La Desgracia Del Destierro Explicada Por Jeremías y Ezequiel
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Transcript of La Desgracia Del Destierro Explicada Por Jeremías y Ezequiel
Carlos Jesús Durán Marín Libros Proféticos
1. La desgracia del destierro explicada por Jeremías y Ezequiel.
A Jeremías la vida se le hace insoportable en medio de un pueblo desleal y falaz.
Todos son engaños y fraudes en sus relaciones sociales. Quisiera poder aislarse de esta
sociedad corrompida y retirarse a la soledad del desierto: ¡ojalá tuviera en el desierto un
albergue de caminantes.
Aunque los albergues de caminantes en las rutas caravaneras del desierto no eran
apetecibles por su falta de comodidad, y por el barullo y confusión que en ellos reinaba,
sin embargo, Jeremías los considera preferibles a vivir en un ambiente de deslealtad y
mentira. Son engañosos y fraudulentos, que tensan su lengua con un arco, lanzando
calumnias como saetas envenenadas. No hay confianza mutua, predominando la
mentira, todo este pecado de iniquidad es consecuencia de la falta de conocimiento de
Yahvé y de sus preceptos. No le reconocen como el Señor, y por eso cruje la sociedad
en sus bases morales: no me conocen. Es tal el estado de desconfianza social, que el
profeta invita a sus compatriotas a no entregarse ingenuamente a los más allegados:
guárdese cada uno de su prójimo, y nadie confíe en su hermano.
Yahvé no puede soportar esta situación y quiere hacer intervenir su justicia,
enviándoles la tribulación y la angustia para probarlos: los fundiré en el crisol y los
probaré. No cabe otra solución, en bien de Jerusalén, que castigarla. De nuevo recalca
el carácter doloroso de los compatriotas: sus lenguas son saetas mortíferas…”Paz”,
dicen a su prójimo, y tienden la insidia en su corazón. La palabra de saludo PAZ, que
decían al encontrarse, es un engaño ya que los corazones están distanciados y tramando
interiormente insidias para aprovecharse de su prójimo.
La justicia divina tiene sus exigencias y no puede tolerar más este estado de cosas.
El callar equivale a consentir, y es necesaria la venganza de Dios para escarmiento
general, y Dios mismo invita a un duelo general por la desolación del país como
consecuencia de su intervención justiciera: llorad….sobre los montes. Los montes que
antes estaban cubiertos de arboleda, van a ser desolados.
Probablemente se alude aquí también a los montes como lugar de jolgorio con
ocasión de los ritos idolátricos allí practicados. La alegría se va a convertir en luto.
También los pastizales del desierto, altamente estimados como oasis raros,
desaparecerán, y se invita a hacer duelo por ellos, pues no se va a oír más el alegre balar
de los rebaños. La desolación es completa, y todo signo de vida desaparecerá.
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Ésta suerte también de la campiña estará reservada a la capital de Jerusalén. En
ella, los chacales harán su morada; este símil es corriente en la literatura profética.
Nada más triste que una ciudad arruinada, en la que sólo se oyen los aullidos de
los chacales, únicos moradores entre los escondrijos formados por las ruinas. Así
quedará Jerusalén después de su destrucción por los soldados de Nabucodonosor.
El profeta quiere explicar a su pueblo la razón profunda de la ruina, y busca
personas inteligentes que comprendan la lección teológica del castigo para que la
transmitan al pueblo. En Dt, se dice que, si el pueblo no era fiel a la promesa
cumpliendo su Ley, sufriría los castigos de Dios.
La catástrofe es tan inminente, que Yahvé invita a que vengan las plañideras de
oficio a solemnizar el duelo. El profeta une su suerte a la del pueblo: que eleven
sobre nosotros lamentaciones. Sión, ha sido destruida, y sus habitantes tienen que
abandonar su tierra y sus moradas hacia regiones extrañas. La catástrofe debe
quedar como proverbial, y su luto debe repetirse de generación en generación. La
mortandad es general y es inútil querer recogerse en casa para evitarla, porque la
muerte ha subido por nuestras ventanas. Ni los de corta edad están libres de la fatal
suerte. El espectáculo es desolador, pues por doquier hay cadáveres…..que yacen
como estiércol sobre el campo. No hay quién se preocupe de darles sepultura
piadosa, son como el manojo que queda tras el segador, sin haber quien los recoja.
Ha pasado el ejército invasor, y no quedan sino ruinas humeantes y vidas
tronchadas en flor.
En cambio en Ezequiel vemos que continúan las acciones simbólicas para
insignificar la trágica suerte de los moradores de Jerusalén. No sólo serán cercados y
padecerán grandes estrecheces en el asedio, sino que al final serán unos asesinados y
otros dispersos. El profeta, con todas estas predicciones, salía al paso del infundado
optimismo de sus compatriotas, que creían cerca la hora de la liberación total y,
sobre todo, no concebían que la Ciudad Santa pudiera caer en manos del enemigo.
No se especifica el momento histórico de esta nueva acción simbólica. El profeta
debe rasurarse la barba y los cabellos. Lo primero resultaba un gran sacrificio para
los orientales, que ellos están orgullosos de su barba. En Is 7,20 se habla del ejército
asirio como navaja alquilada, para quitar a Judá toda su virilidad.
En Ezequiel, el sentido es algo diverso. Debe dividir sus cabellos y barba
rasurada en tres mitades, que habían de pesarse en una balanza, símbolo de la
justicia divina.
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Un tercio será entregado al fuego en medio de la ciudad sobre el ladrillo o
tableta de barro donde había trazado el plano de Jerusalén. Así, dentro del trazado de
la ciudad debe quemar parte de su barba para indicar a los habitantes de Jerusalén
que morirán durante el asedio por la peste y el hambre. Otro tercio de pelos los
herirá con la espada simbolizando a los que habían de caer por la espalda, y un
tercio será esparcido al viento, con lo que se indica la suerte de los deportados y
dispersos en la huída por los países; su destino será tan trágico, que ni así se verán
libres, ya que Yahvé los perseguirá con la espada. Pero de éstos se salvará un resto,
por eso se dice que debe ligarlos a la orla con su manto, es decir conservarlos con el
mayor cuidado. El v.4 es comúnmente considerado como glosa para recalcar el
castigo, pues el fuego parece simbolizar las diversas calamidades que se cernerán
sobre la casa de Israel.
Yahvé echa en cara a Jerusalén, la predilecta, el haber sido más culpable que los
mismos pueblos paganos que lo rodeaban. El profeta declara, en nombre de Dios, la
razón teológica de su inminente y definitivo castigo. Toda la historia de Judá ha sido
una serie de transgresiones y rebeldías contra su Dios, que con tanto amor los había
llamado protegido contra innumerables peligros. La había puesto en medio de las
gentes, lo que geográficamente es exacto, ya que Palestina estaba en la encrucijada
de los dos grandes imperios, el asirio y el egipcio. Israel superó en malicia a las
otras naciones, en cuanto que, teniendo una revelación especial, no quiso someterse
a los preceptos divinos, ya que no sabe de ningún pueblo que haya renegado de su
Dios nacional, mientras que Israel reiteradamente ha abandonado a su Dios para
seguir a los ídolos de otros pueblos.
El pecado más grave de Israel fue la idolatría. El santuario de Jerusalén había
sido profanado con imágenes de ídolos extraños; tus fornicaciones pueden tener el
sentido metafórico de idolatrías, como es común en los profetas, y el sentido literal
de actos de prostitución sagrada, corrientes entre los cananeos. Como consecuencia
de sus abominaciones, unos morirán por el hambre y la peste; otros en cambio, por
la espada, y otros tendrán que huir perseguidos por el mismo Señor. Con ello
Jerusalén será objeto de oprobio y de escarmiento entre las naciones. Entonces
conocerán todos que Yahvé ha hablado, manifestándose en su pleno furor por las
transgresiones de su pueblo.
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2. La Nueva Alianza en Jeremías y Ezequiel.
El fragmento donde se habla de la Nueva Alianza en Jeremías (31-34), es uno de los
más bellos de toda la literatura profética por el espiritualismo que rezuman sus palabras.
La alianza antigua, basada en penas y castigos, será sustituida por otra nueva
alianza que tiene su asiento en los corazones. Parece un anticipo del mensaje
evangélico. El pacto del Sinaí había caducado por la infidelidad de una de las partes
contratantes, y se había mostrado ineficaz para dirigir la vida religiosa del pueblo
elegido. Las imposiciones externas no habían logrado despertar la entrega íntima y
profunda de los corazones. El materialismo de la letra había suplantado al contenido
ético-religioso del pacto sinaítico, y era preciso iniciar una nueva etapa con nuevas
bases para regular las relaciones de Israel con su Dios. Faltaba el principio interior de la
gracia que transforma los corazones. Puesto que la antigua alianza había fracasado, no
se debía reconstruir la nueva teocracia con las mismas bases ya caducas. Por eso,
Jeremías, en nombre de Dios, anuncia una nueva alianza, escrita sobre los corazones, en
sustitución de la antigua, escrita en piedra. En vez de meras imposiciones externas, con
promesas y amenazas materiales, la base de la nueva alianza será el conocimiento
amoroso e íntimo de Yahvé y de sus derechos.
La nueva alianza será con el Israel total: casa de Israel y la casa de Judá. Las doce
tribus son el objeto del amor de dios, y de ellas saldrá el núcleo sustancial de la era
mesiánica, del Israel de Dios del Nuevo Testamento. La expresión vienen días alude a la
perspectiva ilimitada iniciada en la era mesiánica.
En el horizonte profético se superponen constantemente ambas perspectivas
históricas, en cuanto que la primera es una preparación de la segunda, pero los confines
de ambas quedan indeterminados. Pero la nueva alianza se diferenciará bien de la del
Sinaí, cuando Yahvé sacó a Israel de la tierra de Egipto, ya que ésta fue quebrantada por
una de las partes signatarias, los israelitas.
En cambio, la nueva alianza, durará para siempre, porque Yahvé imprimirá en los
corazones un conocimiento de El mismo que los atraerá y guiará en todas sus acciones,
conforme a los intereses de Yahvé.
Ambas alianzas tenían por fin vincular a Israel a su Dios, pero en la nueva etapa las
leyes no serán meras proposiciones externas e invitaciones a cumplirlas, con el anuncio
de las correspondientes sanciones o premios, como en el Sinaí, sino que Yahvé actuará
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en los corazones de los ciudadanos de la nueva teocracia para que irresistiblemente las
cumplan. Es una expresión hiperbólica para recalcar el sentido interior de la nueva
legislación divina.
La antigua Ley mosaica había sido escrita en tablas de piedra, la nueva en los
corazones. La expresión es bellísima e irremplazable para designar el carácter espiritual
del nuevo pacto. Entonces Yahvé será realmente el Dios de su pueblo.
La acción íntima de Yahvé en los corazones, será tan profunda que no habrá
necesidad de de doctores que enseñen la ley del Señor, porque Yahvé mismo,
dominando los corazones, será el Doctor de cada uno.
Naturalmente estas palabras de Jeremías no se oponen a la existencia de doctores en
la nueva ley, como han querido entender los anabaptistas. Aquí se quiere resaltar el
carácter íntimo e insinuante de la Ley del Señor, que no dependerá en su eficacia, tanto
de la audición externa, comunicada por un maestro humano, cuanto de la acción íntima
de Yahvé, que mueve los corazones. Todos, lo conocerán, desde los pequeños hasta los
grandes. Conocer a Dios aquí no es tener un conocimiento especulativo sobre Dios y
sus atributos, sino que la frase en el Antiguo Testamento implica un conocimiento
afectivo, que supone la entrega de la vida a sus preceptos. Pequeños y grandes aquí son
probablemente la clase dirigente de la nación y los simples ciudadanos, sobre todo los
pobres e ignorantes.
Dios, en reconocimiento a esta entrega íntima de los corazones les perdonará sus
maldades. La nueva era se abre con una amnistía general, de modo que las relaciones
con Dios serán totalmente cordiales. De nuevo Jeremías insinúa la nueva economía de
remisión de los pecados, que se cumplirá en el Nuevo Testamento con la infusión
desbordante de la gracia.
En cambio Ezequiel al hablar de la Nueva Alianza nos dice que Yahvé castigará a
Jerusalén por su violación del juramento, rompiendo el pacto del Sinaí. La intervención
justiciera de Dios será muy dura, pero no anulará las cláusulas de la antigua alianza,
sino que las mantendrá, ratificándolas con una alianza eterna. La antigua alianza del
Sinaí, en tiempos de mocedad de Israel como pueblo, será mantenida sustancialmente,
pero al mismo tiempo será sublimada y colmada en contenido. La primera, hecha en
tiempos de la mocedad del pueblo elegido, fue rota por las veleidades de éste,
consecuencia de su inexperiencia juvenil. La nueva alianza será eterna, es decir, no
sujeta a alteraciones por parte de Israel, porque Yahvé se apoderará totalmente de su
corazón y de sus afectos más íntimos.
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Es la misma promesa de nueva alianza anunciada por Oseas y Jeremías. Como
consecuencia de esa nueva situación afectiva interna, Jerusalén se avergonzará de sus
antiguas obras.
Jerusalén volverá a ser el centro de atracción de sus hermanas mayores y menores,
es decir, de Samaria y de Sodoma, símbolo de todos los pueblos paganos o paganizados
que un día integrarán el Israel de Dios, heredero directo del Israel de la carne. La
perspectiva se mueve dentro de las promesas mesiánicas universalistas expresadas en
varios textos del Antiguo Testamento y explícitas magistralmente por San pablo. Y todo
ello como consecuencia de un nuevo pacto, fruto de la pura benevolencia divina, que
quiere decir reivindicar su honor entre las naciones gentiles. Estos beneficios de Yahvé
traerán la confusión y la vergüenza a la ingrata Jerusalén.
3. La situación del pueblo en el destierro. La respuesta de Ezequiel y II Isaías.
Ezequiel se compara a sí mismo a un centinela militar encargado de dar la voz de
alarma ante el peligro. El profeta se siente responsable de la suerte espiritual de su
pueblo, y por eso se cree en la obligación de mantenerse vigilante frente a los peligros
que sobre el se ciernen. Es la misión de Ezequiel entre los exiliados de Babilonia. Ha
anunciado primero la destrucción de Jerusalén en castigo de los pecados acumulados
durante generaciones por la comunidad israelita. Ahora tiene que anunciar nuevos
peligros para la vida religiosa de los exiliados y tomar la constitución de éstos en orden
a la constitución del nuevo núcleo de restauración nacional. Como portavoz de la
palabra de Dios, tiene que anunciar los peligros para que el pueblo se aperciba de ellos.
Si no quieren oírle, no tendrá responsabilidad alguna en la muerte de ellos, como en el
caso del centinela militar.
Al contrario, si este no cumple su misión de anunciar el peligro de la invasión del
enemigo, será responsable de lo que pasaré y pagará con su vida su falta en el
cumplimiento del deber. Este sentido de responsabilidad preocupa extremadamente a
Ezequiel, como preocupará a San Pablo su misión de evangelizar.
Ya en el c.18 se trata de contestar a las reacciones insolentes de los exiliados, que
creen que es una injusticia echar sobre ellos la culpabilidad de los antepasados. La
característica más destacable es la desesperación.
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El castigo de Dios sobre Judá ha demostrado que Yahvé ha abandonado a su pueblo,
y los exiliados se sienten pecadores, y, como tales, lejos de la providencia especial de
Yahvé.
Ezequiel les recuerda que la situación no es desesperada, pues ante Dios no cuenta
tanto la culpabilidad pasada cuanto las buenas disposiciones de arrepentimiento
actuales. Dios no se complace en castigar, sino que busca ante todo el retorno del
pecador. La respuesta de Yahvé está basada en la idea de que es ante todo amoroso y
misericordioso, y, como tal, está buscando siempre que el corazón del impío se
convierta y vuelva a su buen camino, para poder prodigarle sus misericordias.
Algunos de los versículos tienen un aire de desesperación, de rabia y de cinismo, y
no de compunción. Por eso su situación espiritual no es buena. No quieren nada con un
Dios que los ha castigado. Es preciso una enmienda de vida. No bastan las buenas
acciones pasadas del justo si éste en la actualidad anda por las sendas de la impiedad.
Naturalmente, no es que el profeta quiera subestimar las acciones del pasado,
pecaminosas o virtuosas, sino que quiere resaltar que, de hecho, en orden a la salvación
de cada uno, interesan sobre todo las acciones buenas presentes. Sobre un pasado
pecador se puede extender el velo del olvido de parte del Señor, siempre que el presente
sea digno de la amistad y misericordia divinas.
En la perspectiva de Ezequiel se trata de la salvación de los israelitas en su destino
de la comunidad nacional y en su porvenir en esta vida. Nada en el libro de Ezequiel
supone la creencia en la retribución de ultratumba. La perspectiva del profeta, como la
de todos los libros del A.T. se proyecta sólo al horizonte terreno.
Toda esta obra de Ezequiel tiene como punto de partida un pueblo que no ha
querido seguir sus pasos y que no ha sabido discernir ni ver las huellas de Dios en sus
vidas. Han puesto la esperanza en unos ídolos que lo único que lo llevara será a la
destrucción, al destierro de su pueblo.
Una vez que el pueblo se da cuenta del error que ha cometido y el destierro
como consecuencia al no querer seguir al Dios de Israel, es cuando sienten nostalgia,
añoran, de esa tierra de la que nunca debieron de haber sido sacado.
Es la misión del profeta la de alentar al pueblo y animarlo a tener esperanza.
Será el profeta Ezequiel desde la misma circunstancia que el pueblo está viviendo(es
decir desde el destierro) donde debe escuchar la voz del Señor que le dice que no tenga
miedo y que confíen en él que los sacara de su esclavitud, pero que para ello necesita de
la conversión de su pueblo.
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Ezequiel nos hace ver que este pueblo que se sentía muerto y olvidado por parte
de Dios, es ahora resurgido, elevado a la categoría de Dios. Es decir, Dios vuelve a
entablar esa alianza que lo hará libre; obrando con ello una nueva creación, es decir, le
dará vida. Y luego lo llevará a una nueva tierra donde reinará su amor de y su
misericordia. Pero para ello solo pide del hombre su conversión.
Para terminar esta reflexión de un pueblo que es desterrado, y que siente la
experiencia de ese Dios liberador, es la misma situación que vive nuestra sociedad hoy
día. Una sociedad cargada de injusticia social, de destrucción masiva de uno para con el
otro, cargada de violencia, etc. y que ella misma se ha ido buscando por no escuchar la
voz del Señor, vuelve a escucharse la voz de Ezequiel en el s XXI que nos dice,
convertíos y amad a vuestro único y verdadero Dios de Jesucristo. Es una llamada por
parte de Ezequiel a ser en este mundo que es egoísta y deshumanizador, vocero de Dios,
de un Dios que no deja los huesos desramados por la tumba, sino que los coges y con
ellos crea una nueva vida, si actuamos como él mismo actuó.
Para ello echará la puerta que impide la libertad y la vida de su pueblo. Y el
pueblo se alzará y saldrá y caminará sin que nadie pueda detenerlo porque Dios mismo
será un segundo Éxodo. Será la guía y su fortaleza, porque infundirá en él su mismo
espíritu vivificante.
Y sobre todo lo que tiene que llevarnos esta reflexión del texto de Ezequiel es a un
progreso del conocimiento de Dios. Y a llevar a que tenga esta sociedad actual una
confianza en el Señor de la vida, que libera de la muerte como aquello que oprime al
pueblo. Este Dios hará una alianza tan íntima que nadie podrá romperla y con ello
venceremos a la muerte, viviendo con y junto a él eternamente en la gloria.
Con el II Isaías se dirige en segunda persona del plural, sin determinar más, y el fin
del destierro es considerado como la reconciliación de Yahvé con su pueblo, al que
castigó sumergiéndole en la noche oscura de la cautividad. La liberación aparece por
eso como la manifestación de la luz plena y alegre. La vuelta de los exiliados es
idealizada y confundida en la perspectiva con los albores de la era mesiánica.
Con estas palabras, consolad, consolad, han hecho que se llame el libro de
consolación para Israel, pues la idea de consuelo domina y penetra estas maravillosas
profecías de restauración.
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La repetición enfática de consolad indica la certeza de la liberación en la mente del
profeta, que intenta levantar los ánimos de los pusilámines, apesadumbrados por la
sucesión de tantas calamidades.
Se trata de un mensaje de perdón al pueblo. La mente del profeta se proyecta sobre el
retorno glorioso idealizado de su pueblo idealizado, precedido de la gloria de Yahvé.
El profeta oye un nuevo anuncio alusivo a la capacidad de lo humano frente a la
inmutabilidad de la palabra.
El profeta quiere dar esperanza a los oprimidos: todo el poder de los opresores
desaparecerá como el verdor del campo en una ola de calor. Éste invita a unos supuestos
mensajeros de buenas nuevas a que anuncien la proximidad de la llegada de Yahvé, que
retorna a su pueblo después de haberse separado de él por sus pecados
El retorno de Yahvé, que viene con fortaleza, y su brazo dominará, y trae, como
los conquistadores, su salario, su paga,....Yahvé ha vencido a los enemigos de Israel, y
ahora vuelve con los trofeos de la victoria a su pueblo.
Yahvé después de haber permitido que su pueblo fuera entregado al pillaje y
llevado en cautividad, se presenta ahora como su redentor: yo te he rescatado, y la razón
de ese interés de Dios es que Israel le pertenece, ya que le llamó por su nombre, al
escogerlo como pueblo suyo en medio de de todos los otros. Los lazos de la antigua
teocracia establecida en el Sinaí aún perduran a pesar de la catástrofe nacional del
exilio. Yahvé no los abandonó totalmente a su suerte. Yahvé es el goel de Israel, su
rescatador, el que por lazos de familia muy estrechos tenía que salir por los intereses de
su protegido. Y el hecho futuro de liberación de su pueblo se presenta como pasado : yo
te he rescatado, para destacar más la voluntad salvífica de Dios sobre Israel. Dios se
encargará de librarle de todos los peligros (agua, ríos, fuego, llamas,….) y de todas las
situaciones críticas, no sólo rescatándole de la cautividad, sino aún después en su vida
nacional, ya que, en la mente del profeta, la liberación del exilio significa la aurora de
los tiempos mesiánicos. Falta la perspectiva del tiempo y los planos históricos se
superponen.
Y tal es el amor que Yahvé tiene a Israel, que está dispuesto a entregar a su
libertador Ciro vastos imperios como pago: Egipto, Etiopía y Seba. La estima que Dios
tiene de Israel hace que entregue hombres y pueblos como precio de su rescate. Él hará
que los desterrados (descendencia) vuelvan de Oriente y del Occidente. El profeta
quiere hacer resaltar que los israelitas dispersos por toda la faz de la tierra serán
reintegrados a su patria por especial intervención divina.
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La razón de ser de Israel es la glorificación de Dios, la manifestación de sus
maravillas y beneficios entre los demás pueblos por medio del pueblo escogido, que,
por estar vinculado de un modo especial a Yahvé, llevaba su nombre.
El profeta propone a los exiliados descorazonados el ejemplo del gran
antepasado de Israel para que reconozcan su categoría entre las naciones. La bendición
de Dios hizo que Abraham, ya decrépito, surgiera una gran nación, del mismo modo
ahora el pueblo escogido, reducido a la miseria y a la impotencia, puede recobrar su
primitiva grandeza y aún superarla con la bendición de Yahvé. El profeta se dirige a los
que aún tienen alguna promesa de salvación. Los que buscáis a Yahvé, esperando el
cumplimiento de sus promesas y la manifestación de su poder para liberar al pueblo
elegido. Deben tener en cuenta su origen milagroso y excepcional: la cantera de que
habéis sido sacados, la simple bendición de Yahvé sobre Abraham y Sara ha sido
suficiente para crear un nuevo pueblo, en contra de todos los cálculos humanos; del
mismo modo ahora Yahvé se apiadará de Sión, es decir, hará surgir de su estado de
postración una nueva generación victoriosa en Tierra Santa, donde la misma naturaleza
se transformará, convirtiéndose en un vergel y paraíso de Yahvé. De nuevo
encontraremos las descripciones desbordadas de la imaginación oriental.
4. Rasgos generales del mensaje profético en el tiempo del posexilio.
Los profetas se presentaban a sí mismos como los “centinelas” que velaban por los
intereses religiosos de su pueblo. Por ello fueron saludados como “hombres de Dios”.
Éste carácter religioso es la clave para interpretar su predicación, su mensaje, su
actividad y sus escritos exclusivamente religiosos. Se consideraban los transmisores y
alentadores de las escenas tradicionales religiosas de Israel en su mayor pureza frente al
ritualismo externo de los sacerdotes.
Todas las manifestaciones políticas y culturales profanas no tenían sentido para
ellos sino en su dimensión religiosa. En su mentalidad espiritualista era preferible el
ambiente sencillo del desierto en que se formó la teocracia hebrea, al calor de la
providencia espiritualista de Yahvé, que el sedentario de la población cananea,
inficionado con los cultos idolátricos.
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La religión para ellos era más que un cúmulo de ritos externos, pues proponían
como medula de la misma las relaciones con un Dios que ante todo es fiel a sus
atributos de justicia y misericordia y que, por otra parte, exige un trato de equidad para
el prójimo, particularmente para los desvalidos y olvidados en los últimos estratos
sociales.
Se presentan como los únicos representantes genuinos de los intereses divinos,
considerándose la boca de Dios, ya que lo esencial del mensaje profético es la
transmisión de un “oráculo”, es decir, de una comunicación directa de Dios destinada a
su pueblo. Tienen conciencia de que Yahvé les ha hablado directamente, de modo
indefinible, con ese “susurro” difícil de catalogar, que parece ser la mejor traducción de
la palabra hebrea ne’meum, que aparece repetidas veces al principio de los mensajes
proféticos. El oráculo, es algo más que el consejo de la literatura sapiencial, pues, lejos
de ser un fruto de reflexión teológica sobre determinadas doctrinas religiosas aceptadas,
al estilo de nuestros teólogos, es una irrupción directa de Dios en el alma del profeta, ya
sea comunicándole las verdades totalmente desconocidas y nuevas, ya combinándole de
un modo especial preternatural ciertas verdades que ya conoce el profeta por vía natural
o por reflexión teológica, pero que, con la intervención directa de Dios, dan una luz
inesperada que el profeta por pura reflexión natural no habría aceptado. En realidad el
lumen propheticum, ejerce una influencia especial en orden a la formulación de un
juicio infalible en beneficio de la comunidad religiosa a la que va destinado el mensaje
profético.
Sin embargo, éste, al recibir la comunicación divina, no pierde la conciencia de su
personalidad. No hay absorción de su conciencia por parte de Dios, sino que el profeta
conserva el sentimiento reflejo de que aún, como transmisor del mensaje tan
íntimamente comunicado por la divinidad, se distingue claramente de ésta energía
divina que le posee e invade.
Por otra parte tenemos que tener presente que el profeta es un hombre de su tiempo,
que habla a gentes de su época, y sólo por excepción de cosas lejanas, si bien
vinculándolas a los anhelos y necesidades de su época.
Como persona esencialmente idealista que es y que sueña y aspira a una mejor
sociedad en el orden ético espiritual, siempre enfoca sus enseñanzas en función de los
futuros y definitivos intereses de su pueblo, ya que para él, en los designios de Dios,
Israel ha sido lanzado hacia un futuro glorioso, pero a través de un periodo de prueba y
purificación.
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De ahí que las catástrofes nacionales no sean para el profeta sino avisos de Dios
para un enderezamiento de costumbres en orden en la preparación de una era mejor en
cuanto a religiosidad y justicia. Por eso, los problemas mismos de su época son
considerados también a la luz de horizontes lejanos, en los que se presiente la etapa
definitiva de su pueblo. Éstas dos perspectivas diferentes del profeta, -la ambiental y la
mesiánica- deben tenerse en cuenta cuando se trate de aquilatar su pensamiento, ya que
muchas veces ambos horizontes o estratos históricos se superponen y entrelazan en un
mismo mensaje, de tal forma que muchas veces no es fácil deslindar las fronteras de
ambos.
Supuestos estos principios, básicos para entender el complejo psicológico de los
profetas, vamos a resaltar algunas ideas teológicas que nos dan la clave para
comprender su mensaje.
Una de las ideas claves del armazón teológico de los profetas es la vinculación
de Israel a Yahvé, soberano del universo y único organizador de Israel como pueblo.
Para ellos, Dios es el absoluto soberano de la historia, que dirige ocultamente los hilos
de las vidas de los hombres y de las naciones. Todos los acontecimientos en su visión
teológica, conducen a un fin concreto y hacia una época determinada. Por otra parte el
segundo postulado de ésta teología de la historia de la humanidad, en su historia
individual y colectiva, se halla sometida a los imperativos y exigencias de la justicia y
misericordia divinas.
Jeremías nos dice que Israel fue un pueblo, un nombre y una gloria, de modo que
fuera un reflejo viviente de los intereses de Dios entre los pueblos, mostrando la
naturaleza santa de Dios al hacerse también “santo” el pueblo elegido.
Isaías es entre los profetas quién sintió más íntimamente esta necesidad de
“santificación de purificación y de incontaminación”, aplicada al pueblo de Israel.
Yahvé es para el, ante todo, el “Santo”, mientras que el pueblo y el mismo profeta son
seres contaminados, impuros. Por ello, las relaciones de Israel y su Dios están
condicionadas por la naturaleza divina, que en Isaías aparece caracterizada por el
concepto de “santidad o de trascendencia”; Dios es el santo de Israel, por eso, la misión
de Israel es “santificar al Señor de los ejércitos, es decir, reconocerlo como “Santo”.
Isaías se daba cuenta de que habitaba en un pueblo de labios impuros y cuyas
obras eran una constante provocación y profanación del “Santo de Israel”.Para resumir
el mensaje isasiano en la frase famosa: “Sion in indicio redimetur”.
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Jeremías y Ezequiel protestan contra la actitud de ciega confianza de los
habitantes de Jerusalén en su condición de ciudadanos de la ciudad en que habita
Yahvé. Esto no los librará del castigo inminente, que debe ser considerado más bien
como un signo de solicitud paternal, ya que el mayor castigo sería abandonarlos a su
suerte en sus pecados, sin acordarse de ellos, pues para los profetas el castigo es ante
todo la llamada al arrepentimiento, al retorno del Señor.
Para los profetas Israel es el centro de los destinos históricos del mundo, y las
otras naciones se subordinan en su proceso histórico a las exigencias nacionales de este
pueblo privilegiado. Dios es el Señor de todos los pueblos sin distinción, y guía
secretamente los hilos de la historia de los hombres y la pública de las naciones, pero
tiene asignados destinos especiales providenciales.
Sin embargo, la idea mesiánica constituye como la espina dorsal de la teología
del A. T. Arranca ya de los primeros capítulos del Génesis, concretándose a través de
los tiempos, hasta llegar en la época profética, a constituir la medula de su predicación.
Porque el profeta ve en todas las cosas y acontecimientos una dimensión
espiritual y aún mesianista, en los graves momentos de crisis nacional, y en las
angustias y estrecheces de la vida de sus contemporáneos, se dirige a los tiempos
mesiánicos, a aquella época ideal y definitiva que cierra el ciclo histórico de Israel, que
será presidida por el sentido de la justicia y la equidad en su más pura acepción.
En la visión profética, el tiempo no existe, y los planos y estragos históricos se
superponen y confunden; de ahí que se pase instintivamente de la descripción de la
situación angustiosa de su época a la dichosa de la era mesiánica. Para el profeta existe
una lucha entre el bien y el mal desde los albores de la historia humana, e Israel es el
gran instrumento de Dios, y el Mesías es el gran protagonista del drama.
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