L. Assoun - Introducción a la epistemología freudiana

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Laurent Assoun - Introducción a la epis temología freudiana Primera Parte - Los fundamentos epistemológicos del freudismo. I. El fundamento monista 1. El rechazo de la querella de los métodos. En el momento en que el saber psicoanalítico se constituye, se promueve en un campo epistémico en plena revolución. Lo que está en juego epistemológicamente se cristalizó en particular en una querella memorable que moviliza muchas pasiones teóricas: la querella de los métodos. Ésta es motivada por el ascenso de las ciencias llamadas del hombre. La irrupción de un saber que se reivindica como inédito implica una verdadera reforma del entendimiento epistemológico en la comunidad científica. Lleva a la producción de un par fundador nuevo: Naturwissenschaften (Ciencias de la Naturaleza) y Gesteswissenschaften (Ciencias del Espíritu). Por tanto, la tesis capital de que el psicoanálisis es una Naturwissenschaft debe confrontarse con la con la connotación que toma ese término en consideración a lo que está en juego en ese momento. Conviene recordar cómo se formulaba el problema en el tiempo de Freud. De hecho, la distinción se fundaba en una separación entre la esfera de la naturaleza, justiciable de los métodos que habían dado prueba de sus aptitudes en la ciencia clásica (galileana) y una esfera de la historia y del hombre, que tenía que dotarse de una metodología sui generis. Dos palabras claves se imponen entonces para mostrar esa diferencia, el explicar y el comprender. Droysen introdujo esa distinción en 1854. Pero al final del siglo, la distinción se vuelve un verdadero lema: es en 1883, en el momento en que Freud inicia su práctica médica, cuando estalla el Methodenstreit (querella de los métodos). Así, por medio de los enfrentamientos de escuelas, la oposición se institucionaliza. En un tercer tiempo, contemporáneo del nacimiento del psicoanálisis, el historicismo erige ese par en separación fundadora. Una nueva corriente, la hermeneutista, tenía su Du Bois-Reymond. Rickert y Windelband trazan una delimitación determinante entre “ciencias de la cultura” y “ciencias de la naturaleza”, “ciencias nomotéticas” y “ciencias idiográficas”. Por último, en 1913, K. Jaspers aplica a la psicopatología la

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Laurent Assoun - Introducción a la epis temología freudiana

Primera Parte - Los fundamentos epistemológicos del freudismo.

I. El fundamento monista1. El rechazo de la querella de los métodos. En el momento en que el saber psicoanalítico se constituye, se promueve en un campo epistémico en plena revolución. Lo que está en juego epistemológicamente se cristalizó en particular en una querella memorable que moviliza muchas pasiones teóricas: la querella de los métodos. Ésta es motivada por el ascenso de las ciencias llamadas del hombre. La irrupción de un saber que se reivindica como inédito implica una verdadera reforma del entendimiento epistemológico en la comunidad científica. Lleva a la producción de un par fundador nuevo: Naturwissenschaften (Ciencias de la Naturaleza) y Gesteswissenschaften (Ciencias del Espíritu). Por tanto, la tesis capital de que el psicoanálisis es una Naturwissenschaft debe confrontarse con la con la connotación que toma ese término en consideración a lo que está en juego en ese momento.

Conviene recordar cómo se formulaba el problema en el tiempo de Freud. De hecho, la distinción se fundaba en una separación entre la esfera de la naturaleza, justiciable de los métodos que habían dado prueba de sus aptitudes en la ciencia clásica (galileana) y una esfera de la historia y del hombre, que tenía que dotarse de una metodología sui generis. Dos palabras claves se imponen entonces para mostrar esa diferencia, el explicar y el comprender. Droysen introdujo esa distinción en 1854. Pero al final del siglo, la distinción se vuelve un verdadero lema: es en 1883, en el momento en que Freud inicia su práctica médica, cuando estalla el Methodenstreit (querella de los métodos). Así, por medio de los enfrentamientos de escuelas, la oposición se institucionaliza.

En un tercer tiempo, contemporáneo del nacimiento del psicoanálisis, el historicismo erige ese par en separación fundadora. Una nueva corriente, la hermeneutista, tenía su Du Bois-Reymond. Rickert y Windelband trazan una delimitación determinante entre “ciencias de la cultura” y “ciencias de la naturaleza”, “ciencias nomotéticas” y “ciencias idiográficas”. Por último, en 1913, K. Jaspers aplica a la psicopatología la distinción del explicar y del comprender/interpretar.

Esta última denominación traduce el sentido de la oposición epistemológica del planteamiento naturalista, que se esfuerza por reducir el devenir a leyes universales que sirven para subsumir lo particular en lo universal (“nomotéticas”), y el planteamiento culturalista, que aprehende el objeto en su idiosincrasia individual, como singularidad inmersa en la historia y el devenir. En el primer caso, hay que disolver lo particular en lo general; en el segundo, se trata de transcribir lo individual, sin disolverlo en alguna mediación conceptual (por eso “idiográfica”). Las ciencias de la naturaleza se atienen a los juicios de realidad, en tanto que las ciencias de la cultura implican valorización.

Así, en el momento en que el psicoanálisis freudiano emerge a la cientificidad, se vería confrontado con el problema inmediato de su lugar en un tablero que ese largo proceso había constituido. Cuando Freud titula el psicoanálisis “ciencia de la naturaleza”, vemos que responde a esa interpelación. Por su obstinación de etiquetar su psicoanálisis como Naturwissenschaft, elude la pregunta. No escoge la ciencia de la naturaleza contra una ciencia del espíritu: Freud significa

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prácticamente que la alternativa no existe, que, tratándose de cientificidad, no se puede hablar más que de ciencia de la naturaleza.2. La interpretación es una explicación. No es oportuno escindir el planteamiento psicoanalítico en una parte explicativa y en una parte interpretativa. El psicoanálisis no sólo es completamente ciencia de la naturaleza, sino que además no se prolonga, al menos si tomamos en serio la tesis freudiana, en una dimensión hermeneutista. A esa consecuencia, por cierto, se opone de inmediato un hecho muy conocido: el lugar de la interpretación en el proyecto freudiano.

La emergencia de un punto de vista interpretativo no ha tenido ningún efecto polémico en la tesis freudiana de la primacía de la explicación. En ningún momento la interpretación, por más grande que sea su importancia clínica, implicó en la concepción que Freud forja de su propia episteme una rectificación en un sentido hermeneutista. La Deutung (interpretación) freudiana se representa efectivamente en Freud como no disruptiva con el erklären (explicación), incluso se plantea como una variante de la explicación.

Interpretación y explicación expresan un planteamiento homogéneo. La interpretación freudiana está atenta a reconstituir la objetividad de las asociaciones oníricas, a reserva de empobrecer aparentemente la interpretación. Se trata de elucidar el nexo objetivo entre el contenido manifiesto y el contenido latente del sueño. El acto interpretativo nunca se emancipa del todo, por consiguiente, del acto explicativo por el cual se remonta del efecto a la causa.3. El psicoanálisis es una “ Naturwissenschaft” . Así, en la epistemología freudiana no hay cabida para un dualismo, pues la distinción de las Geisteswissenschaften y de las Naturwissenschaften remite a una distinción de dos esferas axiológicamente distintas. No basta con decir que, para Freud, el psicoanálisis es una Naturwissenschaft: de hecho, no hay, literalmente, más ciencia que la de la naturaleza. Naturwissenschaft equivale prácticamente a Wissenschaft.

Encontramos, pues, en la base de la epistemología freudiana un monismo caracterizado y radical. Ese término nos remite a una corriente que, frente a la tradición rickertiana (dualista) mantiene un monismo epistemológico riguroso. Para Haeckel, el monismo tiene por resultado recusar la separación de dos substancias distintas que se caracterizarían como “alma” y “cuerpo”. “Insistimos en la unidad fundamental de la naturaleza orgánica e inorgánica, de las cuales la última comenzó relativamente tarde a evolucionar de la primera. Contemplamos toda la ciencia humana como un solo edificio de conocimientos”.

Resulta evidente que Freud escogió su partido en ese enfrentamiento inicialmente, sin problema y sin la menor vacilación. El ideal científico cuyo aprendizaje efectúa Freud en la anatomía y la fisiología, desde el origen, tiende espontáneamente a alinearlo en el campo fisicoquímico que es su modelo indiscutido. Por esta razón, hubiera podido suscribir a las fórmulas anteriores en que Haeckel sostiene que lo que se llamaría ciencia del espíritu, sólo sería concebible como una parte de la ciencia de la naturaleza, o más bien no sería más que una sola y misma cosa.

Para Freud, el psicoanálisis no es algo intermedio en la confluencia de las dos esferas: está enteramente por esencia, y tiende a estar por vocación, del lado de la esfera de la naturaleza. La concepción del estatuto epistémico de la ciencia del psiquismo es en Freud de plano reductivista, y ese reductivismo es lo que funda su monismo epistemológico. Helmholtz-Brücke-Du Bois-Reymond: esos maestros de la fisiología habían proferido un verdadero juramento fisicalista que Freud adoptó.

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4. El postulado reduccionista. Du Bois-Reymond: “Brücke y yo hemos contraído el compromiso solemne de imponer esta verdad, a saber: que sólo las fuerzas físicas y químicas, excluyendo a cualquier otra, actúan en el organismo. En los casos que esas fuerzas todavía no pueden explicar, hay que dedicarse a descubrir la forma de su acción, utilizando el método fisicomatemático, o bien postular la existencia de otras fuerzas equivalentes en dignidad a las fuerzas fisicoquímicas inherentes a la materia, reductibles a la fuerza de atracción y repulsión.

Ahora bien, podemos encontrar en ella las tesis del fisicalismo radical: a. no hay más fuerzas, o sea manifestaciones materiales (equivalencia fuerza-materia) que las fisicoquímicas; b. sólo esas fuerzas actúan en el organismo, de tal modo que se le cierra virtualmente el paso a todo vitalismo; c. el único cometido científico es “descubrir el modo específico o la forma de acción de esas fuerzas fisicoquímicas”; d. en caso de que la investigación se tope con modalidades no reductibles a esas modalidades conocidas, sólo el “método fisicoquímico” se impondría, todavía y siempre, para reducir esas manifestaciones a las fuerzas fisicoquímicas, única materia de saber.

Así, ese reduccionismo se opone a toda fuerza de emergentismo que postule órdenes irreductibles: lo orgánico es exhaustivamente investigable conforme al método fisicoquímico. Si no cabe distinguir una región propia de las ciencias del Hombre, es porque lo humano no podría ser una materia específica. La jurisdicción del método fisicomatemático se extiende, pues, a la integralidad de los fenómenos. Ésa es la razón por la cual toda forma de saber es Naturwissenschaft.

Se comprende por qué la cientificidad se relaciona tan automáticamente en los escritos de Freud con esas ciencias determinadas que son la física y la química: es porque valen menos como ciencias particulares entre otras que como taller y centro del método de la ciencia de la naturaleza propiamente dicha. Es la manera en que él, Freud, suscribe en su tiempo y en su lugar al juramento fisicalista al cual permanece fiel hasta el meollo de la diferencia inaudita de su objeto.5. El rechazo del dualismo. En Wundt, al principio, la psicología es tratada como una ciencia natural, se le aplican los mismos principios que a toda fisiología, de la que tan sólo es una parte; treinta años más tarde, el estudio del alma se ha convertido para él en una pura ciencia del espíritu, cuyo objeto y principios difieren totalmente de los de las ciencias naturales. Así, Wundt es acusado de haber traicionado el monismo de su juventud. Por tanto, Freud se presenta como el fundador de una psicología científica que nunca traicionó ese monismo.

Señalemos que Freud no ignora el término de Geisteswissenschaften. Pero cuando menciona la dualidad, es tan sólo para zanjar abruptamente la cuestión de la pertenencia de la psicología a la familia de las Naturwissenschaften.

II. El fundamento fisicalista1. El psicoanálisis, química de las pulsiones. El bautizo semántico del saber freudiano como “psicoanálisis” se hace en analogía directa y explícita con el modelo físico-químico. Este hecho conocido pero metaforizado debe interpretarse literalmente en una perspectiva epistemológica.

Freud estipula que la palabra “análisis” significa “descomposición”, “desagregación”: “hace pensar en el trabajo del químico sobre las sustancias que encuentra en la naturaleza y lleva a su laboratorio. Freud plantea, pues, la comparación entre el psicoanálisis y el análisis químico mucho más como una analogía real y precisa que como una metáfora de circunstancia. Lo que la funda es

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que las mociones pulsionales constituyen los elementos que forman unos “complejos”, los síntomas, cuya suma forma a su vez el “complejo” que es la enfermedad.

“Reducimos los síntomas a las mociones pulsionales que los motivaron y, al igual que la química separa el elemento químico de la sal, que se había vuelto irreconocible por su combinación con otros elementos, evidenciamos esas mociones pulsionales hasta entonces ignoradas por el enfermo en sus síntomas”. “Hemos explicado las tendencias sexuales del hombre descomponiéndolas en sus componentes”.

Esto supone una concepción naturista de la moción pulsional. La enfermedad misma no es sino una combinación artificial de esos elementos naturales. El análisis es, pues, una intervención artificial en segundo grado cuyo fin es desatar de nuevo unos complejos, artefactos cuya desconstrucción debe tener por resultado reobtener esos elementos de base.

Es tomando como modelo la práctica del químico y ahondando la comparación como la terapéutica analítica progresa en la inteligibilidad de su propia práctica. Esta comparación permite justificar que el psicoanálisis no necesite prolongarse en una psicosíntesis. Ya consumado el análisis reductivo, ¿no cabría reconstituir “una combinación nueva y mejor?

Emulando fielmente al químico, Freud responde crudamente que “psicosíntesis” es un “enunciado desprovisto de sentido”. En la química psíquica, contrariamente a la química propiamente dicha, los elementos (las mociones pulsionales) “tienden a unirse y a fusionarse”, de tal modo que, apenas aislado, el elemento psíquico “entra de inmediato en una nueva combinación”. ¿Quiere decir esto que la comparación con la química toca su límite? En un sentido, seguramente, pero Freud se apresura en señalar “que un fenómeno totalmente análogo se produce durante el análisis químico”, puesto que “los cuerpos que el químico logra aislar forman síntesis no deseadas por él, gracias a las afinidades liberadas y al parentesco electivo de sus sustancias”. Pero eso permite precisar la especificidad del análisis psíquico: lo que es un caso particular en la química es un caso general en el psiquismo. Allí “se realiza automáticamente, en forma inevitable, la psicosíntesis”, sin que el analista tenga que intervenir. Contrariamente al cuerpo, el psiquismo no espera apaciblemente, ya en pedazos, ser reconstituido de alguna manera. No es preciso reconstruir algo que se parecería a una “personalidad”. Así se cierra el camino a las “renovaciones” de una terapéutica analítica que arguyen todas la necesidad de alguna psicosíntesis.

Freud no evoca cualquier química para hablar de la química: es una química resueltamente analítica, en la línea de la química lavoisiana. Para Freud, todo sucede como si la Química fuese fundamentalmente ciencia del análisis, como si el análisis marcara efectivamente “la meta y el destino” de la ciencia química. Incluso eso es precisamente lo que funda la analogía con el psicoanálisis y la elección del término psico-análisis. Si Freud puede alegar la analogía con la química para decir que la palabra “psicosíntesis” es un término desprovisto de sentido, es precisamente porque piensa en una química para la cual la síntesis no es un problema. Ahora bien, toda una corriente en química orgánica pone énfasis en la función esencial de la “síntesis total”. No es que Freud desconozca la importancia de la química orgánica, sino que el tiempo fuerte cae sobre el análisis. Ahora bien, es en la “química mineral” donde la síntesis no es un problema, puesto que es en cierto modo el reflujo natural del análisis.2. Las referencias fisicoquímicas. A la objeción tradicional de la sobrestimación de las pulsiones

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sexuales dirigida al psicoanálisis, responde: “el hombre posee otros intereses aparte de los sexuales. Es algo que no hemos olvidado ni negado un solo instante. Nuestro punto de vista exclusivo es semejante al del químico que reduce todas las constituciones de la materia a la fuerza de la atracción química. No impugna por ello la gravedad, pero deja al físico el cuidado de estimarla.

Vemos que lo que funda la analogía con la química es la representación atomística: las pulsiones, en calidad de componentes de la vida psíquica, son comparables a los constituyentes últimos de la materia. Además, la materia es reductible a la fuerza que se concibe a su vez como afinidad química. Se trata de una química que conquistó su autonomía con respecto a la física.

Pero se descubre en el discurso freudiano una temática que supera el nivel analógico para integrar en la teoría del psiquismo una dimensión química que constituye incluso su perspectiva de acabamiento. “Hay que recordar que todos nuestros conocimientos psicológicos provisionales deberán establecerse algún día sobre el suelo de los sustratos orgánicos”.

Así, el determinante químico es subyacente al determinante psíquico y Freud colocaba seriamente todo el saber psicológico bajo la etiqueta de lo provisional, en espera de que el saber químico tome el relevo proporcionándole su substrato. Una química integral sería, pues, el porvenir del psicoanálisis. En última instancia, la fuerza psíquica no hace más que nombrar provisional y convencionalmente una sustancia y un proceso químicos correspondientes.

La referencia a la física y a la química aparece cada vez que Freud quiere caracterizar la naturaleza científica del psicoanálisis. Así, por una parte Freud dice y repite que “los fenómenos estudiados por la psicología son en sí mismos tan incognoscibles como los de las otras ciencias, de la química o de la física”. Sabemos ahora que no se trata de un ejemplo cualquiera, sino que remite a un verdadero modelo epistemológico.

Además, a partir de la constitución de la metapsicología, centro de la identidad epistémica freudiana, la referencia a la física y a la química se impone en el trabajo de constitución. Freud, insistiendo en el estatuto del concepto en sus relaciones con la experiencia, lanza: “Como lo muestra de manera brillante el ejemplo de la física, aun los ‘conceptos fundamentales’ que han sido fijados en definiciones ven su contenido constantemente modificado.

En un escrito de 1933 sobre la guerra, dedicado a Einstein, Freud exclama: “Acaso tiene usted la impresión de que nuestras teorías son una especie de mitología... Pero toda ciencia de la naturaleza ¿no emite una especie de mitología? ¿No sucede lo mismo para usted en la física de hoy en día?

Es una exigencia estrictamente epistemológica que condena toda ciencia de la naturaleza a su mitología. Por otra parte, ese nuevo estatuto de la teoría, que la emparenta a una mitología, se concibe como una especie de paradigma común al psicoanálisis y a la física el particular. Cuando Freud habla de su teoría de la libido y la bautiza como una casi teoría, hay que entender por ello una función epistemológica nueva de la teoría, producida por una evolución legible paralelamente en la física contemporánea.

Si la química sirve para determinar con una analogía tenaz la materia del psicoanálisis, la física sirve, pues, para esquematizar su identidad epistémica, su modo de constitución. Es, por lo tanto, por ahí, siguiendo las indicaciones insistentes de Freud, por donde cabe abordar la genealogía de su identidad.

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3. Genealogía del modelo fisicoquímico: el modelo de 1840. Para remontarse al origen de la sacudida que posibilitará el universo en que Freud va a evolucionar, hay que regresar a los años 1830-1840. La renovación proviene de la fisiología. Es de 1833 a 1838 cuando se publica el Manual de fisiología humana de Johannes Müller que formula la teoría de la energía específica de los nervios que revolucionará la neurología. La primera generación de los émulos de Müller es la que funda en 1845 la Berliner Physikalische Gesselschaft, o sea Du Bois-Reymond, Brücke, Helmholtz y Ludwig. Wundt, fundador de la psicología científica es formado por Helmholtz.

Pero esa línea renovada de fisiólogos se pone en estrecho contacto con el desarrollo de la física. En esa época se constituye el personaje del médico-físico, del cual algunos especímenes son Fechner, Helmholtz o Lotze. Todos llegan a la física por la medicina pasando por la fisiología: la psicología pronto aparecerá como la cuarta estación en este trayecto. Convendrá recordar ese perfil para comprender el paso freudiano de la medicina a la psicología, combinado con un interés permanente por la física y un apego por la fisiología anatómica. Por ese trayecto, Freud reactualiza un circuito epistémico que se establece en ese contexto anterior, produciendo una práctica mixta.

Ahora bien, en 1842 se produce el acontecimiento capital: el descubrimiento por R. Mayer, igualmente médico-físico, del principio de conservación de la energía. En efecto, la fisiología hallaba allí el punto arquimédico sobre el cual fundar su pretensión naciente de reducir el proceso vital a un eslabonamiento mecánico de procesos mecánicos apoyándolo en un principio energético único. Así, Mayer prolonga el gran principio de conservación de la materia como principio de conservación de la energía. Representaba en consecuencia el proceso vital como una transformación de fuerza o de materia.

La psicología en particular se apoya en esos dos pilares. Si hacia 1860 se le reconoce a Wundt el mérito de haber inaugurado la psicología científica, es porque en sus escritos se encuentra “por primera vez, la ley de la conservación de la fuerza extendida al campo psíquico”.

Queda por situar en esta constelación la intervención de la química. Liebig inauguró la era de la química experimental en Alemania. Cuando muere en 1873, el mismo año en que Freud comienza sus estudios de medicina, ha revolucionado toda la química en Alemania. Pero además contribuyó al desarrollo de la química orgánica, desembocando en el problema capital de los procesos químicos de la materia viva. Liebig esbozaba lo que se llamará una energética bioquímica. A partir de 1840, aborda el problema del metabolismo intermedio por medio de la química analítica: el método consistía en un análisis de los constituyentes de los organismos.

Esta breve reseña es muy instructiva para comprender que el término de análisis que sirve para bautizar el psicoanálisis freudiano se deriva de un tipo muy preciso de química analítica-orgánica inspirada en Liebig. La psicología se concibe como analítica a semejanza de la ciencia química refundada por Liebig. Como se ve, hacia 1840 se establece un tipo de práctica que proviene simultáneamente de la fisiología, de la física y de la química, procediendo de intereses comunes y convergentes en una matriz energética.

Ese tipo de química analítica tenía por fecundidad propia concebir la investigación científica como la interrogación que busca una sintaxis materializada en la naturaleza. El método analítico no tiene por resultado para Liebig descomponer de manera mecánica, sino encontrar las articulaciones de la sintaxis fenomenal.

Este punto condiciona la comprensión del lugar íntimo del análisis y de la aprehensión del

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lenguaje de los fenómenos que Freud aplicará en esa otra esfera que son los fenómenos inconscientes. Descomponer y comprender se vuelven por así decirlo los dos momentos de un mismo planteamiento. Liebig lo expresa bien: “En la lengua particular que los cuerpos nos hablan, encontramos, como en cualquier otra lengua, unos artículos, unos casos, todas las inflexiones de los sustantivos y de los verbos; encontramos incluso un gran número de sinónimos... Conocemos el significado de sus propiedades, o sea de las palabras habladas por la naturaleza, y para leer esas palabras, utilizamos el alfabeto que hemos aprendido”.

El análisis químico no es una pura y simple puesta en piezas separadas, sino un proceso dinámico de interpelación. Esto equivale a decir claramente que descomponer es requerir la actualización de una lengua que habría quedado como letra muerta sin el acto de descomposición. Freud, impregnado de esa concepción de la investigación química, se acordará de ella espontáneamente y le sacará provecho cuando lo importante será evidenciar una lengua, la química del inconsciente. Es en ese sentido como el análisis puede reivindicar su estatuto de ciencia aplicada.

Esa química experimental supone un dispositivo de investigación que se prolonga en lógica del procesamiento técnico de obtención de los fenómenos a partir de su propio lenguaje que pasará igualmente bien en la racionalidad freudiana.

Hay que añadir que el hecho de suscribir a ese cientificismo fisicalista implica una tesis esencial: la del determinismo, que Freud nunca abandonará. Ésa es, por cierto, una tesis trivial durante todo el siglo XIX. Pero se presenta en el contexto que nos interesa como algo que materializa el origen de la formación de Freud, como un Leitmotiv apasionado. La ambición de la Naturwissenschaft se apoyaba en una fiera necesidad determinista. Asignar la causa, reconstituir el proceso, supone una concatenación rigurosa a la que Freud se adherirá sin reservas hasta el final.4. El conservadurismo epistemológico de Freud. Se podrá alegar que se trata de un modelo de saber que se establece un tercio de siglo antes de que Freud entre en el campo del saber y cerca de medio siglo antes de que Freud cree la herramienta heurística del psicoanálisis. Éste es precisamente el primer logro de este primer enfoque descriptivo de las posiciones freudianas: Freud está notablemente vinculado a antiguos modelos epistémicos.

Esto se debe por una parte a la notable longevidad de esos modelos a través de sus representantes: creadores en los años 1840, son las autoridades de los años 70 y mueren consagrados en los años 90. Pero por otra parte esa perennidad ya ha sido de hecho puesta en tela de juicio por la evolución normal de la práctica: es notable que Freud, educado en ese medio protegido, sea particularmente impermeable a lo que no deriva de esos referentes.

De tal modo que conviene concluir que los referentes freudianos tienen un carácter notablemente conservador. Se le ve aferrado a ellos, oponiendo la más fría indiferencia a las corrientes que perturban ese referencial. Quizás la paradoja más violenta sea que lo inédito freudiano contrasta con el conformismo de su posición de objeto.

III. El fundamento agnosticistaEl psicoanálisis, ciencia natural, estudia una esfera determinada de fenómenos, los

procesos inconscientes. Pero resulta que frente a esa pretensión se yergue una aserción

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aparentemente opuesta: el objeto del psicoanálisis, el inconsciente, no es sino la “cosa en sí”. Freud utiliza aquí la expresión kantiana. Freud no ha dejado de afirmar la analogía. ¿No dice acaso que “su naturaleza íntima nos es tan desconocida como la realidad del mundo exterior?

El psicoanálisis es una Naturwissenschaft; su objeto es el inconsciente; el inconsciente es la cosa en sí, o sea lo incognoscible. ¿El psicoanálisis no sería más que el saber de lo incognoscible? Al enunciar este silogismo, es patente que tocamos el meollo de la paradoja de la epistemología freudiana. Si puede simultáneamente y sin contradicción afirmar la cientificidad del saber analítico y profesar un agnosticismo, o sea afirmar un límite absoluto al conocimiento, es porque esas dos tesis se concilian en el referente epistemológico que moviliza. No puede ser sin duda buscado fuera de la práctica efervescente en que se sumerge Freud en los años 1880.1. Genealogía del agnosticismo freudiano: Freud y Du Bois-Reymond. En esa efervescencia epistemológica, un hombre desempeño el papel de abanderado: el fisiólogo E. Du Bois-Reymond. Este fisiólogo desarrolla un agnosticismo resuelto que se apoya en la teoría kantiana del límite del conocimiento, pero especificándola para uso de los sabios, que desde entonces sacarán con entusiasmo de ella sus filosofemas. Du Bois-Reymond asigna al conocimiento de la naturaleza dos límites absolutos. Se trata por una parte del problema del “nexo entre la materia y la fuerza” y de la esencia respectiva de la fuerza y de la materia; por otra parte, del problema de la conciencia en su relación con las condiciones materiales y los movimientos. Esos dos “enigmas” además confluyen: se trata de saber a la vez lo que es la “sustancia” y cómo esa sustancia siente, desea y piensa. Sobre esos dos puntos, concluye Du Bois-Reymond en un lirismo agnóstico: ignoramos e ignoraremos (para siempre): “Ignoramus, Ignorabimus”.

Naturalmente, esto no implica un escepticismo: pero la posición de esos dos límites indesarraigables asigna la validez relativa de todo lo que se practica entre ellos. Así, el campo queda cerrado, investigable porque cerrado.

Se observará en particular el uso de ello que podían hacer los psicólogos en conquista de cientificidad: su práctica los colocaba en la cesura del segundo límite del Ignorabimus, teniendo que intervenir en el lugar en que se sustrae la conciencia; pero al mismo tiempo se les brindaba la posibilidad de tomar en cuenta las condiciones materiales por el enfoque fisiológico. Por otra parte, podían apreciar la evolución que desplazaba el enigma de la psique, en la clasificación de 1880, para considerarla como un problema espinoso pero accesible a la resolución. Tal era el resultado más patente de los progresos de las ambiciones de la psicología científica: que su objeto, antaño “enigma”, se había vuelto un simple problema.

Lo que emerge en ese momento es lo que Lange llama en la misma época “una psicología sin alma”. Se trata de una “psicología conforme a la ciencia de la naturaleza”. La define como una psicología que habría renunciado por fin a las especulaciones metafísicas sobre “la esencia del alma” para orientarse hacia el estudio positivo de las relaciones fisiológicas. El agnosticismo es, pues, el postulado forzoso de la psicología en la medida en que pretende volverse una ciencia.

Toda psicología científica, incluyendo al psicoanálisis, escuchará la advertencia de Lange: “¡Admitamos, pues, audazmente una psicología sin alma!”. Sólo que, simultáneamente, fundará su saber en la sombra de lo incognoscible, que obsesiona al saber científico como un fantasma, a la vez ajeno y familiar. Lo cual explica la oscilación entre el rechazo del enigma y la preocupación del problema.

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Por tanto, se comprende que cuando Freud identifica el inconsciente con la cosa en sí, reconoce la figura de lo incognoscible que heredó al mismo tiempo que la suntuosa morada de la Naturwissenschaft. “Inconsciente”: punto de unión de la prohibición de Du Bois-Reymond –ignorabimus!- y de la ambición de Lange: “Admitamos una psicología sin alma”.

Si bien todos los sabios comparten la conciencia de vivir una revolución fundada en los nuevos principios enunciados, se oponen en cuanto se trata de traducirlos en doctrinas. También es el momento en que aparece la querella de los ismos. En ese viraje del siglo, se reconocen dos familias por lo demás muy desiguales, unos que se inclinan hacia una filosofía resueltamente monista y materialista, otros que se encierran en un agnosticismo que se aviene a un dualismo.

Desde el punto de vista doctrinal, Freud interviene en el momento en que se debilita ese movimiento: la Naturphilosophie dejó atrás su mejor época, el materialismo se embota o se especifica en monismo, pare ceder su lugar a un agnosticismo vigilante. Sólo que Freud no puede contentarse con esa garantía agnosticista: tiene que integrar en procedimiento de conocimiento específico y codificado el estudio de esos procesos inconscientes que, en la medida en que se traslucen en los fenómenos, constituyen una transobjetividad. No podría contentarse con una forma posicional de objetividad en primer grado, o sea engendrar una psicología más. Lo que se requiere, es lo que llama desde la correspondencia con Fliess una “metapsicología”, “psicología que llevaría el trasfondo de lo consciente”.

Allí se constituye la identidad epistemológica freudiana. Hemos mostrado en otra parte su función ambivalente como substituto de la metafísica que se trata de superar. Tomemos nota simplemente de que el trabajo de construcción metapsicológico se requiere para superar en el fondo la contradicción entre la exigencia fenomenal inherente al psicoanálisis, Naturwissenschaft, y la transobjetividad que trata. Esto significa que con la metapsicología se nombró la identidad epistemológica freudiana.

Tenemos que delimitar esquemáticamente su origen histórico. Esto resulta de entrada problemático, en la medida en que de ese modo tocamos el meollo de la originalidad freudiana. Así, lo que Freud llama su “hijo ideal”, su “hijo problema”, no tiene en principio más padre que él mismo. Pero en los dispositivos discursivos mediante los cuales codifica esa empresa, debe forzosamente ser tributario de las herramientas teóricas disponibles. Si bien es efectivamente su hijo, no podría inventar las modalidades por las cuales, él mismo hijo del saber de su tiempo, lo engendra.2. En las fuentes de la metapsicología freudiana: Ernst Mach. Freud se toma esta vez el tiempo de formular, en la introducción (de Pulsiones y sus destinos), su pequeña plataforma epistemológica. Nos proponemos recurrir al origen positivo de ese discurso. En efecto, hay aquí reiteración por Freud, según modalidades originales, de un tipo de discurso históricamente constituido que conviene exhumar (pues ya ha sido olvidado), en la medida en que puede decirnos algo nuevo acerca de la identidad epistémica del psicoanálisis.

En el discurso epistemológico que se forja en la segunda mitad del siglo XIX y a principios del siglo XX, un teórico desempeña un papel determinante: Ernst Mach (1838-1916). El gran problema que Mach se dedica a resolver es encontrar un punto de vista de continuidad de la física a la psicología. La lectura de Kant y el estudio de Herbart y de Fechner es lo que permite que ese proyecto teórico se formule: la reducción del universo a un complejo de sensaciones que posibilita

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un continuismo psicofísico.En tanto que desaparece, en los últimos años del siglo XIX, la gran generación de los

fisiólogos y físicos del siglo, Mach representa una corriente cientificista triunfante. Cuando en 1894 Breuer es elegido miembro de la Academia de Ciencias de Viena, tiene por padrino al propio Mach. No es una casualidad si Freud evoca hacia esa época esos personajes en términos de identificación. Se conoce su “idolatría” por Helmholtz. Pero Mach desempeña un papel específico en esa familia cientificista: se vuelve su teórico. Traduce en epistemología la práctica de esos sabios. Es, pues, un clásico, un autor recomendado para Freud, sujeto de esa práctica: contrariamente a los filósofos, no pesa sobre él ningún tabú, su lectura es incluso natural, como espejo de su práctica científica. No cabe duda que del libro de Mach de 1905 es de donde Freud saca una parte no despreciable de su pequeño capital epistemológico. Freud habla aquí como discípulo de Mach, cuando entra en las generalidades epistemológicas.

Mach concibe como primitiva la noción de Spezialwissenschaft (ciencia específica): pero precisamente resulta provechoso informarse acerca de lo que sucede “en los campos vecinos”, o sea a la vez en las otras ciencias y en la filosofía. Pero ese “vistazo” sólo puede ser rápido y prudente. “El país de lo trascendente me está vedado, y además declaro abiertamente que sus habitantes no pueden excitar de ningún modo mi curiosidad científica. Por tanto, resulta fácil apreciar el abismo que me separa de muchos filósofos. Ya lo he dicho explícitamente: no soy más que un sabio y no soy en absoluto un filósofo.” Encontraremos en Freud, en esos mismos términos, esa concepción topológica del saber. Existen regiones científicas, delimitadas según las clases de fenómenos investigados, manteniendo buenas relaciones diplomáticas, pero en el respeto de sus fronteras respectivas. Además, esa topología se extiende a la filosofía, lo cual equivale a denegarle sus pretensiones a legislar sobre el conjunto: ésta es llamada a la autonomía de sus fronteras.

El universo del saber está estructurado en provincias que reciben cada una el estatuto de Spezialwissenschaft y que establecen una especie de relaciones de interacciones o de intereses recíprocos. En esa Wechselwirkung (interacción), cada una de las regiones conserva su diferencialidad casi monádica, vinculada a la irreductibilidad de los objetos respectivos. En esa topografía, hay un lugar, alguna parte que es quizá ninguna parte, “el país de lo trascendente”, separado por un “abismo” de las regiones científicas. Hay en Mach, exactamente como en Freud, ese doble estatuto de la filosofía como país peligroso y como país de extrañamiento turístico.

Así, lo primero que encuentra el metodólogo y psicólogo de las ciencias es la cuestión de la ciencia y la filosofía. La filosofía se concibe a la vez como país de lo trascendente y tipo de Spezialwissenschaft. Desde el primer punto de vista tiende a la Weltanschauung (cosmovisión). Pero aquí interviene la casi necesidad del vistazo, el que el “sabio especializado” no puede dejar de echar por encima de la barda de su campo: “la imperfección de los resultados que los sabios pueden obtener los conduce, de camino, a pedirle prestado más o menos abiertamente al pensamiento filosófico.

Aquí se reconoce explícitamente la función de la referencia filosófica en Freud. Tales son esos “préstamos más o menos abiertos al pensamiento filosófico” que toman, “de camino” (y sin interrumpir ese camino), quienes practican la ciencia. La ambigüedad de la filosofía para el sabio amenaza de recesividad científica, y promesa prospectiva para el saber científico. Ciencia y filosofía se vuelven dos momentos inversos de la investigación, lo que el filósofo toma como

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“punto de partida” es para el sabio “la meta muy alejada a la que tienden sus esfuerzos”. Aquí reconocemos la oposición freudiana entre Naturwissenschaft psicoanalítica y Weltanschauung filosófica.

Lo que en el filósofo debe fundarse en la necesidad de un sistema preconstruido, en el sabio se basa en la comodidad arbitraria de un punto de partida: “Carece de importancia para el sabio, dice Mach, que sus representaciones concuerden o no con tal o cual sistema filosófico: lo esencial es que pueda tomarlas con provecho como punto de partida de sus propias investigaciones. Este mismo comodismo lo encontramos enunciado en Freud: las ideas iniciales de las que parte el trabajo psicoanalítico “tienen, con todo rigor, el carácter de convenciones”.

Esas relaciones son, pues, el punto de partida real. Allí aparece la oposición con el filósofo, en cuanto a “la manera de pensar y de trabajar”: “No habiendo tenido la buena fortuna de poseer axiomas inconmovibles, el sabio se acostumbró a considerar como provisionales sus ideas y sus principios más seguros y mejor fundados, y siempre está dispuesto a modificarlos a consecuencia de nuevas experiencias”. Ésta es la frase de Mach de la que parecen copiados todos los enunciados de Freud acerca del estatuto diferencial de la ciencia analítica con el saber filosófico. Todo sucede como si Freud, a consecuencia de la lectura de ese texto de Mach, hubiese encontrado allí el lenguaje de su postura metodológica.

Para Mach, la relación funcional de conocimiento se organiza a partir del eje del cuerpo propio, que traza, por su límite espacial, dos esferas, externa (física) e interna (psíquica), cuyas unidades son los elementos y relaciones (o nexos funcionales entre elementos). Esto es lo que permite establecer una continuidad entre la racionalidad física y la racionalidad psíquica, unificadas en un solo universo de “relaciones”. Cuando Freud dice que el psicoanálisis halla su lugar en la familia de las Naturwissenschaften, en pie de igualdad con la física y la química, en la medida en que estudia la clase determinada de fenómenos psíquicos caracterizados como “inconscientes”, postula del mismo modo esa homogeneidad fenomenal.

Así, su punto de partida natural es en verdad las relaciones fenomenales de tipo psíquico. Pero aquí surge el obstáculo de la arbitrariedad del punto de partida. Freud responde a este problema: por la “descripción” y la observación, se agrupan, en base a relaciones primeras, “ciertas ideas abstractas que se sacan aquí y allá y ciertamente no sólo en la experiencia actual”. En este sentido son inducidas. Pero, en espera del enriquecimiento de su contenido propio, tienen el carácter de simples “convenciones”, como se vio: lo esencial es que uno se haya puesto “de acuerdo sobre su significado”. Aquí se reconoce el principio machiano de economía del pensamiento: La tarea de la ciencia es exponer los hechos según el principio de economía, o sea de tal modo que sólo emplee las representaciones estrictamente necesarias, para las necesidades de adaptación a la experiencia. Así, la construcción se lleva a cabo según dos ejes de la adaptación de los pensamientos a los hechos y de los pensamientos entre sí, y en esto consiste propiamente la teoría. La construcción metapsicológica consiste en ese trabajo constante de la imaginación científica que adapta los pensamientos a los pensamientos (de ahí su aspecto especulativo), pero en correlación con la investigación del material experimental (adaptación de los P. a los hechos).

Pero la exposición freudiana se especifica a nivel del papel otorgado a las ideas. Por una parte, la necesidad de introducir “ideas abstractas” surge al mismo tiempo que la descripción: “En la descripción no se puede dejar de aplicar al material ciertas ideas abstractas”. Además, Freud

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insiste en el hecho de que esas ideas que “parecen tomadas” del material experimental “les está en realidad sometido”. Si bien esta idea, muy apoyada por el término, de una dominación de la idea teórica sobre el material no recusa en absoluto el papel de la experiencia, traduce en cambio con respecto al fenomenismo machiano un desplazamiento del eje epistemológico hacia el racionalismo. En este sentido es como declara que las “ideas” no se sacan “únicamente de la experiencia actual”. Dicho de otro modo, en vez de ser convenciones colocadas sobre el material, las ideas están cargadas de la objetividad del trabajo de la racionalidad que simultáneamente las posibilita y está condicionado por ellas.

En su obra propiamente científica, Mach asestaba rudos golpes a la concepción tradicional de la física centrada en la mecánica. De ese modo, expresaba un movimiento general para renovar las categorías de la física tradicional por la noción de energía. Así, se constituye un “partido energetista” o “fenomenologista”. Mach se reabsorbe en positivismo.

Sin someterse realmente al energetismo como doctrina, Freud participa visiblemente en su corriente. Al pie del manifiesto de 1911, el nombre de Freud aparece no lejos del de un físico que, en el mismo momento, producía una revolución considerable en la física: A. Einstein. En efecto, hasta la muerte de Mach, y aun cuando está en posesión de su teoría de la relatividad, Einstein se concibe como un discípulo de Mach en cuanto a la metodología científica; ve en él a quien asestó el golpe más rudo a los principios de la mecánica newtoniana. A partir de 1909, establece una correspondencia con quien no dista mucho de considerar como su maestro.

La revolución epistemológica que se lleva a cabo en los años 1890-1920 encuentra en Mach su “estimulación esencial”. Ahora bien, la conciencia epistemológica del psicoanálisis se constituye en referencia directa a esa revolución general. Desde este punto de vista, las relaciones entre Freud y Einstein pasan por una filiación común con E. Mach. Se discierne una especie de “envidia epistemológica” de Freud con respecto al estatuto científico reconocido a la ciencia física y que el psicoanálisis sigue buscando.

G. Holton mostró que, después de la muerte de Mach y bajo el efecto de la revelación póstuma de la hostilidad de éste contra la teoría de la relatividad, Einstein rompe, paulatina pero claramente, con los principios positivistas de su primer modelo, para evolucionar hacia una especie de “realismo racionalista”. Esta evolución se traduce en su conjunto por una restitución a la racionalidad de la objetividad que Mach le negaba por su fenomenalismo convencionalista. Einstein vuelve a ser sensible al hecho de que “un hermoso concepto concuerda con la realidad”, por la fuerza representativa de su contenido racional- en vez de ser esa concordancia externa de la convención machiana con los fenómenos.

La postura epistemológica de Freud nos parece aclararse notablemente a la luz de esos problemas precisos. Cuando elabora el psicoanálisis, en los años 1890, se vive en plena crisis marcada por el ascenso del energetismo fenomenalista. Cuando redacta su metapsicología, Mach se encuentra en el apogeo de su carrera y a punto de morir consagrado. Pero ya, según al expresión de Einstein, se comienza a sentir que, de tanto haber sido montado, “el pobre caballo de Mach” va a sucumbir a un “agotamiento total”; que si bien sigue siendo utilizable para “exterminar la chusma nociva”, conviene sustituirlo para engendrar algo “vivo”. Para ello, hay que restituir a la racionalidad científica el sentido de su objetividad en su trabajo de construcción.

Freud vive tan bien ese movimiento, desde el interior de su trabajo de construcción

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metapsicológica, que marca el papel determinante de las “ideas abstractas” y de los “conceptos fundamentales” en la construcción. La analogía establecida en el texto de 1915 entre el Grundbegriff (concepto fudamental) metapsicológico y su homólogo físico es, por consiguiente, característica. Por una parte, la necesidad del Grundbegriff rompe el marco demasiado estrecho del fenomenalismo de Mach, que sin embargo sigue constituyendo para Freud los cimientos de la teoría. Por otra parte, la relatividad muestra el Grundbegriff atrapado en el devenir de la construcción. Dicho en otras palabras, por una parte el material experimental está sometido a la legislación del concepto y la derivación fenomenal no es sino una ilusión, por lo menos unilateral; por otra parte: “como el ejemplo de la física lo demuestra de manera brillante, aun los ‘conceptos fundamentales’ que han sido fijados en las definiciones ven su contenido constantemente modificado.

A decir verdad, la evolución hacia el “realismo racionalista” fue menos espectacular que en Einstein: Freud conjugó, con la sobriedad de su sentido científico, el fenomenalismo con un racionalismo operacional. En el funcionamiento mismo de su práctica, la metapsicología rompe el marco machiano: hay que evocar todo el magistral trabajo de construcción racional de los ensayos de metapsicología, a partir del Grundbegriff de pulsión, para ver emerger la objetividad racional, indigente en el esquema machiano.

Pero el agnosticismo de Freud –postulado del carácter de “cosa en sí” del inconsciente- impone el racionalismo como base inexpugnable de la teoría psicoanalítica. Por eso, el lenguaje machiano, digerido por la síntesis metapsicológica, transformado y reelaborado, permanece unido hasta el final con la síntesis epistemológica freudiana, como su origen y su naturaleza. La filiación con Mach debe cobrar en esta perspectiva todo su sentido de revelador de la identidad epistémica freudiana, tal como se construyó históricamente logrando la conciencia de su diferencia. Si bien la paternidad freudiana queda a salvo, al menos debe tolerar el padrinazgo machiano.3. Metapsicología e imaginario teórico: el “phantasieren” freudiano.

Conviene preguntarse ahora, más allá de la filiación respecto de Mach, en qué consiste esa actividad particular de la racionalidad metapsicológica. Singular “racionalidad” que se denomina en Freud Phantasieren. El texto más significativo es el famoso pasaje del Análisis terminable e interminable en que Freud evoca “la bruja metapsicología”. Cuando se produce un bloqueo del proceso de investigación analítica, hay que pedir auxilio a la bruja. “Este recurso se justifica de este modo: sin una especulación y una teorización metapsicológicas, no se adelanta ni un paso. Por desgracia, las informaciones de la bruja no son ni muy claras ni muy detalladas”.

Así la punta extrema de la especulación metapsicológica desemboca en una actividad de “fantasmatización”. La última definición de la metapsicología (1937) menciona explícitamente el nexo de la racionalidad y de lo imaginario. Pero precisamente, si el trabajo freudiano de racionalidad no puede reducirse a un trivial racionalismo aplicado, hay que evitar igualmente reducir la episteme que introduce decididamente al estatuto puro y simple de un fantasma como cualquier otro – entendamos: que expresa el trabajo habitual, por así decirlo, del inconsciente.

Conclusión: De la conformidad de los lenguajes a lo inédito del objeto1. El psicoanálisis, intervalo imaginario. En la triple dirección en que se despliega la ambición explicativa de Freud, o sea en la tópica, la dinámica y la económica, y en base a su triple

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imperativo, cientificista, fisicalista y agnosticista, el saber analítico se concibe como una especie de intervalo imaginario que explora un espacio transitorio. Su validez y su especificidad quedan tanto mejor aseguradas cuanto que se piensa como ese intervalo. Ése es el meollo de la identidad paradójica del freudismo. ¿Qué entendemos por esa representación del intervalo? A. Que la tópica se establecerá cuando se determine el nexo con el substrato anatómico, lo que incumbe a la anatomía. B. Que la dinámica se dilucidará cuando se descubra la sustancia química cuyo proceso determina la fuerza, lo que incumbe a la química. C. Que la económica quedará asegurada cuando se realice el imperativo de medición, lo que incumbe a la física.

¿Dónde se sitúa, pues, el psicoanálisis, dónde actúa la investigación analítica del saber? En el cruce de la tópica, de la dinámica y de la económica inacabadas. Vive de esa falta de conclusión. Por eso su palabra clave es vorläufig (provisional), cuando se considera la cuestión del dispositivo del saber. El psicoanálisis nació a la sombra de sus hermanas mayores: anatomía, fisiología, física y química. Todo saber analítico se reflejará forzosamente en las estructuras y los procedimientos concebidos por la ciencia de su tiempo y codificados en los modelos epistemológicos de sus maestros. Freud jamás transgredió la ley del Padre en el campo del saber. Por tanto, habrá de reconocer la huella indeleble de esa ley en la realización de ese saber.

Pero he aquí la ganancia inesperada de ese conformismo epistemológico: en el trazado de esta repetición, se trama algo colosalmente inédito. La recuperación del lenguaje paterno sirve para subvertir su objeto. Freud no habla como dice. Esto significa que dice lo inédito del inconsciente con una palabra que pertenece a otros. Así, el mejor medio de alcanzar lo inédito del objeto en toda su amplitud es abordándolo por los isomorfismos del lenguaje del saber.

¿Qué es lo que habría que concluir de lo que nos dice Freud? Que el psicoanálisis como forma de saber que interviene en el espacio de lo inacabado, se realizará en su muerte, al alcanzar el límite de su perfección epistémica, absorbida por los demás saberes. Al cerrarse el campo, el psicoanálisis acabado como edificio metapsicológico se volvería un punto imaginario en los confines de una anatomía, de una física y de una química acabadas. Mientras tanto, el psicoanálisis reivindica su autonomía en la carencia. Anatomía provisional, química provisional, física provisional, saca de ese barroco las armas más eficaces para pensar un objeto nuevo.

Para poner claramente de manifiesto esta asombrosa articulación, podemos examinar el texto en que Freud define precisamente en la forma más explícita la conciencia que tiene de su intervención revolucionaria en el campo del saber por lo inédito que promueve. Para definir con precisión la articulación de la repetición y de lo inédito en un mismo discurso.2. La parábola Copérnico-Darwiniana y su origen Haeckeliano. Se conoce el texto de 1917 en que Freud sitúa su aportación en “la historia de la humanidad”. Este texto presenta su propia intervención como la conclusión de una secuencia cuyos términos iniciales son Copérnico y Darwin