La carlota que no quería ser zanahoria
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Carlota es pelirroja y en el colegio le llaman
zanahoria. Esto podría ser un tanto gracioso si
no fuera porque ella odia el color naranja de su
pelo.
Está deseando ser mayor para poder teñírselo
de negro azabache. Su tía Enri lleva el pelo de
este color y para Carlota es chulísimo y por
supuesto mucho mejor que el suyo.
Un día le pidió permiso a su madre para
teñirse la melena de ese color, pero claro, su
madre le dijo que no, que los tintes estropean el
pelo, que además su tía Enriqueta se teñía para
taparse las canas, que a ella no le hacía falta
tapar nada y que además tenía una melena
preciosa que cuando le daba el sol brillaba como
si fuese fuego. Le dio un montón de razones y
explicaciones, pero a Carlota todas le parecieron
excusas de madre para no dejarle hacer lo que
quería, como siempre.
Así que Carlota llevaba dos cursos enteros
aguantando que le llamaran zanahoria, odiando
su pelo y deseando ser mayor para poder
cambiarlo.
Una mañana en clase le comenzó a doler un
poco la tripa, y a la hora del recreo se sentó a
la sombra, no le apetecía hacer nada.
Dedicó el tiempo a mirar a sus compañeros que
jugaban al futbol. Uno de ellos cometió una
falta, era un penalti clarísimo, pararon el
juego y Carlota pensó: “Ahora llamarán a la
Topo para que chute el penalti”. Y es que la
topo era la mejor tiradora de penaltis de todo
el cole. Carlota recordó que en realidad se
llama Ana, pero todos la llamaban la Topo
porque llevaba gafas y era miope, tanto que se
sentaba en la primera fila de la clase para
poder ver la pizarra.
En ese momento se le acercó K K para
preguntarle si quería jugar a cromos con él.
Carlota le dijo que prefería quedarse allí
sentada. Entonces pensó que tampoco K K
era su nombre, en realidad se llamaba
Miguel. Su apodo le venía de una vez que en
pleno examen de música levantó la mano y
pidió permiso para ir al lavabo, la profe,
naturalmente le dijo que no y entonces él
exclamó, con cara de no poder más: “¡Es que
tengo caca!” Todos estallaron en risas, y
claro, la profe le dejó ir al baño y desde
entonces se le conoce como el K K.
Al principio no le hacía mucha gracia,
pero un día que fueron a visitar a Mónica,
que se había roto un brazo, Miguel firmó
muy orgulloso la escayola con las iniciales
de su mote, K K.
Mientras Carlota se reía recordando el
día en que Miguel cambió de nombre, pasó
por allí corriendo a grandes zancadas
Israel. Carlota exclamó: ―Eh, cuidado Big
Food, no me pises -
A Israel solo los mayores le llamaban por
su nombre propio, en el cole y en el
parque era el Bigfood, porque tenía unos
pies enormes.
Estaba sumida en sus pensamientos
cuando escuchó al profesor de inglés
llamar a Miguel, le estaba riñendo por
algo que había hecho y entonces Carlota
se dio cuenta de que solo sus amigos y
amigas, de que solo los compis del cole le
llamaban K K. Aquel era su mote, era su
nombre reservado solo para sus colegas,
para los amigos.
Quizá tener un apodo no era tan malo en
realidad. Al fin y al cabo a ella sólo le llamaban
zanahoria sus amigos de confianza y solo en
momentos de juego y complicidad. Nunca le
llamaban zanahoria delante de los profes o de
sus padres. El mote que te ponen tus
compañeros es íntimo y de uso exclusivo para
los amigos, los adultos no tienen acceso a ese
mundo privado.
Sonó el timbre, había que volver a clase. Carlota
se levantó de un salto, ya no recordaba el dolor
de tripa, caminaba con porte orgulloso deseando
que algún compi la llamara zanahoria.
Pues aquel era su verdadero
nombre de guerra, juego y
diversión.
Al pasar por delante del
gimnasio se vio reflejada en las
ventanas y pensó que realmente
su pelo tenía una bonita
tonalidad de rojo y según cómo
le diera la luz, parecía naranja.
Aquella mañana, Carlota se
convirtió en una orgullosa
zanahoria de melena
color fuego.