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1 LA ARQUEOLOGÍA DEL PAISAJE Y EL PAISAJE DE LA ARQUEOLOGÍA: EL PLAN ESPECIAL DE PROTECCIÓN DE MADINAT AL ZAHARA Los aspectos culturales en la planificación urbanística han mantenido tradicionalmente un cierto carácter de marginalidad. El planeamiento cultural aparece así concebido como ornato de un proceso vital más importante que se canaliza a través de la planificación económica, social, infraestructural, o de producción de suelo. De ahí que el cometido mas característico de los planes especiales de protección fuese el de catalogar o enclaustrar unas reservas de bienes culturales para que no resulten afectados por el transcurrir de la vida ordinaria. El papel de la cultura en este campo, al igual que ocurre en otras facetas de la vida cotidiana, es el equivalente del postre, que sirve para endulzar el trabajo digestivo de un cuerpo principal de la comida atribuido a otros alimentos más consistentes. No tenemos más que ver el papel de postre que las noticias culturales ejercen en el cierre de los noticieros televisivos o de la prensa. Frente a esta aproximación tradicional, la reciente introducción de la dimensión territorial en la planificación cultural ha roto con la tendencia segregadora, de autonomía, del hecho cultural, para introducirlo como un elemento inseparable del complejo conjunto de interrelaciones del paisaje. De esta forma, la dimensión cultural se ha transformado en un auténtico revulsivo, elemento medular de la actividad planificadora de cualquier índole. El planeamiento de protección del patrimonio, así concebido, ha servido como banderín de enganche de una política de reivindicación de los valores éticos de la sociedad, frente al proceso de devastación del entorno. En este sentido, el Plan Especial de Protección de Madinat al Zahra constituye un caso paradigmático. Frente al proceso de destrucción descontrolada del extenso entorno periurbano de una ciudad, ante la pasividad de técnicos y políticos, solo la administración cultural, en defensa del paisaje de la ciudad califal, ha sabido estar una década manteniendo la denuncia continuada (más de 400 denuncias) y, como el niño de la fábula, advirtiendo que el emperador va desnudo. Fig 1 parcelaciones

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LA ARQUEOLOGÍA DEL PAISAJE Y EL PAISAJE DE LA ARQUEOLOGÍA: EL PLAN ESPECIAL DE PROTECCIÓN DE MADINAT AL ZAHARA

Los aspectos culturales en la planificación urbanística han mantenido tradicionalmente un cierto

carácter de marginalidad. El planeamiento cultural aparece así concebido como ornato de un proceso

vital más importante que se canaliza a través de la planificación económica, social, infraestructural, o

de producción de suelo. De ahí que el cometido mas característico de los planes especiales de

protección fuese el de catalogar o enclaustrar unas reservas de bienes culturales para que no

resulten afectados por el transcurrir de la vida ordinaria. El papel de la cultura en este campo, al igual

que ocurre en otras facetas de la vida cotidiana, es el equivalente del postre, que sirve para endulzar

el trabajo digestivo de un cuerpo principal de la comida atribuido a otros alimentos más consistentes.

No tenemos más que ver el papel de postre que las noticias culturales ejercen en el cierre de los

noticieros televisivos o de la prensa.

Frente a esta aproximación tradicional, la reciente introducción de la dimensión territorial en la

planificación cultural ha roto con la tendencia segregadora, de autonomía, del hecho cultural, para

introducirlo como un elemento inseparable del complejo conjunto de interrelaciones del paisaje. De

esta forma, la dimensión cultural se ha transformado en un auténtico revulsivo, elemento medular

de la actividad planificadora de cualquier índole. El planeamiento de protección del patrimonio, así

concebido, ha servido como banderín de enganche de una política de reivindicación de los valores

éticos de la sociedad, frente al proceso de devastación del entorno. En este sentido, el Plan Especial

de Protección de Madinat al Zahra constituye un caso paradigmático. Frente al proceso de

destrucción descontrolada del extenso entorno periurbano de una ciudad, ante la pasividad de

técnicos y políticos, solo la administración cultural, en defensa del paisaje de la ciudad califal, ha

sabido estar una década manteniendo la denuncia continuada (más de 400 denuncias) y, como el

niño de la fábula, advirtiendo que el emperador va desnudo.

Fig 1 parcelaciones

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Hay una razón fundamental para ello, ante la caída de de los sistemas ideológicos que aportaban las

reglas comunitarias, condicionadoras de la acción individual, la sociedad se ve impulsada a la

búsqueda de otros sistemas de referencia.

Un individuo no es humano sino se integra en lenguaje hablado, tampoco es un ser civil si no se

insiere en esas dimensiones del paisaje en el que habita. Ambos sistemas, lingüístico y territorial,

configuran unas reglas cuyo respeto resulta necesario para que la innovación propia de cada

momento pueda integrarse adecuadamente en el espacio y en el tiempo. Esta aproximación implica

la propuesta de convertir en imperativo ético el sometimiento de las apetencias individuales a los

requerimientos del sistema territorial del paisaje. Un sistema que abarca dos importantes

componentes, una horizontal, referida a las interrelaciones espaciales y otra dimensión en

profundidad, como producto histórico, que incluye la transmisión de las sociedades que nos han

precedido en ese espacio. Como veremos ambas visiones se encuentran íntimamente imbricadas Por

ello, si el marco de referencia está constituido por la combinación de los sistemas lingüísticos y

paisajísticos, se comprende el porqué la labor interpretativa, la hermenéutica, se ha convertido en el

tema que protagoniza el pensamiento del último medio siglo.

Un buen resumen de esta revolución conceptual se encuentra en la propuesta de inversión que el

filósofo Eugenio Trías hacía de la conocida sentencia programática de Marx: “Hasta ahora los filósofos se han limitado a interpretar de distintos modos el mundo, de lo que se trata es de transformarlo”. Frente a este programa, que podemos considerar prototípico del espíritu de la

modernidad, E. Trías propone una inversión de sentido, cambiando filósofos por arquitectos y

urbanistas: “Hasta ahora los filósofos- arquitectos y urbanistas- han querido transformar el mundo. De lo que se trata es de interpretarlo” (E. Trias 1987). Pues bien si somos capaces de leer de

interpretar un paisaje, seremos capaces de intervenir sobre él, y ese es el ejercicio que vamos a

procurar detallar en el caso de Medina Azahara.

Paisaje y percepción

En el lenguaje vulgar se entiende por paisaje la dimensión perceptiva de la configuración territorial,

una configuración verificada mediante el proceso de aculturación a lo largo del tiempo de la base

natural del territorio

Fig 2 ataurique

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Desde el aspecto perceptivo, se ha tendido tradicionalmente a considerar como lo específico de la

cultura paisajística islámica la intimidad la sensualidad del jardín interior, del patio. Una percepción

del contacto inmediato que hace que lo visual ceda el protagonismo a lo táctil, a lo olfativo y lo

auditivo. Un gusto por el detalle y la proximidad, que se traslada en lo decorativo a la reproducción

vegetal de los arabescos de ataurique en los espacios interiores. Esta sensualidad encuentra su

manifestación más evidente en la poesía, sirva como ejemplo la magnífica síntesis que Chafar, el

íntimo colaborador de Al Hakan II en la construcción de Medina Azahara, hace en su poema “El

Membrillo” de la percepción, visual, olfativa y táctil.

Fig 3 Vista desde Medina

Sin embargo, al menos en la concepción paisajística califal cordobesa, de la que Medina constituye el

ejemplo por excelencia, junto con el gusto por la intimidad se desarrolla con igual o mayor pujanza la

predilección por las vistas más amplias, por la serenidad ofrecida por los paisajes abiertos, por las

vistas lejanas que se divisan desde los lugares encumbrados. También aquí las referencias escritas,

tanto de carácter histórico como poético nos han dejado evidentes manifestaciones de esta práctica.

La primacía de las consideraciones paisajísticas, y la predilección por los paisajes abiertos, queda bien

claro en el hermoso episodio de Abderramán II moribundo, haciéndose llevar al terrado del Alcázar

para contemplar por última vez la campiña, que se recoge en el Muqtabis de Ibn Hayyan (A. Arjona

p.44):

"Dijo el emir un día... cuando ya le afectaba su enfermedad... antes me distraía subiendo a la atalaya y contemplando desde allí el paisaje, pero ahora mi cuerpo está débil y por eso me pregunto si esto no tendrá remedio". Entonces le respondieron " Sí lo tiene, nuestro señor". Colocaron el cuerpo de Abd al Rahman sobre aquel colchón... y lo subieron lentamente hasta llegar a la parte más alta del mirador que se alzaba sobre la parte delantera del desierto del Arrabal... y se explayó con su mirada en ella. Contempló las colinas de la campiña y delante el río por donde los barcos subían y bajaban. Se ensanchó su espíritu y se alegró su corazón. Pasaron la mayor parte del día en ese mirador... el emir seguía absorto con su mirada en el desierto del Arrabal. Gozó largamente... y empezó a llorar de tal modo que sus lágrimas humedecieron su barba. Luego le bajaron a su cama y no tendría un día semejante a éste en lo que le quedaba de su vida".

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Esta amplia visualidad desde El Alcázar, se había conseguido tras la demolición del Arrabal

por excelencia, el situado al sur del puente por orden de al-Hakan I tras el motín del 818 con la

prohibición absoluta de que se reconstruyera. Una orden celosamente mantenida por sus sucesores,

a pesar de la agobiante presión demográfica sufrida por Córdoba en los tiempos sucesivos. Resulta

ilustrativo de la motivación paisajística que subyacía en el decreto el siguiente episodio, ocurrido dos

siglos después, a principios del siglo XI, narrado también por Ibn Hayan, correspondiente a la crónica

del débil monarca Hissem II. “Varios jardines situados en el lugar del antiguo Arrabal fueron entonces adquiridos por particulares que comenzaron a edificar en ellos. Pero un día en que Hissem II subió a una terraza alta del Alcázar para disfrutar del panorama que desde allí se divisaba, advirtió el califa el cambio de aspecto de esta parte del paisaje cordobés y lleno de contrariedad, y fiel a la consigna heredada de su antiguo antepasado Al Hakan I, ordenó un mensaje de reproche al mayordomo de palacio. Abd al-Malik tuvo que inclinarse, ante el deseo del soberano” y derribar lo indebidamente

construido. Levi Provençal 1957

fig 4 sección jardín alto

fig 5 Jardín Alto

Pero solo con la construcción de Medina se pudo conseguir la integración de esas dos

aproximaciones paisajísticas antitéticas, de la intimidad del jardín a la amplitud del paisaje abierto. La

visión desde el salón de Abderrahman III, encaramado en la elevación del pie de de la sierra, con el

primer término del Jardín Alto sobre el fondo de la vega del Guadalquivir y la Campiña, constituye el

ejemplo más acabado. El conocido poema del cordobés Ibn Zaydun, ilustra perfectamente este

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sentimiento, que aún hoy puede evocarse con igual intensidad en la experiencia de un atardecer

junto desde el Jardín Alto

La primera estrofa nos describe el amplio horizonte que se divisa desde el lugar

Desde al Zahra con ansia te recuerdo ¡Que claro el horizonte! ¡Que serena nos ofrece la tierra su semblante!...

Mientras en la segunda, la vista se recoge en la inmediatez del jardín.

Los arriates floridos nos sonríen Con el agua de plata, que semeja desprendido collar de la garganta…

Ibn Zaydun (primera mitad del siglo XI)

El soporte territorial del paisaje, naturaleza y artificio

La valoración del paisaje depende de dos factores fundamentales, que concurren en grado sumo en

el caso de Medina:

Las condiciones naturales, derivadas del soporte geológico, la cubierta vegetal o las

comunidades animales, que origina los denominados paisajes naturales.

- La adaptación humana, a través de la construcción del territorio que da origen a los

diversos Paisajes Culturales

Todo paisaje, es decir, cualquier territorio, posee un cierto grado de naturalidad y de artificialidad,

por ello, una posible categorización depende del grado de incidencia de uno u otro factor. Existen

paisajes muy valorados por su extremo contenido de naturalidad y mayor carencia de artificio (por

ejemplo el bosque autóctono), otros por su intenso valor cultural y carencia de naturaleza (por

ejemplo los centros históricos). En otros casos, el valor proviene del equilibrio entre soporte natural

e intervención humana.

Madinat al Zahara constituye un caso paradigmático de esa buscada integración de patrimonio y

entorno. Además, nos encontramos con un claro ejemplo de cómo la construcción arquitectónica

puede actuar como instrumento de interpretación y enfatización de los rasgos naturales, En efecto,

desde su origen, la nueva ciudad palatina fue concebida como un intento de integración urbana en

un paisaje excepcional, ensayando, a una escala sumamente ampliada, las experiencias de

transformación cultural de la naturaleza propuesto por las almunias en los contornos de las ciudades

andalusíes, en donde jardines y arquitectura conformaban una unidad indisociable.

Se trataba de un emplazamiento escogido al pie de la sierra en función de su posición

prominente que garantiza amplias visuales sobre el valle de Guadalquivir. Un lugar en el que se

disfrutaba también de los recursos hídricos de la sierra y de los afloramientos de caliza que asoman

en esa cota, además de las ventajas de una abundante vegetación arbórea. A partir de esas

condiciones naturales se produjo un proceso de adaptación, mediante el aterrazamiento del terreno,

la integración en potentes infraestructuras hidráulicas de origen romano que captaban lejanos

recursos de la sierra, y la construcción de una irradiación de calzadas que actuaban como canales de

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penetración en el territorio y de conexión con la constelación de almunias y la cercana aglomeración

cordobesa.

Fig 6 El paisaje de Medina

Fig 7 Foto aérea del entorno

El caso contrario, de falta de integración, puede provenir de elementos que se insertan

indebidamente en un paisaje preexistente o de procesos extensivos que transforman el paisaje para

crear uno nuevo, bien sea por reorganizaciones de la estructura agraria o forestal (concentraciones

parcelarias, regadíos, reforestaciones), minera y extractiva, o mediante extensiones periurbanas

descontroladas, tal como ocurre actualmente en la periferia cordobesa, en el mismo entorno de

Medina En general, el proceso de desvalorización paisajística que conllevan estos fenómenos

extensivos, suele estar relacionada con la simplificación inducida en el espacio sobre el que se actúa,

con el borrado sistemático de toda precedencia, es decir, la eliminación del relieve espacial temporal

y significativo.

La conservación del paisaje El paisaje como trabajo

Para que un paisaje permanezca, en cuanto conformación de construcciones y cultivos, es necesario

ejercer un trabajo de revitalización y mantenimiento de sus componentes, y ello requiere la

presencia de una comunidad humana que asuma esa labor, es decir de unos habitantes que ocupen

ese hábitat. No en vano existe una clara identidad entre el hecho de cultivar y de construir, con el de

habitar y con la cultura, como evidencia el origen común de los tres términos. Las labores de

conservación que mantienen vivo un territorio exigen una cierta continuidad en la labor, el trabajo,

aunque los distintos aspectos que constituyen su estructura presenten muy diversa periodicidad:

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algunos, como las agropecuarias, son de corto plazo, estacional o anual, mientras otras, como las

forestales o las edificaciones domésticas abarcan el espacio de una o varias generaciones, y otras

como los edificios e infraestructuras comunitarias, o la propia organización administrativa, presentan

una duración plurisecular.

Hay paisajes distintos para distintas intensidades de población y trabajo. El paisaje califal

correspondía a la labor intensiva de una densa. Tras el brusco proceso despoblador introducido por

la reconquista, dicho paisaje intensivo resultaba inviable, por lo que se le sustituyó por el paisaje

cerealista y ganadero que se ha mantenido hasta la actualidad, más extensivo en población y, por

tanto, d más fácil mantenimiento.

Por tanto, cuando una cultura, una forma de habitar se transforma, también lo hace el paisaje que de

ella emana. De esta forma, con el desarrollo del acontecer temporal se va configurando el espacio

como paisaje. En dicha configuración actúan dos tipos de mecanismos, uno acumulativo, por suma

de sucesivas estratificaciones, y otro de innovación, en el que el azar juega un importante papel, que

funciona como disruptor de ese orden sucesorio. En la propia base geológica con la que comienza a

configurarse el territorio se verifica ese doble proceso, caracterizado, de una parte, por la

estratificación y, de otra, por las alteraciones ocasionadas por plegamientos, roturas y, finalmente,

por las acciones erosivas. Sobre esa previa configuración geológica, el proceso adaptativo de los

seres vivos acaba por disponer las bases del paisaje que constituye el escenario en el que se

desarrolla la historia de la colectividad humana; una historia en cuyo transcurso se constituye la gran

construcción humana territorial.

La historia humana de reconocimiento territorial tiene un alcance temporal de unos pocos milenios,

mientras que la de las intervenciones de transformación intensa del medio natural se reduce a

algunos siglos, de los cuales conservamos documentación histórica de un periodo aún más reducido.

Aunque la historia de la conformación geológica del terreno precede en millones de años a la

aparición de los primeros habitantes humanos, el concepto de paisaje se configura mediante el

proceso de adaptación y transformación humana del territorio. Un proceso que tiene su clara

expresión en la denominación germánica de mundo, world o welt, que proviene de wer, hombre,

como el latino vir, y old, tiempo.

El proceso de generación geológica del paisaje por estratificación en distintas capas de profundidad

sucesiva, tiene una cierta traslación en la arqueología del paisaje. Sin embargo, en muchos casos,

debido a la reducción de la temporalidad histórica, más que una estratificación se verifica un proceso

de acumulación de huellas de signos. La identificación de signo, huella y permanencia en la

memoria, tiene una clara raigambre platónica a través de la metáfora de la impronta en el bloque de

cera expuesta en el Teteto 191d “que hay en nuestras almas un bloque maleable de cera…aquello de lo que queremos acordarnos de entre lo que vimos oímos a pensamos lo imprimimos en este bloque como si imprimiéramos el cuño de un anillo, y lo que se imprimió, lo recordamos y lo sabemos en tanto que su imagen permanezca ahí, pero lo que se borre o no se puede imprimir, lo olvidamos, es decir, no lo conocemos”. En nuestro caso, el soporte del bloque de cera maleable, donde se imprimen

las huellas, no sería la mente, sino el mundo, el territorio.

Modernamente, Derrida (Márgenes de la Filosofía) ha explotado equivocidad del término francés

marche, huella, marc(h)a, con su significación múltiple de marcha, el camino, y la marca, esta última

en el significado dúplice de signo (huella) y de frontera, marco (J. Derrida, 1995, 40). Ambas

acepciones provienen del antiguo germánico markon, pisotear. De esta forma, el signo, la huella, la marca, aparece como base de la comarca, el territorio, y de las estructuras que lo conforman: el

límite, el marco, y el camino, la ruta abierta en la marcha.

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Con la reconversión del pasado desaparecido en signo, en el eikon o imagen impresa, typo, “la escritura (territorial), a la manera de un rito de enterramiento, exorciza la muerte introduciéndola en el discurso…”Marcar” un pasado es hacer sitio para los muertos, y también redistribuir el espacio de los posibles…utilizar la narratividad que entierra a los muertos como medio de fijar un lugar para los vivos” (M. de Certeau “L’Écriture de l’histoire” citado en P. Ricoeur 2000, 481-482).

Esta transformación de las ruinas en signo, como sepultura del pasado, tuvo ya una magnífica

expresión respecto a Medina Azahara en la poesía taifa

Me detuve en al-Zahara, lloroso y meditabundo, Para clamar entre las deshechas ruinas. ¡Oh Zahra- dije- vuelve a ser! Pero me contestó: “¿Y acaso vuelven los difuntos?” En verdad, los vestigios de los desaparecidos Son como plañideras que lloran a los muertos

Sumaysir (fines del siglo XI)

fig 8 Turruñuelos

Los elementos muertos del paisaje, transformados en arqueología sepultada, se convierten en

referencias simbólicas, hitos de límites que, al desaparecer del primer plano, liberan un espacio para

la nueva vida enmarcada por esas referencias. La presencia de túmulos megalitos como

demarcadores de los términos municipales en la cornisa cantábrica, o de los miliarios, con igual uso,

en Extremadura, nos proporcionan un ilustrativo ejemplo de este proceso.

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Este mecanismo significador nos permite explicar la pervivencia del pasado en el paisaje y su

posibilidad de interpretación. Según Goethe, “La tierra es un libro compuesto por fragmentos de épocas muy diversas” “un jeroglífico de páginas colosales” cuyas claves han de descubrirse (Derrida,

J, 1990,199

En este libro, como en toda narración, siempre hay un protagonista. Se trata de un fenómeno, por el

que, entre la multiplicidad de acontecimientos del proceso histórico, cada territorio se identifica con

una época de singular esplendor en su ámbito espacial, que adquiere un protagonismo y una

representatividad simbólica para dicho espacio. En Córdoba la época califal ejerce claramente ese

papel de marchamo de identidad social y territorial pero los ejemplos abundan por toda la geografía,

piénsese por ejemplo en la Mérida romana, la Toledo visigótica, la Florencia renacentista, la

Cantabria paleolítica etc.

La arqueología del paisaje aparece como un fenómeno en todo semejante al de la escritura de la

historia y, desde ese punto de vista el caso de Medina, resulta especialmente ilustrativo del

entrecruzamiento en el tiempo de esa escritura dúplice, arqueológica y literaria. El paisaje se tiñe de

connotaciones literarias y los descubrimientos arqueológicos incentivan ella búsqueda de los

documentos históricos. No obstante, el cuerdo entre archivo escrito y arqueológico resultará siempre un reto tan incitante

como irresoluble.

El paisaje interior El lento proceso humano para entender y organizar su entorno conduce a la configuración como

paisaje, una realidad objetiva, observable desde el exterior. Avanzando aún más en la misma línea,

podemos plantear la hipótesis de de que el territorio, el mundo, se configura por la acción humana

como el “arquitexto”, el texto originario, que se presenta como el modelo del lenguaje hablado.

El mismo proceso conduce, en el sentido contrario, a la estructuración de la autonomía mental del

observador, como sujeto emancipado frente a la naturaleza (R. Aragonés 2004). Es decir, se concibe

el pensar como una construcción interior, al modo como un arquitecto construye un edificio a partir

de la nueva ordenación de materiales originariamente dispersos. En palabras de San Agustín, “Es un proceso del pensamiento por el que recogemos las cosas que ya contenía la memoria de forma indistinta y confusa, cuidando con atención de ponerlas como al alcance de la mano en la memoria (palacio o posada interior), pues antes quedaban ocultas, dispersas y desordenadas” Lo que ocurre es

que la construcción tiende a ordenar los materiales exteriores de acuerdo con imágenes interiores de

orden mental, con lo que nos encontraríamos inmersos en un proceso circular, la mente se organiza

a través del proceso de ordenación del mundo exterior, y esa ordenación se verifica a través de la

imposición de modelos mentales.

Se puede seguir una profunda revisión de este tema, de la connotación espacial de los procesos

mentales en el injustamente poco conocido libro de J. R. Morales Arquitectónica. Resulta ilustrativo

como algunas de las palabras más abstractas: esencia, razón, concepto, término, texto etc.,

provienen de de un claro origen espacial. Gadamer (Verdad y Método) señala a este respecto como

el término griego ousia, el ser, el ente, uno de los fundamentos de todo el pensamiento filosófico,

significaba originariamente predio rústico; razón proviene de dividir el espacio en partes, en raciones,

concepto es la acción de delimitar, acción en la que se emplean, mojones, términos, mientras que

texto no es sino un tejido.

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Desde ese punto de vista, el planeamiento, la propuesta de intervención sobre el paisaje, implica su

reinterpretación del paisaje a partir del modelo mental, del paisaje interior, propio del presente

desde el que actúa. Así, en el caso de Medina Azahara, desaparecida la tradición islámica en el

proceso de la reconquista, la actitud de desprestigio de lo islámico y de ensalzamiento de la

romanidad propio del renacimiento, conduce a su reinterpretación como la antigua Córdoba romana,

Córdoba la Vieja. En palabras de Ambrosio de Morales “Todas estas medidas tan justas y cuydadosas son de verdaderamente de fábrica romana y no de nuestros andaluzes, que no tenían entonces estos primores, ni advertencias en el edificar”.

Tendrá que llegar la reivindicación romántica del orientalismo para que a los ojos de Madrazo,

primero, y de Velázquez Bosco, después, el mismo paisaje se vea con otros ojos, se redescubra

Medina en sus restos y se inicie una búsqueda en archivos que recupere las crónicas olvidadas.

En nuestros días, el atractivo que ofrecían ahora esas mismas huella, para una mentalidad

contemporánea, con un paisaje interior protagonizado por el problema de la ciudad difusa de tipo

metropolitano, la atención se ve conducida al peculiar modelo de ciudad abierta, que ofrece la

Córdoba califal, en la que se alternan las almunias, con los arrabales y los espacios agrarios

ajardinados. Un modelo urbano caracterizado por el respeto y el realce de los rasgos del paisaje

natural, de la geología y la vegetación. Ejemplo que se asume como objetivo a preservar como

reserva, agraria de ocio y cultura para el disfrute de la población cordobesa, ante el proceso

acelerado de desaparición del paisaje periurbano engullido por un proceso de dispersión

incontrolada.

Una concepción integrada del patrimonio arqueológico. La definición de un modelo interpretativo La elaboración del modelo interpretativo antes descrito ha servido para proponer un método de

análisis e intervención en el caso de Madinat al Zahra que nos ocupa. Del resultado de las

investigaciones de los distintos equipos sobre los más variados aspectos del patrimonio natural y

cultural en el entorno de la ciudad califal resultaba una larga serie de objetos y parajes,

espacialmente identificados, a los que hemos hecho referencia en los párrafos anteriores. Un

catalogo que incluye desde espacios de interés geológico y cultural, asociaciones de vegetación y

fauna estrechamente ligadas a los yacimientos arqueológico, como ocurre con algunas disposiciones

de almeces, restos romanos de minería, infraestructuras de calzadas, junto con villas, necrópolis,

albercas y otros restos dispersos. El protagonismo en ese complejo conjunto patrimonial

corresponde lógicamente a los yacimientos islámicos de época califal, donde se encuentran desde el

conjunto urbano de Medina o las grandes almunias de Alamirilla o Turruñuelos, calzadas, acueductos

y puentes algunos elementos dispersos: albercas, fortificaciones etc. Junto con los elementos

reseñados aparecen también numerosos elementos bajomedievales y modernos.

Todo esta serie de elementos dispares precisaba para su adecuada valoración y protección de la

existencia de un cierto método de aproximación conceptual que los integrase en un conjunto bien

estructurado. Para ello era preciso la organización de redes, viarias e infraestructurales en donde

insertar tal diversidad de objetos. En este sentido, la aproximación teórica que hemos expuesto en

los párrafos anteriores nos brinda el necesario hilo conductor.

Historia y arqueología

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Así, una primera fuente de investigación para definir el entorno inmediatamente relacionado con

Medina Azahara, e identificar el significado de sus huellas, partía del intento de relacionar los relatos

recogidos en las crónicas de época califal relativos a la fundación y época de florecimiento de al

ciudad. De la documentación escrita se desprendía la importancia de las relaciones de la ciudad con

las laderas de la sierra y la llanura circundante, tanto en el orden visual como en el funcional. Desde

el punto de vista de las relaciones funcionales, el tráfago de materiales con origen en la misma Sierra,

incluía el transporte de sillares pétreos desde las canteras abiertas en los afloramientos rocosos y,

aún con mayor importancia, la captación de acuíferos por medio de la red de las infraestructuras

hidráulicas de acueductos y albercas. Igual relevancia revestían las relacionas con Córdoba a través

por del continuo movimiento de personas entre el alcázar cordobés y la nueva fundación, un tráfico

canalizado por medio calzadas y puentes recién trazados al objeto. En esos recorridos las principales

almunias, que aparecen como satélites de la nueva fundación, servía como lugares de descanso y

posada de los visitantes.

Fotografía 9 ámbito periurbano

Pero los intentos de interpretación de los restos arqueológicos a la luz de los relatos históricos como

base para la delimitación del ámbito de protección pronto se toparon con las limitaciones que

imponían los desarrollos urbanísticos recientes, tanto planificados como marginales y las nuevas

infraestructuras. Así, al seguir el gran eje ceremonial que los relatos repiten machaconamente y que

desde el alcázar cordobés seguía a la almunia de Al Naura, en el margen del río para desde allí

dirigirse en dirección noroeste hacia Medina, nos encontramos con que todo el tramo de este

recorrido desde Córdoba hasta superar el paso de la antigua Cañada Real Soriana reconvertida en

carretera primero, y autovía después, se encontraba masivamente alterado por infraestructuras

ferroviarias, industrias, parcelaciones ilegales y graveras, que constituían un paisaje caótico, en el

que si bien se han podido rescatar algunos valiosos elementos de puentes, albercas y restos de

almunias, aparecían como objetos descontextualizados, merecedores de catalogación y protección

puntual, pero donde resultaba imposible plantear una protección de conjunto. Además, la

accesibilidad de la propia carretera había provocado una banda de nuevos edificios en sus márgenes,

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salvo en el frente de Medina, en donde y las viejas tapias del antiguo recinto de las Caballerizas

Reales habían preservado su área interior. Sobrepasada la carretera, el siguiente obstáculo lo

conformaba el canal del Guadalmellato, construido en el primer cuarto de siglo. De esta forma, el

límite meridional quedaba claramente configurado por la cañada en el frente de Córdoba la Vieja y

por el citado Canal del Guadalmellato en el resto del área.

fig 10Planta de Medina y su entorno

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El papel central y protagonista del territorio lo ocupa indiscutiblemente el emplazamiento de la

ciudad califal sobre un espolón montañoso en el que la sierra se adentra en el espacio de la llanura.

Un lugar en el que concurre la preeminencia visual con las ventajas que otorga el asentamiento sobre

las canteras que suministran el material pétreo y sobre el acueducto romano que garantizaba el

suministro de agua. Las ventajas paisajísticas se explotan al máximo colocando las piezas más

representativas en una posición central. De forma quedan desplazadas a los flancos de modo que se

pueda disfrutar de una visualidad libre de obstáculos sobre el conjunto de la vega y el fondo de la

campiña. Un objetivo que se asumió como uno de los objetivos básicos sigue de la intervención

planificadora.

fig 11 Alamirilla

Por el costado oriental, Medina Azahara ha venido siendo tradicionalmente asociado a otro

importante yacimiento califal, situado a unos 2 km al oriente de la muralla de la ciudad, donde

Velázquez Bosco inició sus excavaciones hasta conseguir la disponibilidad sobre los terrenos de

Medina. Se trata de una importante Almunia que su primer excavador identificó como la posesión

almazoreña de Alamirilla y que posteriormente Manuel Ocaña atribuyó a la de Al Romaniya que las

crónicas citan como lugar preferido del Califa Alhakan II. Pasado dicho yacimiento la sierra se

aproxima al canal cerrando las visuales desde Medina, mediante un promontorio limitado por un

arroya, la Jarilla, que constituye el límite natural de la zona de protección. Aún entre la citada

almunia y la muralla de la ciudad se interpone otro importante yacimiento romano e islámico, con

restos de una villa, albercas, plataformas, acueductos etc que no ha podido identificarse

históricamente. Todo este conjunto, delimitado por el norte por la cornisa de la sierra con un

entorno de bosque mediterráneo excelentemente preservado, constituye un ámbito de protección

incuestionable.

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Más polémico resultó la delimitación del ámbito oriental en dirección hacia la aglomeración

cordobesa, donde la proximidad de al ciudad generaba mayores expectativas urbanísticas. En este

costado, en el lugar conocido como Turruñuelos, un topónimo generalmente aplicado a montículos

de ruinas, las fotografías aéreas de color revelaban la presencia indudable de una imponente almunia

califal, de cuyos restos se tenían noticias dispersas, pero también sin clara identificación en las

fuentes históricas. Algo más al norte de esta magnífica implantación, al pie de los escarpes de la

sierra, donde aflora la prolongación el mismo estrato de calcoarenitas en las que se asentó Medina,

aparecían las canteras originales, reaprovechadas en algún caso como eremitorios cristianos, de

donde se extrajeron los sillares de las construcciones califales, cuyas huellas son perfectamente

perceptibles en sus frentes. El proceso de extracción de los sillares conforma unos magníficos

espacios abovedados iluminados por un óculo central.

Fig 12 Canteras de Sta. Ana

Todo este conjunto se encuentra alejado unos 3 Km desde Medina, separado por un espacio de

llanura agrícola, sin más interferencia que un matadero en desuso. Aun cuando se desconociera la

identidad de la citada almunia, su ligazón con la ciudad califal quedaba atestiguada por la

comunicación que establece entre ambos yacimientos un potente eje infraestructural conformado

por una calzada califal, de la que permanecen restos de su trazado, un magnífico puente -Los

Nogales- y restos de otros. La calzada discurre en paralelo con un acueducto subterráneo romano,

reutilizado en época islámica, cuyo trazado identifican en superficie las bocas de los pozos de resalto.

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Fig 13 Puente de los Nogales fig 14 acueducto romano

La base paisajística natural Este poderoso eje infraestructural, aunque hoy abandonado, había supuesto históricamente el

espinazo vertebrador de la llanura, en cuyos márgenes aparecían albercas y otros retos menores, y

del que se desprendían ramificaciones de viejas calzadas, luego reconvertidas en veredas mesteñas,

en algunos casos acompañados por ramales de acueductos que captaban los manantiales del

reborde montañoso. Estos ámbitos serranos de captación nos conducían en ocasiones a paisajes

excepcionalmente preservados, donde la presencia de agua había dado lugar en época islámica a

cuidadosos trabajos de adaptación del terreno mediante aterrazamientos servidos por conducciones

y albercas, dando lugar a una copiosa vegetación de olivos y frutales. Uno de esos parajes, oculto en

un repliegue de la sierra, que conserva el inequívoco topónimo de Huertas de Valle- Hermoso

presentaba, además, en su contornos restos de minería romana y de implantaciones mozárabes y

bajo medievales.

Fig 15 Huertas de Vallehermoso

Este tipo de paisajes más húmedos y arbolados constituyen la tónica del frente de la sierra, tan

ensalzada por los cronistas califales, cuya silueta cierra el costado norte de nuestro ámbito siguiendo

aproximadamente el alcance de las visuales del paisaje contemplado desde Medina, aunque en el

costado nororiental, por mayor claridad, se adaptó el límite a la carretera que desde Córdoba

conduce ala vecina población de Trasierra. Este frente montañoso, de tan significativo papel

paisajístico como telón de fondo del valle del Guadalquivir, se erige sobre un basamento constituido

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por el estrato calizo al que antes hemos mención en relación con las canteras. La linealidad de dicho

estrato a lo largo de toda la zona baja de la sierra da lugar a la aparición de un rosario de viejas

canteras relacionadas con su uso en las distintas construcciones califales. Más arriba comienzan las

laderas en pendiente recubiertas de encinas almeces y acebuches, como vegetación residual de los

cultivos forestales califales.

Fig 16 Valdepuentes

Dentro de la masa arbolada se producen algunos enclaves en valles recogidos y fértiles dotados con

manantiales y antiguos acueductos. Un caso especialmente significativo es el del monasterio

Jerónimo de Valparaiso, que domina desde lo alto la medina y al que antes hemos hecho mención

como la construcción cristiana en la que se reutilizaron los materiales pétreos y los acueductos

originariamente procedentes o destinados a Medina Azahara. Otro enclave notable es el

protagonizado por el antiguo acueducto de origen romano que aprovisionaba de agua a Medina.En

esta zona, lo abrupto de la topografía multiplica las obras de fábrica, como sucede en el conocido

puente-acueducto califal de Valdepuentes, o con la serie de pozos de resalte necesarios para salvar

la verticalidad de la ladera en el camino hacia el alto de la sierra.

Visualidad y red viaria

El lugar preferente de observación del paisaje es el espacio público. El espacio de máxima

frecuentación pública en el territorio corresponde al viario, de ahí la importancia que reviste la

protección contra la limitación del campo visual desde las carreteras y caminos a su paso por los

paisajes de especial valor, un aspecto también abordado en la ley de carreteras al referirse a tramos

de carreteras de especial protección ecológica y paisajística.

Desde el punto de vista paisajístico la red viaria se convierte en el equivalente de la red nerviosa, un

sensorio, que articula la percepción del territorio. La percepción territorial desde el viario presenta

un carácter dinámico que depende de la velocidad propia del tipo de vía de que se trate. Existe una

serie de grados que oscilan desde la visión sintética de las autovías hasta la percepción detallada del

caminante.

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En complementariedad con las carreteras, la red caminera, como soporte de un desplazamiento

pausado para la percepción y disfrute del paisaje, facilita una inmersión en profundidad en el

territorio, ya que la interacción con el espacio que se atraviesa aumenta con la disminución de la

velocidad; en consecuencia, el mantenimiento del patrimonio de caminos con carácter público

resulta esencial como base para lograr la accesibilidad al paisaje.

La red caminera tradicional de largo recorrido, los Caminos Reales, por su perduración milenaria,

actúa como nexo estructurador del patrimonio histórico surgido en sus márgenes, de forma que

ofrece la oportunidad, con el mínimo empleo de recursos, de servir como base para el

establecimiento de las rutas culturales

Fig 17 Caminos desde Córdoba califal y Medina Axzahara

Consecuentemente, la búsqueda de itinerarios de acceso al paisaje, y la protección de las visuales

constituyó uno de los objetivos paisajísticos del Plan.En el territorio de Medina las infraestructuras

hídricas y camineras conforman el armazón integrador de su espacio que explican la propia razón de

ser de la ciudad. El gran acueducto romano que alimentaba Córdoba por el Oeste, con todos sus

ramales desde la Sierra, conforma la espina dorsal de las infraestructuras del territorio estudiado,

una osatura básica reinterpretada con intervenciones hídricas y camineras de tiempos califales.

Desde la calzada que lo acompaña y comunica directamente medina con Córdoba, hasta su

prolongación hasta la Almunia de Al Naura acompañada por el camino ceremonial de acceso a la

nueva ciudad. Gran parte de esta caminería se reutiliza en el medievo cristiano por la red de cañadas.

Modernamente, el canal de riego, las carreteras y el ave, completan esa red que permite la

percepción en muy distintas velocidades.

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El territorio como estratificación histórica En pocos lugares como en Medina se puede seguir con tanta claridad el proceso de aculturación

histórica, desarrollada en un paisaje natural privilegiado, conservado libre de intervenciones

degradantes hasta el momento de la redacción del planeamiento. Por no citar sino los rasgos más

significativos, sobre una potente estructuración romana que ha dejado sus huellas en potentes

infraestructuras hidráulicas de acueductos y albercas, así como en restos de doblamiento, villas y

necrópolis, minería etc., se asienta la magnifica organización califal que incluye el centro de Madinat

Azahara, con una constelación de almunias unidas por una red de infraestructuras hidráulicas. En

estratos sucesivos se acumulan las huellas del alto y bajo medievo cristiano, eremitorios y el notable

monasterio de San Jerónimo de Valparaíso, seguidos por las intervenciones de época moderna tan

significativas como el asentamiento de la Yeguada Real en las Cuadras del Rey

Fig 17 Urbanizaciones ilegales

El planeamiento como posicionamiento ético y servicio ciudadano En los últimos años, curiosamente los que siguen a la redacción del Plan, se viene observando el

avance de un urbanismo periférico descontrolado. Un proceso sin más ley que la satisfacción de las

apetencias individuales de apropiarse en su propio beneficio el disfrute un paisaje cultural, aún a

costa de ocasionar el destrozo de uno de los hitos más significativos de la cultura universal. Situación

que resulta aún más escandalosa si consideramos que se trata de un espacio espléndidamente

preservado en su integridad paisajística durante milenios, por las generaciones que nos han

precedido.

Ante esta situación se presenta como un deber ético ineludible, la recuperación de ese paisaje, tanto

en su valor para el disfrute del común de los ciudadanos, como por preservar uno de los símbolos de

identidad de la ciudad que constituye uno de los principales activos para su futuro desarrollo. Unas

demandas ciudadanas a las que se une, con mayor relevancia aún, la exigencia de preservar uno de

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los lugares patrimoniales arqueológicos que, sin exageración alguna, puede considerarse, entre los

más significativos de la historia universal.

Córdoba 13 de mayo de 2006