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08 julio El Nacimiento de San Juan Bautista (Ciclo B) – 2018 1. TEXTOS LITÚRGICOS 1.a LECTURAS Son un pueblo rebelde y sabrán que hay un profeta en medio de ellos Lectura de la profecía de Ezequiel 2, 2-5 Un espíritu entró en mí y me hizo permanecer de pie, y yo escuché al que me hablaba. Él me dijo: Hijo de hombre, Yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado contra mí; ellos y sus padres se han sublevado contra mí hasta el día de hoy. Son hombres obstinados y de corazón endurecido aquellos a los que yo te envío, para que les digas: «Así habla el Señor». Y sea que escuchen o se nieguen a hacerlo -porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos. Palabra de Dios. SALMO Sal 122, 1-4 R. Nuestros ojos miran al Señor, hasta que se apiade de nosotros. Levanto mis ojos hacia ti, que habitas en el cielo. R. Como los ojos de los servidores están fijos en las manos de su señor. y los ojos de la servidora en las manos de su dueña: así miran nuestros ojos al Señor, nuestro Dios, hasta que se apiade de nosotros. R. ¡Ten piedad, Señor, ten piedad de nosotros, porque estamos hartos de desprecios!

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  • 08 julio

    El Nacimiento de San Juan Bautista

    (Ciclo B) – 2018

    1. TEXTOS LITÚRGICOS

    1.a LECTURAS

    Son un pueblo rebelde

    y sabrán que hay un profeta en medio de ellos

    Lectura de la profecía de Ezequiel 2, 2-5

    Un espíritu entró en mí y me hizo permanecer de pie, y yo escuché al que me hablaba. Él me dijo:

    Hijo de hombre, Yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado contra mí; ellos y

    sus padres se han sublevado contra mí hasta el día de hoy. Son hombres obstinados y de corazón endurecido

    aquellos a los que yo te envío, para que les digas: «Así habla el Señor». Y sea que escuchen o se nieguen a

    hacerlo -porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos.

    Palabra de Dios.

    SALMO Sal 122, 1-4

    R. Nuestros ojos miran al Señor,

    hasta que se apiade de nosotros.

    Levanto mis ojos hacia ti,

    que habitas en el cielo. R.

    Como los ojos de los servidores están fijos en las manos de su señor.

    y los ojos de la servidora en las manos de su dueña:

    así miran nuestros ojos al Señor, nuestro Dios,

    hasta que se apiade de nosotros. R.

    ¡Ten piedad, Señor, ten piedad de nosotros,

    porque estamos hartos de desprecios!

  • Nuestra alma está saturada de la burla de los arrogantes,

    del desprecio de los orgullosos. R.

    Me gloriaré en mi debilidad,

    para que resida en mí el poder de Cristo

    Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 7-10

    Hermanos:

    Para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de

    Satanás que me hiere.

    Tres veces pedí al Señor que me librara, pero Él me respondió: «Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa

    en la debilidad».

    Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me

    complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias

    soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

    Palabra de Dios.

    ALELUIA Cf. Lc 4, 18

    Aleluia.

    El Espíritu del Señor está sobre mí;

    Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres.

    Aleluia.

    EVANGELIO

    Un profeta es despreciado solamente en su pueblo

    + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 6, 1-6a

    Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a

    enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto?

    ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso

    el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven

    aquí entre nosotros?» Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.

    Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa.» Y no pudo

    hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y Él se asombraba

    de su falta de fe.

    Palabra del Señor

    1.b GUION PARA LA MISA

  • Guion Domingo XIV Tiempo Ordinario (B)

    (Domingo 8 de julio de 2018)

    Entrada

    Hermanos: nos reunimos en asamblea litúrgica para celebrar el Misterio de todos los misterios: el Santo

    Sacrificio de la Misa. En él el cristiano encuentra la fuerza y el deleite para caminar con esperanza por los

    caminos arduos de esta vida. Participemos de él con amor ardiente y atención respetuosa.

    Primera Lectura: Ez 2,2-5

    El Señor envía a su profeta para reprender y advertir al pueblo de Israel.

    Segunda Lectura: 2 Co 12,7-10

    La gracia de Dios triunfa en nuestra debilidad, por eso en ella se gloría el Apóstol.

    Evangelio: Mc 6,1-6a

    Jesús no puede hacer ningún milagro en su pueblo por la incredulidad de sus parientes.

    Preces:

    Hermanos: oremos al Padre que nos ha revelado su Misericordia en la Sabiduría y Poder de su Hijo

    Jesucristo.

    A cada intención respondemos cantando:

    * Bendice Señor a la Santa Iglesia que en todos sus compromisos apostólicos, su voz profética sea escuchada y

    acogida, y que sus esfuerzos se vean coronados de copiosos frutos de paz y de unidad. Oremos.

    * Vela Señor por nuestra Patria, para que cada ciudadano sepa construirla según los valores evangélicos con

    seriedad y responsabilidad. Oremos.

    * Te pedimos, Padre clementísimo que manifiestas tu solicitud por los que sufren tanto en el cuerpo como en el

    alma, para que comprendan que en su debilidad triunfa el poder de Cristo. Oremos.

    * Por Argentina, para que, a través del Inmaculado Corazón de María, Dios le otorgue la gracia de verse libre de

    la legalización del aborto. Oremos.

    * Por los que nos hemos reunido en esta celebración eucarística, para que escuchando la Palabra de Dios con

    corazón noble y recto, produzcamos abundantes frutos de santidad. Oremos.

    Padre Santo: escucha las oraciones de tu Iglesia y concédele cuanto te pide en nombre de tu Hijo

    nuestro Señor. Él que vive y reina por los siglos de los siglos.

    Ofertorio

    Reconocemos al Señor Jesús como nuestro Dios que vino al mundo para rescatarnos y deseosos de unirnos a su

    Sacrificio presentamos:

    Cirios y los esfuerzos apostólicos de nuestra Familia religiosa para que el Evangelio sea predicado por el

    mundo entero.

    Pan y vino, junto con nuestra adhesión a Cristo en una aceptación amorosa de su voluntad salvífica.

    Comunión

    Acerquémonos a recibir la sagrada Eucaristía con los ojos de nuestra alma vueltos al Señor, esperando en su

    misericordia.

  • Salida:

    Después de haber celebrado el Misterio del Cuerpo y la Sangre del Señor, vayamos al mundo con gran

    esperanza para anunciar el evangelio de la vida.

    (Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)

    Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el Directorio Homilético

    Decimocuarto domingo del Tiempo Ordinario (B)

    CEC 2581-2584: los profetas y la conversión del corazón

    CEC 436: Cristo, el profeta

    CEC 162: la perseverancia en la fe

    CEC 268, 273, 1508: el poder se hace perfecto en la debilidad

    Elías, los profetas y la conversión del corazón

    2581 Para el pueblo de Dios, el Templo debía ser el lugar donde aprender a orar: las peregrinaciones, las fiestas,

    los sacrificios, la ofrenda de la tarde, el incienso, los panes de "la proposición", todos estos signos de la

    Santidad y de la Gloria de Dios, Altísimo pero muy cercano, eran llamadas y caminos de la oración. Sin

    embargo, el ritualismo arrastraba al pueblo con frecuencia hacia un culto demasiado exterior. Era

    necesaria la educación de la fe, la conversión del corazón. Esta fue la misión de los profetas, antes y

    después del Destierro.

    2582 Elías es el padre de los profetas, "de la raza de los que buscan a Dios, de los que persiguen su Faz" (Sal

    24, 6). Su nombre, "El Señor es mi Dios", anuncia el grito del pueblo en respuesta a su oración sobre el

    Monte Carmelo (cf 1 R 18, 39). Santiago nos remite a él para incitarnos a orar: "La oración ferviente del

    justo tiene mucho poder" (St 5, 16b-18).

    2583 Después de haber aprendido la misericordia en su retirada al torrente de Kérit, aprende junto a la viuda de

    Sarepta la fe en la palabra de Dios, fe que confirma con su oración insistente: Dios devuelve la vida al hijo

    de la viuda (cf 1 R 17, 7-24).

    En el sacrificio sobre el Monte Carmelo, prueba decisiva para la fe del pueblo de Dios, el fuego del Señor

    es la respuesta a su súplica de que se consume el holocausto "a la hora de la ofrenda de la tarde":

    "¡Respóndeme, Señor, respóndeme!" son las palabras de Elías que repiten exactamente las liturgias

    orientales en la epíclesis eucarística (cf 1 R 18, 20-39).

    Finalmente, repitiendo el camino del desierto hacia el lugar donde el Dios vivo y verdadero se reveló a su

    pueblo, Elías se recoge como Moisés "en la hendidura de la roca" hasta que "pasa" la presencia misteriosa

    de Dios (cf 1 R 19, 1-14; Ex 33, 19-23). Pero solamente en el monte de la Transfiguración se dará a

    conocer Aquél cuyo Rostro buscan (cf. Lc 9, 30-35): el conocimiento de la Gloria de Dios está en la rostro

    de Cristo crucificado y resucitado (cf 2 Co 4, 6).

    2584 En el "cara a cara" con Dios, los profetas sacan luz y fuerza para su misión. Su oración no es una huida

    del mundo infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, a veces un litigio o una queja, siempre una intercesión

    que espera y prepara la intervención del Dios salvador, Señor de la historia (cf Am 7, 2. 5; Is 6, 5. 8. 11; Jr 1, 6;

    15, 15-18; 20, 7-18).

  • II CRISTO

    436 Cristo viene de la traducción griega del término hebreo "Mesías" que quiere decir "ungido". No pasa a ser

    nombre propio de Jesús sino porque él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa.

    En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que

    habían recibido de él. Este era el caso de los reyes (cf. 1 S 9, 16; 10, 1; 16, 1. 12-13; 1 R 1, 39), de los

    sacerdotes (cf. Ex 29, 7; Lv 8, 12) y, excepcionalmente, de los profetas (cf. 1 R 19, 16). Este debía ser por

    excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino (cf. Sal 2, 2; Hch

    4, 26-27). El Mesías debía ser ungido por el Espíritu del Señor (cf. Is 11, 2) a la vez como rey y sacerdote

    (cf. Za 4, 14; 6, 13) pero también como profeta (cf. Is 61, 1; Lc 4, 16-21). Jesús cumplió la esperanza

    mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey.

    La perseverancia en la fe

    162 La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; S. Pablo

    advierte de ello a Timoteo: "Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta;

    algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe" (1 Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar

    hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la

    aumente (cf. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe "actuar por la caridad" (Ga 5,6; cf. St 2,14-26), ser

    sostenida por la esperanza (cf. Rom 15,13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia.

    Párrafo 3 EL TODOPODEROSO

    268 De todos los atributos divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el Símbolo: confesarla tiene

    un gran alcance para nuestra vida. Creemos que es esa omnipotencia universal, porque Dios, que ha creado

    todo (cf. Gn 1,1; Jn 1,3), rige todo y lo puede todo; es amorosa, porque Dios es nuestro Padre (cf. Mt 6,9);

    es misteriosa, porque sólo la fe puede descubrirla cuando "se manifiesta en la debilidad" (2 Co 12,9; cf. 1

    Co 1,18).

    273 Sólo la fe puede adherir a las vías misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus

    debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo (cf. 2 Co 12,9; Flp 4,13). De esta fe, la Virgen

    María es el modelo supremo: ella creyó que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37) y pudo proclamar las

    grandezas del Señor: "el Poderoso ha hecho en mi favor maravillas, Santo es su nombre" (Lc1,49).

    1508 El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf 1 Co 12,9.28.30) para manifestar la

    fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación

    de todas las enfermedades. Así S. Pablo aprende del Señor que "mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra

    perfecta en la flaqueza" (2 Co 12,9), y que los sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido lo

    siguiente: "completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la

    Iglesia" (Col 1,24).

    2. EXÉGESIS

  • R. Schnackenburg

    Incredulidad y repudio de Jesús en su patria

    (Mc.6,1-6)

    El repudio incrédulo de Jesús en su patria de Nazaret está en contraste con los relatos precedentes, expuestos

    con la finalidad de suscitar la fe. La mujer sencilla del pueblo había creído y Jairo, el jefe de la sinagoga, había

    acudido a él lleno de confianza. Es precisamente en su patria donde Jesús choca con una incredulidad crasa.

    Históricamente no hay por qué dudar de ello -acerca de los «hermanos» de Jesús, cf. Jua_7:3 ss-; aunque el

    evangelista persigue además un interés teológico. El ministerio de Jesús no resulta evidente para sus

    contemporáneos, el misterio de su persona se les esconde más de una vez bajo sus grandes milagros. Muchos no

    salen de su asombro (cf. 5,20), y en la resurrección de la hija de Jairo la multitud se burla incluso de Jesús. La

    paradoja de la incredulidad no hace más que destacar con mayor relieve entre las gentes de Nazaret; son el caso

    típico de quienes «ven, pero no perciben; oyen, pero no entienden» (4,12). Se trata de la misma experiencia y

    enseñanza que expresa el cuarto evangelista al final del ministerio público de Jesús: «A pesar de haber realizado

    Jesús tantas señales en presencia de ellos, no creían en él» (Jua_12:37). Descubrimos aquí la otra línea que

    perseguía el evangelista mediante esta sección: el hecho de la incredulidad y su carácter incomprensible. Parece

    que Jesús se presenta ahora por vez primera en la sinagoga de su patria como maestro. La exposición rebosa

    ingenuidad y vida. Jesús, como ocurre en Luc_4:16-21 aunque todavía de un modo más gráfico e

    impresionante,1 hace uso del derecho que asiste a todos los israelitas adultos de hacer la lectura bíblica y su

    exposición. Pero sus paisanos están asombrados de que tenga la capacidad de hablar tan bien y de interpretar la

    Escritura. Nada se dice aquí de la «autoridad» de Jesús (Luc_1:22), ni escuchamos nada acerca de su pretensión

    de que «hoy» se cumplan los vaticinios proféticos (Luc_4:21). Nada de ello le interesa aquí al narrador; le basta

    con que exista un asombro incrédulo. Se habla ciertamente de los prodigios realizados en otros lugares, pero a

    Jesús se le niega la fe. Los habitantes de Nazaret conocen a Jesús como «el carpintero» o -según otra lectura-

    «el hijo del carpintero».2 Jesús ha ayudado a su padre en el trabajo y con él ha aprendido el oficio manual.

    También se le conoce como «hijo de María» y «hermano» de otros hombres que forman su familia.3 También

    sus «hermanas» habitan allí, como miembros más o menos lejanos del clan afincado en Nazaret. Por ello la

    gente no puede entender que Jesús tenga algo especial y se escandaliza en él. Es la palabra típica para indicar el

    tropiezo en la fe, y que también ha entrado en el lenguaje comunitario (Luc_4:17). Para cuantos lo leen, el

    episodio constituye una severa señal de advertencia: quienes piensan conocer a Jesús, no le comprenden y se

    alejan de el. Hay muchos tropezones y caídas en el terreno de la fe. Hasta los discípulos más allegados a Jesús

    han tomado escándalo de él en una hora oscura: cuando Jesús se dejó conducir sin resistencia alguna por sus

    enemigos (Luc_14:27-29). A sus paisanos incrédulos les lanza Jesús una palabra, que tal vez fuese proverbial

    entre ellos: «A un profeta sólo lo desprecian en su tierra.» La expresión nos la ha transmitido también Juan

    (Jn_4:44) en otro contexto, indicando siempre una experiencia amarga. Los enviados de Dios es precisamente

    en su patria donde encuentran la oposición y el repudio. Así. Jeremías no puede por menos de quejarse de que

    sus conciudadanos alimenten contra él intenciones malvadas y hasta atenten contra su vida (Jer_11:18-23). No

    otra es la suerte que espera al último enviado de Dios, que está por encima de todos los profetas. En la actitud

    1 Lucas desplaza la escena al comienzo del ministerio público de Jesús y presenta un relato detallado que tomó de una tradición

    particular (4,16-30). Ese relato puede muy bien proyectar alguna luz sobre el ministerio de Jesús: el cumplimiento presente de la

    profecía de salvación (v. 18-21), una visión anticipada de la incredulidad de Israel y de la elección de los paganos (v. 25-27), tal vez

    incluso una alusión al destino profético de Jesús (v. 29: véase 13.33 Y 34) 2 El texto primitivo de Marcos sonaba probablemente así: «El carpintero, el hijo de María»; la otra lectura se explica por influencia

    del texto de Mateo donde aparece «el hijo del carpintero». El hecho de que se señale a Jesús como «el hijo de María» no supone

    ninguna tendencia teológica -nacimiento virginal-, sino que se explicaría si para entonces ya había muerto José. 3 Este pasaje es importante porque da algunos nombres personales; los hombres que aquí se nombran pueden identificarse en parte

    con personas que nos son conocidas por la tradición y que, por lo mismo. no pueden ser verdaderos hermanos carnales de Jesús.

    Así, Simón y Judas eran hijos de un Klopas o Cleofás, hermano de José; cf. J. SCHMID, Los «hermanos de Jesús», en El Evangelio según

    san Marcos. Herder. Barcelona 1967, p. 126-128.

  • de los nazarenos se anuncia ya a los lectores cristianos el misterio de la pasión de Jesús; pero en el destino de su

    Señor reconocen también su propio destino. Jesús se ha apartado de sus parientes y se ha creado una nueva

    «familia» (cf. 3,35) y también sus discípulos lo han abandonado todo por causa del Evangelio (10,30). Los

    discípulos de Cristo tienen que comprender que habrá discordias en las familias por causa de la fe (cf. 13,12). A

    la sentencia del profeta que originariamente sólo es despreciado en su propia «tierra», ha añadido expresamente

    el evangelista «entre sus parientes y en su casa». Con frecuencia Dios no ahorra esa amargura a los que llama.

    La consecuencia de la incredulidad es que Jesús no puede realizar en Nazaret ningún gran milagro, sino que

    cura simplemente a algunos enfermos imponiéndoles las manos. ¿Por qué no «pudo» Jesús actuar allí con

    plenos poderes? Nada se dice al respecto, aunque tampoco aparece por ninguna parte la salida apologética de

    que Jesús no pudo obrar porque no quiso. Según el pensamiento bíblico es Dios quien otorga el poder de hacer

    milagros. Habría, pues, que concluir que es el mismo Dios quien ha señalado el objetivo y los límites al poder

    milagroso de Jesús. Jesús no debe llevar a cabo ningún portento allí donde los hombres se le cierran con una

    incredulidad obstinada. Todo su ministerio está subordinado a la historia de la salvación, al mandato del Padre.

    Las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan suenan como un comentario: «De verdad os aseguro: nada puede

    hacer el Hijo por sí mismo, como no lo vea hacer al Padre» (5,19). Los milagros ostentosos, que los incrédulos

    requerían de él, los ha rechazado siempre. La generación perversa que reclama un signo del cielo le hace

    suspirar (8,11s). Esto es también una enseñanza saludable para la fe que no debe impetrar ningún signo evidente

    ni pruebas definitivas. Jesús «quedó extrañado de aquella incredulidad». Con esta frase se cierra el relato

    haciendo que el lector siga meditando sobre el enigma de la incredulidad.

    (SCHNACKENBURG, R., El Evangelio según San Marcos, en El Nuevo Testamento y su Mensaje,

    Editorial Herder)

    3. COMENTARIO TEOLÓGICO

    P. Leonardo Castellani

    Los Tres Atentados

    “Si me descuido, el maldito

    me levanta de un lanzazo”

    (Martín Fierro)

    Antes de ser muerto Jesucristo legalmente, con toda ignominia y con gran lujo de tormentos, fue objeto

    de varios atentados de asesinato abrupto. Tres recuerda el Evangelio.

    En el tercer viaje a Jerusalén, para la fiesta de Skenopegia, y quizá ya desde mucho antes, Jesús interpela

    tranquilamente a sus adversarios diciéndoles:

    —¿Por qué me queréis matar?

    Estos atentados espontáneos de las turbas, que fracasan misteriosamente, traen su raíz de las calumnias

    que los fariseos propalaban acerca de Él.

    —¿Quién te quiere matar? ¡Tienes demonio!

    Cada momento lo llaman endemoniado.

    Evidentemente, nada hubiese servido mejor a los fariseos que un súbito atropello y homicidio del joven

    profeta en un tumulto del pueblo. Monsieur On es irresponsable y sagrado. La Revolución Francesa, narrada por

    los historiógrafos a la Michelet, fue hecha por Monsieur On. Augustín Cochin la llama "La Epopeya de

    Monsieur On... "On se facha, on courut aux Tuileries, on appela le Roi... on le tua".

    Augustin Cochin se dedicó a investigar quien era Monsieur On. Y encontró detrás de los movimientos

    informes y aparentemente espontáneos de las turbas grupos ocultos perfectamente organizados, planes precisos,

    agentes secretos y órdenes concretas. ("Les Sociétés de Pensée et Pensée la Démocratie" - La Révolution et la

    Libre Les Sociétés de Pensée et la Révolution en Bretagne", 2 vol.). Monsieur On no existe.

  • Lo mismo nos advierten los Evangelistas cuando la cuestión del plebiscito a favor de Barrabás. Eran los

    Príncipes de los Sacerdotes y los Sanhedritas quienes "persuadieron a la masa" —la "sacudieron", dice Marco—

    que votasen a favor de Barrabás y "perdiesen" a Jesús.

    El primer atentado contra Jesucristo se llevó a cabo en su ciudad natal, o por lo menos por tal tenida, "in

    patria suá, ubi erat nutritus"; no quizo hacer milagros en Nazareth (o mejor dicho "no pudo", como dice

    Marco) y se pusieron furiosos. No pudo hacer milagros "por su incredulidad"; y sin embargo parece que tenían

    credulidad hasta de sobra, pues esperaban que hiciese allí más milagros que en parte alguna por ser "la patria

    suya, donde se había criado". Y Él leyó en la Sinagoga la profecía de Isaías sobre los milagros del Futuro

    Ungido, plegó el papiro, lo entregó al sacristán (y todos los ojos estaban puestos en él) y empezó su explicación

    diciendo: "Esta escritura se ha cumplido hoy en vuestros ojos".

    Pero después, cuando vieron que no hacía más milagros que en Cafarnaúm (pues sólo sanó unos pocos

    enfermos) y cuando Él les explicó la paradójica razón: "justamente por ser mi ciudad", se llenaron de ira, se

    levantaron y lo echaron de la ciudad. Y siguiéndolo hasta el barranco donde el poblado moría querían,

    desbarrancarlo. Por qué no lo hicieron, no se sabe. "Él se fue, pasando tranquilo en medio de ellos." Quizá esa

    misma tranquilidad se les impuso.

    Esta ira pueblerina, este tumulto de zotes, este homicidio frustrado e inmotivado son cosa bien rara. Pero

    no nos asombremos: detrás está "el fermento farisaico", como le llamó Él mismo, la mano negra del hipócrita.

    El farisaico fermento aparece en primer lugar en la esperanza de un Mesías bizarro, arrogante, jayán,

    dominador y belicoso. ¡Y este hombre tranquilo, sedado y levemente melancólico...! Allí conocían a su padre, a

    su madre y a sus hermanos Jaime, José, Juda y Simón y a sus hermanas, la parentela entera; y le habían visto

    manejando el cepillo y la azuela... ¡Qué Cafarnaúm ni qué ocho cuartos!

    Ocho cuartos son dos enteros. Dos enteros son dos reales. ¿Por qué decir ocho cuartos pudiendo decir

    dos reales? Aquí no hemos estado en Jerusalén, pero sabemos, me parece, lo que son dos reales... En Cafarnaúm

    dicho ocho cuartos, son idiotas...

    El otro fermento más farisaico todavía es reconocerlo como Mesías, pero adjudicarlo a la ciudad de

    Nazareth, "que casi lo vio nacer." Esas adjudicaciones nacionales son muy comunes y naturales y parecería que

    Cristo no debería echarlas tan a mal. ¡Si las habré oído yo hacer en Italia y en España, países de arraigada fe! Y

    en la Argentina, país de fe dormilona.

    "Dios es criollo", "Dios es francés", "Dios es alemán", "Dios es español"... Parece que le basta a Dios a

    oír eso para marcharse sin hacer milagros. ¿Qué malicia tan grande habrá en esa cariñosa apropiación de

    paisanos? Vea ¿no? —como dicen los gauchos. Cristo no dio otra razón más que esa: "No hago milagros aquí

    porque soy de aquí; hago milagros en el extranjero."

    Dios es extranjero.

    Mas yo oigo sin cesar sermones en que se promete la ayuda de Dios, incluso milagrosa, a los naturales

    de una región por el solo hecho de ser de ella, por la profunda y arraigada fe que siempre ha distinguido a este

    pueblo, por la santidad de nuestros padres y nuestras gloriosas tradiciones. Éste es inocente fariseísmo.

    Y este inocente fariseísmo puede terminar por un atentado contra Cristo. Ya es un atentado hacerlo

    servir al pobre para sermones vanos, presuntuosos, adulones y vacíos.

    Los otros dos atentados tuvieron lugar en Jerusalén, en el Templo o cerca de él, en su tercera subida. Son

    dos y no uno contado dos veces. Los cuenta el mismo Juan y las narraciones son del todo diversas. Uno fue en

    el Gazofilacio, otro en el Pórtico de Salomón, uno en la Skenopegia, otro en la fiesta de los Encenios. Las dos

    veces levantaron piedras para lapidarlo y también quisieron echarle mano con violencia. La primera vez, dice

    Juan, se escondió. La segunda se arrancó de sus manos.

    Las dos veces la tentativa de asesinato se produjo a causa de la afirmación de que Él era Dios. Cristo no

    recataba ya la afirmación de su divinidad. Estaba en su tercer año, había sembrado de estruendosos milagros sus

    caminos.

    —¿No tienes cincuenta años y has visto a Abraham?

    —De verdad os digo que antes que Abraham naciera, Yo Soy.

    Y la otra vez, más explícitamente:

    —Yo y el Padre somos uno mismo.

  • Esta afirmación es única en el mundo, es enorme. Había que haberlo ejecutado o puéstose de hinojos

    ante Él. Los grandes místicos dijeron que eran o se hacían una cosa con Dios por amor. El místico Al-Hallaj

    dice en un poema:

    Antes yo estaba cerca de Ti,

    Tú estabas cerca de mí,

    Oh Escogido, Ahora cerca y lejos

    Han desaparecido.

    Pero Cristo dice más: no sólo que se hace una cosa con Dios por amor, sino que lo que Él hace, el Padre

    lo hace; lo que Él dice, el Padre lo dice; el Padre vive y crea continuamente y Él crea juntamente. Y quien ve a

    Él, ve también al Padre.

    Era la ocasión para un gran proceso para estos fariseos tan jurídicos. Había sido puesta una afirmación

    netamente enorme. Era el momento de un gran proceso, pedir razón, justificación y pruebas; condenar al

    hombre como el mayor blasfemo que ha existido o ponerse de rodillas ante el "Principio que habla con

    vosotros", el Principio de todas las cosas misteriosamente vuelto natura humana, carne y alma de hombre.

    Pero todo se resolvió en dos o tres gestos de cobardes, en ademanes de bellacos e insultos de fanáticos,

    en gruñidos y murmuraciones y conversaciones inútiles, en imprecaciones vanas e impertinentes. ¡Qué fastidio

    y cansancio debió sentir el corazón de Cristo sobre la lodosa, opaca y vil humanidad!

    Pero entretanto el gran asesinato legal se iba gestando, las líneas se iban tendiendo, la ocasión propicia

    era espiada, los ánimos oscuros iban perdiendo con la creciente ira el miedo de meter la pata, y aun el miedo del

    pueblo y de la propia responsabilidad hecha patente, el temor de aparecer manos manchadas de sangre los

    "sapientismos y santismos". Cristo había profetizado ya una y dos veces y tres también la propia muerte con

    todas sus características y circunstancias.

    Sabía mejor que sus enemigos a donde iba. Si se esquivó tres veces al asesinato "impromptu" era

    porque, dice misterioso el Evangelista, "no había llegado su tiempo." Era menester que el fariseísmo apareciese

    tal cual es.

    El orgullo religioso es homicida y deicida. Es hijo del diablo, que es el "homicida principal", la raíz de la

    muerte y el contrario de la vida. El fariseísmo mata aun sin querer, y no por lo que su víctima tiene de malo,

    sino precisamente por lo que tiene de divino. Claro que él no quiere la muerte, sino proveer al bien común, los

    intereses de la religión que le han sido confiados por Dios y "la salvación de todo el pueblo".

    Habría que haber visto a los santones del Templo atajando a la gente del pueblo que levantaba piedras

    con gran barullo y voces: "¡Dejen, dejen! ¡Calma, calma! ¡Hay que ver todavía! ¡Conviene dejarlo hablar! ¡Que

    se explique, que se explique! ¡Todo a su tiempo! ¿Por ventura no hay autoridades? ¡Estamos en el Atrio del

    Templo! ¡Manchar con sangre el gazofilacio! ¡Hay aquí demasiada gente, pueden herir a alguna pobre mujer o

    niño! ¡Está en medio de sus discípulos! ¡Es el día de la fiesta del Señor! ... "

    "¡Ya habrá tiempo para todo...!"

    Y después en el recinto: "Esta tarde en el Templo, a no ser por nosotros, había una zipirindanga. Pero la

    hemos impedido. También ese hombre ha pasado ya todo límite. Es evidente que esto tiene que acabar. Pero

    hay que ver el 'modo', eso es, el 'modo'..."

    Y cuando llegó el "tiempo", lo mataron del modo más torpe, bullanguero, escandaloso, desbaratado y

    disparatado que puede imaginarse; aunque también (y en eso sí no les falló el instinto) del modo más

    horriblemente cruel. Dios mío, dame fuerzas para poder mirar el fariseísmo sin demasiado miedo y sin

    demasiado asco. Pero dame también gracia como Tú para mirarlo de frente.

    (CASTELLANI, L., Cristo y los fariseos, Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina), 1999, p. 35 – 41)

    4. SANTOS PADRES

    San Juan Crisóstomo

    Sobre la incredulidad

  • SI RETENÉIS en la memoria lo dicho anteriormente, con mayor presteza proseguiremos, pues vemos

    que está a punto un fruto muy grande. Si os acordáis de lo ya dicho, os será más fácil comprender nuestro

    discurso; y tampoco será excesivo nuestro trabajo, pues vosotros, por el anhelo de más profundos conoci-

    mientos, comprenderéis lo demás. El que continuamente echa en olvido lo que se le ha enseñado, necesita

    también continuamente de maestro y nunca llegará a saber algo; pero el que conserva la enseñanza recibida y va

    luego añadiendo lo que nuevamente se le da, muy pronto de discípulo pasará a ser maestro, y será útil no sólo

    para sí mismo, sino también para otros. Yo espero que así suceda con mi discurso ahora; y lo conjeturo por el

    gran empeño vuestro en escuchar. ¡Ea, pues! echemos en vuestras almas como en seguro depósito la plata del

    Señor; y expliquemos, en cuanto la gracia del Espíritu Santo nos preste su auxilio, lo que hoy se nos ha

    propuesto.

    Había dicho el evangelista: El mundo no lo conoció, refiriéndose a los tiempos antiguos. Pero luego

    viene a los tiempos en que Cristo predicaba, y dice: A los suyos vino, y su propio pueblo no lo acogió. Llama

    suyos a los judíos y pueblo especialmente suyo, o también a todos los hombres que son creaturas suyas. Y así

    como antes, estupefacto ante la locura de muchos, y como avergonzado de la humana naturaleza, decía: que el

    mundo por el Creador puesto en existencia no lo conoció, así ahora, molesto por las ingratitudes de los judíos y

    de muchos hombres, pasa a una más grave acusación, y dice: Y su propio pueblo no lo acogió, a pesar de haber

    venido El a ellos. Pero no solamente Juan sino también los profetas con admiración dijeron lo mismo. Y

    también Pablo se extrañó de semejante cosa.

    Los profetas, en persona de Cristo, clamaron y dijeron: El pueblo que Yo no conocía, me sirve; con sólo

    oírme me obedeció. Los hijos extranjeros me engañaron, se afirmaron en su posición y erraron en sus

    caminos4. Y también: Lo verán aquellos a quienes no se les ha hablado de Él; y los que no oyeron, entenderán5.

    Además: He sido encontrado por los que no me buscaban, y claramente me mostré a quienes de Mí no pregun-

    taban6. Y Pablo, escribiendo a los romanos, les decía: En conclusión ¿qué? Israel no ha alcanzado lo que

    buscaba. Lo alcanzó, sí, el resto elegido7 Y escribiendo a los mismos romanos, dice: ¿Qué diremos en

    conclusión? Que los gentiles, que no iban en busca de la justicia, alcanzaron la justicia. Pero Israel, que iba en

    busca de la ley de justicia, no alcanzó esta ley8.

    Cosa admirable es que los que fueron educados en los libros de los profetas y que cada día escuchan a

    Moisés —quien profetiza innumerables cosas acerca de Cristo—, lo mismo que a los profetas subsiguientes y a

    Cristo que cada día obra milagros y que sólo con ellos convive y no permite a sus discípulos entrar a los

    gentiles, ni ir a las ciudades de los samaritanos, como tampoco Él iba, sino que con frecuencia decía no haber

    sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel, a pesar de tantos milagros hechos en su favor

    y escuchando ellos continuamente a Cristo, que los amonestaba, se mostraron tan ciegos y sordos, que ni uno

    solo pudo ser inducido a creer en Cristo.

    En cambio los gentiles nada de eso habían alcanzado y ni en sueños habían oído las palabras divinas,

    sino que andaban ocupados en fábulas de locos —así me place llamar a la sabiduría pagana—, y en tratar de los

    delirios de sus poetas, y estaban apegados a los ídolos de madera y piedra, y nada sabían de sano ni útil ni en las

    doctrinas ni en las costumbres, pues su vida era más impura y más criminal que sus doctrinas. ¿Ni qué otra cosa

    podía esperarse cuando ellos veían a sus dioses entregarse al placer de todos los pecados, y que se les adoraba

    con palabras obscenas y prácticas más obscenas aún? Y todo eso era para ellos días de fiesta y de honores.

    Además, tales dioses eran honrados con asesinatos y muertes de niños; y en todo imitaban ellos a sus dioses. Y

    sin embargo, sumidos así en el abismo de la perversidad, repentinamente, como levantados mediante algún

    mecanismo, se nos presentan en las alturas mismas del Cielo.

    ¿Por dónde y cómo sucedió esto? Oye a Pablo que lo cuenta. Este varón bienaventurado, examinando

    diligentemente el caso, no cesó hasta dar con la causa, para manifestarla a todos. ¿Cuál es ella y por dónde les

    vino semejante ceguera? Escucha al varón a quien se le confió el ministerio de los gentiles. ¿Qué es lo que dice,

    4 Sal 17, 45-46 5 Is 52, 15 6 Is 65, 1 7 Rm 11, 7 8 Rm 9, 30-31

  • tratando de acabar con la duda de muchos?: Ignorando la justicia de Dios y empeñándose en afirmar la propia,

    no se rindieron a la justicia de Dios9. Ese fue el motivo. Y luego el mismo Pablo, explicándolo de otra manera,

    dice: ¿Qué diremos en conclusión? Que los gentiles que no iban en busca de la justicia alcanzaron la justicia, a

    saber: la justicia de la fe. Pero Israel, que iba en busca de una ley de justicia, no alcanzó esta ley. ¿Por qué?

    Porque no la quiso nacida de la fe, sino cual si fuera fruto de las obras. Se estrellaron contra la piedra de

    tropiezo10.

    Es decir que la causa de su daño estuvo en la incredulidad; y la incredulidad fue engendrada por la

    arrogancia. Como anteriormente poseían más que los gentiles, pues habían recibido la ley, y conocían a Dios y

    las otras cosas que Pablo enumera, y luego vieron que los gentiles eran llamados por la fe a un honor igual al de

    ellos; y que tras de recibir la fe, ya el circuncidado nada poseía de más que el que llegaba de entre los gentiles,

    por envidia y arrogancia decayeron y no soportaron una tan inefable y tan inmensa benignidad del Señor: cosa

    que les vino, no de otra parte, sino de su arrogancia, perversidad y odio.

    ¿Qué daño, oh necios en grado sumo, os trae semejante providencia de Dios, abundantemente difundida

    entre otros? ¿Acaso los bienes vuestros se disminuirían por el consorcio con los gentiles? Eso es simplemente

    ciega maldad que no alcanza a percibir qué sea lo que conviene. Pereciendo de envidia por encontrarse con

    compañeros de la misma libertad, contra sí mismos empujaron la espada y se colocaron fuera del campo de la

    divina benignidad. Es lógico. Pues dice la Escritura: ¡Amigo! no te hago injuria: quiero dar a éstos tanto como

    a ti11. Pero a la verdad, ni siquiera son dignos de semejante respuesta. Aquellos obreros contratados, aunque se

    molestaban, pero podían alegar el trabajo del día íntegro, las dificultades, el calor, los sudores; pero estos otros

    ¿qué podían decir? ¡Nada de eso! Solamente desidia, intemperancia y vicios sin cuento, que los profetas todos

    les echaban en cara acusándolos continuamente: vicios con que ellos ofendieron a Dios lo mismo que los

    gentiles.

    Así lo declaró Pablo al decir: Porque no hay distinción [entre judíos y griegos] pues todos pecaron y se

    hallan privados de la gloria de Dios. Justificados gratuitamente por la gracia12. Materia es esta que útil y muy

    prudentemente trata el apóstol en esa carta suya. Pero antes declara ser ellos dignos de mayor castigo, diciendo:

    Los que pecaron teniendo la ley, por la ley serán condenados13; es decir, más gravemente, pues tendrán como

    acusadores, además de la ley natural, también a la escrita. Y no sólo por eso, sino porque fueron causa de que

    los gentiles blasfemaran de Dios. Pues dice: Por causa vuestra se blasfema mi nombre entre la gente14.

    Esto sobre todo les escocía, y a los de la circuncisión que habían creído les parecía cosa extraña; de

    modo que a Pedro, cuando regresó de Cesarea, lo acusaron de haber entrado en casa de hombres no

    circuncidados y de haber comido con ellos; y aun habiendo ya entendido la economía de la redención, aún se

    admiraban de que el Espíritu Santo se hubiera difundido entre los gentiles; y daban a entender, por su estupor,

    que jamás habían ellos esperado que aconteciera cosa tan fuera de expectación. Como esto supiera Pedro, y que

    lo llevaban muy a mal, puso todos los medios para reprimirles la hinchazón y sacarlos de su arrogancia.

    Advierte en qué forma procede. Tras de haber hablado de los gentiles y haberles demostrado que no

    tenían defensa alguna ni esperanza de salvación, y de haberlos acusado acremente de pervertir la doctrina y de

    vivir perversamente, se vuelve a los judíos, y les recuerda cuanto los profetas habían dicho de ellos: que eran

    perversos, engañadores, astutos, inútiles todos, y que no había entre ellos ninguno que buscara a Dios, sino que

    todos habían equivocado el camino, y otras cosas por el estilo, y finalmente añadió: Bien sabemos que cuanto

    dice la ley, a los que están bajo la ley lo dice. Para que toda boca enmudezca y todo el mundo se confiese reo

    ante Dios. Ya que todos pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios15.

    Entonces ¿por qué te ensoberbeces, oh judío? ¿Por qué te enalteces? También tu boca ha quedado

    cerrada y se te ha quitado el motivo de confianza; y lo mismo que todo el mundo, quedas constituido reo, y al

    igual que los demás necesitas justificarte por la gracia. Convenía, aun en el caso de que hubieras vivido

    correctamente y hubieras tenido gran entrada con Dios, no envidiar a los gentiles que por misericordia y bondad 9 Rm 10, 3 10 Rm 9, 30-32 11 Mt 20, 13-14 12 Rm 3, 22-24 13 Rm 2, 12 14 Is 52, 5 y Rm 2, 24 15 Rm 3, 18 y 23

  • de Dios habían de alcanzar la salud. Es el colmo de la maldad llevar a mal los bienes ajenos, sobre todo cuando

    éstos se realizan sin daño tuyo. Si la salvación de otros destruyera tus bienes, justamente te habrías dolido de

    ello; aun cuando tal cosa no les acontece a quienes han aprendido a ejercitar la virtud. Pero si el castigo ajeno en

    nada aumenta tu recompensa, ni la felicidad ajena para nada la disminuye ¿por qué te dueles de que a otros

    gratuitamente se les conceda el don de la salvación?

    Lo conveniente era, pues, como ya dije, no entristecerte ni escocerte por la salvación derramada entre los

    gentiles, ni aun en el caso de que tú te hubieras portado correctamente. Pero siendo reo de los mismos pecados y

    habiendo ofendido a Dios, llevas muy a mal el bien de otros, y te ensoberbeces como si tú solo debieras

    participar de la gracia, y te haces digno de gravísimos castigos no solamente por la envidia y la arrogancia, sino

    también por tu excesiva locura: has injertado en ti la soberbia, causa de todos los males. Por tal motivo cierto

    sabio decía: El comienzo del pecado es la soberbia16; es decir, su raíz, su fuente, su madre. Por ella cayó el

    primer hombre del estado de felicidad; por ella cayó el demonio, que lo engañó, de la sublime alteza de su

    dignidad.

    Como el muy malvado conociera ser tal la naturaleza de ese pecado, que es capaz de echar del Cielo

    mismo, echó por este camino cuando procuró derribar a Adán del gran honor en que estaba. Lo hinchó y

    ensoberbeció con la esperanza de alcanzar a ser igual a Dios, y así lo derribó y lo precipitó a lo profundo del

    báratro y del Hades. Porque nada hay que tanto aparte de la bondad de Dios y entregue al suplicio de la gehena

    de fuego como la tiranía de la soberbia. Si se apodera de nosotros, toda nuestra vida se hace impura, aun cuando

    ejercitemos la castidad, la virginidad, el ayuno, la oración, la limosna y todas las otras virtudes. Dice la

    Escritura: Inmundo es ante Dios todo soberbio17.

    En consecuencia, reprimamos la hinchazón del ánimo; echemos de nosotros la fastuosidad si queremos

    ser puros y librarnos del castigo que se preparó para el demonio. Que el arrogante será castigado con el mismo

    suplicio que el demonio, oye cómo lo dice Pablo: No neófito, para que no se ensoberbezca y caiga en juicio18 y

    en los lazos del demonio. ¿Qué significa: en juicio? En la misma condenación en el mismo suplicio. Y ¿cómo

    podrás evitar tamaño mal? Si consideras tu naturaleza, la multitud de tus pecados, la magnitud de los tormentos.

    Si piensas cuán pasajeras son las cosas de este mundo, aun las que parecen brillantísimas, y cuán fácilmente se

    marchitan, más que las flores de primavera.

    Si tales pensamientos con frecuencia revolvemos en la mente, si recordamos a los que sobre todo

    florecieron en la virtud, no podrá el demonio con facilidad ensoberbecernos, por más que se empeñe, ni

    encontrará camino para vencernos. El Dios de los humildes, benigno y manso, nos dé un corazón contrito y hu-

    millado. Con esto podremos con facilidad proceder en lo demás a gloria del Señor nuestro Jesucristo, por el cual

    y con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. —Amén.

    SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan (1), Homilía IX (VIII),

    Tradición México 1981, p. 76-81

    5. APLICACIÓN

    P. José A. Marcone, IVE

    Jesús, el profeta rechazado

    (Mc 6,1-6)

    Introducción

    16 Sir 10, 13 17 Pr 16, 5 18 1 Tm 3, 6

  • Lo esencial del evangelio de hoy es que Jesús se define a sí mismo como ‘profeta’. Esto lo hace cuando

    dice: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa” (Mc 6,4). Respecto a este

    versículo, dice Santo Tomás: “El Señor se llama a sí mismo profeta. Y no hay nada de qué admirarse, porque

    también Moisés se llamó a sí mismo profeta (cf. Deut 18,15)”19.

    La Iglesia, a través de las lecturas de hoy, quiere resaltar esta faceta de Jesús, es decir, Jesús en cuanto

    profeta. En efecto, la primera lectura, tomada del profeta Ezequiel, narra el envío que Yahveh hace del profeta

    al obstinado pueblo judío. Y la narración culmina: “Y sea que escuchen o se nieguen a hacerlo -porque son un

    pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos” (Ez 2,5). Incluso, la Iglesia se ha servido de este

    versículo para poner el título de la lectura, manifestando, de esta manera, el tema que quiere que se resalte20. Y

    el título puesto al evangelio es: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo”.

    En la narración paralela de San Lucas, la faceta de Jesús-profeta queda más resaltada aún21. En efecto,

    allí Jesús se aplica a sí mismo un texto del profeta Isaías donde éste explica cómo fue elegido por Yahveh para

    ser profeta y cómo recibió la ‘ordenación’ de profeta a través de la unción con el aceite. Dice el evangelio de

    San Lucas: “Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde

    estaba escrito: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena

    Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los

    oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor’. Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó.

    En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: ‘Esta Escritura, que acabáis de oír,

    se ha cumplido hoy’” (Lc 4,17-21)22.

    El hecho histórico narrado en el evangelio de hoy se desarrolla en la segunda etapa de la vida pública de

    Cristo, la etapa central de su vida pública, en la que Él se dedica a conformar la Iglesia y a explicar su doctrina

    en forma completa. Esta etapa se desarrolla, fundamentalmente, en Galilea.

    1. Jesús-profeta

    La palabra que usa el original griego de los evangelios para decir ‘profeta’ es prophetés. Esta palabra

    proviene del verbo pro-phemí23. El verbo phemí significa ‘decir’, ‘hablar’. La preposición pro- puede significar

    tres cosas, y las tres cosas entran dentro de la significación de la palabra pro-phetés. En primer lugar, pro-

    significa ‘en lugar de’, ‘en vez de’24. En segundo lugar, pro- significa ‘ante’ o ‘delante de’25. En este sentido

    19 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 13, lectio 4; traducción nuestra. 20 Recordemos siempre que los títulos que la Iglesia pone a las lecturas dominicales están cuidadosamente escogidos y ellos evidencian el tema que la Iglesia quiere resaltar (Cf. CONGRAGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, año 2014, nº 140 – 149). 21 La narración de San Lucas (Lc 4,16-30) se lee en el Ciclo C durante dos domingos del Tiempo Ordinario: Domingos III y IV. En el Domingo III se lee hasta el v. 21, presentando la faceta de Jesús-profeta en sí misma. En el domingo siguiente se lee el resto, presentando el rechazo que el pueblo hace de Jesús-profeta. 22 En otras dos ocasiones diferentes Jesús se llamó a sí mismo profeta. En efecto, en Lc 13,33 dice: “Conviene que hoy y mañana y

    pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén”. Y en Mt 23,37, ya dentro de la Semana Santa,

    dice: “¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus

    hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido!” (cf. Lc 13,34). Además, muchísimas veces la gente lo

    llama profeta y Jesús nunca los reprende: Mt 16,14; 21,11; Mc 6,15; Lc 7,16; Lc 9,19; etc. Además, el NT lo llama explícitamente

    profeta: Hech 3,22-23.

    23 Cf. GELIN, A. – MONLOUBOU, L., Los libros proféticos posteriores, en CAZELLES, H., Introducción Crítica al Antiguo Testamento, Editorial Herder, Barcelona, 1981, p. 375. 24 Cf. DRAE. Dos ejemplos que trae el DRAE para el castellano, ‘pro-nombre’, ‘pro-cónsul’. 25 Cf. DRAE. Ejemplos: ‘pró-logo’, ‘pro-genitura’.

  • significa también ‘publicación’26. En tercer lugar, pro- significa ‘antes que’ o ‘antes de’, con anterioridad en el

    tiempo27.

    Los tres sentidos deben incluirse dentro del significado de la palabra griega prophetés, aunque no

    siempre simultáneamente ni en el mismo orden de importancia. Los dos primeros son los más importantes y

    entran en la definición misma de profeta. En resumen: en las Sagradas Escrituras se llama prophetés a aquella

    persona que, en nombre o en lugar de Dios (primer sentido de la preposición pro-), pro-clama al pueblo las

    palabras de Dios (segundo sentido de la preposición pro-). El tercer aspecto del pro-, en cuanto que pre-dice el

    futuro, es solo circunstancial y no es constitutivo del ser del profeta. “Así, el profeta sería el portavoz o el

    heraldo de alguien, y el término griego nos indicaría un predicador (forhthteller en alemán), uno que predica,

    más bien que uno que predice (foreteller)”28. Ese ‘Otro’, ese ‘Alguien’ del cual es mensajero el profeta es

    Yahveh.

    De acuerdo a esto ‘profeta’ es aquel que expone y explica al pueblo lo que ha escuchado y (aún se podría

    decir) lo que ha visto del mismo Dios vivo y Dios de los vivientes, el Todopoderoso, el Absoluto, aquel a quien

    nadie puede ver y seguir viviendo (cf. Éx 33,20). De ahí brota la profunda tensión interior que es parte

    constitutiva de todo profeta. Por un lado, la terrible necesidad de estar delante del Dios vivo, de vivir en la

    presencia del Absoluto, y hasta de enfrentarse con el Todopoderoso. Y por otro lado el martirio que significa

    llevar lo que ha escuchado y contemplado del Dios vivo a un pueblo inconstante y débil, para quien la voluntad

    de Dios es todavía un alimento demasiado fuerte, que todavía no puede tomar (cf. por ejemplo Jer cap. 25). El

    profeta no puede callar delante del pueblo aquello que se opone a la verdad de Dios y es obstáculo para que se

    cumpla la voluntad de Dios: los pecados del pueblo. Por eso, todo profeta tendrá, como característica esencial,

    el coraje para echarle en cara al pueblo sus pecados. Basta estudiar la vida de cualquiera de los profetas de

    Israel (por ejemplo, la de Jeremías) para descubrir en ellos esa tremenda tensión, a la cual no podían sustraerse.

    Decimos que no podían sustraerse porque la pasión que los abrasaba por Yahveh y por el pueblo, el amor a Dios

    que los requemaba y el amor a su pueblo eran tales que no podían renunciar a presentarse ante la presencia

    terrible del Todopoderoso ni renunciar a sufrir agravios del mismo pueblo al que debía transmitir las palabras de

    ese Dios. Otro ejemplo de la terrible tensión que siente el profeta al tener que escuchar y anunciar las palabras

    de Dios a un pueblo inconstante es el de Jonás29.

    “El profeta es un hombre que tiene una experiencia inmediata de Dios, que ha recibido la revelación de

    su santidad y de sus deseos, que juzga el presente y ve el futuro a la luz de Dios y que es enviado por Dios para

    recordar a los hombres sus exigencias y llevarlos por la senda de la obediencia y de su amor”30.

    El profeta, entonces, más que penetrar en el futuro del mundo, penetra en las profundidades de Dios. Y

    los misterios terribles que encuentra en esas profundidades debe presentárselos a los hombres, más exactamente,

    a su propio pueblo. Como se trata de misterios terribles, el pueblo, generalmente, no está dispuesto a aceptarlos,

    porque implica exigencias que no está dispuesto a llevar. Entonces, el profeta está en un suplicio continuo. Ese

    suplicio podría compararse al antiguo suplicio llamado ‘del potro’, que consistía en atar los brazos del

    condenado a un potro potente y sus piernas a otro potro, tirando ambos en sentido contrario. Por un lado, la

    necesidad imperiosa de la contemplación de Dios, de adentrarse en sus misterios. Por otro lado, la necesidad

    imperiosa de decir siempre la verdad al pueblo, le guste o no le guste, con la certeza que será vilipendiado y

    rechazado por el pueblo, sobre todo cuando le eche en cara sus pecados. Y, como en el suplicio del potro,

    26 Cf. DRAE. Ejemplo: ‘pro-clamar’, ‘pro-ferir’. 27 Por ejemplo ‘pro-gnosis’ (en griego: pró-gnosis): “Conocimiento anticipado de algún suceso. Se usa comúnmente hablando de la previsión meteorológica del tiempo” (DRAE). Otro ejemplo: el verbo castellano ‘pro-veer’, que significa, etimológicamente, ‘ver con anterioridad’; también de aquí pro-viene la palabra ‘pro-videncia’. 28 GELIN, A. – MONLOUBOU, L., Ibidem, p. 375. 29 La mayoría de los profetas del AT murieron mártires y son venerados como tales por la Iglesia Católica. El libro litúrgico denominado Martirologio Romano, que es un elenco de todos los santos que se veneran en la Iglesia Católica, es testigo de ello. 30 DE VAUX, R., Introducción a los libros proféticos, en BIBLIA DE JERUSALÉN, Desclée du Brower, Bilbao, 1975, p. 1035.

  • quedará destrozado por la tensión. La vocación de todo verdadero profeta es la de morir mártir; aún más, la de

    morir destrozado por su amor a Dios y por su amor al pueblo.

    Jesucristo, en este sentido, es el máximo profeta. Por estar su humanidad unida hipostáticamente al

    Verbo, a la Palabra, su alma gozaba de la visión beatífica. Su alma humana escrutaba las profundidades de Dios

    y se sentía abrasado y encendido por la misma Palabra, que era Él. Y al mismo tiempo, por ser Dios, su amor al

    hombre lo enardecía y lo empujaba a llevarle la verdad de Dios que había contemplado en su visión beatífica.

    Por eso, los discípulos de Emaús lo definirán así: “Fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios

    y delante de todo el pueblo” (Lc 24,19). Santo Tomás, refiriéndose al evangelio de hoy, confirma este modo de

    ver: “Es llamado profeta aquel que dice algo que está por sobre la inteligencia humana y que ha conocido por

    revelación. Por esta razón Jesús es llamado profeta, porque su alma fue iluminada por los ángeles y por Dios”31.

    Ahora bien, Jesús quería ser fidelísimo a aquello que había contemplado. No quería disminuir en nada

    las exigencias de la Palabra de Dios y no quería callar, por cobardía o miedo a la muerte, los pecados del

    pueblo, sino que se los echaba abiertamente en cara. Y, como corresponde a todo profeta, terminará destrozado

    y descoyuntado en el ‘potro’ de la cruz. “Conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe

    que un profeta perezca fuera de Jerusalén” (Lc 13,33). “¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y

    apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus

    pollos bajo las alas, y no habéis querido!” (Mt 23,37).

    2. Jesús, el profeta rechazado en su propio pueblo

    Jesús-profeta fue rechazado por muchas personas de distintas procedencias. Pero de las personas de su

    tierra, de su parentela y de su propia familia se dice algo más que un simple rechazo. Dice el evangelio de hoy:

    “Se escandalizaron a causa de Él” (Mc 6,3). Escandalizarse significa ‘caer en ruina espiritual o pecado a causa o

    por ocasión del dicho o hecho de otro’32. De manera que, dichas personas se sentían inclinadas a la propia ruina

    espiritual y al pecado a causa de la persona de Jesús, a causa de su sabiduría y a causa de su poder para realizar

    milagros. La sabiduría y el poder de hacer milagros de Jesús les hace pecar; caen en pecado por esas virtudes de

    Jesús. Eso es algo tremendo: que aquello que es el Sumo Bien cause el sumo mal.

    ¿Y por qué los más cercanos a Jesús son los que no solamente lo rechazan, sino que, además, se

    escandalizan de Él? Santo Tomás le consagra a esta cuestión un brillante análisis. Comienza analizando la

    admiración que los nazaretanos experimentan hacia Jesús. Dice Santo Tomás: “Se admiraban que tuviera

    aquellos poderes de realizar milagros. Ahora bien, la admiración nace porque se ven los efectos pero se

    desconoce la causa. Estos hombres veían el innegable efecto, pero desconocían la causa. Y por eso decían: ‘¿De

    dónde le vienen esta sabiduría y este poder?’ Pero esta es una necia admiración, porque, como dice San Pablo,

    ‘Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios’ (1Cor 1,24). Pero no lo sabían, y por eso se admiran. (…) Hay que

    notar que la admiración a veces tiene un efecto adecuado, por ejemplo, la glorificación de Dios. Esto se ve en el

    caso de otro profeta, San Juan Bautista, de quien el pueblo se admiraba y acudía a él para bautizarse (cf. Mt

    3,5). Otras veces, en cambio, produce el escándalo. ¿Y cuál es la razón por la cual la admiración a veces

    engendra glorificación de Dios y otras veces escándalo? La razón está en que las cosas que escuchan las

    interpretan para peor (interpretantur in peius). Por esta razón esos tales se escandalizan necesariamente. Como

    se dice en la carta de Judas: ‘Blasfeman contra todo lo que desconocen’ (Jud 1,10). Pero otros que están bien

    dispuestos, siempre interpretan para mejor (interpretantur in melius). Los nazaretanos eran de los primeros”33.

    Santo Tomás, entonces, señala dos defectos de los coterráneos de Jesús. En primer lugar, una admiración

    carnal, producida por su ignorancia acerca de la procedencia de las virtudes de Jesús. En segundo lugar, el ser

    mal pensados. Y de estas dos cosas nace el escándalo, que, ciertamente, es un escándalo farisaico. El DRAE

    31 SANCTI TOMAE DEAQUINO, Ibidem; traducción nuestra. 32 Cf. DRAE. 33 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra.

  • define el escándalo farisaico de la siguiente manera: “El escándalo que se recibe o se aparenta recibir sin causa,

    mirando como reprensible lo que no lo es”.

    La primera causa de este escándalo farisaico, entonces, es la admiración carnal. Y la causa de la

    admiración carnal es el creer que ellos deben conocer la causa de todas las virtudes de los otros hombres. Si no

    las conocen, se admiran con admiración carnal. Ellos eran carnales y se fijaban solamente en la carne, es decir,

    en el parentesco y en el origen común. De allí que no podían percibir la sabiduría espiritual de Jesús. No

    encuentran proporción entre el origen humano de Jesús (que conocían perfectamente bien) y su sabiduría y su

    poder de hacer milagros.

    Estos son aquellos que quieren hacer entrar en sus cabecitas de jíbaro las obras y las palabras

    magnánimas de los demás, especialmente de los miembros de su familia cercana, de sus parientes, de sus

    coterráneos, de sus compañeros de Seminario, etc, de quienes conocen su origen humano, débil y finito. Si esas

    obras no entran dentro de sus criterios o no pueden encontrar equivalentes dentro de sí mismos, las rechazan

    como falsas y/o pecaminosas. Ellos se hacen la medida de todos los dones y excelencias de los demás. Y allí

    hay malicia. La frase de Jud 1,10 es muy fuerte y explica mejor por qué caen en escándalo: dado que ellos no

    saben el origen de la sabiduría y el poder de hacer milagros de Jesús, no quieren aceptar que los tenga. Entonces

    blasfeman contra esa sabiduría y ese poder. “Blasfeman contra todo lo que desconocen” (Jud 1,10). Entre los

    hombres muchas veces sucede así; enanos espirituales, desprecian o rechazan todo aquello que escapa a su corta

    capacidad de conocer.

    Un ejemplo, tomado de la vida real. Un compañero mío de Seminario, Fulanito, que, después de

    ordenado sacerdote era profesor en el Seminario, publicó un libro de teología a los pocos años de su ordenación

    sacerdotal. La crítica lo recibió muy favorablemente y fue un éxito editorial. Al poco tiempo de la publicación

    del libro, en la procesión de entrada de una Misa Crismal, me encuentro con otro sacerdote compañero mío de

    Seminario que hacía varios años que no veía. Cruzamos un par de palabras y enseguida me dice: “¿Así que

    Fulanito publicó sus apuntes de clase?” Para él, en su estrecha cabecita, no entraba que Fulanito hubiera

    desarrollado plenamente sus dones y huvbiera escrito un libro hecho y derecho. Fulanito, según su criterio,

    solamente estaba capacitado para hacer apuntes de clase, es decir, resúmenes bien hechos para exponer

    ordenadamente una materia. Por lo tanto, para él, el libro escrito no existía, sino que existían solamente ‘apuntes

    de clase’, a pesar de que el libro estaba allí y estaba, incluso, en la librería y en la biblioteca del Seminario, y era

    consultado, leído y alabado por formadores y seminaristas. “¿De dónde le viene a Fulanito esa sabiduría y ese

    poder de escribir libros?” ‘Blasfeman contra todo lo que desconocen’.

    La segunda causa del escándalo es ser mal pensados. Dice San Bernardo: “El genio del hombre es

    naturalmente más propenso a sospechar el mal que no ve que a creer el bien que ve”34. Son los que todo lo

    interpretan mal, todo lo interpretan in peius. Si algo no es absolutamente claro y deja algún resquicio para darle

    un mal sentido, ellos, ciertamente, le darán ese mal sentido. Aún más, le darán el peor sentido posible.

    Los coterráneos, parientes y amigos de la infancia de Jesús eran de este tipo de hombres. Entonces dice

    Santo Tomás: “Por eso los reprende y les dice: ‘Un profeta no es despreciado sino en su propia tierra’. (…) En

    efecto, en los profetas del Antiguo Testamento no encontramos algún profeta que haya sido honrado por los

    suyos, sino más bien por los ajenos. En Jeremías se lee que fue hecho cautivo por los suyos, pero, una vez

    tomada la ciudad, fue liberado por los extraños. Lo mismo sucedió con Cristo, que fue honrado por los extraños

    y despreciado por los suyos”35.

    Entonces Santo Tomas se pregunta: “¿Y cuál es la razón por la cual ningún profeta es honrado en su

    tierra?”36. Y continúa con su brillante análisis. “La primera razón es que, cuando está en su tierra, muchos que

    34 SAN BERNARDO, Sermón 29 sobre el Cantar de los Cantares. 35 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra. 36 “Et quae est ratio, quare nullus in patria sua honoratur?” (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).

  • conocen sus debilidades, siempre traen a su memoria solamente las debilidades. Y esto procede de la malicia de

    los hombres. Porque se debe a la malicia el hecho de que piensen más en las debilidades que en sus

    perfecciones”37. ¡Brillante Santo Tomás!

    ¿No pueden imaginarse que uno ha evolucionado, ha madurado, ha dejado atrás las chiquilinadas, se ha

    perfeccionado y aún ahora, en la edad provecta, sigue tendiendo con fuerza a la perfección? ¿Por qué dejan al

    pariente, al amigo, al compañero que conocieron de chico, al compañero de Seminario como fosilizado en la

    juventud y sus defectos? Alguno puede responder: “¡Bueno! ¡No exageres! Se trata de una pequeña mezquindad

    o una incapacidad de aceptar el crecimiento del otro, una incapacidad que es perfectamente tolerable, un

    pequeño defecto”. Y yo le respondo: “No. Hay algo más que eso. Hay una cierta malicia. Lo dice Santo Tomás:

    ‘Hoc est a malitia hominum’, ‘Esto procede de la malicia de los hombres’”.

    Y luego sigue Santo Tomás con su análisis: “La segunda razón por la cual el profeta es solamente

    rechazado en su tierra es que, como dice Aristóteles, el vulgo se mueve continuamente por razones aparentes y

    cree que si alguien es igual a ellos en un aspecto, debe serlo en todos los aspectos. Por eso, cuando alguien va a

    su lugar de origen, dado que lo ven igual a ellos en general o en un aspecto en particular, creen que no puede ser

    superior a ellos”38. ¡Cuántas veces ha pasado esto en la vida de los santos! Es la incapacidad que tienen los

    parientes cercanos y los compañeros de la infancia o del Seminario para reconocer en los hombres que

    sobresalen las maravillas que Dios pudo haber hecho en ellos.

    Y aquí otra vez la advertencia: no se trata de un defecto sin importancia. Santo Tomás dice que eso

    proviene del defecto de ‘paralogizar’, y ‘paralogizar’ no es un defecto sin importancia. ‘Paralogizar’ es ‘intentar

    persuadir con discursos falaces y razones aparentes’. Y un ‘paralogismo’ es ‘un razonamiento falso’. Por lo

    tanto, es un defecto muy serio el hecho de que queramos que los que son iguales a nosotros en un aspecto (el

    mismo lugar de nacimiento, el mismo colegio, el mismo grupo de amigos, el mismo club, el mismo Seminario,

    etc.), lo sean en todos los aspectos.

    Estas cosas son tan serias que, en el caso particular de los nazaretanos, los llevó a desconocer a Dios

    hecho hombre y a no creer en Él. Y esto es un obstáculo muy grande a la obra de Jesús. Por eso dice el

    evangelio: “Y Jesús no pudo hacer allí ningún milagro” (Mc 6,5). La soberbia de querer saberlo todo, la

    cerrazón de mente, el pensar mal y el querer igualar a todos consigo mismos los llevó a la incredulidad. Y la

    incredulidad impidió a Jesús hacer su obra. Por eso dice: No pudo. Y Santo Tomás agrega: “No porque no

    pudiera, dado que era omnipotente, sino que no los hizo porque Jesús hacía milagros para que creyeran en Él.

    Pero lo habían despreciado porque tanto lo que dijo como lo que hizo lo interpretaron para mal (in malum), y

    por eso no estaban dispuestos para creer”39. Todo lo de Jesús lo interpretaron in malum o, aún más, in peius; por

    lo tanto, no estaban dispuestos para la fe; por lo tanto, Jesús no podía hacer milagros. Por eso es que es tan

    urgente la recomendación que, en otro lugar, da el mismo Jesús: “Bienaventurado quien no se escandaliza de

    mí” (Lc 7,23).

    37 “Una ratio est, quia quando est in patria sua, multi qui cognoscunt infirma sua, semper reducunt in memoriam infirma: hoc enim est a malitia hominum, ut magis infirma cogitent quam perfecta” (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra). 38 “Alia potest assignari, quia dicit philosophus quod populus multum paralogizatur, quia credunt quod in aliquo pares, in omnibus pares sint. Unde quando aliquis est in patria sua, cum vident eum parem sibi in aliquo vel in genere, vel aliis, credunt quod non possit esse maior” (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra). La frase ‘el vulgo se mueve continuamente por razones aparentes’ traduce, en realidad, sólo dos palabras de Santo Tomás: multum paralogizatur. La traducción literal sería: ‘El vulgo paralogiza mucho’. El verbo ‘paralogizar’ existe en castellano. Viene del griego y está compuesta de pará, que aquí significa ‘contra’, y de lógos que significa ‘razón’. ‘Paralogizar’ en castellano significa, por lo tanto, ‘decir algo contra la razón’. Más exactamente dice el DRAE: “Paralogizar. tr. Intentar persuadir con discursos falaces y razones aparentes”. “Paralogismo. (Del lat. paralogismus, y este del gr. paralogismós). m. Razonamiento falso”. El verbo griego paralogídsomai significa ‘errar a propósito cuando se hace una cuenta’, ‘contar mal para engañar’; y de allí pasa a significar ‘engañar’, ‘engatusar’ (SCHENKL, F. – BRUNETTI, F., Dizionario Greco – Italiano – Greco, Fratelli Melita Editori, La Spezia, 1990, p. 662). 39 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra.

  • A nosotros, hoy, esta falta de magnanimidad, esa cortedad de criterios, ese pensar mal, ese querer que

    los demás sean iguales a nosotros en todo, puede llevarnos a desconocer a un santo o a un verdadero sabio o a

    un verdadero líder, etc., y, con eso, hacerle daño a la Iglesia.

    Conclusión

    Todo bautizado participa del profetismo de Jesús. El bautismo nos hace profetas. Incluso es uno de los

    carismas más apreciados por el Espíritu Santo. Así lo dice San Pablo: “Porque a uno se le da por el Espíritu

    palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro,

    carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de hacer milagros; a otro, profecía; a otro,

    discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas” (1Cor 12,8-10). Y el

    mismo San Pablo exhorta: “Buscad la caridad; pero aspirad también a los dones espirituales, especialmente a la

    profecía” (1Cor 14,1)40.

    Nosotros ejercemos nuestro ser de profetas haciendo las dos cosas que debe hacer todo profeta. En

    primer lugar, contemplar y escuchar a Dios. Esto se hace, fundamentalmente, a través de la oración, de la

    participación en el sacrificio eucarístico y a través del estudio de la doctrina cristiana. En segundo lugar, pro-

    clamando a los demás hombres la verdad sobre Cristo. Para esto se requiere mucha valentía, porque a los

    hombres no les gusta que le reprochen y les enrostren sus pecados. También nosotros debemos ponernos

    voluntariamente en ‘el potro’ del profetismo.

    Y esto sobre todo en el momento histórico que vive la Argentina, donde ya se ha aprobado con media

    sanción la legalización del aborto. Nuestro profetismo es más necesario que nunca, porque nunca se habían

    desatado de una manera tan escandalosa tantos ‘falsos profetas’ (cf. Mt 24,11.24). Respecto a esto dice San

    Juan Pablo II: “Con el tiempo, las amenazas contra la vida no disminuyen. Al contrario, adquieren dimensiones

    enormes. No se trata sólo de amenazas procedentes del exterior, de las fuerzas de la naturaleza o de los ‘Caínes’

    que asesinan a los ‘Abeles’; no, se trata de amenazas programadas de manera científica y sistemática. El siglo

    XX será considerado una época de ataques masivos contra la vida, una serie interminable de guerras y una

    destrucción permanente de vidas humanas inocentes. Los falsos profetas y los falsos maestros han logrado el

    mayor éxito posible”41.

    Con el fin de evitar que muchos hombres sean engañados por estos falsos profetas debemos ejercer

    nosotros nuestro profetismo, el único verdadero, porque la única verdadera es la Iglesia Católica. Quizá haya

    llegado el momento en que se deba cumplir aquella profecía de Cristo: “Por eso, he aquí que yo envío a

    vosotros profetas, sabios y escribas: a unos los mataréis y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras

    sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad” (Mt 23,34). Pero nuestro amor a Dios y nuestro amor al

    pueblo no nos permitirá callar. No nos preocupemos si hablan mal de nosotros. ¡Al contrario! Preocupémonos si

    hablan bien de nosotros, pues dice Jesús: “¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese

    modo trataban sus padres a los falsos profetas” (Lc 6,26).

    No callaremos.

    Pidámosle esa gracia a la Santísima Virgen.

    Benedicto XVI

    Queridos hermanos y hermanas:

    40 Cf. también 1Cor 14,39; 14,6; 14,22; Rm 12,6. 41 SAN JUAN PABLO II, Encíclica Evangelium Vitae, nº 17.

  • Voy a reflexionar brevemente sobre el pasaje evangélico de este domingo, un texto del que se tomó la

    famosa frase «Nadie es profeta en su patria», es decir, ningún profeta es bien recibido entre las personas que lo

    vieron crecer (cf. Mc 6, 4). De hecho, Jesús, después de dejar Nazaret, cuando tenía cerca de treinta años, y de

    predicar y obrar curaciones desde hacía algún tiempo en otras partes, regresó una vez a su pueblo y se puso a

    enseñar en la sinagoga. Sus conciudadanos «quedaban asombrados» por su sabiduría y, dado que lo conocían

    como el «hijo de María», el «carpintero» que había vivido en medio de ellos, en lugar de acogerlo con fe se

    escandalizaban de él (cf. Mc 6, 2-3). Este hecho es comprensible, porque la familiaridad en el plano humano

    hace difícil ir más allá y abrirse a la dimensión divina. A ellos les resulta difícil creer que este carpintero sea

    Hijo de Dios. Jesús mismo les pone como ejemplo la experiencia de los profetas de Israel, que precisamente en

    su patria habían sido objeto de desprecio, y se identifica con ellos. Debido a esta cerrazón espiritual, Jesús no

    pudo realizar en Nazaret «ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos» (Mc 6, 5). De

    hecho, los milagros de Cristo no son una exhibición de poder, sino signos del amor de Dios, que se actúa allí

    donde encuentra la fe del hombre, es una reciprocidad. Orígenes escribe: «Así como para los cuerpos hay una

    atracción natural de unos hacia otros, como el imán al hierro, así esa fe ejerce una atracción sobre el poder

    divino» (Comentario al Evangelio de Mateo 10, 19).

    Por tanto, parece que Jesús —como se dice— se da a sí mismo una razón de la mala acogida que

    encuentra en Nazaret. En cambio, al final del relato, encontramos una observación que dice precisamente lo

    contrario. El evangelista escribe que Jesús «se admiraba de su falta de fe» (Mc 6, 6). Al estupor de sus

    conciudadanos, que se escandalizan, corresponde el asombro de Jesús. También él, en cierto sentido, se

    escandaliza. Aunque sabe que ningún profeta es bien recibido en su patria, sin embargo la cerrazón de corazón

    de su gente le resulta oscura, impenetrable: ¿Cómo es posible que no reconozcan la luz de la Verdad? ¿Por qué

    no se abren a la bondad de Dios, que quiso compartir nuestra humanidad? De hecho, el hombre Jesús de

    Nazaret es la transparencia de Dios, en él Dios habita plenamente. Y mientras nosotros siempre buscamos otros

    signos, otros prodigios, no nos damos cuenta de que el verdadero Signo es él, Dios hecho carne; él es el milagro

    más grande del universo: todo el amor de Dios contenido en un corazón humano, en el rostro de un hombre.

    Quien entendió verdaderamente esta realidad es la Virgen María, bienaventurada porque creyó (cf. Lc 1,

    45). María no se escandalizó de su Hijo: su asombro por él está lleno de fe, lleno de amor y de alegría, al verlo

    tan humano y a la vez tan divino. Así pues, aprendamos de ella, nuestra Madre en la fe, a reconocer en la

    humanidad de Cristo la revelación perfecta de Dios.

    (BENEDICTO XVI, Ángelus, Domingo 8 de julio de 2012)

    P. Gustavo Pascual, IVE

    No hay que murmurar contra el superior

    Mc 6, 1-6

    Este evangelio no narra lo que Jesús predicó en la sinagoga pero sí lo hace su paralelo de Lc. Jesús lee

    un pasaje de Isaías que habla sobre el Mesías y se lo aplica a sí mismo.

    Esta es una respuesta definitiva a lo que se preguntaban sus paisanos en la narración de Mc:

    ¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?

    Sin embargo, ellos buscan la respuesta en otro lado; en su procedencia humana. Es su paisano y conocen su

    familia. Este no puede ser el Mesías. Es cierto que hace signos ¿de dónde le vienen? ¿Y su sabiduría? Pensaban

    mal. No dice el evangelio lo que pensaban del origen de sus poderes pero sí dice que se escandalizaban, es

    decir, tropezaban en sus pensamientos terrenos y no trascendían más allá. Y por eso dice el evangelista que

    Jesús se maravillaba de su incredulidad, es decir, su incredulidad era muy grande. No creían que Jesús fuera el

    Mesías porque lo habían visto crecer entre ellos. “Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa

    carece de prestigio”.

  • El evangelio de Mc no dice más que la maravilla del pueblo por la sabiduría y los signos de Jesús y la

    maravilla de Jesús por la incredulidad del pueblo. Lc dice más. Narra el desenlace del escándalo. Lo quieren

    matar.

    La Biblia de Jerusalén dice que el paso de la maravilla al homicidio es una evolución literaria42. Sin

    embargo, no es de extrañar estos cambios de humores en la masa de un pueblo. Sucedió también en la semana

    de pasión. Por otra parte, tampoco podemos extrañarnos que la mirada humana, carnal, de las cosas de Dios

    lleve a negar lo sobrenatural y a rechazar a los enviados de Dios por más credenciales que traigan encima.

    Propiamente las preguntas que se hacen los nazarenos entre sí es una murmuración: este no puede ser el

    Mesías si ha vivido con nosotros. Lo conocemos bien, es el carpintero del pueblo.

    La murmuración envenena el corazón y mal dispone hacia aquel del que se murmura. Y la murmuración

    cuando se hace persistente casi siempre resbala en calumnia como cuando los fariseos dijeron de Cristo que

    hacía milagros por el poder del diablo. La murmuración desemboca en incredulidad y la incredulidad ahoga la

    maravilla que se resuelve en una solución natural del problema.

    Jesús no puede hacer milagros en Nazaret por la incredulidad. Para recibir beneficios de un taumaturgo

    hay que creer en el poder del taumaturgo. Si bien, en absoluto, Jesús podía hacer milagros sin la fe del

    beneficiado, la requería, porque sus milagros tenían por finalidad principal, mostrar que Él era el Mesías.

    En la vida comunitaria la murmuración es como un veneno que nos mal dispone hacia algún hermano.

    Se agrava cuando ese hermano es el superior porque la murmuración es contra Dios mismo que habla por el

    superior. Y hablar contra Dios merece el castigo de Dios como les sucedió a Aarón y a María cuando

    murmuraron contra Moisés43.

    No nos asombremos de caer en cualquier pecado, incluso denigrante, por haber murmurado contra el

    superior.

    El corazón mal dispuesto por la murmuración ve las más pequeñas falencias como graves desatinos e

    incluso acusa de mala voluntad las cosas hechas con la mejor de las intenciones. También puede arrastrar a la

    desobediencia y a la rebeldía.

    Hay que evitar escuchar al murmurador y con más razón hablar con él porque con mucha facilidad

    resbalaremos a la maledicencia. Lo mejor es no tratar con el murmurador mientras esté con su mal

    _______________________________

    iNFO - Homilética.ive

    Función de cada sección del Boletín

    Homilética se compone de 7 Secciones principales:

    Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así como el Guion para la celebración de

    la Santa Misa.

    Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que ayudarían a realizar un enfoque adecuado

    del el evangelio y las lecturas del domingo para poder brindar una predicación más uniforme, conforme al

    DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los

    Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.

    Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado de especialistas, licenciados, doctores en

    exégesis, así como en ocasiones de Papas o sacerdotes que se destacan por su análisis exegético del texto.

    Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos Padres de la Iglesia, así como los

    sermones u escritos referentes al texto del domingo propio del boletín de aquellos santos doctores de la Iglesia.

    Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los cuales pueden facilitar la ilación o

    alguna idea para que los sacerdotes puedan aplicar en la predicación.

    42 Comentario a Lc 4, 16 43 Cf. Nm 12, 1s

  • Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir alguna reflexión u ejemplo que le permite

    desarrollar algún aspecto del tema propio de las lecturas del domingo analizado.

    ¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética?

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    de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto de vida religiosa de derecho Diocesano en Segni, Italia. Siendo su

    Fundador el Sacerdote Católico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene como carisma la prolongación de

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