Juan Vázquez de Mella - Textos de Doctrina Política

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    TEXTOS DE DOCTRINA POLTICA

    VZQUEZ DE MELLA

    ESTUDIO PRELIMINARSELECCIN Y NOTAS

    RAFAEL GAMBRA

    MADRID

    1953

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    ndice

    Estudio preliminar ... 4

    Antologa de textos . 20

    I.- CORPORATIVISMO Y SOBERANA SOCIAL . 20La autonoma de la sociedad y el poder del Estado 20Sociedades y corporaciones . 23Municipio autrquico. 24Universidad libre 25

    Soberana social y soberana tradicional . 26

    II.- TRADICIN .... 27El concepto dinmico de tradicin .. 27

    III.-LA RELIGIN, PRINCIPIO VIVIFICADOR .. 30El Catolicismo en nuestra Historia 30El Catolicismo en nuestro arte .. 32La fe y nuestro espritu profundo .. 35La Iglesia y el Estado . 36Profesin de fe 39

    IV.- FUNDAMENTACION DE LA SOCIEDAD EN LA NATURALEZAHUMANA 40

    Las clases y su origen 40Fundamento metafsico de la teora sociedalista. Su

    raz en la potencialidad del ser finito y en lacooperacin universal 40

    V.- LA MONARQUA Y SUS ATRIBUTOS 42Cristiana, personal 42Tradicional, hereditaria 43Federal (Regionalista) 45

    Los antiguos Reinos .. 45Regionalismoy tradicin 47Separatismo, Regionalismo, Centralislismo . 49

    Representativa 51Fundamento de. la representacin colectiva. 51El sistema representativo tradicional ... 52

    VI.- LA ESPAA TRADICIONAL 56Nuestra Historia Nacional 56

    Poltica exterior de Espaa 57Guerra de Cuba y Filipinas 57

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    Presentimiento de una paz sin honra . 58Dogmas nacionales . 59

    VII.- CRTICA DEL LIBERALISMO .. 66

    El principio individualista .. 66La Prdida de la unidad nacional 67La destruccin de las corporaciones . 69El absolutismo y la irresponsabilidad en el Estado 71Trnsito del Liberalismo al Socialismo. El concepto de trabajo .. 72Ficcin y caducidad del parlamentarismo espaol . 75La batalla que se aproxima 76

    VIII.- LA CONTINUIDAD DE LA PATRIA: ELCARLISMO 78En el Tradicionalismo pervive Espaa 78La misin del Carlismo 78

    Carlos VII 80

    IX.- LA ESPERANZA EN EL PORVENIR . 83La Patria que no puede morir 83Un rgimen de transicin 84Llamamiento a los corazones espaoles 85

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    ESTUDIO PRELIMINAR

    Rafael Gambra

    Entre las primeras figuras del pensamiento o de la poltica, hay hombres llamados aparticipar como protagonistas o como inspiradores- en los grandes hechos de la Historia; otros,en cambio, parecen destinados slo a mantener el fuego sagrado de un ideal o de una misin, atransmitir de una a otra generacin la antorcha encendida de una ilusin de un espritu. Vzquezde Mella perteneci claramente a estos ltimos. Entra en la vida pblica espaola despus de lasegunda Guerra Carlista, cuando los ideales que haban animado a aquel gran movimiento derebelda popular parecan asfixiarse bajo el peso de la derrota, y de la ruina de mucho hogares,del ansia de paz y de olvido.

    Su vida poltica se extiende a lo largo de aquel enervante perodo que va desde larestauracin de Sagunto hasta la cada definitiva de la monarqua constitucional, poca de laamarga crisis nacional de 98 y de los impulsos regeneradores por va europeizante. Su muerte(1928) se produce en la ltima parte de la Dictadura, es decir, antes de la gran eclosin de

    sentimiento espaolista y tradicional que provoc la segunda Repblica, y se culminara con elMovimiento Nacional. No conoci, pues, aquella magnfica delimitacin de campos en la que elespritu cristiano contrario a la Revolucin dej de ser meramente conservador, anmicamenteliberal, para abrazar por entero las ideas de que l fue cantor y apstol, ideas que quiz llegara ajuzgar, en sus momentos de desaliento, confinadas ya a una minora ininfluyente. No le fuedado conocer ni las ilusionadas esperanzas de la segunda Corte de Estella, ni la increblerealidad de revivir, en pleno siglo XX, otra guerra en la lnea de las carlistas, coronada ahora poruna victoria que esperaron cinco generaciones de espaoles leales.

    Sin embargo, hoy, a los sesenta aos de su entrada en la vida parlamentaria, puedeapreciarse el extraordinario papel histrico que cumpli su obra.

    La revolucin de 1868, que derrib la monarqua isabelina, fue el primer movimientorevolucionario en que hubo una participacin del pueblo espaol, y tuvo, por tanto, una ciertasignificacin social. En l se revelaron los primeros y amargos frutos de lo que llam MenndezPelayo "dos siglos de sistemtica e incesante labor para producir artificialmente la revolucinaqu donde nunca poda ser orgnica". Hasta entonces, la revolucin haba sido en Espaa obrade minoras intelectual y volitivamente extranjerizadas, ajenas en todo caso al sentir y a lasnecesidades reales de las clases populares enraizadas en la nacin. La revolucin de 68 con elsubsiguiente ensayo de una monarqua electiva y la anrquica poca republicana, pusieron demanifiesto la grave crisis institucional y moral que haban producido cuarenta aos deliberalismo. Entonces, el Carlismo, que llevaba aos sesteando en el recuerdo de las pretritasglorias castrenses, volvi a presentarse a los ojos de todos como la sola esperanza de orden yunin. Un extenso grupo de pensadores adscritos al movimiento neocatlico -Villoslada,Manterola, Gabino Tejado, Aparisi Guijarro- advienen entonces al Carlismo y emprenden una

    campaa en la que ste deja de aparecer ante la opinin como una supervivencia poltica, paraconvertirse en bandera de restauracin nacional. Gentes de todas las tendenciasantirrevolucionarias y catlicas engrosan las filas del Carlismo o vuelven a l sus miradasesperndolo todo del estallido de la guerra en el Norte. Una circunstancia ms vino a haceraquella coyuntura especialmente propicia para la causa del tradicionalismo: la proclamacincomo rey del tercero de los Carlos en el destierro - Carlos VII-, unira a las ms prometedorascondiciones personales, una conviccin y un entusiasmo sin lmites.

    La guerra, sin embargo, demasiado localizada y falta de reservas, result nuevamenteadversa para los carlistas, a pesar de sus innumerables e insospechadas victorias. Los cuarentaaos de rgimen constitucional tampoco haban pasado en balde a los efectos de crear extensosintereses privados, familiares y profesionales que nada bueno podan esperar de unarestauracin legitimista. El espritu burgus y acomodaticio no tard en abandonar la causa

    carlista en cunto vislumbr una restauracin liberal-conservadora en la figura de Alfonso XII.

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    Con la derrota final sobrevinieron los momentos ms crticos para la supervivencia delCarlismo. Al desaliento que sigue a un largo sacrificio de vidas y haciendas hubo de unirse lahbil gestin conciliadora de Cnovas del Castillo, alma de una restauracin cuyo programa fuuna unin nacional bajo una nueva monarqua liberal.

    Este ensayo, cuando los nimos sufran la decepcin de la derrota y el anhelo de paz,pareca que iba a lograr en Espaa una mansa consolidacin del rgimen constitucional. Elloimportara en la realidad el triunfo de aquel escepticismo y atona nacionales que, impasibles ala prdida los ltimos restos de las Espaas de Ultramar y de nuestro prestigio exterior, habrande cuajar, como fruto de amargura, en la generacin del 98.

    Y, lo que es ms grave, se corra el peligro de que ese tradicionalismo espaolconsciente y actuante, que hasta entonces se haba encarnado en la epopeya popular delCarlismo, quedase reducido a una estril fuente de moderantismos en el seno de aquelartificioso ambiente doctrinario.

    Tal fu el escenario humano e histrico que el destino haba reservado a Mella. El nolleg al Carlismo por tradicin familiar -la influencia de su padre era hostil a ello-, ni porreflexin o madurez de la edad, sino por esa conviccin sincera y abierta que puede surgir en la

    primera juventud, la edad de las posturas ntegras y generosas. Sus primeras armas las hizo enun peridico tradicionalista de Santiago -El Pensamiento Galaico-, por los aos de 1887 a 90.Cuando Llauder fund El Correo Espaol en Madrid, se fij en la figura del joven periodistaasturiano y lo present como una nueva esperanza.Navarra lo eligi Diputado a Cortes a losveintinueve aos. A partir de ese momento la elocuencia de Mella, movida de la conviccin ydel amor, entusiasm al pueblo carlista, en los momentos ms difciles para la supervivencia deltradicionalismo en su concrecin de partido o Comunin. Mella no slo lanz en aquel tiempoel grito de an vive el Carlismo, sino que fue el gran sistematizador y expositor del conjunto delas ideas polticas y sociales que entraaba nuestro rgimen tradicional, de las que realizo unaluminosa sntesis, logrando presentar ante aquella generacin un todo coherente de ideasextradas del difuso elenco del tradicionalismo, hasta entonces ms sentido que comprendido.

    Dos grandes aspectos hay que considerar en la figura y en la obra de Vzquez de Mella:

    el orador y el pensador poltico.

    * * *

    El primer aspecto es, sin duda, el ms importante desde el punto de vista de su misinhistrica inmediata y popular. El segundo aspecto, es decir, la obra intelectual delmantenimiento de una conciencia tradicionalista fue compartida con Menndez Pelayo, laextraordinaria figura de la cultura espaola en la poca que media entre las dos ltimas guerrasde Espaa. Sin embargo, como he destacado en alguna ocasin1, el hecho caracterstico ydiferencial del tradicionalismo espaol, que lo hace especialmente apto y fecundo para unaverdadera restauracin nacional, es su profundo arraigo popular, su asiento en una zona de lasclases populares. En la conservacin de este espritu popular y en su supervivencia a la derrotade 1876 y al perodo canovista tiene una parte esencialsima la palabra clida, arrebatadora,henchida de fe y de sinceridad, de Vzquez de Mella.

    La oratoria, como la poesa, debe poner al hombre en contacto con las cosas mismas: elorador, adems de sus ideas, debe trasmitir a su auditorio el espritu, el aliento inspirador que lasanima. El auditorio debe entrar en contacto con el mundo de valores y de impulsos que muevenla voz del orador. "Por eso -dice Pemn-, fu Mella pura y perfectamente orador. Porque trajo laoratoria a su verdadero terreno de conciencia viva de un pueblo... Y fu fiel ciertamente al donde Dios. Se mantuvo en su puesto y cumpli su misin. No gobern nunca2". A Mella, enefecto, le fu ofrecida una cartera de Ministro en dos ocasiones: una, en sus mocedades, en losensayos unionistas de Cnovas; otra, al final de su vida, en el Gobierno nacional que presidiraMaura. En ambos casos, rehus. Nunca escuch el fcil canto de sirena que le comprometera en

    1 Rafael Gambra,La Primera Guerra Civil de Espaa, Esclicer, Madrid, 19502 Jos Mara Pemn,Prlogo al tomo II de las Obras de Mella

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    una frmula circunstancial de transaccin, que, si en algn caso puede ser lcita, no lo era paraquien tena la alta misin de salvar para el maana la continuidad y el entusiasmo de unasposiciones ntegras.

    Su labor oratoria fue extraordinariamente difcil, casi insuperable: en un parlamento

    divorciado de la verdadera realidad nacional, entregado generalmente a minsculosdoctrinarismos, El se levantaba para impugnar el significado poltico de todos aquellos grupos ytambin al propio parlamentarismo; para salirse de la cuestin remontndose a principios queeran una condenacin fundamental y sangrienta de cuanto all se propugnaba; para remover laconciencia religiosa y patritica de aquellos hombres, quiz en los momentos de su vida msajenos a tales sentimientos. En estas condiciones, slo que se le tolerase hubiera sido maravilla.

    Pero Mella consigui que se le escuchase en suspenso, que toda la Cmara, por unmomento, viviese aquel impulso de inspiracin, que los diferentes partidos depusieran pos uninstante sus antagonismos para aplaudir unidos al cantor de la comn tradicin patria.

    Su espritu atraa por su sana sencillez casi infantil, por la abierta sinceridad de susconvicciones. A nadie como a l se le hubiera podido aplicar la definicin que Quintiliano dabadel orador: vir bonus dicendi peritus.

    La elocuencia de Mella sirvi a este fin general de presentar ante aquella generacin, deuna forma vvida y cordial, la fe de sus mayores manteniendo vivo su espritu y su entusiasmo;pero, adems, prest tres grandes servicios a la vida de la patria, con motivo de otras tantascoyunturas histricas de su tiempo.

    Ante todo, en la ocasin tristsima de la guerra de Cuba y Filipinas. Mella denunci,antes de su estallido, la corrompidsima administracin espaola en la isla de Cuba; y duranteaquella torpe y claudicante accin blica, exigi de los gobiernos una aptitud digna yresponsable, destacando con toda claridad ante el Parlamento el radical divorcio entre laverdadera voluntad nacional y el oscuro juego de aquella trama caciquil y parlamentaria, nicaculpable del desastroso fin.

    En segundo lugar, ante el desaliento nacional del 98 y frente a las tendenciaseuropeizantes, Mella realiz ante la conciencia espaola una labor paralela y complementaria a

    la de Menndez Pelayo. Como el polgrafo santanderino en un plano erudito, present Mellaante el pueblo y en el Parlamento una interpretacin total de nuestro pasado y de nuestra cultura,de la que se desprendan los motivos de un patriotismo superior al de la generalidad de lospueblos por fundarse en la constante y sacrificada lealtad a una fe religiosa. Por ltimo, ante lagran catstrofe europea de la Guerra del 14, frente al mimetismo aliadfilo de los liberales,Mella sostuvo una postura germanfila basada en motivos histricos y patriticos, quecontribuy en alto grado al mantenimiento de nuestra neutralidad.

    * * *

    Pero si la figura de Mella tiene como orador esta profunda significacin histrica, no latiene menor su posicin intelectual. A Mella no se le puede situar en una corriente ideolgicaporque no era, en absoluto, lo que hoy se llama terico o un intelectual. A pesar de su espritusistematizador, su obra fue brote espontneo de un impulso creador y, como toda obra maestra,no exenta de los defectos inherentes a lo, en cierto modo, improvisado; pero con la virtud nicade lo que es fruto de la inspiracin. Por eso es imposible asignar a Mella precedentes cientficos;l no posea, quiz, una extensa erudicin contempornea: bebi, simplemente, en el mejormanantial de las esencias patrias y, movida su voluntad a la vez que penetrada su inteligencia,supo a un tiempo cantar poticamente y exponer intelectualmente. Mella no escribi apenasfuera del periodismo, ni siquiera volvi sobre su obra para corregirla: su vida fue un presentecontinuado hasta la muerte.

    Mucho debi Mella, como ambiente y como inspiracin, a los clsicos deltradicionalismo espaol, especialmente a Donoso y Balmes; pero la obra de trabar en su sistema

    total y coherente el mundo de ideas del tradicionalismo poltico estaba reservado al jovenperiodista asturiano que, adems, sabra presentarlo ante su poca de un modo nuevo ysugestivo: no como un partido o escuela poltica, sino como el alma misma de la Patria de la que

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    representa la continuidad y pervivencia. Ello, unido a su elocuencia, determinara el milagro deun gran resurgimiento del Carlismo precisamente en los momentos en que atravesaba latremenda crisis de la segunda guerra perdida.

    Desde la poca en que cay el antiguo rgimen -el reinado de Fernando VII- quiz la

    ms clara autoconciencia de lo que represent el orden tradicional corresponda a la concepcinde Mella a lo largo de su vida oratoria y periodstica. Los primeros realistas y carlistas -la pocade la primera guerra y de Balmes conocieron sin duda de un modo ms directo y vvido elambiente y el medio tradicional, pero no poseyeron la clara conciencia de cuanto aquellarepresentaba, de los supuestos en que se apoyaba, de su ensamblaje con el pasado espaol, de loque era fundamental y lo que era accesorio. Defendan una realidad vivamente sentida frente aunas ideas que reputaban herticas y extranjeras. Mella, en cambio, ve en los atisbos geniales,en intentos formidables de visin general, la sntesis profunda de fe y de vida, de filosofapoltica y de historia, que constituye el orden tradicional, la gran realizacin poltica de nuestravieja Monarqua. Incorpora a su concepcin el espritu medieval, forja la teora de lascoexistentes soberanas social y poltica, la de la soberana tradicional para la concrecin delpoder; la idea, por fin, de la tradicin en su sentido dinmico, cuyo alcance no ha sido todava

    plenamente valorado...Posteriormente a Mella, en los ltimos treinta aos, se ha operado un proceso de olvido,de fragmentacin y de idealizacin en el conjunto de ideas polticas que integran el sistematradicional espaol. Sentimientos tan arraigados en el alma espaola como el monrquico o elforal de determinadas regiones van siendo desconocidos para las nuevas generaciones; multitudde pequeos movimientos construyen su credo y su verdad sobre fragmentos aislados delpensamiento tradicionalista; y, al mismo tiempo, ste se convierte para una extensa opinin enalgo utpico, irrealizable, til slo para construir prrafos lricos y remover el patriotismo enmomentos en que es necesaria la unin. Si el tradicionalismo de la primera mitad del XIX sehallaba demasiado envuelto por la historia concreta, la tradicional todava es una realizacinimperfecta, el tradicionalismo actual de este siglo se encuentra desarraigado de los hechos, delas concreciones reales y viables, envuelto en las brumas de un recuerdo lejano e idealizado.

    Entre ambos momentos aparece Mella como un punto luminoso, tradicionalista y carlista, esdecir, poltico terico y poltico histrico.

    EL LEGADO DE MELLA

    Para penetrar en el pensamiento de Mella es preciso, ante todo, comprender, el sentidoen que emplea el calificativo de social, que es, diramos, la piedra angular de lo que constituyesu principal aportacin. Hoy es muy empleado este calificativo, generalmente precedido delartculo neutro -lo social-, que es un modo de sustantivar conceptos slo oscuramente conocidosy muy equvocamente empleados. Este concepto actual de lo social coincide en un aspecto conel de Mella, pero difiere muy esencialmente en otro y por ello puede ocasionar multitud deequvocos. He aqu, como ejemplo, un prrafo de Mella que podra juzgarse enteramente actual:

    "(se extiende por Espaa) un movimiento social que nace del impulso de todo un pueblo.,.; y esaola social indica que este rgimen, estos partidos, estas oligarquas que hoy tienen quetransformarse...3". Esta frase podra ser citada como un anticipo proftico de lo que hoy se llamapoltica social. Coinciden ambos conceptos, adems de en una comn referencia a la sociedad,en su aspecto negativo, esto es, en su intencin crtica respecto del sistema poltico liberal oindividualista.

    El liberalismo que parta, como es sabido, de la bondad natural del hombre, y quepropugnaba una organizacin racional del Estado y de la sociedad, procur la destruccin detodas las sociedades e instituciones intermedias entre el poder poltico y el individuo. Eran stasconsideradas como productos irracionales de un pasado medieval, y constituan para loshombres de la Revolucin aquella sociedad que, segn Rousseau, era causa de la perversin del

    3 Vzquez de Mella, Juan. Obras Completas. Junta del Homenaje a Mella, Madrid, 1932, tomo VIII, pg.202.

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    hombre. Como dice el propio Mella, "la obra poltica de la Revolucin francesa consistiprincipalmente en destruir toda aquella serie de organismos intermedios - patrimoniosfamiliares, gremios, universidades autnomas, municipios con bienes propios, administracionesregionales, el mismo patrimonio de la Iglesia- que como corporaciones protectoras se extendan

    entre el individuo y el Estado". Sobre las ruinas de todas estas instituciones que coartaban lalibertad del individuo debera elevarse el nuevo Estado racional, con el imperativo de inhibirsede toda otra funcin que no fuese la meramente negativa de defender la libertad de losindividuos.

    Estas instituciones intermedias, que, durante el Medievo y aun durante la Edad Modernahasta la Revolucin, tuvieron vida propia y autnoma, podran distribuirse en dos distintosrdenes: unas tenan un carcter natural, respondan a tendencias de la naturaleza especfica delhombre: as, el impulso que llamaramos de afectividad y continuidad, determinaba lainstitucin familiar, con el pleno ejercicio de la patria potestad en su esfera, su propiopatrimonio y su continuidad en el tiempo a travs de adecuados medios sucesorios; el impulsoeconmico-material, determinaba las clases profesionales y la institucin gremial, permanente yautnoma; el impulso defensivo engendraba la institucin militar, ms vinculada por su

    naturaleza al poder poltico, pero con su existencia intangible y su propio fuero; el impulsointelectual, por fin, exiga la agrupacin universitaria, libre y dotada de su propia personalidad ycarcter. Fcilmente pueden reconocerse en estos impulsos las facultades que asignaba Platn ala naturaleza humana- apetito, nimo e intelecto-,y en tales instituciones, las clases quereconoci el mismo Platn en el Estado ideal. No puede olvidarse que la Edad Media cristianase propuso la realizacin del Estado estamentario de Platn, no segn la teora del GrandeHombre que reasumiera al individuo, sino segn el principio aristotlico de la sociabilidadnatural, es decir, de los impulsos insitos en la naturaleza del hombre con una espontnearealizacin en instituciones adecuadas.

    El segundo grupo de instituciones intermedias tiene su carcter ms fctico o existencialque especfico o natural. Brota de la realidad geogrfica y de la realizacin histrica de lassociedades humanas y determina la institucin municipal para el Gobierno de las agrupaciones

    ciudadanas o rurales, y la regional, que representa el derecho de toda ms amplia sociedadhistrica a administrarse por s misma y a gobernarse por las propias leyes que brotan de supersonalidad. Sobre estas instituciones naturales y fcticas surge la necesidad de unidad ydireccin que exige, en el terreno religioso, propiamente espiritual, la institucin eclesistica, yen el orden humano, natural, la direccin del Estado.

    Con la Revolucin, la familia fue privada de su continuidad a travs del tiempo pormedio de unas leyes sucesorias individualistas, y, ms tarde, ya bajo signo socialista, de su reavital mediante una tendente supresin de la propiedad privada. La Universidad se convirti de"libre ayuntamiento de maestros y discpulos", en mera oficina estatal para la expedicin yregistro de ttulos acadmicos. La clase, como unidad consciente de su destino y autodefensora,desapareci con la supresin de gremios y la confiscacin de sus bienes. El municipio dej detener personalidad la aplicarse leyes uniformistas, y potencia econmica comunal al serdesamortizados sus bienes, y pas a vivir de "un recargo del presupuesto". La regin, en fin,lleg a carecer, en Espaa -pueblo eminentemente federativo y regional- de toda realidadjurdica e institucional. "As, el Estado contemporneo -concluye Mella- no reconoce laexistencia jurdica del gremio, ni del municipio, ni de la universidad, ni de la misma familia, sino estn sancionadas por su expresa voluntad.

    Esto ha originado en los individuos dos sentimientos disolventes que son hoy generalesentre los miembros de cualquier sociedad civil: el sentimiento de impotencia frente al poder delEstado, que en cualquier momento puede convertirse de laxo y tolerante en desptico yarbitrario; y el sentimiento de desarraigo que hace a cada hombre ajeno a toda institucin y acualquier destino colectivo, espectador de todas las cosas, preocupado slo por su propiobienestar o, a lo sumo y en razn de instintos primarios de la sangre, por el de su propia familia;

    y, a la inversa, convierte a toda obra colectiva, a toda institucin del rgimen uniformista, enfingimiento externo, mentira manifiesta. Nadie se siente hoy vinculado a un gremio, a una

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    universidad, a un pueblo o a una regin, de forma tal que, aunque perciba sus defectos, los veacomo algo propio, criticable slo "desde dentro".

    Inversamente, la disolucin de las sociedades intermedias, naturales e histricas, haengendrado en el Estado dos caractersticas que son tambin generales y casi necesarias: su

    carcter absolutista y su falta de estabilidad. Mella, que nunca reconoci trabas ambientales yoportunistas para la verdad y la consecuencia lgica, lanz contra un rgimen que se preciaba decreador de la libertad, el dictado del tirnico y absolutista, precisamente el mismo que seempleaba para designar el tradicionalismo poltico. Y- lo que es ms grave para aquel rgimen-,apoyndose en razones irrebatibles. "Si hay un poder- dice Mella- que asume toda la soberana,si los derechos de los ciudadanos estn a merced de su voluntad, si basta que l estima que unasituacin es grave para que pueda suspender las garantas legales de los ciudadanos, qu cosaes esto, variando los nombres, ms que un brbaro absolutismo?". Donde no existen autonomasni contrapoderes en el seno de la sociedad, sino que todo depende del Estado, no puedeesperarse ms que la tirana, solapada o violenta, pero tirana siempre.

    Un mecanismo estatal difuso y meramente legal ha creado, al suprimir lasresponsabilidades concretas y las efectivas contenciones, un poder realmente ilimitado. El

    trmite legal y dialctico de las democracias a los socialismos es histricamente posterior aMella, pero est previsto por l.La falta de estabilidad -que es un hecho emprico en los regmenes de suelo

    revolucionario- se deriva tambin de la falta de unas instituciones sociales, tradicionales en suobrar y vinculadas a un fin natural. Ellas eran, en la sociedad, como las races sobre los terrenos,a los que deparan contencin y arraigo. Un rgimen que en aquellas condiciones slo podraevolucionar lentamente, queda, al ser reasumido todo poder y todo institucionalismo, en unestado unitariamente estructurado, a merced de cualquier eventualidad o movimiento deopinin.

    Pero de todos estos males el ms trgico y urgente, por ser el que afecta a la vida mismaen un sentido inmediato, es el de las relaciones laborales entre los ciudadanos, el llamada porantonomasia problema social.

    En un rgimen que no reconoci a los dbiles el derecho eficaz de asociacin para sudefensa al no sancionar la funcin gremial, en que no exista tampoco la propiedad comn queaseguraba un mnimun vital a los desheredados, en que el Estado conoca slo la exterioridadjurdica de los contratos, tena que quedar el dbil, necesariamente, a merced del poderoso. Noes preciso entrar a describir el siglo del capitalismo -la poca de Mella- en que, al lado del lujo ydel despreocupado vivir de la burguesa, se iniciaba el ms desesperado pauperismo: aqul quepara nada es solidario de su medio ni siente el menor apego a su trabajo.

    Esta realidad lleva pronto a conflictos inaplazables, a situaciones-lmite, tales como elparo obrero y el odio de clases que anuncia la Revolucin. Surge entonces la necesidad deimponer un orden, una direccin, a la sociedad misma. De la autonoma individual y de lafuncin meramente jurdica del Estado, no se haba derivado la libertad y el progreso, sino laesclavitud y la guerra. Ello hace preciso que en el seno de las relaciones sociales vuelva a surgiruna estructura, un principio interno de orden y contencin. De aqu se origina la preocupacinsocial tpica de nuestro tiempo.

    Todas las soluciones del problema social pueden reducirse a dos posiciones generales:una consiste en que el Estado, previamente erigido en institucin nica, repase los lmitesmeramente negativos y jurdicos a que, por las exigencias tericas del propio liberalismo, sehallaba reducido, y se convierta en administrador de la riqueza nacional y en reglamentador delas relaciones econmico-sociales. Esta es la solucin propugnada por el socialismo, y tambinpor aquellos sistemas que, bajo el nombre genrico de poltica social, representan un socialismotendente y libre de violencias. La otra solucin, aunque se la presente a menudo como unaespecie de trmino medio entre el individualismo y el socialismo o, es, en cuanto a lo social,mucho ms radical que sta. Consiste, no en que el Estado ejerza una tutela sobre la sociedad

    para imponerle una estructura coherente y duradera, sino en la restauracin de la propiasociedad con su rganos naturales y su propia vitalidad interior. No en que lo social se convierta

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    en una funcin ms del poder poltico, sino en que sea una realidad ms amplia de finalidades yrganos varios que contenga en s- y requiera, en un aspecto- a la autoridad civil.

    Esta tesis, que se ha llamado corporativa y orgnica, encontr en Mella el expositor yfundamentador, a mi juicio, ms profundo y coherente. El vio toda su inmensa amplitud y se

    neg a darle esas denominaciones por estimar que rebasa con mucho lo por ella significado

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    .Seguramente el propio nombre del socialismo le hubiera convenido con toda propiedad, de nohaberlo ilgicamente usurpado una teora que, por el contrario, representa el estatismo absoluto,es decir, la completa absorcin de la sociedad por el Estado, de la estructura social por lapoltica. Por eso improvis Mella para esta concepcin el nombre del sociedalismo. Ella es elhilo conductor de todo su pensamiento, riqusimo en facetas y matices, y tambin el mensaje deMella para nuestra poca.

    EL CONCEPTO DE SOBERANA SOCIAL

    El fundamento primero de ste que Mella llama sociedalismo es una concepcin delhombre en la que se adelanta un cuarto de siglo a las actuales teoras personalistas -hostiles alindividualismo- que, desde Max Scheler y Berdiaeff, se extienden hasta Brunner y Mounier. Elconcepto de individuo -dice Mella-, que tanto se repite y que sirve de centro a todo un sistema,si bien se mira, no es otra cosa ms que un concepto puramente abstracto 5. Cada hombre es, encierto modo, una condensacin de la historia de su vida, y si, por un proceso de abstraccin, seprescindiera de la evolucin de su pasado vivido y de la tradicin humana en que se hallainserto -esto es, de su tiempo real, personal y transpersonal-, no quedara ms que uninimaginable haz de potencias inactuadas, algo meramente potencial, exento de todadeterminacin. El hombre no es captable ni en su individualidad terica, ni tampoco en su sersocial, como pretende la sociologa de corte universalista. Porque ambos son aspectos abstractosde una y nica realidad.

    Pero sea de la cuestin metafsica lo que fuere, lo cierto es que la experiencia no nosofrece, desde luego, ms que slo hombre: el hombre concreto de carne y hueso, con suspeculiaridades individuales y sus tendencias sociales, que es el dato emprico de que habremosde partir. Mxime teniendo en cuenta que la poltica, como algo prctico -el arte de dirigir lanave del Estado-, ha de seguir al supuesto -segn el adagio escolstico actiones suntsuppositorum-, en este caso, a la persona concreta. De aqu el absurdo de fundamentar unateora poltica en una concepcin abstracta del individuo que exige desembarazarle de todas lasinstituciones naturales que encuadran y completan su ser y su obrar, y que sea representado enla gobernacin del Estado de un modo individual, segn el principio de sufragio inorgnico.Porque, como dice Mella en un golpe de evidencia, "el verdadero individuo, en lo que tiene dems singular, que sera el carcter nativo, no es representable por nadie ms que por l mismo"6.

    Este error brota de otro ms amplio, nacido del seno mismo del racionalismo moderno,que consiste en concebir a la sociedad en general como algo puramente racional, producto de laconvencin humana y no de la naturaleza. Para el liberalismo roussoniano el hombre,naturalmente libre y bueno, accede a vivir en sociedad por un voluntario pacto con sussemejantes. La sociedad, por su misma artificiosidad, coarta la libertad del hombre y le hacerperder su espontnea inocencia. La solucin radicar en destruir las estructuras irracionales quela sociedad ha creado en su espontnea evolucin a travs de los tiempos, y en edificar unanueva sociedad racional que no prenda la hombre en sus mallas ni coaccione su primitivalibertad. Para la concepcin socialista de la vida en cambio, el hombre es un producto de lasociedad, entidad cuya estructura y leyes de evolucin son penetrables cientficamente. Una y

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    Vid. sobre la denominacin de corporativa: Obras Completas, tomo VIII, pg. 155.5Obras Completas, tomo XI, pg. 496Obras Completas, tomo VIII, pg. 150

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    otra teora ven en la sociedad -aditiva y unitariamente considerada- una instancia superior deformacin racional.

    Pero, segn Mella, la sociedad no es algo ajeno al hombre mismo -un pacto y unaestructura que se le impone- ni tampoco una realidad superior que incluye en s y determina al

    hombre. La sociedad se funda en la misma naturaleza del hombre que es, por ella, un "animalsocial". En esta concepcin de la sociabilidad como natural en el hombre se halla implcita unaamplsima teora, que fue ignorada por el racionalismo liberal y por el socialismo, que es suconsecuencia lgica.

    Aunque la diferencia especfica del hombre sea la racionalidad, su naturaleza abarcadistintos estratos de ser, con sus correspondientes formas de conocer y querer. Existe en elhombre un conocimiento sensible, animal, de cosas individuales, con su correspondiente apetitosensible, que tiende a los objetos conocidos ya, pero sin penetrar en la razn de apetibilidad.Existe, en fin, un conocimiento intelectual o racional de esencias universales, que determina elquerer libre o albedro. Y una tendencia de la naturaleza profunda del hombre, como es lasociabilidad, ha de incluir en s todos esos estratos nticos en que cala el ser humano. O, lo quees lo mismo, en la construccin de la sociedad han de colaborar instinto, sensibilidad e

    inteligencia, porque cualquier conocimiento o cualquier tendencia espontnea del hombre losincluye y penetra en apretada sntesis. De aqu que sociedades estructuradas en un lento y, hastacierto punto, ciego proceso de adaptacin, que incluyen en su gnesis tanto instinto como razn,ofrecen generalmente condiciones de vida, estabilidad, y an de progreso, superiores a lasfundadas en convenciones o constituciones meramente racionales.

    Durante el siglo pasado se realiz sobre las estructuras sociales de la mayor parte de lospueblos algo semejante a lo que representara destruir la anmala distribucin de campos ybosques por la regularidad geomtrica de un jardn, sin pensar en la posibilidad de que sequas olluvias torrenciales impidan en el intermedio su realizacin. O a lo que hubiera sido el idealesperantista de acabar, en gracia a la unidad idiomtica, con el caudal de sabidura popular,sentido filosfico y posibilidades estticas de las lenguas tradicionales.

    Y si en el modo natural de constituirse las sociedades estn representados los varios

    estratos que penetra el ser del hombre con formas no racionales -instintivas- de adaptacin y dearraigo, tambin, y como hemos visto, las distintas facultades del espritu humano contribuyen aconformar, segn el esquema platnico, las clases sociales y sus correspondientes instituciones.La naturaleza humana imprime por otra parte en la sociedad la individuacin y la historicidadpropias del hombre. No slo en los usos, costumbres y peculiaridades de gobierno puedenindividualizarse las sociedades civiles, de acuerdo con su medio y tradicin, sino an en lamisma legislacin positiva que, aunque deba interpretar para ser justa la nica y eterna leynatural, puede concretarse en mil diferentes formas. Toda unidad local o histrica -afirmaMella- tiene derecho, aunque viva en una ms amplia comunidad estatal, a mantener y cultivarsu propia estructura poltico-social. Por ltimo, la unidad sustancial del hombre -y la exigenciade la unidad final en sus obras- estn representadas en la sociedad por el deber poltico,. Estaunificacin ha sido doble en la evolucin de los pueblos cristianos: la civil y la eclesistica.Supuesto que el fin ltimo del hombre, como dice Santo Toms, no se alcanza por los solosmedios naturales, es preciso, al lado del poder civil, otro que sea depositario y administrador dela gracia, debiendo convivir ambos poderes mediante una delimitacin de campos y una ciertainfluencia indirecta.

    La diferencia fundamental entre la teora poltica nacida de la Revolucin y la queexpone Mella es sta: concibe aquella la soberana poltica como una instancia superior racional(llmesela Nacin o Estado), nico principio unificador y estructurador del orden social o de laconvivencia humana. Concbela Mella, en cambio, como cumplidora de un fin y con unasprerrogativas, que la lado de otros fines y de otras instituciones, fuentes asimismo de poder y ensu propia jurisdiccin. Estos otros fines naturales -plasmados en adecuadas y vigorosasinstituciones- son, juntamente con el propio fin especfico del Estado, la nica fuente - terica y

    prctica- de limitacin del poder. La concepcin teleolgica o finalista es la nica que puede

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    eliminar el problema de la limitacin -y an del origen del poder- sin recurrir a las ficcionesmetafsicas de la transmisin7.

    Y no puede interpretarse que, con la reabsorcin en el Estado, se trata meramente deuna distinta pero posible concepcin del orden poltico-social. Porque si esas instituciones

    naturales son el adecuado complemento de la libre actividad humana, y su existencia es el nicofreno real y prctico al despotismo estatal, en ella se halla, en cierto modo, incluido el hombre.Cuando todo depende del Estado- dice Mella-, tambin quedan atacados los derechosindividuales; porque si para realizar el hombre sus fines necesita asociarse a sus semejantes, yeste derecho lo regula o lo niega a veces el Estado, es claro que mata la independenciapersonal..., y no deja siquiera al hombre una fortaleza desde cuyas almenas pueda oponerse a lasinvasiones de su poder.

    Esta concepcin poltico-social de Mella, que encuentra el origen de la sociedad en elmismo individuo personal considerado en su concrecin y en su naturaleza, tiene su fundamentoen la ms pura raz del aristotelismo escolstico: segn esta teora, todos los seres naturales -y elhombre entre ellos- estn compuestos, metafsicamente, de potencia y acto. Slo Dios es actopuro: los dems seres han de realizar sus potencias en la vida. Su ser es un ser en movimiento,

    que consiste, precisamente, en el trnsito de la potencia al acto. Apetecer es pedir, necesitar,tender a algo a lo que por naturaleza se est ordenado. Y as como todas las cosas tienen unaprimera fraternidad en el ser, tienen despus otras relaciones de conveniencia que las hacemutuamente perfectibles. Ello determina unas naturales inclinaciones o tendencias en todos losseres, que se realizan de diverso modo segn que se trate de seres inconscientes, conscientes oracionales. Pero el fundamento es general y se basa en la suprema ley de orden y armona, ideaque es piedra angular en el pensamiento de Vzquez Mella8.

    En el hombre, cuya caracterstica especfica consiste en ese acceso a una esfera superiorde comn inteligibilidad y comprensin que se llama racionalidad, es la sociedad o vida derelacin, una tendencia bsica, una condicin necesaria. Esto es lo que se expresa al decir que esanimal social o que es social por naturaleza. Las tendencias sociales correspondern as, comohemos visto, a los grandes grupos de facultades del hombre: el impulso primario de la

    afectividad y la reproduccin (vida familiar), el impulso de cooperacin econmica(asociaciones laborales), la tendencia a la colaboracin intelectual (universidad en su sentidolato), la necesidad de defensa (ejrcito), y posteriormente, la necesidad de coordinacin ydireccin que engendra el poder poltico o Estado. La sociedad, como tal, se forma de lainterferente convivencia de estas formas de vida social, y se realiza al filo del tiempo en unproceso histrico en el que intervienen instinto, sensibilidad y razn, y se concreta en unidadeshistrico-locales -pueblo o nacin- de diversa fisonoma. Por lo cual, constituye una esencialalteracin de la naturaleza de las cosas el concebir a la sociedad como una estructura unificada ysuperior, de constitucin racional, que establece o crea a las dems instituciones infrasoberanas.

    Llegamos as al concepto de soberana social, que es piedra angular en el pensamientode Mella y que, segn l mismo la define, es "la jerarqua de personas colectivas, de poderesorganizados, de clases, que suben desde la familia hasta la soberana que llamo polticaconcretada en el Estado, al que debe auxiliar, pero tambin contener"9. La idea de soberanasocial incluye, pues, la existencia de instituciones autnomas en la realizacin de sus finesnaturales, y la de conjunto jerarquizado, que se opone, como tericamente intangible y comoprcticamente poderoso, a la soberana poltica. Ambas soberanas -la social y la poltica- seincluyen armnicamente, con sus fines naturales propios y complementarios, dentro delconcepto de orden.

    Este conjunto armnico de instituciones naturales no supone, sin embargo, unaconcrecin poltica propia de cada pueblo -regin o nacin- que aparezca respetable de un modocuasi natural. Por esto, en el pensamiento de Mella se aade a la idea de la soberana social la de

    7 Vid. Obras completas, tomo XI, pgs. 18 y 61.8

    Vid. Esteban Bilbao,La idea de orden como fundamento de una filosofa poltica en Vzquez de Mella,Real Academia de Jurisprudencia y Legislacin, Madrid, 1945.9 Obras completas, tomo XV, pg. 180

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    la soberana tradicional. "As, la Monarqua -dice- tiene para nosotros el apoyo de una soberanamuy grande, muy poderosa, y que hoy no se quiere reconocer: la soberana que llamartradicional, en virtud de la cual la serie de generaciones sucesivas tiene derecho por el vnculoespiritual que las liga y las enlaza interiormente, a que las generaciones siguientes no le rompan

    y no puedan, por un movimiento rebelde de un da, derribar el santuario y el alczar que ellaslevantaron, y legar a las venideras montaas de escombros"10. Aqu radica el concepto dinmicode tradicin sostenido por Vzquez Mella. Es ste una anticipada aplicacin a las colectividadeshistricas de la dure reelle bergsoniana y de todas las modernas teoras psicolgicas de lacorriente de la conciencia. No es posible sealar momentos ni hechos aislados en la vida de loshombres o de los pueblos, porque todos son producto de una sola evolucin y se penetran yfunden en una trama continua. Por eso, el rgimen poltico de un pueblo debe brotar de esaevolucin profunda y identificarse con ella y no ser convencin momentnea de la raznespeculativa desarraigada de la razn histrica.

    Este institucionalismo orgnico, en fin, que coloca al Estado dentro de un orden de finesnaturales, reaparece en el pensamiento actual como el nico medio viable de limitar el poder delEstado y evitar su evolucin, en cierto modo dialctica, desde la democracia hasta el socialismo

    totalitario. As, por ejemplo, dice Roland Masptiol en su reciente obra "LEtat devant lapersonne et la socit: "El poder del Estado puede ser limitado por medio de lainstitucionalizacin de diversos elementos de la sociedad civil con vistas a mantener suautonoma y su espontaneidad sobre la base de un poder nivelador. Este sistema tiende a asignara los grupos naturales de la sociedad civil, erigida en comunidad orgnica, su propia autonomay su propia garanta. Este modo es, a menudo, presentado bajo el nombre de doctrinacorporativa, en torno a la cual se pueden agrupar el conjunto de principios que reconocen a lasfamilias, a los grupos locales, a las profesiones, a las tendencias culturales, etc., una baseindependiente dotada de un poder de decisin y de legislacin interno, oponindose aseficazmente al poder estatal. No existe ms que una manera de defender la libertad, cada vezms amenazada; restaurar contrapoderes y fijar las bases de un derecho que el Estado no puedamodificar segn su slo capricho"11.

    EL PROCESO FEDERATIVO

    Este conjunto de instituciones autnomas calcadas sobre las facultades del hombre,cimentadas en una f comn y aglutinadas por la Monarqua, constituye propiamente lo quepodramos llamar el rgimen tradicional, que se desarroll a lo largo de los siglos en la EdadMedia y Moderna en los pueblos cristianos. Sin embargo, quiz en ningn lugar tuvo esteproceso creador un desarrollo tan puro y caracterstico como en Espaa.

    Sir Ernest Barker, el conocido tratadista poltico britnico, reconoce12 que fue Espaa elprimer pas que puso en prctica un rgimen representativo. En las Cortes de Castilla y deAragn aparecen, en efecto, las primeras representaciones colectivas de ciudades y clases. Elantiguo rgimen poltico-social de los reinos espaoles fue -segn Mella- la mejor realizacinhistrica de aquella ms perfecta forma de gobierno que Santo Toms haca consistir en unaarmona de las tres formas legtimas de gobierno aristotlicas: la democracia, la aristocracia y lamonarqua. "Espaa -dice- fue una federacin de repblicas democrticas en los municipios yaristocrticas, con aristocracia social, en las regiones, levantadas sobre la monarqua natural dela familia y dirigidas por la monarqua poltica del Estado". Sin embargo, an ms que elinstitucionalismo de clases y en el rgimen representativo, fue caracterstica la historia polticade Espaa en el proceso de federacin poltica. No puede olvidarse que en nuestra Patria, sin

    10Obras completas, tomo XV, pg. 19611 Masptiol, R.L'Etat devant la personne et la societ, Pars, 1948, pg. 108. Vid. asimismo, la idea de

    Institucionalizacin del campesinado en la obra del mismo autor, L'Ordre eternel des Champs, Pars,

    1946. Y tambin: Jouvenel, B. Du Pouvoir. Histoire naturelle de sa croissance, Gneve, 1945, pgs. 424y ss. Duclos, P.L'Evolution des rapports politiques depuis 1750, Pars, 1950.12 Barker, E. La organizacin constitucional de la Gran Bretaa, s/f, p. 7.

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    perjuicio de poseer un espritu nacional que "no cabiendo en la Pennsula hizo surgir uncontinente nuevo para darle albergue", fue siempre, hasta la revolucin, una federacin decientos de reinos por la monarqua. Nuestro mismo escudo no es uno, sino la composicin decuatro aglutinados bajo la corona de un mismo Rey. La unidad nacional y la unidad poltica no

    surgieron en nuestra Patria por una imposicin de quien pudiera hacerlo, sino que nacieron desiglos de convivencia y de lucha comn y se realizaron, en general, por un lento proceso deincorporacin verdaderamente poltico.

    La no identificacin entre el Estado -la monarqua- y la nacin que, por virtud delinstitucionalismo orgnico que, hemos visto, se daba en siglos medios, haca posiblefederaciones polticas -monarquas duales- sin que nadie pensase en la unin de lascorrespondientes nacionalidades. Y que la declaracin de guerra de soberanos, por ejemplo, noimpidiese la normal relacin y comercio de los pueblos. As, en nuestra alta Edad Media,pudieron confluir diversas coronas en un slo monarca sin que pasase de un efmero y externohecho histrico, porque la profunda y verdadera unidad espiritual no haba madurado an entreaquellos pueblos (pinsese en Sancho el Mayor de Navarra). Y, en cambio, a principios de laEdad Moderna, la unidad monrquica no era ya slo un hecho que engendraba inmediatamente

    una estable y cordial unidad nacional, sino que resultaba, en cierto modo, exigida e impulsadapor la misma autntica unidad ya existente en la sociedad (pinsese en el reinado de los ReyesCatlicos).

    La unidad superior de los pueblos peninsulares -el hecho de que el nombre de espaolse hubiera convertido en poco ms que una denominacin geogrfica en algo profundamentesentido- se haba realizado como un efecto de la lucha siete veces secular contra el mundomahometano. Y lo que en su origen fue efecto, producto realsimo de la historia y de la vida,pasa a ser causa, imprimiendo un modo de ser y de agruparse a los que han constituido, en tornoa esa unidad, una nacionalidad.

    As como la unidad concebida en sentido estatal moderno no tiene otra forma deverificarse que el uniformismo y la centralizacin, la unidad ntima nacida del sentimiento y dela Historia, puede ser compatible con un respeto absoluto a las peculiaridades, incluso polticas,

    de los pueblos federados. Por ello pudo decir Mella, con Pedro Jos Pidal, que la antiguaCastilla "era una especie de confederacin de repblicas administrativas presididas por lamonarqua" y que Espaa "fue un conjunto de reinos autnomos vinculados por la fe ygobernados por la monarqua".

    Pero en este caso, en que para el ser y la unidad de las grandes nacionalidades que,como Espaa, se forjaron al cabo de los siglos? Para responder a esto se encuentra implcita enla obra de Mella una teora sobre la superposicin y la evolucin de los vnculos nacionales, queentraa una verdadera filosofa de la historia.

    Segn esta teora, que encontramos apenas esbozada, en la naturaleza de los vnculosque determinan la existencia de un pueblo se da un progreso en el sentido de una mayorespiritualizacin o alejamiento del factor material, sea racial, econmico o geogrfico.

    Las nacionalidades primitivas que vienen determinadas generalmente por una estirpefamiliar prolongada en sentido racial, o bien por un imperativo del suelo o del modo de vida.Ms tarde, una progresiva depuracin de estos vnculos va ligando pueblos de raza, medio ovida diferentes en torno a una comn dignificacin histrica que puede ser de diversa ndole.As, en el seno de una gran nacionalidad actual, como la espaola, pueden coexistir, ensuperposicin y mutua penetracin, regionalidades de carcter tnico, como la eskara;geogrfico, como la riojana; de antigua nacionalidad poltica, como la aragonesa, la navarra,etc..."A medida que la civilizacin progresa -apunta Mella- la influencia del medio y de laeconoma es menor, y podra formularse esta ley que toda la historia confirma: la influencia delfactor fsico sobre el hombre (y sobre las nacionalidades, por tanto) est en razn inversa de lacivilizacin"13.

    13Obras completas, tomo X, pg. 197.

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    As, en nuestra Patria, "que es un conjunto de naciones que han confundido parte de suvida en la unidad superior (ms espiritual), que se llama Espaa"14, no est constituido elvnculo nacional "por la geografa..., ni por la lengua...,ni por la raza..., ni an por la razahistrica..,"15, sino por "una causa espiritual, superior y directiva, que liga a los hombres por su

    entendimiento y voluntad, la que establece una prctica comn de la vida, que despus esgeneradora de una unidad moral que, al transmitirse de generacin en generacin, va siendo unefecto que se convierte en causa y que realiza esa unidad espiritual que se reflejapor no citarms que este carcter- en la unidad de una historia general e independiente"16.

    Pero este vnculo superior que hoy nos une -y que para los espaoles, es de carcterpredominantemente religioso, con determinaciones humanas e histricas propias- ha de serconsiderado hacia atrs como un producto de la historia, y al presente, como un elemento vivode unidad. No debe, sin embargo, proyectarse al futuro como algo sustantivado e inalterable,porque entonces se diseca la tradicin que nos ha dado vida. El principio de las nacionalidadessin instancia ulterior procede cabalmente de esa confusin moderna entre el Estado y la Naciny su concepcin como una nica estructura superior y racional de la que reciben vida yorganizacin las dems sociedades infrasoberanas. El proceso federativo de nuestra Edad Media

    cristiana y la progresiva espiritualizacin de los vnculos unitivos no tiene por que truncarse,mxime cuando el principio nacionalista y el punto de vista nacional conducen siempre a laguerra permanente. En los estados modernos el inters nacional y la razn de Estado han de ser,como es sabido, causa inapelable. Y en los pases totalitarios se lleg a crear toda una doctrinanacional, con el dogmatismo de una religin y su correspondiente enseanza obligatoria yreglamentada.

    Pero, segn la doctrina de la espiritualizacin y superposicin de vnculos nacionales-que responde a la prctica federativa de los siglos cristianos-, el proceso de integracin habrade permanecer siempre abierto: al final de este proceso estara, como vnculo de unin paratodos los hombres, la unidad superior y ltima de la catolicidad, libre de toda modalidadhumana. Y el proceso que a ello condujere habra sido, no la imposicin de una parte, sino unalibre integracin -o federacin- vista por todos los pueblos como cosa propia y que para nada

    matara las anteriores estructuras nacionales. Esto es, un proceso semejante al que en Espaacondujo a la unidad nacional. La ascensin hacia esta armoniosa meta debera, por otra parte,marchar al unsono con el progreso material que permite -y exige- el gobierno de cada vez msamplias extensiones y multitudes. Esta es la filosofa de la historia que he dicho estaba implcitaen el pensamiento de Mella.

    Y en lo acaecido despus de truncarse el proceso medieval federativo puede verse unarealizacin de lo que Mella llamaba ley de necesidades, que ya hemos visto: la Revolucinconsagr el principio de las nacionalidades cerradas, con sus construcciones racionales ydefinitivas de las Naciones. Pero como la necesidad de sucesiva ampliacin de las sociedadespolticas pertenece, en cierto modo, a la naturaleza del hombre y de la civilizacin, el procesoamenaza realizarse hoy, aunque por cauces bien diferentes, en las tendencias internacionalistasdel socialismo.

    Igualmente se encuentra una confirmacin de la teora poltico-social de Mella en elestado interno de las actuales nacionalidades europeas. Ese don precioso de estabilidad, quepermite a los hombres ordenar su futuro y el de los suyos de acuerdo con leyes eternas, y que esel ms sano fruto que debe ofrecer un rgimen poltico, no lo ha posedo, quiz, en los ltimossiglos, ms que la Monarqua britnica. Es frecuente entre los ingleses atribuir esta virtud a lasuperpuesta democracia liberal de su rgimen, pero no sera difcil demostrar que no es por ella,sino ms bien a pesar de ella. En los pueblos continentales puede atribuirse esa condicin a lariqueza de su imperio, pero sera cuestin si esto es as o si, al contrario, procede su pujanza desu estabilidad. No es difcil, sin embargo, concluir que esa virtud nace de haberse mantenido allla tradicin, es decir, la continuidad con el antiguo rgimen y, en gran parte, la estructura

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    Obras completas, tomo X, pg. 320.15Obras completas, tomo X, pgs. 197 y ss.16Obras completas, tomo X, pg. 202.

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    autonomista y orgnica. "Los britnicos -dice Barker- no tienen una Constitucin escrita. SuConstitucin es algo que perdura en la mente de los hombres: y la parte que est escrita procedede la Carta Magna que hubo de otorgar el Rey Juan en poca tan remota como el ao 1215" Unorigen, por tanto, esencialmente distinto del constitucionalismo racional y apriorstico de la

    Revolucin Francesa. As ha sido posible continuar all hasta hoy el proceso, no slo deincorporacin de pueblos extraos -al modo de la antigua Hispanidad- en la ComunidadBritnica de Naciones, sino de pacfica asimilacin de concepciones polticas modernas, comoel liberalismo, y, an hoy, aunque con probable fracaso, del mismo socialismo.

    Espaa no ha podido hallar fuera de su cauce tradicional ni an le efmera estabilidadque, por algn tiempo y de precario, han logrado para s otros pueblos del continente. Puedenenumerarse las lacras polticas y sociales que padece desde hace ms de un siglo nuestrasociedad civil, por contraposicin con las caractersticas que Mella asignaba a nuestramonarqua tradicional: la prdida del institucionalismo social ocasion el individualismo y elproblema social, en primer trmino, y el auge del socialismo, en segundo; la desaparicin de laestructura regionalista fue causa de la atona local, primero, y del separatismo ms tarde; lamuerte de nuestro autonomismo administrativo, origin la irresponsabilidad y mala

    administracin, que han sido endmicas entre nosotros; la ruptura de nuestra continuidadpoltica y el estado de guerra civil casi permanente.Remedio necesario para tal situacin, es para Mella volver a crear esa cadena de

    instituciones intermedias, estabilizadas y estructuradoras, que sean a la vez el ms serio ypermanente apoyo del Estado y su contrapoder limitador17. Parece empeo contradictorio el devolver a crear con una accin estatal lo que, por su misma naturaleza, ha de ser independientedel poder poltico. Y, efectivamente, para hacerlo con propiedad, habra que hablar ms bien decrear condiciones debidas para que la sociedad vuelva a realizar sus fines naturales a travs deinstituciones adecuadas y autnomas, que encuadren y completen a la persona.

    A este efecto, existen dos clases de sistemas polticos: los que buscan y procuranapoyarse en instituciones de vida enraizada y autnoma, y los que pugnan por desembarazarsede cuanto no responde a su poder e iniciativa inmediata.

    "Nosotros -dice Mella- queremos cercar al Estado de corporaciones y de clasesorganizadas, y vosotros las habis destruido" Los ltimos de estos regmenes sonmomentneamente ms poderosos; los primeros, en cambio, prolongan su vigencia a travs delos siglos y, lo que es ms importante, permiten a la sociedad civil vivir su propia vida yespontaneidad.

    Para terminar todo este extenso y profundo ideario poltico, nos ofrece Mella una ideade gran trascendencia prctica: la viabilidad de tal sistema por medio de un previo hechopoltico: la instauracin de la autntica monarqua, "la primera de las instituciones, que se nutrede la tradicin y es el canal por donde corren las dems, que parecen verse en ella coronadas"18.Para muchos, el sistema poltico que Mella sistematiz constituye no ms que un idealirrealizable, de carcter meramente regulativo, propio slo para inspirar prrafos lricos en elmomento de aunar voluntades y remover el patriotismo. Es muy general en las escuelas polticasde hoy el colocar este ideario como lema propio al cul dicen tender, mientras en la prcticarealizan una poltica concretamente liberal en unos casos -apoyndose en el carcterdemocrtico de las instituciones tradicionales- o totalitario en otros -fundndose en el carcterunitario y personal de nuestra monarqua-.

    Frente a estos pseudo-tradicionalismos ve Mella la realizabilidad de tal sistemamediante la accin reordenadora de una institucin como la monarqua que, por su mismanaturaleza y cuando no se halla mediatizada por otros poderes o intereses, ha de sentarse en eltiempo y no en la momentnea oportunidad. Y, frente a todos los regmenes de tesis o deopinin, ve Mella en tal ideario el verdadero empirismo poltico y el nico rgimen eficaz yestablemente realizable entre nosotros.

    17Obras completas, tomo VIII, pgs. 166 y 167.18 Obras completas, tomo XV, pg. 167.

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    LO QUE FUE Y LO QUE NO FUE VZQUEZ MELLA

    Vzquez Mella fue, como puede deducirse de todo este resumen, no slo el "cantor" y el"verbo" de la Tradicin, como tantas veces se le ha llamado, sino tambin el "logos" que, an en

    trminos oratorios y casi improvisados, hizo explcito y coherente todo un sistema de ideas quehasta l permanecieron ms vividas y sentidas que comprendidas.Sin embargo, bajo la forma del ms clido de los elogios a su personalidad y a la

    originalidad de su obra, se ha introducido muy a menudo una afirmacin que atentafundamentalmente a la autntica significacin de Mella y al sentido profundo de lo que ldefendi. Mella- se ha dicho- forj todo un sistema poltico sobre distintos temas y aspectos dela sociedad medieval e injert todo este contenido doctrinal a un partido meramente dinstico- elCarlismo-, supervivencia del absolutismo del siglo XVIII. Segn esta visin de las cosas, lafigura de Mella queda realzada como restaurador de nuestro antiguo espritu nacional, pero acosta de que su posicin se vea reducida a una ocurrencia ms entre las de nuestros abigarradosiglo XIX. Nuestras luchas civiles -esas que eran para Menndez Pelayo el nico dato paraencontrar todava en el siglo XIX virilidad en nuestro pueblo19 -,quedaran as privadas de su

    sentido religioso y doctrinal, y el Carlismo, desconectado de toda continuidad con el espritu denuestra antigua y gloriosa monarqua.Ya el propio Mella hubo de enfrentarse con esta afirmacin en el Parlamento, en una

    rectificacin que se halla recogida en sus obras bajo el ttulo No hay cambio sustancial en elCarlismo20: "Su Seora -dice contestando al seor Figueroa- nos considera como si furamos(los carlistas) la evocacin de un sepulcro de la Edad Media, como si hubiramos surgido deimproviso en la sociedad y viniramos de un osario donde estn para S.S. las instituciones quepertenecieron a otras pocas. Y afirma S.S. que vengo yo a hacer una evolucin en el Carlismo,y que se asombraran los carlistas de hace cincuenta aos si oyesen que yo hablaba de lamonarqua representativa y de la monarqua federal, es decir, una evolucin que viene atransformar el programa del partido carlista.(...) Pero S.S. -repone- puede haber encontrado, nociertamente el origen histrico, pero s el origen oficial de la comunin tradicionalista, y podra

    haberlo encontrado en el reinado de Fernando VII, cundo en los proyectos de las Cortes de1812 representaba nuestros principios Jovellanos en los apndices a la Memoria de la JuntaCentral, y en sus escritos polticos el ilustre Capmany, como el Barn de Eroles defendi elprograma fuerista y regionalista (en la guerra de la Constitucin)".

    El mismo argumento se ha repetido mil veces, porque con l se ha pretendido siempre elmismo objeto: justificar cualquier postura poltica sin dejar de aceptar los principiosfundamentales de nuestra fe y de nuestra tradicin nacional. Pero a poco que se examine en susfuentes nuestra historia de los dos ltimos siglos habr de llegarse a esta opuesta conclusin,que estimo realmente esperanzadora: nuestro pas es quiz el nico donde lo que podramosllamar, en trminos generales, tradicionalismo, no es una reconstruccin artificial o una posicinerudita, sino una continuidad viva y actuante enraizada en el pueblo mismo, y realizada a travsde toda una epopeya blica de resistencia nacional que se ha prolongado hasta nuestros das. Enla guerra de 1793 contra la Revolucin Francesa, en la Independencia, en los realistas durantelas luchas de Fernando VII, y en los carlistas en las sucesivas guerras civiles, pueden hallarse deun modo explcito y entusiasta los mismos ideales y sentimientos que ms tarde habran deinspirar la palabra de Vzquez Mella o la pluma de Menndez Pelayo. Es decir, que eltradicionalismo espaol no es una restauracin terica, sino un espritu nacional vivo yconcreto, con todas las inmensas posibilidades que para el futuro se desprenden de ella.

    Ms an: en siglo XVIII borbnico, que suele citarse como un absolutismo regalista enque se interrumpe nuestro rgimen tradicional y, con ello, nuestra continuidad poltica, est muylejos de ser rectamente interpretado, puesto que, como dice Mella, "al final de estos siglos, antela Revolucin Francesa, quedaba todava una Constitucin interna de Espaa, aunque estaba

    19 Menndez Pelayo,Historia de los heterodoxos espaoles, tomo VIII, pg. 516.20Obras completas, tomo XI, pg. 81.

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    mermada la representacin de las antiguas Cortes y los derechos de los fuero de las regiones"21.Durante esta poca las tendencias enciclopedistas y regalistas que se dejaban sentir en la corte yclases elevadas, en poco o en nada llegaban al pueblo, que conserv su propia organizacin yespritu. Fue un ejemplo prctico del poder de resistencia que el propio ser de un pueblo posee

    cuando se halla institucionalizado en sus propios rganos autnomos.Mella, en mi opinin -y en la suya propia-,no hizo sino beber en un gran ro que es eltradicionalismo espaol -o ms exactamente el Carlismo, que es su concrecin humana ehistrica- y, sobre esa fuente de inspiracin, hizo explcito lo que estaba oculto, sistematiz loque estaba diseminado, movi voluntades y aviv conciencias. Pero nada fue Mella menos queun erudito: difcilmente con su contextura mental hubiera podido forjar una reconstruccinarqueolgica en el terreno poltico. A Mella no se le puede comprender en sus fuentesbibliogrficas porque apenas existen, sino en su propia personalidad y en el ambiente que leenvolvi: aquel Carlismo de fines de siglo, con la grandeza y la amargura infinitas de la segundaguerra perdida.

    * * *

    Las lneas estructurales que hemos encontrado en el pensamiento de Mella nos servirnpara la distribucin de los textos seleccionados en su obra. Los tres primeros captuloscorrespondern a los principios que determinan la recta formacin y desenvolvimiento de lasociedades histricas: sociedalismo, tradicin y principio comunitario religioso. Los dosprimeros representan respectivamente el aspecto esttico (coexistencia orgnica de sociedadesautnomas), y el dinmico (evolucin acumulativa e irreversible) de la sociedad. Ambos tienenun carcter estructural que se completa, como contenido de la comn fe religiosa, principiointerno de unidad. Todos ellos se explican y coordinan mediante una fundamentacin metafsicade la sociedad en la naturaleza profunda del hombre. Con lo que resultan los cuatro primeroscaptulos de nuestra antologa:

    1. CORPORATIVISMO Y SOBERANA SOCIAL2. TRADICIN3. LA RELIGIN, PRINCIPIO VIVIFICADOR4. FUNDAMENTACIN DE LA SOCIEDAD EN LA NATURALEZA HUMANA

    Estos principios determinan terica -e histricamente- un sistema poltico -laMonarqua-, cuyos caracteres o notas esenciales se derivan de aquellos principios, y que nosservirn como apartados de un captulo general dedicado a ese rgimen poltico. Estoscaracteres son los de: cristiana, personal, tradicional, hereditaria, federal (o regionalista) yrepresentativa. Los dos primeros se derivan del principio interno vivificador y religioso. Los dossegundos (tradicional y hereditaria) se deducen del principio dinmico o tradicin de lassociedades histricas. Los dos ltimos (federal y representativas) resultan, en fin, del principiosociedalista. Nuestro captulo 5 se distribuir as en estos apartados:

    5. LA MONARQUA Y SUS ATRIBUTOS:Cristiana, personal,Tradicional, hereditariaFederal (regionalista)Representativa.

    La sociedad poltica surgida de esas fuentes y estructurada en ese rgimen se realiza

    siempre de una manera concreta, espacio-temporal, es decir, en sociedades histricas. Ese21 Obras completas, tomo XV, pg. 306

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    proceso gentico y esa formacin poltica quiz no hayan alcanzado una realizacin histricatan tpica y perfecta como la que se dio en nuestra Patria, en nuestra antigua y gloriosaMonarqua. Su pasado de grandeza, su situacin presente y los imperativos que se deducen parael porvenir nacional se agrupan en un sexto captulo, titulado "La Espaa Tradicional".

    El racionalismo poltico, es decir, la Revolucin liberal, ha destruido aquel ordenpoltico cuasi natural, y ha roto el cauce normal de nuestra tradicin. Gran parte de la obra deMella se dedica a una crtica original y profunda de la concepcin y del sistema liberal. Sinembargo, la Patria antigua y su espritu perviven, a juicio de Mella, en lucha constante contra laartificial estructura poltica difundida a partir de la Revolucin Francesa. A la realizacinhistrica de esta resistencia nacional ha sido el Carlismo, viejo tronco popular de la Espaagenuina, que ha esmaltado de epopeyas inverosmiles toda nuestra historia moderna. Elporvenir, pues, nos aguarda con una esperanza viva, con un germen de continuidad y con unamisin muy concreta: la recuperacin de la Patria y su restauracin nacional en el cauce de suTradicin y de su Historia. As, pues, los cuatro ltimos captulos a travs de los que noshablar Mella sern:

    6. LA ESPAA TRADICIONAL7. CRTICA DEL LIBERALISMO8. LA CONTINUIDAD DE LA PATRIA: EL CARLISMO9. LA ESPERANZA EN EL PORVENIR

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    I

    CORPORATIVISMO Y SOBERANIA SOCIAL

    LA AUTONOMA DE LA SOCIEDAD Y EL PODER DEL ESTADO

    Si este rgimen sucumbe, si cae, si se desmorona, es necesario sustituirlo, pues no bastala crtica meramente negativa; ningn sistema se destruye si no se le opone el sistema contrario.Yo creo que este sistema contrario es el que est en el fondo de la Constitucin interna de todaslas regiones; es nuestra Constitucin histrica; es la de todas las regiones espaolas que tenanentre s una solidaridad estrecha, cuando se formaron espontneamente en la Historia, y no pordecretos ni pragmticas de reyes, sino surgiendo de las entraas de la sociedad misma. Observadque las antiguas instituciones no tienen fecha fija en su aparicin; cuando aparecen, cuando

    oficialmente se las conoce, llevaban ya siglos de existencia, estaban enterradas en las entraasde un pueblo. Vosotros podis decir: en tal fecha se celebraron las primeras Cortes Catalanas;otros dirn: en tal fecha se celebraron las primeras Cortes de Castilla. S! Pero los elementossociales que las constituan, las fuerzas sociales que las integraban, venan de lejos. Se puedesealar la poca de la aparicin de los gremios y municipios; pero estos gremios y municipiostenan grmenes mucho ms antiguos. Lo mismo sucede con las lenguas romances: podissealar el primer documento, y as me hablaris del Poema del Cid, o de la Vida de Sta MaraEgipcaca, para la castellana; del Desconhort, de Raimundo Lulio, para la catalana; pero lalengua exista ya, se hablaba antes; y es que sas instituciones histricas, nacidas de las entraasdel pueblo, de la verdadera soberana popular, que se manifestaba en las costumbres, con las queha acabado el centralismo moderno, nacan, como las fuentes, de una roca; y, a veces, no sonms que unas gotas de agua que se van filtrando por un poco de musgo; despus, el hilo de agua

    crece con otros que se agregan, y poco a poco se va formando el arroyo, que se convierte entorrente, y el torrente en ro impetuoso, que marca su curso en el mar. De esta manera nacen lasinstituciones histricas; no trazadas en un cuadernillo constitucional y copiadas de otroscuadernillos constitucionales de otros pueblos, como un hecho social que hay que respetar, y nose puede sujetar a los caprichos de los hombres pblicos.

    Fijaos bien que entonces las Cortes de Catalua, las Cortes de Navarra, las de Len, lasde Castilla, los Estados Generales de Francia, el Parlamento ingls, las Dietas de Alemania, dePolonia, de Hungra, tienen en la Edad Media una relacin ms ntima, una semejanza histricams estrecha, que la que tienen en los momentos actuales las diferentes formas parlamentariasde los pueblos europeos; porque no se copiaron unos a otros; se copiaron de un fondo comn: dela misma soberana social que pusieron en ellos la Iglesia y la costumbre. Y hay que volver aaquel concepto de la soberana que entonces se manifest y que yo he designado con el nombre

    de soberana social, como diferente de la soberana poltica. Todo el rgimen moderno estfundado en la unificacin de la soberana; y esa unificacin, al hacerla exclusivamente poltica,al designarle una sola fuente, que es la multitud, la soberana popular, ha venido a establecer eseinmenso centralismo que todava quiere agrandar el colectivismo actual.

    Esa unificacin de la soberana es la causa y el cimiento del rgimen parlamentario, y ladiferenciacin de las dos, el verdadero rgimen representativo. Si no existe ms que una solasoberana, que emana de la muchedumbre, y lleva a la cumbre el Estado, del Estado descenderen forma de una inmensa jerarqua de delegados y funcionarios. Y si existe una soberana socialque emerge de la familia y que, por una escala gradual de necesidades, produce el municipio y,por otra escala anloga, engendra, por la federacin de los municipios, la comarca, y despus,por la federacin de stas, la regin; esa soberana social limitar la soberana poltica, que soloexiste como una necesidad colectiva de orden y de direccin para todo lo que es comn, peronada ms que para lo que es comn y de conjunto. Y entonces suceder que, en frente de la

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    soberana puramente poltica, estar la jerarqua social; ya no estar la jerarqua de delegados yde funcionarios que desciende desde la cumbre hasta los ltimos lmites sociales. Habr unajerarqua ascendente de personas colectivas, enlazadas por clases y categoras distintas, que,saliendo de la familia, se levantarn hasta el Estado, que no tendr a su cargo ms que la

    direccin del conjunto. As veramos que los lmites del Poder no se basan en la divisin interiordel Poder mismo. Los lmites son externos, como lo son todos los lmites; all donde empiezauna independencia, terminarn los lmites de una cosa; sern orgnicos y externos y no ser ladivisin artificial de ese Poder separado en fracciones opuestas unas a otras.

    (Conferencia en el Teatro Goya de Barcelona, 5 de junio de 1921)

    Del fin de la persona se deducen sus derechos, y comprendindolos todos existe uno supremoque se presenta por dos aspectos, positivo y negativo; porque si tiene un fin tiene el deber dealcanzarle y los derechos consiguientes para cumplir ese deber por s mismo, y si tiene esos

    derechos, posee la facultad de excluir a las dems personas que tratan de realizarlo,suplantndola e interponindose entre su actividad y su trmino. Pero no podr ejercitar esosderechos por s misma, ni excluir al que tratase de usurprselos, si no tuviese tambin el hombrela facultad de juntar sus facultades a las de los dems hombres para conseguir por la corporacinpermanente el fin que no puede conseguir aislado; de aqu la existencia de las personascolectivas, en que se completa y perfecciona la individual, pues si el hombre se bastase a smismo, la sociedad sera un artculo de lujo. Y por eso es un atributo de toda persona el derechode regirse interiormente para alcanzar su destino y de rechazar a los dems que traten deimpedrselo, que es lo que, desde la poltica de Aristteles, se llama autarqua.

    Y deducido el concepto y el atributo esencial de la persona, procede preguntar si debeexistir una sola persona colectiva o si deben existir varias en sociedad. Si no hubiera ms queuna, el Estado sera el tirano de Hobbes y Maquiavelo, o el socialismo poltico de laEstadolatra moderna, y las dems personas existiran por concesin suya. Y si las personascolectivas no existen ms que por concesin y tolerancia del Poder, la libertad de lasindividuales sufre un golpe de muerte, porque si no pueden juntar sus fuerzas ms que acapricho del Poder central, carecern del derecho natural de asociacin, y negado ese derechono habra razn alguna para que no se nieguen los dems; y como ese es el medio dedesarrollarlos y de protegerlos todos contra las invasiones del Poder, destruido el medio yderribado el baluarte, caeran sepultados debajo de sus ruinas y no quedara triunfante ms queuna tirana solitaria, rodeada de sepulcros. Luego hay que reconocer diferentes personascolectivas en la sociedad que tengan existencia y vida propia, que no dependa de la concesindel Estado.

    (Discurso en el Teatro Principal, Barcelona, 24 de abril de 1903)

    Toda persona tiene como atributo jurdico lo que se llama autarqua; es decir, tiene elderecho de realizar su fin, y para realizarlo, tiene que emplear su actividad y, por tanto, tienederecho a que otra persona no se interponga con su accin entre el sujeto de ese derecho y el finque haya de alcanzar y realizar. Eso sucede en toda persona. Y como, para cumplir ese fin, quese va extendiendo y dilatando, no basta la rbita de la familia, por sus necesidades individualesy familiares, y para satisfacerlas viene una ms amplia esfera y surge el municipio como senadode las familias. Y como en los municipios existe la misma necesidad de perfeccin y proteccin,y es demasiado restringida su rbita para que toda la grandeza y la perfeccin humana estncontenidas en ella, surge una escena ms grande, se va dilatando por las comarcas y las clases

    hasta construir la regin. De este modo, desde la familia, cimiento y base de la sociedad, naceuna serie ascendente de personas colectivas que constituye lo que yo he llamado la soberanasocial, a la que varias veces me he referido y cuya relacin fundamental voy a sealar.

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    As, desde el cimiento de la familia, fundado en ella como en un pilar, nace una doblejerarqua de sociedades complementarias, como el municipio, como la comarca, como la regin;de sociedades derivativas, como la escuela, como la Universidad, como la Corporacin. Estasdos escalas ascendentes, esta jerarqua de Poderes, surge de la familia y termina en las regiones,

    que tienen cierta igualdad entre si, aunque interiormente se diferencian por sus atributos ypropiedades. Los intereses y las necesidades comunes en esa variedad, en que termina lajerarqua, exigen dos cosas: las clases que la atraviesan paralelamente, distribuyendo lasfunciones sociales; y de una necesidad de orden, y una necesidad de direccin. Puesto que ni lasregiones ni las clases pueden dirimir sus contiendas y sus conflictos, necesitan un poder neutralque pueda dirimirlos y que pueda llenar ese vaco que ellas por s mismas no pueden negar. Ycomo tienen entre s vnculos y necesidades comunes que expresan las clases, necesitan un altopoder directivo, y por eso existe el Estado, o sea la soberana poltica propiamente dicha, comoun poder, como una unidad, que corona a esa variedad y que va a satisfacer dos momentos delorden: el de proteger, el amparar, que es lo que pudiramos llamar momento esttico, y el de ladireccin, que pudiramos llamar el momento dinmico.

    Las dos exigencias de la soberana social son las que hacen que exista, y no tiene otra

    razn de ser, la soberana poltica, y esas exigencias producen estos dos deberescorrespondientes para satisfacerlas, los nicos deberes del Estado: el de proteccin y el decooperacin. De la ecuacin, de la conformidad entre esa soberana social y esa soberanapoltica, nace entonces el orden, el progreso, que no es ms que el orden marchando, y suruptura es el desorden y el retroceso.Entre esas dos soberanas haba que colocar la cuestin delos lmites de Poder, y no entre las partes de una, como lo hizo el Constitucionalismo..

    (El liberalismo) como no alcanz la profunda y necesaria distincin entre la soberanasocial u la poltica, unific la soberana: crey que no haba ms que una sola, la poltica, y ledio un slo sujeto, aunque por delegacin y representacin parezca que existen varios, y vino adividirla en fragmentos para oponerlos unos a otros, y busc as dentro el lmite que debierabuscar fuera. Tena razn al decir que el Poder tiende al abuso, y que es necesario, por lo tanto,

    que otro Poder lo contrarreste; pero para eso no era necesario dividir la soberana poltica enfragmentos y oponerlos unos a otros; para eso era necesario, y esa es su primera funcin,reconocer la soberana social, que es la que debe limitar la soberana poltica. La soberanasocial es la que debe servir de contrarresto: y cuando esa armona se rompe entre las dos,cuando no cumple sus deberes la soberana poltica e invade la soberana social, y cuando lasoberana social, invade la poltica, entonces nacen las enfermedades y las grandesperturbaciones del Estado.

    En un Estado de verdadero equilibrio, cumplen todos sus deberes, y a las exigencias dela soberana social corresponde los deberes de la soberana poltica; pero cuando la soberanapoltica invade la soberana social, entonces nace el absolutismo, y, desde la arbitrariedad y eldespotismo, el Poder se desborda hasta la ms terrible tirana. El absolutismo es la ilimitacinjurdica del Poder, y consiste en la invasin de la soberana superior poltica en la soberanasocial; cuando la soberana social se niega en un pueblo porque la soberana poltica la invade,empieza por las regiones, sigue por las comarcas y municipios y llega hasta las familias; y noencontrando ya los derechos innatos del hombre en medio de asociacin permanente que estfuera de la accin del Estado y que le sirva de escudo para desarrollarse, los individuos mismosquedan sujetos a la tirana del Estado; y entonces, identificndose las dos soberanas, nacen losgrandes socialismos polticos, precursores de los econmicos, por la absorcin de todos esosrganos en uno. La confusin de la soberana social y poltica es la caracterstica de lassociedades modernas. Esta es la hora en que no hay una sola entidad, una sola corporacin, unasola sociedad natural y de aquellas que de las naturales se derivan, que no pueda levantarsecontra el Estado y demandarle por algn robo de algunas de sus facultades y de sus atributos.

    Usurpndolo todo, avasallndolo todo, ha llegado a tener como derechos y delegaciones

    suyas todas las dems personas jurdicas; ha llegado a ms, a considerarse como la nicapersona que existe por derecho propio, a sostener que todas las dems existen, en cierta manera,por concesin o tolerancia suya.

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    Y as hemos venido a un Estado que es la frmula ms completa y acabada de la tirana;pero de una tirana sin grandeza, de una tirana que no tiene la cabeza de un Csar, que no puedeser cortada un da por las iras de una multitud irritada; una tirana con una muchedumbre decabezas; y no hay peores tiranos que aquellos que tienen muchas cabezas, porque es la ley

    histrica de la soberana poltica, que la irresponsabilidad est en razn directa del nmero depersonas que ejercen el mando.No hay nada que inspire un sentimiento de tan profunda compasin como visitar, a

    ciertas horas del da, el despacho de un ministro constitucional. Yo declaro que, a veces, mecausa asombro como se pueden ambicionar carteras de ste rgimen y trabajar con tanto anhelopor conquistar el Poder, cuando veo a un ministro rodeado de amigos, de deudos, deimpertinentes, que le hacen mil peticiones, mil encargos y no s cuntas recomendaciones; ytodos contribuimos a ste suplicio.

    Y el ministro que oye a cien personas en una maana y tiene que ocuparse de quinientosasuntos, como no hay cabeza que resista un esfuerzo como el que se necesita para fijar ydispersar la atencin sobre tantas materias, tiene que descansar sobre el subsecretario, perocomo el subsecretario se ve asediado y visitado lo mismo que un ministro, y a veces ms, tiene

    que descansar en los directores generales; y como los directores generales estn acosados detrabajo, de visitas, de recomendaciones y no les llega para su labor el tiempo, aunque el dafuese de cuarenta y ocho horas, descansan en los jefes de negociado, si no en tanto grado, enbastante, les sucede lo mismo, descansan en empleados annimos, y stos a su vez en losescribientes; y as concluye por dominarnos y gobernarnos con la efectividad de la soberanauna oligarqua de covachuelistas, que es, adems, ridcula, porque no tiene por diadema ms queuna coleccin de tinteros, de expedientes y de engrudo.

    El Estado es como una luz colocada en lo alto; la luz termina en una rbita de sombrasadonde llega la fuerza, y desde all, no se puede ver ms; y el que quiere que esa luz alcance atodos los pormenores y que abarque toda la vida social, viene a establecer el absurdo de laomnisciencia y de la omnipotencia, colocadas en la inteligencia y en la voluntad humanas.

    (Discurso en el Congreso, 18 de junio de 1907)

    La ilimitacin jurdica, en el desbordamiento del poder que invade o arranca lasprerrogativas de las personas individuales o colectivas (...), se apoya en el error jurdico de creerque en el Estado estn como vinculadas las facultades legislativa, judicial y ejecutiva, cuando,en cierto modo, existen esas facultades en todos los grados de la jerarqua social, empezandopor el individuo, que legisla con su inteligencia, ejecuta con su voluntad, juzga con suconciencia moral, regla prxima a las actuaciones humanas; siguiendo por el padre, que en elcrculo domstico las rene en la patria potestad; continuando (sin enumerar otrasCorporaciones) de una manera ms vasta en la comunidad concejil, y an ms ampliamente enla regin, porque esas prerrogativas no son arrancadas al Estado no exclusivas del PoderCentral, que, si por su cometido y por sus circunstancias es la primera persona en extensin, noes, en suma, a pesar de su superioridad, ms que una de las varias que forman la jerarqua social,y la ltima, con los caracteres que hoy tiene, que ha aparecido en la historia.

    (Discurso del Congreso, 31 de Mayo de 1893)

    SOCIEDADES Y CORPORACIONES

    En virtud de qu derecho, el Estado, que es la persona colectiva ms extensa, tiene

    derecho a crear y a dispensar la personalidad a las dems personas colectivas? De dnde le havenido a l ese derecho? De otro Estado? Sera absurdo. De los individuos? Entre el Estado

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    Nacional y ellos hay una jerarqua intermedia de Sociedades que han precedido como al Estado,que es su efecto. Antes le precedi la familia, y con las necesidades mltiples de la familia elmunicipio, y con las hermandades de comarcas la regin, que por punto general fue Estado; yahora l, ltimo que llega, quiere crear los anillos anteriores, sin los cuales l no existira. Es la

    cpula y la techumbre social, pero dice que l tiene derecho a hacer los muros y los cimientosdel edificio, cuando, claro es que, si los muros y cimientos no preexistieran, la cpula y latechumbre estaran en el aire; lo cual quiere decir que el Estado estara en el suelo, como losescombros.

    Este es el absurdo de la teora que pretende que el Estado crea las personas colectivas, yeste fue el absurdo de la revolucin, absurdo que recientemente habis proclamado vosotrosaqu. Puede decirse que la Iglesia ha pasado por el mundo con su gigantesca y poderosa unidad,que ata las conciencias y une las almas, sembrando Sociedades y Corporaciones, y que el Estadoanticristiano ha pasado por el mundo negndolas y destruyndolas. Nosotros queremos crear elEstado de Corporaciones y de clases organizadas, y vosotros las habis destruido. Es necesariocercenar, reducir, disminuir el Estado y aumentar las Sociedades y aumentar las Corporaciones,porque el Estado vive de toda la sangre y de todas las atribuciones que ha sustrado al cuerpo

    social. (Discurso en el Parlamento, 27 de febrero de 1908)

    MUNICIPIO AUTRQUICO

    Yo soy partidario de una reivindicacin municipal, que empiece por considerar almunicipio, no como una creacin legal, no como una creacin artificiosa de poder ejecutivo,dividido, segn todos los tratadistas de la centralizacin y segn las leyes que padecemos, entres partes: una, la administracin general; otra, la administracin provincial, y la otra, laadministracin municipal. No, yo reconozco que el Municipio es el primer grado de lo que

    llamo soberana social; es la primera escuela de la ciudadana que nace espontneamente de lacongregacin de familias que sienten necesidades mltiples y comunes, que ellas no puedensatisfacer aisladamente y que les obliga a juntarse y producir una representacin comn, que essociedad natural. El municipio es la Universidad de la ciudadana, en aquel punto en quetermina la vida domstica interior de la familia y el hombre se lanza, por decirlo as, a la vidapblica. De ah la necesidad extraordinaria de su emancipacin; de ah al necesidad de acabarcon el rgimen oprobioso, tirnico y centralizador que padecemos. Hoy no existe autonoma enel Municipio; el Municipio no es ms que una creacin legal, no es ms que una seccin, unaparte del Poder ejecutivo en funciones.

    Cuando un Municipio trata de unirse a otro o de segregarse, no le basta la voluntad delos vecinos, es necesario que el Poder central la ratifique; cuando se trata de funcionar, elalcalde tiene dos delegaciones: una, la delegacin poltica, en que se hace dependienteinmediato del Gobernador, que a su vez es amovible y responsable ante el seor Ministro de laGobernacin; y otra, la delegacin administrativa, que queda absorbida por la delegacinpoltica. La centralizacin se completa con el nombramiento de los alcaldes de Real Orden, eseescndalo de l