La certidumbre de morir - Laura Rustrian Ramírez

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ENCUENTROS unam 1 LA CERTIDUMBRE DE MORIR Por: Laura Rustrián Ramírez “Para qué preocuparte por la muerte si cuando ella llegue tú ya no estarás.” Epicuro de Samos L a muerte es una certeza primordial a la que todo ser vivo ha de enfrentarse. Cada uno de nosotros sabe que ha de morir un día, pero nadie lo cree realmente. Y sin embargo, nada hay más evidente, universal e inevitable que la muerte: todo lo que está sujeto a la ley del tiempo está condenado a morir y desaparecer; todo ser viviente está destinado irremediablemente desde su nacimiento a dejar de existir en un futuro incierto pero probablemente programado. Pasa el tiempo y los seres vivos envejecen, agonizan, se extinguen; los cadáveres se corrompen y luego se mineralizan antes de “convertirse en polvo”, según la frase bíblica. Y la muerte no es propia sólo del hombre y de los seres vivos. Afecta a todo lo que tiene dimensión temporal: las sociedades se desmoronan, los sistemas culturales y las etnias entran en decadencia, los objetos se desgastan convirtiéndose en residuos y ruinas. La muerte de cualquier ser vivo, la extinción de una civilización, el fin de un modo de vida actual, la pérdida de alguna cosa, nos da miedo, la evadimos. Por lo tanto pensamos: son los otros los que mueren, aun cuando sea a mí a quien también amenaza la muerte a cada momento. Y aunque ésta es natural, no obstante, se presenta como una agresión: se vive o se percibe como un accidente arbitrario y brutal que nos toma desprevenidos. La muerte sigue siendo indeterminable... A la certidumbre del morir se opone la incertidumbre del acontecimiento. La muerte nunca prevista, siempre de más, procede de lo aleatorio, de lo imprevisible; ninguno de nosotros sabemos ni el día, ni la hora, ni el lugar de nuestra partida. Pero he aquí que el progreso de las estadísticas y de las técnicas de la medicina, la difusión de los acontecimientos biológicos y epidemiológicos hacen posible determinarla científicamente, ya se trate de muerte natural, de accidente mortal o de suicidio. Aunque la muerte es universal es difícil darle un sólo enfoque. Todo lo que tiene vida, es decir, todo lo que es, está destinado a perecer o a desaparecer, lo que de alguna manera convierte en un hecho “trivial” el acto de morir. Pero es también única, pues “cuando me llegue la hora nadie tomará mi lugar y mi muerte no será como la de ningún otro”. En suma, la muerte queda al margen de toda categoría: es inclasificable, es un acontecimiento singular por excelencia, único en su género; monstruosidad solitaria, sin relación con todos los demás acontecimientos que, sin excepción, se

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La muerte es una certeza primordial a la que todo ser vivo ha de enfrentarse. Cada uno de nosotros sabe que ha de morir un día, pero nadie lo cree realmente. Y sin embargo, nada hay más evidente, universal e inevitable que la muerte: todo lo que está sujeto a la ley del tiempo está condenado a morir y desaparecer; todo ser viviente está destinado irremediablemente desde su nacimiento a dejar de existir en un futuro incierto pero probablemente programado.

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LA

CERTIDUMBREDE

MORIRPor: Laura Rustrián Ramírez

“Para qué preocuparte por la muerte si cuandoella llegue tú ya no estarás.”

Epicuro de Samos

La muerte es una certeza primordial a la que todo ser vivo ha de enfrentarse. Cada uno de nosotros sabe que ha de morir un día, pero nadie lo cree realmente. Y sin

embargo, nada hay más evidente, universal e inevitable que la muerte: todo lo que está sujeto a la ley del tiempo está condenado a morir y desaparecer; todo ser viviente está destinado irremediablemente desde su nacimiento a dejar de existir en un futuro incierto pero probablemente programado.

Pasa el tiempo y los seres vivos envejecen, agonizan, se extinguen; los cadáveres se corrompen y luego se mineralizan antes de “convertirse en polvo”, según la frase bíblica. Y la muerte no es propia sólo del hombre y de los seres vivos. Afecta a todo lo que tiene dimensión temporal: las sociedades se desmoronan, los sistemas culturales y las etnias entran en decadencia, los objetos se desgastan convirtiéndose en residuos y ruinas.

La muerte de cualquier ser vivo, la extinción de una civilización, el fin de un modo de vida actual, la pérdida de alguna cosa, nos da miedo, la evadimos. Por lo tanto pensamos: son los otros los que mueren, aun cuando sea a mí a quien también amenaza la muerte a cada momento. Y aunque ésta es natural, no obstante, se presenta como una

agresión: se vive o se percibe como un accidente arbitrario y brutal que nos toma desprevenidos.

La muerte sigue siendo indeterminable... A la certidumbre del morir se opone la incertidumbre del acontecimiento. La muerte nunca prevista, siempre de más, procede de lo aleatorio, de lo imprevisible; ninguno de nosotros sabemos ni el día, ni la hora, ni el lugar de nuestra partida. Pero he aquí que el progreso de las estadísticas y de las técnicas de la medicina, la difusión de los acontecimientos biológicos y epidemiológicos hacen posible determinarla científicamente, ya se trate de muerte natural, de accidente mortal o de suicidio.

Aunque la muerte es universal es difícil darle un sólo enfoque. Todo lo que tiene vida, es decir, todo lo que es, está destinado a perecer o a desaparecer, lo que de alguna manera convierte en un hecho “trivial” el acto de morir. Pero es también única, pues “cuando me llegue la hora nadie tomará mi lugar y mi muerte no será como la de ningún otro”. En suma, la muerte queda al margen de toda categoría: es inclasificable, es un acontecimiento singular por excelencia, único en su género; monstruosidad solitaria, sin relación con todos los demás acontecimientos que, sin excepción, se

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sitúan en el tiempo.

Si la muerte en sí es inescrutable, los hechos que la rodean no lo son tanto. No sabemos nada sobre “el final”, pero tenemos algunas ideas acerca de la muerte que nos lleva a recrear fantasías sobre ella. Esa misma inescrutabilidad, o sea ese misterio, llena nuestro espíritu de contenidos bien concretos bajo la forma de temores y aprensiones: ¡Voy a morir...! Por supuesto que sí, algún día y en algún lugar.

Entonces lo importante no es cómo voy a morir, sino cómo vivo actualmente. ¿Qué me están enseñando las malas experiencias que estoy viviendo...? ¿Será ésta una oportunidad para cambiar, para reflexionar en lo que hago, o en, lo que soy...? ¿Le tenemos, entonces, un apego enorme a la vida...? Bueno, más que apego es algo así como... ¿sabremos vivir realmente nuestra propia existencia? Quizás, cuando “llegue el momento” nos preguntemos: ¿podré evitar el dolor...? ¡Imposible! En la vida nadie se va a librar del dolor. El dolor genera miedos porque genera dudas y el dolor más grande es nuestra propia muerte. Porque nuestro propio proyecto de vida se acaba.

Y no se trata solamente de afrontar el día de nuestra muerte, sino de vivir ahora y aquí con la idea de que la muerte está presente en el espíritu. Cuando Rilke hablaba de llevar la muerte dentro de sí, no quería significar que se hallase enfermo. Quería decir que no era un negador de la muerte, pero que era capaz de vivir junto a ella. Así como las pequeñas muertes son un preludio a la resurrección, el afrontar “la gran muerte concreta” es, a final de cuentas, una afirmación de la vida. Pues la cuestión estriba en ser capaz de vivir con el pensamiento de la muerte, y por ello el suicidio podría deberse a la idea de que ésta resulta tan intolerable que se busca la extinción de ese pensamiento con la misma muerte.

“Muero cada día”, dice San Pablo. Nosotros mismos experimentamos, de continuo, pequeñas muertes. El hecho de dormir significa morir un poco. Toda despedida es una pequeña muerte. En ambos casos se renuncia a una parte de la vida y, siempre, renunciar a algo es sentirse morir.

Ahora bien, pensamos comúnmente que la inmortalidad no es sino una fantasía que construimos sobre el hecho concreto de la muerte. Pero en la fantasía, la muerte puede ser muy bien un concepto deducido de la idea previa de inmortalidad o resurrección. En otras palabras, morir es algo que debemos hacer indefectiblemente para vivir: si la muerte no existiera, deberíamos inventarla.

Podemos comprenderlo mejor si lo relacionamos con nuestros problemas personales, nuestras neurosis. En el fondo no constituyen sino un solo problema: nuestra resistencia a abandonar ciertos hábitos, nuestro rechazo a la muerte. Lo ideal sería que pudiéramos despojarnos de nuestros hábitos como las serpientes lo hacen con su piel. Seríamos maestros en el arte de morir. Pero el hombre es un animal enfermo, y cuando decimos que no sabe vivir queremos significar que no sabe morir. Prefiere la muerte en vida de la neurosis aguda.

Pero... ¿que ocurre con la muerte real

del cuerpo?

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Si la muerte en sí es inescrutable, ¿hasta qué punto las aprensiones, temores, desazones y fantasías que la rodean invaden nuestras vidas? Tolstoi ha dicho: “¿Pero qué significa todo esto? No puede ser. Sería imposible que la vida sea tan absurda y repulsiva. Y si así es, ¿para qué morir y además con sufrimientos?” .Nuestra primera reacción ante tal cuestionamiento consistiría, tal vez, en sorprendernos o angustiarnos. ¿la vida es tan absurda como la muerte?. La gente rehúsa pensar en la muerte: eso es lo que hacemos continuamente. Sabemos que, la muerte se cierne sobre nosotros en todo momento, nadie deja de sentirla, pero así como unos la aceptan otros la rechazan. Y rechazar no es ignorar. Evadir algo no es actuar como si no estuviese allí. Es sólo un modo más indirecto de hacerle frente, como un movimiento envolvente en cualquier estrategia militar.

Con esto no quiero dar a entender que no exista una diferencia entre el hecho de evadir o no a la muerte. Por el contrario, las distintas filosofías y religiones pueden clasificarse en dos grupos: aquellas que toman seriamente la muerte y aquellas que no la toman en serio. Por ejemplo, en Occidente aún no se ha sembrado del todo la conciencia cultural que de la muerte se necesita para elevar el nivel moral de la sociedad a la altura de los avances tecnológicos. Por otro lado la filosofía oriental y parte de la cultura latinoamericana -especialmente las concepciones cosmogónicas sobre la muerte en México- continúan siendo imprescindibles para compensar los callejones sin salida del pensamiento europeo.

Entonces, para el hombre occidental -neurótico por excelencia- prestar atención a la muerte es razonarla, negarla y evadirla. Pero todos morimos de la forma en que vivimos. Por ejemplo, la vida urbana actual, con sus exigencias en tiempo, espacios, rentabilidad, lucro y la reducción de la familia al grupo formado exclusivamente por la pareja y los hijos, han modificado apreciablemente los conceptos sobre la muerte y los ritos funerarios como en antaño.

Algunos protocolos se han simplificado mucho más, sobre todo en Estados Unidos y Europa, donde, después de haberse deshecho rápidamente del cadáver (una vez levantada el acta de defunción, los servicios competentes se hacen cargo de él,

1 León Tolstoi, La muerte de Iván Ilich, Editorial Lecorum, México, 1999, p. 68.

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lo incineran y dispersan sus cenizas), los deudos se limitan a reunir algunos familiares y amigos íntimos para orar en común.

Otras ceremonias se han vuelto ante los ojos de las sociedades actuales obsoletas, obligadas y molestas de cumplir, como el acompañamiento al moribundo en su lecho y el prolongado velatorio del cadáver; o, de plano, ciertos protocolos han sido restringidos como el paso del cortejo fúnebre por algunas zonas de la localidad -que ahora en la Ciudad de México sería caótico-, sin considerar que para muchos las costosas pompas funerarias resultan inútiles. Los entierros hoy sólo convocan, excepto en el caso de los difuntos célebres, poca concurrencia al acto, pero se establece ahí el juego social de las apariencias y el desahogo de los problemas personales.

El ritmo de los tiempos actuales, la falta de tiempo, las condiciones de vida y las limitaciones financieras no bastan para explicar las transformaciones sobre los rituales que envuelven a la muerte. Estos implican un concepto social y cultural mucho más profundo y espiritual de lo que se cree: el difunto, que antaño ocupaba un lugar central en la solemnidad del rito, ha quedado relegado casi a un segundo término, beneficiándose más a los deudos, a quienes se protege a toda costa del dolor y del sufrimiento en un evidente juego social de las emociones. Sin embargo, los signos sociales como las condolencias, los abrazos, los sollozos... tienden a desaparecer y a volverse impersonales. El luto pierde actualidad. Hoy en día quien pregona su duelo es reducido a la categoría de enfermo que requiere pronta ayuda de un psiquiatra o de un tanatólogo.

El objeto formal de la tanatología es proporcionar al hombre que muere una muerte digna como corresponde a toda persona humana: ayuda al enfermo a bien morir, a aceptar la muerte como culminación de la vida, como algo trascendental y así aprovechar el poco tiempo que le queda de existencia, sin darse por vencido ante el deterioro biológico, y psicológico... porque espiritualmente nos queda mucho por hacer.

La tanatología es el tratado de la muerte. Es el estudio interdisciplinario del moribundo y de la muerte especialmente de las medidas para disminuir el sufrimiento

1. FINALIDAD DE LA TANATOLOGIA

físico y psicológico de los enfermos terminales, así como la aprensión y los sentimientos de culpa de quienes pierden a un ser querido.

La tanatología como parte de la filosofía contracultural nos permite abordarla de diferentes maneras. Desde luego tratando siempre de ayudar y comprender al hombre que sufre como ente bio-psico-social en el proceso personal de la muerte.

El estudio de esta disciplina, hoy en día, replantea los principios, valores y pensamientos al respecto de la cultura de la muerte. Por ejemplo: es necesario humanizar la muerte, porque una muerte digna implica morir en paz y que hasta el último momento que se tenga de vida, ésta sea de calidad, rodeada de gente cariñosa, comprensiva; no alargar la agonía del moribundo con encarnizamientos terapéuticos, con respiradores artificiales, entubamientos, resucitadores y demás mecanismos de “extensión humana”. Respetar al paciente, porque el enfermo no debe ser usado para experimentar con él. Por el contrario, tiene derecho a enterarse de su enfermedad... lo ideal sería darle gusto, aceptar sus opiniones y sus últimos deseos, como morir en su casa al lado de sus seres queridos o como el moribundo preconcibió sus últimos momentos: en su propia cama, en su pueblo, con su gente...

Hoy mismo la relación entre el personal médico, el asistencial y el paciente se vuelve complicada cuando sobreviene la muerte. El médico puede no tolerar el fallecimiento de su enfermo porque ello pondría de manifiesto el “fracaso” de su tratamiento y, tal vez, lo haría reflexionar en su propia muerte. Por eso, después de una gran labor en el diagnóstico (decenas de pruebas clínicas y análisis de laboratorio) y las distintas terapias aplicadas al enfermo, muchos galenos no vuelven a acudir a la fase terminal del moribundo.

Además, mientras la familia de aquél se sienta angustiada por el acecho de la muerte, mientras no hablen entre todos de esa angustia, los que rodean al enfermo, no prestarán oído a sus requerimientos y sus quejas. Porque más que al dolor el moribundo teme a la soledad y el abandono, tan frecuente en los hospitales.

La sensación de una presencia atenta y comprensiva, en cambio, tiene un poder de consolación tan grande que permite disminuir la dosis de medicamentos ansiolíticos. El enfermo terminal espera que los demás no se sustraigan a esa relación recíproca que él propone casi en secreto, a veces sin saberlo

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2Luis Racionero, Filosofías del underground. Anagrama. España, 1977, pp. 9, 10. “Las filosofías contraculturales pueden caracterizarse como filosofías irracionales. Todas ellas, subjetivas u objetivas, tienen unos supuestos de partida distintos del racionalismo, ninguna acepta los métodos de conocimiento ni los axiomas del pensamiento racional. Esto no quiere decir que sean incoherentes, absurdas e inútiles; por el contrario, pueden ser tan estructuradas, eficaces y consistentes como el racionalismo. Son, sencillamente, otros métodos de conocimiento, otras formas de amor a la sabiduría distintas del racionalismo. Estas filosofías irracionales tienen una característica: no buscan la verdad, sino una experiencia psicológica; no pretenden concatenar argumentos para deducir otros argumentos, sino que buscan un estado de ánimo, una fusión del concepto mental con el estado físico del cuerpo que lleve a un estado psicosomático nuevo. Este estado al que propenden las filosofías irracionales se puede connotar por las palabras energía, vitalidad, placer, gozo, serenidad.”

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quienes están cerca. Cuando los vínculos que lo enlazan a los demás están a punto de romperse por completo, paradójicamente el moribundo se agita por un impulso poderoso, en cierto sentido pasional: tiene miedo al dolor y a la soledad. Clama, entonces, por sus objetos-sujetos de amor.

Acompañar a un moribundo es recorrer con él el trayecto más largo posible hasta su muerte. Es marchar a su lado de acuerdo a su ritmo y en la dirección por él escogida. Es saber callar y escucharlo; pero también significa sostener su mano y responder a sus últimas expectativas. Estar ahí tiene más importancia, más calidad humana, más eficacia que el hacer algo que nosotros creamos indispensable.

Como es de suponer, no es fácil permanecer al lado de un enfermo terminal que exige compromiso psicológico del acompañante; es tanto como “penetrar” en el mundo interior de quien está muriendo. Se trata de recrear una aparente “normalidad de vida” en sus últimos momentos: proporcionarle cuidados afectuosos, tranquilizarlo, atender a sus necesidades corporales, incluidas las estéticas, practicar a su lado actividades recreativas y lúdicas y motivar la presencia de los seres queridos.

Pero ¿quién puede ocuparse de todo esto...? ¿Debe ser el médico quien ayude al moribundo? No, pues éste no dispone de tiempo y, por su formación profesional, parecería estar mal preparado para ello. ¿El psicoanalista, entonces? Sin duda sería el más apto para comprender los matices de la perturbación libidinal, pero aún no es aceptado de buen grado por los pacientes ni los médicos. Bueno, y... ¿La familia? Con la condición de que ésta lo desee y de que el acompañamiento tenga lugar en casa o en el hospital (si es que sus reglas lo permitieran).

La ayuda del tanatólogo se vuelve, indiscutiblemente, fundamental en estos momentos de gran dolor y sufrimiento, se dice que con su actitud benevolente y su preparación se convierte en un instrumento de las manos del mismo creador. Aun cuando se considere que el tanatólogo ya no tiene nada qué hacer cuando el hombre ya murió, están los deudos con inquietudes, ansiedades, cuestionamientos, sentimientos de culpa y un gran camino por transitar en su propio duelo.

La tanatología -reagrupamiento de conocimientos sobre la muerte- es, en la diversidad de sus proyectos, una disciplina muy difícil, ya que su labor presenta múltiples facetas y se relaciona con variados campos de análisis. La muerte, como naturaleza misma del hombre, las modalidades del morir y las creencias y prácticas relacionadas con el más allá, presenta hoy en día una serie de transformaciones que son consecuencia de la civilización moderna, pero que también constituyen una reacción contra ella.

La tanatología tiene fines prácticos, principalmente la urgencia de desmitificar la muerte y de aprender a convivir con ella, lo cual implica que muy pronto deberá educarse a los niños en este sentido; denunciar a todas las “empresas

1.1 La labor tanatológica

mortales” que engendra la sociedad moderna; cambiar las actitudes del personal hospitalario (médicos, enfermeras, camilleros...) en más humanas y conscientes sobre el proceso de la muerte; la necesidad de luchar para que los hombres sin distinción de credos o razas puedan no sólo vivir decorosamente, sino también morir con dignidad.

Pero sobre todo, la tanatología nos ayudará a pedir perdón, a hablar con honestidad, porque... ¿a quién no le gustaría enterarse de que padece una enfermedad terminal, por muy dolorosa que sea la verdad?

El primer objetivo es el enfermo terminal al que se le debe dar todo el apoyo que necesita en el proceso de la muerte; el segundo es el respaldo a la familia en la fase de pérdida del ser querido y durante el duelo; el tercero, el trabajo del duelo; el cuarto, intervenir en crisis de suicidio; y el quinto, ayudar al equipo médico a mitigar la exhausta responsabilidad por la atención al enfermo terminal.

Por ignorancia o prejuicio se intenta desconocer el papel fundamental que incumbe a las unidades de “cuidados paliativos” -atención que no va a curar, pero sí proporcionará una mejor calidad de vida- o centros de ayuda a los moribundos: el más célebre de todos es la casa asistencial St. Christopher's Hospice, en los suburbios del sur de Londres, creado en 1967. Pero desde el siglo XIX ha habido diferentes iniciativas para cuidar con amor y compasión al enfermo terminal. Es un lugar con habitaciones, jardines, personal médico, enfermeras, trabajadoras sociales, tanatólogos y otros profesionales, en el que los pacientes crónicos pueden entrar y salir cuando así lo desean. Estos “hospicios” se distinguen por tres rasgos esenciales: 1) por el control del dolor físico y moral, 2) por la atención del moribundo en los aspectos biológicos, sociales y psicológicos y 3) por la “naturalización” del morir a fin de privarle de su dramatismo.

Hay diferentes áreas de atención en los Hospice:

a) El área médica: el médico marca los puntos a seguir, se proporcionan paliativos para que el paciente se sienta mejor.

b) El área psicológica: se manejan las emociones tanto del enfermo como de la familia, la práctica que se maneja es diferente a la terapia convencional, se trabaja el perdón y se “cierran círculos” para que el moribundo se vaya tranquilo. Aquí el contacto físico es muy importante (con los pacientes seropositivos, por ejemplo).

c) El área espiritual: la afirmación del pensamiento de cada individuo, tiene que ver con su credo religioso, es decir, que alcance la paz de acuerdo a sus creencias.

d) El área legal: se prepara o se modifica el testamento.

e) El área pedagógica: el enfermo debe sentirse útil; se maneja la ludoterapia, el psicodrama, la catarsis...

1.2 Objetivos del tanatólogo

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f) El área logoterapeútica: se hace una recapitulación de la vida del moribundo para que “reciba” la muerte de una manera positiva.

El psiquiatra y escritor Víctor E. Frankl descubrió la logoterapia. Prisionero, durante mucho tiempo, en los campos de concentración nazi tuvo que enfrentarse a su propio análisis existencial, a esa terrible pregunta: “¿para qué existo. Entre hambre, humillaciones, sufrimientos...?” a lo que él mismo se responde: “vivir es sufrir; sobrevivir es hallarle sentido al sufrimiento. Si la vida tiene algún objeto, éste no puede ser otro que el de sufrir o morir. Pero nadie puede decirle a nadie en qué consiste este objeto: cada uno debe hallarlo por sí mismo y aceptar la responsabilidad que su respuesta le dicta” , punto central del existencialismo y de la logoterapia.

La logoterapia es un método menos retrospectivo y menos introspectivo. La logoterapia mira más bien al futuro, es decir, a los cometidos y sentidos que el paciente tiene para realizar el futuro. A la vez, la logoterapia se desentiende de todas las formulaciones del tipo círculo vicioso y de todos los mecanismos de retroacción que tan importante papel desempeñan en el desarrollo de la neurosis. De esta manera se quiebra el típico ensimismamiento del neurótico, en vez de volver una y otra vez sobre lo mismo con el siguiente refuerzo.

El término logos es una palabra griega que equivale a “sentido”, “significado” o “propósito”. La logoterapia se centra en el significado de la existencia humana, así como en la búsqueda de dicho sentido por parte del hombre. De acuerdo con la logoterapia, la primera fuerza que motiva al hombre es la lucha por encontrar un sentido a su propia vida. Por eso se habla de voluntad de sentido en contraste con el principio del placer (o como también podríamos denominarlo la voluntad del placer) en que se centra el psicoanálisis freudiano y, en contraste, con la voluntad de poder que enfatiza la psicología de Adler.

La logoterapia considera que es su cometido ayudar al paciente a encontrar el sentido de su vida. En cuanto que la logoterapia le hace consciente del logos oculto de su existencia, se convierte en un proceso analítico. Hasta aquí la logoterapia se parece al psicoanálisis. Ahora bien, la pretensión de la logoterapia de conseguir que algo vuelva otra vez a la conciencia no limita su actividad a los hechos instintivos que están en el inconsciente del individuo, sino que también le hace ocuparse de realidades espirituales, tales como el sentido potencial de la existencia que ha de cumplirse, así como de su voluntad de sentido.

Este método nos permite valorar otras alternativas y otras posibilidades de acercarse al sufrimiento del ser humano. El

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sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento, en el momento en que se encuentra el sentido del mismo; la vida tiene un valor significativo aunque en ocasiones parezca absurda y nos preguntemos “¿para qué existo...?” lo que tendría definitivamente que ver con la corriente filosófica existencialista (Nietzsche, Sartre, Camus, Simone de Beauvoir también lo cuestionaron).

Darle sentido a la vida es el objeto de este método que nos va dando las pautas para definir que el sufrimiento puede muy bien ser un logro humano.

Deseo hacer hincapié en algo que me parece fundamental: en tiempos pasados, por ejemplo, se nacía y moría en casa; hoy, nacer y morir son actos que se realizan en un hospital. Estos cambios obligaron al médico, entre otras cosas, a tratar de cerca al moribundo. Pero, antes que a los médicos, el morir era asunto que interesaba a los artistas, filósofos y religiosos, quienes manifestaron sus reflexiones en torno a la muerte y el acto de morir con visiones agudas y claras, lúcidas e inquietantes. Tal fue el caso de León Tolstoi (1828-1910), escritor ruso nacido en Yasnaia Polaina, quien entre su vasta obra dedicó una obra a este tema: La muerte de Iván Ilich (1886), breve relato acerca de las percepciones existenciales de un juez moribundo, meditaciones sobre su vida, vacilaciones ante la inminencia de la muerte y además, es un texto literario vigoroso donde se condena la mezquindad y el egoísmo de la sociedad burguesa.

Lev Nikolaievich Tolstoi petenecía a una familia noble. La vasta heredad que poseía su padre, el conde Tolstoi, eran unos doscientos kilómetros al sur de Moscú. En cuanto a su madre, la princesa María Volkonsky, además de aportar al matrimonio una cuantiosa fortuna, también transmitió a sus hijos la más distinguida y augusta sangre azul de la nobleza rusa. Cuando nace León el país se hallaba entonces bajo el despotismo del zar Nicolás I, autócrata de todas las Rusias –que reinó de 1825 a 1855- y cuyo régimen fue expansionista en lo exterior y duramente represivo en lo interno. Rusia se encontraba sacudida por la deportación y muerte de los dirigentes revolucionarios que habían provocado una revuelta contra el zar, quien siempre se opuso a la liberación de los siervos. En Yasnaia Polaina, donde había algunos centenares de ellos, también éstos habían protestado contra su miserable e injusta condición.

A los dos años de edad, León Tolstoi, queda huérfano de madre, y en 1837, cuando tiene nueve años, muere su padre (en circunstancias misteriosas, quizás envenenado por sus siervos). León se convierte así, en el conde Tolstoi como lo conocen en la aldea los mujiks (los campesinos rusos más pobres). Esta pertenencia a la nobleza rusa trajo confundido al escritor a lo largo de su vida. No quería que lo llamaran “conde”, se negaba a aceptar los privilegios de su clase, rechazaba la propiedad privada pero, por otro lado, tenía

2. Leon Tolstoi y algunos aspectos de su vida y su obra

3 Víctor Frankl, E. El hombre en busca de sentido. Edit. Herder. 19ª edición. Barcelona. p. 22.

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sirvientes, vivía de las rentas de sus padres, tenía algunas aventuras con las mujeres de la aldea..., a la vez que se proponía serle fiel durante toda su vida a su mujer. Recordemos que en esa época la aristocracia, seguía teniendo el “derecho de señor” –conocido en Europa como “derecho de pernada”-, que consistía en poder dormir la noche de bodas con la esposa recién casada de un campesino.

León se fue primero a Kazan a estudiar lenguas orientales y luego a San Petersburgo a estudiar derecho, aunque lo que a él realmente le gustaba era la literatura y la filosofía. Ya de muy joven leyó la Biblia y a uno de los filósofos que más influiría en su obra: Rousseau, que decía que el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad quien lo corrompe. Esa búsqueda del “hombre bueno”, del “hombre moral”, es también propia de Tolstoi. En La muerte de Iván Ilich podremos constatar esa opinión que el escritor tenía de la sociedad a quien la calificaba como: la Gran Mentira. Iván es un hombre feliz porque vive en un mundo de apariencias, en una sociedad de cartón y de piedra. Por ejemplo, cuando Iván, el actante principal de la obra necesita ayuda, cuando le dan la noticia de su enfermedad ¿en dónde están los que se decían sus amigos?, ¿qué pasaba incluso con su familia?, ¿quién realmente comprendía y acompañaba al enfermo? El criado, el mujik, el campesino, el último lacayo de la escala social, un tal Gerasim, es el único ser humano de esta historia situada en una sociedad de falsedades, sociedad del siglo XIX que Tolstoi tanto critica.

Por una parte, a Tolstoi le preocupa el analfabetismo de la mayor parte de sus compatriotas. La idea de consagrarse algún día a la enseñanza para arrancar de la ignorancia a las masas populares, cada vez cobra en él mayor auge. En 1857, sale por primera vez al extranjero; en París lo espera Turguenev con quien viaja, y se familiariza con las obras de los más prestigiados escritores de entonces: Stendhal, Balzac, Flaubert, Añejandro Dumas, Victor Hugo. Por otra parte en Rusia antes de 1861, los zares, cual señores feudales todopoderosos, dominaban la política rusa, y los siervos, los campesinos, los parias no podían emanciparse del yugo del feudalismo. Fue hasta 1861 cuando Alejandro II, sucesor de Nicolás I, decreta la abolición de la esclavitud. Cuando la mayoría de los países europeos ya han pasado por la Ilustración y la Revolución Industrial, Rusia en pleno siglo XIX todavía sigue anclada en la Edad Media.

En las novelas rusas de la época se ve reflejado este hecho : Gógol, el padre del realismo ruso, cuenta una espeluznante historia de tráfico de siervos en su obra Almas Muertas. En ésta misma época, ¿quiénes están escribiendo en Europa? Grandes escritores como: Flaubert, Balzac y Zolá (Iván Ilich lee en su casa a este escritor ) en Francia; Dickens en Inglaterra. Sus novelas están situadas en la ciudad y reflejan los problemas de la burguesía. En cambio los grandes escritores rusos, siendo realistas igual que sus colegas europeos, escriben desde un mundo más arcaico y brutal. Por eso la literatura rusa despierta sentimientos tan profundos y es tan apasionada.

En vida de Tolstoi asesinaron a un zar (Alejandro II) y, siendo el remedio peor que la enfermedad, su sucesor, Alejandro III,

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proyectó un régimen de represión máxima. En este contexto surgieron una serie de escritores que en sus obras reflejaban y denunciaban este estado de cosas. La segunda mitad del siglo XIX es una de las épocas doradas de la literatura rusa de todos los tiempos, escritores como: Turgueniev, Dostoievsky, Chéjov, Gorki, Gógol y, por supuesto, Tolstoi. Padres e hijos, Ana Karenina, Los hermanos Karamazov, Los demonios, El tío Vania, La madre, Almas muertas, La guerra y la paz, Taras Bulba. Y en Europa y Estados Unidos, nos dice Bloom: “En mitad de la tradición novelística, el maestro indiscutible fue Tolstoi, más que Goethe, Dickens, Balzac o Manzoni, por no mencionar a Henry James, que, no sin temeridad, prefería Turgueniev a Tolstoi. Por extraño que parezca, James comparó La guerra y la paz con Los tres mosqueteros, definiendo a ambas novelas de 'enormes y ampulosos monstruos'”.

En septiembre de 1862 Tolstoi contrae matrimonio con la “sencilla y límpida” Sonia Behrs, sensible y culta, la segunda de las tres hermanas, y se establece definitivamente en Yasnaia Polaina. Él tiene 34 años de edad y un pasado lleno de amores y aventuras galantes; Sofía con sólo 18 años, era la personificación de la inocencia. A partir de este momento, comienza para ambos una vida de mutuo amor y tormento que durará cuarenta y ocho años.

Sonia Behrs siempre fue una mujer de realidades; él empedernido soñador. Ella amaba el brillo y la alegría de la corte y, sobre todo al principio, odiaba la rústica morada donde a él le gustaba vivir. Pese a ello, no sólo le dio trece hijos y llevó la carga de sus negocios, sino que transcribió a mano siete veces el inmenso manuscrito de La guerra y la paz a medida que él lo iba corrigiendo, novela que el autor tardó siete años en escribir y que comienza a publicar en 1865. No obstante, Tolstoi tiene días de paz y otros de mucho conflicto interior. Considera inútil y absurda la existencia que lleva y acaba por no tolerar la compañía de muchas de sus amistades. Es irascible, impulsivo, e inconforme. A sus arrebatos de cólera suceden crisis de arrepentimiento. Ese carácter voluble y caprichoso lo signará durante toda su vida y será motivo de profundas desavenencias conyugales.

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4 “Desde su enfermedad dormía solo, ocupaba una habitación junto al despacho. Se acostó, tomó una novela de Zolá,...” L. Tolstoi, op., cit., p.45.

5 Harold Bloom. El futuro de la imaginación. Edit Anagrama. Colección Argumentos. Barcelona, 2002. p. 59.

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En la obra La muerte de Iván Ilich, Tolstoi parece inspirarse en su propia relación matrimonial: dentro del cuadro afectivo y desolado que vive Iván Ilich se presenta la esposa de éste, mujer insensible y grosera cuya preocupación se centra únicamente en el dinero. El autor se burla tanto de ella como de su mundo superficial y vano:

...la sala tapizada con cretona rosa que s e e n c o n t r a b a s u a v e m e n t e iluminada...pidiéndole consejo sobre la elección de la cretona rosa con hojas verdes...; cuando la viuda pasó junto a la mesa (toda la sala estaba llena de objetos y muebles) se engancho el crespón negro de su capa en el tallado de un mueble...la viuda empezó a desenredar el crespón... pero la viuda no pudo desenredarlo. Cuando todo estuvo en orden, la viuda sacó un pañuelo de batista limpio y bien doblado, y empezó a llorar.

Cuando el mayordomo interrumpe a Prascovia Fedorovna (la viuda de Iván Ilich) diciéndole que el cementerio iba a costar doscientos rublos:

La viuda dejó de llorar, y con aspecto de víctima y hablando en francés le dijo a Piotr Ivánovich que era muy desdichada. [...] Después de comentar los detalles de los espantosos sufrimientos que soportó Iván Ilich, la viuda decidió pasar al grano.[...] dada la muerte de su esposo, cómo se podría conseguir dinero del fisco. Fingía no saber nada de la pensión que le correspondía, pero él se dio cuenta de que sabía absolutamente todo, más de lo que él mismo sabía. Lo que la viuda quería saber era si se podía sacar algo más.

Esta parte de la obra revela que los personajes tienen como característica principal la imposibilidad de sentir al otro como ser humano, más bien lo perciben como objeto que proporcione ganancias y que la muerte sea capitalizable. El mundo descrito por Tolstoi entiende el éxito como una adaptación total a los convencionalismos sociales de la época. Una burguesía que exige la sumisión absoluta a su peculiar forma de concebir la vida. No existe el espacio para

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una expresión humana sensible, sincera y honesta. Todo propósito es quedar bien con los demás.

Hay que destacar que la actitud que también tiene Iván Ilich corresponde al carácter social de la burguesía rusa zarista de fines del siglo XIX, mujeres y hombres “a la francesa” por refinados y exquisitos, gente vacía, convencional, intrigante, ociosa y llena de vicios, carente de valores auténticos, encerrados en el círculo egoísta de sus intereses personales y, por tanto, incapaces de amar. Por ejemplo, el idioma ruso era tenido como una lengua de campesinos, corriente y vulgar. Hasta en círculos de la nobleza terrateniente, tan apegados a las tradiciones de su patria, se hablaba en francés. Todo esto como resultado de una decadencia cultural:

La historia de Iván Ilich fue común y corriente, y horrible. Murió cuando tenía cuarenta y cinco años de edad, siendo magistrado del tribunal de apelación. [...] Su padre, hermanos y sobre todo sus cuñadas se apartaron de él y sólo lo recordaban en casos de urgencia. [...] Nunca fue adulador, pero le llamaban la atención las personas de alta posición, así como la mosca sigue la luz. Por lo que establecía relaciones amistosas con ellas y copiaba costumbres y puntos de vista...

Iván Ilich es un hombre superficial al que nada le preocupa excepto buscar la manera de tener una buena vida (que no una vida buena). Para que llegue a darse cuenta de lo contrario, deberá pasar por la prueba más difícil de todas, la prueba de la muerte. Sólo cuando él se está muriendo, en los últimos momentos de su vida, se da cuenta de la clave de todo. Sólo cuando la vida se le escapa a Iván Ilich entendió que “...Si es así –se dijo-, me voy con la conciencia clara que encaucé mal mi vida, y que ahora ya no tengo tiempo de enmendarlo”.

La muerte de Iván Ilich no sólo es la obra de un escritor sino de un filósofo. Incluso se diría que más que un filósofo. Tolstoi quiso ser un “sacerdote”. Pero no un sacerdote cualquiera, perteneciente a una religión establecida; Tolstoi quiso ser el sacerdote de su propia religión, a la que otros calificaron como “tolstoianismo”. El año 1880 fue crucial en la vida del literato. Con la idea de consagrarse por entero a la meditación religiosa, se dedicó, a partir de entonces, a poner todo su arte exclusivamente al servicio de su convicción, según la cual el verdadero cristianismo (que no era, por supuesto, el de la Iglesia establecida) debía ser masivamente divulgado. Cuando él percibió que la ficción no podía ceñirse más a sus propósitos, cuando consideró que no era bastante con ser escritor, se convirtió en predicador, filósofo, fundador de una nueva religión, crítico de su sociedad y luchador por la renovación de la humanidad. Y, al igual que las religiones tienen sus textos sagrados, el quiso hacer novelas que tuvieran un claro mensaje humano, relatos que enseñasen los mandamientos de la “ley de Tolstoi”. Por eso la figura de Iván Ilich (producto de la creación del escritor) es simbólica, si bien es el actante principal del relato, constituye como personaje la revelación atinada del escritor frente al proceso de muerte.

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6L. Tolstoi, op. cit., pp. 12-13.7Ibid., pp. 13-15.8 Ibid., pp. 18-19.9Ibid., p. 75.10 Es necesario precisar que no existe una intención de asociar personaje literario con un paciente moribundo; más bien se trata de poner énfasis en la visión acertada de Tolstoi de plantear las etapas del duelo mucho antes de que la tanatología las identificara como tales.

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2.1 La dramática vivencia del moribundo: La muerte de Iván

Ilich,de León Tolstoi.

2.1.1 Primera fase: negación y aislamiento.

Elisabeth Kübler-Ross, psiquiatra suiza pionera de la tanatología, tras licenciarse en la Universidad de Zurich en 1957, se marchó a Nueva York donde trabajó en el Manhattan State Hospital como investigadora. Posteriormente venció grandes dificultades y logró entrevistar en Chicago a 200 enfermos que sabían que estaban condenados, se les hubiese o no informado, y recopiló por más de dos años testimonios de las diferentes etapas anímicas por las que atraviesa el paciente desahuciado. Esta mujer detalló el duelo, la pérdida, en una serie de fases que vive dramáticamente el moribundo y sus seres más cercanos.

Estas etapas, frente al diagnóstico terminal, constituyen “el trabajo de la muerte” como: la negación y el aislamiento, la ira, el pacto, la depresión y finalmente la aceptación de la muerte.

El paciente moribundo al enterarse de que tiene una enfermedad mortal, reacciona diciendo: “No, yo no; no puede ser verdad”, “¡Eso no me puede pasar a mí!” Esta negación inicial es común en los pacientes a los que se les revela directamente desde el principio su enfermedad, y aquellos a los que no se les dice explícitamente, llegan a una conclusión, un poco más tarde, por sí mismos. Entonces la muerte no se advierte como un fenómeno natural, sino como un fenómeno atemorizante y desconocido. Y vamos creando, curiosamente, un mecanismo de negación.

Este mecanismo de negación surge desde la niñez provocado por un trastorno por angustia de separación: “¿Mamá, verdad que tú nunca te vas a morir...?” “Nunca me vas a dejar solo ¿verdad...?” “¿Verdad que mi papá no se va a morir...?”. Esto no nos permite visualizar la muerte con naturalidad. Por eso cuando llega el primer síntoma, es la estupefacción total: “¡No puede ser!”.

La idea de inmortalidad es el primer síntoma del duelo. Pensamos en la inmortalidad de los seres queridos; todo mundo se puede morir, menos nuestros seres queridos: “¡A nuestra familia no le va a pasar...!” Esta idea falsa de la inmortalidad y esta negación preconcebida nos hace que ante la muerte de un ser querido reaccionemos con estupor:

“¡No puede ser...!”“¡Se equivocaron los doctores...!”“¡No es cierto...!”“¡Esto no me puede estar ocurriendo a mí...!”“¡Debe ser una broma...!”“¡Es una equivocación, porque no es cierto...!”

El afectado entra en un estado de shock. En esta primer etapa

del duelo se nos da la oportunidad de poner nuestros pensamientos en orden. La angustia esta presente en todo momento. La negación es un mecanismo de defensa. Los pacientes pueden tener una negación prolongada por la forma en que se dé la noticia. Este período de negación, para algunos, puede durar poco tiempo hasta que aparezca el cuestionamiento racionalizado:

“¿Por qué a mí...?”“¿Por qué a él...?”

Se exhiben, entonces, la soberbia y el egoísmo que padecemos los seres humanos:

...Iván Ilich cerró la puerta con llave y comenzó a examinarse en el espejo.Luego comparó un retrato con la imagen del espejo. El cambio era enorme [...]De pronto sintió el dolor, penetrante y lento, y el desagradable sabor. Con el corazón encogido y la vista nublada murmuró:-¡Dios mío! Otra vez lo mismo, el mismo dolor que no acaba...De pronto le llegó otro pensamiento, ya no se trataba ni de riñón ni de apéndice, sino de la vida y la muerte. La vida se le iba y no podía hacer nada.No podía engañarse [...] -¿Pero en dónde estaré cuando ya no esté aquí?¿será posible que esto sea la muerte?... ¡No, no quiero! [...] ¡Tontos! Yo primero, después ellos, todos pasarán por lo mismo.

La negación funciona como amortiguador después de una noticia inesperada e impresionante, permite recobrarse al paciente y, con el tiempo, movilizar otras defensas, menos radicales. Esto no significa, sin embargo, que el mismo paciente, más adelante, no esté dispuesto, e incluso contento y aliviado al sentarse a charlar con alguien de su muerte inminente:

-...¿te pasa algo, Iván?-Nada... empujé y cayó... la mesita... –dijo-, y al mismo tiempo pensó: 'Para qué le explico si no va a comprenderme...»Y la mujer no comprendió; levantó la mesita, encendió la vela y salió apresuradamente a despedir a otras visitas. Cuando regresó, su marido continuaba en la misma actitud: mirando fijamente el techo.-¿Te sientes peor? -preguntó.-Sí.

Este diálogo, sin duda, deberá tener lugar cuando buenamente pueda el paciente -sólo él (y ¡no el oyente!)-, estar dispuesto a afrontarlo. Además el diálogo se ha de terminar cuando el enfermo no pueda seguir afrontando los hechos y vuelva a su

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11 L. Tolstoi, op cit., pp. 45-4612 Ibid., p.47.

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aferrada negación. No importa cuando tenga lugar este diálogo.

Generalmente la negación es una defensa provisional y tarde o temprano será sustituida por una aceptación parcial. Es común que sea mucho más tarde cuando el paciente se sumerja en el aislamiento, más que en la negación. Como en nuestro inconsciente creemos ser todos inmortales, en nosotros es casi inconcebible reconocer que tenemos que afrontar la muerte. Dependerá mucho de “cómo se lo decimos” al enfermo y de cuánto tiempo tenga para reconocer gradualmente la inexistencia, de cómo se haya preparado a lo largo de su vida para afrontar situaciones de tensión, y así abandonar poco a poco su negación utilizando mecanismos de defensa menos radicales.

Si nuestra primera reacción ante una noticia terrible es: “No, no es verdad, no, no puede afectarme a mí”, tiene que dejar paso a una nueva reacción, cuando finalmente empezamos a comprender: “¡Oh, sí...! soy yo, no ha sido un error”. Por suerte o por desgracia, muy pocos pacientes pueden mantener un mundo de fantasía en el que tienen salud y se encuentran bien hasta que mueren.

Cuando no se puede seguir manteniendo la primera fase de negación, es sustituida por sentimientos de ira, rabia, envidia y resentimiento. Lógicamente surge la primera pregunta:

“¿Por qué yo...?”“¿Por qué Dios me tiene que castigar así...?”“¡Debe ser un Dios malo y perverso...!”“¿Por qué a mí si yo iba a misa todos los domingos...?”“¿Por qué yo? ¡No me merezco esto!”

Viene como un cobro mental y emocional hacia la divinidad, a quien momentos o días anteriores el moribundo invocaba para salvar su vida. Hay mucho resentimiento contra todo lo que rodea al doliente. Con todo mundo arremete, tiene miedo a la soledad y, sin embargo, a todos corre de su lado:

Viene como un cobro mental y emocional hacia la divinidad, a quien momentos o días anteriores el moribundo invocaba para salvar su vida. Hay mucho resentimiento contra todo lo que rodea al doliente. Con todo mundo arremete, tiene miedo a la soledad y, sin embargo, a todos corre de su lado:

-Vete, Guerasim -murmuró.-Me quedaré otro rato, no importa.-No, vete.Bajó las piernas y se acomodó de lado; sintió

2.1.2 Segunda fase: Ira o rabia.

lástima por él mismo. Apenas había salido Guerasim, cuando, sin poder evitarlo, empezó a llorar como un niño. Lloraba por su terrible soledad, por su impotencia,por la crueldad de los hombres, por la crueldad de Dios, por la ausencia de Dios.-'¿Por qué me haces esto? ¿Por qué he llegado hasta aquí?¿Por qué, por qué me haces sufrir tan terriblemente?...'Lloraba angustiosamente porque sabía que no había respuesta a sus preguntas. El dolor se acentuó, él no se movió ni llamó a nadie.-'¡Más fuerte, más! Pero ¿por qué?¿Qué te he hecho? ¿Por qué?'.

Nos da coraje que nuestro cuerpo no esté funcionando correctamente. Hay rebeldía contra todos: familiares, doctores, etcétera. Y el paciente está enojado consigo mismo, con el cuerpo, con el mundo... La ira también es un mecanismo de defensa: nos ayuda a entender el sentimiento de pérdida. Sirve como catarsis, incluso para la familia. Existe el resentimiento hacia la persona que morirá, por el hecho mismo de morir

Cuántas mujeres no habrán expresado su ira diciendo:

“¿Por qué se murió este desgraciado...?”“¿Por qué me dejó con este paquete...?”“¿De dónde voy a sacar para pagar estas deudas...?”“¡Te moriste infeliz y me dejaste con toda esta bronca...!”

Pero si el muerto se suicidó aparecerá otra fase del resentimiento:

“¡Por qué nos hiciste esto...!”“¡Por qué nos das este dolor...!”“¡Por qué nos das este problema...!”“¡Qué te hicimos para que nos dejaras así...!”

En contraste con la fase de negación esta fase, la ira, es muy difícil de afrontar para la familia y para los que asisten al moribundo. Esto se debe a que la ira se desplaza en todas direcciones, antes y después de la muerte, y se proyecta contra lo que les rodea, a veces casi al azar.

Las personas que acompañan a un moribundo (aun las visitas familiares) pueden ser vistas con poco entusiasmo por él, por lo que la relación llegaría a convertirse en algo violenta. Sin embargo, luego el enfermo responde con dolor y lágrimas y oscilará entre la culpabilidad y la vergüenza, rechazando el contacto hasta con los seres más cercanos:

-¿Verdad que te sientes mejor?-Sí -dijo sin mirarla.Todo lo que era ella -su esposa-, su ropa, la expresión de su cara, su voz, representaba para él lo mismo:'Tu vida entera es un engaño, que te impide ver la vida y la muerte'.Este solo pensamiento lo inundó de odio y junto con éste afloraron nuevamente todos los

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13 Ibid., p. 67.

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sufrimientos físicos y la conciencia del inevitable fin. Sintió algo diferente: algo se retorció dentro de él, dificultando su respiración.La expresión de su cara era espantosa cuando pronunció ese 'sí'; después volteó a verla directamente a los ojos y sacando fuerzas de su debilidad gritó:-¡Vete, vete! ¡Déjame solo!

Se tiene que aprender a escuchar al desahuciado y hasta aceptar su ira irracional, sabiendo que el alivio que experimenta al manifestarla le ayudará a resolver mejor sus últimas horas.

La tercera etapa del duelo, regateo, negociación o pacto, es menos conocida pero igualmente útil para el paciente, aunque sólo durante breves períodos de tiempo. Si no hemos sido capaces de afrontar la triste realidad en el primer período y nos hemos enojado con la gente y con Dios en el segundo, tal vez podríamos llegar a una especie de acuerdo que posponga lo inevitable: “Si Dios ha decidido sacarnos de este mundo y no ha respondido a mis airados alegatos, puede que se muestre más favorable si se lo pido amablemente”.

Se atenúa, entonces, el resentimiento. Negociamos con la divinidad, con Dios o con la persona. Pactamos los sentimientos de culpa (ocultos o manifiestos). A mayor negociación mayor culpa, tanto por parte del moribundo como de los deudos:

“¡Dios mío, te prometo ya no alcoholizarme, pero déjame vivir un poco más...!”“Sí me porto mejor, Dios mío, concédeme un día sin dolor”“Dios se lo llevó a su lado”“¿Por qué no avisé que me dolía?”“Si yo hubiera ido con este médico”“Si yo hubiera hecho esto...”“¿Por qué no hice aquello...?”

El paciente desahuciado utiliza las mismas maniobras que un niño. Sabe, por experiencias pasadas, que hay una ligera posibilidad de ser recompensado por sus buenas acciones y por ello Dios pudiera concederle un ferviente deseo: lo que más suele pedir quien lucha contra la muerte es la prolongación de su vida, o por lo menos, pasar unos días sin dolor ni molestias físicas:

Después se calmó y dejó no sólo de llorar, sino también de respirar,tratando de poner atención a una voz no escuchada, sino sentida:la voz del alma.-¿Qué necesitas, qué te hace falta? -se repitió.-No sufrir, vivir -contestó el enfermo-, y se concentró tanto, que ni el mismo dolor podía distraerlo.-¿Vivir? ¿Vivir cómo? -preguntó la voz.-Sí, vivir como vivía antes: bien, de una manera agradable.-¿Cómo vivías antes, de una manera agradable? -preguntó la voz. Y el enfermo empezó a recordar los momentos agradables de su vida...

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2.1.3 Tercera fase: pacto.

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La mayoría de los pactos se hacen con Dios y generalmente se guardan en secreto o se mencionan entre líneas o en el confesionario de un sacerdote.

Psicológicamente las promesas pueden relacionarse con una sensación de culpabilidad oculta, y por lo tanto sería muy útil que el personal de los hospitales no pasara por alto este tipo de comentarios de los pacientes.

Cuando el paciente desahuciado no puede seguir negando su enfermedad, cuando se ve obligado a pasar por más operaciones u hospitalizaciones, cuando empieza a tener más síntomas o se debilita y adelgaza, no puede seguir dando “al mal tiempo buena cara”, su sensibilidad o estoicismo, su ira y su rabia, serán sustituidos por una gran sensación de pérdida.

Si se tuviera que señalar una diferencia entre dos clases de depresión se diría que la primera es una depresión reactiva, y la segunda una depresión anticipatoria.

La primera es de naturaleza distinta y se debería tratar de una forma completamente diferente a la segunda. Una persona comprensiva no tendrá ninguna dificultad para descubrir la causa de la depresión y aliviar en algo el sentimiento de culpabilidad o vergüenza excesivas que a menudo acompañan a la depresión. Esta depresión reactiva se da por pérdidas reales o significativas que experimenta el enfermo, y la familia también se da cuenta de como su familiar se deteriora:

Siempre se puede hacer algo para aliviar los sufrimientos -dijo el médico.-Ni eso puede hacer; déjeme.El doctor salió de la habitación y le dijo a Prascovia Fedorovna que lo encontraba muy mal, que lo único que quedaba por hacer era darle opio para calmar un poco los dolores, que seguramente eran horribles.Pero al igual que los dolores físicos, aquella noche también lo atormentaron los pensamientos morales [...]-¿Y si en realidad toda mi vida consciente estuviera completamente equivocada?[...] Trató de defenderse, pero todos sus argumentos le parecieron sin valor, y se dio cuenta de la debilidad de lo que defendía. No había nada que defender. 'Si es así -se dijo- , me voy con la conciencia clara de que encaucé mal mi vida, y ahora ya no tengo tiempo para enmendarlo'.Se acostó boca arriba y repasó nuevamente su vida, pero ahora con una visión muy distinta.A la mañana siguiente, cuando vio al mayordomo, a su mujer, a su hija y al médico,

2.1.4 Cuarta fase: depresión.

14 Ibid., p. 76.15 Ibid., p. 67.

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todas sus acciones, todas sus palabras reafirmaron lo que había descubierto la noche anterior. Se vio reflejado él mismo; todo lo que hasta entonces había constituido su vida, y vio claramente que era un gran error, un gran engaño que no dejaba ver ni la vida ni la muerte. La conciencia de todo esto acrecentó sus sufrimientos físicos.Lloraba y se agitaba, quería desprenderse de la ropa porque sentía que lo asfixiaba.

Odiaba a todos.16

El segundo tipo de depresión, o sea la anticipatoria no tiene lugar como resultado de la pérdida de algo pasado, sino que tiene como causa las pérdidas inminentes. Este tipo de depresión preparatoria únicamente la vive el paciente. Hay un enfrentamiento con él mismo. Toma conciencia de que va a morir. La tristeza ayuda a expiar sus culpas. En este momento él puede pedir perdón y debe “cerrar círculos”:

“-¿Qué he hecho de mi vida?”“¿Cuál ha sido la intencionalidad de mis actos?”“¡Perdón por lo que te hice, hijo mío!”

'Sufren por mí -pensó-. Me apena, pero estarán mejor cuando me muera'.Quiso decirlo pero no pudo.

Miró a su hijo, y le dijo a su esposa:-Llévatelo... me acongoja... y tú... -quiso decir:'Perdóname', pero le faltaron las fuerzas, y pensó que lo comprendería

Cuando la depresión es un instrumento para prepararse a la pérdida inminente de todos los objetos de amor, entonces los ánimos y las seguridades no tienen tanto sentido para facilitar el estado de aceptación. No debería estimularse al paciente a que mire el lado alegre de las cosas, porque eso significaría que no debería pensar en su muerte inminente. Es absurdo decirle que no esté triste, ya que todos nosotros estamos tremendamente tristes cuando perdemos a una persona querida.

El paciente está a punto de perder todas las cosas y las personas que quiere:

...De cara al respaldo del diván, durante el último tiempo de la soledad en la que vivía, lo único que alimentaba la vida de Iván Ilich era el momento de los recuerdos del pasado; se encontraba en la más completa soledad, como si estuviera en el fondo del mar o sepultado, a pesar de estar en una gran ciudad, rodeado de familiares y amigos

Este segundo tipo de depresión (anticipatoria) generalmente es silencioso, a diferencia de la depresión

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reactiva en la cual el paciente tiene deseos de compartir y necesita muchas comunicaciones verbales y a menudo intervenciones activas por parte de miembros de varias profesiones, e incluso de sacerdotes. En el dolor preparatorio no se necesitan palabras o se necesitan muy pocas. Es mucho más un sentimiento que puede expresarse mutuamente y a menudo se hace mejor tocando una mano, acariciando el cabello o, sencillamente, sentándose al lado de su cama, en silencio:

Le dieron una fuerte dosis de opio quelo adormeció, pero en la tarde empezó de nuevo. Sacó a todos, quería estar solo. No dejaba de moverse.Llegó su mujer y le dijo:-Iván, querido, hazlo por mí.

No te causará ningún mal, y a veces alivia. No significa nada...'Por mí' -pensó él, y abrió mucho los ojos-.-¿Qué? ¿Confesarme? ¿Para qué? No.

Sin embargo...'La mujer empezó a llorar.-¿Si? Llamaré a nuestro sacerdote,

es bastante agradable...Después de la confesión se sintió más tranquilo, aliviado en sus dudas y en sus sufrimientos, y renació en él la esperanza.

Debería saberse que este tipo de depresión es necesario y benéfico si el paciente ha de morir en una fase de aceptación y paz. Sólo los pacientes que han podido superar sus angustias y ansiedades serán capaces de llegar a esta fase.

Si el paciente ha tenido bastante tiempo (esto es, no una muerte repentina e inesperada) y se le ha ayudado a pasar por las fases antes descritas, llegará a un estado en el que su “destino” no le deprimirá ni enojará.

“Acepto, ya entendí lo que me está pasando”“Sé que me voy a morir y necesito descansar”

El paciente en fase terminal está tranquilo, en paz, y aprecia la presencia de las personas, pero en silencio.

No hay que confundirse y creer que la aceptación es una “fase feliz”. Está casi desprovista de sentimientos. Es como si el dolor hubiera desaparecido... la lucha hubiera terminado... y llega el momento del “descanso final antes del largo viaje”.

Cuando el paciente moribundo ha encontrado cierta paz y aceptación, su capacidad de interés disminuye. Entonces nuestras comunicaciones se vuelven más mudas que orales. Estos momentos de silencio pueden ser las comunicaciones más llenas de sentido. Nuestra presencia sólo es para confirmar que vamos a estar disponibles hasta el final. Esto puede tranquilizarle y hacerle sentir que no está solo:

...Sentía lástima por ellos, que sufrían, y quería hacer algo para que dejaran de sufrir. Para que

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2.1.5 Quinta fase: aceptación.

17 Ibid., p. 78.18 Ibid., p. 71.19 Ibid., p. 75.

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dejaran de sufrir ellos y él. '¡Qué bueno y sencillo es eso! -pensó-¿Y el dolor? ¿Dónde está el dolor?' Puso atención.-'Sí, ahí sigue. No importa. ¿Y la muerte? ¿Dónde está la muerte?'Buscaba la muerte, la buscaba en su anterior miedo, pero éste ya no lo sentía, porque la muerte no existía.Había luz en lugar de muerte.-¡Ahora lo comprendo! -dijo en voz alta-. ¡Qué alegría!...

Hay pacientes que luchan hasta el final, que pugnan y conservan una esperanza que hace imposible alcanzar esta fase de aceptación. Son los que dirán: “No puedo seguir haciéndolo...” y ese día dejan de luchar. En otras palabras, cuanto más luchen para esquivar la muerte, inevitable, cuanto más traten de negarla, más difícil les será llegar a esta fase final de aceptación con paz y dignidad.

Los muertos no nos duelen tanto por su ausencia, sino por lo que entre ellos y nosotros se dejó de decir: “Ahora ¿cómo lleno tu ausencia?”

Esa es parte de la muerte, la ausencia.... la no presencia:

Para Iván Ilich “sucedió todo en un instante, y la significación de ese instante ya no cambió. Para los presentes su agonía duró dos horas más. En su pecho algo bullía; su pobre cuerpo se estremecía. Después todo fue disminuyendo poco a poco.-Ha terminado -dijo alguien que estaba cerca de él.Él oyó estas palabras y las repitió en su alma:'Ha terminado la muerte. La muerte no existe...'Respiró, se detuvo a la mitad, se estiró y murió.

León Tolstoi va describiendo el proceso de la enfermedad; nunca como un técnico en medicina sino de una manera más esencial, reflejando siempre la relación del hombre con su mal. Seguramente el autor de La muerte de Iván Ilich debió dedicar mucho tiempo de su vida a contemplar procesos agónicos y cadáveres en funerales, pues la descripción que hace del personaje, así como el punto de referencia que a partir de entonces establece respecto del sentido de la vida, sólo puede basarse en una larga meditación frente a un moribundo. Él nos hace recorrer lentamente el dolor físico y la reflexión moral que hace Iván Ilich al saber que se está acercando la muerte. También somos partícipes de una vida llena de desesperación, de sufrimientos y decepciones; de una existencia ridícula, monótona y mecánica. Sin embargo, Iván Ilich tiene un momento de lucidez que le hace ver claramente la realidad y en ese instante fugaz él goza del amor propio y de la muerte misma.

Y de repente otra revelación: la gran mentira. Iván Ilich era un hombre ordinario, un mediocre, no reconocía antes de su

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enfermedad su estado, todos le sonreían, le animaban hipócritamente. Las visitas a su lecho lo atormentan ahora. Nadie tiene “piedad” de él. El atroz acto de la agonía es sólo un desagradable espectáculo social que debe acabar cuanto antes. Sólo el criado no miente, sólo Gerasim está a la altura de la humanidad. Con el único que se siente a gusto es con el mujik, al parecer el único ser humano de esta terrible historia:

...Se sentía bien cuando noches enteras le sostenía las piernas y Gerasim no quería ir a dormir diciendo: “no se preocupe Iván Ilich, dormiré después”. O en ocasiones le tuteaba diciéndole: “¿por qué no he de atenderte, si estás enfermo?” Era el único que no mentía y que sentía lástima por el enfermo. En una ocasión que lo quería obligar a descansar, Gerasim le dijo abiertamente: -Todos hemos de morir. ¿Por qué no he de tomarme esta molestia?...

Gerasim funge como cuidador de un enfermo terminal. Es un hombre de pueblo, sano, vital, realista. Preocupado por lo concreto; él si sabe para qué es esta vida y cuál es su significado. Ve la muerte con naturalidad. Él se convierte en el contrapunto de los anteriores personajes, a lo que Jaime Torres Bodet afirma:

En el relato de Tolstoi, la descripción de una lucha –pueril y horrenda- entre el hombre solo frente a la muerte y la frialdad, el egoísmo, la mentira y la falsa misericordia de todos los seres que lo rodean. De todos, no porque un criado lozano y limpio –el mujik Gerasim- hace cuanto el enfermo le pide. Lo hace con paciencia con amabilidad y con verdadero júbilo de servirle. Es el único que se apiada sinceramente del amo.

La agonía, es decir, la lucha contra el dolor y la muerte, da como resultado el descubrimiento de la futilidad de la vida. Al fin, Iván advierte que su existencia fue un fracaso; al hacerlo, trasciende el tiempo en un instante y da cumplimiento cabal al propósito primario de la existencia humana: descubrir el fin de este viaje:

Aquí a diferencia de lo que hizo en sus otras obras maestras, como La guerra y la paz y Ana Karenina- Tolstoi no pinta toda una época, ni siquiera la compleja organización de una serie múltiple de familias. Se encierra en un ser oscuro y encierra a ese ser oscuro en la soledad de una oscura alcoba. Lo extiende sobre un sofá; lo sitúa de cara a la pared. No ha de ver sino aquello que habrán de ver cuantos agonizan: la inanidad del

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20 Ibid., p. 79.21 Idem.

22 Ibid., pp. 55-56.23 Jaime Torres Bodet, León Tolstoi, su vida y su obra. Edit. Porrúa,

S.A., México, 1965. p. 224.

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pasado, frente a la puerta de un mundo en el que cada inmigrante tiene que entrar solo, desnudo, sin biografía. Desnudo y solo, como nació.

En 1910 León Tolstoi huyó del hogar en lo más crudo del invierno, acompañado de su médico y amigo, y se refugiaron en un monasterio. Las relaciones con su esposa eran intolerables. Días después su hija Alejandra fue a reunirse con ellos y decidieron proseguir hacia el sur. Al poco tiempo de iniciado el viaje en un tren lento y frío, Tolstoi contrajo pulmonía. Lo sacaron del tren en Astapovo y lo alojaron en la casa del jefe de estación. Sonia llegó precipitadamente pero, para no turbar la paz del enfermo, no le permitieron entrar a su habitación. Solamente cuando el escritor cayó en coma la dejaron pasar para acompañarlo. Era demasiado tarde para que el matrimonio llegara al entendimiento por el cual lucharon toda su vida. El 20 de noviembre de 1910 murió.

Tolstoi, que temía su propio nihilismo, y que secretamente había identificado a Dios con la muerte, acertó cuando vio que Shakespeare estaba libre de toda sombra dogmática, y que la tragedia de Lear, como la de Macbeth, reflejaba el nihilismo pragmático del dramaturgo inglés. Shakespeare fue, tal vez, el menos solipsista de todos los grandes escritores; Tolstoi, el mayor de todos.[...] En 1910, a los ochenta y dos años, Tolstoi abandonó a su mujer y su familia, para morir en una estación de tren.

Literariamente, León Tolstoi se inscribe dentro de la escuela realista, con sus obras plenas de objetividad y de penetración psicológica. Este método de representación que emplea el escritor en sus textos se inscribe dentro del realismo, es decir: combina la precisión del detalle físico o personal con la introspección, o sea con el estudio minucioso de los procesos psicológicos. Dentro de la descripción física, una particularidad muy suya, además, es insistir sobre algún rasgo o característica particular, casi a modo de leit-motiv, por ejemplo: “Prascovia era de familia noble, no era fea y tenía un pequeño capital...” o “Iván Ilich cerró la puerta con llave y comenzó a examinarse en el espejo. Luego comparó un retrato con la imagen del espejo. El cambio era enorme...”

Lo psicológico, a su vez, es representado de manera dinámica y exhaustiva. Estudia cada personaje desde varias perspectivas, de un modo cabal, y ningún ángulo, por escondido que esté, queda por analizar; así, se tiene la impresión de conocerlos íntimamente y de alguna manera, esto permite, poderlos relacionar con la tanatológia sin la intención de unificar personaje con paciente. En esta

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profunda fusión e individualización de cuerpo y alma radica el secreto de los personajes de Tolstoi, tan convincentes, tan vivos y tan reales.

Tolstoi posee una capacidad creativa extraordinaria para sus protagonistas. Dostoyevski, por ejemplo, se limita a pocos tipos, en los cuales, eso sí, ahonda hasta lo inimaginable. Pero la fuerza, el alcance y el don de diversidad de la imaginación artística de Tolstoi en cuanto a la creación de personajes, sólo es comparable a la de Homero o Shakespeare. Se han contabilizado varios personajes, y todos ellos bien individualizados y definidos, con emociones, inclinaciones, rasgos físicos e idiosincrasias propias.

Otra faceta del realismo externo con que son presentados los personajes, es que el autor los hace vivir y actuar en su propio ambiente y en un tiempo preciso y determinado, lo que vendría a reafirmar el concepto de realismo integral dentro del cual se ha inscrito a Tolstoi. Además los presenta como miembros de una familia o de un grupo social definido, y todo ello llevado a la perfección al hacerlos desenvolver en sus diversas actividades cotidianas, o al describirnos su mundo interior, sus ambiciones, sus luchas, sus gustos, sus fracasos, sus traumas, sus transformaciones a través del tiempo y de las circunstancias.

Por otra parte, sus descubrimientos psicológicos se convierten en juicios morales. Tolstoi odia las apariencias, el engaño, la superficialidad, por eso se solaza en desenmascarar las mentiras y bajas pasiones que animan a los integrantes de las clases altas que con tanto interés, fascinación y sarcasmo describe en su obra. Así saca a luz los verdaderos motivos, las verdaderas inclinaciones. Por eso los personajes que más le atraen y pinta con mayor profundidad y simpatía son los “buscadores de la verdad”: como Iván Ilich que la encuentra y al final nos dice: “...La muerte no Existe.”

Efectivamente; la vida no impone límites de forma ni etiquetas; y si la literatura realista se propone copiar la vida lo mejor posible –como lo quiso Tolstoi-, por consiguiente salen sobrando los títulos que a fuerza se le quieren endosar.

Bloom, Harold. El futuro de la imaginación. Edit. Anagrama. Colección Argumentos. Barcelona, 2002.

Frankl, Víctor E. El hombre en busca de sentido. Edit. Herde, 19ª edición Barcelona. 2000.

Kübler-Ross, Elisabeth. Sobre la muerte y los moribundos. Edit. Grijalbo. Barcelona, 2000.

Racionero, Luis. Filosofías del underground. Anagrama, España, 1977.

Tolstoi, León. La muerte de Iván Ilich. Editorial Lecorum, México, 1999.

Torres Bodet, Jaime. LeónTolstoi, su vida y su obra. Edit. Porrúa, S.A., México, 1965.

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BIBLIOGRAFÍA

24 Ibid., p. 230.25 H. Bloom, op., cit., p. 62.26 L. Tolstoi, op., cit., p.22.27 Ibid., p.43.

28 Ibid., p. 79.

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