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LA CIUDAD HISTÓRICA COMO LUGAR PARA LA CONVIVENCIA. INMIGRACIÓN Y VIDA URBANA EN EL BARRIO DE LAVAPIÉS DE MADRID. ABNORMAL, adj. Not conforming to standard. In matters of thought and conduct, to be independent is to be abnormal, to be abnormal is to be detested. Wherefore the lexicographer adviseth a striving toward the straiter [sic] resemblance of the Average Man than he hath to himself. Whoso attaineth thereto shall have peace, the prospect of death and the hope of Hell. Ambrose Bierce. The Devil´s Dictionary 1. Introducción Los fenómenos migratorios son seguramente la expresión más evidente, por ser al mismo tiempo la más próxima y la más conflictiva, del proceso actual de globalización de la economía que ya ha alcanzado dimensiones planetarias. Con independencia de los beneficios que aporta a las economías y a las sociedades de acogida y que rara vez son apreciados en su justa medida, la inmigración pone directamente en contacto las poblaciones de los países ricos con las poblaciones de los países desposeídos. Es un encuentro que se realiza en el territorio central, desde donde se dirige el despliegue y donde la desigualdad entre ambos cobra todas sus complejas dimensiones, pero donde también se dispone —al menos en teoría— de una cultura política y de medios sociales más eficaces, así como de razones más poderosas, para tratar de suavizar la confrontación. Estos flujos migratorios tienen su origen en los desequilibrios que genera un régimen de acumulación que ha redibujado la división internacional del trabajo según nuevos patrones que se acompañan de formas de distribución de la riqueza que refuerzan las viejas desigualdades y crean nuevas áreas de pobreza. Pero, al mismo tiempo, se corresponden con necesidades acuciantes de mano de obra en los países centrales como consecuencia de su declive demográfico generalizado y del desplazamiento de sus propias poblaciones en el rango laboral a posiciones más privilegiadas. Nace pues el problema como un derivado de lógicas económicas de carácter estructural pero se convierte, para sus anfitriones más o menos forzados, en un problema social que adquiere dimensiones locales y urbanísticas muy concretas. Precisamente por eso estos fenómenos han puesto a prueba la operatividad de las instituciones de los países desarrollados y la capacidad de sus territorios urbanos para acoplar la presencia de estos contingentes, que se presentan como anomalías en nuestras sociedades estandarizadas y que con frecuencia generan un buen número de conflictos. Bajo la rúbrica muy genérica de integración se esconde en realidad esta voluntad, o mejor esta necesidad, de resolver profundas diferencias sociales, de renta, de cultura, de modos de vida en definitiva, cuando no de modos de producción propiamente dichos, cuyas primeras víctimas son los propios inmigrantes y que frecuentemente se saldan con la incomprensión y el rechazo de las poblaciones locales. Es sobre esa dimensión local, Los materiales con los que se ha elaborado este trabajo proceden de diversos trabajos de investigación realizados por el autor en el seno del Instituto Juan de Herrera de la Universidad Politécnica de Madrid. Departamento de Urbanística y Ordenación del Territorio. Escuela Técnica Superior de Arquitectura. 1

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LA CIUDAD HISTÓRICA COMO LUGAR PARA LA CONVIVENCIA. INMIGRACIÓN Y VIDA URBANA EN EL BARRIO DE LAVAPIÉS DE MADRID.∗

ABNORMAL, adj. Not conforming to standard. In matters of thought and conduct, to be independent is to be abnormal, to be abnormal is to be detested. Wherefore the lexicographer adviseth a striving toward the straiter [sic] resemblance of the Average Man than he hath to himself. Whoso attaineth thereto shall have peace, the prospect of death and the hope of Hell. Ambrose Bierce. The Devil´s Dictionary

1. Introducción Los fenómenos migratorios son seguramente la expresión más evidente, por ser al mismo tiempo la más próxima y la más conflictiva, del proceso actual de globalización de la economía que ya ha alcanzado dimensiones planetarias. Con independencia de los beneficios que aporta a las economías y a las sociedades de acogida y que rara vez son apreciados en su justa medida, la inmigración pone directamente en contacto las poblaciones de los países ricos con las poblaciones de los países desposeídos. Es un encuentro que se realiza en el territorio central, desde donde se dirige el despliegue y donde la desigualdad entre ambos cobra todas sus complejas dimensiones, pero donde también se dispone —al menos en teoría— de una cultura política y de medios sociales más eficaces, así como de razones más poderosas, para tratar de suavizar la confrontación. Estos flujos migratorios tienen su origen en los desequilibrios que genera un régimen de acumulación que ha redibujado la división internacional del trabajo según nuevos patrones que se acompañan de formas de distribución de la riqueza que refuerzan las viejas desigualdades y crean nuevas áreas de pobreza. Pero, al mismo tiempo, se corresponden con necesidades acuciantes de mano de obra en los países centrales como consecuencia de su declive demográfico generalizado y del desplazamiento de sus propias poblaciones en el rango laboral a posiciones más privilegiadas. Nace pues el problema como un derivado de lógicas económicas de carácter estructural pero se convierte, para sus anfitriones más o menos forzados, en un problema social que adquiere dimensiones locales y urbanísticas muy concretas. Precisamente por eso estos fenómenos han puesto a prueba la operatividad de las instituciones de los países desarrollados y la capacidad de sus territorios urbanos para acoplar la presencia de estos contingentes, que se presentan como anomalías en nuestras sociedades estandarizadas y que con frecuencia generan un buen número de conflictos. Bajo la rúbrica muy genérica de integración se esconde en realidad esta voluntad, o mejor esta necesidad, de resolver profundas diferencias sociales, de renta, de cultura, de modos de vida en definitiva, cuando no de modos de producción propiamente dichos, cuyas primeras víctimas son los propios inmigrantes y que frecuentemente se saldan con la incomprensión y el rechazo de las poblaciones locales. Es sobre esa dimensión local, ∗ Los materiales con los que se ha elaborado este trabajo proceden de diversos trabajos de investigación realizados por el autor en el seno del Instituto Juan de Herrera de la Universidad Politécnica de Madrid. Departamento de Urbanística y Ordenación del Territorio. Escuela Técnica Superior de Arquitectura.

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urbana, sobre las propiedades de los tejidos y de los escenarios urbanos en que esta integración se desarrolla y sus modelos de gobierno, sobre lo que versa la reflexión que sigue, tratando de indagar las ventajas que para esta compleja tarea ofrecen los tejidos maduros de la ciudad histórica, cargados de memoria y de diversidad, pero también dotados de una morfología capaz de evolucionar hacia nuevos patrones de pluralidad y complejidad. 2. De la alteridad y de lo reformable. De las dificultades de las políticas de integración cuando dominan modelos de exclusión. A finales de 2006, un detallado informe del gobierno del presidente Zapatero ponía en evidencia la extraordinaria aportación que la población inmigrante había realizado a nuestra economía, es decir, al crecimiento y al bienestar del país en los últimos años. El balance de su aportación casi se podría resumir con aquellas famosas palabras con las que en su día Churchill saludó el esfuerzo de los pilotos de la RAF durante la segunda Gran Guerra. Y es que, ciertamente, pocas veces en la historia española tantos ciudadanos han tenido la ocasión de deberle tanto a tan pocos. Si estos datos económicos ya eran de por sí elocuentes, no lo es menos el profundo desequilibrio de nuestras pirámides de población que hace aún más necesario si cabe la continuidad de estos flujos de inmigración en el futuro. Sin embargo, las encuestas demuestran que el mensaje no ha calado como debiera en la sociedad española y ha bastado que se agite el fantasma de la inseguridad y relacionarlo, entre otras cosas, con la alteridad propia de los inmigrantes extracomunitarios, para que los sondeos sitúen la inmigración en el puesto más alto de los problemas que percibimos. La cultura del miedo al “otro” se impone incluso a la razón económica, a pesar la posición dominante que ésta disfruta en el imaginario colectivo. La inmigración, que en realidad es una bendición para nuestra maltrecha y envejecida población y una solución económica para todos, se presenta también como un conflicto frente al que, de momento, existen dos posturas contrapuestas. Mientras unos, apegados a los principios constitucionales propugnan la normalización de estos nuevos efectivos y buscan “gobernar” la inmigración en sus diferentes dimensiones materiales —las territoriales especialmente como en este caso—, otros buscan todos los medios para dificultar su circulación y tienden a aceptar su contribución laboral, pero sin asumir en toda su extensión los compromisos sociales que implica. Pude decirse, en consecuencia, que la integración de la población inmigrante, sea en medio urbano o rural, puede vivir episodios conflictivos y superar formas de oposición, cuyas raíces habría que buscar en las particulares condiciones en que se consolidan las sociedades modernas a lo largo de los dos últimos siglos. Al respecto, y aunque no sea la cuestión central de esta reflexión, conviene señalar que este rechazo tan universal no es el resultado de una transitoria crisis de valores de la sociedad contemporánea —una crisis de civilización— acuciada por temores de nuevo cuño, sino que deriva de una forma estructural de su manera de ser que ha ido evolucionando con la propia sociedad occidental. La normalidad en nuestras sociedades se perfila, se desarrolla y se instala en su “código genético” al mismo tiempo que se codifica lo anormal; y esta tensa oposición puede romper su equilibrio cuando se dan las condiciones externas precisas. A veces puede ser suficiente con un gesto político o mediático desafortunado para desencadenar el antagonismo con todas sus consecuencias. Pero lo que me interesa destacar es que este rechazo al “otro”, ha ido modelándose con la evolución de nuestras

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sociedades democráticas, adquiriendo con frecuencia formas institucionalizadas1. Por eso creo que es importante reconocer esta continuidad y esta presencia material institucionalizada si se pretende gestionar la alteridad con un mínimo de lucidez. Si, como parece constitucionalmente razonable2, nos ponemos del lado de la integración, se abre a su vez un complejo tablero en el que se cruzan diversas alternativas con diferentes grados de integración en diferentes campos entre los que destacan el del empleo y el de la vida cotidiana. Más adelante habrá que referirse, aunque sea tangencialmente, a las condiciones de integración laboral de las que depende la renta disponible y algunas de las condiciones de su forma de vida, ya que no todos los inmigrantes disfrutan de condiciones y modalidades laborales similares. Pues bien, si dejamos a un lado de momento las relaciones de producción y nos centramos en el complejo mundo de la reproducción social, podemos decir, como una primera aproximación, que la integración se aborda en términos semejantes a los utilizados desde finales del XIX para intentar resolver la vieja cuestión social, pero con objetivos e instrumentos tan limitados que llegan hasta invertir su función. Es decir, que se sigue, como entonces, un protocolo propio de las ciencias naturales o sociales consistente en desarticular la totalidad en un conjunto de problemas más o menos independientes, susceptibles de recibir tratamiento específico a partir de políticas e instrumentos de intervención no menos específicos: la vivienda, la sanidad, la educación, etc.3 Este tratamiento especializado de los problemas que a mediados del siglo XX terminó reuniéndose en torno a la rúbrica del Estado del Bienestar, ha conocido una evolución compleja y versiones y grados diversos para diluirse después ante el ascenso de las nuevas fórmulas neoliberales. Aún quedan importantes restos de aquel aparato regulador de los que se benefician los ciudadanos normales pero no tanto sus alteridades anómalas. La diferencia ahora es que el abanico de problemas se ha reducido, y que tampoco es imprescindible reproducir la eficiencia con la que en su día y en su caso terminó por definirse y aplicarse el viejo mecanismo. Quiero decir que no es imprescindible que la maquinaria que regulaba el acoplamiento producción-consumo, característica del modo del bienestar —reducía costes de reproducción (domésticos) para liberar rentas y favorecer el consumo de los bienes de la “gran fábrica” de la era fordista—, alcance la eficiencia ni la generalización que se exigía hace tres décadas, y menos aún si se trata de inmigrantes. Una razón para este abandono vendría de que la

1 La opinión más generalizada relaciona esa institucionalización con una suerte de biologismo social, cuyos principios modelarían una visión organicista de la sociedad. Este modelo se apoya en un aparato estadístico que requeriría una profunda revisión crítica —recuérdese por ejemplo Quetelet y su hombre medio, resultado del cambio de estatuto epistemológico de la curva de los errores de medida de Gauss— ya, que ha generado la idea de alteridad de forma natural, como un error, es decir, como una desviación del tipo ideal, o como una parte anormal del organismo social, cuando no como una enfermedad que puede o no tener tratamiento o como una expresión de criminalidad que admite o no ser reformada. Todos conocemos la importancia de esta visión en las prácticas higiénicas, médicas, psiquiátricas, penales, policiales, y urbanísticas, por no hablar de las relacionadas con la economía que gira en torno a acumular riqueza mientras satisface las necesidades de ese “hombre sin atributos”. En todo caso no hay que confundir este biologismo con el proyecto de la ecología política que pondría su acento en conceptos casi antagónicos, como el altruismo, la diversidad, la complejidad y la reducción de la productividad a sus valores indispensables. 2 Frente al modelo organicista con sus conocidos epígonos neoliberales, se levanta el modelo constitucional, que sería el derivado del Pacto Social, el que procede de los principios de la Revolución Francesa. El enfrentamiento entre estos dos modelos sigue en pie en nuestras sociedades y ofrece un marco que puede ayudarnos a comprender el conflicto entre los fenómenos inmigratorios y la revitalización urbana, como trataré de mostrar enseguida. 3 La cuestión social que en principio se centró en el modelado de las estructuras y las relaciones sociales que habrían de sustituir a la sociedad del Antiguo Régimen en liquidación, enseguida se confundió con la construcción de la sociedad industrial y la resolución de los problemas que ésta generaba, entre los que destacaba dar alojamiento y asegurar las condiciones de reproducción a enormes contingentes de inmigrantes que iban a constituir el proletariado urbano. Hoy se mantiene la fragmentación de las políticas pero los objetivos de reproducción ya no son centrales.

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participación de estos inmigrantes en los circuitos de circulación (de consumo) de las mercancías tiene una importancia secundaria y que sus problemas de reproducción tampoco son cruciales porque se reponen fácilmente sus efectivos. En realidad se trata de una reproducción retórica ya que el balance entre sus aportaciones al aparato del bienestar y lo que reciben del mismo en la actualidad ha permitido mejorar las expectativas de ciertas instituciones del bienestar como la Seguridad Social, que se veían abrumadas por la casi “invertida” pirámide de población española. Son, por otra parte, poblaciones jóvenes cuyo gasto en sanidad está por debajo de la media de la envejecida población española, y aunque su aportación infantil es moderada, como atestiguan las estadísticas, contribuyen a mantener la escuela pública. No reciben pensiones y tampoco se benefician de políticas de alojamiento específicas que tantos problemas plantearon en su día4. Lo cierto es que, casi todos, reconocen que este grupo anormal, que se encuentra entre los más desfavorecidos, ha contribuido con su aportación a apuntalar el pago de las pensiones a medio plazo, es decir, a que los ciudadanos normales conserven sus privilegios, de diversas formas. Podemos decir en consecuencia que estamos ante un bienestar muy mermado —si no invertido— y podemos añadir que son precisamente los aspectos relacionados con la física urbana y territorial los más desatendidos. Ni el alojamiento de estos efectivos ni el despliegue de un equipamiento de entorno significativo han sido reconocidos por las sociedades de acogida como un problema al que deberían, en principio, ofrecer soluciones específicas y eficaces. En general, y sobre todo en el ámbito de las grandes metrópolis posindustriales —en medios rurales la cuestión ha sido más difícil de obviar—, el problema se ha ignorado amparándose en la capacidad de los grandes parques de alojamientos disponibles y en la presunta “eficiencia” de los mecanismos de mercado para hacer la asignación correspondiente. En pocas palabras, a la falta de control en la llegada de los flujos se le han sumado las reticencias a facilitar papeles y a reconocer su presencia ya que así se evitaba tener que dar respuestas a las nuevas demandas5. Así pues, y salvo casos extremos, el alojamiento —el problema de la vivienda—, que fue uno de los protagonistas indiscutibles de la cuestión social desde mediados del siglo XIX, se ha resuelto para estos recién llegados de forma espontánea, a través del mercado libre y privado y, generalmente, en las peores condiciones posibles. Y como no podía ser de otra forma, el modelo neoliberal de alojamiento ha alcanzado aquí sus versiones más sombrías. Dado que para las administraciones públicas el problema no existía porque no entraba en su contabilidad demográfica ni laboral, han sido los ciudadanos, en su calidad de propietarios inmobiliarios los que han terminado por contribuir a resolverlo, y bajo las leyes del mercado6. Y lo han hecho a su manera, a la manera de nuevos empresarios oportunistas, convertidos en nuevos caseros especulativos. La casuística puede ser amplia pero el fenómeno se resume fácilmente si se tiene en cuenta que España ofrece otra singularidad respecto a los países de la Unión 4 En España, en general, como en otros lugares sólo preocupa su alojamiento cuando se trata de desalojarlos de ciertos tejidos centrales destinados a la revitalización, para lo que se les conduce a periferias de diversa índole. 5 La reciente legalización de cerca de un millón de inmigrantes, la mayoría de los cuales llevaba varios años trabajando en España en situación irregular, ha generado una gran polémica, que hubiera sido de utilidad si hubiera contribuido a reflexionar sobre las contradicciones —reticencias sociales y necesidades económicas— en las que se encuentra atrapado este problema. 6 El sistema inmobiliario-financiero privado sólo se ha interesado recientemente por el problema en la medida en que empieza a existir una clientela inmigrante con cierta solvencia y que encaja bien con sus promociones cada vez más periféricas. Como novedad, y dada la numerosa clientela ecuatoriana, algunos promotores ofrecen como regalo por la compra de una vivienda en la región madrileña ¡otra vivienda en Ecuador!

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Europea: el problema de la vivienda durante la construcción de las grandes metrópolis industriales entre 1950 y 1975, se resolvió mediante una fórmula que unía la propiedad generalizada con una calidad baja de las viviendas y del espacio urbanizado. El alquiler, aún en su versión pública, no pasó de ser testimonial. El Estado, que carecía de mecanismos fiscales adecuados —el bienestar fue tardío e incompleto—, se limitaba a regular algunos aspectos del proceso de urbanización y a gestionar ciertos mecanismos financieros imprescindibles que siempre fueron muy limitados. Son precisamente esos espacios urbanizados, de producción intensiva y especulativa, construidos con pocos medios y de propiedad difusa, mayoritariamente periféricos, los que acogen ahora a los contingentes migratorios extracomunitarios, bien porque ya fueron abandonados por sus antiguos propietarios que han “mejorado” posiciones en el espacio social renovado de las ciudades globalizadas —otra expresión del desplazamiento hacia arriba propiciado por la inmigración—, o bien porque se embarcan ahora en la “mejora” aprovechando que gente de inferior condición social les ayudan con sus rentas —comprando sus viejas viviendas— a realizar ese desplazamiento7. Nuevos efectivos confieren nuevo valor a los viejos nichos residenciales desprestigiados del orden espacial anterior al mismo tiempo que se hacen cargo de las actividades y los empleos que rechazan sus anfitriones. Es otro regalo inesperado que alimenta desde abajo el sistema jerarquizado del espacio habitacional y de esa manera a los agentes implicados en su construcción y conservación. Condenados a ocupar los sótanos del “edificio” social, los inmigrantes proporcionan a los que fueron sus antiguos ocupantes y propietarios un flujo nada desdeñable de rentas que éstos pueden reintroducir en el circuito inmobiliario, si lo desean para mejorar. Una vez más, el “naturalismo” social y económico que informa estos fenómenos contrasta con la escasa presencia del compromiso constitucional con los desheredados. En efecto, este modelo de exclusión al que reiteradamente me refiero cuenta con bases muy firmes hasta llegar a dominar las lógicas urbanas y territoriales en las que la inmigración ha de instalarse, y frente a las cuales no dispone de medios de defensa eficaces ni de ayudas institucionales. En el extremo, este cuerpo inmigrante anormal, como si de una parte enferma del organismo social se tratara, se termina por reencontrar con los tejidos no menos enfermos o marginales de la vieja metrópoli8. Pero no se trata sólo del parque de viviendas en declive de las viejas periferias, también los tejidos degradados del interior de las ciudades que aún conservan un parque de infraviviendas abundante —el mismo que sirvió hace un siglo más o menos para acoger bajo mínimos las primeras oleadas de inmigrantes, esta vez nacionales, en los arrabales de nuestras ciudades— han sido los lugares inevitables para estos nuevos desposeídos. Desposeídos de casi todo en las periferias, aunque no tanto cuando se instalan en los barrios en declive del centro9. Es precisamente sobre esa desposesión atenuada por la ciudad —por

7 Los promotores inmobiliarios prefieren esta clientela nacional que ya dispone de patrimonio consolidado y puede pagar precios más altos, de forma que las rentas de los inmigrantes, con las ayudas financieras precisas, circulan a través de esta cadena inmobiliaria hacia el bolsillo de la promoción. 8 Desde el darwinismo social, el éxito define la posición en la jerarquía, incluso la propia supervivencia. La inmigración tendría desde la perspectiva de ciertos autores —Ernst Haeckel (1834-1919) por ejemplo— escaso valor biológico, y eso justificaría su exclusión. La economía humana —un concepto propuesto en 1908 por R. Goldscheid— manejada tendenciosamente tampoco les es favorable a pesar de que, en este caso, el cálculo de los costes generados “por los inferiores” pone en evidencia su extraordinaria rentabilidad. 9 Entiendo que la desposesión llevada a sus extremos —de la consideración social, del estatus, de la renta, de la propiedad, de la propia pertenencia al cuerpo social y, especialmente, de la ciudad— está en la base de los conflictos violentos que con frecuencia acompañan la desintegración de la población inmigrante y que se manifiestan incluso dos o tres generaciones después de la primera inmigración, cuando se evidencia que esa desposesión se ha consolidado.

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lo urbano, si se quiere— que quisiera reflexionar, centrándome en las peculiaridades y la evolución del fenómeno en un viejo tejido central madrileño: el barrio de Lavapiés. Se trata de ver si la ciudad histórica con sus tejidos urbanos complejos y maduros dispone de propiedades diferentes que, al menos, atenúen las leyes excluyentes que dominan la estructura del espacio social. La preocupación y el interés son obvios. Ya que estamos hablando de los problemas de integración en un universo dominado por prácticas de exclusión en todos sus dominios y para todos sus habitantes, cabe preguntarse qué opciones pueden tener aquellos que no sólo ocupan la posición más baja sino que arrastran su alteridad, su anormalidad, hasta el extremo de ver cómo se invierte para ellos el mecanismo de redistribución de rentas que les proporcionaría los alivios que disfrutan los demás gracias al pacto constitucional. Se trataría de comprobar hasta qué punto podría ser una ventaja para ellos vivir en un medio ciudadano más tradicional, más complejo, y por tanto menos sujeto a esas leyes excluyentes, de jerarquía, que hoy dominan el conjunto del espacio producido. Pero antes de hacer la visita de este barrio, quisiera hacer una última consideración que arroja muchas sombras sobre esta misma posibilidad de acoplar, con cierto grado de satisfacción, efectivos marginales en esos espacios más urbanos de acogida; y tiene que ver de nuevo con el dispar “tratamiento sanitario” que puede recibir cada uno de ellos. Mientras los grupos sociales marginales admiten difícilmente la recuperación, los centros históricos, por el contrario y por degradados que estén, sí son “recuperables”. Hay toda una disciplina o una parte de la disciplina y la práctica urbanística que procede de la cultura del patrimonio —una cultura de la identidad, del ser histórico, del cuerpo sano de la sociedad—que naturalmente opera con métodos clínicos cuando no penitenciarios, entregada a estudiar los mecanismos y los instrumentos adecuados para reformar estas desviaciones; que tiene perfectamente definidos sus objetivos; que dispone de protocolos de intervención para reconducir la situación —mediante procesos de rehabilitación de los edificios y de elitización y depuración de los contenidos sociales—; y que busca normalizar el resultado devolviendo los barrios degradados a su mejor posición posible en el espacio social. Se escenifica así un nuevo divorcio que separa radicalmente lo reformable, es decir, la física urbana —en España se emplea el concepto y la denominación de reforma urbana para estas intervenciones, como el de recuperación (recupero) en otros lugares—, de lo irrecuperable, que sólo puede dejar de serlo escapando de su “otredad” y fundiéndose con la masa normal, si es que puede y se lo permiten, o volviendo a su país de origen. Pero para que funcione esta máquina depuradora se necesita un patrón de organización del espacio social; una estructura exterior de referencia de escala de ciudad o metropolitana, según el caso, que organice la jerarquía de lo normal, que facilite la pauta para conducir la reforma a buen puerto de cada una de las partes, sanas y enfermas, del organismo. 3. Del espacio social madrileño y sus dinámicas. Así las cosas parece necesario, en primer lugar, presentar ese patrón de organización que he denominado “espacio social” y mostrar su carácter excluyente; y para ello nada más adecuado que considerar cómo se expresa en el centro de Madrid. Así podremos deducir la posición de Lavapiés en ese espacio y estaremos en condiciones de estimar a qué esfuerzos se encuentra sometido el barrio. También pondremos en evidencia, como se verá enseguida, hasta qué punto y por qué razones este barrio contradice o incumple las leyes inmobiliarias normales que, por lo demás, siguen modelando sin resistencia el resto de la ciudad. Los mapas que se muestran a continuación ofrecen respectivamente

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la imagen de la distribución de precios de la vivienda (por rangos que resumen precios unitarios y totales), y la renta per cápita. Los valores representados son las medias por sección censal. Fig. 1 Rentas y mercado inmobiliario en el centro de Madrid. Caso Antiguo y Ensanche. Trabajo de campo y elaboración propia Estos dos mapas cuyo sentido completo y análisis pormenorizado constituiría un capítulo aparte, muestran sin lugar a dudas que existe una clara correspondencia geográfica entre los niveles de renta de los ciudadanos y el precio de las viviendas que ocupan. Y ello, incluso en espacios tradicionales como los delimitados por la ronda del Ensanche que marcaba aproximadamente los límites de la ciudad a finales del siglo XIX. Es una correspondencia que adopta la forma de un mosaico compuesto de zonas bien delimitadas. Podemos decir también que la definición de los valores del mosaico y sus piezas se ha “mejorado” a lo largo del último siglo10, con mecanismos de depuración que se han servido de su dimensión inmobiliaria —expresada en términos monetarios, en precio, en el mercado de compra-venta de viviendas— y que ha sido gestionada por los propios ciudadanos. El mapa de rangos de precios, donde hemos combinado la jerarquía de precios unitarios con la de precios totales, está construido a partir de las ofertas de viviendas usadas en venta durante un mes del año 2004. Se trata

10 El valor representado es una media pero los valores son cada vez más uniformes y por tanto más pequeñas las desviaciones respecto a la media dentro de cada sección.

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de ofertas realizadas por sus propietarios —los propios ciudadanos— de manera que no están mediatizadas por los agentes profesionales del sistema inmobiliario. Dibuja, pues, la imagen “social” que el conjunto de los ciudadanos comparte sobre esa parte de la ciudad. Es, por tanto, una imagen colectiva, zonificada y jerarquizada, que puede considerarse constitutiva del espacio social, en la medida en que es el resultado de acciones de identificación recíprocas y de tomas de posición respecto a esa representación física, con ánimo de excluir11. La renta inmobiliaria —en realidad, la evolución del sistema de precios— sería el instrumento que mantendría la estabilidad de la forma segregada y segregadora convirtiéndola en una estructura12. El mapa de precios es en gran medida la imagen que tienen los ciudadanos del mapa de rentas per cápita, que es el mapa de la distribución de grupos sociales de estatus, y se convierte en la guía más eficaz para conservar su geografía. Ahora bien, las rentas son magnitudes reales que los ciudadanos —el imaginario colectivo— convierten en paisaje de la posición social que a su vez dirige su inserción en ese espacio y que codifican en términos de precios de vivienda que, como se ha señalado, actúan como el operador principal de la construcción y conservación de la estructura. Como se aprecia en los mapas, en la cúspide del espacio social se sitúa la Castellana y sus barrios ribereños, tanto hacia el oeste como hacia el este sobre los burgueses barrios de Almagro y Salamanca. En el extremo inferior de ese espacio de destaca el barrio de Embajadores con Lavapiés como parte más deprimida. Entre medias, se modula el conjunto del tejido del centro de la ciudad en el se puede leer la historia y la evolución de su espacio social si se disponen de las claves adecuadas. Digamos de paso que sólo la historia contiene las calves de la evolución del mercado y su geografía. Lavapiés aparece en estos mapas ocupando el rango más bajo en cada caso. Es tan clara su condición que no hacen falta más indicaciones para situarlo. Forma parte de un antiguo arrabal de la ciudad, y no ha conseguido mejorar su posición en el espacio social madrileño a pesar del tiempo transcurrido13. Esto significa que ha evolucionado como lugar de exclusión y que no ha seguido los pasos del que fue su compañero, el arrabal norte — donde se encuentran los no menos interesantes barrios de Malasaña y Chueca—, ocupado también de forma uniforme por gente del pueblo bajo hasta finales del siglo pasado, pero donde comprobamos que tanto la renta como los precios de las viviendas ya se han desplazado hacia arriba. Cierto que todavía no han ascendido en renta más que un escalón, pero eso no ha ocurrido en Lavapiés y por lo que a precios de viviendas se refiere el ascenso ha sido aún mayor. Parece como si el espacio social, a través del sistema de precios, presionara para borrar la presencia de estos viejos enclaves, para absorberlos en una posición intermedia. Es como si el imaginario

11 Cumple pues con las condiciones que M. Weber exige para la existencia de una relación social. Tiene el gran interés de surgir del conjunto de acciones individuales y convertirse al mismo tiempo en un objeto externo que adquiere autonomía y dirige esas acciones. 12 Por cierto que el mercado tal como se concibe en términos marginalistas es aquí irrelevante, y conservar la estructura que es conservar la inversión y la posición social se convierte en el objetivo de las dinámicas “mercantiles” colectivas. Las alzas de precios son una consecuencia inevitable. 13 Madrid contaba desde que se tiene constancia de prácticas segregadoras de actividades que pudieran entrañar peligro para la población. Estas prácticas terminan por adquirir una dimensión espacial precisa con la delimitación en el Tratado sobre las Ordenanzas de Madrid de Teodoro Ardemans (1719) de dos arrabales, uno al sur y otro al norte de la parte central. Ambos arrabales se delimitaban mediante unas líneas quebradas que seguían las calles existentes y que cruzaban todo el perímetro de la ciudad de Este a Oeste, de manera que la ciudad quedaba dividida en tres franjas paralelas con el centro en medio. En estos arrabales se acumulaban las actividades productivas que por el empleo del fuego resultaban peligrosas pero también otras molestas o inadecuadas, generalmente las de carácter artesanal como los curtidos, e incluso la cría de animales, etc. Allí vivía ciertamente excluida la población trabajadora, menestral y más pobre, y se podía encontrar algún que otro convento. La mayor parte del actual barrio de Lavapiés se encuentra sobre lo que fue el arrabal sur.

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colectivo anticipara a través del mapa de precios la elitización de un espacio que nació periférico pero que ahora se percibe en una posición muy central. En cierto modo eso también está ocurriendo en Lavapiés donde la precisión con la que todavía se dibujan las rentas reales, que no deja ninguna duda sobre la pobre condición social de sus habitantes, ya no se corresponde con la misma precisión del mapa de precios. Las dinámicas inmobiliarias al servicio de un modelo de exclusión que opera ya a escala metropolitana han subido notablemente la tensión de los precios en todo el ámbito central de la ciudad, que ahora es percibida como un conjunto más uniforme. Es un cambio de escala en el modelado del espacio social y también de funciones. Los barrios históricos —el centro y los ensanches del siglo XIX— se han desplazado al alza en general aunque conservan diferencias entre los distintos barrios según su historia social. Esa presión ha cursado con pérdidas de población de intensidad diversa pero apreciable en todos los componentes de ese ámbito. Son pérdidas de población madrileña y también inmigrante como se puede apreciar en la figura 2, a la izquierda de la gráfica —concretamente los distritos de Centro, Salamanca, Chamberí y Arganzuela— y hay que entenderlas como el resultado de un proceso de depuración de efectivos que quedan debajo del nuevo umbral social al que se dirige todo el centro de la ciudad. Los inmigrantes que hace menos de una década se instalaron en los alojamientos residuales del centro forman parte de estos efectivos que van siendo expulsados. Todos los distritos de la almendra central madrileña pierden inmigrantes, y sólo tres de ellos ganan población española.

Fig. 2 Perdidas de población en los distritos madrileños del centro histórico. Ayuntamiento de Madrid.

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4. De cómo se desafían las reglas del espacio social. Los espacios singulares. Lavapiés no es una excepción en esta deriva inmobiliaria y por tanto se encuentra sometido hoy a una fuerte tensión de precios al alza. Pero sí es una excepción en los efectos inducidos: no sólo no pierde población inmigrante sino que ésta sigue creciendo. Y lo hace incluso cuando a su alrededor, el conjunto del distrito Centro, pierde población inmigrante y nacional tal como se acaba de ver en la figura 2. Esta sería la primera paradoja que ofrece este enclave singular y que en cierto modo desafía las reglas que rigen actualmente la formación del espacio social en la ciudad. Crecen los precios y la población de inmigrantes al mismo tiempo. Mientras el continente edificado se revaloriza el contenido social se empobrece.

Curvas de frecuencia de precios unitarios

0

5

10

15

20

25

precios unitarios E/m2

frec

uenc

ia %

año 2004 año 2005 año 2006 año 2000

Fig. 3. Evolución del mercado de vivienda en Lavapiés. Periodo 2000-2006. Trabajo de campo y elaboración propia Veamos, en efecto, cómo evolucionan los precios de la vivienda en este laboratorio “natural” de lo urbano14. En la figura 3 se representa la evolución de estos valores del barrio en los últimos años. La magnitud representada es el precio unitario medido en euros por metro cuadrado de vivienda. En el eje de ordenadas se refleja la frecuencia con la que aparecen en el mercado de oferta los diferentes valores, en porcentaje de casos sobre el total de la muestra. Las curvas por año representadas son, pues, distribuciones de frecuencias, y lo más significativo de ellas son sus máximos relativos para diferentes valores. Esos máximos relativos indican concentraciones de ofertas en torno a ciertos valores que marcarían la estructura del mercado en cada momento 14 Normalmente un laboratorio es un ámbito debidamente aislado del mundo exterior, donde se escenifican ciertos fenómenos bajo estricto control para analizar su comportamiento y probar las hipótesis en cuestión. En gran medida es un lugar en el que se crean condiciones excepcionales, pero que en el caso del barrio de Lavapiés se dan de forma espontánea convirtiéndolo en un lugar privilegiado para el estudio de los fenómenos urbanos, del mismo modo que otros lugares de la ciudad se prestan mejor al estudio de los fenómenos de la urbanización.

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estudiado. Las medias de precios, que protagonizan los análisis de coyuntura, carecen de sentido porque no se corresponden con magnitudes reales. La primera curva data del año 2000 y entonces, como puede verse en el gráfico, presentaba tres máximos relativos con diferente grado de frecuencia. El primero y más frecuente se situaba sobre los 1400-1600 euros por metro, y superaba el 20 %, mientras que el tercero, cuya frecuencia no llegaba al 13 % alcanzaba los 2.200-2.400 euros. Había precios más altos pero eran poco significativos. Pues bien, apenas seis años más tarde el campo de valores donde se desplegaba la gráfica del año 2000 aparece desierto a la izquierda del gráfico y vemos cómo en los tres últimos años los valores se han ido desplazando cada vez más hacia la derecha. A mediados de 2006 el máximo de la distribución ya estaba en valores de 3.800-4.000 euros, y hay otro máximo relativo sobre los 4.600-4.800 euros. Además hay un significativo porcentaje de viviendas que superan los 5.000 euros por metro. Tampoco aquí vamos a entrar en el análisis pormenorizado de estas curvas y su contribución a la descripción del complejo parque de viviendas del barrio, pero se puede asegurar que la presión inmobiliaria se ha multiplicado casi por tres en seis años y que se trata de precios muy selectivos. La explicación de que haya casi siempre dos universos de precios (en torno a dos valores máximos relativos) está más en relación con los tamaños —viviendas de pequeño formato y viviendas de tamaño medio o grande— que con otras características de las viviendas, como puedan ser la posición dentro del edificio (alto-bajo, exterior-interior), o el estado de conservación o las condiciones de iluminación y ventilación. En ese sentido puede decirse que se han borrado todas las diferencias de calidad y que el mercado en este barrio sólo entiende de cantidad. Si acaso hay una influencia de factores externos en el precio, tienen carácter negativo: las zonas de mayor actividad comercial —especialmente las del comercio mayorista asiático, al noroeste del barrio— y las plazas más concurridas devalúan relativamente los edificios de su entorno. Naturalmente las más caras por metro son precisamente las más pequeñas, es decir, las peores, pero también las más accesibles considerando que su precio total no llega a ser excluyente. En barrios como éste lo que cuenta es estar en el centro de la ciudad, aunque sea con viviendas por debajo de los 20 metros. Jóvenes que se emancipan de sus familias e inmigrantes en condiciones muy precarias y con frecuencia hacinados encuentran allí la oportunidad de vivir en la ciudad, y precisamente en un complejo tejido tradicional. Con sombras, a veces muy oscuras como los patios interiores de sus densas manzanas, y con las luces que suelen acompañar la vida urbana. En Madrid hay algo más de 14.000 viviendas por debajo de 30 metros cuadrados; pues bien, 4.000 de ellas aproximadamente están en este barrio donde apenas hay 12.000 en total. Es decir, la tercera parte del parque de viviendas del barrio son infraviviendas técnicamente hablando15. Las consecuencias de esta masiva presencia de infraviviendas son enormes por muchos motivos, pero retengamos dos. El primero es que, como se acaba de señalar, el barrio se convierte en un espacio natural para los desposeídos que buscan una oportunidad para no prescindir de la ciudad —para no verse expulsados también de la ciudad—, aunque sea en malas condiciones de higiene, de espacio y de precio. Cualquier inmigrante o cualquier joven encontraría en las periferias metropolitanas mejores condiciones de habitación, pero perderían la ciudad. Seguramente es satisfacer ese derecho a la ciudad 15 Según el Plan General de Ordenación Urbana vigente las viviendas por debajo de 35 metros cuadrados se consideran infraviviendas.

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y a sus oportunidades lo que atrae a la mayoría de los habitantes del barrio, aunque esas oportunidades signifiquen cosas muy distintas para los grupos de población presentes. El segundo, aunque no menos importante, es que los mecanismos inmobiliarios que modelan a sus anchas el plano de la ciudad según un patrón de segregación, aquí se bloquean perdiendo toda su efectividad. La razón es obvia: por mucho que suba el precio del metro cuadrado en venta o en alquiler hasta superar el que se paga en las zonas burguesas de la ciudad, cuando se aplica a formatos de 20 metros o menores resulta una cantidad total que difícilmente puede excluir a los efectivos no deseados. Cuando las peores viviendas resultan proporcionalmente las más caras, el sistema inmobiliario privado pierde el instrumento principal con el que da forma al espacio social, por lo que el modelo de ciudad se tambalea y se requiere la intervención de las administraciones públicas, para recuperar el control. Pasar de un espacio de exclusión a otro de nueva centralidad requiere, como bien sabe la cultura de la Reforma Urbana, de la intervención de los poderes públicos. En efecto, el sistema inmobiliario hace tiempo que comprendió el potencial que encerraba este enclave madrileño a pesar de su miserable morfología, y hace tiempo que puso en marcha sus mecanismos para llevarlo a su “posición natural” en el nuevo modelo orgánico jerarquizado que ya hemos comentado. Era un barrio maduro donde la presencia de una población muy envejecida ya desde principios de los años ´90 auguraba grandes cambios en la década siguiente y buenas oportunidades. Todavía entonces la presencia de inmigrantes era insignificante, aunque bastantes jóvenes madrileños ya habían comprendido que era un lugar para vivir de otra manera sin abandonar la ciudad, un último territorio para la aventura ciudadana. El régimen de propiedad dominante tampoco facilitaba la tarea de estos agentes inmobiliarios, ya que cerca del 80 % de las 12.000 viviendas se encontraba en régimen de copropiedad, de manera que edificios con un solo propietario, que pudieran adquirirse para reformar y vender a nuevos clientes más selectos, resultaban raros16. En pocas palabras, las posibilidades de introducir nuevos habitantes de renta superior que fueran transformando socialmente el barrio y revalorizando sus viviendas para crear un campo inmobiliario interesante y rentable eran muy reducidas. A mediados de la década los avances eran tan escasos que se requiere la intervención de las administraciones. El poder del sistema inmobiliario es tal que se implican las tres existentes: el Ayuntamiento de Madrid, la Comunidad —el Gobierno regional— y el propio Estado17. Sin duda es el Ayuntamiento el que dirige la intervención, instalando una oficina de la Empresa Municipal de la Vivienda en el propio barrio desde donde se van a dirigir las operaciones de revitalización —de nuevo el lenguaje clínico— después de haber aprobado el consiguiente Plan Especial de Revitalización Integral del barrio. Estamos en el año 1997. Con independencia del discurso redentor con el que el Plan busca legitimarse, y que insiste en el carácter degradado del barrio, en el declive de su población y en la pérdida

16 Y por supuesto era impensable tratar de adquirir inmuebles donde podría haber gran número de propietarios —más de cincuenta en muchos casos—, la mayoría de los cuales no estarían dispuestos a vender ya que vivían allí, a no ser que recibieran cifras que harían imposible la rentabilidad de la operación. 17 Ya he tratado en otras ocasiones la posición hegemónica que disfruta en el bloque histórico español actual la alianza inmobiliario-financiera. Véase al respecto Roch, F. “El modelo inmobiliario español” en Díaz Orueta, F.. y Loures Seoane, M.L. (Eds.) Desigualdad social y vivienda, Alicante. Editorial Club Universitario, 2004, pp. 31-52, o Roch, F. “Naturaleza de la Conurbación madrileña y sus tendencias actuales. Primera parte. Agentes sociales y tendencias urbanísticas: hegemonía urbanística y pérdida de urbanidad” en Borja, J. y Muxí, Z. (Eds.) Urbanismo en el siglo XXI, Barcelona. Edicions UPC, 2004, pp. 79-99.

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de sus actividades económicas tradicionales, el objetivo real consistía en demoler su peculiar morfología urbana y normalizar la tipología desviada de sus edificios. Si se quería elitizar —gentrificar si se prefiere— sus contenidos sociales había que suprimir el espacio anormal: las infraviviendas. De su presencia abundante surge la resistencia de este enclave a los operadores económicos, al modelo “natural” de urbanización. En ellas encontraba cobijo toda la amplia variedad de especímenes sociales que se apartaban de lo normal, que constituían el paisaje y el paisanaje de la otredad que prestaba y sigue prestando al barrio toda su complejidad y su dimensión urbana. Por otra parte, demoler infraviviendas era un acto socialmente legitimado, permitía desplegar un discurso cargado de justicia social, de igualdad, de filantropía, con alusiones a los derechos constitucionales, a la higiene y a la moral. A condición de no hacer mención a los problemas de realojo que vendrían a continuación.

Fig. 4 Evolución de la tasa de población inmigrante en porcentaje sobre la población total del barrio. Periodo 1986-2006. Ayuntamiento de Madrid y elaboración propia. Para entonces la presencia de inmigrantes era aún baja pero los jóvenes madrileños ya formaban parte del barrio y estaban contribuyendo a su transformación. En efecto, como puede verse en la figura 4, la población inmigrante pasa de representar el 4,6 % en 1996 —hasta entonces su presencia es irrelevante— al 17 % cinco años después. Es precisamente durante el primer quinquenio de ejecución del Pan Especial que debería poner en marcha el proceso de depuración cuando el barrio se “contamina” más que nunca. Desde entonces no ha dejado de crecer la inmigración que va consolidando sus posiciones, aunque no necesariamente se trate de las mismas personas. Decididamente este lugar se empeña en contradecir todas las leyes orgánicas que con tanta eficiencia funcionan en la ciudad y que tanto “orden social” son capaces de imponer y conservar. Y esto es importante como se argumentará enseguida. La figura 5 muestra la penetración en los edificios del barrio de la población inmigrante en los últimos diez años. Se han considerado cuatro grados de intensidad de ocupación: edificios con menos del 5 % de la población inmigrante; edificios con una proporción de población inmigrante entre el 5 y el 25 %; entre el 25 y el 40 % y con más del 40 %. El cambio radical del barrio se produjo claramente entre 1996 y 2000, justo cuando las administraciones públicas se empleaban a fondo para reconducir la desviación. Entre el año 2000 y la actualidad el fenómeno simplemente se ha consolidado y lo ha hecho sobre todo aumentando la intensidad de ocupación en los edificios que ya contaban con una presencia de inmigrantes superior al 40 %.

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1996

2006

Fig. 5. Consolidación de la población inmigrante en los edificios del barrio. Oficina del Censo del Ayuntamiento de Madrid y elaboración propia.

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No se puede decir, sin embargo, que haya una especialización de “edificios de inmigrantes” porque ni siquiera en aquellos donde éstos se concentran existe una especialización por etnias, si exceptuamos los chinos que ya han empezado a comprar algunos edificios completos como ya compraron los locales comerciales en su día. En el año 2000, tres años después del arranque del Plan Especial, había en Lavapiés tres grupos de población significativos. Estos grupos se aprecian en las distribuciones por edades que se presentan en la figura 6. Cronológicamente, el grupo más antiguo y mayoritario seguía siendo una población envejecida llamada a desaparecer con el tiempo y a dejar sus viviendas a nuevos ocupantes. En él, como es natural, destaca una mayor proporción de mujeres. El grupo que parecía llamado a sustituir a estos viejos habitantes en declive cuyo máximo se situaba en la cohorte de 70-74 años serían los jóvenes, cuya máxima concentración se situaba en el tramo de 30 a 38 años. La población infantil caía de forma nítida y quedaba muy lejos de las tasas de reposición natural. Por el lado de los inmigrantes, ya se ve que la edad es muy joven, incluso más que la correspondiente nacional —de 26 a 34 años— y, como la nacional, ligeramente más masculina. Los niños también están por debajo de las tasas de reposición.

Datos Lavapiés 2000

Datos distrito Centro 2006 Fig. 6. Distribuciones de población española e inmigrante en Lavapiés, año 2000, y Distrito Centro, año 2006. Oficina Municipal del Censo.

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Está claro que el barrio, no es un lugar de reproducción biológica. No está entre sus funciones recuperar la base demográfica. Su composición poblacional es francamente desequilibrada y anómala, ya que escasean las familias tradicionales y abundan las situaciones atípicas. La propia estructura familiar difiere radicalmente de las de otras zonas de la ciudad. Abundan los hogares de una o de dos personas, y eso es válido no sólo para los pensionistas sino también para los jóvenes nacionales. La composición de los hogares de inmigrantes es aún más compleja, pero en general se trata de hogares múltiples en espacios muy reducidos, que se enfrentan al hacinamiento. En efecto, los inmigrantes han reducido al mínimo sus costes de alojamiento, a pesar de que pagan cifras muy elevadas por metro cuadrado. Aún así encuentran dificultades para que los propietarios de viviendas en alquiler se “arriesguen” —se percibe como un riesgo aunque no se sabe de qué— a alquilárselas. Pero está claro que en Lavapiés han encontrado un lugar cuya anormalidad se asume, lo que debilita las resistencias a alquilar apartamentos o viviendas a inmigrantes. Los propietarios que en principio tuvieron recelos para alojar a estos efectivos extraños han terminado por ceder, después de comprobar que es un negocio seguro y muy rentable, de manera que encuentran en este barrio —y en algún otro de la ciudad— lo que en la mayoría de lugares se les niega. Es todo tan alejado de lo normal que en realidad Lavapiés se ha ido convirtiendo en un lugar de tránsito donde lo que se conserva son ciertas estructuras que podríamos calificar de acogida, o de iniciación, o de aclimatación. De acogida y aclimatación para inmigrantes y de iniciación para jóvenes. En efecto, un análisis de la evolución de la población indica que sólo pasa el tiempo para los ancianos, que se van haciendo mayores, van envejeciendo y van desapareciendo. Los otros dos grupos demográficos se comportan de modo diferente. Los jóvenes, nacionales o inmigrantes, van aumentando su peso poblacional a medida que los ancianos les van dejando sitio pero mantienen la edad. Si quisiéramos sacar una conclusión rápida podríamos proponer la paradoja de que el barrio ofrece una buena estructura estable para poblaciones en tránsito y, sin embargo, carece de estructuras adecuadas para poblaciones que quieren permanecer estables. Y esa cualidad tan irregular, y tan preciosa, radica precisamente en su peculiar morfología, en su calidad de tejido histórico no sometido aún a las lógicas del espacio social metropolitano. En medio de un territorio hostil que intenta librarse como sea de los efectivos desposeídos del sistema, barrios como éste son los únicos territorios abiertos a la integración, una integración sui géneris sin duda, a través de formas urbanas que también se encuentran en extinción, porque las fuerzas económicas y sociales han decidido hacerlas desaparecer, para instalar su normalidad urbanizada. 5. Diferentes tipos de inmigrantes, diferentes modelos de integración. La importancia de las relaciones productivas. Para algunos el tránsito dura dos o tres años, para otros apenas unos meses18. Lo cierto es que estos tejidos peculiares han ido generando ciertas formas organizativas que facilitan a los inmigrantes la llegada, la primera instalación entre gente de su misma etnia y su misma cultura, y que pueden ofrecerles ayudas diversas sobre como orientar eficazmente sus primeros pasos, así como una economía social específica que va desde

18 Una queja frecuente de los maestros de los colegios públicos del barrio donde se escolarizan los hijos de los inmigrantes, es que muchas veces los niños no terminan el curso en el colegio y se trasladan con sus padres a nuevos domicilios periféricos. Puede que las familias con niños sean las más sensibles a las condiciones extremas del barrio y, por tanto las más proclives a perseguir la normalización.

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prestaciones asistenciales a la oferta de productos propios. En algunos casos pueden llegar a disfrutar de ventajas financieras a través de microcréditos, tan frecuentes entre ciertos grupos asiáticos. Obligados a reducir a proporciones ínfimas su hogar y con él su modo de producción doméstico, no les queda a estos inmigrantes más alternativa que recurrir a la economía formal del entorno o a formas de economía social que les facilitan sus propios compatriotas para cubrir sus funciones reproductoras más elementales. A menos hogar, más entorno. Surgen así ciertas estructuras que contienen buen número de servicios y también espacios de reproducción social, generalmente improvisados en establecimientos destinados a diversas funciones, y que han ido cobrando cuerpo en el difícil y selectivo territorio del centro de la ciudad, pero cuya aparición hubiera sido prácticamente imposible en la periferia. Dependiendo de las costumbres de las diferentes etnias los lugares de socialización pueden ser las peluquerías, los bares, las teterías, los pequeños locales de uso religioso, ciertos restaurantes o los locutorios a través de los cuales se asegura la comunicación con la sociedad de origen, que mantiene los lazos familiares y muchas veces un proyecto de retorno que se va consolidando con envíos de dinero sistemáticos19. Pero no todos responden a este patrón. No todos organizan su alteridad de forma similar ni establecen para ello estas relaciones tan “creativas”, tan estructurantes, con su entorno urbano. Es cierto que es la esfera de la reproducción la que modela las dimensiones urbanas de la inserción en el medio de acogida de los inmigrantes, pero las lógicas productivas también condicionan estas modalidades de inserción. Las relaciones laborales o, si se quiere, los papeles que desempeñan los diferentes grupos étnicos y nacionales en un aparato productivo que adquiere proporciones continentales o planetarias, establecen diferencias en las modalidades de integración. Muchos de estos inmigrantes, especialmente los de origen latino —ecuatorianos, peruanos, dominicanos y colombianos, sobre todo— y los de origen magrebí —marroquíes, que fueron los primeros habitantes del barrio a principios de los 90, y argelinos en menor proporción— se emplean en trabajos asalariados, normalmente en la construcción y en los servicios del comercio y la hostelería20. Se trata de poblaciones mayoritariamente proletarias que reproducen su fuerza de trabajo en las condiciones mínimas señaladas, convirtiéndose en poblaciones muy vulnerables, de empleo precario con frecuencia, que requieren de estructuras complementarias para su preservación, y de ahí que sean ellos también los que han generado más de estos sistemas de espacios de reproducción social21, que se entretejen entre sí y con el aparato comercial y de servicios que existe en las calles de la ciudad. A esta categoría, aunque en condiciones diferentes según sea su procedencia hay que añadir los que proceden de la Europa del Este algunos de los cuales son ya casi comunitarios mientras otros no lo serán ni siquiera a largo plazo. Sin embargo hay otros que directamente no se integran en el mundo laboral local, porque pertenecen a otros universos productivos, y siguen perteneciendo a ellos también como inmigrantes. No es que sus condiciones de trabajo sean mejores, ya que generalmente es al contrario, pero están al servicio de una economía externa. Son los

19 Estos locutorios provocan no poca desazón entre la población local, y en torno a ellos se han elaborado muchas leyendas urbanas en las que aparecen como lugares de conspiración o focos de delincuencia; casi siempre sin razón. 20 Los latinos tienen la ventaja del idioma lo que les facilita empleos de atención al público, y también de servicio doméstico. Igual que los rumanos que rápidamente alcanzan un buen uso del español, debido al origen latino común de nuestras lenguas. Los latinos son con frecuencia contratados por los comerciantes asiáticos para atender sus establecimientos en el propio barrio de Lavapiés. 21 Recuérdese que contribuyen al aparato del bienestar pero apenas se benefician de sus prestaciones sociales o culturales.

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empleados, puede decirse que estables, —habría que ver hasta qué punto y en qué condiciones22— de un aparato mercantil que tiene su base productiva en diversos países de Asia y que compite con la economía europea en diversos campos con bastante ventaja, especialmente en el textil. China sobre todo pero también la India, Bangla Desh y Pakistán han instalado en el barrio uno de los conjuntos de distribución mayorista más importante de Europa, como se refleja en la figura 7. Figura 7. Los mayoristas asiáticos. Figura 8. Algunos servicios de hostelería.

22 La Inspección de Trabajo suele mirar para otro lado cuando se trata de inmigrantes asiáticos. A veces se han desmantelado talleres de confección chinos en locales sin condiciones sanitarias ni de seguridad, donde trabajaban hacinadas gran cantidad de personas, pero en general no se conocen bien sus relaciones laborales, ni sus sistemas de remuneración ni las cifras implicadas.

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Y han traído consigo un considerable número de empleados que vienen asociados a las empresas de exportación por vínculos de todo tipo. No hay estudios que permitan asegurarlo pero quizás se trate en estos casos de grupos comunitarios en los que se articula el linaje con las relaciones asalariadas, pero en el que a efectos de reproducción son más bien las relaciones de pertenencia a una comunidad las dominantes. Lo cierto es que fuera de algunos establecimientos de hostelería que también se abren a los ciudadanos locales, como los que aparecen en la figura 8, estos grupos no presentan estructuras de socialización23. NACIONALIDADES MAYORITARIAS EN LAVAPIES Octubre 2006. Fuente: Oficina Municipal del Censo y elaboración propia. España 34.071 Perú 458 Ecuador 3.987 Italia 365 Bangla Desh 1.937 Filipinas 282 Marruecos 1.558 Francia 273 China 1.219 Reino Unido 210 Colombia 728 Bulgaria 208 Bolivia 690 Pakistán 160 Senegal 686 Argelia 88 Rumania 580 Egipto 61 Argentina 568 Guinea 40 Rep. Dominicana 514 Algunos proceden de los países de la Comunidad, como se puede ver y se trata en general de estudiantes que encuentran en el barrio un escenario urbano lleno de alicientes y a precio asequible. En todo caso, es difícil encontrar un lugar de la ciudad que se pueda acercar en complejidad y diversidad de situaciones a esta encrucijada de fenómenos en los que la presencia de la inmigración con formas estables de inserción en la ciudad conviva sin grandes dificultades con un centro de escala continental de expor-import de productos asiáticos, al que se asocian también algunos establecimientos latinoamericanos y magrebíes, y con una presencia de jóvenes locales que despliegan actividades alternativas o emergentes. Sobre el fondo de un nuevo despliegue productivo planetario, la vida de los inmigrantes se expresa de diferente manera según sea su posición en los enfrentamientos entre economías, ya que la hegemonía de los países del centro no es completa en todos los dominios. Baste recordar la guerra del textil, con la producción europea atravesando serias dificultades, y en la que el barrio opera como una cabeza de playa, especialmente para los productos asiáticos. Se trata probablemente de la más importante plataforma de desembarco y distribución mayorista de productos asiáticos que existe en una ciudad europea, como puede apreciarse en la figura 9, donde se distingue claramente la zona “china” de la zona “bengalí, india y pakistaní”.

23 Cabría aquí hacer la distinción clásica (Simmel, Tönnies, etc.) entre comunidades y sociedades, si bien las primeras parecen en este caso más cohesionadas y más poderosas, y las segundas tengan que luchar contra su vulnerabilidad. Esa misma vulnerabilidad explicaría la necesidad imperiosa de disponer de estructuras urbanas propias.

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Figura 9. Mapa de distribución mayorista y minorista extranjera. Trabajo de campo y elaboración propia Esta vez los inmigrantes chinos no vienen al mundo occidental a trabajar como mano de obra en la construcción de infraestructuras sino que forman comunidades comerciales que no necesitan, al menos de momento, formar ciudadelas chinas. También los procedentes del subcontinente Indio son en su mayoría empleados de un aparato de exportación mercantil que no mantienen relaciones con el mundo laboral local, aunque llama la atención la nula presencia de ciudadanos indios que se compensa sobradamente con la abundancia de ciudadanos bengalíes —segundo grupo más numeroso del barrio— y algunos pakistaníes. Estos grupos sólo generan estructuras comerciales, aunque algunos bengalíes trabajan también en las grandes obras de infraestructuras madrileñas. Algunos de ellos, que tienen detrás una cultura gastronómica con suficiente entidad, instalan establecimientos de hostelería para sus propios compatriotas pero sobre todo para el mercado local que ve incrementada su diversidad con nuevas aportaciones.

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6. Una morfología irrepetible y privilegiada que hay que proteger. He mantenido a lo largo de estas páginas que la existencia de este extraordinario complejo de gentes de diversas latitudes, de jóvenes madrileños que abren nuevos caminos, de personas mayores que disfrutan de un barrio animado24, de actividades de gran escala y de pequeña escala, que probablemente componen el “ecosistema urbano” más informal —y anormal— de la ciudad, depende entre otras cosas de una determinada física, de una morfología muy exclusiva, que articula tipologías edificatorias que propician la diversidad y la organización de eficientes estructuras de entorno, incluso cuando se dispone de escasas energías o recursos para crear y mantener esas estructuras. Está por estudiar hasta qué punto estos tejidos históricos —que se diagnostican enfermos y para revitalizar, cuando rebosan de vida por todas partes— podrían ofrecer una solución más estable a fenómenos migratorios articulados con la propia vida de la ciudad, pero hemos comprobado que constituyen de momento un eficaz campo de aclimatación y de acogida en el difícil itinerario de los inmigrantes.

Figura 10. Teatro social y espacios colectivos en Lavapiés 2006. Trabajo de campo y elaboración propia Por lo pronto han generado estructuras de entorno entremezcladas y de considerable identidad. Indudablemente se aprecian por grupos étnicos ciertas regularidades de

24 El problema principal que tienen los ancianos, aparte de lo escaso de sus pensiones, es que la Comunidad de Madrid se resiste a ofrecerles un centro de salud en condiciones adecuadas, siendo ellos los principales usuarios. Para acceder al actual que tiene unas dimensiones muy reducidas es preciso subir una empinada escalera, y no hay ascensor. Por lo demás se sienten satisfechos con el giro que ha tomado el barrio.

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concentración pero no cabía esperar que fuera de otra manera para que tuvieran eficacia, y en ningún caso se puede hablar de que se estén perfilando guetos. Del mismo modo, la figura 10 que refleja el mapa de las actividades de servicios y comercios que podríamos considerar relacionadas con el teatro social —incluirían los dispositivos comerciales y de servicios con los que los ciudadanos normales se transforman en actores sociales y los escenarios en los que desempeñan sus papeles25—, y una aproximación al uso del espacio público, nos ofrece una geografía de centralidad muy diversificada que comparten los inmigrantes de los diferentes etnias con población madrileña y con los turistas que visitan la ciudad y encuentran en este lugar la calidad de la ciudad perdida. Y todo ello sin que se produzcan conflictos significativos con la población local, como bien atestiguan las estadísticas y el propio comisario de policía del distrito Centro. Puede que se trate aún de formas que no han alcanzado la madurez, pero en todo caso no parece probable que pudieran llegar a constituir guetos, dada la proporción de inmigrantes que se va estabilizando, y la importancia de los otros fenómenos que comparten el lugar. El mayor peligro que se dibuja en el horizonte es que finalmente los agentes económicos y sociales consigan sus objetivos y terminen por imponer los patrones de depuración que rigen en el resto de la ciudad e incorporen el barrio como una pieza más al espacio social madrileño. Así las cosas, hay que reconocer que la infravivienda es la topología fundamental de este ecosistema urbano, como también la multitud de pequeños locales que colman las plantas bajas de los edificios de vivienda colectiva. La cuestión es transformar el círculo vicioso que resulta impenetrable para las lógicas inmobiliarias del espacio social —y que éstos están dispuestos a romper a cualquier precio— en la espiral virtuosa que permita preservar el barrio como un enclave donde pueda evolucionar la vida urbana con los nuevos efectivos de inmigración incluidos. Y aquí volvemos a enlazar con las lógicas de los modelos con las que empezábamos esta reflexión, y con la actitud de los poderes públicos al respecto. Todo depende de si las administraciones que intervienen se ponen de parte de este proyecto plural y se emplean a fondo en buscar soluciones para que se mantenga la morfología del barrio, con los ajustes tipológicos que sean precisos para corregir los aspectos más extremos de las infraviviendas existentes, o si persisten en el proyecto que inspira el Plan Especial vigente, que consiste en vaciar los núcleos centrales de las manzanas —mediante los patios azules propuestos—, para alumbrar una morfología depurada finalmente de sus componentes ominosas. Dicho de otro modo, todo depende de si las administraciones, siguiendo las demandas de las asociaciones de vecinos y culturales del barrio deciden seguir el Modelo Constitucional de intervención o prefieren consagrar el Modelo Orgánico —de exclusión— que promueven los actores económicos y el conjunto de los ciudadanos normales y propietarios que defienden su posición social y su patrimonio inmobiliario. El barrio contiene dos grandes componentes morfológicas. En primer lugar, la banda de viviendas perimetrales que envuelven las manzanas dándoles su discreta y ordenada fachada un tanto pequeño burguesa. En segundo lugar el núcleo central de la manzana

25 Estas actividades están relacionadas con la voluntad de sublimar la vida cotidiana que proporciona escasas satisfacciones en una realidad modificada, como un teatro social donde los personajes cuentan más que las personas. Los lugares de escenificación se han diversificado y multiplicado enormemente en los últimos años.

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donde se acumulan todas las infraviviendas para crear una especie de purgatorio urbano. Las dos fotografías de la figura 11 reflejan esa oposición radical. Figura 11. Fachadas discretas y oscuros patios. Una aproximación a las tipologías edificatorias que hoy definen el paisaje del barrio y que en su momento fueron sustituyendo las antiguas edificaciones desde finales del siglo XIX hasta las dos primeras décadas del XX, nos explica esta dualidad como una dualidad social inscrita desde entonces en la física urbana del barrio. Hemos seleccionado en la figura 14 algunos edificios entre los que presentan una mayor concentración de inmigrantes, para comprobar cómo las crujías exteriores, las que dan a la calle, componen viviendas dignas y saludables y cómo, en la misma planta, las reglas de composición y las normas éticas cambian para que el resto del edificio pueda ocupar todo el fondo de la parcela, con el aprovechamiento más especulativo y las peores condiciones de ventilación y de iluminación. Ordenanzas de edificación muy tolerantes que en su día permitían patios mínimos y una clientela que entonces, como ahora un siglo después, se contentaba con tener un pequeño hueco en la ciudad, porque su renta tampoco alcanzaba para otra cosa, se unieron para construir este barrio singular y extremo. La diferencia es que ahora puede alojar a una población más diversificada y también jóvenes que introducen otros campos de actividad y formas de vida diferentes. Hemos representado en las plantas seleccionadas la superficie útil de las viviendas resultantes y ya se ve que los tamaños son realmente mínimos en algunos casos, y poco se puede decir sobre esos patios tan estrechos que apenas dejan pasar la luz, cuando el edificio alcanza las cuatro alturas, que muchas veces son cinco o seis. Todo ello ha sido esgrimido por los representantes políticos para legitimar una intervención radical y salvo los afectados, es decir, los que perderían así sus ínfimas viviendas en el centro de la ciudad, hay acuerdo social general sobre la necesidad de intervenir. De hecho lo primero que se hizo al tiempo que se aprobaba el Plan Especial fue un estudio sobre la infravivienda, que arrojó un censo de algo más de cuatro mil después de aplicar diversos

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criterios, para concluir que era necesario su erradicación. Un clásico instrumento de intervención —el diradamento26— se perfilaba como la única solución posible.

Figura 12. Aspectos tipológicos. Plantas de algunos edificios con alta concentración de inmigrantes. A partir de cartografía del Plan General de Ordenación de 1997. Los casi irresolubles problemas jurídicos que plantea una intervención como ésta sobre la tipología existente han paralizado el procedimiento27, y han permitido que la anomalía que constituye la naturaleza misma del barrio siga su curso con todas sus

26 La “aireación”, es decir, la apertura de grandes patios de manzana que suprimirían todo el núcleo “podrido” de la manzana donde se alojan los excluibles. 27 Es prácticamente imposible establecer de forma indiscutible quién debe abandonar el edificio cuando se suprimen infraviviendas y no se compensan con realojos. Sólo queda la posibilidad de expropiar y eso a esta escala y con los precios que ya ha alcanzado el barrio supone un coste político y económico inaceptable.

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sombras y con todas sus grandezas: es imposible encontrar un objeto tan dinámico y tan complejo, es decir, tan capaz de conservar tanta información y generar tantas actividades, algunas de ellas claramente innovadoras, y que al mismo tiempo consuma menos recursos. Figura 13. Es posible modificar las tipologías y conservar el parque de viviendas. Proyecto propio. Cabe preguntarse si es posible conservar el número de viviendas existente pero convirtiendo las infraviviendas en espacios más habitables, aumentando su tamaño hasta alcanzar dimensiones aceptables y mejorando sus condiciones de ventilación y de iluminación, sin demoler el corazón de las manzanas para introducir un gran patio. La figura 13 ofrece dos planos. En el primero se han reflejado para tres manzanas del barrio las infraviviendas existentes según distintos criterios, de manera que se define el área de intervención. En el segundo se ofrece una solución que mejora y regulariza el núcleo central de las manzanas y que permite sustituir las infraviviendas por viviendas habitables como se aprecia en el gráfico de la figura 14.

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modificación del nº de viviendas segun superficie [M3]

0

50

100

150

200

250

<20 m2 20-25m2

25-30m2

30-35m2

35-40m2

40-45m2

>40m2

superficie

situación actual modificación propuesta

Figura 14. Transformación del parque de infraviviendas. Según nuestra propuesta. Sólo hay que subir algo la edificabilidad de la manzana y elevar una o dos plantas algunas de las crujías centrales. Ha bastado con redistribuir y concentrar patios, y modificar la parte interior de las tipologías para que se conserve el viejo universo de alojamientos notablemente mejorado. No es una operación costosa, puede ser muy rentable y no hay que expulsar a nadie. Además, conserva intactas las fachadas y las crujías exteriores, con lo que el paisaje del barrio se conserva también. Pero con todas sus ventajas esta propuesta no es más que una extensión de la cultura de la reforma urbana, que permite resolver el impasse al que la combinación de mecanismos tradicionales y mercantiles conducen el proceso de depuración. Si queremos conservar en toda su riqueza este espacio singular, libre de los horrores que la especulación inmobiliaria de hace un siglo acumuló allí, se precisa una tutela y una intervención decidida por parte de los poderes públicos, en el sentido de poner por delante los compromisos constitucionales a los intereses inmobiliarios de ahora mismo. Deberíamos decir los intereses estimulantes y enriquecedores de la ciudad, de lo urbano, frente a las lógicas empobrecedoras del espacio social normal. No parece sin embargo que ese sea el plan, ya que mientras los inmigrantes se siguen acumulando en los decrépitos interiores del barrio, todas las administraciones actuantes prefieren seguir introduciendo aparatos culturales de diversa índole, para seguir aumentando la presión que el sistema inmobiliario mantiene. El proyecto, que conectaría con la presencia también creciente de jóvenes y de actividades emergentes del nuevo teatro social madrileño, consistiría en tratar de convertir el barrio popular y multirracial en una especie de Quartier Latin, así en francés, ya que barrio latino ya lo es en gran medida si se considera la composición de su población. No es un proyecto explícito, pero deja las espadas en alto y a la espera de que cedan los más débiles finalmente. Si eso ocurriera, la inmigración perdería una plataforma crucial de integración y también un modelo a partir del cual desplegar nuevos territorios de convivencia. Para la ciudad, si se quiere, la pérdida sería aún mayor, ya que desaparecería el último de los lugares donde la vida urbana sigue evolucionando a su manera, lejos de las miserias de la normalidad. Fernando Roch Madrid, Enero de 2007.

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