JULIO FEDERIK ENERO EN EL CAMPO - Libros y...

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JULIO FEDERIK

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(ESTAMPAS)

J U L I O F E D E R I K

ENERO EN EL CAMPO

( E S T A M P A S )

COLECCIÓN "ENTRE RÍOS" N9 27

2da. Edición

LIBRERÍA Y EDITORIAL COLMEGNA S.A.SANTA FB — ARGENTINA

ANTE ESTA SEGUNDA EDICIÓN

Hace cinco años atrás, durante el mes de enero, valgala coincidencia, apareció "Enero en el campo", la primeraobra en prosa de Julio Federik.

Durante este quinquenio el libro ha transitado porexitosos senderos trazados por la crítica especializada ypor la aceptación de los lectores, sobre todo por aquellospertenecientes al mundo juvenil.

Como estas líneas no revisten el carácter de estudiopreliminar, sino que son simplemente una presentación deesta nueva edición, vamos a transcribir algunos juicios quela obra mereció a poco de ser publicada.

En tal sentido "El Diario" de Paraná se ocupó en dosocasiones de ella, en su edición del 13/3/84 expresó:

"Una prosa concisa para rescatar el acontecimiento ofrecidopor el lugar y sus habitantes; poética para transmitirlos; cálida pa-ra llegar al lector."

La misma hoja, en su edición del 4/8/84, profundizaen un nuevo juicio:

"Es una nueva variante del clásico tema bucólico de la huida

de la ciudad para buscar el encuentro con la naturaleza y la vidasimple en la paz campestre, pero conificación en la campiña entrerriana.simple en la paz campestre, pero con el interés local de su esce-

la "

Y agrega un interesante concepto en parte del aná-lisis:

"...la estructura narrativa del libro es generalmente, a la ma-nera juanramoniana, sólo un soporte de la descripción y de laefusión lírica."

A ello se agregan los testimonios del poeta FranciscoTomat Guido:

"En esas estampas, Julio Federik despliega ante nuestros ojosun abanico de significados en perpetuo movimiento. Por ellos yen ellos el tiempo nos habla y habla consigo mismo. Relación yrebelión, inocencia y maravilla, vértigo y fascinación confluyen enun tiempo reconquistado, y en ese intercambio de ideas y senti-mientos, ese verano no es otra cosa que una raíz vital que el poetalevanta para salvarse y salvar de la erosión su propia identidad."

Por su parte el Prof . Francisco J. Berón Villa realizóun exhaustivo análisis sobre el libro, del cual extraemosestos juicios.

"La literatura entrerriana cuenta con un artista (Julio Fede-rik) que domina esa difícil arquitectura de comprender, en estilolimpio y claro, una realidad que le regala su provincia (EntreRíos), para llevarla más allá de las geografías científicas."

Y dentro de las numerosas apreciaciones críticas, noqueremos dejar de omitir las de Graciela Ferrero, en eldiario "El Litoral", de Santa Fe, del 1V8/84, cuando dice:

"El clima campesino se trasunta en el lenguaje"... "En gene-

ral el libro brinda una visión, pastoril, eglógica"... "Se lee "Eneroen el campo" y el relax es total; cualquier estrés ciudadano huyeal contacto de estas páginas."

Con estos ejemplos hemos querido dar una impresióngeneral que logró el libro, a lo que debemos sumar la favo-rable acogida que ha tenido —y sigue teniendo— en lasescuelas entrerrianas, en muchas de las cuales los alum-nos han efectuado interpretaciones gráficas y literarias,por caso la hermosa carpeta preparada por el 7' grado, dela Escuela N" 20 "Casiano Calderón", de Paraná.

Mediante esta segunda edición —que aparece en el añodel centenario de Colmegna— Julio Federick, el amigo y elescritor, da continuidad a la proyección de "Enero en elcampo", para que sea compartido con nuevos lectores, co-mo una manera de prolongar sueños, como él mismo lo ex-presara en su poema "Sueña", en su libro "Esta es mi san-gre" :

"Siempre hay esperanzas que no muerensiempre hay un camino que no acaba..."

Que este libro lo siga demostrando.

ADOLFO ARGENTINO GOLZDirector

Colección "Entre Ríos"

LA LLEGADA

El sol del mediodía hace brillar los colores, los ponemás intensos, más puros. El campo ha cobrado otra vidaal correrse la nube que cubría el sol.

Por el angosto camino interno nuestro automóvil seacerca al casco de la estancia. Las niñas redescubren co-sas que vieron el anterior verano en anuncios que gritasu infantil alegría.

¡Mira la vaca, Mamá...! ...la ovejitaaü y de todas nose deciden a señalar ninguna, mientras sus dedos mudande dirección sin que los ojos absortos los acompañen. Yaseñalan un molino, ya una tranquera, ya un árbol... Son es-tas las cosas en que han soñado y pensado durante el año,durante este año en que repetimos la promesa de traerlas.

Ahora todo de golpe...Ya vemos la casa; el techo rojo, las anchas galerías,

los muchos árboles y un jardín pintado en una acuarelade flores. La distancia se acorta y las líneas de la visiónse perfeccionan. Las niñas han visto a su abuelo vestidode campo y yo sigo sus infaltables señales de estaciona-miento mientras comparto la emoción de la llegada

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LA CULEBRA

¡Qué fresca el agua del estanque! Hemos venido conlas niñas provistos de flotadores y de entusiasmo, el airees cálido, pleno de ese aroma indefinido pero inconfundi-ble : el olor a campo.

A lo lejos reluce el azabache de los lomos cansinosdel ganado y se oyen espaciados mugidos.

En el agua salpicada, el sol se deshace en colores te-nues mientras las niñas juegan a nadar entre risas y pa-taleos. El agua da brillo a lo que toca: las viejas cámarasdel Ford A relumbran como nuevas, nuestra piel cobra untono más agradable y hasta la rana rugosa se barniza alasomar la cabeza del agua.

—Vienen los "licóteros". — dice Matilde señalandolos aguaciles que revuelan la secante N.E. del estanque.Lo ha gritado con asombro, seguridad y gracia —todosreímos— y la pacífica flotilla se va dejando un augurio detiempo inestable.

Las niñas salen del agua y marchan en busca de unaleche que se ordeñó en la aurora.

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tíe quedado solo. Recorro el perímetro retirando lashojas que el viento trae y el musgo que sube del fondo.Estoy tranquilo, casi sin pensar... De pronto, una víboraa mis pies. Un duro tiento trenzado en paja verde y lus-trosa. Mis nervios estallan, me doy vuelta crispado y alregresar con el arma no la encuentro.

En ese momento pensé: Cuando estamos cerca de lafelicidad ¡cómo se nos arrima la muerte, cómo prefiereese instante para hablarnos —grotesca y sutil— en su idio-ma vario! Luego, que era un susto vano, que no era unavíbora. Pero de todos modos la reflexión me detuvo.

Un viento del Norte murmura en los árboles y bailaalegre en la redondez del molino, los caserotes comienzansu tedioso canto de la tarde y una niña llora por algunasimpleza...

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EL PRENDEDOR

Después de cenar buscamos el fresco del jardín. Lle-vamos nuestros sillones y el cansancio, que el atardecerparece arrimar al campo junto con la melancolía de loscolores pálidos.

Las niñas, con sus siempre vivas ganas de jugar, sehan acercado a nuestro grupo que comparte el momentoen el giro del mate.

Perpendicular al estanque, la luna, poco a poco se vaencendiendo en un cielo cada vez más azul.

Ellas corren de un lado a otro y de a ratos vienen acomunicarnos sus impresiones nuevas en ese lenguaje re-cortado y nervioso, reiterante y distraído, pero tan llenode gracia que es el idioma de los niños —"Que la florcitablanca"... "Que el grito del tero"... "Que vos sabes el pe-rrito negro"...

La radio nos ha actualizado en novedades y el mateha cambiado su frecuencia, ahora es más lerdo. Hay unabrisa estupenda y se diría que se escucha el sonido del si-lencio. Apoyo la cabeza en el respaldo y veo a Celina, la

mayor de las niñas. Ha puesto sobre el costado izquierdode su pecho una luciérnaga. Camina hacia nosotros, emo-cionada y con temor a perderla. Dos mínimas estrellas ver-des prendidas como faroles.

Su pelo rubio levanta el suave viento del Este y la lu-na le ilumina una sonrisa perfecta.

¡No ha habido joya mejor para tus candidos años!Ahora, déjala que vuele, que surque el aire del cam-

po. Es tarde, Celina, la deben estar esperando...

EL HUEVO

Son las cuatro de la tarde. Está aflojando el calor. Lospeones llevan un lechón recién carneado y el molino ha co-menzado a girar.

Callada y descalza, Celina se va hacia el corral delas ovejas. Su pelo, apenas contenido, filtra el sol que dibu-ja —alargada, deforme— su sombra niña.

Yo la observo desde el corredor. De pronto se quedatiesa con el dedo en la boca, la cabeza agachada y los ojosfijos hacia arriba. Su mente está en blanco. Al instantevuelve a dominar tiempo y espacio y gira hacia el primergalpón.

Vigilo la zona por donde debe volver y no vuelve. Yaimagino qué puede demorarla, están los fierros, el viejoFord y la jardinera —el coche de un caballo y cuatro rue-das—.

Alguien me llama y pierdo la atención. Al instanteCelina y sus gritos de triunfo: " ¡Un huevo, Papá, un hue-vo! ¡Un huevo marrón que puso una gallina marrón... lopuso, lo puso en el asiento del auto viejo!". Venía corrien-

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do, agitada, con su liso tesoro caliente en la cóncava desus manos juntas.

Después de mostrármelo pasó de largo bochinchera,veloz, con su expresión de hazaña y alegría. De pronto,silencio.

Al rato, cuando volví del molino vi una mancha in-confundible en el corredor. Ya se habían juntado algunasmoscas. No pregunté nada, no era necesario.

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FALSA ALARMA

Ayer fuimos con Juan a buscar las lecheras al pi-quete; él en SU baya de largas crines que hoy amaneció las-timada, yo en una tordilla elegante, mansa y gustosa deltrote largo. Llevaba esos sombreros de corcho que inevi-tablemente usan los exploradores del cine y toda su indu-mentaria de peón: camisa de tela gruesa con bolsillos en elpecho, bombacha angosta y desteñida, rastra con mone-das de cobre, botas marrones, faca y lezna en vaina decuero seco y el cigarro sin prender. Yo, con más calor, unpantalón corto y mi par de botas nuevas. Mi tordilla mo-vía las orejas con movimientos secos y rápidos, como lastacuaritas mueven su cola.

Estaba avanzada la tarde. El sol había tenido la in-termitencia de los nubarrones pero calentó la tierra sobre-manera. En todo lo que va de enero no hemos tenido llu-via. La tierra está reseca y cuarteada, y el pasto, amarilloy casi al ras. Hasta el piquete que privilegia a las lecherastiene poco pasto. Hay en él muchos arbustos y algunos co-nejos que escaparon juntos al vernos.

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Cuando dejamos los terneros en el corral sonaronunas pocas gotas en el zinc de los techos y nos mojaron.Un viento fresco alisó el pelaje verde de los sauces y levan-tó un bienvenido olor a tierra mojada. Parecía que la ben-dición del agua iba a durar largo rato, sin embargo, pron-to volaron las mariposas con sus alas de naranjas y negrossimétricos y la chicharra comenzó su largo adagio de unasola nota.

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AL "LALOPE'

Celina marcha adelante, sin estribos, apenas unoscueros gastados de oveja. Su madre en la mejor tordilla,menos elegante que ella. Atrás voy con Matilde, sombreroque se me cae, niña que quiere galope.

No nos hemos alejado mucho pero el monte tapa lacasa. Hay espinillos con flores pulverizadas de oro, otrosásperos y añosos con sus nidos desprolijos y algunos ár-boles altos a cuyos pies han prosperado las vizcacheras.

El perro olfatea una liebre que recién vimos perderse.Parece que viera por donde pasó. Sigue en un lento zig zagy se nos va de la vista.

Celina trota sonriente, sus trenzas doradas tienen lacadencia de una síncopa y su piel un bronce cobreado enpétalo resistente. Maneja bien su montada para sus esca-sos años, anda garbosa, tranquila y cuando el sol está alfrente, sus ojos de cristal claro se entrecierran, se adelga-zan.

Las aguadas se han secado. En su cóncava cuarteadarelucen verdes, redondas, las hojas del camalote y la adya-cencia poceada nos desvía hacia la izquierda.

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—-"¡Vamos papá, no te quedes!"

—"¡Al lalope, papá, al lalope como Celina quiero yo,papá!" — y por poco atropellamos nuestro perro, que re-gresó muy cansado y sin la liebre.

LA GALLETA

—¡Cuidado niñas cue revoleo mi línea! ¡lío pises elhilo Matilde! -— Miré hacia adelante, vi el tajamar espe-jado y escaso, quebré lacia atrás el ala del sombrero ylancé mis anzuelos encarnados. Un silbido corto y un gol-pe seco y rotundo. Mordí los labios. A recoger la línea.Atrás, esperando el reto, la niña me miraba de costado.

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LA CAftHNCHA

Antes de los gallos, ciando apenas blanquea el hori-zonte y las voces del campo aún no han despertado, unescándalo de perros alterados estalló a escasos metros denosotros.

Los ladridos, bravos y en todos los tonos; el grave yronco del ovejero, los chillones de Viruta y sus inconta-bles hijos y los casi ridículos de la cachorrada. Me tapécon la almohada buscando recomponer mi sueño y el al-boroto se desplazó hacia el frente. En el marco de la puer-ta que cerraba el mosquitero, pude ver, más allá de las ba-teas, dos vacas que se alejaban al trote.

Más tarde, a la hora que los cardenales alegran lamañana, me levanté, tenía la cintura dolorida del jineteinexperto. Había plantas aplastadas, manchones de sangreclara —amarillenta diría— y en un rincón del jardín de-formados los rombos del alambrado.

—"Allí la cazaron a la carpincha, don" — dijo la co-cinera con esa costumbre de la gente de campo, similar ala inclinación de los niños, de referir al sexo de los anima-

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les o el género de las cosas. "No /alia la pena cuerearla,estaba toda rota, don. Mire las pintas. ¡Pobre señora!",y se fue con sus pasos cortos saculiendo la cabeza.

—Pobre carpincha — me dije y caminé caviloso.Los pequeños, los mansos y imables perros con que

juegan mis niñas destrozaron fer«ces e implacables a esapobre carpincha que la seca y el tambre arrimaron a estecostado del campo.

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LA GÍANJA

Llevé ks niñas a ver la granja que se esboza al costa-do izquierdo de la casa. Alnúcigos recién regados. Pocosárboles frutales de troncos plúrimos y flacos. Incontablespavos adolescentes, con su figura absurda y su angurria,las gallinas batarazas señoronas y gordas, el pavo delpróximo festejo en su celda de dignatario. Más allá el pas-to dorado circunda el palo del degüello, ahí donde rondan—inevitables— las moscas y los chanchos. El corral de laslecheras, la pila de leña seca y las ovejas de consumo quelas niñas corren hacia el montecito bajo del oeste donde sedejan los caballos de uso.

Yo me detengo en el carro de carga; recia maderagruesa, grandes ruedas encintadas en faja de hierro claro.

Vienen corriendo a contarme que hay una oveja negracon campanita cantora como la de una película que vimospor televisión. Advierten ahora un corderito al que aso-cian con la misma serie, las dos discuten su nombre.

—Que es Copo de Nieve. — dijo Celina.

—Que no, que se llama Cascabel.

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La disputa es agria, no fermina, ya gritan. Como Sa-lomón lo haría, supuse, imagné esta sentencia: —"lláma-lo vos primero, si es el que deis va a venir corriendo". Laniña me miró con dudas y asiltió. Cuando lo hubo llamado,esperó un momento y luego frunció sus cachetes de manza-nas frescas y esperó el turno le su hermana.

Matilde gritó en su idbma de dos años y medio:—"¡Cascabel! ¡Cascabel!, veri". Y lo miraba con sus oja-zos de caramelo como rogándole...

El corderito, asustado por los gritos de las niñas, co-rrió en busca de su madre bahndo a la carrera.

Vamos niñas, ordené y lis dos vinieron a tomarse delas manos. Para entonces, ya estaba con sus ojos ocres ybizcos, el padre de los chancMtos prendido de su atención.

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VESTIDO DE CAMPO

Como otras veces, me he vestido de campo e inevita-blemente tal cual las anteriores hay algo que está mal pues-to. No es el cinto ancho cor cartuchera y bolsillo. No lafaja de siete colores ni la bombacha del cuñado ausente,ancha y verde. Sin embargo presiento acertadamente quehay algo que está mal. Me miro al espejo y veo una figuraque no es la habitual. No es mi estampa ciudadana ni ladescansada indumentaria de los domingos de entrecasa.Es otra en la que apenas me conozco. Sigo sin embargo,por válida, la máxima que enseña a vestirse en la ciudadcomo en la ciudad y en el campo como en el campo, perome siento extraño. Las bombachas son más cómodas queel angosto vaquero de jean, las botas me otorgan seguri-dad, el cinto y la faja ajustan con beneficio mi cintura, pe-ro no hay nada que hacer, me siento raro.

Con las niñas vamos a la manga donde apartan lasvacas con cría de las otras. Es temprano. Los rayos se de-nuncian en el polvillo verde que levanta la tropa y la puer-ta de palos horizontales se abre y se cierra con precisiónordenando los lotes.

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Ellas fruncen sus narices lor el polvo y son reti-centes en el paso, las impresiona 4 trote nervioso y los mu-gidos ásperos. Saludamos y nos saludan. La gente siguesu trabajo y nosotros nuestra cuiosidad.

Enseguida, no más, cuando l<s otros se alejaron a em-pujar el ganado restante hacia li manga, el capataz, conuna fineza infinita, me dijo:

—"Se le ha dado vuelta el sonbrero, don". Y sin más,se juntó con su grupo que se golp;aba la boca agitando lostiradores blandos y marrones de mero de carpincho.

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LOS CUATRO CABALLOS

Los caballos cuatro sony cinco jinetes llevan,dos sombreros, tres cabezas,dos rubias 7 un marrón claroen dos hebillas prendido.Con ellas vienen al trancoel capataz 7 el abuelo,más de sesenta los dos,camisa y largos pañuelos.

EL REMOLINO

En el dorado leve de las hojas de mimbre que alfom-bran, infinitas y sencillas, la entrada de los galpones, juegael remolino.

Recién fue un rumor sordo que vino del monte, des-pués una gárgara de polvo gris en el camino que viboreósu cono invertido hasta el jardín.

Llegó veloz y zigzageante. Los pavos corren con sualboroto de notas desafortunadas, los yeguarizos se espan-tan y los únicos pájaros que encuentra son los cardenalesen el cónclave permanente de la jaula que da a la galería.Ahí se golpean por salir contra el alambre hexagonal ydelgado. Recién advierto la ausencia de las mariposas ylas moscas que jamás faltan a la cita de media siesta enel corredor del frente.

Allá se va, se lo distingue mucho mejor a lo lejos. Hadejado el molino en una danza agitada, los animales altera-dos, algunas flores con sus tallos quebrados y los árbolessucios y despeinados. En la gente también una preocupa-ción que Juan mencionó de inmediato, como quejándose.

—Pero mire, don, seguro que esto va a traer más seca.

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LA VACA VIEJA

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A lomo de buen caballo fui a ver a la vaca. Desde lacasa apenas se la veía, la tapaban los árboles que protegenla galería, pero el viento de i ratos descubría el telón es-meraldino de los paraísos y illa aparecía, lejana y echadala vaca vieja.

Fue necesario que bajara del camión que llevaría lasvacas con cría. No nos pareció quebrada y no vimos lasti-madura alguna. Al bajar quedó en el suelo y no hubo formade levantarla. Recién habían llevado las cincuenta crías delas cuarenta y nueve vacas que ahora había en el camión.Se hizo el último intento porque vimos su esfuerzo pero nohubo caso. El camión partió.

La vaca dio a la tarde un mugido largo que todos su-pimos distinto.

Los golpes en los puros instintos animales los sufreneri el alma el hombre y las bestias con más dolor que laafección física. En ese momento nadie dudó de ello, perosin embargo, pensamos se levantaría después, recuperada.

Ayer amaneció echada, sucia de bosta inmediata, con

la quijada en el suelo. ¿VI vernos llegar levantó la <abezo-ta, nos miró con sus bdillones negros y tristes y ajpyó denuevo el hocico, humeó de una babilla blanca que d vien-to estiraba sin cortar.

—Va a haber que degollar, don. —Está demás sufri-da.

Con la fresca, vi r;gresar al capataz del embarcadero.Atrás iba trotando el jeón con el cuero y una hilera de pe-rros a la cola.

En la horqueta de dos ramas, en el mismo lugtr vi lamole amarilla y rojiza que brillaba con el primer sel de lamañana.

Se acercó Juan. —"Ahora nomás le prendemos fuego,don". —"En el monte, Juan, en el monte". Allí donde lediré a mis niñas que S3 fue la vaca vieja a buscar su ter-nero.

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EL MOV1E Y EL MAR

Son las siete de la nruñana. El sol de la fresca ponetodo más claro. Si mire hacia él veo el pasto verde y lus-troso en la pradera del Este, al Oeste en cambio percibola realidad amarillenta.

Apenitas una nube blanca, linda como una sonrisa, seestira peinada y lineal en la cumbre del monte. Hoy tam-poco lloverá.

Todo el horizonte que abarco cierra lugares que he-mos recorrido. El piquete de las lecheras con su chacra pe-tisona y espesa, el angosto camino interno, —servidumbrede paso de los campos del Sur—, el potrerito de Toto, elpuertero enorme y bueno como la galleta de campo, el ron-dadero que sin verlo imagino detrás de la chacra, los lar-gos y aburridos alambrados donde duermen horizontalessiete hilos atravesando los incontables palos de ñandubayalineado, lo que resta, niñas, es monte, sólo monte.

El monte es como el mar, inmemorial, rebelde. Guar-da en su vientre profundo y misterioso el diente hueco dela víbora, el ojo inequívoco del águila mora y los nidos tier-nos y las flores tiernas. El monte es uno solo, chato o al-

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to, espeso o ralo. Tiene su identidad y su lógica, su músi-ca y su enojo, su bondad y su emboscada.

Es como el mar. En el próximo verano les mostraré elmar, ese viejo amigo mío que aún no conocen, cuya atrac-ción se acrecienta en la distancia y el tiempo. Ya lo verán,es como el monte. También es verde y ruge con el viento.

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LLEGAN LOS PRIMOS

Todo está preparado, el corazón, la casa. Hay choco-late fresco, dulce de leche nuevo, brillante y tamizado, tor-tas criollas y los juguetes de mis niñas esperando. Hanpuesto los osos en el corredor del frente tomados de lasmanos en actitud de ronda. Los hay sin piernas, sin ojos,tullidos, deficientes, hasta tobianos de café derramado.Todos están ahí, al lado de muñecas que fueron primoro-sas pero más lindas ahora, como mis niñas, cuando estánsucias de salud y alegría.

Hace días que esperan. Han preguntado muchas vecesy descubrieron mis mentiras para acortar el tiempo. Entres oportunidades me equivocó el rumor de los automóvi-les que seguirían de largo y al fin el coche turquesa trajolos niños esta tarde. En el campo todo se contagia, los ner-vios que preceden la tormenta, la alegría del sol llena depájaros y retozos, la incertidumbre y tristeza de la seca yel beneficio del campo en flor. Todo se comunica y todo seadvierte.

Así mis niñas habían comunicado su lenta guarda yahora contagian la alegría de esta llegada.

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Ya corren, libres las manos de las josas que entretu-vieron el último tramo de la espera y alllegar frente a susprimos quedan tiesas, los escrutan, e ¿elucidas los besanreticentemente.

¡Vamos José, vamos Gurru...! y orren con ellos es-pantando las ovejas que habían ganadi las cercanías delprimer galpón.

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LA MUÑECA

íbamos en el Ford, el auto viejo con capota de lona ybigotes de fierro, ya estábamos cerca de Basualdo. Lasniñas cantaban y los primos reían. Hacía mucho calor. Elcamino era angosto y en el tiorizonte se veían los montesaltos. El ruido del motor y las chicharras eran el trasfondogris del canto y las risas. Pasamos frente a una escuelarosada con ventanas rotas y el molino sin rueda y de unalmacén con rejas en el mostrador como los de las ilus-traciones de las antiguas pulperías. Varios perros nos co-rrían a la par ladrando sin decisión. Se confundía en ellosel atávico impulso de ladrar lo desconocido con la alegríade encontrarse con una cosa distinta, que modifique, almenos, por instantes, el hábito recurrente de sus días.

Pedro nos abrió la tranquera y espantó sus perrosque ya habían empezado un diálogo con nuestros escoltas.Con ellos corrieron también unas gallinas y tres patosapuraron el paso rezongando, como aquellos que, sintién-dose desairados, se alejan diciendo al aire lo que debendecir a la cara. Nuestras niñas miraban la muñeca queacunaba la hermana menor de Pedro. Era una calabaza an-

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gosta con los ojos calados y una aicha boca con sus co-misuras hacia arriba, semejando uta sonrisa; su vestidopodría haber sido una servilleta viq'a o un trozo de man-tel. La curiosidad de las demás la llaó de orgullo y comen-zó a acunarla tiernamente, la acaricaba con su mirada deterciopelo negro que brillaba como el lomo de un escara-bajo...

Cuánto más valía esa muñeca qie las que adornan lasmejores vidrieras. Cómo esa ternun enaltecía una calaba-za despreciada por la cocinera. Qué rica de corazón de ni-ña, resuelto en cuidados y caricias Fue una lección queaprendimos todos. Las cosas valen por lo que despiertanen el alma y eso, muy pocas veces tiene que ver con suprecio.

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EL BARRILETE

Los niños quieren remontar el barrilete pero el vientonos gruñe como un perro enojado. Los cedros se agachan,el pino peina el aire y el nogal donde anidó la garza hablaun tono espeso de voces inconcretas. El molino a sus an-chas, gira y gira, manantial de hierro y zinc.

Como el velero en el mar, como el jinete en el monte,el barrilete sabe que el lomo brioso es mejor. Que el vuelose hace más vuelo cuando el peligro es creciente.

A gatas le suelto el hilo y se despliega entero. Largacola desflecada, ancho pecho de pulmones y esqueleto demimbre, resistente, flexible.

Los niños piden el hilo y vamos al descampado. Estáfresco, cada cual con su pullover de lana roja o azul.

El viento lo lleva lejos. Guardo celoso el palo dondeaté el final del hilo y las niñas juegan dándole tirones cor-tos, haciéndolo saludar. El viento tira enojado. El sol no re-gresa. José, duende intranquilo, salta y grita en su lengua-je de palabras indefinidas. Se divierte con el susto de losanimales. Hago caer el barrilete sobre un lote de vacas

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con sus crías. Las vacas miran tiesas el vuelo ei picada ycuando lo ven levantar, cuando el peligro ha paiado, —sú-bitamente— corren un galope lleno de bufidos enojos ycabezas agitadas.

Después, son las ovejas que comen el pisto cortofronterizo al camino. Mis niñas ríen y los prinos feste-jan. Las ovejas huyen.

El viento, más enojado, tensa la piola. Se la hemosdado toda. Dos potros de patas finas, con las orejas durasy apuntadas, miran nerviosos a metros de la batea.

José tiene la punta del hilo. El viento muerde haciaabajo nuestra centella roja. Llego tarde y, aún llegando,no sé si hubiera podido. El vértice apunta al suelo, los ni-ños miran absortos. Cayó nomás cuando el sol aparecía.Cayó, veloz sin poder doblar su vuelo en el único espinillodel campito de la entrada.

Se estiró su piel roja de polietileno suave, la cola múl-tiple y verde se prendió de las espinas y en el hilo hubo unapanza donde se burlaba el viento.

Las niñas, los niños... Diría que una lágrima larga ymuda y un trago que no tragaban.

Fuimos todos hasta el árbol. ¡El viento desobedecidolo azotaba entre las ramas!

Tiramos del hilo. Nada, era peor, se desgarraba en lasespinas del árbol. Estaba junto a la copa, en la copa inac-cesible del espinillo.

Los niños miraban mudos, creían que la soluición es-taba en mí. Me dio fuerzas.

Doscientos metros cargué la hoja de una escalera. No

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pude ipoyarla, no. Donds quiera se doblaba y las mínimasespadis me hincaban por todos lados. Temí caer o que laescalera cayera conmigo, de todos modos sería sobre lasramas armadas. Luché.,, Quizá porque recordé "que elvuelo se hace más vuelo..". No sé cuanto tiempo estuve.

Virios flecos se perdieron. Su cola de veinte dedosdejó algunos en la espina, y un mimbre de la estructurase desató de su piola.

Cuando volvía, escalera al hombro, desafiamos de nue-vo el humor del Este y el barrilete, —elegante y heridocomo un héroe—, danzaba, alegre y orgulloso.

El sol se escondía y los niños a carrera loca —desa-tados y eufóricos— venían ya por la tranquera en unanueva fiesta de resucitada alegría.

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LA PELEA

Entre pajonales filosos salió el ovejero. Venía venci-do, rengueando, sucio del barro de los bañados y de san-gre propia y ajena. A lo lejos se escuchaban los ladridosde los cachorros. Quisimos intervenir pero estábamos alotro lado de la costa.

El Feliciano, aún en su naciente, admite escasos cru-ces al jinete. Es un riacho de curso caprichoso que zigza-guea lento sobre un terreno que se quiebra abruptamen-te, como si fuera una herida desgarrada. Está bordeado deárboles altos de fronda verde y generosa y extensos pajo-nales que superan el porte de un caballo. Es zona de peli-gro, real o imaginado, pero de todos modos igualmentesentido.

Los ladridos mermaron y mi caballo nuevo empujabalas vacas, Seguíamos nuestro trabajo y, uno a uno, los pe-rros iban pasando rumbo a las casas con la huella de lalucha. Diariamente persiguen, cazan o pelean, los anima-litos del monte. Salen al alba con los peones, los ayudanen el arreo y por ahí se pierden, corriendo una liebre oincursionando en la boca plural de las vizcacheras. Esta

vez fueron a la costa y a juigar por el alboroto y los re-sultados, la batalla fue largay cruenta.

Nadie reparó en Viruta, la perrita mansa que supojugar con los niños con resignada paciencia. La madre delos cachorros, la mimada de todos. A la tarde, poco antesdel mate, llegó arrastrándoss apenas, con el vientre ras-gado y heridas en todo el cuerpo. La ubicamos al calor dela cocina, le dimos leche tibii.

De a ratos íbamos a veía y parecía dormida.Los niños saben que el jadre de Juan mató a la car-

pincha y a veces entre ellos inventan el lugar donde se fueViruta.

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LOS BENTEVEOS

En la bóveda incompleta de la parra, en ese palio ve-getal oscuro, techo parcial del patio que une la cocina conla casa, los benteveos —sigilosos, rapaces— merman losescasos racimos.

Con los niños los espantamos. Movemos los brazos enun cuasigiro, tal como lo hace el áncora en los relojes, esapieza que se mueve en la entraña, más allá de las agujasy los números.

—"Pareces el molino, papá. Pero no el molino del cam-po. El molino del Quijote, papá". La comparación de la ni-ña supera a la del espantapájaros que me hicieran los ma-yores.

Los benteveos se han retirado con las dulces esferasen sus picos. Están en la huerta. Hasta ahí vamos. Lleva-mos municiones de paraísos que el viento desvía y el solengema. Los pájaros en tierra, dejan la uva a sus pies yse la tragan, agotando el itinerario del hurto.

Los niños buscaron frutos de la conifera, más pesados

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y aptos. Lo lanzan de dos en d(S y de tres en vez pero losbenteveos, inmutables vuelven folosos a las uvas.

Han dejado el suelo sucio. Juan, que oficia también depatiero, enojado, tensa su hondi y les dispara con piedras.No acierta pero se asustan y sevan... Ya se fueron.

Con los niños quedamos ei la galería mirando comoescapaban los pájaros. Ninguno quedó contento. Pusieronsus manos en los bolsillos llenos de proyectiles silvestresy ociosos. Las niñas me miraroi aburridas.

—¡"A ensillar los caballos, Juan", que nos quitasteel programa!

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EL PICAFLOR

Un zumbido inusual se ha colado en la galería del Es-te. No es el moscardón ni el abejorro. Es una esmeraldatornasolada de alas invisibles y largo pico delicado.

Su belleza nos dejó parados.Liba de una achira de pétalos rojos manteniendo su

vuelo en el lugar. Ahí está con su aleteo veloz girando conel pico sumergido en la flor.

Hemos quedado impávidos. Ni los niños se han movi-do ni otra cosa atrajo sus ojos.

En el final del corredor estaban dispersos los plásti-cos rectangulares de un juego de mis niñas. Allá fue consu aceleración de bólido; los miró de arriba sin sobrevo-larlos y se perdió de vista tan rápido como vino.

—¿Qué es eso, papá; qué es eso? •— preguntó Celina.—Le dicen picaflor, es un pajarito. — Contesté.—Yo quiero uno papá,—No mi niña, los picaflores no son de nadie, ni si-

quiera de una flor rubia y hermosa como vos. Son del airedel campo, como el olor délas flores amarillas del aromo,

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como el vuelo de tus trenzas cuando andas al galope, comoel sen de la chicharra, como la luciérnaga, mi niña, comoesa lucecita que engalanó tu pecho y dejamos ir a dibujarla noche.

Todo es tuyo, todo es nuestro y es de todos. El pica-flor, el aire, las estrellas, y este sol que juega con la som-bra entre los sauces.

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EL ORDEÑE

El sol no había salido. Iba amaneciendo. Aún se veíangrises las ovejas blancas y pardos los negros de la hacien-da. Salí a caminar. Los gallos clavaban su puñal mellado enel aire de la aurora.

Por el galpón de los carros venía Juan con dos tachosy un par de perros de colas pendulares. Tenía maneada unalechera con un ternero prendido.

Cuando llegué cantaba la calandria sus alegres cris-tales y el chorro blanco y ruidoso atravesaba la espuma.

—Buen día, Juan.—Buen día, don, cómo ha amanecido? — contestó.Sentí su contrariedad. En el campo más que en la ciu-

dad el hombre une el humor al clima y sus vicisitudes.¡No hay lluvia, don, no hay lluvia... Han mermado las

aguadas de la costa, el capataz se ha ido con Toto a revisarlos molinos de enfrente! — Se quejó.

—¿Poca leche, Juan?—Sí, don, poca, pero ésta un poco la esconde, ¿vio?

— Y recorría lento y ágil al racimo lustroso de la ubre.

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Se lo pedí. Y me dio su lujar con el banco petisón deuna sola pata.

Tomé la ubre, esférica, firme, recubierta toda de unpelo negro, corto y suave e imité el trabajo que hacía Juancon sus dedos gruesos como los pezones duros.

Apenas un chorrito flaco.—¡Pero mire que es mañera, don! — dijo contrariado.—Adelante nomás, que te voy a demorar; avísame

después para ver el descreme.Y me fui al paso corto, tranquilo, a saludar mi caba-

llo que esperaba bajo los paraísos con el cabezal trenzadoal lado de los burros de guayabo, esos caballetes camperosdonde dejamos descansar los recados.

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LA LLUVIA•

En la mitad de la noche los tigres del viento desatados.Ruge el monte y se azotan las puertas y las ventanas. Unaniña que llora y un griterío de pavos en la chacra.

Veo por la puerta la plata instantánea del relámpagoque precede al trueno. Pienso que las encinas y los caballosblancos que prefieren los rayos y en la bendición de estalluvia que se anuncia y no viene.

Poco a poco unas gotas en el techo de zinc y de prontoel chaparrón que termina con la seca.

Llueve copiosamente. Recuerdo las grietas de la tie-rra, el pasto seco, el polvo que levantaba el solo tranco deun caballo y los incendios temidos.

Ya pasó. Lueve en el campo en esta noche oscura quese aclara un instante y se aloba de nuevo como el lomo delos toros con el reflejo del sol al pasar de mañana por elmonte.

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DESPUÉS DE LA LLUVIA

Ha escampado. El cielo está gris pero hacia el Estecon ese gris azulado que visten en. su capa los cardenales.

Montamos nuestros caballos y recorremos el campo.Ellas el buzo azul y los zapatos azules. Yo el sombrero queabriga, pañuelo al cuello y campera.

El piso es ocre mojado y el verde aparece escaso entrelos espartillos y algunos bajos donde espejea el agua.

Las espinas del aromo tienen gotas de agua dulce co-mo perlas suspendidas.

Todo después de la lluvia es distinto, los animales, losárboles. Las voces del monte, de los miles y miles de seresque viven en el monte, tienen otro son y el aire es otro; loanuncia un suave movimiento que embalsama el ambientecon un pincel de frescura.1

Más cerca de la casa cada color se hace intenso, lasflores naranjas, criollitas y sencillas, el inmaculado celestede cinco pétalos del jazmín del cielo, plural y delicado co-mo las manos de mis niñas, la rosa sinesea que multiplicaun rojo exacto y decidido, la achira de hojas moradas y

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flor granate, las paredes encaladas y las puertas verdesy los verdes, los infinitos verdes de los árboles y los can-tos de los pájaros que da,n las gracias al cielo.

¡Todo es más intento! Como el sentir de la gente.El hombre después ¿e la lluvia en el campo, por un mo-

mento al menos se reconcentra, siente, piensa en cosasque no son tan habituales e inmediatas. La lluvia ayuda aeste viaje interior y nos moja también el campo, a vecesárido y reseco del alma nuestra.

LA LUN¿

Las niñas me han venido a buscar, de la mano me lle-van hacia la galería del Este. El espectáculo es imponente.En la línea irregular pero homogénea del horizonte se re-corta el perfil del monte y acá, frente al estanque, la man-cha luminosa y roja sube lentamente filtrando su luz en lacopa de los árboles. Hasta ahora es un semicírculo acosta-do que no parece estar más allá de cinco leguas.

Las infinitas copas de los árboles se escarchan deplata en esta fragua encendida. Las grupas de los potrosque han venido a la batea se enaranjan o se azulan y todoel campo se llena de una luz bruñida y una sombra tenue.El ascenso es veloz y lo advertimos como en los grandesrelojes el movimiento del minutero. Todos callamos. Estacontemplación nos ha retirado del tiempo.

Siento sus manos en las mías y en ellas un corazónapretado de asombro. Celina está emocionada. Pienso queen este instante se repite una emoción prehistórica, unaemoción de todos los tiempos.

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EL RAYO

Partido en dos. El algarrobo negro está partido endos como si dos manos enormes hubiesen tomado su fronday tirado en contrario sentido.

El ancho tronco desgarrado aún se mantiene en pie.En su base el rayo le ha dejado un metro de cuarzo negroapenas mojado de estaño. Hay astillas en todo su derredor.La madera está húmeda, las hojas muertas aún verdes yentre ellas un nido de palitos entrecruzados, tibio de lanaíntima y plumas blancas y suaves.

Apenas dimos la vuelta fue lo primero que vieron.—¡Está caído el nido, papá!Las niñas no advierten la tragedia del algarrobo y su

nido. Tampoco deben saberlo.En esta edad de oro ingresan a su mundo figuras y

personajes que los niños aprecian en su exterior, en su es-pléndido exterior. Su gracia es la gracia simple de lo exter-no y si cobra profundidad es porque se engalana de supureza e inocencia.

La bajé del caballo, tomó el nido en sus manos corno

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a una rasija y subida a mis lombros lo puso en la ramadel prójimo espinillo.

Aíí quedó, como una casa que a nadie espera, comoun cordón que ya no late.

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EL CEMENTERIO

Hacia el Sur, a unos quinientos metros de la casa, enel monte chato de las vacas del plantel, las madres de lostoros, está el cementerio. Las niñas vieron las cruces y re-cordaron la capilla del pueblo y las cadenitas que llevan enel pecho.

A la sombra de un molle, viejo y tupido, con el brillodel sol en sus innúmeras y pequeñas hojas de un verde decristal, hay una cruz chica, inclinada hacia el frente y su-cia de arañas e insectos atrapados. Al lado otra cruz, yotra, y otra.

No sabemos quienes son ni quienes sus deudos. Nadahay que los nombre, nada que los llame. Los peones másantiguos suelen tener algún cuento pero en realidad na-die sabe. Se tejen conjeturas con el tamaño y la ubicaciónprotegida de la cruz pequeña pero nada hay que traigacerteza aunque tenga la verdad.

Pienso en las alegrías y las horas felices de estos se-res cuya memoria quizá no exista en mente alguna y en lasdistintas formas de la muerte en el campo: el yarará, elpuñal y el alcohol —concubinos de siempre— y los otros

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males que las viejas curanderas espantan o acrecientancon su saber vulgar y milenario.

Nada hay que nos diga de ellos, del color de sus ojoso de la madera de su voz. Sólo las cruces y el silencio delárbol viejo donde el viento pareciera alcanzarnos algunapalabra.

Cuentan que en las noches oscuras de tormenta, cuan-do el gato de los montes se acerca alas casas, han oído unextraño lamento, y que al otro día, cuando lo visitan, unospies descalzos están en el barro y hay flores del campo enla cruz más chica.

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LA LECHUZA

Lentamente el sol se había escondido, dejaba esa clari-dad mortecina que se diluye en la penumbra imperceptible-mente, acomodando nuestras pupilas a la noche. Estába-mos en el jardín, había transcurrido ya la hora del matey los aprestos eran para la comida de los niños.

A toda carrera vinieron a buscarme. Que frente a losgalpones, en el corral del baño de las ovejas había una le-chuza, que era mala, que la mamá les había dicho que que-ría comer el cardenalito que les regaló Pedro, el niño gau-cho que vieron en Basualdo.

Estaban alterados. José saltaba haciendo gestos consus brazos flacos; Gurru, su hermano mayor, que sabe ha-blar con los ojos su mejor idioma, buscaba a Juan paraque le prestase la honda con que espantó los benteveos.

Fuimos todos. Mis niñas, temerosas, se tenían de misbombachas y soltaban sus voces en preguntas que indispo-nían a los cazadores. Cruzamos la puerta de alambre queel resorte cierra antes de nuestro paso y ya estábamos enel galpón. Poco y nada se veía pero en la arcada del Oestenos sonreía la silueta de la última claridad del día.

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Los niños armados inverosímilmente: frutas de la co-nifera, escopeta plástica, r-ebenques y la varilla con queJuan corre a los pavos cuando entran al corredor. Las ni-ñas casi con terror...

En la puerta del corra.1 estaba la lechuza. Una man-cha gris, gorda y petisa de pájaro. Con todas sus armas letiraron y ninguna le pegó, la lechuza siguió inmóvil. Memiraron callados y lanzaron un segundo ataque, ahora másdesprevenido y cercano. Las niñas no guardaban el silen-cio rogado y ya sin precauciones nos acercamos a la le-chuza que no quería irse del corral. Caminamos, no sin eltemor que las niñas, nerviosas, contagiaban. Es la horaen que las formas se diluyen en el advenimiento de la no-che y las cosas toman la forma ijue nuestro miedo les atri-buye.

—¡No es una lechuza, es una escoba! — Gritó José.Tomé la escoba cuya melena, escasa nos había confun-

dido al estar apoyada en el palo y con la aprobación grita-da de los niños, la hice volar por los aires de la noche, don-de también se oía un llamado a la mesa.

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¡QUÉ SUAVIDAD INVENCIBLE!

Una súbita tormenta de verano ha renovado el climade la tarde. Ahora está fresco, el campo mojado y los colo-res de fiesta.

¡Como luce la santarrita sus flores recién llegadas!Esquivando el barro caminamos hacia el monte. Se

diría que el pasto está cubierto de almíbar. Ya nos insul-tan los teros, ya una niña está pidiendo que la lleve alzadaen brazos...

En el suelo, al lado de un espartillo, redondo y cónca-vo, delicado y rural, el nido de una perdiz tiene tres hue-vos cascados. Las niñas se han callado. Pasan entre ellaslas finas cascaras de marrón bruñido y escrutan el brillosointerior. Hay un leve rosado y una mínima pluma.

Enseguida los encuentran. Los pichones se han guar-dado bajo un mechón de pasto amarillo. A sus manitos in-quietas ya ha llegado la tibieza.

¡ Qué suavidad invencible!¡Qué simple y tierna belleza!Cuanto menos es dueño el que la posee que el que la

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advierte, y sin embargo qué afán el nuestro de tenerlo to-do.

Los han puesto en el nido j mirándolos se alejan, ca-minan lentas con la mirada hada atrás.

—Niñas no pisen el barro. Matilde, sigue Matilde.Pronto veremos otros.

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CADA VEZ MÁS RÁPIDO

Rompiendo la armonía de voces apagadas del atarde-cer, Yolanda, la niñera de los primos, venía corriendo a losgritos. Acentuaba la última sílaba en una prolongación irri-tante y aguda. Traía en las manos un benteveo muerto, en-sangrentado. Llamaba a los niños. Había ea sus ojos esaexpresión de astucia y zoncera que se prende del rostro delos triunfadores casuales. La mandamos volver. Que sevaya. Sin embargo los niños lo supieron. La más pequeñahabía visto todo y no tardó en llamarlos. Llagaron ágiles,con los ojos abiertos como ventanas, respirando el aire detemor y asombro, que se respira, mientras somos hombres,frente a la muerte.

Preferimos desautorizar la verdad y mentirles. Elbenteveo de Yolanda había volado a los paraísos. La máspequeña nos miró con dudas, recibió el reproche de losotros y se marchó con ellos.

Ya en la cama cuando me acerqué a besarla, me dijo—confidencial o cómplice— "¿Era de mentira lo del paja-rito. No, papá ?" y brillaba en sus ojos marrones, refleján-dose apenas, la lengua de fuego de la lámpara de kerosén.

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Le ontesté con un beso, acaricié su frente, gocé susonrisa, j me fui a dormir.

—Carla vez más rápido. ¡Cono crecen, Señor!...

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LA NOCHE

¿Recuerdas mi niña el día en que te regalé la estre-lla ? Fue para tu cumpleaños y no tenía para comprar mu-ñecas. Era ésta, la más brillante, la más pura... ¿O acaso,de todas, hubiera podido regalarte otra?

Ahí está, brillante, inmensa, encendida, bañando suluz en el estanque, enamorando las ranas y las luciérnagasen el fresco de la noche.

Aquí en el campo su presencia es más habitual, casidiaria diría. No están las altas torres ni las paredes conti-guas que hacen nuestro horizonte de cemento y ladrillo.

¡Cuántas estrellas, mi niña! Cada una por un sueñoque quiero que lleves... ¡ Cada una por un dolor que quierorestarte!

La noche del campo es pródiga en estrellas y en silen-cio; si la escuchas oirás la brisa de enero susurrar en elpasto alto que prefieren las vacas, si la miras, verás elcielo constelado y una luna de redondez inconstante.

Debes mirar la noche y escuchar sus palabras. Verásalgo más niña mía y escucharás tu voz y alguna vez, quizá,también la mía.

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EL ABUELO

Mis niñas corren hacia su abuelo; apenas lo distingoentre las ramas del guayabo y las más amplias de los pa-raísos. Viene de trabajar, de cumplir esta mañana el ritodiverso de su labor de estanciero. Es primera hora paraellas y quién sabe cuál para él.

No sabemos donde estuvo. Si en los "Dos Molinos"—mellizos iguales— que abrevan "La Catalina" y "La Ur-bana", si en "Ombú Grande" donde el sol templa los cam-pana que el viento descuajó allá lejos o en la costa, dondenace el Feliciano y los carpinchos abundan.

No lo sé, mandó la gente a juntar las ovejas de loscampos cercanos a la casa y salió tempranito, al trote cor-to, su caballo y su perro.

Por una referencia casual advertí la recorrida. Llegóa la ruta que aún no han asfaltado y une los márgenes deEntre Ríos por el Norte, cruzó las vías ociosas y olvida-das de un tren que ya no viaja y las cinco tranqueras deñandubay. Fue por el puente viejo que agujerean las nu-trias, por los montes altos donde vimos el paso soberbio

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del padrillo y sus treinta yeguas, allí donde suelen estarlos ñanduces —arrogantes ? veloces— y los otros grandespájaros del monte y sus agiadas: las altas garzas, de plu-mas niveas y suaves como las nubes blancas, los cha jas,gritones y grises, el Juan jrande, que es casi una cigüe-ña y el águila mora, golosa de los ojos del cordero reciénnacido.

Toto, el puestero tan ervicial como amable, a quienvi castrar los corderos con los dientes, había comentadoque el viejo Taitú, el tordillo guapo que el patrón montaraen tantas jornadas estaba nuriendo.

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EL PATRÓN

Su palabra es la ley. Su gesto, la orden esperada y suconsejo la dirección del acto que habrá que realizarse. Esel patrón; "el capo" como le dice Juan, el peón gringo delcampo.

Su estampa es inconfundible, como esté vestido, co-mo esté montado, en la tarea que fuere, en el mando o enel hecho, él es el patrón. Toda la estancia tiene su sello.No la marca o señal de su hacienda, sino su firma, su per-sonalísima distinción.

En cada detalle manifiesta su albedrío; en la ubicaciónde los árboles y edificaciones que plantó, en el corte de lascrines de los caballos, en el color de las macetas, en laforma de cabalgar, en el cuidado de sus vacas de cría. To-do lo dirije, todo lo guía...

Ningún caballo trota como el suyo. Ninguno como suzaino oscuro para pisar los tacurú, esos hormigueros in-mensos, metropolitanos, que han proliferado en el potre-ro del frente. Su perro, inefable protegido, es el jefe delos perros, el que ataca al frente y el amante primero, co-mo el gallo blanco que expuso Salinas, su amigo, en la ex-

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posición de Concordia y le regaló poco antes de morir, le-jos, en Córdoba.

Sus cosas de uso inmediato están aún más impregna-das de su nombre. Su recado, su sombrero, su Ford A, lafusta de tiento grueso con mango de plata y oro, su des-gastados y largos pañuelos displicentes con cuyas puntasjuega el viento de la fresca. Todas sus cosas han ido to-mando poco a poco el alma inconfundible de su dueño.

Descree de lo nuevo y de todo lo fácil. Es generoso ysencillo, tiene la humildad de la verdadera nobleza y unhumor que no estropea ni el asma ni la seca.

Nadie como él conoce los rincones de su campo. Enmedio siglo ha vivido sus peripecias, las espléndidas épo-cas y los tiempos malos. Ama con pasión su oficio y su pe-queño reino donde todo le es fiel, allí donde conviven conlos suyos los animales de los peones y los caballos de Mai-dana, el capataz jubilado que a veces, para no aburrirse,viene a repetir el trabajo de tantos años.

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EL REGRESO

Saben niñas, mañana volvemos. Emero se ha terminado y las vacaciones también.

¡No, no puedo llevar tu caballo; no,, tampoco el hor-nero Matilde! Óiganme, por favor no lloren, no lloren, ói-ganme. Les propongo otra cosa, caminemos...

Denme las manos y vamos ha,sta el jjardin. Escúchen-me sin llorar. En estos días hemos gozado aquí en el cam-po de este mundo tan distinto al nuestro, tan lleno de sim-ple belleza y tan propicio a nuestra curiosidad. Todo hapasado rápidamente. Nada podemos llevar pero todo vacon nosotros. No nos pongamos tristes. Nunca se pierdelo que se sigue soñando...

Quizá para el otoño, cuando el campito del frente estéconstelado de las estrellas amarillas del macachí, volva-mos a vivir otras emociones llenas de cabalgatas y descu-brimientos y, seguramente, otras alegrías como las que nosllevamos ahora para no olvidarlas y seguir soñando.

¡Vamos mis niñas! Nos queda poco tiempo pero queno nos falten ganas, que el único dolor es no sentir el almacon alguna ilusión que nos renueve.

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Í N D I C E-

Pág.

Ante esta segunda edición 7

La llegada 11

La culebra 12

El prendedor 14

El huevo 16

Falsa alarma 18

Al "lalope" 20

La galleta 22

La carpincha 23

La granja 25

Vestido de campo 27

Los cuatro caballos 29

El remolino 30

La vaca vieja 31

El monte y el mar 33

Llegan los primos 35

La muñeca , 37

Pag.

El barrilete 39

La pelea 42

Los benteveos 44

El picaflor 46

El ordeñe 48

La lluvia 50

Después de la lluvia 51

La luna 53

El ray° 54

El cementerio 56

La lechuza 58

¡Qué suavidad invencible! 60

Cada vez más rápido 62

La noche 64

El abuelo 65

El patrón 67

El regreso 69

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EN SU SEGUNDA EDICIÓN DE 2.000 EJEMPLARES SETERMINÓ DE IMPRIMIR EL DÍA 8 DE MARZO DE1989 EN LOS TALLERES GRÁFICOS DE LIBRERÍA YEDITORIAL COLMEGNA S.A. - SAN MARTIN 2546 -

SANTA FE - REPÚBLICA ARGENTINA

I.S.B.N. 950-535-149-6.

JULIO ALBERTO FEDERIK. Nació enParaná. Cursó sus estudios secunda-rios en el Colegio La Salle de su ciu-dad natal y posteriormente se graduóen la Facultad de Ciencias Jurídicas ySociales de la Universidad Nacionaldel Litoral, cuyo cuerpo docente inte-gró durante varios años.

Actualmente ejerce activamente su profesión y recientemente fueelegido Presidente del Colegio de Abogados de Entre Ríos. Tambiénha ocupado diversos cargos en la Administración Pública y en la Jus-ticia de su provincia natal.

En la faz literaria, cabe consignar que en 1969 publicó su primerlibro de poesía titulado: "Esta es mi sangre" y, posteriormente, en1980, el Club de Letras de Entre Ríos le dedicó el N9 28 de sus "Plie-gos de Poesía". Ha colaborado y colabora con distintas publicacionesculturales argentinas, ha sido miembro de jurados de concursos y haasistido a numerosas reuniones, congresos y seminarios de su espe-cialidad. Fue presidente de la SADE, Sección Entre Ríos, durante dosperíodos.

Su última obra está compuesta por veinte sonetos endecasílabosy será editada en breve.

No serían completos ios datos de Federik, si no se mencionarasu intensa actividad deportiva y, dentro de ella, destacar que en repre-sentación de la Argentina, logró años atrás, el Campeonato Sudame-ricano de Esgrima.

Ediciones Colmegna S.A.

Colección "Entre Ríos" N° 27

Fotografía de la portada: Marco Antonio Terragni