La Cartuja de Parma - Stendhal - 839

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  • La cartuja de Parma narra la historia del joven patricio italiano Fabricio delDongo y sus aventuras durante los ltimos aos del dominio napolenico enEuropa. Los hechos transcurren principalmente en la ciudad de Parma y en elcastillo familiar del lago de Como.La ta de Fabricio, la fascinante Gina, duquesa de Sanseverino, y su amante,el primer ministro del ducado, Conde Mosca, urden un plan para promocionarla carrera del adorado sobrino en la corte de Parma. Gina es objeto de lasproposiciones del detestable prncipe Ranuccio-Ernesto IV, al que se ha juradorechazar con todas sus fuerzas.Fabricio es arrestado por homicidio y encerrado en la torre Farnese de la quelogra fugarse con una soga y la ayuda de Clelia, la hija de su carcelero, de laque se enamorar irremediablemente durante su estancia en la torre.

  • Stendhal

    La cartuja de Parma

    ePUB v1.2Bercebus 24.12.11

  • Advertencia

    Esta novela se escribi en el invierno de 1830 y a trescientas leguas de Pars. As,pues, ninguna alusin a las cosas de 1839[1].

    Muchos aos antes de 1830, en la poca en que nuestros ejrcitos recorran todaEuropa, me correspondi un boleto de alojamiento para la casa de un cannigo. Era enPadua, deliciosa ciudad italiana. Como la estancia se prolongara, el cannigo y yo noshicimos amigos.

    A finales de 1830 volv a pasar por Padua y me apresur a ir a casa de mi buencannigo. El cannigo no viva ya, y yo lo saba, pero quera volver a ver el saln enque habamos pasado tantas veladas placenteras, tan a menudo aoradas desdeentonces. Encontr al sobrino del cannigo y a la mujer del sobrino, que me recibieroncomo a un viejo amigo. Llegaron otras personas y no nos separamos hasta muy tarde. Elsobrino mand a buscar al caf Pedroti un excelente zambajon[2]. Lo que nos hizotrasnochar fue sobre todo la historia de la duquesa Sanseverina, a la que alguienaludi, y el sobrino quiso contarla completa en honor mo.

    En el pas adonde voy dije a mis amigos me ser muy difcil encontrar unacasa como sta, y, para pasar las largas horas de la noche, escribir una novela conesta historia vuestra.

    Entonces dijo el sobrino le voy a prestar los anales de mi to, que, en elartculo Parma, menciona algunas de las intrigas de esta Corte en los tiempos en que laduquesa haca y deshaca en ella. Pero tenga cuidado: esta historia no es nada moral, yahora que en Francia hacis gala de pureza evanglica, puede valerle fama de asesino.

    Publico esta novela sin cambiar nada del manuscrito de 1830, lo que puede tenerdos inconvenientes.

    El primero, para el lector: como los personajes son italianos, acaso le interesenmenos, porque los corazones de aquel pas difieren no poco de los corazonesfranceses: los italianos son sinceros, gentes sencillas, y no timoratos, dicen lo quepiensan; slo accidentalmente se sienten tocados de vanidad, y entonces llega a ser unapasin y toma el nombre de puntiglio. Adems, entre ellos la pobreza no es ridcula.

    El segundo inconveniente se refiere al autor.Confesar que he tenido el atrevimiento de dejar a los personajes las asperezas de

    sus caracteres, pero, en compensacin lo declaro abiertamente, censuro con elms moral de los reproches muchos de sus actos.

    Por qu haba de atribuirles la alta moralidad y los dones de los caracteres

  • franceses, que aman el dinero por encima de todo y rara vez pecan por odio o poramor? Los italianos de esta novela son aproximadamente lo contrario. Por lo dems,me parece que cada vez que avanzamos doscientas leguas de sur a norte, se puede daruna nueva novela como un nuevo paisaje. La simptica sobrina del cannigo habaconocido y hasta querido mucho a la duquesa Sanseverina, y me ruega que no cambienada de sus aventuras, las cuales son censurables.

    23 enero 1839

    [1]Siguiendo una costumbre practicada en Rojo y negro y en otros muchos de susescritos precaucin de funcionario consular, innecesaria y adems intil, Stendhalcambia aqu fechas y lugares. Como queda explicado en mi prlogo, esta novela no sescribi en 1830 y a trescientas leguas de Pars, sino en 1838 y en Pars.

    [2]Del Litto y Abravanel aclaran que se trata del zabaione, postre italiano hechocon vino, huevos y azcar.

  • Parte IGia mi fur dolci inviti a empir le carteI luoghi ameni.ARIOSTO, sat. IV

  • IMILAN EN 1796

    El 15 de mayo de 1796 entr en Miln el general Bonaparte al frente de aquelejrcito joven que acababa de pasar el puente de Lodi y de enterar al mundo de que, alcabo de tantos siglos, Csar y Alejandro tenan un sucesor.

    Los milagros de intrepidez y genio de que fue testigo Italia en unos mesesdespertaron a un pueblo dormido: todava ocho das antes de la llegada de losfranceses, los milaneses slo vean en ellos una turba de bandoleros, acostumbrados ahuir siempre ante las tropas de Su Majestad Imperial y Real: esto era al menos lo queles repeta tres veces por semana un periodiquillo del tamao de la mano, impreso enun papel muy malo.

    En la Edad Media, los lombardos republicanos dieron pruebas de ser tan valientescomo los franceses y merecieron ver su ciudad enteramente arrasada por losemperadores de Alemania. Desde que se convirtieron en sbditos fieles, su granocupacin consista en imprimir sonetos en unos pauelitos de tafetn rosa cada vezque se celebraba la boda de alguna joven perteneciente a una familia noble o rica. Alos dos o tres aos de este gran momento de su vida, esta joven tomaba un caballerosirviente: a veces, el nombre del acompaante elegido por la familia del maridoocupaba un lugar honorable en el contrato matrimonial. Entre estas costumbresafeminadas y las emociones profundas que produjo la imprevista llegada del ejrcitofrancs haba mucha diferencia. No tardaron en surgir costumbres nuevas yapasionadas. El 15 de mayo de 1796, todo un pueblo se dio cuenta de que lo que habarespetado hasta entonces era soberanamente ridculo y, a veces, odioso. La partida delltimo regimiento de Austria marc la cada de las ideas antiguas: lleg a estar demoda exponer la vida. Se vio que para ser feliz despus de siglos de sensacionesinspidas, era preciso amar a la patria con verdadero amor y buscar las accionesheroicas. Con la prolongacin del celoso despotismo de Carlos V y de Felipe II, loslombardos, sometidos, se hundieron en una noche tenebrosa; derribaron sus estatuas y,de pronto, se encontraron inundados de luz. Desde haca cincuenta aos, y a medidaque la Enciclopedia y Voltaire fueron iluminando a Francia, los trenos de los frailespredicaban al buen pueblo de Miln que aprender a leer u otra cosa cualquiera era untrabajo intil y que pagando con puntualidad el diezmo al prroco y contndolefielmente todos los pecados, se estaba casi seguro de obtener sitio en el paraso. Paraacabar de debilitar a este pueblo, antao tan terrible y tan razonador, Austria le haba

  • vendido barato el privilegio de no suministrar soldados a su ejrcito.En 1796, el ejrcito milans se compona de veinticuatro bellacos vestidos de rojo,

    que guardaban la ciudad en connivencia con cuatro magnficos regimientos degranaderos hngaros. Las costumbres eran extraordinariamente licenciosas, pero muyraras las pasiones. Por otra parte, adems del fastidio de contrselo todo a los curas,so pena de perdicin, incluso en este mundo, el buen pueblo milans estaba todavasometido a ciertas pequeas trabas monrquicas que no dejaban de ser vejatorias. Porejemplo, el archiduque, que resida en Miln y gobernaba en nombre del Emperador, suprimo, haba tenido la lucrativa idea de comerciar en trigo. En consecuencia,prohibicin absoluta a los labradores de vender sus cereales hasta que Su Altezahubiera colmado sus almacenes.

    En mayo de 1796, tres das despus de entrar los franceses, un joven pintor deminiaturas, un poco loco, llamado Gros[1], clebre ms tarde, y que haba llegado conel ejrcito, al or contar en el gran caf de los Servi, de moda por entonces, las hazaasdel archiduque, que, adems, era enorme, cogi la lista de los helados,rudimentariamente impresos en una hoja de un feo papel amarillo, y al dorso de lamisma dibuj al obeso archiduque; un soldado francs le clavaba un bayonetazo en latripa y, en lugar de sangre, brotaba una increble cantidad de trigo. En aquel pas dedespotismo receloso, se desconoca eso que se llama chiste o caricatura. El dibujo queGros haba dejado sobre la mesa de los Servi, pareci un milagro bajado del cielo.Aquella misma noche lo grabaron y, al da siguiente, se vendieron veinte milejemplares.

    El mismo da apareci en las paredes un bando anunciando una contribucin deseis millones para las necesidades del ejrcito francs, que a raz de haber ganado seisbatallas y conquistado veinte provincias, careca nada ms que de botas, de pantalones,de guerreras y de sombreros.

    El torrente de alegra y de placer que con aquellos franceses tan pobres irrumpi enLombarda fue tan grande, que slo los curas y algunos nobles sintieron el peso deaquella contribucin de seis millones, a la que pronto siguieron otras muchas. Lossoldados franceses rean y cantaban todo el da; tenan menos de veinticinco aos, y sugeneral en jefe, que tena veintisiete, pasaba por ser el hombre de ms edad de suejrcito. Curiosamente, esta alegra, esta juventud, esta despreocupacin respondan alas predicaciones furibundas de los frailes que llevaban seis meses anunciando desdeel plpito que los franceses eran unos monstruos, obligados, bajo pena de muerte, aincendiarlo todo y a degollar a todo el mundo. Para lo cual, cada regimiento avanzabacon la guillotina en vanguardia.

  • A la puerta de las chozas aldeanas se vea al soldado francs ocupado en mecer alpequeuelo del ama de la casa, y casi cada noche, algn tambor que tocaba el violnimprovisaba un baile. Las contradanzas resultaban demasiado sabias y complicadaspara que los soldados, que adems no las saban, apenas pudiesen enserselas a lasmujeres del pas, y eran stas las que enseaban a los mozos franceses la Monferina, laSaltarina y otras danzas italianas.

    Los oficiales haban sido alojados, dentro de lo posible, en casa de las personasricas; bien necesitados estaban de reponerse. Por ejemplo, un teniente llamado Robertrecibi un boleto de alojamiento para el palacio de la marquesa del Dongo. Esteoficial, un joven requisador bastante despabilado, posea como nica fortuna, al entraren aquel palacio, un escudo de seis francos que acababa de recibir de Plasencia.Despus del paso del puente de Lodi, despoj a un oficial austraco, muerto por unagranada, de un magnfico pantaln de pao completamente nuevo, y nunca prenda devestir ms oportuna. Sus charreteras de oficial eran de lana, y el pao de su guerreraiba cosido al forro de las mangas para sujetar juntos los trozos; pero ocurra algo mstriste: las suelas de sus botas eran unos pedazos de sombrero igualmente tomado en elcampo de batalla despus de pasar el puente de Lodi. Estas suelas improvisadas ibansujetas a los zapatos mediante unas cuerdas muy visibles, de suerte que, cuando elmayordomo de la casa se present en el cuarto del teniente Robert para invitarle acomer con la seora marquesa, el mozo se vio en un tremendo apuro. Su asistente y lpasaron las dos horas que faltaban para aquella inoportuna comida procurando arreglarun poco la guerrera y tiendo de negro, con tinta, las desdichadas cuerdas de las botas.Por fin lleg el momento terrible. Nunca en mi vida me vi en tan amargo trance medeca el teniente Robert; aquellas damas crean que yo iba a darles miedo, y yotemblaba ms que ellas. Miraba las botas y no saba cmo andar con soltura. Lamarquesa del Dongo aadi estaba entonces en todo el esplendor de su belleza:usted la conoci, con unos ojos tan bellos y una dulzura angelical, con su hermoso pelode un rubio oscuro que tan bien enmarcaba el valo de un rostro encantador. Yo tenaen mi cuarto una Herodas de Leonardo de Vinci que pareca su retrato. Quiso Dios quequedase tan impresionado por aquella belleza sobrenatural, que me olvid de miatavo. Desde haca dos aos, slo vea cosas feas y mseras en las montaas deGnova. Me aventur a decirle algo de mi asombrada admiracin.

    Pero era yo demasiado consciente para detenerme mucho tiempo en cumplidos.Mientras modelaba mis frases vea, en un comedor todo de mrmol, doce lacayos yayudas de cmara vestidos con lo que entonces me pareca el colmo de lamagnificencia. Figuraos que aquellos granujas llevaban botas no slo buenas, sino con

  • hebillas de plata. Yo vea de reojo todas aquellas miradas estpidas clavadas en miguerrera y quiz tambin en mis botas, y ello me atravesaba el corazn. Habra podido,con una sola palabra, imponer silencio a todos aquellos subalternos, pero cmoponerlos en su sitio sin correr el riesgo de asustar a las damas?; pues, segn me hacontado luego cien veces, la marquesa, para armarse un poco de valor, mand a buscaral convento, donde estaba como pensionista a la sazn, a Gina del Dongo, hermana desu marido, que fue ms tarde la encantadora condesa Pietranera: en la prosperidadnadie la super en gracia e ingenio seductor, como tampoco la super nadie en valor ysereno temple cuando la fortuna le fue adversa.

    Gina, que tendra a la sazn unos trece aos, pero que representaba dieciocho,viva y franca como usted sabe, tena tanto miedo de echarse a rer ante mi atuendo, queno se atreva a comer; la marquesa, en cambio, me abrumaba de cortesas forzadas;vea bien en mis ojos ciertos destellos de impaciencia. En una palabra, yo haca unatriste figura, me tragaba el desprecio, cosa que dicen imposible en un francs. Por fin,me ilumin una idea bajada del cielo; me puse a contar a aquellas damas mi miseria ylo que habamos padecido durante dos aos en las montaas de Gnova, donde nosretenan unos viejos generales imbciles. All les deca nos daban asignados queno tenan curso en el pas, y tres onzas de pan diarias. No llevaba hablando ni dosminutos, y ya la buena marquesa tena lgrimas en los ojos y Gina se haba puestoseria.

    Es posible, seor teniente exclam sta: tres onzas de pan!S; pero, en compensacin, el reparto faltaba tres veces por semana, y como los

    campesinos en cuyas casas nos alojbamos eran todava ms misrrimos que nosotros,les dbamos un poco de nuestro pan.

    Al levantarnos de la mesa, ofrec el brazo a la marquesa hasta la puerta del saln,y en seguida, volviendo rpidamente sobre mis pasos, di al criado que me habaservido a la mesa aquel nico escudo de seis francos sobre cuyo empleo hiciera tantascuentas de la lechera.

    Pasados ocho das, cuando qued bien comprobado que los franceses noguillotinaban a nadie, el marqus del Dongo volvi de su castillo de Grianta, en lasriberas del lago de Como, donde se haba refugiado con gran intrepidez al acercarse elejrcito, abandonando a los azares de la guerra a su mujer, tan joven y tan bella, y a suhermana. El odio que nos tena el tal marqus era tan grande como su miedo, lo quequiere decir que era inconmensurable; resultaba divertido verle la carota gorda, pliday devota dirigindome sus cumplidos. Al da siguiente de su retorno a Miln recib tresvaras de pao y doscientos francos que me correspondieron de la contribucin de seis

  • millones; me adecent y me convert en el caballero de aquellas damas, puescomenzaron los bailes.

    La historia del teniente Robert fue aproximadamente la de todos los franceses; enlugar de burlarse de la miseria de aquellos bravos soldados, inspiraron piedad y sehicieron querer.

    Esta poca de imprevista felicidad y de embriaguez no dur ms que dos aosescasos; el alborozo haba sido tan excesivo y tan general, que me sera imposible daruna idea del mismo a no ser con esta reflexin histrica y profunda: aquel pueblollevaba aburrindose cien aos.

    En la corte de los Visconti y de los Sforza, aquellos famosos duques de Miln,haba reinado la voluptuosidad propia de los pases meridionales. Pero desde 1624[2],en que los espaoles se apoderaron del Milanesado y lo dominaron como seorestaciturnos, desconfiados, orgullosos y siempre temerosos de la rebelin, la alegrahaba huido. Los pueblos, adoptando las costumbres de sus amos, pensaban ms envengarse del menor insulto con una pualada que en gozar del momento presente.

    El loco regocijo, la alegra, la voluptuosidad, el olvido de todos los sentimientostristes, o simplemente razonables, llegaron a tal punto desde el 15 de mayo de 1796, enque los franceses entraron en Miln, hasta abril de 1799, en que fueron expulsados porla batalla de Cassano, que se han podido citar casos de viejos comerciantesmillonarios, de viejos usureros, de viejos notarios, que, durante aquel intervalo, seolvidaron de estar tristes y de ganar dinero.

    Apenas unas cuantas familias pertenecientes a la alta nobleza se recluyeron en suspalacios del campo como para mostrar su desagrado contra la alegra general y laexpansin de todos los corazones. Bien es verdad que a estas familias nobles y ricasles haba afectado bastante la reparticin de las contribuciones de guerra exigidas porel ejrcito francs.

    El marqus del Dongo, contrariado de ver tal regocijo, fue uno de los primeros entornar a su magnfico palacio de Grianta, ms all de Como, a donde las seorasllevaron al teniente Robert. Aquel castillo, enclavado en una situacin acaso nica enel mundo, en un altozano a ciento cincuenta pies sobre el sublime lago y dominando unagran extensin del mismo, haba sido una plaza fuerte. La familia Del Dongo loconstruy en el siglo XV, como lo testimonian por doquier sus escudos de mrmol.Todava podan verse los puentes levadizos y los fosos profundos, bien es verdad queprivados de agua; pero con aquellos muros de ochenta pies de altura y seis de espesor,el castillo estaba al abrigo de cualquier golpe de mano, y por esto tena laspreferencias del desconfiado marqus. Rodeado de veinticinco o treinta domsticos, a

  • los que supona fieles, al parecer porque nunca les hablaba sino con la injuria en laboca, all le atormentaba el miedo menos que en Miln.

    Este miedo no era del todo gratuito: el marqus sostena muy activas relaciones conun espa situado por Austria en la frontera Suiza, a tres leguas de Grianta, paraprocurar la evasin de los prisioneros hechos en el campo de batalla, cosa que losgenerales franceses habran podido tomar en serio.

    El marqus dej a su mujer en Miln, donde era ella quien diriga los asuntos de lafamilia; ella la encargada de hacer frente a las contribuciones impuestas a la casa DelDongo, como se dice en el pas; ella la que procuraba que le fueran rebajadas, lo quela obligaba a alternar con algunos nobles que haban aceptado funciones pblicas eincluso con algunos que no eran nobles pero s muy influyentes. Sobrevino un granacontecimiento en la familia. El marqus arregl el casamiento de su hermana Gina conun personaje muy rico y de la ms encopetada estirpe, pero que llevaba el peloempolvado: por esta causa, Gina lo reciba a carcajadas, y al poco tiempo cometi lalocura de casarse con el conde Pietranera. Era ste, sin duda, de muy buena casa y muybuen mozo, pero arruinado y, para colmo de males, partidario entusiasta de las ideasnuevas. Pietranera era adems subteniente de la legin italiana, lo que enconaba lasiras del marqus. Despus de aquellos dos aos de locura y de alegra, el Directorio dePars, dndose aires de soberano bien afianzado, puso de manifiesto un odio mortalhacia todo lo que no era mediocre. Los ineptos generales que nombr en el ejrcito deItalia perdieron una serie de batallas en aquellas mismas llanuras de Verona, testigos,dos aos antes, de los prodigios de Arcola y de Lonato. Los austracos se aproximarona Miln; el teniente Robert, ya jefe de batalln y herido en la batalla de Cassano, fue aalojarse por ltima vez en casa de su amiga la marquesa del Dongo. Los adioses fuerontristes; Robert parti con el conde Pietranera, que sigui a los franceses en su retiradahacia Novi. La joven condesa, a la que su hermano neg el pago de su legtima, siguial ejrcito en una carreta.

    Entonces comenz aquella poca de reaccin y de retorno a las ideas antiguas, quelos milaneses llamaban i tredici mesi (los trece meses), porque, en efecto, quiso susuerte que aquel retorno a la estupidez no durara ms que trece meses, hasta Marengo.Todo lo viejo, lo devoto, lo triste, reapareci al frente de los asuntos pblicos yasumi de nuevo la direccin de la sociedad; inmediatamente, los que habanpermanecido fieles a las buenas doctrinas propalaron por los pueblos que a Napolenle haban ahorcado los mamelucos en Egipto, como por tantos conceptos mereca.

    Entre aquellos hombres que haban manifestado su hostilidad retirndose a sustierras y que volvan sedientos de venganza, el marqus del Dongo se distingua por su

  • furia; naturalmente, su exageracin le llev a la cabeza del partido. Aquelloscaballeros, muy dignos cuando no tenan miedo, pero que temblaban siempre,consiguieron rodear al general austraco. Bastante buen hombre, se dej convencer deque la severidad era una alta poltica, y mand detener a ciento cincuenta patriotas:eran, en efecto, lo mejor que a la sazn haba en Italia.

    Inmediatamente fueron deportados a las bocas de Cattaro, y, encerrados en grutassubterrneas; la humedad, y, sobre todo, la falta de pan, hicieron buena y rpidajusticia de todos aquellos tunantes.

    El marqus del Dongo obtuvo un gran puesto, y como una una srdida avaricia aotras innumerables excelentes cualidades, se jact pblicamente de no enviar ni unescudo a su hermana, la condesa Pietranera: que, siempre loca de amor, no queraabandonar a su marido y con l se mora de hambre en Francia. La buena marquesaestaba desesperada; por fin, consigui escamotear algunos pequeos diamantes de suestuche, que su marido le reclamaba cada noche para encerrarlo bajo su cama en unacaja de hierro; la marquesa haba aportado a su marido ochocientos mil francos de dotey reciba ochenta francos al mes para sus gastos personales. Durante los trece mesesque los franceses pasaron fuera de Miln, esta mujer tan tmida hall pretextos para nodejar de vestirse de negro.

    Confesaremos que, siguiendo el ejemplo de muchos graves autores, hemoscomenzado la historia de nuestro hroe un ao antes de su nacimiento. Este personajeesencial no es otro, en efecto, que Fabricio Valserra, marchesimo del Dongo, como sedice en Miln. Acababa precisamente de tomarse el trabajo de nacer[3] cuando losfranceses fueron expulsados, y resultaba ser, por el azar de la estirpe, el hijo segundode aquel marqus del Dongo, tan gran seor y del que ya conocis la cara gruesa y muydescolorida, la falsa sonrisa y el odio infinito hacia las ideas nuevas. Toda la fortunade la casa le corresponda al primognito, Ascanio del Dongo, digno retrato de supadre. Tena l ocho aos y Fabricio dos, cuando de pronto, el general Bonaparte, aquien todas las gentes de buena estirpe crean perdido desde haca mucho tiempo, bajdel monte San Bernardo. Entr en Miln; este momento es todava nico en la historia;imaginaos todo un pueblo locamente enamorado. A los pocos das, Napolen gan labatalla de Marengo. Lo dems es intil contarlo. El desvaro gozoso de los milaneseslleg al ms alto grado; pero esta vez se mezcl con ideas de venganza: a aquel buenpueblo le haban enseado a odiar. No tardaron en llegar los pocos que quedaban delas bocas de Cattaro; su retorno se celebr con una fiesta nacional. Las caras plidas,los grandes ojos atnitos, los miembros enflaquecidos de aquellas pobres gentes,formaban un extrao contraste con el regocijo que se manifestaba en todas partes. Su

  • llegada dio la seal de partida para las familias ms comprometidas. El marqus delDongo fue de los primeros en escapar a su castillo de Grianta. Los jefes de las grandesfamilias estaban invadidos de odio y de miedo; pero sus mujeres y sus hijosrecordaban las diversiones de la primera estancia de los franceses y echaban de menosMiln y los bailes tan alegres, que inmediatamente despus de Marengo se organizaronen la Casa Tanzi [4]. Poco tiempo despus de la victoria, el general francs encargadode mantener la tranquilidad en Lombarda se dio cuenta de que todos los colonos de losnobles, todas las mujeres viejas del campo, muy lejos de pensar todava en aquellapasmosa victoria de Marengo que haba cambiado los destinos de Italia yreconquistado trece plazas fuertes en un da, no pensaban en otra cosa que en unaprofeca de San Giovita, el primer patrn de Brescia. Segn esta palabra sagrada, lasbienandanzas de los franceses y de Napolen cesaran a las trece semanas justas deMarengo. Lo que disculpa un poco al marqus del Dongo y a todos los esquivos noblesdel campo es que, realmente y sin comedia, crean en la profeca. Ninguna de aquellaspersonas haba ledo cuatro libros en su vida; hacan abiertamente sus preparativospara volver a Miln pasadas trece semanas; pero el transcurso del tiempo ibaconsignando nuevos triunfos para la causa de Francia. De retorno a Pars, Napolen,con sabios decretos, salvaba la revolucin en el interior como la haba salvado enMarengo contra los extranjeros. Entonces los nobles lombardos, refugiados en suscastillos, descubrieron que haban interpretado mal la prediccin del santo patrn deBrescia: no se trataba de trece semanas, sino seguramente de trece meses. Los trecemeses transcurrieron, y la prosperidad de Francia pareca ir en aumento cada da.

    Saltamos los diez aos de progresos y de venturas, de 1800 a 1810. Fabricio paslos primeros en el castillo de Grianta, dando y recibiendo muchos puetazos entre losnios campesinos del pueblo, y no aprendiendo nada, ni siquiera a leer. Ms tarde, leenviaron al colegio de jesuitas de Miln. El marqus, su padre, exigi que le enseasenlatn, no por los antiguos autores que hablan siempre de repblicas, sino por unmagnfico volumen, ilustrado con ms de cien estampas, obra maestra de los artistasdel siglo XVII; era la genealoga latina de los Valserra, marqueses del Dongo,publicada en 1650 por Fabricio del Dongo, arzobispo de Parma. La fortuna de losValserra fue sobre todo militar, los grabados representaban batallas, y batallas en lasque siempre se vea a algn hroe de este nombre propinando magnficas estocadas.Este libro era muy del agrado del pequeo Fabricio. Su madre, que le adoraba, obtenade cuando en cuando permiso para ir a verle a Miln, pero como su marido no le dabajams dinero para aquellos viajes, era su cuada, la encantadora condesa Pietranera,quien se lo prestaba. Desde que tornaran los franceses, la condesa haba llegado a ser

  • una de las mujeres ms brillantes de la corte del prncipe Eugenio, virrey de Italia.Cuando Fabricio hubo hecho la primera comunin, la condesa consigui que el

    marqus, que segua desterrado voluntariamente, le autorizara a sacar al pequeoalguna vez del colegio. Le encontr singular, inteligente, muy serio, pero un guapomancebo que no desentonaba en el saln de una dama a la moda; por lo dems,perfectamente ignorante: apenas si saba escribir. La condesa, que pona en todo sucarcter entusiasta, prometi su proteccin al director del establecimiento si su sobrinoFabricio haca progresos extraordinarios y, a fin de curso, obtena muchos premios.Para facilitarle los medios de merecerlos, mandaba a buscarle todos los sbados por latarde, y muchas veces no le reintegraba a sus maestros hasta el mircoles o el jueves.Los jesuitas, aunque tiernamente amados por el prncipe virrey, estaban excluidos deItalia por las leyes del reino, y el superior del colegio, hombre hbil, midi todo elpartido que podra sacar de sus relaciones con una mujer omnipotente en la corte. Selibr muy bien de quejarse de las ausencias de Fabricio, quien, ms ignorante quenunca, obtuvo a fin de curso cinco primeros premios. Gracias a esto, la brillantecondesa Pietranera, acompaada de su marido, general que mandaba una de lasdivisiones de la guardia, y de cinco o seis personajes de los ms altos en la corte delvirrey, asisti a la distribucin de premios en el colegio de los jesuitas. El superior fuefelicitado por sus jefes.

    La condesa llevaba a su sobrino a todas las fiestas brillantes que imprimieroncarcter al reinado demasiado breve del amable prncipe Eugenio. Le haba hecho, porsu propia autoridad, oficial de hsares, y Fabricio, que tena doce aos, luca esteuniforme. Un da, la condesa, prendada de su bonita estampa, pidi para l, al prncipe,una plaza de paje, lo que significaba que la familia Del Dongo se adhera al partidoenemigo. Al da siguiente, tuvo que valerse de toda su influencia para conseguir que elvirrey se dignase no acordarse de aquella peticin, a la que slo faltaba elconsentimiento del padre del futuro paje, y este consentimiento habra sido negado conostentacin. A raz de esta locura, que hizo estremecer al esquivo marqus, hall steun pretexto para llevarse a Grianta al mocito Fabricio. La condesa despreciabaolmpicamente a su hermano; le consideraba un tonto triste y que sera malo si tuvierapoder para ello. Pero estaba loca por Fabricio, y, al cabo de diez aos de silencio,escribi al marqus reclamando a su sobrino. La carta no tuvo respuesta.

    Al volver a aquel castillo formidable, construido por sus ms belicososantepasados, Fabricio no saba otra cosa que hacer la instruccin y montar a caballo.Con frecuencia el conde Pietranera, tan loco por aquel nio como su mujer, le hacamontar a caballo y le llevaba al desfile.

  • Al llegar al castillo de Grianta, Fabricio, con los ojos todava enrojecidos por laslgrimas derramadas al dejar los hermosos salones de su ta, no hall ms que losmimos apasionados de su madre y de sus hermanas. El marqus estaba encerrado en sugabinete con su primognito, el marchesino Ascanio. Se ocupaban en fabricar cartascifradas que tenan el honor de ser transmitidas a Viena; el padre y el hijo sloaparecan a las horas de comer. El marqus repeta con afectacin que estabaenseando a su sucesor natural a llevar por partida doble las cuentas de los productosde todas sus tierras. En realidad, el marqus era demasiado celoso de su poder parahablar de semejantes cosas a un hijo que era el heredero forzoso de todas sus tierras,erigidas en mayorazgo. Le empleaba en cifrar despachos de quince o veinte folios quedos o tres veces por semana haca pasar a Suiza, de donde los encaminaban a Viena. Elmarqus pretenda informar a sus legtimos soberanos del estado interior del reino deItalia, que l mismo desconoca, a pesar de lo cual sus cartas tenan mucho xito. Heaqu cmo se las compona. El marqus encargaba a algn agente seguro de contar en lacarretera el nmero de soldados de un regimiento francs o italiano que cambiara deguarnicin, y, al dar cuenta del hecho a la corte de Viena, tena buen cuidado dedisminuir, lo menos en una cuarta parte, el nmero de los soldados presentes. Estascartas, por lo dems ridculas, tenan el mrito de desmentir otras ms verdicas, yresultaban gratas. Debido a esto, poco tiempo antes de la llegada de Fabricio alcastillo, el marqus haba recibido la placa de una orden importante: era la quinta quedecoraba su casaca de chambeln. La verdad es que tena el disgusto de no atreverse aostentar esta casaca fuera de su gabinete; pero jams se permita dictar un despacho sinantes revestirse de la levita bordada, guarnecida con todas sus condecoraciones.Proceder de otro modo le habra parecido una falta de respeto.

    La marquesa se qued maravillada de las gracias de su hijo. Pero haba conservadola costumbre de escribir dos o tres veces al ao al general conde de A*** ste era elnombre actual del teniente Robert. A la marquesa le repugnaba mentir a las personasque amaba: interrog a su hijo y se qued horrorizada de su ignorancia.

    Si a m, que no s nada, me parece tan poco instruido, a Robert, que es tan sabio,le parecer su instruccin absolutamente fracasada; y ahora hace falta el saber. Otraparticularidad que la sorprendi casi tanto era que Fabricio haba tomado en seriotodas las cosas religiosas que le haban enseado en el convento. Aunque muy piadosapor su parte, el fanatismo de aquel nio la hizo estremecerse; si el marqus tiene laperspicacia de adivinar este medio de influencia, va a quitarme el amor de mi hijo.Llor mucho, y su pasin por Fabricio se hizo ms fuerte an.

    La vida en el castillo, habitado por treinta o cuarenta criados, era muy triste; por

  • eso Fabricio se pasaba los das enteros de caza o navegando en una barca por el lago.No tard en hacer estrecha amistad con los hombres de las caballerizas; todos eranpartidarios furibundos de los franceses y se burlaban abiertamente de los ayudas decmara devotos, adictos a la persona del marqus o a la de su primognito. El granmotivo de chanza contra estos graves personajes era que llevaban las cabezasempolvadas por prescripcin de sus amos.

    [1]Autor del retrato de Napolen en el puente de Arcola.[2]Del Litto aclara que los espaoles se aduearon del Milanesado en 1535, no en

    1624.[3]Stendhal emplea en varias de sus obras esta frase, tomada de Le mariage de

    Figaro, de Beaumarchais.[4]Todo este pasaje de la novela es una exacta evocacin de lo vivido por el Henri

    Beyle, de diecisietedieciocho aos, segn lo cuenta en su Vida de Henry Brulard.Recuerdos de egotismo, prol., trad y notas de Consuelo Berges, Madrid, Alianza Edit.,1975, y en su diario.

  • II

    Cuando el Vspero viene a nublarnos los ojos,transido de futuro, contemplo el firmamento,en que Dios nos escribe, con signos nada oscuros,la suerte y el destino de todas las criaturas.Mirando a cada humano desde el fondo del cielo,su piedad le designa, a veces, el camino;con seales de astros, que son sus caracteres,nos predice las cosas las buenas, las adversas,mas los hombres, hundidos en el polvo y la muerte,desdean la escritura de Dios, y no la leen.

    RONSARD

    El marqus profesaba un odio vigoroso a las luces. Son las ideas, deca, lo que haperdido a Italia. No saba muy bien cmo conciliar este santo horror por la cultura conel deseo de que su hijo Fabricio perfeccionara la educacin tan brillantementecomenzada con los jesuitas. A fin de correr el menor riesgo posible, encomend albuen abate Blans, cura de Grianta, la continuacin de los estudios latinos de Fabricio.Hubiera sido necesario que el cura conociera esta lengua, pero la verdad es que eraobjeto de todo su desdn. Sus conocimientos en este terreno se limitaban a recitar dememoria las oraciones de su misal, cuyo sentido poda explicar, sobre poco ms omenos, a sus ovejas. Pero no por esto era menos respetado y aun temido en la comarca:siempre haba dicho que no era en trece semanas ni siquiera en trece meses cuandohaba de cumplirse la clebre profeca de San Giovita, patrn de Brescia. Cuandohablaba con amigos seguros, aada que aquel trece deba ser interpretado, si sepoda hablar claro (1813), de un modo que causara el asombro de muchas gentes.

    El hecho es que el abate Blans, personaje de una honestidad y de una virtudprimitivas, y hombre adems inteligente, se pasaba las noches en lo alto de sucampanario[1]: era un chalado de la astrologa. Despus de dedicar los das a calcularconjunciones y posiciones de astros, empleaba la mejor parte de sus noches enobservarlos en el cielo. Como era pobre, no posea ms instrumento que un largoanteojo con el tubo de cartn. Fcil es suponer el menosprecio que deba de sentir porel estudio de las lenguas un hombre que se pasaba la vida investigando la poca exacta

  • de la cada de los imperios y de las revoluciones que transforman la faz del mundo.Qu ms s yo de un caballo le deca a Fabricio cuando me han enseado que enlatn se llama equus?

    Los aldeanos teman al abate Blans como a un gran mago; pensaba l que el miedoque les inspiraban sus manipulaciones en el campanario les impeda robar. Suscofrades, los curas de los alrededores, muy envidiosos de su influencia, le detestaban;el marqus del Dongo le despreciaba, simplemente porque razonaba demasiado para unhombre de tan poca categora. Fabricio le adoraba: por darle gusto, pasaba a vecestardes enteras haciendo sumas o multiplicaciones enormes. Luego suba al campanario:era ste un gran favor que el abate Blans no haba otorgado a nadie nunca; pero queraa este nio por su ingenuidad. Si no te vuelves un hipcrita le deca, acasollegues a ser un hombre.

    Dos o tres veces al ao, Fabricio, intrpido y apasionado en sus placeres, estaba apunto de ahogarse en el lago. Era el jefe de todas las grandes expediciones de loschiquillos aldeanos de Grianta y de la Cadenabia. Estos nios se haban agenciadounas cuantas llavecitas, y cuando la noche era muy oscura intentaban abrir los candadosde las cadenas que atan las barcas a alguna piedra grande o a algn rbol cercano a laribera. Conviene saber que en el lago de Como la industria de los pescadores se lasarregla para dejar aparejos de pesca solos a gran distancia de la orilla. El extremosuperior de la cuerda va sujeto a una tablilla de corcho, y una rama de avellano muyflexible clavada en esta tablilla sostiene una campanillita que suena cuando el pez,cogido en el anzuelo, sacude la cuerda.

    El gran objetivo de estas expediciones nocturnas, que Fabricio mandaba en jefe,era ir a revisar aquellos aparejos antes de que los pescadores oyeran el aviso de lascampanillas. Elegan los das de temporal, y, para estas excursiones arriesgadas, seembarcaban una hora antes de amanecer. Al subir a la barca, aquellos nios creanlanzarse a los mayores peligros; era ste el lado bello de su accin; siguiendo elejemplo de sus padres, rezaban devotamente el Ave Mara. Ahora bien; ocurra muchasveces que en el momento de zarpar y en el siguiente al Ave Mara, a Fabricio leacometa un presagio. ste era el fruto que haba sacado de los estudios astrolgicosde su amigo el abate Blans, en cuyas predicciones no crea. Segn su juvenilimaginacin, aquel presagio le anunciaba con certeza el bueno o el mal resultado; ycomo era ms decidido que ninguno de sus compaeros, poco a poco toda la pandillase habitu de tal modo a los presagios, que si en el momento de embarcar apareca enla costa un cura o si Tom vea volar un cuervo a mano izquierda, se apresuraban aechar de nuevo el candado a la cadena del bote, y todos tornaban a meterse en la cama.

  • As, pues, el abate Blans no transmiti a Fabricio su ciencia, bastante difcil; pero, sinproponrselo, le inocul una fe ilimitada en las seales que pueden predecir elporvenir.

    El marqus saba que cualquier accidente que pudiera sobrevenir en sucorrespondencia cifrada poda ponerle a merced de su hermana; por eso, todos losaos, por Santa Angela, santo de la condesa Pietranera, Fabricio obtena permiso parair a pasar ocho das a Miln. Viva todo el ao a la espera o en la aoranza de aquellosocho das. En tan gran ocasin, para realizar este viaje diplomtico, el marqusentregaba a su hijo cuatro escudos y, como de costumbre, no daba nada a su mujer, queiba a acompaarle. Pero la vspera del viaje, salan para Como uno de los cocineros,seis lacayos y un cochero, y, todos los das de su estancia en Miln, la marquesa tenaun coche a sus rdenes y una comida de doce cubiertos.

    El hurao gnero de vida que haca el marqus del Dongo era indudablemente muypoco divertido; tena la ventaja de que enriqueca para siempre a las familias quetenan la bondad de reducirse a l. El marqus, que posea ms de doscientas mil librasde renta, no gastaba ni la cuarta parte, viva de esperanzas. Durante los trece aos, de1800 a 1813, crey constante y firmemente que Napolen sera derribado antes de seismeses. Imagnese su entusiasmo cuando, a principios de 1813, supo los desastres deBeresina! La toma de Pars y la cada de Napolen estuvieron a punto de hacerleperder la cabeza; se permiti las palabras ms ultrajantes para su mujer y para suhermana. Por fin al cabo de catorce aos de espera, tuvo la indecible alegra de verentrar en Miln las tropas austracas. Siguiendo rdenes recibidas de Viena, el generalaustraco recibi al marqus del Dongo con una consideracin rayana en respeto; seapresuraron a ofrecerle uno de los primeros puestos en el gobierno, y l lo aceptcomo pago de una deuda. Su primognito obtuvo un puesto de teniente en uno de losms lucidos regimientos de la monarqua, pero el pequeo no quiso aceptar en modoalguno un lugar de segundn que le ofrecan. Este triunfo, del que el marqus gozabacon una rara insolencia, dur slo unos meses y fue seguido de un revs humillante.Nunca haba tenido el talento de los asuntos pblicos, y catorce aos pasados en elcampo entre sus criados, su notario y su mdico, unidos al mal humor de la vejez quehaba sobrevenido, hicieron de l un hombre perfectamente incapaz. Ahora bien, entierras austracas, no es posible conservar un puesto importante sin poseer la clase detalento que requiere la administracin lenta y complicada, pero muy razonable, de estavieja monarqua. Los traspis del marqus del Dongo escandalizaban a los empleadosy hasta entorpecan la marcha de los asuntos. Sus manifestaciones ultramonrquicasirritaban a las gentes a quienes se quera sumir en el sueo y la incuria. Un buen da se

  • enter de que Su Majestad se haba dignado aceptar graciosamente la dimisin de sucargo en el gobierno, y al mismo tiempo le otorgaba el nombramiento de segundo granmayordomo mayor del reino lombardoveneciano. El marqus se indign ante la atrozinjusticia de que se le haca vctima, y l, que tanto execraba la libertad de prensa, hizoa un amigo imprimir una carta. Ms an: escribi al emperador que sus ministros letraicionaban y que todos ellos eran unos jacobinos. Hecho esto, se volvi tristemente asu castillo de Grianta. Tuvo un consuelo. Despus de la cada de Napolen, ciertospersonajes poderosos en Miln hicieron apalear en la calle al conde Prina, antiguoministro del rey de Italia y hombre de gran mrito. El conde Pietranera expuso su vidapor salvar la del ministro, que fue muerto a paraguazos, en un suplicio que dur cincohoras. Un sacerdote, confesor del marqus del Dongo, habra podido salvar a Prinaabrindole la verja de la iglesia de San Giovanni, delante de la cual se arrastraba eldesdichado ministro, que hasta, por un momento, qued abandonado en mitad de lacalle; pero el cura se neg con escarnio a abrir la verja, y, al cabo de seis meses, elmarqus tuvo la satisfaccin de conseguirle un buen ascenso.

    Execraba al conde Pietranera, su cuado, que sin poseer ni cincuenta luises de rentatena la osada de vivir bastante contento, la ocurrencia de mostrarse fiel a lo que habaamado toda su vida y la insolencia de predicar ese espritu de justicia sin distincin depersonas que el marqus calificaba de jacobinismo infame. El conde se haba negado aincorporarse al servicio en Austria; se hizo valer esta negativa, y a los pocos meses dela muerte de Prina, los mismos personajes que haban pagado a los asesinosconsiguieron que el general Pietranera fuera encarcelado. La condesa, su esposa, sacun pasaporte y pidi caballos de posta para ir a Viena a decir la verdad al emperador.Los asesinos de Prina tuvieron miedo, y uno de ellos, primo de la condesa Pietranera,se present en su casa a medianoche, una hora antes de su partida para Viena, con laorden de libertad del conde. Al da siguiente, el general austraco mand llamarle, lerecibi con toda la distincin posible y le asegur que su pensin de retiro no tardaraen quedar resuelta en las condiciones ms favorables. El bravo general Bubna, hombrede inteligencia y de corazn, pareca muy avergonzado del asesinato de Prina y delencarcelamiento del conde.

    Despus de esta borrasca, conjurada por el carcter firme de la condesa, ambosesposos vivieron, bien que mal, con la pensin de retiro, que, gracias a larecomendacin del general Bubna, no se hizo esperar.

    Por fortuna, la condesa tena muy buena amistad, desde haca ya cinco o seis aos,con un hombre muy rico que, gran amigo tambin del conde, pona a su disposicin elms hermoso tronco de caballos que paseara entonces las calles de Miln, en el teatro

  • un palco de la Scala y en el campo su castillo. Pero el conde tena la conciencia de subravura, el alma generosa y el genio pronto, y cuando se soliviantaba sola permitirsepalabras poco convenientes. De caza un da con unos jvenes, a uno de ellos, que habaservido en distintas banderas que l, se le ocurri bromear sobre el valor de lossoldados de la repblica cisalpina; el conde le dio una bofetada, se batieroninmediatamente y Pietranera, que era el nico de su partido entre todos los presentes,result muerto. Se habl mucho de aquella especie de duelo, y las personas queintervinieron en el mismo tomaron la decisin de irse de viaje a Suiza.

    No entraba en las costumbres de la condesa ese valor ridculo que se llamaresignacin, el valor de un tonto que se deja atrapar sin protesta. Furiosa por la muertede su marido, habra deseado que a Limercati, aquel mozo rico y gran amigo suyo, lediera tambin por hacer un viaje a Suiza y pegarle un tiro o una bofetada al hombre quemat al conde Pietranera.

    A Limercati le pareci este proyecto soberanamente ridculo, y la condesa se diocuenta de que, en su alma, el amor haba muerto a manos del desprecio. No obstante,acentu sus atenciones hacia Limercati: quera exacerbar su amor y dejarle luegoplantado y muerto de desesperacin. Para hacer inteligible en Francia este plan devenganza, debo decir que en Miln, pas muy distante del nuestro, todava se es capazde la desesperacin de amor. La condesa, que, vestida de luto, eclipsaba con mucho atodas sus rivales, se dio a coquetear con los jvenes ms destacados, y uno de ellos, elconde N***, que siempre haba dicho que el mrito de Limercati le pareca un pocopesado, un poco estirado para una mujer de tanto ingenio, se enamor desatinadamentede la condesa. sta escribi a Limercati:

    Quiere conducirse por una vez como un hombre inteligente? Puesimagnese que nunca me ha conocido.

    Su humilde servidora, acaso con un poco de desprecio,

    GINA PIETRANERA

    Al leer esta carta, Limercati se retir a uno de sus castillos. Encendise su amor,enloqueci, habl de saltarse la tapa de los sesos, extremo inusitado en un pas quecree en el infierno. Al da siguiente de su llegada al campo, haba ya escrito a lacondesa ofrecindole su mano y sus doscientas mil libras de renta. La condesa ledevolvi, por el groom del conde N***, la carta sin abrirla. Despus de esto,Limercati pas tres aos en sus tierras, yendo cada dos meses a Miln, pero sin valor

  • para quedarse e importunando a todos sus amigos con su exaltado amor por la condesay con el relato circunstanciado de las bondades que en otro tiempo tuviera para l. Alprincipio agregaba que con el conde N*** se perda y que aquellas relaciones ladeshonraban.

    La verdad es que la condesa no senta amor alguno por el conde N***, y as se lodeclar cuando estuvo segura de la desesperacin de Limercati. El conde, hombre demundo, le rog que no divulgara la triste verdad que acababa de confiarle: Si tiene laextremada indulgencia de seguir recibindome con todas las distinciones exteriores quese otorgan al amante reinante, acaso encontrar una solucin ventajosa.

    Despus de esta heroica declaracin, la condesa no quiso seguir aceptando loscaballos ni el palco del conde N***. Pero estaba habituada, desde haca quince aos, auna vida muy fastuosa, y hubo de resolver este problema tan difcil o, mejor dicho,imposible: vivir en Miln con una pensin de mil quinientos francos. Dej su palacio,tom dos habitaciones en un quinto piso y despidi a todos sus criados, incluso a sudoncella, que fue sustituida por una sirviente pobre y vieja. Este sacrificio era enrealidad menos heroico y menos penoso de lo que a nosotros nos parece: en Miln, lapobreza no es ridcula y, en consecuencia, no se presenta a las almas aterradas como elpeor de los males. Al cabo de dos meses de tan precario vivir, asediada por lascontinuas cartas de Limercati y hasta del conde N***, que tambin le propona elmatrimonio, aconteci que el marqus del Dongo, generalmente de una avariciaexecrable, dio en pensar que sus enemigos podran sacar partido de la miseria de suhermana. Bueno fuera, una del Dongo verse reducida a vivir de la pensin que la cortede Viena, de la que tantas quejas tena el marqus, concede a las viudas de susgenerales!

    Le escribi, pues, que en el castillo de Grianta la esperaban unas habitaciones y untrato digno de una hermana suya. El alma vivaz e inquieta de la condesa acogi conentusiasmo la idea de aquel nuevo gnero de vida; veinte aos haca que no habitaba enaquel castillo venerable majestuosamente encaramado entre los viejos castaaresplantados en tiempos de los Sforza. All se deca hallar el reposo, y, a mi edad,el reposo no es acaso la dicha? como tena treinta y un aos, se crea ya llegada almomento del retiro. Junto al lago sublime en que nac me espera por fin una vidadichosa y apacible.

    No s si se equivocaba, pero lo cierto es que aquel alma apasionada, que acababade rechazar con tanto garbo el ofrecimiento de dos inmensas fortunas, llev la alegraal castillo de Grianta. Sus dos sobrinos tambin estaban locos de contento.

    Me has devuelto los hermosos das de la juventud le deca, besndola, la

  • marquesa; la vspera de llegar t, yo tena cien aos.La condesa se dedic a recorrer de nuevo con Fabricio todos aquellos

    encantadores lugares de las cercanas de Grianta, tan celebrados por los viajeros: lavilla Melzi, a la orilla opuesta del lago, frente al castillo y que le sirve de mirador;ms arriba, el bosque sagrado de los Sfondrata, y el atrevido promontorio que separalas dos partes del lago, la de Como, tan voluptuosa, y la que corre hacia Lecco, tansevera: panorama sublime y placentero que el lugar ms renombrado del mundo, labaha de Npoles, iguala, pero no supera. La condesa reviva con embeleso losrecuerdos de su primera juventud y los comparaba a sus sensaciones actuales. El lagode Como, se deca, no est rodeado, como el de Ginebra, de grandes extensiones deterreno bien cercadas y cultivadas con arreglo a los mejores mtodos, cosas querecuerdan el dinero y la especulacin. Aqu no veo sino colinas de desigual alturacubiertas de arboledas plantadas al azar y que la mano del hombre no ha estropeadoan forzndolas a producir. En medio de esas colinas de formas admirables y que seprecipitan hacia el lago en pendientes tan singulares, puedo revivir toda la ilusin delas descripciones de Tasso y de Ariosto. Todo aqu es noble y tierno, todo habla deamor, nada recuerda las fealdades de la civilizacin. Los pueblecillos situados en lasfaldas de las colinas quedan ocultos por magnficos rboles, sobre cuyas copas asomala deliciosa arquitectura de sus bellos campanarios. Si alguna parcela cultivada, noms extensa de cincuenta pasos, interrumpe de trecho en trecho las arboledas decastaos y de cerezos silvestres, los ojos, complacidos, creen ver en estos sembradosplantas ms vigorosas y ms lozanas que las de otros lugares. Sobre las colinas, encuyas cumbres aparecen ermitas que cualquiera elegira por morada, los ojosasombrados vislumbran los picos de los Alpes, con sus nieves eternas, y su severidadaustera es una oportuna imagen de las tristezas de la vida que intensifica el gozo de lavoluptuosidad presente. La imaginacin se siente acariciada por un taer lejano decampanas que viene de una aldea escondida bajo los rboles; atenuada al pasar sobrelas aguas, esta msica cobra un matiz de dulce melancola y de resignacin, y parecedecir al hombre: La vida huye: no te muestres tan difcil a la felicidad que se presenta;date prisa a gozarla. El lenguaje de aquellos parajes maravillosos, sin igual en elmundo, devolva a la condesa su corazn de diecisis aos. No se explicaba cmohaba podido pasar tanto tiempo sin contemplar el lago. De modo que la felicidad havenido a refugiarse en los comienzos de la vejez, se deca. Compr una barca, yFabricio, la marquesa y ella la adornaron con sus propias manos, pues en aquellaesplndida mansin carecan de dinero para todo; desde su cada en desgracia, elmarqus del Dongo haba acrecido su fasto aristocrtico. Por ejemplo, para ganar al

  • lago diez pasos de terreno, cerca de la famosa avenida de pltanos, junto a laCadenabia, estaba haciendo construir un dique cuyo costo ascenda a ochenta milfrancos. En el extremo del dique estaban construyendo, segn los planos del famosomarqus Cagnola, una hermosa capilla de enormes bloques de granito, y en el interiorde la misma, el escultor de moda en Miln estaba construyendo un panten todocubierto de bajorrelieves que deban representar las grandes proezas de losantepasados del marqus.

    El hermano mayor de Fabricio, el marchesino Ascanio, quiso tomar parte en lospaseos de las damas; pero su ta le echaba agua en el cabello empolvado y cada da legastaba alguna nueva broma sobre sus seriedad. Por fin libr de la presencia de sucarota gruesa y deslavazada a aquella alegre pandilla que no se atreva a rer delantede l. Le crean espa de su padre, y haba que guardarse de este dspota severo ysiempre irritado desde su forzada dimisin.

    Ascanio jur vengarse de Fabricio.Un da les sorprendi una tempestad que les puso en peligro. Aunque tenan

    poqusimo dinero, pagaron esplndidamente a los dos barqueros para que no dijesennada al marqus, que haba manifestado ya su descontento de que llevaran a sus doshijas. Volvieron a correr otra tormenta. En este hermoso lago, son terribles yrepentinas: de las dos gargantas de las montaas situadas en opuesta direccin, surgende pronto grandes rfagas de viento y empiezan a luchar sobre las aguas. La condesaquiso desembarcar en medio del huracn y de los truenos, se prometa un espectculograndioso encaramada, en mitad del lago, en una roca aislada y no ms grande que unahabitacin pequea, asediada por las olas furiosas. Pero al saltar de la barca cay alagua. Fabricio se arroj a salvarla, y ambos se vieron arrastrados a bastante distancia.Seguramente no es agradable ahogarse, pero el aburrimiento haba quedado desterradodel castillo feudal. La condesa se apasion por el carcter primitivo y por la astrologadel abate Blans. El poco dinero que le quedara despus de adquirir la barca fueempleado en comprar un pequeo telescopio de ocasin, y, casi todas las noches, lacondesa iba con sus sobrinas y con Fabricio a acomodarse en la terraza de una de lastorres gticas del castillo. Fabricio era el sabio de la compaa, y all pasaban variashoras muy alegres, lejos de los espas.

    Hay que confesar que algunos das la condesa no diriga la palabra a nadie; se lavea pasear bajo los altos castaos, absorta en sombras aoranzas; era demasiadointeligente para no sentir a veces el fastidio de no tener con quin comunicar sus ideas.Pero al da siguiente rea como la vspera. Eran las lamentaciones de la marquesa, sucuada, lo que suscitaba aquellas impresiones sombras en un alma tan activa por

  • naturaleza.Es que vamos a pasar lo que nos queda de juventud en este triste castillo?

    exclamaba la marquesa.Antes de llegar su cuada, no tena ni siquiera el valor de echar de menos otra vida.As vivieron todo el invierno de 1814 a 1815. Por dos veces, y a pesar de su

    pobreza, la condesa fue a pasar unos das a Miln; se trataba de ver un sublime balletde Vigano en el teatro de la Scala, y el marqus no prohiba a su mujer acompaar a lacondesa. Cobraban los trimestres de la pequea pensin, y era la pobre viuda delgeneral cisalpino la que prestaba algunos ceques a la riqusima marquesa del Dongo.Estas escapadas eran encantadoras; invitaban a comer a algunos viejos amigos y seconsolaban riendo de todo como verdaderos nios. Esta alegra italiana, llena de bro yde espontaneidad, haca olvidar la tristeza sombra que las miradas del marqus y desu primognito expandan en torno a ellos en Grianta. Fabricio, que tena apenasdiecisis aos, desempeaba muy bien el papel de jefe de la casa.

    El 7 de marzo de 1815, las damas estaban de retorno, desde la antevspera, de undelicioso viajecito a Miln. Se paseaban por la hermosa avenida de pltanos,recientemente prolongada hasta la misma orilla del lago. Apareci una barca,procedente de la parte de Como, e hizo unas seales singulares. Un agente del marqussalt al dique: Napolen acababa de desembarcar en el GolfeJuan. Europa tuvo lainocencia de sorprenderse de este acontecimiento, que no sorprendi en absoluto almarqus del Dongo, escribi a su soberano una carta llena de efusin del alma: leofreca sus talentos y varios millones y le repeta que sus ministros eran unos jacobinosque estaban de acuerdo con los conspiradores de Pars.

    El 8 de marzo, a las seis de la maana, el marqus, investido de sus insignias,escriba, dictado por su primognito, el borrador de un tercer despacho poltico; locopiaba solemnemente con su hermosa letra perfilada, en un papel que llevaba enfiligrana la efigie del soberano. En aquel mismo momento, Fabricio se haca anunciar ala condesa Pietranera.

    Me marcho le dijo; voy a reunirme con el emperador, que es, tambin, reyde Italia; quera tanto a tu marido! Pasar por Suiza. Esta noche, en Menagio, mi amigoVasi, el mercader de barmetros, me ha dado su pasaporte; ahora dame t unosnapoleones, pues slo tengo dos; pero, si es necesario, ir a pie.

    La condesa lloraba de alegra y de angustia.Dios mo, cmo se te ha ocurrido esa idea! exclamaba apretndole la mano a

    Fabricio.Se levant y sac de su armario de ropa blanca, donde la tena cuidadosamente

  • escondida, una bolsita adornada de perlas: era lo nico que posea en el mundo.Toma dijo a Fabricio, pero, por el amor de Dios!, que no te maten. Qu

    nos quedara a tu desventurada madre y a m si nos faltases t? En cuanto al xito deNapolen, es imposible, querido; ya sabrn nuestros caballeros acabar con l. No hasodo hace ocho das en Miln la historia de los veintitrs proyectos de asesinato, todostan bien planeados y de los cuales slo por milagro escap? Y eso que entonces eraomnipotente. Y ya has visto que no es el deseo de liquidarle lo que falta a nuestrosenemigos; desde su partida, Francia no era ya nada.

    La condesa estaba vivamente emocionada al hablar a Fabricio de los destinos deNapolen.

    Al permitirte que vayas a reunirte a l, le sacrifico lo ms querido que poseo enel mundo le deca. A Fabricio se le humedecieron los ojos, lloraba abrazando a lacondesa, pero su resolucin de partir no vacil ni por un instante. Explicaba conemocin a aquella amiga tan querida todas las razones que le determinaban, y quenosotros nos tomamos la libertad de hallar muy divertidas.

    Ayer tarde, a las seis menos siete minutos, estbamos de paseo, como sabes, a laorilla del lago, por la avenida de los pltanos, ms abajo de la Casa Sommariva, ycaminbamos hacia el sur. Primero vi a lo lejos la embarcacin que vena de Comotrayendo tan gran noticia. Cuando estaba yo mirando aquel barco sin pensar en elemperador y envidiando simplemente la suerte de los que pueden viajar, de pronto mesent transido de una emocin profunda. El barco atrac, el agente habl a mi padre,cambi ste de color y nos llev aparte para anunciarnos la terrible noticia. Yo mevolv a mirar al lago sin otro objeto que ocultar las lgrimas de alegra que meinundaron los ojos. De pronto, a una altura inmensa y a mi derecha, vi un guila, elpjaro de Napolen: volaba majestuosa en direccin a Suiza y, por tanto, a Pars.Tambin yo, me dije al instante, atravesar Suiza con la rapidez del guila e ir aofrecer a ese gran hombre muy poca cosa, pero al fin y al cabo lo nico que puedoofrecerle: el concurso de mi dbil brazo. Quiso darnos una patria y am a mi to. Enseguida, cuando an no haba perdido de vista al guila, por un efecto singular sesecaron mis lgrimas; y la prueba de que esta idea viene de lo alto es que en el mismoinstante, sin discutir, tom mi decisin y vi los medios de realizar este viaje. En unabrir y cerrar de ojos, todas las tristezas que, como sabes, me emponzoan la vida,sobre todo los domingos, quedaron disipadas como por un soplo divino. Vi la granimagen de Italia levantndose del fango en que los alemanes la tienen sumida; extendasus brazos, martirizados y todava medio cargados de cadenas, hacia su libertador. Yyo, dije, hijo todava desconocido de esta madre desventurada, partir: ir a morir o a

  • vencer junto a ese hombre sealado por el destino y que quiso lavarnos del despreciocon que nos miran hasta los ms esclavos y los ms viles de los habitantes de Europa.

    Sabes? aadi en voz baja aproximndose ms a la condesa y echando llamaspor los ojos, recuerdas ese castao joven que mi madre plant con sus propiasmanos el invierno de mi nacimiento, junto a la fuente grande en nuestro bosque, a dosleguas de aqu?: antes de hacer nada he querido ir a verle. La primavera no est anmuy adelantada me deca; pues bien: si mi rbol tiene hojas, ser para m unaseal. Yo tambin debo salir del estado de modorra en que languidezco en este triste yfro castillo. No te parece que estos viejos muros ennegrecidos, hoy smbolos y antaomedios de despotismo, son una verdadera imagen del triste invierno? Para m, son lomismo que el invierno para el rbol.

    Lo creers, Gina?: ayer tarde, a las siete y media, llegaba yo a mi castao; tenahojas, unas preciosas hojitas bastante grandes ya! Las bes sin hacerles dao. Cav latierra con respeto en tomo al rbol querido. En seguida, transido de un arrebato nuevo,atraves la montaa; llegu a Menagio; necesitaba un pasaporte para entrar en Suiza. Eltiempo haba volado. Era ya la una de la maana cuando me encontr a la puerta deVasi. Crea que tendra que llamar mucho tiempo para despertarle; pero estabalevantado con tres amigos suyos. A la primera palabra ma, me interrumpi: Vas areunirte con Napolen! y se colg a mi cuello. Los otros me abrazaron conentusiasmo. Por qu estar casado!, se lamentaba uno de ellos.

    La condesa Pietranera se haba puesto pensativa: crey que deba oponer algunasobjeciones. Si Fabricio hubiera tenido alguna experiencia de la vida, habra notadomuy bien que la propia condesa no crea en las buenas razones que se apresuraba aoponerle. Pero, a falta de experiencia, tena decisin. No se dign siquiera escucharlas razones. La condesa se limit fcilmente a conseguir que al menos comunicara a sumadre el proyecto.

    Se lo dir a mis hermanas, y esas mujeres me traicionarn sin querer!exclam Fabricio con una especie de orgullo heroico.Hable usted con ms respeto dijo la condesa sonriendo en medio de sus

    lgrimas del sexo que ha de hacer su fortuna: pues a los hombres les ser siempreantiptico; es demasiado fogoso para las almas prosaicas.

    La marquesa llor mucho al enterarse del extrao proyecto de su hijo; no erasensible a aquel herosmo e hizo todo lo posible por retener al muchacho. Cuando seconvenci de que nada en el mundo, excepto los muros de una crcel, podranimpedirle partir, le dio el poco dinero que posea; luego record que tena desde lavspera ocho o diez diamantitos, cuyo valor ascendera acaso a diez mil francos, que el

  • marqus le haba confiado para que los montaran en Miln. Las hermanas de Fabricioentraron en el cuarto de su madre cuando la condesa estaba cosiendo los diamantes enla casaca de viaje de nuestro hroe; Fabricio devolva a aquellas pobres mujeres susmseros napoleones. Las hermanas se entusiasmaron tanto con su proyecto y leabrazaban con una alegra tan estrepitosa, que Fabricio cogi en la mano unosdiamantes que faltaban todava por coser y se dispuso a salir inmediatamente.

    Me traicionaris sin querer dijo a sus hermanas. Como tengo tanto dinero,no es necesario que cargue con trapos: se encuentran en todas partes.

    Bes a aquellas personas que tan queridas le eran y se fue inmediatamente sinquerer entrar en su habitacin. Camin tan deprisa, siempre temeroso de que lepersiguieran a caballo, que aquella misma noche entraba en Lugano. A Dios gracias, seencontraba en una ciudad suiza, y ya no tema ninguna violencia de los gendarmespagados por su padre. Desde este lugar, le escribi una bella carta, debilidad de nioque exacerb la ira del marqus. Fabricio tom un caballo de posta y pas el SanGotardo. El viaje fue rpido, y entr en Francia por Pontallier. El emperador estaba enPars. Aqu comenzaron las cuitas de Fabricio; haba partido con la firme intencin dehablar al emperador: nunca se le haba ocurrido pensar que fuese tan difcil. En Milnvea al prncipe Eugenio todos los das dos veces y hubiera podido dirigirle la palabra.En Pars iba todas las maanas al patio del palacio de las Tulleras para estar presentecuando Napolen pasaba revista; pero nunca logr acercarse al emperador. Nuestrohroe crea que todos los franceses estaban tan conmovidos como l por el extremopeligro que corra la patria. En la mesa redonda del hotel en que se alojaba no ocultsus proyectos ni su entusiasta adhesin al emperador; se encontr con jvenes de unasimpata seductora, ms entusiastas an que l y que a los pocos das le haban robadotodo el dinero que posea. Menos mal que, por pura modestia, no haba hablado de losdiamantes que le diera su madre. La maana en que, despus de una orga, se dio cuentaclara de que le haban robado, compr dos hermosos caballos, tom como criado a unantiguo soldado, palafrenero del que se los vendi y, con mucho desprecio por losjvenes parisienses que tan bien hablaban, parti para el ejrcito. Lo nico que sabasobre el mismo es que se concentraba hacia Maubeuge. Apenas llegado a la frontera, lepareci ridculo estarse en una casa calentndose ante una buena chimenea mientras lossoldados vivaqueaban. Por ms que le dijera su criado, que no careca de buen sentido,corri a meterse imprudentemente en los vivaques de la vanguardia en la frontera, en lacarretera de Blgica. Apenas llegado al primer batalln acampado junto a la carretera,los soldados se pusieron a mirar a aquel mozo burgus en cuyo atuendo no haba nadaque recordase el uniforme. Caa la noche y haca un viento fro. Fabricio se acerc al

  • fuego y pidi hospitalidad por lo que fuera. Los soldados se miraron extraados, sobretodo ante la idea de pagar, y le dejaron con bondad un sitio junto al fuego. Su criado leprepar un cobijo. Pero transcurrida una hora, el ayudante del regimiento pas junto alcampamento, y los soldados fueron a contarle la llegada de aquel extranjero quehablaba un mal francs. El ayudante interrog a Fabricio, y ste le habl de suentusiasmo por el emperador con un acento muy sospechoso, en vista de lo cual, elsuboficial le rog que le acompaara a ver al coronel, instalado en una granja vecina.El criado de Fabricio se aproxim con los dos caballos. Parecieron producir unaimpresin tan viva al suboficial, que inmediatamente cambi de idea y comenz ainterrogar tambin al criado. ste, antiguo soldado, adivinando en seguida el plan decampaa de su interlocutor, habl de las altas protecciones con que contaba su amo,aadiendo que no habran de birlarle sus magnficos caballos. Inmediatamente, unsoldado requerido por el ayudante le ech mano; otro soldado se hizo cargo de loscaballos, y, con aire severo, el ayudante orden a Fabricio que le siguiera sin replicar.

    Despus de hacerle caminar a pie una legua, en medio de una oscuridad queresultaba ms profunda por el contraste de las hogueras que por doquier iluminaban elhorizonte, el ayudante entreg a Fabricio a un oficial de la gendarmera, quien, contono grave, le pidi sus papeles. Fabricio exhibi el pasaporte que le acreditaba comocomerciante de barmetros transportando su mercanca.

    Se necesita ser brutos! exclam el oficial; esto pasa de la raya! Interrog anuestro hroe, que habl del emperador y de la libertad en los trminos msentusiastas, lo cual produjo una risa loca al oficial de la gendarmera.

    Vamos, hombre, no eres muy listo que digamos! exclam. Es un pocogordo que se atrevan a mandarnos barbilampios como t!

    Y por ms que dijera Fabricio, quien se despepitaba explicando que en realidad noera comerciante de barmetros, el oficial le mand a la crcel de B***, una pequeaciudad de las cercanas adonde nuestro hroe lleg a eso de las tres de la maana,rabiando de ira y muerto de hambre.

    Fabricio, primero atnito, furioso luego, sin comprender absolutamente nada de loque le ocurra, pas treinta largos das en aquella miserable prisin; escriba carta trascarta al comandante de la plaza, y era la mujer del carcelero, una hermosa flamenca detreinta y seis aos, la que se encargaba de hacerlas llegar a su destino. Pero como notena el menor deseo de que fusilaran a un mocito tan lindo y que, adems, pagaba bien,echaba al fuego todas sus misivas. Por la noche, ya muy tarde, se dignaba ir a escucharlas lamentaciones del cautivo; haba dicho a su marido que el barbilindo tena dinero,en vista de lo cual el prudente carcelero le haba dado carta blanca. La mujer hizo uso

  • de la licencia y recibi unos napoleones de oro, pues el ayudante no le haba quitadoms que los caballos, y el oficial de la gendarmera no le haba confiscado nada. Unatarde del mes de junio Fabricio oy un fuerte caoneo bastante lejano.

    Por fin se combata! El corazn le saltaba de impaciencia. Oy tambin muchoruido en la ciudad; en efecto, se estaba operando un gran movimiento, y tres divisionesatravesaban B***. Cuando, a eso de las once de la noche, la mujer del carcelero vino acompartir sus penas, Fabricio estuvo ms seductor an que de costumbre; luego,cogindole las manos:

    Hgame salir de aqu, y jurar por mi honor que he de volver a la crcel encuanto acabe la batalla.

    Todo eso son pamplinas! Tienes monises? Fabricio se qued desconcertado;no comprenda la palabra monises.

    La carcelera, viendo aquel gesto, juzg que las aguas haban bajado, y en vez dehablar de napoleones de oro como haba pensado, habl slo de francos.

    Mira le dijo; si puedes dar un centenar de francos, pondr un doblenapolen sobre cada ojo del cabo que va a venir a relevar la guardia esta noche. Asno podr verte salir de la crcel, y si su regimiento tiene que escapar hoy, aceptar.

    El trato qued rpidamente concluido. La carcelera consinti hasta en esconder aFabricio en su cuarto, de donde podra evadirse ms fcilmente a la maana siguiente.

    Al otro da, antes del alba, la mujer dijo toda enternecida a Fabricio:Queridito mo, eres todava demasiado joven para ese antiptico oficial: creme,

    no te empees en eso.Pero cmo! repeta Fabricio, es un delito querer defender a la patria?Basta. Recuerda siempre que te he salvado la vida; tu caso era bien claro: te

    habran fusilado. Pero no se lo digas a nadie, pues nos haras perder nuestro puesto ami marido y a m; sobre todo, no repitas nunca ese cuento burdo de un joven noble deMiln disfrazado de comerciante de barmetros: es demasiado tonto. Escchame bien:voy a darte la ropa de un hsar que muri antes de ayer en la crcel; abre la boca lomenos posible; pero en fin, si un sargento te interroga de modo que no tengas msremedio que contestar, di que te has quedado enfermo en casa de un aldeano que terecogi por caridad cuando estabas tiritando de fiebre en una cuneta de la carretera. Sino se conforman con esta respuesta, aade que vas a incorporarte a tu regimiento.Acaso te detengan por el acento: entonces dirs que eres del Piamonte, que eres unrecluta que se qued en Francia el ao pasado, etctera.

    Por primera vez despus de treinta das de ira, Fabricio comprendi la explicacinde todo lo que le pasaba: le tomaban por espa. Examin la cuestin con la carcelera,

  • que aquella maana estaba muy tierna; por fin, mientras ella, armada de una aguja, leachicaba los vestidos del hsar, Fabricio cont su historia muy claramente a aquellamujer toda pasmada. Por un instante le crey; tena un aire tan inocente y estaba tanguapo vestido de hsar!

    Ya que tienes tan buena voluntad por batirte le dijo por fin medio convencida, debas haberte enrolado en un regimiento al llegar a Pars. No tenas ms queconvidar a beber a un sargento.

    La carcelera aadi muchos buenos consejos para lo sucesivo, y por fin, al apuntarel alba, sac a Fabricio de su casa, despus de hacerle jurar mil veces que jamspronunciara su nombre, pasara lo que pasara. Tan pronto como Fabricio se vio fuerade la pequea ciudad, marchando gallardamente con el sable de hsar bajo el brazo, leacometi un escrpulo. Heme aqu se dijo con el uniforme y la hoja de ruta de unhsar muerto en la crcel, adonde le haba llevado, segn dicen, el robo de una vaca yde unos cubiertos de plata. Soy, como quien dice, su mismo ser y ello sin quererlo nipreverlo en modo alguno. El presagio es claro: me esperan grandes sufrimientosrelacionados con la prisin.

    No haca ni una hora que Fabricio haba dejado a su bienhechora, cuando la lluviacomenz a caer con tal fuerza, que el nuevo hsar apenas poda andar, embarazado porunas botazas que no estaban hechas para l. Se encontr con un campesino montado enun mal penco. Compr el caballo explicndose por seas, pues la carcelera le habarecomendado hablar lo menos posible, por causa de su acento.

    Aquel da, el ejrcito, que acababa de ganar la batalla de Ligny, estaba en plenamarcha hacia Bruselas; era la vspera de la batalla de Waterloo. Hacia el medioda,mientras segua lloviendo a cntaros, Fabricio oy el tronar del can; este gozo lehizo olvidar por completo los horribles momentos de desesperacin que acababa desufrir por aquel encarcelamiento tan injusto. Camin hasta muy entrada la noche y,como comenzaba a ser un poco precavido, fue a alojarse en la casa de un campesinomuy apartada de la carretera. El aldeano aseguraba llorando que se lo haban quitadotodo; Fabricio le dio un escudo y el campesino encontr avena. Mi caballo no esbonito se dijo Fabricio; pero no importa, podra caerle en gracia a algnayudante, y se fue a dormir a la cuadra junto a l. Al da siguiente, una hora antes deamanecer, Fabricio estaba ya en la carretera, y a fuerza de caricias consigui hacertomar el trote a su caballo. A eso de las cinco oy el tronar del caoneo: eran lospreliminares de la batalla de Waterloo.

  • [1]Proust, que en varios momentos de su obra manifiesta su gran estimacin porStendhal, seala curiosamente cmo Beyle, en momentos transcendentales, eleva a susgrandes personajes a las alturas fisicas naturales (como Sorel cuando, buscando unparntesis a sus luchas de amor y de orgullo en Verrires, llega a la cumbre de la altamontaa que dibuja al norte el valle del Doubs, y como aqu Fabricio y el cura Blansen la elevada atalaya de este campanario.

  • III

    Fabricio no tard en encontrarse con unas cantineras, y la viva gratitud que sentapor la carcelera de B*** le indujo a dirigirles la palabra; pregunt a una de ellas dndeestaba el cuarto regimiento de hsares, al cual perteneca.

    Mejor haras en no apresurarte tanto, soldadito le dijo la cantinera,impresionada por la palidez y los hermosos ojos de Fabricio. No tienes todava lamano bastante firme para los sablazos que se van a dar hoy. Si al menos tuvieras unfusil, no digo que no pudieras soltar tu bala como otro cualquiera.

    Este consejo desagrad a Fabricio; pero en vano acuciaba a su caballo: no poda irms deprisa que la tartana de la cantinera. De cuando en cuando, el tronar del canpareca aproximarse y les impeda entenderse, pues Fabricio estaba tan entusiasmado ytan gozoso que haba reanudado la conversacin. Cada palabra de la cantineraaumentaba su entusiasmo hacindoselo comprender. Excepto su verdadero nombre y suhuida de la crcel, acab por contrselo todo a aquella mujer que pareca tan buena.Ella estaba muy pasmada y no comprenda absolutamente nada de todo lo que lecontaba aquel soldadito tan guapo.

    Ya caigo exclam con aire de triunfo: usted es un joven paisano enamoradode la mujer de algn capitn del cuarto de hsares. Su enamorada le habr regalado eluniforme que lleva, y va detrs de ella. Como Dios est en los cielos, usted no ha sidosoldado en su vida; pero como es un mozo valiente, desde el momento en que suregimiento est en fuego, quiere presentarse y no pasar por cobarde.

    Fabricio asinti en todo: era el nico medio que vea de recibir buenos consejos.No s nada de la manera de comportarse estos franceses se deca, y si no megua alguien, me las arreglar para que me metan otra vez en chirona y me roben elcaballo.

    En primer lugar, hijo mo le dijo la cantinera, que iba hacindose cada vezms amiga suya, confiesa que no tienes veintin aos; a todo tirar, tendrs diecisiete.

    Era verdad, y Fabricio lo confes de buen talante.Entonces, no eres ni siquiera un recluta; total, que son nicamente los lindos ojos

    de la madama lo que te lleva a que te rompan los huesos. Peste, y no le da vergenza!Si todava te queda alguno de esos napoleones que ella te ha dado, lo primero quetienes que hacer es mercarte otro caballo; mira cmo empina tu penco las orejascuando ronca el can un poco cerca; es una caballera de labrador que te costar elpellejo en cuanto ests en lnea. Ese humo blanco que ves all, por encima del seto, son

  • fuegos de pelotn, hijo mo. Conque preprate a un buen susto cuando oigas silbar lasbalas. Tampoco haras mal en comer un bocado mientras todava te queda tiempo.

    Fabricio sigui este consejo, y, ofreciendo un napolen a la cantinera, le rog quese cobrase.

    No es una compasin ver esto! exclam la mujer; el pobre zagal nisiquiera sabe gastar su dinero! Mereceras que despus de agarrar tu napolen, arrearaa Cocotte a su mejor trote: a ver cmo podas seguirme con tu penco! Y qu ibas ahacer, pobrecico, si me vieras salir de estampa? Entrate de que cuando zumba elcan no se debe ensear nunca oro. Toma continu, ah tienes dieciocho francoscon cincuenta cntimos, y el desayuno te cuesta franco y medio. Dentro de pocotendremos caballos en venta. Si el animal es pequeo, dars por l diez francos, y enningn caso ms de veinte, aunque fuera el caballo de los cuatro hijos de Aymon.

    Acabado el almuerzo, la cantinera que segua perorando, fue interrumpida por unamujer que avanzaba a travs de los campos y que en aquel momento atravesaba lacarretera.

    Eh le grit la mujer, eh, Margot! Tu sexto ligero est a la derecha.Tengo que dejarte, hijo mo dijo la cantinera a nuestro hroe; pero la

    verdad es que me das lstima; te tengo ley, demonio! No sabes nada de nada, y te vana despabilar, como hay Dios! Vente conmigo al sexto ligero.

    Ya comprendo que no s nada repuso Fabricio, pero quiero batirme y estoydecidido a ir para all, hacia esa humareda blanca.

    Mira cmo empina las orejas tu rocn! En cuanto est all, por poca fuerza quetenga, te forzar la mano, se pondr a galopar y sabe Dios a dnde te llevar. Quiereshacerme caso? Pues mira, en cuanto te juntes con los soldaditos, agnciate un fusil yuna cartuchera, ponte junto a los soldados y haz exactamente lo que ellos. Pero, Diosmo, apuesto a que no sabes ni siquiera romper un cartucho.

    Fabricio, aunque muy picado, tuvo que confesar a su nueva amiga que habaacertado.

    Pobre criatura!, le van a matar en seguida, como hay Dios! No tienes msremedio que venirte conmigo prosigui la cantinera con aire de autoridad.

    Pero yo quiero batirme.Tambin te batirs; pues anda!, el sexto ligero es de los buenos, y hoy hay tarea

    para todos.Pero llegaremos pronto a su regimiento?En un cuarto de hora todo lo ms.Recomendado por esta excelente mujer se dijo Fabricio, mi ignorancia de

  • todo no me har pasar por un espa, y podr batirme. En este momento, el tronar delcan fue siendo ms intenso y continuo. Es como un rosario, pens Fabricio.

    Ya se empieza a distinguir el fuego de pelotn observ la cantinera arreando asu caballito, que pareca muy animado por el fuego.

    La cantinera torn hacia la derecha y tom un atajo por mitad de los prados; habaun pie de barro; la pequea tartana estuvo a punto de quedarse all embarrancada.Fabricio empuj la rueda. Su caballo se cay por dos veces. Pasado un trecho, elcamino, menos encharcado, qued reducido a una vereda entre el csped. No habaFabricio caminado quinientos pasos, cuando su penco se par en seco: era un cadveratravesado en la vereda lo que horrorizaba al caballo y al jinete.

    El semblante de Fabricio, muy plido por naturaleza, tom un tinte olivceo muypronunciado; la cantinera, despus de mirar al muerto, dijo como hablando consigomisma: No es de nuestra divisin. Luego, alzando los ojos hasta nuestro hroe,rompi a rer.

    Anda, anda, hijito! exclam, toma caramelos!Fabricio estaba yerto. Lo que ms le impresionaba era la suciedad de los pies del

    cadver, que estaba ya despojado de sus botas y al que slo haban dejado un malpantaln todo manchado de sangre.

    Acrcate le dijo la cantinera, bjate del caballo; tienes que acostumbrarte.Mira exclam, le dieron en la cabeza.

    Una bala, que haba entrado por la nariz y salido por la sien opuesta, desfiguraba elcadver de un modo espantoso; haba quedado con un ojo abierto.

    Apate, pues repiti la cantinera, y dale un apretn de manos a ver si te lodevuelve.

    Sin vacilar, aunque a punto de entregar el alma de pura repugnancia, Fabricio seape del caballo, tom la mano del cadver y la sacudi con fuerza. Luego se quedcomo aniquilado; sentase sin fuerzas para volver a montar. Lo que ms le horrorizabaera aquel ojo abierto.

    La cantinera va a creerme un cobarde, se deca con amargura. Pero se dabacuenta de que le era imposible hacer un movimiento: se habra cado al suelo. Estemomento fue horroroso, Fabricio estuvo a punto de desmayarse por completo. Lacantinera lo not, salt rpidamente de su pequea tartana y le ofreci, sin decirpalabra, una copa de aguardiente, que l se bebi de un trago. Pudo montar de nuevo ensu rocn y continu el camino sin decir palabra. La cantinera le miraba de vez encuando con el rabillo del ojo.

    Ya te batirs maana, hijito acab por decirle, hoy te quedars conmigo. Ya

  • ves que tienes que aprender primero el oficio de soldado.Al contrario, quiero batirme inmediatamente exclam nuestro hroe con un

    aire sombro que la cantinera juzg buena seal. El ruido del can era cada vez msintenso y pareca acercarse. Los caonazos comenzaron a formar como un bajocontinuo; ningn intervalo separaba un disparo de otro, y sobre este bajo continuo, querecordaba el ruido de un torrente lejano, se distinguan muy bien los fuegos de pelotn.

    En este momento, el camino se internaba en un bosque. La cantinera vio tres ocuatro soldados de los nuestros que corran hacia ella a toda la velocidad de suspiernas; salt ligera de su tartana y corri a guarecerse a quince o veinte pasos delcamino. Se acurruc en un agujero que acababa de dejar un grueso rbol arrancado decuajo. Bueno se dijo Fabricio, ahora veremos si soy un cobarde! Se detuvo alpie del cochecillo abandonado por la cantinera y tir de sable. Los soldados nohicieron caso de l y pasaron corriendo por el bosque, a la izquierda de la carretera.

    Son de los nuestros dijo tranquilamente la cantinera volviendo toda sofocada asu tartana. Si tu caballo fuera capaz de galopar, te dira: ve hasta el final del bosquey mira si hay gente en el llano.

    Fabricio no esper a que se lo dijera dos veces, arranc una rama de lamo, lequit las hojas y se puso a dar latigazos al caballo. El rocn tom el galope unmomento, pero torn en seguida a su trotecillo acostumbrado. La cantinera haba puestosu caballo al galope.

    Prate, prate! le gritaba a Fabricio. Al poco rato, los dos estaban ya fueradel bosque. Llegados al borde de la llanura, oyeron un formidable estrpito; el can yla mosquetera tronaban por doquier a la derecha, a la izquierda, detrs. Y como elbosquecillo de que salan ocupaba una loma de ocho o diez pies de altura sobre elllano, vean bastante bien un sector de la batalla; pero, en fin, no haba nadie en elprado lindante con el bosque. Este prado acababa, a unos mil pasos de distancia, enuna larga fila de sauces muy frondosos; por encima de los sauces se vea una humaredablanca que a veces se elevaba al cielo en espiral.

    Si por lo menos supiera dnde est el regimiento! deca perpleja la cantinera. No se debe atravesar ese gran prado por derecho. A propsito, t dijo a Fabricio, si ves un soldado enemigo, pnchale con el sable, no te vayas a entretener enarrearles sablazos.

    En este momento, la cantinera vislumbr a los cuatro soldados de que acabamos dehablar: salan del bosque al llano que est a la derecha de la carretera. Uno de ellosiba a caballo.

    Esto es lo que t necesitas dijo la cantinera a Fabricio. Eh, eh! grit al

  • que iba a caballo, ven aqu a beber un trago de aguardiente.Los soldados se acercaron.Dnde est el sexto ligero? exclam la cantinera.A cinco minutos de aqu, pasado ese canal que bordean los sauces; por cierto

    que el coronel Macon acaba de caer muerto.Quieres cinco francos por el caballo, t?Cinco francos!, t bromeas, madrecita: un caballo de oficial que voy a vender

    en cinco napoleones antes de un cuarto de hora.Dame un napolen dijo la cantinera a Fabricio. Luego, acercndose al jinete,

    le dijo: Apate vivo, ah tienes un napolen.El soldado se ape. Fabricio salt alegremente a la silla; la cantinera retir el

    pequeo portamantas que llevaba encima el penco.Vamos, ayudadme! dijo a los soldados As dejis trabajar a una dama!Pero apenas el caballo sinti en sus lomos el portamantas, empez a encabritarse, y

    Fabricio, que montaba muy bien, necesit de toda su fuerza para sujetarle.Buena seal! dijo la cantinera: el seor no est acostumbrado a las

    cosquillas del portamantas.Un caballo de general! exclam el soldado que le haba vendido, un

    caballo que vale diez napoleones como nada.Toma veinte francos le dijo Fabricio, que no caba en s de gozo al ver entre

    sus piernas un caballo que se mova con nervio.En este momento, una bala de can vino oblicua a la hilera de sauces, y Fabricio

    presenci el curioso espectculo de todas aquellas ramitas volando como segadas poruna hoz.

    Ah tienes el can que se acerca le dijo el soldado tomando sus veintefrancos.

    Seran las dos de la tarde. Fabricio estaba todava en el arrobamiento de aquelespectculo curioso, cuando un grupo de generales, acompaados por una veintena dehsares, atraves al galope uno de los ngulos de la extensa pradera a cuya orilla sehallaba nuestro hroe; su caballo relinch, se encabrit dos o tres veces seguidas, diounos violentos cabezazos contra la brida que le retena.

    Pues vamos all!, se dijo Fabricio.El caballo, dejado a su aire, parti vientre a tierra, y fue a unirse a la escolta que

    segua a los generales. Fabricio cont cuatro sombreros bordados. Al cabo de uncuarto de hora, por algunas palabras que le dijo un hsar vecino, Fabricio comprendique aqul era el clebre mariscal Ney. Hubiera dado todo lo del mundo por saberlo;

  • pero record que no deba hablar. La escolta se detuvo para pasar un ancho canal llenode agua por la lluvia de la vspera; estaba bordeado por grandes rboles y limitaba porla izquierda la pradera a cuya entrada haba Fabricio adquirido el caballo. Casi todoslos hsares se haban apeado; la orilla del canal se alzaba a pico y era muyresbaladiza, el agua se encontraba a tres o cuatro pies ms abajo del nivel de lapradera. Fabricio, distrado por su alegra, pensaba ms en el mariscal Ney y en lagloria que en su caballo, el cual, muy excitado salt al canal e hizo saltar el agua a unaconsiderable altura. El provocado chaparrn empap de arriba abajo a uno de losgenerales, que reneg: Demonio con el maldito animal!. Fabricio se sintiprofundamente ofendido por esta injuria. Puedo exigirle reparacin?, se pregunt.Entretanto, para probarle que no era tan torpe, quiso hacer subir a su caballo a la orillaopuesta del canal; pero ascenda a pico a cinco o seis pies de altura. No tuvo msremedio que renunciar. Para desquitarse remont la corriente, con el caballo sumergidohasta la cabeza, hasta que encontr una especie de abrevadero; por esta pendientesuave gan fcilmente el otro lado del canal. Fue el primer hombre de la escolta quelleg, y se puso a trotar muy orgulloso a lo largo de la orilla: en el fondo del canal, loshsares se debatan bastante apurados, pues en cierto lugar el agua tena unaprofundidad de cinco pies. Dos o tres caballos cogieron miedo y quisieron nadar,produciendo un tremendo chapoteo. Un sargento se dio cuenta de la maniobra queacababa de hacer aquel barbilindo, de una traza tan poco militar.

    Volved atrs, hay un abrevadero a la izquierda! grit. Y poco a poco fueronpasando todos.

    Al llegar a la otra orilla, Fabricio se haba encontrado con los generales solos. Elruido del can le pareci ms atronador. Apenas pudo or al general, tan bienremojado por l, que le gritaba al odo:

    De dnde has sacado ese caballo?Fabricio estaba tan azorado, que contest en italiano:L'ho comprato poco fa. (Le he comprado hace un momento.)Qu dices? le grit el general.Pero el ruido lleg a ser tan horrsono en este momento que Fabricio no pudo

    contestarle. Confesaremos que en este momento nuestro hroe era muy poco hroe. Sinembargo, el miedo vena en l en segundo lugar; lo que le trastornaba sobre todo eraaquel ruido que le haca dao en los odos. La escolta se puso a galopar; atravesabanun gran terreno cultivado, al otro lado del canal, y aquel campo estaba cubierto decadveres.

    Los uniformes rojos, los uniformes rojos! gritaban gozosos los hsares de la

  • escolta. Al principio Fabricio no entendi de qu se trataba, pero luego observ que,en efecto, casi todos los cadveres estaban vestidos de rojo. Un detalle le produjo unestremecimiento de horror: observ que muchos de aquellos desgraciados uniformesrojos vivan an; seguramente gritaban pidiendo socorro, pero nadie se detena asocorrerlos. Nuestro hroe, muy humano, haca los ms difciles esfuerzos porque sucaballo no pisara a ningn uniforme rojo. La escolta se detuvo. Fabricio, que no ponademasiada atencin en su deber de soldado, segua galopando sin dejar de mirar aalgn desventurado herido.

    Quieres parar, barbilindo! le grit el sargento.Fabricio se dio cuenta de que estaba veinte pasos delante y a la derecha de los

    generales, y precisamente en la direccin que ellos seguan con sus catalejos. Alvolver a ponerse a la cola de los dems hsares que se haban deten