Julio Llamazares

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Julio LlamazaresJulio Llamazares es un escritor contemporneo espaol, autor de La lluvia amarilla, Luna de lobos, Cuaderno del Duero, etc. Su lenguaje es aparentemente sencillo pero a la vez expresivo y convincente. Son libros que te hacen razonar y volver a leerlos. El peridico El Pas, refirindose a J.Llamazares, J.Mars, A.Muoz Molina y A. Prez-Reverte, los llama maestros del relato cuya obra novelstica, considerable en todos los casos, ha contribuido en los ltimos aos a la revitalizacin de la literatura en nuestra lengua.

Mi to Mario1 Siempre lo recuerdo serio, distante, callado, como si estuviera permanentemente absorto o enfadado con el mundo. Viva cerca de Naples, en Castellammare, y trabajaba tambin muy cerca, en la central de Correos de Pomigliano dArco, pero apenas vena por casa, salvo las tardes de algn domingo, en que llegaba cargado de pasteles para los nios, o por las fiestas de Pascua y de fin de ao. Por supuesto, siempre con ta Gigetta del brazo. Llevaban casados ya veinte aos, y tenan cuatro hijos, pese a lo cual nunca hablaban entre ellos. Quiz es que ya se lo haban dicho todo o que ya no tenan nada que contarse. En realidad, to Mario apenas hablaba. Se limitaba a escuchar y a asentir con un gesto o a responder con una palabra cuando le preguntaban algo, pero la mayor parte del tiempo permaneca callado. Pareca que nada de lo que hablaban los otros, sobre todo su mujer, le importaba realmente demasiado. Conmigo, to Mario hablaba poco, pero hablaba. Mientras los dems prolongaban la sobremesa, a veces durante horas, contando cosas de la familia o los ltimos sucesos en Naples, l me llevaba a la calle y paseaba conmigo hasta que aqulla se terminaba. Alguna vez, tambin, me daba con su coche una vuelta por el barrio. Saba que era lo que ms me gustaba. De hecho, fue en su coche, un antiguo Fiat marrn que l cuidaba como a un hijo y en el que llegaba siempre tocando el claxon desde la esquina. Por entonces, to Mario tendra cincuenta aos. Trabajaba en Correos desde haca treinta y siempre vesta de traje (trajes de corte, de lnea clsica, que se haca siempre en el sastre). De joven, segn mi madre, haba sido muy guapo (y todava conservaba una figura alta y unos modales elegantes) y el pelo negro rizado que volva locas a las chicas de su poca, una elegancia serena, como de seor antiguo, que se perdi con la generacin de mi to, pero que, por aquella poca, era an muy

comn en Naples. La generacin de mi to haba sido la generacin de la guerra. Hijos de los aos veinte, contemporneos del cine y de las vanguardias. Napoles era por entonces una ciudad ensimismada en la grandeza de su historia, pero culturalmente alejada de Europa y aun del resto del pas, to Mario y sus compaeros crecieron con el fascismo, entre dificultades y canciones patriticas, y cuando empez la guerra, se alistaron en el ejrcito sin saber muy bien por qu. Seguramente, porque pensaban que lo que las canciones decan era verdad. A to Mario lo destinaron a Grecia, a la isla de Santorini, en el mar Egeo, a un destacamento de vigilancia. Su misin era vigilar la isla y colaborar con los alemanes en el fortalecimiento del dominio que stos haban impuesto en esa zona del Mediterrneo; colaboracin que inclua el mantenimiento del orden y la detencin de cualquier persona que se opona a los alemanes. Pero al que le detuvieron fue a l, al ao de estar all, por causas nunca explicadas pero que yo ahora imagino, y lo llevaron al continente, a un campo de prisioneros en la frontera con Yugoslavia. All estuvo cinco meses, barriendo los barracones y hacindoles la comida a los oficiales del campo, y de all le llevaron a Trieste, que todava segua ocupada. Por fin, le repatriaron a Italia cuando, tras el desembarco de las tropas aliadas en Sicilia, el Gobierno italiano cambi de bando. De vuelta a casa, cuando acab la guerra, to Mario, con slo venritrs aos y toda la vida por delante, trabaj un tiempo en el comercio de tejidos de su padre, en la va Roma, y luego en una oficina, como contable, hasta que entr en Correos, donde llegara a ser director de zona y donde permanecera ya hasta su jubilacin. All fue donde conoci a ta Gigetta, que por entonces era su secretaria. Ta Gigetta era todo lo contrario. Tena an el pelo rubio y los enormes ojos azules que debieron de enamorar a to Mario, pero los hijos o el tiempo la haban envejecido y, aunque era un ao ms joven, pareca mucho mayor que l. Ta Gigetta no era mala. Cuidaba a su marido y a sus hijos como si fueran lo nico que ella tena en el mundo (posiblemente era as: cuando se cas, abandon el trabajo, como la mayora de las mujeres de su tiempo) y con nosotros era muy cariosa: llamaba todos los das y estaba siempre dispuesta para ayudarnos. Lo nico malo de ella era el carcter. Aunque siempre iba del brazo de to Mario, como si fuera una prolongacin de l, y pareca que ste era el que mandaba, en realidad era ella la que decida todo lo que se haca en su casa y aun en la nuestra. Mi padre deca siempre que, si fuera su mujer, el ya la habra matado. Pero to Mario era ms bueno o ms paciente que mi padre. Aunque nunca hablaba con ella, al menos fuera de casa, y jams prestaba atencin a las cosas que deca, la trataba con amabilidad y la acompaaba siempre a todas partes: l sentado al volante de su coche y ella al lado o cedindole el brazo cuando iban por la calle. Rara vez iban con alguien. Sus hijos eran mayores y algunos estudiaban ya fuera de Naples y casi nunca salan con ellos como nosotros hacamos con nuestros padres. La mayora de los domingos que yo recuerdo, to

Mario y ta Gigetta llegaban solos y los dos solos volvan, al caer la tarde, a Castellammare. To Mario y Ta Gigetta envejecieron juntos, serenamente, sin separarse, manteniendo las viejas costumbres, aunque cada vez ms solos y distanciados. Entre ellos y de sus hijos. stos se fueron casando (uno detrs de otro, siguiendo el orden de edad), y se desperdigaron por toda Italia. Slo Alessandro, el menor, se qued a vivir en Naples. Pero tampoco lo vean mucho. Alessandro se cas con una chica de Foggia, hija de un fabricante de vinos, y aunque vivan en Naples (Alessandro trabajaba en el diario Il Mattino), se iban todos los viernes a casa de ella, con gran disgusto de ta Gigetta y supongo que tambin de to Mario, aunque ste nunca dijo nada. Cuando to Mario se jubil, fue la ltima vez que sus hijos se juntaron. Por entonces, yo ya no viva en Naples, pero mi madre me lo cont por telfono entre orgullosa y emocionada. A to Mario, tras casi cuarenta aos de dedicacin total a la empresa, que le vali llegar a ser director de zona y jubilarse con una buena pensin, Correos le hizo un homenaje y all estaban para celebrarlo todos sus compaeros y familiares. Le dieron una medalla y una cena en el Excelsior y acabaron bailando en la discoteca, como en los viejos tiempos, aunque, segn mi madre, to Mario permaneci toda la noche sentado. Seguramente es que estaba triste porque se jubilaba. Desde ese da, to Mario se dedic a pasear por Castellammare y a seguir yendo cada domingo a visitar a mis padres. An conservaba el aspecto digno y la elegancia de sus buenos tiempos, pero los aos le haban envejecido y llenado de tristeza la mirada. Para l, todo se haba acabado: sus amigos ya eran viejos y apenas si los vea, sus compaeros de trabajo ya no le necesitaban y sus hijos se haban ido, cada uno por su lado. Aparentemente, lo nico que le quedaba ya era esperar la muerte, solo o con ta Gigetta del brazo. Nadie poda imaginar, por tanto, que su vida iba a dar de pronto un giro tan importante. 2 Todo empez, paradjicamente, cuando le descubrieron el cncer. Por lo visto, haca tiempo ya que estaba mal, aunque normal en l no se lo dijo a nadie. Se senta cansado y sin apetito y sin ganas de salir a pasear, como le gustaba hacer desde su jubilacin, por la playa de Castellammare. Fue al mdico. Le recet unas vitaminas y unas pastillas (para la depresin), pero cada vez se senta peor. Ya ni siquiera sala de casa. Se pasaba los das sentado ante la ventana, con la vista perdida en el mar y el pensamiento en alguna parte. Un da, se qued en la cama. Era la primera vez que lo haca en casi cuarenta aos. Fue cuando ta Gigetta, alarmada, avis a su hijo y entre los dos lo llevaron a Naples. El diagnstico me claro: cncer de prstata, y la previsin de futuro

todava ms dramtica: a to Mario le quedaban cinco o seis meses de vida. Un ao, como mucho, si la enfermedad avanzaba despacio. Lo siento le dijo el mdico, mientras ta Gigetta rompa a llorar y to Mario se levantaba sin decir nada. Volvieron a Castellammare. Pasaron todo el da sin hablar, ta Gigetta llorando en la cocina y to Mario en el saln, mirando por la ventana (Alessandro se haba ido: tena una reunin y no poda aplazarla). Por la tarde, fueron a verle mis padres. Lo encontraron igual que siempre, aunque un poco ms delgado. Los mdicos se equivocan muchas veces le dijo, cuando se fueron, mi padre para animarlo. Las semanas siguientes, to Mario permaneci sin salir de casa. Haba comenzado el tratamiento y se encontraba cansado. Adems, se le empez a caer el pelo y eso le afect mucho, aunque lo disimulaba (l, que siempre haba cuidado tanto su aspecto, incluso luego de jubilado). Poco a poco, sin embargo, fue engordando. Poco. Apenas un par de kilos, pero que le sirvieron al menos para levantar el nimo. Un da, cuando ya haba empezado a salir de nuevo, to Mario le dijo a ta Gigetta, mientras miraban el mar sentados en un banco de la playa, que iba a ir a visitar a sus hermanos. A despedirse, aunque l no us esa palabra. Aunque se carteaba con ellos y los llamaba de vez en cuando, a alguno, como a to Enrico, no lo haba vuelto a ver desde que muri su padre. Ta Gigetta llam al mo. Entre los dos trataron de convencerle para que se quedara en casa (le prometieron, incluso, llamarles para que vinieran a verle a l a Castellammare), pero to Mario ya se haba decidido; incluso tena ya el billete reservado para el viaje. Uno, pues pensaba hacerlo solo; era el ltimo y quera disfrutarlo. A ta Gigetta, aquella declaracin acab de destrozarla. El da de la partida, to Mario pas por casa. Tom un caf con mis padres y, luego, stos le acompaaron a la estacin y esperaron con l hasta que el tren de Roma se puso en marcha (al parecer, ta Gigetta, herida por el desplante, se haba negado a acompaarle a Naples). To Mario, segn mi madre, iba muy elegante. Llevaba un traje marrn y unos zapatos a juego y se cubra con un sombrero del mismo color que el traje. Para mi padre, en cambio, to Mario pareca un personaje de Fellini con aquel traje de funcionario. Su primer destino era Roma, donde tomara otro tren para Pisa. All viva ta Clara, que era la mayor de todos y, con mi madre, las dos nicas hermanas de to Mario. Pero to Mario, segn me cont ms tarde, se qued dos das en Roma a visitar la ciudad y a recordar los tiempos en que vena, cada dos o tres semanas, por motivos de trabajo. Aparte de despedirse de sus hermanos, se haba propuesto tambin despedirse a la vez de Italia. En Pisa estuvo muy poco. Con ta Clara apenas tena contacto (ta Clara se haba casado cuando to Mario tena diez aos y desde entonces no haba vuelto a verla en casa) y slo se detuvo el tiempo justo para hacerle una visita y para

despedirse al da siguiente sin decirle nada. Le dio tanta pena de ella (ta Clara, que estaba viuda, viva sola desde haca aos) que no quiso que supiera que jams volvera a verle. Con to Vincenzo, en Arezzo, se detuvo ya ms tiempo: haca que no le vea por lo menos cinco aos. Lo mismo que a to Vittorio. Los encontr ms viejos, lgicamente, pero con bastantes nimos; y mejor acompaados que ta Clara. A ellos s les cont lo que le pasaba. Pero al que realmente to Mario tena ganas de ver era a to Carlo. Al contrario que ta Clara o que los otros, que eran bastante mayores, to Carlo y l haban crecido juntos (se sacaban slo un ao) y era, de sus siete hermanos, con el que mejor relacin tena, aparte, claro est, de con mi madre. Se llamaban cada poco y se vean de tarde en tarde. Viva la joya de Naples! le salud to Carlo, gritando, cuando to Mario baj del taxi que le llev de la estacin hasta su casa. To Carlo estaba esperndole. To Mario le haba avisado desde Florencia, aunque no le haba dicho la razn de su visita ni la hora de llegada. Chico, te veo muy bien. Te pareces a Marcello Mastroianni brome to Carlo, rindose, mientras le daba un abrazo. To Carlo estaba encantado. Haca ya dos aos que no vea a su hermano y tena muchas cosas que contarle. Los das que estuvo all, to Mario apenas tuvo tiempo de sentarse. Hoy vamos a cenar a va Zamboni. Y maana a comer al campo. Ya vers t cmo se come en Bolonia. O qu crees, que slo sabis vivir bien en Naples? To Mario no deca nada. Se dejaba llevar y traer por su hermano, contento de volver a estar con l y complacido de verle tan encantado. Por las noches, cuando ta Mina se iba a dormir, to Carlo y l se quedaban bebiendo y charlando hasta muy tarde. Despus de tanto tiempo sin verse, tenan muchas cosas que contarse. Algunas noches, tambin, jugaban a las cartas. Como en los viejos tiempos, siempre perda to Mario. To Carlo se rea de l. Le deca, bromeando: No aprendes nada, muchacho. Pero to Mario segua sin atreverse a desvelarle a su hermano el motivo de su viaje. No quera quitarle la ilusin que su visita le haba hecho y, sobre todo, no quera entristecer aquellos das que iban a ser los ltimos que los dos pasaran juntos. Al menos, eso pensaba. Slo la ltima noche, cuando se iba, se decidi por fin a contrselo. Ta Mina estaba en la cama. Voy a morirme, Carlo le dijo. Me queda poco tiempo, quiz meses. Tengo cncer. To Carlo guard silencio. Cogi las cartas y las dej en la mesa y se qued mirndole sin decir nada. Ahora saba por fin la razn de la visita de su hermano. Pero no te preocupes sonri to Mario, tratando de quitarle trascendencia a sus palabras. Cuando te mueras t, seguiremos jugando. To Carlo sigui callado. Luego, encendi un cigarro y se qued mirando

cmo el humo suba hacia la lmpara. Pareca que la confesin de su hermano le haba dejado mudo. De repente, volvi a mirarle. ste segua sentado. Yo tambin tengo algo que contarte le dijo. Creo que ahora ya puedo contrtelo. 3 En el compartimento del tren, camino de Miln, to Mario iba escuchando las palabras de su hermano. Ms que escucharlas, las repeta en voz baja: No te ha olvidado. Aunque parece imposible, despus de tantos aos, no te ha olvidado. Detrs de la ventanilla, el dulce y suave paisaje de la llanura de Padua se deslizaba como una sbana, pero to Mario no vea los prados y los rboles, entre los arrozales y los pueblos, ni las barreras del tren, que le pasaban casi rozando. Lo que to Mario vea era el rostro de to Carlo y, tras l, el de una mujer morena, casi una nia, diluido en la distancia de los aos. To Mario, a ella, tampoco la haba olvidado. Aunque haba pasado ya tanto tiempo desde aquel da de julio en que la vio por ltima vez (all: en aquella playa de Santorini en la que tantas veces se haban amado y de la que parta el barco que la llevaba hacia el continente), no haba podido olvidarla. Pero nunca se lo dijo a nadie. Ni siquiera a su hermano Carlo. Se limit a recordarla en secreto, cada vez ms lejanamente, como si fuera un pecado; un pecado que morira con l, como tantas otras cosas, sin que nadie lo supiera y sin que a nadie, por tanto, le hiciera dao. Al fin y al cabo pensaba, los recuerdos no pueden, si no se dicen, herir a nadie. Por eso, cuando su hermano le confes que, durante todo aquel tiempo, Marcia le haba seguido llamando, to Mario se qued helado. Ni siquiera fue capaz de preguntarle nada. Carlo era el nico hermano que conoca la historia de Marcia. Se la haba contado l cuando volvi de la guerra y todava pensaba que volvera a encontrarla. De hecho, ella le haba seguido escribiendo, ao tras ao, sin olvidarle, a cada uno de los campos de prisioneros por los que haba pasado (l, por su parte, haba hecho lo mismo, aunque con ms problemas: a veces, sus cartas se perdan o se las destruan los alemanes). Y, ahora que la guerra haba acabado, pensaba ir a buscarla para casarse con ella y traerla a Italia. Pero to Mario no tena el dinero para el viaje. Recin llegado del frente y con las dificultades econmicas en que la guerra haba puesto a sus padres (con los hijos prisioneros o en el frente y la pobreza asolando Naples), ni siquiera poda pensar en hacerlo, al menos a corto plazo. Fue cuando se puso a trabajar, primero en el comercio de sus padres (para ayudarles a levantarlo) y luego en la oficina de la naviera, con el fin de conseguir el dinero necesario para el viaje. Mientras tanto, Marcia y l seguan escribindose. Prcticamente cada semana. l le contaba lo que le faltaba para ir a verla y ella le contestaba, invariablemente, que le esperara

lo que hiciera falta. Pero un da, de repente, cuando to Mario trabajaba ya en Correos y estaba a punto de poder cumplir su sueo (por fin haba comenzado a ganar un sueldo fijo), ella dej de escribirle. As, de pronto, sin ninguna explicacin, como si se hubiera muerto. To Mario esper en vano varios meses. Cada maana, al llegar a la oficina, miraba todas las cartas sin encontrar la suya entre las que aguardaban sobre la mesa y el desconcierto y la angustia le iban minando. No saba qu pasaba. l le segua escribiendo, cada ocho das, igual que siempre (al final, lo haca ya cada da, incluso ms de una vez, como si fuera un nufrago pidiendo auxilio), pero ella no contestaba. Pareca como si hubiera desaparecido y las cartas que l le escriba se las tragara el Mediterrneo. Porque tampoco venan devueltas, como debera ocurrir en caso de no alcanzar su destino. Simplemente, se perdan con el humo de los barcos. To Mario empez a pensar que algo grave haba pasado. Pero no saba qu. Si realmente a ella le hubiera ocurrido algo, alguien se lo habra dicho, (sus padres o sus hermanos) y si, lo que tambin poda ser, Marcia se hubiera cansado de esperarle, lo lgico es que le habra escrito, para decrselo, al menos una ltima carta. Al fin y al cabo, l no la haba engaado; ella saba que tendra que esperar mientras l estaba reuniendo el dinero necesario para el viaje. Pero nada de eso haba pasado. Ni pas en los siguientes meses, que to Mario vivi slo esperando aquella carta. Pens, incluso, en ir a Grecia a buscarla; pero en el ltimo momento se volvi atrs, cuando ya les haba pedido el dinero para el viaje a sus hermanos. De repente, tuvo miedo de descubrir la verdad y decidi quedarse en Naples y seguir esperando noticias suyas u olvidarla poco a poco, como se olvida un sueo del que uno se despierta de repente y sabe ya que jams volver a recuperarlo. Algo que nunca consigui, a pesar de que lo intent durante cuarenta aos. Y, ahora, encima, se enteraba por su hermano, al cabo de tanto tiempo, de que a ella le haba pasado lo mismo: que nunca haba dejado de esperarle, que le haba seguido escribiendo aunque l jams recibi sus cartas y que, incluso, haba llegado a presentarse en Naples, para reunirse con l, justo cuando to Mario acababa de casarse. La pobre vena asustada: apenas entenda tres palabras de italiano. Las que t le habas enseado, creo. Yo, no s por qu, estaba ese da solo en la tienda. No s dnde estaban los padres. Ella slo repeta: Mario, Mario..., con un acento muy raro. Hasta que me ense una foto tuya, no supe que eras t al que vena buscando. Entonces, me acord de la historia de la griega que me habas contado. Como pude: chapurreando, por seas, no s, me las arregl para decirle que no estabas, que acababas de casarte y estabas fuera de Naples. En vano. Porque se puso a llorar y no haba forma de consolarla. Yo lo nico en que pensaba era que no entrara nadie en la tienda. Te imaginas si llegan a aparecer los padres? Cuando cerr, la llev a buscar un hostal. Pagamos la habitacin y la acompa a cenar, creo que por el puerto, ya no me acuerdo bien. La pobre apenas cen. No dej de llorar en todo el rato. Yo empec a ponerme nervioso, porque todos nos miraban.

Alguno debi de pensar que le estaba haciendo algo. Cuando terminamos de cenar, la llev a dar un paseo y la convenc volver a casa. Para animarla, le dije que ira a buscarla al hostal y que la acompaara al barco. Y, efectivamente, fui al hostal por la maana, pero ya se haba marchado. Ni siquiera dej una nota de despedida, ni una direccin, nada. Se fue sin decirme nada... No te lo quise decir. Acababas de casarte y pens que no deba. To Carlo se haba callado. Miraba fijamente a to Mario. Este estaba completamente rgido, como helado. Ni siquiera era capaz de decir nada. Lo dems ya te lo he contado. Por la gua, o como fuera, me localiz aqu, en Bolonia, y me llam de pronto, un buen da, al cabo de muchos aos. Para preguntar por ti, claro. Desde entonces, lo ha hecho muchas veces, la ltima estas Navidades. To Mario mir a su lado. La ventanilla del tren le devolvi de golpe a la realidad y le anunci, de paso, que su viaje se estaba ya acabando. El suave y verde paisaje de la llanura haba desaparecido y, en su lugar, un montn de edificios y de fbricas, algunos ya iluminados (comenzaba a anochecer), enmarcaban ahora el paso del tren, que se aproximaba a la estacin con suavidad, casi sin hacer ruido. To Mario mir a lo lejos: all estaba, al fondo, Miln, la gran capital del norte en la que viva su hermano Gino y a la que l mismo haba estado a punto de emigrar, cuando termin la guerra, como tantos otros meridionales. El tren estaba ya entrando en la estacin. To Mario se levant, cogi el sombrero y el equipaje. Mientras esperaba para bajar al andn en el que le esperaban ya to Gino y su mujer, record las ltimas palabras de to Carlo: En fin. Las cosas fueron as y ya no puedes cambiarlas. 4 La estancia milanesa de to Mario fue muy distinta a la de los das que pas en Bolonia, en casa de to Carlo. Verdad que to Gino y su familia se alegraron de verle y se esforzaron por hacrsela agradable (de hecho, fueron todos muy cariosos con l, desde ta Laura hasta el ltimo sobrino, y to Gino, que todava estaba trabajando, pidi permiso en la fbrica para poder dedicarle ms tiempo), pero to Mario tena la cabeza en otra parte. La confesin de to Carlo, en Bolonia, le haba dejado tan aturdido como la de los mdicos cuando le descubrieron el cncer. To Gino, como to Carlo, estaba, por su parte, feliz con su visita. Feliz y preocupado. Como viva ms lejos, vea menos a sus hermanos (a to Mario, en concreto, ms de diez aos), pero ya conoca por to Vittorio lo que le suceda a su hermano. To Gino no saba qu hacer para complacerle. Le ense la ciudad y los alrededores, le llev a conocer todos los sitios, desde la Scala al estadio de San Sir (aunque to Mario, napolitano, era hincha del Inter, mientras que to Gino el del Naples), le present a sus amigos, organiz varias cenas y comidas con los hermanos y parientes de ta Laura e, incluso, le llev a conocer la fbrica en la que

trabajaba desde haca aos. Era una fbrica inmensa, en las afueras de la ciudad. Produca tractores y maquinaria agrcola y ocupaba a ms de dos mil personas, la mayora, como to Gino, inmigrantes del sur de Italia. To Gino era uno de los muchos encargados. Es mi hermano deca con orgullo, presentndole a sus compaeros mientras recorran la fbrica. To Mario se lo agradeca, y se esforzaba l tambin por complacer a su hermano, acompandole a todos los sitios y aparentando inters por todo lo que ste le enseaba pero se senta solo y ajeno a lo que vea y, por primera vez en todo aquel tiempo, con ganas de volver a casa; no para estar junto con ta Gigetta (francamente dicho, no la echaba de menos y ni siquiera le llam), sino porque all se senta un extrao. Miln le pareca una ciudad muy triste (quiz porque l lo estaba) con sus edificios grises y sus fbricas inmensas, los milaneses le parecan muy arrogantes y los amigos y parientes de to Gino, incluido ste, le producan una pena extraa. Todos eran del sur, de ciudades y pueblos pobres, todos trabajaban en alguna fbrica de aqullas, ajusfando tornillos o fabricando plsticos, todos tenan familias que ya no eran de ningn lado y todos vivan con ellas en alguno de aquellos edificios grises, sin ms amigos que sus parientes y compaeros y sin apenas contacto con los vecinos de una ciudad que, aunque les haba acogido y dado trabajo, en el fondo los despreciaba. Un da, paseando por via Carducci, to Mario vio un cartel en un muro que deca: El sur es frica. Se qued un rato mirndolo. To Gino, sin embargo, ni siquiera se fj en l. Estaba ya harto de verlos, le dijo, incluso ms insultantes. Y dejis que os llamen africanos? le pregunt to Mario, extraado, mientras seguan andando. To Gino se encogi de hombros. Le contest simplemente: Ya estamos acostumbrados. Pero lo que de verdad ensombreca la estancia milanesa de to Mario no era Miln, ni los amigos y parientes de to Gino, ni siquiera el recuerdo del cangrejo (siempre se lo imaginaba as) que le coma por dentro y que, mientras l iba de un lado a otro, se supona que ira avanzando. Lo que ensombreca a to Mario, aparte de la niebla y del humo de las fbricas, era el recuerdo de Marcia, que le segua all donde iba y que a veces le asaltaba en plena noche mientras dorma en la habitacin que sus sobrinos le haban dejado libre. Un recuerdo que llegaba acompaado normalmente del oleaje y la luz del mar y de las palabras repetidas e insistentes de to Carlo: No te ha olvidado. Aunque parece imposible, despus de tantos aos, no te ha olvidado. Una noche, to Mario se levant y se asom a la ventana. Llevaba varias horas en la cama, pero, por ms que quera, no poda conciliar el sueo. Las palabras de to Cario volvan una y otra vez a su cabeza y la imagen de Marcia se engrandeca, como en los sueos, a medida que la noche iba pasando. Afuera, la

calle estaba desierta, iluminada slo a lo lejos por los semforos y por los focos de algn coche que pasaba, sin meter ruido, de cuando en cuando. Supuso que sera alguno que volva de divertirse o que, al contrario, se diriga ya a su trabajo. El reloj marcaba ya las cinco de la maana. To Mario volvi a la cama. Intent de nuevo dormirse, pero se haba desvelado del todo y permaneci ya as, con los ojos abiertos, hasta que amaneci, viendo la imagen de Marcia. Fue cuando decidi dar el paso que cambiara su vida completamente. Por la maana, desde la cabina de abajo, llam a Bolonia, a to Carlo. Ta Laura estaba preparando la comida y to Gino estaba duchndose. Ese da se iban a Sal, a ver el lago de Garda. La voz de to Carlo son muy cerca, como siempre familiar y campechana. Qu tal, chico? Cmo te tratan los polentones? Se refera a los milaneses, pero tambin, por extensin, a la familia de to Gino y de ta Laura. Para to Cario eran polentones, esto es, comedores de polenta y, en el lenguaje del sur, medio tontos, todos los que vivan de Bolonia para arriba, incluidos los inmigrantes. Bien, bien le respondi to Mario. Y Gino? Cmo est? Bien. Bien tambin volvi a decirle to Mario. To Carlo empez a hablar, como de costumbre, pero to Mario le cort para ir directo al grano: Carlo. Te llamo para pedirte el telfono de Marcia. Lo tienes? Al otro lado de la lnea telefnica, to Carlo enmudeci un instante. No esperaba la pregunta de su hermano. Para qu lo quieres? le pregunt, ya en tono mucho ms serio, al cabo de unos segundos, aunque era obvio que la pregunta sobraba. Para llamarle le respondi to Mario. To Cario volvi a quedarse callado. To Mario oy luego una serie de ruidos, pareca que to Carlo estuvo buscando algo, y al cabo de unos instantes volvi a escucharle: Tienes un lpiz para apuntar? S respondi to Mario. To Carlo le dijo un nmero y to Mario lo apunt en una libreta. Luego, se despidi de su hermano dndole recuerdos para ta Mina y prometindole que le llamara para contarle su conversacin con Marcia. Supongo que es ese nmero dijo an to Carlo. Me lo dio la primera vez que llam, pero yo nunca he llamado. En seguida lo sabr dijo to Mario. Y, sin colgar el telfono, marc el nmero que su hermano acababa de darle. 5

Tard un rato en contestar. El telfono comenz a hacer ruidos extraos y luego permaneci un instante mudo antes de dar la seal de llamada. Sonaba dbil y muy lejana y, como tardaron tanto en cogerlo, to Mario empez a temer que el telfono ya hubiera cambiado. Pero era aqul. Lo cogi ella en persona y, aunque desde la ltima vez que haba odo su voz haban pasado ya muchos aos cuarenta, pens to Mario, en seguida la reconoci. Era su misma voz de entonces, aunque un poco ms abajada. La conversacin fue un tanto fra, sin embargo. To Mario estaba nervioso y ella se haba quedado tan sorprendida que apenas poda articular palabra. Adems, to Mario haba olvidado ya el poco griego que haba aprendido en la guerra y a ella le suceda lo mismo con su italiano. Lo nico que logr decir perfectamente, cuando ya se despedan, fue aquella frase que siempre le deca cuando eran jvenes y que, ahora, a to Mario le conmovi hasta la mdula: Ciao, bello! Ciao! dijo l, sin atreverse a aadir nada. To Mario colg el telfono y se qued mirando la calle. Estaba como atontado. Haba estado hablando con Marcia cerca de cinco minutos (los que le permitieron las monedas que tena), pero se le haban pasado tan rpido que ni siquiera se haba dado cuenta. Entre eso y la dificultad para entenderse, apenas le dio tiempo a preguntarle cmo estaba, pero colg sin saber si se haba casado, ni si tena tambien hijos como l, ni si segua, en fin, viviendo en Santorini, en aquella casa blanca de la playa. To Mario se dio cuenta de repente de que, en realidad, no haban hablado de nada. Durante todo el da, al lado del to Gino y su familia, to Mario no haca ms que darle vueltas a la conversacin que haba tenido con Marcia. Los dems estaban felices. Haca tiempo que no se vean y no hacan ms que hablar y gastarse bromas, encantados de volver a pasar un da juntos. Luego, estuvieron bandose y, despus, comieron en la orilla la comida que ta Laura y su cuada haban preparado esa maana. To Mario les oa hablar y gritar mientras coman, pero l apenas participaba. l tena, como siempre, la cabeza en otra parte. Pensaba en Marcia y en ta Gigetta y en los aos que haba desaprovechado. Por la noche volvi a llamar a Marcia. La mujer volvi a sorprenderse, pero esta vez hablaron ya ms tranquilos. Se contaron todo lo que no se haban contado por la maana y to Mario qued en llamarla otro da para seguir hablando. Le llam al da siguiente, desde Suiza, donde viva to Enrico y a donde to Mario viaj a continuacin despus de despedirse de to Gino y su familia, y as supieron uno del otro lo que la vida les haba deparado. Ella saba ya cosas de l (por sus conversaciones con to Carlo), pero to Mario ignoraba todo de ella, a excepcin de la vieja historia de Naples que Carlo le haba contado en Bolonia. Marcia se haba casado. Haba tenido un hijo y segua viviendo en Sancorini, de donde nunca haba salido, salvo cuando fue a buscarle a l a Naples. Pero estaba divorciada. Se haba separado a los dos aos de casarse (con un marinero griego que se march de la isla en cuanto se separaron) y, desde

entonces, viva sola en Sancorini, en aquella casa blanca de la playa. El hijo estaba en Atenas. Como la mayora de los jvenes de la isla, cambien l haba emigrado. Sabes cmo se llama? le pregunt Marcia en griego para repetirle despus la pregunta en italiano. Quin? Mi hijo. Como su padre, supongo dijo to Mario. No dijo ella. Como t: Mario. To Mario call un instante. La confesin de Marcia le haba desconcertado y le haba hecho entender hasta qu punto Marcia le haba querido. No slo haba ido a buscarle, y haba seguido llamndole aunque l nunca lo saba, sino que incluso le haba dado su nombre al hijo que haba tenido. Y l saba lo que un hijo significaba para una madre. No tuve mas dijo Marcia. Cuando l naci, su padre y yo ya estbamos separados. Por qu? pregunt to Mario, imaginando que el padre, que era marino, se haba ido un buen da y no haba vuelto a buscarla. Porque yo segua pensando en ti dijo ella. Y eso ningn hombre lo aguanta. To Mario no respondi. Se qued tan desconcertado que apenas acert a despedirse de ella y a prometerle que volvera a llamar. Luego, colg el telfono y regres muy serio a la mesa donde to Enrico estaba esperndole. To Enrico no not nada. Haca tanto tiempo que no vea a su hermano que ya casi no sabia cmo era su carcter. To Enrico ya ni saba cmo era fsicamente to Mario. La ltima vez que se vieron fue cuando muri su padre. To Enrico era un hombre extrao. Con apenas veinte aos, haba emigrado a Suiza y, desde entonces, prcticamente no haba vuelto nunca a Italia. Se haba casado dos veces, la primera con una suiza y la segunda con una alemana, y sus hijos no saban ya siquiera hablar italiano. To Enrico tena su restaurante a cuya mesa to Mario estaba ahora sentado. Invert aqu todos mis ahorros dijo to Enrico, orgulloso. El trabajo de muchos aos. Est muy bien le halag to Mario. S. Lo malo es que ya soy viejo dijo to Enrico y los hijos no quieren trabajar con eso. Pero to Mario no le escuchaba. Aunque to Enrico segua habindole, preguntndole por la familia y por los viejos amigos de Naples (la mayora de los cuales ya haban muerto o to Mario les haba perdido de la vista), ste segua oyendo a Marcia. Lo ltimo que le dijo se le haba quedado grabado. To Mario se qued solamente un da en Suiza. Aunque haca mucho que no vea a to Enrico, y aunque posiblemente iba a ser la ltima vez que se vieron,

to Mario cambi de planes (pensaba estar varios das) y aquella misma noche llam a ta Gigetta a Italia. Era la segunda vez que lo haca desde que sali de viaje. La primera haba sido desde Bolonia, desde casa de to Carlo. Tardar an unos das en ir le dijo, sin contarle siquiera dnde estaba. Por m, como si no vuelves nuncale contest ta Gigetta, muy seca, colgndole el telfono antes de que l pudo decirle nada. 6 Pero volvi. AI cabo de una semana. Abri la puerta y ener en su casa como si acabara de llegar de Naples. Estaba, s, ms moreno y pareca que haba engordado algo. Ta Gigetta le oy entrar, pero no fue a saludarle. Estaba en la cocina y all sigui, haciendo como que cocinaba algo. La mujer segua an muy enfadada. To Mario tampoco hizo nada por contentarla. Al revs: dej sus cosas en la habitacin y, despus, volvi a salir de casa. Desde la ventana de la cocina, ta Gigetta le vio irse y alejarse, como siempre, en direccin a la playa. Atardeca y la mujer sinti, sin saber por qu, que pasaba algo. Esa noche la pasaron sin hablarse. Cenaron en silencio y, despus, se fueron a dormir, como desde haca ya aos, en camas separadas. Mientras fingan dormir, con la luz apagada, cada uno de ellos pensaba en el otro y en los das que haban estado solos; ella esperndole en casa y l recorriendo Italia, visitando a sus hermanos. Al menos, eso crea ta Gigetta, aquella noche, en la cama, sin saber que to Mano acababa en realidad de llegar de Grecia, de ver a Marcia. Haba ido all desde Zrich, en avin hasta Atenas y, desde all, a Sancorini en barco. A to Enrico le haba dicho que regresaba de nuevo a Italia. Lleg hacia el amanecer, despus de toda una noche de travesa que to Mario pas en cubierta contemplando el mar Egeo y, cuando divis la isla a lo lejos, sinti que retroceda en el tiempo ms de cuarenta aos. A esa hora haba llegado tambien entonces, aunque en un barco de guerra lleno de marineros y de soldados. Desde la cubierta del barco, mientras se aproximaban al puerto, observ ya, sin embargo, que la isla haba cambiado mucho. El pequeo puerto pesquero que l conoca entonces estaba lleno de yates y, en lugar de las casas blancas, que l segua recordando, haba ahora grandes hoteles y edificios de ocho y diez plantas. Ciertamente, Santorini haba cambiado mucho en aquellos cuarenta aos. En el puerto, a aquella hora, apenas esperaba nadie. Los pescadores ya haban salido a la mar y los turistas deban de estar durmiendo la borrachera de la noche antes. Solamente esperaban el barco los empleados de la compaa naviera y algn familiar de los que llegaban. Pero a to Mario no le esperaba nadie. Vena por sorpresa, sin avisar a Marcia. Con el equipaje a cuestas, cruz el puerto y se dirigi hacia su casa. Recordaba el camino perfectamente, pero tard en orientarse. Los hoteles y los

edificios nuevos haban cambiado el paisaje y la configuracin de las nuevas calles cambien le desorientaba. Por los aos de la guerra, cuando l estuvo all, Sancorini era apenas un pueblo y ahora era una ciudad turstica llena de bares y restaurantes. Pero la casa de Marcia segua exacta-mente igual que entonces. La encontr al final de una calle, en la playa ante la que se levantaba, en aquel tiempo prcticamente sola, pero ahora ya rodeada de otras casas. Aunque todava segua teniendo las ventanas y la puerta pintadas de azul y la parra dando sombra a la fachada. Esper un rato antes de llamar. Se sent en un banco de la playa y estuvo mirando el mar y espiando la casa desde lejos hasta que vio que se abra una de las ventanas. Era ella. Se le qued mirando un instante antes de volver adentro, aunque, evidentemente, no le reconoci. Haban pasado ya muchos aos y, adems, no le esperaba. To Mario s la reconoci. Aunque para l tambin haba pasado el tiempo, y aunque estaba un poco lejos de la casa, l en seguida reconoci a la mujer a la que tanto am un da y por la que haba vuelto a la isla al cabo de tantos aos. Le pareci que estaba igual que entonces quizs un poco ms vieja, pero, cuando la vio de cerca, se dio cuenta de que, para ella, los aos tambin haban pasado. Tena la cara triste y el pelo blanco y los ojos y la boca muy cansados. Se le qued mirando desde la puerta, como si estuviera viendo un fantasma. Y lo era, ciertamente. Igual que, para l, la mujer denotaba ya en su rostro el paso de tantos aos, para ella, to Mario deba de ser tambin una sombra del pasado. Aunque segua teniendo el pelo negro y rizado que un da la enamor y la mirada profunda que se clavaba en la suya mientras hacan el amor entre los tojos del monte o de noche en la arena de la playa. Pero, entonces, los dos eran muy jvenes y la vida todava no les haba marcado. La semana que to Mario estuvo en San-torini la pasaron hablando de aquellos aos. El lugar haba cambiado mucho y la gente de entonces ya no estaba (entre otros, los padres de Marcia), pero ellos recorran la isla como entonces, recordando los sitios en los que haban estado. Por el da, suban al monte, a contemplar la isla desde lo alto y, por la tarde, se sentaban en la playa, como dos turistas ms, a esperar la llegada de los barcos. To Mario se haba instalado en un hotel (para evitar comentarios), pero, en cuanto se levantaba, iba a su casa a buscarla. Un da, mientras cenaban en un bar del puerto, co Mario se decidi a proponrselo. Ella saba ya que estaba casado y que tena una enfermedad muy grave (se lo cont el primer da), pero l no pretenda que le cuidaran. Lo nico que l quera era estar con ella el tiempo restante. La vida ya les haba robado bastante como para desaprovechar tambien el poco tiempo que le quedaba. Marcia no supo qu responderle. Aunque tambin deseaba prolongar a mximo estos das y tema el momento, cada vez ms prximo, del regreso de Mario a Italia, le pareca muy tarde para comenzar de nuevo. Quiz fuera mejor

dejar las cosas como estaban. Quiz fuera mejor para cada uno volver a su vida, l con su mujer y con sus hijos y ella sola, a seguir mirando el mar desde la casa de la playa, y recordar aquellos das como un sueo; uno ms de los muchos que la vida les haba deparado. Pero to Mario no le hizo caso. Aunque Marcia se resista, ms por l y su mujer que por ella y por su hijo (al fn y al cabo, ste viva en Atenas y apenas vena a visitarla nunca), to Mario acab convencindola aceptar vivir con l el tiempo que les quedaba. No mucho, pues a l le haban dicho los mdicos que ya no vivira ms de un ao. Y dnde? pregunt ella, temiendo que quisiera llevarla a Italia. Aqu dijo l. Conoces algn sitio mejor que ste? Evidentemente, no. Evidentemente, el mejor sitio para vivir y morir era aquella hermosa isla (la isla del tesoro, como la llam un da to Mario) donde ella haba nacido y haba pasado su vida y donde los dos se conocieron cuando la guerra lleg al Mediterrneo. Pero, antes, to Mario deba an volver a Italia. Quera ir a despedirse de su mujer (una decisin as no se la iba a comunicar por telfono) y para resolver, de paso, la duda que tena desde que habl con to Cario: a dnde haban ido las cartas que Marcia sigui escribindole y que l nunca lleg a recibir, pese a que trabajaba entonces en la central de Correos de Naples? En eso pensaba to Mario, aquella noche, en su cama, mientras, en la de al lado, ta Gigetta no consegua dormir sabiendo que algo pasaba. 7 Las romp yo le confes ta Gigetta, cuando to Mario la pregunt al da siguiente, despus de decirle que se lo haba contado to Carlo. No le dijo que haba estado con Marcia. Simplemente que to Carlo le haba dicho que sta le haba seguido escribiendo durante aos. Ta Gigetta se qued desconcertada. Saba ya que algo pasaba (porque se ola en el aire) pero lo que menos poda pensar era que apareciera la griega que haba sido su rival haca ya cuarenta aos. Y por qu lo sabe Carlo? le pregunt ta Gigetta, entre confusa y avergonzada. Porque se lo dijo ella le respondi to Mario. Ella? S, ella dijo to Mario, muy serio. Al parecer, le ha seguido llamando de vez en cuando. Ta Gigetta no sala de su asombro. Cuando pensaba ya que la griega estaba enterrada debajo de un montn de tiempo y a miles de kilmetros de discancia, de nuevo reapareca como un fantasma. Y lo peor es que pareca que a su marido segua importndole.

Las romp yo le dijo aprovechando que entonces era tu secretaria, te acuerdas? Pero creo que eso ya no tiene importancia. Depende dijo to Mario. Depende? le pregunt ta Gigetta, extraada. To Mario no respondi. Se levant de la silla y fue hasta la cocina, a buscar un vaso de agua. Luego, volvi a sentarse. Yo estaba enamorada de ti le confes ta Gigetta, casi llorando. Y tena que soportar cada da ver cmo le escribas y, adems, tener que darte sus cartas. Comprenders que no era muy agradable. As que un da decid romperlas, una tras otra, segn iban llegando, para hacerte pensar que ella te haba olvidado. Al fin y al cabo, t mismo sabes que eso iba a ocurrir tarde o temprano. No hay amor que resista la distancia. Ta Gigetta hizo un alto en su relato. Mir a to Mario, que la escuchaba muy serio, como si l estuviera tambin a miles de kilmetros de distancia. Pero no s a qu viene ahora hablar de ello concluy ta Gigetta, levantndose tambin a beber agua. To Mario no dijo nada. Esper y, cuando ella se sent de nuevo, le dijo, mirndole fijamente a los ojos: Acabo de estar con ella. Con quin? pregunt ta Gigetta, cada vez ms desconcertada. Con Marcia. Con Marcia...? Quin es Marcia? La griega, como t la llamas. Ta Gigetta se qued helada. Ya no saba siquiera de quin estaban hablando. Lo que empez haca ya un rato con una simple pregunta se estaba convirtiendo poco a poco en una extraa amenaza. Dnde? acert an a preguntarle, sin embargo. En Greciadijo to Mario. En Grecia?! De verdad has estado en Grecia? repiti ta Gigetta, titubeando. Hasta ayer dijo to Mario. Le cont el viaje. Desde que sali de casa hasta que regres a Naples. Veinte das con sus noches, incluyendo la semana que pas en Grecia con Marcia. Lo hizo tratando de no herirla, pero sin ocultarle ningn detalle. Ta Gigetta estaba llorando. En cuanto to Mario empez a contarle, ella rompi a llorar y ya no pudo dejar de hacerlo en iodo el rato. Al final, ya apenas le escuchaba. Ahora ya sabes por qu he tardado tanto concluy ste cuando acab su relato. Ta Gigetta se sec las lgrimas. Estaba tan asustada que apenas poda ya contenerse ni mirar a to Mario a la cara. ste, en cambio, la segua mirando fijamente.

Y qu piensas hacer ahora? le pregunt ta Gigetta, temblando, cuando por fin consigui secarse las lgrimas. Marcharme le respondi to Mario. Y, antes de que ta Gigetta pudo decirle nada, se levant de su sitio y sali de casa. Lo que pas a continuacin es fcil imaginarlo. A m me lo cont mi madre, primero, y, luego, el propio to Mario, cuando fui a visitarle a Grecia las pasadas vacaciones de verano. Yo era el primero que le iba a ver desde que se fue de casa. Al parecer, ta Gigetta llam primero a mi madre, luego a sus hijos y, finalmente, a to Carlo. Peda convencerle a Mario de no hacer la locura que pensaba. Ninguno consigui nada. To Mario estaba ya decidido y ni siquiera el cncer poda pararle. Pronto se vio que ni ta Gigetta ni sus hijos que en seguida tomaron partido por su madre eran capaces de convencer a su padre. Hasta el mdico intervino para hacerle quedarse en casa. Pero fue intil. Todos los intentos resultaron vanos. To Mario deca que se iba, y se marchaba. Se fue un da temprano sin despedirse de nadie. Solamente de mi madre. Le llam desde el puerro, antes de coger el barco, y le encarg cuidar de ta Gigetta y llamarle de vez en cuando para contar cmo estaban sus hijos y sus hermanos (saba que, salvo ella y to Carlo, todos haban tomado partido por ta Gigecia y que ninguno volvera a dirigirle la palabra). Ni siquiera se llev nada. Slo la ropa que tena puesta y, eso s, el viejo Fiat destartalado en el que yo viaj por primera vez por el barrio, y en el que me llev a recorrer la isla cuando fui a visitarle este verano. Final Esta historia, que es cierta, an no ha acabado. To Mario sigue viviendo en Grecia con Marcia y de vez en cuando escribe y le manda postales y fotos a mi madre; las ltimas, en la playa comiendo con unos amigos y bailando un sirtaki con Marcia. Los mdicos le haban dicho que le quedaban meses de vida y de eso hace ya unos aos.Vocabulario expresiones: 1. como si estuviera 2. tendra cincuenta aos 3. como si fueran 4. para que vinieran 5. a la vez , , ;

6. no quiso que supiera que jams volvera a verle , , 7. uando te mueras 8. camino de 9. sin que nadie lo supiera 10. al fin y al cabo 11. lo que hiciera falta 12. Si realmente a ella le hubiera ocurrido algo, alguien se lo habra dicho - , - . 13. me las arregl para decirle - 14. haciendo como que cocinaba algo , - 15. l no pretenda que le cuidaran , 16. Quiz fuera mejor dejar las cosas como estaban , , . 17. lo que menos poda pensar era que apareciera la griega , , . 18. No hay amor que resista la distancia , . palabras: callado enfadado furioso apenas asentir suceso rizado modales ademanes ejrcito jubilacin mayora volante (m) desperdigarse quejarse aparentemente giro avisar despacio aplazar disimular engordar despedirse funcionario camino de llanura deslizar(-se) , - , , , ( ) ,

rozar herir prisionero a corto plazo mientras tanto aguardar angustia nufrago suavidad de hecho aturdir suceder al revs despreciar cartel (m) insultante encogerse de hombros cangrejo niebla al cabo enterarse contemplar avergonzarse lgrima

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, , , , , , , () ( ) ,

Trabajo con el texto Cuente lo que recuerda de: - to Mario, de joven - to Mario durante la guerra - qu trabajos tuvo to Mario despus de la guerra - los hijos de to Mario y ta Gigetta - los viajes de to Mario a ver a sus hermanos - las llamadas telefnicas a Marcia - la historia de vida de Marcia - el viaje a Grecia - el regreso a Italia - la marcha definitiva a Grecia Ordene estos acontecimientos (hechos) segn su cronologa real: - el trabajo en Correos - el servicio en el ejrcito - el trabajo de contable - el diagnstico: cncer - el trabajo en el comercio de tejidos - la jubilacin - el casamiento con Gigetta - las visitas a los hermanos

- la llegada inesperada de Marcia a Italia y su encuentro con Carlo - las llamadas telefnicas a Marcia - la marcha definitiva a Grecia - Carlo cuenta la visita de Marcia - el viaje semanal a Grecia Diga si son verdaderas estas afirmaciones y, si no lo son, d la versin correcta: Mario es espaol Mario, de joven, no fue atractivo Mario era un hombre de pocas palabras, pero s hablaba bastante con su mujer Mario fue alistado en el ejrcito contra su voluntad Mario se cas en cuanto volvi de la guerra Mario no pudo ir a Grecia ( a casarse con Marcia) por falta de dinero Gigetta era secretaria de Mario y ste se cas con ella enamorado de sus enormes ojos verdes Mario estuvo contento con poder jubilarse Al enterarse del cncer, Mario decidi ir a ver a sus hermanos para despedirse de ellos y de Italia Gigetta no fue a despedirse de Mario a la estacin Era a Gino a quien Mario quera ver ms que a sus otros hermanos Al volver de Grecia Mario no le cont nada a nadie Mario volvi de Grecia a Npoles nicamente para comunicarle a Gigetta de su salida definitiva A Mario no le sorprendi el hecho de que Gigetta ropmpiera sus cartas Gigetta intent impedir la partida de Mario a Grecia Mario y Marcia estuvieron separados 40 aos. Razone: - Por qu Mario, igual que muchos otros jvenes italianos, se alist de voluntario en el ejrcito? - Por qu Mario y Gigetta vivan cada vez ms distanciados pero juntos? - Podra Vd. justificar a Gigetta que rompa las cartas destinadas a Mario? - Cmo es posible que Mario, con tanto anhelo de ver a Marcia, desistiera () del viaje a Grecia en el ltimo momento? - Por qu Mario no habl a ninguno de sus hermanos, salvo a Carlo, sobre su enfermedad? - Por qu Mario guard en secreto (excepto con Carlo) su historia de amor con la griega? - Por qu Mario decidi ir a ver a Marcia despus de tantos aos? - Por qu sus parientes, salvo una persona, resultaron incapaces de comprender la decisin de Mario de partir a Grecia? - Qu es, a su modo de ver, la marcha de Mario a Grecia: un acto de desesperacin (provocada por la enfermadad), una imposibilidad moral de seguir viviendo al lado de Gigetta, una nostalgia aeja () de Marcia? - Qu piensa Vd. sobre el estilo literario de esta novela?

- Es complicado o fcil el lenguaje de Llamazares? Cmo est entrelazado el lenguaje de autor con el contenido de su narracin? - Qu sentimiento le causa a Vd. esta novela: optimista o pesimista?