera como conductores de la guerra de los mil días participaron en el gobierno de Reyes, el partido liberal carecía entonces de una organización y su presencia en ese gobierno se hizo en abstracto a nombre del liberalismo. De modo que además de los obstáculos del adverso sistema electoral, los liberales carecían de una organización política mínima que les permitiera participar como colectividad en la vida nacional. De esta forma, en la coyuntura de la elección de Restrepo, Uribe asumió la vocería del liberalismo y se dispuso a organizar el liberalismo como un partido moderno. Luego se

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aprestó expectante a evaluar la gestión de Restrepo a medida que esta se desenvolviera, marcando distancias y expresó en este documento sobre los liberales que hacían parte de la Unión Republicana que:

“Por lo pronto esos copartidarios obran por su propia cuenta personal , no con la representación del partido , que él hasta ahora no ha conferido, oficial o auténticamente a nadie ....”

De modo que asumiendo esa personería se ocupó Uribe de dotar al partido de una organización lo que entrañaba ante todo señalar un rumbo expresado en un programa, que sería en los siguientes tres años, la expresión de la visión política del “bloque liberal” y sin duda el fundamento sobre el cual se construyeron los posteriores programas del liberalismo luego de la muerte de Uribe. Se trata de un texto que Uribe denominó “ EXPOSICION SOBRE EL PRESENTE Y EL PORVENIR DEL PARTIDO LIBERAL EN COLOMBIA”. Entraña este documento lleno de fervor reflexivo el verdadero renacimiento del liberalismo. Se nutre el texto del entusiasmo de Uribe, sabedor además de la favorable coyuntura que le presenta el destino para impulsar su colectividad luego de 25 años de adversidades. Con emoción evocó los años difíciles y la persecución del clero para destacar una realidad que se alzaba palpable ; la de que el liberalismo no pudo ser destruido por la hegemonía. Los liberales de Colombia se encontraban atentos a la conducción de un líder. Una nueva generación de militantes se asomaba a la vida pública conscientes de que eran dueños del futuro y de que su responsabilidad estaba en la reconstrucción del partido. Así, en este programa se ocupó Uribe definir el porvenir del liberalismo que contrasta así con el conservatismo ;

“.....en una palabra, el gobierno de la democracia por la razón, mientras que el conservatismo indefectiblemente la continuación indefinida de lo demasiado conocido, la marcha en retroceso, en busca de un Estado social y político anticuado e inasible, por el fallo inapelable del tiempo.....” (12)

De modo que el punto de partida a estas alturas de 1911, fue la valoración que le cabía a la regeneración y a la hegemonía, cuyo resultado era desastroso, de modo que la suerte del futuro colombiano estaba en la opción del liberalismo como verdadera alternativa de poder. Ciertamente se encontraba aquí un proyecto de largo aliento, no era solo asunto de organizarse para censurar ocasionalmente al gobierno de la “Unión Republicana”, sino construir la herramienta que pudiera sustituirlo en el futuro.

Para eso, Uribe propuso una tesis en abstracto vinculada fundamentalmente al tema de nuestro sistema político. En efecto,

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amparado en las mismas razones que permitieron al republicanismo acceder al poder, con todo y liberales , y con ocasión de la inflexión que para la hegemonía fue la caída de Reyes, avizoraba Uribe la próxima llegada al poder del liberalismo . Ello, paradójicamente en el mismo marco institucional predicado por la “Unión Republicana”, el de la alternación de los partidos en el gobierno. “Pedimos” , decía Uribe en este texto

“.... a nuestros adversarios que se plieguen a la alternatividad republicana regular, como nosotros lo haremos el día en que la opinión pública nos abandone; y les pedimos que no se aferren a la posesión de un poder que , conforme a los principios de gobierno representativos y de república que nos hemos dado, ya no les corresponde.....” (13)

Para el designio conservador de entonces, de impedir a toda costa la llegada del liberalismo al poder, esta propuesta de Uribe sonaba a ilusión imposible. No obstante, sobre este sueño se construyó un proyecto que le abrió paso a futuras transformaciones que adelantaron los jóvenes liberales que entonces siguieron a Uribe. Era el llamado a dotar entonces a los colombianos de entonces de un sistema político moderno . La audacia de la propuesta revela el impulso que tenía Uribe de transitar del siglo diecinueve al veinte.

Para todo ello se baso Uribe Uribe en un programa que no duda en califica de liberal . Uribe sabia que al trazar ese rumbo tomaba distancia del pasado radical y para ello enunció unos principios que quizo basar en realidades telúricas y no en las abstracciones radicales de 1848 como explícitamente lo dice y resume así la noción básica el partido liberal colombiano “.......Dar a los problemas sociales, políticos y económicos soluciones conformes con la libertad, esa es la idea madre, el rasgo dominante de todo programa liberal, la índole misma del partido , la razón de su nombre. Por eso nuestro programa se resume en una concepción sencilla: libertad civil y religiosa para todos los ciudadanos; igualdad delante de la ley; derecho común; mejora de la suerte de los trabajadores,......” (14) y agregó “.... todo lo que sea nacional es liberal, Lo que nos une es la firme voluntad de realizar la mayor suma posible de justicia social ....”

Con base en ello Uribe consolidó cuatro propósitos de acción que son la plataforma del “Bloque Liberal”:

ACCION POLITICA. En efecto, Uribe no podía actuar solo ni en abstracto contra la “Unión Republicana”, requería de una organización de la que el liberalismo carecía. El último germen de estructura política que había tenido el liberalismo se remontaba a las elecciones de 1898 en los tiempos de la valerosa candidatura de don

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Miguel Samper Agudelo “el gran ciudadano” y en los días anteriores al estallido de la revolución de 1899. De suerte que simplemente luego de la guerra de los mil días, Uribe y Herrera, los dos guerreros que de ella surgieron asumieron individualmente la vocería del liberalismo y con ese carácter le brindaron su apoyo a Reyes. A estas alturas de 1911 Herrera y sus seguidores integraron el partido Republicano , en el poder por lo demás y Uribe definitivamente en la vertiente opuesta, le quedaba el espacio libre para emplear su liderazgo en la organización del partido y en la adopción de un mínimo cuerpo de doctrina . Ciertamente, el partido resultante de ese esfuerzo de Uribe fue la colectividad liberal que acompañó a los colombianos en el devenir del siglo pasado. Allí se concibe el partido político como el medio que permite articular las acciones de los individuos frente a la nación, destacando la salud de la democracia gracias a la actuación de partidos fuertes y organizados, y ese el destino que aspira para su partido el liberal. De esta suerte, en este tramo de la historia del partido la acción política de Uribe que ha sido conocida como “el Bloque Liberal” entrañó una laboriosa actividad de organización política que de paso incluyó el establecimiento de una organización permanente del partido. Para ese efecto Uribe como director de la colectividad con fecha de 30 de marzo de 1912 y con el apoyo de los consejeros de la Dirección, (15) aprobaron los estatutos del partido, de cuya lectura se desprende la aparición de la configuración del partido como ente que cristaliza y convoca las fuerzas dispersas de la colectividad, que encuentran entonces en un partido organizado el cause para manifestarse y para participar en la lucha política, no como grupos aislados sino constituidos en una fuerza política con verdadera capacidad de influir en los procesos nacionales. Se trata de unos estatutos que tienen como base: . un programa generoso y de avanzada en primero lugar y además, el establecimiento de la convención nacional del partido , la dirección nacional y un dispositivo de descentralización territorial expresado en los directorios departamentales soportados a su vez en las juntas municipales. No de otra forma podía garantizar Uribe la continuación de su gestión política, de modo que llama poderosamente la atención esta organización, en tanto que luego de su desaparición permitió este modelo convocar las posteriores grandes convenciones del partido en los tiempos de la hegemonía como la de Ibagúe de 1922 y la de Apulo de 1929 (16). De modo que en el frente logístico el legado mas destacado del “Bloque Liberal” es la creación de la plena organización del mismo, luego de los tiempos de dificultad y de adversidad.

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No bastaba a Uribe Uribe para darle pleno alcance político al “bloque liberal”, la adopción de la plataforma, la participación en las elecciones y la organización del partido. Requería de un medio de comunicación de impacto y penetración en la opinión pública. El canal idóneo para llegarle a un gran numero de liberales pasaba por la creación de un diario que fuera el medio de difusión del movimiento político de Uribe. Para ese efecto se ocupó de crear un diario que denominó simplemente EL LIBERAL, cuyo primer ejemplar apareció en abril de 1911, y que se convirtió en los siguientes años, en la trinchera política del “Bloque Liberal”, con el cual logró crear un inmejorable mecanismo de convocatoria, en tanto que el liberalismo raso anterior al LIBERAL de alguna forma percibía que el el partido no existía, no opinaba, ni se expresaba. Con este periódico Uribe Uribe quiso evocar una de la publicaciones, aplastadas durante la regeneración. Se trataba del periódico “EL LIBERAL” impulsado por don Cesar Conto en 1888 que fue cerrado á los dieciséis números por cuenta de un enérgico artículo de Don Nicolás Esguerra que además lo condujo al exilio (17).

Se destaca además la sorprendente labor de acción política que desplegó Uribe Uribe con su característica energía durante estos años, para darle pleno perfil nacional a su movimiento. Se desplazo a las capitales de los departamentos, a las provincias y allí donde hubiera interés en oir la doctrina liberal. En estas giras políticas, organizó los directorios, los cuadros, la propaganda y tejió la red que le dio entidad nacional al liberalismo.

ACCION LEGISLATIVA . En efecto, en ese momento la aspiración mas afanosa de Uribe fue la de involucrar al partido liberal en la tarea de institucionalizar la República. Esto es, el de consolidar un sistema que tuviera como base el estado de derecho. Curiosa paradoja si se piensa que era una de las banderas que esgrimieron los voceros de la “Unión Republicana” para llegar al poder. Para Uribe, en los tiempos del “Bloque”, el sistema político colombiano debía sacudirse de los amigismos y poner en marcha reformas destinadas a mejorar las instituciones entonces existentes. Se quejaba Uribe de las desproporcionadas facultades del ejecutivo que en muchas áreas carecían de los controles políticos necesarios para evitar los abusos y en esa dirección se movió la plataforma política del “Bloque”, al enunciar los puntos con los que aspiraban a diseñar un nuevo estado. Es notable que varias de estas propuestas finalmente se cristalizaron en reformas adoptadas años después durante los tiempos de la llamada “República Liberal” Algunos de ellas fueron; - La reforma al sistema electoral de la

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época dispuesto por la hegemonía, para reemplazarlo por el dispositivo del cuociente electoral, así como la eliminación de la participación en las elecciones de los miembros de la fuerza pública. De modo que el trance de perfeccionar la democracia colombiana en aquellos día la gran aspiración era esa, la de que la voluntad de los electores se viera reflejada en la composición de los cuerpos colegiados. - El establecimiento de una mas elevada tarifa aduanera, con el propósito de robustecer la protección a la industria nacional. Son como puede verse los temas recurrentes de la política colombiana. El viejo dilema relativo al comercio exterior que había oscilado entre la protección y el libre cambio. Uribe en el “Bloque” optó por la protección con lo cual mostraba su vocación puntualmente popular, al interior de la tradición liberal del extinguido grupo de los llamados “draconianos” durante las reformas del medio siglo diecinueve que fueron impulsadas en el gobierno de José Hilario López. Los draconianos como vertiente popular y artesana del liberalismo progresista de aquellos tiempos alzaron la bandera de la protección contra el librecambio que predicaba don Florentino González. Ese espíritu gravitaba aun en el partido y Uribe lo trajo nuevamente como una de las banderas del bloque. - De igual forma se proponía Uribe impulsar la expedición del código contencioso administrativo, asunto que obedecía a la previsión hecha por el constituyente de 1910, que en el Acto Legislativo No. 3 de ese año, en su artículo 42 defirió al legislador el establecimiento de la jurisdicción de lo contencioso administrativo la cual quedó radicada en el Consejo de Estado en 1914 (18)

ACCION ECONOMICA. Finalmente la plataforma reformista del “Bloque Liberal”, se completó con los planes económicos ideados por Uribe . Esta aspiración se destinaba fundamentalmente a proyectar las inquietudes que en materia de justicia social tenía el partido, varias de las cuales fueron expresadas por el propio Uribe en su célebre alocución de 1904. Para ello predicó la necesidad de dejar atrás el discurso meramente formalista del liberalismo, decimonónico y tradicional, entendiendo que no eran suficientes los cambios políticos y legislativos. Su obsesión era la obtención de la igualdad entre los colombianos para lo cual se requería un acción política en pro de la utilidad general, de modo que se crearan las condiciones de vida que garanticen la libertad y la independencia de los ciudadanos. Criterio anclado en las palabras de Proudhom : “...nadie tiene derecho a lo superfluo cuando otros carecen de lo necesario (19) . Indicaba en esta plataforma del Bloque Liberal”, que el partido debía dirigir sus esfuerzos a preservar la distribución de la

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riqueza en forma equitativa. Esta concepción socialmente avanzada fruto de las grandes transformaciones de finales del siglo diecinueve y principios del veinte, que Uribe compartía a plenitud, habrían de ser resueltas gracias a “....la previsión social, la solidaridad, el mutualismo y las leyes de protección del trabajo.....” para atemperar el rigor del destino individual. Aparece entonces en el lenguaje de la doctrina liberal de aquellos días, la idea de la plena regulación de las relaciones entre el capital y el trabajo, expresadas en el CODIGO DEL TRABAJO, que deben incluir en el sentir de Uribe, la asistencia médica gratuita, el reposo semanal , la asistencia a los ancianos caídos en la miseria que ya no pueden trabajar . De modo que la avanzada concepción de Uribe pasaba por permear el liberalismo a las medidas destinadas a mejorar la condición de las clases trabajadoras.

Sin duda la gran significación que tenía para el liberalismo esta plataforma en los tiempos del “Bloque Liberal”, es que en aquellos días para la dirigencia política nacional este ideario sonaba a comunismo y a socialismo. Producían estas ideas la mas hirsuta prevención y una reacción inmediata. De hecho, la novedad estribaba, en que esa carga ideológica quedó incluida en el patrimonio doctrinario del partido y fue esa la aspiración que permitió a la siguiente generación, hacer los esfuerzos y tomar las acciones para llegar al poder e implementarlas en los tiempos de la “Revolución en marcha”. Se trataba en consecuencia de un notable contraste político el que se presentaba entre las dos alas del liberalismo de la época, de un parte el de Benjamín Herrera y sus amigos que colaboraban en la administración de Restrepo, sumergidos en el discurso de la concurrencia política entre liberalismo y conservatismo, criterio sin duda bienintencionado, pero al margen del sentido progresista y seriamente reformador de Uribe a quien veían como un sujeto disidente y en la oposición al proyecto político de moda, y de otra parte, el “bloque liberal” que se ocupaba de construir un nuevo horizonte, visionario y romántico, de inequívoca audacia para le época.

EL BLOQUE LIBERAL FRENTE A LA IGLESIA

Involucrado definitivamente el “Bloque Liberal” en el debate político de aquellos días, le resultaba ineludible a Uribe ocuparse del tema religioso. Ello, por cuanto con ocasión del transito del régimen radical al de la regeneración, se había fundado un estado unitario, autoritario y confesional, en el cual se le dio rienda suelta a la participación del clero en el sistema política cuyo discurso desde los púlpitos se centraba en condenar las doctrinas liberales como

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pecaminosas, masonas y herejes. De alguna forma, la iglesia y sus seguidores en Colombia, querían tomar revancha de los episodios por ellos sufridos durante el régimen radical. Uribe entonces se ocupó del tema predicando la necesidad de sustraer definitivamente el tema religioso de la política. Para el, luego de un siglo de independencia, el resultado de incluir en la agenda pública de los partidos el tema religioso, había sido desastroso, frente a una realidad consistente en que los católicos liberales y los católicos conservadores podían ocuparse de sus convicciones religiosas sin llevarlas al campo de la política con el objeto de convertir la sana rivalidad política en una guerra religiosa. Lo cierto es que a estas alturas de la hegemonía conservadora, el clero se había convertido en una inmensa estructura de hostilidad hacia el liberalismo, empezando por el mas autorizado de sus voceros el jefe de la iglesia colombiana de entonces el arzobispo don Bernardo Herrera Restrepo . Le pide Uribe Uribe a la iglesia que por su carácter católico permanezca universal y no conservadora al servicio de un partido.

El tema tuvo que ser profundizado por cuanto contra el liberalismo cuya organización se expresaba creciente a través del Bloque , se levantaban voces estridentes desde el clero, reafirmando el carácter pecaminoso del liberalismo. Contra esa especie Uribe Uribe elaboró un lúcido texto en 1912 que hizo carrera, denominado “DE CÓMO EL LIBERALISMO POLITICO COLOMBIANO NO ES PECADO”.

EL BLOQUE LIBERAL Y SU APOYO A CONCHA

La notable actividad de Uribe, durante estos años, los últimos de su vida lo condujeron a una extraña paradoja. Al iniciar su movimiento político opuesto a la Unión Republicana , lo tildaron de disidente, pero al producirse el desgaste del republicanismo a medida que avanzaba el gobierno de Restrepo, varios conservadores que acompañaban a los republicanos, volvieron a su partido el conservador y lo propio ocurrió con muchos liberales que terminaron por acompañar a Uribe. De suerte que para el período de 1914 a 1918 se llegó a una un tanto insólita situación, consistente en que el candidato de la Unión Republicana impulsado entre otros por el mismo Benjamín Herrera fue un viejo patricio radical, don Nicolás Esguerra y en el otro extremo se encontraba el candidato conservador, el popular tribuno José Vicente Concha apoyado por el Bloque Liberal el cual terminó derrotando a la

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Unión Republicana. Concha obtuvo tres cientos mil sufragios y Esguerra apenas treinta mil, la décima parte. Cuantos de esos votos a favor de Concha provenían efectivamente del esfuerzo electoral hecho por el “Bloque Liberal” y su entonces apreciable organización? Difícil saberlo. En todo caso ese episodio constituyó el acta de defunción del republicanismo y la continuación del contrapunto entre liberales y conservadores hasta el final de la hegemonía. Uribe elaboró entonces con ocasión de la ceremonia de posesión de Concha un discurso hipotético, el que hubiera formulado un senador liberal de ser presidente del Senado. Allí se fijó la postura política del Bloque frente al gobierno de Concha, y se reafirmaron los principios reformistas y de progreso que se enunciaron desde los inicios del bloque.

El impulso de la acción política, y de la agitación ideológica del “Bloque Liberal”, quedó desafortunadamente interrumpido por la fatalidad, con el asesinato de Uribe en octubre de 1914. No obstante Uribe no perdió su tiempo, si se tiene en cuenta que de este episodio político quedaron dos pilares que le resultaron ineludibles al liberalismo durante los últimos quince años de la hegemonía. Fueron ellos, la reorganización del partido y su plataforma ideológica. Baste detenerse a leer el programa aprobado por los liberales asistentes a la convención de Ibagué de 1922, y allí se encuentra plasmado el catálogo de programas que incluyó Uribe en los tiempos del “Bloque”: - Reformas electorales, el mismo esquema de reforma tributaria, similares propuestas en el tema de la reforma educativa, reorganización del Ministerio de Agricultura , prohibición del sufragio por parte de las fuerzas armadas, y un catálogo similar en materia de aprobación de garantías para los trabajadores .

(1) Gustavo Humberto Rodríguez - Benjamín Herrera en la guerra y en la paz – universidad libre de colombia – 1973 – p 48(2) Eduardo Santa – Rafael Uribe Uribe – Editorial Bedout – p. 33(3) Amylcar Acosta Medina – Luis Antonio “el negro” Robles _ adalid de la democracia - el liberalismo en la historia - universidad libre – 2003 – p. 350(4) Gustavo Humberto Rodríguez – op. cit . p. 159historia de la cancillería de san carlos – imprenta nacional – 1983 volumen uno . segunda edición . p. 342(5) Eduardo Lemaitre - Rafael Reyes . biografia de un gran colombiano – Espiral Colombia 1967 .p. 312 (6) Le continent americain et le droit international – Francisco Jose Urrutia librerie Arthur Rousseau - Paris – 1928 - p.74

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(7) Carlos E. Restrepo – orientación republicana – biblioteca banco popular . tomo 1 - volumen 27 - 1972 p. 284.(8) Jorge Mario Eastman – Rafael Uribe Uribe – obras selectas – colección pensadores políticos – camara de representantes - 1979 – t. 1. p. 21(9) Jorge Mario Eastman – op. cit t. 2. p. 319(10) Jorge Mario Eastman – op. cit . t. 2 p. 399(11) Jorge Mario Eastman – op. cit t. 1 p. 50(12) Jorge Mario Eastman – op. cit t. 1 p. 51(13) Jorge Mario Eastman – op. cit t. 1 p. 53(14) Otto Morales Benitez – origen, programas y tesis del liberalismo – biblioteca del liberalismo – 1998 . p. 249(15) Carlos Lleras Restrepo - borradores para una historia de la republica liberal - t. 1 – editorial nueva frontera - 1975 . p. 6(16) Luis Eduardo Nieto Caballero - escritos escogidos – tomo 1 – hombres del pasado - Nicolas Esguerra – biblioteca banco popular – 1984 . p. 367 (17) Miguel Gonzalez Rodríguez – derecho contencioso administrativo - ediciones de cultura latinoamericana - 1978 tercera edición . p.76(18) Gerardo Molina – Las ideas liberales en Colombia . 1849 – 1914 . tercer mundo - colección manuales universitarios – tercera edición 1973 – p. 291

GAITÁN Y LOS GAITANISTAS, DE LA UNIÓN NACIONAL IZQUIERDISTA REVOLUCIONARIA

(UNIR)

César Augusto Ayala DiagoPh.D en Historia de la Universidad Lomonozov de Moscú; Director del Doctorado en Historia de la Universidad Nacional de Colombia; Director del Anuario Colombiano de historia social y de la cultura; durante dos años dirigió la revista ANUARIO del

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departamento de Historia de la UIS; Profesor de las Universidades de Santa Catarina en Brasil, del Cauca, Pedagógica y Quindío; autor de los libros “Resistencia y oposición al establecimiento del frente nacional” y “Nacionalismo y populismo, la ANAPO y el discurso de oposición en Colombia”; idiomas: inglés, francés, portugués y ruso; escritor de más de cuarenta artículos para diferentes revistas y publicaciones en el campo de la historia.

"...Las nociones morían, igual que los hombres: en el transcurso de medio siglo, él había visto derrumbarse,

convertidas en polvo, varias generaciones de ideas"12

1. LOS ORÍGENES

Se debe a Jorge Eliécer Gaitán la canalización de gran parte del liberalismo de izquierda de finales del decenio de 1920. Su actividad política de resonancia nacional toma forma en medio no sólo de la crisis de la República conservadora sino también del socialismo que distinguió toda la década. En la confusión ideológica en la que se sumió el socialismo a raíz de su participación en la huelga bananera, parecía que las luces del pensamiento antiimperialista se encendían de nuevo, en Colombia, gracias al joven Gaitán. El 14 de febrero de 1928 en una entrevista a El Espectador, el joven político arremetió contra las compañías extranjeras y enfatizó en la necesidad de trabajar en pro de la elevación de la conciencia de clase de los trabajadores lo mismo que de la gente desposeída. En sus intervenciones de la Cámara en 1929, adonde llega siendo un joven de 31 años de edad, socialistas y liberales encontrarán el eslabón democrático y popular del liberalismo a punto de extraviarse. Su debate sobre lo ocurrido con los trabajadores en la zona bananera en septiembre de 1929 lo puso en sintonía con los sentimientos de indignación que embargaban a los colombianos de entonces.

Las luces que arrojó Gaitán sobre un acontecimiento ensombrecido por el establecimiento sumado a la defensa de los trabajadores y a las acusaciones contra el imperialismo volcó sobre él la admiración y adhesión por parte de los trabajadores. Pero de paso, fortaleció el liberalismo, le rescató su aura democrática y contribuyó a que se vislumbrara la idea de

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De Yourcenar Margarite. Opus nigrum. Madrid, Ediciones Alfaguara S.A. p. 194-195

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superar la hegemonía conservadora. Los liberales que habían perdido la esperanza la recuperaron y muchos de los que se habían deslizado hacia la izquierda regresaron. Los grandes estrategas del liberalismo entendiendo de la oportunidad ante la cual los había puesto Gaitán le amplificaron su voz a través de los medios con los que contaban: la prensa liberal, que ya era grande.

Esa fue la contribución de Gaitán a la caída de la denominada República conservadora. Condensaba desde entonces los intereses y anhelos liberales de antaño lo mismo que jóvenes apresurados que no querían lentitud en las reformas y que no entendían la entelequia de la concentración nacional del Presidente Olaya Herrera. Velaría Gaitán por defender ese liberalismo que había puesto su fe en el nuevo elenco. A mediados del periodo del nuevo gobierno, Gaitán desde el parlamento presionaba:

"...Ese sacrificio popular, es triunfo de un partido nuevo, si es que tiene ideas y devoción sincera para practicarlas, debe convertirse en revolución a cambio de la estructura jurídica para acomodarlo al contenido de las ideas y sistemas que lo diferencian del partido adverso"13.

2. EL APRISMO GAITANISTA

Cuando Víctor Raúl Haya de la Torre lanzaba el aprismo en ciudad de México en 1924, Gaitán escribía su tesis de grado para graduarse de abogado. Los contenidos de Las ideas socialistas en Colombia, el título de su tesis, tienen que ver con los del aprismo. Tanto la ideología del líder peruano Víctor Raúl Haya de la Torre como las vicisitudes por las que atravesaba su aprismo peruano perseguido en los años treinta iluminaron el quehacer ideológico y político de la primera etapa del gaitanismo. El aprismo tenía presencia en Colombia e indistintamente se manifestaba en la intelectualidad política colombiana, solidaria con las persecuciones de los cuadros apristas después del robo de las elecciones en 1930 e interesada en que el aprismo derrocara la dictadura de Sánchez Cerro en el vecino país. Como Haya, Gaitán pensaba que las condiciones no estaban maduras para una revolución socialista, pero que un orden que acondicionara el país para ello era de necesaria creación. En la prédica de los años treinta vertió las tesis del aprismo latinoamericano las que su vez estaban irradiadas por otras corrientes ideológicas universales: la del Kuomitang chino de los tiempos

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Véase Carta de Jorge Eliécer Gaitán a Plinio Mendoza Neira y Darío Samper. En: Acción Liberal No. 1, Tunja, mayo 12 de 1932 p. 8

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de Sun Yat Tzen; la experiencia renovadora del México emergente de la Revolución después de 1917. Como los apristas, Gaitán consideraba que la revolución inmediata que necesitaba Colombia debería pasar por dos etapas. En la primera, las masas alcanzarían un estado de conciencia revolucionaria que las llevaría a implantar la República de los trabajadores. Este proceso sería liderado por la clase media ante la carencia de conciencia de clase de sus aliados los campesinos y los obreros. En la República Unirista, a implantarse después de la revolución, el Estado sería por excelencia interventor y representaría a todas las clases pero en especial defendería a los desheredados. El Estado promovería dos tipos de economía: una individualista o burguesa y otra colectiva o socialista. Para Gaitán la democracia económica regulada por el intervencionismo de estado era la base de la democracia política. En definitiva se trataba de un Estado con criterio social o como el mismo lo llamaba un socialismo de Estado. Su nacionalismo, a diferencia del de sus pares en el continente, era tenue. Tenía un carácter preventivo y se expresaba a través de un antiimperialismo, dirigido contra los enclaves económicos norteamericanos y contra el capital financiero foráneo. Propuso la creación de un Consejo Económico Nacional, como lo había diseñado Haya para el Perú, que intervendría como supremo regulador de la economía y que estaría constituido por las fuerzas productoras. Este Consejo suprimiría los impuestos indirectos, nacionalizaría el crédito para orientarlo hacia la pequeña industria y cultivadores agrícolas, nacionalizaría el transporte, intervendría los especuladores, confiscaría las ganancias indebidas, regularía los arrendamientos y los precios de los alimentos y unificaría las normas de los servicios públicos. Las tierras no cultivadas en un tiempo no mayor a cinco años pasarían a propiedad del Estado sin indemnización. La educación sería gratuita hasta el límite de su capacidad. En esta etapa, la solución del problema agrario preocupa profundamente a Gaitán. Pensaba en un ciclo inmediato de reformas que cubriera parcelaciones, limitara la propiedad del Estado y tecnificara el campo. Veía la redistribución de la tierra como una acción que el Estado intervencionista debía impulsar junto con el crédito al pequeño y mediano propietario, la asistencia técnica que permitiera la superación del atraso en las formas de producción y la vinculación directa del campesino al mercado nacional. Desde 1924 desechó la variable de la colonización de baldíos, como solución al problema agrario, por considerarlos tierras sin valor, no solo por estar marginadas de las corrientes de la vida económica y del mercado, sino por ser tierras desnudas de infraestructura física y social. Propuso la abolición del monopolio sobre el suelo cultivable por medio de leyes que tendieran a quebrar la concentración ilimitada de la tierra.

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3. EL NACIMIENTO

La Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria (UNIR) nació el 30 de abril de 1933 y su proceso de desintegración comenzó en mayo de 1935. Se salía de la gran depresión iniciada en 1929. Bolivia y Chile habían experimentado gobiernos que irradiaban influencia positiva y democratizadora al resto de Sur América. En el norte del continente México consolidaba su proceso revolucionario, más y más campesinos recibían tierras del Estado; en Venezuela moría el tirano Juan Vicente Gómez y Perú se recuperaba después del asesinato de Sánchez Cerro. Los discursos políticos, por doquier, estaban impregnados de izquierda y de socialismos.

La gestación del nuevo movimiento se hizo en los precisos momentos en que Gaitán se encontraba inmiscuido en los problemas de los perseguidos apristas refugiados en los países vecinos después de la guerra civil de 1930. El líder colombiano viajaba de Ecuador a México en conversaciones al respecto donde pudo estar en contacto directo con los voceros del movimiento aprista. A su regreso le ofrecieron el liderazgo de la nueva organización.

Escogido el nombre de Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria, Gaitán junto con su nuevo equipo pasaron a diseñar la ideología y la organización partidaria y simbólica del movimiento. El socialismo y no el comunismo fue escogido como línea ideológica. Rápidamente buscaron la manera de diferenciarse del partido liberal. Se hicieron a bandera y escudo. La primera sería de forma rectangular "cuyo triángulo superior iría en negro y el inferior en rojo; y el escudo sería en forma circular, con los mismos colores, negro y rojo, sobre los cuales se leerían las iniciales U.N.I.R. de la organización. A dichos colores se les dio, en su orden, este significado, que hubo de convertirse en lema del unirismo: MUERTE AL PASADO, REVOLUCIÓN HACIA EL PORVENIR14, letrero que aparecía, además, en un escudo que todos los militantes debían portar en la solapa, camisa o blusa. Hubo sacerdotes que simpatizaban con la novedad política y portaban el escudo sobre sus sotanas.

4. GAITÁN Y LA GENTE DE LA UNIR

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Véase López Giraldo F. El apóstol desnudo o dos años al lado de un mito". Manizales, Editorial Arturo Zapata, 1936 p. 45

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Para Gaitán, la UNIR fue una etapa de tránsito. Pero para muchos colombianos fue la oportunidad que tuvieron para que sus ideas encontraran difusión y recepción entre sus connacionales. Por ello, la UNIR no sólo fue Gaitán. Se trataba de una generación, la que vendría después de la de los nuevos.

Los uniristas eran personalidades que representaban las nuevas generaciones del liberalismo formadas en la agitación ideológica del decenio anterior, pero que junto con quienes más tarde editaron el periódico Unirismo sucumbieron ante la avalancha del entusiasmo por la República liberal. Era gente nueva, novísima, hacían sus últimos semestres de facultad o estaban recién egresados. El socialismo les había conquistado por entero y les interesaba movilizar esfuerzos en pro de la conciencia de clase de los trabajadores colombianos. Necesitaban para ello un altoparlante que hablara por ellos ante el país y lo encontraron en Jorge Eliécer Gaitán, fogoso político reconocido, de apenas 35 años de edad que había sido mal tratado por la clase política del liberalismo en las recientemente pasadas elecciones. Gaitán no era, entonces, como no lo fue nunca, un hombre abiertamente de izquierda, pero a los jóvenes socialistas les llamaba la atención por tratarse de un hombre de ciencia distinto a los jefes tempranamente envejecidos del liberalismo. Era un agitador nato, tenía un innegable respaldo popular y ya para 1933 constituía un símbolo de rebeldía nacional. A él le reconocían el rescate de la dignidad nacional por el debate sobre la huelga bananera que influyó en la caída del conservatismo.

Era, además, el comienzo de una costumbre en la historia de los nuevos partidos salidos del seno del liberalismo. Primero unos intelectuales conciben la idea, la desarrollan, fundan la nueva organización y después empiezan a buscar el líder mesiánico a quien le encomiendan la obra.

Algunos de los intelectuales que se acercaron a Gaitán después del unirismo tuvieron trascendencia en el ideario populista posterior a 1948 tales como Antonio García y Guillermo Hernández Rodríguez a quienes el inmolado líder les había reconocido su participación en la elaboración de la Plataforma del Colón. Pero poco se sabe de la evolución política de dirigentes destacados del primer gaitanismo. Al parecer se hundieron junto con la UNIR, la que, además, ha sido estudiada y analizada desde el propio Gaitán pero no desde otros ideólogos y menos aún desde sus bases

El Gaitán de la UNIR y la UNIR toda coinciden con una época en que desde el poder se legitimaba en Colombia el obrerismo como fuerza social. Sus luchas de la década pasada recibían desde los órganos de representación vocerías autorizadas que eran la confirmación de un espacio ganado. En los Concejos Municipales que se posesionan en noviembre de

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1933 la presencia de los líderes sindicales, de comunistas y de liberales de izquierda es notable. Todos estos sectores unidos hacían la mayoría de las Corporaciones e impregnaban los recintos de un optimismo y entusiasmo social-popular:

El Concejo Municipal de Bucaramanga en su sesión de instalación presenta un fervoroso saludo al obrerismo colombiano y especialmente al de esta ciudad, manifestándole su resolución inquebrantable de velar por los intereses colectivos, a fin de que la administración que hoy se inicia lleve el sello de la más absoluta pulcritud y sea fiel intérprete de las aspiraciones ciudadanas. Igualmente manifiesta a sus representados que en sus labores el concejo no será un amo despótico del municipio, sino que por el contrario comprende muy bien que su misión es la de acatar y respetar en todo momento la voluntad popular y por ello se promete solemnemente avocar y resolver ampliamente los graves problemas del proletariado víctima de múltiples necesidades. También se permite este concejo hacer un llamamiento formal a las masas obreras y campesinas hacia la organización sindical, único medio de llevar adelante la obra ponderosa de la reivindicación del pueblo trabajador. Transcríbase a las corporaciones sindicales del departamento, al centro obrero del Socorro, al centro obrero de Bucaramanga, publíquese en carteles murales y por la prensa local. Como representante del obrerismo, traigo la recta y firme intención de laborar en pro del proletariado, con el fin de que este concejo trate de mejorar en cuanto sea posible la aflictiva situación de los obreros. Se aprueba por unanimidad de votos15.

Gaitán y el gaitanismo están asociados a la expectativa de romper en Colombia la fortaleza del bipartidismo, o a radicalizar la corriente democrática del liberalismo y desde allí configurar una tercera fuerza política que resolviera los males estructurales nacionales. Por eso se le midieron a la militancia en un partido que regresaba al poder después de larga travesía por la oposición. Pusieron todas las esperanzas en las promesas de redención y de libertad expuestas en la campaña que culminó en febrero de 1930 con el triunfo de Enrique Olaya Herrera. Se trataba además de una generación de intelectuales afanada, con mucha prisa. El carácter conciliador del nuevo régimen no les agradó. Querían reformas radicales que empezaran por el cambio de la constitución de 1886 y la transformación del Estado sin mediación del adversario conservador. Ni comprendieron ni se esforzaron por entender el ambiente movedizo en el que le tocaba moverse al nuevo establecimiento. Tempranamente les pareció que se había tratado de un cambio de notables en el poder y no en el

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Véase libro de Actas del Concejo de Bucaramanga de 1933.

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advenimiento de un estilo nuevo de administración. Por el contrario, la represión como en el decenio pasado campeaba en los territorios de colonos. La lucha por la tierra y por su titulación a favor de aquellos era contestada de la misma manera como lo había hecho el régimen conservador durante 45 años en el poder. Entre sus cuadros medios se destacaban políticos de provincia que advirtieron a tiempo la intrépida conservatización del partido liberal desde el gobierno que en vez de resolver el tremendo problema de la concentración de la tierra propugnaban por la conservación de la legislación existente sobre la propiedad privada y en conciliar ideológicamente con el eterno adversario.

5. LOS PROGRAMAS IDEOLÓGICOS

Mientras maduraba un programa y una plataforma, los fundadores diseñaron cuatro propósitos fundamentales de partida:

1. La ideología por la cual luchará la UNIR será socialista. El régimen estrictamente individualista que actualmente impera en la vida jurídica, social y económica del país, y en las actividades políticas, no solo es incapaz para el desarrollo de la nacionalidad, sino que le es profundamente perjudicial. Solo con un criterio socialista de equidad en general que coloque tanto al trabajador, a la industria, como a las finanzas del país, en todo orden, en las posesiones predominantes que le son debidas y haga efectivos ciudadanos a la mayoría de los colombianos que en la actualidad y desde un punto de vista real no lo son, puede la nación colombiana conquistar un sitio de avanzado progreso; 2. La UNIR aspira a ser un poder fiscalizador dentro de la vida nacional y por lo tanto está en el deber de luchar con absoluta entereza contra toda práctica y sistema que considere inconvenientes o ausentes de ética, así sean realizadas por hombres de uno o de todos los partidos políticos; 3. La UNIR que no quiere proclamarse como partido político en el sentido de interpretación usual en el país, pretende ser una organización libre, responsable y consciente, tendiente únicamente a la realización de sus fines. En tal virtud sus miembros aceptan el compromiso de no contraer obligaciones de carácter político, públicas o privadas, sin previa anuencia de la entidad, sometiéndose a sus determinaciones sobre el particular; 4. La UNIR reconoce como uno de los principales defectos de la organización de la nación colombiana la ausencia del sentido de la cooperación y de la solidaridad. Se propone, por lo tanto, la lucha en favor de ellas y la educación severa de sus miembros para tal objetivo. Sus miembros aceptan como uno de los principales deberes la protección, ayuda y

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defensa mutua, eficaz y constante, en todo orden. Sus miembros aceptan las cargas que tal deber les impone y gozarán con pleno derecho de las ventajas consiguientes16.

Poco después, los ideólogos del movimiento dieron a conocer un extenso documento que tenía por título Boceto del Programa Unirista. El programa iba en dirección a la modernización tanto del Estado como de la sociedad colombiana. Así se constata en la creación de la carrera burocrática y diplomática, en el avance de los derechos civiles de los ciudadanos y en incidir en la injusta tenencia de la tierra. Se interesa por la higiene y por la lucha contra el alcoholismo con el argumento de que era necesario defender la raza y propugnaba por una política selectiva de inmigración de razas afines y portadoras de conocimientos técnicos y por la creación de una estadística nacional. Para los uniristas fue importante la despolitización del Ejército, como elemento clave para la marcha de la nación.

En el programa se advierte la vocación laicizante de sus redactores. Hablan del respeto a todas creencias religiosas y sostienen la necesidad de un clero nacional alejado de las pasiones políticas. No es extraño el último numeral en el que señalan que a toda costa se consagrarán las libertades públicas. El documento revela especial sensibilidad a favor de los sectores sociales discriminados como los campesinos, los niños y las mujeres.

6. UNIRISMO EL ÓRGANO DE DIFUSIÓN

El jueves 14 de junio de 1934 salió a la luz pública el semanario Unirismo. Al lado izquierdo superior aparecía un círculo dividido transversalmente. En su parte superior estaban en mayúsculas las letras U.N. y en la inferior I.R. El periódico estaba dirigido por Jorge Eliécer Gaitán. El jefe de redacción era Fermín López Giraldo17. Su primer editorial fue escrito por Eliécer Pinilla Rodríguez un joven que todavía estudiaba derecho. Había presentado, bajo la Presidencia de Gaitán, una tesis de gran fondo científico sobre el problema agrario. Pinilla era presentado a los lectores como un destacado elemento de la juventud revolucionaria unirista preparado en las filas del socialismo científico. Opinaba además uno de los columnistas del periódico: "Para nosotros no es el abogado de mentalidad

16

. Ibíd. p. 4717

El periódico, curiosamente no proyecta la figura de Gaitán. Él mismo no hace presencia. Hasta el 5 de julio no hay un escrito suyo. Hasta el seis de agosto no hay una fotografía suya. Su primera foto aparece en el número 12 de agosto 30 de 1934.

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mediatizada, sino de aquellos que por medio de la información científica ha de desarrollar con lujo de competencia la profesión. Preocupado siempre por los graves problemas de las clases desheredadas, Pinilla tiene un gran pliego de servicios prestados con un gran desinterés en ardua lucha revolucionaria a veces ingrata y desleal18. Pinilla era en efecto uno de los columnistas centrales del periódico.

Parece ser que uno de los momentos claves del unirismo fue la publicación de la extensa entrevista que le hiciera a Gaitán el espectador en agosto de 1934. Unirismo reprodujo en su totalidad el documento en su edición del 23 de agosto de ese año. La separata tomó el título de PLATAFORMA DE ACCIÓN DE LA UNIR. Es en la edición siguiente que aparece por primera vez la fotografía de Gaitán en Unirismo.

El surgimiento de la UNIR contribuía a la ampliación del sistema de partidos en Colombia. Tres años atrás había surgido el Partido Comunista y un ala joven del conservatismo a la cabeza de Gilberto Alzate Avendaño se había conformado en otra especie de UNIR.

La UNIR, al tiempo que inventó una nueva organización que modificó el vocabulario político, se constituyó en un partido moderno con afiliados y militantes atados a la organización a través no sólo de la simbología sino a la adhesión a programas. Creó las Legiones Uniristas compuesta cada una de diez equipos, cada uno de los cuales estaba conformado, a su vez, por cinco militantes a la cabeza de un capitán elegido por ellos. Cada Legión tenía su propio capitán. Por primera vez las mujeres participaron de manera independiente en la política colombiana organizándose las legiones femeninas. Se creó el curioso cargo de Inspector General, el segundo cargo después de la jefatura. Este tipo de organización le garantizaba disciplina y permitía al movimiento agilidad y eficacia a la hora de convocar a una determinada actividad. A la disciplina del presupuesto, la Unir respondía con la disciplina partidaria, según afirmaba el mismo Gaitán. Se creó, también La Casa Unirista, dando origen a las Casas de los partidos que se conocieron después. El sitio sirvió de socialización política: "Allí se estableció Casino, en donde los uniristas departían fraternalmente, realizando una verdadera camaradería entre profesionales, estudiantes, limpiabotas, obreros de todas las artes, etc."19. Funcionaba en la Casa Unirista una escuela y el establecimiento estaba dotado de biblioteca y salón de Conferencias. Sus administradores sostenían los costos de su mantenimiento con el cobro de asistencia a diversas actividades. La financiación de la UNIR corría por las cuotas

18

Véase Unirismo, noviembre 29 p. 319

Ibíd. p. 48

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asignadas unas y voluntarias la mayoría. Varios barrios pobres de la ciudad se beneficiaron de escuelas infantiles gratuitas lo mismo que servicios profesionales de médicos y abogados también gratuitos. Fueron organizadas escuelas de contabilidad, mecanografía, taquigrafía para enseñar gratuitamente a empleados uniristas de ambos sexos.

La novedad organizativa del unirismo tenía que ver con la onda política de su tiempo. Los movimientos totalitarios ya en el poder emulaban más que por sus contenidos por sus formas: "El conductor decía estar satisfecho; y con frecuencia recordaba que el nazismo alemán había sido, durante muchos años, un minúsculo grupo y sin embargo, el poder ya estaba en sus manos. No pretendía él, claro está, establecer identidad ideológica con nuestro movimiento, sino dar un claro ejemplo de lo que pueden lograr el tesón, la constancia, la decisión batalladora20.

Pero de otro lado, la UNIR estaba a tono con el pensamiento de desarrollo nacional presente entre los intelectuales políticos más avanzados del continente. Cosa parecida ocurría en el Perú. En Bolivia el primer gobierno de Hernán Siles Suazo trabajaba en línea con el ideario de los uniristas. Como puede observarse, el programa presta especial atención a la constitución de una clase media en Colombia, tan importante para los uniristas como la clase trabajadora lo que quiere decir que hay un interés por su organización. En la Argentina Perón elaboraba su doctrina de la defensa nacional que es además muy similar a la representación social, política y militar de la Unir.

La creación del nuevo e innovador movimiento político tuvo una aceptación extraordinaria. Pone en evidencia un vacío por colmar ante la insatisfacción por el rumbo que había tomado el nuevo equipo del poder. La gente pedía afiliación desde la provincia. Una de las primeras Casas Uniristas que se organizaron después de la de Bogotá fue la del Líbano, Tolima; vinieron después las de Barranquilla, Medellín, Socorro, Pereira y Cartagena. Nuevos periódicos anunciando y promoviendo la buena nueva comenzaron a circular en el país: Alma Libre de El Socorro, Santander, Horizontes, en Campoalegre, Huila; Crisol, en Medellín; Pluma Libre, en Pereira; El Socialista en Barranquilla. Un periódico interno puesto a circular por la Legión XI de Bogotá con el nombre de El Compañero orientaba la militancia de la capital.

La UNIR intervenía como cámara de oxígeno para el liberalismo que se conservatizaba a toda mecha. Pero intervenía también como fuerza política autónoma. Entre los Representantes elegidos en 1933 el unirismo ya contaba con parlamentarios propios que aparecían, a pesar de todo,

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Ibíd... p. 53

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cargando con el dilema del ser o no ser. Aún así, el unirismo fue sometido a una implacable persecución material, moral y psicológica. No era para menos, constituía la primera gran disidencia del partido que estaba en el poder y su lucha política apuntaba hacia los problemas que supuestamente estaba abocado a resolver. Justamente, por tratarse de una oposición venida del mismo partido en el poder, éste tendría que dar salida a varias reivindicaciones que se planteaban desde la UNIR, pero mientras esto llegara a concretarse el movimiento era víctima de las persecuciones: por la prensa oficial del partido, por la militancia oficial del mismo; desde el púlpito o desde los órganos represivos del Estado.

La UNIR no fue un movimiento conspirativo, no jugaba a combinar formas de lucha. Desde muy temprano se le midió a las reglas de juego establecidas. Su primera salida en grande se dio a raíz de las elecciones para concejales del primero de octubre de 1933. En los preparativos electorales los roces en la región de Sumapaz se dieron entre oficialistas liberales y uniristas. En Fusagasugá conquistaron el Concejo. Los enfrentamientos continuaron en las siguientes elecciones. Además de intereses económicos que se expresan en la persecución a los uniristas, es interesante resaltar que ellos tenían sobre todo lugar en las elecciones por tratarse de un proceso de liberalización o toda costa del electorado colombiano que obedecía a la estrategia mayor del liberalismo de principios de la década de 1930.

El liberalismo oficial cuyo estratega principal era el propio Presidente de la República consideró llegado el momento para liquidar el unirismo. López Pumarejo maestro en el arte de la estrategia electoral encontró en las jornadas electorales de 1935 el mejor momento. Sabía de las contradicciones entre uniristas radicales y su jefe. Advertía que Gaitán quería ser senador y nada mejor que ofrecerle al intrépido arribista esa posibilidad inmediata desde el liberalismo. López necesitaba, además de un liberalismo fuerte y cohesionado para impulsar sus reformas. No quería nada a la izquierda del liberalismo salido de sus mismas entrañas. A diferencia de la estrategia del General Benjamín Herrera para cooptar al socialismo de 1919 que entabló la negociación sobre la base de programas sociales conjuntos, López utilizaba el conocimiento que tenía de la persona de Gaitán y de las debilidades de su corriente.

7. LA EVAPORACIÓN DE LA UNIR

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Así, desde los finales de abril de 1935 Gaitán comenzó su proceso de regreso al liberalismo oficial, no obstante que los uniristas de Cundinamarca se habían reunido en Convención en ese mismo mes en Bogotá con la presencia de 123 delegaciones. El retorno de Gaitán al partido liberal después de intentar una tercera opción dejó perplejos a centenares de dirigentes y a miles de militantes que se habían hecho ya a la idea de haber superado el bipartidismo. Es lamentable el hecho por la aceptación que empezaba a tener sino también por la rápida acumulación de valores. Sus muertos empezaban a contarse, lo mismo que las persecuciones. La crónica política habla de cinco mil uniristas en Bogotá, tres mil en Barranquilla, dos mil en el Socorro, dos mil en Icononzo, diez mil en la región de El Chocho; y de miles en Caldas, Tolima, santanderes, Huila, Bolívar, Magdalena, Chocó, Cundinamarca.

Después de las elecciones de 1935 la UNIR se fue disolviendo sin mediar acto simbólico alguno. Sus masas uniristas bien pudieron seguir a Gaitán en el liberalismo o bien dispersarse por disidencias liberales de izquierda esporádicas, ir al comunismo o simplemente marginarse. Finalizaba la primera etapa del gaitanismo. Realmente era difícil mantener en pie a la UNIR en medio de la avalancha del optimismo que irradiaba el lopismo en el universo mental de los liberales. Desde los concejos municipales el nuevo presidente recibía la adhesión de los voceros del liberalismo popular que le emitían mensajes de apoyo. La gente de Fusagasugá, donde la influencia gaitanista era considerable, leía en carteles públicos:

El Concejo de Fusagasugá al iniciar sus labores se complace en interpretar los sentimientos del pueblo que representa saludando a los eximios ciudadanos, doctores Alfonso López y Carlos Arango Vélez, quienes desde la primera magistratura y de la dirección suprema del liberalismo, encauzan la transformación social, económica y religiosa del país por senderos de paz, riqueza y bienestar general, y asimismo se solidariza con la política desarrollada por el Excelentísimo señor Presidente. Transcríbase en nota de estilo y publíquese por carteles21.El Concejo de Fusagasugá al iniciar en este día sus sesiones ordinarias, en el periodo para el que fue elegido por el querer de las masas populares, saluda a los campesinos y obreros de Fusagasugá y les ofrece dedicar especial preferencia al estudio y solución de los problemas económico, sociales y culturales que han venido confrontando en materia de

21

Véase Acta Número 1 de la sesión de instalación del Concejo de Fusagasugá correspondiente al periodo legal de 1935 a 1937. Noviembre 1 de 1935. Libro de Actas. Archivo del Concejo de Fusagasugá.

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impuestos, vías de comunicación y escuelas. Así mismo declara que en manera alguna se solidarizará con quienes - sin fundamento en la Constitución - persigan e intranquilicen a los campesinos del municipio prevalidos de sus influencias económicas, políticas y sociales. Igualmente ofrece al señor Presidente de la República y al Congreso Nacional su apoyo irrestricto para que la reforma de la Constitución y el régimen sobre tierras se constituyan en realidad nacional en el menor tiempo posible. Transcríbase al Excelentísimo Señor Presidente de la República, al Congreso Nacional, al gobernador del Departamento, a los Concejos Municipales de Cundinamarca, a la Federación de cultivadores de "El Chocho" y al Sindicato de Trabajadores agrícolas de Fusagasugá y publíquese22

La Revolución en marcha estaba en su punto. Desde el gobierno se agitaban las reformas sociales muchas de las cuales eran las mismas planteadas por la UNIR, se ventilaba la reforma agraria para resolver el problema de la tenencia de la tierra. Las fuerzas de izquierda rodeaban al nuevo proyecto social desde el gobierno y la reacción empezaba a campear en la organización de derecha de la Acción Patriótica Económica Nacional APEN. La UNIR estaba acorralada.

EL MRL. EN LA HISTORIA LIBERAL

Benjamín Ardila Duarte.Abogado Santandereano graduado en la universidad Libre, especializado en Derecho Administrativo en la Universidad de París; Ha sido Cónsul en Hamburgo,

22

Ibid

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Superintendente de Notariado y Registro, Gerente de la Lotería de Bogotá, Tesorero de Bogotá, Representante a la Cámara , decano de Posgrado en la ESAP y Subdirector del periódico Vanguardia Liberal de Bucaramanga. Ha escrito numerosos libros, entre los cuales destacamos: Antonio Nariño, Presidentes Cundinamarqueses, Gaitán y la izquierda Liberal, Temas constitucionales y Andrés Bello Jurisperito de América.

Índice

Alfonso López Michelsen y la critica a la alternaciónLa Calle Y La GacetaLas Juventudes del MRLEl compañero jefe El grupo parlamentario Los diputados y Concejales del MRLIndalecio Lievano Aguirre y La Nueva PrensaQue fue la mano negra Tres temas de conflicto político:

a. La revolución Cubanab. Relaciones del MRL con el comunismoc. Colaboración Ministerial del MRL con el gobierno de Guillermo

León Valencia.Grandes debates del MRL

a. La alternaciónb. El impuesto al gasto suntuario c. Recurso de amparo y acción de tutelad. Reforma Constitucional de 1.968

INTRODUCCIÓN

El Movimiento Revolucionario Liberal representa entre 1.957 y 1.967 un capitulo importante de la historia Nacional parte esencial de la doctrina liberal y espacio vertebral de la vida de Alfonso López Michelsen.

En los años anteriores a la caída del Gobierno Militar 1.957, Alfonso López Michelsen había descrito una parábola intelectual que se registran en cinco libros de hondo contenido liberal:

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1) Benjamín Constant el padre bohemio del liberalismo burgués2) La posesión en el Código de Andrés Bello tesis de grado 3) Introducción al estudio de la Constitución Colombiana 4) La estirpe Calvinista de nuestras instituciones 5) Cuestiones colombianas

A partir de 1.957 López Michelsen inicia un periplo intelectual y político que lo enfrenta a los jefes liberales, a los factores reales del poder y a los dueños del poder.

Entre 1.936 y 1.957, al lado de los libros mencionados participó en algunos episodios nacionales, en batallas intelectuales, cátedra de Derecho Constitucional en la Universidad Nacional (por concurso) en la Universidad Libre y en el Colegio Mayor del Rosario. Igualmente pasó por el Concejo Municipal de Engativá primero y por el cabildo de Bogotá después. En esta última Corporación, en compañía de Jorge Eliécer Gaitan, hizo el debate sobre la Municipalización de los teléfonos en la ciudad Capital. También editó la novela los elegidos, descripción de la clase alta extranjerizante que ha sido la desventura de Colombia y de gran parte de la América Morena.

Entre 1.956 y 1.958 hay cuatro intervenciones de López que en la historia de la política colombiana importa resaltar:

I Propuesta de una Asamblea Constituyente y rechazo de la desfiguración de esa idea por parte del Gobierno de Laureano Gómez y renuncia a su postulación en la Comisión de estudios constitucionales de dicho gobierno.

II Éxito de la demanda de inexequibilidad incoada por López contra los decretos de ampliación de la Corte Suprema de Justicia.

III participación, a la caída de la dictadura, en LA COMISIÓN PARITARIA DE REAJUSTE INSTITUCIONAL y presentación del proyecto de Recurso de Amparo, origen de la acción de tutela de 1.991.

IV Folleto enviado desde Méjico sobre la necesidad de juzgar a los protagonistas de la dictadura.

V Editoriales en el Semanario LA CALLE desde mayo de 1.957 agosto de 1.962.

VI Folleto critico sobre la alternación enviado desde Méjico el 7 de agosto de 1.958 desde la avenida de la fundición Rincón del Bosque.

No obstante la participación de las masas, de las clases sociales y de los partidos políticos en la vida agitada de nuestros pueblos, injusto sería olvidar el protagonismo de nuestros hombres representativos . Ello explica el vigor con que entró el Doctor López Michelsen en la vida de la República, la fundación y la trayectoria del MRL hasta la unión con el oficialismo liberal en 1.967. Aún cuando López vivía en Méjico desde

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1.952, un núcleo de exalumnos y amigos mantenía el contacto con él, hasta asumir la dirección del semanario LA CALLE, en compañía de Álvaro Uribe Rueda.

Los puntos señalados serán motivo de este ensayo :

I ALFONSO LÓPEZ MICHELSEN Y LA CRITICA A LA ALTERNACIÓN

Cuando se presentó la proclamación de Alberto Lleras en 1.958 las convenciones de los partidos se comprometieron a alternar la filiación política entre presidentes liberales y conservadores durante diez y seis años. La critica solitaria vino de Méjico, en escrito de López Michelsen: “La enmienda Constitucional por la cual se establecen rigurosos turnos en la Presidencia de la República para el partido liberal, cierra el camino para la aplicación de la paridad a derechas entre gobierno y oposición y la desfigura reduciéndola a la paridad entre los partidos” (1)

El siete de Agosto de 1.958 apareció el folleto crítico sobre el acto legislativo que, finalmente, se aprobó, con el voto negativo de algunos representantes que se opusieron a la alternación en la Cámara baja. Al retornar López a Colombia surgió el trípode de lo que es un Partido moderno en un régimen Presidencial:

A. El compañero Jefe Alfonso López MichelsenB. Un medio de Difusión: La Calle, dirigido por López y

Álvaro Uribe Rueda.C. Un equipo Parlamentario: Felipe Salazar Santos, Ivan

López Botero, Liborio Chica Hincapié, Ernesto Vela Angulo, Jaime Isaza Cadavid, Hemel Ramírez .

En las convenciones liberales López expuso la tesis crítica contra la alternación mientras en la Universidad, en el sindicalismo y en la plaza pública, la juventud y el pueblo hacia eco de sus formulaciones políticas en busca de lo que llamamos “ La desplebisitación del país.” El combate contra la alternación era lo fundamental por el rígido sistema presidencial colombiano pero después llegaron otros temas producidos por la coyuntura política, económica y social de aquellas horas.

Jamás se había visto un ensamblaje tan denso del Derecho Constitucional y de la Ciencia Política como el producido por López en aquellos tiempos para desbaratar el absurdo del Frente Nacional que representaba “La abolición de la democracia con el pretexto de su restauración.”

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II. LA CALLE Y LA GACETA

Desde el mismo 10 de mayo de 1.957 se habló de la creación del semanario bajo la Dirección de Álvaro Uribe Rueda. No todos los accionistas iniciales compartían el enfoque de López sobre la Política Colombiana pero el sector de izquierda le pidió su nombre para figurar en el cabezote de la Dirección del aguerrido semanario. Todos escribíamos gratuitamente. La colección constituye un archivo de la dura y larguísima batalla contra el Frente Nacional poderoso y soberbio. Sin anunciadores, con el sabotaje de la distribución y de la venta, el semanario penetró todos los departamentos y los territorios nacionales de la época con el respectivo mensaje.

Lo mismo podemos decir, en escala menor pero con idéntico entusiasmo, del grupo de La Gaceta, con Gerardo Molina, Luis Villar Borda y Pedro Acosta Borrero. La prensa del Partido Comunista, la revista Semana algunas veces y la Nueva Prensa hicieron eco, en diverso grado, a las noticias del MRL.

III. LAS JUVENTUDES DEL MRL

Paralela a la acción del compañero jefe y del grupo parlamentario se organizó la juventud de izquierda. Algunos de esos núcleos estuvieron muy cerca del equipo formado por Villar Borda, Ramiro Andrade, Pedro Acosta Borrero y Plinio Apuleyo Mendoza. Este grupo sacó una plataforma, con citas de López y una mística adhesión a la Revolución Cubana.

Sin embargo la mayor parte de la Juventud no tenia una militancia de permanente presencia en los episodios políticos, como la que apareció en la época de la revuelta universitaria mundial de 1.968. Pero si se advertía una lectura permanente de los documentos del movimiento, de la obra escrita de López y una participación en mesas redondas y actividades políticas.

IV. EL COMPAÑERO JEFE

El retorno de López al país en 1.959 estaba precedido de algunas actividades relevantes en fechas anteriores. En escritos de La Calle, en detalladas intervenciones en reuniones liberales, López criticó la

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alternación y, más tarde, el conjunto de las instituciones jurídicas absurdas del Frente Nacional como la paridad, la exclusión de otros partidos, la votación por dos terceras partes en las Corporaciones Públicas y la congelación de la clase dirigente liberal.

La actividad intelectual de López en el debate de 1.960 fue corta pero intensa. Los últimos meses del año anterior y los primeros del ya mencionado los dirigentes del MRL recorrieron la Nación entera, en medio de grandes vicisitudes. Diez y seis parlamentarios, varios diputados en cada departamento y Concejales en quinientos Municipios era la cosecha de una tarifa de ideas repartidas en la plaza pública con una frase de esperanza: LOS GRANDES DIAS ESTAN POR VENIR.

V. EL GRUPO PARLAMENTARIO

La creatividad de los parlamentarios del MRL tuvo varias etapas de indudable importancia: en 1.959 fue la dura crítica contra la alternación; en 1.960 el proyecto de lonja de propiedad raíz de Carlos Lleras fue criticada por el MRL con proposiciones alternativas, argumentos serios y documentadas formulaciones.

La política exterior independiente, el impuesto al gasto suntuario que originó el IVA, el salario mínimo, la defensa de los sindicalistas perseguidos, el divorcio, la legislación laboral fueron los temas que cautivaron- desde las curules del movimiento – a la opinión colombiana durante varios años.

Pocas veces un grupo parlamentario había mostrado tanta mística en el enjuiciamiento critico de las estructuras caducas de la sociedad colombiana. La entrega del país al capital monopolista extranjero, la concentración de la riqueza, el sector cooperativo, la universidad, eran temas desmenuzados en la oratoria académica o huracanada de aquellos combatientes. De aquellos años fuera de las intervenciones de López que están compiladas en sus libros hubo debates admirables sobre el agro Colombiano, Alfonso Barberena condenó la especulación inmobiliaria que impide la solución del problema habitacional; Hernán Villamarín presentó el tema cooperativo; Ivan López Botero criticó la Política cafetera; Francisco Zuleta Holguín presentó el proyecto de impuesto al gasto. No hubo área critica de la problemática nacional que no fuera enfrentada, con argumentos serios, por ese equipo de Congresistas.

El debate sobre la revolución Cubana le dio a Felipe Salazar Santos un prestancia nacional; Darío López Ochoa desenmascaró al sector financiero que tenía a la Junta Directiva del Banco de la República como patrimonio de familia inembargable; Juan de la Cruz Varela,

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curtido en la guerrilla y en las luchas agrarias defendió a los campesinos que tomaron el camino de las armas para defenderse de las dictaduras y del latifundio. VI. LOS DIPUTADOS DEL MRL

En casi todas las Asambleas departamentales hubo diputados de brillo singular y actividad creadora. En Antioquia se propuso destinar los dineros de la venta del ferrocarril para una empresa petrolera o un Instituto de desarrollo regional. En Santander Los Diputados Juan José Turbay, Mario Ruiz Camacho y José Manuel Arias Carrizosa presentaron un elenco de tres mosqueteros admirables. En los anales de las Asambleas departamentales reposan las actas de grandes debates, articulados de ordenanzas y sugerencias útiles.

Lo mismo podemos decir de concejos municipales donde se debatieron los problemas de los servicios públicos, las elevadas tarifas, las invasiones de tierra y los problemas de los ejidos. En Cali Alfonso Barberena mostró su vocación socialista para la solución del drama de los desplazados sin vivienda.

VII. INDALECIO LIEVANO AGUIRRE Y LA NUEVA PRENSA

Cuando se iniciaron los debates de 1.960 ya Lievano era un escritor consagrado. Sobre su obra hay páginas del Dr. Eduardo Santos en el prologo a Núñez y López Michelsen escribió sobre su faceta de historiador y biógrafo de BOLIVAR. La parte más sustantiva de la obra de Lievano fue publicada en la revista Semana y en la Nueva Prensa por entregas y fascículos bajo este sugestivo título: LOS GRANDES CONFLICTOS SOCIO-ECONOMICOS DE NUESTRA HISTORIA. La originalidad del enfoque, el carácter social del planteamiento, la dura critica a las clases rectoras desde los tiempos coloniales, le dieron a estas entregas semanales una importancia tal que 45 años después hay quienes releen esos fascículos.

Desde la tribuna parlamentaria, la cátedra universitaria y el prologo a la obra de López , Indalecio contribuyó a la batalla del MRL.

VIII. QUE FUE LA MANO NEGRA(2)

Cuando se organizó el MRL, se creyó que su adversario conceptual era el pensamiento del oficialismo liberal y de otras fuerzas

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conservadoras de la época. Grave equivocación. Se organizó una fuerza que el pueblo llamaba la mano negra y que seleccionaba nombres de gentes de avanzada para vetarlos en cargos públicos y empresas privadas. También impedía que se dieran aviso a las publicaciones no alineadas por el frente nacional y hasta la cátedra libre fue victima de tan tenebrosa organización. Sus directivos fueron Hernán Echevarria Solórzano, Genaro Payan, José Gómez Pinzon y otras figuras menores.

IX. TRES TEMAS DE CONFLICTO POLÍTICO

El MRL, como toda la izquierda colombiana y las fuerzas progresistas del continente, vio como una esperanza la revolución Cubana. Especialmente se criticó el intento de invasión por parte de los Estados Unidos y la dura actitud de la OEA contra las reformas estructurales que se hicieron en la isla.

Las relaciones con el partido comunista fueron difíciles. El MRL proponía darle la oportunidad a partidos no tradicionales para elegir sus militantes en las corporaciones públicas. Igualmente López insistió en que la confederación dominada por el Comunismo tuviese personería jurídica y que Colombia pudiera comerciar con los países de la orbita soviética.

Igualmente en 1.962 la colaboración ministerial del senador Juan José Turbay, elegido por el MRL, fue un gesto del gobierno de Guillermo León Valencia que generó los conflictos interiores que, unido al grado de adhesión a la Revolución Cubana y de aproximación con el partido Comunista produjo las dos líneas del MRL en 1.962.

Estos temas de conflicto fueron esclarecidos, detalladamente, en la convención de Ibagué por el Dr. Alfonso LÓPEZ Michelsen, sin que esa transparente aclaración produjese la deseada unidad.

X. GRANDES DEBATES DEL MRL

La mencionada discusión sobre la alternación, el impuesto al gasto suntuario, el recurso de amparo que generó la acción de tutela y la reforma constitucional de 1.968 fueron importantes debates que le dieron al MRL una connotación de grupo político con alto contenido ideológico y posición doctrinaria en la vida nacional.

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Pocas veces en la vida de la Republica hubo una mayor consagración al servicio del pueblo, una agitación tan intensa de ideas y una posición de izquierda democrática sin apelar a la fuerza y sin eludir el debate doctrinario.

CONCLUSIÓN

Después del debate de 1.966 el MRL tenía un grupo parlamentario limitado, reducido por la división y con menos perspectivas políticas que la de años anteriores. Elegido Carlos Lleras Restrepo, el Dr. López le dio el periodo de gracia de sus cien días iniciales. Poco a poco se advirtieron coincidencias entre los dos estadistas. En octubre de 1. 967 se selló la unión entre las dos fuerzas hostiles, unión que permitió al Dr., Lleras terminar su periodo presidencial a pesar de sus grandes vicisitudes.

BIBLIOGRAFÍA

1. Porqué y como se formó el frente nacional, 1.959 Imprente Nacional Bogotá

2. Juventudes del MRL : Por Luis Villar Borda – Eduardo Franco Isasa – Pedro Acosta Borrero y Plinio Apuleyo Mendoza.

3. La alternación ante el pueblo como constituyente primario: Por Guillermo Hernández Rodríguez, Editorial América libre 1.962 Bogotá.

4. Antología del pensamiento y programas del partido liberal 1.820 – 2000, compilación por Fernando Jordán Flores.

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EL MOVIMIENTO DE DEMOCRATIZACIÓN LIBERAL POR LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LOS

PARTIDOS

Néstor Hernando Parra EscobarAbogado tolimense graduado en la Universidad Libre, con especializaciones en ciencias políticas (New York University) y administración de la educación superior (Texas University); Rector de la Universidad del Tolima; Representante a la Cámara; Embajador en la ONU; Miembro fundador de la Sociedad Económica de Amigos del País; autor de las siguientes obras: Entre la democracia y la barbarie; Liberalismo, neoliberalismo y socialismo; Temas para el análisis de la educación superior; mantiene una columna periodística semanal por internet.

CONCEPTO

En nuestro país, es usual dar un significado menor al vocablo disidencia. En cierta forma, lo equiparamos a división. Si se trasciende al ámbito de la filosofía y de la política universal, el concepto de disidencia está cargado de un peso mayor. En efecto, San Agustín al hablar de activismo político y crítica política afirma que el primero siempre implica la crítica política, aunque la crítica de instituciones políticas se expresa normalmente sin la intención de “reformar estructuras políticas específicas o sus consecuencias prácticas.” Y lo diferencia de la disidencia política, en cuanto ésta “consiste en un ataque violento hacia estructuras políticas u oficiales públicos y se dirige hacia su destrucción.”23

Esos dos elementos, violencia y destrucción, son los que no concuerdan con la acepción que en política colombiana se conoce como disidencia. Un breve repaso demuestra que el significado que se le da en nuestro país es un colombianismo.

La abogada chilena Miran Villegas Díaz habla del ejercicio del ius puniendi por el Estado y de legislaciones excepcionales “criminógenas en sí” con la implementación de la represión hacia la

23 Summa Theológica121

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disidencia política violenta o no violenta. Agrega que “el ius puniendi estatal se transforma en un instrumento que en lugar de tener un carácter jurídico pasa directamente a tener un carácter político, esto me lleva a concluir lo que en ningún estado democrático y de derecho debería concluirse: La existencia de la represión a la disidencia mediante la utilización de mecanismos propios de un régimen autoritario.”24

Este enfoque, eminentemente jurídico, habla de la represión a la disidencia política violenta y o no violenta, pero mantiene la intencionalidad destrucción o confrontación total del sistema.

Alejandro Torres Riviera, en un ensayo sobre el Gran Jurado de los Estados Unidos, relata cómo tal institución utilizada originalmente para proteger a las disidencias contra el abuso del Estado, “hoy se ha transformado en un mecanismo de control y represión.” Y agrega que el FBI y el Departamento de Justicia se han valido para “realizar cacerías de brujas, para perseguir, encarcelar, hostigar y estigmatizar disidencias.” Y trae como ejemplo el caso de Puerto Rico, donde ha servido para “atacar el movimiento patriótico y revolucionario del país y su proyección continental.” “Esta nueva arma coordina los poderes represivos de las ramas judiciales y ejecutiva en un instrumento de represión altamente sofisticado y efectivo.”25

Buena parte de las medidas represivas, políticas, policiales y judiciales, como la ley de partidos y penas hasta de 40 años de condena, de la dictadura de Franco en España, tuvieron como objetivo la represión contra la disidencia política.

En el campo de la actualidad internacional, es fácil identificar casos como el de Guinea Ecuatorial. Allí, el gobierno sindica a la diáspora residente en España como disidente, es decir, como subversiva del orden y de las instituciones establecidas. 26

El régimen de Hussein en Iraq calificaba a los movimientos Kubaisy y Rubaie como disidentes del sistema político interno. Similar comentario cabe hacer del grupo disidente en Cuba.

Más recientemente y cercano, es el caso de Venezuela que ha dictado medidas de aumento de penas en delitos de violación, secuestro y daños a instalaciones del Estado, que han sido tomadas por la oposición al régimen de Chávez como “destinado a reprimir la disidencia política.”27

24 www.anchi.cl25 www.redbetaenes.com26 www.guineaescuatorial.net27 The Carter Center

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El jurista español, César Manzano Bilbao, al analizar las funciones políticas e instrumentales que cumple la cárcel, habla de que ésta, “con respecto a la disidencia política que utiliza la acción armada, funciona como una forma de control duro dentro de las llamadas estrategias antiterroristas..”28

Después de estas citas, lícito me es concluir que el término disidencia en nuestro argot político lejos está de la acepción que universalmente se tiene de ella. Las disidencias del liberalismo han sido más discrepancias, en el sentido de disentimientos de los jefes ocasionales que, en el peor de los casos, producen divisiones que se concretan en Movimientos Políticos y que generalmente se dirimen en las urnas electorales sin atentar contra el sistema, régimen o Estado. Si se quisiese aplicar en Colombia el término disidencia en su uso universal, hoy sólo calificarían las FARC y el ELN, organizaciones subversivas violentas que persiguen destruir el orden actual y sustituirlo por uno hecho a la medida de la filosofía marxista o maoísta en la que se inspiran.

2. LAS DISIDENCIAS Y LOS PARTIDOS ORGANIZADOS

Las divisiones de los partidos, al estilo de las disidencias políticas que se dieron durante los siglos XIX y XX en Colombia, no pueden darse en partidos organizados y reglados por estatutos y leyes, por cuanto las discrepancias se resuelven en el seno de los órganos competentes, las que una vez dirimidas en forma democrática obligan a la unidad en la conducta de sus asociados. A quienes se pongan en rebeldía les queda abierta la vía de su desvinculación del Partido y la fundación de un Movimiento Político nuevo o su afiliación a algún otro Partido o Movimiento ya existente. Este es el caso del partido político que desde la presidencia de la República se fragua para acoger allí a antiguos políticos militantes del Liberalismo y de otros partidos o movimientos en respaldo de la reelección del presidente Uribe Vélez, y de su propia reelección como parlamentarios.

Hoy no pueden darse divisiones, ni disidencias en el Partido Liberal Colombiano por cuanto hay una legislación de Partidos Políticos, existe una Personería Jurídica que lo reconoce y autoriza a actuar como tal, y se ha dado democráticamente unos Estatutos y una Plataforma Ideológica, con el voto afirmativo de dos y medio de millones de

28 www.hika.net123

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liberales, que le fija sus reglas de funcionamiento y lo enrumba hacia un Ideario Filosófico-Político.

Justamente, la búsqueda de esa institucionalidad para el liberalismo y por extensión los demás partidos políticos, fue la que inspiró al Movimiento de Democratización Liberal.

LOS PERSONAJES

En la invitación que se nos circuló a los conferenciantes de hoy, se nos solicitó no hablar “de los personajes centrales de cada movimiento en sí” y en cambio “definir cómo se formó la disidencia, cuál fue su desarrollo político, en que se diferenció del oficialismo y cómo se produjo el regreso al seno del Partido Liberal Colombiano.” Reconociendo como útil el marco de referencia, tengo que pedir licencia para referirme a los personajes, pues habiendo sido actor y testigo parcial -en el sentido de que milité en la parcela del Movimiento de Democratización Liberal con cargos de responsabilidad política, como Secretario General, Director del periódico Política Liberal que fundara el Director del Movimiento, Director del programa radial “Amigas y Amigos”, luego miembro del Comité Consultivo Nacional, y parlamentario elegido en su nombre- me resultaría imposible no referirme a los Doctores Carlos Lleras Restrepo, jefe de la disidencia, Alfonso López Michelsen por entonces Presidente de la República, y Julio César Turbay Ayala, Director Único del oficialismo liberal. Espero no abusar de las referencias a los mencionados personajes y a otros para mejor ilustrar los pasajes de este episodio de la vida reciente de nuestra colectividad y de la nación.

LOS ANTECEDENTES

La institucionalización de los partidos.

Desde los Estatutos de 1963, el Liberalismo adoptó una organización moderna que, infortunadamente, hasta el día de hoy, no ha tenido cabal vigencia. Por el contrario, a pesar de los avances, el Partido se sigue desgastando en la disputa intestina entre los que respetan sus estatutos dentro del nuevo marco constitucional y legal y entre quienes hacen malabarismos jurídicos para evadir el cumplimiento fiel de los mismos y hasta o eludir fallos judiciales de autoridad competente. Grave situación, porque no deberían ser esos los asuntos sobre los que el partido

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debe pronunciarse, sino los que aquejan a toda la nación, como la pobreza, el hambre, el conflicto interno, la salud, la educación, el empleo, la corrupción, la defensa de la Constitución, y tantos otros. Ese tipo de debates es el preferido por los medios masivos de comunicación, porque sirve para el escándalo y la maledicencia que es el mejor atractivo para atraer la audiencia, aunque a costa del prestigio del Partido, pues lanza una imagen pobre y cuestionable sobre la opinión pública.

El elemento central de los estatutos era el de la militancia, que se obtenía con la afiliación como “miembro activo”. A ellos correspondía la facultad de conformar, mediante el voto interno, las asambleas municipales y elegir los delegados a las asambleas departamentales y a éstas el escogimiento de los delegados nacionales. En esa forma, igualmente se constituían las directivas territoriales. Es decir, en un proceso democrático de abajo hacia arriba. Mecanismos similares se consagraban para confeccionar las listas a las corporaciones públicas y a la Presidencia de la República. El sistema electoral era el de la representación proporcional, con aplicación del cuociente electoral, con lo cual se garantizaba justa participación de las diferentes tendencias del partido. Ése fue un legado que el Dr. Carlos Lleras Restrepo hizo al liberalismo y por su vigencia luchó en diferentes etapas de su vida política.

Dos elementos materializaban tales procedimientos: el carné y la lista de los carnetizados. Con el primero, se acreditaba la calidad de miembro activo. Con la segunda, se habilitaba a los miembros activos para participar en las elecciones y consultas internas. Así, se adoptaba una estructura moderna y se esperaba superar las etapas del partido-montonera.

Diez años después, no había sido posible instaurar el sistema en forma general. Seguía prevaleciendo el del “bolígrafo”, o sea, el uso del mismo por el jefe o los jefes de turno para integrar los directorios y confeccionar las listas a los cuerpos colegiados. La consagración del candidato único a la Presidencia se hacía en la Convención, organizada ad hoc, integrada según las conveniencias del momento por parlamentarios liberales en ejercicio a punto de vencer su período y unos cuantos delegados departamentales o municipales, diputados o concejales, más otros representantes de organizaciones sociales. Los estatutos se modificaban de manera acomodaticia a las circunstancias favorables al grupo dominante. Además, no existía ni reconocimiento constitucional, ni ley que reglamentara el funcionamiento de los partidos. Esa fue otra de las causas que abrazó el ex presidente Lleras Restrepo y varias son las propuestas de proyectos de ley que salieron de su pluma.

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4.2. El Progresismo

En abril de 1972, en vísperas de las elecciones de “mitaca”, para concejales y diputados, sendos grupos del liberalismo comandados por Carlos Lleras Restrepo y Alfonso López Michelsen, se unieron en el denominado PROGRESISMO para enfrentar al oficialismo. Julio César Turbay Ayala, desde el inicio del gobierno de Misael Pastrana Borrero se había constituido en el soporte liberal y gozaba, por tanto, de todos los privilegios y favores del poder compartido. Recuerdo muy bien, la crisis que se formó horas antes de la posesión del presidente conservador, anterior Ministro de la política de la administración Lleras Restrepo, por la anunciada designación de Abelardo Forero Benavides como Ministro de Gobierno, de todos los afectos del Dr. Turbay. El presidente saliente se indignó por tal anuncio por cuanto la representación del liberalismo en el nuevo gobierno recaía en dirigente cuya trayectoria política durante la época de persecución a los copartidarios, conocida como la violencia, no había sido exactamente calificada como solidaria.

Fue Joaquín Vallejo Arbeláez quien, previa conferencia con Alberto Lleras Camargo, viajó intempestivamente desde Nueva York el 6 de agosto de 1970, donde se desempeñaba como Embajador ante la ONU, para aprestarse a “tener” el cargo por tres meses, al cabo de los cuales fue nombrado y tomó posesión el Ministro que “in pectore” tenía el socio liberal del gobierno de Pastrana Borrero.

La campaña del Progresismo sólo alcanzó a celebrar dos actos de masas, uno en Tunja y otro en Palmira. Los demás fueron reuniones en recinto cerrado en Bogotá en intensas jornadas durante la semana que antecedió a las elecciones. Era evidente la sobrecarga política de estos dos pesos pesados en la misma tribuna. En todos esos actos, tuve el privilegio de participar, por lo que pude constatar el inolvidable ejercicio intelectual que los dos jefes hacían en una competencia por alcanzar la máxima lucidez. El Progresismo triunfó, aunque las posiciones burocráticas y de dirección del Partido siguieron bajo el control del turbayismo.

La agitación política continuó en forma de seminarios que diferentes instituciones organizaban. En septiembre de ese mismo año, 1972, organicé con un brillante grupo de amigos, un Foro Liberal en Fusagasuga. El 15, el expositor principal fue Carlos Lleras Restrepo y, por cierto, dictó durante tres horas un libro que luego se publicó, tal cual, bajo el título “El Liberalismo 1972”. Al día siguiente, Alfonso López Michelsen fue el expositor de fondo.

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4.3. La Jefatura Única

Los participantes salimos convencidos de la inminencia de la toma de las responsabilidades del Liberalismo por esa alianza política. En efecto, en la Convención Nacional de octubre Lleras Restrepo fue elegido por unanimidad. Al mes siguiente, el Dr. Turbay viajó a dirigir la delegación diplomática colombiana en Londres.

El nuevo Director del Partido, en cumplimiento de los Estatutos, designó como Directores Alternos al Senador Víctor Mosquera Chaux y al Representante Fabio Lozano Simonelli, por entonces Embajador en México, quien a pesar de sus reiterados anuncios de venir a desempeñar el cargo, nunca lo ejerció.

Las tareas que el Director encomendó a sus tres asesores fueron precisas: 1. Diseñar y adoptar el sistema tendiente a implantar la “carnetización” en todo el país y a conformar las listas por municipios de sus miembros activos, aptos para participar en los diferentes eventos democráticos previstos en los Estatutos. 2. Realizar estudios sobre la realidad, las necesidades de las diferentes regiones del país y proponer las debidas soluciones. 3) Atraer al Partido a la mujer, a los universitarios y a los sindicalistas, de quienes durante el Frente Nacional se había apartado u olvidado, la realización de un programa de formación de líderes y fomentar el Debate Ideológico en el país.

4.4. La carta de BruselasEl 10 de abril de 1973 viaja el Dr. Lleras Restrepo a Europa, al

día siguiente de inaugurar las actividades de la Asociación Nacional de Sindicalistas Liberales. Días más tarde, envía una carta desde Bruselas, dirigida a su esposa, Doña Cecilia, y no a Víctor Mosquera Chaux como se esperaba. En ella formula al conservatismo propuestas para concertar un programa y un gobierno compartido a partir de 1978. El Director del Partido Conservador, Rafael Azuero, y los demás compañeros de dirección, minimizan la propuesta y no le dan una respuesta oportuna. Tardíamente, y más allá de las intenciones del proponente liberal, contestan proponiendo una resucitación del Frente Nacional y de la alternancia en el ejecutivo con un presidente conservador de partida.

Ante este paso en falso, cunde el desconcierto en las filas de la coalición progresista y fácilmente se abre camino la convocatoria a una Convención, que sesiona el 9 de junio y suspende actividades para reiniciarlas el 29 del mismo mes. Mientras, se cuestiona por parlamentarios y jefes políticos regionales los planes de carnetización y

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la puesta en vigencia los Estatutos para todo lo relacionado con la conformación de sus directivas y el escogimiento de los candidatos del liberalismo, incluido el Presidente de la República. En esa línea hacen fila amigos parlamentarios del Director del Partido.

4.5. La elección de candidato único

Al amanecer del 30 es consagrado democráticamente el Dr. Alfonso López Michelsen candidato único del Partido Liberal a la Presidencia de la República para el período 1974-1978. La votación anticipada fue promovida por el Dr. Lleras Retrepo. Había sido madurada en el amanecer del día anterior en consulta familiar. A ello tuve conocimiento al mediodía del 29, información que no participé a nadie, tal y como se me solicitó.

La votación del sector afecto al Dr. Turbay realizó largas y constantes consultas a su jefe a Londres. Su votación a favor del Dr. López lo dejaba en calidad de aliado del futuro gobierno liberal. En los pasillos del Capitolio se insinuaba que el sucesor para el período 1978-1982 sería el Dr. Julio César Turbay Ayala. Supuestamente, se trataba de un pacto de continuidad.

El 7 de agosto de 1973, después de obtener una votación record, tres millones de votos, frente al opositor conservador Alvaro Gómez Hurtado, toma posesión el Presidente Alfonso López Michelsen.

4.6. Nueva Frontera

En octubre, aparece la primera edición de Nueva Frontera, semanario dirigido por el Dr. Lleras Restrepo. En el editorial del primer número, fija su “posición personal”ante el gobierno del Mandato Claro, reservándose el derecho a ejercer la libertad crítica por cuanto, afirma, “creo que aún puedo trabajar por los principios que he profesado y en los cuales sigo creyendo”. Luego, pasa a desestimar los presentimientos de “ciertas gentes” que hablan de “inminente oposición y de peligrosas divisiones.”

En publicaciones subsiguientes retoma el tema de la organización del Partido comenzando por la afiliación, los carnés y “la confección limpia de las listas de los sufragantes para las elecciones internas”. También habla de hacer obligatorio por ley el “tan criticado carné”. Para validar sus discrepancias y oponerse a la posible pronunciación de que los movimientos políticos utilicen nombres similares a los de los Partidos, recuerda que el MRL, dirigido por el Dr. López, mantuvo el

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referente liberal en la denominación que identificaba a su movimiento. Recuerda que en los partidos históricos colombianos existen tendencias muy variadas “y en cualquier momento una de esas tendencias puede querer constituirse en partido distinto y alegar, con razón, que el viejo nombre le pertenece tanto como a otra u otras.” Insiste en que la “existencia de los partidos es de interés nacional” pues “garantizan el libre ejercicio de sus actividades tanto en sus funciones de gobierno como de oposición.” Se declara partidario de que “se haga obligatorio un procedimiento democrático interno para la selección de candidatos a las corporaciones públicas y miembros de las directivas.”

Sentaba así las bases de lo que sería su nueva insistencia de organizar como un partido moderno al Liberalismo Colombiano. Simultáneamente, empezó a analizar los grandes problemas nacionales y a fijar su posición frente a ciertos actos de gobierno, cuidándose de dejar en claro su ánimo de desear la mejor suerte al gobierno, como requisito indispensable para hacer posible la continuidad del partido en el gobierno. A renglón seguido, sentenciaba que “la disciplina partidaria, mal entendida, (no puede ser) más importante que la función crítica.

Entretanto, el nuevo Jefe Único del Partido, Dr. Julio César Turbay Ayala, había decidido discrecionalmente traspasar a un triunvirato sus poderes, por cuanto viajaría a Washington a hacerse cargo de la representación diplomática en Washington. Los designados fueron los doctores Germán Zea Hernández, Gustavo Balcázar Monzón y Juan Manuel Turbay, aunque algunos directivos lopistas no se sintieron satisfechos con esa composición.

En su calidad de Director Nueva Frontera, ejercía semanalmente el derecho a la crítica a los actos de gobierno con los cuales discrepaba. En algunos casos manifestaba su identidad con las decisiones oficiales, como la declaratoria del estado de sitio en julio de 1975.

LA DEMOCRATIZACIÓN LIBERAL

En septiembre de 1975 Lleras Restrepo se decide a organizar el Movimiento de Democratización Liberal. Abre una sede nacional y autoriza el funcionamiento de organizaciones regionales que rápidamente surgieron.

Fue el Maestro Darío Echandía, gran admirador de Lleras Restrepo “como estadista y como jefe político capaz de lidiar a los manzanillos,” quien se encargó de señalar los propósitos de la Democratización Liberal en carta dirigida al Comité Nacional Consultivo en los siguientes términos:

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A) Perseguir el bienestar de la comunidad colombiana de toda la masa popular. Nuestro partido no es sino un medio, un instrumento, que a nosotros nos parece el más capaz, el más apto, el más adecuado, el más oportuno, en este país y en este momento para progresar en el sendero de la creciente civilización espiritual y material de nuestro pueblo. Por consiguiente, esta campaña de la democratización no la concibo sino como un esfuerzo para consolidar la unidad nacional; para realizar cada día más concreta y más ampliamente la justicia y la libertad.

B) Lograr que las masas que voten tengan una participación real, efectiva y controlada, en la selección de las personas por las cuales se les <manda votar> y que sea una participación seria en la selección de los copartidarios que deban representarlas en la designación de candidatos liberales a la Presidencia de la República y a las Corporaciones Legislativas y Administrativas que se eligen popularmente.

C) La Unidad Liberal. Alcanzar esa meta, que todos los liberales voten por un solo hombre el día de las elecciones de presidente. Ése nombre será el que el pueblo señale real y libremente. La democratización de nuestro partido es esencial, por consiguiente, no podemos entenderla como motivo de discrepancias pasionales interesadas, sino como poderoso fuerza de cohesión espiritual. Solo así se justifica y solo así se realiza.

D) El apoyo al gobierno. Apoyar decididamente la obra de gobierno del doctor López Michelsen, de cuyo éxito depende la suerte del partido que lo eligió y en cuyo nombre gobierna. En la posibilidad de crítica consiste la más elemental de las manifestaciones de la libertad y expresar el pensamiento, base primaria de la doctrina liberal.

Más adelante, en plena actividad proselitista, Lleras Restrepo insistiría en que la legitimidad emana del pueblo. Al recordar que en 1972 también se había invocado la “legitimidad” por la denominada “Línea Colombia”29 y precisaba que fue por iniciativa del Dr. López Michelsen que se organizó el Movimiento del Progresismo y que “la división de entonces no fue mala, sino por el contrario, conveniente.”

Otro de los temas de campaña fue el de la participación ciudadana que años después sería materia de la Constituyente de 1991. En Manizales, a fines de noviembre de 1975, Lleras señaló: “No

29 En referencia al Teatro Colombia, hoy Jorge Eliécer Gaitán, donde se celebraba la Convención Nacional. Allí siguieron sesionando los seguidores de Turbay Ayala, mientras los progresistas salieron a sesionar en el Capitolio Nacional, tomando esa tendencia el nombre de Línea Capitolio por el lugar donde culminó la reunión de ese grupo.

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podemos hablar de verdadera democracia de participación si quienes participan no tienen conceptos claros sobre las cosas; si la adhesión o rechazo a determinadas ideas o procedimientos no se fundan en un conocimiento de sus problemas y de la forma de sus soluciones.” Y añadió: “La comunidad tiene que apersonarse de la realización de los programas y naturalmente dentro de cada comunidad los liberales.”

De labios del Director de la Democratización también se afirmaba el apoyo al gobierno: “El Movimiento de la Democratización Liberal está seguro de contribuir positivamente a que el partido demuestre en las próximas elecciones su favoritismo popular mediante una gran mayoría frente a los otros partidos políticos. De esta manera daremos al Presidente López un apoyo real y efectivo al mantenerle un partido liberal vigoroso y beligerante.”

A la Convención Nacional Liberal convocada por el Dr. Turbay para el 12 de diciembre de 1975, el Dr. Lleras anuncia su no-participación por no ajustarse su conformación a las normas estatutarias, por cuanto va a reunirse con los mismos miembros que participaron en la Convención que le eligió Jefe Único. Lo hace con el “objetivo inocultable de disminuir ante el mínimo posible la intervención popular. Es así como el número de convencionistas no parlamentarios no alcanza siquiera a la mitad de éstos.” Y agrega en un artículo de Nueva Frontera: “El gran mago de las pruebas electorales hizo, naturalmente, de las suyas. Obtuvo poderes para formar la lista de la dirección nacional y la formó a su amaño, con ocho miembros en lugar del máximo de tres que contemplan los estatutos...Es probable que se pretenda aprobar (ahora) una modificación de los estatutos para señalar las reglas de acuerdo con las cuales habrá de reunirse en 1977 la Convención que debe lanzar el candidato a la presidencia de la república.” Se patentaba de esta manera la rebelión contra el “oficialismo” liberal.

Lleras continúa formulando frecuentes críticas que incomodan a los amigos incondicionales del gobierno y al mismo Presidente López, quien el 14 de abril de 1976, en plena vísperas de las elecciones de mitaca ejerce lo que él denomina “el derecho a réplica” que en concepto del Director de la Democratización lo hace en un tono vehemente, desconocido en el gobernante, y con referencias duras a sus críticos y concretamente contra él, mostrándolo “como enemigo del gobierno, o mejor dicho del mismo Presidente.”

LA PRIMERA PRUEBA ELECTORAL

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El 18 de abril de 1976 se realizaron las elecciones de mitaca. Mediante el conteo de los votos por las listas que cada ala del partido había inscrito en los diferentes municipios como candidatos a concejales, y en los departamentos como candidatos a diputados, se podía cotejar las fuerzas en conflicto.

Los comicios electorales no pudieron ser más desastrosos para el Partido Liberal como un todo. Además, el nivel de abstención general fue cercano al 75% y en Bogotá del 85%, creó un desconcierto en todos los analistas y dirigentes políticos. Los resultados tendientes a medir las fuerzas entre oficialistas y disidentes democratizadores difícilmente podían contabilizarse. Se habló de una “indefinición” por lo que no se pudo dirimir el tema de la posible legitimidad política por el respaldo popular a que el Jefe de la Democratización aspiraba.

Quizá, presintiendo una situación como la registrada, el Dr. Lleras Restrepo publicó horas antes de las elecciones un editorial en “Política Liberal” el periódico de campaña, en el que se leía: “Es claro que este movimiento no puede ni debe desaparecer después de las elecciones del 18 de abril. He comprobado ya que su influjo sobre la masa liberal y sobre el comportamiento de los dirigentes es por todos los aspectos benéfico y que procederíamos mal si no continuáramos impulsándolo con creciente vigor. Sin contar con que nos proponemos desarrollar una política que dé a la administración municipal y departamental mayor pureza y eficacia, sin que por esto dejemos de prestar máxima atención a las propuestas que el gobierno nacional ha comenzado a esbozar sobre reformas en la administración de las regiones.”

Los resultados globales fueron los siguientes30:

Año Liberales Conservadores Izquierda Otros

Elección Votos % Votos % Votos % Votos %

1976 AC

1,741.573

52.4

1,291.068

38.8

151.841

4.6

131.973

4.0

30 Estadísticas Electorales. Abril 18, 1976.Registraduría Nacional del Estado Civil. Imprenta Nacional. Bogotá. 1976

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En esas elecciones participaron, además de los partidos tradicionales, aliados con el Partido Comunista la ANAPO, algunos grupos del antiguo MRL, el Movimiento Amplio de Colombia –MAC- y el MOIR. También la Unión Nacional de Oposición –UNO- que tuvo su mayor fuerza electoral en el Magdalena Medio y principalmente en Puerto Berrío, donde eligieron 6 concejales ganando a los liberales. La zona se encontraba bajo el control rural del Frente IV de las FARC.

Documentos del PCC que analizan la situación política de la época, citando la revista Alternativa No. 44 y otras fuentes, hablan de algunos hechos que bien pueden tomarse en cuenta como antecedentes políticos y de orden público de inmediato y de mediano resultado: 1) la presencia de Jaime Builes, quien contaba con “latifundios en Puerto Berrío”y a quien sindican de “traficante de marihuana y cocaína” en alianza con otros “propietarios tradicionales, con quienes se unieron en la cruzada antisubversiva”; 2) El asentamiento de la base militar en la hacienda Guasimal que terminó siendo expropiada por el Ministerio de Defensa Nacional, centro de operaciones para combatir a la insurgencia, particularmente a partir de la declaratoria de estado de sitio en octubre de 1976; 3) Aparición del Movimiento de Renovación Nacional -MORENA- de extrema derecha con el respaldo de la Asociación de Ganaderos de la región a cuyos miembros y a la fuerza pública sindicaron, más adelante, de crímenes de lesa humanidad. Este hecho marca un hito en el surgimiento de los grupos de autodefensa que después proliferaron en el país en la forma bien conocida, hoy en vías de cuestionada desmovilización.

El análisis electoral

Aunque Lleras hizo un expreso reconocimiento de “plenas garantías en toda la época preelectoral” anotó que “antes de las elecciones no desperdició el señor Presidente ninguna ocasión de cooperar abiertamente en la campaña que otros grupos liberales emprendieron contra el Movimiento de Democratización Liberal y, más concretamente, contra mí, cuando apelaron a mostrarme como enemigo del gobierno, o mejor dicho del mismo Presidente López. La carta al Senador Becerra y la alocución del 14 de abril que se pasó repetidas veces por radio y la televisión la víspera del mismo día de las elecciones, son dos ejemplos de la intervención presidencial en las diferencias internas del liberalismo.”

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En posterior escrito, Lleras se queja de que “tales elecciones no fueron muestra de una sana democracia.” “Las corrupciones políticas se pusieron de presente con insultante cinismo y completa impunidad.” “La compra de votos se hizo con descaro, una amplitud y con una técnica impresionantes.” “El mal viene de atrás..Pagar a capitanes.. y el capitán vendía a los ciudadanos al por mayor y recibía contante y sonante el precio convenido.” Por ello, termina pidiendo con urgencia una reforma electoral pues “no hay equidad en la competencia democrática.”

La interpretación de los resultados difería según quien las hiciera. Recuerdo que como delegado ante la transmisión que se hacía por la televisión oficial, la controversia estaba en la forma de su presentación, pues se sumaban todos los votos que no eran por la Democratización como del oficialismo, cuando lo cierto era que habían concurrido otros movimientos liberales, como la denominada Primera Fuerza, que desde hacía meses comandaban Luis Villar Borda y Fabio Lozano Simonelli, entre otros, y que se identificaban con la candidatura a la presidencia del ex ministro de Hacienda, Dr. Hernando Agudelo Villa. Había también listas independientes en el conteo, que correspondía a intereses locales o regionales y que no tomaban partido en la división.

El gran fenómeno de la abstención lo registra el Jefe de la Democratización con pesar, anotando que no son valederas las exculpaciones por lluvia generalizada en todo el país, ni por haber coincidido con los días de vacaciones de Semana Santa que alejaron a gran cantidad de ciudadanos de sus lugares habituales de residencias, ni la tradicional poca importancia que se da a las elecciones regionales y municipales.

Y vuelve a referirse al Presidente López cuando pone de presente que había lanzado con “singular coincidencia” sus propuestas de reformar el régimen departamental y municipal, habiendo argumentado reiteradamente que “las cosas no se compondrían eligiendo buenos concejales y diputados, sino una modificación radical del sistema.” Con ello, agregaba, se pretendía quitar toda importancia a las elecciones. Y concluye: “¿Por qué sorprendernos del resultado electoral?”

Como puede apreciarse, tales elecciones agrietaron, aún más, las relaciones entre estos dos grandes dirigentes liberales.

7- LA PRIMERA FUERZA

Las motivaciones programáticas del movimiento de la Primera Fuerza se concretaron en un Encuentro Liberal, instrumento típico de

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acción política del Doctor Hernando Agudelo Villa. En el de Antioquia, se formularon los principales temas que los convocaba:

-Responsabilidad de las nuevas generaciones liberales para salvar al Partido de la crisis ideológica y programática.-Unidad del Partido para garantizar el triunfo de 1978, basada en un programa de gobierno que tienda a resolver los problemas planteados por la insuficiencia en su desarrollo económico y social, para lo cual tiene que liberarse de “ataduras con intereses e ideologías reaccionarios”. -Cancelación de las coaliciones similares a las del Frente Nacional, reorientando al partido hacia la izquierda.-Organización democrática del partido de tal forma que la base intervenga en la definición de tesis y programas “con la participación efectiva de las organizaciones sindicales y de los estamentos universitarios”.-Selección democrática de los aspirantes a las posiciones de comando.-Financiación del Partido por sus propios militantes “para evitar que en el momento de la escogencia de quienes deben dirigirlo y representarlo jueguen presiones económicas. Para el mismo efecto seria útil la financiación del Estado de las campañas políticas.

Los aspectos de mayor relevancia que resultaron de dicho Encuentro tenían que ver con la política fiscal para lo cual proponían reducción del gasto público; la política monetaria y de crédito coincidente con la del Gobierno en cuanto a las presiones expansionistas y de pago; la política salarial tendientes a evitar que los salarios pierdan su valor real; políticas a largo plazo particularmente centradas en los mecanismos de planeación y ejecución de programas ambiciosos de reforma agraria y urbana, política de empleo mediante “una intervención dinámica del Estado en todos los sectores de la economía, política industrial tendiente a liberar el crédito y las importaciones, con la pretensión de crear un clima apropiado de nacionalización de las inversiones empresariales privadas”; y política de comercio exterior, también a largo plazo de manera que las exportaciones se consoliden cuantitativa y cualitativamente.

El movimiento denominado la Primera Fuerza tomó como bandera la necesidad de convenir una fórmula para garantizar la unión del partido alrededor del candidato a la presidencia para el periodo 1978-1982. En cierta forma, la Primera Fuerza y la Democratización Liberal coincidían en la necesidad de consultar la voluntad de los liberales y el propósito de acatar los resultados que arrojare el mecanismo acordado. Lleras Restrepo, ante la no-aceptación de primarias, insistía en la necesidad de separar las elecciones para corporaciones públicas y las

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presidenciales, proponiendo que la primera fecha fuera para Cámara y Senado con lo cual se conseguiría un mandato fresco, realmente representativo de las fuerzas políticas del momento.“Serian los copartidarios así electos los que podrían representar auténticamente la identidad liberal sobre el candidato, puesto que todo el mundo entendería que las elecciones parlamentarias tendrían la condición de primarias. Así se expresaba el jefe de la democratización liberal en carta a los coordinadores de la primera fuerza.

Como puede apreciarse, a falta de uno eran tres los movimientos que se organizaban para erigirse en alternativa política frente al oficialismo del partido. Además de la Democratización Liberal y la Primera Fuerza se sumaban los Independientes.

8 -EL CONSENSO DE SAN CARLOSAl sentarse a discutir los mecanismos que deberían tenerse en

cuenta para la unión del Partido, la Democratización presentó la celebración de elecciones primarias, es decir, la consulta directa a la base del partido. En esa forma se consideraba que se independizaba la selección de los candidatos presidenciales “del juego de las rivalidades políticas de las regiones y de las maquinarias que se han ido formando...que han destruido ya, en buena parte, la equidad en la competencia democrática”. Esa iniciativa, que había sido anunciada como un Proyecto de Ley, recibió de manera inmediata la objeción de inconstitucionalidad por el presidente López. Ante esa realidad, la formula de separar las elecciones, de Congresistas y la Presidencial, surgía como una solución intermedia puesto que permitía contar con un mandato fresco, representativo de las fuerzas políticas del momento.

Se consideraba que la fórmula favorecía a los intereses oficialistas por cuanto se eliminaba la Convención de Delegados de Asambleas y Cabildos en las que el Doctor Turbay no había salido favorecido en las elecciones de mitaca de 1976.

9- EL PROYECTO DE REFORMA CONSTITUCIONAL

En la Legislatura de 1976 se aprobó en primera vuelta el proyecto de Reforma Constitucional presentado por el denominado “Gobierno-puente” o del Mandato Claro, como se dio en conocer el período presidencial de López Michelsen. Tal proyecto constaba de dos partes: La primera relacionada con la separación de las elecciones para Congreso

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y las de Presidente. La segunda ordenaba la convocatoria de una Asamblea Constitucional que tenia por finalidad revisar dos temas: a) El Régimen de administración de Justicia y las funciones del Ministerio Público, y b) el Ordenamiento territorial y el Régimen de los Departamentos y Municipios.

En el trámite de la proyectada Asamblea Constitucional los Parlamentarios miembros de la Democratización Liberal actuaban en completa libertad por cuanto así se había decidido por sus Directivas.

10. EL CONSERVATISMO ANTE LA REFORMA

El Conservatismo continuaba dividido en dos tendencias: la de los amigos del doctor Misael Pastrana y la de Álvaro Gómez. Los “alvaristas” apoyaron la reforma, no así los “pastranistas”. Se predecía que de continuar las fuerzas parlamentarias comportándose durante la segunda vuelta de igual forma que la primera, terminaría siendo aprobada por mas de las dos terceras partes como exigía la Constitución Nacional. Sin embargo, ahora se abría un suspenso ante la posible conducta de los “alvaristas”, particularmente relacionado con la primera parte, por cuanto aducían que de no aprobarse la separación de las elecciones era irremediable la división liberal, con lo cual quedarían abiertas las posibilidades de un triunfo conservador. La estrategia “alvarista” llevó a que Turbay propusiera entrar en negociaciones con ellos. Se habló de que, a fin de cuentas, unos y otros estaban actuando a la manera de “la tenaza” como en el primer gobierno del Frente Nacional y contra el cual se pronunció en repetidas ocasiones el entonces jefe del MRL Alfonso López.

Belisario Betancur -Embajador del Gobierno del Mandato Claro ante España y quien a su regreso lanzaba ataques a ciertas actuaciones oficiales- intentaba unir, por segunda vez, las fuerzas “laureanistas”, “pastranistas” y “progresistas” con el propósito de presentarse como candidato a las elecciones presidenciales de 1978.

11-LA SEGUNDA ETAPA DE LA DEMOCRATIZACIÓN LIBERAL

Ante el viaje de Lleras Restrepo a Europa, el comando de las Directivas de la Democratización Liberal lo tomaron Augusto Espinosa Valderrama en el Parlamento y Luis Calos Galán como codirector de

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Nueva Frontera. Galán tuvo la oportunidad de exponer sus tesis y analizar la política del país principalmente en los temas relacionados con televisión, derecho a la información, la universidad y la educación en general, entre otros. Espinosa Valderrama, Coordinador Nacional de la campaña, junto con otros parlamentarios, llevó la vocería en el Congreso y en las relaciones con los otros movimientos y con la misma Dirección Nacional Liberal.

Al iniciar 1977, el ex presidente Lleras bautizó como “año bandera”. Tomó como referencia central de su artículo en Nueva Frontera el mensaje del Presidente López al cerrar 1976. Destacó las molestias que producía el racionamiento eléctrico, la escasez y la carestía y el anuncio que empezaba a gobernar “con el sol en la espalda”.

Dedicó párrafos al análisis del “sistema clientelista” alimentado por los auxilios que sirven como “instrumento electoral a quienes lo introducen en el presupuesto” y al hecho de que el presidente López, contrario a sus anuncios relacionados con el proyecto de presupuesto para 1976, se introdujeron ciertos mecanismos y se aceptaron ciertos procedimientos que terminaron en ciertos escándalos cuya investigación había solicitado al Procurador General de la República porque “créditos presupuestales”, introducidos de manera irregular, llevaban la firma del Ministro de Hacienda. Insistió, además, en que el mejor procedimiento contra el clientelismo es la expedición de una ley que reglamente “con una inspiración democrática, el funcionamiento de los partidos”.

Otro tema de relevancia para el inicio de ese año fue el del Proyecto de Ley sobre Reforma del Sistema Electoral mediante el cual se proponía, entre otros temas, crear la tarjeta electoral” convertida en condición previa para emitir el voto. Sobre esta iniciativa y otras como las relacionadas con el voto obligatorio propuesto, la identificación de los partidos y la composición de la Corte Electoral el Senador Espinosa Valderrama había intervenido ampliamente en los debates en el parlamento.

Por su parte, en un nuevo artículo el ex Presidente Lleras contrastó la suerte afortunada que había corrido el proyecto de Reforma del Sistema Electoral y la propuesta que también elaboró un comité bipartidista sobre la organización interna de los partidos: “Ni el Gobierno ni el Congreso se ocupó de él en las legislaturas del 75, 76”. Este proyecto que se calcó de los Estatutos del Partido Liberal promulgados por Lleras en 1963, recalca que mientras tanto se seguían extendiendo los vicios del clientelismo y el cacicazgo, apoyado en los rodajes burocráticos y el sistema de auxilios, prácticas que hubieran sido controlables en parte con la expedición de la Ley de los Partidos.

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12. ALGO DE LA PICARESCA POLÍTICA

De la picaresca política de esa época bien vale recordar lo que se denominó como las noches del gato. El episodio nace de las palabras finales de un discurso del Presidente López en el que dijo: “Me viene a la memoria viendo a tantos que ladran contra el Gobierno un proverbio que dice que todos los perros tienen su día pero las noches son del gato”. A lo que Lleras respondió: “Yo no creo del caso alterarme, porque si a mí me ha llamado perro y ladridos a mis escritos, él en cambio se calificó como el gato del refrán. ¡Que gracioso! El perro suele ser tenido como un noble animal, <el amigo del hombre,> y si bien a veces sus ladridos incomodan a los caminantes, más a menudo sirven como aviso de peligro, como apercibimiento irremplazable. Plinio el Viejo reconoce en su “Historia Natural” que entre todos los animales es el más fiel, y más adelante que ningún animal, salvo el hombre tiene mejor memoria. Sobre el caprichoso temperamento de los gatos que con tanta facilidad pasan del arrumaco al arañazo es mejor no hablar ahora” Y termina diciendo: “¿encierra esa linda sentencia alguna velada amenaza?” .

13. LA CANDIDATURA DE AGUDELO VILLA

El ex ministro de Hacienda de la administración Lleras Camargo continuó celebrando”encuentros”, como el de Armenia. Allí, a nombre de la Primera Fuerza presentó un extenso documento exclusivamente relacionado con el tema cafetero. Propuso mejorar sustancialmente el ingreso del producto de café, reconstruir el Fondo Nacional del Café y dar a un gran impulso al aparato productor agrícola para poder responder “sin presiones inflacionarias excesivas al incremento súbito y de altas producciones” debido al impulso cafetero.

Agudelo Villa no desperdició la oportunidad para pronunciarse contra el “reeleccionismo” y la corrupción. Dijo: “Es peligroso para la supervivencia democrática del Partido y de la Nación, cerrar, como se está haciendo, los canales de la competencia, de la movilidad social y política... .Y con razón la opinión esta alarmada porque advierte que la corrupción que se ha entronizado en la vida social y en el aparato del Estado, actuará con virulencia en los procesos políticos inmediatos”

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14. LA GARANTÍA DE LA UNIDAD LIBERALDentro del Movimiento Democratización Liberal, Galán,

Espinosa Valderrama y otros dirigentes aprovechaban la oportunidad para, con el beneplácito del Dr. Lleras Restrepo, plantear las tesis progresistas e institucionalizadoras de los partidos para recorrerse el país con tales banderas, mientras el jefe de la Democratización advertía: “Nadie tiene derecho a presentar mi acción como un peligro para el liberalismo o para el porvenir nacional si es que los antecedentes en la historia de un hombre tienen algún valor.”

Al momento de celebrarse el Consenso de San Carlos, los comisionados por el jefe de la Democratización Liberal, doctores Darío Echandía y Augusto Espinosa comprometieron la palabra del Lleras, con la debida autorización que él hizo desde el exterior en lo relacionado con la Reforma Constitucional en cuanto a la fecha de las elecciones de Congresistas, previa a la presidencial, para febrero de 1978. Cabe recordar que este tema tenía particular significación por cuanto la mayoría de Parlamentarios elegidos en 1974 eran adeptos del Dr. Turbay Ayala. Entendía perfectamente el jefe de la Democratización que las elecciones parlamentarias servirían como primarias para el liberalismo “ya que la convención posterior no podría ser otra cosa que proclamar a aquella persona que haya obtenido mayoría en las listas para corporaciones identificadas con su nombre, Ahora no se podría seguir con la táctica de asustar a los liberales recordándoles la división de 1946 y la pérdida del poder que a tan complejas causas obedecieron. Y afirmaba mas adelante: “No hay peligro de división liberal; pero esto por si solo no garantiza el triunfo. Entre tanto voy a adelantar mi campaña por mi reelección. Por mi reelección, así como suena”.

Contra esa pretensión se esgrimían desde las filas oficialistas argumentos como de simples ganas de repetir, la edad del candidato, el estilo autoritario que se le imputó durante la Presidencia de 1966 a 1970, de ser autor de una conjura contra el Presidente y el Turbayismo y dar juego político a sus “validos y favoritos”. A todas esas críticas, Lleras se encargaba de contestar con argumentaciones que él mismo llamó exordios que “seguramente les van a parecer insoportablemente pretencioso”.

15- LA ESTRATEGIA TURBAYISTA

Turbay Ayala abrió su campaña en cuanto constató que las elecciones de mitaca no habían decidido categóricamente las mayorías en

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el Partido. Esto precipitó su regreso de Washington y se lanzó a las plazas públicas en defensa del oficialismo y de su candidatura para suceder a López Michelsen. Sus estrategias fueron muy sencillas: gobiernismo integral, reiteración de la ayuda que dio para la elección de López, su apoyo a la constituyente, con especial énfasis en el tema de la descentralización y, por sobre todo la unión del Partido. En este punto, coincidían todos los movimientos.

Como era de esperarse, no perdió oportunidad para combatir en forma directa al jefe de la Democratización atribuyéndole ufanarse de su sabiduría y su compromiso de volver a gobernar con el mismo estilo de su mandato presidencial.

Lleras Restrepo no cejaba en referirse de manera peyorativa a Julio Cesar Turbay a quien en alguna oportunidad llamó “oligarca acabado en la política y en todo lo demás”, “el Turbay que nunca estuvo fuera sino dentro de la amurallada fortaleza”.

15. CAFÉ, CARESTÍA, SINDICALISMO Y PARO GENERAL

La bonanza del café y la mayor cantidad de medio circulante mostró una vez mas sus efectos sobre el índice general de precios. Se atribuía en buena parte el efecto de la carestía al ritmo de devaluación. Simultáneamente se registraba una reducción en el índice de las exportaciones, el estancamiento de los salarios, altas tasas de interés y el prolongado verano del primer semestre del 77 fenómenos ante los cuales el Gobierno reaccionó en la mejor forma posible.

En un discurso pronunciado el 8 de junio de 1977, Lleras Restrepo ante la Asamblea de Sindicalistas Liberales, creada como ya se dijo en abril de 1973, resaltó la importancia de los sindicatos en el desarrollo de la nación y “la necesidad de difundir las políticas liberales entre los dirigentes y la masa sindical, sin pretender que la organización sindical se confunda con la del partido, y buscar las reformas institucionales para perfeccionar y dar efectivo influjo a los organismos a través de los cuales la fuerza sindical puede influir en el desarrollo, a escala nacional”.

Igualmente, resaltó en esa oportunidad, la necesidad de mantener una política de empleo clara y definida, de la cual debería apersonarse el sindicalismo colombiano para solidarizarse con los sectores marginados del empleo, los sub empleados y los desempleados.

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Hacía énfasis en que una política de tal naturaleza era la mejor forma de “combatir los problemas de criminalidad y de violencia social que vemos agravarse todos los días.”

En septiembre de 1977, todas las centrales obreras decretaron un paro general por el termino de 24 horas en todo el territorio nacional y en todas las actividades administrativas. Era el primer ensayo de este tipo de protestas sociales. Se aducía por parte de los sindicalistas la falta de receptividad del gobierno en cuanto a su petición de expedir reformas a la legislación laboral y un aumento general de salarios mediante normas de estado de sitio y de emergencia económica. Antes de sucederse el episodio violento que registró el paro general del 24 de septiembre, Lleras Restrepo que trataba de ejercer influencia sobre las denominadas fuerzas sindicales democráticas manifestó su opinión contraria al paro nacional y a las peticiones que él consideró inconstitucionales en cuanto a la utilización de esos recursos legislativos extraordinarios y en cuanto a sus efectos en la economía del país. Sobre la insistencia en la posible realización del paro general, manifestó que “Colombia se encuentra ante una prueba difícil y un desafío que sus objetivos ni siquiera sé con total claridad. Lamento el rumbo que desde el principio tomaron las cosas y hago votos para que la sensatez y la paciencia eviten mayores males”.

El Presidente López en su Testimonio Final,31 como se llamaron sus memorias de gobernante, se refirió a la situación laboral del país y de manera particular a los tipos de sindicalismo que él dividió entre los “stalinistas” y los demócratas. Su análisis se lee así: los primeros “arrastran a los obreros a las huelgas, para abandonarlos, si les conviene por razón del sectarismo partidista, o para hacerlos seguir más allá de las posibilidades de éxito, si les conviene por razones de táctica política; los sindicatos demócratas buscan el mejor estar en materia de salarios y de prestaciones, ciñéndose a los procedimientos y mecanismos contemplados en el Código de Trabajo. Los “stalinistas” utilizan las luchas de los trabajadores para producir efectos de opinión con miras a incrementar el caudal electoral de los grupúsculos partidistas que los controlan y dirigen y, luego, al comprobar el fracaso numérico, se refugian en los conflictos laborales, y en los métodos de la acción directa. En la medida en que se sienten débiles y se sienten desahuciados por el pueblo colombiano, los “stalinistas” recurren a la violencia, a la cobardía, a la alevosía.” 16- CONTINÚA LA CAMPAÑA

31 LOPEZ MICHELSEN ALFONSO. Testimonio Final. Imprenta Nacional. Bogotá.1978

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En forma paralela al debate en las Cámaras y a las protestas sindicales en las calles, la campaña política continuaba por cada uno de los dirigentes y aspirantes a ser elegidos al Congreso por el “Oficialismo” y la Democratización, o la Primera Fuerza. Se había logrado una fórmula de acuerdo y todas las partes manifestaban su fidelidad para el cabal cumplimiento de sus compromisos.

Los temas de los programas eran los obligados de acuerdo con las estrategias establecidas para la captura de votos, programas para la juventud a fin de atraerlos al partido, programas de reconocimiento a la mujer, las funciones de los Departamentos y particularmente el sistema de elección para elegir Gobernadores y Alcaldes, y las reformas a la justicia. Estos dos últimos constituirían los objetivos de la Asamblea Constitucional que seria elegida en 1978.

Preciso es destacar de nuevo que uno de los puntos de acuerdo del Consenso de San Carlos ordenaba por primera vez que las listas de candidatos al Parlamento deberían identificarse con el nombre de un precandidato a la Presidencia de la Republica. De esta manera las listas que obtuvieran la mayoría consagraban de manera automática e irrevocable al candidato único.

La Democratización Liberal, de su parte, al hablar de la sociedad que queremos, hacía énfasis en recobrar la moralidad pública y privada para combatir el deterioro de las costumbres políticas y la administración en todos sus niveles; combatir la impunidad y la atmósfera de indeferencia contra los hechos ilícitos para lo cual se proponía como una necesidad imperiosa la de adoptar la sanción social contra los infractores y evitar así que se creara una especie de cultura de la delincuencia mediante la cual se premia a la ganancia ilícita, al contrabando, a la corrupción de las autoridades y demás formas de la delincuencia: Trabajar por una sociedad progresista contribuyendo a la solución de problemas sociales, fomentar la ceración del empleo y el aumento de la productividad; adopción de una política demográfica que permita una más equitativa distribución del ingreso; y democratizar al partido de forma que cada ciudadano se sienta libre y se deje de sentir cautivo por los jefes políticos locales.

17. LA PRENSA LIBERAL

En cuanto al comportamiento de la prensa liberal, varios periódicos mantuvieron su continuidad en la posición de respaldo a las

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diferentes tendencias de la colectividad. El hecho más importante fue el respaldo que El Tiempo le dio a la candidatura de Lleras Restrepo, sumada a la posición previamente tomada por El Espectador. Ante tales definiciones, el candidato oficialista Dr. Turbay Ayala, menospreció el apoyo de los dos diarios capitalinos vinculados históricamente a los servicios de la libertad y a la democracia colombiana.

Era la época en que todavía los periódicos tenían alguna preponderancia sobre la radio y a la televisión como medio de comunicación masiva y a los que se exigía tomar bandería no solo en cuanto a los partidos políticos, sino en las disputas de los aspirantes a la presidencia de la República, representantes de las diferentes tendencias.

Por su parte, la Cadena Caracol y otros medios de la radio se inclinaron, durante todo el período presidencial de López Michelsen, a respaldar su obra y a todos aquellos que en ese sentido actuaran. Por tanto, fueron muchos los reclamos que Lleras Restrepo formuló contra esa parcialización.

18-FIN DE LA CAMPAÑA

Las elecciones al Congreso, aprobada la Reforma Constitucional, deberían realizarse el 28 de febrero de 1978. El año inmediatamente anterior había sido de inmensa actividad en razón de las giras por todo el país. Semanas antes de los comicios electorales, el jefe de la Democratización Liberal insistía en la reorganización del Liberalismo y en que sus dirigentes por fin llegaran a cumplir las obligaciones que los estatutos le imponían. Daba especial relevancia a la restauración de la comunicación entre el liberalismo y los ciudadanos, el fomento de las organizaciones políticas, para que la mujer, la juventud, los sindicalistas y los campesinos llegaran a tener real influencia en los destinos nacionales.

Lleras Restrepo comenzaba ya a preparar lo que él llamaba “Trabajo gubernamental”, fruto de una selección cuidadosa de temas, con respecto a las cuales, decía: “necesito tener para el siete de agosto una información completa y al día y aquellas obras que desarrollarán mis ideas básicas desde el Gobierno”. Agregaba: “estoy ya seleccionando las personas a las cuales habré de solicitar, si resulto elegido como candidato, que me acompañen en el trabajo ingente que la organización de esa información implica o que hagan los cálculos o redacten los proyectos de ley o reglamentos con los cuales se pongan en marcha los nuevos programas”.

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19- LA UNIDAD DEL LIBERALISMO

Aún sin concluir los escrutinios, el Dr. Lleras Restrepo dos días después de las elecciones aceptó el triunfo del oficialismo, garantizando así la unidad del partido alrededor del candidato único que debería proclamar la Convención Nacional. Manifestó en su Declaración: “Dada la inferioridad en que se hayan los votos a mi favor con respecto a los que se registran a favor de las listas patrocinadas por el Señor Julio Cesar Turbay, considero oportuno anunciar que mi nombre ha sido eliminado como candidato a la Presidencia de la Republica y que yo acepto tal fallo. Acepto los compromisos que se adquirieron en el Consenso de San Carlos. No tengo otra obligación moral ni política y personalmente no puedo adherir a una solución que la mayoría del Partido adoptó bajo circunstancias y bajo el influjo de procedimientos que denuncié y combatí durante muchos meses. Quienes con valor han venido acompañándome quedan en completa libertad, como es natural, para seguir la conducta que su conciencia les indique con respecto a la candidatura del señor Julio Cesar Turbay, que es la candidatura del partido”. Finaliza su declaración diciendo: “No se escaparon a mi consideración cuando autoricé la firma del consenso de San Carlos, cuando personalmente intervine en la aclaración de ese documento. Sabia que representaba un riesgo y lo asumí con plena conciencia, ante la imposibilidad de que se llegara a formulas distintas que en el mencionado consenso se señalaron”.

Ante la imposibilidad de identificar cada una de las listas de los diferentes Departamentos, Intendencias y Comisarías, sin la ayuda de un experto historiador en el análisis electoral de las diferentes listas, resta solamente recurrir a las cifras oficiales de votación por partidos políticos para Senado, que se muestran a continuación y que sirven más para constatar la mayoría liberal que para conocer en detalle los respaldos que cada una de las fuerzas liberales en contienda recibieron en sus respectivas regiones y municipalidades.

VOTACIÓN POR PARTIDOS POLÍTICOS PARA SENADO 32, ELECCIONES DEL 26 DE FEBRERO DE 1978 *

32 Estadísticas Electorales. Elecciones 26 de febrero de 1978.Registraduría Nacional del Estado Civil. Imprenta Nacional. Bogotá. 1978

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LIBERAL

CONSERVADOR

UNO FUP OTROS

VOTOS VALIDOS

TOTAL GENERAL

POTENCIAL SUFRAGANTES

2.297.534 1.650.429 126.553

49.058

36.272

4.159.849

4.169.834

12.519.719

No incluye votos en blanco ni nulos

Casi medio centenar de parlamentarios resultaron electos por las listas de la Democratización Liberal. De ellos, la gran mayoría honró la palabra del Movimiento y de su Jefe, por lo cual, previa definición de los términos en que se desarrollaría la Convención, acuerdo al que llegamos en mi residencia entre parlamentarios democratizadores y los tres delegados del Dr. Turbay, doctores Germán Zea Hernández, Hernando Durán Dussán y Abelardo Forero Benavides. En los contactos previos a la Convención jugó también papel importante el Dr. Jaime Posada como delegado turbayista en la organización de la Convención. A ella concurrimos, a pesar de la catilinaria que por El Espectador nos dedicó el Jefe de Campaña, Dr. Augusto Espinosa Valderrama. Así se eligió al Dr. Turbay Ayala candidato único del Partido Liberal.

El Dr. Carlos Lleras Restrepo disolvió el Movimiento y agradeció, en un acto social ofrecido en su residencia, a todos sus amigos que le habían acompañado en el Movimiento de la Democratización Liberal.

Los resultados electorales fueron discretos, por cuanto el candidato conservador, Belisario Betancur Cuartas abrió una línea electoral liberal que en este segundo intento por la Presidencia de la República le acercó al filo de conseguirla.

El candidato único liberal obtuvo 2.503.681 votos, (49.5%) Belisario Betancur Cuartas 2.356.620 (46.6%) y el resto distribuido en pequeñas cifras entre Julio César Pernía, el general Álvaro Valencia Tovar y Jaime Piedrahita Cardona.33

De esta etapa del Partido Liberal vale la pena recordar, además de los ya citados, otros nombres que se alistaron en las filas de la Democratización Liberal: Virgilio Barco Vargas, Joaquín Vallejo Arbeláez, Jaime Vidal Perdomo, Ernesto Rojas Morales, Aníbal Gómez

33 Estadísticas Electorales. Presidente de la República. Junio 4, 1978. Registraduría Nacional del Estado Civil. Imprenta Nacional. Bogotá. 1978

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Restrepo, Vera Solano de Tcherassi, Roberto Arenas Bonilla, Otto Morales Benítez, Fernando Hinestrosa, Emilio Urrea, Ricardo Mendieta, Sonia Olaya, Patricia Lara, John Gómez Restrepo, William Jaramillo Gómez, Apolinar Díaz Callejas, Jorge Valencia Jaramillo, Rafael Caicedo Espinosa, Hugo Latorre Cabal, Hernando Echeverri Mejía, Jorge Arango Mejía, Lucely García de Montoya, Gregorio Becerra, Marino Rengifo, José Corredor, Marco Antonio Córdoba, Simón Bossa López, Adalberto Ovalle, Humberto Rodríguez, Julio César Sánchez, Jaime Bogotá, Ricardo Muñoz, Ernesto Velásquez Salazar, Rodrigo Lara Bonilla, Félix Trujillo Trujillo, José Domingo Liévano, Jaime Afanador Tovar, Ricardo Baquero, Jaime Angulo Bossa, Jacobo Tovar Daza, Alirio Sánchez Mendoza, Alegría Fonseca, Liliam de Santamaría, Armando Latorre, Héctor Echeverri Mejía, Yolanda Pulecio, Alfonso Rodríguez,

20. A MANERA DE COLOFÓN

El repaso de un período de la historia liberal, treinta años después y contrastando los disentimientos de entonces con los de hoy, se llega a conclusiones poco alentadoras. El Partido siempre ha tenido dos corrientes en su interior, la progresista y la de centro. Hoy la socialdemócrata y la neoliberal. A pesar de los avances normativos contenidos en la Constitución, en las leyes, en los Estatutos y en su Programa Ideológico, no parece que el respeto a esas normas sea la conducta de todos los dirigentes liberales.

Las discrepancias por las reglas y procedimientos constituyen noticias de gran despliegue. No así el debate ideológico que es el que hay que dar si el Partido quiere de verdad seguir siendo el “partido del pueblo”, la agrupación de “matices de izquierda” y el motor en la lucha por las libertades, los derechos humanos, el derecho internacional humanitario, la solidaridad y la igualdad.

Hoy el panorama latinoamericano, y el colombiano en particular, es desolador por la extensión de la miseria, el crecimiento de las distancias entre los propietarios y los proletarios, el desamparo de la mayoría de nuestros conciudadanos por un Estado neoliberal, cada día más dependiente, corrupto y disminuido en su papel de interventor para corregir las consecuencias desastrosas del mercado.

Con la debida admiración y respeto a los personajes de este episodio del Liberalismo, quiero rendir homenaje especial al doctor Carlos Lleras Restrepo, quien se bajó del nicho de ex presidente de la República, para vigorizar al partido contra el unanimismo, el clientelismo

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y la corrupción en las costumbres políticas; a batallar por una la institucionalización de los partidos mediante normas generales y estatutarias de cada uno, y por la contribución en la presentación de programas para continuar en el proceso de búsqueda de una democracia real.

Lleras Restrepo pretendió la reelección, camino que más tarde también transitaría el ilustre ex presidente Alfonso López Michelsen. Ambos fracasaron en su intento. Hoy corren otros vientos hacia ese mismo objetivo, con características políticas y normativas muy diferentes. El pueblo está ansioso de conocer el desenlace de una acción que muchos consideran intrépida y contraria al régimen democrático de la Constitución vigente. También en América Latina soplan aires de integración política y de cohesión de las fuerzas sociales castigadas por el neoliberalismo, las que después de dos decenios encuentran el camino de unión en la izquierda democrática.

Los colombianos, y los liberales en especial, tenemos la función de esculpir nuestro futuro a nuestra medida, que no puede ser otro que la que ha abanderado el Liberalismo en épocas pretéritas y gloriosas: el servicio de los débiles, intervención del Estado en la búsqueda de una democracia real y la conquista de una vida digna de todos los colombianos, en la que prevalezcan la libertad, la solidaridad, la convivencia pacífica y la equidad.

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El Nuevo Liberalismo

Rafael Ballén Molina.Abogado especializado en Derecho Público: U. Libre, Doctorando en Derecho Administrativo: U. Zaragoza – España, Profesor investigador. Grupo: HOMBRE, SOCIEDAD y ESTADO Miembro del Consejo de Redacción de Le Monde Diplomatique, edición Colombia; Magistrado del Tribunal Superior de bogotá; autor de las siguientes obras: Carta sin sobre a liberales de izquierda 1976), Liberalismo hoy (1985). Segunda Edición 2003, Derecho Laboral Agrario (1991), Constituyente y Constitución del 91 (1991), Segunda Edición 1994, Corrupción Política (1993). Segunda Edición 2004, Teoría General de Derecho del Trabajo (1994), Derecho del Trabajo Administrativo (1996), Estructura del Estado (1997), Derecho Administrativo Disciplinario (1998), Ilegitimidad delEstado. Reforma radical o revolución de la diversidad (2002), La Pequeña Política de Uribe. ¿Qué hacer con la seguridad democrática? (2005).

Introducción

En el devenir de los pueblos siempre han existido disidentes y disidencias. ¿Por qué? Porque un puñado de malvados –así los llama Platón– se ha apoderado del mundo y ha sojuzgado por siglos y milenios a la inmensa mayoría de la población. Ayer fueron los esclavistas, los señores feudales y los magnates de la industria, quienes construyeron templos, pirámides, castillos y fábricas con sudor y sangre de esclavos, siervos y obreros. Hoy, las transnacionales del comercio, las finanzas y las comunicaciones son los dueños del mundo y se apoyan en bandas de mercenarios, mafiosos y en reductos feudales de terratenientes que obran como títeres haciendo el trabajo sucio, para quitar y poner gobernantes, reyes, legisladores, magistrados y generales a su antojo. Todos juntos –dueños y títeres– han hecho del mundo una pieza de teatro superior a la escrita por el más grande dramaturgo de todos los tiempos: el gran Shakespeare, estudioso por excelencia de las ambiciones, los odios, las pasiones y las venganzas del poder. Estos teatreros de la miseria, han convertido a un poco más de 6.000 millones de seres humanos en simples espectadores, y nos hacen reír o llorar según el género que nos presenten: comedia o tragedia.

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¿Cuántos de estos bandidos se creen sus propias mentiras y cuántos piensan que los simples mortales les creemos sus simulaciones? ¿Cuántos líderes del planeta desconocen la realidad de los pueblos del mundo y obran de buena fe? ¿Cuántos, conociendo la realidad actúan con doble moral? No hay datos estadísticos, pero mediante sus grandes cadenas de comunicaciones, nos mantienen ciegos, sordos e hipnotizados, para vendernos la basura de su mundo. Recurriendo al beneficio de la duda, se podría pensar que si los grandes líderes del mundo, incluyendo a los pastores de todas las iglesias y los tiranos, conocieran la verdad y actuaran de buena fe, se despojarían de sus vestiduras, de sus armas, y de los bienes usurpados y se irían a luchar hombro a hombro al lado de los desvalidos, de los miserables, de los que carecen de voz y de subsistencia. Hace mucho tiempo la inmensa mayoría de la población mundial está llorando de hambre, miseria y exclusión. Pero aún así, a veces nos hacen reír las bufonadas de directores y actores.

¿Cuándo comenzó ese drama? Hace unos 5.500 años, es decir, tan pronto una jefatura política trascendió al primer Estado, en el país del Sumer, al sur de lo que hoy es Irán e Irak, ahí donde ahora el Imperio estadounidense saquea el petróleo y elimina a quienes se le opongan. Contra ese injusto drama se han levantado hombres y pueblos: son los disidentes. En ocasiones con sus herramientas y armas, casi siempre con el poder de la palabra. Muchos disidentes llegan fácilmente a la memoria: Sócrates y su más aventajado discípulo, Platón. Esa fue la razón por la cual al primero lo asesinaron, obligándolo a beber la cicuta. Por no estar de acuerdo con el régimen, en Egina hicieron prisionero y esclavo a Platón. Afortunadamente, su amigo Aniceris, natural de Cireni lo compró y luego lo dejó en libertad34. Pero mucho tiempo antes, lo habían hecho los esclavos egipcios (2200 a.C.) y Hesíodo en el siglo VIII antes de nuestra era. Y después de estos tres griegos, Espartaco, Paine, Marx, Lenin, Gandhi, Mao Tse-tung, Saramago y todos los intelectuales y artistas, salvo los pocos fletados a los regímenes de todos los tiempos y meridianos.

Que nadie se llame a engaño. Así ha devenido la humanidad y así continuará o peor, mientras el mundo sea mundo. Los miserables seguirán ahogándose en el mar de su propia bazofia, acrecentado con la porquería que a cada instante arrojan en él los dueños del mundo, si los disidentes nos quedamos callados, o apenas hablamos en pequeños

34 PLATÓN. Diálogos. Madrid, Gredos, 991, t. I, p. 125.150

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salones o conversamos solos. Sin embargo, la promisoria noticia es que hoy, hay por el mundo muchos disidentes –mujeres y hombres– de regímenes y sistemas oprobiosos, a los cuales partidos y movimientos políticos inconformes deben mirar y escuchar. El Foro Social Mundial, es el más grande disidente de la mezquindad voraz del mercado, y los disidentes de Latinoamérica van ganando terreno. Precisamente, disidentes gobiernan en Venezuela, Brasil, Chile, Argentina y Uruguay.

Claro, ahora a los disidentes se los llama terroristas o auxiliares y cómplices de los terroristas. El terrorismo, es el delito de moda. Pero ¿qué es el terrorismo? ¿Existe un terrorismo internacional? Quienes cometen actos de barbarie en Washington, Madrid, Bagdad o Bogotá, ¿han constituido una organización mundial con esos propósitos? ¿Estos disidentes de los distintos regímenes, en su estructura organizativa, actúan como la Omc? ¿Tienen la perfección del sistema financiero mundial? ¿Están en la red como las poderosas bolsas de Nueva York, Londres, Frankfurt y Tokio y de los bandidos que oprimen el mundo? Estos y mil interrogantes más asedian la inteligencia de quien se detenga un instante a discurrir en la miseria de cada acto de terror y en los terroríficos discursos oficiales. Pero ninguno ha sido resuelto por academia alguna de científicos, ni siquiera por aquellos que están al servicio de los regímenes vociferantes. Los discursos radicales y los actos terroristas de los propios gobiernos, por el inexorable proceso dialéctico, van a llevar a todos los disidentes del mundo –incluidos los fanáticos– a unirse y organizarse. Ante los fanáticos, sentimos temor. Tan sólo mil de ellos –por decir un número–, unidos, organizados y milimétricamente distribuidos por el mundo a la manera de la Omc o el sistema financiero internacional, tendrán la capacidad de destruirnos a todos.

Colombia no se escapa de ese drama dialéctico de poderosos y excluidos. Los colombianos somos parte de él. Estamos en un retazo de su geografía. ¿Qué hacer? Cambiar el mundo. Son pregunta y respuesta de los pensadores. En medio de ese drama, aquí hay mucho por hacer: disidir, es lo menos. Disidir es el verbo y no disentir, como podría pensarse por un error de fonética. El Diccionario de la Real Academia Española (Drae) define así la voz disidencia: “Acción y efecto de disidir”. Y a su vez disidir, “significa separarse de una doctrina, creencia o partido”. Mientras que disentir, según el Drae, es: “No ajustarse al sentir o al parecer de otro”. Así que se disiente del amigo o del pariente, del marido, de la mujer, de los hijos; en cambio se diside de la iglesia, del partido y del régimen gobernante. Inicialmente el vocablo disidencia, se aplicó en Inglaterra, en 1563, a los protestantes que no quisieron admitir

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los 39 artículos del anglicanismo. Los oponentes calvinistas, denominados puritanos desde 1564, por ser disidentes fueron perseguidos35. De esa connotación religiosa el vocablo pasó a tener uso entre los partidos y movimientos políticos.

Pero además del verbo disidir, hay otros que se deben conjugar: reflexionar, dialogar, protestar en la calle, hablar, escribir, juntar las ideas y las acciones. En ese contexto dialéctico de bandidos consolidados en el poder y disidentes, ha transcurrido la historia del liberalismo en Colombia.

La Ilustración y la independencia de América, fueron disidencias. Pero pronto la oligarquía criolla, se consolidó en el poder y comenzó a ser parte del puñado de bandidos. En ese contexto nace el liberalismo y de ahí su permanente división. Nadie se debe extrañar de esa realidad, porque la fuerza de los malvados y la de los disidentes se ven enfrentadas en toda sociedad. Es la inexorable ley de los contrarios, que tiene aplicación de manera constante en todos los actos del ser humano, y que en política se acentúa por factores biológicos, psíquicos, sociológicos y culturales. A diario encontramos una fuerza que lucha por el cambio –es la de los disidentes– y otra fuerza que combate por el statu quo, es la del puñado que domina el mundo. La primera fuerza lucha por el progreso y la justicia social, la segunda persevera por lo obsoleto porque es lo que le conviene. La primera quiere el desarrollo pleno de la humanidad, la segunda se opone con obstinación a cualquier iniciativa para no perder sus privilegios. Esas dos fuerzas nacieron con el liberalismo colombiano, se desarrollaron en sus diferentes etapas y continúan con vigencia en esta hora de decadencia de nuestra colectividad.

Hace dos décadas, al liberalismo le quedaba la opción del cambio: era la opción que proponía el Nuevo Liberalismo. Esta alternativa del cambio no está agotada. Pero otro valor es más apremiante aún: mantener la democracia. Que la Constitución de 1991 prevalezca. La opción que hoy tiene el liberalismo y particularmente las unidades progresistas que todavía tienen oxígeno en su cerebro, es decir los disidentes, junto con otras fuerzas democráticas, es detener el autoritarismo que con pasos de gigante pretende silenciar el pensamiento y criminalizar la inconformidad social.

35 Voz: “DISIDENTE”, en Enciclopedia universal ilustrada. Madrid, Espasa-Calpe, 1915, t. 18, p. 1.404. También: “ANGLICANISMO”, en POUPARD, Paul. Diccionario de religiones. Barcelona, Herder, 1997, p. 71.

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Agradezco muchísimo a la Dirección Nacional Liberal y a la Academia Liberal de Historia por invitarme a escribir una ponencia sobre la disidencia denominada Nuevo Liberalismo. A continuación doy respuesta a las cuatro preguntas de la convocatoria: ¿cómo se formó la disidencia?, ¿cuál fue su desarrollo político?, ¿en qué se diferenció del oficialismo? y ¿cómo se produce la unificación del liberalismo? Al reiterar mi gratitud a los organizadores del este importante evento, presento excusas, por mirar la disidencia en el contexto universal y por referirme en muchos párrafos al fundador de esta disidencia que estuvo vigente por casi una década de nuestra controvertida historia. En efecto, debo tropezar con Luis Carlos Galán en muchos renglones de este escrito, por una razón elemental: disiden los hombres de carne y hueso, no las cosas ni las ideas en abstracto.

1. ¿Cómo se formó la disidencia?

En su momento hubo personalidades del Oficialismo Liberal –y aún pueden pensar lo mismo– que dijeron que el Nuevo Liberalismo había nacido el 18 de octubre de 1981 en Rionegro, Antioquia, con el lanzamiento de la candidatura presidencial de Luis Carlos Galán y que la única finalidad era “tumbar al Partido Liberal". En esa afirmación hay por lo menos tres equivocaciones. En primer lugar, el Nuevo Liberalismo no nació en esa fecha; en segundo lugar, el Nuevo Liberalismo no nació con la candidatura de Luis Carlos Galán; y en tercer lugar, no nació con la finalidad de tumbar el Partido Liberal.

¿Qué es el Nuevo Liberalismo?, ¿cuáles sus objetivos y métodos? Las respuestas a estos dos interrogantes nos la da, el propio Galán: "Es una asociación de colombianos que inspirados en los ideales de la democracia y la libertad queremos introducir una nueva manera de hacer política, para acabar con los privilegios, modernizar nuestra nación dentro del marco de la solidaridad latinoamericana y rescatar la misión del liberalismo como partido del pueblo. Vamos en lo inmediato a construir la mayoría de la voluntad popular para organizar un Estado capaz de asegurar a los colombianos mayor control de su propio destino dentro de una democracia orgánica. Nuestros métodos son, la educación popular, el trabajo coordinado y permanente en las corporaciones públicas, la formación de equipos político-administrativos"36.

36 GALÁN, Luis Carlos. Discurso pronunciado en la VI convocatoria del Nuevo Liberalismo. Bogotá, Salón rojo del Hotel Tequendama, noviembre 28 de 1984.

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¿Cuál fue el origen del Nuevo Liberalismo? Cuenta Galán, en una columna de Nueva Frontera, que entre 1976 y 1980 la situación no fue fácil, que el doctor Lleras se sentía cada día más escéptico sobre el porvenir del liberalismo y por lo mismo más preocupado por la suerte de la Nación. De los 2.9 millones de votos logrados en las presidenciales de 1974, el liberalismo había caído a 2.3 en 1978 a pesar del crecimiento del potencial electoral por los cuatro años transcurridos, y por la reforma constitucional que estableció el voto a los 18 años de edad. Quedaba en evidencia la crisis del liberalismo por la pérdida del 20% de sus electores y su dificultad para ganar votos en la franja de siete años de nuevos ciudadanos incorporados al censo electoral entre 1974 y 1978. Agrega Galán, que el doctor Lleras resolvió disolver el movimiento y escribió aquel editorial que tituló ‘No existe grupo Llerista’. “Después de las elecciones de febrero de 1978 –señala Galán– pasaron por lo menos seis meses durante los cuales, prácticamente no hubo una sola reunión semanal de redacción en la cual se mencionaran asuntos de índole partidista. Yo defendía mi posición política en la columna que escribí durante casi cinco años en El Tiempo y en Nueva Frontera me ocupaba de otros temas de interés público. Escribía sobre temas internacionales o exploraba materias que pudieran relacionarse con mi futura labor en el Congreso; fue en ese período cuando comenzó a gestarse el Nuevo Liberalismo. Los parlamentarios elegidos por la democratización emprendieron diversos caminos y se presentó un vacío político para que pudieran expresarse los sectores de la ciudadanía que no estaban de acuerdo con la administración Turbay Ayala y deseaban darle una nueva dimensión al 1iberalismo"37.

Antes de haber sido organizado el Nuevo Liberalismo, se creó en Bogotá, en mayo de 1979, la Unión Liberal Popular, ULP, movimiento del cual hizo parte Luis Carlos Galán y a la que se refiere en estos términos. "Seis parlamentarios actuales, y tres distinguidos dirigentes del liberalismo, ahora desvinculados del Congreso pero quienes durante los últimos veinte años han dado testimonio coherente de sus convicciones democráticas en la cátedra, en la prensa y en el parlamento, hemos hecho un llamamiento a la vasta audiencia nacional para que renovemos los ideales, el estilo y los instrumentos de la política colombiana. No nos hemos constituido en directivas del nuevo movimiento. Somos simplemente el núcleo promotor que define su posición dentro del área liberal, pero lo hace en franca rebeldía con las directivas y la línea

37 GALÁN, Luis Carlos. Nueva Frontera, No. 504. Bogotá, octubre 15-21 de 1984, p. 16.

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política del oficialismo burocrático. Frente al conformismo liberal y conservador proponemos una línea crítica para abrir el horizonte de la nueva época histórica que sustituirá al Frente Nacional"38. Por razones que explicó en su columna de El Tiempo (febrero 10/1980), Galán se retiró de la ULP, y el 30 de noviembre de 1979, abrió casa aparte en Bogotá. Sin embargo la decisión de echar listas propias, en Bogotá sólo fue tomada, en los primeros días de enero de 1980 en casa de Omaira de Avellaneda, hecho que se comenta, en el documento No. 3 del Nuevo Liberalismo, dedicado a la vida de Rodrigo Lara Bonilla, en estos términos: "1980 marcó una fecha importante en la carrera política de Lara. En enero de aquel año se reunió con sus colegas senadores Luis Garlos Galán, Enrique Pardo Parra y Álvaro García Herrera en casa de Omaira de Avellaneda, una veterana dirigente de Bogotá. El Nuevo Liberalismo nacido en Bogotá y Bucaramanga cumplía tres meses de existencia y se preparaba para presentar listas propias, independientes del oficialismo liberal, en Bogotá con el apoyo decidido de las dos personas que dieron mayor aliento e impulso en aquellas etapas iniciales: Álvaro García Herrera y Enrique Pardo Parra. Ya se habían producido acercamientos importantes entre el fundador del Nuevo Liberalismo y Rodrigo Lara Bonilla, explicable además, por identificación de numerosos principios de la democracia”39.

Después de los extraordinarios resultados obtenidos en marzo de 1980, Galán, Pardo Parra y Lara Bonilla decidieron preparar un documento en el cual se analizaran los problemas cruciales de Colombia, se hicieran propuestas y se estableciera una filosofía que daría luego el perfil ideológico al Nuevo Liberalismo. Se constituyeron comités dentro del número cada día más creciente de militantes del Nuevo Liberalismo entre los cuales figuran técnicos, profesionales, científicos y representantes de las clases medias. Ciento veinte personas se dedicaron a trabajar en estos comités y simultáneamente se realizó el programa 'Diálogos sobre Bogotá', en el cual se dictaron durante 16 semanas más de 300 conferencias en todas las zonas de la capital. Estos diálogos permitieron una penetración rápida y extensa del Nuevo Liberalismo en los distintos sectores de la población de la ciudad.

Durante el mes de mayo de 1981, en Villa de Leyva Luis Carlos Galán recogió esos estudios y redactó el Documento Número Uno, que fue leído en el Senado el dos de junio por el propio Galán, acompañado en la mesa directiva por los senadores Pardo Parra y Lara Bonilla. Dos 38 GALÁN, Luis Carlos. “Criterios Liberales”, en El Tiempo, Bogotá, mayo 21 de 1979.39 Documentos Nuevo Liberalismo, No. 3. p. 8.

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días más tarde se hizo en Neiva la primera manifestación pública presidida por Galán y Lara y a la semana siguiente los dos senadores hicieron en Bucaramanga otro acto de masas. A partir de ese momento el Nuevo Liberalismo tomó dimensiones nacionales y comenzó a extenderse a otros departamentos. El 14 de agosto de 1981se realizó en la Comisión primera del Senado la primera Asamblea Nacional del Nuevo Liberalismo con la asistencia de sus coordinadores iniciales en todo el país y bajo la presidencia de Galán, Pardo Parra y Lara Bonilla. Al día siguiente en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá se hizo una gran asamblea de más de dos mil asistentes a tiempo que saltaba en mil pedazos la dirección Nacional Liberal y Virgilio Barco anunciaba en septiembre que no asistiría a la convención de Medellín. Ante la negativa de Barco de tomar cualquier decisión política, el Nuevo Liberalismo lazó la candidatura de Galán, el 18 de octubre de 198140.

Las anteriores citas históricas demuestran con toda claridad que el Nuevo Liberalismo surge como consecuencia de la crisis del liberalismo en los años setenta del siglo XX. En primer término nace en Bucaramanga el 1º. de septiembre de 1979 y tres meses más tarde, el 30 de noviembre, en Bogotá. Pero aún después de haber experimentado con éxito su primera salida política en las elecciones de 1980, el Nuevo Liberalismo participó conjuntamente con el Oficialismo en algunas tareas, e hizo hasta el último momento toda clase de esfuerzos para darle una salida decorosa a la escogencia del candidato presidencial para el período 1982-1986. Y finalmente tres circunstancias pusieron en evidencia la necesidad de lanzar un candidato liberal que recogiera la inconformidad. En primer lugar, los procedimientos de última hora utilizados por la maquinaria oficialista para imponer la candidatura del ex presidente Alfonso López Michelsen. En segundo lugar la negativa de Virgilio Barco a comprometerse en una contienda que no veía segura. Y en tercer lugar, el vacío que dejó el mismo Barco en algunos sectores que confiaron en que no abandonaría su causa.

2. ¿Cuál fue el desarrollo político del Nuevo Liberalismo?

El aporte más importante que el Nuevo Liberalismo hizo a la sociedad colombiana y especialmente al liberalismo, fue la educación política, el desarrollo político y la formación para la democracia. Este aporte se debió de manera indiscutible al fundador y director nacional del Nuevo Liberalismo: Luis Carlos Galán Sarmiento (1943-1989). Galán era un hombre distinto: sin pretensiones mesiánicas. Su dimensión humana

40 Ibíd., p. 11.156

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no tiene nada de parecido al comportamiento, a la conducta, a las actitudes con que suelen obrar los líderes políticos u hombres de acción en cualquier campo del poder, a quienes uno encuentra a diario, directamente o a través de los medios de comunicación. Leyendo biografías de políticos, se hallan personalidades con lugares comunes: madrugadores, trabajadores en exceso, excelentes chalanes, parranderos, avasalladores por la fuerza de su liderazgo, unos pocos preocupados por el interés general, pero la inmensa mayoría con la ambición de acumular riqueza y poder.

Galán sólo tenía preocupación por el interés general, con una gran sensibilidad por el sufrimiento y la exclusión de los pobres y las gentes humildes. Tolerante y comprensivo cuando las cosas no le resultaban como las había planeado o las esperaba. Nunca, ni en sus relaciones familiares, ni en sus funciones públicas, ni en las actividades políticas con los allegados del movimiento que lideraba se le escuchó una frase ofensiva o la palabrota vulgar. Lo cual no significa que no se haya contrariado jamás. En ocasiones se mostró molesto, pero siempre guardó el equilibrio, la serenidad y las buenas maneras.

El poder constituye una de las grandes motivaciones del ser humano41. El hombre motivado por el poder tiene como mira lograr la voluntad y la capacidad de imponer a los demás, de modo permanente, los propios deseos y opiniones. Le resulta subyugante mandar y ser obedecido. No importa a quienes se mande: blancos, negros, amarillos, pobres, ricos, libres o esclavos. Lo importante es mandar, así haya veces en que se mande de mentiras o bajo las burlas y el desprecio del pueblo, como les ocurre a los gobernantes en decadencia, en general, y a los tiranos en particular. Y cuando este tipo de hombre se empeña en escalar el poder y se esfuerza por alcanzar sus propósitos de la forma más radical, puede llegar a la dictadura.

Cuando esto ocurre, no se puede poner en un mismo platillo a la persona que tiene como mira el bienestar de su colectividad y a otra cuyo propósito es el simple dominio por el dominio mismo o para sacar algún provecho individual. En el primer caso, se puede hablar del político pragmático y, en el segundo caso, del estadista. En el lenguaje político se suele abusar de las palabras, dándole a cualquier malhechor público o

41 BALLÉN, Rafael. Ilegitimidad del Estado. Reforma radical o revolución de la diversidad. Bogotá, Carrera 7ª., 2002. Las otras cinco grandes motivaciones son: la riqueza, el amor, la ciencia, la recreación y la religión.

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estafador de la sociedad el nombre de estadista. El concepto de estadista sólo debe reservase para el político que tiene como mira el bienestar general. El atracador, el salteador de la cosa pública, el corrupto, no puede tener el título de estadista, así sea presidente, rey o tirano, sino el de simple político pragmático. Es decir, a los políticos y gobernantes, en general, se les debe clasificar en dos grupos: pragmáticos y estadistas.

Los pragmáticos abundan. El mundo ha sido manejado y está sometido hoy a la tiranía de los políticos pragmáticos: los malvados, en el lenguaje de Platón. El político pragmático es vanidoso, obstinado y brutal; vacío de nobleza y hambriento de poder; no tiene otro sentido su vida; para él, saber y tener es poder. Para el pragmático, el hombre no vale por sus conocimientos, virtudes y necesidades sino por la utilidad que pueda reportarle en sus planes inmediatos. Los políticos pragmáticos se guían por Maquiavelo, quien enseña que es indispensable disfrazar bien las cosas y ser maestro en el engaño, porque los hombres son tan cándidos y tan sumisos ante las necesidades de cada momento, que siempre estarán dispuestos a dejarse engañar42.

Los políticos y gobernantes pragmáticos utilizan en sus actuaciones el orgullo y la soberbia, la adulación y la hipocresía, las intrigas y las maquinaciones, las amenazas y los halagos personales, los símbolos y los credos religiosos. Napoleón, uno de los más grandes pragmáticos de la historia política, confesaba haber sido católico en Francia, musulmán en Egipto y ultramontano en Italia, y que si hubiera tenido que gobernar un pueblo judío habría restablecido el templo de Salomón. Colombia, tiene en este momento el prototipo de político pragmático: el presidente Álvaro Uribe Vélez.

Pero también en la vida de los pueblos y el en quehacer político se encuentra el estadista, capaz de ejercer influencia espiritual sobre los demás hombres, con la mirada puesta de manera transparente en el interés general. El estadista no es un ser ideal e inexistente sino una persona real de carne y hueso. Grecia dio el más grande estadista de todos los tiempos: Platón. Una vida limpia, entregada al estudio del Estado como instrumento del bien común. Pero también fueron estadistas Solón, Pericles y Aristóteles. En el pueblo romano encontramos a Espartaco, en la Comuna de París a Varlin; en la Independencia de Estados Unidos de América a Jefferson y a Madison –aunque con propósitos imperialistas–, en Latinoamérica a Bolívar y Martí, entre

42 MAQUIAVELO, Nicolás. El príncipe. Bogotá, Calarcá, 1976, p. 72.158

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otros; en la India a Gandhi y en Sudáfrica a Mandela. A esta estirpe de hombre pertenecía Luis Carlos Galán.

Galán nació en Bucaramanga el 29 de septiembre de 1943. Estudió en los colegios Americano y Antonio Nariño de Bogotá. En 1965 terminó Derecho y Economía en Universidad Javeriana de Bogotá y en 1970 obtuvo el título de abogado. Su actividad periodística la inició muy joven: fundó la Revista Vértice, cuando aún era estudiante. Fue columnista de los diarios El Colombiano, El País, Vanguardia Liberal y El Tiempo, del cual también fue subdirector. De la Revista Nueva Frontera, fue codirector.

Sin ninguna equivocación se puede decir que Galán fue hechura del Frente Nacional. Precisamente desde su Revista Vértice apoyó la candidatura de uno de los más conspicuos fretenacionalistas, Carlos Lleras Restrepo. Y del último presidente de ese régimen político, Misael Pastrana Borrero, fue ministro de Educación y embajador en Italia. Sin embargo, el fracaso de las estructuras políticas, la corrupción y la miseria de la población lo llevó a separarse del Oficialismo Liberal y a fundar el Nuevo Liberalismo para una Colombia nueva, en 1979, que definió así: “Es una asociación de colombianos que inspirados en los ideales de la democracia y la libertad queremos introducir una nueva manera de hacer política para acabar con los privilegios, modernizar nuestra nación dentro del marco de la solidaridad latinoamericana y rescatar la misión del liberalismo como partido del pueblo. Vamos en lo inmediato a construir la mayoría de la voluntad popular para organizar un Estado capaz de asegurar a los colombianos mayor control de su propio destino dentro de una democracia orgánica. Nuestros métodos son, la educación popular, el trabajo coordinado y permanente en las corporaciones públicas, la formación de un equipo político-administrativo”43.

Las convocatorias y los documentos, fueron los instrumentos mediante los cuales Galán dio a conocer su pensamiento. Se hizo legendario entre la militancia del Nuevo Liberalismo –y lo es hoy para el pensamiento liberal– el Documento Número Uno, cuyo texto comienza con estas palabras: “Nos dirigimos a toda la Nación, a todo compatriota

43 GALÁN S., Luis Carlos. Discruso pronunciado en la VI Convocatoria del Nuevo Liberalismo, en el Salón rojo del Hotel Tequendama, noviembre 28 de 1984. Galán solía convocar periódicamente a la militancia del Nuevo Liberalismo, para trazar las grandes líneas ideológicas y programáticas.

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que crea en las ideas que vamos a proponer. Especialmente convocamos a los liberales que no reconocen ni sus criterios ni su espíritu en la vida del partido durante los últimos años; a los ciudadanos no comprometidos hasta el presente con alguna organización política; a las gentes de otros partidos que no se sienten interpretadas por las diversas líneas de sus colectividades; a las mujeres que desean una nueva organización social; a los jóvenes que reclaman alternativas democráticas frente a las fórmulas continuistas que la política tradicional quiere imponer en la Nación”44.

Era Galán un hombre carismático, acompañado siempre de los más caros principios morales y alejados por completo de la demagogia y el populismo. Y aunque ha sido calificado por la mayoría de los analistas, como un líder con ideas políticas de centro, se podría decir que partiendo del extremo centro, Galán se inclinaba más a la izquierda y criticaba al liberalismo por dejarse colonizar por la derecha. Así se desprende de la orientación que trazó en el Documento Número Uno. “La sociedad colombiana –dice– está dominada en este momento crucial por una verdadera oligarquía política que controla las corporaciones públicas y ha convertido la administración del Estado en un botín que se reparte a pedazos después de cada elección [...]. El liberalismo no ha sabido utilizar las mayorías y ha tolerado la influencia exagerada de la derecha y de los grupos privilegiados más poderosos en el manejo de los intereses colectivos”45.

Entre 1979 y 1989, Galán recorrió el país y se convirtió en una imagen, en una voz y en un programa de gobierno que proyectó una nueva y esperanzadora época para todos los colombianos. Por eso cuando cayó vilmente asesinado, el 18 de agosto de 1989, el ex presidente Misael Pastrana Borrero, dijo: “Mataron la esperanza de Colombia”. Y el escritor Enrique Caballero Escobar, sentenció: “La mafia ha conseguido nada menos que desviar el curso de la historia patria. Colombia siente que el latigazo de la tragedia le ha cruzado el rostro”. Cayó Galán en la plaza de Soacha, en medio de la multitud que lo aclamaba en la apertura de la campaña que lo llevaría a ocupar la presidencia de la República el 7 de agosto de 1990, pues tenía virtualmente ganada la consulta popular, mecanismo que el líder sacrificado había conquistado en la unificación de

44 “Documento No. 1”, en Nuevo Liberalismo para una Colombia nueva. Bogotá, junio 2 de 1981. En esta fecha, Galán leyó en el recinto del Senado de la República ante más de 500 activistas del Nuevo Liberalismo de Santander, Cundinamarca y Huila.45 Documento No. 1. Nuevo Liberalismo para una Colombia nueva. Bogotá, agosto de 1981, pp. 2 y 3.

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su partido. Por eso, el pueblo que acompañó el féretro de la plaza de Bolívar al Cementerio Central, repitió constantemente: “No ha muerto un candidato, ha muerto un presidente”.

El trabajo intelectual, el diálogo sincero y productivo, fue el procedimiento que Galán siguió para elaborar su plataforma ideológica y programática. Especial mención se debe hacer al debate realizado durante el primer semestre de 1985. Fue el más auténtico y eficaz ejercicio intelectual que partido o movimiento político alguno haya realizado en Colombia. Fueron seis meses en que el Nuevo Liberalismo se dedicó a estudiar los más diversos temas de la vida nacional e internacional en diez foros regionales. Barranquilla, Bogotá, Bucaramanga, Villavicencio, Neiva, Cali, Medellín, Caracas y nuevamente Bogotá. Concluidos estos encuentros regionales y temáticos se realizó el gran Foro Nacional de Paipa. Allí 320 delegados de todo el país, se distribuyeron en once comisiones de trabajo, en las cuales analizaron setenta y cinco grandes temas nacionales. Por lo menos unas 25.000 personas intervinieron en este proceso, si se tiene en cuenta que después de cada foro regional y antes del de Paipa, en las distintas zonas de las grandes ciudades y en las ciudades intermedias de los departamentos se conformaron grupos de trabajo que hicieron nuevos aportes.

Después de Paipa, el Nuevo Liberalismo realizó el foro de organización interna (junio 28 y 29/1985) y finalmente el Primer Congreso Nacional (agosto 2-4/1985). Todo el trabajo adelantado en Paipa fue compilado por Jorge Valencia Jaramillo en un documento de 325 páginas, dividido en tres capítulos: aspectos políticos, aspectos sociales y aspectos económicos. Cuarenta grandes temas en total. Cada uno de éstos, comprendía a su vez, un amplio diagnóstico y una propuesta. El Primer Congreso hizo énfasis en las propuestas del documento, resultando aprobadas la inmensa mayoría. Pero según Galán, allí no estaba la verdad revelada. “No todo concluyó en Paipa –dijo– ni en el Congreso Nacional. Es el diálogo permanente entre nosotros mismos para identificar objetivos y circunstancias”46. Este pues, fue el desarrollo político que logró el Nuevo Liberalismo.

3. ¿En qué se diferenció del Oficialismo?

46 Discurso pronunciado en el Hotel Tequendama, el 18 de julio de 1985.

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Este punto tiene íntima relación con el anterior. El eslogan de la campaña de 1982, resumen bien la diferencia entre el Nuevo Liberalismo el Oficialismo Liberal: contra la corrupción, la mediocridad y la miseria. Pero la esencia de este eslogan está en la participación de la ciudadanía en la elaboración de un programa para una nueva sociedad y para construir un nuevo Estado. Jamás en la historia del liberalismo como partido, ha tenido un programa de gobierno, que sea fruto de un proceso de trabajo colectivo tan amplio, inicialmente planificado, debatido, analizado, elaborado, consultado y finalmente aceptado por consenso o por la mayoría de sus miembros.

El liberalismo sí ha tenido documentos programáticos individuales, salidos de la pluma de un ideólogo o de un caudillo, y acogido al calor multitudinario de las convenciones. En ese sentido podemos citar los documentos más importantes. El de Ezequiel Rojas de 1848; la plataforma de Rafael Uribe de 1904 y años siguientes; el programa de Armando Solano recogido en la convención de Ibagué de 1922; el de Alejandro López, aprobado en la convención de Bogotá de 1935; e1 de Jorge Eliécer Gaitán, promulgado en el teatro Colón en 1947; el de Darío Echandía de 1949; el de Carlos Lleras Restrepo de 1951, denominado "El Liberalismo Colombiano frente a la dictadura"; el discurso de Alberto Lleras Camargo del 7 de agosto de 1958, acogido como programa, la convención de mayo de 1959; el acuerdo bipartidista llamado de los 40, aceptado en la convención de febrero de1962; el discurso pronunciado por Carlos Lleras Restrepo el 27 de noviembre de 1965 y aceptado por la Dirección Nacional Liberal; la declaración leída en octubre de 1967 al disolverse el MRL; el acuerdo conocido con el nombre de “Casa de la Moneda" de octubre 28 de 1969, acogido por la convención de diciembre de 1969; todos los discursos de Alfonso López Michelcen, acogidos como programa de gobierno en la convención de julio de 1974; el discurso leído por Turbay Ayala el 7 de mayo de 1977 y adoptado como programa en la convención d e 1978, y todos los esfuerzos que la Sociedad Económica de Amigos del País y el Instituto del Pensamiento Liberal han hecho, para preparar documentos programáticos con destino al Partido Liberal desde 1990 hasta hoy.

Sobra decir, que ninguno de los anteriores programas se materializó en hechos. No obstante esa elocuente realidad, los candidatos y precandidatos son expertos en descrestar las bases del liberalismo con un listado de temas, mencionados superficialmente como quien recita marcas comerciales: acabar con la pobreza, lograr un mayor desarrollo económico, aumentar las exportaciones, bajar el costo de vida, frenar la inflación, mejorar la balanza de pagos, es lo que se oye decir en campaña,

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sin que esto signifique un programa completo, estudiado a conciencia con la profundidad y el realismo que nuestro país requiere.

En contraste con lo anterior e1 Nuevo Liberalismo, desde su nacimiento, (septiembre de 1979), se dio a la tarea de lograr que sus miembros a través de foros programáticos en todo el país estudiaran y diseñaran una política de gobierno para el momento histórico que vivió. No se trata de un recetario lanzado por un experto a quien se contrata por enormes sumas, sino la calificada y fructífera gama de ideas de miles de profesionales, estudiantes, obreros, campesinos, indígenas, maestros, artistas, pescadores, trabajadores independientes, pequeños y medianos industriales y artesanos, que se consagraron a pensar en Colombia, en sus problemas, en sus recursos en sus posibilidades reales. A comienzos de la década del 80 el Nuevo Liberalismo hizo entre sus miembros consultas programáticas sobre diversos temas. De esas consultas, salió el programa contenido en el Documento Número Uno, que el país conoció en junio de 1981.

En el transcurso de seis años (1979-1985) muchas ideas mejoraron el Documento Número Uno. Las distintas intervenciones de Galán durante la campaña de 1982, los discursos leídos en las diferentes convocatorias del Nuevo Liberalismo, los debates promovidos por los miembros del movimiento en las corporaciones públicas, los seminarios y paneles dinamizaron el programa. La situación económica y fiscal, la política social, la política internacional, la democracia regional y local, la tenencia de la tierra y la organización campesina, la paz, las reformas políticas, los medios de comunicación, la lucha contra el narcotráfico, son temas que se examinaron y se publicaron en los Documentos Nuevo Liberalismo Números 3, 4, 5, 6, 7, 8 y 9, respectivamente47.

En el primer semestre de 1985 el Nuevo Liberalismo realizó el más valioso y productivo ejercicio intelectual que partido o movimiento alguno haya realizado en nuestro país. Entre julio y agosto de ese año, el Nuevo Liberalismo se dedicó a estudiar los más diversos temas de la vida nacional e internacional en los diez foros regionales, mencionados en el punto anterior y que detallo a continuación.

Febrero 2 y 3 en Barranquilla, con participación de Atlántico, Bolívar, Córdoba, Guajira, Cesar, Magdalena, Sucre y San Andrés y Providencia. Febrero 9 y 10 en Bogotá, con participación de Bogotá, Cundinamarca, Boyacá y Meta. Febrero 23 y 24 en Bucaramanga, con la participación de Santander, Norte de Santander, Cesar, Boyacá, Casanare

47 Ver esos Números. Están en bibliotecas y en la Fundación Luis Carlos Galán, hoy adscrito a la Universidad Javeriana.

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y Arauca. Marzo 2 y 3 en Villavicencio, con participación de Meta, Arauca, Casanare, Putumayo, Vaupez, Guainía, Vichada, Guaviare, Amazonas, San Andrés y Providencia. Marzo 9 y 10 en Neiva, con participación de Huila, Tolima, Caquetá, Putumayo y Amazonas. Marzo 23 y 24 en Cali, con participación de Valle del Cauca, Cauca, Nariño, Putumayo y Chocó. Abril 13 y 14 en Medellín, con participación de Antioquia, Caldas, Risaralda, Quindío y Chocó. Abril 19 y 20 en Caracas, con participación de los colombianos residentes en el exterior. Mayo 10 y 11 en Bogotá, Encuentro Nacional Obrero-Campesino. Y junio 21, 22 y 23, el gran Foro Nacional de Paipa, que ya mencioné.

Tres grandes bloques del conocimiento, como ya se dijo: marco político general, política social y política económica. En el primer bloque se encuentran estos temas democracia representativa, sistema electoral, descentralización y participación, vida política municipal y elección popular de alcaldes, organización regional, régimen departamental, doble vuelta para la elección presidencial, administración de justicia, administración pública y política internacional.

Entre todos los temas del primer bloque, para el Nuevo Liberalismo, el Congreso de la República es parte fundamental e insustituible del sistema democrático, pero debe recuperar su capacidad de liderazgo como foro natural de debate de los problemas nacionales, de control del Ejecutivo y de actualización e innovación del ordenamiento jurídico. Con relación a la descentralización, el Nuevo Liberalismo consideraba, que un elemento fundamental del proceso de democratización real de la sociedad colombiana es la revitalización política y administrativa de las regiones y los municipios. Desde su creación el Nuevo Liberalismo se puso doctrinariamente del lado de la descentralización, posición que desarrolló y consolidó en el curso de su evolución ideológica, dando muestras palpables de su sinceridad política con sus actuaciones en el Congreso en favor de otras iniciativas de democratización y fortalecimiento regional y local, especialmente la elección popular de alcaldes, así como en los eventos de carácter nacional (Congreso de Manizales, septiembre/1983) e internacional (Coloquio Intemacional de Bogotá, septiembre/1984) promovidos por el Nuevo Liberalismo para crear conciencia sobre la materia.

En lo que respecta a política internacional, en Nuevo Liberalismo abogaba por la aproximación y unidad de los países latinoamericanos. Así se desprende de varios documentos, especialmente de la intervención de Galán por televisión, en mayo de 1982. “Para poder hablar de política exterior –dijo– de Colombia y de la perspectiva internacional de nuestro país, debemos empezar por la ubicación de nuestro país respecto del resto

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del mundo. El papel de Colombia en el mundo, necesariamente pasa por América Latina. Ocupamos el tercer puesto en cuanto al número de habitantes después de Brasil y México, entre los 21 países latinoamericanos. Sin embargo, si miramos nuestro poderío económico, se encuentra que desde el punto de vista del producto nacional bruto por habitante apenas ocupamos el puesto 15 entre los 21 países”. En el segundo bloque del programa se encuentran los siguientes temas: la familia, el desempleo, la juventud, el narcotráfico, la tercera edad, los indígenas, la mujer trabajadora, la educación, la cultura, la salud, política laboral, el cooperativismo y la paz. Este último y preciado valor, según el programa del Nuevo Liberalismo, hace parte de lo social y no como un resultado de la guerra. No se podría concebir de otra manera, pues nuestra sociedad tiene muy marcadas diferencias sociales, que explican el conflicto armado: existe desde la opulencia humillante hasta la extrema miseria.

En materia de paz el propósito del Nuevo Liberalismo, era disminuir esas profundas diferencias. "Lucha –dice su programa– por construir una nación social y económicamente más homogénea. Esto significa la abolición de todos los privilegios de cuna y de clase y especialmente los que se dan en la educación y constituyen el punto de partida de los demás privilegios. Respaldamos la organización popular y en especial la extensión de los sindicatos entre las clases trabajadoras, el progreso de los usuarios campesinos y el desarrollo del cooperativismo, así como las diversas formas de participación popular. Creemos que el aumento del ingreso real de los trabajadores tiene dos instrumentos: por una parte el salario y por la otra, la eficiente administración de los servicios sociales y colectivos que influyen en las condiciones de vida de las clases medias y populares”. Sobre la salida política al conflicto armado, el programa del Nuevo Liberalismo señala: “No tiene sentido que Colombia se precipite en una guerra interna a muerte. No estamos frente a grupos anarquistas como los de Alemania o ante radicales fanáticos como las Brigadas Rojas Italianas que asesinan sin escrúpulos. Las guerrillas en nuestro país todavía son distintas y no puede descartarse la posibilidad en un plazo razonable de una conciliación nacional”.

En el tercer bloque de temas el Nuevo Liberalismo estudió estos asuntos: estructura tributaria, modernización tecnológica, política social agraria, política cafetera, la crisis azucarera, la industria manufacturera, la política minera, el comercio, recursos energéticos, obras públicas y transporte, telecomunicaciones, televisión, radio y cine, el turismo, política urbana de vivienda, los servicios públicos y la ecología. Según el

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Nuevo Liberalismo, en nuestro país “la estructura tributaria se caracteriza por ser altamente regresiva y, por lo tanto, indeseable socialmente hablando. El predominio de impuestos indirectos, regresivos por definición, no obstante la progresividad de ciertas tarifas, unido a unos tributos directos que por deficiencias en su administración –fundamentalmente recaen sobre las rentas de trabajo–, convierten el mecanismo impositivo en elemento altamente perturbador para cualquier política económica y social”. Para solucionar este problema, el Nuevo Liberalismo proponía en su momento, “una adecuación del sistema que reduzca las exigencias tributarias a no más de seis o siete impuestos básicos que cumplan bien los principios técnico-tributarios de: capacidad de pago, transparencia tributaria, factibilidad de las medidas fiscales, continuidad de las mismas, economía y comodidad del sistema”48.

Todos estos temas quedaron incluidos de alguna manera en la Constitución Política de 1991. De ahí que, en un emocionado mensaje, el delegatario Antonio Galán Sarmiento, hermano de Luis Carlos Galán, en el denominado Libro de la Constitución que dejó como testimonio la Asamblea Nacional Constituyente, escribió: “Luis Carlos presente en esta Constitución. Sus ideas, su lucha, quedaron recogidas en todos los artículos. Sólo una sombra: la extradición. Colombia será un país nuevo. La Democracia nos vincula al gran proyecto por una patria mejor”49.

4. ¿Cómo se produce la unificación del liberalismo?La unificación del Oficialismo Liberal y el Nuevo Liberalismo se

logra, a lo largo de casi tres años, período en cual se produjeron varios hechos, de los cuales es preciso destacar algunos.

A) La dificultad para formar una coalición de centro-izquierdaDurante los meses de julio y agosto de 1985, Galán hizo una

convocatoria a todos los sectores independientes y progresistas de Colombia, para conformar una coalición con vocación de poder y con el propósito de lograr la modernización del país.

El 18 de julio de aquel año, en una intervención en el Hotel Tequendama, Galán hizo un diagnóstico de la sociedad colombiana, en el 48 BALLÉN, Rafael. Liberalismo hoy. Opción de cambio o agónica supervivencia. Bogotá, Carrera 7ª., 1985, pp. 234-286. En estas páginas está la síntesis del progrma del Nuevo liberalismo, que como se dijo, fue resumido en un cuadernillo de 325 páginas. 49 BALLÉN, Rafael. Constituyente y Constitución del 91. Medellín, Editora Jurídica de Colombia, 1991, p. 67.

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que reconocía tres alternativas. La primera alternativa consistía en renunciar a la razón y convertirse en testigo impotente de decisiones impuestas por la fuerza. Pero esta opción la descartaba Galán, pues “en América Latina la vía armada no es el camino y la violencia subversiva lo único que consigue es generar la violencia represiva”. La segunda alternativa era permanecer dentro de las opciones partidistas, pero esta también era descartada por el dirigente liberal, por cuanto no hay voluntad de cambio. “La tercera posibilidad es que la Nación se exprese libre y directamente sobre sí misma y que las nuevas fuerzas sociales se atrevan a ser creativas para generar nuevas mayorías que no fundamenten su autoridad en las glorias pretéritas […]. Nosotros estamos por este tercer camino”. Más adelante reclamaba que esa coalición debe ser de centro-izquierda, “porque en el propio Nuevo Liberalismo conviven las dos tendencias y saben que es su armonización lo que nos da mayor capacidad de interpretación de la realidad colombiana”.

La propuesta fue rechazada por el Oficialismo de los dos partidos históricos, pero Galán, el 2 de agosto de 1985, en el Capitolio Nacional volvió a la cátedra de educador político, y dijo: “No estamos contra los partidos cuyo origen y trayectoria histórica conocemos, pero no creemos que en estas horas cruciales de los partidos en las condiciones en que se hallan puedan asegurarle al pueblo que el Estado sea el instrumento de la unidad de los colombianos si los partidos son el único canal de la expresión popular”.

Y en un tercer discurso, el 14 de agosto de 1985, en el Hotel Tequendama, en el marco de la Octava Convocatoria del Nuevo Liberalismo, Galán explica que el suprapartidismo no es nuevo en Colombia. “Proponerle esto a la Nación –dijo– no es nuevo porque se trata de algo que nuestras gentes ya conocen y creen. Hace rato que muchos colombianos son suprapartidistas, es decir, entiende el porvenir del país sin subordinarlo a maquinarias partidistas y desean expresarse sobre el bien de la República directamente sin intermediarios ni condicionamientos”.

¿Qué pasó con la propuesta de la coalición de centro izquierda? No toda la gente que estaba más cerca de Galán compartía la idea del Director del Nuevo Liberalismo, en el sentido de coaligarse con sectores de izquierda. Por una parte les faltó audacia, claridad, agallas y voluntad para apoyar a Galán en ese proyecto político; y por la otra, les dio temor de contaminarse con las masas disidentes provenientes de la izquierda democrática.

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B) No haberle disputado a Barco la Presidencia Debido a la baja votación para corporaciones públicas en marzo

de 1986, Galán no postuló su nombre como candidato a la presidencia de la República para las elecciones del 25 de mayo de ese mismo año, así que Barco ganó por una inmensa mayoría. A pesar de que Galán no apoyó la candidatura de Barco, tampoco prohibió a su militancia que lo hiciera. Esa actitud de Galán fue en realidad, la primera avanzadilla para lograr la unidad dos años más tarde.

Esa actitud independiente pero no arrogante de Galán, determinó que Barco actuara también con generosidad y tan pronto salió elegido, en carta dirigida a Galán, invitó a éste a formar un gobierno de partido. Galán otra vez, a prudente distancia pero sin estridencias, un día antes de la posesión del nuevo Presidente, el 6 de agosto de 1986, le dijo a Barco: “Para establecer un gobierno de partido es indispensable que haya un partido de gobierno, porque resulta evidente que el Partido Liberal no ha sido capaz, hasta ahora, de demostrar su carácter de partido de gobierno y el Presidente se ha visto en la necesidad de dedicar sus energías a manejar las dificultades internas entre quienes contribuyeron a su elección mientras los problemas de violencia y desempleo se agravan de manera ostensible”.

Pero Barco, no sólo tenía una actitud generosa con Galán; también lo animaban dos propósitos más: alcanzar la popularidad de Alfonso López Pumarejo y pasar a la historia como Presidente de la unidad Liberal. En relación con lo primero, desde la noche del 25 de mayo de 1985, día de su victoria, Barco convocó a las asociaciones sindicales, cívicas y gremiales para que formularan puntos específicos de interés nacional, así como la integración de comisiones de evaluación, análisis y aporte de ideas, así como la convocatoria al pueblo a salir a las plazas públicas a respaldar con su presencia el cambio. En cuanto a la unidad del liberalismo, fue un anhelo de Barco, que en la segunda mitad del siglo XX, no logró nadie, porque si bien es cierto que Lleras Restrepo en 1967 llamó a López Michelse a que formara parte de su gobierno, buscando la unidad, en 1973 forcejeó por la candidatura, insistió en 1976 y en 1978 con la Democratización Liberal, y en 1982 apoyó abiertamente a Galán.

C) Reforma estatutaria y constitucional

El punto que realmente determinó la unidad del Oficialismo Liberal y el Nuevo Liberalismo, fue una reforma estatutaria y las bases para una reforma constitucional. La reforma de los estatutos fue una

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aspiración que siempre tuvo Galán y que Barco quiso coger como gancho tan pronto se posesionó como presidente de la República. En efecto, el puente lo hizo el dirigente del Oficialismo Liberal, Carlos Sans de Santamaría, en su calidad de miembro del Comité Especial para la reforma de estatutos. A esa designación Galán respondió, en una declaración del 31 de agosto de 1986, que dice: “Una comisión integrada por dirigentes del Nuevo Liberalismo revisará nuestros propios estatutos, dialogará con la comisión a la que pertenece el doctor Sanz de Santamaría y según los resultados de tal diálogo preparará una respuesta al próximo Congreso Nacional del Nuevo Liberalismo. Dicha comisión estará integrada por los doctores Arturo Sarabia, Juan Guillermo Jaramillo, Carlos Perdomo, Jaime Mejía, Germán Guerrero, Carlos Ardila Ballesteros, Rodrigo Rivera, Jairo Morera y Rafael Ballén”. Esa comisión se redujo a siete, pues no recuerdo la razón por la cual no concurrieron a las deliberaciones ni Jaime Mejía ni Carlos Ardila Ballesteros.

En aquella declaración agregaba Galán, que si bien eran importantes unos nuevos estatutos para organizar al Partido Liberal, “lo más importante es verificar la voluntad política de construir un partido moderno. Si nos separamos de la estructura oficial porque no le reconocimos autoridad para interpretar una política liberal moderna, únicamente nos reintegraremos a ella cuando tengamos la seguridad que el partido está dispuesto a transformarse así mismo para transformar el país”. Esa declaración de Galán, fue la luz verde para iniciar en firme la reunificación del liberalismo, en la que trabajaron las dos comisiones: la del Nuevo Liberalismo y la del Oficialismo Liberal.

La declaración de unidad, después de más de ocho años de división, fue suscrita ante el presidente de la República, Virgilio Barco, el 20 de mayo de 1988, entre el presidente de la Dirección Nacional Liberal, Hernando Durán Dussán y el director nacional del Nuevo Liberalismo, Luis Carlos Galán. El acuero iba acompañado de una agenda legislativa y de un programa de reforma constitucional, y ambos anexos firmados por el entonces ministro de Gobierno, César Gaviria Trujillo. A continuación transcribo la declaración de unidad del Liberalismo, cuyo texto dice:

Al término de un hondo y prolijo examen doctrinario sobre la esencia del liberalismo hemos encontrado que no hay ninguna diferencia fundamental entre el pensamiento político del Partido Liberal colombiano y el Nuevo Liberalismo. Hemos hallado, asimismo, que es necesario coordinar los elementos de la acción política de todos los liberales para modernizar las instituciones nacionales, apoyar plenamente el gobierno del presidente Virgilio Barco y unir al

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liberalismo mediante la identificación ideológica y programática y el perfeccionamiento de su sistema democrático de decisiones internas. En consecuencia nos permitimos informar a la opinión pública y en especial a todos los liberales que hemos llegado a los siguientes acuerdos para la unidad del partido Liberal:

Primero: Definir como objetivo fundamental del liberalismo la aprobación de las reformas constitucionales que aparecen anunciadas en el documento que hemos redactado conjuntamente con el señor ministro de Gobierno, el cual será divulgado por el señor presidente de la República y recoge iniciativas planteadas al Gobierno, el Partido Liberal y el Nuevo Liberalismo, así como por los señores ex presidentes liberales en los diversos procesos de modernización constitucional.

Segundo: Asimismo por la expedición de los proyectos de ley que constan en el plan legislativo de 1988, el cual ha sido elaborado en coordinación del señor ministro de Gobierno a partir de las iniciativas gubernamentales así como de varios proyectos del Partido Liberal y del Nuevo Liberalismo.

Para tal efecto, el Gobierno presentará los proyectos respectivos oportunamente y se organizará con las directivas del Congreso un programa de trabajo que asegure el trámite correspondiente y la verificación periódica del cumplimiento del plan legislativo.

Para los acuerdos políticos sobre puntos específicos del proyecto de reformas constitucionales y de los proyectos incluidos en el plan legislativo las directivas políticas y los miembros del Despacho adelantarán las gestiones pertinentes. En casos especiales se efectuarán juntas de senadores, de representantes o de parlamentarios para conseguir acuerdos generales del partido.

Tercero: El candidato del liberalismo a la presidencia de la República será elegido mediante consulta popular con participación de todos los ciudadanos liberales. Para tal efecto se buscará el acuerdo político que conduzca a la legislación que establezca a partir de la elección de 1990 este sistema democrático para todos los partidos y organizaciones políticas. En tal sentido, el liberalismo presentará un proyecto de ley que establezca un procedimiento de elecciones primarias para seleccionar el respectivo candidato.

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Los candidatos liberales a las alcandías de las capitales de departamento serán elegidos mediante consultas populares reglamentadas en los estatutos del partido. Asimismo, los procedimientos de coordinación legislativa que se adoptan en este acuerdo serán propuestos para su incorporación a los estatutos del Partido.

Cuarto: El Nuevo Liberalismo creado en 1979 y luego constituido como organización política autónoma en los términos del artículo 7º. de la ley 58 de 1985 se reintegrará al Partido Liberal como tendencia ideológica que respeta su sistema de decisiones y para tal fin, después del congreso nacional del Nuevo Liberalismo que tendrá lugar el 6 de agosto próximo, comunicará al Consejo Nacional electoral su determinación de conformidad con los procedimientos previstos en esa misma norma legal.

Quinto: Una de las razones fundamentales que nos han movido para logar la unión liberal ha sido el interés en darle apoyo eficaz al Gobierno en sus esfuerzos para alcanzar la paz y la seguridad, así como para proteger el ingreso y mejorar las condiciones económicas y sociales del pueblo colombiano. Por tal razón hemos convenido en realizar una segunda etapa de conversaciones para terminar el examen de la situación de orden público y los problemas económicos y sociales, de común acuerdo con el Gobierno, para hacer un pronunciamiento específico sobre estos temas de fundamental interés para la Nación.

HERNANDO DURÁN DUSSÁN Presidente de la Dirección Nacional Liberal

LUIS CARLOS GALÁN

Director Nacional del Nuevo Liberalismo

Bogotá, mayo 20 de 1988

5. A manera de conclusión: el liberalismo hoy

El Nuevo Liberalismo fue la última disidencia que ha conocido hasta hoy, el Partido Liberal. Pactada la unión entre el Oficialismo Liberal y el Nuevo Liberalismo, el Partido Liberal concurrió unido a las

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cuatro últimas elecciones presidenciales (1990-2002): dos ganó y dos perdió. Desde el 20 de mayo de 1988, fecha en que Hernando Durán Dussán, en su condición de Presidente de la Dirección Nacional Liberal y Luis Carlos Galán, como Director Nacional del Nuevo Liberalismo, firmaron la unión del Partido Liberal, no ha existido una disidencia dentro del liberalismo. Desde de 1994 hasta la fecha, el país ha estado polarizado por dos razones distintas a un enfrentamiento liberal. En primer lugar, entre 1994 y 1998, por el poder corruptor del narcotráfico, que infiltró todos los sectores de la sociedad y del Estado, hasta el punto de decidir la elección del presidente Ernesto Samper. Y en segundo lugar, desde 1998 hasta hoy, por la concepción que del conflicto social y la disidencia armada tienen las élites del establecimiento.

Desgraciadamente el Partido Liberal no aprovechó su reunificación para propiciar el cambio, sino que se aplicó a fondo en dos acciones a cual más de perversas para su propia suerte y para la suerte de las masas liberales: consolidar el modelo neoliberal y ser cómplice de la corrupción y el clientelismo. Estos comportamientos y las consecuencias que de ellos se derivan, condujeron al liberalismo a la agónica supervivencia que se había previsto desde 198550. Esa fue la razón por la cual el Partido Liberal perdió el poder en 1998 y 2002. Además del liberalismo, el damnificado de las dos contiendas electorales fue, el ex ministro, ex procurador y ex embajador ante la OEA, Horacio Serpa Uribe, quien no se merecía esa suerte por su extracción popular, su trayectoria política y su experiencia dentro de las ramas y órganos del poder público.

En un esfuerzo de supervivencia, a partir de 1998 el PL inició un proceso de reestructuración programática e ideológica, básicamente con tres instrumentos: reforma de estatutos, código de ética y afiliación a la Internacional Socialista. Pero en la práctica, el liberalismo continuó sin reconciliarse con sus bases y sin tomar decisiones claras frente a los grandes temas que afectan nuestra sociedad: la extrema pobreza, el conflicto armado, los desplazamientos forzados, el narcotráfico, el paramilitarismo y la violación de los derechos humanos.

Con los instrumentos jurídicos renovados, pero sin una praxis consecuente con los mismos, el Partido Liberal celebró su Primer

50 BALLÉN, Rafael. Liberalismo hoy. Opción de cambio o agónica supervivencia. Ob. cit. Obsérvese el énfasis que se hace en el subtítulo de este libro: no hubo el cambio, apenas sí se ha administrado la agónica supervivencia.

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Congreso el 30 de mayo de 2003, en el marco del cual pidió perdón por los pecados cometidos contra el pueblo. “Ha llegado la hora de reconocer la deuda que tiene el partido con el pueblo”, dijo Rodrigo Rivera, hasta ese día presidente de la Dirección Nacional Liberal. Rivera actuó con honradez y sinceridad en la formulación general, pero omitió decir con claridad la cadena de delitos y pecados en los que han incurrido sus dirigentes y gobernantes: robos, narcotráfico, genocidios, torturas, violación de los derechos humanos, apoyo al autoritarismo y el silencio cómplice con relación a las estructuras paramilitares.

Pero en medio del tímido perdón, el Congreso Liberal de 2.500 asistentes, demostró que un segmento significativo, siente que por sus venas corre la sangre que alimentó los ideales de José Hilario López, Murillo Toro, Uribe Uribe, Gaitán y Galán, de la chusma liberal de los años cincuenta, de los líderes sindicales, campesinos y estudiantiles que han hecho posible que unos pocos se hayan encaramado y gobernado en su nombre. Se trata de un sector de la dirigencia liberal que se halla sintonizado con el mundo, especialmente con los vientos que soplan en el resto de América del Sur. Una base liberal con la cual se puede iniciar la reconquista de un gobierno civil, que cambie de modelo económico, saque de las cárceles a los dirigentes sindicales y cívicos, detenga la persecución a los obispos y ataje la dictadura y el escalamiento de la guerra. En medio de esa dinámica renovadora el Primer Congreso Liberal eligió la Dirección Nacional Liberal, constituida por diez miembros: Piedad Córdoba, Juan Manuel López Cabrales, Ramón Ballesteros Prieto, Edith Camerano Fuentes, Juan Pablo Camacho López, Martha Virginia Diago Castro, Camilo Sánchez Ortega, José Joaquín Vives Pérez, Juan Fernando Cristo y Clara Cecilia Mosquera.

El país, como ya se dijo, venía polarizado desde 1994 por el narcotráfico y por el conflicto armado. Pero el presidente Uribe radicalizó esa polarización con estos hechos: priorizar la guerra sobre lo social, desmantelar la Constitución de 1991 para lograr su reelección, su afán por legalizar las estructuras paramilitares, su violento lenguaje contra los defensores de derechos humanos y su amenaza contra todo aquel que se atreva a disidir de su régimen. Esa polarización de la sociedad colombiana, condujo a que el ochenta por ciento de la DNL, con su copresidenta Piedad Córdoba a la cabeza, decretara la Abstención Activa al referendo convocado por el presidente Uribe. El otro veinte por ciento de la DNL –Juan Fernando Cristo y Clara Cecilia Mosquera–, así como los ex presidentes liberales Turbay, Gaviria y Samper, se alinearon al lado de Uribe y respaldaron el referendo. El ex presidente López, en

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cambio se abstuvo de apoyar la reforma constitucional mediante ese procedimiento.

Lo anterior quiere decir que vuelve a estar en vigencia una división ideológica del liberalismo. Por una parte, todas sus bases y la inmensa mayoría de la dirigencia legítima, es decir, la Dirección Nacional Liberal, y por la otra, un sector de la élite liberal que apoya al régimen de Uribe. Las fuerzas que se congregan en torno a la DNL, de acuerdo con sus declaraciones y documentos que se conocen, sustentan sus principios ideológicos en estos puntos: cumplir los estatutos que fueron aprobados mediante un proceso democrático, defender el Estado social de derecho contemplado en la Constitución Política de 1991, propiciar una salida política al conflicto interno; y en el orden internacional, mantener su afiliación a la Social Democracia. La parte de la élite del liberalismo que apoya el proceso autoritario en que está empeñado el presidente Uribe, no tiene una estructura como movimiento liberal, pues la mayoría de los congresistas de origen liberal formaron partidos políticos nuevos. Según el senador Germán Vargas Lleras, son unos catorce partidos y movimientos que se congregan en torno al presidente Uribe, como Cambio Radical, Colombia Siempre, Nuevo Partido, etc. Es decir, los legisladores que han fundado otros partidos, sociológica, política y jurídicamente ya no pertenecen al Partido Liberal. También hacen parte de esa élite, algunos ex presidentes y ex ministros liberales.

Polarizada por la pequeña política y hecha trizas por la miseria, nuestra sociedad avanza por el despeñadero de los odios, las venganzas, los asesinatos, las desapariciones y el escalamiento de una guerra inútil –como todas las que en el mundo han sido–, mientras miles de compatriotas mueren en la profundidad de la selva o hacinados en las cárceles del régimen. En ese escenario celebrará en un mes (junio 10 y 11) su Segundo Congreso el Partido Liberal. Si antes de iniciar ese Congreso los miembros de la Dirección escuchan el himno del Partido y le dan una mirada a algunos de los rostros –no a todos– que penden de las paredes de la Casa de la DNL, sentirán que están en deuda con el pueblo por el cual lucharon y murieron quienes con la fuerza de su espíritu y de su pensamiento aún resisten pegados a los muros de la democracia.

Si así lo hacen, es decir, si están dispuestos a ver y oír, sentirán en lo más hondo de su conciencia el fuego necesario para lanzar un grito de dolor y de esperanza y para declararse en ese Congreso en disidencia abierta y sin ambages. ¿En disidencia de qué? Del actual régimen y de

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sus instrumentos nacionales e internacionales y de todo lo perverso y lesivo que tiene lo que en Colombia se denomina genéricamente el establecimiento. En disidencia de la corrupción, la mediocridad, de la pequeña política, de la simulación, de la seguridad democrática, del Plan Patriota, del Comando Sur de los Estados Unidos y de sus tropas acantonadas en nuestro país, de las estructuras paramilitares y de todas las mafias que rondan los organismos del Estado, en el orden central, regional y local.

Si quieren ver y oír a esta sociedad, los dirigentes del Partido, tendrán la fuerza necesaria para lanzar ese grito de dolor y de esperanza. De dolor por la miseria y el rojo carmesí de los inocentes que mueren. De esperanza, por la unidad y la reconciliación de la Nación. Si quieren ver y oír, 35 millones de miserables ansiarán verlos y oírlos, y de éstos 18 millones que están en capacidad de votar, los querrán respaldar en las urnas. Si no quieren ver ni oír, la agonía del Partido será más profunda y apresurada y el destino de nuestro país, incierto.

Bibliografía

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¿DISIDENCIA O APOSTASÍA?

José Obdulio Gaviria Vélez.Abogado antioqueño graduado en la Universidad Autónoma Latinoamericana, nacido en La Ceja el 21 de noviembre de 1951; Asesor del Presidente Alvaro Uribe Vélez; columnista de prensa, comentarista de radio y director de varios programas de televisión; profesor universitario; ha escrito: El Liberalismo y la paz, Reelección: que el pueblo decida, Colombia: La guerra y la paz, Somos todo lo que dicen de nosotros pero peor, Colombia: asesinato y política.

DISIDIR Y APOSTATAR

Poco usamos en Colombia el verbo disidir, cuya acción es ser disidente. Esta palabra nos es más familiar puesto que los sujetos de la acción de “separarse de la común doctrina, creencia o conducta”, suelen ser gente de renombre.

Don Mariano Arnal es quien ha recordado que disidente tiene mucho que ver con presidente y con residente, derivados del verbo sedere (sentarse) que le presta al verbo ser algunas de sus formas. La cuestión, según Arnal, es dónde se sienta cada uno: el que aspirando a ser pre-sidente (el que se sienta delante de todos) ve frustradas sus aspiraciones, se convierte en di-sidente (el que se sienta separado, aparte, e incluso en el bando contrario).

Los romanos pensaron en la disidencia (dissidentia), que emplearon en el sentido de oposición y desacuerdo: dis más sedere

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significa estar separado o alejado, estar desunido, dividido, peleado; disentir, discrepar, empeñarse en ser diferente, amotinarse. El prefijo dis indica separación, distanciamiento, división, y a veces negación; el verbo sedere indica sentarse o estar sentado.

En la palabra disidencia, pues, hay implícita la separación no definitiva, el desacuerdo entre hermanos aún reconciliables. Es distinto a apostasía que es “abandonar un partido para entrar en otro, o cambiar de opinión o doctrina”.

¿Es Primero Colombia (para hacer caso a los organizadores de este foro, llamaremos con ese nombre a los liberales que apoyan al presidente Uribe), una forma de disidir o, más bien lo es de apostatar?

El candidato Uribe se autodefinió en la campaña como un disidente liberal. Al grueso de la dirigencia de ese partido no pareció hacerle gracia la caracterización y se hizo todo lo posible por descaracterizarlo o negarle el carácter de liberal. Elegido por el pueblo, ni el Presidente insistió en reclamarse como jefe de una fracción (“cada uno de los grupos de un partido u organización, que difieren entre sí o del conjunto, y que pueden llegar a independizarse”), ni el partido hizo mucho por recordarle o exigirle el reconocimiento de ese carácter. La segunda acepción de la definición de fracción, “que puede independizarse”, parece que es la que pasará, en este caso, de la potencia al acto.

Un partido es, más o menos, un “conjunto o agregado de personas que siguen y defienden una misma opinión o causa”. Disidir de una idea de ese partido, no del conjunto de las ideas; disentir de su composición jerárquica; contradecir una táctica o un pronunciamiento, es connatural a la vida de los partidos. Los componedores, los ideólogos, los intereses personales, en fin, muchos y diversos factores hacen el trabajo para que después de las tempestades disidentes vengan las calmas unitarias. Así lo enseña la historia de las numerosas disidencias liberales que han nacido, crecido y muerto en los tres siglos que han visto vivir al Partido Liberal.

Pero, cuándo la opinión o causa ya no es la misma para los oficialistas y para los inicialmente disidentes, ¿podrá seguir hablándose de disidencia? ¿En cuanto liberal, debe decirse del presidente Uribe que es pre-sidente o que es di-sidente? Hay que recordar, por lo demás, que en la actual estructura legal de los partidos, la definición del carácter de las disensiones internas la tiene cada partido, no las fracciones o disidencias que se hayan alejado o se estén alejando de él.

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Dos factores entran en la definición de la disidencia: primero, el orgánico; segundo, el doctrinal, programático e ideológico (considerados estos como un todo).

Por el primero, entiendo que el Partido Liberal tiende hacia el Centralismo Democrático, un esquema que es reacio a la existencia de las disidencias y que propende, más bien, por las purgas y expulsiones. Por el segundo, queda a consideración de las instancias pertinentes del partido si es o no de recibo el discurso que encarna Uribe. Si sí, Primero Colombia o el uribismo es, todavía, una disidencia. Si no, es el embrión de una nueva colectividad política.

Quiero facilitar el trabajo de los responsables de esa definición, haciendo un bosquejo del lenguaje y de los contenidos de las proposiciones del Presidente. Mentalmente, ustedes, los conocedores de la doctrina oficial o vigente, podrán ir haciendo el diagnóstico de si estamos ante una variable de la doctrina liberal o, más bien, estamos ante una nueva doctrina:

2. ¿CÓMO CARACTERIZA EL PRESIDENTE URIBE A LA NACIÓN COLOMBIANA?

Contraria a la reivindicación fundacional de los dos grandes partidos colombianos, el liberalismo y el conservatismo, que consideran como antagónicos a Bolívar y a Santander, y reivindican como actuales algunas de las viejas contiendas de los siglos XIX y XX, el Presidente acentúa, más bien, el hecho de que nuestra historia ha sido forjada por todos los partidos políticos, por muchas escuelas de pensamiento, por líderes sociales y escritores públicos de todas las tendencias. Ello explica el porqué es tan rica, plural y multifacética nuestra personalidad nacional.

Uribe reivindica como propios el pensamiento y las realizaciones de los fundadores de la República. Por eso insiste en que Bolívar y Santander prefiguraron nuestra identidad política como nación; que Bolívar encarnó la idea de orden como presupuesto ineludible de la libertad y la de autoridad como condición para la igualdad de oportunidades; y que Santander definió el imperio de la ley como garantía de la seguridad y las libertades. En su discurso de posesión, Uribe dijo: “El orden para la libertad mediante la autoridad democrática de la ley, es el binomio ético-político que sostiene la continuidad histórica de nuestra nación y otorga sentido a nuestra institucionalidad”.

Bolívar entendió el orden como principio de unidad y de justicia social; y Santander concibió la paz y la concordia –un estado del alma

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que garantiza que la paz sea permanente-, bajo el exclusivo reinado de la ley. Predicar que la obediencia a las normas, cancela la esclavitud de la violencia.

El Presidente constantemente convocan tres grandes faros de virtud: el espíritu del precursor Nariño, luchador por los derechos humanos al servicio de la virtud; Sucre, benemérito inspirador del moderno derecho humanitario; y Rafael Uribe Uribe, la virtud en carne y hueso y la inteligencia puesta al servicio de los intereses populares. Insiste en que la continuidad de la larga tradición de legitimidad de origen de los gobiernos en Colombia, que -con contadas excepciones- ha regido desde 1821, nos hace una de las democracias más antiguas de América.

3. SOBRE EL CARÁCTER DE LOS PARTIDOS

Los partidos políticos son agentes de la democracia representativa. Se requieren para definir a través de la agrupación popular, los lineamientos filosóficos, políticos y programáticos del Estado y de los gobiernos. Tarea esencial de un partido es conducir la nave estatal a la mejor realización de sus fines esenciales, que están bien expresados en el artículo segundo de nuestra Carta: “servir a la comunidad, promover la prosperidad general y garantizar la efectividad de los principios, derechos y deberes consagrados en la Constitución; (…) facilitar la participación de todos en las decisiones que los afectan y en la vida económica, política, administrativa y cultural de la nación; defender la independencia nacional, mantener la integridad territorial y asegurar la convivencia pacífica y la vigencia de un orden justo (…) proteger la vida, honra, bienes, creencias y demás derechos y libertades, y asegurar el cumplimiento de los deberes sociales del Estado y de los particulares”.

Los gobiernos deben ser expresión de estas cinco variables: transparencia, seguridad, respeto a las libertades públicas, cohesión social y acatamiento a las instituciones.Los partidos deben cuidar porque se realice el ideal de la democracia participativa. Un partido debe ser comunicador y educador de las masas, a fin de que se profundice la democracia, haya permanente debate fraterno y se respete el libre examen. Signada nuestra época por el ideal de hegemonía democrática, la vida de un partido debe ser ampliamente participativa y deliberante; abierta al debate de las ideas, enemigo de los dogmas, siempre pluralista.

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Un partido democrático vive por el pueblo y para el pueblo, tiene contacto diario con él, pulsa sus anhelos y esperanzas, oye sus críticas y reclamos. Su unidad interna no es producto del halago individual a sus miembros por parte de los gobiernos. Es el resultado de la comunidad de propósitos; de tener un liderazgo que trabaje con inteligencia, lealtad y con persistente desvelo por el bienestar del pueblo.

Los congresistas de un partido tienen responsabilidades como integrantes de la bancada. En ella se mantiene el debate patriótico y de argumentos para avanzar en el bello trance de recobrar la causa de las ideas como motivo esencial de la labor del Congreso e identificar los propósitos nacionales y las soluciones.

Una bancada en su conjunto, y cada miembro individualmente considerado, debe tener el buen juicio para establecer la línea entre lo que admite y no admite transacción y para tramitar el desacuerdo. Los partidos deben consagrar mecanismos para animar la reflexión y determinar la posición y vocería del partido, regulando lo que se deberá votar como línea obligatoria (tarjeta roja), lo que podrá ser llevado al Congreso con dos vocerías (tarjeta amarilla) y los temas de conciencia que serán votados libremente por cada individuo de la bancada (tarjeta verde).

4. EL ESTADO COMUNITARIO, METODOLOGÍA DE PRIMERO COLOMBIA PARA GOBERNAR AL PAÍS

La democracia participativa no se agota al interior de los partidos pues tiene un espacio necesario enfrente del Ejecutivo, el Congreso y en la descentralización. Un gobierno no se puede limitar a la interacción con el Congreso y con los partidos, sino que requiere un trabajo permanente y directo con el pueblo. La presión ciudadana sacude al Ejecutivo y a los partidos de la negligencia en que incurren cuando se sienten en el ficticio paraíso de pensar que todo anda bien. El contacto directo con la ciudadanía muestra una y otra vez que las realizaciones oficiales, que con vanidad muestran todos los gobiernos, son infinitamente menores que las dolencias populares desatendidas.

El Presidente de la República dirige periódicos Consejos Comunales de Gobierno en las regiones, porque son un instrumento que está íntimamente ligado a su personalidad política como administrador de la cosa pública. El sacrificio y esfuerzo personal que los Consejos demandan al Presidente y a los ministros, tienen su recompensa en la dinámica que le imprimen a las administraciones locales; la visión

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integral de sus problemas. Los Consejos son cátedra de buen gobierno para los administradores públicos.

Uribe insiste en la necesidad de reconocer el carácter de co-legislador del pueblo; la intervención de la democracia participativa para garantizar el mejor producto en la actividad de las instituciones representativas. El Congreso debe mantener permanente integración con la ciudadanía para garantizarle, como sujeto de la democracia participativa, los escenarios de expresión directa de la opinión para la toma, ejecución y vigilancia de las decisiones oficiales. La participación ciudadana directa es lo único que garantiza que los recursos lleguen directamente a la gente, que construyan equidad, que haya transparencia y que se pueda asignar la responsabilidad política a quienes fallen en el proceso de conducción de los asuntos públicos.

La participación ciudadana directa debe ser aplicada a través de todas las formas posibles y legítimas de organización: gremios, sindicatos, agrupaciones religiosas, ONG y asociaciones en general.

La forma de Estado comunitario es el mejor instrumento para la erradicación de las prácticas de corrupción, para defender el patrimonio público, para que los dineros se inviertan en las necesidades del pueblo, para que se multipliquen las obras oficiales y se garantice la seguridad. La concepción de Estado comunitario busca que los recursos públicos beneficien a la comunidad y no a grupos de interés que muchas veces se empotran en nóminas administrativas. El Estado comunitario difiere del Estado burocrático y difiere del concepto neoliberal.

5. LA SEGURIDAD DEMOCRÁTICA

Los hombres se organizan como sociedad política a fin de garantizar para los asociados la seguridad, condición esencial para la vida, la libertad, el desarrollo y el progreso. Uribe insiste en que un partido político debe declarar su compromiso irrevocable con la prestación del servicio de la seguridad en cada centímetro del territorio de la patria, en cumplimiento de los fines esenciales e insustituibles del Estado.

La seguridad es democrática porque es para todos los ciudadanos, independientemente de su inclinación política, de su grado de acuerdo o de desacuerdo con el gobierno, de su estatus social, de su pertenencia a un gremio o a una organización de los trabajadores. La sociedad colombiana ha puesto a su fuerza pública por encima de las circunstancias del gobierno de turno; Ella depende exclusivamente de la

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Constitución y esa circunstancia amerita, justifica y le da plena justeza de la batalla por la seguridad democrática.

Uribe define a Colombia como una democracia en profundización, respetuosa de los derechos humanos, pluralista y participativa. Colombia es un Estado de derecho, con separación de poderes, transparencia en los procedimientos, respeto a las libertades públicas, cohesión social y respeto de las instituciones; por eso no puede caracterizarse como “oposición armada” a las organizaciones armadas ilegales. Son terroristas, puesto que utilizan la violencia contra la sociedad y contra un Estado legítimo que tiene abiertos todos los canales de la acción política para dirimir sus conflictos. Porque existen plenas garantías democráticas, Uribe define la acción de los grupos violentos como terrorismo y no como acción de beligerancia en un conflicto político armado. Estas consideraciones suponen la urgente revisión de algunos conceptos que los grandes pensadores liberales defendieron para la vida del siglo XIX, pero que Uribe, fundado en el pensamiento de liberales del siglo XXI -como Savater-, pone en tela de juicio. Por ejemplo, la posibilidad de que en las democracias avanzadas se siga aceptando que exista el delito político. Savater habla de los políticos que cometen delitos (matar, secuestrar, traficar); que es cosa distinta o a los políticos como Bolívar o Garibaldi, que para ejercer su acción (consagrar la independencia, la libertad de los esclavos, de prensa, de credo), no tuvieron otro camino que la rebeldía y fueron tratados por los tiranos como “delicuentes”.

El Estado, la fuerza pública y los servidores públicos colombianos acatan con devoción los derechos humanos, consagrados en nuestra Constitución y en los códigos vigentes. Respetarlos, para los gobiernos, no es una dádiva o expresión de debilidad; es la confirmación de la elevada dignidad y altura moral que impera en la dirección de nuestros asuntos públicos. La fuerza pública de la patria no hace la guerra. Trabaja para derrotar al terrorismo dando un gran ejemplo en materia de cumplimiento con los derechos humanos. La seguridad democrática, al garantizar el monopolio de la fuerza por el Estado y mediante la presencia benéfica de la fuerza pública en todos los municipios y corregimientos de Colombia, logra la vigencia de los más liberales de los principios: Estado de derecho y el disfrute de la libertad.

Uribe defiende ante la opinión pública mundial, en los foros internacionales y ante el concierto de las naciones, la tesis de que el Estado respeta los derechos humanos y en consecuencia, respeta todos los subconjuntos del derecho de los derechos humanos, el DIH, por ejemplo. Independientemente de la manera como procedan los terroristas

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contra la sociedad y contra el Estado, el compromiso de las fuerzas institucionales con los derechos humanos es total.

Sin paz, sin voluntad política para derrotar la violencia, no es posible el crecimiento y la confianza inversionista para lograr la cohesión social; y sin avance hacia la cohesión social es insostenible una política de Estado y de sociedad contra la violencia.

Nuestra democracia todos los días se profundiza, todos los días tiene más oportunidades, todos los días siente más el imperio de las libertades para que cada quien desarrolle su personalidad. La falta de sostenida voluntad política para derrotar la violencia, ha sido el gran factor de incertidumbre en la inversión privada en Colombia. La seguridad democrática genera confianza y es el imperio de la paz; para sostener la paz se necesita una sociedad con cohesión; y una sociedad con cohesión requiere políticas de igualdad de oportunidades y políticas redistributivas profundas.

6. CRECIMIENTO ECONÓMICO Y LA LUCHA CONTRA LA POBREZA

Dice el presidente Uribe, que en el mundo contemporáneo la única igualdad posible es aquella que surge de la igualdad de oportunidades, en la cual el “polo principal de la contradicción” es la educación y el polo contrario es estar condenados a la pobreza sin redención. La lucha por la igualdad ha tenido muchas etapas: la igualdad para acceder a la propiedad, la igualdad democrática, la igualdad en el sufragio, la igualdad de derechos de género. El gran reto de nuestra época es la igualdad de oportunidades, que sólo se obtiene con una educación universal, permanente y de alta calidad.

La Revolución Educativa debe ser un mandato programático. El siglo XXI será el de la construcción de una nación con igualdad de oportunidades, una nación equitativa, porque la educación tendrá los máximos niveles de cobertura, la mejor calidad y absoluta pertinencia de sus contenidos y se desarrollará la capacitación técnica, la investigación y el desarrollo científico.

La educación debe ser piramidal: los colombianos deben tener la oportunidad de estudiar y trabajar toda la vida. Por ejemplo: el Sena enseña oficios básicos; y los créditos de los institutos técnicos y tecnológicos, deben ser válidos para el posterior acceso a la universidad pública o privada.

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La educación es el fundamento de la construcción de un país de propietarios, de un capitalismo popular y con sentido social. Todos los niños, jóvenes y trabajadores de Colombia, cualquiera sea su condición social o económica, deben tener oportunidades de estudio, capacitación técnica, crédito oportuno y barato para convertir sus ideas en empresas y que ellas puedan intervenir con éxito en los mercados nacionales o externos, actuando en igualdad de condiciones con cualquier empresario del mundo.

En la concepción del presidente Uribe, la noción de empresa privada es fundamental y la de pequeña empresa es absolutamente esencial en la visión de una nación sin exclusiones y sin odios, de una patria en permanente debate, pero sin acidez y sin antagonismos, que busca construir consenso, cohesión social. Una nación es más democrática mientras más oportunidades brinde para que cada vez un mayor número de sus ciudadanos sean empresarios y propietarios. Eje de la política de equidad es el impulso a la micro y pequeña empresa, conducto necesario para que haya mayores niveles de productividad, competitividad y armonía laboral. Colombia debe estimular la gran vocación de pequeña empresa y de desarrollo empresarial popular, que es un avance frente a la subalternidad laboral.

En el campo, debe darse acceso a la tierra y al crédito a todos los productores rurales, defender su seguridad y proteger los intereses ante las amenazas cambiarias, los subsidios internacionales, la competencia desleal y la inequidad en el acceso a los mercados internacionales.

La educación es la primera condición para la existencia de un amplio capitalismo popular en las ciudades y el campo. El microcrédito es la segunda. Uribe está comprometido con la formación de una amplia economía del microcrédito para los más pobres, cuya principal garantía y aval es la ética popular. Crear una estructura de amplia base social que permita el acceso al crédito para trabajar o mejorar las condiciones de vida, es arrebatar a los pobres de las manos del crédito informal y usurero.

Colombia debe tener un Estado transparente, austero, garante de la equidad, regulador para evitar los abusos; un Estado que ejerce acciones redistibutivas. Uribe declara no ser un neoliberal que pretende privatizarlo todo. En lugar de la privatización a ultranza, lucha por la sostenibilidad de las empresas del Estado.

Lo económico y lo social forman parte de una misma ecuación. Por ejemplo: mejorar la educación y la salud de la gente tiene rentabilidad económica, y es una herramienta de equidad. Y no se desconoce la importancia de una baja inflación y un alto crecimiento,

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porque ello beneficia a los pobres y a los trabajadores, aunque no necesariamente garantice más equidad para los colombianos.

Uribe está trabajando porque haya sindicalismo participativo, concepción que deja atrás conceptos que crecieron al amparo de otros períodos históricos, como el sindicalismo puramente reivindicativo o el revolucionario.En el tema ambiental, repite que Colombia es un país privilegiado por su exuberante naturaleza, belleza paisajística, riqueza hídrica y diversidad biológica. Que deben defenderse esos recursos con la convicción de que velamos por la suerte de las generaciones futuras y que la primera y más grave amenaza de nuestros bosques, de su fauna y flora, es el negocio ilícito de la droga. La lucha contra esta plaga –primera fuente de financiación del terrorismo-, es un compromiso sustancial suyo.

7. PLURALISMO

Un partido, según Uribe, debe garantizar la plena participación, el respeto a las minorías étnicas, religiosas, culturales y la igualdad de género. Debe mantener abierta la cátedra de la formación ciudadana, particularmente de niños y jóvenes; fortalecer el concepto político de la sociedad sin odios, del debate fraterno, la agitación de contradicciones que se puedan superar, no de antagonismos irreconciliables.

Un partido moderno debe predicar la equidad y la solidaridad entre las clases y sectores sociales; repudiar el lenguaje violento que se mimetiza en la prédica clasista y que nunca construye consensos sociales, ni políticos; luchar por una sociedad sin exclusiones, con el concepto político de la fraternidad, del debate solidario, que construye los mayores consensos posibles.

En política internacional, su consigna es “Primero Colombia”, primero los intereses de nuestra patria. Debemos hacer parte de la gran alianza contra el terrorismo internacional; predica la globalización e integración con equidad y la necesidad de garantizar la seguridad de la inversión extranjera; defiende la Carta Democrática de la OEA y saluda las tareas que adelanta la ONU para su reforma. Llama a la amistad con los pueblos y gobiernos de América, no importa el color político de los partidos que gobiernan sus asuntos.8. LENGUAJE POLÍTICO

Al analizar una disidencia debiera tenerse presente que en la lucha política hay, ante todo, una contradicción, no una contienda personal. El tratamiento de esa contradicción depende de si hay o no mecanismos para

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superarla manteniéndose ambos polos dentro del mismo partido. Y, si puede superarse, la dirección debe tener en cuenta que inmediatamente aparecerán otras contradicciones que también deberán resolverse. La política no es un pensamiento estático ni una posición dogmática. “Cosas que se oponen, se sostienen entre sí”, es un principio que es fundamental reconocer.

Ese pensamiento permite a los ideólogos de los partidos mantener la ecuanimidad, la compostura y el equilibrio en medio del ajetreo práctico y del estado mental de ‘hora de llegada’ que viven permanentemente los activistas y aspirantes a cargos y honores. Los ideólogos alimentan las disidencias con sus textos, los activistas las protagonizan con sus decisiones prácticas. Cuando se da la rara combinación de ideólogo con organizador político, el partido tiene su momento de esplendor, bien sea porque a él se le encomiende la jefatura (Lenin, Lincoln, Churchill, Uribe Uribe), bien porque decida disidir y formar una fracción por cuyo conducto llega el partido al poder (Núñez, Gaitán, Galán).Antes de los actuales estatutos y de la reglamentación de la lista única para las corporaciones, la lucha entre jerarquía y disidencia podía tener un final feliz: el pueblo convalidaba el poder de la jerarquía oficial o lo otorgaba a la disidencia. Era un sistema de consulta en el propio certamen electoral. Hoy no se puede: no lo aceptan los estatutos, y el sistema de lista única, deja por fuera a las disidencias que quieren hacerse contar por el pueblo.

Hoy, esos hechos de la mecánica estatutaria y constitucional, más el profundo abismo conceptual y de lenguaje que hay entre los discursos de la jerarquía liberal y del presidente Uribe, nos hacen pensar que la solución de la contradicción no estará en la síntesis sino en la organización de la antítesis como colectividad aparte. Que quede claro: de mi parte es una conjetura, máximo una hipótesis; no una consigna. Voy a terminar esta exposición, con algunos ejemplos de las muchas diferencias conceptuales en el lenguaje entre la jerarquía y la disidencia, que hacen prever el desencuentro definitivo:

1. Es difícil lograr moldear una ley para la desmovilización de guerrilleros y paramilitares que resuelva convenientemente la ecuación justicia y paz. El gobierno tiene unas palabras rectoras (creíble, equilibrada y universal), pero deja en manos del Congreso el debate sobre procedimientos y fórmulas. La jerarquía liberal, después de haber adherido a la doctrina de la “solución negociada al conflicto armado” si se trataba de atender a las FARC o al ELN, ha pasado a la línea del sometimiento con respecto a los paras. Incluso, algunos jerarcas liberales

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definen como criminales a los servidores públicos que intenten acuerdos con los paramilitares tendientes a su desmovilización y ensalzan como a unos héroes a los que logran protagonizar una reunión con el ELN y las FARC para reglamentar el secuestro (rangos de edad) o el canje de secuestrados por guerrilleros.

2. A pesar de que el liberalismo fue el partido del libre examen, la actual jerarquía se impacienta cuando en el seno del gobierno o de su bancada hay posiciones encontradas. Piden que se ejerza el principio de autoridad y que se dé una especie de infalibilidad del jefe; dicen que las contradicciones proyectan una imagen de descoordinación, de falta de unidad de mando en el alto gobierno, que contradice de frente lo que se espera de alguien con la disciplina y sentido de autoridad de Álvaro Uribe. Pues, al contrario, lo que se demuestra es que hay un gobierno deliberante y que, paradójicamente, quienes se empeñan en calificar como autoritario al Presidente, llevan en su propio corazón a un diablillo intransigente, mandón y autocrático.

Uribe insiste en que no son liberales el exceso de regulación jerárquica; el miedo a la libre opinión y expresión. Que eso es propio de gobiernos autoritarios, de ambientes políticos antidemocráticos en donde la élite reivindica las cadenas que esclavicen la palabra.

3. Hago, finalmente, un menú de conceptos en los que hay diferencias (a veces de fondo, a veces de grado, otras de simple forma) entre Primero Colombia y la jerarquía liberal:

- Lenguaje enfático de defensa de la legitimidad del Estado.- Defensa de la legitimidad de origen de nuestros gobiernos.- Enaltecimiento del patriotismo.- Definición de la seguridad como eje de la función estatal

(prerrequisito para la justicia y la paz).- Guerra al concepto Guerra Civil o Conflicto Interno Armado

originado en causas sociales, políticas o económicas.- Reestudio del concepto de Delito Político (releer críticamente

los textos de Luis Carlos Pérez y las normas constitucionales y legales sobre el asunto).

- Estado Comunitario (Consejos Comunales de Gobierno).- Definición de las Siete Herramientas de Equidad.- Prédica del capitalismo social y popular.- Defensa de la meritocracia y erradicación del gobierno

burocrático (si el clientelismo creara empleo, Colombia tendría pleno empleo); adelgazamiento de la estructura estatal.

- Aplicación (sin condiciones, vetos o aislamiento abstencionista) de los mecanismos de participación como el referendo.

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- Gobierno de opinión (del power point al power people).- Conciliación histórica de los padres fundadores de la

nacionalidad (Bolívar y Santander); culto a la memoria de los grandes líderes colombianos de todas las tendencias del pensamiento.

- Trabajar en lo micro sin desconocer lo macro.Uribe tiene un alto concepto del liberalismo conceptual.

Reivindica la libertad de expresión y no le choca que se exprese en todas sus formas y manifestaciones; que se reconozca como un derecho fundamental e inalienable, inherente a todas las personas; requisito indispensable para la existencia misma de una sociedad democrática.

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Tendencias de la Social-Democracia

Horacio Serpa UribeAbogado Santandereano nacido en Bucaramanga y graduado en la Universidad del Atlántico. En la rama Jurisdiccional ha sido Juez civil, penal, promiscuo y Superior; En la rama Ejecutiva ha sido Alcalde de Barrancabermeja, Procurador General de la Nación, Ministro de Gobierno y del Interior, Ministro delegatario en funciones presidenciales; En la rama Legislativa, ha sido Concejal de varios municipios, Representante a la Cámara y Senador; Co-presidente de la Asamblea Nacional

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Constituyente de 1991; Candidato Presidencial por el Partido Liberal Colombiano en dos ocasiones y Embajador de Colombia en la OEA.

Quiero hacer un reconocimiento a la Academia Liberal de Historia y especialmente a su presidente Rodrigo Llano, quien además de ser uno de los intelectuales más prestantes del Liberalismo es una persona convencida de la necesidad de un proyecto político socialdemócrata para Colombia.

Antes de reflexionar sobre la vigencia de la socialdemocracia, quiero hacer algunas referencias al tema central de este seminario: las disidencias dentro del Partido Liberal.

Las disidencias liberales

Ser disidente dentro de la trayectoria histórica del Liberalismo colombiano sólo puede interpretarse como un derecho de sus militantes. El Partido ha sido el defensor del libre examen, cualidad que le ha permitido renovarse constantemente y repugnar la inmutabilidad y las verdades reveladas. Nuestro papel siempre ha sido el de impulsar los cambios y la innovación. Ser disidente es una forma de contribuir a esa lucha política y a la permanente vigencia del Liberalismo.

El desacuerdo de opiniones y de posturas es connatural a nuestra existencia. De hecho, las disidencias han permitido al Partido mantener importante franjas de apoyo popular. Durante el Frente Nacional el disidente fue el expresidente López Michelsen y en los años ochenta, mientras él representaba al oficialismo, el disidente fue Luis Carlos Galán. En el primer ejemplo, el Movimiento Revolucionario Liberal sirvió para mantener en las filas a los liberales que se resistían a la alternación y la paridad, a tal punto, que la izquierda radical denunciaba al movimiento como una maniobra del bipartidismo para mantener el apoyo popular. Basta recordar el reconocimiento que el propio López hizo en carta al expresidente Darío Echandía, que presidía la DLN, en dirección a que el MRL había permitido al partido mantener sus mayorías y sin el cual muchos liberales “militarían en el comunismo o la ANAPO”51.

El Nuevo Liberalismo que lideró Galán cumplió una función similar. Ante el fenómeno de urbanización y expansión de la educación de la 51 Carta de marzo 17 de 1966 a Darío Echandía.

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segunda mitad del siglo XX, la disidencia liberal canalizó nuevos electores caracterizados por tener una mayor distancia con los partidos tradicionales, más aún, que se declaraban decepcionados y cansados con la política tradicional, heredada del Frente Nacional.

Todo esto, sin mencionar la única disidencia liberal que ha tomado el control del partido. Con Jorge Eliécer Gaitán a la cabeza, un sector de izquierda liberal que se marginó de las reglas de juego fijadas para seleccionar el candidato “oficial” en las elecciones presidenciales de 1946, terminó derrotando al establecimiento partidista. Únicamente el magnicidio de su líder pudo frenar un proyecto político social, originalmente disidente.

Las disidencias han sido claves para nuestra supervivencia. El Liberalismo no ha sido, ni será el partido del pensamiento único. Reconocemos en la controversia y la diferencia una virtud liberal y no un obstáculo. Eso no quiere decir que cada uno haga y diga lo que quiera, que impere la anarquía ideológica y el desorden en la acción política. Por el contrario, la diferencia se tramita por los canales democráticos, con plenas garantías para todos y respeto por las opiniones de unos y otros. La disidencia, entendida como desacuerdo, tiene dos límites. Uno la democracia interna. Las decisiones adoptadas por la mayoría se acatan y respetan conforme a los estatutos. Y dos, el marco ideológico que nos suscribe a la socialdemocracia y que opera como un límite infranqueable.

A diferencia del pasado, el marco constitucional y legal impide que se pueda utilizar el nombre y símbolos del partido, mucho menos que se puedan presentar candidaturas disidentes a nombre del liberalismo. Por supuesto, quien desee marginarse del partido puede hacerlo, es su derecho constitucional, pero con base en la prohibición de la doble militancia, la separación del partido conlleva la pérdida de la calidad de liberal.

Dicho lo anterior, presentaré algunos comentarios sobre el tema al cual me han convocado.

El liberalismo y la Internacional Socialista

Hace cerca de un cuarto de siglo, cuando el expresidente López Michelsen planteó la idea de que el Liberalismo debía afiliarse a la Internacional Socialista, se produjeron todo tipo de reacciones. No

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faltaron quienes tacharon, en medio de la guerra fría, tal iniciativa como un descabellado intento por llevar al Partido a hacer parte de una organización política en la que militaban reconocidas organizaciones, con antecedentes marxistas. Otros, consideraban que el Liberalismo no tenía nada en común con quienes conformaban la internacional. Algunos, en cambio, reconocíamos en el ideario liberal y en su evolución a partir de mediados del siglo XIX, las señas de identidad con los socialdemócratas del mundo.

Bajo mi dirección logramos que el Partido fuera aceptado como miembro pleno de la Internacional Socialista. No faltaron quienes despreciaron esa decisión política por considerar que las diferencias ideológicas hacen parte del pasado, que el proyecto político socialdemócrata enfrenta dificultades en Europa y que poco o nada tiene que aportar a la compleja problemática colombiana. Ese punto de vista proviene de quienes consideran que sólo existe una línea de conducta posible en el manejo de la economía y de la política. Son los mismos que pretenden que las fuerzas del mercado condicionen la actividad política y hagan de esta un simple ejercicio de aplicación autómata de fórmulas foráneas, en las que muchas veces se desconocen nuestras características de nación.

El ingreso del Liberalismo colombiano a la Internacional Socialista significa una definición política en materia internacional, que lo compromete con las banderas de justicia, equidad y lucha contra las desigualdades, que los socialistas del mundo defienden. La Internacional es un escenario en el que el Partido permanentemente presenta sus puntos de vista para contribuir en la construcción de un mundo distinto, basado en el respeto a la dignidad del ser humano y la solidaridad.

Como en todas las organizaciones políticas, en su seno no existe identidad plena en todos los temas. Hay diferencias en aspectos políticos vitales en el mundo de hoy, como la acción militar en Irak o las políticas y estrategias de lucha contra el terrorismo. En ese punto, el Liberalismo apuesta al respeto al derecho internacional, al uso de la fuerza en el marco de la Carta de las Naciones Unidas y a la diplomacia. En otros, la posición liberal ha sido la de respaldar incondicionalmente iniciativas de la Internacional. En ese sentido, apoyamos la campaña para eliminar la deuda externa de los países más pobres. El Partido ocupa hoy una de las Vicepresidencias y seguirá actuando en el concierto internacional hombro a hombro con los partidos socialdemócratas, que en muchos países gobiernan, y con los que tenemos comunión de intereses.

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La vigencia y perspectiva de la socialdemocracia en Colombia

La socialdemocracia tiene plena vigencia, sin que esa afirmación obste para reconocer las dificultades que enfrenta luego del éxito logrado en la postguerra y antes de la crisis del petróleo de 1973. La globalización, sin duda, ha cuestionado seriamente las bases del modelo socialdemócrata y colocado en apuros el mantenimiento del estado de bienestar, que es el principal resultado de su aplicación.

¿Pero en que está vigente la socialdemocracia? Lo primero que debemos señalar es que los socialdemócratas nos circunscribimos al pensamiento de izquierda. Somos hombres y mujeres de izquierda porque nuestro compromiso es con la construcción de una sociedad más igualitaria, en la cual se corrijan las discriminaciones, se elimine la exclusión y se superen las diferencias artificiales creadas en la sociedad. Esta convicción nos caracteriza. La sociedad transforma en desigualdad la condición de igualdad con la que hombres y mujeres nacen. Ese resultado de la dinámica social es el que resalta la derecha como inherente a la persona humana, para justificar una actitud pasiva frente a la discriminación, la marginación, la inequidad y la pobreza.

Por otro lado, somos demócratas. Hay que recordar que la socialdemocracia surge en medio del debate entre los reformistas y quienes apostaban a la revolución para cambiar el orden existente. Creemos en el camino que nos muestra la democracia para hacer los cambios que la sociedad reclama.

Con base en estos dos enunciados, es evidente la vigencia en Colombia y América Latina del conjunto de ideas socialdemócratas. Necesitamos más democracia y verdadera igualdad. Nuestro país, por ejemplo, adoptó a partir de los años noventa un modelo de desarrollo basado en el decálogo compilado por Jhon Williamson que pasó a la historia, no precisamente buena, con la denominación de Consenso de Washington.

Las políticas de ajuste impulsadas por el FMI y el Banco Mundial no produjeron los resultados pregonados. Con la premisa de que el Estado debía reducir su tamaño, retirarse de áreas en las que intervenía para controlar los excesos del libre mercado y la necesidad de desmontar un Estado empresario, se implementaron programas de privatización, eliminación de entidades estatales, reducción de aranceles, apertura a

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importaciones y promoción de exportaciones, modificación de la legislación laboral, entre otras medidas.

Hay que reconocer que el modelo de sustitución de importaciones estaba haciendo agua y que era indispensable emprender el camino de las reformas. Lamentablemente, tales cambios fueron infortunados en sus resultados e incompletos en su concepción. Al tiempo que se hacían las reformas económicas se dejaba de lado la importancia de la política y de las instituciones para el buen funcionamiento de la economía de mercado. Al final de la década, los resultados sociales eran desastrosos, el desempleo no bajo de dos dígitos y la concentración de la riqueza aumentó. La pobreza y la miseria en 2004, según datos de la Contraloría llego a 28 millones de colombianos, mucho más de la mitad de la población, sin mencionar los cerca de 2.500.000 desplazados por la violencia.

Tenemos un crecimiento precario: 3.8% – 3.9% en 2004 respecto al 5.5% de promedio alcanzado en la región y con la urgente necesidad de crecer al 7, 8, 9% anual. El crecimiento actual no está generando empleo, tampoco distribuye el ingreso y genera beneficios únicamente a pocos. Según el coeficiente de Gini, somos en América Latina el segundo país en materia de desigualdad después de Brasil. El ingreso per cápita es igual al del año 1993 y el desempleo y subempleo juntos alcanza el 42% de la población económicamente activa.

Así las cosas, ¿cómo no puede tener vigencia en nuestro país un proyecto político socialdemócrata que reclama igualdad, inclusión y paz?

La calidad de la educación y de los servicios de salud en vez de ser la clave básica para ser competitivos en el mundo de hoy, son las principales talanqueras para que nuestros niños y jóvenes se incorporen adecuadamente a las nuevas realidades de los mercados internacionales. Cada día aumentan las abismales diferencias entre la educación privada y pública, y con ellas se profundiza la brecha entre ricos y pobres.

La seguridad jurídica y la estabilidad política son interpeladas continuamente por ambiciones políticas que rayan con la violación al estado social de derecho, también por la captura del estado por parte de grupos criminales, narcotraficantes y paramilitares. Esta modalidad de corrupción, se suma a las que hicieron concluir a organismos de control

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que en una década el país perdió 10 billones de pesos por efecto de la malversación de los recursos públicos.

Colombia necesita un redireccionamiento. Hay dos caminos: acudir al populismo que cabalga por varios países de la región y que cuando se reivindica de izquierda se convierte en el peor y más contundente enemigo de nuestra lucha política, o plantear un modelo económico que reconozca las nuevas realidades globales, las fortalezas y debilidades de nuestra patria, con el fin de crear las condiciones para lograr un alto crecimiento económico con equidad.

La diferencia de la socialdemocracia con el populismo radica en el apego al sistema democrático y al estado de derecho, que en los populistas de derecha e izquierda tiende a ser visto como obstáculo o escamoteado a través de artilugios o aplicación de las mayorías, sin consideración alguna al bien común. También, en que para la socialdemocracia siempre se debe trabajar en la generación de la riqueza necesaria para la redistribución. El populista prescinden de las condiciones requeridas para producir riqueza, para él ya existe y sólo importa distribuirla con acciones estatales paternalistas. Su afán no es edificar una sociedad equitativa, sino, más bien, mantener cautivas amplias redes clientelares.

Necesitamos un timonzazo que rompa los esquemas simplista que consideran que estado y mercado son excluyentes. Todo lo contrario, sin volver a los viejos esquemas estatistas se hace imperioso reconocer que el mercado sólo funciona con un Estado fuerte y que la equidad sólo es posible con la intervención del Estado. En este punto, el desafío de la socialdemocracia es repensar el estado para adecuarlo a estas tareas. La calidad de la intervención del Estado se relaciona con la capacidad gerencial y con un principio esencial para el Liberalismo colombiano: la primacía de los intereses colectivos sobre los particulares. En este aspecto hay todavía mucho por hacer.

La socialdemocracia propone entonces un nuevo modelo y una democracia incluyente, esto es, una democracia que reconozca la diversidad y la diferencia, en la que la acción política de izquierda esta ligada a la defensa de los sectores sociales más débiles y a la aplicación de los derechos económicos, sociales y culturales. La primera generación de derechos fue la bandera de las primeras décadas del Liberalismo colombiano. No debemos retroceder en ese propósito, menos con las tentaciones autoritarias que reclaman restringir derechos en nombre de la

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seguridad. Pero hoy, producto de nuestra lucha y de las transformaciones de la sociedad, nuestro compromiso es, con la misma fuerza, con la realización de los derechos de segunda y tercera generación. En esto la vigencia de los planteamientos socialdemócratas es indiscutible.

Los resultados sociales de los últimos 7 años siguen siendo negativos. El Estado no ha sido capaz de crear las condiciones requeridas para que la economía crezca y ha sido tímido en la redistribución de la riqueza. De hecho, este aspecto no ha sido prioritario ya que se considera que solo es posible una vez se hayan logrado altas y sostenidas tasas de crecimiento. Es la visión neoliberal.

Los socialdemócratas creemos que para crecer hay que redistribuir. La pobreza y la miseria no generan mercado, ni crecimiento. Esta nueva ruta requiere volver a América Latina. Debemos esforzarnos en integrar nuestra economía con los vecinos latinoamericanos. El éxito europeo de la posguerra, aunque en condiciones incomparables con las nuestras, estuvo en que lograron construir un gran mercado interno en el continente. Al hablarse de mercado interno es bueno pensar que éste se refiere al que se da al interior de nuestras fronteras geográficas, pero también al desafío de contribuir a crear un mercado latinoamericano, dentro de un proceso de integración no sólo comercial, sino política, que fortalezca la capacidad de negociación de individual y colectiva en los distintos foros internacionales.

Por otro lado, así como la socialdemocracia sueca llega al gobierno, para estar durante 30 años, con una propuesta novedosa que consistía en una política que combinaba los intereses campesinos con los de los trabajadores urbanos, Colombia requiere una nueva ruta que permita crecimiento económico y redistribución efectiva de la riqueza. El desafío es difícil considerando la dependencia creciente de nuestra economía con la mundial y que instrumentos redistributivos tradicionales como el impuesto, están cada vez más sujetos a esa realidad. Empero, no hay duda que es posible mantener el régimen de empresa privada, el estímulo al comercio y la búsqueda de fórmulas que garanticen la existencia de servicios sociales universales y la generación de empleo.

La socialdemocracia es referencia obligada de cómo es posible un modelo de cohesión social favorable al crecimiento económico y la paz. Ella simboliza la mejor forma de armonizar igualdad y libertad a través

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de la lucha democrática y pacífica. Nuestra tarea es continuar trabajando en un modelo inspirado en ella y que sea compatible con las exigencias de la globalización.

Esa labor la ha asumido el Liberalismo con la elaboración participativa de un programa de gobierno socialdemócrata, cuyas bases seguramente serán elaboradas por el Consejo Programático Nacional del Partido y aprobadas por el II Congreso Nacional del Liberalismo en junio próximo.

Pensar en el futuro nos invita a la acción política, nos convoca al debate democrático, a salir a las calles para transmitir a nuestros compatriotas un mensaje fundamentado en la solidaridad, la libertad, la democracia, la justicia y la igualdad. El país enfrentó en las últimas décadas difíciles coyunturas, pero nunca de la dimensión desestabilizadora y amenazante para la democracia como las actuales.

Ojala todos los colombianos corramos el velo y nos demos cuenta de la responsabilidad que tenemos en nuestras manos

ENCUENTRO LIBERALHACIA UN LIBERALISMO MODERNO

La Ceja agosto 16, 17 y 18 de 1966

Instalación del Encuentro de La Ceja. De izquierda a derecha: Participante, Plinio Mendoza Neira, Indalecio Liévano Aguirre, (de pie) Hernando Agudelo Villa, Fabio Lozano Simonelli, John Gómez Restrepo y Alvaro Escallón Villa

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Hernando Agudelo Villa.Abogado antioqueño, nacido en Medellín el 29 de marzo de 1923; Doctor en Derecho de la Universidad de Antioquia; Ministro de Hacienda en la Administración Lleras Camargo y de Desarrollo en la Administración Pastrana Borrero; uno de los nueve “sabios” del BID; Presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País; Senador y Representante a la Cámara; Presidente de Fenalco; Embajador ante la FAO; Director alterno del Liberalismo; es considerado el más importante ideólogo liberal de los últimos treinta años; ha publicado numerosos libros y ensayos.

Sobre la inquietud fundamental de obtener la reintegración del partido un grupo de parlamentarios y dirigentes liberales convocó al Encuentro de LA CEJA. Años de amarga división habían pasado, y muchas de las tesis del M.R.L. empezaban a calar hondamente en la conciencia de los colombianos. En el oficialismo voces jóvenes propugnaban por la renovación ideológica y el remozamiento de los cuadros directivos, y el programa de la transformación nacional agitado por el candidato Lleras Restrepo, hacía eco a los reclamos populares catalizados por el movimiento a cuya cabeza se mantenía Alfonso López Michelsen.

Así fue como el 16 de Agosto de 1966 se instaló en la casa de La Convención de Ríonegro, el Primer Encuentro Liberal, alejado de la mecánica pura y dispuesto a no transigir en el arduo camino de hacer posible la unión. Fueron sus promotores iniciales "Hernando Agudelo Villa, Otto Morales Benítez, Fabio Lozano Simonelli, Luís Villar Borda, Indalecio Liévano Aguirre, Plinio Mendoza Neira, Alvaro Escallón Villa, John Gómez Restrepo, Roberto Arenas, Jaime Tobón Villegas".

El amplio espíritu del llamamiento aparece en todo su contenido en el encabezamiento del discurso con el que Agudelo Villa declaró abierto el Foro: "Liberales de todas las tendencias y matices del partido, de diferentes regiones del país, y pertenecientes a distintas generaciones, nos hemos dado cita en este histórico sitio para iniciar un diálogo fecundo sobre la situación presente del liberalismo, sus programas y su actitud frente a los problemas de la Nación".

Y en efecto la gran apertura se puso en marcha. A lo largo de casi dos décadas los encuentros seguirían siendo escenario propicio a la discusión y a los entendimientos. Allí surgirían en primera instancia muchas de las inquietudes sobre las que en el futuro iba a girar el acontecer nacional. Por eso al hacer la recapitulación sobre lo que ellos fueron, desfilan sin pausa temas y protagonistas de primera línea en la vida colombiana, expectativas no resueltas, o resueltas a medias, diagnósticos certeros y reformas aplazadas. Casi todas las urgencias están vigentes, porque, sin duda, el divorcio entre las directrices

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programáticas y las realizaciones de los Gobiernos, dentro y fuera del régimen frentenacionalista, ha sido grande. Pero las voces de alerta y de reclamo no han cesado. Ni los problemas tampoco.

En el liberalismo - lo atestiguan los encuentros - no ha faltado la inspiración ideológica ni el recurso programático, pero sí la decisión política de ser en verdad el personero de los intereses populares.

Objetivos

Durante los días 19, 20 y 21 de agosto de 1966, más de doscientos profesionales, parlamentarios, empresarios, estudiantes, representantes de la mujer, líderes sindicales y agrarios, escritores y artista afiliados al Partido Liberal Colombiano, pertenecientes a diversas generaciones y a diferentes regiones del país y que habían militado en las dos alas en que se hallaba dividido el Partido o habían actuado independientes, realizaron en la población de La Ceja, Antioquía, el "Primer Encuentro Ideológico del Liberalismo", con los siguientes objetivos:

Abrir un amplio diálogo sobre las ideas y tesis de todas las tendencias del liberalismo, con el fin de registrarlas e iniciar su estudio sistemático como base para adelantar la revisión del programa liberal.

Cotejar las opiniones y programas de los diversos grupos en que está dividido el liberalismo, con miras a buscar coincidencias y puntos de acuerdo, que permitan impulsar un movimiento de reagrupación del partido, fundado en un programa mínimo de tesis y soluciones sobre los problemas económicos, sociales y políticos de la nación.

Incorporar a la actividad del partido, por la vías de la discusión y el análisis ideológico, a varios sectores del liberalismo, sobre todo de las nuevas generaciones.

Vigorizar la capacidad del liberalismo para que, unido y renovado, se convierta en el principal soporte del movimiento de transformación o cambio que requiere la sociedad colombiana.

Promover una activa labor parlamentaria y de movilización popular alrededor de todas las iniciativas tendientes a impulsar los programas de transformación o cambio en que estamos comprometidos.

Colaborar en la preparación del partido para cuando, al término de la coalición pactada, se devuelva a los colombianos la posibilidad de escoger entre distintas alternativas políticas.

Trabajo de comisiones

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Plenamente trabajaron las comisiones durante los días del Encuentro distribuidas de la siguiente manera: Primera- desarrollo económico- Coordinador, Hernando Agudelo Villa - Relator: Antonio J. Posada- Segunda: Instituciones Políticas- Coordinador: Otto Morales Benítez - relator: Juan B. Fernández R. - Tercera: Política Internacional Colombiana - Coordinador: Indalecio Liévano Aguirre - Relator, Francisco Gaviria - Cuarta: Educación y Cultura - Coordinador: Daniel Arango Jaramillo - Relator: Fernando Guillén Martínez - Quinta: Divulgación: Coordinadores: Plinio Mendoza Neira, Luís Villar Borda, María Teresa Uribe y León Castro.

El encuentro se pronunció contra la prórroga del frente Nacional y a favor de la actualización y el fortalecimiento del Partido.

Sin oposición la representación del M.R.L. aceptó la afirmación de que el fracaso del régimen (gobierno Lleras Restrepo) sería también un fracaso para el Partido Liberal, lo cual no se opondría a la libertad de crítica.

Propuestas para la unión

Plinio Apuleyo Mendoza presentó la ponencia que se consideró como base para unir al Liberalismo. Se estipulaba en ella:

Que era necesario mantener frecuentes contactos entre los dos sectores en que se escindía la colectividad, los cuales podrían promover la primera etapa de acercamiento que se llevará a cabo entre quienes participaban en el encuentro para lograr con posterioridad una más amplia escala de entendimiento.

Aceptar que las divergencias contempladas en torno al Frente Nacional eran de una importancia secundaria, y que se precisaba una mayor identidad sobre los postulados ideológicos esenciales y la concreción de un acuerdo acerca de las instituciones plebiscitarias que no deberían prolongarse más allá del término previsto.

Apoyar por encima de todo interés o táctica de grupo cualquier proyecto de reforma presentado por el ejecutivo o por parlamentarios y que correspondiera en su espíritu e ideas a la inspiración de las conclusiones del Encuentro.

Puntos de coincidencia

En la comisión de asuntos políticos se aprobó una ponencia que se pronunció por la realización de los siguientes objetivos:

Actualizar y modernizar el partido liberal. 200

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Revisión de las disposiciones sobre reforma agraria para garantizar que pudiera operar en un radio de acción más amplio.

Garantizar el relevo de los cuadros dirigentes a fin de dar cabida a la juventud y a otros grupos. Integración sincera del Liberalismo.

Voces de apoyo

Muchas voces de estímulo se escucharon entonces alrededor de los Encuentros: Para Fabio Lozano Simonelli, "Una de las razones para su realización" era el h echo de que se estaba haciendo tarde para que el partido como tal pudiera tener un cuerpo de doctrina, que convocara a la acción y al entusiasmo de sus masas, y atrajera a los escépticos y a los renegados, a los indecisos y a los desorientados y sobre todo que al liberalismo le convenía ensayar la posibilidad de ventilar sus discrepancias entre sus corrientes, o medir el grado de sus coincidencias en un escenario diferente a aquellos interferidos por la mecánica política inmediata."

Alfonso López Michelsen. En vísperas de celebrarse el Encuentro en mensaje enviado a sus organizadores relevó su respaldo integral "al procedimiento escogido, de hacer un cotejo entre las diversas opiniones y vertientes en que radicaba la división, para buscar su reorganización alrededor de tesis y no de nombres, cuando ya las instituciones bipartidarias llegaban al último periodo liberal. "De este modo -dijo- podría entrar a trabajar inmediatamente el Congreso, poniendo en vigencia aquellas reformas en que estemos de acuerdo con el respaldo de la casi totalidad de nuestro partido".

Claridad sobre los fines

Los organizadores de La Ceja tuvieron el buen cuidado de advertir y así lo demostraron:

Que no se trataba de un movimiento contra nadie.Que no pretendían decirle a Carlos Lleras, cómo gobernar o con

qué tesis.Que la unión Liberal era una necesidad anhelada

desesperadamente por el pueblo.Que se buscaba promover un conjunto d4e personas que pensaran

en las banderas futuras del partido.

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Que para todos constituía un peligro la prórroga del frente Nacional.

El temario de la reunión cubrió muchos aspectos, y la vitalidad demostrada puede medirse por el hecho de que fueron presentadas 112 ponencias.

El desarrollo Nacional, la industrialización creciente del país, la urgencia de las reformas agraria, tributaria y urbana, constituyeron cuestiones de apasionada discusión. Se analizó la función interventora del Estado y el futuro del liberalismo y se cumplieron a cabalidad los objetivos definidos en los documentos que se publican.

Plataforma de La CejaEl resumen de las conclusiones, que no comprometieron en forma

oficial al liberalismo, pero por cuya adopción como principios doctrinarios del partido habrían de insistir los concurrentes al Encuentro, fue el siguiente:

Desarrollo económico y distribución del ingreso

Como personero de los intereses populares, el Partido Liberal Colombiano debe ser la avanzada política del desarrollo nacional. Esto implica adelantar, simultáneamente, una estrategia destinada al aumento de la producción y otra que tienda a propiciar la igualdad de oportunidades y la justa distribución del ingreso, que fortalezcan la unidad nacional, reduciendo los desequilibrios provenientes de la concentración del poder económico y extendiendo a todos los sectores de la población, y particularmente a los marginados de la economía, los beneficios del progreso material y cultural.

La intervención del estado

Dentro del sistema de economía mixta que rige en Colombia, el liberalismo considera que el Estado debe intervenir, de modo sistemático y ordenado, en el proceso económico, para lograr los objetivos atrás anunciados. Esta tarea impone llevar a cabo reformas urgentes en la estructura política, económica y social del país, para remover los obstáculos que entorpecen el crecimiento.

La acción intervencionista del Estado, que exige en primer término, una administración pública ágil, honesta y eficaz, presupone, entre otros requisitos, los siguientes:

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Disponer de efectivos mecanismos que orienten las decisiones económicas de la comunidad, como la planeación, para complementar el sistema de precios;

Contar con instrumentos idóneos de política monetaria que permitan afianzar la soberanía del estado en el manejo de la moneda, mediante el fortalecimiento de la Junta Monetaria o la nacionalización del Banco de la República;

Adoptar una política fiscal que le asegure al Estado una adecuada participación en el producto, permita el incremento sustancial de la inversión pública y estimule la inversión privada productiva por medio de los mecanismos tributarios;

Disponer de una bien definida política cambiaria y de comercio exterior;

Complementar la política fiscal y monetaria con la creación de una Comisión nacional de Ingreso, en la cual los diversos grupos o sectores económicos acuerden orientaciones sobre distribución equitativa del ingreso, el control de la inflación y el impulso del ahorro y de las inversiones;

Fortalecer las corporaciones estatales de fomento; y estimular la formación de empresas mixtas o corporaciones semipúblicas de inversión y de crédito que fusionen el interés de los sectores público y privado, para promover la formación de las industrias básicas, a fin de corregir el retraso en la industrialización y evitar que aquéllas pasen a manos extranjeras.

Igualdad de oportunidades y distribución del ingresoAsegurar una creciente igualdad de oportunidades para la

población, particularmente en materia de empleo y de acceso a la educación, debe constituirse en un objetivo específico de la política del partido, no soño con el fin ético de lograr una sociedad más igualitaria y justa, sino porque la concentración y la falta de oportunidades estancan el proceso del desarrollo económico.

El liberalismo debe combatir cuatro tipos de desigualdad: La desigualdad del ingreso entre el sector de colombianos que

tienen empleo y la creciente masa de personas total o parcialmente desempleadas;

la desigualdad de ingresos entre la población campesina y la urbana;

la desigualdad de ingresos entre las diferentes regiones del país;

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la desigualdad de riqueza y de poder social entre la gran mayoría de la población colombiana y la minoría formada por los grupos de altas rentas.

Para conseguir estos objetivos es preciso dar prelación a las siguientes medidas.

Controlar las tendencias y prácticas monopolísticas y el alto grado de concentración del poder personal en la economía colombiana, que está cerrando las oportunidades de acceso a la dirección económica a importantes sectores de profesionales y técnicos.

Una reforma agraria intensiva, en la que prime un criterio balanceado de distribución de la tierra y de mejoramiento de la productividad, a fin de elevar el desarrollo del país. Ello presupone, en cuanto a la distribución, modificar los sistemas de tenencia de la tierra, impulsar la conversión en propietarios de los arrendatarios y gravosa para el Estado la adquisición de tierras destinadas a al ejecución de los planes de la reforma.

Modificar sustancialmente los sistemas tradicionales de mercadeo, fomentar la industrialización de los productos alimenticios y auspiciar el cooperativismo, a fin de lograr una política de precios que favorezca al productor y al consumidor.

Debe programarse también una política que establezca alguna equivalencia en los términos de intercambio entre la agricultura y la industria y entre las zonas campesinas y los principales centros urbanos.

Una reforma urbana que, coordinada con la política nacional de desarrollo, suministre los instrumentos legales y administrativos para frenar el acaparamiento de tierras útiles en las ciudades y racionalizar el proceso de urbanización acelerado por que atraviesa el país. Se deben crear incentivos para la construcción de viviendas, acelerar la provisión de servicios públicos y abreviar el trámite de expropiación de las tierras ociosas o mal utilizadas.

Darle prelación al proceso de aplicación progresiva de la tecnología y la ciencia modernas a la tarea de desarrollo, al mejoramiento de la productividad del trabajo y a la elevación del nivel cultural y de salud del pueblo colombiano, en forma tal que se movilice su participación entusiasta en el esfuerzo nacional de desarrollo.

Organizar la participación de los trabajadores en las utilidades de las empresas con fines exclusivos de ahorro e inversión popular para la industrialización de país.

Política de empleo204

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Una de las más urgentes necesidades nacionales es el rápido ensanche de las oportunidades de empleo y la adopción de las medidas necesarias para contrarrestar la tendencia a orientar la producción hacia renglones de creciente automatización. Ello requiere, entre otras medidas, las siguientes:

Mantener un volumen apreciable de inversión en obras públicas, comunicaciones, servicios, vivienda y, en general en capital social básico, que, además de generar por sí mayores oportunidades de empleo, induce al sector privado a realizar inversiones adicionales.

Seleccionar campos de inversión que requieran un alto volumen de mano de obra. Esta selección debe orientarse hacia la construcción de obras de beneficio común, tales como caminos vecinales, pequeños sistemas de irrigación, etc., y hacia la defensa de la artesanía y la pequeña y mediana industria, como fuentes importantes de empleo.

Adoptar una política de importación de bienes de capital y un criterio sobre la industrialización nacional que corresponda a la necesidad de ampliar las oportunidades de empleo. Sin perjuicio de la producción en grande escala y la modernización de las plantas destinadas a la producción de bienes exportables, debe darse preferencia a los procesos industriales que ocupan más mano de obra.

Instituciones políticas

El Estado colombiano no ha logrado, hasta el momento, cumplir las tareas que le corresponden en la dirección del progreso económico y el cambio social. El gran cometido histórico del Partido Liberal en la época contemporánea debe ser el de vincularse decididamente a la capacitación del Estado para que él pueda desempeñar esas tareas, subordinando los intereses particulares o de grupo al gran interés del desarrollo y congregando en torno suyo el respaldo popular que requieren tales propósitos.

Para ello es indispensable el retorno a la plena normalidad democrática, único ambiente dentro del cual los partidos, en libre y dinámica competencia, logran canalizar eficazmente la opinión nacional. De ahí que el liberalismo debe expresar su voluntad de que no se prorroguen las instituciones transitorias adoptadas en el plebiscito de 1957 y las adiciones constitucionales posteriores, y propiciar reformas al Frente Nacional que faciliten la transición del sistema.

Entre dichas reformas, deberá otorgarse prioridad a las siguientes:

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a. Las destinadas a permitir que los partidos políticos distintos del liberal y el conservador tengan representación proporcional en las corporaciones públicas;

Las tendientes a devolver su capacidad decisoria a los cuerpos de representación, restableciendo el principio de que la mitad más uno de los votos constituye la mayoría para todos los efectos legales;

Las destinadas a permitir que se aplique el sistema del cuociente electoral en las elecciones en que se escojan, en todo el territorio nacional, dos o más candidatos para los cuerpos de representación popular.

La misma transición hacia la normalidad democrática debe asentarse en la tecnificación y modernización de la administración pública, que la despoje del carácter de botín electoral y no subordine los nombramientos, ascensos y remociones de los funcionarios a consideraciones sectarias, que destruyen las bases de confianzas entre los partidos y grupos políticos.

El liberalismo entiende también la necesidad e un Estado fuerte, en el sentido de que él llene las condiciones de competencia y de respaldo popular indispensables para la dirección del desarrollo, lo cual no es incompatible con el Estado de Derecho ni puede confundirse con un régimen despótico, ni con el acrecentamiento del poder personal, ni con el simple robustecimiento del Ejecutivo. En no menor medida debe fortalecerse el Congreso, a fin de que tome parte activa y eficaz en las decisiones básicas sobre el desarrollo.Modernización del Partido Liberal

El hecho de que los partidos - concretamente el liberalismo - participen en coaliciones, no es incompatible con una sana y recia emulación ideológica. Dentro de cualquier coalición, los partidos que la pacten deben mantener su autonomía, conservar sus organización, sus directivas, y doctrinas propias, sin entrar en transacciones permanentes en materia ideológica. Por ello es legítimo que cada uno de los partidos coaligados aspire a que sus tesis tengan la mayor influencia posible en la formulación de los programas conjuntos.

En el momento actual el liberalismo debe revisar sus doctrinas frente a la revolución contemporánea, definirse cada vez con mayor claridad como partido de izquierda, darse una organización más democrática y moderna y procurar su unificación en torno a ideas y programas.

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En cuando a su organización interna, el partido debe asumir una posición mucho más beligerante en la búsqueda de sus contactos con las masas, creando organismos que permitan recoger sus inquietudes y reflejarlas en la orientación general de la colectividad; crear centros de capacitación política en todos los niveles para preparar líderes y cuadros directivos, especialmente en los sectores femenino, estudiantil, obrero y campesino; integrar organismos operacionales como secretariados de organización, de finanzas, de acción sindical, de asuntos agrarios, de juventudes, de asuntos internacionales, de acción parlamentaria, de agitación y propaganda, de censo e investigaciones de tipo social, económico, jurídico, etc., así como también tribunales de garantías con funciones disciplinarias. La integración de todos aquellos equipos de trabajo no solo rendiría en una mayor eficacia política del partido, sino en el acrecentamiento de las oportunidades para que lleguen a las corporaciones públicas auténticos representantes de los diversos núcleos sociales, económicos y profesionales que componen el liberalismo y para facilitar la movilidad de los cuadros dirigentes del país y del partido.

El liberalismo apoya y estimula el sindicalismo libre y democrático y la unidad sindical; afirma, igualmente, la necesidad e extender el sindicalismo a todos los vastos sectores sociales que hoy carecen de la organización indispensable para representar y defender sus intereses, como son los distintos de los propiamente industriales. Y aboga porque los sindicatos se conviertan en factor preponderante del desarrollo, no concentrando sus luchas al campo de las reivindicaciones, sino extendiéndolo al mejoramiento de la productividad, a la ampliación de las oportunidades de empleo y a la colaboración en la tarea de incorporar a la economía a las masas marginales.

El liberalismo debe dar todo su apoyo a las organizaciones campesinas; a la acción comunal, que vincula al pueblo a la solución de sus propios problemas y pone al servicio del desarrollo fuerzas que hoy no pueden expresar sus anhelos o realizarlos; y al cooperativismo, como medio para luchar, en un régimen democrático, contra los vicios del capitalismo.

Integración del Liberalismo

Para lograr la unidad liberal es recomendable:Mantener contactos frecuentes entre los dos sectores en que ha

estado dividido el Partido, contactos que, en su primera etapa, deberían llevarse a cabo entre quienes han participado en representación de tales

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sectores en el "Encuentro Liberal", con el propósito de promoverlos luego a escala más amplia.

Aceptar que las divergencias en torno al Frente Nacional, tienen hoy una importancia secundaria y que al margen de ellas hay identidad en torno a postulados ideológicos esenciales entre los dos sectores, al mismo tiempo que existe acuerdo en el sentido de que las instituciones plebiscitarias no deben ser prorrogadas más allá del término previsto.

Apoyar por encima de intereses o tácticas de grupo, todo proyecto de reforma que corresponda en su espíritu a las ideas y programas que inspiran las conclusiones del "Encuentro Liberal".

Posición Internacional de Colombia

El Partido Liberal debe perseguir, como parte esencial de su programa, la defensa de una política exterior que afirma los valores propios del pueblo colombiano y se inspire en un vigoroso nacionalismo.

El Liberalismo entiende que los intereses colombianos se hallan, en esta época, estrechamente ligados a la defensa, en el campo internacional, de soluciones políticas, económicas y financieras que le permitan a los pueblos en vías de desarrollo romper las amarras del atraso y de la dependencia económica y cultural.

Por estar Colombia situada en la intersección del mundo occidental y del tercer Mundo, sus relaciones exteriores corresponden a las afinidades e intereses que la ligan a uno y otro, y de manera muy especial a los países Latinoamericanos. El Partido Liberal debe reafirmar, pro tanto, su aspiración de contribuir a la integración de todos los estados de la América latina en una gran comunidad económica, cultural y política, porque solo a través de su acción conjunta y coordinada pueden ellos mantener y desarrollar, como es deseable y conveniente, relaciones mutuamente ventajosas con los Estados Unidos de América.

El Partido Liberal considera que Colombia tiene que operar no solo dentro de los organismos internacionales creados para la regulación de mercados específicos como los de café y el azúcar, sino que paralelamente debe desarrollar una política armónica con otros países, como los situados en el "cinturón ecuatorial", a los que sus similitudes geográficas constituyen en nuestros necesarios aliados en la lucha por la sustentación de precios de los productos básicos.

El Partido Liberal juzga que las diferencias en los sistemas de organización política y económica no puede ser obstáculo para la comprensión y el comercio entre todas las naciones, y que Colombia

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debe estar lista a extender y vigorizar sus relaciones diplomáticas, comerciales y culturales con todos los pueblos del mundo, en el grado en que ello convenga al interés nacional.

El Partido Liberal reafirma su adhesión al principio de que cada pueblo tiene el derecho de darse el gobierno que considere justo; rechaza toda forma de colonialismo; reitera su apoyo irrestricto a los principios de No Intervención y Libre Determinación y a las soluciones pacíficas obligatorias. Los mecanismos de la Acción Colectiva, previstos en el sistema jurídico interamericano para prevenir o repeler agresiones externas al continente, constituyen una protección eficaz contra la eventualidad de tales agresiones. Por lo mismo, el Partido Liberal debe rechazar la formación de fuerzas militares interamericanas de carácter permanente.

El Liberalismo reivindica, de acuerdo con sus tradiciones, la defensa de las libertades política y del régimen republicano, pero estima que esas libertades y las instituciones democráticas difícilmente subsisten en un clima de explosivas desigualdades económicas. El Liberalismo considera, por tanto, que los programas de ayuda exterior ofrecidos por los Estados Unidos de América, deben basarse esencialmente en la necesidad de permitir que las restricciones al consumo y los sacrificios del procesos inicial de capitalización, que apareja toda empresa de desarrollo, se mantengan en niveles compatibles con la vigencia de las libertades públicas y del régimen democrático, que tanto los Estados Unidos como la América Latina tienen en común interés de preservar.

El Liberalismo considera la Alianza para el Progreso como un esfuerzo conjunto del Hemisferio Americano para acelerar la emancipación económica de la región y elevar el nivel de vida de las grandes mayorías de su población. La Alianza para el Progreso debe, por consiguiente, ser dirigida multilateralmente por os socios del programa, a fin de que ella no se convierta en un instrumento financiero y político, al servicio exclusivo de los intereses de los Estados Unidos.

El Partido Liberal debe respaldar los esfuerzos tendientes a asegurar a los países de mediano desarrollo, un tratamiento que evite el aumento de las desigualdades en el grado de desarrollo durante el proceso de la integración. Igualmente, la consolidación del Parlamento Latinoamericano con la mira de hacer más efectiva la vinculación de los representantes de los pueblos de la América Latina a los organismos integracionistas y al nuevo derecho que de ellos debe emanar.

El Liberalismo debe vincularse activamente a una política de defensa colectiva de los recursos marítimos de la América Latina, como proyección del ámbito espacial de sus normas jurídicas, y que reivindique

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el derecho exclusivo de utilización de una zona de 200 millas marinas de las aguas adyacentes a sus costas.

El Partido Liberal, respetando las creencias religiosas del pueblo colombiano juzga que es fundamental la pronto reforma del concordato, a fin de adaptarlo al proceso universal de modernización de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Dicha reforma debe dirigirse a garantizar el amplio ejercicio de la libertad de conciencia, especialmente en el terreno de la educación y a que el Estado Colombiano recupere el poder de regular el estado civil de las personal. Como es evidente que un gran número de colombianos lleva vida en común sin contraer matrimonio, civil o religioso, y otros han disuelto de hecho el suyo, creándose así hondos problemas individuales, familiares y sociales, es preferible que teniendo como base la igualdad jurídica de los sexos y la urgencia de resolver dichos problemas, que afectan especialmente a las mujeres, se introduzcan instituciones de vigencia casi universal, como el matrimonio civil sin que él implique las graves sanciones religiosas que hoy conlleva injustamente, y el divorcio vincular dentro del mismo, sin perjuicio del respeto a la indisolubilidad del matrimonio católico.

El Capital Extranjero

El Liberalismo debe desvirtuar el principio de que el mejor estímulo para el capital extranjero es la ausencia de regulaciones y controles y la máxima libertad de operación y decisión en los países recipientes. No todo capital extranjero es útil para el desarrollo económico y por lo tanto se hace necesario aplicar criterios selectivos en su administración y control.

En consecuencia, el Liberalismo debe abogar porque se establezcan, en un estatuto orgánico del capital extranjero, claros criterios de selección de ese capital, tales com los siguientes: Lo que realmente contribuya al incremento de la producción, la inversión y el empleo en campos que no sean atendidos suficientemente por el capital doméstico; que coadyuve a la solución a largo plazo de los problemas de la balanza de pagos, mediante un aporte real al crecimiento de las exportaciones o a la sustitución de importaciones; que no se aproveche de los escasos ahorros domésticos disponibles sustituyendo así las inversiones normales que debe realizar; y que no abuse de posiciones monopolísticas.

Con tales criterios, se pueden corregir las desviaciones de la política de inversiones extranjeras que hoy se advierten, tales como la absorción de empresa nacionales ya establecidas; los movimientos especulativos de capitales foráneos que, a través de entidades financieras

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como fondos mutuos, están captando cuantiosos ahorros domésticos para inversión en el exterior; y el uso privilegiado del financiamiento bancario nacional para el montaje y operación de empresas extranjeras.

En cuanto a la explotación de los recursos naturales agotables, el liberalismo debe fijar como objetivo fundamental el de la "colombianización de tales actividades, mediante un aporte creciente de capitales propios, públicos y privados, parra tal efecto. Y en relación con la industria petrolera, debe perseguir el fortalecimiento de la Empresa Colombiana de Petróleos, con miras a que en un futuro aquella industria pase a maos del capital nacional.

Las normas del estatuto de capitales extranjeros, inspiradas en criterios como los señalados atrás, deben ser estables y disponer también en forma clara que el capital extranjero que el país acepte gozará de iguales garantías que el capital nacional, a más de garantizarle su repatriación y las remesas de sus beneficios dentro del marco general de la política de desarrollo que adopte el estado colombiano.

Educación, cultura y salud

El Liberalismo afirma que es función primordial del sistema educativo eliminar, desde la escuela las barreras de clase, a fin de fortalecer el proceso de integración nacional. Que debe ser propósito permanente suyo lograr de manera progresiva una educación publica gratuita y obligatoria en los niveles primario y secundario y gratuita en los superiores. A partir de los niveles medios, el estudiante deberá retribuir el beneficio recibido de la comunidad en servicio social obligatorio, como la manera más adecuada de integrarse a la Nación. El Liberalismo debe respaldar, igualmente, las medidas tendientes a la formación de fondos que les permitan a los profesionales retribuir a la comunidad las inversiones hechas en su formación universitaria.

El Liberalismo aboga porque se adelante un gigantesco esfuerzo nacional para la erradicación del analfabetismo y la educación de adultos, a fin de que el inmenso porcentaje del pueblo colombiano que no ha tenido acceso a la educación y por consiguiente ninguna posibilidad de ascenso social, adquiera una conciencia de los valore democráticos y participe como elemento activo en las decisiones de la comunidad y en el proceso de desarrollo de su país. Ningún proyecto de desarrollo en Colombia puede transformar las estructuras de la Nación, si no se aboca enérgicamente por el Estado la tarea de ofrecerle al pueblo las oportunidades de educación que hasta ahora han sido privilegio exclusivo de grupos minoritarios.

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El Liberalismo considera a la Universidad como instrumento decisivo del desarrollo, no sólo en el sentido económico, sino también en el social, cultural y político El partido reafirma de modo categórico su pleno respaldo al principio de la autonomía universitaria, garantizada por medio de adecuados recursos financieros.

El Liberalismo aspira a que los vehículos de comunicación de masas sean empleados como medios de popularización de la cultura. La radio, la televisión y el cine deberían estar obligados a cumplir un mínimo de tareas educativas.

El Liberalismo defiende como principios insustituibles de su doctrina, la libertad de cátedra, el libre examen, la libre investigación y la orientación científica y humanística de la educación.

El Liberalismo considera que la salud es uno de los derechos Humanos; que las precarias condiciones de salud de una comunidad y la falta de servicios higiénicos son factores permanentes de inconformidad social; y que la salud es elemento básico del desarrollo, por cuanto afecta directamente el aprovechamiento de los recursos naturales, la fuerza de trabajo y el monto y la inversión de capital. En consecuencia, el Liberalismo aboga porque se adopten, entre otras, las siguientes medidas.

Modificación del Artículo 19 de la Constitución para consagrar en ella el principio de que la salud es un derecho inalienable y que corresponde al Estado garantizarla y procurarla.

Elaborar un plan nacional de salud como parte integrante del plan nacional de desarrollo.

Ampliar los servicios de seguridad social hasta lograr su universalización.

Impulsar programas de bienestar social que comprendan aquellos factores no incluidos en los planes de salud, vivienda y educación. Para ello se deben establecer normas severas sobre la responsabilidad paterna; estimular la planeación familiar y la educación sexual; y procurar una efectiva protección a la infancia y a la juventud, que abarque los aspectos biológicos, psíquicos y morales. Así mismo deben procurarse medios de recreación a la comunidad y asegurar el pleno empleo para prevenir las principales formas de patología social, como la vagancia, la prostitución y la delincuencia juvenil.

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¿POR QUÉ SOY LIBERAL?

Luis Eduardo Nieto Caballero52

El individuo y el Estado

No es fácil, ni mucho menos frecuente, que el hombre provoque en si mismo la desnudez cartesiana. Nadie parte de un principio pare saber a dónde llega. Nadie tiene el espíritu como una serpentina. La vida no es lógica, ni el pensamiento es lógico, cuando se trata de buscar la esencia de las cosas, sino en media docena de inspirados. Ni Descartes mismo empezó una nueva vida mental cuando partió del "pienso, luego existo". En el seguían labrando canales, pare las corrientes de esa vida, cien influencias ocultas, de sangre, de medio, de educación, de salud, hasta de panorama. Si eso ocurre con uno de los mas grandes filósofos, qué no ocurrirá con el termino medio de una humanidad sacudida por todos los estímulos y sodas las contradicciones!. Quien puede precisar, sin mentir o sin engañarse, el momento en que una idea, de las fundamentales, de las que se convirtieron en sustancia de su propia sustancia, le llegó de visita ?

Puede uno tener vagos recuerdos y hasta vagas sospechas de que fue fecundado por la idea en determinado momento. Pero cómo asegurar con absoluta nitidez que no lo estaba antes? será mas bien que la mente es un imán en el que no se prenden sino pensamientos que riman con algo que hay dentro? Un concepto es en ocasiones la fórmula de sentimientos que no habían logrado condensarse, para su explicación, en palabras. Los ojos que lo ven, los oídos que lo escuchan, lo captan. Parece una iniciación. Y es apenas una cristalización de lo mismo que ya se tenia en estado vaporoso. Quiero dar un ejemplo. Tengo para mi que una de las indicaciones de mayor influencia en mi vida de escritor, en mis actividades de ciudadano y casi de simple miembro de la sociedad, la 52 Político, periodista y diplomático nacido y muerto en Bogotá (1888-1957); formó parte del “Canapé Republicano”; Director de El Espectador entre 1919 y 1921; Senador de la República y Presidente del Congreso; Diputado por Cundinamarca; Fundador del colegio “Gimnasio Moderno” con su hermano Agustín.

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encontré en Franklin. Es algo sin importancia, que sin embargo pare mi la tuvo enorme. Dice en su autobiografía o en la Ciencia del buen hombre Ricardo que no se debe afirmar: "las cosas son", sino "me parece que son". Ahí estoy yo, esta el relativismo y esta la tolerancia.

No hay para mi característica tan honda del verdadero liberal como esa. Quien contempla el matiz, quien acepta que puede estar equivocado y respeta profundamente la sinceridad ajena, es un liberal pleno, cualesquiera que sean sus ideas, porque el liberalismo, mas que una doctrina, es un temperamento. Somos tan ignorantes todos, pequeñas hormigas en la esfera que rueda por los ámbitos, viajeros de orientación desconocida y de procedencia ignorada, que debemos conformarnos con las explicaciones del universo y de la vida que nos satisfacen a nosotros, sin tratar de imponer esas nociones a quienes se satisfacen con otras diferentes. Nos marcó el destino para la vida en común. Somos animales sociales. Aceptada la premisa, debemos procurar que la sociedad se organice para la libertad y que no haya en ella nada que coarte el legítimo desarrollo de nuestra personalidad, ni que se oponga a nuestra marcha ordenada hacia la dicha.

Fue una conquista de los siglos la de los derechos del hombre. Puede ser cierto que el hombre no nace con derechos, pero la sociedad ha convenido, para el mejor-estar de la especie y para el florecimiento de virtudes que hacen del planeta un sitio amable, en que nace con ellos. Deber de todo gobierno es respetarlos, sin otra limitación que la que imponga la utilidad colectiva. Se trace imperioso el ejercicio de la autoridad. Pero la autoridad no es respetable, ni acatable, ni siquiera aceptable, por el hecho de serlo sino de merecerlo. Toda autoridad que extralimita sus atribuciones, y con mayor razón la que ofende o desacata los principios a que debe estar sometida, trace imperiosa la desobediencia y obligatoria la sanción, por las vías regales, si resultan suficientes, es decir eficaces, o por las vías de hecho cuando no hay otro recurso.

El sentido religioso o simplemente conservador de la autoridad debería traer invulnerables a quienes la ejercen, como representantes de Dios, autor de todo lo creado y dueño de establecer las normas a que los humanos deben estar sometidos. Pero el sentido liberal rechaza esa representación directa, esa delegación de poderes, que en ninguna parece consta, sea en la esfera religiosa, sea en la esfera civil, y no ve en la autoridad sino el principio del orden, que la misma autoridad viola cuando sus determinaciones o sus actos provocan, como defensa licita, la reacción del desorden. Horrible es la violencia. Todo cambio justo, deseable por lo menos, se le debe pedir a la razón, con la razón, sencillamente. Pero cuando las voces libres se apagan en la maquina

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neumática y arriba no se oyen sino las indicaciones del personal capricho, no hay otro remedio, en guarda de los fines mas altos de la sociedad y de los derechos imprescriptibles del ciudadano, que apelar a la fuerza.

Necesidad humana es la justicia. Por eso la independencia del poder judicial es garantía de todas las libertades y derechos. Por eso el poder ejecutivo debe tener limitaciones y ver en lo alto, pendientes de un hilo, como la espada de Damocles, las sanciones, para toda exageración y todo abuso. Es función primordial del gobierno la de dar seguridad. Debe darla contra el mismo y contra todos los peligros y malos elementos de la sociedad y de fuera. Seria mejor que no hubiera necesidad de gobierno. El anarquista que abre el alma a la esperanza del día en que los hombres se conduzcan sin gobierno como si el gobierno existiera, realice un tipo de perfección moral que poco dista de la comunidad de los santos. Pero la naturaleza humana es defectuosa. La autoridad se hace indispensable. Los tribunales surgen, las cárceles se abren, los soldados y los agentes de policía aparecen con la misión de dar seguridad y de poner a buen recaudo a cuantos contra ella conspiren, pero no con el derecho de castigo, que no debiera concedérseles, sino con el de defensa Individualismo y cooperación

La autoridad defiende al individuo y se defiende contra el individuo. Defiende a la sociedad, mejor dicho, el deseo de expresión individual, de creación, es el mayor factor de progreso en todas las naciones. Como lo dijo el presidente Hoover, no deben ponérseles barreras a los impulsos fundamentales del hombre. Pero hay que seguir con cuidado la marcha de esos impulsos. Del propio modo que la ausencia de gobierno es un ideal inalcanzable, la total soberanía del individuo es otro ideal al que se opone la naturaleza. Hay seres elegidos. "Quiero al hombre, dijo Vinet-y así esta grabado en el pedestal de su estatua en Ginebra-dueño de si mismo, a fin de que pueda ser mejor el servidor de todos". Ahí esta el ideal de servir, medida y prueba de caracteres magníficos. Pero no todos lo tienen. Y el individuo, dejado a su solo impulso, no se trace dueño de si mismo pare servir a los demás sino para explotarlos o dominarlos. La autoridad interviene.

Hay que saber los limites de esa intervención que es variable en el espacio y en el tiempo. Para todo es indispensable contemplar las necesidades de los individuos, su idiosincrasia, el rumbo y la intensidad de su cultura. Pero en líneas generales, contra lo que el individualismo debe luchar hasta rabiosamente, es contra la absorción de la persona en la especie. La igualdad esta bien en la fe, pero en la naturaleza no existe.

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"La verdadera democracia, decía don Santiago Pérez a sus discípulos, consiste en el reconocimiento y sanción de las desigualdades naturales". "Donde la igualdad no existe, la libertad es mentira", exclamaba Luís Blanc con toda su energía y toda su ofuscación de revolucionario del 48. El iba hacia esa absorción que tantos otros consideramos depresiva, inconveniente, perjudicial para la unidad y perjudicial para el grupo, porque suprime la fuerza del interés individual, que buena o mala actúa, y seguirá actuando, hasta cuando el hombre se haya modificado con el correr de los siglos. No hay otra solución que la del término medio. Faguet, después de consideraciones dilatadas, de extraordinaria sagacidad, encontró en el lema de Francia la fórmula excelente: "Libertad e igualdad, dijo, son opuestas, pero la fraternidad las reúne". La fraternidad, la solidaridad, son, deben ser, el criterio social sano. La nivelación por lo bajo es una intolerable aspiración de la envidia. Acaso por eso dijo Camilo Desmoulins: "Licurgo hizo iguales a los lacedemonios como la tempestad hace iguales a los náufragos".

El individualismo marcha hacia la cooperación. En esta hay, pero libre, pero voluntaria, una fusión de igualdades. En la lucha impiadosa a que obligue el imperativo económico, el individuo aislado perece. Es su propio interés el que viene a aconsejarle la unión con otros individuos colocados en el mismo plano. Dentro de ese criterio, la competencia, en lo que tiene de feroz y de asesino, se acaba o se atenúa y, como decía un sindicalista, se forman grupos de capital y de trabajo por la solidaridad de antagonismos mutuos. En esas grandes asociaciones o en las fabricas dirigidas con alta inteligencia, donde los caminos que parecen trazados por el corazón son los mismos que recorre y amplía la conveniencia, se llega al mejoramiento de la clase obrera más aprisa que por el sistema de la agitación o de la marcha confusa hacia la dictadura del proletariado. Tenemos así la paradoja, hecha verdad sencilla, de que los altos salarios disminuyen el costo de producción. Lo ha demostrado Ford. Y tienden a comprobarlo en todos los sectores del mundo los grandes industriales.

No es que el costo de un objeto disminuya con la simple fijación de un salario alto. Nada habría mas absurdo. Es que el salario alto aumenta la potencia del obrero, con el mejoramiento de su ánimo, el aprovechamiento de las horas ociosas en el deporte, en la escuela, en el rato feliz que le deja contemplar la vida como un premio y no como un castigo. Es que lo convierte en una mejor unidad económica, que a tiempo que se aprovecha de las ventajas de una retribución suficiente, compensa con una producción mayor o mejor el aumento que el fabricante o la asociación hayan tenido en el desembolso. Son las bien entendidas conveniencias del industrial las que han procurado el

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paulatino acercamiento al ideal cristiano. Y se confundirá con el ideal económico de la propiedad colectiva, sin expropiación, sin confiscación, sin lucha de clases, cuando el trabajador, como ya esta ocurriendo, se vaya haciendo accionista de la misma empresa en donde desarrolla sus actividades.

Procedieran todos los industriales de ese modo, la cuestión social iría desapareciendo. Se iría disolviendo en la armonía, en el provecho de las grandes masas. No serían ya los hombres buenos y sacrificados, los esclavos del taller y del campo, sino los agitadores de profesión y de especulación, los que seguirían soñando con la tarde roja. La violencia como solución iría cediendo terreno, hasta rendirse y entregarlo, a las huestes de la inteligencia. Por desgracia no todos lo comprenden, porque no todos poseen la capacidad o la sensibilidad necesarias. En la industria existe también el imperator. Contra su opresión, en guarda de la libertad individual, de la justicia, debe intervenir el Estado. Como debe intervenir cuando las fusiones de capitales, en la banca, en la industria, en el comercio, conspiran contra la ajena libertad y tratan de establecer monopolios crueles y absorbentes. La intervención del Estado y el liberalismo

No es verdad que el liberalismo intervencionista sea un contrasentido, como tampoco lo es el conservatismo anticlerical, según el país, según la hora. En una polémica, que es uno de mis mejores recuerdos periodísticos, sostuve la tesis del intervencionismo, como eminentemente liberal, en pugna con uno de los hombres de mayor calibre mental que haya dado el país: el doctor Eastman. En los artículos que escribí, y que junto con las respuestas del ilustre contendor reuní en un volumen con el nombre de Ideas liberales, creí haber dejado demostrado que dentro del concepto de seguridad, único que aquel aceptaba, cabe todo el intervencionismo. Es muy sencillo llegar a la misma conclusión con el concepto de libertad, que es el arco toral y la cúpula del liberalismo. Hay que defender al individuo contra la asociación de individuos. Hay que proteger a la sociedad contra el abuso a que llega la libertad sin control, ejercida por sujetos que no la entienden sino en su beneficio. Hay que garantizar a cuantos viven contra el peligro de adulteraciones, falsificaciones, incompetencias y audacias que creen ampararse en la libertad y sólo son despotismos disfrazados. Hoy nadie puede ser amo absoluto de su taller, de su almacén o de su hacienda. El Estado vela y debe velar porque los derechos de los individuos subalternos sean reconocidos y amparados.

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El ideal de Spencer: "el minimun de gobierno y el maximun de libertad" sigue siendo el ideal en cuanto signifique el progreso del hombre, que haga innecesarios la vigilancia superior y su consejo. Pero no lo es ya, frente a la realidad que día por día se trace más compleja, cuando el poder del oro tiende a superar al de la colectividad, y el hombre malo puede ser el sujeto todopoderoso, a condición de que sea rico. Para garantizar la libertad, el Estado debe poner condiciones. Así se reglamenta la inmigración, se exigen certificados de idoneidad para el ejercicio de las profesiones, se impone el descanso dominical, se dan reglas para los talleres, se establecen medidas pare asegurar el alimento puro, se prohíben determinados comercios, se prescriben normas obligatorias de higiene. Las atribuciones del Estado han ido creciendo en defensa del progreso del Estado, de su misma integridad, pare hacer frente, como una sola unidad política, económica y social, a otras unidades, es decir a otras naciones, que sin esa voluntaria determinación podrían desalojarlo o absorberlo. Mil cosas podrían decirse en materia de educación, de cultivos, de transportes, de aranceles, de concesiones, de bancos, de sociedades de toda índole, para probar que en múltiples casos la libertad no se sacrifica sino se robustece con la intervención del Estado.

Ya está dicho que el sistema de absoluta libre competencia de Ricardo era la apoteosis del egoísmo y llevaba a la revolución social. Hoy se conviene en que la verdadera teoría económica debe edificarse sobre un análisis correcto de la naturaleza humana. Así como se viene clamando por una nueva teoría de los salarios, como indispensable en interés de la justicia y del orden, debe ponerse énfasis en el principio de que la moral debe vigilar todo el proceso económico. Es noción moderna la de la unión estrecha de la psicología con la economía. El homo aeconomicus, tal como lo recordaba yo en la tesis sobre el papel moneda que presente en la Escuela Libre de Ciencias Políticas de París para ganar un diploma, es una concepción irreal, y de esa suerte queda minado por la base todo lo que se funde sobre abstracciones, sobre ciencia pura, sin el permanente recuerdo del hombre como compuesto de necesidades, de impulsos, de caprichos, de aspiraciones, en una palabra, de materia y de alma. Vuelve ahí a prestar servicio, en la conciencia del estadista y del sociólogo, el principio de la fraternidad, que se halla en Cristo. Por eso tenia razón Valle Inclan cuando en su Romance de lobos ponía esta exclamación en labios de uno de los personajes: "La redención de los humildes hemos de hacerla los que nacimos con ímpetus de señores cuando se haga la luz en nuestras conciencias. Pobres miserables, almas

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resignadas, hijos de esclavos, los señores os salvaremos cuando nos hagamos cristianos". Las ideas de patria y propiedad y el liberalismo

En la marcha hacia esa redención muchos conceptos tendrán que modificarse. La propiedad, entre otros. No cambiara el vaso, pero si el contenido. Indispensable para el progreso común y para el cabal desarrollo del individuo, que sin ese sentido caería en la inacción, a menos que lo hiciera trabajar el látigo, la propiedad será eterna, pero irá sufriendo modificaciones que la adapten a las necesidades del mundo. El ideal seria la supresión del mío y el tuyo, sin que por ello se entorpeciera el desarrollo de los pueblos ni el funcionamiento de la máquina económica. Impuesto, será la infamia del despojo, la violación de un derecho sacrosanto, ganado con el sudor y con la mente. Consentido, seria el síntoma de una humanidad superior, de alma radiante, descendida de uno de los más altos pianos astrales de que hablan los espiritistas. “llegaremos a ella? Quizá. Como podemos llegar a tener alas también, o a transportarnos de un sitio a otro sin otro esfuerzo que el pensamiento. Pero mientras la hora llega, no es del todo inconveniente que el Estado garantice a los ciudadanos el derecho de propiedad, en ejercicio de una de sus funciones primordiales.

Mientras la humanidad no mejore existirán cortapisas. Doy otro ejemplo: el amor. Día llegara en que se acepte la moral de la unión libre. Lo que constituye la santidad del matrimonio, y debe traer indisoluble el vínculo, no es la epístola de San Pablo ni la bendición del sacerdote sino la unión del afecto. Sin amor, ha podido pasarse por el juzgado, por la notaria y por la iglesia, sin que el matrimonio dejara de ser otra cosa que un concubinato legalizado, más inmoral que el concubinato puro y simple, porque a este ha podido santificarlo un sentimiento superior al deseo. Lo esencial es la atracción, el juramento íntimo que se hicieron dos seres para acompañarse en la vida, para formar un hogar, para sentir en el espectáculo de los hijos el goce supremo de la creación, la sensación de plenitud que se apodera de cuantos saben que Dios habla en el corazón y en el mismo corazón castiga o recompense. Lo demás fue solo fórmula, acatamiento de los usos sociales, venia a la tradición, sin otra importancia pare el filósofo que la que tiene el vestido blanco de la desposada o la alegre reunión que se acostumbra después de la ceremonia. El sacramento esta en el sentimiento. Los matrimonios sin amor son yunta, son prostituciones, son desgracias, son crímenes. Dios no los bendice aunque los hayan bendecido el alma, el rabino, el juez, el

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pastor o el sacerdote. La sociedad, con todo, se pase de lo externo. Y así continuara hasta cuando la naturaleza humana haya evolucionado hacia mejores concepciones éticas.

Puede aceptarse también que es hombre más libre, más moral, más obediente al destino para el que fue creado, aquel que se siente ciudadano del orbe y considera una aberración las fronteras. Pero en el estado actual de mundo, desgraciado aquel cuya nación profesó el principio del amor igual pare todas las naciones, que destinada está a ser absorbida, y en el estado actual del alma, desgraciado del que no sienta la emoción de la bandera! Tan arraigados nos sentimos al lugar donde nacimos; tan completa fue la impregnación de sus paisajes, de su tradición, de sus instintos; tan profundamente se grabaron en la mente y en el corazón los ideales y hazañas de los muertos; fue tan perfecta la modelación de la sensibilidad; tan enaltecedores parecen los esfuerzos por el bien de cuantos nos rodean, y tan atractivas y luminosas se ven las realizaciones del porvenir, nebulosas que nos invitan a ayudarles en la condensación, que parece incomprensible el hombre que no sienta un sagrado temblor ante la patria. La patria es adorable, es digna de todos los sacrificios y de todos los desvelos, del tesón por defenderla y por servirla, convertido en religión, hecho culto de cuanto la enaltece. Han buscado el monopolio del amor hacia ellos los místicos de la tradición, que hacen una extraña amalgama de las ideas políticas y de los sentimientos. En los últimos no cabe la exclusión ni aún de los mismos que aceptan la patria internacional, la patria universal, que es la de Cristo, porque algo superior al pensamiento propaga con rapidez, en terreno tan fácil, sus raíces. Es acaso Jaurés, considerado como enemigo del ideal de patria, quien puso en la definición de la patria el acento más hondo, al hablar, en frase incomparable, en que citaba los motivos de adhesión a la sierra, de "la inmovilidad de los sepulcros y del vaivén de las cunas". Todo el ayer, en que domina el arrullo de la madre, todo el mañana, en que alumbra la promesa del hijo, están en esa síntesis de los motivos caudalosos que, como "ríos de alboroto o de silencio", nos llevan al mar de la patria. "El patriotismo, decía un pensador, es todavía la mejor de las instituciones militares".

En todas las actividades, en todas las ideas, ha de influir la adhesión a la sierra. Tendrán que ser diferentes las doctrinas y los actos de quien la sienta con ardor y los de quien la sienta con frialdad. En la prensa, en la tribuna, en la cátedra, en el parlamento, en la oficina, en el negocio, serán distintos y a veces antagónicos el lenguaje o la actitud de cuantos se hallen en el uno o en el otro extremo. Es inconfundible el

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acento del que habla con un amor, con un dolor, con un temor, de patria. Pero una cosa es el sentimiento y otra la comprensión. Del propio modo que cualquiera es capaz de suspicacias, de calumnias, de insultos, de deseos, lúbricos u homicidas, a que sin embargo no da expresión, por aseo mental, por cultura, fácil es de comprender cómo puede ser irresponsable el individuo que no siente la atracción de la patria, y más allá, sencillo es concebir cómo una humanidad superior podrá extender el concepto de patria a todo el mundo, y hasta podrá abolir los tribunales, las cárceles, los ejércitos y los gobiernos. No hay que ser feroces en el juzgamiento de los demás. Hay que oírlos. Hay que tratar de comprenderlos. Pero cómo es digno de compasión el que no siente el amor de la patria, porque ignore una de las emociones más hondas y más dulces de cuantas se pueden sentir en el planeta! Libre examen y tolerancia

Liberalismo es libre examen. Todo, absolutamente todo, es respetable, como obedezca a una convicción, sea producto de una sinceridad, indique un raciocinio.

Hasta lo perverso hay que estudiarlo, no pare justificarlo sino para explicarlo, para comprenderlo. El delincuente mental, el delincuente de obras, pueden solamente ser dos desgraciados. Hay tantas cosas que escapan a la humana penetración, ha sido tan diferente la formación de los diversos individuos, concurren tantos motivos de insospechada índole en la acción, que ante Dios, que si conoce todo, no debe haber responsables. No me hablen a mí de libre albedrío sino en el sentido muy restringido, muy relativo, en que podemos entenderlo los hombres. El determinismo preside la marcha de los átomos. Y desde la amiba hasta la nebulosa, todos obedecemos a leyes que no hemos formulado. El tenebroso criminal a quien maldecimos fue un hombre tarado, que desde el nacimiento estaba pagando ajenas culpas, que en su formación no encontró ejemplos, ni en su camino una mano que lo guiara, ni el desbordamiento de su instinto el cauce que hubiera llevado esa energía hacia fines de común provecho. Eso no lo sabemos, o lo sabemos vagamente, o apenas lo adivinamos en cada uno de los caves que se van sucediendo. Es odioso el concepto de que la ley no tiene corazón y de que el magistrado que le presta el suyo prevarica. Prevarica más bien el que no ahonda en la psiquis del individuo a quien juzga, y lo condena por ceñirse a normas de derecho que nada tienen de definitivo. El juez Magnaud, por instinto genial, antes de perder la cabeza exagerando el principio, aplicó a sus juicios el corazón, que era la mejor manera de

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aplicar la inteligencia. Y dejó un ejemplo luminoso a los jueces. Pensemos siempre en que todo lo que no sabemos lo sabe Dios, y que Dios, para ser justicia, tiene que ser misericordia. De no ser misericordia, la creación seria una especie de borrachera y de vértigo.

Dentro de la creación, aceptando que la sociedad tiene pleno derecho, por lo menos el derecho biológico de defenderse para aislar a los elementos nocivos, debemos tratar de indagar, cuantos tenemos sentimientos liberales, los móviles humanos. Todo debe tener explicación. Todo es discutible. Pascal decía que los hombres no razonaban defectuosamente. Las equivocaciones provenían, en su concepto, de la voluntaria o de la involuntaria restricción del campo visual. "Cuando se quiera discutir con utilidad y mostrar a otro que se engaña, debe observarse por que lado contempla él el asunto, porque ordinariamente por ese lado es cierto". Mucho se les quitaría a la ardentía de las luchas y al borbotar de las pasiones si siempre se quisiera observar tan sencillo y tan extraordinario precepto. Entre nosotros, el doctor José Ignacio Escobar, en ocasión solemne, hablaba de este modo: "Si tuviéramos presente que somos falibles o que pueden ser erróneas nuestras opiniones, no coronaríamos de espinas a los que las ponen en duda y las discuten; seríamos indulgentes con los que en busca de más luz penetran osadamente en lo desconocido; no olvidaríamos que no se mejora sin innovar, ni se innova sin atacar más o menos lo existente". Ahí están esbozados los derechos de la duda. "Si amásemos de veras la verdad , respetaríamos a su madre que es la duda", agregó el pensador colombiano, cuyo criterio, vasto como una catedral, y como esta llena de sonoridades, reivindicó el derecho al error. "El error también es útil: él tiene su destino en la economía mental como lo tienen los volcanes en la economía terrestre". El error puede ser la verdad que anda a tientas, puede ser la oruga que busca ser mariposa.

Mientras no sea deliberado, es acreedor al respeto. ¿Quién puede garantizar que la paradoja de hoy no será el prejuicio de mañana, y que el principio rechazado por perjudicial no ha de ser provechoso en otra parte ? Pascal sigue siendo el maestro. Hay que oírlo muchas veces: "Casi nada, exclama, se ve de justo o de injusto que no cambie de calidad cuando cambia de clima. Tres grados de elevación del polo derriban toda la jurisprudencia. Un meridiano decide toda la verdad. Las leyes fundamentales cambian. El derecho tiene sus épocas. Divertida justicia la que un río o una montaña limitan! Verdades de este lado de los Pirineos, errores del otro lado". Otro argumento para el determinismo.

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Liberalismo debe ser adaptación, debe ser concesión a la verdad que haya en la opinión ajena. Mientras más inteligente sea un hombre, mayor será su facilidad pare distinguir los matices. Mientras más noble sea, mayor también será su disposición a tolerarlos. Hay quienes sufren de daltonismo mental, pero son probos en la declaración de lo que ven, de donde se infiere la necesidad, no de negar, presentando como verdad lo contrario, sino de examinar el órgano. Nada más digno de aceptación expresa que el relativismo, dentro del cual caben todas las ideas o todos los movimientos, lanzadera del error a la verdad, de la verdad al error, que va dejando su hilo en la trama de la duda. Cumplido el fin social, el individuo no debe darle cuenta a la sociedad de sus creencias. Lógicas o ilógicas, suyas son, para su reposo o para su inquietud. Al grupo social, como grupo, no debe interesarle sino cuando se transforman en actos. La vigilancia no es para ejercerla sobre el pensamiento. Lo que la sociedad observa es la conducta.

Si esa conducta es inspirada en una doctrina o en la otra, el problema puede interesar a la psicología pero no a la política. Desde el punto de vista social han de ser nobles todos los principios que determinan el florecimiento del buen ciudadano. Ese buen ciudadano sale aquí del catolicismo, del conservatismo, del liberalismo, del libre pensamiento. Más allá, del protestantismo, del budismo, del mahometismo, del laborismo, del comunismo, de lo que a bien tenga, de lo que en las diversas meningias haya impreso la vida. Lo interesante es que acomode sus actos a normas que no entorpezcan al fin social y que respete las que al mismo resultado han conducido a otros acres, venidos de contrarios campos o alimentados ideológicamente con diferentes raíces. Nadie puede erguirse como poseedor de una verdad definitiva, absoluta, igual para todos. De intentarlo, seria un obcecado, un enfermo, un farsante. Todo es cierto para quien así lo considera o en ello encuentra motivos de acción sana. Puede no serlo en el mismo sentido o con igual intensidad para el vecino. Es absurda pretensión la de hacer del vecino un secuaz. Basta el llamamiento a su razón, si equivocado se le considera, pero es vil dirigirse a su interés, y cobarde aprovechar su miedo.

Spencer asegura en Los primeros principios que hay un alma de bondad en las cosas malas y alma de verdad en las falsas. Nadie debe olvidarlo. Por eso es tan digno de veneración lo sincero. En todo lo sincero, que por serlo es respetable, hay una verdad, grande o pequeña, que merece el esfuerzo de pulirla. Se impone como deber de inteligencia y como necesidad de vida una gran tolerancia. Es la virtud de mayor dificultad y la más condenada en el planeta por todos los que venden específicos. Esos furibundos afirmativos imaginan al hombre tolerante

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como un ser desprovisto de amor por las ideas, sin valor, sin capacidad pare la lucha, especie de organismos de algodón, sobre el cual pueden repetirse los golpes, o líquido que toma la forma de los diversos vasos en donde se vierte. Nada más aberrante. Es precisamente el amor a las ideas el que determina esa noble actitud de expectativa. Son el conocimiento más profundo del corazón humano y la experiencia más honda de la vida, el más dilatado estudio de las acciones y de las reacciones y la más amplia visión del panorama, los que determinan, no el eclecticismo, no la indiferencia, sino la simpatía, para todas las manifestaciones del espíritu, lo mismo en política que en religión, en arte que en literatura. Toda forma nueva produce sobre la vieja noción el mismo efecto del limón sobre la osta viva. Trátese de un estadista, de un critico, de un poeta, de un pintor, de un sacerdote, en todos los vastos dominios del arte y de la ciencia, es frecuente la actitud de reserva, la anticipada prevención contra lo que llega a alterar las normas establecidas, los que vanamente se tenían por principios absolutos. Lo absoluto no existe ni en las matemáticas. Provisionalmente se puede aceptar lo que estas dicen como definitivo. Pero no ha de faltar el revolucionario que de pronto aparezca con una teoría que deje bamboleando las construcciones más sólidas. Cuando empieza a hablarse del peso de la luz, del universo curvo, de las distancias interestelares entre los átomos que componen las células, de mil cosas más, ininteligibles para el común de las gentes, rectificación a lo de ayer, mientras llega para las nuevas teorías la rectificación de mañana, no es cobarde sino prudente la espera, o por lo menos el desapasionamiento.

En alguno de sus libros, León Daudet, que es un médico, además de un polemista y de un escritor jugoso y caudaloso, habla de la inteligencia de los microbios, en quienes supone una estudiada asociación defensiva contra los sueros que los acaban, como explicación del fracaso de algunas inyecciones. Será mañana la derrota de Pasteur como los biólogos de la actualidad están derrotando a Darwin. Se creía verdad científica la que proclamaba la unidad de la especie, y mil conferencistas, esparcidos por todo el orbe, probaban la transformación, en desarrollo de una ley de evolución cuyos principios básicos parecían intocables. Actualmente se están desmoronando. "Todo, agregó el mismo Daudet, se afirma y se niega alternativamente en medicina". ¿Cómo no ha de suceder lo mismo, y con mayor razón, en las teorías educativas, en el drama, en la pintura, en la métrica, en todo lo que se dirige a los sentidos, en todo lo que impresiona a la mente, en todo lo que halaga al corazón, si los tiempos van trayendo nuevas maneras de sentir, si el oído y la visión se modifican, si la construcción ética se resquebraja, si determinados

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principios de estética sucumben, si algunos dogmas de la religión ya no responden a un intenso afán de comprensión o a una necesidad imperiosa de consuelo? "Los árboles, el sol, el cielo, escribió Marcel Proust-serían diferentes de lo que los vemos si fueran conocidos por individuos que tuvieran los ojos distintos de los nuestros". ¿Cómo los verán en Marte?

Pero ni la idea de otro planeta es necesaria. El cubismo trajo una nueva concepción a la pintura. Dentro de las exageraciones de escuela y en la alegría que cause desconcertar al burgués, con el ataque a su sentido común, siempre ha quedado de aquel, en las artes decorativas, un elemento apreciable. Algo quedó del decadentismo, del simbolismo. Algo quedara del suprarrealismo, del unanimismo, de la poesía sin rima y sin ritmo, de las imágenes audaces, de la sinestesia, de los juegos malabares de la inteligencia, en literatura, en música, en política, en economía, en religión en todo lo expresable con palabras y con signos, con sonidos y colores, con palabras y fórmulas, porque todo, aún dentro de la teoria del eterno retorno, es cambiante y fugitivo. La religión y el liberalismo

Por eso, por lo que nada hay cierto y mucho menos estable, es digna del más profundo acatamiento la fe. Representa la conquista de un hombre sobre su propia inquietud o es la vacuna preventiva contra desoladores contagios. Es el ancla que el navegante arroja cuando le teme al capricho del viento o de las aguas. En la fe se encuentra algo que sí tiene caracteres de absoluto para quien la posee. El error consiste en generalizar, en asegurar que la misma influencia ha de tener sobre otros individuos. Ocurre con ello lo que con las drogas. Quien debió su curación a alguna, la recomienda, sin ser médico, a quien sufre de algo análogo a lo que él sufría. En el nuevo paciente puede producir el mismo efecto, pero puede no producirlo. Es cuestión de organismos. Lo que a unos cure a otros mate, según su constitución y sus lesiones, sus costumbres, su herencia, el funcionamiento de sus órganos. Las mentes también funcionan de diferente manera, la sensibilidad es proteica, la capacidad es variable. Para unos es indispensable el encarnizado análisis de la vida, la meditación acerca del destino, la contemplación del universo, en la búsqueda afanosa de una pequeña verdad consoladora. Para otros eso mismo se alcanza nada más que con decirle sus cuitas a un confesor o con encender una vela ante la imagen de un santo. ¿Por qué combatir esto? Es pueril para quien no tiene la fe. Es santificante pare

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quien la tiene. La sociedad, en ambos casos, repito, no ha de tomar en cuenta sino la conducta.

Los mitos son necesarios y son inofensivos. Su refracción en algunas mentes puede ser defectuosa. En otros es nítida y de un multiplicado poder en la iluminación, hacia adentro y hacia afuera, es decir, en los pensamientos y en los actos. No hay necesidad de que uno sólo sea el mito, como no hay necesidad de que la religión sea una sola. En donde existen verdadera libertad y verdadera tolerancia, la multiplicación de religiones, como la multiplicación de partidos, síntomas son de preocupación, de investigación, de trabajo mental. A Lamennais, en su época de ultramontanismo, no le preocupaba como grave el error sino la indiferencia. "El siglo más enfermo no es el que se apasiona por el error sino el que descuida o desdeña la verdad". Dice mucho, en favor de un país, de una conciencia, el debate acerca de los grandes temas espirituales, por cuanto demuestra el interés que inspiran. En donde esos puntos no se tratan, la resultante es de materialismo vulgar, de desvinculación con aquello desconocido y presente a que el instinto nos ata. Es mucho mejor el error que sale con el calor de la verdad, con el deseo de serla, que la entrega del espíritu al desdén, en donde se suman y compendian las naturalezas sin fuego.

Es semejante el impulso que lleva a los unos a la capilla, a los otros a la mezquita, a los otros a la sinagoga. Elación del espíritu, comunión con el principio creador del universo, ansia de purificación, suplica del corazón, necesidad de equilibrio, de consuelo: el móvil es el mismo. Como es el mismo el lenguaje de las lágrimas, y el del dolor que se revela en convulsiones, en gravedad, en la palidez del que, herido mortalmente, sintió que iba perdiendo algo mejor que la sangre. O es el lenguaje del jubilo, de la acción de gracias, del ex-voto que se lleva pare atestiguar que una merced fue concedida, de la lámpara encendida por la fe y alimentada por ese aceite que lo suaviza todo y que mane de una fuente llamada la esperanza. ¿Qué importa entonces que la invocación sea a la Virgen, a Mahoma, a Buda o a Bachue? Uno mismo es el proceso en los devotos de los diversos credos, y nadie es responsable por la ignorancia de mitos y de ritos que en un pueblo cualquiera se estiman como únicos.

La necesidad de creer es tan tiránica que de la misma increencia resulta el fanatismo. El mito científico es una modalidad de esa actitud de la mente. Clemenceau, tan lúcido en sodas las consideraciones que hace en el libro, Au soir de la pensée, balance de sus ideas, sorprendente recopilación de datos, admirable demostración de la capacidad de comprender y del ansia de saber, de un hombre que a los ochenta años

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todavía le hacia guiños de don Juan, a la ciencia, falla, sin embargo, cuando ríe del sentimiento religioso y ridiculiza sus afirmaciones y sus símbolos. Más hacen reír los sustitutos. La verdad científica fuera la verdad, quizá podría aceptarse su imposición o el deseo de su aceptación como cuestión definitiva. Pero cambia."Se necesita más fe, decía William Jennings Bryan en un famoso discurso, para aceptar las demostraciones científicas del materialismo que para cualquiera de las religiones que conozco".

No hay verdadero hombre de investigación y de laboratorio, no hay filósofo entregado a la meditación de las primeras causas, que no haya reconocido, en ciencia, la ley de evolución y el carácter provisional de sus afirmaciones. El verdadero spenceriano, es decir aquel en quien se transfundió el espíritu no el que aprendió las lecciones, pensaría hoy contra algunas de las enseñanzas de Spencer. Nietzsche consideró verdadero discípulo al que traiciona al maestro, no en el sentido moral, sino en el que representa el abandono de nociones que sucesivas teorías han hecho viejas. En nuestros días el joven Krishnamurti enseña la doctrina de la liberación, es decir el rompimiento de las cadenas representadas en la ética, en la tradición, en la creencia y en la increencia, de donde el ocultista Fernand Divoire concluye, interpretando con fidelidad el pensamiento del joven misterioso, que el mejor discípulo es el que se liberta de él también, es decir el que no sigue la línea mental de Krishnamurti.

¿En el frontón de cuantas ciencias no habrá de escribir el hombre veraz y reflexivo, en perpetual renovación y exploración, palabras como estas que encontré en el prólogo puesto por Gregorio Marañón en uno de sus libros capitales? "La verdad biológica es rara vez una verdad completa y estable, sino fragmentaria y provisional. Da casi siempre la impresión de un trozo del objeto enterrado, que el arqueólogo va extrayendo de la sierra". Lo mismo ha de ocurrir a los exploradores del alma. Es tanto lo que actualmente se investiga a este respecto y somos todos, como acres, tan mudables, que el porvenir no ha de tardar en traer la división, que quería Proust, del análisis en psicología plana y psicología del espacio, para ahondar en el problema de por qué cada uno de nosotros no es siempre el mismo individuo, por qué a las intermitencias del corazón se agregan las fallas de la memoria y los misterios del universo subyacente que, como en el símil de Marañón, después de descubierto por el buzo va recorriendo el arqueólogo. Todos los días, para el hombre de estudio, han de ser de avance en el terreno de las adquisiciones. No hay detención jamás, es decir no hay verdad única.

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Lo que ayer fue cierto, hoy es error; lo que fue presentimiento, hoy es recuerdo.

Debemos sentir respeto por la verdad ajena. No importa que sea mentira a nuestros ojos o que este destinada a serlo. Mientras haga oficio de verdad pare quien la sostiene, verdad es, y así merece llamarse, aunque parezca tonta, aunque produzca risa. Otro día seremos nosotros el objeto de la risa. Lo que es odioso es el desprecio científico, simple incomprensión, o petulancia, de los que dicen sentir lástima por los que creen. ¡Cuanto más capacitados o más autorizados no han de sentirse estos, felices en la certidumbre, para compadecer a los que van en la escala vacilante en que pasamos de un error a otro error, según lo expresa Núñez! El mito de los incrédulos se acerca más al fetiche que el trozo de madera de colores, con tallados grotescos, en torno del cual danzan su zarabanda los indios... Pero las conquistas que trace y la manera como apaga el ideal o el sentimiento, en seres para quienes el corazón es apenas una válvula o un centro distribuidor de sangre, hace recordar la imprecación: "De esa ciencia, asesina de la oración y del canto y del arte y de toda la lira", que lanzó Verlaine en su famoso soneto al rey Luís de Baviera.

Se ha querido confundir en algunas partes al liberalismo con el jacobinismo. Es verdad que han dado pretexto para semejante abuso algunos de sus secuaces. El liberalismo que se convierte en toro, pare embestirle a la sotana, no es liberalismo. Debe aceptarse como permitida y conveniente la campaña de liberación del espíritu que tienda a arrebatarles presas a los sacerdotes. Pero yo entiendo que la labor ha de ser doctrinaria, calmada, sin ataque a las personas, mientras no den motivo justificable pare ello, capaz el buen criterio de reconocer las excelencias de algunas y listo a inclinarse ante la santidad del ideal que predican. Los verdaderos liberales fuimos lujosamente representados por Rodó en la polémica que tuvo con el doctor Pedro Díaz, para protestar contra la supresión del crucifijo en las escuelas, y debemos hacer propias estas nobles palabras:

"El libre pensamiento, tal como yo lo considero y lo practico, es, en su más intima esencia, la tolerancia, y la tolerancia fecunda no ha de ser sólo pasiva sino activa también; no ha de ser sólo actitud apática, consentimiento desdeñoso, fría lenidad, sino cambio de estímulos y de enseñanzas, relaciones de amor, poder de simpatía que penetre en los abismos de la conciencia ajena con la intuición de que nunca será capaz el corazón indiferente" El anticlerical, es decir el que odia a los ministros de determinado credo, no puede ser liberal. Es un hombre sin amplitud, limitado por la

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aberración que hace ver en quien ataca a los clérigos a un ser emancipado. Es más explicable, más justificable, el fanatismo clerical, porque hunde sus raíces en sentimientos y aspiraciones de que este carece. El primero tiene una idea equivocada de Dios, pero la tiene. Basado en una teoría especial sobre la vida eterna, creyente en la condenación de las almas, impresionado con la maldad que supone a los que niegan lo que él afirma y a él lo tranquiliza, no puede ver en estos sino réprobos. El libre pensador que corresponde con aversión y con persecución, es el mismo fanático, pero ya sin excusa. Siente un odio más feo y esta más sujeto al dogma, a un dogma sin moral, sin más allá, sin alegría, que el hombre a quien combate.

Una cosa es atacar al clero en sus actos y otra es condenarlo en su misión. El libre pensador no les reconoce a sus miembros el carácter sagrado sino en un sentido humano, de bienestar social, de admiración por la virtud, de respeto por la bella labor que desarrollan. Uno de los espectáculos mas nobles de la sierra es un sacerdote sencillo, benévolo, lleno de unción, iluminado por la luz de lo alto. En la ficción tenemos a monseñor Bienvenido de Víctor Hugo, al abate Constantino de Hallevy, a ciento más. En la realidad de Colombia, entre muchos, porque a ese respecto el país ha rodado con fortuna, baste citar al padre Almanza. Ante ellos se rinde el corazón. Hay ocasiones en que su misma ingenuidad hace llenar de pasmo la inteligencia. El que nada les reconoce, por aversión al hábito que llevan, es un jacobino. De esa clase era el benemérito general Quintero Calderón, quien me decía: "El mejor cura es el peor porque le da influencia a la casta". Y a él le cupo en suerte, por uno de tantos contrasentidos de la vida, estar siempre, sin creencias positivas, del lado de la Iglesia.

Es fácil y útil atacar a cuantos, contrariando su misión, se convierten en elementos de escándalo. Lo han dado muchos de los nuestros. Quizá no hay un colombiano que se haya enfrentado al clero con mayor decisión y con mayor frecuencia que el autor de estas líneas. No estoy arrepentido. He sabido distinguir al sacerdote que es apóstol de paz, del hipócrita que busca causar daño y del ser intrigante o iracundo que lleva bajo la sotana la espada del caudillo. Aun en estos mismos he sabido distinguir las luces de las sombras.

El que un día ha merecido mi condenación por actividades malsanas de político, otro día me ha arrancado una alabanza. Contemplaba otra faz: la del hombre de progreso, o de caridad, o de patriotismo encendido. Nadie hay perfecto, pero nadie hay completamente malo. Condenarlo en su totalidad es indicio de ofuscación, comprobante de un espíritu limitado o chiquito.

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Yo no he podido con las persecuciones. Se que gobiernos llamados liberales, de todos los tiempos y de todos los países, han despojado a los sacerdotes de sus bienes, los han desterrado , los han reducido a prisión, los han condenado a muerte. Todo es o es antiliberal, por lo mismo que es infame. Así el destierro del arzobispo Mosquera. No hubo principio liberal que no se violara con ese castigo injusto, aunque infligido por hombres llamados liberales. Y la pugna de Méjico, para hablar de algo reciente, avergüenza no solamente al que se titula o considera gobierno liberal de esa nación sino a la especie humana.

¿Cómo no sentir indignación ante el atropello, para no contemplar sino el aspecto más odioso, por menos necesario dentro de los fines de la persecución, de que fueron víctimas las escuelas en aquel país, cuando se las obligó a esconder o destruir las imágenes? Es el mismo problema que hizo levantar la voz poderosa de Rodó en el Uruguay, cuando fanáticos que usurpaban el nombre liberal quisieron desterrar a Cristo de los salones de clase. ¿Qué figura más pura, más inspiradora, abstracción hecha de toda consideración religiosa, puede ofrecerse a la admiración de los niños? ¿Será Sócrates, será Platón, será Buda? La historia puede repasarse. No ha dado la humanidad, ni volverá a darlo, nada más atractivo. Es toda la virtud, la conocida y la imaginada, hecha carne. Es la fuente de aguas vivas en que no solamente los cristianos sino todos los seres de la sierra, de cualquier religión, de cualquier raza, podrán calmar la sed, con la seguridad, ofrecida a la samaritana, de no volverla a sentir nunca. "El alma humana es naturalmente cristiana", dijo Tertuliano. ¡Y es esa luz, es ese manantial, es ese abrigo, los que se les querían quitar a las escuelas!

El propósito acaso no fue sino el de herir, en el propio corazón, a las gentes adversarias. Fue también el de probarles el imperio de la autoridad, de una ruin autoridad, el de ejercer un caprichoso dominio. Pero así como es irrazonable considerar cristiano al que profesionalmente robe, calumnia y asesina, lo es denominar liberal al que, con tan absoluto desconocimiento de los derechos individuales, hostiliza y persigue. La Inquisición es una de las más crueles demostraciones que haya dado el hombre de su incapacidad de comprender, de su dificultad de sentir, de su voluntad de mandar. Pero la Inquisición tiene excusa. Originada en una aberración, convencida de la imperiosa necesidad de la fe, quería imponerla. Dejó de lado las inspiraciones políticas. Pero el liberalismo perseguidor es un contrasentido. Es un cuadrado redondo. Es un triángulo que tiene los lados paralelos. La culpa no es suya, sin embargo. La filosofía liberal condena los desmanes. Los que se cometen, culpa son del hombre, no de los principios. Hay que ser justos, para librarlo del cargo.

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¿A quién se le ha ocurrido que tiene algo que ver la Inquisición con Jesucristo?. . . ¿Y quién no repite a trechos con el gran poeta: "Culpas fueron del tiempo y no de España"?.

En el fenómeno, ya mucho más complejo, de las relaciones con la Iglesia, que no se reduce al respeto por la independencia mental, sino que contempla una multitud de problemas de más variado orden es mucho más visible la disparidad de criterios. Para Faguet, en este preciso punto se halla la piedra de toque del liberalismo. No es verdadero liberal sino el que acepta y proclama la separación absoluta del Estado y de la Iglesia. Por razones contrarias, pero que confluyen al mismo punto, el jesuita Mateo Liberatore decía en un libro viejo:

"El santo y seña, como si dijéramos, del liberalismo de nuestros días (1875), es la emancipación del Estado de la autoridad de la Iglesia".

Claro, aunque la Iglesia se oponga, porque su autoridad debe ser espiritual y no política. La fórmula de Montalembert, que Cavour hizo popular en Italia y en el mundo, "la Iglesia libre en el Estado libre", es la única que da satisfacción a cuantos reconocen el derecho de la creencia, el derecho al error, esencia misma de la libertad, y anhelan, con título igual al que conceder, ser respetados en sus ideas y en sus prácticas.

A los liberales de Colombia que libertaron a la Iglesia del régimen del patronato, heredado de la colonia española, se les ha tildado de ilusos y de candorosos. Muchas escenas deplorables de los tiempos recientes se hubieran evitado con la sujeción de la Iglesia a un Estado que, respetando lo espiritual, tuviera a sueldo a los ministros del culto y pudiera disponer de la influencia de que estos gozan entre las multitudes. Eso es verdad. También lo es que sucesos de mayor monta y tristeza han podido presentarse bajo ese mismo yugo. No hay duda de que desde el punto de vista político es mejor el patronato. Pero ese no es el punto. Aquí recuerdo al sujeto que exclamaba: "E1 mejor gobierno es el de la tiranía, siendo uno amigo del tirano". No se trata, empero, de un oportunismo acomodaticio y fugaz, sino de una doctrina, a la cual no comprometan las veleidades humanas. El patronato de hoy, excelente para el liberalismo, habría sido funesto ayer con el conservatismo, y volvería a serlo después si este partido llegara a recobrar el mando. Hablo como hablaría un político, o sea un oportunista. Habría que hacer una doctrina para cada caso. Y eso es lo inadmisible.

Puente entre las dos doctrinas, régimen de acomodo, como un tratado de comercio entre el libre cambio y el proteccionismo, resulta el concordato. En él pueden conciliarse las opuestas tendencias, de caucho como es pare que, según los tiempos, se hagan las reformas. Garantizada toda la libertad que la Iglesia debe tener para su misión evangélica y

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docente, deben reconocérsele a las otras religiones y a las otras tendencias, aun las irreligiosas, sus naturales fueros, para una propaganda dirigida a la razón, que no ha de provocar choques en sociedades bien organizadas. El régimen de la libertad bien entendida debe ser el anhelado por cuantos tengan convicciones arraigadas y la honda persuasión de que sus doctrinas resistirán la comparación con todas las que se les enfrenten. Mientras no haya esa seguridad, es humano que la Iglesia no quiera andar sin muletas. Lo esencial es que no aspire a dar golpes con ellas como suelen darlos los señores obispos con el báculo.

Hay que dejar en libertad al corazón para que se entienda con Dios como a bien tenga. No siempre los grandes caracteres y los grandes espíritus se encuentran en las religiones. Los hay, y del mayor fulgor, pero también se pueden hallar en otras partes. "No hay hombre más religioso, escribió Faguet, que el hombre sin religión apasionado de la moral". No hay hombre tan moral como el que, a semejanza de Guyau, la concibe sin obligación ni sanción. Pero no se pueden establecer reglas universales sacadas de un ejemplo. Son innumerables las gentes que necesitan de freno y de andaderas. Esta bien que los consigan. Lo que se pide es que no traten de imponerlos a quienes no los solicitan. Lo mismo con los ritos, lo mismo con los sacramentos. ¡Obsérvenlos y frecuéntenlos cuantos en ellos hallen dulzura, consuelo, diques morales, y una explicación de la vida, cuyo encanto, y cuya angustia también, por extraña paradoja, se hallan en la ignorancia de su objeto! ¡Pero no se vilipendie ni reprima a quien penetra en lo desconocido sin esa lámpara y sin esa brújula! A lo sumo puede ser para los creyentes un objeto de lástima.

Hay un misticismo embrujador al margen de las religiones. Puede ser una síntesis de todas ellas o simplemente impregnación de alguna. Pero está fuera de las reglas que los místicos reconocidos siguen para sus vuelos fantásticos. Cada cual puede hallar las llaves del castillo interior y cada cual, en una ofrenda cabal de su espíritu al Creador, puede llegar al éxtasis y al arrobamiento. Es imprescindible, en quien tiene cierta preparación mental y no ha encontrado en la vida la absorción de una de esas ciencias que se convierten en investigación, en profesión y en culto, inquietarse por el universo. ¿De dónde venimos y a dónde vamos? es pregunta que algunos se formulan con afán, hasta llegar al susto de Pascal, aterrado con el silencio de los espacios infinitos. ¡Sombrero a tierra ante todos los aquejados con la idea del más allá, sea cual fuere la conclusión que propongan o a que lleguen, porque todos son espíritus superiores, que aun en el caso de haber tomado muy de veras el vivir, como decía Gracián y de haberse enfrentado al destino como gladiadores

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dispuestos a parar todos los golpes, lleven en el semblante la melancólica distinción que da el frecuente contacto con las sombras!

Nos movemos todos en la oscuridad, aun cuando los creyentes proyectan sobre el camino la luz que llevan dentro. Nada sabemos y nada sabremos de la esencia de las cosas, de nuestra terrena misión, simple relámpago entre dos eternidades, del alma que aspire a conservar su individualidad una vez salida de la cárcel del cuerpo. Creen algunos en la revelación. Otros se entregan al espiritismo. El absurdo nos rodea, y sobre semejante nube levantamos nuestras construcciones. Jactanciosamente pensamos que aprisionamos a Dios en nuestra lógica. El Moisés del Talmud, no el de la Biblia, expreso el temor de que las aguas no se abrieran, para el paso de su pueblo en el Mar Rojo, por ser algo contrario a lo observado desde el amanecer de la vida. Y Dios le dijo: ''Sabes tú si no hice desde el principio del mundo un pacto con el mar para que hoy te diera paso? ¿Piensas que la creación ha terminado y que el hombre, si yo lo consiento, no podrá cambiarle nada ? Uno de mis profetas detendrá el sol, al que he ordenado girar; otro detendrá la lluvia, a la que he ordenado caer; otro detendrá la muerte, a la que he ordenado matar". Lo que llamamos milagro resulta así posible. Dios no deroga sus leyes, sino las que el hombre, pretensiosamente, cree haber descubierto como tales. De nuevo nos perdemos en el caos. Por eso dijo Maeterlinck: "Debemos adquirir poco a poco la costumbre de no comprender nada". Quien llegue a la sabiduría de la perfecta ignorancia es sin duda alguna el metafísico perfecto. La libertad de pensamiento

Lo demás es ilusión. Podemos de consiguiente aceptar hasta la superstición, siempre que no vaya acompañada de proselitismo. La tendencia a la uniformidad, uno de los defectos de la democracia y una de las imposiciones de los credos positivos, es antiliberal . Lo grande, lo deseable, es el libre vuelo del espíritu, que no se opone a la aceptación de los dogmas, cuando los encuentra conforme con la razón, con la experiencia o con el instinto, pero que se trace tiránico cuando pretende que otros los acepten. La salvación es obra individual. La única excomunión vitanda es la de uno mismo. Pueden algunos pensar, y el pensamiento es respetable, que aquella salvación y esta excomunión no tienen trascendencia sin la intervención de los pontífices. j Allá ellos! Quien lleva al pontífice en el corazón se conduce como si obedeciera a órdenes tremendas, aunque nadie las dicta, porque tiene conciencia de

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que el "yo" excomulga y de que esa excomunión corta las alas del espíritu.

El libre pensador puede ser un hombre religioso. Lo es de hecho cuando está doblado de un sentimental. Así, por la costumbre de mirar al cielo, adquirida en la primera edad, continuara con ella "aunque lo sepa vacío". Así con la oración, "las plegarias del niño, que suele a veces olvidar el hombre", persistente en quien adquirió el pliegue que no deshace la vida. Cambiará la invocación, cambiará las palabras. El movimiento es el mismo. En el sufrimiento y en el goce hay necesidad de Dios, si el alma espera y si es agradecida. Ante la cuna del recién nacido, ante la muerte del hijo, los dos extremos de la humana felicidad y de la humana desventura, uno se sorprende, y yo me he sorprendido, de pronto, como si maquinalmente lo hiciera, diciendo una oración. Tengo un Cristo de marfil, una divina obra de arte, ante el cual ví muchas veces santiguarse a mi padre. Yo quiero ese Cristo, sin sacerdote, sin el horror de las frases que se les dicen a los agonizantes, sin la farsa de una absolución que nadie solicita en estado comatoso, para la hora de la muerte. En las horas de llanto, cuando la vida me ha herido llevándose al misterio a alguno de los míos, y en las horas de plenitud, cuando el hogar, que es mi paraíso, se ha embellecido con la llegada de un nuevo huésped diminuto, concreción del amor, poema de carne sonrosada, visita de Dios que me ha dejado tembloroso de agradecimiento, de ventura y de pasmo, yo he besado sin saber por qué los pies del Crucifijo.

Macaulay hizo la observación de que en algunos hombres muchas ideas que se excluyen viven superpuestas. No se han tomado el trabajo de confrontarlas, y ríen, cuando lo hacen, de esa carencia de lógica. Pero la vida no es lógica, ni el hombre tiene en todo tiempo necesidad de serlo. "Eres contradictorio, eres sincero", escribió Cherbuliez. Con silogismos puede llegarse a la demostración de que ideas enemigas no deben vivir juntas. Pero viven. El hecho es más poderoso que el razonamiento. Y por otra parte no hay obligación de someter la mente a una pauta de principios armónicos. No debe acercársele un ratón a un gato si se desea que ambos conserven la existencia. Sin embargo, ha habido sujetos curiosos y pacientes que han logrado establecer amistad duradera entre ejemplares de esas especies, que parecen destinadas por la naturaleza para que la una sea devorada por la otra. A un fumador le puede probar un médico que el cigarrillo le mine la salud. Y continúa fumando. Así con las ideas. La una puede ser el gato para el ratón que es la otra, puede ser el humo que intoxica. No importa. Siguen conviviendo, en la misma celda cerebral, sin destrozarse. Entre mil casos curiosos, cito el del doctor Francisco Eustaquio Alvarez, uno de nuestros mayores incrédulos, que,

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según lo reveló en un lindo artículo monseñor Carrasquilla, tenía, yo no diré que el culto, pero si el cariño de la Bordadita. ¿Capricho, debilidad, asociación de ideas con algo muy distante de la religión y de la devoción a la Virgen, pero dulce pare él? Quizá. Lo que apunto es el hecho.

De tantas divagaciones, de tantas citas que se me atropellan, en las que mezclo personas tan diversas, sin sujeción a tediosos preceptos normalianos, con saltos de un siglo a otro, de un país a otro, mezclados filósofos y novelistas, historiadores y poetas, gente ilustre y gente de aquí a la vuelta, como en una conversación, corriendo por donde quiere la pluma, por donde ordena la imaginación, que es caprichosa, y no gusta en mi del mismo paisaje ni del mismo tono, yo quiero sacar sencillamente el principio de la tolerancia respecto de todas las ideas y el deseo de respeto profundo por la Iglesia, que desempeña una labor social de la mayor trascendencia y es refugio para muchos dolores del espíritu que allá encuentran su bálsamo. Soy sensible a la belleza de sus ceremonias. No las frecuento, pero les se la poesía. Gusto del olor del incienso, del sonido del órgano, de las bellas imágenes. Cuando el matrimonio de algún amigo o la muerte de otro me llevan a un templo, repaso generalmente las horas de la infancia. Recuerdo con delicia las misas de gallo, las fiestas de semana santa, el canto de los villancicos. Y sin poderlo remediar me enternezco.

Para Marcel Proust las fiestas religiosas eran las únicas perfectas. Comprendo todo lo profundo que quiso decir, pero con cierta socarronería, agregó: eso depende. Me asalta un recuerdo que no quiero dejar ir. Entra aquí en danza el defecto que me gusta, el que me han criticado amigos muy queridos, de establecer una solución de continuidad en el tono y producir una desarmonía con un pequeño gracejo, fácilmente evitable, pero que en mí es deliberado, porque tengo terror a lo demasiado solemne, a lo trascendental y me gusta romperlo, para volver a ver al niño que fui y que no quiero dejar de ser, en algunas manifestaciones destinadas a quitarme importancia. Luís Cano me dio una vez una lección encantadora. Hablábamos gravemente de cualquier problema político y social. Yo filosofaba. De pronto, recordando a Renán, exclame con timbre de voz medio triste y medio sentencioso: "',Que le puede importar todo esto a Sirio?"... Sonriendo alegremente, me interrumpió Luís Cano: ''¿Y Sirio que nos puede importar a nosotros?"... Ese era el aire. Yo soy enemigo nato del énfasis, del estiramiento, de la gravedad, del rostro de cartón, del dogmatismo. No he pensado dedicar mis obras al tiempo, como Esquilo. Escribo para el día que pasa. Me parece suficiente dejar el recuerdo del tenor, del pájaro-mosca, o, si la auto-complacencia apura, de la flor: llegó, gustó, murió, o se marchitó.

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La tapa del ataúd es lo demás. Se inicia la dicha del olvido. Si la verdadera existencia, según Renán, es la que empieza en el corazón de los que nos amen, la prolongación viene a ser corta, porque esos que realmente nos aman ya se han muerto cincuenta o sesenta años después de ser polvo nosotros. . .

Pero el recuerdo alegre, acerca de la perfección que hallaba Proust en las fiestas religiosas, no debe escapárseme. Es algo que me refirió ese glorioso artista que lleva el cetro de la inteligencia en Colombia. Guillermo Valencia me contaba que en la suntuosa fiesta con que se conmemoró en la catedral de Lima el centenario de Ayacucho quedó él al lado del embajador de la China. Cuando había pasado una hora, el embajador volvió el rostro y le dijo al poeta en francés: "Muy interesante esto, pero yo no soy católico". Ocupó después el púlpito el orador sagrado. Cuando había pasado otra hora, volvió de nuevo el rostro el embajador y susurró: "Muy interesante esto, pero no hablo español". Continuaron las venias de los padres, la elevación, el incensario, el órgano. Había pasado otra hora cuando el embajador volvió por tercera vez el rostro triste, boyacense, y dijo: "Muy interesante esto, pero yo no me he desayunado". Así, con perdón de Proust y de los lectores de estas páginas, una fiesta religiosa no resulta perfecta. El liberalismo y las formas de gobierno

En monarquía, en república, en colonia, puede haber liberalismo. La forma de gobierno es un accidente para las ideas. Se realizarán las teorías, la perfección en el régimen republicano. Pero como no se observe el principio de la virtud, encarecido por Montesquieu como indispensable pare la dichosa efectividad del gobierno de ese género, puede haber mayor liberalismo en monarquías como Inglaterra que en repúblicas como las nuestras. "El hombre superior, decía Faguet, no es cosa democrática". De ahí la abundancia de sesudas razones, en hombres como Maurras y Daudet, para suspirar por un rey, ofuscados quizá por el recuerdo de Luís XIV, en cuyo tiempo florecieron esplendorosamente las ciencias y las artes. Pero en eso también hay espejismo. Es el factor hombre el que domina todo. Un rey imbécil, un déspota, acaban con la teoría. Y la esperanza de redención, tan cercana en la república, se aleja. La democracia teórica es la perfección en materia de ambiente y de gobierno. La democracia vivida es una farsa, con su sufragio universal, su opinión publica, su prensa y sus dirigentes. Sobre todo se ha escrito pare mostrar los mil hilos del tinglado, las cortinas de humo, la imbecilidad parlamentaria, la fuerza oscura y sorda de la intriga, del

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engaño, de la versatilidad, de la envidia. Hay momentos de reacción, bellas iluminaciones revolucionarias, horas en que evidentemente se realiza el ideal de los buenos. Pero pasan.

Lo permanente es la intriga. Lo permanente es la farsa. En los partidos políticos es imposible evitar que la hiedra vaya ocultando los muros, como es imposible impedir que al pie de las encinas vayan surgiendo los hongos. Es un criterio de aprovechamiento y de combate el que predomina, por lo general, en cuantos se presentan ante el pueblo con las viejas frases sugestivas y sonoras. Pocos aceptan la definición del doctor Eastman, que trace de los partidos merecedores del nombre de simples asociaciones de individuos que se hallan de acuerdo en un propósito determinado, generalmente el de darle a la nación un buen gobierno, pero que no comprometen en dicha asociación la totalidad de su espíritu. Pero los partidos no se mueven por ideas sino por sentimiento, mejor dicho por pasiones. Para las labores ordinarias es suficiente el rótulo. "Liberal es el que se llama liberal" escribió el general Uribe. El error filosófico de tal definición es evidente, pero es evidente también su enorme acierto político. Para el desarrollo de los planes de los dirigentes, minoría más o menos selecta en todos los partidos y naciones, no se solicitan luces. Se solicitan votos. Y esos votos, en la mayor parte de los casos, los consiguen y consignan los sujetos más opacos a la influencia doctrinaria, conformes con el calificativo de hombres de acción y dispuestos ante todo a aniquilar al contrario.

Para muchos que se llaman liberales el ideal sería el desaparecimiento del partido conservador cuando el interés sociológico radica en su vida plena y ordenada. Si no existiera el partido conservador habría que inventarlo, porque la marcha próspera de la nación lo exige. Son necesarias la acción y la reacción, y son necesarias las fuerzas contrapuestas pare establecer el equilibrio. Lo mismo que una acémila, una nación necesita de freno y de acicate. Cuando el liberalismo ha enterrado la espuela, el conservatismo tiempIa las riendas, y así el paso es más seguro, elegante y sostenido. Días hay, horas hay, en que el interés de los partidos se confunden y en que los principios de ambos se entrecruzan. Al frente se levanta otro ideal, otro principio, otra gente, que representan algo nuevo, muchas veces contrario a los que aquellos sustentan. Para defender las fronteras, por ejemplo, coinciden liberalismo y conservatismo en la exaltación del ejército, representación armada de la patria, depósito de héroes, de hombres abnegados, listos a ofrendar la vida porque perdure la de la nación, en pugna con las tendencias y con la propaganda de los antimilitaristas cerrados. Lo mismo para defender la

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familia. Lo mismo para defender el derecho a lo que es producto genuino del trabajo.

Es torpe el anhelo de ver desaparecer a un partido que sirve de estímulo, de fiscal, de contrapeso. Aún con el peor de los criterios es deseable su existencia, como una fatalidad a la cual no puede sustraerse la voluntad colectiva. Aún en el simple individuo coexisten las fuerzas antagónicas. "Mezcle en el hombre, dijo el Dios de la Biblia, el ángel y la bestia". Qui veut faire l'ange, fait la bete, observó Pascal ante los frecuentes conflictos del espíritu y las contradicciones de la acción. Para la obra de la creación es necesario que los móviles se enfrenten. Puede la pasión política no reconocer ni siquiera la virtud mínima en el adversario. Aún así se impone su existencia. En la exasperación de la lucha sin cuartel podría equiparársele a la existencia del diablo.

Esta dicho que sin Satanás el mundo perecería. Edmond Fleg, en su vida de Moisés, refiere que el rabí Jochanan le llenó de plomo la jeta al diablo y lo encerró en un caldero. Agrega que desde ese momento todas las pasiones se detuvieron en el corazón de los hombres; ningún niño volvió a ser concebido, y las imágenes del Señor no volvieron a aparecer en el mundo. El rabí destapó entonces el caldero y dijo: "Que Satanás sea libre pare la obra de Dios!". El diablo conservador debe andar suelto para la obra de la república y para el robustecimiento de las ideas, que sin pugna languidecen y se extinguen. Y hablo en el peor de los casos, porque para mí el partido conservador no ha sido diabólico, aunque haya tenido actividades y épocas de horror, una vez que ha realizado también obras magnificas y que ha dado al país, para no hablar sino de Colombia, servidores ilustres.

Lo deplorable en la obra de los partidos es la insinceridad de los hombres. Ya O'Connell había dicho: "` Los Whigs? Tories sin sueldo", cuando uno de nuestros repúblicos, creo que el doctor Carlos Martínez Silva, definió así, muy duramente, a las dos fracciones del partido conservador en su época: "Nacionalista es un histórico con sueldo e histórico es un nacionalista sin sueldo", lo que puede ampliarse y extender a la realidad de otros días, de esta manera: liberal es un conservador en la oposición y conservador es un liberal en el poder. Hay flujo y reflujo en las ideas y en las actividades de los hombres de partido, según sea la satisfacción que en gobiernos o en bandos hallen las propias conveniencias. El liberalismo, maravilloso como oposición, ha sido casi siempre odioso como gobierno en todas las naciones de la América española. La mejor librada es Colombia, que puede ofrecer el recuerdo y el ejemplo de austeras y levantadas figuras.

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Lo propio puede decirse de la infame tiranía de los partidos. Aquí la hemos sufrido en diversas épocas, pero menos que en otras partes. No ha faltado en las grandes ocasiones, especialmente entre nosotros, el hombre independiente y de suficiente firmeza que haya levantado la voz contra errores, aberraciones o delitos de los suyos. No hay servicio mejor a la bandera que el evitarle cubrir mercancía sucia. La disciplina es admirable y es deseable, porque la pretensión de tener siempre razón es dogmática, antiliberal por lo mismo, y disolvente. Pero esa disciplina debe ser un acto de conformidad espiritual, para un fin noble, no para atropellar el derecho y la moral, ni pare perjudicar los grandes intereses del país a cambio de que el adversario sufra o se fastidie. Son muchas las ocasiones en que el liberalismo de Colombia ha excomulgado a algunos de los suyos por desacatar ineptas determinaciones. El resultado ha sido en varias de ellas, opuesto a los deseos de los inquisidores. A quien sufrió el anatema se le glorifica luego. Los romanos llevaban del capitolio a la roca Tarpeya, para desplomarlos, a quienes creían merecedores del castigo. Hoy de la roca Tarpeya se puede subir al capitolio. De ordinario ha sido difícil hacerles entender la razón a los partidos. A quien se sabe poner sobre las ambiciones, sobre las pasiones, sobre los conflictos, para predicar una unión de patriotas, tan necesaria en horas de amargura, se le vilipendia o se le deforma. Contra él van las saetas del odio o del ridículo. El goce no lo hallan los partidos en el triunfo sino en la sumisión del adversario. Les es muy aplicable la anécdota del labriego que renuncia a la bendición del obispo para su sementera, prometedora de una buena cosecha, a cambio de que maldijera, para que la cosecha fuera mala, la sierra del vecino. Caro, Suárez, Vargas Vila, al pensar en Bogotá, hablaron de Envidiópolis. Triste concepto, en parte merecido, por una ciudad que se resarce con su infinita caridad y con la presentación de muchas figuras fundamentalmente nobles. Pero esa envidia, generadora de maldad y de rencor, no es exclusiva de Bogotá, ni de Colombia, ni de nuestros partidos. Es la naturaleza humana, no la zona ni el clima, aun cuando el clima influya, lo perverso. Escenas de barbarie han presenciado Roma y París, Washington y Berlín, lo mismo que entre nosotros Montería y Capitanejo. Envidia hay en los dos mundos, y partidos tiránicos, y apaches del entendimiento, y agentes que gozan con el mal ajeno. La psicología de las multitudes, genialmente analizada por Le Bon, no fue escrita para nosotros. Lo fue para las multitudes. De idéntica manera, cuando se refiera a los partidos puede ser, con variantes de detalle, considerado como universal. Multitud aquí, multitud allá, partido aquí, partido allá, todo es uno y lo mismo.

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Entre nosotros las pugnas de partido, con las treguas que para gloria del país ha impuesto la cordura en ocasiones diversas, han sido casi feroces. En el liberalismo, o mejor, en su historia, hay un pegajoso líquen que se llama las sociedades democráticas. Fue el régimen de la estupidez y del zurriago, contra las instrucciones del gobierno y contra la protesta de los grandes dirigentes, a quienes también hicieron víctimas de su sarcasmo o de su encono. Pecó con las persecuciones, pecó con las prisiones, pecó con las argucias y trampas electorales. El conservatismo tiene un deber igualmente cargado. Ambos partidos tienen un haber de idealismo, de progreso, de amor a la república. Pero los conservadores han sido, acaso por la misma índole de sus doctrinas, mucho más absorbentes. "Los conservadores, decía don Fidel Cano, quieren gozar exclusivamente de cuanto puede dar la república: desde la ración burocrática hasta los honores póstumos". Ahora han aprendido que la transmisión tranquila del mando es no solo posible sino venturosa y que a las coaliciones pacíficas, lo mismo que a la bélica del 54 para acabar con una dictadura, no hay que tenerles miedo. Nuevos problemas, nuevas ideas

Los partidos forzosamente han variado de programas. Muchos de los ideales liberales por cuyo triunfo corrió la sangre a chorros, quedaron consagrados como normas de las instituciones. Ya no se lucha por muchas cosas bellas que dieron a los brazos vigor y luminosidad a los ojos. Las libertades esenciales quedaron garantizadas en la constitución de 1886, enmendada y adicionada en 1910 y en años posteriores. La aspiración actual es darle una base económica y social a los partidos. Ya no se lucha por ideales tan hermosos como la libertad de prensa o la inviolabilidad de la vida. En el mundo civilizado, una vez obtenidas esas bendiciones, preocupa ahora el arancel, el salario, el latifundio, el derecho al trabajo. En esos campos hay muchas injusticias que combatir, muchos males que remediar, muchos ideales que realizar para el común provecho. Pueden desarrollarse también campañas que emulan en idealismo y en fervor con las de aquellos profetas, gladiadores y mártires que se bañaron de luz en el pasado.

Está ante todo, para hablar de Colombia, la elevación de la mujer, es decir, el mejoramiento de su condición civil, su igualdad en el campo de las oportunidades económicas, su protección contra las artes del seductor, las betas del embaucador, la mala fe de quien violó sus promesas. El problema es también universal o poco menos. León Daudet en un lindo libro, La mujer y el amor, referente a las condiciones del sexo

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femenino en Francia, nación de todas las revoluciones generosas, habla de "la mujer esclava". Si esclava es en el centro del planeta, ¿cómo no ha de serlo en las extremidades ? Todos estamos de acuerdo en que la mujer manda siempre, y puede no ser paradoja el concepto de Nietzsche acerca de la pérdida de su influencia a medida que conquista algunos de los ansiados derechos. Por el amor domina, es claro, por la dichosa o la vergonzosa tiranía del sexo. Cuando Dios dijo a Moisés, cuenta Edmond Fleg, que le preguntara a Israel si quería la Torá, es decir su ley, fue a las mujeres a quienes primero se dirigió el profeta, porque sabia que todo depende de ellas, que a voluntad hacen la desgracia o la salud del mundo.

Aunque eso, a la postre, sea verdad, las leyes, hechas por hombres, la han esclavizado. Es inicua la dependencia absoluta, en cuanto a bienes, de la mujer casada. Y aunque choca con la costumbre y con la misma devoción del hombre pleno por la mujer, a quien quisiera sustraer de las pequeñas miserias cotidianas para mantenerla en un bono de idealismo, no hay que temblar ante la perspectiva de irla preparando para concederle, como ya lo han hecho naciones de alto vuelo, los derechos políticos. Mientras la mente masculina evoluciona, podrían las mujeres no ejercerlos. Pero la posibilidad de su adquisición y aun su consagración, mantenida en estado latente, servirían para irles dando la sensación de equidad y para ir restableciendo el perdido equilibrio, producido por la revelación, que la guerra europea hizo posible, de que son tan capaces como los hombres, y a veces más, para el desempeño de múltiples oficios y para el ejercicio de múltiples profesiones. La confirmación de la capacidad les ha permitido pensar, con razón en muchos casos, que también sirven para funciones directivas y para orientar la marcha del Estado. La valla que les impide ensayarlo es lo que en la mayor parte del globo ha venido a romper el equilibrio. Los nuevos derechos sociales y el liberalismo

Es grande también, hermosa, llena de perspectivas trascendentales, la educación del pueblo, la redención del indio. En materias agrarias tenemos programa para cinco lustros, en el cual podemos ponernos fácilmente de acuerdo los hombres previsores de los dos partidos. Hay una injusticia inveterada, tradicional, con los colonos, aunque hay colonos que, aleccionados por vagabundos comunistas, aspiran a que lo ajeno sea propio. Hay una infamia, como el llamado concierto del departamento de Bolívar, contrato horrendo mediante el cual un hombre pobre se alquila, por un salario escaso, de por vida. En La vorágine elevó su voz sonora José Eustasio Rivera contra el peligro

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mayor de la selva, que no es la fiera hambrienta, ni el caimán con sus mandíbulas voraces, ni la hormiga tambocha que pudre cuanto toca, ni las serpientes, ni los vampiros, ni las exhalaciones pútridas, ni el zancudo, ni los perfumes venenosos, ni las flechas. Ese peligro máximo está en los libros diario y mayor de los caucheros. Es la iniquidad del explotador de la miseria, el verdugo del hombre, que por una simple prenda de vestir obliga al compromiso del trabajo por años, y que por una pequeña suma, indispensable para las drogas con que ha de aliviarse un ser querido, obligue a quien la obtiene a ofrecer los servicios de quien todavía no ha visto la luz triste del mundo.

En la selva hay seres que nacen peor que esclavos. En los latifundios hay trabajadores que en muy poco se distinguen de los semovientes. Sobre el surco se mantienen, desde que Dios manda su luz hasta cuando la quita, por un pago irrisorio. Viven sin alegría, sin cordialidad, sin el sentido humano, atenaceados por la necesidad, perseguidos por la obligación, sin la posesión de ellos mismos, para morir cualquier día como una bestia que se echa, como una mosca que se aplasta, hermética la faz, tristes los ojos, incapaz el alma de una protesta, de una rebeldía, mientras la tarde en que se hunden es apenas presagio de la aurora, igualmente melancólica, que se abrirá, cuando se hayan ido, para todos los suyos.

El corazón, el cristianismo, el interés, todo se junta en el impulso único de acabar con esa desventura. Liberalismo y conservatismo quieren la parcelación inteligente, la compra por el Estado de terrenos que pueda dar a los cultivadores, la colonización respetada y amparada, fomentada también con la entrega de herramientas, con el suministro de fondos, en la pequeña proporción que las circunstancias lo permitan, pero en una que por lo menos indique la iniciación del programa. Muchas campañas análogas pueden llevarse a cabo. Ahí desaparece propiamente el color rojo o azul de la bandera. En materias económicas se impone, antes que la doctrina, la conveniencia nacional, con estudio detenido de los factores que concurren a la producción, de la índole de las gentes, de la posibilidad de los mercados, porque la interdependencia del mundo no tolera experimentos doctrinarios, sobre todo en países pequeños y en países jóvenes, cuando se ponen en peligro las fuentes mismas de la riqueza. Aunque es muy hondo y frecuentemente cierto el concepto de Jules Lemaitre, de que "el hombre, a medida que su condición material mejora, descubre nuevas maneras de sufrir", no ha de olvidarse que no existe un disolvente peor que la miseria. Es la madre de la desesperación, del crimen, de la rebeldía, de la progresiva anulación de la conciencia. El on devient moral des qu'on est malhereux de Proust es muy relativo. Los

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días sin pan no engendran pensamientos pacíficos. Hay que procurar que el pan no falte en la rústica mesa del obrero.

Lo económico domina lo moral, lo social, lo internacional, lo biológico. Siempre ha estado presente en todos los conflictos, en todas las matanzas, en todas las revoluciones, pero es desde el empuje socialista del siglo XIX cuando ha cobrado fuerza, para convertirse en lo esencial de los programas de todos los partidos. La gallina en la olla del pueblo, mostrada como ideal por Enrique IV, había sido ya el panem et circenses de Juvenal en su sátira. Y fue acaso el hambre la explicación recóndita, en tiempos anteriores a la historia, de las luchas de clanes y de tribus. Brillat Savarin decía que a la humanidad le interesa más la confección de un nuevo plato que el descubrimiento de un astro. Concepto de gastrónomo, indudablemente se hace más intenso cuando contempla el problema de la ración necesaria. Para la verdadera redención del pueblo hace falta el apóstol que haya sentido en la carne sus dolores. Nada arreglan, ante descomponen, los predicadores de un credo prematuro, en el cual no tienen fe, pero cuya utilidad pecuniaria reconocen, hábiles en el arte de extraer a los siervos de la gleba la cuota que, no a ellos sino al solicitante, le sirve. Aquí tenemos ya una larga lista de embaucadores, de diestros capitanes que no pasan la línea del peligro y huyen en el momento de prueba, después de haber empujado a la violencia, con palabras falaces y de encono, a los seguidores sumisos, para ir a disfrutar mansamente del dinero que les han sonsacado.

Así también los cazadores de votos. Programas deslumbrantes de un paseo electoral, censuras cáusticas al capitalismo, del cual quisieran vivir o hacia el cual van acercándose con sus procedimientos de logreros, para olvidar el día del triunfo las promesas, engañar la opinión y cobrar, a la burguesía que dicen detestar o al gobierno que fingen combatir, la influencia conseguida en el pueblo: esa es la historia, en todas partes, de esos arrivistas. Tienen elasticidad de serpiente. Se adelgazan y cuelan por cualquier grieta. Al menor descuido aparecen desempeñando un cargo público, o se pasan al partido contrario si a sus personales intereses conviene, porque no es sino eso, o la curul en la cámara, o las monedas del chantaje que aseguran el silencio, lo que ansiosamente buscan. El campesino, el obrero, se dan cuenta ya tarde de que lisa y llanamente fueron esquilmados.

Todo, en resumen, para adelantar, para moverse, para transformarse, viene a ser una labor de educación. Educación arriba, educación abajo. Enseñanza gratuita y enseñanza práctica. Formación del criterio para acostumbrarlo al análisis, a la investigación, al examen de cuanto como verdad se da y que puede no serlo. Entre nosotros fue

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llevado el concepto de libertad al extremo de condenar la enseñanza obligatoria como una violación del derecho de no hacer nada, como un atentado contra esa única propiedad, decía Murillo, del desocupado: su tiempo. Escritores liberales sostuvieron, con un caudal de razones, tal principio. Después la enseñanza obligatoria fue canon liberal, al cual se opusieron los conservadores con estrépito, hasta llegar, en los tiempos que corren, a una fórmula que en teoría es excelente: enseñanza obligatoria con libertad, para los padres, de escoger la escuela. Al jacobinismo le repugna, por cuanto anhela vaciar los criterios en ciertos moldes de aberración y de odio. El catolicismo no es amigo de la libertad de enseñanza, aunque alega el derecho en dondequiera que se halla sometido. El verdadero liberalismo reconoce como suya la nueva fórmula conservadora.

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¿Por qué soy Liberal?

José Restrepo Jaramillo53.

Soy liberal porque tengo y siento la responsabilidad de ser yo, un hombre, capaz de hacer mi travesía de la vida por mi propia cuenta, sin andaderas de ninguna clase; porque consecuencialmente, no admito, no puedo admitir que otro hombre, así viva en Roma, Berlín, Moscú o Sutapelado, me controle la faena de vivir, desde la cuna hasta la tumba, imponiéndome con gritos y amenazas la longitud de mis pasos y su dirección; porque considero que todo ser humano debe tener la más absoluta y completa independencia para pensar, hablar y hacer, con la sola limitación de no interferir igual libertad a su vecino.

Porque soy enemigo acérrimo de los grandes trusts políticos, religiosos o de cualquier otra índole, que se basan en la miseria y la ignorancia humana, para que unos pocos vivan superholgadamente a costa de la escasez de otros muchos.

Porque me rebelo contra el hecho de que un solo hombre posea centenares de hectáreas de tierra y decenas de casas, mientras otro hombre, otros hombres no tienen donde cultivar sus coles ni albergar una mujer con varios hijos; porque es intolerable que esos hombres, sus mujeres e hijos aguanten hambre, frío y sed, resignados, confiados en que después de muertos tendrán pan y techo por una eternidad.

Porque considero que todo mundo adquiere, cuando nace un hombre, la obligación de procurar y obtener que este hombre pueda vivir libre y provisto de los necesarios elementos para ello; y que ese hombre tiene el absoluto inalienable derecho, más aún, la obligación, de no dejarse morir de hambre o ignorancia, tomando a tiempo, de donde los haya, los alimentos o los libros, que tales derechos y obligación le imponen.

Porque afirmo que a la niñez y juventud debe situárseles, desde la escuela, en plena rosa de los vientos, para que a tiempo conozcan y puedan seguir libremente su propio destino, ya que las convicciones 53 Precursor de la novela sicológica en Colombia, nació en 1896 y muerto en 1945, escribió la célebre novela “David hijo de Palestina” donde trata sobre la ascendencia semítica de los antioqueños y su más común manera de ser y vivir; ocupó varios cargos diplomáticos.

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políticas y de otra laya no son inteligencia, valor, dinero o sífilis transmisible, ineluctablemente de padres a hijos.

Porque afirmo que todo hombre tiene derecho de ver, oír, oler, gustar y palpar cuanto en la tierra existe, dejando de ser hombre completo en el momento en que por mandatos o siquiera sugestiones de otros hombres, se abstiene de asomarse a todas las ventanas del edificio de la vida, privándose del libro que no conoce o del manjar que no ha gustado, sólo porque los carabineros de todas las biblias se les presentan como guardabosques de la existencia para matarlo como a cazador furtivo de experiencia y emociones.

Porque considero que el capital y el trabajo son, cada uno, el cincuenta por ciento de una empresa; y que los resultados de ésta, buenos o malos, deben ser repartidos entre aquellos en la misma exacta proporción.

Porque detesto a quienes olvidado al campesino y a quienes sólo se acuerdan de él, cada año, para mermarle sus cosechas con exacción de una parte de las mismas.

Porque, al igual de mi paisano Antonio José Restrepo, soy irreductible, acérrimo enemigo de la pena de muerte; niego a cualquier hombre o entidad compuesta de hombres el derecho a quitar la vida a un ser humano, cualquiera sea él o su falta, creo, por tanto, que en la estela de luz del poeta Valencia quedó un filón de sombra que los años nunca borrarán, y que exhibió a casi todo el partido conservador como asesino en potencia, cosa que no puede olvidar ni perdonar quien se diga liberal completo.

Porque me subleva eso que llaman oposición conservadora que no es sino la más monstruosa ambición de los gajes que da el mando, la más rabiosa nostalgia del capital perdido por la concupiscencia y la deshonestidad; y

Finalmente, porque considero que lo dicho antes puede y debe decirse en Bogotá, Medellín, Cali, Firavitoba o Peque, sin que nadie abra en exceso los ojos o las manos, sino por el contrario, siendo todo ello oído para aceptarlo o rechazarlo con razones del espíritu y de la razón, nunca con el garrote, el insulto o la caldera de Pedro Botero.

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¿Por qué soy Liberal?

Camilo Antonio “El Tuerto” Echeverri54.

He sido, soy y, Deo volente, seré liberal por convicción. Adolescente fui liberal (cordobista) porque el malhadado coronel era cazador. Joven, hombre y viejo, soy liberal, porque los libros y la meditación me enseñaron y me repiten día por día que el imperio del mundo pertenece a los hombres; que el derecho público no se funda en el derecho divino, sino en la soberanía popular; que la Moral de Balmes es tan infeliz como su psicología; que no hay más economía política que la de Smith, Say y Bastiet, y que la libertad es al hombre y al espíritu como las alas a las aves, una parte integrante y necesaria de su ser.

He diferido (1875 a 1876), he diferido a veces de lo que opinaban varios prohombres del partido liberal; pero estas diferencias y aparentes divisiones se refieren siempre a puntos accesorios, jamás a la doctrina.

Fui Nuñista porque (ya he explicado por qué) yo creía, como muchos, que ese hombre era liberal: cuando me vi en peligro de quedar cogido en la infame ratonera que armó con los ultracatólicos, con los correligionarios y con los conservadores, excusi pulverem de pedibus meis, porque facta fuit fames valida in regione illa et egomet coepi egere. Et surrexi & ivi ad Patrem Meum et dixi ei: Pater, pecavi coram te.

¿Sabéis traducir latín, lector amigo? Perdóname este injerto, que el pudor no me permite clamar en castellano: pequé, Señor.

54 Ingeniero, abogado, periodista y escritor. Gobernador de la Provincia de Antioquia en 1855 y delegado a la Convención de Rionegro en 1863. Nacido y muerto en Medellín 1827-1887. Obras publicadas: Otra vez Antioquia (1860); Lucrecia Borgia (1866); Conferencias dadas por el doctor Camilo A. Echeverri en Medellín (1872); Alegatos del doctor Camilo A. Echeverri (1873); Noches en el hospital (1876); Octava conferencia dedicada a la memoria del Libertador en su centenario (1883); El cacahetero de los usureros (1884); Artículos literarios y alegatos (1896); Artículos políticos y literarios (1932); Obras completas (1961).

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¿Por qué soy Liberal?

Baldomero Sanín Cano55.

En algunos espíritus la clasificación política es tan sólo una herencia en que no tienen puesto la reflexión sino el sentimiento. Para otros la opinión política es verdaderamente una opinión, resultado de 55 Educador antioqueño (1861-1957), intelectual, periodista, políglota, Embajador en Argentina, Rector de la Universidad de Popayán, autor de numerosos libros y ensayos, vivió en Inglaterra, España y Argentina, fue el introductor del concepto de modernismo en Colombia.

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estudios, de comparaciones y razonamientos. Muchos que nacieron en un ambiente político determinado y aceptaron por herencia y sin reflexión sus responsabilidades y consecuencias, abandonan un partido en pos de meditaciones filosóficas o de multiplicados años de experiencia. Los hay que movidos por crueles desengaños, por profundas enemistades, acaso por intereses de significado individual inmediato cambian de partido, una o varias veces, como cambian de pantalones según crecen en tamaño o de casaca a impulsos de las exigencias de la moda.

En mi las opiniones políticas fueron una herencia señalada por el sentimiento en los días de la adolescencia y confirmadas por el estudio y la experiencia al llegar a la juventud. Nací en 1861, mientras repercutía en todos los ámbitos del país el eco de las batallas triunfales a que se debió la constitución de 1863, sancionada en Ríonegro, el lugar de mi nacimiento. Sin duda, entre las primeras frases coordinadas que llegué a comprender iluminado por los primeros lampos de la razón, se hacía referencia a la lucha pasada, a los principios que en ella se pusieron en contraste, y las discusiones de que había surgido una nueva manera de comprender las relaciones entre el hombre y el Estado. Los nombres de Santiago Pérez, Francisco Javier Zaldúa, Lorenzo Lleras, Salvador Camacho Roldán, Juan Esteban Zamarra, Mosquera y muchos otros, ocuparon puesto de preferencia en los anaqueles de mi memoria. Mi padre fue Liberal consciente y lúcidamente informado de la historia y los cánones de su partido. Mi madre era hija de Miguel Cano, que selló con su vida en la guerra de 1840 la fe en los principios de la igualdad y la justicia. Mi abuelo paterno fue liberal por sangre y por principios; de él se cuenta que en la batalla del 8 de diciembre de 1851, cuando las tropas del General Eusebio Borrero atacaron al ejército de Herrera en el cementerio de Ríonegro, Mariano sanín recibió el encargo de renovar los pertrechos para las fuerzas de los atrincherados en lo colina occidental. Agotado el plomo necesario para los cartuchos, fue preciso apelar a los jarros de plomo de los tinajeros del tiempo, para suplir de balas a los cartuchos que se consumían sin medida. Cuando no hubo más vasos de plomo para alimentar la batalla, los vecinos ofrecieron los de plata que abundaban en la ciudad. Es fama que en los momentos finales de la batalla, los soldados de Herrera, sin saberlo, sostenían el fuego de la infantería con proyectiles de plata.

El dictador Corral, organizador de la guerra y la paz en la provincia de Antioquia, después de 1810, fue enterrado en Ríonegro. Un caballero de los que estuvieron presentes en la inhumación del cadáver al pie de los muros de la iglesia parroquial, hacia el norte, me refirió, siendo yo niño, que durante la ceremonia, al cerrar el ataúd del ilustre fundador

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de la libertad antioqueña, mi abuelo se desprendió de un anillo de esmeralda y lo arrojó sobre el cuerpo del admirado jefe. No hay constancia de que se hubiera encontrado el anillo el exhumar los venerables restos.

Pero mi liberalismo no es tan sólo herencia. La reflexión tomó parte en la formación de esos sentimientos. No fui a las escuelas públicas para recibir las nociones elementales de la educación. Las hermanas de mi padre asumieron esa tarea con dedicación pertinaz. Cuando a los diez años fui a recibir enseñanza en el colegio público de la ciudad, sentía la molestia, en el primer año, de estar recibiendo enseñanza sobre materias que ya había aprendido.

En los seis años que cursé en la escuela normal de Ríonegro, los profesores, todos liberales, suministraban material intelectual para reforzar las bases de mis opiniones ya determinadamente cristalizadas. El estudio de la historia patria y la observación y la experiencia en materias políticas durante los años de mi formación espiritual, no me dejaron duda sobre la verdad y la eficacia de los principios de gobierno fundados en la verdad natural, en los derechos del pueblo a darse su propio gobierno, en la libertad para todos y en la justicia que nace de la igualdad de derechos para los asociados.

Estudiando los principios de filosofía positiva de Augusto Comte, vino a mis manos, por asociación de ideas un libro de Littre titulado Conservación, revolución y positivismo, que por la claridad de exposición, por la franqueza y fuerza de razonamiento, al mismo tiempo que por la concordancia de algunas partes de su exposición con las ideas extraídas por mi de mi propia experiencia, ejerció grande influjo sobre el curso de mis ideas políticas.

No he vuelto a leerlo. Sin duda, después de las copiosas lecturas proseguidas desde entonces, hoy no me causarían la misma impresión. No puedo ni podría negar releyéndolo, que ejerció sobre mi inteligencia de entonces una grande y aún saludable y duradera impresión. Ese médico, filósofo y autor de un gran trabajo filológico, dejó con su vida y sus obras profunda huella en la juventud de mi tiempo.

Tengo fe en la capacidad de los hombres (y de las mujeres) para gobernarse a si mismos sobre las bases de los sistemas representativos. La historia me enseña que los regímenes de fuerza no crean nada. Por el contrario, están desapareciendo en el escenario de la historia contemporánea los tradicionales imperios y reinos fundados en la herencia y en la fuerza. En este instante pasa el mundo por un estado de inquietud en que no se está planteando querella por la democracia y la libertad (sirvan de ejemplo Tito, España y algunas otras naciones del

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viejo y del nuevo mundo) sino por intereses e influencias que desaparecerán al adquirir los pueblos conciencia de la situación universal.

Jamás he hecho política práctica. No he solicitado nunca empleos ni del gobierno ni de los partidos. Ejercí durante dos años en institutos públicos tareas de enseñanza. Fui educado para eso, pero en cuanto pude liberarme de tales funciones, busqué oficio en asuntos o empresas privadas. Me han llamado a veces mis conciudadanos a tareas parlamentarias para las cuales no creo tener aptitud. Me divierten las discusiones y aún me instruyen a veces, pero no gusto de tomar parte en ellas. Me confunden los amaños y me inspiran cuidados los meandros tortuosos de la dialéctica.

No ambiciono puestos de mando. Considero la política, en cuanto a mi se refiere, como una labor de enseñanza y difusión de conocimientos, no como una profesión. Carezco de toda capacidad de mando, tal vez por excesivo respeto a la libertad ajena. Dejo a otros ese encargo y me contento con aplicarme conscientemente a toda racional disciplina. Acepto que cada ciudadano o ciudadana tenga y difunda sus opiniones con toda libertad dentro de las nociones del decoro y la tolerancia. Estimo que no se ha encontrado todavía ningún sistema que reemplace la voluntad de las mayorías para determinar la forma de gobierno según las normas representativas. Por eso soy Liberal.

(El Tiempo, Lecturas Dominicales, agosto de 1951), reproducido en el libro “Escritos” de Baldomero Sanín Cano, publicado por la Biblioteca Básica Colombiana, Instituto Colombiano de Cultura, editorial Andes, Bogotá, mayo de 1977).

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