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83 RESUMO LA EXTENSIÓN DEL SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD EN AMÉRICA LATINA: RELATOS, ACCIONES Y POLÍTICAS EN EL CASO ARGENTINO Rev. Sociol. Polít., Curitiba, v. 19, n. 40, p. 83-97, out. 2011 Recebido em 18 de maio de 2010. Aprovado em 18 de junho de 2010. Gabriel Kessler La preocupación por el delito se ha extendido en toda América Latina. Además de presentar los resultados de una investigación realizada en la Argentina con métodos cuantitativos y cualitativos, este artículo intenta contribuir a la comparación con procesos similares en otros países de la región. La idea central es que la generalización del sentimiento de inseguridad produce consecuencias en el plano de los imaginarios, lo que se llamará relatos de la inseguridad y de las prácticas sociales, la gestión de la inseguridad. Asimismo, se modifica la asociación exclusiva entre temor y autoritarismo, forjadas cuando la inseguridad era inquietud de una minoría. Una serie de paradojas centrales en este campo de estudio en el mundo anglosajón, esto es, el enigma de porqué los grupos menos victimizados son en apariencias los más temerosos, se revisan para el caso argentino. PALAVRAS-CHAVE: delito; temor; Argentina. I. INTRODUCCIÓN En el 2008 la delincuencia fue considerada como el principal problema por los latinoamericanos (LATINOBARÓMETRO, 2008, p. 25) 1 . Tal hecho no resulta tan sorprendente si se considera que con sólo el 14% de la población mundial, menos del 4% de las armas mundiales en manos civiles, la región concentra el 40% de los homicidios cometidos en el globo con armas de fuego (KARP, 2009, p. 15). A pesar de la varianza en las cifras de delitos entre los países 2 , los habitantes de distintas naciones coincidían en priorizar el tema. La preocupación se duplicó en- tre 2003 y 2007 (DAMMERT, ALDA & RUIZ, 2008, p. 21) y ha cobrado relevancia aun allí don- de las tasas de delito son comparativamente bajas, como lo muestra la centralidad de la cuestión en las últimas elecciones presidenciales realizadas entre fines del 2009 y principios del 2010 en Cos- ta Rica, Chile y Uruguay 3 . Si en cuanto a los homicidios las diferencias nacionales son muy importantes, las encuestas de las grandes urbes de la región convergen en establecer entre un 30 o 40% de población victimizada en un año (TUDELA, 2006), más del doble del 15% del promedio en Europa Occidental (VAN DIJK et alii, 2005). La expectativa de sufrir un hecho, a su vez, acompaña estas diferencias intercontinentales: el 25% de los que expresaban su temor en este estudio europeo empalidece frente al 60% o 70% que lo declaran en nuestras encuestas (TUDELA, 2006). Tasas de delito y te- mor conservan una lógica de las proporciones: la segunda suele ser el doble o más de la primera. La “presión ecológica” (ROCHE, 1998) lo explica: 3 Laura Chinchillla, electa presidente de Costa Rica, señaló a la lucha contra crimen organizado como el principal pro- blema del país (cf. CHINCILLA, 2009). En Chile, una de las principales prioridades de S. Piñera es “ganarle la batalla a la delincuencia” para lo cual propone medidas tan controversiales como una red de 50 000 informantes de la policía en la población (cf. WERTH, 2010). 1 En 1995, primer año de esta encuesta regional anual, sólo el 5% de los entrevistados de 18 países ubicaban a la delincuencia como principal problema del país, en el 2008 era un 17% y por primera superaba al desempleo. Se trata de resultados generales, por lo cual hay diferencias entre los países: mientras el delito ocupaban un primer lugar en Venezuela, Nicaragua y México, su lugar era menos rele- vante en otras naciones. 2 Las tasas medias de homicidios sobre 100 000 habitantes en el decenio 1995-2005 muestran en un extremo a El Sal- vador con 48,8, Colombia con 43.8 y en el otro a Chile 5,4 y Uruguay con 5,6 (WAISELFISZ, 2008, p. 35).

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REVISTA DE SOCIOLOGIA E POLÍTICA V. 19, Nº 40: 83-97 OUT. 2011

RESUMO

LA EXTENSIÓN DEL SENTIMIENTO DEINSEGURIDAD EN AMÉRICA LATINA:

RELATOS, ACCIONES Y POLÍTICAS EN EL CASO ARGENTINO

Rev. Sociol. Polít., Curitiba, v. 19, n. 40, p. 83-97, out. 2011Recebido em 18 de maio de 2010.Aprovado em 18 de junho de 2010.

Gabriel Kessler

La preocupación por el delito se ha extendido en toda América Latina. Además de presentar los resultadosde una investigación realizada en la Argentina con métodos cuantitativos y cualitativos, este artículointenta contribuir a la comparación con procesos similares en otros países de la región. La idea central esque la generalización del sentimiento de inseguridad produce consecuencias en el plano de los imaginarios,lo que se llamará relatos de la inseguridad y de las prácticas sociales, la gestión de la inseguridad.Asimismo, se modifica la asociación exclusiva entre temor y autoritarismo, forjadas cuando la inseguridadera inquietud de una minoría. Una serie de paradojas centrales en este campo de estudio en el mundoanglosajón, esto es, el enigma de porqué los grupos menos victimizados son en apariencias los más temerosos,se revisan para el caso argentino.

PALAVRAS-CHAVE: delito; temor; Argentina.

I. INTRODUCCIÓN

En el 2008 la delincuencia fue consideradacomo el principal problema por loslatinoamericanos (LATINOBARÓMETRO, 2008,p. 25)1. Tal hecho no resulta tan sorprendente sise considera que con sólo el 14% de la poblaciónmundial, menos del 4% de las armas mundialesen manos civiles, la región concentra el 40% delos homicidios cometidos en el globo con armasde fuego (KARP, 2009, p. 15). A pesar de lavarianza en las cifras de delitos entre los países2,los habitantes de distintas naciones coincidían enpriorizar el tema. La preocupación se duplicó en-tre 2003 y 2007 (DAMMERT, ALDA & RUIZ,2008, p. 21) y ha cobrado relevancia aun allí don-

de las tasas de delito son comparativamente bajas,como lo muestra la centralidad de la cuestión enlas últimas elecciones presidenciales realizadasentre fines del 2009 y principios del 2010 en Cos-ta Rica, Chile y Uruguay3.

Si en cuanto a los homicidios las diferenciasnacionales son muy importantes, las encuestas delas grandes urbes de la región convergen enestablecer entre un 30 o 40% de poblaciónvictimizada en un año (TUDELA, 2006), más deldoble del 15% del promedio en Europa Occidental(VAN DIJK et alii, 2005). La expectativa de sufrirun hecho, a su vez, acompaña estas diferenciasintercontinentales: el 25% de los que expresabansu temor en este estudio europeo empalidece frenteal 60% o 70% que lo declaran en nuestrasencuestas (TUDELA, 2006). Tasas de delito y te-mor conservan una lógica de las proporciones: lasegunda suele ser el doble o más de la primera. La“presión ecológica” (ROCHE, 1998) lo explica:

3 Laura Chinchillla, electa presidente de Costa Rica, señalóa la lucha contra crimen organizado como el principal pro-blema del país (cf. CHINCILLA, 2009). En Chile, una delas principales prioridades de S. Piñera es “ganarle la batallaa la delincuencia” para lo cual propone medidas tancontroversiales como una red de 50 000 informantes de lapolicía en la población (cf. WERTH, 2010).

1 En 1995, primer año de esta encuesta regional anual, sóloel 5% de los entrevistados de 18 países ubicaban a ladelincuencia como principal problema del país, en el 2008era un 17% y por primera superaba al desempleo. Se tratade resultados generales, por lo cual hay diferencias entrelos países: mientras el delito ocupaban un primer lugar enVenezuela, Nicaragua y México, su lugar era menos rele-vante en otras naciones.2 Las tasas medias de homicidios sobre 100 000 habitantesen el decenio 1995-2005 muestran en un extremo a El Sal-vador con 48,8, Colombia con 43.8 y en el otro a Chile 5,4y Uruguay con 5,6 (WAISELFISZ, 2008, p. 35).

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cuanto más personas victimizadas hay en unaciudad o en una zona, más información sobre estoshechos circula y se intensifica la preocupación,más allá de haber sufrido o no un delitopersonalmente.

Proyectada sobre el plano espacial, entonces,se restituye una lógica entre tasas de delito y te-mor, no obstante lo cual, el sentimiento deinseguridad es un hecho social diferenciado delcrimen, con su dinámica y consecuencias socialesespecíficas. Exponer esto es el objetivo del pre-sente artículo, basado en una investigación reali-zada en Argentina4 donde la preocupación es muyintensa: se ha ubicado en segundo lugar mundialentre 42 países en una investigación del 2006, sólosuperada por África del Sur (ESTUDIO ACNIELSEN, 2006)5. Mientras que encuestas demediados de los años 1980 registraban alrededorde un 20% de población preocupada por el tema yun 40% a fines del decenio siguiente, la inquietudalcanza a casi un 80% de los entrevistados en el20096. Poco importa que las tasas de homicidiossean menores a las de gran parte de los países dela región, han sobrepasado su media histórica y eldelito en general ha aumentado un 250% en lasúltimas dos décadas7. Así las cosas, la sociedadsufre una dislocación de su relación tradicionalcon el delito, sin detectarse una mayor aceptabilidadde las nuevas tasas. Muy por el contrario, el des-contento es creciente, tanto como el descreimientode un mejoramiento futuro, tal como todas lasencuestas de los últimos años lo muestran.

En virtud de la centralidad regional del tema, elartículo desarrollará aquellos tópicos que pudieranser más fructíferos para la comparación con otrospaíses. La idea central es que la extensión socialdel sentimiento de inseguridad produce

consecuencias específicas en el plano de losimaginarios y de las prácticas sociales. Lageneralización de la inquietud también cuestionaconsensos fundados en momentos donde lapreocupación era más restringida. ¿Qué procesosalimenta el sentimiento de inseguridad alextenderse? El acuerdo acerca de que se trata deun problema público cualitativamente diferente delo habitual en el pasado plantea una serie deinterrogantes: sobre las causas, los riesgospersonales y las soluciones necesarias. Lasrespuestas son las piezas que conforman los rela-tos sociales sobre la inseguridad. Tal definiciónde la realidad sugiere qué emociones son lógicassentir y se proyecta al terreno de la acción, sobrelas precauciones obligadas, que llamaremosgestión de la inseguridad. En cuanto a los consen-sos trastocados, se modifica el clásico vínculoentre temor y autoritarismo. Finalmente, lasparadojas de la inseguridad, esto es, el enigma deporqué los grupos en apariencia menosvictimizados son los más temerosos, en torno acuya elucidación se organizó parte de este campode estudio, serán sometidas a revisión con el re-curso de la perspectiva cualitativa.

En sus sucesivas secciones este artículo tran-sita por las cuestiones señaladas. En la primeraparte se presentan precisiones conceptuales; acontinuación se revisa la dimensión política, se-guidamente los relatos, luego las acciones y enfin, las paradojas y la gestión de la inseguridad.Cerraremos el trabajo planteando interrogantessobre los puntos en común y las diferencias entrelos países de la región. Las reflexiones se basanen una investigación desarrollada con métodoscuantitativos, cualitativos y archivos de prensa endiferentes etapas entre el 2004 y principios del20098. Centrada sobre todo en la ciudad de Buenos

4 Este artículos se basa en hallazgos presentados másextensamente en Kessler (2009).5 La preocupación por el delito era del 18% en AméricaLatina, 24% en la Argentina y 7% en el resto de los países.6 Datos extraídos del banco de datos de Ipsos-Mora yAraujo y resultan de adicionar las siguientes preguntas:¿cuál es el problema más grave del país?, ¿en segundo lu-gar?, ¿en tercer lugar?7 La tasa de homicidios dolosos era de cinco sobre 100 000en 1984, llegando a casi el nueve en 2003 para luego conoceruna reversión hasta un siete. Los delitos contra la propiedadpasan de 1 500 sobre 100 000 en 1984 al 3 500 en 2003(KOSOVSKY, 2007).

8 El trabajo cualitativo fue realizado en distintas fases. Enuna primera se realizaron 70 entrevistas entre el 2004 y2006 en el área metropolitana de Buenos Aires. Los criteriosde selección respondían a variables socioeconómicas,ocupacionales, de sexo, edad y experiencias devictimización. En segundo lugar se efectuaron 30 entrevis-tas en la Ciudad de Córdoba que cuenta con un millón ymedio de habitantes, Posadas con 300 000, capital de laprovincia de Misiones, en el Noreste del país, un pueblo de1 300 habitantes y una ciudad de 10 000 cercanos entre sí,ambos de la Provincia de Buenos Aires. En 2006-2007 seco-dirigió un trabajo en un Conjunto Habitacional delconurbano bonaerense altamente presente en los medios decomunicación en relación con la problemática de inseguridad.

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Aires, se ha realizado trabajo de campo tambiénen otros centros urbanos.

II. DEL MIEDO AL CRIMEN AL SENTIMIENTODE INSEGURIDAD

El “miedo al crimen” surge como campo deestudios en Estados Unidos a mediados de la dé-cada del 1960. Fue un resultado inesperado deinvestigaciones que buscando constatar un denun-ciado aumento del delito en el momento de lasluchas por los derechos civiles, no corroborarontal incremento pero sí del temor9. Tampocoestablecieron una relación significativa entre habersido víctima de un crimen y el miedo, aunque síentre éste y la ansiedad frente a la integración ra-cial incipiente. Desde los primeros estudios elmiedo al delito ha exhibido una autonomía relati-va: suele aumentar al incrementarse la victimizaciónpero una vez instalado como problema social, yano disminuye aunque las tasas de delito lo hagan.No guardaría relación con las probabilidades desufrir un hecho de cada categoría social. El mayortemor de mujeres y adultos mayores a pesar deser menos vulnerables al delito, así como el pocoimpacto de la victimización, son las paradojas quese ha intentado explicar.

Su marca de origen perdurable será estarelación conflictiva con el delito: la sospecha deser el nexo convergente de otras inquietudes, amenudo de las peores pasiones públicas; un obje-to de emoción diferenciado de sus causas, pararetomar la fórmula clásica de D. Hume (2002),Por ello, mientras que la criminología ha intenta-do encontrar la lógica de las paradojas menciona-das focalizándose en la relación entre amboshechos, otras corrientes de estudio lo han vincu-lado más a una hipersensibilidad posmoderna alriesgo (GIDDENS, 1991), a la frustración de unapromesa securitaria junto a la erosión de las

garantías ofrecidas por el Estado de Bienestar(CASTEL, 2003; LAGRANGE, 2003). En Améri-ca Latina, por su lado, se lo vinculó a las ansieda-des propias de una modernización urbana perifé-rica (LECHNER, 1990; REGUILLO, 2000), a laherencia de las dictaduras militares (KOONINGS& KRUIJT, 1999), aunque también una incipienteliteratura ha intentando explicar su relación con eldelito (CALDEIRA, 2001; DAMMERT & ARIAS,2007; BERGMAN & FLOM 2008; KESSLER,2009).

La criminología define al miedo al crimen como“una respuesta emocional de temor o de ansiedadfrente al crimen o a símbolos que la persona asociacon el crimen” (FERRARO, 1995, p. 4). Preferi-mos en cambio la idea de sentimiento deinseguridad, puesto que si las referencias al temorno dejan de ocupar un lugar central, incluye otrasemociones suscitadas, como la ira, la indignacióno la impotencia y comprende también laspreocupaciones políticas, los relatos sobre suscausas y las acciones que conformarán la gestiónde la inseguridad. Por otro lado, mientras que estanoción intenta abarcar un fenómenomultidimensional, la criminología se ha abocado aencontrar un indicador que sintetice la esencia delproblema10. Ahora bien, ¿qué es la inseguridad,según los entrevistados argentinos? No se refierea todos los delitos violentos, se excluye los que sevinculan con el crimen organizado que sóloafectarían a sus copartícipes y puede incluiracciones que no suponen la infracción de la ley,como el temor que ocasiona en algunos, la pre-sencia de grupos de jóvenes en la calle sin violarnorma alguna. Su rasgo particular es la aleatoriedaddel peligro. Podría definirse como toda amenaza ala integridad física, más que a los bienes, que

Entre 2008 y 2009 se hicieron grupos focales con jóvenes.Se utilizaron datos cuantitativos de distintas investigacionesy se participó en 2007 en el diseño y análisis de una encuestade victimización de 25 000 casos realizado en la Ciudad deBuenos Aires por el gobierno municipal y la Universidadde San Andrés.9 El miedo al crimen (“fear of crime”) es hoy un sub-campo de la criminología con un desarrollo considerable.Para un estado del arte con los principales hallazgos, verHale (1996). Ditton y Farrall (2000) es una compilación deartículos paradigmáticos.

10 Las primeras preguntas indagaban sobre una sensacióngeneral de inseguridad en el entorno, poco específica enrelación con el crimen (“Se siente ud. muy seguro/seguro/un poco inseguro/nada seguro caminando casa sólo de nochepor su barrio”). Se sugirió entonces diferenciar entre unapreocupación por el tema como problema público, unadimensión cognitiva de percepción de probabilidad de servíctima y el temor (FERRARO & LAGRANGE, 1987).Los estudios actuales suelen interrogar sobre el miedopersonal a delitos específicos así como en el caso de laencuesta de victimización británica, la frecuencia en que seexperimenta preocupación (“worry”), obteniéndose conambas innovaciones valores menores que al respondersepor una sensación de inseguridad genérica (JACKSON,2005).

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parecería poder abatirse sobre cualquiera. Estoexplica porque en una jerarquía de delitos temi-dos, uno poco frecuente y al mismo tiempo máscercano a la aleatoriedad (“que te ataquen en lacalle sin motivo”) haya ocupado el segundo lugarentre los temores de los habitantes de Buenos Airesencuestados en el 2007. La aleatoriedad se funda-menta en la percepción del incremento de hechosy se proyecta tanto en el espacio como en lapluralidad de figuras de lo temible.

En relación a lo primero, una de sus facetas esla deslocalización del peligro: el fin de la divisiónentre zonas seguras e inseguras bien definidas.Cuando se siente que la amenaza ha sobrepasadosus fronteras tradicionales y puede penetrar encualquier territorio, se retroalimenta la sensaciónde inseguridad. Esto constituía una diferencia en-tre nuestros dos grandes centros urbanos, BuenosAires y Córdoba respecto de Posadas y las doslocalidades más pequeñas, donde el delito seguíaasociada a determinadas zonas. Es posible que lacentralidad de la figura de un delito anómico, indi-vidualizado, producto de la crisis social, diferentea la imagen de las bandas o del crimen organizadocon un territorio bajo su control, contribuya a ladeslocalización del delito, a pesar de que ladistribución del delito no es en verdad aleatoria,sino que está en el caso de Buenos Aires muchomás presente en las zonas de menores ingresos(BERGMAN & KESSLER, 2009).

En segundo lugar, se produce unadesidentificación relativa de las figuras de temor:la percepción de amenaza no se limita sólo a lasimágenes más estigmatizadas, como los jóvenesde sectores populares. En efecto, los entrevista-dos relatan robos de parte de personas “bien ves-tidas”, que “parecía gente de clase media”; enurbanizaciones privadas circulan historias de genteque ha entrado a robar “vestida con traje y corbata,como un nuevo vecino que venía de trabajar”, yen comercios de barrios populares, se describenhechos protagonizados por mujeres, algunas conbebés en brazos, o incluso por parejas de ancianos.De este modo, las figuras habituales de estigma ytemor siguen siendo compartidas así como hayotras más temibles según el sector social, sexo,grupo de edad y área de residencia. Policía yguardias privados en los lugares de diversión parajóvenes de sectores populares; agresores sexuales,para las mujeres de barrios de los suburbios deBuenos Aires; personas ligadas al poder local

capaces de todo tipo de abuso, para los sectorespopulares del interior; “gente que antes no existía”,como limpiavidrios de autos, mendigos ocartoneros, para algunos entrevistados de sectoresaltos de la ciudad de Buenos Aires, mientras queotros temen a la policía y desconfían de losguardias privados. La deslocalización y ladesidentificación no produce la abolición de ciertosestigmas y prejuicios sobre personas y lugares,por el contrario, esta pluralidad de imágenesrefuerza la sensación de una amenaza aleatoria yomnipresente.

III. TEMOR Y POLÍTICA

Distintos estudios han señalado que el incre-mento de la sensación de inseguridad afecta lacalidad de vida, favorece el apoyo a las políticasmás punitivas, contribuye a la deslegitimación dela justicia penal, promueve el consenso en torno alas acciones “por mano propia” y a la difusión delarmamentismo (HALE, 1996). En líneas generales,temor y autoritarismo han sido asociados y sinduda, cuando la preocupación afectaba a una par-te minoritaria de la población penetraba sobre todoen los sectores más conservadores. Esto cambianecesariamente cuando se extiende, aunque susconsecuencias políticas no son unívocas. Para D.Garland (2005) el incremento del miedo en lasclases medias de los Estados Unidos e Inglaterradebilitó desde los años 1970 el sostén que las eli-tes progresistas brindaban a una política penal yjudicial más benigna, generando consenso haciamedidas más punitivas. En Francia P. Robert yM.-L. Pottier (1997) advirtieron la persistenciadurante dos décadas de un “síndrome conserva-dor-autoritario” que asociaba la preocupación porla seguridad, la xenofobia y el apoyo a la pena demuerte frente al cual hacían las veces de “antído-to” ser de izquierda, tener mayor capital cultural,ser ateo o agnóstico. En un estudio posterior losmismos autores (ROBERT & POTTIER, 2004)detectaron un nuevo grupo, los “neo-inseguros”,cuyos miembros provienen de las categorías an-tes exorcizados de tal preocupación y para los quela inseguridad se disocia de los otros elementosdel síndrome autoritario: están preocupados porel tema pero no son xenófobos ni apoyan la penade muerte.

El caso argentino se asemejaría más al francés.En la encuesta de la ciudad de Buenos Aires lapreocupación por el delito alcanzaba a un 70% delos entrevistados, pero las medidas para combatir

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la inseguridad que más apoyo tenían eran lassociales: consolidar la educación y luchar contrael desempleo; les seguían las legales: combatir lacorrupción policial y hacer que las leyes secumplan y recién en último lugar se ubicaban laspunitivas: castigos más severos y la aplicación dela pena de muerte. A. Otamendi (2009) en elanálisis de una encuesta nacional distingue un polode apoyo a un Estado mínimo, la predilección demedidas punitivas y de solución rápida al delitofrente a otro asociado con una definición másamplia del rol del Estado, que apoya medidassociales como solución al delito y concibe enconsecuencia que la solución será más lenta. Comoveremos en el próximo apartado al tratar los rela-tos, la inseguridad se procesa diferentementesegún las ideologías previas pero no las dejaindemnes.

Tampoco los discursos más autoritarios semantienen idénticos a los del pasado. En loscomienzos del trabajo de campo en el 2004, todavíaera posible escuchar que “durante el gobiernomilitar [1976-1983] había más seguridad”, ya quela represión del Estado estaba (sólo) dirigida aquienes “estaban en algo”. En las últimas fasesdel trabajo la situación era distinta. La reaperturade los juicios contra los militares por crímenescontra la humanidad desde el 2004, y eldevelamiento de nuevos delitos de la dictadura quepara mucha gente no podían asociarse con lo po-lítico – sobre todo robos de bebés, pero tambiénsecuestros a empresarios y saqueos de bienes –fue deconstruyendo la oposición clásicamentereaccionaria: “democracia insegura versusdictadura segura”. Los discursos autoritarios sevan reorganizándo sobre nuevos ejes. En primerlugar, el paso del tiempo erosiona la dictaduracomo hito de referencia, en particular en las nuevasgeneraciones que han nacido en democracia. Ental sentido, en ciertos grupos focales con jóvenesporteños de niveles medio-altos a fines de 2008observamos que eran sumamente liberales en te-mas ligados a la diversidad, como las minoríassexuales, religiosas o los grupos estéticos, mientrasque eran autoritarios en aquello que se refería aldelito, al que asociaban de manera abierta confranjas marginales de sectores populares y hastacon un discurso crítico con los derechos huma-nos: “no podés hacer nada contra los delincuentesporque te vienen los derechos humanos”. El deli-to marcaba una frontera y se advertía unaarticulación novedosa entre demanda de libertad

individual con las de un orden público con carac-terísticas autoritarias.

El autoritarismo no es un efecto mecánico dela difusión de la inquietud; el cambio más evidentees la intensificación de un tipo de práctica socialobservada y que, siguiendo a M. Lianos y M.Douglas (2000) llamamos “presunción generali-zada de peligrosidad”. Se trata del trabajo dedecodificación de las eventuales amenazas en to-das las interacciones y espacios: intentarreconocerlas por gestos, rasgos o silencios; colo-car dispositivos para detectar los peligros ymantenerlos a distancia. Esto retroalimenta unadisminución generalizada de la confianza, afectatodos los planos de la vida social, clasificando loslugares entre resguardados o potencialmentepeligrosos. La generalización de la sospecha tienecierta continuidad entre prácticas socialesextendidas con acciones públicas. En el planomicrosocial, conlleva formas de elusión preventi-va del otro que, más allá de la intención manifiestade quien cree protegerse, produce una evidentediscriminación de aquellos que son evitados enlos entrecruzamientos urbanos: “ellos te distinguen,por como te vestis, sos una negra para ellos, cruzanla calle, se cambian de asiento en el tren, como sifueras a robarle y te sentís muy mal” nos decíacon amargura una joven de los suburbios deBuenos Aires. En un plano más general, esto ayudaa explicar las escasas reacciones contrarias y hastael apoyo a formas de control por parte de fuerzasde seguridad de asentamientos precarios y barriostipificados como peligrosos: “Yo no tengo proble-ma que me revisen cada día, porque no tengo nadaque ocultar” afirmaba como una suerte dedescargo un vecino de Fuerte Apache, un barriomuy estigmatizado y rodeado por la gendarmería.La mirada propia y ajena está influenciada por lainstalación de un dispositivo de control. Así, lapresunción de peligrosidad generalizada conllevaun riesgo profundo y subrepticio, porque no seplantea como estigmatizador en la intención peroindudablemente lo es. Por otro lado, no sostienela impugnación de toda diferencia, sino que puedeconvivir con la aceptación de formas de diversidady alteridad, rechazando violentamente las queparezcan potencialmente amenazantes.

IV. LOS RELATOS DE LA INSEGURIDAD

Declaraciones programáticas y orientacionespara la vida cotidiana se combinan en los relatosde la inseguridad de los entrevistados. Con ellos

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elaboramos una tipología de construccionesdiscursivas, cada tipo es una de las formas soci-almente existentes de responder a las preguntasque circulan entre los especialistas, los medios yla sociedad en general sobre las causas de lasituación, a qué y a quién se debe temer, qué puedehacer uno para protegerse y cuáles son las tareasque le corresponderían al Estado11. Los relatossurgen en parte para explicar por qué la situaciónha dejado de ser como en el pasado y ordenanescalas diferentes. Transitan del plano general alpersonal, vinculando la definición de la realidadsocial con la vida cotidiana. Por ello, una determi-nada gestión de la inseguridad intentará sercoherente con el cuadro trazado de la situación: siel mundo se volvió muy peligroso, más vale limi-tar las salidas; si no es tan así, con algunasprecauciones alcanza. ¿Por qué llamarlos relatos?Si por un lado ofrecen un diagnóstico del proble-ma y de lo que debería hacer el Estado, seaproximan a la concepción de Michel de Certeau(2000, p. 128) en cuanto proponen prácticas delespacio que “organizan los andares” y “hacen elviaje, antes o al mismo tiempo que los pies loejecutan”. Son entonces una suerte de guía paramanejarse en la ciudad: cartografías para decidirtrayectorias y recorridos entre los lugares, másorientados al espacio que al tiempo.

Decidimos agruparlas por la intensidad de lapreocupación y diferenciamos entre ocho discur-sos divididos en tres grupos, según ésta sea in-tensa, intermedia o baja. En las narrativas mássecuritarias, la inseguridad es un eje central de lavida cotidiana y la visión del mundo. La másautoritaria plantea una complicidad delito-subversión en el poder: se trata de una lectura enclave política, la única que reivindica abiertamentela última Dictadura Militar. El delito actual encarnaun capítulo más de la lucha constante entre el Bieny el Mal. El mal es el gobierno de N. Kirchner(2003-2007) y Cristina F. de Kirchner, a quienesse caracterizan conformado por ex-Montoneros(grupo armado de origen peronista de los años1970), o sea delincuentes, de allí una complicidadíntima con el delito actual, por lo cual no sólo no

se los persigue y castiga sino que se los favorececon “leyes blandas y jueces garantistas”. “Mi vidagira en torno a la inseguridad” aseguraba una re-presentante del segundo relato que sostiene laalterofobia y el encierro como imperativo de lavida cotidiana, puesto que todo aquello que estámás allá del mundo cercano, unido por lazos desangre o muy íntimos, es peligroso o amenazante,sin que las causas aparezcan muy claras. Es unrelato policlasista pero que en cada grupo socialse focaliza en alteridades distintas y a menudo,juicios xenófobos contra migrantes de paísesvecinos. Este grupo extrema las medidas deseguridad comprando todo tipo de dispositivos yrestrigiendo los movimientos al máximo.

Los discursos de intensidad media coincidenen que la situación se ha degradado, propugnandoprecauciones, pero sin que el tema sea el centrode los desvelos cotidianos. En ellas se concentranla mayor cantidad de personas entrevistadas y,creemos, la mayoría de la población. El relato dela degradación moral, presente en la clase mediabaja de Buenos Aires, expresa una ideología dederecha pero sin establecer la relación “gobierno-subversión-delito” antes señalada. El eje es unapaulatina declinación político-moral quecomenzaría con la reinstauración de la democra-cia en los años 1980 y que se amplifica con lacrisis social de los 1990 llevando a ladescomposición familiar, el desorden escolar, elincremento del consumo de droga y, por esa vía,del delito. La narrativa de la crisis social compartecon la anterior el hincapié en el quebranto socialde los 1990 pero no la atribución causal a la de-mocracia como tampoco pregona una crisis mo-ral. Brinda explicaciones más estructuralistas, so-bre las consecuencias de la pobreza y el desempleoen los jóvenes. Es un relato muy extendido,policlasista, presente en personas de izquierdahasta centro-derecha y coincidente con el discur-so sociológico y mediático más difundido sobreel tema.

El relato que pone eje en la inseguridad jurídi-ca (noción recurrente en ciertos medios opositoresen los últimos años sobre un supuestoavasallamiento del gobierno a las instituciones) tieneun aire de familia con una literatura ensayísticaque describe una sociedad y un Estado caracteri-zado por una “anomia boba”, según C. Nino(1992), la trasgresión constante de las normas deconvivencia social. El comienzo de la inseguridad

11 Se trata de una tipología de “agregación en torno aunidades-núcleo” (DEMAZIÈRE & DUBAR, 1997). Esel resultado de un proceso inductivo de agrupar los discur-sos individuales según criterios de similitud entre ellos envirtud de las respuestas a los interrogantes señalados.

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sería el “corralito”, la caución de los depósitosbancarios por parte del Estado luego de la crisisdel 2001, hecho que marcaría un nuevo hito deldesprecio de la ley por parte del Estado,transmitiendo así una “sensación de impunidadhacia abajo”. Cierra este grupo una narrativa dejóvenes de sectores populares de Buenos Aires, laestigmatización. Se origina por sentirse entre dosfuegos: por un lado, que pueden ser victimizadosen sus barrios tanto como ser considerados ellosmismos delincuentes, por su condición social,edad, formas de vestir y rasgos fenotípicos y porello, maltratados a menudo cuando salen de susperiferias por la seguridad privada de lugaresnocturnos y por la policía, a quienes temen porsobre todo.

En tercer término, los relatos menossecuritarios comprenden uno muy frecuente en laclase media “progresista”: el cuestionamiento dela inseguridad. Se caracteriza por un interrogantesobre la real magnitud del problema, evaluando lasituación respecto de otros países, sospechandode la complicidad de la policía con el crimen, ca-racterizando a los medios como “sensacionalis-tas” y muy sensibles al riesgo de asociación entrediscurso securitario y autoritarismo. En fin, la úl-tima narrativa es la negación del temor. “Noconozco el miedo” nos aseguraba una pasadorade juego clandestino, de 60 años, viuda, que vivíasola en un suburbio donde el temor era corrientey en el año que la entrevistamos habían asesinadoa tres personas. La negación era el resultado deun fuerte trabajo sobre sí mismos, de “no quererenterarse de nada” para preservarse de lasconsecuencias subjetivas de la inseguridad.

¿Qué enseñan los relatos presentados? Frentea correspondencias estadísticas entre grado detemor y categoría social, ellos plantean diversidad:un mismo tipo de relato se encuentra en gruposdistintos y en cada uno de ellos se registran variosdiferentes. La realidad cotidiana tampoco esdeterminante: en casas contiguas, con unasituación local similar, los relatos pueden ser detonalidades heterogéneas. Diversidad no escontingencia y dos variables parecen influir en laadscripción a un relato determinado. En primerlugar, ideas políticas previas que operan en unaatribución causal del problema donde gravitaríande forma diferente factores sociales, morales,políticos o individuales y en segundo, la posiciónfrente a las medidas punitivas. No habría tampocouna relación unívoca entre ambos; relatos con

atribuciones causales coincidentes daban lugar aposiciones divergentes, tal como sucedía entre lacrisis social y la degradación moral: en amboscasos se atribuye el problema en gran parte a cau-sas sociales, pero en uno hay una oposición apolíticas punitivas y en el otro, una aceptaciónplena.

En segundo lugar, influye también laexperiencia de clase, cuyas implicanciaspresentaremos en el próximo apartado. Ahora bien,como se dijo en páginas anteriores, el sentimientode inseguridad es en gran medida procesado porla ideología política previa, pero la extensión de lainseguridad puede socavar lo preexistente. En losrelatos se observan lo que llamamos“deslizamientos punitivos”, signos observadosdurante el trabajo de campo de un abandono deposiciones más benignas y un paulatino apoyo amedidas más duras. Un primer punto es si loseventuales deslizamientos conllevan cambios derelato o se producen sin abandonarlo. Nos pareceque los corrimientos tienden a producirse dentrode algunos relatos; ellos tendrían la estabilidad delas estructuras sociocognitivas, son grillas delectura persistentes, conformadas con ideas,creencias y juicios morales de larga data. Ciertosrelatos conllevan posiciones definidas frente a lopunitivo, otros aceptarían variaciones. Lacomplicidad delito-subversión y la degradaciónmoral son militantemente punitivas, y el relato delestigma, el cuestionamiento y, en general, la crisissocial se ubican en el campo opuesto. En laalterofobia es predecible un deslizamiento: si paraprotegerse hay que apelar a cualquier medio, ¿porqué tener acaso algún miramiento? De igual modo,la negación del temor acepta todo lo quegarantizaría el olvido del problema; medidas ex-tremas que prometieran reforzar la protecciónsubjetiva, serían aprobadas sin necesidad demucha argumentación.

¿En qué relatos parece más posible elcorrimiento? La crisis social es el caso más rele-vante. En principio tiene fuertes anticuerpos con-tra lo punitivo puesto que la mirada sobre laestructura actúa como atenuante, pero se detectaneventuales movimientos: por la visión de que nohay salida a la situación o por una discontinuidadentre el diagnóstico y la necesidad de respuestasinmediatas, diferenciando por ejemplo entre me-didas de coyuntura y otras de índole social pero alargo plazo. Quizás sea también el que mayorcorrosión esté sufriendo con el paso del tiempo.

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En efecto, su extensión reposa en parte en unasensación de responsabilidad compartida o al me-nos de contemporaneidad, en particular por lacrisis de los años noventa o la del 2001, unacomunidad de experiencia que el paso del tiempoha ido difuminando. Un proceso comparable sepuede dar con la inseguridad jurídica: no hay unapostura punitiva, pero la solución es una mejoraplicación de las leyes, propuesta que aceptainterpretaciones diversas, en particular la definiciónde lo se considera a menuda una “aplicación se-vera”. No obstante, ni una ni otra parece aceptarmedidas extremas y por ello, más que enfrentar elriesgo de una polarización creciente entrepartidarios de acciones punitivas y de no puniti-vas, lo que avizoramos es el fortalecimiento de uncampo intermedio entre ambos, pero que en con-junto incline la sensibilidad pública y el baremo depolíticas hacia medidas más punitivas.

V. LAS PARADOJAS DE LA INSEGURIDAD

Gran cantidad de investigaciones en las últimastres décadas han intentado resolver una serie deparadojas: ¿por qué la inquietud es, en apariencia,mayor en ciertos grupos menos victimizados, comomujeres y adultos mayores, mientras que es másbajo en los jóvenes y varones, si ellos son más ata-cados?, ¿cómo es posible que ser víctima de undelito no implique necesariamente más miedo? Losestudios han puesto en relación el temor de cadagrupo con sus tasas de victimización y al develar ladebilidad de la correlación, elaboraron hipótesis yteorías de alcance medio a fin de explicar hallazgosa menudo contra intuitivos. Revisar tales paradojasen un contexto de extensión de la inseguridad, comoes el caso argentino, incluyendo también clase so-cial y recurriendo a la triangulación entre métodoscualitativos y cuantitativos, será el objeto de esteapartado.

No hay en las mediciones internacionales nien el caso argentino tendencias bien definidasrespecto de la clase social12, pero a nivel cualitativoencontramos diferencias. Al comparar lo quesucedía en periferias populares consideradas porsus habitantes como peligrosas en relación con

zonas céntricas de sectores medios-altos, el ejediferenciador es lo que llamamos “distanciamientoy proximidad”. La proximidad en los barrios peri-féricos es la percepción de mayor cercanía físicay social con la amenaza: puede ser el hijo del vecinoa quien se conoce desde que era pequeño, los queviven “en la cuadra de los ladrones” o un habitan-te de un lugar cercano. En contraposición, en laszonas favorecidas el distanciamiento con el delitoes social y físico. No es raro escuchar que en lazona ocurren hechos, pero protagonizados porsujetos que no forman parte de la mismacomunidad, sino que vienen de otra parte, llegany se van: el peligro no está instalado, no es cons-tante, y los dispositivos adecuados ayudarían aevitarlo.

A la proximidad espacial se le yuxtapone unahistoria social compartida. La inseguridad seríauna de las secuelas de la alteración de la sociedadlocal producto del desempleo o la pobreza. La clasemedia tiene su narrativa de la crisis, y aunque noduda en atribuirle el incremento del delito, no vis-lumbra tal transformación en su categoría social.A su vez, el distanciamiento social y espacial faci-lita el emocional: entrevistados de sectores mediosnos han confiado: “Yo, la verdad, tomo algunaprecaución, pero casi no pienso en el tema”. Laproximidad influye también en la configuraciónde la lectura política que se edifica, en general,“de abajo hacia arriba”. Abundan los debateslocales a partir de casos concretos y se discutesobre la propia comunidad: por qué alguien “sefue torciendo”, cuál fue el peso de los factoresfamiliares, de la droga y de la falta de trabajo, si lasolución pasa por la presencia policial, la escuelao la religión. El distanciamiento favorece una mi-rada “de arriba hacia abajo”, una explicación porprocesos sociales o políticos casi sin referenciasindividuales. Pero ni la cercanía conlleva de por símás miramientos ni el distanciamiento posicionespunitivas. La proximidad puede llevar a la conde-na moral: un argumento recurrente en el relato dela degradación moral era que a pesar de las malascondiciones sociales comunes para todos “mis hijosno roban”, o, por el contrario, se encuentranatenuantes, ya que “en el fondo no son maloschicos”, como se afirma en el relato de la crisissocial. Junto al distanciamiento es más habitual laduda sobre “quién está realmente detrás del deli-to”, la apelación a causas estructurales perotambién la posición reaccionaria extrema deconsiderarlo “una forma actual de subversión”.

12 Los estudios internacionales muestran un poco de mayortemor en los sectores bajos en particular por una mayorvulnerabilidad social, por vivir en zonas menos protegidasy por la dificultad de reponer lo sustraído (SACCO &GLACKMAN, 1987).

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La segunda paradoja se refiere al género. Losdatos sobre un mayor temor femenino han sidouna constante en todos los estudios y países. Encuanto a las cifras, la Argentina no es la excepción.Al examinar los determinantes del temor, luego dela presión ecológica, o sea, vivir en un barrio conmás delitos, el género era la variable con mayorpeso explicativo (BERGMAN & KESSLER, 2009).Estos hallazgos, comparables a los de otros paí-ses, siguen motivando fuertes debates. La críticafeminista ha sostenido que la irracionalidad nodebería ser buscada en las mujeres, sino en la bajatasa de temor de los jóvenes varones cuando suvictimización es la más elevada. K. Ferraro (1996)ha interpretado el mayor temor femenino median-te las “variables en sombras”. Al preguntar pordistintos tipos de delitos, ha encontrado que lasmujeres eran más temerosas sólo en aquellos ca-sos donde estaba implícito el riesgo de sufrir unataque sexual, mientras que en otros el temor erasimilar en ambos sexos. Hipótesis que se corro-bora en el caso de la ciudad de Buenos Aires, don-de por ejemplo, el robo en autos sin estar dentro,alcanza igual valor en ambos sexos. Otros trabajosdemuestran que las formas de victimizaciónfemenina tanto en el espacio público como en elprivado están subdeclaradas (SACCO, 1990). Sinembargo, registramos en Buenos Aires menosacciones defensivas, como compra de alarmas,cámaras de vigilancia o rejas entre las mujeres13.Si, tal como se ha propuesto desde la psicología,al miedo se debería inferirlo más por acciones quepor declaraciones (SLUCKIN, 1979), estadisparidad debe ser tomada en cuenta para revisarlos presupuestos sobre los sexos.

La hipótesis derivada del trabajo cualitativo esla siguiente: si se instala la inseguridad como pro-blema público, se autorizaría a los hombres aexpresar su preocupación así como a sentir y aexpresar el temor. Cierto es que los procesos desocialización construyen estructuras desentimientos diferenciados por género, pero ellasno son inmutables. Al fin de cuentas, si la situaciónse ha vuelto insegura, lo “lógico” es sentir temor,emoción que se declara en algún momento de unaentrevista de larga duración, aun cuando al res-ponder la encuesta por cuestionario se haya nega-

do a considerarse temeroso. Ahora bien, la dife-rencia central radica en la forma de hablar del tema.Con el riesgo de ser esquemático, es más habitualque las mujeres se refieran al miedo como unaatributo interno, un rasgo de carácter, parte deuna identidad afectiva (“soy miedosa” o “no soymiedosa”). Los hombres raramente lo hacen ytienden a decir que “sienten inseguridad” en de-terminadas ocasiones y lugares. Ubican un refe-rente exterior peligroso, acotado espacial y tem-poralmente, para luego afirmar que sienten temorcuando están frente al peligro. El temor, entoncessería una consecuencia de un juicio axiológico ycognitivo: si un lugar, un horario o una personason a todas luces amenazantes, lo lógico es temerle.

Entre las mujeres, ese supuesto rasgo decarácter se enmarca en una narrativa de identidadafectiva durable: al hablar de la situación actualpueden vincular el temor sentido con otros delpasado. Allí se hacen evidentes marcas de unasocialización de género puesto que estos sevinculan en algún momento con los consejos fa-miliares de defensa frente a eventuales abusos oagresiones sexuales. Cabe agregar que si loshombres expresan menos miedo, sus relatosdenotan una mayor variedad de sentimientos.Afirman sentir impotencia si no pueden impedirun robo o rabia por lo sustraído. Nuestra hipótesises que tales sentimientos están relacionados conlo que se espera de un rol masculino, sobre todoun papel defensivo, y afloran entonces ante laimposibilidad de cumplirlos cabalmente.

La victimización es la tercer paradoja planteada,ya que los estudios internacionales no encuentrauna correlación con el temor14. No es el caso dela ciudad de Buenos Aires, donde es un predictorde mayor expectativa de victimización futura (un50% más que en relación con los no victimizados).Otras aristas se desprenden el análisis cualitativo.Haber sido víctima de un delito, en particular vio-lento, opera en la redefinición de la situación, sueleser la prueba fehaciente de la aleatoriedad del riesgoy de que “ahora todo ha cambiado”. En segundo

13 Según la encuesta de 2007 en la ciudad de Buenos Aires,en los hogares habitados sólo por mujeres había un promediode 51% unidades domésticas con al menos un dispositivo,mientras que en el promedio general alcanzaba al 61%.

14 R. Agnew (1985) ha detectado técnicas deneutralización, es decir, formas de argumentación paradisminuir la disonancia cognitiva que produciría ser víctimade un crimen. Se tendería así a minimizar el daño sufrido(“no me pasó nada”), a transformarlo en una experiencia deaprendizaje futuro (“ahora sé como manejarme si me vuelvea pasar”) o hasta la autoadjudicación de responsabilidad(“debería haber sido más cuidadoso”).

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lugar, cuando los casos se reiteran, se produceuna suerte de aprendizaje de cómo atravesar elmomento, atenuar el temor y disminuir el riesgo.Así, entre jóvenes que han experimentado robosdurante sus procesos de socialización; talesexperiencias, en lugar de alimentar una tendenciaal encierro, generaba más confianza en el usoautónomo del espacio público. En fin, en cuanto alas actitudes punitivas, si bien los relatos previosson los que dan sentido a la experiencia, en algunassituaciones se detectaban luego de uno o más robosalgunos desplazamientos punitivos, como afirmabauna mujer de 35 años, enmarcada en un relato de“inseguridad jurídica” quien nos confesaba que ala tercera vez que le robaron la cartera le “agarróunas ganas de hacer justicia yo misma” a pesar deapresurarse a decir en seguida “pero yo sé queeso está mal y no se debe”.

La última paradoja concierne la edad: losjóvenes aparecen como los más victimizados ylos menos temerosos. En la encuesta del 2007 enla ciudad de Buenos Aires, los jóvenes de 15 a 19años de la zona sur, donde las tasas de delito sonmás elevadas, expresaban valores cercanos delpromedio de sus barrios. Todo sucede como siesa actitud de valoración del riesgo que tradicio-nalmente se utilizó para explicar el menor temorjuvenil ya no estuviera tan presente en distintosestratos sociales. En parte se debe a la altatematización en las familias, las escuelas y losmedios de los riesgos y de la inseguridad y esprobable que así como la inseguridad definidacomo problema social ha legitimado la expresiónde temor en los adultos varones, también la hayavuelto más legítima entre los jóvenes. En suma, laextensión de la preocupación y el recurso alabordaje cualitativo nos permitió revisar paradojasde la inseguridad cinceladas en los países centralesdonde la inquietud era más restringida. Distanciassociales y geográficas diferentes según las clases;una legitimidad de expresar el temor en adultosvarones y en jóvenes a partir de la redefinición dela situación y un mayor peso de la victimizaciónen la expectativa de sufrir otro delito y endeslizamientos punitivos, conforman las particu-laridades del caso argentino y, quizás de otrospaíses de la región.

VI. LA GESTIÓN DE LA INSEGURIDAD

La “gestión de la inseguridad” son las accionesdefensivas y elusivas, la incorporación de dispo-sitivos y la adscripción a servicios cuyo objetivo

común es lograr una sensación de control sobrelas amenazas percibidas, intentando un equilibrioentre las precauciones y el mantenimiento de lasrutinas habituales. La forma concreta de tal gestiónserá el resultado de dos factores: una evaluacióndel peligro del entorno – que determinará cuálesson las partes del mundo circundante que debenser aseguradas – y la posibilidad diferencial deacceso a los dispositivos. En cuanto a lo primero,los casos podrían ubicarse en un continuo: en unextremo hay una evaluación de peligrosidad total,como en la alterofobia, que restringe los espaciostransitados y exige la máxima vigilancia posible;en el otro prima un juicio de seguridad o neutralidadde riesgos “por defecto”, y son entonces puntualeslos sitios u horarios a evitar o sobre los que debeconcentrarse el control15. El segundo factor de-pende del grado de posibilidad de acceder a dis-positivos técnicos, de frecuentar espacios con-trolados y de delegar en terceros la gestión de losámbitos que se desea asegurar.

En gran medida para satisfacer y retroalimentarestas demandas, el mercado de seguridad privaday electrónica ha conocido un gran desarrollo enlos últimos años16, pero no debe inferirse quesiempre es resultado del temor individual. Algunosforman parte de la oferta de un determinadoservicio: hay cámaras de vigilancia y guardias las24 horas en casi toda la oferta de nuevos aparta-mentos para sectores medios-altos o la seguridadprivada ya está instalada en la calle donde alguiense muda. También su validez para disminuir lavictimización no es uniforme: hemos demostradoen el caso de Buenos Aires que en los barrios conmenor seguridad pública, no tienen un efecto sig-nificativo, por el contrario, en las zonas donde seasocian con una mayor presencia policial, el efecto

15 Esta idea se ha inspirado en el análisis de Ruth Simpson(1996), quien afirma que el mundo y la caracterización delo riesgoso se percibe a partir de tres marcos: uno máscauto, que supone que todo es peligroso hasta que sedemuestre lo contrario; uno confiado, que en oposiciónconsidera que el contexto es seguro y sólo algunos elemen-tos son peligrosos, y un marco neutro, que no tiene juicioprevio.16 En el caso de la seguridad privada F. L. Valcarce (2008)estima la existencia de 1 200 empresas de seguridad priva-da que emplean alrededor de 120 000 personas, cuyagravitación se advierte al considerar que el total de fuerzaspoliciales en el país comprende alrededor de 230 000efectivos.

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de resguardo se produce (BERGMAN &KESSLER, 2009). Sean cuales fueren los moti-vos de la adquisición y su eficacia, las acciones ydispositivos operarán sobre el sentimiento deinseguridad: a veces aplacarán el desasosiego, otraslo intensificarán y en ocasiones funcionan comoun recordatorio constante de una aparente amenazacircundante.

Un primer interrogante entonces es si los dis-positivos y acciones disminuyen o no el propio te-mor. Coincidimos con Bruno Latour (2007) en quelos objetos desempeñan una función central paraestabilizar relaciones sociales por definiciónfluctuantes. Una alarma, guardias privados en ca-sas, restaurantes o colegios privados, lucesfotoeléctricas, un taxi que espera hasta que elpasajero entre a su casa posibilitan delegar en untercero, en objetos o en personas, parte de la gestiónde la inseguridad. Estos elementos están muchomás presentes en sectores medios y altos que enlos populares. Los dispositivos contribuyen a lo-grar una mayor sensación de seguridad cuandopueden ser incorporados en la vida cotidiana, enlas acciones más habituales y naturalizadas: salir acenar y dejar la alarma conectada ayuda a no tenerpresente todo el tiempo que la casa “está sola”. Porel contrario, cuando los implementos tienen unaextrema presencia, incrementan el temor o, por lomenos, recuerdan en forma constante la existenciade peligros, como observábamos en los barriosprivados, donde los dispositivos de vigilancia,guardias, cercos y otro tipo de controles, hacíanlas veces de un recordatorio de las amenazascircundantes. Algo similar sucede cuando lasacciones defensivas adoptadas dependen sobre todode gestos y acciones llevadas a cabo con el propiocuerpo: “cuando llego a casa con el auto, llamóantes de llegar, doy una vuelta a la manzana antesde bajar y toco la bocina dos veces para avisar queestá todo tranquilo” era el ritual cotidiano de uncomerciante de una periferia de Buenos Aires.

Pero más allá del efecto en sus propietarios,los dispositivos pueden actuar como signos enaquel que los observa. En la vida cotidiana, afirmaD. Norman (1993) hay “objetos cognitivos” quefuncionan de recordatorio, asociados conpensamientos o representaciones del mundo. Laprofusión de dispositivos de seguridad en una zonasuele hacer pensar a quien los mira que seencuentra en un lugar inseguro. “Algo estarápasando con la inseguridad, porque antes no veíatantas rejas por el barrio y ahora si” reflexionaba

una ama de casa de Posadas, Misiones. Lainseguridad se leía a partir de cambios observa-dos en el ambiente. El sentimiento de inseguridadtiene un aspecto comparativo respecto del pasado,aunque la forma de la periodización no es única.En cuanto diagnóstico de un estado de la sociedad,se construye en oposición dicotómica con untiempo pretérito visualizado tranquilo. Pero al in-dagar sobre los cambios personales por la nuevasituación, los hitos de referencia eran lastransformaciones paulatinas en el uso de la ciudad,aquellos lugares que se dejaron de frecuentar, queformas de recorridos urbanos se realizaban antesy ahora: “en la época de Menem dejé de ir de noche,ahora ya no paso ni de día” nos contaba en Cór-doba un obrero respecto de un barrio considera-do ahora por él como muy peligroso, revelando larelación existente entre sentimiento de inseguridady cambios en la experiencia urbana.

En fin, la gestión de la inseguridad afectatambién las actividades comerciales pero de for-ma diferencial según la clase. Comerciantes yconductores de autos de alquiler de barrios popu-lares narraban distintas estrategias para poderevaluar el riesgo de cada presunto cliente. “Yosiempre le doy charla al pasajero” contaba unremisero de la periferia de Buenos Aires “si no meresponde, es posible que en realidad me quierarobar y por las dudas le digo que el auto dejó defuncionar y vuelvo a la agencia”. De la simpleconfianza generalizada suficiente para unatransacción, como señalaba G. Simmel (2002), lainseguridad complejiza la situación, requiriéndoseinformación adicional para llevar a cabo elintercambio. En comerciantes de sectores medios-altos suele haber un conocimiento detallado todotipo de dispositivos electrónicos. No obstante,ninguna alarma, por más sofisticada que fuera,parecía ser suficiente: en sus relatos todo sucedíacomo si el delito estuviera siempre en la delanteraen cuanto burlar los recaudos tecnológicos másnovedosos. A nuestro entender, más que una aporíatécnica, la desazón de estos “clientes insatisfechos”era la cabal demostración de que la seguridad esun bien colectivo y que ningún servicio privado,ningún dispositivo, más allá de sus promesas,puede reemplazar su provisión pública.

VII. REFLEXIONES FINALES

A la vez de repasar diferentes consecuenciasde la extensión del sentimiento de inseguridad enel caso argentino, este artículo intenta contribuir

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a la comparación con estudios similares en otrospaíses latinoamericanos. No sucede, claro está, lomismo en los distintos centros urbanos; en algunasnaciones la extensión de la inseguridad ya tiene unalarga data: mercados, relatos y acciones que en elcaso analizado resultan en pleno proceso, estaránmás afianzados o habrán cobrado nuevas caracte-rísticas mientras que otros lugares, recién puedenestar comenzando. Concluimos este trabajo,entonces, señalando aquello que puede acercar ydiferenciar el caso argentino de otros comparables.

Habrá en cada país una definición nativa deinseguridad. En los centros urbanos argentinos seconstruía en torno a la aleatoriedad de la amenazaligado a un delito percibido como desorganizado.Tal aleatoriedad retroalimentaba la extensión deltemor pero al mismo tiempo contribuía a no fijarla detracción general contra un grupo determina-do. ¿Se trata de un rasgo compartido o allí dondeel crimen organizado, en particular el narcotráfico;está presente en las percepciones públicas, otraserá la definición de inseguridad y susconsecuencias? Es dable suponer que cuando másse focalice en alteridades definidas, consideradasamenazantes, más discursos punitivos y mayortolerancia frente a acciones represivas contra losmismos se observen.

En cuanto a los relatos, el trabajo por dotar desentido y orientar las acciones estará sin dudaspresente en otras latitudes, también la posibilidadde agruparlos en los tres grupos elegidos, segúnla intensidad de la preocupación. El eje central delrelato argentino más difundido es la cuestión so-cial, dado que el delito ha aumentado enconcomitancia con el incremento de la pobreza,la desigualdad y el desempleo en los años 1990.La cuestión social atenúa en gran medida lasactitudes punitivas, en cuanto hace reposar sobrela estructura parte de las causas del problema.Pocas dudas caben que la cuestión social estarápresente en los relatos de diferentes países, lo quepodría variar es el peso o su asociación con otrosfactores, como el crimen organizado, por lo cualtambién la su efecto atenuante cambiaría. Otrosrelatos presentados tendrán más fácilmente sucorrelato, las lecturas de cuño moral o las que

propugnan un encierro defensivo, mientras queaquellos vinculados con la historia y las narrativasnacionales así como con los grupos sobre los queconverge el temor y/o los prejuicios de cadasociedad, revelaran más diferencias.

Son esperables concordancias en las paradojasde la inseguridad pues están vinculadas a procesossocioculturales y espaciales comunes a variospaíses de la región. Distanciamiento y proximidadse asocian con formas de disposición espacial delos grupos sociales habitual en las grandes urbes;la mayor legitimidad del temor en adultos varonesy en jóvenes son indisociable de una presumiblemorigeración de los estereotipo de género y unadefinición de la inseguridad como problema pú-blico. En cuanto a la gestión de la inseguridad,habrá diferencias importantes, pero en casi todala región hay un desarrollo tal de la seguridadelectrónica y sobre todo de la seguridad privada,que el mismo monopolio de la fuerza legítima porparte del Estado está desafiado.

Finalmente, resta la cuestión política. Para elcaso argentino postulamos la existencia de tresgrupos, en lugar de una dicotomía entre demo-cráticos y punitivos y sostuvimos que la suertefutura del tema se juega en lo que suceda con elgrupo intermedio, pasible de deslizamientos puni-tivos. Si toda construcción política es contingen-te, lo cierto es que la historia reciente en nuestraregión y en los países centrales no nos autoriza aser muy optimistas sobre los cambios políticosque la extensión de la inquietud acarrea. Pero loque suceda dependerá no tanto de la evolución delas tasas de delito como de las respuestas que elpoder político, la academia y los medios decomunicación puedan dar; de las forma en que lavida urbana se reconfigure y de las imágenes yjuicios sobre distintos grupos que en el espaciopúblico se acepten. Y si bien a lo largo del trabajonos distanciamos de quienes postulaban unarelación necesaria entre temor y autoritarismo, nopor ello dejamos de creer que parte de la calidadfutura de nuestras democracias se juega en lasrespuestas que las sociedades latinoamericanassean capaces de dar a los interrogantes que laextensión de la inseguridad hoy les plantea.

Gabriel Kessler ([email protected]) é Doutor em Sociologia pela École des Hautes Étudesen Sciences Sociales (EHESS, França) e pesquisador do Consejo Nacional de Investigaciones Científi-cas y Técnicas (Conicet) e da Universidad Nacional de La Plata (UNLP, Argentina).

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REVISTA DE SOCIOLOGIA E POLÍTICA V. 19, Nº 40: 291-296 OUT. 2011

CONCERNS WITH SAFETY IN LATIN AMERICA: NARRATIVES, ACTIONS AND POLI-CIES FROM THE ARGENTINEAN CASE

Gabriel Kessler

Concern with crime has spread throughout Latin America. In addition to presenting the results ofresearch carried out in Argentina using quantitative and qualitative methods, this article seeks to contributeto comparative work on similar processes in other countries of the region. Our central idea is thatincreasing feelings of lack of safety produce consequences at the level of the social imaginary – whichwe will refer to here as narratives of unsafeness – and, at the levels of social practice, management ofsuch fears and concerns. This leads to a change in the exclusive association of fear and authoritarianism,forged at a time when lack of safety was a minority concern. The central paradoxes of this field ofstudy in the Anglo-Saxon world, that is, the enigma of why those groups who are less subjected tocrime are apparently the most fearful, are examined, in the light of the Argentinean case.

KEYWORDS: crime; fear; Argentina.

* * *

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REVISTA DE SOCIOLOGIA E POLÍTICA V. 19, Nº 40: 299-305 OUT. 2011

L’EXTENSION DU SENTIMENT D’INSÉCURITÉ DANS L’AMÉRIQUE LATINE: DESRAPPORTS, DES ACTIONS ET DES POLITIQUES DANS LE CAS ARGENTIN

Gabriel Kessler

La préoccupation du délit s’est répandue partout en Amérique Latine. L’article présente les résultatsd’une investigation réalisée en Argentine avec des méthodes quantitatives et qualificatives ; de plus,

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REVISTA DE SOCIOLOGIA E POLÍTICA V. 19, Nº 40: 299-305 OUT. 2011

l’article essaie de contribuer à la comparaison avec des processus similaires dans d’autres pays dela région. L’idée centrale, c’est que la généralisation du sentiment d’insécurité produit desconséquences dans le plan imaginaire, ce qui s’appellera « des rapports de l’insécurité et des prati-ques sociales, la gestion de l’insécurité ». Nous avons aussi le changement de l’association exclusiveentre la crainte et l’autoritarisme, déguisées au moment où l’insécurité était une préoccupation d’uneminorité. Il y a un grand nombre de paradoxes centraux dans ce domaine d’étude dans le mondeanglo-saxon, c’est à dire, l’énigme de la raison pour laquelle les groupes les moins victimisés sontapparemment ceux qui craignent le plus, ce que nous analysons pour le cas argentin.

MOTS-CLÉS: le délit ; la crainte ; l’Argentine.