Juan Ruiz de Alarcón, Letrado y Dramaturgo

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JUAN RUIZ DE ALARCÓN, LETRADO Y DRAMATURGO Su mundo mexicano y español ■Z ;t .-; El Colegio de México

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Juan Ruiz de Alarcón, Letrado y Dramaturgo, Willard F. King

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  • JUAN RUIZ DE ALARCN, LETRADO Y DRAMATURGOSu mundo mexicano y espaol

    Z ;t .-; W

    El Colegio de Mxico

  • Willard F. King

    JU A N RUIZ DE ALARCON, LETRADO Y DRAM ATURGO

    Su mundo mexicano y espaol

    Traduccin de Antonio Alatorre

    EL COLEGIO DE MXICO

  • Portada: Boceto para u n a serie de p in turas sobre la h istoria del H ijo Prdigo, de M urillo. Se reproduce con autorizacin del M useo del P rado de M adrid .

    D .R . E 1 Colegio de M xico C am ino al A jusco 20 Pedregal de Sta. T eresa 10740 M xico, D .F.

    ISBN 968-12-0392-5

    Z ? .S I8

    P rim era edicin, 1989 u j io2lM r

    Im preso en M xico /Printed in Mxico

  • 1 0 2 9 4 7

    NDICE GENERAL

    Prefacio .........................................................................................................................7Frontisp icio ............................................................................................................................ '3i

    I. A n t e c e d e n t e s fa m il ia r e s ........................................................................ 17II. E l M x ic o de A l a r c n (1 5 8 0 -1 6 1 3 ) ..................................................... 37

    A. A m bien te fsico y poblacin .................................................................... 37B. G o bierno y es tru c tu ra social . ............................................................... 44

    I II . V ida de A l a r c n en la c iu d a d d e M x i c o .................................... 61A. N iez y m ocedad (1580/1581-1600) ................................................... 61B. El jo v en abogado en la ciudad de M xico (1 6 0 8 -1 6 1 3 ) ............ 70

    IV . Sa la m a n c a y el e s t u d io d e l d e r e c h o .......................... 89A. L a im p o rtan c ia de estu d iar en S a la m a n c a ....................................... 89B. A yuda econm ica p a ra el estudio ........................................................ 90C . O rigen e im p o rtan cia de la profesin de le trad o ................... 92D . C a rc te r selecto de la poblacin estudian til .................................... 94E. A larcn, estud ian te en S a la m a n c a ........................................................ 95F. Salam anca en los albores del siglo XVII ............................................ 99G . L a form acin del le trado ......................................................................... 100H . L a clase de los le trados y su m en talidad ......................................... 105I. A m istades y diversiones de A larcn en S a la m a n c a ...................... 109J . La cueva de Salamanca ........................................................................... 116

    V. SEVILLA: COMIENZOS DE LA VIDA PROFESIONAL Y JUEGOS POTICOS 125A. La Sevilla de A larcn (1 6 0 0 -1 6 3 6 )...................................... 125B. Lazos fam iliares de A larcn en Sevilla ............................... 128C . Amigos, quehaceres y situacin social de Alarcn en Sevilla 131D. Juegos poticos: la fiesta de San J u a n de Alfarache . . 134E. Las com edias s e v il la n a s .............................................................. 139

    E l semejante a s m is m o ................................................................ 140L a industria y la suerte ................................................................ 143Ganar a m ig o s ................................................................................... 145

    V I . M a d r id : A l a r c n el d r a m a t u r g o ................................................... 155A. V ida fam iliar, am igos, enem igos, y com edias (1613-1623) . . 155B. Los aos 1623-1626: triunfos y desastres ......................................... 179

    [5]

  • 6 N D I C E G E N E R A LC. Las comedias madrileas ............................................................... 189

    L a verdad sospechosa ........................................................................... 190E l examen de maridos .......................................................................................... 194

    V I I . M A D RID : A LARC N, FUNCIONARIO PBLICO ............................................ 199A. Nombramiento, obligaciones y gajes de Alarcn como relator (1626-

    1639) ...................... '............................................................ 199B. Muerte y testamento (1639) ............................................................ 215C. El mrito y la fama de Alarcn .................................................... 219

    V I I I . C o n c l u s i n ......................................................................................................... 223

    Apndice A. Representaciones de comedias de Alarcn en Espaa y el Perdurante el siglo X V II ................................................................................. 231

    Apndice B. Arbol genealgico de la casa de A lbaladejo.................. 234/235Apndice C. Nuevas notas sobre la ascendencia paterna de Juan Ruiz de

    Alarcn: Castillos buenos y Castillos malos .................................. 235Apndice D. El Corcovilla de Quevedo y el Pata Coja de Alarcn 247Bibliografa ........................................................................................................... 265Indice onom stico................................................................................................ 277

  • PREFACIO

    En 1600, casi ochenta aos despus de la asom brosa conquista de Te- nochtitlan y del im perio azteca por H ernn C orts (1521), un joven de unos veinte aos, nacido y criado en la ciudad conquistaba llam ada ahora M xico, y centro adm inistrativo del v irreinato de la N ueva E spaa , llegaba a la vieja ciudad un iversitaria de Salam anca para estud ia r derecho. Su nom bre com pleto era Ju a n R u iz de A larcn y M en doza. En 1621, o sea un siglo despus de la conquista, ese joven criollo se hab a afirm ado en la m adre p a tria como uno de los tres dram aturgos ms ap laudidos de entonces, m ucho m enos prolfico que los otros dos, el incom parable Lope de V ega y el ingenioso T irso de M olina, pero estrella en ascenso, y de brillo suficiente para excitar en sus con tem porneos una doble reaccin: elogios dados de m ala gana y vituperios m ovidos por la pasin de los celos. No hay n ingn fenm eno sem ejante en la historia de Mxico, ni antes de em anciparse de Espaa ni m ucho tiempo despus de su independencia.

    Fue u n a hazaa fuerte y difcil. P a ra los escritores coloniales no es fcil encon tra r favor en las m etrpolis. L a v ida cultural de u n a m etrpoli depende de siglos de tradicin y de logros que natura lm ente faltan en una colonia joven. C on razn o sin ella, los m etropolitanos ven la poesa y el tea tro coloniales como productos torpes, ingenuos, fuera de m oda, en desacuerdo con las form as refinadas que ellos conocen. Con la posible excepcin de la poetisa A nne B radstreet, n ingn escritor o intelectual nacido y criado en la A m rica del N orte despert inters en In g la terra hasta fines del siglo xvm , cuando un Jefferson y un Franklin, en parte a causa de los sucesos polticos y en parte a causa de su propio genio, se g ran jearon la estim a de Ing la terra . Y p a ra hallar en Ing la terra un caso verdaderam ente anlogo al de A larcn en Espaa el criollo prov inciano que obtiene fam a y algo de fo rtuna en los crculos intelectuales y artsticos de la m adre p a tr ia hab ra que esperar un siglo m s, o sea los tiem pos de H enry Jam e s, cuando haca ya m ucho que la co lon ia se hab a convertido en nacin independiente . Pero no se puede hacer n inguna com paracin vlida en tre A larcn y Jam es m s all de ese punto . La obra del norteam ericano expresa d irectam ente el p ro blem a del visitante llegado del N uevo M undo , la reaccin del extranjero frente a la sociedad y al paisaje del Viejo M undo . En las com edias de

    [7]

  • 8 PREFACIOAlarcn, por el contrario, no hay personajes, escenas, costum bres ni acontecimientos histricos coloniales, de tal m odo que M enndez Pelayo pudo observar, correctam ente, que si no supiram os la pa tria de A larcn, sera im posible ad ivinarla por m edio de sus o b ra s .1

    N osotros, sabiendo la p a tria de A larcn, no podem os ocu ltar nuestro asom bro frente a ese olvido en que parece haber dejado a la tie rra en que naci. H ab r visto que la nica posibilidad de tener xito en E spaa era m ostrarse m s espaol que los espaoles? O la diferencia en tre el ethos de un espaol nacido y criado en la pen nsu la y el de un hom bre de sangre espaola nacido y criado en la N ueva E spaa era tan exigua que la falta de alusiones a M xico no tiene por qu considerarse u na rareza?

    Esta ltim a p regun ta ha hecho correr raudales de tin ta . V arios m exicanos y otros hispanoam ericanos entre los cuales sobresalen Pedro H enrquez U re a y Alfonso R eyes han credo descubrir en la obra de A larcn actitudes m orales, psicolgicas y sentim entales especficam ente mexicanas. Sus argum entos suelen ser circulares: se encuentra en los personajes alarconianos alguna sinuosidad, algn resen tim ien to fuera de lo com n, y se concluye que ese rasgo tiene que ser m exicano; el alm a m exicana de hacia 1600 se define casi to talm ente a base de las cualidades que ostentan esos personajes, y A larcn m ism o resu lta ser pecu liarm ente m exicano segn criterios derivados de lo que dicen sus com edias. En tiem pos m s cercanos a los nuestros, otros crticos igualm ente ilustres, sobre todo Jo aq u n C asalduero , han sostenido que en los escasos sesenta aos que m edian en tre la conquista del im perio azteca y el nacim iento de A larcn no se hab a form ado un carcter m exicano distintivo, de m anera que l resulta ser tan espaol com o cualquier o tro .2

    El debate ha tenido consecuencias desastrosas p ara la fam a postum a1 M arcelino M enndez Pelayo, Historia de la poesa hispanoamericana, t. 1 (Obras com

    pletas, t. 27), C.S.I.C ., M adrid , 1948, p. 57.2 Los dos lados de la d ispu ta han sido exhaustivam ente reseados por A ntonio Ala-

    torre, P ara la historia de un problem a: la m exicanidad de R u iz de A larcn , Anuario de Letras de la U.N.A.M., Mxico, 4 (1964), 161-202. Alatorre se declara en ltima instancia contra la tesis de la m exicanidad. La fam osa declaracin de H enrquez U rea acerca del espritu m exicano de la ob ra de A larcn, enunciada en 1913 y reim presa en varias ocasiones, puede verse en los Seis ensayos en busca de nuestra expresin . Obra critica, ed. E m m a Susana Speratti P inero, Fondo de C u ltu ra Econm ica, M xico, 1960. La vehem ente rplica de Jo a q u n C asalduero a la tesis de la m exicanidad, Sobre la nacionalidad del escritor , puede leerse en sus Estudios sobre el teatro espaol, G redos, M ad rid , 1962, pp. 145-159. La espaolidad de las com edias alarconianas no tiene nada de sorprendente. Joseph Silver- m an , El gracioso de J u a n R uiz de Alarcn y el concepto de la figura de donaire tradiciona l , Hispania, 35 (1952), 64-69, observa que si Fernn G onzlez de Eslava, espaol peninsular que se traslad a la N ueva Espaa en su m ocedad, pudo escribir poesas y piezas teatrales que los crticos consideran em inentem ente m exicanas , por qu haba de sorprendernos que el inteligente Alarcn haya podido cap tar en sus com edias la conciencia nacional espaola?

  • PREFACIO 9de A larcn, sobre todo en estos tiem pos en que lectores y crticos ven con m alos ojos casi toda expresin de un pasado im perial o colonial cuya vinculacin con el presente les parece indeseable. El espaol peninsular no puede pasar po r alto a Lope de V ega independientem ente de que le tenga cario o no , pero s puede pasar por alto a A larcn, tenindolo qu iz por m exicano ; y un m exicano que, orgulloso de no tener lazos con E spaa, vea a A larcn com o espaol , puede desentenderse de l como rep resen tan te de u n a era colonial ida para siem pre y de n in gn m odo aorada. Ni uno ni otro se sienten obligados a tom arlo en serio y por lo que es en s m ism o. Y si as lo han descuidado los pases en cuya lengua escribi, cmo esperar que un extranjero se sienta m ovido a estudiarlo? De la Fuenteovejuna de Lope y de E l burlador de Sevilla de T irso hay m uchas traducciones al ingls. D e todas las com edias de A larcn, slo la m s clebre, La verdad sospechosa, existe en traduccin inglesa, qu iz por ser la fuente de L e Menteur de Corneille. (D e ella dijo Corneille: je n ai rien vu dans cette langue [o sea en espaol] qui m aye satisfait dav an tage ) .3

    El objeto central del presente libro es rescatar a A larcn de los in tersticios de la historia literaria y restaurarle un perfil lo ms n tido posible. T area nada fcil, pues Alarcn no nos dej cartas, ni diarios, ni poemas lricos reveladores en que fundar un juicio acerca de su yo ntim o. T enem os slo sus com edias por lo m enos las veinte totalm ente au tn ticas , que hab lan en lugar suyo oblicuam ente, tras la m scara de sus personajes, sus argum entos, sus tem as. U tilizadas con cautela, sus com edias pueden decirnos algo. Fuera de ellas, tenem os que depender de la investigacin que se haga en cuatro terrenos: sus antecedentes fam iliares (n inguna persona de categora social com o la suya poda prescindir de cuestiones de linaje en la E spaa de los siglos XVI y x v n y en sus posesiones u ltram arinas); su form acin, sus m aestros, sus amigos; las acciones y decisiones deliberadas que conform aron la trayectoria de su vida-, y los horizontes polticos, sociales y culturales de la N ueva Esp aa, que fue el am biente de su infancia y de su p rim era juv en tu d , y de la vieja E spaa, donde encarnizadam ente luch para sobrevivir y conquistarse un sitio.

    P or lo que toca al debate en to rno a la m exican idad de A larcn, acaba por resu ltar vano a rg ir que lo mism o d ab a ser espaol peninsular que espaol colonial, aunque p a ra m uchos coloniales no haba m ayor aspiracin que la de ser aceptados como espaoles . N o cabe duda de que la C orona y sus rep resen tan tes en la N ueva Espaa tenan a los criollos como seres d istintos de los peninsulares; ms an , casi siem pre los juzgaban inferiores; y el ind iano (el individuo de sangre espaola

    3 E xam en de Le Menteur en la edicin de 1660, reproducido en Thtre choisi de Corneille, ed. L. Petit de Julleville, 9a. ed ., H achette , Pars, 1913, p. 677.

  • 10 PREFACIOque regresaba de las Ind ias a E spaa) era, las m s de las veces, objeto de burla y desprecio. El que los espaoles de esos dos m undos de en ton ces parezcan indistinguibles puede ser resultado de nuestro punto de vista de hoy, a casi cuatro siglos de distancia.

    En todo caso, para unos y otros fue sa u n a poca esplndida. Los aos en que vivi A larcn (1580/1581-1639) coinciden casi exactam ente con el perodo de m xim a expansin del im perio espaol, que va desde la anexin de Portugal, en 1580, hasta su separacin definitiva de la C o rona espaola, en 1640; y en tre esas mism as fechas se sita en la N ueva Espaa una nueva prosperidad y una sensacin de confianza. U n lugar com n de la h istoriografa espaola dice que las seales visibles de decadencia y debilidad de E spaa datan por lo m enos de com ienzos del reinado de Felipe III (1598). Ese lugar com n es innegable, pero la a rm azn subyacente dio m uestras de resistencia: a Sevilla seguan regresando los galeones con sus toneladas de p la ta para salvar a la m onarqu a del desastre financiero, y E uropa en general segua tem iendo el podero espaol lo bastante para no dejar escapar n inguna ocasin de hab lar mal de las em presas y de los m onarcas espaoles, de apoderarse de los tesoros de E spaa y de arreba ta rle algn territo rio colonial.

    A larcn vivi d u ran te sus ltim os veintisis aos en M adrid , centro y sede del poder im perial. U no de los principales propsitos del presente estudio es exam inar cmo ese in truso llegado de una colonia percibi y represent en sus com edias la tonalidad de la sociedad espaola del siglo x v n , cuando su gloria se acercaba al ocaso. No me he propuesto estu d iar todas las com edias, sino slo aquellas que revelan significativam ente sus reacciones al am bien te social y en que figuran ciertos tem as dom inantes y persistentes, con la firme conviccin de que la vida da luz sobre las obras (partes significativas de la vida, y no m ilagrosam ente cercenadas de ella), y de que las obras dan luz sobre la vida.

    Todos cuantos hoy nos ocupam os de A larcn debem os m uchsim o a los eruditos de ayer que prim ero reunieron noticias sobre su vida y su obra e hicieron accesibles sus com edias para los lectores m odernos, sobre todo Luis F ernndez-G uerra y J u a n Eugenio H artzenbusch en el siglo X I X , y Francisco R odrguez M arn , Nicols R angel, Alfonso Reyes y D orothy Schons en el X X . En tiem pos ms cercanos, la inteligente valoracin de A ntonio C astro Leal, la esplndida edicin de A gustn M illares Cario y la bibliografa de W alter Poesse (obras de A larcn y estudios acerca de l) han sido instrum entos indispensables. M i libro hab ra sido im posible sin esas enorm es ayudas. Pero m uchos de esos estudios se escribieron hace m s de m edio siglo. El tiem po ha dem ostrado que algunos de los cam inos indicados por F ernndez-G uerra, hace ms de un siglo, eran callejones sin salida, e investigaciones posteriores han descubierto que algunos de sus datos e ran errneos. Es tiem po ahora de lim piar de es

  • PREFACIO 11com bros el terreno y de d irig ir una nueva m irada a Ju a n R u iz de A larcn y a su obra.

    D uran te los ms de veinte aos que se ha llevado la elaboracin del presente libro, he recibido la generosa ayuda de m uchos am ables bibliotecarios de archivos espaoles, com o tam bin la de varios prrocos de la provincia de C uenca. R ecuerdo con especial g ratitud a don Jos Lpez de T o ro , ya d ifunto , que fue jefe de la seccin de m anuscritos de la Biblioteca N acional de M adrid y secretario de la R eal A cadem ia de la H istoria , y a don D im as Prez R am rez , cannigo archivero de la dicesis de C uenca. D on E nrique T ie rno G alvn, catedrtico de derecho poltico en la U niversidad de Salam anca y despus en la U niversidad A utnom a de M adrid , y alcalde de M adrid hasta su m uerte en 1986, m ostr gran inters por la m archa del presente libro, sugiri valiosos cam pos de investigacin y facilit mis contactos con individuos o con depsitos docum entales que pud ieran sum inistrarm e datos pertinentes. La expresin de m i agradecim iento no puede ya llegarle, desdichadam ente, pero dejo constancia de ella. Le doy las gracias a A ntonio A latorre no slo por la excelente calidad de su traduccin m rito que no soy la nica en reconocer , sino tam bin por sus cuerdas sugerencias editoriales. A mi m arido , E dm und L. K ing, se las doy tam bin por su paciente y experta ayuda en todo lo relacionado con mi lib ro , de m anera m uy especial en cuanto a estilo y expresin. F inalm ente, hago constar mi agradecim iento a la Jo h n Sim n G uggenheim M em orial Foundation por la beca que en 1965-1966 m e perm iti in iciar el presente estudio.

    W il l a r d F. K in g

    Bryn M aw r College, ju lio de 1988.

  • FRONTISPICIO

    La ilustracin del frontispicio se presen ta , aunque con m uchas reservas, como retrato autntico d e ju a n Ruiz de Alarcn, retrato hecho entre 1620 y 1630 por el p in tor J u a n van der H am en y Len (1596-1631).

    En m uchos libros sobre A larcn figuran dibujos o grabados que se dan por retratos del d ram atu rg o (generalm ente se tra ta de un hom bre de facciones afiladas y que lleva gorguera). Pero es seguro que tales ilustraciones no se basan sino en la fantasa. El re tra to de cuerpo entero que se m uestra en la parroqu ia de Santa Prisca de T axco , p in tado en el siglo x v i i i , carece asimismo de toda garanta de autenticidad. La del que aqu se publica no est garan tizada tam poco, pero los datos que sobre l he reunido pareceran ser significativos. Lo publico, pues, con esperanza de que otros investigadores encuentren bases m s slidas para la identificacin, o bien para el rechazo definitivo.

    En p rim er lugar, el inventario y tasacin que se hizo de los bienes de V an der H am en despus de su m uerte (1631) registra veinte retratos de m edio cuerpo debidos a su pincel. Los re tra tados son escritores e in telectuales de la poca, en tre ellos Lope de V ega, Q uevedo , G ngora, Francisco de la C ueva y Silva, Lorenzo van der H am en, Francisco de R ioja, Luis Pacheco de N arvez y nuestro A larcn. De hecho, son dos los retratos de Alarcn que figuran en el inventario: uno, seguram ente grande, tasado en 3 ducados (33 reales), y otro tasado en 16 reales. Los dos se catalogaron de nuevo en 1639, en las capitulaciones m atrim oniales de la h ija de V an der H am en.

    La coleccin de retratos qued dispersa al m orir el p in tor, pero varios de ellos han sido descubiertos e identificados, por ejem plo el de su herm ano Lorenzo van d er H am en , propiedad del Institu to de V alencia de D o n ju n , que desde el punto de vista de la com posicin se parece no tab lem ente a nuestro presunto re tra to de A larcn. Este no se conoce ahora m s que por u n a fotografa que se guardaba en el archivo del In stitu to Diego de V elzquez (M adrid) y que hacia 1968 se perdi o qued mal colocada. De una copia de esa fotografa procede la ilustracin del frontispicio. En el reverso de la fotografa se deca que el re tra tado era J u a n R uiz de A larcn , y que el p ropietario del cuadro era un Sr. V ives ; no hab a ms datos, ni siqu iera sobre el tam ao.

    El Sr. V ives en cuestin es con toda probabilidad don A ntonio[13]

    %

  • 14 FRONTISPICIOVives y Escudero (1859-1925), conocido h isto riador y experto en num ism tica, y d irector, d u ran te un tiem po, de ese m ism o Institu to de V alen cia de D o n ju n que aho ra posee el re tra to de Lorenzo van d er H am en. Se ha sugerido que tam bin el re tra to de Q uevedo que posee el In stitu to, atribu ido antes a V elzquez, es en realidad ob ra de V an d er H a m e n .1 El seor Prez Snchez, d irector del M useo del P rado , m e dijo en 1986 que Vives fue coleccionista de re tra to s, pero que, no habiendo dejado fam ilia, la coleccin se desintegr y se vendi a su m uerte . En todo caso, los datos existentes parecen establecer una relacin en tre el Institu to de V alencia de D o n ju n , el seor V ives y los retratos pintados por V an d er H am en.

    No hay prueba de que el re tra to aqu publicado sea uno de ellos. Sin em bargo, W illiam B. Jo rd n , J r . , subdirector del K im bell A rt M u- seum de Fort W orth , T exas que en 1967 se g radu con u n a tesis sobre J u a n van der H am en y p rep ara aho ra un libro sobre l , est persuad ido, por razones de estilo retratstico , de que se debe al pincel de V an der H a m e n .2

    H ay que observar que el personaje re tra tad o parece tener indum entaria eclesistica: no lleva la elegante golilla, sino el cuello que usaban los clrigos. C abe recordar uno de los chistes de la letrilla satrica de Q u evedo (1623): que A larcn, con sotana, pareca em panada de ternera (vase infra, A pndice D , p. 253, versos 113-114).

    Los estudiosos interesados en A larcn sabrn probablem ente que en un Indice de retratos espaoles publicado en 1914 se da cuen ta de otro re tra to de J u a n R u iz de A larcn, m in ia tu ra en cobre de 7 por 5 centm etros , perteneciente a la coleccin del M arqus de S antillana .3 Yo tengo una fotografa de ese retrato , hecha a base del negativo que se conserva en la Biblioteca N acional; rep resen ta a un galn juven il y v ivaracho, de ojos grandes y relucientes, de espeso bigote y barb ita , y que lleva golilla. M is averiguaciones sobre el paradero de las m in ia tu ras que en 1914 posea el M arqus de Santillana no han conducido a nada: segn parece, el catlogo de esa coleccin se quem d u ran te la G u erra C ivil, y la coleccin m ism a fue fragm entada y en parte vendida en 1966, a raz de la m uerte del D uque del In fan tado , hijo del M arqus. Lo que se sabe del M arqus es que coleccionaba m in ia tu ras de las cuales se de

    1 Vase Luis Astrana M arn (ed.), Epistolario completo de don Francisco de Quevedo Villegas, Editorial Reus, M adrid, 1946, p. 109, nota 1.

    M is noticias sobre V an d er H am en proceden en buena parte de la tesis del seor Jo rd n , como tam bin de su libro Spanish Still Life in the Golden Age 1600-1650 , Kimbell Art M useum , Fort W orth, 1985 (la seccin VI del C ata lo gue est dedicada a V an der Ham en).

    Retratos de personajes espaoles. ndice ilustrado, publicado por la Ju n ta de Iconografa Nacional, Imprenta Clsica Espaola, M adrid, 1914, nm. 3294.

  • FRONTISPICIO 15ca que rep resen taban a personajes de la fam ilia M endoza, pero que no se m eta en honduras de historia ni de auten ticidad . A m , personalm ente, me resulta m uy difcil creer que el caballerito de la m in ia tu ra pueda ser el d ram atu rgo A larcn.

  • I. ANTECEDENTES FAMILIARES

    La historia com ienza con una boda, la de los padres de A larcn, el dom ingo 9 de m arzo de 1572, en la hum ilde catedral vieja de la ciudad de M xico (la actual se com enz el ao siguiente, y no se consagr hasta 1656). El cu ra Francisco M oreno, n a tu ra l de Sevilla y llegado a M xico hacia 1566,' uni en m atrim onio a Pedro R u iz de A larcn y a doa Leonor de M endoza an te cuatro testigos que representaban a la aristocracia del d inero y del rango en la N ueva E spaa: el doctor Luis de Vi- llanueva, o idor de la R eal A udiencia desde 1560; don Francisco de Ve- lasco, m iem bro del cabildo de M xico y m edio herm ano de don Luis de Velasco, segundo virrey de la N ueva Espaa; don Luis de Velasco el M ozo, hijo del virrey, sobrino de don Francisco y m iem bro tam bin del cabildo; y Alonso de V illaseca, que tena fam a de ser el hom bre ms rico de la ciudad.

    El novio, Pedro R u iz de A larcn, identificado en la partida de m atrim onio com o vecino de la poblacin de A lbaladejo (en la provincia espaola de C uenca) e hijo de G arca R uiz y M ara de V alencia, hab a llegado de la pennsula poco tiempo antes, y trababa as una alianza que pareca ventajosa con una familia de mineros establecidos en Mxico desde m ucho antes, pues doa Leonor es identificada en la m ism a partida como hija de H ernando de M endoza (cuyo verdadero nom bre era H ernn H ernndez de C azalla, segn se ve por docum entos posteriores) y de doa M ara de M endoza, vecinos de T axco, lugar donde se descubrieron (en 1532) las prim eras grandes m inas de p lata de la N ueva E spaa .2

    C m o era ese Pedro R uiz de A larcn? Q u talentos, qu educacin, qu edad tena? No sabemos nada. Parece haber sido hijo natural de G arca R u iz de A larcn, cu ra de P iqueras del Castillo, lugar de La M ancha a unos veinte kilm etros al su r de la poblacin de A lbaladejo, que es de donde se declar vecino en el acta de m atrim onio . Su m adre, M ara de V alencia, puede haber sido una esclava de ese nom bre, a quien

    1 Cartas de Indias (reim presin de la ed. de 1897), t. 1 (Biblioteca de A utores Espaoles, t. 264), A tlas, M adrid , 1974, p. 206.

    1 Q uien prim ero public este docum ento (varias veces reim preso) fue Emilio Cota- relo y M or, P artida de m atrim onio de los padres del insigne poeta d o n ju n R uiz de A larcn y M en d o za, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 3a serie, 1 (1897), p. 464.

    [17]

  • 18 ANTECEDENTES FAMILIARES

    el abuelo hab a em ancipado en 1545. P or sus venas, sin em bargo, corra sangre de la fam ilia A larcn, tan ex tendida en C uenca: era prim o herm ano de Luis G irn de A larcn, seor desde 1568 de las poblaciones de A lbaladejo y P iqueras, y destinado a h e red ar en 1585 el seoro de V illarejo de Fuentes. A dem s, los R u iz de A larcn tenan vnculos fam iliares estrechos con dos clanes inm ensam ente poderosos: el de los Pacheco y el de los G irn (encabezados, respectivam ente, por los M arqueses de V illena y los D uques de O suna).

    T odas las aristocrticas fam ilias de C uenca que llevaban el apellido A larcn o R uiz de A larcn se decan descendientes de F ernn M artnez de Ceballos, que vino del N orte espaol en el siglo xn con las huestes de la Reconquista y tom la fortaleza de A larcn, cuyo nom bre hizo suyo. No hay por qu d u d a r de que F ernn M artnez y sus descendientes in m ediatos, que luego se esparcieron por toda La M ancha, fueran cristianos viejos. Pero a m edida que pasaban los decenios, y que un nm ero cada vez m ayor de los jud os que se quedaron tras la R econqu ista iban abrazando el cristianism o, los A larcn fueron em paren tando con fam ilias ricas de cristianos nuevos, sobre todo a raz de las conversiones en m asa que hubo en la C uenca del siglo xv , du ran te la hegem ona de Ju a n Pacheco, prim er m arqus de Villena, descendiente l mismo de conversos, enem igo de m eterse en m inucias genealgicas con tal que un hom bre tuviera pa lab ra y fuera buen vasallo o aliado. L a casa A larcn de A lbaladejo a la que nuestro Pedro R uiz de A larcn perteneca (el apellido bsico, Castillo, se hab a suprim ido largo tiem po atrs) no era excepcin en este cuadro general. En ella, sin em bargo, no lleg a p racticarse secretam ente el judaism o. N ingn m iem bro del linaje en lnea d irecta de P edro , que se sepa, fue llevado nunca ante la Inquisicin por prcticas o creencias judaizan tes. T odos ellos se consideraban buenos catlicos, por ms que ese catolicism o estuviera tem perado , m odificado o atenuado por los lazos m atrim oniales con recin conversos y por siglos de vida n tim am ente com partida en los poblachos m anchegos con cristianos nuevos cuyo grado de aceptacin de la o rtodoxia catlica no era m uy uniform e. El apellido A larcn, que esta fam ilia hab a adquirido en el siglo xvi por alianza m atrim onial, segua siendo respetado, poderoso y relativam ente lim pio excepto, qu iz , en la opinin de quienes conocan a fondo la historia m an c h e g a .1

    En M xico, como verem os, lo A larcn les result til a Pedro y a sus hijos. Pero, no obstante la prom inencia de los testigos de la boda, Pedro m ism o no lleg a sealarse en cosa alguna. Su nom bre no figura en las listas de pasajeros a Indias en 1560-1580, conservadas en el Archi-

    ! Sobre los antecedentes familiares de Pedro R uiz de A larcn, padre del dram atur- go, vase mi artculo La ascendencia paterna de Ju a n Ruiz de Alarcn y M endoza , Nueva Revista de Filologa Hispnica, 19 (1970), 49-86.

  • ANTECEDENTES FAMILIARES 19vo de Indias y an inditas. Es posible que antes de casarse haya estado al servicio del obispo de T laxcala (o sea de Puebla de los Angeles), H e rnando de V illagm ez, puesto que en el testam ento del obispo, redactado el 23 de noviem bre de 1570, aparece como testigo un Pedro R uiz de A larcn .4 M uchos aos despus, su hijo J u a n R uiz de Alarcn escribi una com edia, Los pechos privilegiados, en celebracin de la fam ilia Villagmez; pero m e abstendr de sacar conclusiones de tan pequea coincidencia.3 El nom bre Pedro R uiz de Alarcn no vuelve a figurar en las fuentes m anuscritas que se han investigado concretam ente, las actas de cabildo de la ciudad de M xico y los libros parroquiales de T axco , salvo en el m em orial presentado en 1613 al Consejo de Indias por el hijo m ayor, llam ado Pedro tam bin , en apoyo de su peticin de un beneficio eclesistico. Los testigos llam ados a declarar se refieren al padre como ya difunto, y slo uno de ellos nos da u n a leve idea de lo que fue su vida. G aspar C aldern , de cincuenta y cuatro aos, declara que una vez, en Taxco, el padre fue encarcelado a causa de sus deudas, pero que, siendo hidalgo reconocido, no se le som eti a la ignom inia de la crcel pblica, sino que se le encerr en una casa particular. Seguram ente hab a m uerto ya en 1608, ao en que J u a n , el d ram atu rgo , refirindose a sus fam iliares de M xico, m enciona slo a la m adre y a los herm anos.6

    En cuanto a la m adre , L eonor de M endoza, y a su fam ilia, los M en doza y los H ernndez de C azalla, nuestra escasa inform acin procede casi ntegram ente de ese m ism o m em orial p resentado por Pedro al Con-

    4 Coleccin de documentos inditos, relativos al descubrimiento, conquista y organizacin de las antiguas posesiones espaolas de Amrica..., ed. Luis T orres de M endoza, t. 11, M adrid , 1869, pp. 102-118, sobre todo p. 116.

    5 Los Villagm ez eran una familia prom inente as en Espaa como en Mxico. El licenciado H ernando de Villagmez fue consejero de Indias desde 1604 hasta su m uerte en 1612; el licenciado don Pedro de V ivanco y Villagm ez desem pe la m ism a funcin desde 1621 hasta su m uerte en 1642 (Ernesto Schfer, E l Consejo Real y Supremo de las Indias, t. 1, C arm ona, Sevilla, 1935, pp. 309, 357, 358 y 367). Podra sospecharse que, al escribir Los pechos privilegiados, A larcn quiso com placer a este alto personaje. En la N ueva Espaa encontram os, en tre otros, a un Ju a n de Villagm ez, natural de Z am ora e hijo de Rodrigo de Villagm ez, que pas a M xico en 1552 (Francisco A. de Icaza, Diccionario autobiogrfico de conquistadores y pobladores de Nueva Espaa, E dm undo Avia Levy, G uadala jara, 1969 [ I a ed ., M adrid , 1923], t. 1, nm . 411), y hacia 1575 hay un J u a n de Villagm ez dueo de varias encom iendas (Francisco del Paso y Troncoso, Epistolario de Nueva Espaa, 1505-1818, t. 14, P orra , M xico, 1940, p. 75). Vase infra, p. 33, no ta 38, la m encin de otro Villagmez.

    6 D orothy Schons, Apuntes y documentos nuevos para la biografa de Juan Ruiz de Alarcn y Mendoza, Real Academ ia de la H istoria, M adrid , 1929, pp. 77 y 58. Los m ineros se vean a m enudo en aprietos econmicos a causa de las deudas que contratan con la C orona por la com pra de azogue y de sal. A unque la ley los exim a de prisin por otras deudas, los m ineros eran im placablem ente sancionados cuando deban d inero a la C orona (vase P. J . Bakewell, Silver Mining and Society in Colonial Mxico: Zacatecas 1546-1700, C am bridge Uni- versity Press, C am bridge, 1971, pp. 201-202). Es probable que deudas de esa clase hayan causado el encarcelam iento de Pedro.

    \ .

  • 20 ANTECEDENTES FAMILIARESsejo de Indias. Se afirm a all que los abuelos hab an pasado a M xico ms de setenta aos antes (hacia 1540, segn eso) y que, hab iendo sido de los prim eros descubridores y pobladores de Taxco y sus m inas, h a ban contribuido grandem ente al en riquecim ien to de la real hacienda (ibid. , p. 60). Pedro, el hijo, obtuvo finalm ente su beneficio en 1617, pero hasta la fecha no se han encontrado huellas seguras del paso de M ara de M endoza y su m arido a la N ueva Espaa, y su presencia no est inequvocam ente docum entada ni en Taxco ni en M xico.

    Sin em bargo, pueden hacerse algunas hiptesis relativam ente bien fundadas acerca del linaje m aterno del d ram atu rgo . H ernndez es un apellido m uy com n, pero C azalla no. Su origen est con toda seguridad en un lug ar preciso: C azalla de la S ierra, poblacin m in era de la Sierra M orena, al norte de Sevilla. A m ediados del siglo xv i, uno de los notarios m s populares de Sevilla m ism a era un Alonso de C azalla, que perteneca a una fam ilia de m ercaderes conversos, ligada con lazos de sangre, m atrim onio y negocios con otros clanes m ercantiles p rom inentes, a m enudo de conversos, como los F ernndez, los D vila y los R uiz. (F ernndez y H ernndez eran form as intercam biables. En adelan te p referir siem pre la segunda fo rm a.)7 A lo largo de la p rim era m itad del siglo X V I , los expedientes notariales de Sevilla registran buen nm ero de transacciones relativas a m ercancas y esclavos enviados a Indias por varios m ercaderes de apellido C azalla , y docum entan alianzas m atrim oniales en tre un C azalla y un R uiz, o en tre un C azalla y un H ernndez. En fecha m uy tem prana , 1508, un G onzalo Hernndez de Cazalla (precisam ente el apellido que nos interesa) proporcion 36 ducados de oro para aprovisionar un barco m ercan te destinado a Santo D om ingo.8 En la segunda m itad del siglo desaparece prcticam ente el apellido C azalla, sin duda porque los procesos inquisitoriales de varios prom inentes conversos de ese nom bre (procesos iniciados hacia 1525 y proseguidos hasta 1558) hicieron ver que lo m s cuerdo era abandonarlo del todo.'1

    Los em presarios y las fam ilias m ercantiles de Sevilla, en tre ellas la de los im presores C ronberger, encon traron m uy ten tado ra la naciente riqueza de las poblaciones m ineras de M xico, y no ta rd aro n en enviar

    7 R ulh Pike, Aristocrats and Traders: Sevillian Society in the Sixteenth Cenlury, Cornell Uni- ve rs itj Press, Ithaca , N .Y ., 1972, p. 97.

    V anse los Catlogos de ios fondos americanos del Archivo de Protocolos de Sevilla, cd. Jos M ara O ts C apdequ , C o m pa a Iberoam ericana de Publicaciones, M adrid , 1930-1932, tomos 1-3, y su continuacin, Documentos americanos del Archivo de Protocolos de Sevilla, t. 4, T ipografa de Archivos, M adrid , 1935, y t. 5, Im pren ta d e G avidia, Sevilla, 1937. Los docum entos pertinentes son stos: t. 1, nm s. 497 (para G onzalo H ernndez de Cazalla), 908, 958, 1399, 1572 y 1973; t. 3, nm s. 402, 403 y 704; t. 4, nm s. 1478 y 1480; t. 5, nm s. 381, 1483, 1484, 1506, 1514, 1569 y 1572.

    9 Vase M arcel Bataillon, Erasmoy Espaa, trad . A. A latorre, 2a e d . , Fondo de C u ltura Econm ica, M xico, 1966, pp. 470-475 y 521-522.

  • ANTECEDENTES FAMILIARES 21a algunos de sus m iem bros con el encargo de abastecer de herram ien tas y vveres a los m ineros."1 T odo induce a pensar que nuestro H ernn H ernndez de C azalla no era sino el m iem bro de la fam ilia sevillana C a zalla enviado a Taxco p a ra rep resen tar los intereses fam iliares. A unque esta conclusin tiene m ucho de conjetura, yo he acabado por aceptar que tal es el origen del abuelo m aterno del d ram aturgo . A com paado posib lem ente de su m ujer M ara de M endoza (pues en la citada peticin de su nieto Pedro se dice que los dos salieron de E spaa y se avecindaron en Taxco seten ta aos antes), H ern n H ernndez de C azalla se traslad a la N ueva E spaa, adquiri tiem po despus algunas propiedades en la zona de Taxco y nunca m s regres a Sevilla. El apellido de la abuela, M endoza, ha hecho que m uchos eruditos concluyan un tan to ap resu radam ente que perteneca a la ilustre fam ilia de don A ntonio de M endoza, p rim er virrey (1535-1549) de la N ueva Espaa. Suposicin com prensible, pero bastante dudosa. El nom bre M ara de M endoza no ser tan ordinario como el nom bre M ara H ernndez, pero aparece con enorme frecuencia lo m ism o en E spaa que en las Indias. N o todos los que lo llevaban podan a lardear de parentesco con los g randes M endozas, D uques del Infan tado . H ay m enos posibilidades de identificar a esa M ara de M endoza, abuela m a te rna de Ju a n R u iz de A larcn, que a la abuela p a te rna M ara de V alencia.

    Es probable que el abuelo m aterno haya tenido los con la prim itiva Inquisicin episcopal de M xico, en cuyo archivo consta que en el otoo de 1554 el vicario de las m inas de p la ta de Z um pango (unos kilmetros al sur de las de Taxco) som eti a interrogatorio a un tal H ernando de C azalla, acusado de observar ritos judaicos, de negarse a en tregar al vicario los fondos de la cofrada del Santsim o Sacram ento , y de tener, en su casa, relaciones carnales con una m uchacha ind ia. D esgraciadam ente p ara nosotros, la an rud im en taria Inquisicin m exicana no hizo, en cuanto a la p a tria y la fam ilia del acusado, las exhaustivas averiguaciones que se estilaban en E spaa, de m anera que en las actas del proceso no consta siqu iera de qu parte de la pennsula vena C azalla. Sin em bargo, hay detalles circunstanciales que favorecen decididam ente la identificacin del m inero de Z um pango con el H ern n H ernndez de C azalla, m inero de T axco, m encionado en 1613 por su nieto Pedro; es m uy im probable que dos individuos con ese apellido C azalla, tan poco frecuente, hayan estado actuando en la m ism a regin geogrfica entre 1540 y 1554; adem s, el C azalla de Z um pango se declara parien te del con tador Tllez, funcionario de la R eal H acienda en Len de N icaragua, y, segn docum entos notariales sevillanos de 1551, existan vnculos fami-

    10 Vase la introduccin de A lberto M ara C arreo al escrito de G onzalo Gm ez de C ervantes (1599) publicado con el ttulo de La vida econmica y social de Nueva Espaa, Po- rr a , M xico, 1944, pp. 34-37.

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  • 22 ANTECEDENTES FAMILIARESliares en tre los R uiz y los C azalla y u n a fam ilia Tllez residente en Len de N icarag u a ."

    El breve proceso ,12 cuyo resultado final no se registra , nos da vislum bres sobre lo que era hacia 1554 la v ida en el rudo pueblo de Zum - pango, donde las m inas de p lata se descubrieron en 1531, un ao antes que en T axco. Encom ienda al princip io del conquistador D iego G arca Jaram illo , Z um pango h ab a pasado a poder de la C orona en tre 1550 y 1560, pero el hom bre de m s influencia en toda la regin era el conquistador M artn de Ircio, encom endero de las poblaciones circunvecinas de H uitziltepec, M uchitln , C apa y T istla . (Posterio rm ente, u n a alianza m atrim onial hizo pasar la encom ienda a m anos de don Luis de Velasco el M ozo, pa trono de A larcn .)13

    Los los de C azalla nacieron de un pleito con J u a n de Briones, sobrino del encom endero M artn de Ircio , acerca de los fondos de la cofrad a del Santsim o Sacram ento que estaban en m anos de C azalla. El vicario le reclam esos dineros, pero C azalla se neg ab iertam ente, y hasta con violencia, a entregrselos. Entonces el vicario m ult al rebelde feligrs, lo m eti en la crcel y lo excom ulg form alm ente el 30 de octubre de 1554, con el m ayor ap ara to posible: se cubri el crucifijo de la iglesia con un velo negro, y d u ran te todo el da estuvo resonando el taido de las cam panas. El encolerizado vicario convoc despus a tres testigos y los interrog acerca de la vida de C azalla. Los tres dijeron que era ten ido por converso, que se cubra a la h o ra de la elevacin de la hostia (g rave m uestra de irreverencia), y que en el com er segua prcticas judaicas. A dem s, saban que estaba am ancebado con u n a m uchacha india que viva en su casa, y de la cual hab a tenido una hija (m uerta ya, y en terrad a en el atrio de la iglesia). La situacin, en este punto , se le pona grave a C azalla, pero l parece haber sido ms que capaz de salir adelante por cuen ta propia, y ciertam ente posea cierta fuerza en la com unidad. Recus enrgicam ente la au toridad y jurisd iccin del vicario. Los tres testigos, convocados de nuevo, se retractaron por com pleto de lo que

    11 Documentos americanos, t. 4, nm s. 1089, 1213 y 1480. Estos docum entos no tariales de Sevilla m encionan casi exclusivam ente los em barques destinados a N om bre de Dios (no a V eracruz) y los tratos m ercantiles que se hacan con gente de la zona nicaragense. U no de los testigos del proceso inquisitorial de C azalla proceda justam ente de Len. Parece probable que este C azalla estuviera en el m ism o caso: que pas de E spaa a Len de N icaragua y de all se traslad a Z um pango . Es posible que su viaje desde la pennsula sea el registrado en Documentos americanos, t. 3, nm . 402, de fecha 20 de mayo de 1546. De ser as, C azalla no iba acom paado de su m ujer. Puede agregarse que en fecha an te rior, abril de 1546, un H ernando de C azalla fue aceptado como vecino de la ciudad de M xico (Gua de las actas del cabildo de Mxico. Siglo XVI, ed. E dm undo O G orm an y Salvador Novo, Fondo de C u ltu ra Econm ica, M xico, 1970, nm . 411).

    12 Archivo G eneral de la N acin, M xico, R am o de Inquisicin, vol. 30, fols. 394a- 408a, errneam ente identificado en el ndice del vol. 30 com o docum ento 13.

    15 Peter G erhard , A Guide to the Historical Geography of New Spain, C am bridge Uni- versity Press, C am bridge, 1972, pp. 316-317.

  • ANTECEDENTES FAMILIARES 23haban dicho sobre el juda ism o de C azalla. Ni siquiera volvieron a ser interrogados acerca de la concubina india. (Este asunto nunca le pareci a nadie tan serio como las prcticas judaizan tes. P robablem ente cada m inero del lugar tena una concubina, si no dos. Los curas estaban todo el tiem po condenando la costum bre, pero ellos m ism os, como con toda razn argan los feligreses, tenan pblicam ente esa clase de relaciones.) No sabem os si M ara , la m ujer de C azalla, estaba presente en Z u m p an go hacia entonces. No se la m enciona. Pero, hablando en sentido estricto, C azalla no poda ser acusado de am ancebam iento si no estaba ya leg tim am ente casado.

    H acia 1572, como hem os visto, H ernn H ernndez de C azalla (o H ernando de C azalla), m inero de Z um pango y Taxco, de claro y tpico linaje m ercantil de conversos, hab a prosperado lo suficiente para casar a su h ija L eonor (H ernndez de C azalla) de M endoza con un joven espaol que llevaba el aristocrtico apellido de R u iz de A larcn y que tena algn derecho a a la rdear de h idalgua.

    Esas uniones en tre hijas de prsperas fam ilias coloniales y espaoles recin llegados al v irreinato ocurran con frecuencia, y eran fuente de am argas quejas en el seno de la naciente sociedad criolla. Acaso los j venes criollos eran indignos de las jvenes criollas? Pero las razones de esa prctica saltan a la vista, como lo ilustra m uy bien el m atrim onio C azalla-A larcn. En p rim er lugar, los pobladores espaoles no eran m uchos, de m odo que no era m uy fcil encon trar pretendien tes aceptables. En segundo lugar, las fam ilias coloniales se conocan dem asiado entre s, y cada u n a saba qu clase de m anchas h ab a en los orgenes de la o tra. Lo que les convena era b lanq u ear lo no m uy lim pio de un apellido, como el de H ernndez de C azalla, trab an d o alianzas m atrim oniales con retoos de fam ilias ms d istinguidas, de quienes poda decirse con alguna seguridad que tenan sangre de cristianos viejos. Este proceso fue u n a rplica de lo ocurrido antes en la p rop ia E spaa. La familia de Pedro, el novio de las bodas de 1572, hab a suprim ido p a ra siem pre, en el siglo xv , su apellido bsico, C astillo , sustituyndolo con el apellido A larcn, gracias al m atrim onio del fundador de la fam ilia, Fernn G onzlez del C astillo, con G u iom ar R uiz de A la rc n .14 D e la m ism a m anera , cien aos despus, los hijos de L eonor (H ernndez de Cazalla) de M endoza y Pedro R uiz de A larcn tom aron unnim em ente como propio el apellido A larcn o R uiz de A larcn. Los apellidos H ernndez y C azalla desaparecen en esta generacin. La despreocupada p regunta de R om eo, W h a ts in a am e? , que alude a la insignificancia de tales m inucias, era para los espaoles y criollos una p regun ta grave. En el comercio social del m undo ibrico no hab a cosa que significara tanto como el n o m b re . Si la rosa no se llam ara as, su a ro m a sera el m ism o; pero

    14 Vase K ing, La ascendencia p a te rn a , pp. 63-64.

  • 24 ANTECEDENTES FAMILIARESalguien apellidado C azalla no exhalaba el m ism o dulce arom a que alguien apellidado A larcn.

    Puede presum irse que Pedro y L eonor fijaron su residencia, en el propio ao de 1572, en la zona m inera de T axco. El hijo m ayor, Pedro, nacido hacia 1575,15 declara en varios docum entos oficiales haber nacido all, y o tro tan to declara el segundo hijo, G a sp a r .16 Pero en 1580 o 1581 la fam ilia se hab a trasladado a la capital del v irreina to , pues el tercer hijo, el fu turo d ram atu rgo Ju a n R uiz de A larcn, nacido a fines de 1580 o com ienzos de 1581, siem pre se declar, a d iferencia de los dos m ayores, natural de M xico de las Indias de E sp a a .1' Los dos herm anos m enores, H ern an d o y G arca, deben h aber nacido tam bin en la ciudad de M xico .18

    15 Schons, Apuntes, p. 66, nota 5.16 Nicols Rangel, Investigaciones bibliogrficas: Los estudios universitarios de

    Juan R uiz de Alarcn y M endo za , Boletn de la Biblioteca Nacional de Mxico, 10 (1913), nm s. 1 y 2, p. 4.

    17 V anse, por ejem plo, los docum entos de 1607 y 1608 en que solicita regresar a M xico, reproducidos en Schons, Apuntes, y en Francisco R odrguez M arn , Nuevos datos para la biografa del insigne dramaturgo don Juan Ruiz de Alarcn, M adrid , 1912, p. 9.

    18 Obsrvese que el orden de nacim iento de cuatro de los cinco hijos se ha calculado segn el ao de las respectivas m atrculas en la U niversidad de M xico. Rangel, Los estudios un iversitarios , pp. 4-5, registra estas fechas: Pedro en 1592, G aspar en 1594, H e rnando en 1597 y G arca en 1598 (po r razones que luego se vern , parece que la prim era m atrcula de Juan ocurri en 1596). H asta la fecha no se ha encontrado el acta de bautizo de ninguno de los cinco herm anos. Los libros parroquiales de T axco com ienzan hacia 1589, y registran casi exclusivam ente el nacim iento de nios indios. Rangel exam in escrupulosam ente los libros de la parroq uia del Sagrario de M xico en busca de las actas de bautizo, pero no hall nada: vanse sus Investigaciones bibliogrficas. Noticias biogrficas del d ra m aturgo m exicano d o n ju n R uiz de Alarcn y M endoza . Boletn de la Biblioteca Nacional de Mxico, 11 (1915), nm s. 1 y 2, p. 5. C m o, faltando las actas de bautizo , sabemos que esos cinco m uchachos e ran herm anos? En la peticin de beneficio que hizo a la C o ro na, Pedro afirm a claram ente que Ju a n es su herm ano; los otros tres se m atricularon en la U niversidad con el apellido fam iliar entero, Ruiz de A larcn. C om o no hay noticias de que en el M xico de entonces hubiera o tras familias as apellidadas, tienen que ser hijos de Pedro y Leonor. C on toda probabilidad hubo tam bin hijas, pero de ellas no se ha e n contrado hasta hoy rastro alguno.

    H ay que agregar que el certificado de m atrcula un iversitaria del d ram atu rg o no est ya en el archivo de la escuela. Lo que dicen los libros de la U niversidad es que sus estudios de derecho cannico com enzaron en 1596 (R angel, Los estudios un iversitarios , p. 2). El J u a n R uiz, natural de M xico , cuya prim era m atrcula es de 1592, no es el d ram aturgo? Este tena a la sazn once o doce aos, edad a la que nadie iniciaba estudios universitarios. Adems, ese estudiante no se matricul con el caracterstico e im portantsim o Alarcn como parte de su apellido. Ni el d ram atu rg o ni sus herm anos firm aron nunca Ruiz a secas. T an to Rangel, Los estudios un iversitarios , com o Ju lio Jim nez R ueda, Juan Ruiz de Alarcn y su tiempo, P o rra , M xico, 1939, pp. 15-16, aceptan esa m atrcula como la del futuro d ram aturgo; y J im nez R u ed a se ve as forzado a suponer que naci hacia 1575 o 1576. Pero en un testim onio dado por amigos de Alarcn en mayo de 1607 (R odrguez M arn , Nuevos datos, pp. 11-13) se afirm a que tiene veintisis aos de edad, de lo cual se seguira que naci a fines de 1580 o com ienzos de 1581. En un testim onio de 5 de jun io

  • ANTECEDENTES FAMILIARES 25La causa del traslado de la fam ilia A larcn a M xico fue posible

    m ente el decaim iento econm ico de T axco, causado por la sbita dism inucin de trabajadores indios despus de 1576. La prosperidad de las com unidades dedicadas a la extraccin de la p la ta dependa de dos factores bsicos: el sum inistro abundan te y razonablem ente barato del azogue con que se refinaba la p lata , y la presencia tam bin abundan te de m ano de ob ra india, necesaria p ara la extraccin del m ineral y para las labores de refinam iento . A hora bien, los indios de la regin de Taxco hab an sido diezm ados por dos terribles brotes de cocolistle o m atlaz- huatl (p robablem ente u n a form a de tifo), uno en 1544-1545 y otro en 1576-1577.19 Por o tra parte , los inform es de 1581 aseguran que el territorio estaba perdiendo su poblacin blanca lo m ism o que la indgena, no a causa de enferm edades, sino de una baja en la cantidad y calidad de la p lata sacada de las m inas. En ese ao, el alcalde m ayor de m inas haca saber a las autoridades que, como las m ynas y m etales an ydo perdiendo la ley, se han ydo despoblando, de suerte que de presente no ay ms de q u aren ta y siete m yneros y como seten ta personas, tratan tes y oficiales y o tras personas que residen en ellas, sin los m ayordom os y otros criados de haziendas .20 Q u iz no haya que ver en este som bro inform e sino una seal de dificultades pasajeras. A juzga r por las can tidades de azogue que se consum an, la actividad m inera de T axco continu hasta bien en trado el siglo x v n , no superada sino por la actividad desarro llada en Z acatecas.21 A dem s, en ese ao de 1581, m uy poco despus de la devastadora epidem ia, segn el p ropio inform e del funcionario , la m ano de obra no era nada desdeable: en los diez poblados de la zona m in era hab a 3,698 tribu tarios indios con los cuales poda contarse p ara el trabajo de las m inas y para la lab ran za .22 C uan d o esta

    de 1629, perteneciente a la p rueba de lim pieza de sangre de Diego de Villegas y SandovaJ (Archivo H istrico Nacional, M adrid , O rdenes militares, Santiago, nm . 8970), el propio Alarcn declara tener cuarenta y ocho aos, lo cual corrobora la m encionada fecha de nacim iento.

    19 R elacin de las m inas de T asco (1581) que hizo el alcalde m ayor de minas Ped ro de Ledesma por rdenes del virrey M artn Enrquez, publicada en Papeles de Nueva Espaa, 2a serie, t. 6, ed. Francisco del Paso y T roncoso, R ivadeneyra, M adrid , 1905, pp. 263-282, en especial p. 265.

    () Ib id ., p. 267. Estas cifras se refieren slo a los jefes de familia y no cuentan a m ujeres ni a m enores de edad. Seis aos despus, en 1587, Luis M arbn , no tario de Taxco. calculaba en 250 el nm ero de espaoles vecinos de Taxco (Francisco del Paso y Troncoso. Epistolario de Nueva Espaa, 1505-1818, t. 15, Porra, M xico, 1940, p. 51).

    21 Bakewcll, Silver Mining, p. 221.22 Relacin de las m inas de T asco , pp. 268-269. H e sum ado las cantidades que

    en el docum ento se dan po r separado para cada pueblo. C abe sealar que cada uno de esos 3,698 tribu tarios vala en realidad por dos personas, segn los usos coloniales espaoles: un hom bre y su m ujer, un viudo y una viuda, o dos solteros (ibid., p. 268). G erhard . A Guide, p. 253, registra el nm ero de indios tribu tarios que haba en las m inas de Taxco: e ran 4,570 en 1570, y 4,050 en 1580, dism inucin relativam ente pequea.

  • 26 ANTECEDENTES FAMILIARESm ano de ob ra era insuficiente, se haca venir a indios de o tros pueblos, aunque estuvieran fuera de los lmites adm inistrativos de Taxco. En 1579, por ejem plo, la regin de Iguala, al su r de las m inas de T axco, m andaba a Taxco, cada sem ana, 550 indios a cargo de un corchete .21

    U na razn an m s probable del traslado a la capital sera el deseo de vivir una v ida m s cm oda y la necesidad de p roporcionar educacin adecuada a los hijos varones, deseo m uy visible en esta fam ilia que se las arregl p a ra que los cinco m uchachos estud iaran en la U niversidad de M xico. En los siglos xvi y xvn, a pesar de su riqueza, la ru d a zona m inera de T axco tena poco o nada que ofrecer en m ateria de diversiones, elegancia o alta cu ltu ra , y abso lu tam ente n ad a en cuanto a educacin. De hecho, en toda la N ueva E spaa del siglo xvi, slo M xico y qu iz Puebla podan b rin d a r una educacin m s o m enos parecida a la que poda obtenerse en la m adre patria . E ntre quienes desem peaban cargos im portan tes en T axco y ten an lazos con los crculos aristocrticos de M xico, no eran raros los que decidan dom iciliarse en la capital y slo de vez en cuando se daban u n a vuelta por Taxco p ara vigilar sus intereses. T al fue, por ejem plo, el caso del m inero ms rico de la zona de Taxco, Luis de C astilla, que lleg a Taxco en 1536, se enriqueci con el p rim er gran auge m inero (hasta los utensilios de su cocina eran de p lata )24 y en 1542 era alcalde m ayor de m inas en T ax co .25 Pero en 1544 se hab a trasladado a M xico, donde figura com o m iem bro del cabildo, cargo que sigui desem peando hasta 1573 por lo menos. C on cierta frecuencia, a lo largo de esos aos, el cabildo le dio licencia de no asistir a las ju n ta s en razn de los viajes que tena que hacer para visitar y gobern ar sus propiedades de T ax co .26

    Com o este Luis de C astilla y tan tos otros, es de p resum ir que la fam ilia A larcn sigui poseyendo intereses en Taxco y haciendo frecuentes viajes p a ra ocuparse de ellos. A unque Pedro R u iz de A larcn y Leonor Hernndez de M endoza ya no tuv ieran que ver con las m inas ni conservaran propiedades en Taxco, es seguro que otros m iem bros de la fam ilia de L eonor s con tinuaron en la regin. H acia 1595, segn las actas conservadas en los libros de bautizos de la iglesia parroqu ia l de T ax co, viva all un tal G asp ar Hernndez, m inero prom inente , a cuya h a cienda estaba asignada de m anera estable una cuadrilla de indios. A diferencia de Luis de C astilla, este G asp ar H ernndez y su m ujer Luisa de M orales parecen haber vivido todo el tiem po en la poblacin de Can-

    21 Relacin del pueblo de Tasco y su distrito (1579), reproducida en M anuel Tous-saint, Tasco: su historia, sus monumentos, caractersticas y posibilidades tursticas, C u ltu ra , M xico, 1931, p. 223.

    24 Baltasar Dorantes de C arranza, Sumaria relacin de las cosas de la Nueva Espaa (1604), Jes s M edina, M xico, 1970, p. 302.

    T oussain t, Tasco, p. 32.26 Gua de las actas del cabildo, nm s. 1256 y 3652.

  • ANTECEDENTES FAMILIARES 27tarran as ,27 u n a de las dos fundaciones totalm ente espaolas que pertenecan a la jurisdiccin llam ada M inas de Taxco. (C antarranas existe y prospera como suburbio de T axco, situado un poco al este de la ciudad m oderna, en tie rras ligeram ente m enos altas.) E n 1593, por ejem plo, l y su m ujer L eonor apad rinaron a u n nio indio llam ado G aspar, cuyos padres pertenecan a la cuadrilla de indios asignada a un tal Diego M ndez. Y en 1595 una n ia de nom bre Isabel, h ija de criados de la haciend a de G aspar H ernndez, fue bau tizada no en la iglesia, sino en la casa y h acienda que H ernndez posea en C an ta rran as. Todo induce a pensar que el m inero G asp ar H ernndez era herm ano de L eonor, y que a l le h ab a tocado hacerse cargo de la m ina explotada an teriorm ente por su padre H e rn n H ernndez de C azalla. C onviene recordar que el segundo de los hijos de Pedro R uiz de A larcn se llam G aspar, tal vez p a ra h o n ra r as a la fam ilia m a te rna , tal como el nom bre del p rim ognito, Pedro, se eligi p a ra h o n ra r a la del padre. C ualesquiera que hayan sido los recursos de la fam ilia m exicana A larcn, es seguro que depend an en gran m edida de la buena fo rtuna de G asp ar H ernndez en sus actividades m ineras o agrcolas. Pedro R uiz de A larcn, el nuevo yerno llegado de A lbaladejo, debe h ab er contribu ido poco en esas tareas. Por qu, pues, no trasladarse a la ciudad de M xico, en cuyos crculos adm inistrativos ten a conexiones fam iliares que podan ayudar al m edro de la fam ilia?28

    En aos posteriores, por lo m enos dos de los herm anos A larcn regresaron a la regin de Taxco. Pedro, el m ayor, despus de ordenarse de sacerdote fue nom brado en 1602 vicario de T etcpac , uno de los diez poblados indios pertenecientes a la jurisd iccin de T axco, y despus obtuvo el cu rato de las poblaciones de T enango , A tzala y T eulistaca, todas ellas en la m ism a jurisd iccin .29 H ernando , el cuarto de los hijos, se o rden asim ism o de sacerdote y fue nom brado cu ra de San J u a n Atenan- go del R o, en tierras m s bajas y calientes, hacia el sur, pero no lejos de T axco , en tre Iguala y las m inas de Z um pango (vase infra, p. 33). Bien podem os suponer que los otros dos herm anos de Ju a n R uiz de A larcn, G aspar y G arca , de quienes no se sabe n ad a posterior a la m atrcu la un iversitaria (el p rim ero estudi artes y teologa, y el segundo artes y derecho cannico),30 regresaron a Taxco para colaborar en las em pre-

    27 P arroq u ia de Santa Prisca, Taxco, I o Libro de Bautism os (1589?-1600). Este li- bro est en psim as condiciones; la foliacin es desordenada o inexistente. Las menciones de G aspar H ernndez son de entre 1593 y 1595.

    28 En el til L ibro de Bautism os de S an ta Prisca, m encionado en la nota anterior, se alude con frecuencia a c ierta doa L eonor , am a de casa y seora de un grupo de indios. Ser nuestra Leonor? T al vez no. Es m ucho m s probable que se trate de doa L eonor de Ircio y de M endoza: vase E dm undo O G orm an, C atlogo de pobladores de N ueva E spaa , Boletn del Archivo General de la Nacin, 13 (1942), pp. 637-638.

    29 Schons, Apuntes, p. 13.50 R angel, Los estudios un iversitarios , pp. 4-5.

    X.

  • 28 ANTECEDENTES FAMILIARESsas de la fam ilia. El apellido A larcn (al igual que el apellido H e rn n dez) se perpetu de alguna m anera en Taxco: el p rim er L ibro de M atr im onios (1645-1686) de la parroqu ia de Santa P risca registra , con fecha 2 de m arzo de 1650, el m atrim onio de Ju an de Alarcn, hijo legtim o de

    Juan de Alarcn C ifuentes, con Sebastiana G uerrero , hija legtim a de Agustn G uerrero .

    Y, aunque Ju a n R u iz de A larcn haya nacido y se haya educado en la ciudad de M xico, en sus recuerdos de infancia y de p rim era m ocedad debe h ab er habido un rinconcito para las vistas y sonidos, la gente y la atm sfera de las M inas de T axco, donde su to G aspar conservaba propiedades. H ay que tener en cuenta que, salvo por el am biente geogrfico, el lugar no se pareca g ran cosa al T axco de hoy, invadido de turistas, un Taxco cuya poca de esplendor, en la cual en tra la construccin de la deslum brante iglesia de S anta P risca, data del siglo xvm , de los tiem pos en que los herm anos Borda, inm ensam ente ricos, d e rra m aron d inero a m anos llenas. (U n re tra to de A larcn, orgullosam en- te exhibido en Santa Prisca ju n to con los de o tros hijos lustres de T ax co, data asim ism o del siglo xvm , y no hay un solo experto que lo acepte como au tn tico .)31

    Taxco est a unos 170 kilm etros al sudoeste de la ciudad de M xico, m s o m enos a la m itad del m uy transitado y difcil cam ino que iba de la capital al puerto de Acapulco, y por el cual en trab an en el v irre inato las m ercaderas de L im a y de las Filipinas. Su clim a es tem plado y agradable a causa de su a ltu ra sobre el nivel del m ar, pero est en el lm ite extrem o de la altiplanicie central, la zona que desde los tiem pos precortesianos ha constituido el ncleo de la nacin m exicana. En tiem pos de A larcn, el centro m s cercano de sociedad u rb an a era , al norte, a unos 115 kilm etros de distancia, la ciudad de C uernavaca, sede ad m in istrativa del inm enso m arquesado de H ern n C orts, v irtualm ente independien te de la C orona. U n poco al sur de Taxco, en la ciudad in d ia de Iguala, la altura decrece ab rup tam en te y, como es n atura l, la tem pera tu ra sube ab rup tam en te tam bin , y la vegetacin es o tra . Los espaoles residentes en la zona de las M inas de T axco tienen que haberse sentido a s m ism os com o gente de fro n tera , tenuem ente ligada a la civilizacin. De no haber sido por los ricos yacim ientos de p lata, pocos espaoles se habran an im ado a v ivir en una zona densam ente poblada por indios chontales y m exicas. Pero el brillo de la p lata atrajo inexorablem ente a los hom bres: a los m ineros m ism os y a los m ercaderes cuya clientela eran los m ineros.

    Las com unidades m ineras estaban notab lem ente sujetas a fluctuaciones radicales en cuan to a prosperidad aos de gran riqueza seguidos por aos de gran decaim ien to , y las pocas fam ilias que am asaron

    11 T oussaim , 'lasco, pp. 72-73.

  • ANTECEDENTES FAMILIARES 29grandes fortunas a base de la p lata casi siem pre vieron esfum arse su esplendor en u n a o dos generaciones. Sin em bargo, la m inera prom eta al m enos com pensaciones rpidas (lo m ism o p a ra el m inero que para el estado), y los m ineros, en cuanto com unidad , gozaron d u ran te muchos aos de gran nm ero de privilegios concedidos p o r la C orona. In teresada sta en la produccin del m etal, los eximi de la crcel y los em bargos que hubieran sufrido a causa de sus d eu d as .12

    Es posible trazar, au n q ue con las naturales lim itaciones, un cuadro de la poblacin y la estructu ra social de las M inas de Taxco hacia 1580- 1600. La designacin M inas de T ax co se aplicaba a tres cam pam entos m ineros (donde los espaoles convivan con los indios), a saber: Te- telcingo (probablem ente el Taxco actual), T enango (poblacin precorte- siana, convertida en cam pam ento m inero) y C an ta rran as (donde G aspar H ernndez ten a su casa y hacienda). Se aplicaba tam bin a diez poblaciones cien por ciento indias: Taxco el Viejo (cuyo nom bre original era T lachco), T lam agazapa , A tzala, N ochtpec, P ilcayan, T etcpac, Coa- tlan, A cuitlapan , A cam istlahuaca y Teulistaca. El alcalde m ayor, p rin cipal rep resen tan te del gobierno virreinal, resid a en T etelcingo, donde estaba tam bin la iglesia parroquia l de la zona, dedicada a la Inm acu lada C oncepcin, construccin hum ilde, con techo de tejam anil y una sola m odesta torre cuyas cam panas fueron consagradas en 1583 por el arzobispo Pedro M oya de C ontreras. (La dedicacin de la iglesia a Santa Prisca es m ucho ms ta rd a .) J u n to a la iglesia h ab a dos erm itas, la de la V era C ruz y la de San Sebastin. L lam a la atencin el hecho de que, a pesar del gran nm ero de poblaciones indgenas que hab a en la regin, n inguna orden m onstica fund convento all du ran te la poca del gran fervor misionero del siglo xvi. El clero regular hizo su p rim era aparicin apenas en 1592, cuando los frailes m enores de San Francisco (de la provincia de San Diego de la N ueva E spaa) fundaron en Taxco el convento de San B ernard ino de Sena, cuyo tem plo tard en edificarse, pues fue consagrado apenas en 1627.33

    Segn parece, C orts reclam aba ese territo rio como parte de su en com ienda, pero en 1534, cuando m s tarde , todas las m inas estaban en poder de la C orona, com o lo exiga el derecho espaol. Sin em bargo, los herederos de C orts conservaron intereses m ineros en la zona, precisam ente en C an ta rran as; en 1573 sus propiedades consistan en varias casas, una iglesia pequea, m aqu in aria p ara m oler y lavar el m ineral de p lata , trece esclavos negros y once acm ilas, todo ello adm inistrado por un tal Pedro M edinilla (ib id ., p. 25). A fines del siglo xvi, varias

    32 Bakewell, Silver Mining, pp. 201-202: m iners were exem pted by law from impri- sonm ent for debt; o r were any of their tools, slaves, or parts of their plant to be disirained for debt. O nly when they owed money to the C row n, w ere their exem ptions w aived

    !3 Los datos de este prrafo proceden de T oussain t, Tasco.

    \

  • 30 ANTECEDENTES FAMILIARESde las poblaciones indias del distrito seguan gobernadas a n por encom enderos: A cam istlahuaca perteneca a la encom ienda de Alonso Prez de Bocanegra; N ochtpec y Pilcayan a la de Francisco R am rez Bravo; T etcpac al insaciable Luis de Velasco el M ozo .34

    E ntre 1589 (?) y 1600 (los aos del I o L ib ro de B autism os , que he exam inado con b astan te detenim iento) hay seis clrigos que firm an las actas bautism ales, y dos de ellos, G arca R odrguez y D iego de Soria, figuran tam bin com o seores de indios y/o dueos de esclavos; es de suponer que, paralelam ente a sus funciones espirituales, se dedicaban tam bin un poco a actividades m ineras y agrcolas.35 En las actas b au tism ales figuran los nom bres de unos tre in ta y dos te rra ten ien tes identificados como dueos de esclavos y/o seores de cuadrillas de indios en las M inas de Taxco. Luis de C astilla (cuyas m inas parecen haber estado en T enango) es quien aparece con m ayor frecuencia, lo cual no es de sorprender, en vista de su legendaria riqueza; tam bin son frecuentes las m enciones de Felipe de Palacios y de Diego N ez, y la de un doctor V illanueva, probablem ente hijo del viejo oidor Luis de V illanueva. Es im presionante el nm ero de apellidos de aspecto portugus, por ejem plo D uarte, Diego y uo M ndez, V icente Pereira y, posiblem ente, los m u chos N ez. (R ecurdese que, en esos tiem pos, p o rtugus era para m uchos casi sinnim o de ju d o .)

    Sin duda por haberse trasladado a la ciudad de M xico en 1589, no hay m encin de los m ineros portugueses de T axco de quienes hab la el clebre y trgico Luis de C arvaja l el M ozo en u n testim onio dado en M xico en ese ao de 1589 du ran te su proceso inquisitorial por ju d a is m o. C arvaja l, que declaraba no h ab er sabido sino hasta edad ad u lta que la m ayor parte de los m iem bros de su fam ilia e ran crip to judos, testific que l, su m adre Francisca de C arvaja l y m uchos otros fam iliares, desilusionados por la dureza de la vida en la regin de Pnuco (N uevo Len) adonde hab an sido llevados por su to , el gobernador Luis de C arvajal el V iejo, se hab an trasladado a la c iudad de M xico y despus a T axco, donde encon traron acogida en las tierras m ineras de Jo rg e de Alm eida, m arido de la herm an a de Luis, L eonor de A ndrada . O tra h erm ana, C a talina, estaba casada con A ntonio D az de C ceres, m inero de T enango, a u n a legua de Taxco (el viejo Tetelcingo). T odos ellos solan reunirse en casa de A lm eida p a ra hab lar, en tono de in tensa expectacin, sobre la venida inm inente de Elias, encargado de p rep a ra r el cam ino p ara el

    34 G erhard , A Guide, p. 252. La grafa de los topnim os indgenas es la que pone T oussaint; la de G erhard vara ligeram ente.

    35 Frangois Chevalier, La formacin de los latifundios en Mxico, trad . A. A latorre, 2a. ed ., Fondo de C u ltu ra Econm ica, M xico, 1976, pp. 317-318, observa que en las com unidades m ineras sola haber clrigos que posean y adm inistraban em presas, aunque fueran bereficiados, y aunque oficialm ente la Iglesia reprobaba esa prctica.

  • ANTECEDENTES FAMILIARES 31M esas, y hab laban tam bin del M esas y de los bienes que con su ven ida hab an de ten e r . L a fe de Luis el M ozo estaba fuertem ente fundada en su lectura del V iejo T estam ento , sobre todo las profecas de Eze- quiel e Isaas. U nos seis meses antes de esa declaracin, A lm eida y todo su clan se hab an m udado de Taxco a la ciudad de M xico, donde se dice que vivan en u n a casa cerca del Colegio de las N ias.

    Luis declar que slo du ran te cinco aos h ab a abrazado la ley de M oiss, y que d u ran te su encarcelam iento h ab a renunciado a su error y regresado con firm e conviccin al cristianism o. La Inquisicin, por lo visto, encontr sincera esta confesin de Luis (la cosa era bien posible: de hecho, un herm ano suyo, G aspar, era fraile en el convento dom inico de M xico) y lo dej libre, con un castigo relativam ente leve: el pago de una fuerte m ulta y la obligacin de ensear latn a los m uchachos in dios del colegio de Santiago Tlatelolco. Pero en 1595, Luis y m uchos de sus fam iliares fueron encarcelados de nuevo y esta vez fueron quem ados en el gran au to que se celebr en la p laza, frente a la catedral de M xico, el 8 de d iciem bre de 1596.

    Su cuado Jo rg e de A lm eida, el m inero de Taxco, h ab a huido a E spaa en 1595, a raz del encarcelam iento de su esposa Leonor, de m anera que slo pudo ser quem ado en efigie, aos despus, en el auto del 22 de m arzo de 1609. A lm eida no slo pecaba contra la ortodoxia religiosa, sino tam bin , segn testim onio recogido en 1607, con tra la C orona, a la cual defraudaba del qu in to que todos los productores de plata deban entregarle: el testim onio dice que l, Luis de C arvaja l, Baltasar R odrguez y C ristbal G m ez posean en T axco un sello falsificado con el cual m arcaban las barras de p la ta (el sello de las barras indicaba que el qu in to ya se hab a pagado). El sello falso estaba en poder de Alm eida, tal como las sesiones judaizantes clandestinas se celebraban en su casa.36

    A dem s de los clrigos y los em presarios de m inas y/o terratenientes ya mencionados, haba en Taxco algunos funcionarios del gobierno y cier-

    36 Vase C yrus Adler, T ria l of Jo rg e de Alm eida by the Inquisition in M xico , Publications of the American Jewish Historical Society, 1896, nm . 4, pp. 29-79, en especial p. 53. Los procesos inquisitoriales contra la familia Carvajal son sin duda los docum entos ms famosos de la historia del Santo Oficio m exicano, a causa del nm ero y prom inencia de los reos, y tam bin a causa de la to rtu rada conciencia religiosa visible en el testim onio del gobernador Luis de C arvajal el Viejo catlico sincero lo m ism o que en el de Luis de C arvajal el M ozo, su sobrino predilecto, que pas del cristianism o al judaism o, y luego, tal vez, de nuevo al cristianism o, para plantarse finalm ente en el judaism o. F igura ex traa, a to rm entada, para quien la fe religiosa e ra el ncleo m ism o de la vida, el joven C arvaja l, du ran te su prim er encierro en la crcel de la Inquisicin, logr convertir al judaism o a un com paero de celda. Mi resum en del caso se basa en Seym our B. L iebm an, TheJews in New Spain, U niversity of M iam i Press, C oral Gables, F ia., 1970, captulos 7 y 8, y en Alfonso T oro , Los judos de la Nueva Espaa, Archivo G eneral de la Nacin, M xico, 1932, donde se reproduce ntegram ente el proceso de Luis de C arvajal el Viejo, gobernador de Pnuco.

    1 0 2 9 4 7

  • 32 ANTECEDENTES FAMILIARESto nm ero de com erciantes, capataces, tenderos, carniceros, panaderos y jo rna leros sin indios ni esclavos, com o Alonso de A lm odvar y su m uje r M ara V anegas, identificados sim plem ente com o vecinos de T ax co en 1590, o como cierto Francisco M ndez que actu com o testigo en un bautizo en 1595, y de quien se dice que e ra portugus. C lrigos, funcionarios del gobierno, em presarios de m inas, terra ten ien tes, com erciantes: tales eran los com ponentes de la pequea lite b lanca de Taxco. F iguran u n a y o tra vez com o padrinos en las actas bautism ales, que reg istran casi exclusivam ente el bau tizo de hijos de los desposedos: en algunos casos parece tratarse de hijos de esclavos, seguram ente negros, pero en general se tra ta m s bien de nios indios, hijos de padres sin apellido, llam ados T om s, Isabel, M ara , L uisa, e tc ., a secas, d istinguidos slo por la m encin de que pertenecen a la cuad rilla , a la casa o la h a c ien d a de los H ernndez , los C astilla o los Palacios. En 1581, como queda dicho, el alcalde m ayor de T axco contaba slo 117 m ineros y m ercaderes europeos en esos recuentos nunca en tran las m ujeres ni los m enores que residan efectivam ente en la com unidad (es de suponer que otros, com o Luis de C astilla y el doctor V illanueva, ten an prop iedades pero no eran residentes). La poblacin ind gena de la regin de T axco deb a llegar po r lo m enos a 8,000 individuos (vase supra, p. 25 y no ta 22).

    As, pues, las visitas a Taxco que seguram ente hizo J u a n R uiz de A larcn en su infancia y adolescencia le b rind ab an experiencias com pletam ente d istintas de las de M xico. La m s p ro funda sera tal vez una sensacin de aislam iento, de alejam iento de la sociedad culta , en treverada con o tra sensacin de valor positivo: la de sorpresa y curiosidad por la tecnologa m inera. H um bo ld t, a fines del siglo xvm , juzgaba poco adelan tadas las tcnicas m exicanas de m inera e ing en ie ra , pero por lo m enos en el siglo xv i, en com paracin con las tcnicas de labranza todava m edievales que se usaban en las haciendas agrcolas, la m inera estaba en la vanguard ia de la innovacin tcnica y del desarrollo industrial capitalista . P a ra un m uchacho que vea cm o de las grises piedras se ex traa la reluciente p la ta m edian te el com plicado y difcil proceso de la am algam a con azogue, el ingeniero de m inas debe h ab er sido una especie de m ago, el heredero au tntico de todo cuanto los alquim istas saban acerca de los secretos de la natura leza . Pero la m ina era tam bin y as pudo haberla visto un n io im presionable u n a sobrecoge- dora im agen del p ropio infierno: un agujero profundo, negro bostezo de la tie rra , llam as em bravecidas, rostros y brazos ennegrecidos, du ras ta reas e indios bru ta lizados realizando esas tareas, a m enudo bajo el ltigo de capataces negros.

    Los indios m ism os, presentes en nm ero tan elevado en com para-

    17 Bakcwell, Sil ver Mining, p. 134.

  • ANTECEDENTES FAMILIARES 33cin con el puadito de seores blancos, no podan m enos de a trae r la m irada de cualquier visitante. En la p rop ia ciudad de M xico, de cuando en cuando , los espaoles se sen tan am enazados por la simple m asa de esas gentes conquistadas, tan difciles de en tender, tan poco dispues tas a la verdadera civilizacin y a la cristianizacin, tan aferradas a su vieja religin idlatra. En el Taxco de fines del siglo xvi esos indios eran figuras om nipresentes, siem pre a la vista. H acia 1629, H ernando , herm ano de J u a n , que h ab a desarrollado m uy en serio sus actividades religiosas en tre estos indios y era a la sazn cu ra prroco de A tenango del R o38 (ya en tie rra caliente, al su r de Taxco y un poco al norte de Z um pango, teatro de las em presas m ineras de su abuelo H ernando de C azalla), ten a listo para la im pren ta un Tratado de las supersticiones y costumbres gentlicas que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva Espaa. " Es u n a obra im presionantem ente erud ita y escrupulosa. Buen conocedor del nhuatl, H ernando haba recogido a lo largo de los aos un sinnm ero de oraciones y conjuros que los indios d irig an a dem onios fam iliares dotados de poder sobre el fuego, las enferm edades, los peces, la com ida, las cosechas, el sueo, el sol y la n aturaleza toda. En este Tratado, que Coe y W hittaker llam an one of the m ost rem arkable works ever p roduced on the Ind ian peoples o f central M xico (p. xvii), no hay seales de h o rro r ni de tem or frente a esas prcticas, si bien, para irrita cin de los etngrafos m odernos, el au to r las considera naturalm ente cosa del dem onio. Pero lo que parece haberlo m otivado a escribir es un sentim iento de autntica com pasin por sus mal guiadas ovejas. En 1646, aos despus de la m uerte de H ernando , un v isitador eclesistico de esa regin, Ja c in to de la Serna, hizo un alto elogio de l: fue dijo un hom bre noble, sabio y santo , m uy dado a la oracin y a la contem placin, cariosam ente recordado por los indios a causa de sus excelentes sermo-

    iH En 1541, la zona en que estn Z um pango del R o y A tenango del R o haba sido dada en encom ienda a Diego de O rdaz Villagm ez, sobrino del conquistador Diego de O r daz. E ntre 1575 y 1582 ese sobrino fue sucedido por su hijo, llamado A ntonio de O rd u Villagmez (D orantes de C arranza , Sumaria relacin, p. 171; G erhard , A Cuide, p. 111).

    i9 Publicado en tiempos m odernos con ttulo am pliado: Tratado de las idolatras, supersticiones, dioses, ritos, hechiceras y otras costumbres gentlicas de tas razas aborgenes de Mxico, ed. Francisco del Paso y T roncoso, en los Anales del Museo Nacional [de Mxico], I a poca, t. 6 (1892), pp. 261-475. En los ltim os aos han aparecido dos traducciones al ingls de esta obra, ambas profusamente anotadas: Aztec Sorcerers in Seventeenth Century Mxico-, The Treatise on Superstitions by Hernando Ruiz de Alarcn, trad. y ed. de M ichael D. Coe y G ordon W hittak e r , A lbany, N . Y ., 1982 (Publications of SUNY Albany Institu te for M esoam erican Stu- dies, No. 7), y Treatise on the Healhen Superstitions That Today Lioe among the Indians Natin to This New Spain, 1629, trad. y ed. de R ichard Andrews y Ross Hassig, University of Ok- lahom a Press, N orm an, O kla., 1984. R esulta , as, que el antes oscuro H ernando R u i/ de A larcn es ahora m ejor conocido para muchos lectores de habla inglesa que su herm ano el d ram aturgo , extrao fenm eno debido, segn Coe y W hittaker (p. 34), to the extensl- ve treatm ent of hallucinogenic plants by R uiz de Alarcn that has draw n the attention of the scholarly world to his Treatise, and saved it from total neglect .

  • 34 ANTECEDENTES FAMILIARESnes en nhuatl, y a causa tam bin de los versos que com puso en esa lengua para instruirlos acerca de la V irgen M ara (citado por Coe y W hit- taker, p. 16). El Tratado de H ernando le revela eficazm ente al lector de hoy lo que fue ese m undo vasto y com plejo, ex trao , im penetrab le, tan lejano de lo occidental europeo, en que vino a insertarse la exigua colon ia espaola de la regin de Taxco-Iguala.

    El joven J u a n R uiz de A larcn acab por de jar a sus espaldas, para siem pre, los dos m undos mgicos representados en T axco el del m inero espaol y el del hechicero ind gena , pero sus recuerdos de uno y otro pueden ayudar a explicar su d u rad era fascinacin por la m agia y los hechiceros sabios, visible en com edias como La cueva de Salamanca, La prueba de las promesas, L a manganilla de M elilla y E l Anticristo.

    Q u o tra cosa hab a especialm ente visible en Taxco (aunque, desde luego, tam bin la h ab a en la ciudad de M xico)? La codicia, la avaricia, los em bustes, el fraude, la inm oralidad y am oralidad que brotan en los centros m ineros de com unidades fronterizas, todo eso debe haber abundado en Taxco. Seguram ente no era Jo rg e de A lm eida el nico que engaaba a los recaudadores de im puestos con el sello falso de sus barras de p lata . El am ancebam iento era una form a norm al de vida (recordem os el caso de H ernando de C azalla, abuelo de Ju a n , en el pueblo m inero de Z um pango del Ro). Se aseguraba, por ejem plo, que Jo rge de Alm eida, adem s de sus otras desviaciones de lo legal y de lo religioso, gozaba sim ultneam ente de dos esposas , la ya m encionada Leono r de A ndrada y la herm an a de L eonor, M a ria n a .40 M s hondam ente p ertu rbadoras deben h ab er sido las revelaciones sobre la am plia clula jud a izan te que d u ran te unos cinco aos estuvo activa en T axco, en casa de Jo rg e de A lm eida. A bundaban en la N ueva E spaa los cristianos de casta de conversos. Pero el h ab e r conocido bien, com o era n a tu ral en una com unidad tan peqea, a un grupo de verdaderos judos convencidos de que el M esas llegara de un m om ento a otro en medio de levantam ientos y ferm entos sociales, eso no era tan com n y corriente. El recuerdo de este grupo y de su ferviente m esianism o tiene que ver casi seguram ente con la ex traa , am biciosa y fallida com edia E l Anticristo, cuyo argum ento es la venida del A nticristo (proclam ado M esas por el falso profeta Elias), la rp ida conversin de m uchos a su causa gracias a sus prom esas de riqueza, b ienestar y desenfreno sexual, y la espectacu lar v ictoria final con tra las fuerzas m alignas por obra de los m rtires cristianos y del ngel vengador de Dios.

    E n 1588 se hab a publicado un Tratado del juicio fin a l, ob ra del dom inico fray N icols D az, que A larcn m enciona en el cuerpo m ism o de su com edia (y hasta cita m uy fielm ente un pasaje). O tra ob ra ms fam osa, escrita en latn , el De Antichristo de fray T om s M aluenda, dom inico

    40 A dler, T ria l of Jo rg e de A lm eida , pp. 53-54.

  • ANTECEDENTES FAMILIARES 35tam bin, haba aparecido en R om a en 1604; A larcn no la m enciona, pero debe haberla conocido. Estos libros estaban al alcance de todos los dram aturgos de la generacin de Lope. Si slo Alarcn ejercit la mano en esta especie de epopeya m ilton iana , es razonable suponer que su experiencia personal de las creencias m esinicas haca este tem a especialm ente atractivo p ara l. Jacques Lafaye ha visto en el m esianism o uno de los elem entos significativos y constantes de la conciencia espiritual de la N ueva Espaa (el caso de A lm eida no es sino el ejem plo ms famoso del fenm eno), y concluye que, dadas las circunstancias sociales e histricas peculiares del v irreinato , la espera m esinica y una concepcin apocalptica de la historia fueron el denom inador com n de las heterogneas religiones de la colonia catolicism o, judaism o, politesm o m exicano, anim ism o africano , aadiendo que las com unidades indgenas en el m undo real [c], los conventos en la sociedad criolla, el m edio de los esclavos y de las castas en las ciudades [o sean las distintas clases de m estizos], parecan haber sido los focos de aparicin de creencias sincrticas especficam ente m exicanas, y de prcticas m gicas .4'

    Taxco desplegaba u n am plio abanico de creencias y fanatism os religiosos: h ab a los catlicos ortodoxos, los judos que fingan ser cristianos, los indios bautizados pero an aferrados a sus antiguos ritos, todos em peados, querindolo o no, en u n a febril bsqueda de la riqueza m ed iante la extraccin de la p lata. La pequea com unidad europea de las M inas de Taxco indudablem ente sufra severas tensiones sociales que no se registran en las pginas de los inform es enviados a la C orona. Es n a tural que un padre cuerdo prefiriera criar a sus hijos en la ciudad de M xico, que fue en efecto donde J u a n pas la m ayor parte de sus prim eros veinte aos de vida.

    41 Jacqu es Lafaye, Quetzalcatl y Guadalupe: La formacin de la conciencia nacional en M- xico, trad. I. V italc, Fondo de C u ltura Econm ica, M xico, 1977, p. 69. El mesianismo, como bien lo sabe Lafaye, ha sido visto m uchas veces com o un aspecto im portante de la cultura espaola peninsular. El mismo nos recuerda que, si bien sus m anifestaciones son particularm ente intensas en la N ueva Espaa, el fervor m csinico est evidentem ente tom ado de un cristianism o hispano-portugus saturado de judaism o a lo largo de los siglos (p. 412).

    El Anticristo de Alarcn ha recibido considerable atencin crtica. Vase, por ejemplo, Joaqun Casalduero, El gracioso de El Anticristo", en sus Estudios sobre el teatro espaol, Grcdos, M adrid , 1962, pp. 131-144, y Alice M . Pollin, T he Religious M otive in the Plays of Ju an R uiz de A larcn , Hispanic Review, 29 (1961), 33-44.

  • II. EL M XICO DE ALARCN (1580-1613)

    A . A m b ie n te f s ic o y p o b la c i nJu a n R uiz de A larcn vivi en la capital de la N ueva E spaa desde su nacim iento en 1580/1581 hasta la p rim avera de 1600, cuando se em barc a E spaa, y despus du ran te otros cinco aos, entre 1608 y 1613. Estos aos estuvieron m arcados, en conjun to , p o r el auge de la prosperidad y del optim ism o y, especialm ente en los inicios del nuevo siglo, por el ritm o creciente de la construccin: se edificaron conventos, iglesias, hospitales, casas particulares. La vieja capital azteca se converta en una ciudad colonial espaola, orgullosa y de grato aspecto. Poco es lo que hoy subsiste de los aos m exicanos de A larcn: el tem plo de Jess M ara, partes del colegio jesutico de San Pedro y San Pablo (hoy Escuela N acional P repara to ria ), u n a p o rtada aqu, unas colum nas de claustro m s all. D esastrosas inundaciones (la peor, tal vez, en 1629; en 1634 el agua no h ab a bajado del todo a su nivel no rm al, y miles de personas abandonaron la ciudad); tum ultos y trastornos civiles en cada siglo (uno de los m s destructores fue el de 1692, cuando los am otinados incendiaron m uchas de las estructuras de la P laza M ayor, llam ada hoy el Zcalo ); terrem otos; la consistencia esponjosa del subsuelo, que condenaba a m uchos edificios a hundirse alarm antem en te bajo el nivel del suelo; el consabido afn hum ano de d e rrib a r lo viejo y constru ir o tra vez en el estilo m s nuevo: todo esto contribuy a b o rra r el pasado casi tan ra dicalm ente como el ejrcito de H ern n C orts hab a destruido a Tenoch- titlan.

    P a ra reconstru ir en nuestra m ente algo de la m anera com o las cosas se le m ostraban al joven J u a n , necesitam os depender de la pa lab ra escrita descripciones contem porneas hechas por naturales y por visitantes y de uno que otro m apa , sobre todo el que d ibuj J u a n G m ez de T ra s m onte en 1628, quince aos despus del segundo y definitivo viaje de A larcn a E spaa. Este m apa, m uy reproducido, p resen ta en perspectiva la topografa y los edificios de la ciudad espao