La 2da GM Operaciones Secretas(0309a0704)

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Parte IIAtentados y secuestros

Operación Flipper:Rommel, vivo o

muerto

En la noche del 14 de noviembre de1941, dos submarinos británicos seacercaban a la costa libia, a unostrescientos kilómetros por detrás de laslíneas del Eje. El interior de lossumergibles acogía a medio centenar dehombres completamente equipados,preparados para saltar a unos botesneumáticos y llegar hasta la orilla.Todos ellos eran hombres especialmente

duros, acostumbrados a la lucha en eldesierto bajo las condiciones másinclementes.

En la misión que estaban a punto deemprender deberían utilizar todos losrecursos adquiridos durante otrasincursiones realizadas tras las líneasenemigas. Una vez desembarcados en laplaya, tendrían que adentrarse en unterritorio infestado de patrullasalemanas, italianas e indígenas hostiles,caminando durante la noche yocultándose durante el día, hasta llegar asu objetivo.

Su misión no era otra que capturar alhombre que había conseguido que las

fuerzas del Eje se asentasen primero ytomasen la iniciativa después en Áfricadel Norte, poniendo contra las cuerdas alos británicos. En caso de que secomplicase su captura, tenían laconsigna de eliminarle.

Tras cumplir su objetivo, debíanregresar a la misma playa a la quehabían llegado para ser reembarcados.Teniendo en cuenta que las tropasenemigas habrían salido en supersecución, y que se redoblaría lavigilancia en la costa para evitar que elcomando huyese, a nadie se le escapabaque las posibilidades de regresar sanosy salvos eran más bien inciertas. Pero

aquellos hombres que estabanpreparándose para saltar a los botesdesde los dos submarinos no pensabanentonces en el regreso, sino únicamenteen cumplir la misión que se les habíaconfiado.

Se esperaba que la operación que enesos momentos estaba a punto delanzarse significase un golpe de efectoque pudiera revertir el rumbo de laguerra en esa estratégica región, queentonces era claramente favorable alEje. Ante la desesperación de Churchill,en ese escenario de guerra las fuerzasbritánicas habían entrado en unadinámica depresiva que amenazaba con

una cada vez más probable derrota totalen África, por lo que el primer ministroconfiaba en que aquellos hombres quevelaban armas en el interior de los dossubmarinos fueran capaces de situar alos británicos en la senda de la victoria.

Esa trascendental misión tras laslíneas enemigas era enormementearriesgada, pero los valerosos hombresque se habían ofrecido voluntarios parallevarla a cabo confiaban no sólo enculminarla con éxito, sino en que susnombres quedarían grabados parasiempre como los artífices de una de lasoperaciones más audaces de lasemprendidas a lo largo de la Segunda

Guerra Mundial.

Un líder carismático

La guerra en el desierto habíacomenzado un año y dos meses antes,con un intento de invasión de Egipto,entonces bajo control británico, portropas italianas. Llevados por un granentusiasmo, los transalpinosconsiguieron penetrar un centenar dekilómetros en territorio egipcio. Perocuando los italianos estiraron al máximosus débiles líneas de aprovisionamientose vieron obligados a retroceder,hostigados en todo momento por lastropas aliadas, comandadas entonces porel general Archibald Wavell, que había

conseguido que le enviaran importantesrefuerzos desde Gran Bretaña. Lo que alprincipio era una retirada en orden seconvirtió en una desordenada huida; unafuerza compuesta por tan sólo treinta milingleses consiguió capturar a más deciento treinta mil italianos tras una ágilmaniobra envolvente ejecutada por unadivisión blindada.

La figura del general Rommel alcanzaríaribetes míticos, tanto entre sus hombres comoentre sus enemigos. Churchill, pese a sentir

admiración por él, ordenó su eliminación.

Tras la debacle italiana, los aliadostenían abierto el camino para expulsarde África del Norte a las fuerzas deMussolini. Fue entonces cuando Hitlerdecidió acudir en socorro de su aliado,enviando un Cuerpo Expedicionario aLibia: el Deutsches Afrika Korps(DAK). Se trataba de la 5.ª DivisiónPanzer, destinada sobre el papel a actuaren labores defensivas bajo mandoitaliano. Como máximo responsable delAfrika Korps figuraba el general ErwinRommel, un veterano de la PrimeraGuerra Mundial que había participado

en las invasiones de Polonia y Francia,aunque no había adoptado un papelprotagonista. De hecho, los británicostuvieron problemas para confeccionar suPerfil, ya que prácticamente nodisponían de información sobre él.

La llegada de Rommel a África noinquietó lo más mínimo a los británicos,que creían que los alemanes no estabanhechos para la guerra en el desierto. Enese momento no les faltaba razón, puestoque el material con el que estaba dotadoel Afrika Korps se revelaría inadecuadopara este escenario, pero Rommelcomenzaría a subsanar con acierto esoserrores, hasta convertir a su ejército en

una máquina de guerra bien engrasada.Pese al planteamiento inicial de carácterconservador, el alemán convenció a losmandos italianos para poner en marchauna ofensiva, que daría comienzo el 31de marzo de 1941. Los ingleses, que nocreían que los alemanes fueran a atacartan pronto, se llevaron una gran sorpresacuando fueron atacados por los panzerde Rommel. Las fuerzas británicas sevieron obligadas a retroceder, hasta queel 4 de abril el general alemán entrótriunfante en Bengasi.

Los carros germanos siguieronavanzando; el gran objetivo era Tobruk,a las puertas de la frontera con Egipto.

Este puerto fortificado era la posiciónclave de la región, ya que era el únicolugar en el que podían desembarcarseaprovisionamientos; los alemanes nopodían plantearse un avance sobreEgipto sin haberse apoderado antes deese estratégico enclave. Churchilltambién era consciente de la importanciadeterminante de Tobruk y dio la ordende resistir allí a cualquier precio, «sinconsiderar por un momento laposibilidad de retroceder y hasta elúltimo hombre». El premier británicosabía que la caída de Tobruk dejaríaabiertas de par en par las puertas deEgipto, peligrando así el control

británico sobre el canal de Suez.El ataque alemán sobre Tobruk se

produjo el 10 de abril de 1941. Losaustralianos fueron los encargados dedefender la ciudad, resistiendo en unaencarnizada batalla que se prolongódurante cuatro días. El general Wavelllanzó un contraataque el 15 de junio de1941, pero los alemanes rechazaron laembestida británica, lo que forzó laretirada de la mayoría de las tropasaliadas hacia la frontera egipcia dejandoatrás la fortaleza de Tobruk con unaguarnición en su interior. Tobrukquedaba así aislada y sometida a asediopor las tropas de Rommel.

Si Tobruk caía, como así parecía queiba a ocurrir tarde o temprano, las llavesde Egipto quedarían en manos deRommel; a partir de ese momento, sunombre se hizo omnipresente en eseescenario de guerra. El general germanohabía demostrado poseer una granhabilidad y astucia, lo que le habíallevado a derrotarles disponiendo deunos medios inferiores. La razón de sustriunfos había que buscarla en susgrandes conocimientos de estrategiamilitar y en su innata capacidad deliderazgo, ya demostrada durante laGran Guerra, lo que unido a su audacia ysu desprecio por el peligro hacía de él

un adversario temible.Gracias a sus éxitos, el nombre de

Rommel comenzaba a alcanzar yaribetes míticos, no sólo entre suscompatriotas, sino incluso entre susenemigos. Su inteligencia y buenosmodales, así como su caballerosidad enel campo de batalla, más propia de otrostiempos, estaban logrando que fueraadmirado por todos. Paradójicamente, laleyenda de Rommel no era alentadadesde Alemania, debido a que surelación con los jerarcas nazis era muyfría, sino por sus propios enemigos.

Los soldados británicos,acostumbrados al sofocante calor y a la

crónica falta de agua tras sus combatescontra los italianos, eran incapaces decomprender cómo el Afrika Korps,formado por hombres que jamás habíanpisado un desierto, con materialinadecuado, sin suficientes suministros yescaso combustible, habían sido capacesde hacerles frente de manera tan eficaz.Para ellos, la clave era sin duda elmando de Rommel, a quien regalarían elapelativo de «Zorro del Desierto».

Pero eran los soldados que estaban asu mando los que profesaban a Rommeluna admiración sin límites. Aunqueestaba a punto de cumplir cincuenta añoscuando comenzó la campaña africana,

sus hombres se admiraban de queprácticamente no necesitase comer,beber ni dormir. El veterano militar,exhibiendo una forma espléndida, podíaagotar a hombres veinte y treinta añosmás jóvenes que él, y cuando exigía unesfuerzo extraordinario él era el primeroen dar ejemplo.

Sobre él circulaban historias,verdaderas o no, que no hacían más queaumentar su aura legendaria. Se decíaque, durante una de sus habitualesrondas de reconocimiento en suvehículo, había llegado a un pequeñohospital de campaña creyendo que eraalemán al oír las voces de los

prisioneros germanos allí ingresados.Una vez dentro, y mientras visitaba a losenfermos guiado por un médico inglés,se dio cuenta de que el campamento erabritánico; lo habían confundido con ungeneral polaco. Con enorme sangre fría,Rommel salió del recinto despacio,subió a su coche y emprendiórápidamente la huida antes de que suincursión fuera detectada.

En una ocasión, en la Cámara de losComunes, Churchill se refirió a él como«gran general», lo que causó indignaciónentre los diputados británicos. Algunasvoces se levantaron exclamando que, enel Ejército británico, Rommel no

hubiera pasado de cabo; no entendíancómo Churchill podía elogiarpúblicamente al integrante de un ejércitoque era presentado por la propaganda deguerra aliada como una horda de hunos,recuperando los mitos de la PrimeraGuerra Mundial.

El general Rommel, en Libia al frente de la15.ª División panzer, en una imagen tomadaen noviembre de 1941. El Zorro del Desierto

comenzaba a forjar su leyenda.

A pesar de las protestas de los

miembros de la Cámara de los Comunes,la realidad se acercaba más a loexpuesto por el siempre clarividenteprimer ministro. Rommel era, en efecto,un líder carismático capaz de extraer elmáximo rendimiento de las fuerzaspuestas a su disposición y, a la vez, dedesatar el pánico en las filas enemigas;el simple hecho de saber que Rommelestaba cerca ya provocaba ladesmoralización, cuando no el pánico,entre las tropas británicas.

Objetivo: rommel

Tal como se ha apuntado, Tobruk,convertido en un enclave aliadosometido a asedio por las tropas delEje, se había convertido en una obsesiónpara Churchill. Era necesario romper ladinámica derrotista en la que se habíainstalado el Ejército británico paraevitar que Tobruk cayera en manos deRommel. La decepcionante campañaafricana se cobraría su primera víctima;el general Wavel fue destituido porChurchill como comandante de OrienteMedio, y en su lugar nombró al generalClaude Auchinleck, con la esperanza de

que él sí fuera capaz de frenar alvictorioso Afrika Korps.

A principios de mayo Rommel dejóde presionar sobre Tobruk, al haberseextendido demasiado sus líneas desuministro, y se limitó a situar unasdivisiones de infantería italiana ante laciudad sitiada. El plan de Rommelestaba claro; acumular fuerzas anteTobruk para tomarla y proseguir elavance hacia El Cairo. Aunque laguarnición de Tobruk contaba conhombres, armamento y suministrossuficientes para resistir varios meses,Churchill era consciente de que, si no seactuaba con decisión, la caída de Tobruk

era sólo cuestión de tiempo. Para evitarese desastre, el primer ministroproporcionó al general Auchinlek treintamil toneladas de aprovisionamientos,además de nuevas divisiones, setentacarros y casi un centenar de cañones,con el objetivo de lanzar una ofensiva ennoviembre de 1941.

Pero Churchill sabía que enviarrefuerzos no era suficiente paraasegurarse la victoria ante elavasallador ejército de Rommel. Elpesimismo estaba haciendo mella entrelas tropas británicas, que habíaninteriorizado el hecho de que Rommelera invencible. Antes de intentar

derrotar a Rommel en el campo debatalla, era preciso rearmarsepsicológicamente. Pero, ante lasdificultades para convencer a las tropasde que el general alemán era vulnerable,Churchill tomó una decisión drástica;eliminar al Zorro del Desierto deltablero en el que se estaba jugando eldominio del Norte de África.

El primer ministro británicoconsideraba que, si se conseguía acabarcon Rommel, las opciones de victoriaserían sin duda mucho mayores, ya queel Afrika Korps se vería privado de suprivilegiado cerebro. El plan paralograrlo recibiría el nombre de

Operación Flipper y consistiría enenviar un comando tras las líneasenemigas e irrumpir en el cuartel generalde Rommel, con el fin de capturarlo.Una vez aprehendido, Rommel debía serconducido a la costa para ser trasladadoa un submarino, que pondría rumbo aGran Bretaña. Allí sería confinado en uncampo de prisioneros; no había duda deque el Afrika Korps acusaría el golpemoral que representaría ver a su líder enesa nueva condición. En todo caso, si lacaptura no resultaba factible por elmotivo que fuera, el comando tendríaórdenes de acabar con su vida.

Una operación arriesgada

El hombre escogido por Churchill paraplanificar esta importante misión seríael almirante sir Roger Keyes, que habíasido nombrado jefe de OperacionesCombinadas en julio de 1941, tal comoquedó referido en el primer capítulo. Apesar de que sus dificultades parasuperar los obstáculos burocráticoshabían acabado con su carrera al frentede Operaciones Combinadas, siendosustituido por lord Mountbatten, sucurrículum seguía siendo una garantía apesar de ese reciente lunar; teniendo encuenta su experiencia en operaciones de

este tipo, Keyes parecía ser el hombremás indicado para diseñar la operación.

El almirante Keyes, confiado en eléxito de la acción, designó para ejecutarel golpe de mano al primero de suscinco hijos, el teniente coronel GeoffreyKeyes, de sólo veinticuatro años. Apesar de la confianza depositada en élpor su padre para llevar el peso de lamisión, el joven Keyes no mostrabaaparentemente las aptitudes que debíareunir el jefe de un grupo de asalto.Miope, algo sordo, más inclinado a lasactividades intelectuales que a la miliciay de carácter reservado, el joven nohabía mostrado una especial querencia

por la carrera de las armas. Su propioaspecto físico —delgado, pómulosmarcados, ojos melancólicos y un finobigote— le hacía parecer más un poetaatormentado que un resuelto oficial delEjército. Sin embargo, la presiónfamiliar le llevó a ingresar en laprestigiosa academia militar deSandhurst. Las pésimas calificacionesobtenidas durante su período deinstrucción no fueron obstáculo para queKeyes acabase llegando a oficial.Además, fue destinado a un regimientoen el que gozaría de una especialprotección, al estar comandado por sutío. Las evidencias de favoritismo por su

origen familiar ya no le abandonarían, loque no contribuiría precisamente a quese ganara la estima de los hombres quetendría a su cargo.

El teniente coronel británico Geoffrey Keyes,el hombre que dirigió el comando que tenía

como misión capturar a Rommel o acabar conél.

Así pues, el nombramiento de Keyespadre como jefe de OperacionesCombinadas aparejó el ingreso de suhijo, que entonces era capitán, en esanueva fuerza de élite. El joven Keyes seveía enfrentado al reto de satisfacer lasesperanzas que su padre habíadepositado en él; cuando en junio de1941 se le encargó dirigir un ataque decomandos a una posición de francesesde Vichy en Siria, logró capturarla, perodespués de que su unidad pagase unprecio en bajas demasiado elevado.Keyes, ya ascendido a teniente coronel,

fue generosamente condecorado por laacción, lo que quizás le llevó a pensarque podría algún día emular las hazañasde su padre.

La oportunidad para cubrirse degloria le llegaría con el encargo de supadre de capturar o matar al Zorro delDesierto. La acción tendría comoobjetivo la localidad de Beda Littoria[5],en donde, según las informaciones deque disponían los británicos, se hallabael cuartel general de Rommel. Como seha señalado, la meta era capturarlo vivopara trasladarlo a suelo británico; perocomo esa posibilidad era poco realista,la opción de acabar allí mismo con su

vida se convertía en una alternativaplausible.

El comando estaría compuesto porhombres del Long Range Desert Group,una unidad de hombres escogidos,compuesta por voluntarios yespecialistas en las acciones de sabotajey de información en la retaguardia de laslíneas enemigas. Desde sus bases, estosaudaces soldados, que eran conocidoscomo Desert Rats (‘Ratas delDesierto’), emprendían incursiones devarios centenares de kilómetros a travésdel desierto. Durante semanas, viajabanen grupos de cinco o seis camionessobre la arena infinita, orientándose

como lo harían los marinos en mitad delocéano. Sus objetivos consistían encolocar explosivos en aeródromos odepósitos de combustible. Además,realizaban labores de espionaje,comunicándose por radio a diario consus bases e informando sobre losconvoyes, los aprovisionamientos y losmovimientos del enemigo.

Así pues, los hombres que tendría asu mando Keyes eran auténticosespecialistas en la guerra en el desierto,avezados en llevar a cabo operacionestras las líneas en el escenarionorteafricano. Un centenar de «Ratas delDesierto», los más duros entre ellos, se

entrenaron durante tres semanas; al final,sólo medio centenar resultaronseleccionados para cumplir la misión.

Aunque Keyes era el encargado dedirigir el asalto, la operación estabanominalmente bajo el mando del tenientecoronel Robert Laycock. Durante lapreparación de la misión, Laycock noocultó a sus subordinados que élconsideraba la incursiónextremadamente arriesgada. En unainusual y descarnada muestra desinceridad, opinaba que el ataque a laresidencia de Rommel iba significarcasi con certeza la muerte para losintegrantes del grupo asaltante, lo que lo

convertía prácticamente en una misiónsuicida. Además, como expresó Laycockcon total franqueza, «las probabilidadesde ser evacuados después de laoperación van a ser muy pequeñas». Apesar de estos presagios tan realistascomo tenebrosos, los soldados semostraron decididos a intentarlo. Por suparte, Keyes instó a Laycock a noinsistir en este negro vaticinio, portemor a que los mandos superiorescancelaran la operación.

Desembarco accidentado

La operación se puso en marcha el 10 denoviembre de 1941, cuando los dossubmarinos británicos referidos al iniciodel capítulo zarparon del puerto deAlejandría rumbo a la costa deCirenaica. El primero de lossumergibles, el Torbay, llevaba a bordoal propio Keyes, con el capitánCampbell y el teniente Cook comooficiales, comandando un grupo deveinticinco hombres. El grupo queviajaba en el otro submarino, elTalisman, tenía al mando al tenientecoronel Laycock, con el capitán Glennie

y el teniente Sutherland como oficiales,con veintiocho comandos a su cargo.

Los soldados, acostumbrados a losdesplazamientos que debían realizar através del desierto en condicionesespartanas, apreciaron de maneraentusiasta esta novedosa forma deinfiltrarse en la retaguardia del enemigo,a salvo del calor, la arena y las moscas.

El desembarco se realizaría la nochedel 14 al 15 de noviembre ante la playade Hamama, coincidiendo con elcomienzo de una ofensiva que el generalAuchinleck llevaría a cabo para romperel cerco de Tobruk. Ambos submarinosalcanzaron el punto de reunión

simultáneamente; al emerger,comprobaron que el mar se encontrabainusualmente encabritado, lo que sinduda no iba a facilitar el desembarco.

Para localizar con exactitud el puntode llegada a la orilla, los británicoscontaban con la colaboración de JohnJock Haselden, un intrépido oficial delos servicios secretos británicos, quedesde hacía varios meses se encontrabatras las líneas del Eje, donde vivíamezclado con los habitantes localesdisfrazado de árabe. Haselden, desde laorilla, hizo señales con una linterna,hasta que los submarinos lerespondieron con otra señal luminosa

confirmando así el contacto visual.Antes de salir al puente del Torbay,

Keyes impartió las últimas indicacionesa sus hombres. Evidenciando susescasas virtudes como líder, en lugar deproporcionar coraje a la tropa conpalabras de ánimo, les dedicó palabrasamenazantes como «al que encienda uncigarrillo en la orilla le pego un tiro», orequerimientos desafortunados como«cuando regresemos, córtese el pelo»,dirigido de forma despectiva a uno desus hombres.

Mientras, sobre las torretas de losdos submarinos saltaban olas enormes.Agachados sobre el puente, los marinos

del Torbay se disponían lanzar al agualas canoas de goma, con capacidad parados hombres, en las que los soldadosdebían navegar hasta la playa. Mientras,el submarino bailaba en la superficie delmar como si se tratase de un tapón decorcho. Los comandos conseguían aduras penas mantenerse agachados enequilibrio. El guardiamarina del Torbay,John Rich, dirigía la operación, ante laexpectante mirada del teniente coronelKeyes.

La fuerte marejada dificultabaenormemente el embarque de lossoldados en los pequeños botesneumáticos, ya que costaba mucho

esfuerzo mantenerlos cerca del cascodel submarino. Una ola arrastró a cuatrode ellos con sus ocupantes, queacabaron en el agua y tuvieron que serrescatados.

El guardiamarina Rich se volvióhacia Keyes alzando los brazos en señalde impotencia. Entonces Keyes, queempezaba a impacientarse, ordenó a sushombres que se lanzasen al agua ytrepasen a los botes como pudieran. Elcapitán Campbell dio ejemplolanzándose el primero. Al final, lamayoría pudieron subir a las canoas ycomenzaron a remar enérgicamentehacia la costa. Una vez que los botes se

alejaron, el Torbay se sumergió denuevo en las agitadas aguas. Tras unalucha agotadora de dos horas para cubrirapenas una milla, el grupo conseguiríaalcanzar la playa.

En el otro submarino, el Talisman,las cosas habían ido mucho peor. Elintenso oleaje también había impedidoque los hombres bajasen a los botesneumáticos desde el puente delsumergible, viéndose obligadosasimismo a hacerlo desde el agua. Pero,en este caso, el embarque fue aún máscaótico si cabe, y la mayor parte de lascanoas volcaron en el mar; los soldados,extenuados en su esfuerzo por alcanzar

de nuevo los botes, que se alejaban deellos empujados por las olas, tuvieronque ser izados de nuevo al submarino,pero algunos infortunados acabaríanahogándose. El teniente coronel Laycocky un reducido grupo de hombreslograron llegar finalmente a la orilla,reuniéndose en la playa con los hombrescomandados por Keyes.

Insignia del Long Range Desert Group. Loshombres escogidos para eliminar a Rommelpertenecían a esta unidad cuyos miembroseran conocidos como «Ratas del Desierto».

Conforme los comandos ibanllegando a la orilla, recibían la

bienvenida de Jock Haselden,constituido en «comité de recepción»,luciendo un convincente disfraz deárabe. Junto a él estaban otros dosoficiales ingleses, miembros de un grupode reconocimiento del Long RangeDesert Group.

En terreno enemigo

La primera fase de la operación habíasido un desastre. De los cincuenta ynueve hombres que debían haber llegadoa la playa, tan sólo lo habían podidohacer treinta y seis. Esa mermasignificativa de efectivos obligó a Keyesa decidir un cambio de planes. En vezde formar cuatro grupos para atacarcuatro objetivos distintos, tal comoestaba previsto en el plan original, seoptó por formar sólo dos grupos,reduciendo a dos el número deobjetivos. Así, tuvieron que renunciar aatacar un cuartel italiano y un centro de

comunicaciones. Keyes, al frente delgrueso de la expedición, procedería alasalto del cuartel general de Rommel,mientras que un grupo de media docenade hombres, con el teniente Gay Cook almando, se encargaría de cortar líneas deteléfono y telégrafo, así como de colocarobstáculos en las carreteras.

Derrengados en la arena tras sutitánica lucha contra las olas, loscomandos apenas tuvieron tiempo derecuperar el aliento antes de ponerse enmarcha. Los botes neumáticos fueronocultados en unas cuevas cercanas a finde que estuvieran dispuestos para elreembarque una vez cumplida la misión.

El teniente coronel Laycock, con unsargento y dos hombres, permaneceríanjunto a la playa con la esperanza de queel resto de los hombres del Talismanfuera capaz de ganar la costa en la nochepróxima. Los demás, después de revisarsu equipo y escurrir sus ropas,rehicieron las mochilas y se prepararonpara emprender el camino hacia suobjetivo a través de territorio enemigo.

Haselden comunicó a Keyes lasúltimas novedades relativas a lapresencia de fuerzas alemanas en la zonay le hizo las pertinentesrecomendaciones para evitarlas,ilustrándolas con un improvisado mapa

dibujado sobre la arena. Tras contestar alas cuestiones planteadas por Keyes, lostres ingleses se despidieron del grupo,no sin antes reclamar la presencia dedos árabes que servirían de guías a losbritánicos.

Como faltaba poco para quedespuntara el alba, los comandosbuscaron acomodo en uno de los caucessecos habituales en el norte de África,un wadi, en donde permanecieronocultos durante todo el día. Al caer lanoche de ese segundo día, y a pesar deque caía una intensa lluvia, el grupo sepuso en marcha, pero los guías árabes senegaron a acompañarles, aduciendo que

era mejor ponerse en marcha una vezque el tiempo hubiera mejorado. Pese aesto Keyes, impaciente por acudir a sucita con la gloria, decidió emprender elcamino a Beda Littoria sin la ayuda delos guías.

La ruta que siguieron, un sendero decabras alfombrado de guijarros, eraextremadamente difícil, y más aún bajola lluvia. Tras una penosa marcha decasi treinta kilómetros a lo largo de todala noche, incluyendo el ascenso a unamontaña, Keyes y sus hombresdescansaron en una colina. Ahí fuerondescubiertos al amanecer por unapartida de árabes armados con fusiles

italianos, cuyas intenciones sepresentaban inciertas. Afortunadamente,en el grupo de Keyes había un cabo quehablaba el árabe perfectamente y, trasganarse las simpatías del jefe de labanda, les pidió comida a cambio demoneda italiana que llevaban consigo.El árabe aceptó y al mediodía trajeroncarne de cabrito y sopa; era la primeracomida caliente que hacían loscomandos desde hacía treinta y seishoras. Los británicos pudieron asíreponer fuerzas e incluso tuvieron laoportunidad de comprar cigarrillos a losárabes.

Cuando oscureció reanudaron la

marcha guiados por uno de los árabes,que se ofreció a conducirles a BedaLittoria. Después de cerca de tres horasde camino, llegaron a una cueva enormey seca, utilizada como refugio por lospastores de cabras, donde pudierondormir. Al amanecer abandonaron laconfortable cueva, ya que era probableque pudieran llegar pastores a lo largode día si las amenazadoras nubesacababan descargando, y se ocultaron enun pequeño bosque cercano. La idea erapermanecer allí hasta que anocheciese, ymarchar hacia Beda Littoria, que sehallaba a unos veinte kilómetros. Peromientras estaban en el bosque comenzó a

llover de nuevo intensamente, por lo quedecidieron correr el riesgo de regresar ala cueva para mantenerse secos.

Llegada a beda littoria

El guía árabe que les había conducidohasta allí proporcionó a Keyes toda lainformación que este le requirió sobreBeda Littoria; gracias a esa detalladainformación, pudo dibujar un esquemade la situación de la casa y susalrededores. Keyes dio a sus hombreslas últimas instrucciones para el ataque,asignando a cada grupo el lugar en elque tenían que situarse. Cada unoconocía con exactitud su cometido. Lospaquetes de explosivos estaban a punto,los detonadores protegidos por telaimpermeable, y las armas habían sido

desmontadas y limpiadas.La tormenta estaba dejando el

terreno enfangado, pero Keyes decidióque con mal tiempo su marcha deaproximación tendría menoresprobabilidades de ser descubierta. Alanochecer de ese 17 de noviembre, elgrupo de comandos abandonó la cuevapara cubrir la última etapa del viaje. Lalluvia seguía cayendo sin parar; prontoquedaron empapados, y el barro lesobligó a realizar un esfuerzosuplementario. Sobre las diez y mediade la noche alcanzaron la falda delmontículo que se levantaba junto a laciudad; al otro lado del altozano se

encontraba su objetivo.La fase decisiva de la misión que les

había llevado hasta allí estaba a puntode dar comienzo. El que continuaralloviendo no arredró a Keyes, quien, alcontrario, siguió considerando que elmal tiempo podía ser un elementofavorable. Aunque pueda sorprender, lalluvia era habitual en Beda Littoria enesa época del año, a pesar deencontrarse a las puertas del desierto. Elmicroclima especial de que goza lalocalidad hace que en invierno no seaextraño que caigan nevadas.

Los comandos tenían tiempo detomar un corto descanso antes de iniciar

la ascensión a la colina, unos minutosque aprovecharon para ennegrecerse contizne la frente y las mejillas. Al cabo deun rato reemprendieron la marcha, peroa mitad de la subida vivieron unosmomentos de angustia cuando el perroguardián de una casa situada en la laderacomenzó a ladrarles. Los soldadosecharon rápidamente cuerpo a tierra ysólo pudieron respirar tranquilos cuandooyeron cómo su dueño llamaba al can yla puerta de la casa se cerraba tras ellos.

Una vez arriba, pudieron contemplarla pequeña ciudad de Beda Littoria,constituida por grupos de casas ychabolas apiñadas sin demasiado orden.

El repiqueteo regular de la lluvia sobrelos vidrios de las ventanas y lasplanchas de los cobertizos y el vientoque rugía formaban un ruido uniforme entodo el pueblo. Gracias a losrelámpagos se podían ver en destelloslas casas, en las que parecía que todosdormían. Separados del pueblo por unapequeña colina plantada de cipreses, seveía un silo de granos y algunoscobertizos, así como un edificio de dospisos en piedra gris construido por lositalianos para desempeñar funcionesadministrativas: la Prefettura. Era allídonde, según las informaciones de quedisponían los británicos, debía

encontrarse el general Rommel en esosmomentos.

Los hombres de Keyes encontraronel camino que, según el guía árabe, lesconduciría a la parte trasera del cuartelgeneral de Rommel. El grupo comenzóla aproximación final. El propio Keyes yel sargento Terry hacían de exploradoresy el capitán Campbell conducía al grupoprincipal unos cincuenta metros pordetrás de ellos. Cuando avanzaron unoscuatrocientos metros abandonaron alguía recordándole que debería esperarsu regreso para recibir el pago por susservicios, garantizándose así su lealtad.

Con las armas listas para hacer

fuego, continuaron en su aproximaciónalcanzando a las once y media de lanoche unas construcciones exterioressituadas a sólo cien metros del edificiodonde estaba instalado el cuartelgeneral. Keyes y Terry se adelantaron algrupo para realizar un últimoreconocimiento. Mientras tanto,comenzó a ladrar otro perro en el lugaren el que se encontraba el grupo, y unsoldado italiano acompañado de unárabe salió de su puesto de vigilanciapara ver lo que ocurría. Entonces elcapitán Campbell le dijo en alemán, dela forma más imperiosa que pudo, queeran una patrulla alemana, una

afirmación que uno de sus hombresrepitió en italiano. Una vez que elsoldado retornó a su puesto, Keyesregresó de su exploración y, justocuando el reloj marcaba la medianoche,ordenó a sus hombres que sedesplegasen en torno al edificio grispara proceder a su asalto.

El asalto final

Los hombres de Keyes comenzaron atomar posiciones en torno a laPrefettura en completo silencio. Noobstante, aun en el caso de queprovocasen involuntariamente algúnruido, era difícil llamar la atención,puesto que la tempestad desatada sobrela ciudad apagaba cualquier sonido.Tres hombres dieron la vuelta aledificio. Keyes colocó algunos hombresdelante de la fachada y el resto, a unoscien metros de la Prefettura, sedirigieron a cumplir su segundoobjetivo: sabotear la pequeña central

eléctrica del pueblo.Una vez llegados a la modesta

construcción que albergaba losgeneradores, a los comandos lesbastaron dos minutos para colocar losexplosivos y fijar los detonadores. Alestallar, las explosiones se confundieroncon el ruido de los truenos; el generadoreléctrico dejó de funcionar, dejando sinluz a Beda Littoria.

Fue entonces cuando el capitánCampbell, aprovechando que sabíaalemán, tal como había demostrado alengañar al soldado italiano, llamó a lapuerta del edificio reclamando en vozalta que le dejasen entrar. Uno de los

centinelas abrió rápidamente, creyendoque se trataba de un compañero.Campbell le enfocó a la cara con sulinterna y el sargento Terry, que estabajunto a él, le asestó un golpe con supuñal. Pero la hoja no hizo más querasgar la chaqueta, y el centinela entablóla lucha con sus puños, sin dejar degritar. El ruido era grande, ynormalmente hubiera debido despertar atodos los habitantes del edificio, pero elfragor de la tormenta cubría el estrépitocausado por la lucha entre los doscombatientes. Al final, el sargento Terryconsiguió propinar un fuerte empujón alcorpulento centinela, lanzándolo contra

una puerta de la antesala. El impactoderribó la puerta, quedando el alemánaturdido en el suelo.

En la pieza contigua, el brigadaLentzen, el sargento Kowacic y elarmero Bartel, quienes dormían en esemomento, se despertaron sobresaltados.Los dos primeros tomaron sus armas yLentzen disparó hacia la puerta en elmismo momento en que Keyes acababade lanzar dos granadas de mano en lahabitación. Keyes dio un grito de doloral sentir una herida de bala en la cadera.Pero, en la habitación, la explosión matóa Kowacic y dejó fuera de combate aLentzen. Bartel, que no había sido tan

rápido como sus compañeros y todavíapermanecía tendido, salvaría la vidagracias a su lentitud en reaccionar; en elmismo momento en el que vio que Keyeslanzaba las granadas, se pegó al suelo yla onda expansiva no le alcanzó,saliendo ileso del trance.

En el descansillo del primer piso, elbrazo de un alemán apuntó con unapistola al grupo de comandos. Era elteniente Kaufholz, oficial de enlace,cuyo insomnio crónico le habíapermitido escuchar el tumulto y losgritos del centinela, que llegabandébilmente hasta el primer piso,amortiguados por el ruido de la

tormenta.Keyes, apretando un pañuelo contra

su cadera ensangrentada, gritó aCampbell: «¡Hay otro! ¡Ahí arriba!».

Kaufholz descargó su pistola en esemismo momento. Campbell tuvo elreflejo instantáneo de vaciar el cargadorde su fusil ametrallador contra el alemánque, herido en el vientre, rodó escalerasabajo. Pero antes de morir, Kaufholz aúnencontró fuerzas para disparar unaúltima bala contra Campbell, que resultóherido en una pierna. El capitán, congestos de dolor, intentó ganar la salida,pero tropezó con el cuerpo del centinelagermano derribado y cayó desvanecido.

Los ingleses titubearon; acababan deperder a sus dos jefes y todo daba aentender que el golpe había fracasado.Se oyeron voces de mando en el primerpiso, mientras que en el exterior sonabauna ráfaga de disparos. El sargentoTerry pensó que se trataba de unarespuesta alemana, pero en realidad eraun inglés que acaba de abatir al tenienteJaeger. El oficial germano estabadurmiendo en otra habitación de laplanta baja cuando fue sorprendido porla explosión de las granadas. Jaegerquiso salir al jardín por una ventana quehabía sido arrancada por la ondaexpansiva, pero tropezó con uno de los

comandos en su ruta de huida.Al oír estos tiros en el exterior, y

creyendo que llegaban refuerzosalemanes, el sargento Terry y sus doshombres optaron por escapar. Al salirde la casa se encontraron con otrosoldado alemán, que cayó sin vida bajouna certera ráfaga de fusil ametrallador.Los disparos que se oían por todoslados desconcertaron aún más a ungrupo de tres hombres que hasta esemomento intentaban en vano penetrar enel edificio por la puerta trasera, aldesconocer que, tras la puerta quetrataban de derribar, los alemaneshabían colocado un gran depósito de

agua. El intenso tiroteo que sedesarrollaba en la parte delantera deledificio les llevó a pensar que algohabía salido mal y que era mejoralejarse de la casa, lo cual hicieron. Elgolpe de mano para capturar o matar aRommel había fracasado.

Capitulo

Texto

La huida

El sargento Terry y diecisiete de sushombres escaparon en dirección a laplaya en donde se había quedadoLaycock esperando en vano la llegadadel resto del grupo procedente delTalisman. Tampoco regresaría el grupodel capitán Cook; se supo después quehabía cumplido su objetivo de sabotearlas líneas de comunicación, pero quehabía caído en manos del enemigo en suviaje de regreso.

El teniente coronel Robert Laycock pasandorevista a sus tropas. Aunque el teniente

coronel Keyes era el encargado de dirigir elasalto, la operación estaba nominalmentre

bajo su mando. Al contrario que Keyes,Laycock consideraba la misión altamente

arriesgada.

Una vez en la playa, los hombres deTerry y de Laycock se dirigieron a lascuevas en las que habían escondido losbotes neumáticos para dirigirse hacialos submarinos que les estabanesperando, pero se llevaron unadesagradable sorpresa al descubrir quelas canoas ya no estaban allí, aunque, detodos modos, el mal tiempo hacíadesaconsejable intentar el reembarque.Así, no podían hacer otra cosa queesperar a que desde los sumergiblesacudiesen a su rescate. No obstante,unos árabes amigos acudieron ainformarles de que habían trasladado losbotes a otro lugar más seguro, lo que

explicaba la desaparición. Por la noche,con los botes dispuestos y el Torbayesperando, el tiempo empeoró aún más;desde el submarino se emitió un mensajeen morse mediante una linterna, diciendoque la mar estaba demasiado agitadapara llevar a cabo la operación derescate, por lo que el reembarquequedaba aplazado para la nochesiguiente. Aun así, desde el Torbay searrojó al agua un bote de goma con aguay comida, para que la corriente lollevase a tierra.

Laycock ocultó a los hombres encuevas y estableció patrullaspermanentes en los flancos. A mediodía,

los británicos fueron descubiertos porunos árabes movilizados por lositalianos; era la avanzadilla de losalemanes, que habían descubierto laplaya en la que tenían previstoreembarcar gracias a un mapaencontrado en el bolsillo de uno de loscomandos que habían sido capturados.Laycock consideró que lo mejor erapasar a la ofensiva y envió dos grupospara que atacasen por los flancos a lastropas del Eje que se estabanaproximando a la playa

Los británicos pudieron hacer frentea una unidad germana compuesta porvarias decenas de efectivos, pero la

llegada continua de refuerzos hizo quelos comandos comenzasen a recularhacia la playa. En el horizonte aparecióuna gran formación italiana, dispuesta aparticipar en el ataque final. A las dosde la tarde, los alemanes, con elrespaldo de los italianos, iniciaron elavance sobre la playa manteniendo unnutrido fuego y llegando a escasosdoscientos metros de las cuevas en lasque se encontraban los comandos.Entonces, Laycock dividió su fuerza enpequeños grupos de no más de treshombres y les conminó a huirinternándose en el desierto. Ocultándosetras rocas y matorrales, la mayoría de

los comandos consiguió escapar de laplaya, salvando el cerco que las tropasdel Eje trataban de cerrar sobre ellos.

A partir de ahí, cada grupo intentósalvarse por su cuenta. Unos trataron deocultarse cerca de la costa para tratar dereembarcar en los submarinos cuando lasituación fuera más favorable. Otrosdecidieron cubrir la distancia que lesseparaba de las lejanas líneas aliadas,mientras que otros prefirieronesconderse por la región y esperar lafutura llegada de las tropas británicas.

Por su parte, los alemanes selanzaron a la caza del hombre,instalando controles en todos los

caminos y registrando aldeas. Sinembargo, los británicos contaban con lainestimable protección del jefe de latribu de los senusis, quien había sidoconvenientemente sobornado, y loscomandos que decidieron quedarse en laregión pudieron así refugiarse en casasparticulares, disfrazados de árabes parano llamar la atención.

Los alemanes recurrieron entonces aun carabinero italiano que estabainstalado desde hacía tiempo en laregión, y que conocía bien la mentalidadde los árabes. El astuto italiano, deconformidad con sus aliados germanos,hizo saber a los árabes que la entrega de

cada inglés sería correspondida concuarenta kilos de harina y diez kilos deazúcar. La oferta fue acogida conentusiasmo y a partir de ese momentolos fugitivos no pudieron encontrarseseguros en ningún lugar de la Cirenaica.Con el paso de los días, los comandosfueron cayendo uno a uno en manosalemanas. Los que trataron de atravesarel desierto en dirección a Egiptoacabaron entregándose, extenuados ysedientos.

Entierro con honoresmilitares

De todos los comandos que participaronen la operación, tan sólo pudieronescapar con vida Laycock y Terry, quelograron contactar con las líneasbritánicas en Cirene tras un viaje a piede treinta y siete días, y un soldado, quellegó tres días después. El resto estabanmuertos o en un campo de prisioneros.Como es de imaginar, las condiciones enlas que aquellos tres hombres cubrieronel trayecto, en su mayor parte porterreno desértico y bajo la amenazaperenne de ser descubiertos por el

enemigo, fueron muy duras; a vecestuvieron que alimentarse únicamente debayas silvestres aunque,afortunadamente, nunca carecieron deagua, gracias a que había llovidobastante en la región. Cuando Laycock yTerry alcanzaron a las fuerzas inglesas,casualmente el día de Navidad, loprimero que hicieron fue comerse cadauno un bote entero de mermelada.

Paradójicamente, Rommel ordenóque el cuerpo de Keyes recibiesesepultura en un cementerio militar deBengasi con todos los honores, a pesarde que el militar británico había llegadohasta allí para matarle. Por su parte, el

capitán Campbell fue atendido por losalemanes de sus graves heridas en lapierna en un pequeño hospital de BedaLittoria. Aunque los alemanes hicierontodo lo posible para salvar su pierna, alfinal esta le sería amputada en el campode prisioneros en Italia al que fuetrasladado.

Durante su estancia en el hospital deBeda Littoria, el capitán Campbellexplicó al médico germano que tratabade curar su pierna que la misión que leshabía llevado hasta allí era la decapturar o matar a Rommel. El doctor,sorprendido por la informacióndeficiente de que disponían los

británicos, le dijo, para gran sorpresa deCampbell, que Rommel no habíahabitado nunca la casa atacada; laPrefettura era el cuartel general de losservicios de intendencia.

En realidad, por entonces Rommelvivía en una residencia secreta en laaldea de Susah, junto a las ruinasgriegas de Apolonia. El Zorro delDesierto dormía allí acompañado sólode un ayudante militar, el oficial AlexUlrich, y de su asistente personal libio,Issa Kraim Budawa. Precisamente paraimpedir que los espías británicospudieran saber que el general residíaallí, Rommel iba siempre vestido de

civil, y los oficiales alemanes solíandecir que se trataba de un periodista, unmaestro o un asesor militar. De hecho, elasistente libio no se dio cuenta de suauténtica identidad hasta que llevó seismeses a su servicio.

De todos modos, aunque losbritánicos hubieran sabido que Rommeldormía en Susah, el día en que Keyes ysus hombres irrumpieron en laPrefettura de Beda Littoria el Zorro delDesierto se encontraba muy lejos deallí: en Roma. Rommel se habíadesplazado a la capital italiana paraplanificar el futuro asalto a Tobruk, unaoperación en la que era fundamental

contar con los suministros que debían dellegar de Italia, especialmente elcombustible. Además, en la CiudadEterna se quedó veinticuatro horas másde lo previsto, ya que su esposa fue areunirse allí con él para festejar elcumpleaños de este. Rommel regresó el18 de noviembre por la tarde, acudiendoal cuartel general de Beda Littoria parainteresarse por las víctimas y comprobarlos destrozos causados en el asalto.

Un fiasco absoluto

Pese a haber fracasado en su intento decapturar a Rommel, Keyes fuecondecorado a título póstumo con laCruz Victoria por haber dirigido lamisión. Sin duda, su padre debiósentirse orgulloso de él, pero nada podíamaquillar el tremendo fiasco de laoperación dirigida por su vástago.Aunque se trató de dotarla de una pátinade gloria, seguramente la realidad fueaún más lamentable de lo que reflejabala versión oficial, ya que es probableque las heridas mortales sufridas porKeyes fueran a consecuencia de «fuego

amigo» producido en el caos del tiroteo.Los errores en la planificación de la

misión se revelaron mayúsculos. Elprimero fue permitir que Keyes hijodirigiera la operación porrecomendación de su insigne progenitor,cuando no reunía ninguna de lasaptitudes que requería ese actorfundamental. Los hombres que tenía a sucargo no confiaban en él, pues eranconscientes de sus escasos méritos paraguiarles en tan difícil y arriesgadocometido. La responsabilidad de suelección recaería en el almirante Keyes,pero sobre todo en Churchill, que eraquien tenía la última palabra en la

organización del golpe de mano.También fue incomprensible el

hecho de que se lanzase la operacióncuando Rommel no se encontraba enBeda Littoria, sino en un lugar tanalejado de allí como la capital italiana.Los servicios de información fallaronestrepitosamente y condenaron alfracaso la acción antes de tener lugar. Lamanipulada versión oficial británicaapuntaba a que Rommel se encontrabaen Beda Littoria ese día, pero que habíaacudido a la boda de un jeque sobre lasocho de la tarde, regresando sólo mediahora después del asalto; de este modo sepretendía salvaguardar la reputación de

sus informadores, que en este caso noestuvieron especialmente acertados.También se aseguró que los comandoshabían matado a decenas de alemanes,cuando en realidad fueron sólo cuatro.

Otro error inexplicable fue llevar acabo la misión bajo unas condicionesmeteorológicas tan adversas, por otraparte habituales en la región durante esaépoca del año y, por tanto, previsibles;la imposibilidad de desembarcar a todoslos hombres en la costa mermaríaconsiderablemente las posibilidades deéxito de la misión, incluso en el caso deque Rommel se hubiera encontrado en ellugar esperado.

Ante esas dificultades sobrevenidas,lo más lógico hubiera sido aplazar laoperación, pero quizás el hecho de queesa decisión dependiese en últimotérmino del teniente coronel Keyes, másinteresado en pasar a la historiaacabando con el mítico Zorro delDesierto para reivindicarse ante supadre que por rendir un buen servicio ala causa aliada, hizo que la misión sepusiera en marcha bajo cualquiercircunstancia, aumentando así lasposibilidades de acabar en un sonorofracaso, como así sería.

Las consecuencias de la deficientedirección de Keyes del asalto al cuartel

general de Rommel las pagaría él mismocon la vida, pero también las pagó elEjército británico con la pérdida dealgunos de los mejores hombres con quecontaba entonces el Long Range DesertGroup.

La frustrada operación tuvo unefecto ambivalente en la moral de lastropas británicas. Por un lado, se habíademostrado que los alemanes no podíansentirse seguros en la retaguardia, y quelos comandos eran lo suficientementeaudaces para intentar cazar a Rommelallá donde se encontrase. Pero, por otrolado, el aura mítica del Zorro delDesierto, al haber logrado escapar a ese

intento de captura o asesinato, quedófirmemente asentada en la mente de lossoldados británicos. Para intentarcontrarrestarla, sir Claude Auchinlekrubricaría su firma bajo este orden deldía:

A todos los directores y jefesdel Estado mayor de loscuarteles generales y serviciosde las fuerzas del OrienteMedio. Es de temer mucho elque nuestros soldados tomen anuestro amigo Rommel por unaespecie de bruja o coco deniños, pues hablan demasiado de

él. No es en modo alguno unsuperhombre, aunque searealmente muy enérgico y capaz.Incluso si fuera un superhombre,sería extremadamente sensibleque nuestros hombres loconsiderasen como una fuerzasobrenatural.

Por todo ello, les pido queintenten por todos los mediosborrar esa impresión de queRommel pueda ser algo más queun simple general alemán. Enprimer lugar, es importante elevitar que se siga citándole porsu nombre constantemente para

hablar de nuestro enemigo enLibia. Hay que decir «losalemanes» o «las fuerzas delEje», o simplemente «elenemigo», sin colocarconstantemente su nombre pordelante.

La figura de Rommel seengrandecería aún más tras la toma deTobruk en junio de 1942; la captura deesa plaza estratégica dejaba expedito elcamino a El Cairo. Al final, la falta dematerial y suministros en el AfrikaKorps, unida a la firmeza y tenacidadbritánica y la llegada masiva de

aprovisionamientos para el VIIIEjército, lograría frenar por primera vezal Zorro del Desierto, pero su mitoperduraría para siempre entre todosaquellos que sirvieron a sus órdenes otuvieron el honor de enfrentarse a él.

OperaciónAntropoide: Heydrich

debe morir

El 27 de mayo de 1942, Praga amaneciócon el cielo despejado y una temperaturaagradable, típicamente primaveral. Sushabitantes se preparaban para acudir asus trabajos en lo que se preveía unamañana suavemente calurosa. A pesar dela guerra, la ciudad vivía envuelta enuna engañosa normalidad; las fábricaschecas, especializadas en armamento,funcionaban a su máxima capacidad para

abastecer las necesidades crecientes dela máquina de guerra germana, por loque no faltaba el trabajo entre loschecos. Tampoco faltaba comida, apesar del racionamiento. La ocupaciónalemana del país, de la que habíantranscurrido más de tres años, habíapisoteado el honor de los checos, perola vida resultaba medianamenteaceptable para aquellos que seresignaban a agachar la cabeza ante losnuevos amos.

Pero esa mañana iban a cambiarmuchas cosas. En una calle de lasafueras de la capital checa, tres hombresvestidos con gabardinas a pesar del

calor y cubiertos con gorras, dabanvueltas de un lado para otronerviosamente. Dos de ellos, con sendascarteras de mano, simulaban estaresperando en una parada de tranvía,mientras que otro, con un periódico en lamano, permanecía de pie a un tiro depiedra, preparado para hacer una señal asus compañeros en cuanto vieseaparecer un Mercedes negrodescapotable por la calle que seencontraba vigilando.

Los minutos iban pasando lentamenteen el reloj de un campanario cercano,pero el vehículo no llegaba. Los doshombres que simulaban estar esperando

el tranvía temían despertar sospechas alllevar tanto tiempo en la parada sinsubir a ninguno. Cuando el retraso ya seacercaba a la hora y media, la tensiónque estaban viviendo aquellos hombresfue disminuyendo, ya que todo hacíaindicar que ese día, por el motivo quefuera, aquel Mercedes no iba a aparecer;deberían regresar al día siguiente a versi tenían más suerte.

Pero cuando estaban a punto deabandonar el lugar, el hombre delperiódico comenzó a agitarlo: era laseñal convenida. El Mercedes negroestaba llegando a la curva en la queesperaban los otros dos hombres, un

tramo en que el vehículo debía disminuirsu velocidad hasta verse casi detenido.Ese era el momento en el que deberíanactuar, poniendo en práctica lo quehabían ensayado durante varios meses,lo que iba a suceder en apenas unossegundos. El instante del que iba adepender la suerte de miles de personasestaba a punto de llegar.

Checos en el exilio

Dos años antes de que aquellos treshombres se aprestasen a llevar a cabo laacción para la que se habían entrenadotanto tiempo, otros muchos checos comoellos habían llegado a las islasbritánicas escapando de los nazis. Conla caída de Francia, Gran Bretaña habíapasado a ser el único reducto de EuropaOccidental que resistía ante elvictorioso avance de las tropas deHitler. Londres se convirtió así enrefugio de gobiernos y militares de lospaíses del continente europeo que nohabían logrado mantenerse a salvo de la

marea nazi. Allí se congregabanvoluntarios polacos, noruegos,holandeses, belgas, franceses o, como eneste caso, checos, dispuestos a todo paraconseguir algún día la liberación de supatria ocupada.

En el otoño de 1941, en un campo deentrenamiento del Ejecutivo deOperaciones Especiales (SpecialOperations Executive, SOE) situado enEscocia, dos jóvenes checos estabansiendo sometidos a un adiestramientoespecial: Jan Kubis, hijo de uncampesino de Moravia, y Josef Gabcik,cerrajero eslovaco, ambos ex sargentosdel Ejército checo. Habían escapado de

Checoslovaquia consiguiendo alcanzarGran Bretaña, donde se habían puesto alas órdenes de su gobierno en el exilio.Estos dos jóvenes, que serían uña ycarne desde que se conocieron enInglaterra, no podían imaginar en esosmomentos que acabarían convirtiéndoseen símbolo de la resistencia ante laopresión y un aleccionador ejemplo paramiles de compatriotas.

Tras la anexión de la región de losSudetes que siguió al Pacto de Múnichde octubre de 1938, Hitler terminó deocupar el resto de Checoslovaquia enmarzo de 1939. El entonces presidentede lo que quedaba del país, el

pusilánime Emil Hácha, accedió a seguiren el cargo, aunque sometido porcompleto a los alemanes. Hácha tuvoque resignarse también a ver cómoEslovaquia pasaba a ser independientebajo un gobierno títere de los nazis y aque el resto del país fuese denominadoProtectorado de Bohemia y Moravia.Desde noviembre de 1939, todo elpoder lo ejercería en Praga el alemánKonstantin von Neurath con el cargo deReichsprotektor de Bohemia y Moravia,mientras que Hácha continuaba al frentede un gobierno que actuaba al dictado deBerlín.

Los habitantes del protectorado

perdieron sus libertades democráticas yla economía del país quedó encuadradadentro del esfuerzo bélico alemán.Además se facilitó la llegada dealemanes al territorio checo, lo que diopie a unas tímidas protestas delpresidente Hácha, que no tuvieronningún eco. Mientras tanto, el expresidente de Checoslovaquia, EdvardBenes, formó un gobierno en el exilio enLondres con el apoyo de los aliados.

Pese al dominio germano sobre elterritorio checo, el proceso de sumisiónde la población local no avanzaba alritmo deseado por Berlín. Se producíanhuelgas y protestas entre los obreros y la

resistencia operaba con ciertatranquilidad. Von Neurath, consideradoblando por Hitler, fue sustituido enseptiembre de 1941 por un hombre tanbrutal e implacable como hábil einteligente, en quien el führer teníadepositadas muchas esperanzas: elObergruppenführer de las SS y jefe delServicio de Seguridad del Reich(Sicherheitsdienst, SD), ReinhardHeydrich.

Heydrich era aficionado al violín, elpiano y la esgrima. Aunque se leconocía como «la bestia rubia» por suaspecto nórdico, sus enemigosaseguraban que tenía un antepasado

judío, por lo que le llamaban el «Moisésrubio» para hundir su carreraascendente. También le llamaban «lacabra», por su estridente risa.

El nuevo Reichsprotektor deBohemia y Moravia era el hombre deconfianza del jefe de las SS, HeinrichHimmler, aunque no se descarta que ladecisión de enviarlo a Praga fueraalentada por el propio Himmler,receloso del poder que el ambiciosoHeydrich estaba acumulando. Pese a queno era muy conocido fuera de loscírculos del poder, gracias a suprivilegiado puesto nada escapaba a suconocimiento; no había asunto turbio en

las entrañas del Estado en el que él noestuviera involucrado, lo que le llevó aasegurar que él era «el máximoencargado del vertedero de basura delReich».

El 27 de septiembre de 1941,Heydrich apareció en Praga,acompañado de un séquito de mediocentenar de especialistas parareorganizar el Protectorado. A los tresdías, Heydrich convocó a los altos jefesde la Administración alemana parainformarles sobre los principios queregirían en el país. En su discurso nohabló solamente de la «misión delReich, encaminada a transformar la Gran

Alemania en un colosal Imperiogermánico», sino que mencionó cosasque los oyentes estaban obligados a norevelar; habló de una nueva Europa en laque «los checos no contarían paranada». Según Heydrich, los checos decierto valor racial serían«germanizados», mientras que el restoacabaría «esterilizado o, sencillamente,en el paredón».

En cuanto Heydrich tomó posesiónde su nuevo cargo, quiso marcardistancias con su predecesor,implantando la ley marcial y ordenandola detención de casi toda laintelectualidad checa. En menos de

cinco semanas mandó ejecutar aquinientos cincuenta checos, lanzando ala población un inequívoco mensaje deque las cosas habían cambiado.Heydrich también persiguió a lapoblación judía checa, deportando amiles a los campos de concentración.

Objetivo: Heydrich

El flamante Reichsprotektor, instaladoen el castillo de Praga y convertido enuna especie de César, comenzó a aplicaren Bohemia y Moravia la misma exitosafórmula que había empleado el TercerReich para consolidar su poder enAlemania: una sagaz política de «palo yzanahoria». Esa estrategia consistía enproporcionar a la población medidasbenefactoras, como aumentos de salario,reducción de la jornada laboral,vacaciones pagadas, ayudas sociales yraciones extra, combinadas con durasmedidas de represión para desarticular

toda resistencia. El objetivo primordialera ganarse la simpatía del obrerocheco, tan necesario para la industriadel armamento. La población checa, antela ausencia de alternativas, se avino aapreciar las ventajas de la nuevasituación, que en algunos aspectosmejoraba la vivida antes de laocupación alemana.

Reinhard Heydrich, Reichsprotektor deBohemia y Moravia, era un nazi fanático e

implacable que contaba con el afecto deHitler.

Esa creciente colaboración de lapoblación checa con los alemanes setraduciría en un aumento de laproducción en la potente industria bélicadel país, lo que fue contemplado conpreocupación por los aliados. Además,se corría el peligro de que el ejemplo dela sumisión de los checos se extendiesea otros países ocupados. Era necesariodesestabilizar el fructífero dominiogermano sobre el territorio checo y la

manera más sencilla de lograrlo eraconseguir que la mano dura del régimengolpeara indiscriminadamente a toda lapoblación para enajenarse así suresignado apoyo.

Si los aliados conseguían suobjetivo, en unos momentos en los quelos panzer avanzaban victoriosos sobreMoscú y los U-Boot habían convertidoel Atlántico en su particular coto decaza, el Reich se encontraríainesperadamente con un problema en su«patio trasero», lo que le obligaría adesviar la atención que entoncesrequería su imperio, cada vez mayor.Para ello, Churchill era partidario de

provocar a los alemanes con un golpecontundente que revelase ante lapoblación checa toda la brutalidadinherente al régimen nazi.

Entonces surgió una idea tan audazcomo arriesgada; acabar con la vida deHeydrich. Hitler sentía un gran apreciopor este valor emergente, que cumplíacon los requisitos para ascender a lasmás altas esferas del organigrama delTercer Reich; joven, implacable, carentede escrúpulos y nazi fanático. Losaliados sabían que, eliminando aHeydrich, Hitler se enfurecería ylanzaría una ola de represalias sinprecedentes, lo que con toda seguridad

acabaría con la cordial cohabitación quemantenían los checos con sus ocupantes.Se había puesto en marcha la OperaciónAntropoide.

El Gobierno checoslovaco en elexilio de Londres dudaba en llevar acabo acciones contra los alemanes, pormiedo precisamente a esas represaliasque sin duda se abatirían sobre supueblo. Sin embargo, en ocasiones esnecesario acometer sacrificios en arasde un bien mayor, o al menos así loacabaron por entender los gobernanteschecos, para los que era fundamentalmantener buenas relaciones con susanfitriones británicos, cuyo objetivo

primordial era ganar la guerra. Portanto, el Gobierno checo no tuvo otraalternativa que apoyar la idea deasesinar al Reichsprotektor, asumiendolas terribles consecuencias que ese actoiba a provocar. Además de corresponderal apoyo que estaban recibiendo de losbritánicos, con esa decisión tambiénmarcaban distancias con el presidenteHácha, quien enviaba mensajes secretosde solidaridad al Gobierno en el exiliomientras en la práctica favorecía lacolaboración con los ocupantes. Dellevarse finalmente a cabo el atentadocontra Heydrich, la acción sería unaadvertencia a los nazis de que su poder

no era tan omnímodo como creían yrepresentaría también una esperanzapara los resistentes de toda Europa.Pero, tal como se ha referido, losbritánicos se habían propuesto acabarcon esa política de acercamiento a lapoblación checa que Heydrich estabasiguiendo con relativo éxito, un fin quejustificaba los medios a emplear.

La misión fue encargada a Kubis yGabcik, para lo cual se les instruyó entodo lo necesario para poder, llegado elmomento, eliminar a la «bestia rubia».En el campo de entrenamiento escocésaprendieron a manejar unas granadas demano especiales contra los blindajes, en

previsión de que el atentado fuera contrasu vehículo. En poco tiempo seconvirtieron también en muy buenostiradores. Ambos debían dominar todaslas técnicas para lograr cumplir conéxito su misión.

La operación en marcha

La tarde del 28 de diciembre de 1941despegó de un aeródromo cercano aLondres un bombardero Halifax de granalcance. Al anochecer, después de unarriesgado vuelo sobre la Europaocupada, Kubis y Gabcik se lanzaron enparacaídas cerca de la localidad deNehvizdy, a veinte kilómetros de Praga.Su objetivo era matar a Heydrich, peroantes de que llegase ese momento debíanentrar en contacto con la resistenciacheca para que les ayudasen a preparary ejecutar el atentado.

Una vez en tierra, los dos checos

deambularon durante un par de horasbuscando un escondite seguro, hasta quedescubrieron una cantera abandonada enla que pudieron ocultarse y reponerfuerzas. Pero al amanecer fueronsorprendidos por la llegada de unhombre enjuto, con gafas, boina y unbigote que recordaba al que lucía Hitler.En cuanto le vieron, Kubis y Gabcikempuñaron las armas y encañonaron alvisitante. Sin embargo, este no se alterólo más mínimo y se limitó a decirles quehabía oído el rumor del avión y visto susparacaídas mientras descendían, por loque ya sabía que eran agentes aliados.El hombre, que dijo ser molinero y

llamarse Baumann, les aseguró queconocía muy bien la región y que lacantera resultaba en ese momento elmejor de los escondrijos. Kubis yGabcik decidieron confiar en aquelextraño, revelándole que acababan dellegar de Inglaterra y que deseabantrasladarse a Praga, en donde habían decumplir una misión especial, de la cualno desvelaron ningún detalle.

Los dos jóvenes tuvieron muchasuerte; Baumann se comprometió afacilitarles el contacto con la resistenciade la capital. Él mismo pertenecía almovimiento Sokol, una de las muchasorganizaciones patrióticas declaradas

fuera de la ley por los alemanes.Después de pasar cuatro días ocultos enla cantera, el molinero les condujo aPraga, quedando alojados en la casa deuna familia que colaboraba con laresistencia.

Unos días después, Baumann lespuso en contacto con el jefe delmovimiento Sokol, el profesor dequímica Vladislav Vanek. El profesorVanek pidió a Kubis que le explicase larazón de la presencia de ambos enPraga. Para sorpresa del joven checo,que esperaba un cálido recibimiento,Vanek le sometió a un tensointerrogatorio apuntándole en todo

momento con una pistola. Aunque losresistentes checos sabían que esos doshombres se habían lanzado enparacaídas desde un avión, el aparatobien podía ser alemán. También cabía laposibilidad de que los verdaderosagentes hubieran sido detenidos nadamás tocar tierra y que dos espíasalemanes los hubieran suplantado; estetipo de estratagemas eran habituales.Así, para comprobar que el joven eraquien decía ser, Vanek le conminó a quenombrase algunos oficiales checos enInglaterra y que describiese el lugardonde había nacido. Los alemaneshabían intentado en varias ocasiones

infiltrarse en los movimientos deresistencia checos, por lo que todaprecaución era poca.

Kubis se mostró un tanto irritado portener que someterse a ese exhaustivoexamen, pero Vanek se justificó diciendoque ellos eran los primeros hombres queles enviaban desde Londres y que, entodo caso, los británicos no les habíanavisado de su llegada, por lo que debíaentender los temores a que se tratase deuna trampa urdida por los alemanes.

El profesor Vanek preguntó a Kubislo que él y su camarada pensaban hacer.Al principio alegó que su misión erasecreta pero al final y tras muchos

rodeos, comprendiendo que en todo casoprecisaría de la ayuda de la resistenciapara llevarla a cabo con éxito, desvelópor fin que habían llegado para matar aHeydrich.

El jefe de la resistencia checa lereconoció que no sentía muchoentusiasmo por ese plan para asesinar aHeydrich, del que ya había oído hablar.Las consecuencias de los ataques contralos intereses alemanes en territoriocheco se saldaban con fuertesrepresalias, por lo que en este caso,tratándose de uno de los principalesjerarcas nazis, la venganza del régimenpodía ser de una brutalidad

inimaginable. Kubis reconoció que lasrepresalias que inevitablemente se ibana producir a consecuencia del atentadohabían sido contempladas a la hora dedecidir el plan pero que, de todosmodos, el temor a esa respuestasanguinaria por parte de los nazis nodebía interferir en su cumplimiento. Eljoven checo insistió en que habíanrecibido la orden en Londres y que losresistentes checos tenían la obligaciónde ayudarles en su tarea.

Vanek insistió en sus reticencias anteun plan que, de tener éxito, iba a desataruna venganza furiosa sobre cientos omiles de personas inocentes, pero Kubis

no quería ni oír hablar de cancelar lamisión. Marcándose un farol, aseguróque la llevarían a cabo con o sin ayudade la resistencia. Ante la firmeresolución del joven, y la constataciónde que cumplía órdenes del Gobiernocheco en el exilio, a quien la resistenciatambién debía lealtad, Vanek accediófinalmente a colaborar en la operación.

Por el momento, Vanek los puso enmanos de uno de sus mejores hombres,el maestro Jan Zelenka, llamadocomúnmente «tío Hajski», quien lesproporcionó alojamiento en la casa deuna familia de confianza, los Moravec.La señora Moravec, conocida por todos

como «tía María», era una carismáticacombatiente cuyo hijo mayor habíaescapado a Inglaterra, convirtiéndose enpiloto de la RAF. Su hijo pequeño, Ata,pese a contar con sólo diecisiete años,colaboraba también como el que más enlas acciones de la resistencia.

Una vez establecidos en Praga, losdos checos comenzaron a recoger lainformación necesaria para planear elatentado. Enseguida pudieron comprobarlos beneficios de la colaboración con laresistencia. Por ejemplo, «tío Hajski»les puso en contacto con un carpinteroque él mismo había reclutado para quecolaborase con el movimiento Sokol, y

que se encargó de indicarles cuál era elMercedes en que Heydrich sedesplazaba por la capital, así como losautomóviles que componían su escolta.

Preparando el atentado

En la primavera de 1942, Kubis yGabcik, provistos de documentosfalsificados y sendas bicicletas, sededicaron a recorrer en numerosasocasiones el itinerario habitual deHeydrich, con el fin de determinar ellugar más favorable para tenderle laemboscada. Un tramo de carreterabordeado por castaños, por el queHeydrich pasaba dos veces al día, lespareció el sitio ideal para «cazarlo».

Al principio decidieron tender uncable de acero entre uno y otro lado dela carretera para provocar un accidente,

ya que en ese tramo, al ser totalmenterecto, el vehículo solía correr a granvelocidad. Los dos hombres acudirían alcoche accidentado para tirotear aHeydrich y al conductor.

Sin embargo, cuando ya teníandecidido atentar en ese lugar, se dieroncuenta de que ese escenario ofrecía uninconveniente; en el caso de que el planfracasase, la huida sería complicada alno tener dónde ocultarse, puesto que esetramo de carretera se hallaba en campoabierto, y si pretendían escapar enbicicleta por la carretera era obvio queno podrían llegar muy lejos antes de seralcanzados. Era necesario, por tanto,

encontrar una nueva localización, ydebía ser en las calles de Praga, endonde sería más sencillo perder de vistaa sus perseguidores tras cometer elatentado.

El lugar en cuestión lo acabaríanencontrando en el suburbio de Liben;una curva cerrada poco antes de rebasarel puente de Troya y enfilar el centro dela capital. La curva de Liben era el sitioideal para ejecutar el atentado; en esepunto, el vehículo de Heydrich se veíaobligado a reducir su marcha, al ser unacurva muy cerrada, por lo que duranteunos segundos iba a ofrecer un blancoperfecto.

Los dos jóvenes checos contaríancon la colaboración de Josef Valcik,otro compatriota que también había sidoentrenado en Gran Bretaña. Según elplan que les llevaría a representar laescena descrita al inicio del capítulo,poco después de las nueve se situaríanlos tres junto a la curva en una paradapróxima del tranvía, simulando que loesperaban. Kubis llevaría en su carterauna granada especial de cuarentacentímetros de longitud, mientras queGabcik iría pertrechado con un subfusilbritánico Sten, oculto en su gabardina.Llegado el momento, Valcik dejaría laparada para situarse a un centenar de

metros, en un lugar desde el que se veríallegar el automóvil de Heydrich. Encuanto apareciese, Valcik haría unaseñal agitando un periódico; los otrosdos miembros del equipo se dirigiríanentonces rápidamente hacia la curva,donde pondrían a punto sus armas enespera de que pasase ante ellos elMercedes de Heydrich. Cerca de ellostendrían preparadas unas bicicletas paradesaparecer por las callejuelas de lazona.

Mientras se avanzaba en lospreparativos del atentado, el profesorVanek continuaba reticente a que lamisión se llevase a cabo. A pesar de que

expuso sus dudas en varias ocasiones,tanto Kubis y Gabcik como Valcikseguían convencidos de llevarloadelante. El jefe de la resistencia forzóuna comunicación con el Gobiernocheco exiliado en Londres, con el fin deconvencerles de que era mejor cancelarel plan. Vanek alegó que varios de sushombres habían sido capturados, por loque la organización se hallaba enpeligro; el atentado conllevaría, sinduda, un aumento de la presión sobre laresistencia, con lo que se correría elriesgo de que se viese aplastada porcompleto.

Pese a las protestas de Vanek, la

respuesta que llegó desde Londres fuerotunda e inapelable; era absolutamentenecesario atentar contra la vida deHeydrich. Como se ha apuntado, elGobierno en el exilio deseaba mostrar alpueblo checo que no tenía nada que vercon el gabinete títere presidido porHácha, partidario de la colaboracióncon los alemanes. Además, gracias a eseespectacular golpe, se insuflaríaesperanza en los checos de acabar undía con el dominio germano, lo quesupuestamente daría alas al movimientode resistencia.

Si desde Londres se veía elpanorama de este modo, los resistentes

checos no lo contemplaban así, ya quecreían más bien que la violentarespuesta alemana al atentado iba aprovocar el efecto contrario. Pero elGobierno en el exilio era de la opiniónde que las represalias iban a galvanizaral pueblo checo en torno a la resistencia,por lo que se mostró inflexible en ladecisión de atentar contra Heydrich.Ante la imposibilidad de convencer alGobierno checo en Londres para quedesistiese de lanzar la operación, Vanekno tuvo otro remedio que apoyarla.

A mediados de mayo de 1942, Kubisy Gabcik comunicaron a Vanek que elplan estaba listo para ponerse en

marcha. Ya sólo faltaba decidir el día enque tendría lugar el atentado. Uno de loscontactos de Vanek informó queHeydrich debía partir próximamente aBerlín y que su regreso a Praga podíademorarse varias semanas. Así pues,había que actuar con rapidez; se decidióque la operación se llevase a cabo el 27de mayo.

El momento decisivo

Tal como se relataba al inicio delcapítulo, aquel 27 de mayo de 1942 eraun típico día de primavera. Sobre lasdiez y media de la mañana, una hora ymedia más tarde de lo que solía hacerhabitualmente, Heydrich se despidió desu mujer y de sus hijos en su lujosaresidencia de Panenske-Brezany, situadaa catorce kilómetros de Praga. Elconductor, el Oberscharführer de las SSJohannes Klein, tenía listo su Mercedesdescapotable. Como ya lo había venidohaciendo en varias ocasiones, Heydrichiba a desplazarse sin escolta. Además,

solía ir con el vehículo descubierto,para demostrar que no necesitabaprotección. Heydrich era tan temido queconsideraba imposible que alguien seatreviera a atentar contra él.

Mientras, en la parada de tranvía deLiben, Kubis y Gabcik esperabanimpacientes al coche de Heydrich. Elloscreían que saldría de su casa sobre lasnueve de la mañana, por lo que elnerviosismo iba en aumento al ver queeste no aparecía. En la curva, el tercerintegrante del grupo, Valcik, vigilabaatentamente para avisar a suscompañeros de la llegada del Mercedes,pero los minutos iban transcurriendo en

el reloj de una torre cercana sin que elvehículo del jerarca nazi hiciera acto depresencia.

La mañana seguía avanzando y pocoa poco se fueron convenciendo de queHeydrich no pasaría ese día por allí. Elatentado, largamente preparado, iba atener que aplazarse hasta el díasiguiente. Pero inesperadamente,mientras las campanadas que señalabanlas once en punto sonaban en el reloj dela torre, Kubis y Gabcik vieron a Valcikagitando el periódico que llevaba en lamano: era la señal convenida, queanunciaba la inminente llegada delcoche de Heydrich. Mientras corrían

hacia la curva, un tranvía estaballegando a la parada. El inconfundibleMercedes negro del jerarca nazi subió lacuesta a plena marcha. Al llegar a lacurva, el chófer pisó el freno y redujo lavelocidad.

El lugar del atentado contra Heydrich, pocodespués de producirse. El coche en el que

viajaba permanece aún en mitad de lacalzada, mientras algunos curiosos acuden a

contemplar la escena.

Allí estaba Gabcik, con su subfusil apunto. Cuando tuvo el Mercedes justodelante, vio por primera vez el afiladorostro de Heydrich, inconfundible; elcheco apuntó y apretó el gatillo condecisión, pero del arma no salió ningunabala. Increíblemente, se había atascadoel seguro. Gabcik se quedó petrificadocontemplando impotente su arma, que lehabía fallado en el momento decisivo.Kubis le gritó desesperado: «¡Josef!».

Pero su compañero únicamentereaccionó para arrojar el subfusil a laacera y echar a correr.

En ese momento, el chófer deHeydrich cometió un error que a lapostre se demostraría fatal. En lugar deacelerar para escapar rápidamente de laemboscada, Klein detuvo el vehículobruscamente y desenfundó su pistolaLuger. En cuanto a Heydrich, en vez deordenar a su chófer que saliera de allí atoda velocidad, también extrajo su armade la cartuchera para enfrentarse a losmiembros de la resistencia.

Con Gabcik huyendo y a punto de sertiroteado por el chófer y el propio

Heydrich, Kubis recordó que llevabaconsigo una granada para utilizarlacomo «Plan B»; estaba claro que esemomento había llegado. Sin pensárselodos veces, Kubis arrojó la granadacontra el vehículo. Se produjo una fuerteexplosión al lado de la puerta derecha;piezas de metal y jirones del tapizadosalieron despedidos por el aire. La ondaexpansiva rompió las ventanillas de dostranvías próximos. Heydrich,instintivamente, se dio la vueltaintentando proteger su rostro con losbrazos. A pesar de recibir toda la ondade choque de la explosión, aún pudobajar del coche y dar algunos pasos,

antes de quedar tumbado en la acera,desangrándose.

Estado en el que quedó el Mercedes deHeydrich tras el atentado.

Sin esperar a comprobar los dañoscausados por la explosión, y suponiendoque Heydrich había muerto, Kubis montóen su bicicleta y emprendió una veloz

carrera hacia el puente de Troya. Gabcikapenas miró hacia el coche y siguióhuyendo a la carrera. El chófer Klein,que de modo sorprendente habíaresultado ileso, echó a correr detrás deGabcik, gritando y disparando; el checose metió por una calle lateral, pero elenfurecido Oberscharführer siguiócorriendo detrás de él. Gabcik buscórefugio en la puerta de una tienda ydesde allí abatió a Klein de un tirocertero. Después siguió corriendo callearriba, llegando a tiempo a subir a untranvía que se dirigía al centro de laciudad.

En el tranvía nadie se percató de la

agitación del joven. Una veztranquilizado, seguramente reparó en losobjetos que había abandonado en ellugar del atentado; no sólo el subfusil yla bicicleta, sino también su gabardina yla cartera de mano. En ese momento nosabía nada de su compañero, pero Kubistambién había cometido eseincomprensible error, al perder su gorray su maletín. Aunque en las carteras demano no había ninguna documentaciónque les identificase, ambos sabían quelos avezados sabuesos de la Gestapo noiban a necesitar mucho más para acabardando con ellos tarde o temprano.

Traslado al hospital

Mientras los dos checos se alejabanrápidamente del lugar del atentado,Heydrich era auxiliado en un primermomento por una mujer checa quepasaba por el lugar. Los policías checosque acudieron de inmediato al escenariodel ataque detuvieron una furgoneta paratrasladar a Heydrich al hospital. Eldirigente nazi, haciendo acopio de lasúltimas fuerzas que le quedaban, subióal vehículo y se tendió en la partetrasera. Aunque su estado era grave,parecía que se iba a poder salvar suvida. El hospital de Bulovka, al que fue

rápidamente trasladado, fue tomado porlos hombres de las SS; toda la segundaplanta, a la que no se permitió la entradadel personal checo, quedó reservada enexclusiva para su atención. Heydrichinsistió en ser atendido sólo pormédicos alemanes; esa desconfianzahacia los médicos checos resultaríaletal.

Aunque las autoridades nazisintentaron silenciar el intento deasesinato del Reichsprotektor, unashoras después todos los checos conocíanla impactante noticia. Al saber queHeydrich no había fallecido aconsecuencia de la explosión, un

sentimiento contradictorio se extendióentre los resistentes checos; por un lado,sufrieron una decepción al ver que laacción había fracasado, pero por otroconfiaron en que quizás las represaliasno fueran tan implacables en el caso deque el jerarca nazi sobreviviese alatentado. Otros, en cambio, creían queuna venganza dirigida por un Heydrichrestablecido alcanzaría cotas desalvajismo nunca vistas. Mientras elReichsprotektor era atendido de susheridas, la resistencia asistía aldesenlace del intento de asesinatoconteniendo la respiración.

Un examen de rayos X reveló que

Heydrich tenía varias esquirlas alojadasjunto a la columna vertebral, lo que leprovocaba un terrible dolor; pero la quecomprometería su vida sería una quetenía alojada en el bazo, que habíaquedado abierto. En esa herida habíatrozos de tela de su uniforme y restos decrin del relleno del asiento. Pero antesde proteger la herida de una infecciónhubo que esperar a que llegase desdeAlemania un médico de las Waffen SSenviado por Himmler, con lo que se diotiempo para que la infección seextendiese al torrente sanguíneo.Heydrich hubiera podido salvarse dehaber actuado con rapidez; sin embargo,

cuando se inició el tratamiento consulfamidas, ya era demasiado tarde[6].

Emisión filatélica con la máscara mortuoriade Heydrich.

Pese a todos los cuidados a los que

Heydrich sería sometido, para los que serequirió a cirujanos germanos quellegaron expresamente desde Alemania,nada se pudo hacer ya para salvar suvida. El retraso en recibir atenciónmédica había provocado una septicemiaque acabaría con la vida de Heydrichtras ocho días de lenta y dolorosaagonía.

El cadáver del Reichsprotektor fuetrasladado al castillo Hradcany, antes desalir para Berlín, donde fue enterradocon los máximos honores. A su funeralacudiría toda la alta jerarquía nazi,incluido Hitler, quien se mostróespecialmente afectado.

Operación de búsqueda

Mientras Heydrich se había estadodebatiendo entre la vida y la muerte enel hospital, los objetos abandonados porlos autores del atentado habían sidoexpuestos en el escaparate de una tiendade la céntrica plaza Wenzel. Allí, tras lacristalera, los transeúntes podían ver labicicleta, la gabardina, la gorra y lasdos carteras de mano, flanqueadas pordos grandes carteles, en checo y enalemán, que animaban a ofrecer a lapolicía datos sobre los dueños de esaspertenencias.

La prensa publicó fotografías de

esos objetos, y por medio de la radio yaltavoces se hizo pública la advertenciade que «todo aquel que, de una u otraforma, proteja a los bandidos, seráejecutado junto con su familia». Paraestimular la colaboración ciudadana, lasautoridades ofrecieron una recompensade diez millones de coronas —equivalente a unos ciento veinte mileuros— a quien aportase datos quepermitiesen la captura de los autores delintento de asesinato. Pocos días mástarde, ante la ausencia de pistas fiablesque condujesen a los responsables delataque, se duplicó el importe de larecompensa.

Gabcik encontró refugio en un barriode las afueras de Praga, Zizkov, en casade otra familia que colaboraba con laresistencia, mientras que Kubis seocultaba en la casa en la que fueronalojados por el molinero Baumanncuando llegaron a Praga, la de la familiaMoravec. La elección de Kubis eraespecialmente arriesgada, ya que labicicleta que había quedado abandonadaen el lugar del atentado pertenecía a «tíaMaría» y existía la posibilidad de quealguien la reconociese. Valcik tambiénfue ocultado en un piso controlado porla resistencia.

Las autoridades decretaron de

inmediato el estado de excepción en lacapital checa. Los restaurantes, cines yteatros se vieron obligados a cerrar suspuertas. A partir de las nueve de lanoche imperaba el toque de queda ypatrullas especiales de las SSregistraban metódicamente las casasparticulares. Los agentes de la Gestapohicieron horas extras irrumpiendo a altashoras de la noche en los hogares deaquellos infortunados a los que leshabían conducido sus pesquisas. Por eldía los alemanes bloqueaban calles ypuentes, registraban a los transeúntes einspeccionaban los automóviles. Nadiepodía entrar o salir de Praga sin la

debida autorización.Pero la batida no se limitó a la

capital. Los alemanes se dedicaron aregistrar casas, sótanos, graneros oestablos en toda Bohemia y Moravia, enla que probablemente haya sido la másgigantesca operación de búsqueda detodos los tiempos. Cientos de personaseran a diario detenidas y torturadas.

Las represalias ordenadas por elsustituto de Heydrich, elObergruppenführer Karl HermannFrank, no sólo afectaron a los queparticiparon en el atentado y a suscolaboradores; aprovechando la vastaoperación de castigo desplegada, unos

tres mil judíos checos que nada teníanque ver con las acciones de laresistencia fueron enviados a loscampos de exterminio de Polonia. EnBerlín, la noticia del atentado sirviótambién de excusa para practicarnumerosos arrestos, entre ellos los deciento cincuenta y dos judíos, que seríantambién deportados.

Karl Hermann Frank, sustituto de Heydrich.

El nuevo Reichsprotektor descargaría sobrelos checos una represión implacable en

venganza por el asesinato de su antecesor.

En un intento de aplacar la furia delos nazis que se estaba desatando sobresu pueblo y de paso desmarcarsepersonalmente de la acción, elpresidente Emil Hácha responsabilizódirectamente del atentado al presidentechecoslovaco en el exilio, EdvardBenes. En un discurso radiofónico lollamaría «enemigo número uno delpueblo checo».

A pesar de los extraordinariosesfuerzos de los alemanes paraencontrar a los autores del atentado,

estos seguían sin ser descubiertos. Alsentir que el círculo se estabaestrechando alrededor de susescondrijos, Gabcik, Kubis y Valcikfueron alojados en casa de otrasfamilias, pero el riesgo aumentaba alcrecer el número de cómplices. Así, elcapellán de la iglesia ortodoxa de SanCirilo, Vladimir Petrek, ofreció suayuda a los autores del atentado y acuatro colaboradores más,permitiéndoles esconderse en su iglesia.

Se rompe el silencio

Los alemanes proseguían con subúsqueda febril e implacable de los quehabían atentado contra la vida deHeydrich, pero sin obtener resultados.Los resistentes que eran capturados, obien no sabían nada del atentado, o bienresistían heroicamente losinterrogatorios de la Gestapo sin delatara sus camaradas implicados en laoperación. Las cárceles checasrebosaban de sospechosos, apiñándoseen cada celda entre quince y veintedetenidos.

Pero lo más grave fue el inicio de

una oleada de ejecuciones masivas, quelos alemanes no hacían nada por ocultar.Para que sirviese de escarmientopúblico, la radio anunciaba a diario lacaptura y ejecución de centenares dechecos. Los pelotones de fusilamientoapenas descansaban y la guillotina de laprisión Pankrac no se detenía en sumacabro cometido; más de un millar decabezas fueron segadas por el ominosoartefacto en esas negras jornadas. Elterror se extendió por toda la geografíacheca.

El ultimátum dado para la captura delos autores del atentado expiraba el 18de junio. Nadie sabía lo que podía

ocurrir si llegaba esa fecha y losejecutores de Heydrich continuabanhuidos. Pero un miembro de laresistencia que había sido instruido enInglaterra y lanzado en paracaídas sobreChecoslovaquia, Karel Curda, decidióponer fin a esa venganza indiscriminadasobre su pueblo y la que se podíadesatar a partir de esa fecha, más atrozsi cabe. Así, el 16 de junio, Curda sepresentó en el cuartel general de laGestapo en Praga para identificar uno delos maletines como perteneciente a JosefGabcik y, a partir de ahí, contar todo loque conocía sobre la operación paraacabar con la vida de Heydrich.

Como amigo que había sido de elloshasta ese momento, Curda sabía todosobre Gabcik y Kubis. Sin embargo,desconocía el lugar en el que sehallaban ocultos, aunque laidentificación de los autores delatentado ya fue suficiente para que losalemanes comenzasen a tirar del hiloque les debía conducir al ovillo. Loimportante para los alemanes era quepor fin se había roto la conspiración desilencio.

Los investigadores germanoshicieron hablar a los detenidos queestaban relacionados en mayor o menorgrado con los responsables de la acción

y pronto dispusieron de una lista denombres y direcciones. La red deprotección de Gabcik y Kubis comenzóa destejerse rápidamente. Los agentes dela Gestapo irrumpieron en casa de «tíoHajski», que apenas tuvo tiempo deingerir una cápsula de veneno paraacabar con su vida. En el hogar de losMoravec, en donde Kubis se habíarefugiado justo después de cometer elatentado, se produciría otra trágicaescena; al irrumpir allí los hombres dela Gestapo, «tía María» tomó la mismadecisión, tragar de inmediato unacápsula de veneno. «Tía María» expiróante su marido y su hijo Ata.

El señor Moravec y su hijo fueronconducidos al cuartel general de laGestapo, donde fueron interrogados ysometidos a careos con otros miembrosde la resistencia. A los alemanes leshabían llegado rumores de que losfugitivos se ocultaban en una iglesia,pero necesitaban determinar en cuál deellas. Por los testimonios de otrosresistentes, los agentes de la Gestapollegaron al convencimiento de que,además de su madre, ya fallecida, Ataera el único que conocía el escondrijode los autores del atentado.

Era el 17 de junio. Al día siguienteexpiraba el plazo del ultimátum y Ata

debía hablar. El valeroso joven se negóa confesar, y soportó los interrogatorioscon una inusitada entereza. Duranteveinticuatro horas, los agentes de laGestapo desplegaron en él su tétricocatálogo de métodos de tortura, sin queAta diese su brazo a torcer. Una vezdescartado que el sufrimiento físicolograse hacerle hablar, susinterrogadores recurrieron a unaestrategia tan terrible como efectiva. Lemostraron la cabeza cortada de sumadre, diciéndole que, si persistía en susilencio, no tardaría en ver así la de supadre, que aún estaba con vida. Ante laespantosa visión de la cabeza de su

madre y la amenaza de que su padrefuera también decapitado, cuandofaltaban unos minutos para llegar a lamedianoche Ata se desmoronó. Losalemanes obtuvieron por fin lainformación que tanto deseaban; elcírculo sobre los fugitivos estaba apunto de cerrarse.

Asalto a la iglesia

Advertido el nuevo Reichsprotektor,Karl Frank, de que ya se conocía ellugar en el que se ocultaban los autoresdel atentado, este mandó llamar algeneral de las SS Karl von Treuenfeld,quien comenzó a preparar el operativoque debía culminar con la captura de losque habían acabado con la vida deHeydrich. Antes de las cuatro de lamadrugada, Von Treuenfeld mandó a sustropas que bloquearan las calles querodeaban la iglesia de San Cirilo. Hizoobservar a sus hombres expresamenteque «tanto si atacan como si intentan

huir, se capturará con vida a losfugitivos».

Kubis y otros dos combatientes seturnaban en la vigilancia de la parte altade la iglesia, mientras que Gabcik,Valcik y otros dos camaradas dormíanen la cripta. Debido a las detencionesque se habían producido, y en previsiónde que alguien acabara hablando, sehabía decidido que aquella fuera laúltima noche que pasasen en el templo;estaba previsto que al día siguiente seles condujese fuera de Praga, en buscade un refugio más seguro.

Los tres hombres que montabanguardia descubrieron a los soldados

desplegados en torno a la iglesia, yabrieron fuego al ver que los primerosalemanes penetraban en el templo através de una pequeña entrada lateral.Los soldados intentaban penetrar en laiglesia empleando granadas de mano yfuego de ametralladora, mientras lossitiados trataban desesperadamente derechazarlos. Al final, viéndolo todoperdido, uno de los combatientes sesuicidó, mientras que el otro resistente yKubis cayeron gravemente heridos porlas granadas de mano, falleciendominutos después.

Los hombres de la Gestapo llevaronal delator Curda al escenario de los

combates. Una vez allí, Curda identificóel cuerpo de Kubis, pero informó a losalemanes que ninguno de los otros doscombatientes muertos era Gabcik.Mientras tanto, los alemanes habíanencontrado otra indumentaria en eltemplo, de forma que en alguna partedebía ocultarse al menos una cuartapersona; buscándola, dieron con laentrada a la cripta, oculta bajo unaplancha de hierro, de la que arrancabauna escalera que conducía al oscurosótano.

Además, junto al altar, había unaenorme losa, que mostraba indicios dehaber sido colocada recientemente, por

lo que era muy probable que fuera unacceso a la cripta que hubiera sidocegado como medida de seguridad. Eljefe de los bomberos checos, queasesoraba a los alemanes en materias desu competencia, les dijo quenecesitarían de tres a cuatro horas pararetirar la losa y dejar expedito el accesoa la cripta. El capellán recibió la ordende persuadir a los combatientes que seentregasen, pero ellos le expresaron supropósito de resistir ante cualquiercircunstancia.

Recompensa of recida por los nazis paracapturar a Josef Valcik.

Los alemanes, ante la dificultad queentrañaba un ataque directo, ordenaron alos bomberos que lanzasen agua a travésdel pozo de ventilación. Después deunos minutos, el nivel del agua en elsótano comenzó a subir de maneraapreciable, pero los alemanescomenzaron a temer que, si no actuabancon rapidez, los resistentes conseguiríanescapar a través de la red delalcantarillado o algún pasadizosubterráneo. Así, mientras se inundabael sótano, un grupo de asalto se metió

por el estrecho pasillo que conducía a lacripta. Al ser rechazados desde elinterior, los soldados respondieron congranadas de mano e intenso fuego desubfusil, pero los checos continuabanresistiendo. Los alemanes arrojaronbombas de humo en el interior, pero losresistentes lograron devolverlas a lacalle.

Finalmente, los alemanes decidieronvolar la pesada losa con cargas dedinamita, lo que dejó al descubierto eseacceso más amplio al interior de lacripta. Los checos gastaron la escasamunición que les quedaba tratando derechazar a las tropas de las SS que

llegaban a través del nuevo pasillo, perolos cuatro resistentes —entre los que sehallaba Gabcik— reservaron para ellossus últimas balas para quitarse la vida.Cuando los alemanes irrumpieronfinalmente en la cripta, encontraron loscuatro cadáveres, casi cubiertos por elagua.

El suicidio de los cuatro resistenteshabía puesto el luctuoso punto final a latragedia, pero el atentado contraHeydrich había provocado una tragediamucho mayor, que pasaría a la historiacomo una de las atrocidades másgrandes jamás cometidas.

Lídice, un pueblo mártir

La pequeña población de Lídice sufriríala más brutal y despiadada venganza porel atentado contra Heydrich. Antes delatentado, una carta de un paracaidistacheco entrenado en Gran Bretañadirigida a su familia, residente en esepueblo, fue interceptada por la Gestapo,lo que puso a Lídice en el punto de mira.A pesar de que muchos vecinos,incluyendo todos los familiares delparacaidista, fueron detenidos einterrogados, y el pueblo registrado aconciencia, no se encontró nada quedemostrase que la resistencia tuviera

allí una base de apoyo.Sin embargo, tras el atentado, a la

Gestapo le llegó una información queapuntaba a que el comando enviado porlos británicos había contado con lacolaboración de los habitantes deLídice. Poco importaría el que no sepudiese establecer ningún vínculo entrela localidad y los autores del atentado;cuando el 9 de junio esos rumoresllegaron a oídos de Hitler, este ordenólanzar una implacable represión contrael pueblo en cuestión. Según las órdenesdel führer, toda la población masculinadebía ser ejecutada y la localidadarrasada hasta los cimientos.

A las nueve de la noche de esemismo día, unos doscientos soldadosalemanes, asistidos por la gendarmeríalocal, comenzaron a tomar posiciones enel pueblo y a las dos de la madrugadadio comienzo la masacre. Todos loshombres fueron ejecutados. Las mujeresy los niños fueron reunidos en laescuela, transportados en camiones a unpueblo cercano y de ahí fueron enviadosa un campo de concentración.

A la mañana del día siguiente, consus habitantes muertos o deportados,Lídice fue incendiada. Después seprocedió a remover los cimientos, yaque Hitler había dispuesto que la

superficie ocupada por el pueblo seconvirtiese en una finca rústica quedebía ser entregada a la viuda deHeydrich.

Los alemanes no hicieron nada porocultar a la población checa la masacreque había tenido lugar en Lídice, puesconstituía un escarmiento destinado aparalizar por el terror a la resistencia.Incluso se hizo pública una nota oficial,firmada por el Reichsprotektor Frank,en la que se decía que «los varonesadultos de Lídice han sido fusilados, lasmujeres deportadas a campos deconcentración y los niños sometidos alcuidado educativo necesario». La nota

señalaba también que «los edificios delmunicipio han sido arrasadoscompletamente y el nombre del puebloborrado»[7].

Un precio demasiado alto

La Operación Antropoide se habíasaldado con éxito; Reinhard Heydrichhabía sido eliminado. El organigramadel terror nazi se había visto sacudido yel Tercer Reich había comprobado quela Europa ocupada no estaba dispuesta aagachar la cabeza ante el aplastantedominio nazi. Además, con una accióncomo esa, impulsada por los aliados, seconseguía mantener viva la llama de laesperanza entre los millones de personasque se veían sometidas a los dictados deHitler.

El asesinato de Heydrich había

puesto al descubierto la vulnerabilidadde un imperio que se creía inexpugnable.Estaba claro que todavía faltaba muchotiempo para que los nazis sintieran cómoel suelo temblaba bajo sus pies, pero laeliminación de uno de sus másdestacados jerarcas demostraba que losaliados no iban a dar su brazo a torceren su pugna con Alemania y que iban allevar su lucha a muerte hasta el final.

El atentado gozó de una importanterepercusión internacional. Laconsecuencia más destacada de laterrible represión desatada por losalemanes contra los checos fue que tantoGran Bretaña como el Gobierno francés

en el exilio declararon nulo el Pacto deMúnich firmado en 1938. Esa decisión,que aparentemente no pasaba de ser unbrindis al sol a esas alturas de la guerra,suponía la garantía formal de que, unavez derrotada Alemania,Checoslovaquia iba a recuperar susoberanía con sus fronteras anteriores alinfamante tratado que la había arrojadoen manos de Hitler. De este modo, seestablecía que la región de los Sudetes,anexionada por Alemania, volviese aformar parte de Checoslovaquia tras laderrota del Tercer Reich. Para evitarque en el futuro se reprodujeran lasreivindicaciones germanas, británicos y

franceses se mostraron favorables a laexpulsión de los habitantes de losSudetes de origen alemán.

Aunque, tal como se ha señalado,tanto Churchill como el Gobiernochecoslovaco en Londres eranconscientes de que el atentado iba aprovocar una furiosa e implacablerespuesta cuando decidieron dar luzverde a la operación, no podíanimaginar que la venganza alcanzase esascotas de iniquidad. A las trecientassesenta personas masacradas en Lídicehabía que sumar los más de trece milchecos arrestados; de ellos, unos miltrescientos fueron ejecutados y el resto

enviados a campos de concentración.Cuando en Londres comenzaron a

tener noticias de los tintes bíblicos de larepresión emprendida por los alemanes,Churchill se enfureció, jurando quearrasaría tres pueblos germanos porcada pueblo checo que fuera destruido,un compromiso que afortunadamentenunca llegaría a cumplir. Ante esassalvajes represalias, y temiendo unarespuesta similar, los aliadosrenunciarían a intentar asesinar a otrodirigente nazi; a la luz de los terriblesacontecimientos producidos a raíz delatentado, no había duda de que el precioque los checos habían tenido que pagar a

cambio de la vida de Heydrich habíasido demasiado alto.

Operación Vengeance:El desquite de Pearl

Harbor

Al amanecer del domingo 18 de abril de1943, una escuadrilla formada pordieciséis aviones norteamericanosdespegaba desde el aeródromo de unaisla del Pacífico para cumplir unamisión de enorme importancia. Graciasa una comunicación japonesa que habíasido interceptada y descifrada el díaanterior, los estadounidenses habíanpodido conocer todos los detalles del

itinerario que iba a seguir el avión en elque viajaría el militar nipón másdestacado; con menos de veinticuatrohoras, se había organizado la batida quedebía darle caza en pleno vuelo.

Si la operación tenía éxito, losnorteamericanos propinarían un durogolpe a Japón. Pero esa misión nohabría podido plantearse si los serviciosde inteligencia estadounidenses nohubieran descubierto la clave secretaque los japoneses utilizaban en susmensajes, una ventaja que constituiríauno de los grandes secretos de laSegunda Guerra Mundial, y que no seríadesvelado hasta el final de la contienda.

Esta capacidad para interceptar lascomunicaciones enemigas sedemostraría decisiva en la marcha de laguerra en el Pacífico; losnorteamericanos conseguiríanadelantarse así a los planes nipones,enviando refuerzos a los puntos que ibana ser atacados e incluso tendiéndolestrampas en las que los japoneses caeríanindefectiblemente.

Al igual que sucedería con losalemanes, que estaban convencidos deque su sistema de encriptación mediantelas sofisticadas máquinas Enigma eraimposible de descifrar, los nipones nocontemplaban la posibilidad de que sus

claves fueran descubiertas. Por lo tanto,los norteamericanos pudieron sacar jugode su conocimiento del sistema decifrado enemigo sin que los japonesesimplantasen nuevas medidas paraimpedirlo.

No era la primera vez que el métodode encriptación japonés había quedadoal descubierto; eso ya había sucedido en1923, cuando un libro de claves nipónfue a parar a manos norteamericanas;ese código recibió el nombre de«Rojo», por el color de las tapas conque fue encuadernado. En 1930, losjaponeses confeccionaron otro códigoque debía resultar más seguro,

denominado «Azul» por losestadounidenses, pero dos años despuésestos también lograron romperlo.

Al comenzar la Segunda GuerraMundial, los alemanes instruyeron a losjaponeses en el uso de un sistema decifrado más complejo, similar al queutilizaban ellos mediante las máquinasEnigma. Como se ha apuntado, ladificultad para descifrar ese sistemaradicaba en que no se basaba en unsimple código de sustitución, sino enuno aleatorio que iba creando la propiamáquina. El sistema japonés basado enla Enigma fue denominado «Púrpura»por los norteamericanos, al ser el

resultado de mezclar los colores rojo yazul.

A pesar de la enorme dificultad paradescifrar ese tipo de mensajes, losexpertos estadounidenses conseguiríanromper el código Púrpura, al igual quelo habían conseguido los británicos conel código Enigma. Gracias al trabajo delos criptógrafos, las comunicacionesniponas ya no serían un secreto para losservicios de inteligencianorteamericanos, pero era fundamentalque ese descubrimiento permaneciese ensecreto. En caso contrario, los japonesescambiarían el código, anulando esaventaja costosamente conseguida, una

ventaja que había permitido a losnorteamericanos conocer con antelaciónel plan de vuelo de aquel destacadomilitar nipón y, por tanto, prepararle unaemboscada cuyo resultado podía resultarabsolutamente decisivo para la marchade la guerra en el Pacífico.

La trampa de Midway

El momento en el que la capacidad dedescifrar los mensajes enemigos fue másdeterminante llegó en junio de 1942,cuando estaba a punto de producirse elduelo decisivo por el control delPacífico, en una fase en la que la marinade guerra nipona todavía era superior ala norteamericana. El almirante IsorokuYamamoto, el «cerebro» que habíaplaneado el ataque a Pearl Harbor,decidió lanzar un ataque por sorpresa alas islas Midway, cuya conquistaamenazaría Hawái, poniendo en peligrola última línea de defensa de la costa

oeste norteamericana.Yamamoto decidió jugarse el todo

por el todo en este envite, poniendo enliza sus seis portaaviones. Paragarantizarse el éxito de la operación, erafundamental mantenerla en secreto conel fin de coger a los norteamericanosdesprevenidos, por lo que su navegaciónrumbo a las Midway se realizaría ensilencio de radio. Pero sus enemigos yaeran capaces de descifrar los códigosque empleaba su flota. Aunque el avancede los barcos de Yamamoto había sidodetectado por aviones de largo alcance,aún no se sabía hacia dónde se dirigían;parecía que el objetivo era tomar las

islas Aleutianas, pero los servicios deinteligencia estadounidenses tendieronuna astuta trampa para determinar eldestino de la amenazadora flota. Comosabían que el punto de reunión de laflota era un lugar denominado con unaclave, y sospechaban que podía tratarsede Midway, emitieron un mensajerutinario en el que se comunicaba que enMidway existía un problema deabastecimiento de agua. Poco después,descodificaron un mensaje japonés en elque se señalaba que en el lugar dedestino había problemas con el agua, loque suponía la confirmación de que elobjetivo de la flota de Yamamoto era

Midway.Los norteamericanos pudieron así

acudir rápidamente a defender las islas,y de paso urdir una trampa destinada aacabar con los portaaviones de la flotaimperial. Cuando los aparatos niponesdespegaron rumbo a Midway, losportaaviones quedaron desprotegidos; laaviación estadounidense aprovechó esemomento para atacarlos. Los avionesnipones se vieron en la disyuntiva deatacar las islas, proteger su flota oatacar los portaaviones enemigos.Yamamoto, sorprendido, se vio atrapadoen una dinámica de órdenes ycontraórdenes, según fuera el objetivo

elegido, que provocaría a la postre laderrota de la flota nipona en la crucialbatalla por el control del Pacífico, alperder cuatro portaaviones, por sólo unode los norteamericanos.

El almirante Yamamoto era el mejor militarcon que contaban los japoneses. La

posibilidad de eliminarlo mereció prioridadabsoluta en Washington.

La capacidad para descifrar la clavePúrpura había sido, sin duda alguna, elfactor clave para poder vencer a la flotade Yamamoto. Pero el almirante japonésvolvería a sufrir casi un año después esaarma secreta de incalculable valor deque disfrutaban los norteamericanos.

Un dilema moral

En la mañana del 17 de abril de 1943,una estación de escucha emplazada enlas islas Aleutianas interceptó unmensaje del acorazado Yamatodestinado a la base de la marina niponade la isla de Truk, en las Carolinas.Siguiendo el protocolo establecido, elmensaje fue retransmitido porteleimpresora a los servicios deinteligencia de la Marina en Washingtonpara que fuera descodificado. En él seanunciaba que el almirante Yamamotoiba a realizar una gira de inspección porlas bases japonesas de las islas Salomón

desde el aeródromo de Rabaul, en laisla de Nueva Bretaña. Para sorpresa delos norteamericanos, en el mensaje seespecificaban las horas de partida yllegada del avión, el plan de vuelo eincluso la composición de la escolta queiba a llevar.

Los descodificadores percibieron deinmediato la enorme relevancia delmensaje interceptado. Esa mismamañana, en cuanto el secretario deMarina Frank Knox tuvo conocimientode la comunicación japonesa, convocóuna reunión de urgencia para deliberarsobre la posibilidad de atacar el aviónde Yamamoto. Sin embargo, la base

norteamericana más cercana, situada enla isla de Guadalcanal, se hallaba aquinientos kilómetros de la ruta que ibaa seguir el almirante; los únicos avionescon autonomía suficiente para cubrir esadistancia que estaban disponibles en esemomento en Guadalcanal eran losbimotores Lockheed P-38 Lightning dela 339.ª Escuadrilla de Caza. Elingeniero de la Lockheed que asistió a lareunión confirmó que esos aparatospodrían llevar a cabo la misión, aunquepara ello iba a ser necesario añadir unosdepósitos de combustiblesuplementarios; el único problema eraque en Guadalcanal no había existencias

y que el lugar más próximo en el quehabían depósitos de ese tipo era unalejana base australiana.

Pero existía un condicionante que nopodía pasarse por alto; si se optaba porllevar a cabo la misión, se corría elriesgo de que los japonesesdescubriesen que los servicios deinteligencia norteamericanos podíandescifrar sus códigos navales. Siacababan cambiando su sistema declaves a consecuencia de la operaciónpara eliminar a Yamamoto, losnorteamericanos habrían renunciando auna ventaja que había sido decisiva enla batalla de Midway. Sin embargo, la

posibilidad de asestar ese golpe aJapón, arrebatándole su cerebro militarmás privilegiado, era demasiadosugestiva para dejarla pasar. Cuando sedeterminó que Yamamoto iba a quedar alalcance de los aviones estadounidenses,se consultó al presidente Roosevelt y aljefe de la Marina, el almirante ErnestKing, para que fueran ellos losencargados de dar luz verde a laoperación.

Pero esa decisión no podía sertomada solamente en base a criteriostécnicos y a la conveniencia de que elsecreto norteamericano quedase aldescubierto, sino que también había que

sopesar los condicionantes éticos.Acabar con la vida del almirantejaponés, ¿era una acción de guerra o unasesinato? Era dudoso que la operación,al centrarse en la eliminación de unapersona determinada que en esemomento se hallaba en la retaguardia,formase parte de los usos y costumbresde la guerra. Además, se abría la puertaa que Japón emprendiese accionesselectivas del mismo tipo.

El debate planteaba muchas dudas,pero sería el almirante Chester Nimitz elque expondría el argumento definitivo afavor de lanzar la operación, al afirmarque Japón no tendría con quién

reemplazar la falta de Yamamoto. Todoscoincidieron en que el almirante nipónno tenía sustituto; según el razonamientodel resolutivo Nimitz, puesto queYamamoto era vital para el enemigo, nohabía que dudar en eliminarlo.

Derribadas las últimas barrerasmorales, el presidente Roosevelt y elalmirante King dieron finalmente laorden de poner en marcha el ataque.Había comenzado la denominadaOperación Vengeance (‘Venganza’), unnombre que revelaba la intención deajustar cuentas con el artífice del ataquea Pearl Harbor.

Admirador de estadosunidos

La víctima propiciatoria de ese plan queacababa de lanzarse desde Washington,el almirante Yamamoto, tenía entoncescincuenta y nueve años. Era un hombrefornido, de rostro de piedra, quetransmitía determinación y seguridad ensí mismo. Por ironía del destino,Yamamoto era un gran admirador deEstados Unidos. Había sido un brillantealumno de la Universidad de Harvard.Tras finalizar en 1921 sus estudiosuniversitarios, desempeñó un puesto deagregado naval en Washington, siendo

apreciado por sus colegasnorteamericanos. Hablaba ingléscorrectamente, era aficionado al béisbole incluso le gustaba jugar al póquer.

Su perfecto conocimiento de lapotencia industrial de losnorteamericanos, y sus inagotablesrecursos, así como su mentalidaddecidida le hicieron mostrarse contrarioa emprender una guerra por el controldel Pacífico, tal como defendían loscírculos militaristas japoneses.Yamamoto consideraba que una guerrade desgaste contra el giganteestadounidense estaba abonada alfracaso; sus reticencias a lanzarse a una

contienda de incierto resultado lehicieron granjearse las antipatías de lossectores más ferozmente militaristas,que más de una vez amenazaron conasesinarlo.

A pesar de todo, cuando se tomó ladecisión de lanzarse a la guerra contralos norteamericanos, Yamamoto se pusoal servicio de su país, dirigiendo laMarina nipona con sus innatashabilidades organizativas. Comoimpulsor de la aviación, ayudó aperfeccionar el caza Zero, y su confianzaen el portaaviones transformaría porcompleto la guerra naval. Tambiénestableció la táctica a emplear por los

submarinos, como arma de ataque a losnavíos de combate enemigos en lugar deemplearlos en cortar las rutas desuministro hundiendo mercantes, talcomo hacían los alemanes.

Yamamoto fue el encargado de fijarla estrategia nipona. Consciente de quesólo iba a ser posible derrotar a EstadosUnidos en una guerra corta en la que elpotencial militar con que contase en esemomento fuera rápidamente aplastado,ideó el ataque por sorpresa a PearlHarbor. Con el éxito obtenido en eseraid contra la base en cuyas aguas sehallaba fondeada buena parte de la flotanorteamericana en el Pacífico,

Yamamoto se convirtió en héroenacional.

La estrategia de Yamamoto tendríasu continuación en el ataque a Midway,con el objetivo de forzar la resoluciónde la contienda. Aunque en esta ocasiónfracasó, y su estrella se vio deslucida,su aportación seguía siendo fundamentalpara establecer el modo más inteligentede proseguir la guerra. Ahora, siYamamoto era eliminado gracias a esairrepetible oportunidad, no había dudade que la causa nipona iba a acusarseriamente el golpe.

Una operación de granimportancia

Tras el visto bueno del presidenteRoosevelt, la operación para eliminar alalmirante nipón se puso inmediatamenteen marcha. Yamamoto iba a emprenderese viaje desde Rabaul a Bougainville ala mañana siguiente, por lo que habíaque actuar con mucha rapidez. Elalmirante viajaría a bordo de unbombardero Mitsubishi G4M, conocidocomo «Betty» en el código aliado yprotegido por una escuadrilla de seiscazas Mitsubishi A6M, los míticos Zero.De inmediato se cursó un mensaje a la

base aérea australiana para que seenviasen a Guadalcanal los depósitos decombustible suplementarios querequerían los Lightning.

Al mismo tiempo, en el aeródromode Campo Henderson en Guadalcanal serecibía otro mensaje informando de lamisión urgente que los hombres de labase tenían que llevar a cabo:«Yamamoto y su Estado Mayor llegarána Bougainville por aire abril 18. LaEscuadrilla 339.ª debe hacer máximoesfuerzo interceptar y destruir. Elpresidente concede suma importancia aesta operación», decía el despacho demanera telegráfica. El cable explicaba a

continuación que Yamamoto y los suyosviajarían en dos bombarderosescoltados por seis Zeros yproporcionaba el itinerario detalladodel vuelo. El mensaje acababa con lafirma del remitente: «Frank Knox.Secretario de Marina».

Los hombres designados para tomarparte en la misión fueron llamados deinmediato al refugio de operaciones.Desde el primer momento, todos seríanconscientes de la extraordinariaimportancia de la operación. El jefe dela escuadrilla de combate 339.ª, elmayor John Mitchell, sería el encargadode dirigirla.

Con la participación de todos, se fuediseñando el plan. Yamamoto debíallegar a la gran pista de aterrizaje deKahili, en Bougainville, a las 9.45 de lamañana siguiente. Se decidió finalmenteinterceptarlo en vuelo diez minutosantes, en un punto situado cincuenta ycinco kilómetros al norte. El riesgo quese corría era muy grande, ya que sólocontaban con dieciocho aviones para laoperación, mientras que los japonesesdisponían de más de un centenar enKahili. Además, aun con los depósitosadicionales de gasolina que en esosmomentos estaban siendo transportadosurgentemente desde Australia, los

aparatos no podrían llevar suficientecombustible para permanecer muchotiempo sobre la zona del objetivo. Si sequería contar con alguna probabilidadde éxito, era necesario ejecutar lamisión con precisión cronométrica.

Poco después, en una colina cubiertade hierba, cerca del aeródromo, elmayor Mitchell dio a sus hombres lasúltimas instrucciones. Despegarían a las7.25. Habría dos escuadrillas; una,compuesta por catorce aviones, estaríadirigida por el propio Mitchell, yvolaría a seis mil metros de altitud parahacer frente a los cazas japoneses quehabía en el aeródromo de Kahili. La otra

escuadrilla, con cuatro aviones, estaríadirigida por el capitán Thomas Lanphiery volaría a tres mil metros parainterceptar la formación de Yamamoto;fue bautizada con el expresivo nombrede «Sección de Exterminio».

Tras las indicaciones del mayorMitchell, un oficial de espionaje delEjército se dirigió a los participantes enla misión para recalcar la trascendenciade la operación que iban a emprender,insistiendo en que Yamamoto era muyimportante para la Marina japonesa yque su pérdida iba a suponer un golpegravísimo para el espíritu de combatedel enemigo. El oficial les aseguró que,

en base a las informaciones recogidaspor el servicio secreto, el almirantenipón era extraordinariamente puntual,por lo que ellos también debían serlo siquerían interceptarlo.

Encuentro con la muerte

El domingo 18 de abril de 1943amaneció claro y despejado, aunque lanoche había sido muy húmeda. La pistade despegue consistía en una serie deparrillas de acero ensambladas, que enese momento se hallaban embarradas.Los aparatos ya estaban listos paraemprender el vuelo. Los depósitossuplementarios habían sido instaladosdurante la noche, después de quehubieran llegado desde Australia en lasbodegas de cuatro bombarderos pesadosB-24 Liberator. A las 7.25 comenzaron arodar por la pista los aviones que tenían

como objetivo derribar el aparato en elque viajaba el almirante Yamamoto.

Sin embargo, la operación nocomenzó con los mejores augurios. Auno de los aviones del grupo deLanphier se le reventó un neumático enla pista y no pudo despegar. Así,Mitchell asignó a ese grupo uno de quelos que debía permanecer a seis milmetros. Otro aparato más, en este casodel grupo de Mitchell, tampoco pudoelevarse debido a un fallo mecánico.Por tanto, nada más comenzar la misión,ya se habían perdido dos aviones.

Sin que ese contratiempo afectase ala moral de la escuadrilla, los dieciséis

Lightning pusieron proa al norte,describiendo un arco en zigzag endirección a Kahili. Los aviones volabancasi a ras de las olas para evitar serdescubiertos por el radar enemigo ymantenían la radio en silencio. Tras casidos horas de vuelo, divisaron las islasdel Tesoro en el horizonte, al noroeste, yenseguida Bougainville, reconocibleporque la selva llegaba hasta el bordedel agua. Cuando cruzaron la línea de lacosta, a las nueve y media de la mañana,el mayor Mitchell encabezó el ascensode su escuadrilla hasta seis mil metrosde altura y el otro grupo siguió hacia elnivel de tres mil metros.

Mientras los cuatro aparatos quedebían derribar el avión de Yamamotoascendían, se aproximaba la hora exactaa la que supuestamente debíanencontrarse con él: las 9.35. Justo en elmomento en el que los relojes señalaronesa hora, un piloto de la escuadrilla deMitchell rompió el silencio, señalandola presencia de aviones enemigos.Yamamoto llegaba puntual a su cita conla muerte.

En la lejanía apareció una formaciónde puntos oscuros en forma de V.Cuando se fueron acercando pudieronidentificarlos: eran dos bombarderosbimotores enemigos escoltados por seis

Zeros. Los cuatro aviones del grupo deLanphier se prepararon para atacar,soltando sus depósitos suplementariosde combustible, pero uno de ellos no lologró. Su piloto comenzó a dar al aviónfuertes sacudidas para provocar que sedesprendiesen. Al no lograrlo, optó poralejarse siguiendo la línea de costa; sucompañero de ala no tuvo otro remedioque retirarse con él. Por tanto, sóloquedaban dos aparatos para lograrabatir al avión de Yamamoto; el pilotadopor Lanphier y el de su compañero deala, el teniente Rex Barber.

Un cazabombardero Lockheed P-38Lightning, el avión empleado para abatir el

aparato en el que viajaba el almiranteYamamoto.

Los dos Lightning estaban a unkilómetro y medio de la formaciónjaponesa y acercándose velozmente,

cuando unos Zeros salieron a suencuentro. El bombardero guía tratabade escapar lanzándose en picado haciala selva, mientras el segundo se lanzódirectamente sobre los avionesnorteamericanos. Al arrojarse el aviónde Lanphier contra el primero de losbombarderos, tres Zeros se le vinieronencima. Lanphier tiró de la palanca demandos para encañonar con susametralladoras al primero de los Zeros,y estuvo a punto de chocar antes de quesu ráfaga de ametralladora arrancara alavión nipón una de las alas. El Zero giróen el aire debajo del avión de Lanphier,envuelto en humo y llamas. En ese

instante, en un ascenso casi vertical, elaparato norteamericano dio una vueltade campana para buscar el bombarderoguía que había perdido de vista duranteel combate.

En ese momento el Lightning deBarber estaba envuelto en un ferozcombate con unos Zeros, mientras queLanphier era perseguido a su vez porotros dos cazas nipones. En mitad de larefriega aparecieron los dosbombarderos japoneses. Uno de esos«Bettys», el que correspondía aYamamoto según el mensajeinterceptado, recibió una larga ycontinua ráfaga de ametralladora en la

cola; a consecuencia de los disparos, alaparato se le incendió el motor y el aladerecha, desprendiéndose esta, y acabóprecipitándose en la selva. El otrobombardero también fue derribado porel fuego norteamericano, en este casopor uno de los aparatos de apoyo quevolaban a seis mil metros, estrellándoseen el mar.

Un bombardero japonés Mitsubishi G4M,similar al aparato en el que viajaba

Yamamoto el día que fue interceptado.

Había llegado el momento dealejarse de allí lo más pronto posible.Pero el Lightning de Lanphiercontinuaba siendo perseguido por los

dos cazas; deslizándose en zigzag sobrela selva, trataba de escapar de ellos. Alno poder desembarazarse de susperseguidores, optó por atravesar labahía en línea recta y salir a marabierto; una vez allí, Lanphier puso elaparato en ascenso veloz y poco a pocodejó atrás a los Zeros.

La misión, un éxito

El vuelo de regreso fue dramático, yaque a algunos les había alcanzado elfuego enemigo y a todos les escaseaba elcombustible. No obstante, uno tras otrofueron llegando sanos y salvos. Lanphierfue el último en aterrizar; cuando suaparato se detuvo, el depósito decombustible estaba prácticamente vacío.Nada más salir del avión, exultante yfeliz, comenzó a decir a voz en grito quehabía conseguido derribar el avión deYamamoto. Aviadores, mecánicos ysoldados corrieron hacia él, abrazándoley felicitándole.

Para sorpresa de todos, Rex Barberinterrumpió el efusivo recibimiento aLanphier, que en ese momento iba en laparte trasera de un Jeep vociferando quehabía derribado a Yamamoto, paraasegurar que era él quien había abatidoel bombardero en el que volaba elalmirante. El Jeep se detuvo y allímismo se desató una tensa discusiónentre los dos pilotos, en la que Lanphierllamó «maldito mentiroso» a sucompañero. Pero al cabo de un rato laagria polémica se disolvería entre laeuforia generalizada por haber logradocumplir una misión que a priori sepresentaba tan difícil.

Esa noche, en Campo Henderson,hubo cena especial para celebrar eléxito de la misión: carne asada, retoñosde bambú y cerveza helada. Losaviadores recibieron un mensaje del jefede las fuerzas navales norteamericanasen el Pacífico Sur, el almirante WilliamHalsey: «Felicitaciones, comandanteMitchell y sus cazadores». Abundandoen su símil cinegético, el almiranteHalsey decía en su nota: «Parece queuno de los patos que han cazado era unpavo real».

Con el fin de que los japoneses nosospechasen que los norteamericanoshabían conseguido romper su código, se

publicó en la prensa la historia de queun civil de las Salomón había visto aYamamoto subir al bombardero y quehabía conseguido radiar un mensajeinformando del vuelo.

No sería hasta un mes después de sumuerte que Tokio admitió por fin queYamamoto había perecido en el ataque.Según dirían, el cadáver del almirantehabía sido encontrado en el interior delaparato agarrado a su bastónceremonial. Sus cenizas fueron llevadasa la capital nipona, donde cientos demiles de japoneses asistieron al entierrooficial. Los pilotos de los Zerosencargados de proteger el avión de

Yamamoto sobrevivieron al ataque, perofueron castigados a volar en misiones decombate sin descanso por no habersabido proteger la vida del almirante.Uno detrás de otro, todos fueronmuriendo, excepto uno, Kenji Yanagiya,que perdió la mano en una de esasmisiones y pudo así salvar la vida.

El piloto Thomas Lanphier, quien se atribuyóde inmediato el derribo del avión de

Yamamoto.

Fotografía autografiada del piloto RexBarber, que mantendría con Lanphier unalarga disputa sobre la autoría del famoso

derribo.

Japón había perdido a su grancomandante naval. Es muy posible que,de haber estado vivo, Yamamoto hubieraluchado por buscar una paz decompromiso una vez comprobado que laguerra corta y rápida que él propugnabahabía fracasado. En cambio, Japónapostó por una guerra de desgaste en laque nunca hubiera podido imponerse asu poderoso enemigo, una decisión porla que acabaría pagando un precio

altísimo.Mientras duró la guerra, los

norteamericanos no revelarían ningúndetalle de lo sucedido aquel 18 de abrilde 1943, para no poner en peligro elsecreto que les estaba ayudando aconseguir la victoria en el Pacífico. Lascomunicaciones niponas continuaronsiendo interceptadas con éxito,alfombrando así el camino de la victoriafinal estadounidense.

Una larga controversia

Sólo después de la contienda seconocerían los pormenores de laOperación Vengeance, pero la cuestiónmás relevante, el dilucidar qué aviadorfue el que derribó el aparato deYamamoto, si Lanphier o Barber, siguiósiendo una incógnita. Inicialmente, elderribo fue adjudicado a Lanphier pero,ante las reclamaciones de Barber, laFuerza Aérea quiso resolver la disputaotorgando medio derribo a cada uno. Noobstante, la controversia se extendería alo largo de las décadas siguientes.

Lanphier fue el que se mostró más

batallador en la defensa de la autoría delderribo. En marzo de 1967 publicó unartículo en la popular revista Reader’sDigest titulado «Yo derribé aYamamoto», a pesar de que los datosque se iban conociendo apuntaban a queen realidad era Barber el que habíaabatido el aparato del militar nipón. Elestudio de los restos del aparatocontradecía la versión de Lanphier; esteafirmaba que había recibido fuego decola del «Betty», cuando aquel avión enconcreto no llevaba ametralladora decola, puesto que había sido extraídapara ampliar el espacio de carga.Tampoco coincidía el hecho de que el

ala que Lanphier dijo haber hecho saltarcon sus disparos se encontrase junto alos restos del avión, puesto que si esohubiera ocurrido en el aire, tal comodijo el piloto, la hubieran hallado máslejos. La versión de Lanphier conteníamás incongruencias, como la delsupuesto derribo de un Zero que nuncatuvo lugar, o su visión de Barberderribando al segundo bimotor, cuandose había demostrado que lo habíaabatido un aparato del grupo de apoyo.

El testimonio de Kenji Yanagiya, elúnico piloto de los Zeros que sobrevivióa la guerra, grabado en vídeo en 1985,sería determinante al establecer

claramente que el avión pilotado porLanphier no pudo derribar al deYamamoto, ya que este hubiera tenidoque efectuar un giro imposible de cientoochenta grados para tenerlo en su líneade fuego. El diario del otrosuperviviente japonés del ataque, elalmirante Matome Ugaki, que volaba abordo del «Betty» que cayó al mar,coincidía punto por punto con laobservación de Yanagiya. Pese a lasabundantes pruebas que desmontaban laversión de Lanphier, la Fuerza Aéreaprefirió no reabrir el caso y siguióotorgando medio derribo a cada uno delos pilotos.

Tras la muerte de Lanphier, en 1987,se organizó una campaña parareivindicar la concesión del derribo aBarber, recopilando las pruebas quedemostraban su autoría y emprendiendolas acciones legales destinadas a que laFuerza Aérea la reconociese.Desgraciadamente, Barber no viviría losuficiente para disfrutar del resultado deesa campaña; en 2003, dos años despuésde su muerte, y en base a unpormenorizado estudio de lastrayectorias de los disparos efectuadoscontra el avión de Yamamoto, seestableció oficialmente que él habíasido quien había derribado el aparato

del almirante nipón, por lo que le fueretirada la coautoría a Lanpher y seatribuyó en su totalidad a Rex Barber,haciéndose finalmente justicia.

Operación Zeppelin:Stalin es el objetivo

En la madrugada del 5 de septiembre de1944, una pareja que vestía el uniformedel Ejército Rojo, el comandante Tavriny la teniente Shilova, se dirigía a Moscúen una motocicleta con sidecar.Avanzando a gran velocidad por lacarretera que les debía llevar hasta lacapital rusa, ambos eran conscientes deque no podían cometer ningún error. Loscontinuos controles militares con los quese iban encontrando ponían a prueba susnervios de acero, forjados en el duro

entrenamiento al que habían sidosometidos para poder enfrentarse conéxito a esa situación de tensión máxima.

Hasta ese momento, sus documentosfalsificados no habían despertadosospechas entre los soldados encargadosde comprobar la identidad de todosaquellos que circulaban por aquellacarretera que conducía a Moscú, pero encualquier momento podían serdescubiertos. Si se daba el caso, sabíanque no podían esperar otro destino queser ejecutados por alta traición, ya quesu objetivo no era otro que acabar con lavida del líder soviético, Josef Stalin,llevando a cabo un plan urdido por los

alemanes.Hitler consideraba a Stalin un

enemigo formidable. A diferencia deChurchill, por el que sentía un profundodesprecio, el dictador germano tenía asu homólogo soviético por un titán dignode enfrentarse a él. La tenaz resistenciaque dirigió al frente de su país, invadidopor las tropas alemanas en junio de1941, no hizo sino acrecentar esaadmiración inconfesada que Hitlersentía por él.

No obstante, el colosal choque detrenes en el que se convirtió la lucha enel frente oriental obligaba a jugar todaslas cartas en pos de la victoria. Hitler

era consciente de que todo lo que nofuera conseguir el aplastamiento total dela Unión Soviética acabaría significandotarde o temprano la completadestrucción del Reich. Y para lograr esavictoria indispensable para lasupervivencia de la Alemania nazi,Hitler dio luz verde a un plan paraasesinar a su admirado pero acérrimoenemigo, una misión que debía serllevada a cabo por aquella valerosapareja que corría velozmente haciaMoscú dispuesta a acabar con eldictador soviético.

Un ruso dispuesto acolaborar

En mayo de 1942, los alemanes estabanpreparando su ofensiva de verano en elfrente oriental. Aunque los soviéticoshabían logrado en diciembre de 1941rechazar a la Wehrmacht a las puertas deMoscú, la línea del frente habíaresistido la respuesta del Ejército Rojo.Todo hacía pensar que al llegar elverano Hitler lanzaría una nuevaofensiva para tomarla, pero esta vez sintener que enfrentarse al «generalinvierno».

En la noche del 30 al 31 de ese mes

de mayo, el teniente soviético PiotrIvanovich Shilo fue enviado a laretaguardia alemana del sector norte delfrente al mando de una unidad deexploradores con la misión de calibrarlas defensas enemigas. El pequeñogrupo de combatientes fue descubiertopor los alemanes, que abrieron fuego,matando a varios de ellos. Los rusossupervivientes se retiraron a sus propiaslíneas, pero su jefe, el teniente Shilo,vio llegado el momento de pasarse alcampo alemán.

Durante los interrogatorios a los quefue sometido, el teniente alegó que habíacambiado de bando por una razón que, a

oídos de los alemanes, la justificabaplenamente: era hijo de un coronelzarista asesinado durante la revoluciónde 1917, cuando él contaba con apenasocho años. Además, a su familia se lehabían arrebatado las grandesextensiones de terreno de las que erapropietaria desde hacía generaciones.Shilo había estado madurando suvenganza, por lo que había esperadolargo tiempo la ocasión de huir a lasfilas alemanas. De este modo, tendría laposibilidad de luchar contra losasesinos de su padre y, en caso devictoria germana, recuperar lo que habíapertenecido a su familia.

Los sucesivos interrogatorios a losque el ruso fue sometido en Berlínparecían confirmar sus declaraciones,pero faltaba comprobar su sinceridad enunirse a la causa alemana. Así, elteniente Shilo indicó determinadosdetalles sobre las posiciones delEjército Rojo que fueron de granutilidad para los alemanes.

Un oficial ruso dispuesto acolaborar era una herramienta de granvalor en operaciones decontraespionaje, pero el servicio deinteligencia germano, el Abwehr,todavía no podía abrirle sus puertas depar en par. Durante la guerra era muy

habitual que un bando pretendieseintroducir a un doble agente en elcontrario permitiéndole revelar algúndato secreto de importancia menor para,posteriormente, introducir unainformación falsa de mayor relevancia.Por lo tanto, para el servicio deespionaje alemán, el militar ruso sólopodía ser digno de crédito si accedía atrabajar incondicionalmente a favor dela causa germana durante el tiemponecesario para comprobar la sinceridadde su compromiso. El nombre en claveque se le asignaría para ese período deprueba fue «Politov».

Lo primera prueba a la que se le

sometió fue la de convertirse en delatorde sus propios compatriotas. Shilo fueintroducido, como si se tratara de undetenido, en los campos de prisionerosy, en las cárceles en las que habíainternos rusos con la misión dedescubrir a aquellos que se dedicaban alabores de resistencia o a tramar planesde fuga. El teniente Shilo trabajó algusto de los alemanes, sin mostrarningún escrúpulo sobre el destino de suscompatriotas y delatando sin dudar atodo sospechoso. Esa tarea deconfidente se prolongaría durante unaño.

El dosier perteneciente a «Politov»

fue engrosándose con sus servicios a lacausa germana; en él se fueronincluyendo las observaciones máspositivas que hubieran podido hacersesobre un agente. En las informacionesque facilitaban los agentes de la Gestapoencargados de valorar su trabajo sepodía leer que era «un hombreinteligente, de una gran voluntad y (loque resulta más llamativo) dotado de lacapacidad innata de un terrorista».

Instrucción avanzada

Los informes de «Politov» no pasarondesapercibidos para el Brigadeführerde las SS Walter Schellenberg, el Jefede la Sección VI del DepartamentoCentral de Seguridad del Reich(RSHA). Schellenberg dirigía desde esaoficina el contraespionaje alemán.Hábil, inteligente y cínico, no habíaintriga en el Tercer Reich en la que él noestuviera involucrado de alguna forma.Así, el expediente del teniente Shilorevelaba su utilidad para los oscurosplanes que Schellenberg estaba siempredispuesto a maquinar.

Shilo se convirtió en el hombreidóneo que había estado buscandoSchellenberg para llevar a cabo algunaoperación secreta contra la UniónSoviética, un objetivo que planteabaserias dificultades debido a suimpermeabilidad. Así, Schellenbergdecidió que se puliesen las aptitudesinnatas del ruso poniéndolo en manos desu mejor instructor de agentes, elObersturmbannführer de las SS GeorgGreife, que también había crecido enRusia y hablaba ruso a la perfección.

El Brigadeführer de las SS WalterSchellenberg, jefe del contraespionaje

alemán, en una fotografía de 1942. Colaboró

en el diseño de la Operación Zeppelin.

Como primera toma de contacto,Greife sometió a Shilo a largas horas deinterrogatorio, aunque en forma dedistendida conversación, paracomprobar una vez más todos losextremos que el ruso había expuestodesde su cambio de bando. Shilosuperaría también esta prueba, ya queGreife no consiguió encontrar ni un solopunto que pudiera llevar a algunasospecha. Por tanto, el impoluto dosierde «Politov» se completaría con estenuevo informe extraordinariamentepositivo, y más viniendo de un auténtico

especialista como Greife.El informe firmado por Greife sería

decisivo, ya que señalaba al tenienteShilo como el hombre que estababuscando Schellenberg para un plan queya debía contar en ese momento con lasbendiciones de Hitler: el asesinato deStalin.

Sin embargo, el ruso no fueinformado de que él había sido escogidopara ejecutar esa trascendental misión;Greife le comunicó únicamente que lehabían elegido para perpetrar «un actoterrorista en Moscú». De todos modos,Greife aseguró al ruso que en cualquiermomento podría abandonar la misión

encomendada, puesto que se trataba deun compromiso absolutamentevoluntario; con ello pretendía ponerlonuevamente a prueba provocando algunavacilación en el aspirante a agentesecreto, pero Shilo rehusó esaposibilidad de plano.

Estuviera o no convencido de llevara cabo esa misión en el corazón de laUnión Soviética, el ruso era lo bastanteinteligente para saber que si ahora seechaba atrás, tenía los días contados. Élya sabía demasiado y podía dar porseguro que, precisamente por ello, sidejaba de ser útil a los alemanes, estosno mostrarían ningún reparo en

eliminarle. Aunque es de suponer queShilo no se mostró entusiasmado porcometer «un acto terrorista» en supropio país, no tenía otra opción queaceptar la oferta germana, pues así almenos se le concedía una posibilidad desobrevivir.

Una vez aceptada la propuesta enfirme, Greife le aseguró que su misión leiba a proporcionar «fama, honor yriqueza». Como si eso no fuera unaliciente lo suficientemente atractivo,trató de convencerle de que su nombrese haría «inmortal en la historia de lahumanidad».

En esos momentos, a principios del

verano de 1943, es probable que elteniente Shilo confiase todavía en laderrota del Ejército Rojo; a pesar deldesastre sufrido en Stalingrado elinvierno anterior, los alemanes poseíanaún un potencial soberbio y estabanclaramente dispuestos a retomar lainiciativa. Estaba previsto que nuevos ysofisticados carros de combate llegasena tiempo para protagonizar la ofensivade verano, lo que podía decidir el signode la lucha. Así pues, la apuesta deShilo por la causa germana tenía visosde producirle los réditos deseados,haciendo realidad los buenos auguriosde su instructor.

Transformándose en Tavrin

Tras su fructífera reunión con Greife, elruso fue sometido a una nuevainstrucción en Berlín. En este caso ya nosería para aprender los recursos propiosde un agente secreto, sino para adoptaruna nueva personalidad, necesaria paraafrontar la misión que se leencomendaría, de la que aún ignoraba suauténtico alcance. El teniente desertor seiba a convertir, gracias a losespecialistas germanos en la materia, enel comandante Piotr Ivanovich Tavrin.Los alemanes habían creado esaidentidad de la nada; para facilitar el

acercamiento a Stalin, Tavrin fuedistinguido con las máximascondecoraciones soviéticas, como laorden de Lenin, dos medallas de labandera Roja, la de Alexander Nevski yla de la Estrella Roja. Además, elcomandante Tavrin «recibió» el título deHéroe de la Unión Soviética. Durantelas semanas y meses siguientes, Shilosería modelado psicológicamente segúnsu nueva identidad.

Mientras proseguía la instrucción deShilo, los alemanes analizaban lasposibilidades para enviarle a Moscú,una misión cuyas probabilidades deéxito se antojaban escasas. Si ya de por

sí era complicado cruzar la línea delfrente, igualmente problemáticoresultaba hallar el modo de llegar ymoverse por la capital, sometida acontinuos controles.

Conforme fue avanzando esta nuevafase de instrucción, el ruso fuerecibiendo nuevos detalles de laoperación. El más relevante era que elacto terrorista que debía perpetrar era elasesinato de una persona. Nadie sabe siShilo llegó a intuir que se trataba deStalin, pero es de suponer que, teniendoen cuenta el tiempo y los recursos quelos alemanes estaban empleando en suentrenamiento, el ruso comprendiese que

debía de tratarse de un personaje deimportancia capital, aventurando que setratase del líder soviético. De todosmodos, Shilo era lo bastante listo comopara saber que, en su caso, lo mejor erano hacer preguntas y conformarse con lainformación que se le ibaproporcionando con cuentagotas.

En septiembre de 1943, GeorgGreife comunicó a sus superiores que elteniente Shilo, transformado ya en elcomandante Piotr Ivanovich Tavrin, seencontraba listo y preparado paracomenzar su misión. Sin duda, ese era elmejor momento para poner en prácticael plan para eliminar a Stalin. En el mes

de julio se había librado la batalla porel saliente de Kursk, por la que losalemanes pretendían recuperar lainiciativa en el frente ruso; sin embargo,la ofensiva germana acabaríaestrellándose ante las sólidas defensasdispuestas por los soviéticos.

Hitler había puesto en ese avancetodas sus esperanzas de poder derrotar alos rusos, o al menos infligirles uncastigo tan severo que demostrase almundo que el potencial germano seguíasiendo temible, pero eso no sucedió.Además, la apertura de un segundofrente en Italia ese mismo veranoobligaba a retirar fuerzas del frente ruso

para enviarlas al occidental. Con todoello, estaba claro que Alemania ya nopodría retomar la iniciativa contra elEjército Rojo; si todavía se quería teneralguna opción de victoria, había queconfiar en algún golpe de efecto, y esegolpe era sin duda la eliminación deStalin, el hombre que había sido capazde galvanizar en torno a su persona elespíritu de resistencia de los rusos.

Parecía que había llegado elmomento de que Shilo, por fin,demostrase las habilidades adquiridasdurante su largo período deentrenamiento. Pero, de formainexplicable, se decidió que esa misión

que podía cambiar el curso de la guerrapodía esperar un poco más. Así, esemismo mes de septiembre, Shilo fueenviado a la ciudad rusa de Pskov, quepermanecía en manos alemanas desdejulio de 1941, con el fin de que sesometiese a un nuevo entrenamiento alas órdenes del jefe del Mando SupremoNorte de las SS en Riga, elSturmbannführer Otto Krauss. Bajo elcontrol directo de Krauss, y con lacolaboración de otros agentes germanosdestacados en Pskov, el teniente Shilofue conociendo todos los pormenores dela misión.

Al parecer, la instrucción le dejó

tiempo libre, ya que conoció a una jovenrusa que trabajaba en una sastrería de laciudad llamada Lidia Yakolevna, con laque inició una relación. Shilo no tardóen convencerla para unirse también a lacausa germana y la muchacha, trasrecibir el visto bueno de Otto Krauss,decidió colaborar en la misión que iba aprotagonizar su prometido.

En diciembre de 1943, Greife sedesplazó hasta Pskov para comprobar insitu la evolución del ruso. Tras horas deconversación y nuevas pruebasprácticas, Greife comprobó que Shilohabía adquirido todos los conocimientosque Krauss y sus colaboradores le

habían transmitido. Greife, muysatisfecho, regresó a Berlín acompañadode Shilo y Lidia. Ya en la capital, ambossellaron su relación casándose.

Greife, dando por concluido elentrenamiento, llevó a su alumno ante elSturmbannführer de las SS OttoSkorzeny, el hombre al que Hitlerrecurría para encargarle las misionesmás arriesgadas. Skorzeny, quien habíaadquirido fama gracias al exitosorescate de Mussolini de su cautiverio enel Gran Sasso, sería posteriormentecalificado por los aliados como «elhombre más peligroso de Europa».Skorzeny supo calibrar de inmediato las

habilidades innatas del agente ruso yfelicitó efusivamente a Greife por elexcelente trabajo realizado en suformación.

Pero, nuevamente, de manerainexplicable, la misión sufrió otroaplazamiento. Se ignora desde dóndeprocedía el freno a la operación paraasesinar a Stalin, pero es difícilcomprender esa reticencia cuando lasituación de la Wehrmacht en el frenteruso empeoraba a diario y la posibilidadde que el Ejército Rojo avanzaseimparable hacia el Reich comenzaba atomar cuerpo. Teniendo en cuenta laausencia de riesgos de la misión,

excepto para el propio Shilo y su mujer,y la magnitud del golpe que podía causara la causa soviética la eliminación deStalin, no se comprende que losalemanes no decidiesen jugarse esacarta.

Ese aplazamiento de la operaciónpodría responder a que los alemanesconfiasen todavía en una salidanegociada al duelo con la UniónSoviética, una posibilidad que alparecer se estaba manejando encontactos secretos, lo que no hacíaaconsejable una acción agresiva de esetipo. Aunque para Skorzeny fueratambién evidente que la situación en el

frente oriental era cada vez más crítica,y que se imponía una acción como esapara tratar de romper una dinámica quesólo podía conducir al desastre, estedecidió que Shilo siguiese un período deinstrucción suplementaria, de variassemanas de duración, en la escuela deagentes de Oranienburg, probablementesiguiendo consignas procedentes del jefede las SS, Heinrich Himmler, quien poraquel entonces estaba jugando ante losaliados, a espaldas de Hitler, un papelnegociador con vistas a asegurar supoder tras una hipotética derrotagermana. Greife, es de suponer quecontrariado, se avino a la inesperada

decisión de Skorzeny, y Shilo fueenviado a Oranienburg para sersometido a esa última y al parecerdefinitiva fase de pulido y abrillantado.

Con el fin de que Shilo resultase másconvincente en el papel del comandanteTavrin, le propusieron practicarle unaoperación en la que había de acortárseleuna pierna. De este modo pretendían queShilo ofreciese una imagen acorde conel carácter del héroe militarsuperviviente en mil batallas que se lesuponía a Tavrin, pero el ruso se negó aello rotundamente. Ante la insistencia delos alemanes, accedió finalmente a quese le practicasen algunas cicatrices en el

vientre y en el muslo izquierdo,aparentando ser heridas de bala. Unavez realizada la operación se le entregóun certificado «expedido» por unhospital ruso en el que se hacía constarque había sido herido en combate. Comose puede comprobar, los alemanes noquerían dejar nada al azar.

Luz verde al plan

El 20 de julio de 1944, Hitler fue objetode un atentado en su cuartel general deRastenburg, en la Prusia oriental.Aunque el führer sólo resultó herido aconsecuencia de la explosión delartefacto que el coronel Claus vonStauffenberg colocó bajo la mesa en laque él estaba apoyado, durante unashoras el régimen nazi construido entorno a la figura de Hitler vivió en unatotal incertidumbre. El atentado dejó unaimpresión muy honda entre los jerarcasnazis, al mostrar de forma dramática queen cualquier momento todo podía

desplomarse. Al mismo tiempo, lastropas aliadas, que acababan dedesembarcar en Normandía, amenazabanal Reich desde el frente occidental,mientras los soviéticos seguíanavanzando de forma imparable en eleste.

El líder soviético Josif Stalin. Los alemanesconsideraban que su asesinato podría

imprimir a la guerra un giro favorable a lacausa germana.

En ese momento, cuando el signo dela guerra era ya definitivamentecontrario a Alemania, Himmler, es desuponer que con la aquiescencia delführer, dio luz verde al plan paraasesinar a Stalin, que recibiría elnombre de Operación Zeppelin. Eradifícil pensar que acabando con la vidade Stalin pudieran cambiar las tornas enel frente oriental, pero esa situacióndesesperada requería de decisiones

igualmente desesperadas destinadas apropiciar algún cambio, fuera este elque fuera. Por tanto, tras ese período degestación tan dilatado, el agente Shilorecibió finalmente todos los detalles desu misión y la orden de prepararse parasu ejecución inmediata.

En la noche señalada para laoperación, Shilo y su mujer seríantrasladados detrás de las líneasenemigas, en las proximidades deMoscú, mediante un cuatrimotor Arado232. Después de depositarlos en tierratras un aterrizaje en el campo, el aviónregresaría inmediatamente a Alemania.La pareja se dirigiría luego a Moscú en

una motocicleta con sidecar que habíasido previamente embarcada en elavión. Una vez en la capital, debíanrefugiarse en la casa de un colaboradory desde allí mantenerse en comunicaciónradiofónica con Alemania mientraspreparaban el atentado.

Un Arado AR 232 T como el utilizado para

trasladar al agente Shilo y su mujer tras laslíneas enemigas. Como sigularidad, destacanlos once pares de ruedas utilizados como tren

de aterrizaje.

El plan para asesinar a Stalinconsistía en estudiar los itinerarios queseguía el líder soviético para ir de sucasa al Kremlin o al cuartel del EstadoMayor soviético, emplazado en laestación de metro de Kirovskaia. Enalguno de esos trayectos, Shilo debíaencontrar el momento de acabar con suvida.

El equipo para desenvolverse enMoscú incluía una imprenta portátil queles permitiría falsificar prácticamente

todos los documentos rusos que podríanrequerir. Aunque el resultado no iba aser perfecto debido a las limitacionesdel pequeño instrumento, losdocumentos resultantes servirían parapasar un examen no muy concienzudo.De todos modos, los alemanes contabancon que no se iba a someter a unainspección severa los papeles quepresentase un «héroe condecorado de laUnión Soviética».

Los dos recibieron sus uniformes delEjército Rojo y los correspondientesdocumentos falsos, y hasta una serie derecortes de periódicos rusos, tambiénfalsificados, en los que se hablaba de

las gestas heroicas del comandanteTavrin, el personaje que Shilo debíainterpretar.

Para su misión se le habíanfacilitado armas especiales, entre ellasuna especie de pistola que disparabaproyectiles envenenados; un simplerasguño provocado por uno de esosproyectiles en la piel del dictadorsoviético debía resultar mortal denecesidad. Si resultaba imposibleacercarse a Stalin lo suficiente parautilizar la pistola, Shilo contaba con uncurioso ingenio, el denominado «puñode hierro». Era una especie delanzagranadas en miniatura que iba

escondido en la manga del uniforme. Suexplosivo concentrado era tan potenteque se esperaba que pudiera herir demuerte al líder ruso incluso si este sehallaba en el interior de su automóvilblindado. Shilo podría utilizarlo duranteel trayecto entre el Kremlin y la estaciónde metro y a la inversa. Si fallaba tantola pistola como el lanzagranadas demano, Shilo contaba con un tercerinstrumento mortífero: una pequeña minaque se activaba a distancia mediante unaseñal de radio.

Además de este arsenal, se leentregaron documentos que acreditabanlas labores de contraespionaje

desempeñadas para el Ejército Rojo;con ellos se esperaba que pudiera evitarpreguntas y controles, y que al tiempo lefacilitaran el acceso hasta lasproximidades de Stalin. El mismoobjetivo tenía un sobre con profusión desellos y firmas que él debía llevar enpersona, alegando contener documentosaltamente secretos. Más de medio millarde formularios y documentos en blancole darían posibilidades de falsificartodos los papeles oficiales quenecesitase para resolver situacionesimprevistas. También recibió cheques ybilletes, un carnet de conducir y uncertificado en el que se le declaraba

inútil para el frente como consecuenciade las graves heridas sufridas.

Aterrizaje en el campo

Cerca de la medianoche del 4 deseptiembre de 1944, tres automóvilesabandonaban el cuartel general alemánen Riga en dirección al aeródromomilitar de la ciudad, bajo una persistentelluvia. En ellos viajaban Shilo y sumujer, dispuestos a emprender la misiónpara la que habían sido tanexhaustivamente preparados. Trascuarenta minutos de recorrido, losvehículos se detuvieron ante el enormecuatrimotor Arado que les debía llevartras las líneas enemigas.

Con el fin de evitar que el avión

fuera descubierto por los observadoresrusos, el fuselaje había sido pintadototalmente de negro. Además, losmotores habían quedado silenciadosmediante la aplicación deamortiguadores y un mecanismo especialimpedía que las llamas se viesen desdeel exterior, con el fin de hacer de él unavión invisible. Estaba previsto que elArado tomase tierra en el campo, por loque estaba provisto de unos potentesfrenos y un tren de aterrizaje especial,una serie de veinte ruedas de gomamontadas al estilo oruga, lo que permitíaoperar en cualquier tipo de terreno.

Para garantizar el éxito de la misión,

los alemanes habían recurrido a unatripulación experimentada en vuelosnocturnos, formada por un total dequince hombres y comandada por elteniente Neumann. Una vez que Shilo ysu mujer hubieron subido a bordo, elavión despegó rumbo a un punto situadoa unos cien kilómetros de Moscú, entrela capital y la ciudad de Smolensko.

El vuelo discurrió con normalidaddurante una hora y media. Pero derepente empezaron a estallar detrás delaparato proyectiles procedentes debaterías antiaéreas. Los disparos eranimprecisos en cuanto a orientación yparecía que estaban apuntando mediante

aparatos de escucha. El piloto decidióalterar varias veces el rumbo paradespistar a los rusos sobre la ruta queseguía en realidad —la carretera queunía Rzev con la capital—,consiguiendo proseguir el vuelo sin sermolestado.

Después de tres horas de viaje, elcuatrimotor alcanzó el punto fijadocomo destino. El casi imperceptibleruido de los motores se hizo aún másapagado hasta el punto de que el aparatoparecía un planeador. Luego comenzó adescender y a unos cien metros del sueloel piloto encendió el reflector deaterrizaje. El avión perdió altura aún

más rápidamente. De pronto, el tenienteNeumann descubrió que el suelo, que élcreía llano, estaba en realidad surcadopor profundas trincheras sobre las quehabía crecido la hierba. El avión ibaacercándose rápidamente al bosque,pero ya era demasiado tarde pararemontar el vuelo. Neumann puso elavión a todo gas intentando superar labarrera de árboles que tenía ante sí,pero el aparato había tocado suelo ycapotaba sobre las trincheras, frenandola marcha. Así resultaba imposiblecobrar altura, la necesaria para volarsobre el bosque. El avión arrancó un parde abedules, astilló un enorme pino con

el ala derecha y luego todo quedó ensilencio.

Shilo fue el primero en llegar a laescotilla. El ruso la abrió y salió alexterior, ayudando a su mujer a salir. Enpocos segundos todos los miembros dela dotación habían abandonado elaparato. Shilo apremió a los alemanespara que sacasen la moto del interior delavión y a que se marchasen del lugar delaccidente lo más pronto posible. Elagente había previsto esta posibilidaddurante su período de adiestramiento. Élconocía a sus compatriotas; si lograbanatrapar a uno de aquellos alemanes notardarían mucho en conseguir que

hablase y pronto conocerían con detalletoda la operación en marcha y tendríandatos suficientes para organizar sucaptura.

Rumbo a Moscú

Así, Shilo, ya plenamente en suestudiado papel del comandante Tavrin,y su mujer Lidia, transformada en lateniente Shilova, se alejaron del lugar deaterrizaje a toda prisa. Sin embargo, elsidecar de su moto se metíacontinuamente en una trinchera o unfoso, lo que dificultaba el avance campoa través. Cuando llegaron a un pueblo,casi destruido por la guerra, el agentelogró fijar su posición exacta; seencontraban muy cerca de la carreteraRzev-Moscú.

Shilo consiguió acelerar su moto en

algunos tramos hasta alcanzar una buenavelocidad. Lidia pudo transmitir porradio un mensaje a Riga informando delaccidentado aterrizaje y de que todoshabían resultado ilesos.

Conforme se acercaba la hora delamanecer, comenzaban a encontrarse conmás tráfico en la carretera. De vez encuando se encontraban con un controlmilitar, que era superado sin mayorescontratiempos gracias a sudocumentación falsificada; su condiciónde «Héroe de la Unión Soviética» seconvertía en un salvoconducto infalible.Sin embargo, para evitar tener queafrontar más riesgos, Shilo prefirió

abandonar la carretera y continuar elviaje más lentamente, pero de forma mássegura, por pistas secundarias, a pesarde que estaban embarradas por la lluviacaída durante la noche. Apenas habíapasado el primer pueblo cuando ungrupo de paisanos le indicó con gestosnerviosos que se detuviese. Sinembargo, él no hizo caso y continuó.Poco después, les salió al paso unguarda forestal con la escopeta de cazabajo el brazo. Cuando aquel hombre leshizo una señal con la mano para queparasen, Shilo detuvo la moto.

El agente le preguntó al guarda loque ocurría y este le respondió que los

lugareños habían sido despertados demadrugada para salir a la «caza deespías». Estaba claro que lasautoridades soviéticas habíandescubierto el avión accidentado,estableciendo rápidamente undispositivo para capturar a lostripulantes. Shilo se ganó la confianzadel guarda ofreciéndole un cigarrillo y,de repente, le golpeó y lo metió de unempujón en el sidecar, junto a Lidia. Unpar de kilómetros más adelante lo bajó,lo arrastró hasta un bosquecillo, le pegóun tiro y ocultó el cadáver entre lamaleza.

A partir de ese momento, Shilo

debió comprender que el tiempo corríadesesperadamente en contra de ellos,por lo que tenía que apresurarse parallegar cuanto antes a Moscú y ocultarseen la casa que les debía servir derefugio. Así, encontrándose ya a treintakilómetros de la capital, Shilo regresó ala carretera general con el fin de llegarantes a Moscú. Pero a unos quincekilómetros escasos de la ciudad y conlas primeras luces del alba, les cortó elpaso otro control rutinario. Como en lasocasiones anteriores, a Shilo y su mujerles fueron requeridos los documentos.Mientras su carnet rojo de oficial y laorden de marcha que llevaba preparada

eran examinados, Shilo, para aparentarnaturalidad, comentó al soldadoencargado de comprobar sus papelesque se encontraban muy cansadosporque habían estado viajando toda lanoche. Esta observación sorprendió alsoldado, ya que a medianoche habíallovido mucho y tanto ellos como lamotocicleta se encontraban totalmentesecos. Al referirle su extrañeza por esehecho, Shilo comprendió de inmediatoque había cometido un error. Temiendoverse descubierto, intentó argumentaruna explicación a esa circunstancia,pero sus nerviosas aclaracionesacabaron despertando las sospechas del

soldado.El agente ruso se vio así obligado a

descender de la motocicleta arequerimiento del soldado yacompañarle al puesto de mando, endonde fue interrogado por un oficial.Shilo mostró indignación ante ese tratodispensado a un héroe de guerra y exigióque le permitieran de inmediatoproseguir su viaje a Moscú. AunqueShilo representó a la perfección supapel, hubo un detalle que le dejófatalmente en evidencia. Una de lasmedallas que exhibía en su pechera, lade Héroe de la URSS —que en realidadpertenecía al general Shepetov, fusilado

en un campo de prisioneros—, estabacolocada en un lugar del uniformediferente al establecido en elreglamento[8]. Las nuevas sospechas querecaían sobre Shilo llevaron al oficial aordenar un registro del sidecar, en el queapareció el material que incriminaba demodo inequívoco a la pareja. LaOperación Zeppelin había concluidonada más comenzar.

En ese momento, Shilo debió pensarque todo había acabado para él y queiba a pagar con la vida la traición a supaís. Eso parecía durante el tiempo en elque permaneció recluido en una prisióndel siniestro Comisariado del Pueblo

para Asuntos Internos, el organismoencargado de la seguridad del Estadosoviético, más conocido por sus siglasNKVD, en donde sería interrogado ysometido a todo tipo de torturas. Shilopermaneció recluido, pero una vezacabada la contienda, y de formasorprendente, la NKVD decidióreclutarle como agente. La incipienteGuerra Fría con los antiguos aliadosrequería la utilización de todos losrecursos disponibles pero, además, lashabilidades de Shilo debían sersobresalientes, tanto como para pasarpor alto su pasado de acendradafidelidad a la causa nazi. De todos

modos, en la época estalinista no eraextraño encontrarse con casos similares,en los que alguien que ocupaba unpuesto de relevancia en el aparatoestatal, ya fuera un político, unfuncionario o un militar, era enviado aun campo de trabajo de Siberia trasresultar sospechoso de deslealtad y que,algún tiempo después, al requerirse unperfil como el suyo en el engranaje delEstado, se le recuperaba como si nohubiera ocurrido nada.

Estrella de Héroe de la Unión Soviética. Elagente Shilo despertó sospechas al lucir estacondecoración en un lugar diferente al que

establecía el reglamento.

Así, junto a su esposa Lidia, quetambién fue perdonada por lossoviéticos, Shilo se convirtió en agentede la NKVD, realizando labores deespionaje para Moscú. Sin embargo, en1952 Shilo cayó en desgracia,probablemente a causa de las habitualesrivalidades internas. Sus enemigosconsiguieron que el caso del intento deasesinato de Stalin fuese reabierto. Trasun proceso secreto, Shilo fue condenadoa muerte y ejecutado el 28 de marzo de1952. El hombre al que se le habíaprometido «fama, honor y riqueza» y quesu nombre se haría «inmortal en lahistoria de la humanidad» moría así en

el anonimato, un destino que, sin duda,hubiera sido muy diferente de habercumplido con éxito su misión.

Incursión en Creta: Elsecuestro de un

general

Al anochecer del 26 de abril de 1944, elgeneral alemán Heinrich Kreipe,destinado en la isla de Creta, apurabauna copa de cognac francés junto a otrosmilitares en el casino de oficiales deArchanes. La vida de los oficialesgermanos en la isla cretense era muyplácida en comparación con los quedebían enfrentarse a los soviéticos en elfrente oriental o a los anglo-

norteamericanos en el frente italiano.Ellos sabían que eran unosprivilegiados, y el general Kreipe másque cualquiera, ya que antes de serpremiado con ese tranquilo destino en elMediterráneo había tenido que sufrir losrigores del invierno ruso, dirigiendo loscombates en el frente oriental.

A pesar de que el poderío germanose hallaba en retirada, en esos momentosla mayor parte del continente europeoseguía en manos de Hitler. Los aliadoshabían desembarcado en Italia el veranoanterior y avanzaban ya por la penínsulaitaliana, pero con crecientesdificultades. Por su parte, los soviéticos

habían tomado definitivamente lainiciativa en el este, aunque la denodadaresistencia germana les llevaba a insistiruna y otra vez a sus aliados occidentalespara que abriesen un segundo frente enel oeste.

El general Heinrich Kreipe. Tras sobrevivir alas calamidades del frente ruso, su nuevo y

envidiado destino en Creta sería menostranquilo de lo previsto.

Los alemanes sabían que su fortalezaeuropea iba a ser objeto de unainvasión, pero todavía no sabían pordónde. Los aliados podían intentar undesembarco en las costas noruegas,francesas, españolas o en los Balcanes.Aunque Churchill contemplaba consimpatía esta última posibilidad, alservir para cortar la ruta de avance delos soviéticos, la posibilidad cierta deentrar en conflicto con Stalin llevaba a

decantarse por las costas francesas.Pero los alemanes sí que considerabanla posibilidad de ese desembarco en losBalcanes; los aliados se dedicaron aalimentar esa hipótesis para que losalemanes se vieran obligados a dividirsus recursos defensivos.

Una pieza clave para esa labor deengaño y de hostigamiento era la isla deCreta, que había sido invadida por losalemanes en mayo de 1941. Gracias auna espectacular operaciónaerotransportada, la milenaria isla en laque se halla la cuna de Zeus, dondeÍcaro realizó su legendario vuelo y quevio pasar a romanos, árabes, venecianos

y turcos, cayó bajo el triunfante símbolode la esvástica.

Probablemente, ese día, el generalKreipe departió con sus colegas sobre lamarcha de la guerra, cuyo desenlace eracada vez más incierto para el Reich. Esposible que comentasen las dificultadesque estaban atravesando sus seresqueridos en Alemania, sometida a unainsistente y devastadora campaña debombardeos, y de la que ellos teníancumplida cuenta gracias a las cartas queles remitían regularmente sus familiares.Pero todo ello parecía muy lejano desdeesa isla, en la que tan sólo debían hacerfrente al hostigamiento de los

irreductibles partisanos cretenses.A las nueve en punto de la noche, el

general Kreipe se despidió de los otrosmilitares con los que había compartidoesos momentos de asueto en el casino deoficiales y se dirigió a su vehículo. Allí,su chófer le esperaba para emprender elcamino de regreso a su residencia enCnosos, como venía haciendo cada día aesa misma hora, ya que Kreipe era unhombre de costumbres fijas.

El chófer puso en marcha el coche yKreipe se acomodó en el asientoposterior. El vehículo inició el trayectopor la carretera secundaria de Archanes.Pero al doblar la curva que

desembocaba en la carretera principal,de la oscuridad surgió una luz roja quealguien hacía oscilar en mitad de lacalzada. Kreipe ordenó al conductor quedetuviese el vehículo. Dos soldadosalemanes se acercaron al vehículo.Tanto el general como su chóferpensaron que se trataba de una de laspatrullas encargadas de controlar loscaminos de la isla, pero muy pronto sedarían cuenta de que estaban muyequivocados.

Un aventurero romántico

Aunque los alemanes se sentían segurosen posesión de una isla de tantaimportancia estratégica para el dominiodel Mediterráneo oriental, Creta lessuponía también un perenne dolor decabeza. Su litoral, poco accesible yescasamente vigilado por las tropasgermanas, con numerosas calas idealespara efectuar acciones de comando, asícomo sus montañas horadadas porinnumerables cuevas, ofrecían grandesposibilidades a los guerrilleros locales,debidamente asesorados por losinstructores británicos que el SOE

enviaba con frecuencia por mar y aire.Estos agentes tenían su base en El Cairo,en donde eran adiestrados para entrar encontacto con los guerrilleros cretenses yllevar a cabo operaciones de sabotaje enla isla.

Uno de estos agentes británicos eraPatrick Leigh-Fermor, apodado«Paddy». A sus veintinueve años era yaun experimentado agente, que habíacompletado tres misiones en la Cretaocupada. A su favor jugaba sudemostrada capacidad paradesenvolverse en cualquier situación,una habilidad que había exhibidodurante su juventud; con sólo dieciocho

años emprendió un viaje a pie que lellevaría desde Holanda hastaConstantinopla, atravesando todaEuropa. Entre su escaso equipaje seencontraba un volumen con las odas deHoracio.

Trece meses empleó el joven Paddyen cubrir el trayecto; a lo largo delcamino durmió al raso y en graneros,pero también en casas de nobles yaristócratas, y tuvo tiempo de aprender adefenderse en varios idiomas ydialectos. Desde Constantinoplaemprendió después otro largo viaje portierras balcánicas quedando enamoradode Grecia, como un Lord Byron

redivivo. En Macedonia participóactivamente en unas revueltas y enAtenas se enamoró de una noble rumana,con la que se iría a vivir a la isla dePoros, en donde ella se dedicaría apintar cuadros y él a escribir poesía. Untiempo después se fueron a vivir aMoldavia, donde su familia políticatenía grandes posesiones, y allípermanecerían hasta el comienzo de laSegunda Guerra Mundial.

Al estallar la contienda, Leigh-Fermor abandonó la vida contemplativaque llevaba junto a su amada y regresó aGran Bretaña, alistándose en los IrishGuards. Su dominio del griego le

permitió incorporarse al GeneralService Corps, una unidad formada porespecialistas capaces de cubrirnecesidades específicas del Ejército. Suprimera misión fue realizar labores deoficial de enlace en Albania. Despuéscombatiría en suelo griego y en lapropia Creta durante la invasiónaerotransportada germana.

El SOE advirtió sus capacidades yno dudó en recurrir a él. Leigh-Fermorno les decepcionaría, convirtiéndose enuno de sus más destacados agentes enCreta; el dominar a la perfección elalemán le había permitido inclusohacerse pasar por soldado germano.

Una propuesta descabellada

Durante una de las misiones que Leigh-Fermor llevó a cabo en Creta, en juniode 1942, un informante local queconocía todos los movimientos de ungeneral alemán sugirió la posibilidad desecuestrarle. Según el colaboradorcretense, no sería complicado raptar almilitar germano, conducirlo a través delas montañas y sacarlo de la isla pormar. Leigh-Fermor desechó entonces esapropuesta por considerarladescabellada.

Un año y medio después, Leigh-Fermor estaba tomando unas copas en el

elitista Club Royale de Chasse et dePêche de El Cairo con su amigo StanleyMoss, un capitán de veintidós años conquien le unía la pasión por la literatura.La conversación giraba en torno a lamarcha de la guerra; a pesar de que estadiscurría de forma favorable, el hechode que los aliados se encontrasenbloqueados en su avance por Italia y quela apertura del segundo frente seretrasase una y otra vez llevaba a pensarque la contienda podía alargarse todavíabastante tiempo. Ambos se lamentabande no poder hacer más para acelerar laderrota alemana, hasta que Leigh-Fermor, quizás llevado por la euforia

provocada por los efluvios etílicos,propuso a su amigo poner en práctica elplan del que el informante cretense lehabía hablado tiempo atrás.

Evidentemente, la propuesta desecuestrar a un general alemán en Cretacausó perplejidad en Moss, quien seburló de la ocurrencia de su compañero.Paddy insistió en la idea, asegurandoque los alemanes estaban muy confiadosy que sería sencillo llevar a cabo elrapto, al contar con la colaboración delos guerrilleros locales. Moss siguiópensando que se trataba de una broma ysu contertulio acabó reconociendo elenorme riesgo que entrañaría la

empresa. Ya avanzada la noche, ambosregresaron al cuartel británico ydurmieron el poco tiempo que quedabahasta el amanecer.

Los británicos Stanley Moss, a la izquierda, yPatrick Leigh-Fermor, a la derecha, vestidos

con el uniforme alemán, con las abruptasmontañas de Creta de fondo.

Al día siguiente, los dos jóvenesrecordaron con buen humor la idea delplan para secuestrar a un general alemánlanzado por Paddy. Más serenos que lanoche anterior, ambos comenzaron aanalizar las posibilidades reales dellevarlo a cabo y concluyeron que no erauna misión imposible. A pesar de que enesos momentos había más de veinte milsoldados germanos destinados en la isla,existía una fuerte presencia de

guerrilleros en las montañas másinaccesibles que podían prestar la ayudanecesaria para realizar la operación, alo que había que sumar el apoyo queencontrarían entre la población civil.Además, el dominio de las rutas navalespor parte de los británicos facilitaría lafuga por mar.

Más tarde, mientras estabandepartiendo con sus superiores, amboscomentaron la propuesta, que, para susorpresa, no fue rechazada de plano. Enlos días posteriores, el SOE analizó condetalle el plan y consideró que, pese aser muy arriesgado, tenía posibilidadesde éxito. Londres dio el visto bueno a la

operación, con el fin de atraer laatención de los alemanes sobre losBalcanes. Además de incitarles a pensarque los aliados planeaban abrir elsegundo frente en esa zona, los alemanestendrían que desviar recursos destinadosa otros escenarios. Si el audaz secuestrotenía éxito, los alemanes se veríanobligados a reforzar sus posiciones enCreta para evitar nuevas incursiones.

Cuando comunicaron a Leigh-Fermor y Moss que su propuesta habíasido aceptada por Londres, ambos nodudaron un segundo en ofrecersevoluntarios para llevarla a cabo. Losresponsables del SOE en El Cairo, ante

el optimismo y la ilusión que destilabanambos jóvenes, no pudieron oponerse aque fueran ellos los que se encargasende llevar el plan a buen término. Nohabía tiempo que perder; de inmediatose pusieron manos a la obra paradiseñar todos los detalles de laoperación.

El objetivo sería el odiado generalFriedrich Wilhelm Müller. Conocidocomo «el Carnicero de Creta», Müllerhabía impuesto un régimen de terror enla isla, en el que el asesinato y ladeportación de civiles estaba a la ordendel día. Una de sus «hazañas» másdestacadas fue la serie de represalias

que lanzó a mediados de septiembre de1943 en la región de Viannos por lamuerte de dos soldados germanos amanos de los guerrilleros, que se saldócon el asesinato de medio millar deciviles, la destrucción de una decena depueblos y la quema de las cosechas.Como gesto de crueldad añadida,Müller prohibió que los supervivientespudieran enterrar a sus muertos.

El secuestro del general Müller sinduda supondría una inyección de moral ala resistencia y serviría igualmente deaviso a los alemanes de que tarde otemprano tendrían que pagar por suscrímenes. Además, no se podía ignorar

el aliciente que suponía para los dosjóvenes agentes británicos imaginar lafuriosa reacción de Hitler al enterarsede que uno de sus generales había sidoraptado pese a hallarse protegido pordecenas de miles de soldados.

Comienza la misión

El 4 de febrero de 1944, después detransmitir por radio un aviso a losguerrilleros de Creta, un bombarderoWellington despegó del aeródromo deBardia, en Egipto. A bordo viajabanLeigh-Fermor y Moss, junto a dosagentes griegos del SOE que lesayudarían a contactar con la resistencialocal. Su objetivo no era otro queregresar a El Cairo con el generalMüller.

Después de una hora de vuelo conbastante mal tiempo, divisaron a travésde las ventanillas la isla de Creta. Los

resistentes cretenses les esperaban en lameseta de Lasition, un paraje conocidopor los lugareños como «el valle de losmil molinos». Leigh-Fermor fue elprimero en saltar, pero inmediatamenteuna gran masa de nubes impidió alpiloto la visibilidad de la zona delanzamiento. Tras varios intentosfallidos, al empeorar el tiempo, el pilotose vio obligado a regresar a Bardia conlos otros tres hombres que integraban elcomando.

Leigh-Fermor descendió sobre lameseta y fue recibido por losguerrilleros, los cuales le dieronalojamiento en una cabaña. Paddy no

podía hacer otra cosa que aguardar a suscompañeros, así que se dispuso aesperar a que el tiempo mejorase. Paradesesperación del agente británico, elcielo permanecería encapotado durantevarias semanas. El tiempo típicamenteinvernal y las violentas rachas de vientoque se daban en la altiplaniciedificultaban el lanzamiento de los otrosintegrantes del grupo. Un nuevo intentose vio frustrado debido a una repentina yespesa niebla.

Friedrich Wilhelm Müller, el Carnicero deCreta.

Después de dos meses de espera,Leigh-Fermor fue informado por radiode que sus compañeros iban a serdesembarcados en la costa meridionalpor una lancha británica; allí acudiójunto a un grupo de guerrilleros tras dosduras jornadas de marcha a través de lasmontañas. Finalmente, el 4 de abril, lalancha que llevaba a los tres agentesconsiguió burlar la vigilancia de laspatrulleras alemanas y se aproximó a laplaya. Moss y los dos colaboradoresgriegos subieron a un bote neumático y

llegaron remando a la orilla.Paddy pudo por fin reencontrarse

con su amigo Stanley, fundiéndoseambos en un emocionado abrazo. Laprimera fase de la operación, queparecía tan sencilla cuando Paddy se laplanteó a su amigo en la mesa de aquelbar de El Cairo, había resultado bastantemás complicada de lo previsto, peroafortunadamente ya se había completadocon éxito.

Pero a los tres agentes que acababande llegar a Creta les esperaba unasorpresa; hacía dos días que el generalMüller se había ausentado de la isla. Lehabía sucedido el general Heinrich

Kreipe, poseedor de la Cruz deCaballero, quien acababa de llegar aCreta procedente del frente oriental.Leigh-Fermor y Moss decidieron noalterar sus planes ante ese relevo ydecidieron seguir igualmente con laoperación. Kreipe, después de estar enel terrible frente ruso, sin duda debíapensar que su destino en Creta iba a serpoco menos que una cura de reposo; nopasaría mucho tiempo hasta que se diesecuenta de que eso no iba a ser así.

Al acecho del general

El grupo integrado por los dos jóvenesbritánicos y los partisanos locales inicióuna marcha hacia el norte a través de lasmontañas hasta llegar a una aldea,alojándose en casa de una familiacampesina que colaboraba con laresistencia, en donde pudieron retomarfuerzas. Al día siguiente reanudaron lamarcha hasta llegar a otro pueblo endonde también encontraron acomodo.Finalmente pudieron llegar aKastamonitsa, un pueblecito situado alpie de una montaña, refugiándose en lacasa de un guerrillero.

A la mañana siguiente llegó alpueblo el agente principal del SOE enCreta, Mickey Akaumianos. Procedía deCnosos, y la casa de sus padres estabamuy próxima a las ruinas del palacio dellegendario rey Minos. Pero lo másimportante era que la casa se hallabatambién cerca de Villa Ariadna, unahermosa casa que había mandadoconstruir el arqueólogo inglés sir ArthurEvans, descubridor del palacio deMinos. Villa Ariadna había servido deresidencia al general Müller y ahora,tras su relevo, había sido asignada algeneral Kreipe. Por lo tanto, Mickeyconocía perfectamente el escenario en el

que iba a tener lugar la operación.Además, al agente no le faltabamotivación para proporcionar toda laayuda posible al comando británico, yaque su padre había caído luchandocontra los alemanes.

Mickey proporcionó documentosfalsos a todos y juntos estudiaron losmapas e informes. Se acordó queMickey se trasladara a Heraklion conLeigh-Fermor y que el resto del grupopermaneciese oculto en una cuevacercana a Kastamonitsa. La estancia enla cueva no sería demasiado penosa, yaque, además de disponer de víveressuficientes, cada día un guerrillero les

llevaría pan recién hecho y los pastoresde los alrededores se acercarían aofrecerles carne, queso y vino.

Mientras el grupo permanecíaescondido en la cueva, Mickey y Paddy,caracterizados de campesinos yprovistos de documentación falsa,llegaron a Heraklion en autobús,pasando los controles sin levantarsospechas. Una vez llegados a la ciudad,continuaron a pie una hora hasta Cnosos.Allí, los dos agentes pudieroncontemplar Villa Ariadna, rodeada dealambradas y fuertemente vigilada; a lavista de las fuertes medidas deseguridad, raptar al general Kreipe en su

propia casa se antojaba del todoimposible.

Leigh-Fermor y Mickey se alojaronen casa de la familia de este último. Alestar muy cerca de Villa Ariadna,establecieron allí su puesto deobservación. Desde una habitación delprimer piso vigilaban día y noche laresidencia de Kreipe, anotandocualquier movimiento. En un gesto deaudacia, comenzaron a pasear confrecuencia por los alrededores hastallegar a entablar conversaciones diariascon los miembros de la escolta delgeneral; de este modo, pudieron obteneraún mayor información sobre las rutinas

que seguía Kreipe.Tras dos semanas observando la

casa, llegaron a la conclusión de que lamejor opción era secuestrar al generalcuando regresaba al anochecer desde elcuartel de la División, emplazado enArchanes, a donde solía ir casi cada día.Allí permanecía en el casino deoficiales hasta las nueve de la noche,hora en la que abandonaba el cuartelpara regresar a su residencia en Cnosos.

Leigh-Fermor regresó aKastamonitsa para comunicar a suscompañeros los datos que habíarecogido junto a Mickey, indicándolessobre un plano el punto de la carretera

más adecuado para raptar al general.Ese lugar correspondía a una curvacerrada en la carretera a Archanes, justoantes de desembocar en la general queiba de Cnosos a Heraklion. Al haberpoca visibilidad, los vehículos se veíanobligados a pasar por allí a muy pocavelocidad, por lo que era el lugaridóneo para interceptar el coche deKreipe. Además, unas zanjas que había aambos lados de la carretera permitíanocultarse. Con el fin de avisar contiempo suficiente de la llegada delvehículo, se decidió tender unos cientosde metros de cable para dar una señalluminosa.

Los dos británicos, disfrazados depolicías militares alemanes, darían elalto al coche al pasar por esa curva.Tres hombres más saldrían de las zanjaspara rodear el vehículo. Leigh-Fermorse ocuparía del general, mientras queMoss se encargaría de neutralizar alconductor. El resto del grupopermanecería a unos cincuenta metros dedistancia, encargándose de que no seacercara ningún otro vehículo, así comode proteger a los cinco hombres en casode que surgiese algún imprevisto.

Se habían cuidado todos los detallesdel plan. Los uniformes alemanes,conseguidos por Mickey gracias a sus

contactos, fueron arreglados por suhermana para que fueran de la medidade los dos británicos; estos, incluso sehicieron cortar el pelo al estilo germanopara resultar más convincentes en supapel de soldados de la Wehrmacht.

Sin embargo, a oídos alemanes llegóel rumor de que un comando británicohabía llegado a la isla. Sea por este opor otro motivo, la realidad es que,durante tres días seguidos, Kreiperompió su rutina habitual y tomó elcamino de regreso a su casa a mediatarde, lo que llevó a los británicos aaplazar la operación.

El secuestro

Tras ese paréntesis provocado quizáspor el temor a alguna acción de uncomando británico, el general Kreiperetomó su horario anterior, regresando acasa a las nueve de la noche desde elcasino de oficiales de Archanes. Losobservadores comprobaron que la rutinade Kreipe se mantenía, por lo que habíaluz verde para intentar el secuestro.

El día elegido para la operaciónsería el 26 de abril de 1944. Esamañana, Kreipe realizó una visita deinspección a sus tropas, diseminadas porla zona. Por la tarde se dirigió al cuartel

de Archanes. Pasó un rato en el casino ya las nueve salió del cuartel camino desu residencia. Mientras tanto, loshombres que integraban el comando yaestaban apostados en la curva parainterceptar el coche del general.

Al llegar el vehículo a ese punto, losdos británicos, haciendo señales con unalinterna roja, le dieron el alto. Añosdespués, Kreipe recordaría lo sucedidode este modo:

De pronto, al terminar lacurva, surgió de la oscuridad unaluz roja. El chófer me preguntó:«¿Debo parar, mi general?».

Llevábamos encendidos losfaros de carretera. «Sí,deténgase». Dos cabos, vestidoscon uniforme alemán, seacercaron al coche. El queparecía de mayor edad, Leigh-Fermor, exigió el pase de librecirculación. No lo tenía, pues erainnecesario para mí, así quecontesté: «Puedo viajar sin él».«Entonces dígame lacontraseña», me dijo. Cometí unerror al salir del vehículo ypreguntar: «¿A qué unidadpertenece?, ¿no conoce a sugeneral?». El automóvil llevaba

el banderín y el estandarte. Depronto, Leigh-Fermor exclamó:«Mi general, ¡es usted prisionerode los ingleses!».

En aquel momento [prosigueKreipe su relato] un guerrillero,hombre corpulento y barbudo, seabalanzó sobre mí,derribándome. Sentí unos golpesen la espalda y no tardé enverme maniatado. De vez encuando, alguien mascullaba:«Cerdo alemán». Me empujaronhasta el interior del automóvil,con un guerrillero a cada ladoesgrimiendo un cuchillo. «¡Si te

mueves, eres hombre muerto!»,amenazaron los dos casi almismo tiempo.

Habían hecho falta tres hombrespara reducir al general. En cuanto alchófer, el sargento Albert Fenske, uncertero golpe de porra propinado porStanley le dejó sin sentido. Losguerrilleros que vigilaban la carretera sehicieron cargo de él.

Ya tenían en su poder al generalalemán, pero aún quedaba lo más difícil.Al encontrarse muy lejos de su refugioen las montañas, era imposible atravesarmedia isla con él, avanzando por

pedregosos senderos de montaña.Además, en cuanto advirtiesen sutardanza en llegar a casa, saltarían lasalarmas y los alemanes se lanzarían ensu búsqueda por toda la isla.

La solución era arriesgada, perohabía que intentarlo. Stanley se dispusoa hacer de chófer mientras que Paddy,con el uniforme de Kreipe, pasó aasumir el papel de general alemán. Deeste modo se dirigieron a Cnosos,atravesando los controles de carretera;los soldados alemanes conocían desobras el coche en el que viajaba Kreipey le dejaban pasar sin realizarcomprobaciones. Gracias a la

oscuridad, Leigh-Fermor pudointerpretar a la perfección el papel de unKreipe arrellanado en el asiento traserodel vehículo y aparentando encontrarsevencido por el sueño.

A cierta distancia de la residenciadel general, Stanley tocó la bocina paraatraer la atención de los vigilantes yPaddy, desde la distancia y amparadopor la oscuridad de la noche, les hizo ungesto indicando que no iba a entrar aún yque volvería más tarde. Los guardias noadvirtieron la suplantación y lecontestaron con un saludo militar.

El improvisado plan habíafuncionado; ahora tenían que alejarse lo

más rápido posible de allí porque enunas horas comenzarían a sospechar quealgo le había ocurrido al general.Atravesando de nuevo varios controles,llegaron a las montañas, en dondepodrían ocultarse después de una largacaminata que duró todo el día siguiente.

El vehículo fue abandonado junto aun camino con una nota en su interiorque decía: «General Kreipe is on hisway to Cairo» (‘El General Kreipe estácamino de El Cairo’). Además, se dejóen él un paquete de cigarrillos británicosy una novela en inglés, para que quedaseclara la autoría del secuestro e intentarevitar de este modo que las sospechas

recayesen en los naturales del país.Al día siguiente, la noticia del

secuestro llegó a El Cairo gracias alaparato de radio de algún guerrilleroque había tenido conocimiento del éxitode la operación. Las emisoras de radioaliadas difundieron rápidamente lanoticia de que el general Kreipe «va decamino a El Cairo»; buscado o no, elanuncio tuvo el efecto de desorientar alos alemanes, ya que creyeron que elgeneral ya había salido de la isla, lo quefrenó la persecución de lossecuestradores. Para aumentar laconfusión, una emisora destinada a lossoldados británicos, pero que era

escuchada también por los alemanes,anunció que en realidad el generalKreipe se había pasado al enemigo,entregándose a un comando británico.

Represalias alemanas

Los aviones alemanes de observaciónsobrevolaron la región a la búsqueda decualquier pista que pudiera conducirlesal general. Durante varios días fueconstante el vuelo de los aparatos,escrutando carreteras, pasos demontaña, aldeas y barrancos. Tambiénlanzaron panfletos en los que seamenazaba con tomar medidas derepresalia contra la población en el casode que Kreipe no fuera liberado.

A la mañana siguiente se imprimióesta octavilla, que sería distribuida porlos alrededores de Heraklion:

A los habitantes de Creta:En la noche pasada, el

general Kreipe fue raptado porunos bandidos. Es muy posibleque lo tengan escondido en lasmontañas. La población debesaber el lugar donde seencuentra. Si en el plazo de tresdías no se le pone en libertad,todos los pueblos rebeldes de lazona de Heraklion serándestruidos. Por otra parte, sedictarán severas medidas contrala población civil.

Desgraciadamente, los alemanes

cumplieron con sus amenazas y acabaronarrasando por completo la aldea deAnoyia y asesinando a sangre fría a sucasi medio millar de habitantes. Ajeno alas crueles consecuencias que su acciónhabía causado, el grupo se dirigió alsudoeste, escondiéndose durante el día ycaminando de noche, desde dondepodrían escapar por mar rumbo aEgipto.

Con el paso de los días, el general,debido al buen trato que recibía, acabóconvirtiéndose en un compañero más,compartiendo las penalidades sinexpresar ninguna queja: «Debomanifestar en honor a la verdad —

reconocería después el general Kreipe— que, aparte de la brutalidad en elmomento de la captura, recibí muy buentrato. Por ejemplo, siempre me daban lapreferencia a la hora de comer».

El general Kreipe, en el centro, flanqueadopor Stanley Moss, a la izquierda, y Patrick

Leigh-Fermor, a la derecha, en unafotografía tomada durante su secuestro.

Una vez abandonado el vehículo, elgrupo que conducía al general prosiguiósu camino a pie en dirección a la costameridional de la isla. Casi siempremarchaban de noche o con poca luz.Durante el día descansaban en lascuevas de las montañas o en algún lugarrocoso donde fuera fácil ocultarse.Nunca tomaban los senderos, para nodejar así rastro. La colaboración de losguerrilleros locales sería vital ya que,cuando había presencia de fuerzas

alemanas en la zona, la noticia setransmitía de una montaña a otra pormedio de hogueras.

Marchando por las montañas seencontraron con el grupo de guerrillerosque había colaborado en el secuestro, yque se había hecho cargo del chófer.Pero este no iba con ellos; losguerrilleros dijeron a los británicos quehabía muerto a consecuencia de untiroteo. Años más tarde se sabría que fueapuñalado y enterrado bajo un montónde piedras.

Penosa travesía

Al tercer día de camino hacia la costasur de la isla, las fuerzas entre el grupoformado por el general Kreipe y sussecuestradores ya flaqueaban. El avancea través de las abruptas montañascretenses era especialmente penoso.Pero la hospitalidad de los naturales dela isla surgía en el momento másinesperado; el grupo tuvo la suerte dellegar a una cabaña de pastores dondefueron recibidos calurosamente, siendoobsequiados con cordero asado, queso yvino. El general, exhausto, se quedódormido al poco de sentarse junto al

fuego.Al día siguiente llegaron malas

noticias: los alemanes sabían que sehallaban en esa zona gracias a losinformantes que tenían por toda la isla, yla habían rodeado para evitar quepudieran escapar, como si del juego delgato y el ratón se tratase. Además,estaban a punto de lanzar una batida concientos de soldados para dar con suescondite, cerrando así el círculo sobreellos. Así, para ponerse a salvo, losbritánicos no tenían otra alternativa queatravesar el único sector que no estabavigilado, el Monte Ida, de dos milcuatrocientos cuarenta metros de altura,

al considerar los alemanes que escaparpor allí era imposible.

No había elección. Debían subir esaimponente montaña, en cuya cumbretodavía se acumulaba la nieve caídadurante el invierno. La ruta de ascensose convertiría en una odisea. Tenían quehacer un alto cada diez minutos. Lasplacas de hielo hacían necesario avanzarcon grandes precauciones. Las caídaseran continuas, mientras la lluvia y elfrío agravaban las condiciones delascenso. Al llegar a la cima, a últimahora de la tarde, pudieron descansar enel interior de una pequeña cabaña depiedra. Kreipe, con el uniforme

empapado, estaba aterido de frío. Perono podían perder tiempo, por lo queemprendieron de inmediato el camino dedescenso, que duró toda la noche y lamitad del día siguiente.

Entonces llegó un mensaje parainformar de que los alemanes teníanfuertemente vigilada la costa sur, dondeestaba previsto que fueran recogidos poruna lancha inglesa. No podían seguiravanzando hacia la costa, por lo queregresaron hacia la falda del Monte Idapara ocultarse hasta que el panorama seaclarase.

Aunque los lugareños odiaban a losalemanes, no faltaba quien prefería tener

tratos con ellos para lograr algunaventaja puntual. Así, las informacionesrelativas a la ruta que iban siguiendo losbritánicos no tardaban en llegar a oídosgermanos. Los alemanes supieron deeste modo en qué zona se encontraban,por lo que fueron rodeándolos,estrechando el círculo cada vez más.

El desánimo acabó por apoderarsedel grupo. Después de tantos sacrificiosse encontraban prácticamente en uncallejón sin salida. No podían escaparpor mar y los alemanes no tardarían enrodearles por completo. Pero la suerte,que parecía haberles abandonado,apareció en forma de un encuentro

casual con tres hombres que también seescondían en las montañas. El motivopara mantenerse ocultos, que no tuvieronningún reparo en revelar, era que sededicaban a robar ovejas y uno de ellosconfesó que incluso había matado a unpastor. Como los bandidos tampocosentían muchas simpatías por losalemanes, se decidieron a ayudarles.Gracias a su perfecto conocimiento de lacomarca, los británicos lograronatravesar el cordón de vigilanciadispuesto por los alemanes y acceder auna zona segura.

Pero faltaba coordinar la evacuaciónpor mar de Kreipe rumbo a El Cairo.

Los alemanes controlaban toda la costasur, lo que hacía imposible el envío dela lancha que debía sacarles de la isla.Al final se acordó marchar en direccióna Rodakino, donde el litoral era pocomenos que inaccesible al ser muyaccidentado, por lo que la vigilancia eraescasa. Leigh-Fermor indicó la posiciónpor radio y desde El Cairo le dijeronque les recogerían allí la noche del 14 al15 de mayo.

El grupo se dirigió por escarpadospedregales hacia Rodakino, evitando lossenderos, que estaban vigilados por laspatrullas alemanas. Durante la marcha,la mula que transportaba a Kreipe se

resbaló y cayó al suelo, atrapando algeneral y provocándole una dolorosafractura en el omoplato. Pese al dañosufrido, el alemán no aprovechó estacircunstancia para ralentizar la marcha,quizás víctima del «síndrome deEstocolmo» fruto de la convivenciadiaria en condiciones tan penosas; así,el general germano continuó subiendo ybajando montañas, demostrando unadignidad que sus captores nuncahubieran sospechado.

Llegada a El Cairo

Una última dificultad venía ainterponerse en el camino del comandobritánico a El Cairo. Desde un lugarelevado se podía advertir que el puntode reunión con la lancha se encontrabaen medio de dos puestos de vigilanciacostera. Después de tantos esfuerzos nopodían echarse atrás, así que debíanasumir ese último riesgo, por lo que nodieron aviso para cancelar el rescate.

Así pues, al caer la noche, iniciaronen el más absoluto silencio el descensohacia la playa. Kreipe, temiendo algunareacción violenta de sus secuestradores

o aceptando que su destino ya estabalejos de Creta, no intentó ningunamaniobra desesperada para llamar laatención de sus compatriotas.Milagrosamente, desde los puestosalemanes nadie escucharía ningún ruido.

Una vez en la playa, sobre las diezde la noche, pudieron distinguir en laoscuridad la silueta de dos botesneumáticos que se aproximabansilenciosamente a la orilla. Cuando seencontraban ya a tiro de piedra, uno delos hombres que venían en los botespreguntó por Leigh-Fermor; este sepresentó y rápidamente se inició elembarque. Sin tiempo para muchas

despedidas, los dos agentes británicosagradecieron su inestimablecolaboración a los guerrilleroscretenses, sin cuya participación nuncahubieran logrado culminar la arriesgadamisión. Paddy, Stanley y el generalsubieron a los botes y se dirigieron a lalancha que les esperaba a unoscentenares de metros de la orilla pararecogerlos y poner rumbo a Egipto.

La travesía marítima duróveinticuatro horas, en medio de un fuerteoleaje que pondría en peligro laestabilidad de la embarcación, perodespués de todas las penalidadespasadas en las montañas de Creta eso

era poco menos que un paseo. Sedirigieron al puerto de Marsa Ma-truh,donde un grupo de oficiales británicosesperaba la llegada de los tres hombres:«Al poner pie en África —recordaríadespués el general Kreipe—, me recibióel jefe de los comandos, el coronelBamfield. Me trató con gran deferenciay me ayudó en todo lo posible.Imagínese que en dos semanas no tuveun pañuelo limpio, a menos que me lolavara».

Una vez atendido de su lesión en elhombro, Kreipe, Leigh-Fermor y Mossse dirigieron en avión a El Cairo, encuyo aeródromo tomaron tierra sobre el

mediodía. Allí les esperaba un general yvarios periodistas. Los agentesbritánicos fueron recibidos comoauténticos héroes, siendo felicitados deforma efusiva por sus superiores,quienes seguramente, en su fuero interno,nunca creyeron que aquellos impulsivosjóvenes pudieran culminar con éxito sumisión o, ni tan siquiera, escapar vivosde Creta.

El general Kreipe, con el brazo encabestrillo, se despide de sus secuestradoresantes de emprender el camino al cautiverio.

Tres días más tarde, Kreipe fuetrasladado a Inglaterra, pero antes de sumarcha recibió en la prisión la visita delos dos oficiales británicos, que se

interesaron por el estado de su hombro.Los sentimientos de los dos jóvenes erancontradictorios. Por un lado sealegraban de haber conseguido suobjetivo de capturar a un generalalemán, algo que parecía una locuracuando Paddy lo propuso en aquellamesa de un bar de El Cairo, pero porotro se sentían en cierto modo culpablespor el triste futuro que le esperaba a unhombre con el que habían compartidotantas penalidades, que él habíaaceptado con digna resignación. Sussecuestradores se despidieron con unlacónico pero sentido «adiós», mientrasque Kreipe se limitó a sonreírles con

una expresión amable.Kreipe fue trasladado a Canadá, vía

Gibraltar y Londres, y fue internado enun campo de prisioneros próximo aCalgary, en el que permanecería hasta elfin de la guerra. En 1947 pudo regresara Alemania. A los dos héroes británicosse les acabaría concediendo la Cruz deServicios Distinguidos, enagradecimiento por su valerosainiciativa y su excelente ejecución,completando una de las misiones másaudaces de toda la Segunda GuerraMundial. Kreipe y sus raptores novolverían a verse hasta 1970, cuando unprograma de la televisión griega los

reunió de nuevo[9].Aunque en el momento del secuestro

el general Kreipe no era consciente deello, con aquella acción en realidad susenemigos le estaban salvando la vida.Los otros dos generales que estaban alfrente de guarniciones alemanas en Cretaacabaron en la horca, culpables por losexcesos cometidos sobre la poblaciónlocal, después de ser sentenciados porun tribunal griego. Probablemente, esehubiera sido el fatal destino queesperaba a Kreipe si no hubiera sidosecuestrado por aquellos dos intrépidosjóvenes.