La ciudad, modo de empleo

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La ciudad, manual de instrucciones François Barré, 25.05.2010 El espacio de los sujetos Joseph Stiglitz, el premio Nobel de economía declaraba en 2009: “Es hora de que nuestro sistema estadístico haga más hincapié en la evaluación del bien estar de la población que en la de la producción económica”. Es hora de que se deje de evaluar la condición humana tomando como elemento de medida el PIB (Producto Interior Bruto) y una visión sesgada, meramente cuantitativa del mundo. Un ejemplo de ello: “Los problemas de tráfico pueden incrementar el PIB a raíz del aumento del consumo de gasolina” sin acarrear sin embargo, una mejora de la calidad de vida. Hay que hacer uso de nuevos indicadores que tomen en cuenta las “maneras de vivir” y concretamente las actividades que no sean mercantiles (trabajos domésticos, voluntariado, custodia de niños por ejemplo), las condiciones de vida materiales (ingresos en función de la categoría social), la sanidad, la seguridad y la inseguridad ciudadanas o el medio ambiente, reflejando, a la vez, las desigualdades sociales, generacionales, sexuales o que provienen del origen cultural sin limitarse, por tanto, a las que dan lugar a una remuneración. Hoy en día, se valora el crecimiento y no el bien estar. El economista indio Amartya propuso, en el marco del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD), la definición de un nuevo índice: el índice de desarrollo humano (IDH). Es un indicador heterogéneo del bienestar de la población que recoge la evaluación de la esperanza de vida, la alfabetización, la escolarización y del PIB por habitante. Diseñado para 182 países y territorios, se trata de la cobertura más amplia que se haya calculado jamás, permite observar que, a pesar de los progresos registrados en numerosos campos estos últimos 25 años, las disparidades entre países ricos y pobres en lo que a bienestar se refiere siguen siendo importantes, pero también que la clasificación de los países

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Conferencia de François Barré

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La ciudad, manual de instrucciones François Barré, 25.05.2010 El espacio de los sujetos Joseph Stiglitz, el premio Nobel de economía declaraba en 2009: “Es hora

de que nuestro sistema estadístico haga más hincapié en la evaluación del

bien estar de la población que en la de la producción económica”. Es hora

de que se deje de evaluar la condición humana tomando como elemento

de medida el PIB (Producto Interior Bruto) y una visión sesgada,

meramente cuantitativa del mundo. Un ejemplo de ello: “Los problemas

de tráfico pueden incrementar el PIB a raíz del aumento del consumo de

gasolina” sin acarrear sin embargo, una mejora de la calidad de vida. Hay

que hacer uso de nuevos indicadores que tomen en cuenta las “maneras

de vivir” y concretamente las actividades que no sean mercantiles

(trabajos domésticos, voluntariado, custodia de niños por ejemplo), las

condiciones de vida materiales (ingresos en función de la categoría social),

la sanidad, la seguridad y la inseguridad ciudadanas o el medio ambiente,

reflejando, a la vez, las desigualdades sociales, generacionales, sexuales o

que provienen del origen cultural sin limitarse, por tanto, a las que dan

lugar a una remuneración. Hoy en día, se valora el crecimiento y no el bien

estar.

El economista indio Amartya propuso, en el marco del Programa de

Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD), la definición de un nuevo

índice: el índice de desarrollo humano (IDH). Es un indicador heterogéneo

del bienestar de la población que recoge la evaluación de la esperanza de

vida, la alfabetización, la escolarización y del PIB por habitante. Diseñado

para 182 países y territorios, se trata de la cobertura más amplia que se

haya calculado jamás, permite observar que, a pesar de los progresos

registrados en numerosos campos estos últimos 25 años, las

disparidades entre países ricos y pobres en lo que a bienestar se refiere

siguen siendo importantes, pero también que la clasificación de los países

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en función de este índice difiere considerablemente respecto a las

clasificaciones de los países establecida únicamente en función del cálculo

del PIB. Así es como vemos que, entre los 20 países que tienen del mejor

IDH, las tres primeras plazas están ocupadas por Noruega (rango 23 en lo

que al PIB se refiere), Australia (rango 13 en lo que al PIB se refiere) e

Islandia (rango 16 en lo que al PIB se refiere); Francia ocupa el rango 8,

Estados Unidos el 12 y España el 15.Claro es que se podría nhacer los

mismos cálculos (no dejan de ser muy relativos) para las ciudades.

Un sicólogo americano, Tim Kasser, hizo un gráfico que demuestra lo

siguiente: la curva que indica los ingresos per cápita no deja de subir

desde hace 40 años mientras que, durante el mismo período, la curva de

las personas que se consideran) “muy felices” permanece igual. Lo explica

Kasser por el sentimiento que incita a consumir en exceso. La gente, al

experimentar un creciente sentimiento de inseguridad, tiende a volverse

materialista. Lo que importa no es lo que se cobra sino la diferencia, la

comparación con lo que cobran los demás y la posibilidad, la esperanza, de

cobrar más en el marco de la imposición de una competencia agotadora y

constante que convierte más al otro en un competidor que en un

compañero de trabajo. Ocurre lo mismo con las ciudades que se lanzan a

una competencia similar que les obliga a buscar seducciones y éxitos

mediáticos y económicos.

˜*˜

La ciudad está experimentando transformaciones. Se alarga, se

fragmenta, se extiende y se esparce. Ahora los nuevos parámetros para

evaluarla son el paisaje, el territorio, la gran escala, la ruptura. La

movilidad da lugar a constelaciones improbables y los conjuntos borrosos

parecen más reales que las piezas urbanas de antaño. El magma urbano en

fusión y confuso está buscando sus nuevas formas. Ya hemos entrado en

ese tiempo intermedio. Los objetos encontrados de la modernidad de los

que habló Bruno Zevi han caído del cielo para estirar el territorio. Su

tempo es distinto, la disyunción modifica a la fuerza el espacio, ya no se

busca la porosidad que permitía la cohesión, el vacío estructura, los

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terrenos baldíos se multiplican y son obras abiertas. Hemos pasado del

lleno al vacío, del objeto al espacio, del proyecto al trayecto, de lo

continuo a lo discontinuo, de la unidad al fragmento, del intramuros al

territorio y al paisaje.

La democracia urbana conlleva una inteligibilidad de los objetivos del

desarrollo, un dominio de la relación entre territorios, un equilibrio de los

poderes de decisión, de concepción y usos, un reparto de los riesgos, una

gestión que conjuga autoridad y ciudadanía. La oferta y la demanda tienen

que reequilibrarse y la demanda por parte de los ciudadanos tiene que

ocupar el sitio que le corresponde. En la ciudad de hoy, ¿pueden tener los ciudadanos la posibilidad de expresarse y ser atendidos como actores, negociar y arbitrar? ¿El valor de cambio no sigue constituyendo un

imperativo?

Una vez pasado el tiempo (que aún no ha acabado) de la relación ambigua

de la ley del mercado y de la planificación urbana, viene el de la toma de

conciencia del peligro ecológico y de la urgencia de plantearse lo urbano

tomando como referencia el gran espacio de los territorios

metropolitanos y de la proximidad, del desarrollo sostenible y de una

ciudadanía activa, una ciudadanía de sujetos.

Henri Lefebvre ha sido el primero que ha intentado entender en qué

consiste este derecho a la ciudad, planteado como una práctica de la

ciudadanía y de la gestión conjunta. El espacio del usuario no se representa (no se plantea) sino que se vive. Respecto al espacio abstracto

de las competencias (arquitectos, urbanistas, planificadores), el espacio de las hazañas diarias de las que son capaces los ciudadanos es un

espacio concreto. Lo que significa subjetivo. Es un espacio de sujetos y no de cálculos.

Nos gustaría abordar esta mutación., esta aparición del uso como regla

del espacio. Ciudad negociada, dominio de uso, democracia participativa,

iniciativas conjuntas, poder local, poderes y contrapoderes, parcelización,

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cotidianeidad, estéticas diferenciadas, sociedad conmutativa de la

movilidad y de lo digital (las muchedumbres inteligentes) y situaciones

construidas son y serán elementos constitutivos de las ciudades

habitables.

Pierre Rosenvallon diferencia dos clases de utopía: las utopías de

organización concebidas desde arriba como normas para la sociedad y por

consiguiente permanentes y que tienen que imponerse por todas partes

como modelos preestablecidos como totalidad por una parte y por otra

parte las utopías que estriban en una deliberación colectiva, utopías de

usos, impermanentes y evolutivas que proceden desde abajo. Con un

planteamiento distinto, Alberto Magnaghi llega a las mismas

conclusiones al recomendar lo que él llama “El proyecto local”, la

globalización desde la base. El gran planteamiento de Rosenvallon

consiste en enseñar la manera de construir una sociedad de iguales, es

decir una sociedad de la redistribución, una sociedad de la deliberación y

ya no en la ciudad igual que en el corazón de los estados una sociedad

concedida, de delegación de poderes sino una sociedad de actores y de

responsabilidad ciudadana.

El sujeto múltiple Vivimos una época de fragmentación de nuestra relación con el mundo y

con sus componentes tradicionales: clases sociales y posicionamiento

social, categorías socio profesionales, familias, grupos constituidos y

convivencia con personas afines, por aquí y por allá o los dos a la vez, ayer

y hoy o los dos a la vez, tanto a nivel individual como colectivo y

formamos parte de varios estratos materiales y virtuales: pensamiento,

trabajo, sociabilidad, ocupación del espacio y del tiempo, interrelaciones

de lo público y de lo privado, de lo íntimo y de lo colectivo. Estas

evoluciones que están relacionadas con el incremento y la

individualización de los medios de expresión parcelan y pixelan la capa

constituida por el orden establecido de las territorialidades, de las

gobernanzas y de las pertenencias. Tal y como lo ha analizado François

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Ascher, el hombre contemporáneo no es un hombre hecho trizas sino un

actor múltiple de una democracia cognitiva y conmutativa. Esta

fragmentación activa hace por supuesto más difícil la gobernanza más o

menos instituida y la representación de los usuarios/ciudadanos. Éstos

no se reconocen obligatoriamente en las instancias y cuerpos

constituidos de la democracia representativa ni en los cuerpos

intermedios institucionales como lo son los partidos o los sindicatos. Y

tampoco pueden invocar las vanguardias que se referirían y encarnarían en

el devenir de grandes relatos y en el advenimiento de nuevos imaginarios.

Cuando Sieyès al principio de la Revolución francesa se preguntaba en

1789: “¿Qué es el Tercer Estado?” y contestaba a ello: “Lo es todo.”, luego

proseguía su reflexión: “¿Qué papel ha desempeñado hasta ahora en el

orden público? ; contestaba que nada. Con ello quería decir que se debía

reconocer una parte unitaria y homogénea de la nación. Hoy en día

estamos muy lejos de este unitarismo del cuerpo social y de sus espacios

y en una reconfiguración plural y rizomático.

Se reivindican menos los referentes tradicionales tales como los estados

naciones o las clases sociales que una triple pertenencia reivindicada al

territorio de las ciudades, al espacio global de la globalización y al

contacto cotidiano con cuerpos intermedios múltiples. Éstos,

relacionados con situaciones y momentos tanto de proximidad geográfica

de lo local como de proximidad numérica de lo afinitario ya no se inscriben

en la co-presencia tangible de los cuerpos sino en unos archipiélagos

urbanos y planetarios. En estas constelaciones de habitantes y de

viviendas, puesto que de ello se trata, Europa desdibujará en su debido

momento el nuevo contorno de un territorio cultural reivindicado. Las

cuestiones de la solidaridad y de la mezcla social cambian de contenido en

esta sociedad hibridada. Cada uno es, si puedo expresarme así, solidario

con las distintas partes de sí mismo y con su presencia entre los demás,

en unas configuraciones que pueden ser dispares.

Un pensamiento del espacio

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Si estáis seguros de no haberlo olvidado, vuestro objeto tal vez es

complicado pero para nada complejo. En efecto, podemos especificar y

describir detalladamente la estructura y el funcionamiento de lo

complicado pero sólo tenemos una percepción global de lo complejo que,

aunque lo observamos y lo manipulamos, nos resulta imperfectamente

conocido, cercado por una especie de “misterio”. “La complejidad es un

orden cuyo código ignoramos”, puntualiza Henri Atlan después de Edgar

Morin. El espacio se hace cada vez más complejo. Curiosamente la

filosofía se ha interesado poco por el espacio como parte de nosotros

mismos. Peter Sloterdijk es uno de los primeros que intenta establecer

una filosofía del “estar en el espacio”. Escribe en Sphères: “A través de la

palabra sociedad, entendemos un agregado de microesferas de distintos

formatos (parejas, hogares, empresas, asociaciones) contiguos que son

como burbujas en una montaña de espuma […] sin que se puedan alcanzar

ni separar”. Este análisis de un espacio unitario en la solidaridad frágil de

su celularidad esboza nuestro universo fragmentado e incluye el

hipervínculo de Internet pero no toma en cuenta lo que el etnogeógrafo

Michel Lussault describe como la espacialidad, es decir la acción espacial

de los operadores sociales.

Pero hoy en día, en la era de ciudades inhabitables, decamillonarias y sin

urbanidad, situadas fuera de Europa, en la era “del mundo acabado”

anunciada por Valéry ya desde 1945 (“Siento nostalgia por la amplitud del

mundo”, dice Paul Virilio) y caracterizada por una urgencia de protección

del planeta, sin duda tenemos que volver a leer Las Tres ecologías de Félix

Guattari que nos alertaba y escribía en 1989 sobre la necesidad de “pensar

la ecología medioambiental de una sola pieza con la ecología social y la ecología mental, a través de una ecosofía de índole ético-política.” . En

otros términos, se refiere a una redefinición de lo político que implica la

instauración de los niveles local, personal y colectivo por una parte y de

los niveles social, económico y estético por otra parte; en este caso, la

estética se ha de entender como “la producción de sí mismo como sujeto”.

“Hemos tomado conciencia del medioambiente, añadía, por culpa de las catástrofes y de la contaminación. Pero existe una contaminación mental y

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una contaminación social que son igual de amenazadoras. .[…] Los objetivos de ecología social y mental son igual de urgentes, y a lo mejor más urgentes porque están relacionados con los problemas de ecología medioambiental.”. Esta complejidad reconocida y reclamada requiere intervenciones que ya

no obedecerían al registro binario de la verdad y de su imposición. El

urbanismo contemporáneo ya no puede ser predictivo. Según Rem

Koolhaas, consiste en una puesta en escena de nuestras incertidumbres.

Esta actitud práctica y algo pesimista está a la vez más cerca de lo real y

de la creación. Hace falta un urbanismo pragmático y contextual con tal de

no cambiar la mano de hierro del planificador por la mano invisible de

Adam Smith y del mercado. Si el ideólogo de los grandes relatos y el

experto de los modelos universales aplicables a todos parecen

rechazados, no tiene que redundar en provecho del beneficio y de los

“mercados” únicamente. Estamos viviendo una situación peligrosa en la

que el peligro estribaría en la disolución insensible de la repartición y de la

sociabilidad, frente a los valores de lo cuantitativo y del reino de lo

individual. ¿Puede el consumidor sustituir al ciudadano? ¿Puede el

mercado sustituir a la democracia? No se trata de soñar sino de afirmar el

poder de la cultura y del proyecto, es decir de la transformación por la vía

deliberativa.

Las formas urbanas Elie Düring ha hablado de una “Defensa de un arte esparcido” y Julien

Gracq del “vértigo de metamorfosis de las ciudades”. Estamos viviendo

este vértigo y tenemos que encontrar una coherencia territorial a unos

proyectos conexos fuera de una continuidad física. Esta posición no

resulta incómoda y no merma para nada la realidad colectiva y sensible de

un territorio urbano. Las artes plásticas o la música conocen esta ciencia

de la relación que juega con lo vacío y lo lleno, con el silencio y el sonido.

Refiriéndose a sus obras, Braque decía: No importan las cosas sino la

relación entre ellas. En la actualidad, nos hace entrar en una sociedad de la

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relación - cosa que exige justamente el trabajo de rehabilitación, de

reconversión, de cambio de uso, de segundo uso- al abandonar cualquier

cultura de la autonomía aplicada a una disciplina que resultaría para sí

misma su propio ideal. En estos espacios esparcidos, habrá que saber

conciliar densidad y fragmento, competitividad (si ésta resulta

verdaderamente necesaria) y uso participativo. Existe un nombre

(inventado por Cerda) para referirse a las ciencias de la ciudad y de su

dominio, el urbanismo; curiosamente no hay ninguna para nombrar lo que

constituía hasta una fecha reciente lo esencial del territorio, el campo.

Mientras que un 80% de los europeos serán urbanos, resulta preocupante

observar esta ausencia lexical, como si lo que no es la ciudad sobrara, sin

orden, sin uso ni sitio en una política de desarrollo sostenible.

Por consiguiente la ciudad tiene que densificarse y declinar una

problemática de las formas urbanas. Esta búsqueda de la forma en unos

conjuntos multipolares que alternen bolsas de naturaleza, viviendas

esparcidas diversas, ciudades periféricas conlleva estructuras laminares y

reordenaciones capaces de mezclar sin fijar y requiere programas

evolutivos que se desarrollan dentro de los cinco estratos de las

metapolis descritas por François Ascher: la ciudad centro, las afueras

periurbanas (clases medias y burgueses-bohemios), el área suburbana

(zonas de adosados y coches), la ciudad de los marginados (barriadas

pobres de viviendas protegidas).

El urbanista italiano Bernardo Secchi se ha dedicado en especial a estudiar

la forma de la ciudad desde el punto de vista del habitante y de la

democracia. Según él, la ciudad difusa, la Citta diffusa, agrupa cerca de la

mitad de la población europea. Sus habitantes viven en ella como urbanos

esparcidos y para nada como rurales. Su fragmentación, sus rupturas de

configuración respecto a la ciudad constituida expresan social y

culturalmente elecciones de vida y diferencias y, en el aspecto espacial, la

presencia de lo que podríamos llamar vacíos o reservas, promesas, tierras

de proyecto. Lo importante es entender la forma, o más bien volver a

entenderla, para que llegue a ser inteligible y por consiguiente perceptible

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y que pueda por eso mismo alimentar una reflexión democrática.

Comprender es la primera etapa del debate y del proyecto. La forma

informa. Pero ¿cómo representar esta forma sin límites, esta extensión a

veces sin forma? ¿Y su mismo tamaño puede convocar el imperativo o de

manera más modesta el indicativo? Existen formas sin límites y en el

campo de las artes plásticas un arte informal. Pero el espacio de la ciudad

es más amplio que el de un lienzo y no se engendra como si de una obra se

tratara. Por eso volveremos a un arte del esparcimiento y a la definición de

escalas territoriales que permitan un dominio de la forma y del detalle. Es

lo que el arquitecto y urbanista Bernard Reichen llama el espacio urbano-

arquitectónico. La forma urbana es el resultado de un proceso cuyo punto

de partida no es la misma forma, analizaba de manera muy acertada Giulio

Carlos Argan. Observaremos entonces que la forma, si tiene que ser

entendida de otra manera plantea en primer lugar la cuestión de los

límites y la cuestión de máxima importancia, la del espacio público.

Sin duda el espacio público es, en la historia de las ciudades europeas, el

punto focal de cualquier urbanidad, el más sabio y su modelo clásico ya no

se puede reproducir. A lo mejor es la “Res publica”, la cosa común que hoy

en día hace falta. El ágora y el fórum originaron la ciudad, la polis, la

política. Si la crisis del espacio público es la de lo político, también

expresa la complexificación de nuestras sociedades y de nuestros seres

reunidos en múltiples constelaciones y ya no en torno a un orden central y

su celebración. El espacio público traduce en sus evoluciones los cambios

en el uso del espacio y en las relaciones sociales. Los halls de

exposiciones, los campos de fútbol, los centros multinodales son nuevos

espacios públicos. Asimismo las actividades culturales cada vez más

numerosas fuera de los lugares institucionales, en cafés, en la calle, fuera,

en los terrenos baldíos, también desdibujan nuevas configuraciones de

los espacios públicos. Sin embargo la materialidad de estos espacios no

es su único elemento constitutivo. La opinión pública, el espacio cruzado

por un flujo de ideas que circulan en la sociedad, gracias a la prensa y a la

enunciación de sus puntos de vistas por parte de los ciudadanos forman,

según Habermas, un espacio público inmaterial, una especie de

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contrapeso democrático al ejercicio de cualquier poder institucional. El

espacio de Internet y de las redes sociales relacionadas con la circulación

digital de las informaciones, los blogs, las redes sociales, twitter,

facebook, los teléfonos móviles crean a su vez un nuevo espacio

caracterizado por un espacio-tiempo universal y sincrónico. Prolonga de

algún modo el análisis de Habermas pero conjuga lo íntimo (en su

localización de uso, la mayoría de las veces doméstica) y su difusión

ilimitada (a la vez pública y privada). El espacio público ya no es un lugar y

un punto materializado por una forma, un tamaño, una escala sino que es

una red, un rizoma. Vivir juntos separadamente.

La disminución del sentimiento colectivo y la prevalencia del individuo y

de su aportación personal han deteriorado el espacio público tradicional.

En los años 70, el sociólogo americano Richard Sennet escribía Las

Tiranías de la intimidad y culpaba la delicuescencia de la cosa pública que

le daba la espalda a la impersonalidad del espacio compartido para

progresivamente personalizarlo, es decir, en el sentido simbólico,

privatizarlo. La ciudad es el instrumento de la vida impersonal, el crisol en

el que la diversidad de los intereses, de los gustos, de los deseos humanos se transforma en experiencia social, escribía. Ahora bien el miedo a la

impersonalidad tiende a destruir esta experiencia. Este planteamiento es

tan importante como el del límite respecto a la forma. ¿Se puede hablar de

espacio público o colectivo si éste no está abierto a todos y por

consiguiente configurado para acoger toda la diversidad del mundo

pasando por encima de las diferencias? Si no lo consiguiera, ¿no se

convertiría en un espacio para unos cuantos y por consiguiente, de algún

modo, en un espacio de rechazo y de exclusión? Pero por el contrario, si

las prácticas de redes y de comunicación en línea mezclan ahora lo privado

y lo público, ¿no estamos asistiendo a una progresiva mutación que hace

coexistir en la casa -convertida en productora digital de recepción y

difusión- igual que dentro de los espacios públicos otra forma de mezcla

social, la de los comportamientos domésticos y colectivos?

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El gran reto de la ciudad discontinua y redensificada estriba en la

existencia de estos vacíos y de estas partes de la naturaleza que se

agregan. El espacio público se ha transformado profundamente y la

naturaleza –presente en el espacio metaurbano- a lo mejor se convertirá

en un nuevo espacio público, un otra parte de proximidad. La ciudad, una

contigüidad de elementos discontinuos que no aparecen como fruto de la casualidad. Ésta es la definición que Roland Barthes daba de la ciudad. Así

es como grandes espacios públicos van a nacer según un orden de índole y

de usos al instaurar en la ciudad coherencias y escalas a la medida del gran

paisaje y de la práctica de ocios, deportes, encuentros o retiradas. Estas

dimensiones y estas contigüidades que no instauran un orden edificado y

una imagen del poder responderán a una estrategia urbana de los usos y

de la democracia.

Vivir en el mundo y lo ordinario

Para retomar la reflexión de Sieyés sobre el poder de un tercer estado, lo

encontraríamos más bien hoy en día en el tercer paisaje de Gilles

Clément, de sus hierbas silvestres y de las polinizaciones que esparcen y

fecundan el espacio a merced de los vientos y de las estaciones. El uso de

la ciudad se juega en esta diversidad de grupos y de pertenencias donde

cada persona tiende a expresarse, ya no con palabras errantes sino con

palabras que interpelan. En esta polifonía a veces difícil de oír, resultan

esenciales lo ordinario y lo cotidiano. Son testimonio de una nueva etapa

de la democracia de la multitud. El desarrollo sostenible y la inestabilidad

de la red y de lo digital tejen un relato de los relatos. El mundo, al igual

que las ciudades que entran en un orden de los archipiélagos y de las

redes, instauran una nueva pertenencia al mundo y a nuestro lugar en el

mundo. Nuestro lugar en el mundo, era así como Gaston Bachelard

describía la casa. Puesto que se trata de saber vivir en el entramado de

socialidades y territorios, una comunidad de las comunidades personales

alimentada con un deseo de reconstituir una causa común, un colectivo

constituido de cada uno y que no ignora lo que Kant llamaba “la insociable

sociabilidad”, en otros términos la tensión permanente que existe en los

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seres humanos entre el aspirar a la relación social y el rechazo de ésta (Les

Gated communities).

En resumen, el espacio es un lugar practicado. Así es como la ciudad definida geométricamente por un urbanismo es transformada en espacio por transeúntes. Asimismo la lectura es el espacio producido por la práctica del lugar que constituye un sistema de signos – un escrito. Así introducía

en 1980 Michel de Certeau su libro La invención de lo cotidiano. Esta

invención de lo cotidiano sigue siendo en la actualidad nuestra gran

preocupación.

Lo ordinario debería ser una de las palabras mayores de la arquitectura.

Procedentes de la celebración de las arquitecturas bonitas y de los

“grandes arquitectos”, un 90% de nuestro entorno edificado es

constituido por una arquitectura ordinaria que sin duda alguna es

problemática. Claro que resulta esencial poseer monumentos y land

marks que cualifican un espacio – a este respecto tengo que expresar mi

admiración por las realizaciones excepcionales de Santiago Calatrava en

Valencia – pero siempre encontraremos más fácilmente un creador más

apto para edificar semejantes marcadores que para construir lo ordinario

de un barrio. Tanto desde el punto de vista económico como desde el de la

creación, es la cosa más difícil. El arquitecto tiene que aprender a

responder a la demanda antes que querer proponer su propio proyecto. La

crisis de la arquitectura entra en resonancia con la crisis de la ciudad y

forma parte de ella. La cultura del proyecto no debe reducirse a la

confrontación de propuestas formales, sin relato, que llevan a cabo en una

escala planetaria las “estrellas” de la arquitectura que desdibujan a lo

mejor los contornos de una utopía planetaria, un no-lugar universal. Tiene

que expresar el arquitecto ocurrencias de vida en el sentido doble de sitio

y de situación. La arquitectura es un arte situado tanto en el tiempo como

en el espacio y que permite percibir las diferencias de cultura y de época.

Si todavía podemos definir el tiempo de nuestras arquitecturas y darles

una fecha, ya no sabemos localizarlas. Han perdido sus singularidades de

lugares y su aparato simbólico para fundirse en una forma universal. Es

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que el poder teme los signos del poder y escasean los encuentros entre el

príncipe y el arquitecto que se ayudan mutuamente para hacerle señas a la

posteridad. En la actualidad el príncipe es un hombre de negocios o un

inversor preocupado por afirmar una potencia financiera al edificar torres

cada vez más altas en una competencia marcada según Renzo Piano por

una enfermedad que afecta a muchos compañeros suyos: el priapismo.

Lo ordinario del uso y de la demanda no tiene poder prescriptivo en un

mundo movido por la lucha identitaria entre ciudades que quieren ser -

éste es el nuevos horizonte – “atractivas”. Lo esencial se sitúa en otro

sitio, en el encuentro y el intercambio: “la arquitectura tiene que avanzar

tomando como materias situaciones emocionantes antes que formas emocionantes.” reclamaba Guy Debord. Es necesario que una arquitectura

empática pueda responder a la multiplicidad de demandas y pueda

aprender a interpretarlas sin nauseas. Más que la fachada y la piel, sin

duda son la ornamentación, la decoración y el simbolismo los que dan

sentido a nuestra manera de habitar el mundo. Nuestra

multidimensionalidad se conforma con singularidades procedentes del

interior de la casa, de su comodidad y de su consentimiento. Fabricar

interioridad en la arquitectura y en la ciudad significa también responder a

una demanda, tal y como lo propuso Andrea Branzi, uno de los primeros

que se interesó por el desarrollo sostenible para, dice él, anular la

diferenciación entre mundo metropolitano y mundo doméstico. Por eso él

considera la ciudad (después de Walter Benjamin, Louis Khan o Yona

Friedmann) como un interior que hay que amueblar.

En cuanto a nuestra sensorialidad, no debe permanecer bajo el único

dominio de lo visual sino que también debe encarnarse en el sound

lanscape de Murray Schaeffer o en las variaciones de calor, de tactilidad,

de kinestesia. La conveniencia no recusa la expresión del otro ni a veces su

mal gusto. Existe más diversidad en las urbanizaciones y en los chalets

individuales que convierten el territorio en un espacio esparcido y no

resultan muy satisfactorias desde el punto de vista de la creación

arquitectónica que en las arquitecturas ejemplares vacías de habitantes

Page 14: La ciudad, modo de empleo

tal y como vienen presentadas en las revistas de arquitectura. Lo que

puede proporcionar la virtud de un hombre no debe evaluarse a través de sus esfuerzos sino a través de su ordinario, pensaba Pascal. Tenemos que

volver a aprender a habitar poéticamente la ciudad fragmentada. Tenemos

que volver a aprender a tomar en cuenta lo ordinario del desgaste

cotidiano.

Así es como Fernand Léger interpelaba a los arquitectos durante el

congreso de los CIAM en Atenas en 1933: “Desde una perspectiva artística,

os digo “¡Bravo! Habéis creado un hecho arquitectónico absolutamente nuevo. Pero desde una perspectiva urbano social, habéis exagerado por exceso de velocidad. Si queréis dedicaros al urbanismo, creo que debéis olvidaros de que sois artistas. Os convertís en “actores sociales”. Estáis condenados a tratar con “medias” […] Detrás de vosotros y a vuestro lado hay hombres que están esperando algo y resulta necesario que los miréis con más atención. Guardad vuestros planos en vuestros bolsillos, bajad a la calle, escuchadles respirar, debéis tomar contacto, zambulliros en la materia prima, caminar en el mismo barro y el mismo polvo” (La palabra al

pintor).

Habitar la ciudad también significa preocuparse por la existencia de lo que

Jean-Pierre Grunfeld llama los “signos de intensidad débil”. Tanto son

marcados materiales (placas de calle, rótulos, señalización, señales de

obras) como comportamientos y educación relacional que a la larga

constituyen el espacio y la opinión públicos: horarios de apertura de

edificios públicos, calidad del trato en la taquilla de una oficina del estado

civil, comodidad del acondicionamiento de una salida de colegio… Esta

efectividad de la atención diaria a los habitantes puede surtir más efectos

que la más mirífica y costosa campaña publicitaria.

Puntos de vista y usos del mundo La polisemia social y la expresión de los usos de la ciudad deben encontrar

una traducción espacial abierta a las evoluciones y variaciones

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pragmáticas. Últimamente una exposición organizada conjuntamente en

Burdeos por el centro de arquitectura “Arc en Rêve” y el museo

contemporáneo “CAPC” se llamaba “Insiders” y con este título quería hacer

hincapié en la emergencia de nuevos emisores procedentes del mismo

interior de la ciudad. Dichos insiders pretenden contar con sus propias

fuerzas, mezclar el proyecto local y la conectividad universal y atenuar los

límites entre prácticas profesionales y prácticas de aficionados.

Productores de situaciones alternativas, ellos quieren trabajar en red,

ejercer y experimentar la arquitectura “con” la gente y ya no “para” la

gente. En esta primicia, se relacionan con múltiples instancias que actúan

a nivel de una demanda activa y emprendedora al crear solidaridades y los

alineamientos de una trama urbana discreta y operativa: asociaciones,

comités de barrios, universidades populares, talleres urbanos, comercios

alternativos, cooperativas de la tercera edad… y al iniciar procedimientos

innovadores: economía paralela, monedas alternativas, Sistemas de

Intercambios (SEL en francés), esquats, terrenos baldíos, nuevos

territorios del arte (en España, La Albóndiga en Bilbao, la Tabakalera en

Donosti, el Matadero en Madrid), agricultura con base comunitaria, AMAP

(Asociación para el Mantenimiento de una Agricultura Campesina),

jardines compartidos, conducción compartida, reutilización, reciclaje,

ocupación de la gente abandonada, activación de las redes de

conocimientos compartidos (“open source”, softwares de libre acceso),

intercambios de saberes y servicios, contrapoder a través de Internet

(peticiones, manifiestos, contra información, fracaso del CPE -Contrato

Primera Contratación-, no a Europa). Nuestros insiders se encuentran y se

codean con individuos que a título personal practican la ciudad de un

modo distinto y utilizan servicios públicos o privados al transformar la

naturaleza de los territorios: trabajo a domicilio, compras por Internet,

alquiler de bicicletas fomentado por ayuntamientos, wifi, autorepartición,

agricultura urbana, espacios públicos y granjas urbanas en los tejados,

parques y plazas ajardinadas, ambos cubiertos en invierno, nuevos

comanditarios (arte público), culturas urbanas (hip-hop) donde viven los

espacios de lo íntimo de distintas formas: pisos compartidos, squats,

nomadismos estacionales o permanentes…

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Un nuevo modo de actividad cultural forma parte del mismo urbanismo de

situaciones y crea una geografía más esparcida que ya no se caracteriza

sólo por los “equipamientos especializados”. La casa, el piso, la bodega,

los terrenos baldíos, las concentraciones de gente convocada para

participar a una rave o a un aperitivo multitudinario o a un flashmob, las

fiestas, la fiesta de la música, las noches culturales, los días del

patrimonio, los festivales, los espectáculos de calle, el circo… coexisten

y/o entran en competencia con la sala de conciertos, el museo, la

biblioteca, el teatro… En Francia, según las encuestas más recientes

(2009), una proporción importante de este público no acude a los teatros

clásicos ni a museos ni visita monumentos. Se trata pues de un público

realmente nuevo, de un público “ampliado” que manifiesta un interés real

por el espectáculo o el patrimonio pero que desea participar de una

manera menos clásica, menos solemne, más amistosa y cercana, más

directa, a la vez más independiente y colectiva.

La ciudad deja de ser la misma según las estaciones y los días, los días y

las noches. El hecho de pasar de lo diurno a lo nocturno corresponde con

cambios de uso. Hay ciudades que por la noche se duermen y pierden su

vivacidad. Sin embargo nunca se apagan del todo. Una vida nocturna

siempre halla sus lugares secretos y los recorridos que confieren al

reconocimiento de lo que son los trayectos diurnos una extraña

familiaridad. Otras se metamorfosean, visten sus mejores galas para

festejar y seducir o se iluminan para eventos festivos. Su aspecto y su

imagen se deben a esta alternancia viva y cambiante del día y de la noche.

París se está preocupando por una disminución de la intensidad de sus

noches. Hace poco las ciudades españolas gracias a “la movida”, de

repente, volvieron a vivir el fuego de la noche.

Hasta el paisaje varía a merced de los usos y de las miradas y cambia así

su valor simbólico y su estatuto. Michel Lussault sugiere que los

panoramas, los sitios, los paisajes descritos en las guías de viaje que los

señalan como sitios de interés constituyen dispositivos espaciales que

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no se salen de lo corriente, que están preparados y se conforman con una

expectativa y que los turistas van modificando al transformarse en meros

espectadores. A ello podemos añadir los parques temáticos que también

forman parte de una respuesta a la demanda de ocupación del tiempo de

ocio y de entretenimiento. Viaja así el turista para encontrarse con lo que

espera y luego para esperar la vuelta que será el verdadero principio de su

viaje, su restitución mediante las imágenes.

El uso del tiempo Vivimos en una contracción del tiempo percibido y en una disyunción de la

sucesión pasado, presente, futuro. La falta de un gran relato fundador de

la historia ha acarreado como elemento sustitutivo el reino de este

elemento poco interesante que es la actualidad y ha instaurado un

presente continuo que el historiador François Hartog al estudiar “Los

Regímenes de historicidad” ha nombrado el presentismo. Este presente

eterno constituido por acontecimientos a los que no participa el pueblo

(pero sí los famosos) sin duda es un estado transitorio a la espera de días

mejores. Los tres tiempos de Fernand Braudel (el tiempo largo de la

historia, el tiempo mediano de la coyuntura y el tiempo corto de la

actualidad) se confunden o mantienen nuevas relaciones que modifican

también la relación con el espacio. Así es como la incertidumbre respecto

al porvenir da lugar a cambio a un gusto por la patrimonialización y por las

cargas memoriales que pueden dificultar la invención de la ciudad.

Nietzsche en las Segundas consideraciones inactuales pone en guardia

contra el doble peligro del mito del futuro y del de los orígenes. Pueblos

pueden morir por un exceso de historia y conviene evitar que los niños nazcan con el pelo ya canoso, advierte. Un respeto excesivo por las huellas

del pasado puede paralizar la creación e impedir en nuestro mundo

fragmentado que nazcan relaciones de cercanía que sin embargo son la

misma esencia de la ciudad. En varios países de Europa – no conozco la

situación en España - , numerosos reglamentos se refieren a la relación

entre un edificio antiguo y un edificio nuevo y prohíben lo que llamamos la

co-visibilidad. Así es como un perro puede mirar a un obispo pero no

Page 18: La ciudad, modo de empleo

ocurre lo mismo cuando una nueva arquitectura tiene de repente la osadía

de querer mirar la del pasado. Proceder del futuro está prohibido en este

caso. Los viejos locos a veces están más locos que los jóvenes y los

monumentos que veneramos inventaron formas y pusieron en tela de

juicio los conservadurismos. Tenemos que seguir lo que emprendieron.

Tener cuidado por el presente no tiene por qué expresar obligatoriamente

el olvido del tiempo largo de la historia pero, a lo mejor, sí la conciencia de

una vida, de una etapa ya no sólo dedicadas a las promesas de grandes

relatos borrosos, a los deberes de transmisión y a las únicas urgencias del

desarrollo sostenible sino a una crónica de nuestro tiempo vivo. Con Marc

Bloch, los historiadores de la Escuela de los Anales convocaron este

cambio de punto de vista al pasar de una Historia de los Grandes

Hombres, de los Monumentos y de las Fechas a una historia de las

historias, de los relatos de vida, del uso y de las personas, del silencio a la

palabra, de lo extraordinario a lo ordinario.

En el contexto actual, falto de perspectivas pero provisto de más reparto,

el tiempo se ha acortado al intensificarse. El acontecimiento se ha

convertido en la medida que le da ritmo a lo cotidiano así como la forma

programática de nuestras aspiraciones privadas de relatos. Al hablar de un

urbanismo de pretexto o de circunstancia, Bernard Reichen ha analizado

muy bien los efectos de este fenómeno sobre el urbanismo.

Acontecimientos planetarios o de gran alcance han acarreado amplios

cambios en la organización de las ciudades que los concejales no habrían

sabido imaginar sin los retos de una competencia internacional. Los

juegos olímpicos –Montreal, Barcelona, Pekín, Dentro de poco Londres-,

las exposiciones internacionales (Shanghái, de manera muy llamativa), los

Mundiales de fútbol y l’America’s cup que Valencia obtuvo en vez de

Marsella han regido más las grandes evoluciones urbanas que la

deliberación común o la afirmación mediante lo político de evoluciones a

largo plazo. El tiempo, el uso, el espacio público se confunden en esta

iluminación ritualizada de lo cotidiano. Pero esta búsqueda de la

oportunidad debida a un evento ya existía en el caso de las grandes

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exposiciones universales. Recordémonos París en 1889 (La torre Eiffel) y

1900 (el metro).

Sin embargo no hemos pasado en un abrir y cerrar de ojos de la ciudad

eterna al “Instant City” pero deseamos ocupar un sitio más importante en

nuestras vidas y en nuestras ciudades, estar más presentes en el tiempo y

habitarlo. Así es como hoy en día nos encontramos con atenciones

urbanísticas que permiten conferir a los espacios que conocen una

profunda mutación –los proyectos pueden durar de veinte hasta treinta

años- ocupaciones y usos temporales. Un urbanismo transicional de

“pequeñas formas urbanas” según la práctica y la expresión de Jean-Pierre

Charbonneau, por ejemplo en Copenhague, o de “Obras públicas” según el

proyecto llevado a cabo concretamente por Claire Peletin en la periferia

parisina introducen en la obra urbana un tiempo intermedio que permite

que la espera no se reduzca a un desierto.

François Hartog en su estudio del presentismo apunta una de sus

características que nombra el “a la vez”. A la vez del mundo y de alguna

parte, de nuestro tiempo y de mañana, multipolares y singulares, a la vez

Yo y Nosotros, en la comunidad múltiple de los territorios de proyectos.

Para pasar, según la expresión de Jeremy Rifkin, de la edad de la propiedad

a la del acceso. Para vivir mejor, para cambiar el dinero por el tiempo y el

espacio.