LA ACCION HUMANA - … · LA ACCION HUMANA tratado de economía ... jornadas, preparara Ludwig von...

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    LXJDW1G VON MISES * ^

    LA ACCION

    HUMANA tratado de economa

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    El doctor M apela a la pura ! fra, helada, qu vez, guste. Difi rizar un pensa apela a emocior La demagogia, nificacin, el

  • 1 B L O T C C A " I A U N I I V E R S H A D

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  • seguridad d todos, goza r.segura- mente de mayor poder Suasorio.

    Y, sin embargo, si contempla-mos la cosa con ms detenimlen-, to, s nos ocurre que, tal vez, a la larga, la filosofa misiana pro-duzca dramticos efectos. Mises, evidentemente, no ha escrito un panfleto. Nos brinda n acervo de sugestivas ideas acerca del so-cialismo y de J -actividad humana toda. El libro podra tener enor-me impacto si efectivamente lle-gara all en donde debiera es-tar: sobre la mesa de trabajo del pensador. La .lgica tal vez resulta lenta levadura; pero su^fecto es inexorable. _ , ~

    VERMONT ROYSTER : Wall Street Journal

    "Ludwig yon Mises, conocido internacionalmente como cabeza de la Escuela Austraca, maestro de F, A. von Hayek y de muchos otros economistas, fue durante veinticinco aos catedrtico en la Universidad de .yiena y, de l934 a 1940, ense en el Gradate lnstitute of International Studies de Ginebra. Ha dictado inconta-bles Conferencias en universida-des inglesas, francesas,- holande-sas witalianas, alemanas. y mejica-nas,; as como en la Gradate School of Business Administra-tion de Nueva York.

    U N I O N E D I T O R I A L , S . A . C o l o m b i a , 61 , T e l . 457 0 7 6 0

    - 2 8 0 1 6 M A D R I D

  • ISBN: 84-7209-116-3 Ttulo original: Human Action, A Treatise on Economics

    T r a d u c i d o d e l i n g l s p o r JOAQUN R E I G A L B I O L

    1980 by Unin Editorial, S. A. Colombia, 61 - 28016 Madrid

    Depsito Legal: M. 37.589 - 1980 Printed in Spain - Impreso en Espaa

    Musigraf Arab Cerro del Viso, 1 6 - T o r r e j n de Ardoz (Madrid)

    Edicin, 1986

  • Nota del editor

    Esta es la tercera edicin espaola de La Accin Humana , la obra que, con tanto cario y tanta dedicacin, durante largas jornadas, preparara Ludwig von Mises, hasta su primera apa-ricin (1949), para, con ella, arrumbar definitivamente los mitos marxistas (carencia de clculo), keynesianos (paro con inflacin) e intervencionistas en general (contradictorio efec-to de las medidas preconizadas), poniendo de manifiesto las consecuencias antisociales que tales tendencias llevan implci-tas, las cuales, segn se demuestra, dan lugar, invariablemente, a pobreza y explotacin entre las masas trabajadoras, entre esas queridas gentes a las que todo el mundo dice desea prote-ger y amparar.

    La primera traduccin espaola, como seala el autor en el subsiguiente prefacio, apareci en 1960, con arreglo al pri-mitivo texto citado. Mises corrigi y ampli la obra en 1963, quedando, sin embargo, extremadamente descontento de la correspondiente impresin tipogrfica, razn por la cual efec-tu una tercera y definitiva edicin en 1966. De acuerdo con este ltimo texto apareci la segunda edicin espaola en 1968, la cual qued agotada.

    Por eso y con motivo del trigsimo aniversario de la pri-mitiva aparicin de H u m a n Action, ha parecido oportuno efec-tuar una tercera edicin espaola, para que no falte en la mesa de trabajo del estudioso hispanoparlante preocupado de los temas sociales este tan esencial instrumento intelectual.

  • 2 La Accin Humana

    Se ha agregado un ndice alfabtico, para simplificar la labor indagadora, as como otro de las notas con que el traductor ha procurado facilitar la comprensin de algunos trminos y vo-cablos mstanos, deseando el mismo aprovechar esta oportuni-dad para agradecer al matrimonio Percy y Bettina Greaves su inapreciable auxilio. La traduccin completa fue tambin obje-to de cuidadosa revisin.

    Madr id , 1980

  • Prefacio a la tercera edicin

    Viva satisfaccin, en verdad, me produce la aparicin, ele-gantemente presentada por un distinguido editor, de la tercera edicin revisada del presente libro.

    Dos advertencias, de orden terminolgico, deseo hacer: Debo sealar, en primer trmino, que empleo siempre el

    vocablo liberal en el sentido al mismo atribuido a lo largo del siglo x ix y que an la Europa continental le reconoce. Re-sulta imperativo proceder as por cuanto no disponemos de otra expresin para definir aquel gran movimiento poltico y econmico que desterr los mtodos precapitalistas de pro-duccin, implantando la economa de mercado y de libre em-presa; que barr i el absolutismo real y oligrquico, instaurando el gobierno representativo; que liber a las masas, suprimiendo la esclavitud, las servidumbres personales y dems sistemas opresivos.

    Creo, en segundo lugar, oportuno destacar que el trmino psicologa aplcase, desde hace algunas dcadas, con un sen-tido cada vez ms restrictivo, a la psicologa experimental, es decir, a aquella psicologa que no sabe recurrir en sus an-lisis sino a los mtodos tpicos de las ciencias naturales. Estu-diosos que antes se consideraban psiclogos son, hoy en da, tildados de meros psiclogos literarios, negndoseles condi-cin cientfica. En economa, sin embargo, cuando se habla de psicologa, aldese precisamente a esta tan denigrada psicolo-ga literaria; por ello tal vez fuera conveniente que recurrira-mos a nuevo vocablo para designar tal disciplina. A este res-pecto, en mi l ibro Theory and History (New Haven, 1957, p-

  • 4 La Accin Humana

    ginas 264 a 2 7 4 ) suger el trmino timologa, que he em-pleado tambin en mi reciente ensayo The XJltimate Founda-tion of Economic Science (Princeton, 1952) . No considero, sin embargo, opor tuno dar carcter retroactivo a tal uso ni variar la terminologa manejada en anteriores publicaciones, razn por la cual, en esta nueva edicin, sigo empleando la palabra psicologa como en la primera.

    Dos traducciones de la primitiva Human Action han apa-recido: una italiana, del profesor de la milanesa Universit Bocconi, ba jo el t tulo L'Azione Umana, Trattato di Economa, publicada en 1959 por la Unione Tipografico-Editrice Torine-se, y otra castellana, de Joaqun Reig Albiol, titulada La Accin Humana, Tratado de Economa, editada en dos volmenes en 1960 por la Fundacin Ignacio Villalonga, de Valencia (Espaa).

    Tengo que agradecer a numerosos y entraables amigos su ayuda y consejos.

    Quiero, en pr imer lugar, recordar a dos ya fallecidos inte-lectuales, Paul Man toux y Wil l iam E. Rappard , quienes, brin-dndome la opor tunidad de profesar en el famoso Gradate Institute of International Studies, de Ginebra (Suiza), me per-mitieron iniciar el presente t rabajo, proyecto largo t iempo acariciado y que no haba tenido ocasin de abordar .

    Deseo igualmente expresar mi reconocimiento, por sus va-liosas e interesantes sugerencias, a M r . Ar thur Goddard , Mr . Percy Greaves, Dr . Henry Hazl i t t , Prof . Israel M. Kirzner, Mr . Leonard E. Read, Dr . Joaqun Reig Albiol y Dr . George Reisman.

    La mayor deuda de grati tud la tengo contrada, no obstan-te, con mi propia esposa por su constante aliento y ayuda,

    LUDWING VON M I S E S

    Nueva York, marzo 1966.

  • Indice general Pginas

    NOTA DEL EDITOR 1

    PREFACIO A LA TERCERA EDICIN 3

    INTRODUCCIN 17

    1. Economa y Praxeologa 17 2. Consideracin epistemolgica de una teora general de la accin

    humana 22 3. La teora econmica y la prctica de la accin humana 27 4. Resumen 31

    PRIMERA PARTE

    LA ACCION HUMANA

    CAPTULO I.EL HOMBRE EN ACCION 35 1. Accin deliberada y reaccin animal 35 2. Los requisitos previos de la accin humana 38

    En torno a la felicidad. Acerca de los instintos y los impulsos.

    3. La accin humana como presupuesto irreductible 43 4. Racionalidad e irracionalidad; subjetivismo y objetividad en la

    investigacin praxeolgica 45 5. La causalidad como requisito de la accin 50 6. El alter ego 52

    Sobre la utilidad de los instintos. El fin absoluto. El hombre vegetativo.

    CAPTULO II.PROBLEMAS EPISTEMOLOGICOS QUE SUSCITAN LAS CIENCIAS DE LA ACCION HUMANA 61 1. Praxeologa e historia 61 2. El carcter formal y apriorstico de la praxeologa 64

    La supuesta heterogeneidad lgica del hombre primitivo. 3. Lo apriorstico y la realidad 73 4. La base del individualismo metodolgico 78

    El yo y el nosotros. 5. La base del singularismo metodolgico 82 6. El aspecto individualizado y cambiante de la accin humana ... 84 7. En torno al objeto de la historia y su metodologa especfica 86 8. Concepcin y comprensin 91

    Historia natural c historia humana.

  • 6 La Accin Humana

    Pginas

    9. Sobre los tipos ideales 102 10. El mtodo de la economa poltica 110 11. Las limitaciones de los conceptos praxeolgicos 118

    CAPTULO III.LA ECONOMIA Y LA REBELION CONTRA LA RAZON 123

    1. La rebelin contra la razn 123 2. La lgica ante el polilogismo 127 3. La praxeologa ante el polilogismo 130 4. El polilogismo racista 141 5. Polilogismo y comprensin 144 6. En defensa de la razn 148

    CAPTULO IV.UN PRIMER ANALISIS DE LA CATEGORIA DE ACCION : 153 1. Medios y fines 153 2. La escala valorativa 157 3. La escala de necesidades 159 4. La accin como cambio 160

    CAPTULO V . E L T I E M P O 1 6 3

    1. El tiempo en cuanto factor praxeolgico 163 2. Pasado, presente y futuro 164 3. La economizacin del tiempo 166 4. La relacin temporal existente entre las acciones 167

    CAPTULO VI.LA I N C E R T I D U M B R E 1 7 3 1. Incertidumbre y accin 173 2. El significado de la probabilidad 175 3. Probabilidad de clase 177 4. Probabilidad de caso 180 5. La valoracin numrica de la probabilidad de caso 185 6. Apuestas, juegos de azar, deportes y pasatiempos 18/ 7. La prediccin praxeolgica 190

    CAPTULO VII.LA ACCION EN EL ENTORNO MUNDO 193 1. La ley de la utilidad marginal 193 2. La ley del rendimiento 205 3. El trabajo humano como medio 210

    Trabajo inmediatamente remunerado y trabajo mediatamente remunerado. El genio creador.

    4. La produccin 223

  • Indice general 12

    Pginas

    SEGUDA PARTE

    L A A C C I O N E N E L M A R C O S O C I A L

    CAPTULO VIII.LA SOCIEDAD HUMANA 229 1. La cooperacin humana 229 2. Crtica del concepto comprehensivista y metafsico de la sociedad 232

    Praxeologa y liberalismo. Liberalismo y religin.

    3. La divisin del trabajo 249 4. La ley de la asociacin de Ricardo 251

    Errores comunes en que se incide al tratar de la ley de asociacin.

    5. Los efectos de la divisin del trabajo 258 6. El individuo en el marco social 259

    El mito de la mstica unin. 7. La gran sociedad 265 8. El instinto de agresin y destruccin 267

    Errores en los que se suele incurrir al interpretar las enseanzas de la moderna ciencia natural, especialmente del darwinismo.

    CAPTULO IX.LA TRASCENDENCIA DE LAS IDEAS 277 1. La razn humana 277 2. Doctrinas generales e ideologas 278

    ha lucha contra el error. 3. El poder 292

    El tradicionalismo cont ideologa. 4. El mejorismo y la idea de progreso 297

    CAPTULO X.EL INTERCAMBIO EN LA SOCIEDAD 301 1. Cambio intrapersonal y cambio interpersonal 301 2. Vnculos contractuales y vnculos hegemnicos 303 3. La accin y el clculo 307

    TERCERA PARTE

    E L C A L C U L O E C O N O M I C O

    CAPTULO X I . E V A L U A C I O N S I N C A L C U L O 311

    1. La gradacin de los medios 311 2. El papel que desempea, en la teora elemental del valor y los

    precios, el imaginario trueque de mercancas 312 La teora del valor y el socialismo.

    3. El problema del clculo econmico 320 4. El clculo econmico y el mercado 325

  • 8 La Accin Humana

    Pginas

    CAPTULO XII.EL AMBITO DEL CALCULO ECONOMICO 329 1. El significado de las expresiones monetarias 329 2. Los lmites del clculo econmico 333 3. La variabilidad de los precios 337 4. La estabilizacin 339 5. El fundamento bsico de la idea de estabilizacin 346

    CAPTULO XIII.EL CALCULO MONETARIO, AL SERVICIO DE LA ACCION 353 1. El clculo monetario, instrumento del pensar 353 2. El clculo econmico v la ciencia de la accin humana 356

    CUARTA PARTE

    LA CATALACTICA O LA TEORIA DEL MERCADO

    CAPTULO XIV.AMBITO Y METODOLOGIA DE LA CATALACTICA 361 1. La delimitacin de los problemas catalcticos 361

    Existe, como ciencia, la economa? 2. El mtodo de investigacin basado en las construcciones imagi-

    narlas 367 3. La economa pura de mercado 369

    La maximizacin de los beneficios. 4. La economa autstica 377 5. El estado de reposo y la economa de giro uniforme 379 6. La economa estacionaria 388 7. La integracin de las funciones catalcticas 389

    La funcin empresarial en la economa estacionaria.

    CAPTULO XV.EL MERCADO 397 1. La economa de mercado 397 2. Capital y bienes de capital 400 3. El capitalismo 407 4. La soberana del consumidor 415

    El metafrico empleo de la terminologa poltica. 5. La competencia 420 6. La libertad 429 7. La desigualdad de rentas y patrimonios 440 8. La prdida y la ganancia empresarial 442 9. Las prdidas y las ganancias empresariales en una economa pro-

    gresiva La condenacin moral del beneficio. Consideraciones en torno a los mitos del subconsumo y de la insuficiente capacidad adquisitiva de las masas.

  • Indice general 9

    Pginas

    10. Promotores, directores, tcnicos y funcionarios 462 11. El proceso de seleccin 473 12. El individuo y el mercado 478 13. La propaganda comercial 484 14. La Volkswirtschaft 488

    C A P T U L O XVI.LOS PRECIOS 495 1. La formacin de los precios 495 2. Valoracin y justiprecio 501 3. El precio de los bienes de orden superior 504

    Una excepcin dentro del mecanismo determinante del precio de los factores de produccin.

    4. La computacin de costos 512 5. La catalctica lgica frente a la catalctica matemtica 526 6. Los precios de monopolio 537

    El anlisis matemtico de la teora de los precios de monopolio.

    7. El buen nombre mercantil 567 8. La monopolizacin de la demanda 573 9. Efectos de los precios de monopolio sobre el consumo 575

    10. La discriminacin, mediante el precio, por parte del vendedor. 580 11. La discriminacin, mediante el precio, por parte del comprador ... 584 12. La interconexin de los precios 585 13. Precios y rentas 587 14. Precios y productos 589 15. La quimera de los precios no mercantiles 590

    C A P T U L O XVII. K!. CAMBIO INDIRECTO 595 1. Los medios de intercambio y el dinero 595 2. Consideraciones en torno a determinados errores harto difundidos. 596 3. La demanda y la oferta de dinero 600

    La trascendencia epistemolgica de la teora de Cari Menger sobre el origen del dinero.

    4. La determinacin del poder adquisitivo del dinero 610 5. El problema de Hume y Mili y la fuerza impulsora del dinero ... 623 6. Variaciones del poder adquisitivo del dinero provenientes del lado

    monetario y variaciones provenientes del lado de las mercancas. 627 Inflacin y deflacin; inflacionismo y deflacionismo.

    7. El clculo monetario y las variaciones del poder adquisitivo ... 634 8. La previsin de las futuras variaciones del poder adquisitivo ... 636 9. El valor especfico del dinero 640

    10. La trascendencia de la relacin monetaria 643 11. Los sustitutos monetarios 645

  • 10 La Accin Humana

    Pginas

    12. Lmites a la emisin de medios fiduciarias 648 Observaciones en torno a la libertad bancaria.

    13. Cuanta y composicin de los saldos de tesorera 668 14. Las balanzas de pagos 672 15. Las cotizaciones nterlocales 674 16. La tasa del inters y la relacin monetaria 682 17- Los medios secundarios de intercambio ,.. 688 18. Interpretacin inlaconista de la historia 693 19. El patrn oro 699

    La cooperacin monetaria internacional.

    CAPTULO XVIII .LA ACCION Y EL TRANSCURSO DEL TIEMPO. 711 ! La respectiva valoracin de los diferentes perodos temporales ... 711 2. La preferencia temporal, condicin tpica del actuar 717

    Observaciones en torno a la evolucin de la teora de la preferencia temporal.

    3. Los bienes de capital ... 726 4. Perodo de produccin, perodo de espera y periodo aprovisionado. 731

    Prolongacin del perodo de provisin ms all de la presunta vida del actor. Algunas aplicaciones de la teora de la preferencia temporal.

    5- La convertibilidad de los bienes de capital 744 6- El influjo del ayer sobre la accin 747 7- Acumulacin, conservacin y consumo de capital 758 8. La movilidad del inversor 763 9. Dinero y capital; ahorro e inversin 767

    CAPTULO XIX.LA TASA DEL NTERES 771 1- El fenmeno del inters 771 2. El inters originario 774 3. La cuanta de la tasa del inters 782 4. EL inters originario en IB economa cambiante 784 5. El cmputo del inters 787

    CAPTULO X X . E L I N T E R E S , L A E X P A N S I O N C R E D I T I C I A Y E L

    CICLO ECONOMICO 789 1. Los problemas 789 2. El componente empresarial del inters bruto de mercado 79C 3. La compensacin por variacin de precios como componente del

    inters bruto de mercado ... 794 4. El mercado crediticio 799

    Los efectos que sobre el inters originario provocan las variaciones de la relacin monetaria - 803

  • Indice general 11

    Pginas

    6. Efectos de la inflacin y la expansin crediticia sobre el inters bruto de mercado 806

    La tan alabada ausencia de crisis econmicas bajo la organizacin totalitaria.

    7. Efectos de la deflacin y la contraccin crediticia sobre la tasa del inters bruto de mercado 826

    La diferencia entre la expansin crediticia y la simple inflacin.

    8. La explicacin monetaria o de crdito circulatorio de los ciclos econmicos ... 833

    9. Efectos que la reiteracin del ciclo econmico provoca en la econo-ma de mercado 839

    La funcin que los desaprovechados tactores de produccin desempean durante las primeras etapas del auge. Los errores que encierran las explicaciones no monetarias de los ciclos econmicos.

    CAPTULO XXI.TRABAJO Y SALARIOS 857 1. Trabajo introversivo y trabajo extroversivo 857 2. El trabajo como fuente de alegra o de fastidio 859 3. Los salarios 864 4. El paro catalctico 872 5. Salarios brutos y salarios netos 876 6. Salario y pervivcnciu 879

    Comparacin de la explicacin histrica de los salarios con el teorema regresivo.

    7. La oferta de trabajo y la desutilidad del mismo 890 Consideraciones en torno a la ms popular interpretacin de la revolucin industrial.

    8. Efectos que las mutaciones del mercado provocan en los salarios. 908 9. El mercado laboral 910

    La actividad laboral de esclavos y bestias.

    CAPTULO XXI ILOS FACTORES ORIGINAROS DE PRODUCCION DE CONDICION NO HUMANA 925 1. Consideraciones generales en torno a la teora de la renta 925 2. El factor temporal en la utilizacin de la tierra 929 3. La tierra submarginal 932 4. La tierra como lugar de ubicacin 934 5. El precio de la tierra 936

    El mito del suelo.

    CAPTULO XXIII.EL MERCADO Y LAS REALIDADES CIRCUN-DANTES 941 1. Teora y realidad 941

  • 12 La Accin Humana

    Pginas

    2. La trascendencia del podero 943 3. La trascendencia histrica de la guerra y la conquista 946 4. El hombre, entidad real 948 5. El perodo de acomodacin 950 6. La limitacin de los derechos dominicales y los problemas refe-

    rentes a los costos y los beneficios externos 953 Los beneficios externos en la creacin intelectual. Privilegios y cuasi privilegios.

    CAPTULO XXIV.ARMONIA Y CONFLICTO DE INTERESES 967 1. El origen de las ganancias y las prdidas empresariales 967 2. La limitacin de la descendencia 971 3. La armona de los rectamente entendidos intereses sociales ... 979 4. La propiedad privada 991 5. Los modernos conflictos 993

    QUINTA PARTE

    LA COOPERACION SOCIAL EN AUSENCIA DEL MERCADO

    CAPTULO XXV.EL MODELO TEORICO DE UNA SOCIEDAD SOCIALISTA 1001 1. El origen histrico de la idea socialista 1001 2. La doctrina socialista 1007 3. Examen praxeolgico del socialismo 1010

    CAPTULO XXVI.LA IMPRACTICABILIDAD DEL CALCULO ECO-NOMICO BAJO EL REGIMEN SOCIALISTA 1013 1. El problema 1013 2. Pasados errores en el planteamiento del problema 1017 3. Modernas tentativas de clculo socialista 1019 4. El mtodo de la prueba y el error 1021 5. El cuasi mercado 1024 6. Las ecuaciones diferenciales de la economa matemtica 1030

    SEXTA PARTE

    EL MERCADO INTERVENIDO

    CAPTULO XXVII.EL ESTADO Y EL MERCADO 1039 1. En busca de un tercer sistema 1039 2. El intervencionismo 1041 3. Las funciones estatales 1044 4. La rectitud como norma suprema del individuo en su actuar 1049

  • Indice general 13

    Pginas

    5. El laissez faire 1057 6. La directa intervencin del consumo 1060

    De la corrupcin.

    CAPTULO XXVIII.EL INTERVENCIONISMO FISCAL 1067 1. El impuesto neutro 1067 2. El impuesto total 1069 3. Objetivos fiscales y no fiscales del impuesto 1071 4. Los tres tipos de intervencionismo fiscal 1073

    CAPTULO XXIX.LA RESTRICCION DE LA PRODUCCION 1075 1. Las medidas restrictivas de la produccin 1075 2. El fruto de la restriccin 1077 3. La restriccin como privilegio 1083 4. El restriccionismo como sistema econmico 1092

    CAPTULO XXX.LA INTERVENCION DE LOS PRECIOS 1095 1. El estado y la autonoma del mercado 1095 2. La reaccin del mercado ante la intervencin estatal 1101

    Consideraciones en torno a la decadencia de la civilizacin clsica.

    3. Los salarios mnimos 1111 La catalctica ante la actividad sindical.

    CAPTULO XXXI.EL INTERVENCIONISMO MONETARIO Y CRE-DITICIO 1127 1. El estado y el dinero 1127 2. Condicin intervencionista del curso forzoso 1131 3. El actual intervencionismo monetario 1134 4. Los objetivos de la devaluacin monetaria 1138 5. La expansin crediticia 1144

    El mito de las medidas contraciclicas. 6. La intervencin de los cambios y el comercio bilateral 1154

    CAPTULO XXXII.CONFISCACION Y REDISTRIBUCION 1159 1. La filosofa confiscatoria 1159 2. La reforma agraria 1160 3. La fiscalidad expoliadora 1161

    Tributacin confiscatoria y riesgo empresarial.

    CAPTULO X X X I I I . S I N D I C A L I S M O Y CORPORATIVISMO 1171 1. El sindicalismo \ \ 1 \ 2. Los errores del sindicalismo 1173 3. Influjos sindicalistas en la actual poltica econmica 1175 4. Socialismo gremial y corporativismo 1177

  • 14 La Accin Humana

    Pginas

    CAPTULO X X X I V LA ECONOMIA DE GUERRA 1185 1. La guerra total 1185 2. La guerra y la economa de mercado 1191 3. Guerra y autarqua 1195 4. La inutilidad de la guerra ... . . . 1198

    CAPTULO XXXV.LA TEORIA DEL BIEN COMUN ANTE EL MERCADO 1203 1. La requisitoria contra el mercado 1203 2. La pobreza 1205 3. La desigualdad 1212 4. La inseguridad 1227 5. La justicia social 1229

    CAPTULO XXXVI.LA CRISIS DEL INTERVENCIONISMO 1233 1 . . Los frutos del intervencionismo 1233 2. El agotamiento de tas disponibilidades 1234 3. El ocaso del intervencionismo 1238

    SEPTIMA PARTE

    EL LUGAR Q U E OCUPA LA C I E N C I A ECONOMICA E N E L MARCO SOCIAL

    CAPTULO XXXVII .LA PECULIAR CIRCUNSTANCIA DE LA CIEN-

    CIA ECONOMICA 1245 1. La singularidad de la economa 1245 2. La ciencia econmica y la opinin pblica 124

  • /

    NOTAS DEL TRADUCTOR

    Catalctica 21 Causalidad 57, 176 Comporramentismo 27 Comprehensivismo 233 Continental Currency 639 Crdito circulatorio 648 Dinero; d. mercanca; d. crdito; y d. jiat. 596 Ecuacin de intercambio 536,597-598 Epistemologa 24 Escuela austraca 23 Fullarton, principio de 662 Fungibles y duraderos (bienes) 205 Gresbam, ley de 356 Greenbacks 701 Heurstica 308 Historicismo 23 Ideologas 320 Identidad valorativa 65 Mandato Territoriaux 639 Neutralidad del dinero ... 598 Nivel de precios 597 Panfisicismo 27 Participacin y Contradiccin (Lvy-Bruhl) 71 Polilogsmo 24 Praxeologa 21 Realismo conceptual 233 Schumpeteriana valoracin de los factores

    de produccin 536 Subjetivismo 20 Sustitutos monetarios 596 Teleologa 5 7 , 1 7 6 Teorema regresivo 615 Universalismo 233 Valor, teora del 20

  • Introduccin

    1. ECONOMIA y PRAXEOLOGA

    La economa es la ms moderna de todas las ciencias. Nu-merosas ramas del saber brotaron, a lo largo de los ltimos doscientos aos, de aquellas disciplinas que los griegos clsicos ya conocieran. Pero, en realidad, lo nico que iba sucediendo era que algunas de ellas, encuadradas desde un principio en el antiguo complejo de conocimientos, se convertan en ciencias autnomas. El campo de investigacin quedaba ms ntida-mente subdividido y poda ser examinado mejor; sectores que antes haban pasado inadvertidos cobraban corporeidad y los problemas se abordaban con mayor precisin. El mundo del saber, sin embargo, no por ello se ampliaba. La ciencia econ-mica, en cambio, abri a la investigacin una zona virgen y ni siquiera imaginada anteriormente. El advertir la existencia de leyes inmutables que regulan la secuencia e interdependencia de los fenmenos sociales desbordaba el sistema tradicional del saber. Se alumbraban conocimientos que no eran ni lgica, ni matemtica, ni tampoco psicologa, fsica o biologa.

    Los filsofos pretendieron, desde la ms remota antige-dad, averiguar cul fuera el designio que Dios o la Naturaleza se proponan plasmar a lo largo de la Historia. Queran des-cubrir la ley que rige el destino y evolucin de la humanidad. Incluso pensadores desligados de toda inquietud teolgica, al andar los mismos caminos, fallaron en su empeo, porque utili-zaban igualmente mtodos inadecuados. Manejaban siempre abstracciones, refirindose invariablemente a conceptos gene-

  • 18 La Accin Humana

    rales, tales como humanidad, nacin, raza o religin. Estable-can, de manera arbi trar ia , los f ines a los que la propia natura-leza de tales entidades apuntaba. Pero jams conseguan preci-sar cules fuerzas concretamente impulsan a las gentes a com-por ta rse de forma tal que permit ieran a aquellas idealidades al-canzar sus supuestos objetivos. Po r ello tenan que recurr ir a las ms abstrusas explicaciones: a la intervencin milagrosa de la divinidad, que se haca presente por la revelacin o la aparicin de profetas o ungidos caudillos; a la predestinacin; a cierta preestablecida armona; y hasta a la mstica intervencin de fabulosa alma nacional o universal. H u b o quienes incluso alu-dieron a la astucia de la naturaleza, la cual provoca en el hombre impulsos que, aun involuntar iamente, le conducen por las sendas deseadas.

    O t ros pensadores, ms realistas, no se preocuparon de ave-riguar cules fue ran los designios de la divinidad o la naturale-za. Contemplaron los asuntos humanos desde un pun to de vista poltico. Catalogaron normas para la actuacin pblica, creando una especie de tcnica de gobierno. Los de mente ms audaz propugnaban ambiciosos planes para la reforma y completa reestructuracin de la sociedad. O t ros se contentaban con co-leccionar y sistematizar la experiencia histrica. Todos, sin embargo, pensaban que, en el orden social, no haba aquella regularidad fenomenolgica por doquier reconocida en lo ati-nen te a la lgica y a las ciencias naturales. Descuidaban entera-mente , por eso, el investigar las leyes de la vida social; el hom-bre , en su opinin, poda organizar la sociedad como mejor estimara. Cuando la realidad no conformaba con el deseo del reformador y las utopas resultaban irrealizables, el f racaso se atribua a la imperfeccin moral de los humanos. Los proble-mas sociales se consideraban cuestiones puramente ticas. Para edificar la sociedad ideal slo precisaba contar con rectos go-bernantes y subditos virtuosos. Cualquier utopa poda, as, ser convertida en realidad.

    El descubrimiento de la interdependencia ineluctable de los fenmenos del mercado puso de manif iesto lo in fundado de tal supuesto. El a la sazn pensador social hubo de afrontar ,

  • Introduccin 19

    desorientado, un planteamiento otrora inimaginado. Advir t i , con estupor , que caba ponderar el actuar de las gentes desde nuevos ngulos, que no se l imitaran s implemente a considerar lo bueno y lo malo, lo leal y lo desleal, lo_ justo y lo injusto. Comprendi , de pronto , azorado, que los fenmenos, en la ac-tividad humana , se a jus tan a leyes regulares que precisa res-petar quienquiera desee alcanzar precisos objet ivos; que care-ca de sent ido enfrentarse con la realidad a modo del censor que aprueba o desaprueba, segn su sentir personal y con arre-glo a mdulos arbi trarios. Hab a que estudiar las normas rec-toras de la accin del hombre y de la cooperacin social a la manera como el fsico examina las que regulan la naturaleza. El que el anlisis de la actividad humana y la vida comunitaria se convirt iera en ciencia de relaciones predeterminadas, dejan-do de ser considerado como tema meramente normativo, de-dicado a ponderar no lo que es, sino lo que debiera ser, consti tuy una revolucin de trascendencia enorme, no ya slo en el mbi to de la investigacin cientfica, sino en cuanto atae a la supervivencia de la humanidad .

    D u r a n t e ms de cien aos, sin embargo, los efectos de este radical cambio en el modo de razonar fue ron l imitados, por cuanto se pensaba que la nueva ciencia aluda tan slo a un reducido aspecto de la actividad humana: el at inente a la vida mercanti l . Los economistas clsicos dieron con un obstculo -la aparente ant inomia del va lo r que fueron incapaces de salvar. Su imperfecta teora obligles a reducir el mbi to de la propia ciencia que ellos mismos estaban a lumbrando. La eco-noma poltica, hasta finales del siglo pasado, nicamente aspir a estudiar el aspecto econmico de la accin humana, sin ser otra cosa que la teora de la riqueza y del egosmo. Tra taba de la accin humana en cuan to apareca impulsada por lo que, de m o d o muy poco satisfactorio, se denominaba afn de lucro, sin obje tar que el es tudio de los dems aspectos de aquel ac-tuar quedara reservado para otras disciplinas. La revolucin que los economistas clsicos desataran fue complementada por la moderna economa subjet iva, que iba a t ransformar el puro

  • 20 La Accin Humana

    anlisis de los precios en la teora general de la eleccin humana *.

    No se advirti, sin embargo, al principio, como decamos, que la sustitucin de la doctrina clsica del valor por la nueva teora subjetiva representaba bastante ms que reemplazar im-perfecta explicacin del intercambio mercanti l por otra mejor .

    * El problema del valor, como a nadie se lo oculta, es de trascendencia capital en el terreno de la economa y las ciencias sociales en general. Los clsicos ingleses, segn es bien sabido, se perdieron, pese a su indudable perspicacia, al enfrentarse con el problema de por qu vala el pan menos que los brillantes, por emplear una comparacin ya generalizada, yndose a buscar en los costos mate-riales de produccin la causa del valor de las cosas, sin percatarse de que, en definitiva, el costo de una satisfaccin no es sino aquella otra de la que nos vemos obligados a prescindir para poder alcanzar la primera. Marx, siguiendo a Ricardo, lleg incluso a afirmar, como tampoco nadie ignora, que es exclusivamente el trabajo lo que da valor a las mercancas. Los bienes en que se ha incorporado trabajo humano contienen valor y carecen de l en caso contrario. (Vid, El Capital, EDAF, Madrid, 1976, pg. XLIII.) Esta solucin clsico-marxista no poda pre-valecer, pues, por lo pronto, entre otras cosas, dejaba sin explicar el valor de los factores naturales de produccin, que constituyen la mayor parte de los bienes econmicos. Por qu vale para el hombre un rbol, un bosque, que ha crecido solo, una extensin de terreno, una mina o una cantera, pongamos por caso, donde no hay trabajo humano alguno incorporado? Wilhelm Ropke (Introduccin a la Economa Poltica, Unin Editorial, Madrid, 1974, pg. 31), con extraordinario grafismo, oponindose a la teora laboral del valor, resalta: Un traje no vale ocho veces ms que un sombrero porque represente ocho veces ms de trabajo (relacin esta ltima que se mantiene con independencia del valor del sombrero y del traje), sino que la sociedad est dispuesta a invertir ocho veces ms trabajo en el traje, porque luego, una vez terminado, valdr ocho veces ms que un sombrero. La solucin a todo este intrincado problema brindronla coetneamente (1871) el brit-nico Jevons y el austraco Menger, como tambin es conocido, con su teora subje-tiva y rnargnalista del valor, independientemente de que ya con anterioridad haba sido intuida tal salida por el banquero ingls Samuel Batley (1791-1870) quien, en A Critical Dissertation on the ature, Measnres, and Causes of Valu (1825), critica duramente el objetivismo de David Ricardo, as como por el alemn Hermann Heinrich Gossen (1810-58) quien seriamente plantea ya el problema marginal en Entwicklung der Cesetze des menscblicben Verkehrs und der daraus fliessenden Regeln fr menschlicbes Handeln (1854), cuya teora nadie, a la sazn, advirti, hasta que precisamente Jevons la sac a la luz. Impertinente sera, en esta sencilla nota, pretender entrar en el estudio del subjetivismo, particularmente, por cuanto Mises, una y otra vez, a lo largo del presente tratado, va a abordar y explicar repetidamente el tema. (N. del T.)

  • Introduccin 21

    Una teora general de la eleccin y la preferencia rebasaba el campo al que los economistas, desde Canti l lon, H u m e y Adam Smith hasta John Stuar t Mil i , circunscribieran sus estudios. Implicaba que ya no bastaba el s imple examen del aspecto econmico del esfuerzo humano , tendente exclusivamente a conseguir lo que el hombre , para el mejoramiento de su bienestar material , precisare. La accin humana , en cualquiera de sus aspectos, era ya obje to de la nueva ciencia. Todas las de-cisiones del hombre presuponen efectiva eleccin. Cuando las gentes las llevan a efecto deciden no slo ent re diversos bienes y servicios materiales; al contrar io, cualquier valor h u m a n o , sea el que sea, entra en la opcin. Todos los fines y todos los medios l a s aspiraciones espirituales y las materiales, lo su-blime y lo despreciable, lo noble y lo v i l ofrcense al hom-bre a idntico nivel para que elija, pref i r iendo unos y repu-diando otros . Nada de cuanto los hombres ansian o repugnan queda fuera de tal nica eleccin. La teora moderna del valor vena a ampliar el hor izonte cientfico y a ensanchar el campo de los estudios econmicos. De aquella economa poltica que la escuela clsica sistematizara emerga la teora general de la accin humana , la praxeologta Los problemas econmicos o catalcticos 2 quedaban enmarcados en una ciencia ms general, integracin imposible ya de alterar. T o d o estudio econmico ha de par t i r de actos consistentes en op ta r y prefer i r ; la eco-noma const i tuye una par te , si bien la mejor t rabajada, hasta ahora, de una ciencia ms universal , la praxeologia *.

    1 El trmino praxeologta fue empleado por primera vez, en 1890, por Espinas. Vid. su artculo Les Origines de la Technologie, Revue Philosophique, ao XV, XXX, 114-115, y el libro, publicado en Pars en 1897, con el mismo ttulo.

    ' El trmino Catalctica o Ciencia de los Intercambios fue usado primeramente por Whately. Vid. su libro Introductory Lectures on Political Economy, pg. 7. Londres, 1831.

    * Para la escuela Mises-Hayek, la catalctica, del griego katallattein (canjear, permutar), es la teora general del intercambio en el mercado libre, mientras que la praxeologa, del griego praxis (actuacin, prctica) y logia (doctrina, ciencia), cons-tituye disciplina que se ocupa de la consciente actividad humana toda las aspiraciones espirituales y las materiales, lo sublime y lo despreciable, lo noble y lo vil, por lo que engloba y, al tiempo, desborda el mbito de la primera, la cual alude tan slo al aspecto, digamos, mercantil del hacer del hombre. (N. del T.)

  • Li Lcnflpj fiw>ntrM

    2. CONSEDEH acin msrtuob&iCA DE lili A TEORA GENERAL UE LA ACCtN HUMANA

    En Ja nueva ciencia todo apareca probJeiuiiico. F.mpezaba pr surgir como cocrptt cvrqfici CP ni iiltCTPa tradicional del saber los estudiosos, pcrTilcjos, na acertaban a tlasificatk ni a asignarle lugat adecuado. H;i liaban se, sin embargo,. conven-cidos de qcic ;; inclusin de la economa en el catalogo de! conocimiento no exiga roargangj ni urnplr ta estado, Inti-maban Lue Ea clitsificacian hallbase ya completa. Si ]a pomo-ma no acoplaba en el sistema era purgue los CrfimistH fti abordar SES problemas h utilizaban marojos imperfectos.

    Lo malo es que mennspreeiHir lafl lucub radones en torno a Eo que constituye k esencia, mbito y carcter Ejcjico de la eco-noma, en al s-J se traan de eSLoJistiCus biliiutinisulOS, propios tan slo de pedantes dmines, no ei sino i^noiar por compJeti la trascendencia Je taes debares, Hl lase por *Ecsgricjnh muy eitendido el error de suponer oue (a economa ouede prtisej^uir Sus estudios en un clima de serenidad, haciendo LISO miiiso de aquellas discusiones en torno i cul CH el mejor mtodo de investigacin. En li Mdtfaxleniircli fd.Ls]>iic4i wbre el mttodtf) entle Tos economistas Austraco! y la chuela histrica prusiana Ma Ikmada ftvardjfi ifdccttidi fe la Casa lnhen/ju] lern ) o en ta polmica filtre John Bates CUrk y el instUiiCiotsalismo amen cano se trataba de dilucidar mucho m$S que la Simple cuestkbl de CUl fuera el mejor proccHmicnro de investigacin a em-plear. Ijfi que se quera, en verdad, era peCsar el fundamento epistemolgica de Ea deuda de Ta accin humana y su legiti-midad lgica. Partiendo de nn sistema aE que era evtrano r] pensamiento p rajieoLgico y de una filosofa t|ue s!o Kconocffl como cientficas adems de la lgica y las matemticas las riendas naturales y Ja historia t machos tratadista* negaron valor y utilidad a [a teora econmica. El hisLorctsmo preten di sustituirla por la historia econmica y el posiiivwmo por nna imposible ci^-nrfa social basada en ta estructuru y la tgiCfi de la mecnica twrfft&iiana. Ambas ciC^elas coincida i un me noorpttda las conquisLat del |>ensanenLo econmico No ern

    lntte1tCCn 23

    posibJe que los economistas sporratin iindiferenie& taies n a q u e s .

    H radien!ismo de ESb jundena en hinque de Ja ecnnonia bien pronro, sin embiHJOh haba de ser rebasado pt r un nihilis-mo todava ms gencialiadp l">tEde 1 ien>po inmenso i i u.1. ls liombiet a pensar, liabar y actuar i'ntn accjitfl KT \>ni(i liwlio indiscutible, Li uniformidad e inmutabilidad de la

    estructura lgica de la rnente humL(ii. T era sino engendro burgus^ v los eco-nomistas meros (ihkn-fantcstfr del capitalismo. L'nicaEneute !tl sodedod sin clases le La utopa sucialistj ]eentp!aariir por la verdad, las mentiras jdeol^ict.

    1 !>r-r pnlilogismr- mis tarde v^Eti nuevos topares. Dumk: el tipilo del historie!Timo se awj^ur que la estIUCtlI 10gi.CS dd pensatmiejito y los mtodos de acnijit del hombre camhian eti el cnr.w dela-nrocrn histrica. Rl pfililnjjismo raciid adscribi a cad^ raza una Lgica peculiar. Y el iturractonalismo preEen-di que h ruin no es imtruniento idneo para investigar [os impulsos iriacionnEeE que camhian influyen en la conducta humana *.

    ' Li eicucid SHSt'ijcj (.Mimt. l40-1?21. Ticiicr. J1[-]?3 BWmj-B^wtjl. 831-1911; .Mit., ]tiUL-]!17J: Havik, IWft i, & U n Juhiilo ictoibci j d H ^ R N L D IH H I I >. I r I I I : I subirt t i i im > m u t i m l QIIT HNY y NINPN prc^nitilJ scriimpiie dlCUl ffl lo imc f ^ l i ^ i ^ n ^ d ptniaraieniD Mtdtit, IJUI:-J:HI"KHI> nrmirtiodc^, RAMA uicsi JI-CFIM:.: -en. ID que XIIRE kl i'-LFLRI :'" VALOR, ] u c l j i r a (Smdhh. 1723 1730, K k j n b . L772 [23; MUI SM-UT)}, usi cima M j t t

  • 24 .J Amttrt \fufmna

    l i s tas, d o c e ; in is , e v i d e n t e m e n t e , r e h u s a n l a e s f e r * J e l a c a -

    r l l i c i k - a . P o n e n e n t e t a d e j u i d t j n u s l o k e c o n o m a y l e

    p r a x e o J o ^ k , s i n o , L-lcmis, t o d a s l a s r a m a s d e l s a b e r y h a s t a k

    p r o p : g r ^ E f t h u m a n a . A h i t a n a a q u e l l a s C t e n e i a i . ,il JLjual q u e

    a k m u t e m r i c a o k f l s iCt i . P a r e c e . . p o r t a n t o , q u e t a p e r t i n e n t e

    r e f u t a c i n n o f i n i e r a c o r r e s p o n d e r a n i n g u n a p a r t i c u l a r r a m a

    s a b e r , s i n o a h e p i s t e m o l o g a V i l a f i l o s o f a en p e n c i a I .

    C u b r a as i J u s t i f i c a c i n a p a r e n t e l a a c t t i u d d e a q u e l l o : - e c o n o -

    m a Las q u e p r o s i g u e n tr-LULquiJamcmEe s u s e s t u d i e n ) s.in p r e s t i r

    m i y o r a t e n c i n n i i k a a l u d i d a s c u e s t i o n e s e p i s t e m o l g i c a s

    n i a l a g o b j e c i o n e s f o r m u l a d a s p o r e l p d O g i & m y t i a n t 7 r a -

    k n u i i s j n u . 1 f s i c o n o se: p i e i c u p a d e s i S L l l d a n SUS " e u n a s

    d e b u r g u e s a s , t v i i c c j t a l e s o "Lidias; p o r l o m i s m o , e l e c o i o m i t -

    t a h a b r a d e m e n o s p r e c i a r [ a d e E L i g c a c i ^ y l a c a l u m n i a . De&en ' - a

    t t a j a r q u e l a d r a r a n |O p e r r o s , s i n d a r E n a y y t 2ni]iurt:iLL^a a su.=, H U n i d o s . C a b a l e r e e n r j a r e l p e n s a m i e n t o d e S|>LLLVA: S a n e S1CUI T IU.k i p s a m e t t e n e b r a g m a n r e s r a r h s ic v e r i t a s n o r m a 5 u i e t f a H e s t * .

    J t e m a n n a f e c t a , s l l e m b a d o , i o r B^LZS] a l a c u m n m s q u e i ! a s nu i emfL i raH o a l a s c i e n c i a s n a t u r a l e s , El pol ] jg.Lsin-: i y

    e l - i n t i r r u c o n a t a m u d i r i g e n r c a l m e n t e s u s d a r d o s c o n t r a E a

    raen es in: n ^ n l n ikdur t l im de los ocin^ni.'ii i1- iiJscrLicos. ofirn.'itfliJri r.ir H .J d esnidio hiscftaiT !:i rwotiilisrifi Je datia rpcrfmLnLi , p t rn imi ILIN .:.M .i? kyr^ tf&MIUFCNI Su PUJRURJ. IN EJ p tn i f i , rr* InumliblflIlBilJt Jn1cmdciJDni:tE 7 NIR riMnri.

    J'iT J'iu'it Clark (L34T rcoranrjiiLi ciradaiiriidcnse qi*: an | ' ir!- rntudijul .-1 Tiu^ipn lL[f'Jclbcrql. HJ. !:cndii rcrif-jrdjrrjinti ,1 o:,i. ' i r IKS vicnwi. F.T 11 -:IM e^ I' ":i: O i l f o , t k t n (Te I* Uii'.m nklfc] tjjlumbia, cal penin rdmiD, en: rem I-JIM TCI E ;i"iV.'.' " 1.1 :'. r^r : V&lcn, ISTJ l ^ ; (vviirYXJI'., JB&21HJ; MILHTI. 1 B 7 + J!MS; Coaly r D I K T , J E ^ - L U L , ^ F ^ I N rnirii ninuci^nnn tk l i tiv.nl.i hnbdtffij

    r.p, *pilfiHwl$ifi, IFFLFTFR (H|i:hi(i t SifcitUf, M- O,.i|n t In lldtud. c Id T:KC Itrifi^ ile li .-nicklni -n ti irtii .ir-n|(L;p, i-ic k e n e , a . i ' : p i t r . hu "-i t i m.iL-ili: de i u .

    EL f--iJiJ: 1 r 1 : n, pur tu l'arrc, m ^Hjmcn, firma que jinv dicrfcicn W H U A . hxD n i ll d l H Hfirl, la I-H rrlinlm. In rtdmiolidad, t t . i k l mifeta l^rwmiff fiV s T.>

    iAlf ':rr.vi .1 Eui, 1 iKinpri, 11: prrij1.!] c-iirr-ni l.i y lt (ir L i*ruT|iJjd poflf JE ir jrii: is:r JLTUIRKT RAN 1 VENDOJ QUE ETPC. CVI-JERCD RJ prspid pccv:. dindj t li disidid dd rtrv: - concerniente a Ja Id^itu, ks matemticas; o lits ciencias n a t i i r a l e s .

    En Jo que atae, sin embirgf>h a La praxeologia y a Ja ca-taJctkl, las cosas ya lio pinan ipuaJ. Un fireconecbido de.-ieO dt menospieciar k d indf l eeoniJinica l>or atantr] no resul-tan gratan la directrices que la ttli&mrt seala en ordtn a niE Sa la poltica que ms convendra fl lite gentes seguir cons-tituye Jl originaria Rente y el impulso bsico de as doctrina* potilofiiRfas, hitoiicistas V artirtaciojltljsrjs. Socialistas, ra-cistas. uaciorLLilSfas V esratistas frncsafon, tanto ct SU cmpfrnu de refutar Jas reorias de los eco]ioi]iistas1 como di el de demos-trar la precedencia de sus fainos doctrinas. Fue precisamente eso lo que Ies incit a nc^ar los principios Indico y eptsrcrmv lgicos en que se asienta el raciocinio bumani, tanto pnr lo que fltfle a ta vida en genera!, romo tambin en lo refeente a la investigacin cientfica.

    Pero no debemos desentendemos de tales objeciones, sim-plemente resallando 1as motivaciones polticas qui tas inspirar: Al cientfico amas rbele bailar consuelo en la mera dea de

    r - -P & {- ri:

  • JJ Aczioi iitmam

    juc sus impu^nadorca se muevan al ampl io de impulsos pa-sionales o partidistas. Tiene la obligacin de'examinar tudas ks objeciones que le sean c]pc]etaFh prescindiendo de k moti-uaun J sondo Subjetivu de las mismas, por eso, (."ettsura-be el guardar sitcnc ante aquella generalizada opinin sen la cual los teoremas econmicos slo ton vlidos bajo bipotti-cas condici

  • 28 La Accin Humana

    de los lmites que nuest ra capacidad menta l y los descubrimien-tos de la poca le marcan. Cada sistema cientfico no represen-ta ms que un cierto estadio en el camino de la investigacin. Refleja, por fuerza , la inherente insuficiencia del intelectual esfuerzo humano. El reconocer tal realidad, sin embargo, en modo alguno significa que la economa actual hllese atrasada. Simplemente atestigua que nuestra ciencia es algo vivo; pre-suponiendo la vida la imperfeccin y el cambio.

    Los crticos que proclaman el supuesto atraso de la eco-noma pertenecen a dos campos dis t intos .

    A un lado se sitan aquellos naturalistas y fsicos que la censuran por no ser una ciencia na tura l y por prescindir de las tcnicas de laboratorio. Const i tuye uno de los objetivos del, presente t ratado evidenciar el e r ror que tal pensamiento en-cierra. En estas notas preliminares bastar con aludir al fondo psicolgico de dicho ideario. Las gentes de estrecha mental idad suelen criticar las diferencias que en los dems observan. El camello de la fbula se vanagloriaba de su giba ante los res-tantes animales que carecan de joroba y el c iudadano de Ruri-tania vilipendia al de Laputania por no ser rur i tano. El inves-tigador de laborator io considera su mtodo el ms perfecto, es t imando las ecuaciones diferenciales como la nica forma adecuada de reflejar los resultados de la investigacin. Incapaz es de apreciar la epistemolgica procedencia del es tudio de la accin humana . La economa, en su opinin, debiera ser una parte de la mecnica.

    De o t ro lado sitanse quienes af i rman que las ciencias so-ciales inciden indudablemente en el error dada la insatisfacto-riedad de la realidad social. Las ciencias naturales han logrado impresionantes realizaciones en las dos o tres l t imas centu-rias, e levando el nivel de vida de forma impresionante. Las ciencias sociales, en cambio, han fracasado de modo lamentable en su pretensin de mejorar las condiciones humanas . No han sido capaces de suprimir la miseria y el hambre , las crisis eco-nmicas y el paro, la guerra y la tirana. Son, pues, ciencias estriles, que en nada contr ibuyen a la felicidad y a la bienan-danza de la humanidad .

  • Introduccin 29

    Tales detractores no advierten, sin embargo, que los gran-des progresos tcnicos de la produccin y el consiguiente in-cremento de la riqueza y el bienestar tomaron cuerpo nica-mente cuando las ideas liberales, hi jas de la investigacin eco-nmica, lograron imponerse.

    Slo entonces f u e posible desart icular aquellos valladares con que leyes, costumbres y prejuicios seculares entorpecan el progreso tcnico; el ideario de los economistas clsicos liber a p romotores e innovadores geniales de la camisa de fuerza con que la organizacin gremial, el paternal ismo gubernamental y toda suer te de presiones sociales les mania taban. Los econo-mistas mina ron el venerado prestigio de mili taristas y expolia-dores, pon iendo de manif ies to los beneficios que la pacfica actividad mercanti l engendra. N i n g u n o de los grandes inventos modernos habrase implantado si la menta l idad de la era pre-capitaista no hubiera sido completamente desvirtuada por ta-les estudiosos. La generalmente denominada revolucin in-dustr ia l fue consecuencia de la revolucin ideolgica pro-vocada por las doctr inas econmicas. Los economistas demos-traron la inconsistencia de los viejos dogmas: que no era lcito ni jus to vencer al compet idor produciendo gneros mejores y ms baratos; que era reprochable desviarse de los mtodos tradicionales de produccin; que las mquinas resultaban per-niciosas porque causaban paro; que el deber del gobernante consista en impedir el enriquecimiento del empresario, debien-do, en cambio, conceder proteccin a los menos aptos f r e n t e a la competencia de los ms eficientes; que restringir la l ibertad empresarial mediante la fuerza y la coaccin del Estado o de otros organismos y asociaciones promova el bienestar social. La escuela de Manches ter y los fisicratas franceses fo rmaron la vanguardia del capitalismo moderno . Slo gracias a ellos pu-dieron progresar esas ciencias naturales que han derramado beneficios sin cuento sobre las masas.

    Yerra , en verdad, nuest ro siglo al desconocer el enorme inf lu jo que la l iber tad econmica tuvo en el progreso tcnico de los l t imos doscientos aos. Engase la gente cuando su-pone que fuera pu ramen te casual la coinciden te aparicin de los

  • 30 La Accin Humana

    nuevos mtodos de produccin y la poltica del laissez faire. Cegados p o r el mi to marxista, nuestros coetneos creen que la moderna industrializacin es consecuencia provocada por unas misteriosas fuerzas product ivas, que funcionan independien-t emente de los factores ideolgicos. La economa clsica e s t m a s e en m o d o alguno f u e factor que impulsara e l advenimiento del capitalismo, sino ms bien su f ru to , su superes t ructura ideolgica, es decir, una doctrina meramente justificativa de las inicuas pretensiones de los explotadores. Resulta de tal p lanteamiento que la abolicin de la economa de mercado y su sustitucin por el total i tarismo socialista no habr a de pe r tu rba r gravemente el constante perfeccionamiento de la tcnica. Antes al revs, el progreso social an se acentua-ra, al suprimirse los obstculos con que el egosmo de los capitalistas lo entorpece.

    La rebelin contra la ciencia econmica consti tuye la carac-terstica de esta nuest ra poca de guerras despiadadas y de desintegracin social. Toms Carlyle tach a la economa de ciencia tr iste (dismal science) y Carlos Marx calific a los economistas de sicofantes de la burguesa. Los arbitr istas, para ponderar sus remedios y los fciles atajos que, en su opi-nin, conducen al paraso terrenal, denigran la economa, califi-cndola de or todoxa y reaccionaria. Los demagogos vana-gloranse de supuestas victorias por ellos conseguidas sobre la economa. El h o m b r e prct ico se jacta de despreciar lo eco-nmico y de ignorar las enseanzas predicadas por meros pro-fesores. La poltica de las l t imas dcadas f u e for jada por una mental idad que se mofa de todas las teoras econmicas sensa-tas, ensalzando en cambio las torpes doctr inas mantenidas por los detractores de aqullas. En la mayora de los pases la lla-mada economa o r todoxa hllase desterrada de las universi-dades y es v r tualmente desconocida p o r estadistas, polticos y escritores. No cabe, desde luego, culpar de la tr iste situacin que la presente realidad social presenta a una ciencia desdeada y desconocida p o r masas y dirigentes.

    Es preciso advert i r que el porvenir de la civilizacin mo-derna, tal como f u e es t ructurada por la raza blanca en los lti-

  • Introduccin 31

    mos doscientos aos, se halla inseparablemente ligado al f u t u r o de la economa. Esta civilizacin p u d o surgir porque las gentes crean en aquellas frmulas que aplicaban las enseanzas de los economistas a los problemas de la vida diaria. Y fa ta lmente perecer si las naciones prosiguen por el camino iniciado bajo el maleficio de las doctr inas que condenan el pensamiento econmico.

    La economa, desde luego, es una ciencia terica que, como tal, se abstiene de establecer normas de conducta. No pre tende sealar a los hombres cules metas deban perseguir. Quiere , exclusivamente, averiguar los medios ms idneos para alcan-zar aquellos objet ivos que otros, los consumidores, predeter-minan; jams pre tende indicar a los hombres los fines que deban apetecer. Las decisiones lt imas, la valoracin y eleccin de las metas a alcanzar, quedan fuera del mbi to de la ciencia. Nunca dir a la humanidad qu deba desear, pero , en cambio, s procurar ilustrarla acerca de cmo convinele actuar si quiere conquis tar los concretos objet ivos que dice apetecer.

    H a y quienes consideran eso insuficiente, entendiendo que una ciencia l imitada a la investigacin de lo que es, incapaz de expresar un juicio de valor acerca de los fines ms elevados y l t imos, carece de uti l idad. Tal opinin implica incidir en el error . Evidenciarlo., sin embargo, no puede ser obje to de estas consideraciones preliminares. Pues ello precisamente consti-tuye una de las pretensiones del presente t ra tado.

    4 . R E S U M E N

    E r a obligado consignar estos antecedentes para aclarar por qu p re tendemos si tuar los problemas econmicos den t ro del amplio marco de una teora general de la accin humana. En el es tado actual del pensamiento econmico y de los estudios polticos referentes a las cuestiones fundamenta les de la orga-nizacin social, ya no es posible considerar aisladamente el problema catalctico propiamente dicho, pues, en realidad, no consti tuye sino una rama de la ciencia general de la accin humana , y como tal debe ser abordado.

  • C A P I T U L O I

    El hombre en accin

    1, ACCIN DELIBERADA Y REACCIN ANIMAL

    La accin humana es conducta consciente; movilizada vo-luntad transformada en actuacin, que pretende alcanzar pre-cisos fines y objetivos; es consciente reaccin del ego ante los estmulos y las circunstancias del ambiente; es reflexiva aco-modacin a aquella disposicin del universo que est influyen-do en la vida del sujeto. Estas parfrasis tal vez sirvan para aclarar la pr imera frase, evitando posibles interpretaciones errneas; aquella definicin, sin embargo, resulta correcta y no parece precisar de aclaraciones ni comentarios.

    El proceder consciente y deliberado contrasta con la con-ducta inconsciente, es decir, con los reflejos o involuntarias reacciones de nuestras clulas y nervios ante las realidades externas. Suele decirse que la f rontera ent re la actuacin cons-ciente y la inconsciente es imprecisa. Ello, sin embargo, tan slo resulta cierto en cuanto a que a veces no es fcil decidir si determinado acto es de condicin voluntaria o involuntaria. Pero, no obstante, la demarcacin entre conciencia e incons-ciencia resulta clara, pudiendo ser trazada la raya entre uno y otro mundo de modo tajante.

    La conducta inconsciente de las clulas y los rganos fisio-lgicos es para el yo operante un dato ms, como o t ro cual-quiera, del mundo exterior que aqul debe tomar en cuenta. El hombre, al actuar, ha de considerar lo que acontece en su propio organismo, al igual que se ve constreido a ponderar otras realidades, tales como, por ejemplo, las condiciones cli-matolgicas o la actitud de sus semejantes. No cabe, desde

  • 36 La Accin Humana

    luego, negar que la voluntad humana , en ciertos casos, es capaz de dominar las reacciones corporales. Resulta hasta .cier to p u n t o posible controlar los impulsos fisiolgicos. Puede el hombre , a veces, median te el ejercicio de su voluntad, superar la enfermedad, compensar la insuficiencia innata o adquir ida de su consti tucin fsica y domear sus movimientos reflejos. En tan to ello es posible, cabe ampliar el campo de la actuacin consciente. Cuando , teniendo capacidad para hacerlo, el su je to se abst iene de controlar las reacciones involuntarias de sus c-lulas y centros nerviosos, tal conducta , desde el p u n t o de vista que ahora nos interesa, ha de est imarse igualmente deliberada.

    Nues t ra ciencia se ocupa de la accin humana , no de los fe-nmenos psicolgicos capaces de ocasionar determinadas actua-ciones. Es ello precisamente lo que dist ingue y separa la teora general de la accin humana , o praxeologa, de la psicologa. Esta l t ima se interesa por aquellos fenmenos internos que provocan o pueden provocar de terminadas actuaciones. El obje-to de estudio de la praxeologa, en cambio, es la accin como tal. Queda as tambin separada la praxeologa del psicoanlisis de lo subconsciente. El psicoanlisis, en defini t iva, es psicolo-ga y no investiga la accin sino las fuerzas y factores que im-pulsan al hombre a actuar de una cierta manera. El subcons-ciente psicoanaltico const i tuye categora psicolgica, no praxeolgica. Q u e una accin sea f r u t o de clara deliberacin o de recuerdos olvidados y deseos reprimidos que desde regiones, por decirlo as, subyacentes inf luyen en la voluntad , para nada afecta a la naturaleza del acto en cuestin. Tan to el asesino impelido al cr imen por subconsciente impulso (el Id), como el neurt ico cuya conducta aberrante para el observador superfi-cial carece de sentido, son individuos en accin, los cuales, al igual que el resto de los mortales, persiguen objet ivos espec-ficos. El mr i to del psicoanlisis estr iba en haber demos t rado que la conducta de neurt icos y psicpatas t iene su sentido; que tales individuos, al actuar, no menos que los ot ros , tam-bin aspiran a conseguir de terminados fines, aun cuando quie-nes nos consideramos cuerdos y normales tal vez repu temos sin base el raciocinio de terminante de la decisin por aqullos

  • El hombre en accin 37

    adoptada y cal i f iquemos de inadecuados los medios escogidos para alcanzar los objet ivos en cuestin. El concepto incons-ciente empleado por la praxeologa y el concepto subcons-ciente mane jado por el psicoanlisis per tenecen a dos rdenes dist intos de raciocinio, a dispares campos de investigacin. La praxeologa, al igual que otras ramas del saber, debe mucho al psicoanlisis. P o r ello es t an to ms necesario trazar la raya que separa la una del o t ro .

    La accin no consiste s implemente en prefer i r . El h o m b r e puede sent i r preferencias aun en situacin en q u e las cosas y los acontecimientos resul ten inevitables o, al menos, as lo crea el suje to . Cabe prefer i r la bonanza a la to rmenta y desear que el sol disperse las nubes . Ahora bien, quien slo desea y espera no interviene act ivamente en el curso de los acontecimientos ni en la plasmacin de su dest ino. El hombre , en cambio, al actuar, opta , de termina y procura alcanzar un f in . De dos cosas que no pueda d i s f ru ta r al t iempo, elige una y rechaza la otra . La accin, por t an to , implica, s iempre y a la vez, prefer i r y renunciar .

    La mera expresin de deseos y aspiraciones, as como la simple enunciacin de planes, pueden const i tu i r formas de ac-tuar , en t an to en cuan to de tal m o d o se aspira a preparar ciertos proyectos. Ahora bien, no cabe confund i r dichas ideas con las acciones a las q u e las mismas se ref ieren. No equivalen a las correspondientes actuaciones que anuncian, preconizan o re-chazan. La accin es una cosa real. Lo que cuenta es la autn-tica conducta del h o m b r e , no sus intenciones si stas no llegan a realizarse. Por lo dems , conviene dist inguir y separar con precisin la actividad consciente del s imple t raba jo fsico. La accin implica acudir a ciertos medios para alcanzar determi-nados f ines. U n o de los medios generalmente empleados para conseguir tales objet ivos es el t rabajo . P e r o no siempre es as. Basta en ciertos casos una sola palabra para provocar el efecto deseado. Q u i e n ordena o prohibe acta sin recurrir al t r aba jo fsico. T a n t o el hablar como el callar, el sonrerse y el quedarse serio, pueden const i tu i r actuaciones. Es accin el consumir y el

  • |V ACcift HlffdlK!

    recrearse,. tanto cumO el teriunciar a consumo O al deleite que t e n c m o * a nucs t ru a l c a n c e ,

    1.a Prflcolcgfo, por consiguiente, no distingue entre el linmlirf activo o enrgicos y el ^jiIlvO O indolente i. El hombre vigoroso q u e lucha cliifientemente pOF m e j o r a r pa situacin acta nE j^ual que el aleta rgdo qtic. llorn He induj-lendar ucepia l a s COSH& mE c o n v i e r e n . Pues e l no hacer fladji y e OTt K0^0 tambin cons-tituyen actuajdunes |Ue influyen cr. la realidad. Dondequiera Luncu7ten aquellos requisitos pre-ciso!. pura irue pueda l e n e r lugKf la infercncncia h u m a r a , el hombre acrq, f.info si interviene enmu E se abstiene de inter-venir. Quien r r a i g n n d a m c T i t e sopona eos.ls que podr? vjirkr fict^i t an tu nia quien se IUOV71 purj provncar t i t uaCLn distinta. Quien abstiene de influir t-n el funtidinmiento l1l-los Perores instintivos y fisiolgicos. que Ddrto interferir, acta tamSicn. Actuar nct sunoue slo hiJtcer sino tinihicri de-jar de hacer i q u l o liuc (jodra ser realizado.

    C a b r a d e c i r q u e l a a c c i n e s l l e v p r e s i n n d e l a v o l u n t a d

    h u m a n a . A h o r a b i e n . n o Mfip |Lamo& c o n En! m i i t l H e s m e t o n n u e s -

    t r o c o n o c i m i e n t o . p u e s e ! v o c n b E u ' v o l u n t a d 1 * * n a s i g n i f i c a IHLM

    L-O d u e h C p a r i d a d d e l h o m b r e p a r a e l e f i r e n t r e d j l i n t - i s

    a c t u a c i o n e s , p r e f i r i e n d o j a LINN L I l o o t r o y j n I i e n d o d e

    a c u e r d o c u n e l d e s e o d e a l c a n z a r l a i e i . 1 a m b i c i o n a r a n d e

    r t b u i r l a d e s c a d a -

    O S R E Q U I S I T O S RUEVRRJS

    DG LA ACCIN HUMANA

    C o n s i d e T a n ^ n s d e c e m e n t o y s a t i s f a c c i n a q u e l e s t a d o d e l

    s e r h u m a n o q u e m i i n d u c e n t p u e d e i n d u c i r a I n a c c i n , E l

    h o m b r e , a l a c t u a r , a s p i r a 1 i n s t i t u i r u n e s t a d o m e n o s s a t i s f a c -

    t o r i o p o r o t r o m e j o r . T..a m e n t e p r e s n t a l e a l . i c t o r s i t u a c i o n e s

    m s gFQQ&h q u e a q u e l j u e , m e d i a n t e Il a c c n , p r e t e n d e n t e s n -

    ZflT. E s s i e m p r e e l m a l e s t a r e l i n c e n t i v o q u e i n d u c e a l i n d i v i d u o

    El " p f f t

    a a c t u a r 1. 17] ser p lenamente satisfecho c a r e c e r a d e m o t i v a p a r a V a r i a r d e r a d a . Y a n o t e n d r a n i d e s e n $ n i a n h e l o s ; s e r a p e r f e c a t l i e n i e e l z . N a d a h a r a ; s i m p l e m e n t e v i v i r a .

    Ptro ni eE mides tar ui el epresenianst un estado de tosas JJIS atractivo Kltnm p^>r S sofas p^Tfl impcEcr al hombre a actuar. Debe concurrir un tercer nnquisicn: advertir meilLaE-rnente Id asfteoea

  • 40 La Accin Humana

    tisfaccin al anhelo sentido por el actor. No cabe ponderar la mayor o menor satisfaccin personal ms que a travs de indivi-dualizados juicios de valoracin, distintos segn os diversos inte-resados y, aun para una misma persona, dispares segn los mo-mentos. Es la valoracin subjetiva con arreglo a la voluntad y al juicio propio lo que hace a las gentes ms o menos felices o desgraciadas. Nadie es capaz de dictaminar qu ha de propor-cionar mayor bienestar al prjimo.

    Tales asertos en modo alguno afectan a la anttesis existente entre el egosmo y el altruismo, el materialismo y el idealismo, el individualismo y el colectivismo, el atesmo y la religin. Hay quienes slo se interesan por su propio bienestar material. A otros, en cambio, las desgracias ajenas cusanles tanto o ms males-tar que sus propias desventuras. Hay personas que no aspiran ms que a satisfacer el deseo sexual, la apetencia de alimentos, bebi-das y vivienda y dems placeres fisiolgicos. No faltan, en cam-bio, seres humanos a quienes en grado preferente interesan aque-llas otras satisfacciones usualmente calificadas de superiores o espirituales. Existen seres dispuestos a acomodar su conducta a las exigencias de la cooperacin social; y, sin embargo, tambin hay quienes propenden a quebrantar las correspondientes normas. Para unas gentes el trnsito terrenal es camino que conduce a la bienaventuranza eterna; pero tambin hay quienes no creen en las enseanzas de religin alguna y para nada las toman en cuenta.

    La praxeologa no se interesa por los objetivos ltimos que la accin pueda perseguir. Sus enseanzas resultan vlidas para todo tipo de actuacin, independientemente del fin a que se aspire. Constituye ciencia atinente, exclusivamente, a ios medios; en modo alguno a los fines. Manejamos el trmino felicidad en sentido me-ramente formal. Para la praxeologa, el decir que el nico obje-tivo del hombre es alcanzar la felicidad resulta pura tautologa, porque, desde aquel plano, ningn juicio podemos formular acerca de lo que, concretamente, haya de hacer al hombre ms feliz.

    El eudemonismo y el hedonismo afirman que el malestar es el incentivo de toda actuacin humana, procurando sta, invariable-mente, suprimir la incomodidad en el mayor grado posible, es decir, hacer al hombre que acta un poco ms feliz. La ataraxia

  • El hombre en accin 41

    epicrea es aquel estado de felicidad y contentamiento perfecto, al que tiende toda actividad humana, sin llegar nunca a plena-mente alcanzarlo. Ante la perspicacia de tal cognicin, pierde trascendencia el que la mayora de los partidarios de dichas filoso-fas no advirtieran la condicin meramente formal de los conceptos de dolor y placer, dndoles en cambio una significacin sensual y materialista. Las escuelas teolgicas, msticas y dems de tica hete-rnoma no acertaron a impugnar la esencia del epicureismo por cuanto limitbanse a criticar su supuesto desinters por los place-res ms elevados y nobles. Es cierto que muchas obras de los primeros partidarios del eudemonismo, hedonismo y utilitarismo se prestan a interpretaciones equvocas. Pero el lenguaje de los filsofos modernos, y ms todava el de los economistas actuales, es tan preciso y correcto, que ya no cabe confusin interpreta-tiva alguna.

    ACERCA DE LOS INSTINTOS Y LOS IMPULSOS

    El mtodo utilizado por la sociologa de los instintos no es idneo para llegar a comprender el problema fundamental de la accin humana. Dicha escuela, en efecto, clasifica los diferentes objetivos concretos a que la accin humana tiende, suponiendo a sta impulsada hacia cada uno de ellos por especfico instinto. El hombre aparece como exclusivamente movido por instintos e innatas disposiciones. Se presume que tal planteamiento viene a desarticular, de una vez para siempre, las aborrecibles ensean-zas de la economa y de la filosofa utilitaria. Feuerbach, sin em-bargo, acertadamente advirti que el instinto aspira siempre a la felicidad 2. La metodologa de la psicologa y de la sociologa de los instintos clasifica arbitrariamente los objetivos inmediatos de la accin y viene a ser una hipstasis de cada uno de ellos. En tanto que la praxeologa proclama que el fin de la accin es la remocin de cierto malestar, la psicologa del instinto afirma que se acta para satisfacer cierto instintivo impulso.

    ! Vid. FEUI RBACH, Smintliche Werke, X, pg. 231, ed. Boln y Jodl. Stuttgart, 1 9 0 7 .

  • 42 La Accin Humana

    Muchos partidarios de tal escuela creen haber demostrado que la actividad no se halla regida por la razn, sino que viene origi-nada por profundas fuerzas innatas, impulsos y disposiciones que el pensamiento racional no comprende. Tambin creen haber lo-grado evidenciar la inconsistencia del racionalismo, criticando a la economa por constituir un tejido de errneas conclusiones deducidas de falsos supuestos psicolgicos J. Pero lo que pasa es que el racionalismo, la praxeologa y la economa, en verdad, no se ocupan ni de los resortes que inducen a actuar, ni de los fines ltimos de la accin, sino de Ins medios que el hombre haya de emplear para alcanzar los objetivos propuestos. Por insonda-bles que sean los abismos de los que emergen los instintos y los impulsos, los medios a que el hombre apela para satisfacerlos son fruto de consideraciones racionales que ponderan el costo, por un lado, y el resultado alcanzado, por otro.

    Quien obra bajo presin emocional no por eso deja de actuar. Lo que distingue la accin impulsiva de las dems es que en estas ltimas el sujeto contrasta ms serenamente tanto el costo como el fruto obtenido. La emocin perturba las valoraciones del actor. Arrebatado por la pasin, el objetivo parece al interesado ms deseable y su precio menos oneroso de lo que, ante un examen ms fro, considerara. Nadie ha puesto nunca en duda que incluso bajo un estado emocional los medios y los fines son objeto de ponderacin, siendo posible influir en el resultado de tal anlisis a base de incrementar el costo del ceder al impulso pasional. Cas-tigar con menos rigor las infracciones penales cometidas bajo un estado de excitacin emocional o de intoxicacin equivale a fo-mentar tales excesos. La amenaza de una severa sancin disuade incluso a aquellas personas impulsadas por pasiones, al parecer, irresistibles.

    Interpretamos la conducta animal suponiendo que los seres irracionales siguen en cada momento el impulso de mayor vehe-mencia, Al comprobar que el animal come, cohabita y ataca a otros animales o al hombre, hablamos de sus instintos de alimentacin.

    1 Vid. W I L L I A M M C D O U G A L L , An Introduction to Social Psychology, pg. 11. 14* ed. Boston, 1921.

  • El hombre en accin 43

    de reproduccin y de agresin y concluimos que tales instintos son innatos y exigen satisfaccin inmediata.

    Pero con el hombre no ocurre lo mismo. El ser humano es capaz de domear incluso aquellos impulsos que de modo ms perentorio exigen atencin. Puede vencer sus instintos, emociones y apetencias, racionalizando su conducta. Deja de satisfacer de-seos vehementes para atender otras aspiraciones; no le avasallan aqullos. El hombre no rapta a toda hembra que despierta su libido; ni devora todos los alimentos que le atraen; ni ataca a cuantos quisiera aniquilar. Tras ordenar en escala valorativa sus deseos y anhelos, opta y prefiere; es decir, acta, ho que distingue al homo sapiens de las bestias es, precisamente, eso, el que pro-cede de manera consciente. El hombre es el ser capaz de inhibir-se; que puede vencer sus impulsos y deseos; que tiene poder para refrenar sus instintos.

    Cabe a veces que los impulsos sean de tal violencia que nin-guna de las desventajas que su satisfaccin implica resulte bas-tante para detener al individuo. Aun en este supuesto hay elec-cin. El agente, en tal caso, prefiere ceder al deseo en cuestin4.

    3. LA ACCIN HUMANA COMO PRESUPUESTO IRREDUCTIBLE

    H u b o siempre gentes deseosas de llegar a desentraar la causa pr imar ia , la fuen te y origen de cuan to existe, el impulso engendrador de los cambios q u e acontecen; la sustancia que todo lo crea y que es causa de s misma. La ciencia, en cambio, nunca aspir a t an to , consciente de la limitacin de la mente humana . P re tende , desde luego, el estudioso re t rot raer los fe-nmenos a sus causas. Pe ro advierte que tal aspiracin fatal-mente t iene que acabar t ropezando con muros insalvables. Hay fenmenos que no pueden ser analizados ni referidos a o t ros : son presupues tos irreductibles. El progreso de la investigacin

    ' En tales supuestos tiene gran trascendencia el que las dos satisfacciones la derivada de ceder al impulso y la resultante de evitar las i n desead as consecuencias sean coetneas o no lo sean. (Vid. cap. XVIII, ], 2 y apart. siguiente.)

  • 44 La Accin Humana

    cientfica* permite ir paula t inamente reduciendo a sus compo-nentes cada vez mayor nmero de hechos que previamente re-sultaban inexplicables. Pero siempre habr realidades irreduc-tibles o inanalizables, es decir, presupuestos lt imos o finales.

    1 monismo asegura no haber ms que una sustancia esen-cial; el dual ismo afirma que hay dos; y el plural ismo que son muchas. De nada sirve discutir estas cuestiones, meras dispu-tas metafsicas insolubles. Nues t ro actual conocimiento no nos permite dar a mltiples problemas soluciones umversalmente satisfactorias.

    El monismo materialista ent iende que los pensamientos y las humanas voliciones son f ru to y producto de los rganos corporales, de las clulas y los nervios cerebrales. El pensa-miento, la voluntad y la actuacin del hombre resultaran mer;i consecuencia de procesos materiales que algn da los mtodo.s de la investigacin fsica y qumica explicarn. Tal supuesto entraa tambin una hiptesis metafsica, aun cuando sus par-tidarios la consideren verdad cientfica irrebatible e innegable.

    La relacin en t re el cuerpo y el alma, por ejemplo, muchas teoras han pre tendido decirla; pero, a fin de cuentas, no eran sino conjeturas hurfanas de toda relacin con experiencia al-guna. Lo ms que cabe af irmar es que hay ciertas conexiones en t re los procesos mentales y los fisiolgicos. Pero , en verdad, es muy poco lo que concretamente sabemos acerca de la natu-raleza y mecnica de tales relaciones.

    Ni los juicios de valor ni las efectivas acciones humanas prstanse a ul ter ior anlisis. Podemos admitir que dichos fe-nmenos tienen sus correspondientes causas. Pe ro en tanto no sepamos de qu modo los hechos externos -fsicos y fisiol-gicos producen en la mente humana pensamientos y volicio-nes que ocasionan actos concretos, tenemos que conformarnos con insuperable dual ismo metodolgico. En el es tado actual del saber, las afirmaciones fundamenta les del posit ivismo, del monismo y del panfsicismo son meros postulados metafsicos, carentes de base cientfica y sin util idad ni significado para la investigacin. La razn y la experiencia nos muest ran dos rei-nos separados: el externo, el de los fenmenos fsicos, qumi-

  • El hombre en accin 45

    eos y fisiolgicos; y el interno, el del pensamiento, del senti-miento, de la apreciacin y de la actuacin consciente. N ingn puente conocemos boy que una ambas esferas. Idnt icos fen-menos exteriores provocan reflejos humanos diferentes y hechos dispares dan lugar a idnticas respuestas humanas . Ignoramos el porqu .

    Ante tal realidad no cabe ni aceptar ni rechazar las decla-raciones esenciales del monismo y del material ismo. Creamos o no que las ciencias naturales logren algn da explicarnos la produccin de las ideas, de los juicios de apreciacin y de las acciones, del mismo m o d o que explican la aparicin de una sn-tesis qumica como f r u t o necesario e inevitable de determinada combinacin de elementos, en el nterin no tenemos ms reme-dio que conformarnos con el dual ismo metodolgico.

    La accin humana provoca cambios. Es un e lemento ms de ia actividad universal y del devenir csmico. Resulta, por tanto, legt imo objeto de investigacin cientfica. Y pues to que al menos por a h o r a no puede ser desmenuzada en sus causas integrantes, debemos estimarla presupuesto irreductible, y como tal estudiarla.

    Cier to que los cambios provocados por la accin humana carecen de trascendencia comparados con los efectos engen-drados por las grandes fuerzas csmicas. El hombre consti tuye pobre grano de arena contemplado desde el ngulo de la eter-nidad y del universo inf ini to . Pero , para el individuo, la accin humana y sus vicisitudes son t remendamente reales. La accin const i tuye la esencia del hombre ; el medio de proteger su vida y de elevarse por encima del nivel de los animales y las plantas. P o r perecederos y vanos que puedan parecer, todos los esfuer-zos humanos son, empero , de importancia trascendental para el hombre y para la ciencia humana.

    4. RACIONALIDAD E IRRACIONALIDAD; SUBJETIVISMO Y OBJETIVIDAD EN LA INVESTIGACIN PRAXEOLGICA

    La accin humana es s iempre racional. El hablar de ac-cin racional supone incurrir en evidente pleonasmo y, por

  • 46 La Accin Humana

    tanto, debe rechazarse tal expresin. Aplicados a los f ines lti-mos de la accin, los trminos racional e irracional no son apropiados y carecen de sentido. El f in l t imo de la accin siempre es la satisfaccin de algn deseo del hombre actuante. Pues to que nadie puede reemplazar los juicios de valoracin del sujeto en accin por los propios , vano resulta enjuiciar los anhelos y las voliciones de los dems. Nadie est calificado para decidir qu har a otro ms o menos feliz. Quienes pre-tenden enjuiciar la vida ajena o bien exponen cul sera su con-ducta de hallarse en la situacin del prj imo, o bien, pasando por alto los deseos y aspiraciones de sus semejantes, l imtanse a proclamar, con arrogancia dictatorial , la manera cmo el p r j imo mejor servira a los designios del propio crtico.

    Es corr iente denominar irracionales aquellas acciones que, prescindiendo de ventajas materiales y tangibles, t ienden a al-canzar satisfacciones ideales o ms elevadas. En este sen-t ido, la gente asegura, por e jemplo u n a s veces aprobando , desaprobando o t ra s que quien sacrifica la vida, la alud o la riqueza para alcanzar bienes ms altos c o m o la lealtad a sus convicciones religiosas, filosficas y polticas o la l iber tad y la grandeza nacional viene impelido por consideraciones, de ndole no racional. La prosecucin de estos fines, sin embargo, no es ni ms ni menos racional o irracional que la de otros fines humanos . Es er rneo suponer que el deseo de cubrir las necesidades perentor ias de la vida o el de conservar la salud sea ms racional, natural o just if icado que el aspirar a otros bienes y satisfacciones. Cierto que la apetencia de al imentos y calor es comn al hombre y a otros mamferos y que , por lo general, quien carezca de manutencin y abrigo concentrar sus esfuerzos en la satisfaccin de esas urgentes necesidades sin, de momento , preocuparse mucho por ot ras cosas. El deseo de vivir, de salvaguardar la existencia y de sacar par t ido de toda opor tunidad para vigorizar las propias fuerzas vitales, consti-tuye rasgo caracterstico de cualquier forma de ser viviente. No resulta, sin embargo, para el hombre imperat ivo ineludible el doblegarse ante dichas apetencias.

    Mientras todos los dems animales hllanse inexorablemen-

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    te impelidos a la conservacin de su vida y a la prol iferacin de la especie, el hombre es capaz de dominar tales impulsos. Con-trola tan to su apet i to sexual como su deseo de vivir . Renuncia a la vida si considera intolerables aquellas condiciones nicas bajo las cuales cabrale sobrevivir. Es capaz de mor i r por un ideal y tambin de suicidarse. Incluso la vida const i tuye para el hombre el resul tado de una eleccin, o sea, de un juicio valora tivo.

    Lo mismo ocurre con el deseo de vivir abundan temente provedo. La mera existencia de ascetas y de personas que re-nuncian a las ganancias materiales por amor a sus convicciones, o s implemente por preservar su dignidad e individual respeto, evidencia que el correr en pos de los placeres materiales en m o d o alguno resulta inevitable, s iendo en cambio consecuencia de especfica eleccin. La verdad, sin embargo, es que la in-mensa mayora de nosotros prefer imos la vida a la muer t e y la riqueza a la pobreza.

    Es arbi t rar io considerar na tura l y racional nicamente la satisfaccin de las necesidades fisiolgicas y todo lo dems art if icial y, por t an to , irracional. El rasgo t picamente h u m a n o estriba en que el hombre no tan slo desea al imento, abrigo y ayuntamiento carnal, como el res to de los animales, sino q u e aspira adems a ot ras satisfacciones. Exper imentamos necesidades y apetencias t picamente humanas , que podemos calificar de ms elevadas comparadas con los deseos comu-nes al h o m b r e y a los dems mamferos 5.

    Al aplicar los calificativos racional e irracional a los medios elegidos para la consecucin de f ines determinados: lo que se trata de ponderar es la opor tun idad e idoneidad del sistema adoptado. D e b e el mismo enjuiciarse para decidir a es o no el que mejor permi te alcanzar el objet ivo ambicionado. La ra-zn h u m a n a , desde luego, no es infalible y, con frecuencia, el h o m b r e se equivoca, t an to en la eleccin de medios como en su util izacin. Una accin inadecuada al fin propues to no pro-

    s Sobre Jos errores que implica la ley de hierro de los salarios, vid. captu-lo XXI , 6; acerca de las errneas interpretaciones de la teora de Mathus, vid. infra captulo XXIV, 2.

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    duce el f r u t o esperado. No conforma la misma con la f inalidad perseguida, pero no por ello dejar de ser racional, t ra tndose de m todo que razonada (aunque defectuosa) deliberacin en-gendrara y de esfuerzo (si bien ineficaz) por conseguir cierto objet ivo. Los mdicos que, cien aos atrs , para el t ra tamiento del cncer empleaban mtodos que los profesionales contem-porneos rechazaran, carecan, desde el p u n t o de vista de la patologa actual, de conocimientos bastantes y, por tanto , su actuacin resultaba balda. Ahora bien, no procedan irracional-mente ; hacan lo que crean ms conveniente . Es probable que den t ro de cien aos los fu tu ros galenos dispongan de mejores mtodos para t ra tar dicha enfe rmedad ; en tal caso, sern ms eficientes que nues t ros mdicos, pero no ms racionales.

    Lo opuesto a la accin humana no es la conducta irracional, sino la refleja reaccin de nuestros rganos corporales al est-m u l o externo, reaccin que no puede ser controlada a voluntad. Y cabe incluso que el hombre , en determinados casos, an te un m i s m o agente, responda coetneamente por reaccin refleja y por accin consciente. Al ingerir un veneno, el organismo apresta automt icamente defensas contra la infeccin; con inde-pendencia , puede intervenir a actuacin humana administran-do un ant doto .

    Respecto del problema planteado por la anttesis en t re lo racional y lo irracional, no hay diferencia en t re las ciencias naturales y las ciencias sociales. La ciencia s iempre es y debe ser racional; p resupone intentar aprehender los fenmenos del universo mediante sistemtica ordenacin de todo el saber dis-ponible . Sin embargo, como anter iormente se haca notar , la descomposicin analtica del f enmeno en sus elementos cons-t i tu t ivos antes o despus llega a un p u n t o del que ya no puede pasar . La men te humana es incluso incapaz de concebir un saber que no limitara ningn da to l t imo imposible de anali-zar y disecar. El sistema cientf ico que gua al invest igador hasta alcanzar el l mite en cuestin resulta es t r ic tamente racio-nal. Es el da to i rreductible el que cabe calificar de hecho irracional.

    Est hoy en boga el menospreciar las ciencias sociales, por

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    ser puramente racionales. La objecin ms corr iente opuesta a lo econmico es la de que olvida la irracionalidad de la vida y del universo e intenta encuadrar en secos esquemas raciona-les y en fras abstracciones la var iedad inf in i ta de los fenme-nos. Nada ms absurdo. La economa, al igual que las dems ramas del saber, va tan lejos como puede , dirigida por mto-dos racionales. Alcanzado el l mite, se det iene y califica el hecho con que tropieza de da to irreductible, es decir, de fen-meno que no admite ul ter ior anlisis, al menos en el es tado actual de nuestros conocimientos 6 .

    Los asertos de la praxeologa y de la economa resultan v-lidos para todo tipo de accin humana , independientemente de los mot ivos , causas y fines en que sta l t ima se fundamen-te. Los juicios finales de valoracin y los fines lt imos de la accin humana son hechos dados para cualquier forma de in-vestigacin cientfica y no se prestan a ningn anlisis ul ter ior . La praxeologa trata de los medios y sistemas adoptados para la consecucin de los fines l t imos. Su obje to de es tudio son los medios, no los f ines.

    En este sentido hablamos del subjet ivismo de la ciencia general de la accin humana ; acepta como realidades insosla-yables los f ines l t imos a los que el hombre , al actuar, aspira; es en te ramente neutral respecto a ellos, abstenindose de for -mular juicio valorat ivo alguno. Lo nico que le preocupa es determinar si los medios empleados son idneos para la conse-cucin de los fines propuestos . Cuando el eudemonismo habla de felicidad y el ut i l i tar ismo o la economa de ut i l idad, estamos ante trminos que debemos interpretar de un modo subjet ivo, en el sentido de que mediante ellos se pre tende expresar aque-llo que el hombre , por resultarle atractivo, persigue al actuar . El progreso del moderno eudemonismo, hedonismo y utilitaris-mo consiste precisamente en haber alcanzado tal formal ismo, contrar io al ant iguo sent ido materialista de dichos modos de pensar; idntico progreso ha supuesto la moderna teora sub-jetivsta del valor comparat ivamente a la anter ior teora obie-

    ' Ms adelante (cap. II , 7) veremos cmo las ciencias sociales empricas enfocan el problema de ios datos irreductibles.

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    t ivista propugnada por la escuela clsica. Y precisamente en tal subjet ivismo reside la objet ividad de nuest ra ciencia. Por ser subjetivista y por aceptar los juicios de apreciacin del hombre actuante como datos l t imos nu susceptibles de ningn examen crtico poster ior , nuestra ciencia queda emplazada por encima de las luchas de part idos y facciones; no interviene en los conflictos que se plantean las diferentes escuelas dogm-ticas y ticas; aprtase de toda preconcebida idea, de todo jui-cio o valoracin; sus enseanzas resultan universalmente vli-das y ella misma es humana absoluta y puramente .

    5. LA CAUSALIDAD COMO REQUISITO DE LA ACCIN

    El hombre acta po rque es capaz de descubrir relaciones causales que provocan cambios y mutaciones en el universo. El actuar implica y presupone la categora de causalidad. Slo quien contemple el m u n d o a la luz de la causalidad puede ac-tuar . Cabe , en tal sentido, decir q u e la causalidad es una cate-gora de la accin. La categora medios y fines presupone la categora causa y efecto. Sin causalidad ni regularidad feno-m e n o l o g a no cabra ni el raciocinio ni la accin humana . Tal mundo sera un caos, en el cual vanamente el individuo se es-forzara por hallar orientacin y gua. El ser h u m a n o incluso es incapaz de representarse semejante desorden universal .

    No puede el hombre actuar cuando no percibe relaciones de causalidad. El aserto, sin embargo, no es reversible. En efecto, aun cuando conozca la relacin causal, si no puede in-fluir en la causa, tampoco cbele al individuo actuar.

    El anlisis de la causalidad siempre consisti en preguntarse el su je to : dnde y cmo debo intervenir para desviar el curso que los acontecimientos adoptaran sin esa mi interferencia capaz de impulsarlos hacia metas que mejor convienen a mis deseos? En este sentido, el h o m b r e se plantea el problema: quin o qu rige el fenmeno de que se trate? Busca la regu-laridad, la ley, precisamente po rque desea intervenir . Esta bsqueda fue interpretada por la metafsica con excesiva am-pl i tud, como investigacin de la ltima causa del ser y de la

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    existencia. Siglos Haban de t ranscurr ir antes de que ideas tan exageradas y desorbi tadas fue ran reconducidas al modes to pro-blema de de te rminar dnde hay o habr a que in tervenir para alcanzar este o aquel obje t ivo.

    El en foque dado al problema de la causalidad en las lti-mas dcadas, deb ido a la confusin que algunos eminentes f-sicos han provocado, resulta poco satisfactorio. Conf iemos en que este desagradable cap tulo de la historia de la filosofa sirva de advertencia a f u tu ros f i lsofos,

    I l a y mutaciones cuyas causas nos resultan desconocidas, al menos por ahora. N u e s t r o conocimiento, en ciertos casos, es slo parcial, pe rmi t indonos nicamente af i rmar que , en el 70 por 100 de los casos, A provoca B; en los restantes, C o incluso D, E } Fj etc. Para poder ampliar tal f ragmentar ia infor-macin con o t ra ms completa sera preciso fu ramos capaces de descomponer A en sus elementos. Mient ras ello no est a nues t ro alcance, habremos de conformarnos con una ley esta-dstica; las realidades en cuest in, sin embargo, para nada afectan al significado praxeolgico de la causalidad. El que nuest ra ignorancia en determinadas materias sea total, o inuti-l i z a r e s nues t ros conocimientos a efectos prcticos, en modo alguno supone anular la categora causal.

    Los problemas fi losficos, epistemolgicos y metafsicos que la causalidad y la induccin imperfecta plantean caen fuera del mbi to de la praxeologa. Interesa tan slo a nuestra ciencia dejar sentado que , para actuar, el hombre ha de cono-cer la relacin causal existente en t re los dis t intos eventos, pro-cesos o situaciones. La accin del su je to provocar los efectos deseados slo en aquella medida en que el interesado perciba tal relacin. N o s estamos, desde luego, moviendo en un crculo vicioso, pues slo cons ta tamos que se ha apreciado con acierto de terminada relacin causal cuando nuest ra actuacin, guiada por la correspondiente percepcin, !ia provocado el resul tado esperado. No cabe, sin embargo, evitar el aludido crculo vi-cioso precisamente en razn a que la causalidad es una catego-ra de la accin. P o r tratarse de categora del actuar , la praxeo-

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