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  • 1. Stefan Zweig Carta de una DesconocidaCARTA DE UNA DESCONOCIDASTEFAN ZWEIGLiberBabeliumwww.liberbabelium.com Pgina 1

2. Stefan ZweigCarta de una Desconocidawww.liberbabelium.comPgina 2 3. Stefan Zweig Carta de una Desconocida Liber BabeliumCarta de una DesconocidaSTEFAN ZWEIGDespus de una excursin de tres das por la montaa, el famoso novelista R.Volvi a Viena por la maana temprano, compr un diario en la estacin, y alhojearlo se dio cuenta de que era el da de su cumpleaos. Cuarenta y unopens, y el hecho no le dio ni fro ni calor. Volvi a hojear ligeramente el diario, yen un taxi se dirigi a su casa. El criado le inform de las visitas que haba tenidodurante su ausencia, as como de las llamadas telefnicas, y le entreg lacorrespondencia sobre una bandeja. l la mir distrado, abri algunos sobres,cuyos remitentes le interesaban, y dej a un lado uno de letra desconocida, que lepareci muy voluminoso. Entretanto le haban servido el t, y sentadocmodamente en una butaca, hoje nuevamente el diario y curiose entre lossobres; encendi un cigarro y tom otra vez la carta que haba apartado. Laformaban, aproximadamente, dos docenas de carillas llenas de una escritura muyestrecha, de letra femenina, desconocida y trazada con alguna agitacin; ms bienpareca un original de imprenta que una carta. Casi inconscientemente apret elsobre entre sus dedos sospechando que dentro haba quedado alguna cartaadjunta. Pero estaba vaco y careca, lo mismo que la extensa epstola, de ladireccin del remitente y de la firma. Es curioso pens, y tom nuevamente lacarta entre sus manos. Arriba a manera de ttulo, apareca escrito: A ti, que nuncame has conocido. Muy extraado, se detuvo. Tratbase de una carta destinadaefectivamente a l, o a una persona imaginaria? De pronto, saciando su curiosidad,comenz a leer:Mi hijo ha muerto ayer. Durante tres das y tres noches he estado luchando conla muerte, queriendo salvar esta pequea y tierna vida, y durante cuarenta horashe permanecido sentada junto a su cama, mientras la gripe agitaba su pobrecuerpo, ardiente de fiebre da y noche. Al final he cado desplomada. Mis ojos nopodan ya ms, y se me cerraban sin que yo me diera cuenta. He dormido durantetres o cuatro horas en la dura silla, y mientras dorma se lo ha llevado la muerte.Ahora est all ese pobre, ese querido nio, en su estrecha camita, tal como muri:nicamente le han cerrado los ojos, aquellos ojos suyos, oscuros e inteligentes; lewww.liberbabelium.com Pgina 3 4. Stefan Zweig Carta de una Desconocidahan cruzado las manos sobre la camisa blanca, y cuatro velas arden a los costadosde la cama. No me atrevo a mirarle; no tengo valor para moverme, pues cuandotiemblan las llamas de las bujas, las sombras se deslizan sobre su cara y sobre suboca cerrada, dando la impresin de que sus rasgos se mueven, con lo cual podrayo pensar un momento que no haba muerto, que poda despertar para decirmecon su voz clara alguna palabra llena de cario infantil. Pero s que est muerto yno quiero mirarle para no volver a abrigar una vana esperanza y verme de nuevodesilusionada. Lo s, lo s; mi hijo ha muerto ayer y ahora no me queda en todo elmundo nadie ms que t; t, que no sabes nada de m; t, que entretanto tedistraes con tus asuntos o con otros hombres. Slo te tengo a ti, que nunca meconociste, a quien siempre he querido.He tomado una quinta buja y la he colocado en la mesa, sobre la cual te escribo.Hago esto porque no puedo estar sola con mi hijo muerto sin gritar lo que pesasobre mi alma, y a quin podra yo hablar en esta hora terrible sino a ti, que hassido y an lo eres todo para m? Quizs no pueda explicarme claramente, quizsno me comprendas; tengo pesada la cabeza, siento un latido en las sienes y meduelen los miembros. Creo que tengo fiebre; tal vez es la gripe que anda ahora depuerta en puerta, y esto ltimo sera lo mejor, pues as me ira con mi hijo sinnecesidad de hacer nada contra m misma. De vez en cuando, algo oscuro se mepone delante de los ojos, y acaso no pueda acabar esta carta; pero quiero reunirtodas mis fuerzas para hablar contigo esta sola vez, contigo, mi amor, que no mehas conocido nunca.Slo a ti quiero hablarte, decrtelo todo por primera vez; debes conocer toda mivida, que ha sido siempre tuya y de la que nada has sabido jams. Pero este secretomo, debers conocerlo slo despus de mi muerte, cuando ya no necesitescontestarme, cuando esto que sacude mis miembros, este escalofro, signifiquerealmente el fin. Si he de continuar viviendo har pedazos esta carta y continuarcallando, como he callado siempre. Cuando la tengas en tus manos ser unamuerta la que te cuente su vida, su vida, que fue tuya desde su primera hasta sultima hora. No debes temer mis palabras; una muerta no quiere ya nada: ni amor,ni compasin, ni consuelo. Slo deseo algo de ti, y es que creas todo lo que midolor, que en ti se refugia, te dice. Creme todo; slo se es mi ruego; no se mientea la hora de la muerte de un hijo nico.Quiero contarte toda mi vida, esta vida ma que en realidad comenz en da enque te conoc. Antes no hubo en ella sino algo turbio, y fue como un rincncualquiera lleno de cosas y hombres torpes, cubierto de polvo y telaraas, de loscuales mi corazn no sabe nada. Cuando t llegaste, yo tena trece aos y viva enla misma casa que habitas t ahora, en la misma casa en la que tienes t ahoraesta carta entre tus manos, como el ltimo aliento de mi vida; viva en el mismopasillo, justamente enfrente de tu cuarto. Seguramente ya no te acuerdas denosotras, de la pobre viuda de un empleado ( siempre iba vestida de luto) y de suwww.liberbabelium.comPgina 4 5. Stefan Zweig Carta de una Desconocidadelgada nia. Vivamos tranquilamente, casi sumergidas en nuestra pobreza depequeas burguesas. Tal vez nunca hayas odo nuestros nombres, pues notenamos ninguna chapa en la puerta, y nadie nos visitaba ni preguntaba pornosotras. Es verdad tambin que ya hace mucho tiempo de esto: quince, diecisisaos; no, seguramente t no lo recuerdas, querido mo; pero yo, yo me acuerdoapasionadamente de cada detalle y tengo presente como si fuese hoy, el da, mejordicho la hora, en que o hablar de ti por primera vez y en que por primera vez te vi;y cmo no recordarlo, si entonces empez para m la vida! Consiente, querido, enque te lo cuente todo, todo, desde el principio, te lo suplico, y no te fastidies de ormi relato, durante un cuarto de hora, pues yo no me he cansado de querertedurante toda mi vida.Antes que tu entrases en esa casa viva en tu cuarto gente mala ycomprometedora. Por ser pobres, lo que ms odiaban, era la pobreza de losvecinos, la nuestra, ya que no queramos tener nada en comn con su bajabrutalidad. El esposo era un borracho y golpeaba a su mujer; a veces nosdespertaban durante la noche ruidos de sillas derribadas y de platos rotos; una vezella, corri, ensangrentada y con el cabello revuelto, por la escalera, y en supersecucin, sali el hombre, hasta que los vecinos se asomaron a las puertas y leamenazaron con llamar a la polica. Desde el primer da mi madre quiso evitartoda relacin con ellos, y me tena prohibido hablar con sus nios, los cuales sevengaban de mi orgullo siempre que se les presentaba alguna ocasin. Cuando meencontraban en la calle, me dirigan palabras obscenas, y una vez me pegaron conpedazos de una nieve endurecida, de tal modo que la sangre corri por mi frente.Por instinto, todos los dems vecinos de la casa odiaban a aquella familia, ycuando les sucedi algo...-creo que el marido fue encarcelado por robo- y tuvieronque mudarse de casa, respiramos todos de satisfaccin. Durante algunos dasestuvo colocado el aviso en la puerta que indicaba un cuarto desocupado, y luegolo quit el portero, por quien se supo en seguida que estaba alquilado. Fueentonces cuando o tu nombre por primera vez. A los pocos das llegaron lospintores y empapeladores para limpiar y decorar el cuarto sucio y se pasaban todoel da martillando; pero mi madre estaba muy contenta de que aquella gente suciay escandalosa se hubiera mudado. A ti, en persona, no te vi entonces, ni durante lamudanza, pues el traslado de muebles fue vigilado por tu sirviente, pequeo yserio, de pelo gris, que diriga todo de una manera silenciosa. El hombre nosinfunda respeto; en primer lugar, porque un sirviente era algo nuevo en nuestrobarrio, y luego, por la cortesa con que trataba a todos, sin dar confianza niestablecer familiaridad con las sirvientas. Desde el primer da salud a mi madrecon respeto, como si se tratase de una gran dama, e incluso con nosotros, loschicos, era siempre serio y corts. Cuando pronunciaba tu nombre lo haca tambinmuy respetuosamente, y al punto se echaba de ver que su afecto hacia ti, era msque el corriente de un sirviente vulgar. Por eso quera yo al buen viejo Juan, apesar de envidiarle el que pudiera estar cerca de ti y servirte.www.liberbabelium.com Pgina 5 6. Stefan Zweig Carta de una DesconocidaTe cuento toda esta historia, querido mo, para darte a entender cmo desde elprincipio ejerciste una poderosa influencia sobre aquella tmida nia que era yo.Antes de que t mismo te hicieras presente en mi vida, haba ya un nimboalrededor de ti, una aureola de riqueza, de un ser especial y misterioso. Todos, enaquella casa del barrio bajo quienes llevan una vida estrecha sienten curiosidadhacia un recin llegado-, esperbamos con impaciencia tu aparicin. Y estacuriosidad aument en m cuando una tarde, al volver del colegio vi un carro demudanzas delante de la puerta. Me detuve para poder admirarlo todo, pues tuscosas eran tan diferentes a las nuestras, que no las haba visto nunca. Haba dolosindios, esculturas italianas, grandes cuadros de vivos colores, y al final venan loslibros, tantos y tan bonitos como nunca haba podido imaginarme. Los colocaronen la puerta, y all mismo el sirviente les fue quitando el polvo uno por uno. Meacerqu curiosa y disimuladamente al montn que segua creciendo; l no medespach de all, pero tampoco me anim, y en tal situacin no me atrev atocarlos, aunque me daban ganas de pasar los dedos por las encuadernaciones deblanco cuero. Me limit a mirar tmidamente los ttulos: eran libros franceses eingleses y de algunos no conoca el idioma. Me hubiera quedado mirndolos horasenteras, pero me llam mi madre.Toda la tarde me la pas pensando en ti, aun sin conocerte todava. Yo no tenams que una decena de libros baratos, encuadernados en cartn, usados y rotos;los quera mucho y los lea muchas veces. Y entonces me preguntaba cmo sera eldueo de todos aquellos libros soberbios, que los haba ledo todos, quecomprenda tantos idiomas y que era, al mismo tiempo que rico, tan instruido.Recordando aquel montn de libros senta hacia su dueo una especie de respetosobrenatural. Trataba a solas de imaginarme tu figura: t eras un viejo de gafas ylarga barba blanca, parecido a nuestro viejo profesor de geografa, slo que msbondadoso, ms hermoso y de ms suave trato, pues no s por qu ya entonces seme haba metido en la cabeza que debas ser buen mozo a pesar de tomarte por unviejo. Aquella noche, sin conocerte, so contigo por primera vez.Al da siguiente comenzaste a habitar tu nuevo cuarto; pero aunque yo andabaespindote no te pude ver, lo cual aument mi curiosidad. Pero fin, al tercer da tevi, y la sorpresa me emocion, pues eras completamente distinto a la idea que de time haba hecho. Yo haba soado con un viejo de barbas, bondadoso, y te meaparecas tal como hoy todava eres-t el invariable, en quien el tiempo nocambia. Llevabas un encantador traje deportivo gris, y subas las escaleras deprisa,con los modales de un chico, saltando de dos en dos los escalones. Llevabas elsombrero en la mano, y esto me permiti ver tu cara llena de viveza, tu pelo rubioy tu rostro joven; en realidad, qued impresionada de admiracin al comprobarhasta qu punto eras buen mozo, gil y elegante. Y -no es eso extrao?- desdeaquel primer instante percib que haba en ti dos hombres: uno joven, ligero,ardiente aficionado al juego y a la aventura, y otro serio hasta el extremo, devotowww.liberbabelium.comPgina 6 7. Stefan ZweigCarta de una Desconocidade su arte, infinitamente instruido. Sent, sin darme cuenta, lo que todos sientenante ti: que tienes una doble vida, una de superficie clara y visible para todo elmundo, y otra oculta que slo t conoces. Y tal dualidad, tal secreto de tu vida, meatrajo yo tena trece aos- de manera profunda.Comprenders, querido, qu milagro, qu enigma lleno de inters significabaspara m, todava una nia! Ver a un hombre por el cual senta respeto, que escribalibros, que era clebre en un mundo extrao al mo, y presentarse este hombre enla figura de un joven de veinticinco aos, elegante y alegre! Debo decirte que desdeaquel momento nada de la casa ni de mi pequeo mundo infantil me interes msque t; que con la firme tenacidad de una chica de trece aos slo me ocup de tuexistencia. Vigilaba tu persona y observaba todas tus costumbres, examinaba a loshombres que te visitaban, y todo ello, lejos de disminuir mi curiosidad, no hacasino acrecentarla, ya que la dualidad de tu vida se haca cada vez ms evidente enlo diversos que eran tus visitantes. Llegaban jvenes amigos tuyos en cuyacompaa te reas con satisfaccin; llegaban estudiantes pobres o seores enautomvil, y una vez lleg el director de la Opera, el gran director de orquesta, aquien yo, con mucho respeto, haba visto desde lejos ante su atril; otras veces eranchicas jvenes que todava iban a la escuela de comercio, y entraban en tu casafurtivamente y llenas de timidez; de una o de otra clase, eran muchas las mujeresque te visitaban. Yo no me figuraba nada de particular, ni siquiera cuando unamaana en que me diriga al colegio, vi salir de tu cuarto a una seora con unespeso velo- pues slo era una nia- y tampoco me daba cuenta de que la mismaapasionada curiosidad con que me dedicaba a seguirte era ya amor.Pero recuerdo, querido mo, el da y la hora en que qued para siempreenamorada de ti. Acababa de dar un paseo con una amiga del colegio y estbamoslas dos charlando delante de la puerta. Lleg un auto y descendiste t para entraren tu cuarto. Algo dentro de m me impuls a abrir la puerta, y nos cruzamos eluno con el otro. Me lanzaste una suave, clida y envolvente mirada, llena deternura, me sonreste s, no puedo decirlo de otra manera- afectuosamente, almismo tiempo que decas en voz baja y casi familiar: - Muchas gracias, seorita!-Eso fue todo, querido, pero desde el instante en que sent la suavidad y ternura detu mirada qued locamente enamorada de ti. Slo ms tarde he comprendido queesa mirada atrayente, y al mismo tiempo desnuda; esa mirada de seductor natoque diriges a cualquier mujer que se halle junto a ti, a la vendedora de tienda o ala sirvienta que abre la puerta; esa mirada no es en ti consciente ni significaninguna especial inclinacin, sino que tu ternura hacia todas las mujeres hace tumirar siempre dulce y agradable. Pero yo, una nia de trece aos, lo ignoraba: mehallaba sumergida en fuego. Pensaba que aquella ternura estaba dedicada a msolamente, y en aquel instante, en mi derredor, en lo ntimo de aquella criaturatodava a medio formar, se despert la mujer, una mujer enamorada de ti parasiempre.www.liberbabelium.comPgina 7 8. Stefan Zweig Carta de una Desconocida - Quin es?- pregunt mi amiga.Al punto no puede contenerme. Me resultaba imposible pronunciar tu nombre;desde aquel momento habase convertido para m en algo sagrado, en un secreto, yle contest framente:-Uno de los tantos que viven aqu!--Y por qu- pregunt mi amiga en un son de burla y con toda malicia de unania curiosa- Te has puesto roja cuando te ha mirado?-Yo sent que sus burlas rozaban mi secreto y me puse an ms sofocada. Laturbacin me impuls a la grosera: -Idiota!- le dije furiosamente.Me dieron ganas de matarla. Pero ella se ech a rer ms burlonamente todava,yo sent que lgrimas de ira impotente se me agolpaban en los ojos. Me separ deella y sub las escaleras.Te quiero desde aquella hora. S que muchas mujeres te han dicho esto mismo yque ests acostumbrado a manjares deliciosos. Pero cree que nadie te ha amadocon un amor tan de esclava, tan desinteresado, como aquella nia que yo era y quesiempre he seguido siendo para ti, pues nada en el mundo se parece al amor,inadvertido para todos, de una chiquilla oscura; amor sin esperanza, y tan servil,tan modesto, tan vigilante y apasionado como jams puede llegar a ser el de unamujer ya hecha que, aunque sin quererlo, est llena de deseos y exigencias.nicamente los nios solitarios pueden ir acumulando todos sus amores; losdems van gastando sus sentimientos en charlas mundanas; los van perdiendo enconfidencias mutuas, pues han odo y ledo mucho acerca del amor como unjuguete, y de l se jactan como los chicos de su primer cigarrillo. Pero yo no tena anadie a quien confiarme, nadie poda instruirme o guiarme: era una inexperta sincuidado, y por lo mismo iba precipitada hacia mi destino. Todo cuanto en miinterior iba brotando aspiraba slo a ti, como hacia el ser ms ntimo. Mi padrehaba muerto haca muchos aos, mi madre me pareca una extraa, siempre ensus eternos recuerdos de viuda pensionista; odiaba el trato con las amigas delcolegio, que tomaban a broma lo que para m era una pasin. Por lo mismo, todosmis sentimientos concentrados, no compartidos con nadie, eran para ti. Tsignificabas para m -Cmo podr explicarme, si cualquier comparacin resultapobre!,- t eras para m mi nica vida. Nada en mi existencia cobraba sentido sinorefirindome a ti. Cambiaste toda mi existencia. Distrada y mediocre colegialahasta entonces, pas a ser la primera; por la noche lea y lea libros, pues saba quea ti te gustaban, y un da, con asombro de mi madre, comenc mis ejercicios depiano, pensando que quiz te agradara la msica. Yo misma haca mis vestidoswww.liberbabelium.com Pgina 8 9. Stefan ZweigCarta de una Desconocidapara presentarme con agradable aspecto, y un delantal de colegio (un antiguovestido de mi madre), que tena en el lado izquierdo un remiendo cuadrado, meresultaba odioso. Tema que lo vieses, y lo ocultaba bajo la bolsa de los libros, alsubir la escalera. Qu tontas precauciones, pues casi nunca me veas!A pesar de todo, yo no haca otra cosa que esperarte y vigilarte. Haba ennuestra puerta una ventana redonda por la cual yo vea la tuya. Aquella ventana no sonras, querido, que aun hoy mismo no siento vergenza de aquellas horas-era el ojo del mundo para m; en aquella antesala fra, con miedo de que mi madrelo sospechase, permaneca sentada, con un libro en las manos, tardes enteras,durante meses y aos. Me hallaba siempre cerca de ti, esperndote o siguindote;pero t no podas darte cuenta, no podas prestarme ms atencin que a la cuerdade tu reloj, que en la oscuridad de tu bolsillo va contando pacientemente las horas;que te acompaa a todas partes con sus imperceptibles latidos, semejantes a los delcorazn y al que slo muy de cuando en cuando lanzas una hojeada entre millonesde segundos. Saba cuanto a ti se refera; conoca todas tus costumbres, cada unade tus corbatas, cada uno de tus trajes; distingua a cada uno de tus muchosconocidos y los iba clasificando en dos grupos: los que me eran simpticos y losque no me agradaban. Desde mis trece hasta mis diecisis aos todas las horas demi vida han sido para ti. Ah, que tonteras haca! Besaba el pestillo que tu manohaba tocado, levantaba la colilla de un cigarro tuyo como cosa sagrada, porquehaba estado en tus labios. Cien veces cada tarde corra con un pretexto cualquieraa la calle, para ver en qu lugar de tu habitacin haba luz y sentir mejor tupresencia invisible. Durante las semanas en que andabas viajando se me parabael corazn cada vez que vea al buen Juan con tu bolso de viaje amarillo-, duranteaquellas semanas, mi vida no tena sentido y era como si estuviese muerta... mevolva loca, me aburra y enfermaba, esforzndome al mismo tiempo por que mimadre no notase mi desesperacin ni mis ojos irritados, deshechos de llorar.S que todo esto son excesos; que son tonteras infantiles todo lo que te cuento.Deba darme vergenza; pero no me da porque nunca mi amor por ti ha sido mspuro y ms apasionado que en aquellos excesos de nia. Muchas horas y muchosdas podra estar contndote de qu manera viv junto a ti en aquella poca, sin quet me vieses; pues cuando te encontraba en la escalera y no poda huir a tiempo, elmiedo a tu ardiente mirada me haca bajar los ojos como quien se arroja al aguapara no ser abrasado por una llama. Muchas horas y muchos das podra pasarcontndote la historia de aquellos aos, repitiendo todo el calendario de tu vida;pero no quiero aburrirte ni atormentarte. Slo te voy a contar el ms hermosomomento de mi infancia, pidindote antes que no te ras de su pequeez, puespara m, tan nia, signific algo infinito. Me parece que era domingo. T estabas deviaje y tu sirviente iba arrastrando unas pesadas alfombras que acababa de limpiar,hacia la puerta de tu cuarto. El pobre se fatigaba en su trabajo, y en un momento deaudacia me acerqu a l y le pregunt si me permita ayudarle. Me mir awww.liberbabelium.comPgina 9 10. Stefan ZweigCarta de una Desconocidasombrado, pero me lo acept, y as pude ver imposible expresarte con qurespeto y hasta con qu piadosa veneracin- el interior de tu cuarto, tu mundo, elescritorio ante el cual solas sentarte y sobre el cual haba una jarra de cristal azulcon flores; tus armarios, tus libros, tus cuadros. No pas de ser una fugaz ojeada atu vida, pues tu fiel Juan no me hubiese permitido seguramente un examenminucioso; pero en aquel rpido mirar aspir toda la atmsfera tuya que deseabapara respirar y alimentar mis sueos durante da y noche.Ese instante fugaz fue el ms feliz de mi niez. Deseaba contrtelo para quecomprendas cmo se perdi una vida que de ti dependa. Tambin quiero relatartelo que pas en otro momento, poco despus del anterior. Por tu causa, -como ya lohe dicho- lo haba olvidado todo, incluso a mi madre, ya nada ni nadie meinteresaba fuera de tu persona. No prestaba la atencin a un seor de cierta edad,un comerciante de Innsbruck, algo pariente de mi madre, que vena a casafrecuentemente y en ocasiones se quedaba bastante tiempo. Mejor dicho mealegraba que viniese; pues a veces llevaba al teatro a mi madre, y as me quedabayo sola, libre para pensar en ti y observarte, lo cual constitua para m la nicafelicidad. Un da me llam mi madre con ciertos modales enojosos; tena quehablarme. Palidec y comenc a sentir los latidos de mi corazn; Habasospechado o adivinado algo? Mi primer pensamiento fuiste t, el secreto que meuna al mundo. Pero mi madre, un poco turbada ella misma, me bes cosa quenunca haca-, me sent en el sof y empez, con vacilaciones y con ciertavergenza, a decirme, que su pariente, que era viudo, haba pedido su mano. Ellahaba decidido casarse sobre todo por m. Toda la sangre se me subi a la cabeza,slo pensaba en ti. -pero- le pregunt-, Nos quedaremos aqu?- -No; iremos a Innsbruck.- Fernando tiene all un chalet muy bonito!No o ms. Algo muy oscuro se me puso delante de los ojos. Ms tarde supe quesufr un desmayo, y que mi madre le haba contado a mi padrastro- quienaguardaba detrs de la puerta- que me haba dado un ataque, que empec aretorcerme con los dedos muy separados, y que al fin ca desplomada sinconocimiento. Es imposible expresarte lo que pas en los das siguientes; cmo medebat contra una voluntad superior. An hoy, al recordarlo, me tiembla la mano.Como no poda revelar el secreto, mi resistencia pareca nicamente terquedad,malvola obstinacin. Ya nadie me dio cuentas de nada; todo sucedi a espaldasmas. Aprovechaban las horas en que yo estaba en el colegio para ir haciendo lamudanza, y cada vez que regresaba a casa, todos los muebles de sta o de la otrapieza haban sido trasladados o vendidos. Vi como nuestro cuarto, y con l mivida, iba quedndose vaco, hasta que un da los encargados del traslado sacaronlo ltimo que faltaba. En las habitaciones vacas slo haba ya bales y dos camasplegables, para pasar la ltima noche, pues al da siguiente sera la partida. www.liberbabelium.comPgina10 11. Stefan Zweig Carta de una DesconocidaEse ltimo da sent, sin tener que pensarlo, que ya no podra vivir sino prximaa ti. T slo eras mi salvacin. No podr decir exactamente lo que pensaba enaquellas horas de desesperacin; pero si que de pronto- mi madre haba salido- melevant tal como estaba, con mi vestido de colegio y fui hacia tu puerta. No, no esque fui por mi voluntad; algo empuj mis piernas que parecan sin movimiento,con las rodillas temblorosas hasta tu puerta como hasta un imn. Ya te haba dichoque no saba exactamente lo que quera: tal vez caer a tus pies y pedirte que metuvieras junto a ti, como criada, como esclava. Temo que te ras de este inocentecario de una chiquilla de quince aos; pero no reiras, querido, si te dieses cuentade cmo cruc el pasillo helado, con un miedo que me impeda andar, y sinembargo, sintindome empujada por una fuerza inexplicable; cmo mi brazo tirabacasi de mi cuerpo inerte, cmo lo levant temblando y fue una lucha en unaeternidad de terribles segundos- apret el botn del timbre. Todava hoy tengo enmis odos su agudo sonido, y recuerdo tambin el silencio que sigui y durante elcual se par mi corazn y toda mi sangre, como aguardando tu llegada. Pero noviniste; no acudi nadie. Probablemente t habas salido y Juan estaba haciendoalgunos recados; entonces, a tientas, vibrando an en mis odos el sonido deltimbre, me volv a nuestro cuarto vaco y me dej caer sobre un bal, tan abatidatan abatida de los cuatro pasos que haba dado, como si hubiese andado por lanieve durante varias horas. Peor bajo aquella extensin arda an la decisin deverte, de hablarte antes que me separasen de ti. Te juro que no haba en m ni unsolo pensamiento voluptuoso; era todava inocente, precisamente porque slopensaba en ti; lo nico que quera era verte por nica vez, asirme a ti. Toda lanoche, toda aquella noche terrible te esper, querido mo. Apenas se hubo acostado y dormido mi madre, camin hasta la antesala para orte regresar. Estuveaguardando toda la noche, una noche helada de enero. Me senta cansada, medolan los miembros y no haba una silla para sentarme; entonces me acost en elsuelo fro. Tena puesto un vestido muy delgado y no haba querido llevar all niuna manta, temerosa de dormirme y dejar de or tus pasos. Encoga los pies ybrazos temblando; a cada instante tena que levantarme, tal era el fro que haca enaquella oscuridad terrible. Pero te esperaba como a mi destino. Al fin seran las dos o las tres de la madrugada- o que se abra la puerta, ymomentos despus, pasos en la escalera. Dej de sentir fro; cierto calor me invadiel cuerpo, y silenciosamente abr la puerta dispuesta a salirte al encuentro y caer atus pies... No s, tan nia como era, lo que hubiese hecho en aquel instante. Lospasos se aproximaban y la luz de una buja temblaba. Agarraba el pestillo con mismanos, tambin temblorosas. Eras t el que vena? S t eras, querido mo, perono venas solo. O una risa contenida y alegre, el frufr de un vestido de seda, y ati, que hablabas en voz baja. Volvas a casa con una mujer. No s cmo he podido sobrevivir a aquella noche. A la maana siguiente, a lasocho, me arrastraron a Innsbruck; ya no tena fuerzas para resistir. www.liberbabelium.comPgina 11 12. Stefan Zweig Carta de una DesconocidaMi hijo muri anoche; ahora me quedar sola nuevamente. Maana vendrnunos hombres vestidos de negro, extraos y toscos, trayendo un atad, y dentro del colocarn a mi pobre, mi nico hijo. Quizs lleguen tambin algunos amigospara ponerle encima unas pocas flores. Pero qu significan las flores en un atad?Intentarn consolarme con palabras, palabras y palabras. Pero de qu sirven laspalabras? S que he de quedarme otra vez sola, y nada hay ms terrible que lasoledad entre la gente. Bien lo he experimentado en los dos aos que he pasado enInnsbruck, desde mis diecisis hasta mis dieciocho aos, en que he vivido comouna desterrada en el seno de mi familia. Mi padrastro, hombre serio y de pocaspalabras, era bueno para m y en cuanto a mi madre, acceda como si quisierareparar una injusticia, a todos mis deseos. Se me acercaban algunos jvenes, perolos despreciaba a todos con terquedad apasionada. Lejos de ti no quera vivir felizy contenta, y voluntariamente me enterraba en un mundo oscuro, de tormento y desoledad. Me negaba a estrenar vestidos de colores variados, as como ir al teatro, aconciertos o de excursin en alegre compaa. Apenas sala a la calle, y puedescreerme, querido mo, que viviendo en una pequea ciudad durante dos aos, nollegu a conocer de ella ms que unas diez calles? Deseaba estar triste, y lo estaba;me castigaba en privaciones que yo misma me impona. No quera distraerme demi pasin, y mi nico deseo era pensar en ti. Permaneca sola en casa durantehoras y das, sin ms quehacer que pensar, renovando siempre mil pequeosrecuerdos; cada uno de nuestros encuentros, cada una de mis esperas, pasandorevista a todos ellos, como en un teatro. Y as, de repetir a cada instante, mil y milveces cada uno de ellos, se me ha quedado en la memoria toda mi infancia y puedosentir ardientemente todos los minutos de mi pasado como si ayer mismo hubiesenocurrido.Slo en ti viv entonces. Compr todos tus libros; el da en que tu nombreapareca en algn peridico, era para m el da festivo. Quieres creerme que s dememoria, lnea a lnea tus obras? Si alguien me despertase una noche y mesealase una lnea cualquiera, hoy, despus de trece aos, sabra continuar yocomo en sueos: te digo que cada una de tus palabras ha sido para m un evangelioy una oracin. El mundo entero no exista sino en cuanto se refera a ti: lea en losdiarios de Viena las reseas de los conciertos y obras de teatro, pensandonicamente cules te interesaran, y al llegar la noche, mis pensamientos teacompaaban; ahora- me deca- entra en la sala; ahora se sienta. Lo imaginaba milveces, porque te haba visto una sola vez en un concierto.Pero A qu relatarte este frentico cario trgico y desesperado de una niaabandonada? A qu contrselo a quien nunca se lo imagin? Pero, realmente, erayo entonces una nia? Tena diecisiete, dieciocho aos, y los jvenes comenzaban amirarme al pasar por la calle, lo cual me disgustaba, pues un sentimiento de amorhacia otro que no fueras t me pareca tan inconcebible, tan absurdo, que la solaidea se me figuraba un crimen. Mi pasin por ti era la misma que aos atrs, con la www.liberbabelium.com Pgina 12 13. Stefan Zweig Carta de una Desconocidasola diferencia de que al pasar el tiempo se haba hecho ms ardiente, ms fsica,ms femenina, y aquello que no poda presentir la criatura que apret el timbre detu puerta, lleg a ser mi pensamiento fijo: entregarme vivamente a ti.Los que me rodeaban me juzgaban tmida- pues guardaba mi secreto apretandolos dientes-. Pero se iba desarrollando en m, una voluntad de hierro. Todos mispensamientos y propsitos se dirigan a lo mismo: volver a Viena, volver junto a ti.Y consegu que mi voluntad prevaleciera sobre la de los dems. Mi padrastro erarico y me consideraba como a una hija suya. Pero yo insista tenazmente enganarme la vida, y al fin obtuve permiso para marcharme a Viena, empleada enuna casa de confeccin, cuyo dueo era un pariente nuestro. Tendr que decirte hacia dnde dirig mis primeros pasos al llegar a Viena?Dej los bales en la estacin, sub precipitadamente a un tranva- se me figurabaque andaba muy despacio y me irritaba cada una de sus paradas- y corr hastaponerme delante de tu casa. Tus ventanas estaban iluminadas, y mi corazn sepuso a cantar. Slo en ese momento viva la ciudad y viva yo, pues estaba cerca deti, t, mi sueo eterno. No poda imaginarme que, en realidad, tan lejos de ti estabaen aquel instante, como antes, cuando nos separaban ros y montaas, no obstanteser un cristal delgado lo que se interpona entre tu persona y mi brillante mirada.Me limitaba a mirar hacia arriba: all estaba la luz, estaba la casa, estabas t, estabami vida. Durante dos aos haba soado aquella hora que estaba viviendo.Permanec all toda la tarde, toda una larga tarde dulce y difuminada, hasta que laluz se apag: entonces fui a mi habitacin.As me pasaba todas las tardes delante de tu casa. Trabajaba en la tienda hastala seis; el trabajo era duro y penoso, pero me gustaba porque la inquietud delnegocio me impeda sentir demasiado dolorosamente la ma. Y cuando al llegar lahora, se cerraban ruidosamente las persianas, corra hacia mi amado puesto deobservacin. Mi nico deseo era verte, encontrarte siquiera una vez, distinguir tucara una sola vez desde lejos. Pasada una semana, poco ms o menos, te encontrprecisamente en un momento inesperado; cuando yo estaba mirando a tu ventana,cruzaste t la calle. Y de repente yo me convert en la nia de trece aos, sent quela sangre me aflua a las mejillas; involuntariamente baj la vista, a pesar de mivivo deseo de contemplar tu rostro, de sentir tu mirada y pas por tu ladoapresurada. Luego me sent avergonzada de aquella audacia infantil, pues medaba perfecta cuenta de mi propsito: quera encontrarte, te buscaba, quera serreconocida por ti despus de tantos aos de ardiente anhelo; quera llamar tuatencin, quera ser tu amada.Pero durante mucho tiempo no te fijaste en mi persona, a pesar de acudir todaslas tardes desafiando a veces remolinos de nieve y el viento helado de Viena.Algunos das esper varias horas sin resultado; otros, salas acompaado por algnconocido; tambin te vi dos veces en compaa de una mujer, y entonces sent algo www.liberbabelium.com Pgina13 14. Stefan Zweig Carta de una Desconocidanuevo dentro de m; un sentimiento, hasta entonces desconocido, que semanifestaba en saltos bruscos del corazn; se me destrozaba el alma vindote pasartan seguro de ti, del brazo de una mujer extraa. No es que me sorprendiera, puesconoca desde mi infancia a tus eternas visitantes; pero entonces senta un dolorfsico, naca en m algo nuevo mezclado de hostilidad y de deseo, presenciando tuintimidad con otra. Un da, llena de un orgullo que todava tengo, no fui a tu casa.Pero qu horrible fue aquella tarde! Al da siguiente me encontraba otra vezhumildemente delante de tu puerta esperando, esperando, como lo he hechosiempre ante tu vida, oculta para m!Al fin lleg una tarde en que te fijaste en mi presencia. Te haba yo visto desdelejos y haca esfuerzos de voluntad para no apartarme de tu camino. Quiso lafortuna que un carro obstruyese parte de la calle, obligndote a pasar cerca de m.Involuntaria y distradamente, me miraste, notaste mi intencin, y al punto- anme asusta el recuerdo- tu mirada fue esa que dedicas a todas las mujeres, esamirada tierna y envolvente que desnuda, la misma mirada fija y larga que mehaba transformado, de nia en mujer, en amante. Durante uno, dos, tres segundos,tu mirada se cruz con la ma, que yo no poda apartar de tu persona, ydesapareciste. Me palpitaba el corazn; inconscientemente deb retardar mi paso, yal volver la cabeza, presa de invencible curiosidad, te vi parado, siguindome contu mirada. Y por la manera de fijarte, con curiosidad e inters, comprend que nome reconocas.Ni me reconociste entonces, ni me has reconocido nunca. Cmo podr, amormo, describirte mi desilusin de aquel momento, de aquella primera vez en quesent mi sino de no ser reconocida; este destino que acompaa toda mi vida- con elque muero al fin- de ser desconocida, siempre desconocida para ti? Cmo podrexpresarte tal desilusin? Porque has de saber que, durante los dos aos pasadosen Innsbruck, donde pensaba en ti a todas horas, siempre que me imaginaba elinstante de volver a verte, me lo pintaba de distintas maneras: unas veces horribley otras feliz, segn mi estado de nimo. Soaba todas las posibilidades; en lospeores momentos me figuraba que t no me aceptaras por demasiadoinsignificante, por demasiado fea, por demasiado pretenciosa; como una visionariaapasionada me haba representado todas las formas de tu frialdad y de tuindiferencia; pero slo una cosa no haba entrado en mis clculos, ni siquiera en lashoras de mayor pesimismo: que ni te dieses cuenta de mi existencia.S, hoy lo comprendo- t en cambio, no has logrado comprenderme-; el rostro deuna nia, de una mujer, tiene que ser forzosamente, para un hombre, algoextremadamente variable; a menudo no pasa de ser un espejo, bien sea de pasin,de ingenuidad o de cansancio, cuya expresin se borra pronto, como sucede contodas las imgenes de los espejos. A un hombre se le puede ir de la memoriafcilmente la cara de una mujer, tanto ms cuento que la edad hace cambiar lasluces y las sombras, y cada nuevo vestido es un marco diferente. Las que se www.liberbabelium.comPgina 14 15. Stefan Zweig Carta de una Desconocidaresignan son las verdaderamente iniciadas en el secreto de la vida. Pero yo, lamujer que yo era en aquella poca, no alcanzaba a comprender tu falta dememoria, y a fuerza de ocuparme de ti haba llegado a creer que t tambin debasocuparte de m, pensar en m y esperarme. Cmo hubiese podido vivir con laverdad de que no significaba nada para ti; de que en tu memoria no haba el menosrecuerdo mo! Y aquel despertar ante tu mirada que me indicaba tu olvido, que medeca que ningn hilo de recuerdo, siquiera fuera sutil como el de una telaraa,ligaba tu vida a la ma, fue mi primera cada en la realidad, el primer paso de midestino.Entonces no me reconociste; y cuando dos das ms tarde tu mirada se possobre m con cierta familiaridad, tampoco viste en m a la muchacha que te habaamado y a la que t habas despertado, sino a la bonita muchacha de dieciochoaos que hace un par de das habas visto en el mismo lugar. Me mirasteagradablemente sorprendido, y una leve sonrisa anduvo jugando por tus labios.Cruzaste y acortaste el paso; yo tembl, y en mi interior hubo gritos de jbilo; recpara que me dirigieses la palabra. Sent que por primera vez era para ti una mujerviva; retard por mi parte el paso, y enseguida te sent a mis espaldas. Sinvolverme tuve la certidumbre de que por primera vez iba a or tu voz tan querida.Esta esperanza me paraliz y empec a temer que iba a detenerme sin remedio,cuando t te pusiste ya a mi lado. Me dirigiste la palabra de un modo sincero yalegre, tal como si fusemos amigos de aos atrs. -Ah, t no sabas ni has sabidonunca nada de mi vida!- Me hablaste de una manera tan admirablemente limpia dereservas, que yo no poda contestar fcilmente. Cruzamos toda la calle y mepreguntaste si me gustara que comisemos juntos, cosa que yo acept. Cmohubiese podido negarte nada?Comimos en un pequeo restaurante. Sabes dnde? Ah, no; tu memoriaaquella tarde no se diferencia de otras muchas! Pues Qu significaba yo para ti?Una entre ciento, una aventura ms en una cadena de aventuras. Y por otra parte,Qu recuerdo pude dejar en ti? Habl poco, porque era demasiado felizsintindome junto a ti, oyndote hablar. No quera perder una sola palabra tuya,con ninguna pregunta, con cualquier palabra tonta. Jams olvidar aquella horadeliciosa, en que me colmabas de apasionado respeto, mostrndote tan delicado,tan desenvuelto, y con tal tino, lejos de toda vulgar ternura, y tan lleno de segura,de amistosa familiaridad, que hubieses ganado toda mi voluntad, de no haber sidotuya de antemano. No puedes calcular lo feliz que me hacas no echando por tierralos cinco aos de mi ilusionada espera infantil. Era tarde cuando salimos. A lapuerta del restaurante me preguntaste si tena prisa o dispona todava de tiempo.Cmo poda yo ocultarte que estaba a tu disposicin? Te respond que tenatiempo todava, y entonces me preguntaste, tras una ligera vacilacin, si queraacompaarte hasta tu casa, para conversar all un poco. Con mucho gusto, dijedelatando mis sentimientos, y pude notar que mi rpida aceptacin te sorprenda, www.liberbabelium.comPgina 15 16. Stefan Zweig Carta de una Desconocidano s si penosa o agradablemente; de cualquier modo, te vi algo sorprendido. Hoycomprendo bien tu sorpresa; hoy s que entre las mujeres es costumbre, inclusocuando sienten un ardiente deseo, comenzar por negar, fingir temor o indignacin;dejarse convencer por medio de splicas conmovedoras, de mentiras, dejuramentos y promesas. Hoy s que acaso nicamente las profesionales del amor,las prostitutas, aceptan sin dudar, alegremente tales invitaciones, y quiz tambinlas nias cndidas, las ingenuas adolescentes. Pero en m -Cmo podras dudar deello?- era nicamente la voluntad reconocindose a s misma, el deseo ardiente ycontenido durante miles de das, que se manifestaba en un solo instante. El caso esque t estabas sorprendido, y que yo empezaba a interesarte. Yendo a tu lado medi cuenta de que me mirabas con curiosidad. Tu intuicin tan segura para todo lohumano, te deca que estabas ante algo excepcional, que algn secreto haba enaquella linda jovencita. Despert tu curiosidad y me di cuenta de ello por tumanera de preguntar, por aquella forma envolvente, hecha para adivinar misecreto. Llegamos a tu cuarto. Perdona querido, si te digo que t no puedescomprender lo que fue primero aquel paseo y luego aquella escalera para m: unvrtigo, una confusin, una frentica felicidad, una dicha deliciosa que casi memataba. Todava hoy me es imposible recordarlo sin lgrimas, a pesar de que ya nome queda ms que llorar.Pero yo me defenda y me ocultaba; prefera parecer una tonta a sacrificar misecreto.Imagnate que todo cuanto vea se hallaba impregnado de mi pasin, y cadacosa se me apareca como un smbolo de mi infancia, de mi anhelo; la puerta dondete haba aguardado miles de veces; la escalera en la que resonaban tus pasos y en laque te vi por primera vez; la ventana a travs de la cual toda mi alma te habaestado espiando; la estera de delante de tu puerta, sobre la cual, en una ocasin, mehaba arrodillado; el ruido de la llave que me haba despertado; toda mi infancia,toda mi pasin animada en aquellos pocos metros: all estaba toda mi vida y todaella caa sobre m como una tempestad en aquel instante, en que todo lo soado serealizaba, porque iba contigo, Contigo a tu casa, a nuestra casa! Considera- pareceuna simpleza, pero no puedo explicarme de otro modo- que para m, la realidad, elmundo me haban parecido cosas torpes y banales durante toda la vida hastallegar a tu puerta y que, traspasando aquel umbral, comenzaba el pas encantadode los nios, el reino de Aladino; considera que miles de veces haba mirado conardientes miradas aquella puerta por la que entraba entonces vacilante. T puedespresentir- pero nada ms que presentir, pues nunca lo sabrs del todo, querido- lashoras de mi vida que palpitaron en aquel brevsimo instante. Pas contigo toda lanoche. No te diste cuenta de que ningn hombre antes que t haba contemplado ytocado mi cuerpo jams. Cmo hubieras podido sospecharlo, amor mo, si yo note opona ninguna resistencia, si reprima toda pudorosa indecisin, con el slopropsito de que no adivinases el secreto de mi amor, que te hubiera asustado www.liberbabelium.com Pgina16 17. Stefan ZweigCarta de una Desconocidaseguramente? Porque t no concibes el amor sino como una cosa ligera yjuguetona, sin ninguna importancia; temes mezclarte en el destino de una extraa;quieres gustar sin medida todas las alegras del mundo, pero rehuyes el sacrificio.Amado mo, si ahora te declaro que era pura y virgen cuando me entregu a ti, notomes en mal sentido mis palabras! No te acuso de nada, puesto que no mesedujiste, no me mentiste; fui yo misma la que me ofrec, la que me lanc a tupecho, la que me arroj a mi destino. No te acusar nunca, no; por el contrario, te loagradecer siempre pues aquella noche fue para m infinitamente hermosa yresplandeciente de alegra y me encontraba como sumergida en felicidad. Al abrirlos ojos en la oscuridad y sentirte a mi lado me pareci extrao, no ver arribaestrellas, pues senta tan cerca el cielo. No, mi adorado, nunca, nunca me hearrepentido de aquella hora. Todava recuerdo que, mientras t dormas y sentayo tu aliento y me vea tan cerca de ti en la oscuridad, lloraba de alegra.Me fui por la maana temprano. Tena que ir a la tienda, y, adems, quera salirantes de que entrara el sirviente. Una vez vestida ante ti, me abrazaste y tequedaste mirndome fijamente durante mucho tiempo; era, quizs, que pasabapor tu memoria algn borroso recuerdo, o nicamente que yo te pareca bonita yfeliz? Enseguida me besaste en la boca, yo me alej y quise irme. Entonces mepeguntaste: No quieres llevarte algunas flores? Dije que s. Tomaste cuatrorosas blancas de la jarra de cristal azul, que estaba sobre tu escritorio -Ah, laconoca bien desde aquella nica ojeada furtiva que, siendo nia, pude lanzar a tucuarto! Y me las diste. Las estuve besando durante varios das.Antes de separarnos habamos convenido en reunirnos otra tarde. Volv a tucasa y todo volvi a parecerme delicioso. Todava me concediste una tercera noche,y despus me dijiste que tenas que ausentarte -Oh, cmo odiaba tales viajes desdemi infancia!- y me prometiste avisarme a tu regreso. Te di una direccin en la listade Correos, pues no quera decirte mi verdadero nombre. Guardaba mi secreto. Denuevo al despedirnos me diste algunas rosas.Da por da, durante dos meses, iba yo a preguntar...; Pero no, Para qupintarte aquel tormento infernal, aquella espera desesperada? No creas que teacuso: te quiero tal como eres, ardiente, olvidadizo, generoso e infiel; te quiero sloas, como eras y como eres todava. Habas regresado hace mucho tiempo, pues melo decan tus ventanas iluminadas, y no me escribas. No tengo una sola palabraescrita por ti, ni una sola palabra en esta mi ltima hora, ni una palabra de ti, aquien he dedicado toda mi vida. No he hecho ms que esperar, esperar y noconseguir nada. Pero ni me has llamado, ni me has escrito una sola palabra..., unasola palabra...Mi hijo ha muerto ayer...;era tambin tuyo. Era tu hijo tambin, querido mo;hijo de aquellas tres noches; te lo juro y nadie miente a la sombra de la muerte. Erahijo nuestro, pues ningn hombre me toc desde aquella vez en que me entregu a www.liberbabelium.comPgina17 18. Stefan Zweig Carta de una Desconocidati, hasta el da en que sali de mi vientre. Consideraba mi cuerpo como sagradopor el contacto tuyo. Cmo hubiera podido dividir mi persona entre t, que loeras todo para m, y los dems que pasaban junto a m, banalmente? Era hijonuestro, adorado nio, fruto de mi amor consciente y de tu inconsciente y disipadaternura; hijo nuestro, nuestro nico hijo. T te preguntars- tal vez asustado, sloasombrado- por qu te he ocultado la existencia de ese nio, mientras en efectoexista, y por qu slo hoy te hablo de l, hoy, cuando est ya en la inmensidad,durmiendo, durmiendo para siempre; cuando se ha marchado para no volver ms,nunca ms! Nunca me hubieras credo, nunca hubieras credo a la mujer extraaque se te haba entregado sin reparo, sin resistencia alguna durante tres noches;nunca hubieras credo a aquella annima capaz de tanta fidelidad hacia ti, que erastan infiel, y jams le hubieses reconocido, sin desconfianza, como hijo tuyo.Ni aun en el caso de que mi afirmacin te hubiese parecido sincera, jamshubieras podido desechar la secreta sospecha de que se tratara de un intento desuplantar el hijo de un cualquiera por el de un hombre rico. Hubieses tenido lasospecha y una sombra, una ligera desconfianza hubirase interpuesto entre t yyo. En cuyo caso, yo te conozco, te conozco mejor que t mismo- s que hubierasignificado un peso en tu amor -pues slo quieres lo alegre y lo descuidado- elpensamiento de ser padre y de sentirte responsable de la suerte de otro ser. T, queno has conocido ms que la libertad, te hubieses sentido ligado a m. Y me hubieras-s, contra tu voluntad- odiado por esa misma ligadura. Quiz durante algunashoras, quiz durante algunos minutos me maldeciras, y eso no poda aceptarlo miorgullo; yo quera que t pensases en m durante toda la vida, sin una sola nubeque ensombreciese el recuerdo. He preferido echarlo todo sobre m, antes queconvertirme en una carga para ti y ser la nica, entre todas las mujeres que hasconocido, en la que puedas pensar con amor y gratitud. Pero nunca has pensado enm, me has olvidado.No te acuso, querido mo, no te acuso. Perdona si de vez en cuando una palabrahiriente hacia tu corazn se desliza en mi pluma, perdname; mi hijo, nuestro hijo,est muerto bajo la luz vacilante de las cuatro velas; he amenazado con mis puosa Dios y le he llamado asesino, pues tengo mis sentidos locos y turbados.Perdname la queja! S que en el fondo eres bondadoso y compasivo y queayudas a cuantos reclaman tu auxilio, incluso al ms desconocido, pero tu bondades muy curiosa; es una bondad que, en efecto, est abierta para todos y al alcancede lo que cada uno pueda tomar, pues ella es infinita, pero al mismo tiempo esindolente. Quiere que vayan hasta ella a tomarla. T ayudas cuando se te quiere,cuando se te pide; concedes tu auxilio por pudor, por debilidad, no por la alegraque da el hacerlo. Ms amor sientes- te lo digo francamente- por el hombre felizque por el atormentado. Y a los hombres como t, incluso a los mejores entre ellos resulta difcil pedirlesnada. Una vez siendo yo nia, vi a travs del vidrio de mi puerta como le dabas www.liberbabelium.comPgina 18 19. Stefan Zweig Carta de una Desconocidalimosna a un mendigo. Se la diste apresuradamente, mucho antes de que elmendigo te hubiera pedido nada. Se la diste con cierta preocupacin temerosa,como si huyeras de ver sus ojos. No he podido olvidar aquella manera inquieta y ala vez tmida de dar limosna, huyendo de la gratitud. Por eso nunca me he dirigidoa ti. Tengo la seguridad de que me hubieras ayudado en aquella poca, aun noteniendo la seguridad de que se trataba de tu hijo; me hubieras consolado, mehubieras dado dinero... mucho dinero, pero siempre con el inquieto afn de apartarde ti lo desagradable. S, creo que hubieras llegado a persuadirme de que meseparase de mi hijo, y yo lo hubiese hecho, porque, qu podra negarte? Pero estehijo lo era todo para m por ser tuyo; eras t mismo, pero no t el feliz, eldespreocupado que podra escaprseme a cada momento, sino el dedicado- as locrea- para siempre a m, el ligado de por vida a m. En l poda sentir crecer tuvida en mis venas, poda alimentarte, darte de beber, hacerte caricias, besartecuando en mi alma ardiera tal deseo. Ya ves, querido; por todo eso me senta tandichosa al saber que iba a tener un hijo tuyo, y por ello lo callaba; as ya no te mepodras escapar.Si he de decirte la verdad, no todo fue felicidad durante algunos meses, comoantes lo haba imaginado. Pas tambin tormentos, y me llen de asco ante labajeza de los hombres. No era fcil la vida para m. Durante el ltimo perodo demi embarazo tuve que dejar de ir a la tienda para no llamar la atencin de misparientes que podan avisar a mi familia. No quera pedir dinero a mi madre, yviv, hasta dar a luz, vendiendo algunas alhajas. Una semana antes del parto lalavandera me rob del armario las ltimas y pocas coronas que me quedaban, y mevi precisada a entrar en un hospital pblico. All, hasta donde se arrastran las mspobres, las reprobadas, las olvidadas, all, en medio de la miseria, naci el nio, tuhijo. Aquello era para morirse; todo era extrao, extrao a todo; estbamos ah,extraas entre nosotras; todas solitarias y llenas de odio las unas contra las otras,sin que nos uniera ms que la comn miseria y el tormento, hacinadas en aquellasala de cloroformo y de sangre, de gritos y de quejidos. Todas las humillaciones yvergenzas fsicas y morales que tiene que sufrir la pobreza, las sufr yo, mezcladacon mujeres de la vida y enfermas en comunidad de suerte. Sufr a aquellosmdicos, jvenes y desvergonzados, que levantaban sonriendo sarcsticamente lassbanas de las mujeres indefensas para tentarlas bajo pretexto de una falsa ciencia;sufr la avaricia de las enfermeras. Oh, all el pudor humano es crucificado por lasmiradas, y amenazado por las palabras! All no ramos ms que rtulos en que selean nuestros nombres, pues lo que quedaba en la cama se reduca a un trozo decarne contrado de convulsiones, manoseado por los curiosos, objeto de exhibiciny de estudio. Ah, las mujeres que en sus propias casas dan hijos a sus maridos,que aguardan con impaciente ternura, no saben lo que significa dar a luz, sola,indefensa y como sobre una mesa de experimentos! Todava hoy, cuando leo enalgn libro la palabra infierno, no puedo menos de pensar inmediatamente, y www.liberbabelium.com Pgina 19 20. Stefan Zweig Carta de una Desconocidabien a mi pesar, en aquella sala llena de gemidos, de risas y de gritos sangrientosen que sufr como en un matadero del pudor.Perdname que hable de esto. Pero es slo esta vez, nunca ms. He calladodurante once aos, y dentro de poco estar muda para toda una eternidad. Tenaque gritar una vez, gritar una vez lo caro que me ha costado ese hijo de mi dicha yque ahora est ah sin aliento. Haba olvidado haca mucho tiempo aquellas horasde tortura, por la sonrisa, por la voz de mi hijo, por la felicidad; pero, ahoramuerto l, revive el tormento y tengo que gritarlo siquiera esta nica vez. Pero note acuso a ti; no acuso ms que a Dios, slo a Dios, que ha permitido este supliciosin sentido. No te acuso a ti, te lo juro; jams, ni en momentos de ira, me herebelado contra ti. Ni en aquella hora en que mi cuerpo se retorca de dolores yarda de vergenza bajo la mirada de los estudiantes de la clnica, ni en aquelsegundo en que el dolor desgarr mi alma, te acus ante Dios; nunca me hearrepentido de nuestras noches de amor; siempre he bendecido la hora en que tecruzaste en mi camino; jams he tenido un reproche para mi amor por ti, y te heamado siempre... y si por ser tuya nuevamente tuviese que volver a pasar por esteinfierno, ira a ti otra vez, an sabiendo de antemano lo que me esperaba; Ira a ti,mi adorado, otras mil veces ms!.Mi hijo ha muerto ayer... t no le has conocido. Nunca ni en el casual y fugazencuentro nuestro se ha posado tu mirada sobre este pequeo ser en que tu serfloreca. Durante mucho tiempo, mientras tena un hijo tuyo, me escond de ti; mianhelo era menos doloroso, y lleg a parecerme que te amaba con menos pasin; almenos no me haca sufrir tanto desde el instante en que tuve a tu hijo. No queradividirme entre t y l, y por eso me consagr, no a ti, al hombre feliz y que vivalejos de m, sino a la criatura a la que deba alimentar; a la que deba besar yabrazar. Me pareca como si me encontrara a salvo de las pasadas inquietudes demi destino, salvada por este segundo t, que era, en realidad, el mo; raras vecesmis sentimientos me empujaban humildemente junto a tu casa. Slo haca unacosa: siempre al llegar tu cumpleaos te enviaba un ramo de rosas blancasexactamente iguales a las que me diste despus de nuestra primera noche de amor.En estos diez u once aos transcurridos, Te has preguntado alguna vez quin telas enviaba? Has recordado alguna vez a aqulla a quien diste unas rosas iguales?No lo s ni lo sabr jams. Envirtelas desde un oscuro anonimato, hacer reviviraquella hora una vez cada ao, era para m suficiente.No has llegado a conocer a nuestro pobre hijo; hoy me acuso de habrteloocultado, pues lo hubieses querido. No le has llegado a conocer, y no le has podidover sonrer, cuando abriendo sus prpados, dejando ver sus ojos negros einteligentes- tus ojos-, lanzaba una luz alegre sobre m y sobre el mundo entero.Ah, era tan alegre, tan encantador! Toda la gracia ligera de tu carcter renovbaseen l de manera infantil y en l se hallaba tambin toda tu vida y tu gil fantasa;durante horas enteras poda estar jugando, como un enamorado, con un objeto www.liberbabelium.com Pgina 20 21. Stefan ZweigCarta de una Desconocidacualquiera, como t has jugado siempre con la vida, y luego se le poda habersentado ante sus libros en una actitud seria, con las cejas fruncidas; cada da separeca ms a ti; incluso comenzaba a desarrollarse en l esa dualidad de carcterpropicia a la labor seria y al juego, que t tienes, y cuando ms se te pareca, ms loquera. Aprenda con rapidez y charlaba en francs como una cotorrita; suscuadernos eran los ms limpios de la clase, Estaba tan encantador y tan elegantecon su traje de terciopelo negro, o con el otro, blanco, de marinero! Por todas partesdonde bamos resultaba siempre el ms distinguido. En Grado, cuandopasebamos por la playa, todas las seoras se paraban y acariciaban sus largoscabellos rubios, y en el Sennering, cuando iba en trineo, todo el mundo se parabapara admirarle. Era tan bonito, tan suave, tan corts! Cuando el ao ltimo entrcomo interno en el Theresianum, llevaba su uniforme y su espada como unsoladito del siglo XVIII; ahora el pobre no tiene ms que su camisa, y est all conlos labios plidos y las manos cruzadas. Pero tal vez te preguntes cmo he podido criar a mi hijo con tanto lujo, cmo hepodido darle esa vida alegre de los nios ricos. Querido mo, te hablo desde laoscuridad y no me avergenzo de decrtelo; pero no te asustes: querido mo, me hevendido. No he llegado a ser eso que se llama una chica del arroyo, una mundana,pero me he vendido. Tena amigos ricos y galantes. Primeramente los busqu yo, ydespus me buscaron ellos, porque yo era- no lo habas notado?- una mujer muybonita. Cada uno de aquellos a quienes me entregaba me tomaba cario; todos seenamoraban, todos se mostraban adictos y me queran todos, excepto t, amormo.Me desprecias desde que te he dicho que me he vendido? No; s que no medesprecias, s que eres comprensivo, y entenders tambin que lo he hechosolamente por ti, por tu otro yo, por tu hijo. Desde que estuve en el hospital probel tormento que significa la miseria, me di cuenta que en este mundo, el pobresiempre ser el maltratado, el humillado, la eterna vctima, y no quise, me costaralo que me costara, que tu hijo, radiante de belleza, creciese en los bajos fondos delos patios humildes: sus tiernos labios no deban emplear el lenguaje del arroyo, nisu cuerpo tan blanco, ponerse esa triste ropa enmohecida de los pobres. Tu hijodeba tenerlo todo: riqueza, facilidades, para elevarse hasta ti, hasta tu esfera devida.Por eso, y slo por eso, querido mo, me vend. No era ello ningn sacrificiopara m, pues lo que se llama honor y vergenza me parecan cosas sinimportancia. No me quera t, t a quien deba pertenecer mi cuerpo, y, por lotanto, me era indiferente lo que se hiciera de l. Las caricias de los hombres y hastasus ms profundas pasiones no alcanzaban a rozar mi corazn aunque llegase aestimar a algunos y su amor no correspondido me conmoviese pensando en mipropio caso. Todos eran buenos para m. Todos me mimaban y todos merespetaban, especialmente un viudo, un marqus que se pas las horas a las www.liberbabelium.comPgina21 22. Stefan ZweigCarta de una Desconocidapuertas del Theresianum para conseguir la admisin de mi hijo sin padre, de tuhijo; como a una hija me quera, por su parte. Tres o cuatro veces me ofreci sumano; hoy podra yo ser marquesa, duea de un castillo encantador en el Tirol;podra vivir sin inquietudes; mi hijo hubiera tenido un padre carioso, capaz deadorarle, y yo un marido bondadoso y distinguido; pero no acept susproposiciones, no obstante habrmelas reiterado muchas veces y a pesar de quenegarle lo que me peda me dola a m misma. Quizs fue una locura, pues de otromodo hubiera vivido tranquilamente y mi hijo junto a m; pero -por qu noconfesarlo?- no quera ligarme a nadie: quera conservarme libre para ti, en todomomento. Viva an dentro de m, el sueo de mi infancia; acaso alguna vez mellamases, aunque slo fuese por una hora. Y por esa posible hora rehus todo, conobjeto de encontrarme n la libertad de acudir a tu primera llamada. Toda mi vidano ha sido otra cosa que una especie de tu voluntad!Y esa hora soada lleg en realidad. Pero t no lo sabes ni puedes sospecharlo,querido mo! Tampoco entonces me conociste; nunca, nunca me has conocido. Yaantes te haba encontrado a menudo en teatros, en conciertos, en el Prater, en lacalle, cada vez que te vea me palpitaba fuertemente el corazn; pero t pasabas sinadvertirme. Es cierto que en lo exterior resultaba muy otra; la nia tmida de losprimeros tiempos, habase convertido en una mujer bonita, como decan misamigos, cubierta de magnficas toilettes y rodeada de admiradores. Cmo podrasreconocer en m a aquella tmida muchacha que habas contemplado a la luzcrepuscular de tu pieza? A veces, alguno de mis acompaantes te saludaba, y t, alcontestarle, me mirabas; pero tu mirada era la de un extrao: una mirada corts yadmirativa, pero sin reconocerme jams. En cierta ocasin, me acuerdo muy bien,ese olvido de mi persona fue para m un ardiente suplicio. Estaba yo en un palcode la Opera con algunos amigos, y t te encontrabas en el palco vecino. Seapagaron las luces y ya no pude ver ms tu cara, pero senta tu aliento como enaquella otra noche, y sobre el terciopelo de la barandilla descansaba tu mano; tumano fina y elegante. Se apoder de m el vivo deseo de inclinarme sobre ella ybesarla humildemente. La misma msica no haca sino excitarme, mi anhelo eracada vez ms intenso, y tuve que hacer terribles esfuerzos para contenerme: tanpoderosamente atraa a mis labios aquella mano adorada. Terminando el primeracto le ped a mi amigo que saliramos. No poda soportar ms tenerte junto a men la oscuridad, tan cerca y tan lejano.Pero lleg la hora, lleg una vez, la ltima vez en mi pobre vida. Hace un ao,justamente en el da de tu cumpleaos. Es curioso: haba estado pensando en titodo el da, pues festejaba el aniversario de tu nacimiento como una gran fiesta.Por la maana temprano haba salido a comprar las rosas blancas que todos losaos te enviaba en memoria de aquella hora olvidada por ti. Por la tarde sal conmi hijo, fui al teatro, pues quera que no dejase l de festejar el da, aunque noconociera su motivo. El da siguiente lo pas con un joven y rico fabricante de www.liberbabelium.com Pgina22 23. Stefan Zweig Carta de una DesconocidaBruenn, con quien viva desde haca dos aos, hombre que me adoraba y deseabacasarse conmigo, como los otros, y cuyas proposiciones rechazaba yo, enapariencia sin razn, como las de los otros; nos colmaba de mimos a m y a mi hijo,sin regatear nada, y era digno de ser amado por su bondad, un poco torpe y servil.Fuimos a un concierto donde encontramos gente muy alegre, cenamos en unrestaurante de la Ringstrasse, y en medio de las risas y de la charla general lepropuse ir a un dancing, el Tabarn.Esos salones de baile con su alegra artificial y alcohlica no me gustaban nada,y siempre que se me propona acudir a uno de ellos me negaba; pero esta vez eracomo un poder mgico el que me impulsaba a proponerlo yo- senta uninexplicable deseo, como si algo extraordinario me aguardase all. Acostumbradosa complacerme, todos los amigos se levantaron enseguida; fuimos al dancing,donde comenzamos a beber champaa y de repente se apoder de m una furiosa,casi dolorosa alegra, como no haba sentido nunca. Beba y beba, acompaandolas canciones frvolas de los dems, y senta un ardiente deseo de bailar o de dargritos de jbilo. Pero de pronto- fue como si algo fro o caliente se posase sobre micorazn- tuve un sobresalto, como si recibiese un golpe: en la mesa vecina estabast sentado con algunos amigos y me dirigas una mirada admirativa y deseosa, esamirada que siempre me ha estremecido hasta el fondo de mi alma. Por primeravez, desde haca diez aos me mirabas de nuevo con esa fuerza inconsciente,apasionada de tu ser. Tembl; casi se me cayo el vaso de la mano. Por fortuna, miscompaeros no notaron mi turbacin, que se perdi entre la risa general y lamsica. Tu mirada se hizo ms ardiente y me sumergi en fuego. Yo no saba si alfin me habas reconocido o si me deseabas simplemente como a una mujerdesconocida para ti, como a cualquier otra, como a una completamente extraa. Seme agolp la sangre en la cabeza y empec a contestar distradamente a misamigos. Indudablemente t te habas dado cuenta de la turbacin que me producatu mirada. Sin que los otros lo notasen, me hiciste una sea para que te siguierahacia el vestbulo. Enseguida pagaste muy gentilmente y te despediste de tuscamaradas, no sin indicarme nuevamente que me esperabas fuera. Yo temblabacomo si tuviese fiebre, y ya no poda contestar a las derechas ni dominar laexcitacin de mi sangre. Quiso la fortuna que una pareja de negros comenzara abailar taconeando ruidosamente y lanzando gritos agudos. Todos se volvieron amirarles, y yo aprovech aquel instante. Me levant, dije a mi amigo que volveraal poco rato y te segu.Estabas esperndome, en la antesala. Cuando llegu se aclar tu mirada yviniste a mi encuentro con una sonrisa. Not enseguida que no me reconocas, queno reconocas ni a la nia, ni a la mujer; me deseabas otra vez como a alguiennuevo para ti, como una desconocida. www.liberbabelium.comPgina 23 24. Stefan ZweigCarta de una Desconocida-Tambin para m puede usted disponer de una hora?-me preguntaste confamiliaridad. Pro el tono seguro en que me hablabas, comprend que me tomabaspor una de tantas mujeres vulgares. -S- respond.Era el mismo s de temblorosa complacencia con que te haba respondido en lacalle, haca diez aos, a la luz del crepsculo, la muchacha que haba sido yo.-Y cundo podramos vernos?- me preguntaste. Cuando te parezca- contest sin ninguna clase de rubor ante ti.Me miraste un poco extraado, con el mismo desconfiado asombro y la mismacuriosidad que en la ocasin pasada, cuando te sorprendi mi precipitacin deaceptar tu pedido. -Podra ser ahora?- me preguntaste con un tono de duda. -S- contest-, vamos!Quise ir al guardarropa para buscar mi abrigo. Me acord que mi amigo sehaba quedado con el nmero correspondiente a los abrigos de todo el grupo. Nome era posible pedrselo sin darle explicaciones de talladas, y por otra parte, noquera desaprovechar aquella hora que desde haca aos esperaba con tanto ardor.No dud ni un segundo: me puse el echarpe y sal aquella noche hmeda ybrumosa, sin preocuparme del abrigo, sin preocuparme de aquel hombre bueno ycarioso con quien viva desde haca aos y a quien iba a poner en ridculo delantede sus amigos, abandonndole a la primera llamada de un desconocido. Oh!Razonaba perfectamente de la bajeza, de la ingratitud, de la infamia que cometacon aquel amigo sincero; senta que mi atraccin era cobarde y que con mi locuradesgarraba mi vida; pero, Qu significaba para m la amistad, qu significaba laexistencia al lado de la impaciencia de sentir nuevamente tus labios y de or denuevo la suavidad de tu palabra? As te he amado; ahora puedo decrtelo, ahoraque todo ha pasado ya y que todo se acaba. Y creo que si recibiera una llamadatuya en mi lecho de muerte, an tendra fuerzas para levantarme y para correr a tulado.Haba un coche a la puerta y en l fuimos a tu casa. O otra vez tu voz, sent otravez la ternura de tu proximidad y tuve el mismo aturdimiento e infantil confusinque en la ocasin pasada. Por primera vez, desde haca diez aos, volv a subiraquella escalera... No, no puedo expresarte cmo sent todo dos veces en aquellosinstantes; los tiempos pasados y los presentes, y sobre todo a ti, y siempre a ti. Pocohaba cambiado en tu habitacin: algunos nuevos cuadros, ms libros, algunosmuebles nuevos; pero todo me salud familiarmente. En el escritorio estaba la jarra www.liberbabelium.comPgina24 25. Stefan Zweig Carta de una Desconocidade las rosas, con mis rosas, las que yo te haba enviado la vspera, da de tucumpleaos, como recuerdo de una a quien t no recordabas, a quien no conocasni siquiera en aquel momento en que tan cerca nos hallbamos, las manos en lasmanos, los labios sobre los labios. Pero me alegr de que cuidases mis flores: as,por lo menos, haba cerca de ti un aliento de mi ser, un hlito de mi amor.Me tomaste en tus brazos. De nuevo pas contigo toda una noche encantadora;pero tampoco en la desnudez de mi cuerpo me conociste. Me abandon dichosa atus caricias y pude comprobar que tu amorosa fogosidad no estableca ningunadiferencia entre una verdadera amada y una mujer cualquiera; comprob que tebrindabas con prdiga abundancia de tu ser. Fuiste tan carioso, tan tierno param, a quien habas encontrado en un lugar de recreo nocturno; tan distinguido y almismo tiempo tan sencillo! Otra vez, ciega de felicidad, sent la dualidad de tupersona, tu pasin intelectual y sexual que desde nia me haba intrigado. Jamshe conocido en ningn hombre tanta ternura una tan grande explosin de suintimidad, apagada, sin embargo, despus de un olvido infinito y casi inhumano.Pero tambin yo me olvid. Quin era yo en la oscuridad a tu lado? Era la niaardiente de otra poca, era la madre de tu hijo, o era una extraa? Ah, todo meresultaba tan familiar, tan ya vivido y al mismo tiempo tan nuevo en aquellaapasionada noche! Rec porque nunca terminase.Pero lleg la maana; nos levantamos tarde y me convidaste a desayunarcontigo. Tomamos en t que una mano invisible haba servido en la antesala yconversamos. Y de nuevo hablaste con aquella franqueza tuya, evitando siempretoda indiscrecin, sin curiosidad por conocer nada de mi vida. No preguntaste culera mi nombre ni dnde viva: de nuevo era yo para ti una aventurera, un serannimo, una hora apasionada que se pierde en el humos del olvido sin dejar elmenor rastro tras de s. Me dijiste que te proponas ir al norte de frica para pasarall algunos meses; me ech a temblar en medio de mi felicidad, pues de nuevovolv a sentir en mis odos: todo pasado, y olvidada. Me dieron ganas de arrojarmea tus pies gritando: Llvame contigo, para que al fin me conozcas, despus detantos aos! Pero fui tan tmida, tan cobarde, tan esclava, tan dbil delante de ti,que me limit a decir: -Qu lstima! Me miraste sonriendo y dijiste:-De verdad te da pena? Entonces se apoder de m una especie de furia amorosa. Me levant y mequed mirndote fija y prolongadamente. Enseguida te dije: -Tambin el hombre que yo adoro anda siempre de viaje. www.liberbabelium.comPgina 25 26. Stefan ZweigCarta de una DesconocidaMir fijamente tus pupilas. Todo mi ser temblaba. Ahora- me deca-, ahora mereconocer. Pero volviste a sonrer y me dijiste en tono de consuelo: Se vuelve siempre. -S, contest-, se vuelve; pero cuando ya se ha olvidado. Seguramente hubo algo extrao, algo apasionado en el tono con que lo dije,pues al orme te levantaste y te pusiste a contemplarme asombrado y enternecido.Me pusiste las manos sobre los hombros y contestaste: -Lo que es bueno no se olvida nunca; yo nunca me olvidar de tial decirlo sumerga tu mirada en mis ojos, como si quisieras fijar dentro de tipara siempre mi imagen. Y al sentir cmo me penetraba aquella mirada quebuscaba dentro de m, que absorba todo mi ser, cre que se haba desgarrado elvelo que te impeda ver. Ahora me reconocer, me reconocer!; toda mi almatemblaba en ese pensamiento.Pero no me conociste. No, no me reconociste; nunca te haba sido ms extraaque en aquel momento, pues de otro modo..., de otro modo no hubieses hecho loque hiciste minutos despus. Me habas besado, besado apasionadamente. Tuveque arreglarme el peinado, y mientras estaba delante del espejo vi- al verlo creque me iba a desplomar de vergenza y horror-, vi cmo de una manera discretametas algunos billetes en mi manguito. No s cmo pude reprimir un grito ycontener el deseo de pegarte en aquel instante; A m, que te amaba desde lainfancia; a m, a la madre de tu hijo; a m me queras pagar aquella noche! Yo noera a tus ojos ms que una mujer del Tabarn, Me habas pagado! No era bastanteser olvidada de ti y encima me humillabas! Tom mi sombrero, que estaba sobre elescritorio, al lado de la jarra en que se hallaban las rosas blancas, mis rosas. Yentonces sent el deseo irresistible de probar nuevamente a despertar tusrecuerdos. -No te molestara darme una de esas rosas blancas? -Con mucho gusto- dijiste tomando algunas. -Pero quiz sean regalo de una mujer que te quiere- dije. -Tal vez- me contestaste-; no lo s. Me las han enviado y no s quin; por eso lasquiero tanto. Me qued mirndote. -No ser de alguna que t has olvidado? www.liberbabelium.com Pgina26 27. Stefan Zweig Carta de una Desconocida Me miraste sorprendido. Y yo te mir silenciosamente. Que me reconozca, queme reconozca!, gritaba mi mirada. Pero en tus ojos no haba sino una especie deamable e inconsciente sonrisa. Me besaste otra vez. No me reconociste.Gan precipitadamente la puerta, pues senta que las lgrimas se me agolpabanen los ojos y no quera que las vieras t. En la antesala tropec con tu sirviente,debido a mi apuro. Se apart l rpidamente, abri la puerta dejndome el pasolibre, y entonces, en aquel nico segundo, entiendes?, en aquel nico segundo, almirar con mis ojos arrasados de lgrimas a aquel viejo, l me reconoci, esehombre que no me haba visto nunca desde mi infancia. Me dieron ganas dearrojarme a sus pies y besarle las manos. Saqu del manguito los billetes que t mehabas metido y se los di. Se asust y tembl; slo en aquel instante, quiz, el viejome comprendi mejor que t en una vida entera. Todos, todos los hombres me hanquerido; todos han sido buenos para m, menos t, t, que me has olvidado; slot, que nunca me has conocido!Mi hijo, nuestro hijo, ha muerto; ahora no puedo querer a nadie en el mundoms que a ti. Pero quin eres t para m, t que nunca me has conocido, que haspasado cerca de m como se pasa a la orilla de un arroyo, o sobre una piedra a lacual se pisa; que siempre te vas lejos y me abandonas en una espera eterna? Unavez pens poder retenerte a ti, el siempre fugitivo, en tu hijo; pero era muy hijotuyo: durante la noche me ha abandonado cruelmente para emprender un viaje;me ha olvidado y jams volver. Otra vez estoy sola, ms sola que nunca, ya notengo nada, nada de ti, s que si alguien pronunciase mi nombre en tu presencia note llamara la atencin. Por qu no debo morir alegremente si estoy muerta ya?Por qu no he de abandonarlo todo si t me has dejado? No, querido, no mequejo, no quiero lanzar mi tormento sobre la alegra de tu casa. No temas que temoleste ms; perdname, pero siquiera una vez, en esta hora en que mi hijo estmuerto y abandonado, tena que gritar mi dolor. Era preciso que esta vez hablasecontigo; pero en lo sucesivo vuelvo a ser muda, vuelvo a la oscuridad, comosiempre, para ti. Pero este grito no llegars a orlo mientras est viva todava; slodespus de mi muerte recibirs este legado mo, el de una mujer que te ha amadoms que a nadie y a la que nunca has conocido, el de una que siempre te haesperado y a la que no has amado nunca. Tal vez me llames al or mi grito, y yo teser infiel por primera vez; no te oir desde mi tumba; no te dejo ningn retrato,ningn recuerdo, como tampoco t me lo has dejado; nunca me reconocers,nunca. Ha sido mi destino en la vida y lo ser en la muerte. No te quiero llamar enmi ltima hora; me marcho sin que sepas mi nombre no conozcas mi rostro. Memuero en paz, pues t te hallas lejos y mi muerte no te hace sufrir. Si te doliese, nopodra morir.No puedo continuar ya escribiendo...; tengo la cabeza tan pesada...; me duele elcuerpo, y tengo fiebre...; creo que tendr que acostarme enseguida. Quiz todoocurra muy pronto, quiz la muerte se muestre benigna y no me permita ver cmo www.liberbabelium.com Pgina 27 28. Stefan Zweig Carta de una Desconocidase llevan al nio... ya no puedo escribir ms. Adis, querido, te estoy agradecida...A pesar de todo, todo ha ocurrido bien... Te estoy agradecida hasta mi ltimoaliento. Me siento mejor: te lo he dicho ya todo, lo sabes todo ya- ya no solo es unpensamiento en ti-, sabes cmo te he amado y este amor no te deja ningnsufrimiento. No notars mi falta; eso me consuela; nada cambiar en tu vidabrillante y gozosa...; no te molesto con mi muerte..., eso me consuela, querido mo.Pero quin?... Quin te mandar las rosas blancas en tu cumpleaos? Ah, la jarraestar vaca, el tenue aliento de mi vida que all estaba durante aos, se habrapagado. yeme, querido, te lo suplico... es mi primer y ltimo ruego...; hazme elfavor de colocar rosas blancas en la jarra el da de tu cumpleaos. Hazlo, querido,como otros mandan a decir una misa por sus difuntos. Yo ya no creo en Dios y noquiero una misa; creo nicamente en ti, slo te amo a ti, y slo quiero continuarviviendo en ti... Ah, slo un da cada ao y muy silenciosamente, como he vivido atu lado!... Te ruego que lo hagas, querido...; es mi premier y ltimo ruego..., te loagradezco..., te quiero..., te adoro..., adis!Termin la carta con manos temblorosas. Despus reflexion largamente. En suconciencia se clav el recuerdo confuso de una nia de la vecindad, de unamuchacha, de una mujer en un establecimiento nocturno; pero el recuerdo eraindeciso y vago como una piedra que brilla y tiembla en el fondo del agua sin quepueda concretarse su forma. Sombras que van y vienen, pero que no dibujanninguna imagen. Senta reflejos de antiguos sentimientos, pero no recordaba. Eracomo si hubiese soado algunas figuras, soado muchas veces y profundamente;pero slo en realidad. Su mirada cay sobre la jarra azul puesta sobre el escritorio.Estaba vaca, vaca por primera vez en su cumpleaos. Se asust. Fue como sialguien invisible hubiese abierto de repente la puerta y una fra corriente de otromundo atravesara la habitacin. Sinti cerca una muerte y un amor inmortal: algose extendi por su alma, y se qued pensando en la amante invisible, inmaterial yapasionada, como en una msica lejana.Fin. www.liberbabelium.comPgina 28