La Condena

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LA CONDENA Franz Kafka Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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Kafka - La condena

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LA CONDENA

Franz Kafka

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Era domingo por la mañana 21 en lomás hermoso de la primavera. Georg Bende-mann, un joven comerciante,· estaba sentado ensu habitación en el primer piso de una de lascasas bajas y de construcción ligera que se ex-tendía a lolargo del río en forma de hilera, y que sólo sedistinguía entre sí por la altura y el color.

Acababa de terminar una carta a unamigo de su juventud que se encontraba en elextranjero, la ce-rró con lentitud juguetona y miró luego, con elcodo apoyado sobre el escritorio» por la venta-na, hacia el río, el puente y las colinas de la otraorilla con su color verde pálido 22.Reflexionó sobre cómo este amigo, descontentode su éxito en su ciudad natal, había literalmen-te huido ya hacía años a Rusia. Ahora tenía unnegocio en San Petersburgo, que al principiohabía marchado muy bien, pero que desde hacíatiempo parecía haberse estancado, tal como

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había lamentado el amigo en una de sus cadavez más infrecuentes visitas.

De este modo se mataba inútilmentetrabajando en el extranjero, la extraña barbasólo tapaba con dificultad el rostro bien conoci-do desde los años de la niñez, rostro cuya pielamarillenta pareciamanifestar una enfermedad en proceso de de-sarrollo. Según contaba, no tenía una auténticarelación con la colonia de sus compatriotas enaquel lugar y apenas relación social algunacon las familias naturales de allí y, en conse-cuencia, se hacia a la idea de una soltería defini-tiva.¿Qué podía escribírsele a un hombre de estetipo, que, evidentemente, se había enclaustra-do, de quien se podía tener lástima, pero aquien no se podía ayudar? ¿Se le debía quizáacon-sejar que volviese a casa, que trasladase aquí suexistencia, que reanudara todas sus antiguasrelaciones amistosas, para lo cual no existía

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obstáculo» y que, por lo demás, confiase en laayuda de los amigos? Pero esto no significabaotra cosa que decirle al mismo tiempo, con pre-caución, y por ello hiriéndole aún más, que susesfuerzos hasta ahora habían sido en vano, quedebía,por fin, desistir de ellos, que tenía que regresary aceptar que todos, con los ojos muy abiertosde asombro, le mirasen como a alguien que havuelto para siempre; que sólo sus amigos en-tenderían y que él era como un niño viejo, quedebía simple-mente obedecer a los amigos que se habíanquedado en casa y que habían tenido éxito.

¿E incluso entonces era seguro que tu-viese sentido toda la amargura que había quecausarle? Quizá ni siquiera se consiguiese traer-le a casa, él mismo decía que ya no entendía lasituación en el país natal, y así permanecería, apesar de todo, en su extranjero, amargado porlos consejos y un Poco más distanciado de losamigos. Pero si siguiera real

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mente el consejo y aquí se le humilla-se,naturalmente no con intención sino por laforma de actuar, no se encontraría a gusto entresus amigos ni tampoco sin ellos, se avergonzar-íaentonces no tendría de verdad ni hogar ni ami-gos. En estas circunstancias ¿no era mejor quese quedase en el extranjero tal como estaba?¿Podría pensarse que en tales circunstanciassal-dría realmente adelante aquí?Por estos motivos, y si se queda mantener enpie la relación epistolar con él, no se le podíanhacer verdaderas confidencias como se le har-ían sin temor al conocido más lejano. Hacía másde tres años que el amigo no había estado en supaís natal y explicaba este hecho, apenas sufi-cientemente, mediante la inseguridad de lasituación política en Rusia, que, en consecuen-cia, no permitía la usencia de un pequeño hom-bre de negocios mientras que cientos de milesde rusos viajaban tranquilamen-

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te por el mundo. Pero precisamente en el rans-curso de estos tres años habían cambiado mu-cho las cosas para Georg. Sobre la muerte de sumadre, ocurrida hacía dos años y desde la cualGeorg vivía con su anciano padre en la mismacasa, había teni-do noticia el amigo, y en una carta había expre-sado su pésame con una sequedad que sólopodía tener su origen en el hecho de que laaflicción por semejante acontecimiento se hacíainimaginable en el extranjero. Ahora bien, des-de entonces, Georg se había enfrentado al ne-gocio, como a todo lo demás,con gran decisión.Quizá el padre, en la época en que todavía viv-ía la madre, le había obstaculizado para llevar acabo una auténtica actividad propia, por elhecho de que siempre quería hacer prevalecersu opinión en el negocio. Quizá desde la muer-te de la madre, el padre, a pesar de que todavíatrabajaba en el negocio, se había vuelto másretraído. Quizá desempeñaban un papel impor-tante felices casualidades, lo cual era incluso

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muy probable; en todo caso, el negocio habíaprogresado inesperadamente en estos dos años,había sido necesario duplicar el personal, lasoperaciones comerciales se habían quintuplica-do, sin lugar a dudas tenían ante si una mayorampliación.Pero el amigo no sabia nada de este cambio.Anteriormente, quizá por última vez en aquellacarta de condolencia, había intentado conven-cer a Georg de que emigrase a Rusia y se habíaexplayado sobre las perspectivas que se ofrec-ían precisamente en el ramo comercial de Ge-org. Las cifras eran mínimas con respecto a lasproporciones que había alcanzado el negociode Georg. Él no había querido contarle al amigosus éxitos comerciales y si lo hubiese hechoahora, con posterioridad, hubiese causado unaimpresión extraña.Es así como Georg se había limitado a contarlea su amigo cosas sin importancia de las muchasque se acumulan desordenadamente en el re-cuerdo cuando se pone uno a pensar en un

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domingo tranquilo. No deseaba otra cosa quemantener intacta la imagen que, probablemen-te, se había hecho el amigo de su ciudad nataldurante el largo período de tiempo, y con lacual se había conformado. Fue así como Georg,en tres cartas bastante distantes entre sí, in-formó a su amigo acerca del compromiso ma-trimonial de un señor cualquiera con una mu-chacha cualquiera, hasta que, finalmente, elamigo, totalmente en contra de la intención deGeorg, comenzó a interesarse poreste asunto.Georg prefería contarle estas cosas antes queconfesarle que era él mismo quien hacía un messe había prometido con la señorita FriedaBrandenfeld, una joven de familia acomodada.

Con frecuencia hablaba con su prometida deeste amigo y de la especial relación epistolarque mantenía con él.--Entonces no vendrá a nuestra boda -decíaella--, y yo tengo derecho a conocer a todos tus

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amigos.--No quiero molestarle -'-contestaba Georg---,entiéndeme, probablemente vendría, al menosasí lo creo, pero se sentiria obligado y perjudi-cado, quizá me envidiaría y seguramente, ape-sadumbrado e incapaz de prescindir de esapesadumbre, regresaría solo, solo ¿sabes lo quees eso?--Bueno, ¿no puede enterarse de nuestra bodapor otro camino?--Sin duda no puedo evitarlo, pero es improba-ble dada su forma de vida.--Si tienes esa clase de amigos, Georg, nuncadebiste comprometerte.--Sí, es culpa de ambos, pero incluso ahora nodesearía que fuese de otra forma.Y si ella, respirando precipitadamente entre susbesos, alegaba todavía:--La verdad es que sí que me molesta.Entonces era realmente cuando él considerabainofensivo contarle todo al amigo.--Así es como soy y así tiene que aceptarme ---

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decía él--.No pienso convertirme en un hombre a su me-dida, hombre que quizá fuese más apropiado asu amistad de lo que yo lo soy.Y, efectivamente, en la larga carta que habíaescrito este domingo por la mañana, informabaa su amigo del compromiso que se había cele-brado con las siguientes palabras: «Me he re-servado la novedad más importante para elfinal. Me he prometido con la señorita FriedaBrandenfeld, una muchacha perteneciente auna familia acomodada que se estableció aquímu-cho tiempo después de tu partida y a la que túapenas conocerás. Ya habrá oportunidad decontarte más detalles acerca de mi prometida,baste hoy con decirte que soy muy feliz y queennuestra mutua relación sólo ha cambiado algoen cuanto que tú, en lugar de tener en mi unamigo corriente, tendrás un amigo feliz.Además tendrás en mi prometida, que te man-

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da saludos cordiales y que te escribirá próxi-mamente, una amiga leal, lo que no deja detener importancia para un soltero.

Sé que muchas cosas te impiden hacemos unavisita, pero ¿acaso no sería precisamente miboda la mejor oportunidad de echar por la bor-da, al menos por una vez, todos los obstáculos?Pero, sea como sea, actúa sin tener en cuentatodo lo demás y según tu buen criterio»Georg había permanecido mucho tiempo sen-tado en su escritorio con la carta en la mano y elrostro vuelto hacia la ventana. Con una sonrisaausente había apenas contestado a un conocidoque, desde la calle, le había saludado al pasar.Finalmente, se metió la carta en el bolsillo y, através de uncorto pasillo, se dirigió desde suhabitación a la de su padre, en la que no habíaestado desde hacía meses. No existía por lodemás, necesidad de ello, porque constante-mente tenía contacto con él en el negocio; co-mían juntos en una casa de comidas, por la no-

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che cada uno se tomaba lo que le apetecía perodespués la mayoría de las veces se sentaban unratito, cada uno con su periódico, en el cuartode estar común, a no ser que Georg, comoocurría con mucha frecuencia, estuviese encompañía de amigos o, como ahora, fuese a vera su novia.Georg se extrañó de lo oscura que estaba lahabitación del padre incluso en esta mañanasoleada, tal era la sombra que proyectaba la altapared que se elevaba al otro lado del estrechopatio. El padre estaba sentado ante la ventana,en un rincón adornado con recuerdos de la di-funta madre, y leía el periódico, que sostenía delado ante los ojos, con lo cual intentaba contra-rrestar una cierta falta de visión. Sobre la mesaestaban aún los restos del desayuno, del que noparecía haber comido mucho.--iAh Georg! --exclamó el padre, e inmediata-mente se dirigió hacia él. Su pesada bata se abr-ía al andar y los bajos revoloteaban a su alrede-dor.

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«Mi padre sigue siendo un gigante», se dijoGeorg.--Esto está insoportablemente oscuro --dijo acontinuación.--Si, si que está oscuro ---contestó el padre.-'-¿También has cerrado la ventana?--Lo prefiero así-Fuera hace bastante calor ----dijo georg comocomplemento a lo anterior, y se sentó.El padre retiró la vajilla del desayuno y la co-locó sobre una cómoda.--La verdad es que sólo quería decirte ---continuó Georg,que seguía los movimientos del anciano total-mente aturdido---que, por fin, he informado a San Petersburgode mi compromiso.Sacó un poco la carta del bolsillo y la dejó caerdentro de nuevo.--¿Cómo que a San Petersburgo? -preguntó elpadre.--Si, a mi amigo ---dijo Georg, y buscó los ojos

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del padre.«En el negocio es completamente distinto»,pensó. «Cuánto sitio ocupa ahí sentado y cómose cruza de brazos!»--Sí, claro, a tu amigo ---dijo el padre recalcán-dolo.--Ya sabes, padre, que en un principio queríasilenciar mi compromiso. Por consideración,por ningún otro motivo. Tú ya sabes que es unapersona difícil. Puede enterarse de mi com-promiso por otros cauces, me dije, y si bien estoapenas esprobable dada su solitaria forma de vida, yo nopuedo evitarlo, pero por mi mismo no debeenterarse.---¿Y ahora has cambiado de opinión? --preguntó el padre.Puso el periódico en el antepecho de la ventanay sobre el periódico las gafas que tapaba con lasmanos.--Sí, ahora he cambiado de opinión. Si verdade-ramente se trata de un buen amigo, me he di-

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cho, entonces mi feliz compromiso es tambiénpara él motivo de alegría y por eso no hedudado más en comunicárselo. Sin embargo,antes de echar la carta quería decírteloGeorg ---dijo el padre, y estiró la boca sin dien-tes--,escucha por una vez. Has venido a mí por esteasunto, para discutirlo conmigo. Esto te honrasin duda alguna, pero no sirve para nada, ymenos aún que para nada, si no me dices ahoramismo toda la verdad. No quiero traer a cola-ción cosasque nada tienen que ver con esto. Desde lamuerte de nuestra querida madre han ocurridociertas cosas desagradables. Quizá también lesllegue su turno, y quizá antes de lo que pensa-mos.En el negocio se me escapan algunas cosas,quizá no se me oculten, ahora no quiero enmodo alguno alimentar la sospecha de que seme ocultan, ya no estoy lo suficientemente fuer-te, me falla la memoria, ya no puedo abarcar

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tantas cosas. En primer lugar esto es ley de viday, en segundo lugar, la muerte

de tu madre me ha afligido mucho más que a ti.Pero ya que estamos tratando de este asunto dela carta, te pido, Georg, que no me engañes. Esuna pequeñez, no merece la pena, así pues, nome engañes. ¿Tienes de verdad ese amigo enSan Pe-

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tersburgo?Georg se levantó desconcertado.--Dejemos en paz a mis amigos. Mil amigos nosustituyen a mi padre. ¿Sabes lo que creo?, queno te cuidas lo suficiente, pero los años exigensus derechos. En el negocio eres indispensablepara mi, bien lo sabes tú, pero si el negocioamenaza tu salud mañana mismo lo cierro parasiempre. Esto no puede seguir así. Tenemosque adoptar otro modo de vida para ti, perodesde el principio. Estás sentado aquí en la os-curidad y en el cuarto de estar tendrías buenaluz. Tomas un par de bocados del desayuno enlugar de comer como es debido. Estássentado con las ventanas cerradas y el aire fres-co te sentaría bien. iNo, padre mío! Iré a buscaral médico y seguiremos sus prescripcionesCambiaremos las habitaciones. Tú te trasladarás a la habitación de delante y yo a ésta. Nosupondrá una alteración para ti, todo se llevaráallí Ya habrá tiempo de ello,ahora te acuesto en la cama un poquito, necesi-

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tas tranquilidad a toda costa. Vamos, te ayu-daré a desnudarte, ya verás como sé hacerlo.¿O prefieres trasladarte inmediatamente a lahabitación de delante y allí te acuestas provi-sionalmente en mi cama?La verdad es que esto sería lo más sensato.Georg estaba de pie justo al lado de su padre,que había dejado caer sobre el pecho su cabezade blancos y despeinados cabellos.-Georg ---dijo el padre en voz baja y sin mover-se.Georg se arrodilló inmediatamente junto alpadre, vio las enormes pupilas en su cansadorostro dirigidas hacia él desde las comisuras delos ojos.--No tienes ningún amigo en San Petersburgo.Tú has sido siempre un bromista y tampoco hashecho una excepción conmigo. iCómo ibas atener un amigo precisamente allí No puedocreerlo de ninguna manera.--Padre, haz memoria una vez más ---dijo Ge-org, levantó al padre del sillón y le quitó la ba-

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ta, estaba allí tan débil...--,pronto hará ya tres años que mi amigo estuvoen casa de visita. Recuerdo todavía que no tehacía demasiada gracia. Al menos dos veces teoculté su presencia, a pesar de que en esosmomentos se hallaba precisamente en mi habi-tación. Yo podíacomprender bien tu animadversión hacia él, miamigo tiene sus manías, pero después conver-saste agradablemente con él.En aquellos momentos me sentía tan orgullosode que le escuchases, asintieses y preguntases...Si haces memoria tienes que acordarte. Él contóentonces historias increíbles de la revolu-ción rusa. Cómo, por ejemplo, en un viaje denegocios a Kiev, había visto en un balcón a unsacerdote que se había cortado una ancha cruzde sangre en la palma de la mano, la levantó einvocó con ella a la multitud. Tú mismo hascontado de vez en cuando esta historia.Mientras tanto Georg había conseguido sentaral padre y quitarle cuidadosamente el pantalón

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de punto que llevaba encima de los calzoncillosde lino, así como los calcetines.Al ver la ropa, que no estaba precisamente lim-pia, se hizo reproches por haber descuidado alpadre. Seguro que también formaba parte desus obligaciones el cuidar de que el padre secambiasede ropa. Todavía no había hablado expresa-mente con su prometida de cómo iban a orga-nizar el futuro del padre, porque tácitamentehabían supuesto que él se quedaría solo en elpiso viejo. Sin embargo, ahora se decidió, derepente y con toda firmeza, a llevárselo a sufuturo hogar. Bien mirado, casi daba la impre-sión de que el cuidado que el padre iba a recibirallí podría llegar demasiado tarde.Llevó al padre en brazos a la cama. Una terriblesensación se apoderó de él cuando, a lo largode los pocos pasos hasta ella, notó que su padrejugueteaba con la cadena del reloj sobre su pe-cho. Se agarraba con tal fuerza a la cadena delmismo,

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que no pudo acostarle inmediatamente. Apenasse encontró en la cama, todo pareció volver denuevo a la normalidad. Se tapó solo y se cubriómuy bien los hombros con el cobertor. No mi-raba a Georg precisamente con hostilidad.--¿Verdad que ya te acuerdas de él? --preguntóGeorg, y asintió con la cabeza haciendo un ges-to alentador.

---¿Estoy bien tapado? --preguntó el padre co-mo si no pudiese asegurarse él mismo de quesus pies se encontraban tapados.-Así es que te gusta estar en la cama --dijo Ge-org, y colocó mejor el cobertor a su alrededor.--¿Estoy bien tapado? --preguntó el padre denuevo, y pareció prestar especial atención a larespuesta.--Estáte tranquilo, estás bien tapado.--iNo! --gritó el padre de tal forma que la res-puesta chocó contra la pregunta, echó haciaatrás el cobertor con una fuerza tal que por unmomento quedó extendido en el aire y se puso

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de pie sobre la cama. Sólo con una mano seapoyaba ligera mente en el techo.---Querías taparme, lo sé retoño mío, pero to-davía no estoy tapado, y aunque sea la últimafuerza es suficiente para ti, demasiada para ti.iClaro que conozco a tu amigo! Sería el hijo quedesea mi corazón, por eso también le has enga-ñado duran-te todos estos años. ¿Por qué si no? ¿Acaso cre-es que no he llorado por él? Precisamente poreso te encierras en tu oficina, el jefe está ocupa-do. Sólo para poder escribir tus falsas cartitas aRusia. Pero, afortunadamente, nadie tiene quedar leccionesal padre de cómo adivinar las intenciones delhijo. De la misma manera que ahora has creidohaberle subyugado, subyugado de tal formaque podrías sentarte con tu trasero sobre él y élno se movería, en ese momento mi señor hijoha decidido casarse.Georg levantó la mirada hacia el espectro de supadre. El amigo de San Petersburgo a quien de

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repente el padre conocía tan bien, se apoderabade él como nunca hasta ahora. Le vio perdidoen la lejana Rusia. Le vio en la puerta del nego-cio vacío y desvalijado Entre las ruinas de las estan-terías entre los géneros hechos jirones, entre lostubos de gas 23 que estaban caídos, él perma-necía todavía erguido. ¿Por qué había tenidoque irse tan lejos?--iPero mírame --gritó el padre, - Georg corrió,casi distraído, hacia la cama, con la intención decomprenderlo todo,pero se quedó parado amitad de camino.--Porque ella se ha levantado las faldas ----comenzó a hablar el padre---, porque se ha le-vantado así las faldas de cerda asquerosa --ypara expresarlo plásticamente se levantó el ca-misón tan alto que se veía sobre el muslo lacicatriz de sus años de guerra--, porque se halevantado así, y así las fal-das, te has acercado a ella y, para poder gozarcon ella sin que nadie molestase, has profanado

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la memoria de nuestra madre, has traicionadoal amigo y has metido en la cama a tu padrepara que no se pueda mover, pero ¿puede mo-verse o no?Permanecía en pie sin apoyo alguno y lanzabalas piernas en todas las direcciones. sonreía conentusiasmo al comprenderlo todo.Georg estaba de pie en un rincón lo más lejosposible del padre. Desde hacía un rato habíadecidido firmemente observarlo todo con exac-titud, para no ser indirectamente sorprendidode alguna forma por detrás o desde arriba. En-tonces se acordó de nuevo de la decisión, yahacía rato olvidada, y volvió a olvidarla tandeprisa como se pasa un hilo corto a través delojo de una aguja.--No obstante el amigo no ha sido todavía trai-cionado--gritó el padre, y lo corroboraba su índice mo-vido de acá para allá-- yo era su representanteen este lugar.Georg no pudo evitar gritar: iComediante! Re-

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conoció inmediatamente el daño y demasiadotarde, los ojos fijos se mordió la lengua hastadoblarse de dolor.--iSi, por supuesto que he representado unacomedia! iComedia! iBuena palabra! ¿Qué otroconsuelo le quedaba al anciano padre viudo?Dime, y durante el momento que dure la res-puesta sé todavía mi hijo vivo. ¿Qué otra salidame quedabaen mi habitación interior, perseguido por unpersonal infiel, viejo hasta los huesos? Y mi hijoiba con júbilo por la vida, ultimaba negociosque yo había preparado, se retorcía de la risa ypasaba ante su padre con el reservado rostro deun hombrede honor. ¿Crees tú que yo no te hubiese queri-do, yo, de quien saliste tú?«Ahora se inclinará hacia delante», pensó Ge-org, «¡si se cayese y se estrellase!» Esta palabrase le pasó por la cabeza como una centella.El padre se echó hacia delante, pero no se cayó.Puesto que Georg no se acercaba como había

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esperado, se irguió de nuevo.--iQuédate donde estás, no te necesito! Piensasque tienes todavía la fuerza suficiente para ve-nir aquí, y solamente te contienes porque así lodeseas, iNo te equivoques! Todavía soy el másfuerte, iYo solo habría tenido quizá que reti-rarme pero así la madre me ha dado su fuerza,con tu amigo me alié mara-villosamente y a tu clientela la tengo aquí en elbolsillo!--ilncluso en el camisón tiene bolsillos! --se dijoGeorg, y creyó que con esta observación podríahacerle quedar en ridículo ante todo el mundo.Pensó en esto sólo durante un momento, por-que inmediatamente volvía a olvidarlo todo.--iCuélgate del brazo de tu novia y ven haciamí! iTe la barro de al lado y no sabes cómo!Georg hacía muecas como si no pudiese creerlo.El padre sólo asentía con la cabeza, ratificandola verdad de lo que decía y dirigiéndose alrincón en que se encontraba Georg.--iCómo me has divertido hoy cuando has ve-

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nido y me has preguntado si debías contarle atu amigo lo del compromiso!Si lo sabe todo, estúpido, lo sabe todo! Yo leescribía porque olvidaste quitarme las cosaspara escribir. Por eso ya no viene desde haceaños, lo sabe todo cien veces mejor que tú mis-mo,tus cartas las arruga con la mano izquierda sinhaberlas leído, mientras que con la derecha sepone delante mis cartas para leerlas.De puro entusiasmo agitaba el brazo por enci-ma de la cabeza.--iLo sabe todo mil veces mejor! --gritó.--Diez mil veces ---dijo Georg con la intenciónde burlarse de su padre, pero todavía en suboca estas palabras adquirieron un tono pro-fundamente serio.--iDesde hace años estoy a la espera de que mevengas con esa pregunta! ¿Crees que me pre-ocupa alguna otra cosa? ¿Crees que leo periódi-cos? iMira!Y tiró a Georg un periódico que, de alguna

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forma, había ido a parar a su cama. Un periódi-co viejo con un nombre que a Georg le eracompletamente desconocido.--iCuánto tiempo has tardado en llegar a lamadurez! Tuvo que morir tu madre, no llegó aver el día de júbilo. El amigo perece en su Ru-sia, ya hace tres años estaba amarillo de muerte,y yo, ya ves cómo me va a mí, para eso tienesojos.-Entonces me has espiado --gritó Georg.El padre dijo como si tal cosa y en tono compa-sivo:--Probablemente eso querías haberlo dicho an-tes, ahora ya no viene a cuento.Y en voz más alta:--Ahora ya sabes lo que había además de ti,hasta ahora nosabias más que de ti mismo. Lo cierto es quefuiste un niño inocente, pero aún más cierta-mente fuiste un hombre diabólico. Por eso hasde saber que yo te condeno a morir ahogado.Georg se sintió como expulsado de la habita-

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ción, el golpe con el que el padre a su espaldahabía caído sobre la cama resonaba todavía ensus oídos. En la escalera, por cuyos escalonesbajaba tan deprisa como si se tratase de unarampa inclinada,sorprendió a la criada queestaba a punto de subir para arreglar el piso.-Jesús! -gritó, y se tapó la cara con el delantal,pero él ya se había ido.Salió del portal de un salto, el agua le atraía porencima de la calzada. Ya se asía firmemente a labaranda como un hambriento a la comida. Saltópor encima como el excelente atletaque, para orgullo de sus padres, había sido ensus años juveniles. todavía seguía sujeto con lasmanos, que se iban do poco a poco, divisó entrelas barras de la baranda un ómnibus 24 quecubriría con facilidad el ruido de su caída, ex-clamóen voz baja: «Queridos padres, siempre os hequerido», y se dejó caer.En ese momento atravesaba el puente un tráficoverdaderamente interminable.

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