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JUAN PÀEZ ÀVILA DOS GUITARRAS

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JUAN PÀEZ ÀVILA

DOS

GUITARRAS

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Primera Edición:

Fondo Editorial FUNDARTE

Caracas 1988

Colección Rescate. No. 22

ISBN: 980-253-351-3

Segunda Edición:

Publicaciones de la Dirección de Cultura de la

Universidad Centroccidental “Lisandro Alvarado”.

Barquisimeto, Venezuela.

Tercera Edición:

MALTIEMPO EDITORES 2010

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“Sólo hay una cosa más bella

que una guitarra: Dos guitarras”

Federico Chopin

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PRÓLOGO

Alirio y Rodrigo en la vida de un músico caroreño.

Siempre sentí ser producto de la transición vacía de una Carora equidistante

entre dos riquísimos períodos culturales. Esa que a mí y a otros caroreños de

mi generación nos preservó el recuerdo y la obra de un gran prócer cultural,

don Chío Zubillaga, quien permaneció vivo en la llama tenue pero firme

plantada por él en el alma de sus discípulos y admiradores, para más tarde ser

rescatados por la obra cultural de un caroreño por adopción venido de otros

lares a enseñarnos cuales eran los ejemplos a seguir. Me refiero, por supuesto,

al Dr. Juan Martínez Herrera, un “obrero de la cultura”, como se definía a sí

mismo.

La mencionada llama de Don Chío permaneció encendida para nosotros

en la visión ofrecida por los hombres que de una u otra manera habían estado

en contacto con ese extraordinario, excéntrico y solitario pensador, el señor de

la boina, orientador de sus vocaciones. Ese hombre culto les mostraba a estos

fascinados oyentes una ventana al mundo que vibraba más allá de La Toñona,

el Morere con su dique, el Torrellas y Barrio Nuevo con su Cerrito de la Cruz,

límites de esa lánguida Carora de 20.000 habitantes que nos vio crecer ávidos

de guía intelectual y palabra esperanzadora.

El nuevo maestro, reclamado por nuestros adormecidos subconscientes,

nos llegó en plena adolescencia, en la edad en la cual se definen nuestras

ansias y se orientan nuestras esperanzas hacia los caminos que nos presenta la

vida. Ese regalo que nos trajo Teresita Yépez Gutiérrez en 1963 fue su esposo,

odontólogo como ella, pero también imbuido de inquietudes y experiencias

inconclusas en el mundo de la cultura. Hijo de un gran escritor, diplomático y

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docente, y a quien una noche, frente a dos frías “media jarras” servidas por el

cordial “Negro” Urriola en el Club Torres, fue convencido por mi padre, el

pianista y ex miembro fundador del Orfeón Lamas Don Eduardo Izcaray

Muñoz, sobre la necesidad de fundar en Carora un orfeón. “Yo por mi sordera

no puedo enfrentar ese reto, pero usted es el hombre para esa tarea”, le explicó

con sinceridad, totalmente desprendido de falsas modestias.

El resto de la historia es harto conocido. A parir de esa conversación

nació el Orfeón Carora y con él la Casa de la Cultura. Poco después desfiló

ante nuestros crecientes anhelos culturales, una comparsa de éxitos artísticos

como la escuela de Teatro, la Escuela de Artes Plásticas, la Orquesta Sinfónica

Infantil y el magnífico Teatro que lleva el nombre de uno de los dos

protagonistas de esta estupenda novela de mi amigo y coterráneo escritor Juan

Páez Ávila.

Una de las cosas que más le agradezco a Juan Martínez, es el habernos

inculcado a los más jóvenes de los fundadores del Orfeón Carora el respeto y

la admiración por los verdaderos valores de esa Carora humanista del pasado y

qué debíamos admirar en esos hombres. Ya no eran solo tres las alternativas

que nos ofrecía nuestro terruño. En mi fuero interno sentía que tenía que haber

otros entretenimientos y experiencias además del béisbol (en mi caso el

Torrellas de “La Meca” Ramos, Cesarito Castillo y Pastor Franco), del

aguardiente (El “1º. De Mayo”, la “Chimpolera”, el “Pequeño Pedro” y el

“Oasis”), más otras “recreaciones” en la vida de un joven, sólo que no sabía

por dónde empezar a buscar.

Juan Martínez, mientras nos enseñaba a cantar y a la vez aprendía a

dirigir a sus orfeonistas como buen autodidacta, nos decía que éramos un

pueblo con mucha suerte, porque teníamos a Luis Beltrán Guerrero, a

Guillermo Morón, a Héctor Mujica, a Cheíto Herrera, a Nano Yépez, a

Homero Álvarez Perera y a otros insignes pensadores y hacedores en sus

respectivas profesiones. Pero sobre todo a nosotros que hacíamos música, Juan

nos recalcaba que teníamos a Alirio y a Rodrigo, que éramos unos

privilegiados por poder disfrutar sus conciertos cada vez que ellos venían a

Carora, mientras que en otros países la gente agotaba las entradas para los

recitales de ambos artistas con meses de anticipación.

Han pasado ya muchos años desde aquellas inquietudes que nos alborotó

Juan Martínez, pero la admiración y el respeto por la trayectoria de Alirio

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Díaz y Rodrigo Riera no han hecho sino acrecentarse con el correr del tiempo.

He rechazado siempre los banales intentos de comparación que se han hecho

sobre nuestros dos maestros: que si uno era mejor que el otro, que si uno

tocaba muy bien pero el otro era más simpático, que si tenían diferencias y

enfrentamientos personales, y otra serie de comentarios más propios de

nuestra mitología aldeana que de juicios serios y objetivos.

Alirio y Rodrigo fueron, son y serán siempre entrañables amigos.

Cuando en contadas ocasiones se sentaban juntos a tocar en algún escenario,

por ejemplo en el Cine “Estelar” o la Casa de la Cultura, nos hacían delirar

con esa unidad férrea que conformaban sus diferencias. Alirio podía tocar un

vals “Natalia” de Antonio Lauro con su sólido virtuosismo, mientras Rodrigo

jugueteaba a su alrededor con ese don improvisatorio y con contravoces

deslumbrantes que hicieron exclamar en alguna oportunidad al Maestro Lauro:

“caramba, ese Rodrigo enriqueció mi humilde vals, qué bárbaro”.

He sido muy afortunado al haber podido disfrutar del aprecio y la

amistad de estos dos grandes caroreños. Rodrigo, además de consumado

intérprete y refinado compositor, siempre fue un corazón abierto. Un ser

humano generoso y accesible que desparramaba su arte donde quiera que

estuviese, bien en un gran auditorio o en el hogar de alguno de sus cientos de

amigos. En sus recitales se tomaba el tiempo de explicar la diferencia entre los

estilos y el por qué en ciertas piezas el colocar la mano derecha cerca o lejos

del puente, o el tipo de vibrato que se usara, permitían evocar correctamente

las características de determinada época o compositor. Estar en una reunión

social con Rodrigo era una excepcional ocasión para escuchar sus propias

composiciones o las de otros grandes maestros. Si a alguien entre los presentes

se le ocurría cantar un bolero, un vals, una zamba o un tango, podía decir

luego con orgullo que un extraordinario artista universal “se le pegó atrás” y

comenzó a acompañarlo sin que nadie se lo pidiera. Rodrigo no se hacía rogar.

Por el contrario, él derrochaba generoso ese “guacal” de notas contenidas en

su guitarra y nos las obsequiaba en genuino y espontáneo brindis. Su

presencia, su proverbial sonrisa, su vasta cultura y su sempiterno buen humor

son añorados por gente de todos los estratos sociales de Carora, de Venezuela

y del mundo.

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Alirio Díaz y Rodrigo Riera tocando juntos en la Casa de la Cultura de Carora,

Septiembre de 1969

Fotografia de Felipe Izcaray

Alirio Díaz fue cómplice en mi decisión de escoger la música como

profesión definitiva. Corría el año 1969 y mis estudios universitarios en la

Escuela de Sociología de la UCV estaban interrumpidos a causa del proceso

de renovación académica que sacudía los cimientos ucevistas y mantenía

inactivas sus aulas. Si bien me parecía muy interesante la profesión de

sociólogo, en mi fuero interno me sentía músico, aspirante a director de coro o

de orquesta. Pero las condiciones que el país le ofrecía a un joven provinciano

aspirante a músico, no habían variado mucho desde los años en que Alirio y

Rodrigo se habían trasladado a la capital a estudiar. Peor aún, no existían

estudios formales de dirección de coro o de orquesta en ninguno de los

conservatorios oficiales o privados.

Fue luego de un concierto que dirigí en la Casa de la Cultura de Carora,

con un grupo de miembros del Orfeón de la UCV y que bauticé con el nombre

de “Coro de Cámara de Caracas”, cuando recibí la visita del admirado Alirio

Díaz detrás del escenario quien me dijo: “¿Y qué haces tú estudiando

sociología? ¡Tú eres un músico nato y te debes dedicar a eso!”. Pasado mi

inicial estupor me dije a mí mismo: “si el Maestro Alirio opina que yo debo

ser músico, pues músico seré”. Esa decisión me ayudó a encaminar mis

gestiones posteriores para lograr los medios y trasladarme al exterior y

orientar mi vida hacia la profesión musical.

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Era la época de oro de Alirio Díaz, considerado entonces como uno de

los mejores, si no el mejor, de los guitarristas del mundo. En mis años de

estudiante en los Estados Unidos adquirí un disco de Alirio Díaz, grabado por

la afamada compañía EMI, que decía en su carátula “Alirio Díaz, considered

by many to be the best guitarrist alive” (Alirio Díaz, considerado por muchos

el mejor guitarrista viviente). El orgullo caroreño casi hizo que mi pecho

estallara ante ese merecido elogio a nuestro artista universal.

Soy testigo de la admiración que genera el maestro Díaz en muchos

países. Recuerdo cuando en 1981 coincidimos en un viaje a Italia, su segunda

patria. Mientras yo esperaba en el aeropuerto de Roma la conexión para viajar

a Sicilia con la Orquesta Municipal de Caracas, Alirio me pidió que lo ayudara

a cargar su pesado equipaje y pasarlo por la aduana. Llevaba su acostumbrado

cargamento de quinchonchos y plátanos verdes para hacer tostones. Para mi

sorpresa, Alirio fue recibido con aplausos por los agentes aduanales italianos,

quienes le saludaban amablemente con admiración “prego, avanti Maestro”.

La generosidad de Alirio Díaz hacia mi persona no terminó con la

orientación vocacional antes mencionada. El 30 de noviembre de 1976 dirigí

mi primer concierto orquestal con la Orquesta del Centro Simón Bolívar y le

solicité a Alirio Díaz que actuara como solista en ese concierto. El maestro

aceptó gustoso en darle ese gran espaldarazo a un joven director caroreño

prácticamente desconocido en esa área. Las tres mil butacas del Aula Magna

de la UCV fueron totalmente ocupadas por sus fieles seguidores y la presencia

del maestro ayudó a darme a conocer como conductor de orquesta.

Alirio Díaz interpretando el Concierto en La Mayor de Mauro Giuliani con la

Orquesta de Cámara del CSB, dirigida por Felipe Izcaray en el Aula Magna de

la UCV, 30 de noviembre de 1976.

Este gigante de la guitarra, el mismo que tocó en Julio de 1975 para el

más numeroso público jamás visto en el Aula Magna de la UCV, cuando más

de 4000 personas escucharon deslumbrados su recital en butacas y pasillos

totalmente llenos, dejando apenas un pequeño círculo para que el maestro, sin

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micrófono, vistiera de gala la música de los grandes, siempre ha estado

dispuesto a apoyar a músicos jóvenes, sean guitarristas, directores de orquesta,

cantantes o instrumentistas de otra especialidad en sus respectivas carreras.

En la década de los años 60 y 70 acudían jóvenes guitarristas de todo el

mundo a los cursos internacionales dictados por el maestro en la UCV, los

cuales eran coronados por un concurso que ha derivado en el ya arraigado

“Concurso Alirio Díaz” que se celebra actualmente en su querida Carora.

Como músico profesional, muchos años después de esa recordada

recomendación vocacional de 1969, he compartido escenario con el Maestro

Díaz en diversas ocasiones. En 1979 tuve el honor de ser acompañado por un

emocionado Alirio Diaz en una memorable gira con las orquestas juveniles de

Barquisimeto y Carora por varias ciudades de Venezuela. También grabamos

juntos en 1980, la primera versión en estudio del Concierto para Guitara de

Antonio Lauro con la Sinfónica Simón Bolívar y actuamos juntos con distintas

orquestas a través de los años. Debo decir que siempre ha sido el mismo

Alirio, el hombre sencillo, tranquilo y reservado que, para nuestro deleite, se

acrecienta cada vez que se posesiona y domina con su singular virtuosismo las

seis cuerdas de su lira ancestral.

Termino este recuento con una anécdota memorable de la que fui testigo.

En Mayo de 1980 dirigí la Orquesta Simón Bolívar en Ciudad Bolívar. El

solista del concierto fue Alirio Díaz y estaba también presente el maestro

Antonio Lauro. Nos habían alojado en un hotel con vista al río Orinoco. Horas

después cuando descansaba en mi habitación, escuché unas voces cantando

acompañadas de guitarras. Bajé curioso, atravesé la calle y allí estaban

sentados en un pequeño muro los dos maestros, Antonio Lauro y Alirio Díaz

con dos guitarras “…cantándole canciones a nuestro gran río”. Como músico

venezolano y gran admirador de nuestra música, me sentí testigo mudo y

privilegiado de poder disfrutar de ese momento tan especial. Sentí que Carora,

una vez más, estaba presente en un lugar mágico, en las manos de un gran

intérprete, al lado de otro gran maestro.

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Celebro este libro de Juan Páez Ávila y tengo la esperanza que la lectura

de esta entretenida biografía novelada, podrá contribuir a ayudarnos a conocer

más a estos próceres musicales caroreños que han hecho grande a nuestra

Venezuela.

Felipe Izcaray Yépez

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INTRODUCCIÓN

La decisión de escribir una biografía novelada de la vida y la obra de Alirio

Díaz y Rodrigo Riera, la tomé después de agotada la edición de una simple y

modesta biografía que me editó FUNDARTE, Caracas, Venezuela, 1988,

después de oírlos tocar juntos en el Aula Magna de la Universidad Central de

Venezuela (UCV) invitados por el Rector Carlos Moros Ghersi, con motivo

del sexagésimo aniversario del nacimiento de ambos guitarristas; en el Museo

de Barquisimeto, en un tal vez inmerecido homenaje al lanzamiento de mi

candidatura al Senado de la República, y en ¨El Farol de los Gauchos¨ cuando

se conoció mi elección como Senador, a cuyo gesto indefectiblemente

caroreño, se incorporó a tocar y cantar el pintor Jesús Soto, quien frecuentaba

el bar restaurant con Rodrigo, pero en ese momento, sinceramente, ajeno a la

distinción de que yo era objeto por parte de mis paisanos y amigos guitarristas.

La realidad dio paso a la imaginación y comencé a verlos transitar,

desde muy niños, por una ruta cargada de obstáculos que tenían que vencer

para poder alcanzar los más importantes escenarios del arte guitarrístico,

impulsados por una pasión irrefrenable por la música y la orientación de dos

grandes maestros de la cultura caroreña, Cecilio (Chío) Zubillaga Perera y

José (Ché) Herrera Oropeza. Conocí La Candelaria, el villorrio donde nació

Alirio, su soledad y su aislamiento del mundo moderno donde se producían

cambios y avances científicos, tecnológicos y culturales sin que los

candelarenses pudieran percibirlos, menos asimilarlos e incorporarlos a su

posible evolución. Todo allí permanece estancado, la emigración de sus

jóvenes compelidos por las carencias materiales para la subsistencia, no la

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detiene ni la armonía del canto de los pájaros, ni el esfuerzo de los mayores

que se arraigan a la tierra, abrazados a una guitarra o un cuatro para sucumbir

con el tiempo a la morada final, dejando en el camino una estela de sonidos.

Me imaginé a un niño inocente atrapado en un pequeño mundo de

soledades, tristeza y melodías quejumbrosas, tratando de ocultar los deseos de

viajar a otras realidades. Ese panorama humano y social yo lo había visto muy

cerca de La Candelaria, en otro villorrio llamado San Francisco, cuando

todavía era un niño y supe que ya Alirio había ingresado a la Escuela Superior

de Música José Ángel Lamas, y sin embargo todo me parecía normal,

rutinario, hasta que ya adolescente me enteré que Alí Lameda, poeta, y

Gustavo Leal y Carlos Sisirucá, médicos, famosos ambos, también habían

emigrado del pueblo. Lo que no podía saber en ese entonces, hasta que los

conocí en Caracas, era que con ellos también habían emigrado cerebros

privilegiados, muchos de los cuales percibí en la escuela primaria, pero que al

no poder romper el cerco que la pobreza le tiende a la mayoría de los niños

campesinos, como a Lorenzo Barquero el personaje de Rómulo Gallegos, se

los tragó la llanura. Conocedor de esa realidad, cuando Alirio Díaz trajo a mi

apartamento en Caracas a Alí Lameda, recién salido de un campo de

concentración en Corea del Norte, donde estuvo durante de 7 años sometido al

secuestro y la tortura, después de leer La Otra Banda, mi primera novela en la

que aparece una familia Lameda que emigra de San francisco, y la biografía

de Chío Zubillaga Caroreño Universal, su gran maestro, fue cuando percibí

el genio de ambos emigrantes de La Otra Banda. Alirio tocó en su guitarra

arreglos suyos, composiciones de Rodrigo Riera y de otros grandes

compositores del Repertorio Universal de la Guitarra Clásica. Luego, para

sorpresa de todos, tocó cuatro, y finalmente acompañó a mi hija Valentina a

tocar en el piano. Alí recitó algunos de sus poemas, me regaló El Corazón de

Venezuela y nos habló de lo humano y lo divino que le había acontecido en la

vida. A la hora de la despedida les comuniqué que yo escribiría sobre la vida

de ambos si, 10 años menor que ellos, los sobrevivía. Alí, con la voz tronante

de su maestro Chío Zubillaga me dijo:

-¡Claro que nos sobrevirás! Sobre todo a mí que vivo de vaina, gracias

a que los Presidentes Chocescou de Rumania, Caldera y Carlos Andrés Pérez

y el Partido Comunista de Venezuela lograron me liberaran de una muerte

segura en pocos días si no me trasladan a un hospital de Rumania.

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Todos celebramos el regreso de Alí y Alirio, éste nos invitó a

encontrarnos en Barquisimeto con Rodrigo Riera.

Conocí Barrio Nuevo y recorrí la calle que conduce desde la casa donde

nació Rodrigo, pasando por una quebrada inmunda, hasta la sede de El Diario

de Carora y el Cuarto-Biblioteca de Chío Zubillaga, y me imaginaba a un

niño pobre y chueco, Rodrigo, haciendo la misma ruta todos los días para

realizar un trabajo marginal, impropio de su edad y de su condición humana.

Conocí a muchos niños, jóvenes y adultos aficionados a la música, con un

cuatro o una guitarra en las manos, con un violín o un clarinete, preservando

la sonoridad de la barriada y disfrutando del prestigio internacional alcanzado

por Rodrigo, quien salió de barrio sin guitarra y sin dinero a converger,

primero, con Aliro en una pequeña ciudad para darle vida a la noche cuando

comenzaba a desaparecer en las ventanas de toda las casas donde se escondía

la belleza de la mujer caroreña, y segundo, a buscar un camino sin rumbo

cierto hacia la eternidad, encontrada en Siena, una ciudad musical italiana de

la que nadie había oído hablar en Carora.

El oído y la intuición de Chío Zubillaga y José Herrera Oropeza lo

llevarían en un itinerario paralelo con Alirio, a un recorrido por las principales

escuelas de formación musical conocidas para entonces, y a los grandes

teatros o auditorios que han sido receptáculo de la obra y del espíritu de los

más famosos artistas del mundo.

¿Cómo se produjo esa metamorfosis artística, estética, de dos niños

nacidos, uno en un desierto que avanza hacia la destrucción de la vida, y otro

en un barrio donde la miseria económica y social anula el potencial y la

voluntad de los más pobres? Para darle respuesta a esta interrogante, pensé, no

era suficiente narrar los hechos fundamentales que conformaban la vida de dos

niños que atravesaron serias dificultades para coronar exitosamente sus

aspiraciones. La vida de ambos estuvo rodeada de ciertos enigmas humanos,

misterios de la naturaleza y circunstancias sociales e intelectuales que crearon

un contexto que ellos mismos iban asimilando y modificando en la medida de

su genialidad; personajes con vida propia e independiente, con quienes ambos

guitarristas dialogaron, dispuestos a oír y a aprender; escenarios montados

para otros tiempos y para otros artistas, sobre los cuales Alirio y Rodrigo se

presentaron para darles vigencia en su propio devenir, fueron moldeando sus

vidas como los personajes principales de una novela esencialmente realista,

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pero que no podía obviar la leyenda, la mitología, la invención, el misterio que

envuelve a todos los grandes artistas del universo.

Recrear sus vidas paralelas, el tiempo que les tocó vivir, sus relaciones

amistosas, amorosas y fraternales, sus estudios y sus éxitos, me exigieron

realizar como narrador el recorrido que ellos hicieron como amantes y

estudiosos de la guitarra, desde La Candelaria, Barrio Nuevo, Carora, Trujillo,

Barquisimeto, Caracas, Madrid y Siena donde coronaron sus estudios; y luego

los principales teatros de Roma, Berlín, Paris, Londres, Nueva York. Buenos

Aires, Sao Paulo y Lima, para luego retornar a Carora al Teatro Alirio Díaz, al

Festival Latinoamericano de la Guitarra que lleva su nombre y al Festival

Latinoamericano de Composición para Guitarra Rodrigo Riera.

Juan Páez Ávila

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EL CINE COMO ESCUELA DE MÚSICA

CUANDO RODRIGO –después de limpiarle los zapatos a José Herrera

Oropeza, Director del Diario de Carora- se disponía abandonar la Sala de

Redacción del periódico, vio una guitarra colgada en la parte alta de la pared,

recordó que la noche anterior había oído tocar en el cine Salamanca, un vals

titulado “Bajo los Puentes del Viejo París”, y pensó que podía tocarlo de

memoria. Emocionado se dirigió al periodista que siempre le daba un

tratamiento paternalista y amigable:

-Don José. ¿Esa guitarra está afinada?

-No creo. Esa guitarra es de Josefina, mi hija, que decidió hacerse

monja e ingresó al Convento del Santísimo de la Trinidad. Tiene mucho

tiempo colgada en esa pared, como un gran recuerdo de la familia. Cuando

veo la guitarra, me viene a la mente su imagen, tratando de alegrar nuestra

casa tocando y cantando canciones que aprendía en la Iglesia. La música sacra

y la fe en Dios se la llevaron. Nadie ha vuelto a tocar su guitarra.

-Empréstemela, don José.

-¿Y tú sabes tocar guitarra?

-Sí, don José.

Ché Herrera dudó, pero luego pensó que alguien podría por lo menos

rasgar sus cuerdas, si no afinarla; la descolgó y la puso en manos de Rodrigo.

La duda le había surgido, porque Rodrigo era un niño muy pequeño, que todos

los días caminaba con dificultad desde Barrio Nuevo hasta el centro de la

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ciudad. Tenía siete años y la punta de los pies metida hacia adentro. Un pie

tenía que pasar por encima del otro. De su mano derecha colgaba un cajoncito

de madera, en cuyo interior llevaba dos cajas de pintura o betún para limpiar

zapatos, una negra y una marrón, un viejo cepillo dental y una tira de trapo

pintada de negro por un lado y marrón por el otro.

Ese día, cuando llegaba a las primeras casas de la Calle San Juan oyó el

ruido de las máquinas que imprimían El Diario de Carora, periódico fundado

por José Herrera Oropeza, periodista y poeta, quien cuando alcanzò cierta

solvencia económica en el comercio, con Cecilio Zubillaga Perera como

editorialista, creó una escuela para estimular y orientar a todos aquellos

jóvenes que se acercaban a la Sala de Redacción o al “Cuarto-biblioteca” de

don Chío, y revelaban algunos rasgos incipientes de inteligencia, en esa

pequeña ciudad. Rodrigo se sacudió las alpargatas y entró a un zaguán con

piso de granito, tocó el anteportón y el propio Ché Herrera lo vio por una

ventanilla, le abrió la puerta y lo hizo pasar al interior de su casa, a una

pequeña habitación donde se redactaba y corregía el periódico. Le colocó la

mano derecha en el hombro y le dijo:

-Esta es tu casa, pero límpiame bien los zapatos, hoy te voy a pagar 2

bolívares.

Una cantidad de dinero nunca vista por Rodrigo, quien cobraba por

cada limpiada de zapatos una locha, equivalente a 12,5 centavos de bolívar.

Mientras Rodrigo le pulía los zapatos, Ché Herrera leía la última página de

galera correspondiente a la próxima edición de El Diario.

-Don José, se puede mirar en los zapatos como si fuera en un espejo –le

expresó Rodrigo, plenamente satisfecho al final de su jornada infantil, que lo

enaltecía y lo convertía en un productor de dinero para su modesta, pero digna

familia.

José Herrera Oropeza sonrió y le extendió los 2 bolívares. Fue en ese

preciso momento cuando Rodrigo volteó y vio la guitarra. Hijo del sonido y

del amor, hijo de Juancho Querales, Director de la Escuela de Música que

existía en Barrio Nuevo, miembro de la Banda Lara y otras agrupaciones

musicales de Carora, nunca recibió clases de su padre, pero educó su oído al

ritmo de los sonidos de la naturaleza que lo rodeaba y de las cuerdas de las

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guitarras, con los que diferentes músicos populares inundaban la atmósfera y

las calles de la barriada. A la Escuela de su padre asistían casi todos los niños

de su barrio que tenían alguna inclinación por la música, incluso algunos

jóvenes de otros sectores de la ciudad, excepto el niño Rodrigo quien tenía que

recorrer las calles de Carora vendiendo empanadas, limpiando zapatos y

pregonando periódicos como el que dirigía Ché Herrera, para contribuir con el

módico presupuesto familiar Su contacto con la cultura musical lo lograba el

niño trabajador, cuando podía comprar una entrada al cine Salamanca, donde

oía tocar a muchos artistas de reconocida fama internacional. No conocía la

diferencia entre una y otra nota musical, ni el significado de las mismas. No

había recibido lección alguna de Teoría y Solfeo, cuando tuvo en sus manos la

guitarra de Josefina Herrera y comenzó a tocar el vals en do mayor titulado

“Bajo los Puentes del Viejo París”, un arreglo para orquesta y no para guitarra,

que produjo una extraordinaria conmoción espiritual en el poeta José Herrera

Oropeza, quien puso de lado las galeras que corregía e hizo llamar a Cecilio

Zubillaga Perera.

-Manuel, dile a Chío que venga inmediatamente para que oiga tocar a

un niño prodigio de Barrio Nuevo –le pidió a su hijo.

Manuel Herrera Oropeza era también un niño, aunque un poco mayor

que Rodrigo, aficionado a la guitarra y a la bohemia, en lo cual haría carrera

infinita al lado del niño virtuoso del barrio musical de Carora, se sumó al

grupo.

Después de tocar y cantar con Manuel Herrera varias canciones

populares y románticas, en medio de la estupefacción de los presentes,

Rodrigo agarró su cajón de betunero y se dispuso a dirigirse hacia Barrio

Nuevo. La guitarra de una monja que decidió entregar su vida al servicio de

los pobres por mandato divino de su Ser Supremo, sería por mucho tiempo el

único instrumento musical al cual podría abrazarse y rasgar sus cuerdas para

alegría de la familia Herrera Oropeza, durante su infancia, y del mundo

cultural que recorrería a lo largo de su carrera artística. Antes de abandonar la

redacción del periódico, Ché Herrera se le acercó y le dijo:

-Estás invitado para el próximo domingo y para todos los domingos,

mientras yo viva, a almorzar y a tocar en esta casa.

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Mientras la diminuta figura de Rodrigo se dirigía hacia la quebrada que

divide a Carora de Barrio Nuevo, por una calle de tierra que lo internaba en su

mundo sonoro y aleccionador, Chío Zubillaga le comentó a Ché Herrera:

-Afortunadamente han cesado las guerras civiles que no sólo

destruyeron nuestra riqueza material, si no que también frustraron grandes y

precoces inteligencias de numerosos hombres y mujeres de Venezuela,

incluyendo niños como Rodrigo. Barrio Nuevo que fue el refugio de los

caudillos del Partido Liberal Amarillo, ahora es una barriada musical. Los

caudillos liberales lo abandonaron, sus simpatizantes se mantienen fieles a sus

ideas y a los pocos principios, que a través del tiempo pregonaron sus más

destacados representantes, pero su acción está quebrantada, al extremo de

reducirlo todo a los pasos silenciosos del vecindario, al murmullo protegido

por las paredes de barro, por la prudencia de los gestos, por la combinación

artística de los sonidos.

-El recuerdo de otros tiempos –respondió Ché Herrera- cuando los

cohetes anunciaban la disposición de los jefes liberales de atravesar la

quebrada que los dividía de la ciudad, si no podemos olvidarlo, debemos

rescatarlo como la gran tragedia humana que nos retrasó por más de un siglo

de civilización, lo cual nos obliga a educar a nuestros menores en las artes de

la paz y no de la guerra.

Chío Zubillaga y Ché Herrera dialogaban con frecuencia sobre el

contexto socio-cultural que les tocó vivir. Encontraron en el periodismo

cultural la vía para eludir la represión de la tiranía del General Juan Vicente

Gómez y la forma de expresar su solidaridad con la inteligencia de su pequeña

ciudad. La precocidad artística de un niño como Rodrigo les impresionaba y

tratarían por diferentes medios de contribuir a su educación e impulsarlos a

salir de una pequeña ciudad cuyos valores culturales estaban cercados por la

ignorancia de los jefes civiles de la satrapía.

-Pero es que ni siquiera hay formas de educarse –mi querido Ché. El

último mensaje Anual de Presidente, del Malhechor Juan Vicente Gómez,

habla de todo menos de educación y cultura. Ese muchacho –Rodrigo- si

quiere ser algo en este mundo tendrá que irse de este pueblo, de este país.

Vamos a tratar de estimularlo y ayudarlo a que alcance una mejor formación.

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La tertulia política y literaria que Chío Zubillaga y Ché Herrera

realizaban casi a diario en la Redacción del periódico o en el “Cuarto-

biblioteca” del primero, era frecuentada por un pequeño número de jóvenes

con inquietudes intelectuales, que buscaban orientación y apoyo de quienes

eran considerados grandes maestros de su tiempo. A esa tertulia asistiría el

niño Rodrigo, no a participar en el intercambio de ideas, sino a oír, a aprender

y al final de la misma a deleitar con su genio musical a los únicos personajes

de la ciudad capaces de comprenderlo.

-En ese Mensaje –comentó Ché Herrera- se destaca el reino de la paz

interna como consecuencia de la eliminación de los caudillos y la clausura de

los partidos políticos, pero no se informa que los principales líderes políticos

del país están encarcelados, que se han instaurado cámaras de tortura y que se

ha asesinado a los más intransigentes y heroicos en el enfrentamiento a la

dictadura.

-Yo pienso que en un país en el que el 80% de la población es

analfabeta –expresó finalmente Chío- un muchacho como Rodrigo está casi

condenado a pasar toda su vida tocando en los bailes y francachelas, que ahora

montan tanto los godos como los liberales ricos. Como su padre, Juancho

Querales, que vive de lo poco que cobra por los bailes que ameniza su

conjunto musical, de las colaboraciones de algunos amigos, a quienes enseña

y acompaña en serenatas y actos festivos de Carora y sus alrededores.

-Sin embargo –interrumpió Ché Herrera- músico por los cuatro

costados, conquistó todas las mujeres bellas que se detuvieron a oírlo y

admirarlo.

Las privaciones económicas de Juancho Querales sólo eran superadas

por una entrega total al arte musical y a la acumulación de una gran riqueza

espiritual, extraída de la conversación periódica con el periodista Cecilio

Zubillaga Perera, quien le visitaba todos los días. Lo oía hablar de historia,

filosofía, política, literatura y de música, especialmente de Beethoven, a

quien el humanista caroreño estudiaba y escuchaba unas tras otra sus

sinfonías, durante horas. Melómano exquisito iba también a oír tocar a

Juancho Querales, maestro de la guitarra y cantor popular por excelencia de su

barrio, cuya casa era el centro cultural de la barriada. En la casa No. 14-10 de

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la calle San Francisco se detuvo durante amaneceres infinitos, a cantarle al pie

de la ventana a una muchacha encantadora del barrio, a Paula Riera, quien

sería la madre de Rodrigo y de cinco vástagos más, hijos del amor juvenil y de

una excepcional combinación de sonidos de las cuerdas de su guitarra.

Rodrigo no pudo asistir a la escuela de música ni a la escuela primaria.

A la primera, porque el peso de una cultura semi-feudal que caracterizaba las

relaciones de la familia de la época, no permitió que entre el padre y el hijo se

estableciera una diálogo estimulante y creador que abriera cauce al proceso

enseñanza-aprendizaje, y tal vez porque Rodrigo tuvo que trabajar desde muy

niño y evadió someterse a una doble autoridad paterna. Y a la segunda no

asistió porque sencillamente no existía en el barrio. Nacido con un defecto

físico en los pies, que aparentemente le dificultaba desplazarse con normalidad

de un lugar a otro, cuando salió a jugar con compañeros de la barriada y

algunos de éstos trataron de aprovecharse de su supuesta debilidad, fueron

rápidamente persuadidos de sus erróneas apreciaciones, por la fuerza muscular

de los brazos e incluso de las piernas del pequeño guitarrista. Sus primeros

juguetes, los trompos, se los hizo él mismo, como lo tenían que hacer todos

los niños pobres de la ciudad. Un día, muy temprano, antes de que el sol

comenzara a sofocar la atmósfera de la mañana caroreña, sus compañeritos se

sorprendieron cuando lo vieron clavetear varias tablas para construirse un

cajoncito que le serviría de instrumento de trabajo, para dedicarse a limpiar

zapatos.

-Rodrigo, vamos a jugar –lo invitó uno de sus amiguitos.

-No puedo, porque voy a trabajar.

Todos sus compañeritos se rieron al no comprender por qué Rodrigo

abandonaba a muy temprana edad los lugares donde todos se divertían con sus

juegos infantiles. Lo saludaban con mucho afecto y hasta respeto, cuando lo

veían pasar con el cajoncito en la mano y atravesar la quebrada que lo

conducía hacia el centro de la ciudad, a realizar una jornada de trabajo,

también prematura para su edad, pero necesaria para contribuir al sustento de

su familia.

Cuando regresaba con 2 bolívares en el bolsillo, que le había pagado

Ché Herrera, pensaba en la fiesta que realizarían en su casa para celebrar el

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triunfo de su mano de obra infantil, en el lecho de la quebrada se le atravesó

el guapo del barrio y lo increpó:

-¿Cuánto ganaste hoy, Rodrigo?

-2 bolívares -le contestó con franqueza y dispuesto a enfrentarlo.

-¡Dámelos o te caigo a coñazos!

Rodrigo largó el cajoncito de limpiabotas, se le fue encima y derribó a

golpes a su contrincante. Cuando levantó el brazo derecho para rematarlo en el

suelo, se lo agarró Vale Cayayo, un cantor popular que alegraba las noches del

barrio con su voz y su cuatro.

-¡Déjalo, Rodrigo, que ya aprenderá a respetarte!

El guapo del barrio se levantó y se retiró cabizbajo. Rodrigo caminó

con Vale Cayayo hacia su casa, donde fueron recibidos con vítores al niño que

peleaba como un boxeador y al trasnochador y artífice del cuatro más oído en

las noches insomnes de la barriada. Paula, su madre, tocó y cantó. Rubén, su

hermano mayor, también tocó y cantó. Sus hermanas cantaron. Vale Cayayo

tocó y cantó hasta emborracharse. Rodrigo lo oía con suma atención. Cuando

aquél se retiró, tambaleando por la calle principal, pero aferrado a su cuatro,

del cual extraía melancólicas composiciones populares, Rodrigo lo siguió a

prudente distancia, para continuar oyéndolo tocar, hasta que llegó al frente de

la Escuela de Juancho Querales y se detuvo a oír a los alumnos de su padre.

Después de varias horas siguiendo el ritmo de una música que se perdía en los

callejones de la barriada, regresó a su casa donde todos continuaban tocando y

cantando, hasta que comenzó a ausentarse la noche.

La otra mañana Rodrigo sorprendió nuevamente a sus amigos que

jugaban en las afueras de sus casas, cuando lo descubrieron claveteando otra

tabla. Se le acercaron y uno de ellos le preguntó:

-¿Qué haces, Rodrigo?

-Una guitarra –respondió.

Todos volvieron a reír a carcajadas, pero no se retiraron. Rodrigo

colocó un clavo en cada extremo de la tabla y templó una cuerda de alambre

muy fino, entre uno y otro clavo. Sus compañeritos lo miraban absortos,

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pensando en la imposibilidad de que pudiera extraerle algún sonido musical,

menos una melodía. Rodrigo comenzó a tocar “Cachito Cachumba”, con

algunas dificultades pero con indiscutible maestría. Sus compañeritos gritaron:

-¡Viva a Rodrigo! ¡Viva Rodrigo! -y éste se retiró satisfecho hacia su

casa, para hacer oír entre sus familiares, los sonidos de su improvisado

invento. Cuando su hermano mayor, Rubén, lo oyó, le dijo:

-¡Deja la bulla, Rodrigo! La vibración de esa cuerda es un simple ruido.

-No es un ruido, sino que no se puede afinar. Suena como tu guitarra,

que también está desafinada. Pásamela que yo te la afino –le respondió

Rodrigo.

En medio de la sorpresa de todos y las dudas de Rubén, que era

guitarrista reconocido en el barrio, éste le extendió la guitarra y Rodrigo,

después de precisar los ritmos musicales de sus cuerdas, se la devolvió

afinada.

-De hoy en adelante serás el afinador oficial de mi guitarra –le expresó

Rubén, quien decidió invitarlo a las fiestas y a las serenatas que armonizaba

con su guitarra y un pequeño conjunto musical que constituyó a los pocos

meses, para que afinara su lira en el menor tiempo y con la mayor precisión

posibles.

En un barrio de músicos, no dejó de llamar la atención que un niño que

no había asistido a la escuela, que no tenía maestro particular, pudiera afinar

una guitarra con la rapidez y la exactitud de un verdadero artista. Veían como

más natural que un niño aprendiera a nadar en la zona inundada del barrio y

luego atravesara a nado el río Morere, que en época de lluvias rompía el dique

de contención, anegaba las casas de Barrio Nuevo y de gran parte de Carora, y

formaba grandes lagunas en las que Rodrigo también se destacaba

chapaleando en el agua y ayudando a las familias afectadas a salvar sus

utensilios y animales domésticos.

Rodrigo formó parte de un grupo de muchachos que se reunían en la

esquina denominada Japón, a tocar improvisadamente algunas composiciones

que oían y aprendían de los mayores, que en otra esquina revelaban sus

conocimientos adquiridos en la Escuela de Juancho Querales. Sus compañeros

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le pedían que les afinara sus guitarras y comenzaron a aprender música

internacional que Rodrigo tocaba, después de ir al cine Salamanca a ver las

películas del momento. En una de esas reuniones se le acercó su padre y le

dijo:

-Afíname ese cuatro.

Rodrigo armonizó los sonidos de sus cuerdas e hilvanó algunos acordes

musicales y le regresó el cuatro afinado.

-Tienes oído musical –le expresó Juancho Querales y se marchó.

Rodrigo también se marchó. Al otro día fue a El Diario a buscar 100

ejemplares para venderlos. Antes de salir a realizar su nuevo trabajo, José

Herrera Oropeza se le acercó con la guitarra en las manos, rodeado de toda

familia y de los trabajadores del periódico. Rodrigo entendió y tocó todas las

composiciones populares que había oído la noche anterior en las calle de

Barrio Nuevo. Luego salió a recorrer las calles principales de Carora gritando

el titular de primera página:

-¡Homenaje al maestro Ramón Pompilio Oropeza!

-¡Vendo edición especial de El Diario!

Tocaba las puertas de las viviendas donde siempre le compraban el

periódico, cualesquiera de los que generalmente vendía. Cuando entró en el

jardín de la casa de doña Carolina de Herrera y tocó el timbre, por la puerta

lateral, reservada para la entrada del servicio doméstico, le salió un inmenso

perro “San Bernardo”, cuyos ladridos le hizo soltar los periódicos y subirse

hasta la parte alta de una ventana de hierro. Ante los ladridos del perro

guardián, doña Carolina se asomó por la ventana y observó que Rodrigo

estaba sobre su cabeza, en la parte superior de la reja que la protegía. Lo miró

y le dijo:

-Pero Rodrigo, no te preocupes, que ese perro es capao!

-¡Perdone doña Carolina. Agarre su perro, que yo no le temo a sus

cojones .sino a que me muerda!

Entre risas y gritos al perro para que se retirara al interior de la casa,

salió doña Carolina, bajó Rodrigo y entre ambos recogieron los periódicos

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diseminados por el suelo. Doña Carolina había leído en una edición anterior

de El Diario que su pregonero era un prodigio de la guitarra, le dijo que ella

no entendía mucho de música, pero su marido era un aficionado al violín y

que le gustaría que lo oyera. El niño portento de la guitarra entró y fue

recibido por don Flavio Herrera en el momento en que ejecutaba un solo de

violín de un compositor desconocido. El novel guitarrista lo observó y oyó

hasta el final. Don Flavio le preguntó qué le parecía su ejecución.

-Usted es un gran violinista. Présteme una guitarra y yo le toco lo que

acabo de oír.

Don Flavio buscó su guitarra y se la entregó. Rodrigo tocó exactamente

lo que improvisaba su nuevo anfitrión y luego ejecutó y cantó nuevas

composiciones de su repertorio popular. Felicitado y aplaudido fue invitado a

visitarlo cada vez que tuviera tiempo para cenar juntos y ensayar algunas

composiciones para violín y guitarra. Rodrigo le contestó que volvería

después de ir al cine y oír nuevas canciones.

-Toma Rodrigo, el pago de la suscripción del mes. Y deja los periódicos

entre los barrotes de la reja, pero no dejes de venir a tocar con Flavio –le

expresó doña Carolina.

Le extendió varias monedas y lo despidió con afecto, que expresaba un

sentido maternal. Rodrigo siguió su marcha hasta vender todos los periódicos.

Por la tarde salió a vender empanadas. En la puerta del cine Salamanca se

encontró con el dueño del local y le dijo:

-Don Gonzalo, le cambio esta empanada, la última que me queda, por

una entrada al cine.

-Entra a ver la película y cómete tu empanada –le respondió Gonzalo

González.

En el Patio del cine se encontró con Manuel Herrera y juntos vieron la

película, en la que cantaba y tocaba guitarra Tito Guizar. Lo oyeron en

completo silencio. Cuando salieron a la calle le manifestó a Manuel:

-Vamos a tu casa, que quiero tocar en la guitarra de Josefina, lo que

estaba tocando Tito Guizar.

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Caminaron por la calle Bolívar hasta la Sala de Redacción de El Diario,

recorrido que repetirían muchas veces, para hacer del cine una escuela y la

Redacción del periódico una sala de ensayo musical. La casa estaba sola, la

edición de El Diario había sido cerrada. Bajo la dirección de Rodrigo, los dos

jóvenes tocaron y cantaron “Cielito Lindo”, “Méjico Lindo y Querido” y otras

canciones del repertorio mejicano. Al terminar, Manuel le expresó a Rodrigo:

-Mañana volvemos al cine.

-Mañana no puedo, el dinero que gané hoy y el que me gane mañana se

lo daré a mi mamá – le respondió Rodrigo.

-Yo te invito mañana y tú me enseñas a tocar la guitarra.

Rodrigo aceptó la proposición y se dispuso a retirarse. Manuel le

acompañó hasta el portón de salida. En el camino, Rodrigo pensaba lo que

tendría qué hacer para ir al cine todos los días, su única y verdadera escuela de

música y de lenguaje, a través de grandes artistas internacionales. Le gustaría

ser un hombre como Ché Herrera o Chío Zubillaga. Le gustaría viajar por el

mundo que aparece en las películas. Tenía que trabajar y estudiar. Al llegar a

su casa le expresó a su hermana mayor:

-Carmen, quiero estudiar. Mañana vamos a la casa de Vicenta Pérez,

para que me inscribas en su escuela. Yo venderé más periódicos, más

empanadas y haré cualquier otro trabajo que buscaré pronto, para pagarle mis

estudios.

Vicenta Pérez no era maestra, no tenía ninguna escuela formal. Era una

humilde señora del barrio, preocupada por la religión Católica, Apostólica y

Romana y por las primeras letras, que enseñaba a leer y escribir a los niños y

jóvenes pobres de Barrio Nuevo. En esa escuela fue inscrito Rodrigo. Por la

mañana, antes de ir ala escuela, tenía que buscar ocho latas de agua en una

pileta cercana al barrio, para el consumo familiar. El primer día de clase y

durante todo el tiempo que estuvo asistiendo a su escuela, la maestra le

ordenaba que moliera doce máquinas de maíz, antes de comenzar a enseñarle

el alfabeto. Luego recibiría las primeras lecciones en el libro de Alejandro

Fuenmayor y después en un segundo libro de Historia de Venezuela, hasta que

compelido por la urgencia de realizar un trabajo más productivo, una vez

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dominadas las bases fundamentales de la lectura y la escritura, decidió hacerse

zapatero, un oficio que aprendían los adultos de Carora, pero que él tendría

que aprender y aprendió a los quince años.

EL CANTO DE LOS PÁJAROS AFINAN EL OÍDO

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ALIRIO tenía 12 años cuando comenzó a explorar la vía de escape hacia el

más allá y abrirse paso en un complejo mundo de sueños infantiles, frente a

una dura realidad que le tocó vivir, con una guitarra a cuestas, desde La

Candelaria, aldea de La Otra Banda, invadida por el viento que levantaba

oleadas de polvo y obligaba a sus moradores a encerrarse en sus casas o

emigrar hacia el Lago de Maracaibo, donde comenzaba la explotación

petrolera, con una mejor oferta para el trabajo, para la vida y para la muerte.

Otros buscaban conquistar el centro de la política y de la cultura, vía Carora y

de allí al universo.

A pie y calzando alpargatas, arreando un burro cargado con pieles de

chivo para las curtiembres de Carora, con apenas 12 años de edad, después de

atravesar 30 kilómetros que separan a su aldea nativa de aquella ciudad, bajo

un sol estallante que calcina las piedras y los árboles en el semidesierto del

Playón de Plumilla, arribó por primera vez al mundo cultural que promovían

Cecilio Zubillaga Perera y José Herrera Oropeza. “Impresionado y azorado -

por lo que veía por primera vez y sobre la que escribió años más tarde- conocí

lo que era una ciudad de calles rectas y limpias, un río con su puente y una

hermosa plaza urbana”. Se sintió en otra realidad, en otra dimensión humana,

que lo atrapó en el momento, pero que le gustaría enfrentar, no sólo con la

audacia de su imaginación, sino también con el coraje de un joven campesino

dispuesto a formar parte de lo que aparecía ante sus ojos como el símbolo de

una civilización desconocida, pero cuya imagen se la habían revelado algunos

periódicos que esporádicamente llegaban a sus manos.

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Después de vender los cueros de chivo, embriagado por la ciudad

decidió quedarse en la casa de su hermano Fulvio, donde conoció ese mismo

día a Clímaco Chávez, luchador revolucionario, guitarrista y cantante popular,

con quien estrecharía nexos de amistad entrañables y para toda la vida. Esa

misma noche se fueron de serenatas, en las que Chávez, por su edad y por el

dominio que ejercía sobre su guitarra, llevaba la primera voz y la primera

opción entre las muchachas bellas de las barriadas de Carora. Alirio aprendía y

se sentía, cada hora que pasaba, más atraído por la ciudad y sus circunstancias.

Clímaco Chávez le habló, además, de la revolución en la Unión Soviética, de

Chío Zubillaga y de su condición de obrero, que lo identificaba con el

proletariado internacional. Alirio le manifestó:

-Me gustaría conocer a Chío Zubillaga.

-Quédate un día más, después de mi jornada de trabajo en la Tipografía

de El Diario vamos a conocerlo. Es un gran revolucionario y amante de la

música. Estoy seguro que le va gustar oírte, porque eres muy joven para lo

bien que tocas –le contestó Chávez, cuando se despedían en la madrugada.

-Sí, me quedaré y esperaré a que salgas de tu trabajo.

Alirio contaba con la solidaridad absoluta de su hermano Fulvio, quien

al conocer su decisión de quedarse para conocer a Chío Zubillaga le expresó

su respaldo y su disposición a acompañarlo.

-Mi vocación periodística y política se la debo a Chío Zubillaga. Soy un

gran admirador de su pluma y de su combatividad –le dijo muy entusiasta,

Fulvio, quien contribuiría mucho con su apoyo a decidir que Alirio regresara a

Carora.

Por la tarde se presentaron al “Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga. En

principio, éste no se sorprendió, conocía a Clímaco Chávez como un luchador

social que difundía entre trabajadores de la ciudad y del campo su

pensamiento revolucionario, que el propio Chío estimulaba entre los más

jóvenes y combativos muchachos que le visitaban o leían. La primera

impresión de Alirio frente a Chío Zubillaga fue de anonadamiento. Humilde

como todo campesino y deseoso de aprender como toda gran inteligencia

humana, fue sorprendido por un hombre corpulento, gesticulando y hablando

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con una gran precisión sobre los más diversos temas del momento, hasta

descender a una conversación sencilla, para satisfacción y orientación de un

joven de La otra Banda, que buscaba y necesitaba precisamente eso: la voz y

el pensamiento de un maestro que lo estimulara a ser partícipe de una sociedad

civilizada.

-El ascenso de Adolfo Hitler al poder en Alemania es un gran peligro

para la humanidad. Podemos estar cerca y ser víctimas de una de las más

terribles y criminales dictaduras que hayan azotado a Europa y amenacen a

todo el globo –fue el comentario final que hizo Chío Zubillaga, después de oír

una información por radio acerca del triunfo electoral del jefe del nazismo.

Luego se dirigió a Clímaco Chávez y le expresó:

-Tú debes ser familia de José Chávez, herrero y flautista de Barrio

Nuevo, de quien escribí hace algún tiempo una nota que les voy a leer: Como

flautista formaba parte de la Banda Filarmónica de Zacarías Gallardo. (En esa

época había en Carora si no más afición, mayor interés por la música, capitel

celeste de las bellas artes). No estábamos tocados entonces de excesiva abulia

o de superficialidad, hasta el momento en que cayera nuestra música en el

caso regresivo, que ha hecho notar nuestro compañero Isaías Ávila en las

columnas de “El Yunque”.

Al terminar la lectura, miró a los asistentes y preguntó:

-¿Quién de ustedes va a tocar?

-¡Alirio! –afirmó con voz ronca y categórica, Clímaco Chávez.

Chío fijó su vista en el muchacho campesino, quien buscaba

acomodarse en una silla de cuero para poder abarcar con sus brazos la guitarra

de Clímaco Chávez. Una vez posesionado de su instrumento, tocó

“Conticinio”, un vals de Laudelino Mejías y varias composiciones románticas

que había aprendido entre sus familiares en La Candelaria. Chío captó su vena

artística e hizo llamar a Ché Herrera para que lo oyera. Alirio volvió a tocar

todo lo que constituía su repertorio de música popular, que provocaron el

comentario entusiasta de Chío Zubillaga:

-Ché, este es otro joven que debe salir de Carora.

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-Primero, de La Candelaria, porque Alirio se regresa mañana. Aunque a

él lo que más le gusta es escribir –se adelantó Clímaco Chávez.

-Escriba para El Diario -le dijo José Herrera Oropeza.

-Está bien, Ché, pero este muchacho será un gran guitarrista si

logramos que salga a estudiar a otra parte, donde haya una buena escuela de

música. Tù y yo podemos y debemos hacer algo por Rodrigo y Alirio.

-De acuerdo contigo, Chío, haremos todo lo que esté a nuestro alcance.

Por ahora Alirio puede enviarte algún artículo, se lo corriges y se lo

publicamos en nuestro periódico.

Alirio y su compañero se despidieron y esa misma noche le llevaron

una serenata a la novia de Clímaco Chávez. Carora y su entorno ejercían un

poder de fascinación en la mente de Alirio. No quería regresar a La

Candelaria, pero el mandato de su padre le resultaba imperioso:

-Regresa pronto, hay que cuidar las huertas y los animales. Tú eres el

único que me queda en La Candelaria y quien puede ocuparse de mis

negocios, que serán tuyos cuando yo muera o no pueda atenderlos.

Desde muy niño Alirio hacía los mandados de la casa, acompañaba a

las niñas y hasta a las mujeres a los lugares cercanos, llevaba los burros a los

bebederos y trabajaba en un conuco. Sembraba maíz y pasto, construía y

reparaba cercas de alambre y de broza, limpiaba la maleza a punta de machete

y peinilla, excavaba estanques con pico y barretones, escardillas y palas. Al

terminar estas jornadas cumplía algunas obligaciones domésticas, que en

cierto modo consideraba menos agotadoras, aunque no propias para el

descanso: buscaba agua en los estanques, cortaba y cargaba leña para el fogón

de la cocina, jopeaba chivos y limpiaba los corrales, sabaneaba el ganado en

lugares lejanos y si tenía tiempo cuidaba la pulpería de su padre.

-Alirio, vamos a jugar –le gritaban varios niños de su edad, cuando lo

veían regresar de la lejanía.

A Alirio le gustaba jugar con los niños de La Candelaria, pero prefería

oír música cuando tenía algún tiempo libre. Había espacio para correr, gritar y

saltar, pero le faltaba tiempo par oír música. Los niños no deberían trabajar,

pensaba Alirio. Es la única manera de hacerse hombre, pensaba su padre.

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-No te vayas, Alirio. Vamos a jugar.

Niños y niñas jugaban Las Flores, Los Mosquitos,, El Ramito, la

Tapara, El Retrato, El Barco, Goyana, El Monigote. Los varones se separaban

de las hembras para jugar La Cuadrilla, El Cedazo, El Oso, El Gavilán, La

Gallina Clueca, La Cebolla, el Pilón y El Enigma. También se separaban para

cazar a los zorros que mataban las gallinas, y sobre todo para ver cómo hacían

el amor los animales.

Antes de salir del “Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga, la mirada de

Alirio se extendió por las paredes cubiertas de libros y de letreros con frases

de hombres y mujeres famosos del mundo. Cuando leía una frase de Víctor

Hugo, que decía:

“Modelar una estatua y darle vida

es hermoso; modelar una inteligencia

y brindarle la verdad es más hermoso aún”

Chío se le acercó y le preguntó:

-¿Te gustaría leer Los Miserables?

-Sí, don Chío. Muchas gracias.

Salió con un libro en las manos y el pensamiento en las nebulosas, a

serenatear con Clímaco Chávez.

Chío Zubillaga y José Herrera Oropeza continuaron dialogando.

-Ese muchacho también se perderá si no lo sacamos de La Candelaria,

en ese desierto el sol es tan destructivo como las guerras civiles del siglo XIX,

ha calcinado gran parte de la vida, y aunque el hombre se ha hecho más

resistente a la soledad, la naturaleza se ha tornado más triste –expresó Chío

Zubillaga en su afán de estimular la conversación con su colega y amigo, de la

cual generalmente extraían temas y motivos para sus trabajos periodísticos.

-No exageres, Chío, en La Candelaria desaparecieron las voces de

mando de los caudillos liberales y conservadores que armaban y levantaban la

peonada, saqueaban los pueblos y obligaban a los ricos a entregar

contribuciones de guerra o enterrar sus morocotas.

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-Nada de exageraciones, mi querido Ché, en esas playas no quedará

nadie, excepto los muertos, cada día es mayor la emigración de jóvenes

absorbidos por el pulpo petrolero del Lago de Maracaibo, fascinados por el

señuelo del oro negro, del nuevo Dorado; y los pocos que quedan tienen que

enfrentar los rigores de un desierto que crece empujado por el verano y el

hacha que liquida los árboles y las flores.

Mientras Alirio se detenía a oír el canto de los pájaros y se sentía

acompañado, observaba simultáneamente con impotencia y con envidia, la

marcha de muchos jóvenes. Las casas abandonadas eran ocupadas por

fantasmas que las sujetaban para evitar su desplome total. La tierra se iba

quedando sin los brazos para la siembra y sus óvulos fertilizantes

desaparecían. Los chivos se fueron reduciendo a los pocos sobrevivientes de la

pradera circundante, que lentamente se reducía a la presencia vital de cardones

y tunas. La trágica erosión de La Otra Banda, que constataba todos los días en

su relación directa con la tierra que estaba obligado a trabajar, se le convertía

en una lengua de fuego que lo impulsaba a seguir los pasos de los emigrantes,

cuando leía los artículos de Chío Zubillaga en el periódico de dirigía José

Herrera Oropeza, en los que denunciaba la miseria del campesino y el

abandono en que lo mantenían las autoridades obligadas por ley a protegerlo.

-Los candelareños tendrán que vivir de la mezquindad del desierto, si

son capaces de utilizar los pocos brazos que les quedan para construir lagunas

y represar las pocas aguas que caen durante las pocas lluvias que alivian la

aridez de la tierra, antes de escurrirse por quebradas tortuosas hacia el río

Morere y luego hacia el Mar Caribe.

Chío Zubillaga y Ché Herrera continuaban platicando por largas horas,

hasta que decidían volcar en las páginas de El Diario las conclusiones de sus

debates. Desde la Sala de Redacción del periódico y desde el “Cuarto-

Biblioteca” del primero establecían hilos comunicantes con los barrios de

Carora y con los caseríos circundantes.

-Ya se han adaptado –Chío- a la metamorfosis de la tierra. Mientras el

ganado vacuno se reduce a unos cuantas cabezas, en las pocas huertas de los

pequeños propietarios que ven desaparecer sus modestas fortunas, emergen

rebaños de chivos para alimentar a los más pobres, que cada día serán más,

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hasta que todos sucumban ante la adversidad de la naturaleza y la incapacidad

de los habitantes para incorporar nuevas técnicas para el cultivo de la tierra, y

la incuria de los gobiernos frente a la tragedia humana, que por siglos los

azota.

-Sí, ya lo sé, incluso lo he visto. Sólo una que otra mula, uno que otro

burro, una que otra vaca quedan pastando en los alrededores de La Candelaria

como demostración de un pasado, no sólo pleno de prosperidad, sino también

saturado de una evidente fuerza impulsora de paz y de guerra, que generaban

los hombres y las cabalgaduras que imponían el orden en una sociedad

conmocionada por la violencia de los más intransigentes.

-Todo se ha ido tornando más tranquilo, terriblemente solitario. Pero

todos se salvarán. No te olvides, Chío, que tienen varias vías de escape.

Carora que no sólo es el camino hacia la cultura en el centro del país, sino

también hacia cualquier otra nación del Caribe y del mundo; la zona petrolera

del Lago de Maracaibo que los conducirá a un mejor nivel de vida; y

finalmente, la música los unirá a través de los sonidos, al universo de un

lenguaje común.

Cuando Alirio emprendió el regreso atravesó el puente sobre el río

Morere en dirección a La Candelaria, miró hacia atrás y volvió a ver la ciudad

por la cual se sintió fuertemente atraído y la que no desaparecerá de su

imaginación ni de sus sueños de emigración. Volveré muy pronto, pensó, y se

internó en el mundo del cual todavía se sentía formando parte, el que

abandonaría muy pronto, pero del que no se desligaría jamás, aun cuando

volviese a Carora y los sonidos que extraía de su guitarra lo llevasen a recorrer

los principales teatros de las grandes ciudades del universo. No olvidaría el

canto de los pájaros, sus grandes maestros de su oído musical. Así los

recordará, cuando varios años después regrese a la aldea que lo vio nacer.

“No hubo amanecer sin que al saludar al alba y a la vida no nos

despertase con la delicia de sus entonaciones de júbilo, de esperanza, de

tristeza, con aquella profusión de ritmos, melodías y armonías que jamás

orquesta alguna soñó interpretar... los olímpicos silbidos del turpial, los dejos

de la perdiz, siempre triste y perdida como su nombre; y los loritos, siempre

alegres; la guacoa con su agorero fa-mi; la presencia melódica de la paraulata,

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de las palomas burreritas y del san antoñito; la actuación solitaria del cardenal;

la actuación percuciente del carpintero y del chemeque, despertadores

matutinos con sus redoblantes sobre troncos de cardón; el tímido canto del

juangil para el presagio o súplica de la lluvia. Y como conclusión triunfal del

concierto, teníamos las parrandas de las cotorras, que al igual que los canarios

eran los únicos pájaros que solían darse cita colectiva, para romper con sus

trinos a los cuatro vientos desde las copas más elevadas de los árboles”.

A ese ambiente natural se sumaba el familiar y comunitario. Todos los

miembros de su familia tocaban y cantaban para hacer desaparecer por breves

momentos la tristeza que traía la proximidad de la noche. Incluso su padre,

Pompilio Díaz, un hombre recio, de espíritu feudal con relación al trabajo, era

profundamente sensible a la combinación armónica de los sonidos. Y en la

mayoría de las casas de La Candelaria se rendía culto a la lira, al cuatro y al

canto popular. La música acompañaba el quehacer diario de hombres y

mujeres que, después de una jornada rutinaria de trabajo decidían alegrar la

vida y alejar los espantos.

Alirio se detenía a oír las cantilenas que generalmente las madres

campesinas cantaban para dormir a los niños. Muy cerca de la cocina oía el

ritmo perfecto que lograban las piloneras de maíz y el preciso palmoteo de las

amasadoras de arepas. En las fiestas patronales de La Candelaria, mientras la

mayoría de los niños se divertía jugando y viendo uno que otro payaso, Alirio

–durante los 3 días que duraban dichas fiestas- se extasiaba escuchando la

Banda de Música “Lara” interpretar diversas composiciones musicales,

especialmente el valse venezolano “El Ausente”. En la retreta que se

presentaba en la plaza del villorrio, en los bailes que se realizaban en

diferentes casas de familia y hasta en la pulpería de su padre, estaba atento al

ritmo que tocaba la orquesta popular. Después de oír por largo rato a la Banda

“Lara” se dirigió a la habitación de su hermano Atanasio, quien descansaba en

un chinchorro, y le expresó:

-¡Préstame tu cuatro, Atanasio!

-Si lo sabes tocar, bájalo.

Tomó el cuatro que colgaba en la pared y tocó el valse “El Ausente”,

que había oído tocar a la banda “Lara”. En esos momentos no sabía que el

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cuatro era un instrumento acompañante y no melódico. Tampoco lo sabía su

hermano Atanasio, pero éste se levantó y gritó a todo pulmón:

-¡Alirio será el mejor cuatrista de La Candelaria y de La Otra Banda!

Pronto nos acompañará a tocar en los bailes y en las fiestas del pueblo.

Todo lo que su hermano Atanasio y Chepel Riera –el Esopo de su

infancia- tocaban en el cuatro, Alirio lo imitaba. Pero lo que más le llamó la

atención fue la guitarra de su hermana Ángela. Cuando la oía tocar se

concentraba al máximo, tratando de aprenderse de memoria lo que ella

ejecutaba. Cuando consideró que podría hacerlo tal como Ángela lo realizaba,

la abordó:

-Ángela, préstame tu guitarra.

-Cuando aprendas a tocar bien el cuatro.

-Yo sé tocar el cuatro y también la guitarra.

-Dale para ver si es verdad –le dijo la hermana y le extendió la guitarra.

Cuando hizo sonar las cuerdas de la guitarra, constató que muchos

acordes tenían posiciones idénticas a las del cuatro. Todo el cordaje

guitarrístico lo aprendió observando a sus familiares y amigos, con la

excepción del de la dominante de mí, para cuyo aprendizaje solicitó el auxilio

técnico de Alba Julia, una de sus primas que tenía un alto dominio de la

guitarra. Después de tocar y cantar varias canciones populares con su hermana

y otros familiares aficionados a la música, algunos amigos del vecindario se

acercaron para oírlo. Al final, Ángela expresó:

-¡Alirio será el mejor de todos nosotros!

Entusiasmado por el éxito económico y amoroso de los serenateros

románticos de La Candelaria, La Otra Banda y Carora, formó varios duetos y

conjuntos musicales con jóvenes de su edad, entre quienes destacaron Braulio

Urquiola Mosquera y su hermana Dorotea, Juan Pablo y Ángel Verde, Jesús y

Mario Leal.

Su pasión por la guitarra le permitió superar o por lo menos mitigar la

dureza de algunos trabajos, especialmente cuando hacía de mandadero para

Muñoz, villorrio cercano, donde además de poder contemplar y cantarle a las

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mujeres más bellas de La Otra Banda, existía una excelente y reconocida

afición por la guitarra. En esos viajes visitaba a las Zambrano, en La Reforma,

y tocaba y cantaba con ellas y para ellas. En la casa de don Isaías Mosquera,

en la pulpería de Silvino Mendoza y en la casa de don Antonio Vicente

Nieves, en el Rosario, pasaba largos ratos tocando y cantando con sus amigos

y amigas aficionadas a la guitarra en particular y a la música en general.

Impresionado por los avances que experimentaba en el manejo de la

guitarra, su padre decidió enviarlo a la escuela primaria que funcionaba

precisamente en el caserío Muñoz, donde fue inscrito para estudiar primer

grado. Al ingresar dio rápidas e inteligentes demostraciones de fácil

aprendizaje. Había aprendido a leer y escribir con su tío Juan Bautista Verde,

quien lo distinguió de manera especial por su afición a la guitarra.

Durante sus estudios en Muñoz, cuando predominaba la violencia

contra los niños como método de enseñanza, el maestro le llamó la atención

porque estaba entonando una canción en el aula. Ante su insistencia por el

tarareo de algunas canciones, el maestro se encolerizó tanto que decidió

castigarlo, propinándole diez palmetazos en las palmas de las manos.

-¡Ponga las manos con las palmas hacia arriba! –le gritó enfurecido.

Alirio colocó sus manos en la posición indicada. El maestro observó

que tenía las uñas largas y mal limadas.

-¿Por qué tiene las uñas así? –le preguntó, bajando el tono de la voz.

-Para poder tocar guitarra –respondió Alirio, sin salir todavía de la

consternación que le producía la violencia verbal del maestro.

Este, que era guitarrista y bohemio empedernido, bajó la palmeta y le

expresó:

-Pórtate bien, para que toquemos más tarde.

Alirio respiró profundo y se retiró hacia su pequeña silla que le servía

de pupitre y oyó con atención la voz del maestro hasta el final de la clase.

Cuando el docente anunció que había finalizado la actividad en el aula, Alirio

se dirigió a la Iglesia a oír una misa cantada y el órgano que tocaba Mamerto

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Mendoza. Al terminar la misa caminó hasta la casa de don Antonio Vicente

Nieves, donde le presentaron al Padre Juan José Bernal.

-Este es Alirio, un niño prodigio de la guitarra –le expresó Nieves al

sacerdote.

-Vamos a tocar y cantar, le dijo el cura –y empezó:

-Solamente una vez se ama en la vida.

Alirio lo acompañó con la guitarra. Cantaron también las hermanas

Nieves, Silvino Mendoza y otros trovadores populares de La Otra Banda.

Durante su regreso a La Candelaria volvió a oír el canto de los pájaros y pensó

que lo estaban despidiendo. Recordó a Chío Zubillaga y a José Herrera

Oropeza, reafirmó su voluntad de abandonar el desierto sobre el cual

caminaba y se imaginó que volaba hacia las estrellas. Sin embargo, al tropezar

con una tuna espinosa retornó a su realidad de adolescente campesino. Siguió

su marcha y al atardecer arribó a su aldea natal.

UNA GUITARRA Y UN LIBRO PRESTADOS

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RODRIGO pasó frente a El Diario, pero no se detuvo a limpiarle los zapatos a

José Herrera Oropeza ni a tocar guitarra, había decidido realizar otro trabajo y

aspiraba llegar rápido a la fábrica de zapatos de Paulino Aldazoro. Eran las 7 y

30 de la mañana cuando llegó a la zapatería. Esperó hasta las 8 a.m. y cuando

un empleado abrió la puerta principal, entró y preguntó:

-¿Don Paulino vendrá pronto?

-Sí. Está en su casa, pero ya viene. ¿En qué podemos servirle? –

preguntó a su vez el ayudante de zapatero.

-Necesito me enseñe a fabricar zapatos. Necesito hacerme zapatero y

producir algo más de lo que gano como limpiabotas y vendedor de periódicos

y empanadas. Quiero ayudar a mi familia y hacer algunos ahorros para

comprar una guitarra.

-Eso es posible, pero la primera lección que usted debe aprender es

pasar todos los días por debajo de esa mesa, para luego comenzar como

aprendiz de zapatero. Si don Paulino lo contrata, yo le enseñaré cómo se hace

un zapato.

-Eso de pasar por debajo de la mesa no puede ser la primera lección

para hacerse zapatero. Yo puedo pasar por debajo o por encima la mesa, pero

eso no puede ser la manera de comenzar para aprender zapatería.

Paulino Aldazoro llegó en ese momento e intervino para rectificar la

actitud de su ayudante.

-Pase adelante. Hoy mismo empieza, me gusta el espíritu de trabajo de

los jóvenes que necesitan abrirse paso en la vida. Yo lo he visto trabajar a

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usted limpiando zapatos y vendiendo empanadas y periódicos. Estoy seguro

que aprenderá muy pronto.

Rodrigo recibió las primeras instrucciones del dueño de la zapatería y

trabajó en su nuevo oficio hasta las 6 de la tarde. Se despidió y corrió hasta el

cine Salamanca, llegó antes de que empezara la película “Pajarillo

Manzanero” en la que participaban varios artistas mexicanos. Al finalizar la

película se dirigió a la Redacción de El Diario y se encontró con su amigo

Manuel Herrera Oropeza, quien no había concurrido esa noche al cine, por

tener que ayudar a su padre en la corrección de algunas páginas de galera, para

la edición del día siguiente.

-Manuel, préstame la guitarra de Josefina y te enseño por un bolívar, la

introducción de “Pajarillo Manzanero”.

-De acuerdo –le respondió Manuel y le entregó la guitarra de su

hermana. –Vamos. ¿Cómo empieza?

Rodrigo tocó varias veces la introducción de la canción y luego le pasó

la guitarra a Manuel Herrera. Este también la tocó con toda la precisión del

caso. Se sintió satisfecho y ambos se dedicaron a ensayar las canciones que

tocarían y cantarían esa madrugada en las ventanas de las casas de varias

muchachas de Barrio Nuevo. Antes de separarse, Manuel le comunicó que le

tenía otro trabajo relacionado con la música.

-El Conjunto Pentagrama va a tocar mañana por la noche en el Club

Torres y le falta un músico, porque se enfermó el cuatrista. Vamos a preguntar

cuánto te pagan y si te quieren oír tocar el cuatro antes de que te contraten.

Salieron de la Sala de Redacción de El Diario y juntos se dirigieron a la

sede del principal club de la ciudad. Manuel Herrera lo presentó como un

fenómeno del cuatro, para que los dejaran entrar. Una vez en el interior de la

sala de baile, caminaron hacia donde estaba el Director del Conjunto, lo

abordaron y éste preguntó:

-¿Has ensayado bastante?

-Tenemos varias horas ensayando –contestó Manuel.

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Le entregaron un cuatro y sin previo ensayo, Rodrigo se incorporó al

Conjunto Pentagrama y tocó hasta altas horas de la noche. Recibió 2 bolívares

como pago por su actuación. Desde esa noche – y después de confesar que no

había ensayado- Rodrigo quedó consagrado como el sustituto de todos

aquellos músicos que faltaban por una u otra razón a participar en cualquier

orquesta de la ciudad. Entre los músicos se le conoció como el único que no

necesitaba ensayar para tocar cualquier composición musical. Sólo necesitaba

que alguien arrancara o comenzara a tocar, para luego él acoplarse con

maestría al ritmo en ejecución.

Pero el trabajo en una orquesta popular no se realizaba todos los días y

Rodrigo se vio obligado a continuar en la zapatería, hasta que un día su

hermana mayor le informó que en las cercanías de Barrio Nuevo estaban

explotando una cantera de piedra, en la que pagaban más que en la zapatería.

-Lo que ganas, ya no alcanza para todos. Somos muchos, Rodrigo, y

tienes que ganar un poquito más.

En las horas libres que le dejaba su oficio de aprendiz de zapatero, iba a

la cantera a picar piedra, para el concreto de algunas de las calles que en ese

momento se estaban arreglando en Carora. En esta jornada ganaba más, pero

era más dura. Con el primer salario de este último trabajo compró sus

primeros pantalones largos.

Cuando volvió a la zapatería, Paulino Aldazoro le comunicó:

-He decidido instalar la fábrica de zapatos en Barquisimeto, una ciudad

más grande, donde posiblemente aumente las ventas y le pueda aumentar su

salario, si decide irse conmigo. Piénselo bien y me avisa.

-Lo pensaré, don Paulino.

Rodrigo pensó que debería consultar con su madre y con sus hermanos

mayores, aunque a los 15 años se sentía totalmente independiente. Pero salir

de Carora para otra ciudad era un acontecimiento de cierta trascendencia, por

tener que alejarse de una familia a la cual estaba estrechamente unido por

tradición y por necesidad. También creyó conveniente la consulta familiar

porque la mayoría de la familia dependía de su trabajo.

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Cuando salió de la zapatería y caminaba para su casa, frente a la plaza

Bolívar lo abordó Tino Carrasco, famoso músico de la ciudad que dirigía un

conjunto musical muy popular y de mucho prestigio en Carora y sus

alrededores.

-Necesito que me acompañes esta noche a tocar en el Centro “Lara” y

vamos el viernes a inaugurar Radio Coro.

Rodrigo se sintió verdaderamente complacido, aunque pensó que quizás

no ganaría lo suficiente como poder cambiar de trabajo, pero se podría abrir

un porvenir musical y era lo que ya comenzaba a concebir, no sólo como un

medio de subsistencia, sino también -y era lo fundamental- como parte

integral de su vida.

-Muy bien, don Tino. Tocaremos esta noche y el viernes viajaremos a

Coro. En el libro de Fuenmayor leí que cerca de Coro había unos médanos,

grandes cúmulos de arena. ¿Usted los conoce, don Tino?

Tino Carrasco no conocía a Coro, pero para no quedar mal frente a un

muchacho a quien consideraba su discípulo, sonrió, lo tomó por el brazo y le

expresó:

-Te llevaré a conocer todo lo que quieras.

Esa noche Rodrigo tocó la guitarra con el Conjunto Musical de Tino

Carrasco, sin previo ensayo. Cuando llegó a su casa no podía conciliar el

sueño pensando cómo sería Coro, cómo sería Barquisimeto. Carrasco lo

invitaba a conocer la primera ciudad, y Aldazoro lo invitaba a conocer la

segunda. El día siguiente lo tendría libre en la zapatería porque estaban

preparando la mudanza. Lo aprovechó para despedirse de su amigo, guía y

protector, José Herrera Oropeza y se dirigió a la casa de El Diario. Esta vez no

llevaba el cajoncito de betunero, ni pediría periódicos para vender. Ya había

cambiado de oficio.

Ché Herrera lo recibió con el afecto de siempre. Apenas lo hizo esperar

algunos minutos, mientras corregía una página de la próxima edición de su

periódico. Rodrigo lo vio inclinado sobre la mesa de trabajo, lo vio muy gordo

y sintió que la respiración se le dificultaba. Pensó que también le gustaría ser

periodista y dirigir un periódico. Ver su nombre estampado en primera página

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y entregárselo a los muchachos de su barrio para que lo vendieran en las calles

de Carora. El Director de El Diario se le acercó sonriente y le dijo:

-Ya no vendes mi periódico ni las empanadas de tu mamá, no eres

limpiabotas, pero lo que haces tampoco es tu verdadera vocación. Tienes que

dedicarte a la música y tratar de estudiar en una escuela calificada.

Bajó la guitarra de su hija y le pidió que como despedida tocara todo lo

que había aprendido en el cine durante las últimas semanas. La Sala de

redacción de El diario fue nuevamente inundada por los sonidos y la armonía

de la guitarra que esperaba y siempre esperaría por su temperamento musical.

Al agotar su repertorio se dirigió a su protector y amigo.

-Mañana me voy a tocar en la inauguración de Radio Coro.

Acompañaré a don Tino Carrasco. Vine a despedirme de usted y a darle las

gracias por lo mucho que me ha enseñado. Esta es mi segunda casa y mi

verdadera escuela.

-Te felicito por tu viaje a Coro y por la oportunidad de participar en la

inauguración de la radio de esa ciudad. Ojalá aprendas bastante, pero tienes

que buscar la forma de irte a Barquisimeto a trabajar y a estudiar guitarra.

Todavía no había terminado de hablar Ché Herrera, cuando entró a la

Sala de Redacción, Chío Zubillaga con el editorial para el siguiente día. Y

aunque apenas pudo oír la última frase, expresó con fuerte voz:

-Para Barquisimeto no, de una manera definitiva, sino como paso para

Caracas, donde existe una Escuela Superior de Música. A esa escuela tienen

que ir tanto Rodrigo como Alirio.

Rodrigo oyó por primera vez el nombre de Alirio. Pensó que podría ser

un familiar de Chío Zubillaga o de Ché Herrera, pero no hizo comentario

alguno. Quería informarles que se iría a Barquisimeto a trabajar como

ayudante de zapatería, grado que ya había alcanzado en su nuevo oficio, pero

prefirió callarse y continuar oyendo a los dos principales personajes del

periodismo y de la cultura caroreños, frente a quienes se sentía cohibido, pero

seguro de estar ante dos auténticos maestros, que desde un periódico y una

biblioteca marcaban el rumbo de la ciudad y de los jóvenes con algunas

inquietudes intelectuales.

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-Tal como hablamos ayer –expresó Chío- el editorial para mañana es

sobre la creación del Salón de Lectura “Riera Aguinagalde”. Con él

cumplimos dos objetivos. Primero, le ofrecemos a Carora y a los caroreños un

lugar para el cultivo de la inteligencia, con la lectura de los mejores libros que

podamos adquirir. ¡Por fin tenemos un centro para la cultura en una ciudad en

la que impera el atraso más espantoso del siglo, con las excepciones que

conocemos! Y segundo, rendimos homenaje a uno de nuestros más

importantes intelectuales del siglo XIX. Haremos conocer a Ildefonso Riera

Aguinagalde, por sus ideas liberales, por su dignidad y honestidad personales.

-Jóvenes como Ud., Rodrigo, encontrarán una luz más en el camino

hacia la inmortalidad.

-Cuando el hombre adquiere un alto nivel de conocimiento y de

conciencia humanística, puede contribuir a la liberación y al progreso de los

pueblos –intervino José Herrera Oropeza.

-Este país sigue atado a las dictaduras, mi querido Ché. Simón Bolívar

encontró con quiénes independizarlo, pero no encontró con quiénes construir

una república de ciudadanos.

Chío Zubillaga y Ché Herrera, cuando estaban frente a algún joven

preocupado por la cultura, encendían la tertulia sobre política, historia y

periodismo. En algunos casos discutían sobre arte y literatura. Muchos jóvenes

acudían a oírlos, extasiados y perplejos frente a dos grandes soñadores de la

libertad, la democracia y la cultura como los valores fundamentales del ser

humano. Rodrigo oía en estos momentos sin entender todo lo expresado por

ellos, pero interesado es descifrar por lo menos una parte de lo que discutían.

No encontraba la forma de despedirse, aunque tampoco sentía deseos de

levantarse y retirarse. Esperó, hasta que el Director de El Diario se levantó y

se le acercó.

-Cuando regreses de Coro te esperamos, para que nos cuentes lo que

puede ser una rica experiencia, un gran aprendizaje para un joven como tú. Si

quieres te llevas la guitarra de Josefina.

Rodrigo miró a Ché Herrera, miró a Chío Zubillaga y cuando ya no

encontraba qué hacer, miró la guitarra. El Director de El Diario tomó la lira de

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su hija y se la puso en sus manos. Entusiasmado dio unos pasos para salir de la

Sala de Redacción del periódico, pero Chío Zubillaga lo detuvo por un

instante, sacó del bolsillo de su blusa un pequeño libro y le dijo:

-Si tiene tiempo en el camino o en su casa, lea esta novela de Rómulo

Gallegos, en la que revela estados de postergación nacional, que se dibujan

como verdaderos problemas por resolver en el campo moral, de lo que hoy o

mañana, con las nuevas ideas que bullen en el universo, se aprestan a crear

una nueva vida para Venezuela. Esas ideas dejan traslucir un grito de

reivindicaciones, que al capital absorbente le lanzan con amenazadora

vehemencia, las huestes del trabajo.

Rodrigo salió con una guitarra y un libro, Doña Bárbara, prestados. La

guitarra debía regresarla, era un recuerdo de la hija de Ché Herrera que

únicamente a él se la daban prestada. El libro también debía regresarlo, era

una condición que establecía Chío Zubillaga, excepto que se lo hubiese

traspasado a otro lector conocido y amigo, preocupado por el acontecer socio-

cultural del país.

En un camión de estacas, propiedad de un comerciante y violinista de la

ciudad, Antonio Crespo Meléndez, viajó a Coro a participar por primera vez

en un medio radioeléctrico que se inauguraba en aquella ciudad. Por una

carretera de tierra fueron ascendiendo por la Sierra de Coro, deteniéndose en

las principales bodegas y posadas que encontraban a la orilla de la misma,

para vender alpargatas, jabones, velas y otros víveres que no se descomponían

con el pasar de los días y las condiciones de la intemperie. Donde los

alcanzaba la noche se detenían a pernoctar, tocaban y cantaban para los

campesinos de la montaña coriana. Después de varios días de deambular por

valles y serranías, buscando atajos para que el camión pudiera avanzar, y

cantándole a mujeres que huían de la noche y esperaban la madrugada para

abrirle los brazos, llegaron a la capital del Estado Falcón.

En la inauguración de Radio Coro estuvieron presentes representantes

de la cultura y la incipiente farándula falconianas. La pequeña ciudad estuvo

atenta al primer espectáculo musical e informativo en general que se

transmitía por ondas hertzianas. El conjunto popular de Tino Carrasco tocó en

especial música caroreña. “Mirando al Mar” era una debilidad de Carrasco, tal

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vez porque lo había conocido cuando ya era adulto y le había producido la

impresión de que estaba unido al cielo. Rodrigo participó como acompañante

y cantante. Después de la actuación se le acercó un joven de la ciudad y le

expresó:

-Necesito que me acompañe esta noche para llevarle una serenata a mi

novia. Le pagaré con todo lo que pueda, con lo que tenga, porque estoy

dispuesto a entregar la vida por esa mujer y yo sé que usted con su guitarra y

su voz le penetrará el alma. Pero... no me la vaya a enamorar.

Rodrigo se rió y aceptó entusiasmado, no pensando en cuánto podría

ganar ni en conquistarle la novia al joven coriano, sino en la posibilidad de

que otra muchacha, entre las muy bellas que habían asistido a la inauguración

de Radio Coro, pudiese estar presente y oírle en la primera noche de su

consagración como guitarrista y cantante popular. Pero sólo una dama se

asomó a la ventana y saludó con efusión al novio. Este, muy emocionado, al

final de la serenata se le acercó a Rodrigo y le dijo:

-¡Gracias hermano! Yo no tengo plata, pero le regalo esta caja de balas

para revólver calibre 38.

Rodrigo volvió a reír frente al joven enamorado. Le recibió la caja de

balas y en ese momento constató que el joven coriano portaba un revólver en

la cintura. Menos mal, pensó, que no se me ocurrió enamorarle la novia.

Regresó cargado de balas y de ilusiones para irse a Barquisimeto. Las balas

eran 200 y las vendió a bolívar cada una. Con 200 bolívares en el bolsillo creía

que podía enfrentar cualquier dificultad económica en una ciudad más

avanzada musicalmente y más cerca de Caracas, donde existía la Escuela

Superior de Música, la meta que le señalaban Chío Zubillaga y Ché Herrera.

Al llegar a su casa se enteró de la muerte del Director de El Diario de Carora.

Sintió que se le había muerto su padre o un ser tan querido como un

progenitor que lo ayudaba con su palabra y con la guitarra de su hija. De

inmediato se dirigió a la casa de José Herrera Oropeza a entregar la guitarra de

Josefina y a compartir la pena con su familia. Manuel Herrera le informó que

había muerto de un infarto al miocardio. En el abrazo con su amigo se le

presentó la última imagen que se había grabado en la mente de Ché Herrera,

muy gordo y jadeante al respirar. Juntos lloraron a un gran maestro. La

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guitarra quedó en poder de Manuel. Al despedirse caminó hacia el “Cuarto-

biblioteca” de Chío Zubillaga a entregar el libro.

-Don Chío, muchas gracias, aquí está su libro. He aprendido tanto en su

lectura, como oyéndolo a usted y a don Ché Herrera, a quien lamentablemente

no podré oír más. Mañana me voy para Barquisimeto.

-Pásaselo a Tino Carrasco y le dices que después que lo lea me lo

devuelva. Te felicito por tu viaje a Barquisimeto, pero te reitero que en

Caracas está la mejor escuela de música y por lo tanto tu futuro, como el de

Alirio, a quien te tengo que presentar, porque ustedes dos pueden ser grandes

maestros de la guitarra.

Rodrigo salió de la casa de Chío Zubillaga pensando en las últimas

palabras que le había oído a éste. ¿Será Caracas como Ciudad de México o

Buenos Aires, las ciudades más grandes que he visto en el cine Salamanca?

Trató de devolverse para preguntárselo a su maestro, pero continuó caminando

hacia Barrio Nuevo recordando las lecciones que había recibido de los más

grandes pensadores que había conocido y a quienes deseaba parecerse en el

futuro. Se le hacían presente las imágenes de la Sala de Redacción de El

Diario, del “Cuarto-Biblioteca” y de la casa de su padre Juancho Querales, en

la que Chío Zubillaga aparecía presidiendo una tertulia literaria y política, a la

que asistían parroquianos liberales, poetas y músicos de la barriada. A cada

momento oía su voz: usted tiene que irse a estudiar guitarra a Caracas o donde

haya una escuela superior de música.

Los artistas que recordaba tocando guitarra en la pantalla del cine

Salamanca, le parecían muy distantes. ¿Cómo harían para aprender tanto?

¿Empezarían como yo, imitando lo que oigo en el cine?

-Don Chío –recordaba- me invitaron a tocar en el cine Salamanca.

Escríbame la presentación.

-Aquí la tienes.

-Muy largo, don Chío. Imposible aprendérmela de memoria.

-Bueno, para que no tengas que usar la memoria, sino la inteligencia,

tienes que estudiar y leer mucho. Empieza por el periódico, la introducción a

los mejores libros de la tierra. Léelo antes de venderlo. Pregona los titulares y

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lee el contenido. Y cuando toques una canción de estilo ajeno, trata de que te

conmueva de gozo, el alma popular venezolana.

SERENATA DE SCHUBERT EN LA CANDELARIA

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ALIRIO se encontraba en la pulpería de su padre cuando oyó la corneta de un

autobús, que todos los días hacía la ruta Carora-La Candelaria-San Francisco-

La Mamita, principales caseríos, para entonces, de La Otra Banda, zona rural

semidesértica poblada por unas pocas familias que resistían con estoicismo los

avatares del tiempo, en espera de un cambio para horadar la tierra. Se asomó a

la puerta principal en el momento en que el autobús reducía la velocidad.

Desde el interior del viejo bus, Inés Rodríguez, el ayudante del conductor, le

gritó:

-¡Ahí están sus gargueros! -y le lanzó a los pies un pequeño rollo de

papeles.

Alirio lo recogió, consciente de que se trataba de varios ejemplares de

El Diario de Carora. Mientras los arreglaba para leer su contenido, observó

que el autobús se detuvo frente a la casa de su padrino Juan Bautista Verde y

bajaban con mucho cuidado una caja de madera. Pensó ir hasta allá, pero

prefirió leer el periódico. Se encontró con la infausta noticia de la muerte del

Director de El Diario, José Herrera Oropeza. En editorial, escrito por Chío

Zubillaga, leyó:

“Periodista de nacimiento, a su personalidad concurrieron todas las

dotes necesarias para forjar el triunfo que representan 20 años de vida

dedicados íntegramente al diario cultivo de la moral, la cultura, la

civilización en una palabra, desde la tribuna noble y amplia de la buena

prensa, ensalzando virtudes y condenando vicios. Enérgico aquí y

condescendiente allá: siempre en la lucha valerosa contra la adversidad del

ambiente”.

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En el mismo ejemplar de El diario leyó que había muerto el General

Juan Vicente Gómez, después de 27 años de tiranía. Leyó todo el contenido de

las páginas del periódico y luego caminó hacia la casa de su padrino. Al llegar

descubrió que de la caja que había visto bajar del autobús habían extraído una

ortofónica y varios discos. Atento a todo sonido armonioso, se dedicó por

varias horas a oír la Serenata de Schubert, tocada por una banda italiana y dos

solos de guitarra, interpretada por el artista español Guillermo Gómez.

Después de oírla varias veces, se dirigió al exquisito melómano que era Juan

Bautista Verde.

-Padrino, présteme su guitarra.

Tocó por fantasía la Serenata de Schubert que había oído varias veces.

En medio del asombro y del aplauso de familiares y amigos parroquianos que

lo escuchaban, la tocaba y la volvía a tocar, hasta que Juan Bautista Verde se

levantó y lo abrazó:

-Ahijado, usted será el guitarrista más grande de La Candelaria. Venga

mañana para que toquemos juntos y para que me enseñe todo lo que ha

aprendido de oído.

Alirio se despidió y al llegar a su casa encontró a su madre muy

entusiasmada por lo que había oído tocar en la casa de su compadre, le dijo:

-Ven acá –y extrajo de un viejo baúl, un viejo libro. Ve a ver si te sirve

de algo, porque aquí nadie lo ha podido usar.

Alirio leyó:

“Método de Guitarra” de Ferdinando Carrulli, edición 1839.

Le agradeció el gesto amoroso de la madre y se retiró a leerlo. Después

de varias lecturas lo guardó, sin poder comprenderlo. Volvió a sus tareas

rutinarias del campo y por la noche regresó a la casa de su padrino. Este lo

recibió con gran alborozo.

-Mira, lo que te guardé –le expresó y le extendió un “Método de

Violín” de Delfín Alard.

-Muchas gracias, padrino. Lo leeré esta misma noche, cuando llegue a

mi casa. Me gustaría oír algunos discos en su ortofónica.

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Después de escuchar casi todas las composiciones que Juan Bautista

Verde había traído con su famoso tocadiscos y practicar con la guitarra de su

padrino, retornó a su casa y se dispuso a leer el “Método de Violín”. Después

de varias lecturas tampoco lo entendió. Sabía oír música pero no sabía leerla.

Vivía como refugiado en un mundo de sonidos y movimientos rítmicos

populares. La Candelaria era una aldea sonora, y para combatir la soledad, la

pobreza y la emigración de sus habitantes, se produjo en los pocos que se

arraigaban a la tierra, una reacción espiritual que los vinculaba estrechamente

a la música. El cuatro, la guitarra, el bandolín y cualquier otro instrumento

musical posible de obtener, eran acompañantes solitarios que preservaban la

alegría en los hogares.

Después de muerto el tirano Juan Vicente Gómez llegó la primera

escuela a La Candelaria, frente a la cual nombraron como maestra a una joven

del villorrio, Adela Virginia Riera, quien había estudiado hasta sexto grado en

una escuela privada en Carora, y fue la encargada de darle la información al

padre de Alirio.

-Don Pompilio, vamos a abrir la primera escuela estadal “Primero de

Mayo”. Yo seré la maestra y creo que sería muy conveniente que mande a

Alirio para hacerle un examen y determinar en qué grado lo inscribimos.

-Muy bien, mañana mismo te lo mando. Ahora no tendrá que continuar

yendo a la escuela de Muñoz.

Alirio aprobó el examen y fue inscrito en tercer grado, para darle

continuidad a sus estudios hasta sexto grado. La asistencia a la escuela no

eliminó el trabajo que venía realizando desde muy niño, pero lo redujo en el

tiempo. Mientras él avanzaba en sus estudios, para la mayor parte de la

población el tiempo transcurría imperceptible. Mientras llegaba una noticia o

una carta de los familiares que habían emigrado, los que esperaban, sobre todo

en horas de la noche cuando a la tristeza y la soledad se les sumaba el silencio

que traía aparejado el acercamiento de la oscuridad, tocaban y cantaban hasta

el amanecer. Las piloneras, las amasadoras de arepas cumplían sus tareas

tarareando melodías populares. Las pocas vacas que quedaban en la pradera

semidesértica, eran recogidas y ordeñadas por alguien que también cantaba, en

la creencia de que la música las hacía más dóciles y productivas. El jopeador

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de chivos hacía resonar el eco de su voz hasta perderse en la infinidad, para

atraer a su rebaño.

La escuela despertó en Alirio la inclinación a oírle a Florencia Leal –

cual Zherezada rural de La Candelaria- contar pasajes de “Las Mil y una

Noches”, “La Bella y la Fiera”, “Pinocho”, “Blancanieves” y algunos

capítulos de la Biblia. Pero lo que más disfrutaba era la lectura que hacía al

lado de Florencia Leal, de los libros como “Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno”,

“Aura o las Violetas” de J. M. Vargas Vila, y “Los Amantes de Teruel”.

La lectura se le convirtió en un hábito permanente y hasta en un placer,

que lo impulsaba a leer incluso en plena clase.

-¿Qué estás leyendo, Alirio? –le preguntó una mañana su maestra Adela

Virginia Riera, en el aula.

No pudo esconder el libro de Mantilla –único manual escolar de la

época, que Alirio leía todos los días.

-Este libro, maestra –lo levantó ante la vista de la docente.

-Muy bueno que lo leas, pero hazlo en tu casa. En la clase presta

atención, para que comprendas mejor el contenido de ese libro.

Alirio guardó el libro. Lo terminaría por la noche, pensó, y luego

comenzaría a leer “Ante los Bárbaros”, del mismo autor.

Como todos los niños de La Candelaria, Alirio había aprendido primero

a tocar que a leer. En su villorrio pasaba algo similar a lo de Barrio Nuevo en

Carora. En cada casa había un cuatro, una guitarra, un músico, un maestro

improvisado, suficientemente estimulante al oído de los menores, quienes los

consideraban guías y ejemplos. Salveros, serenateros, bohemios, profesionales

de la música popular, verdaderos maestros del buen vivir, alegraban la vida

para ganarle horas al tedio cotidiano y prolongado. Mientras se oía rasgar una

guitarra, mientras se oía la voz de un cantor popular, mientras se bailaba en la

noche sabatina, se alejaba el temor a los espantos. Estos aparecían cuando se

extinguían los sonidos, por lo que era preferible cantar y tocar todas las horas

posibles del día y en especial de la noche. La música era lo único que

arraigaba a unos pocos a la tierra, y como en el Barrio Nuevo de Rodrigo

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hacía más grata su permanencia en La Candelaria, acercó más los corazones

del hombre y la mujer, y la vida se multiplicó y prolongó indefinidamente.

Alirio continuó sus viajes con más frecuencia a Carora a vender pieles

de chivo y a comprar víveres para la pulpería de su padre. En todos los viajes

visitaba la casa de Chío Zubillaga, le oía su prédica permanente en defensa de

los campesinos y de las libertades públicas; revisaba la biblioteca particular

del humanista caroreño y leí los letreros que éste escribía o hacía escribir en

las paredes, de grandes pensadores universales. Cuando se hacía acompañar

por Clímaco Chávez ambos tocaban para deleite de su maestro y luego daban

paso a una breve tertulia sobre temas musicales, políticos y culturales en

general. Después de oírlos Chío le informó que habían inaugurado una

biblioteca pública en Carora.

-Aproveche sus viajes –le decía –vaya al Salón de Lectura “Riera

Aguinagalde” y lea la novela Cantaclaro, de Rómulo Gallegos, en la que usted

encontrará retratada el alma y la problemática social venezolana. Dígale al

bibliotecario que le dé prestado, bajo mi responsabilidad, todos los que libros

que usted quiera llevarse.

-Muchas gracias, don Chío. Me llevaré, por lo menos uno, hasta que me

pueda venir a estudiar a Carora.

-Tiene que venirse lo antes posible. Usted tiene un gran porvenir en la

música, pero no tocando bailes y fiestas en La Otra Banda. No sólo tiene que

venirse para Carora, sino que de aquí también tiene que irse a estudiar a una

verdadera escuela de música.

-Todos los días pienso en venirme para Carora. Tal vez me quede

definitivamente en el próximo viaje. Voy al Salón de Lectura a leer Cantaclaro

y a ver qué libro importante me pueden dar prestado.

En la Biblioteca de la ciudad, Alirio se sentía en contacto con un

mundo distinto al de su aldea nativa. Lo invadía una ansiedad irrefrenable por

la lectura, por adquirir nuevos conocimientos. Le gustaría quedarse por

muchas horas revisando y leyendo libros y periódicos, pero tenía que regresar

a La Candelaria. Una vez en su villorrio, leía alumbrándose con una vela,

hasta altas horas de la noche.

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-Alirio, ya es muy tarde. Tienes que dormir, ya va a llegar la hora de

ordeñar las cabras y comenzar un nuevo día de trabajo –le decía su padre

cuando observaba que se acercaba el alba.

Al día siguiente volvía al duro y rutinario trabajo del campo, pero se las

arreglaba para ganarle tiempo a esa actividad y dedicarse a leer. La colección

de almanaques de Ross y de Bristol le permitió informarse de importantes

hechos históricos, geográficos, artísticos y culturales en general. En ellos vio

por primera vez un mapa de Europa, de cuyas naciones y ciudades principales

se formó una idea muy vaga, muy difusa, pero lo suficientemente excitante

para viajar con el pensamiento. Atravesar el puente sobre el río Morere en

dirección a Carora le producía una gran alegría. Hacerlo en dirección contraria

y enfrentar la soledad no sólo le generaba una gran tristeza, sino también

profundas reflexiones adolescentes. ¿Por qué algunos nacerán en estas playas,

en estos caseríos desolados y otros nacen en grandes ciudades? ¿Cómo irse de

aquí sin afectar a la familia? No sé, pero tengo que irme. Regresaré cuando sea

un hombre independiente y sobre todo un músico, a visitar a mi familia y a

tocar con todos los músicos de La Candelaria y La Otra Banda. ¿Podrá uno,

nacido en estos montes, llegar a ser con don Chío Zubillaga?

Cuando todo parecía indicar que sus reflexiones, a los 14 años de edad,

lo llevarían a tomar la decisión de abandonar su aldea nativa, fue atacado por

un fuerte dolor de oído, que lo afectaba tanto material como espiritualmente.

El dolor físico y el trauma de no poder oír música eran inseparables. Su

familia acudió a todas las curas caseras: agua tibia, agua bendita o “divina”,

manteca de iguana, de gallina y de alcaraván, pero todo resultó inútil, hasta

que llegó Modesta Rodríguez, vecina y amiga de los Díaz, que recién había

dado a luz un niño, cuyo llanto adquiría por momentos el sonido de una

canción incomprensible.

-Yo tengo la cura. Unas cuantas gotas de leche de uno de mis pechos en

el oído de Alirio –expresó.

Alirio fue sujetado como con una camisa de fuerza y colocado en las

piernas de Modesta Rodríguez. Ésta apretó su pezón izquierdo con una gran

ternura, cantando “Duérmete mi Niño” y vertió varias gotas de su leche en el

oído que lo atormentaba. Cuando sintió que un líquido tibio caía en su oído,

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gritó con todas sus fuerzas y trató de escaparse, pero fue controlado por sus

padres y hermanos mayores que lo agarraban por los brazos y las piernas. No

había transcurrido un minuto cuando dejó de gritar y todos notaron que su

rostro cambiaba notablemente, como quien experimenta un placentero y

esperado alivio. Cuando volvió el silencio a todos los rincones de la casa y la

alegría a toda la familia, Alirio se sentó en las piernas de Modesta, feliz y

contento. Ésta guardó su seno robusto, todavía cargado de leche y luego

comentó:

-Recuerden que mi hermana Alejandrina amamantó a Alirio cuando su

madre no podía hacerlo. Por la leche de las hermanas Rodríguez, Alirio vivirá

muchos años y no será raquítico ni sordo.

Todos celebraron la ocurrencia de Modesta Rodríguez. Alirio volvió a

tocar la guitarra, a las labranzas del conuco de su padre y a cuidar los animales

domésticos que alimentaban de leche y carne a la familia. También volvieron

sus cavilaciones. Si vuelvo a sufrir de mis oídos a lo mejor no puedo estudiar

música. Y si me quedo aquí no podré nunca ser como don Chío Zubillaga. Si

todos mis hermanos se han marchado, ¿por qué me voy a quedar yo? Mi padre

estimuló a todos mis hermanos para que salieran de La Candelaria, ¿por qué a

mí no me ha dicho nada? Yo tengo que tomar mi propia decisión.

Le comunicó a todos sus compañeros, a sus familiares más cercanos y a

su maestra Adela Virginia Riera, el estado espiritual que confrontaba. Su

resolución de abandonar la aldea, la incertidumbre que le creaba la conducta

de su padre con relación a sus otros hermanos y su condición de menor de

edad.

-Tienes que irte, Alirio, a continuar tus estudios en Carora y abrirte un

provenir en tu futuro –le expresó su maestra.

Todos los familiares y amigos a quienes consultó, lo exhortaban para

que se fuera para Carora, pero faltaba la opinión de sus padres. Le escribió a

su hermano Fulvio, para que éste se lo planteara a su padre.

Fulvio le escribió:

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-Estudia la posibilidad de enviar a Alirio a estudiar a Carora, porque en

el futuro puede convertirse en un hombre útil para los suyos, para la Patria y

para sí mismo.

El padre de Alirio no le contestó a Fulvio y asumió una actitud

indiferente. Los días transcurrían interminables, hasta que comenzó a planear

cómo fugarse. Tenía 15 años. Para no sorprender ni afectar sentimentalmente a

su madre, resolvió comunicárselo.

-Mamá, todos mis hermanos mayores están en Carora, yo estoy

dispuesto a irme a estudiar y necesito que me ayudes.

-Díselo a Pompilio.

Alirio se creyó perdido en sus planes. Sin embargo, ni su madre ni él le

comunicaron la decisión al padre, más por temor que por convicción de que

don Pompilio Díaz se opusiera a la independencia del último hijo varón que

no había abandonado el hogar, tal como era la costumbre, porque tarde o

temprano ello resultaba inevitable.

Alirio leyó en El Diario de Carora un anuncio oficial en el que se

informaba que la Presidencia del Estado Lara estaba otorgando becas de

estudios para niños y jóvenes pobres. En ese anuncio, pensó, estaba la

solución de su problema económico, para proseguir estudios.

En la madrugada salió sigilosamente de su casa, con una caja de cartón

en el hombro, en la que llevaba sus pocos útiles personales. Cuando había

caminado aproximadamente un kilómetro lo alcanzó un autobús conducido

por Ezequiel Nieves, a quien conocía desde muy pequeño porque hacía la ruta

diaria, esta vez a la inversa, La Mamita-San Francisco-La Candelaria- Carora.

Nieves lo invitó a subir a su vehículo, lo llevó hasta Carora y no le cobró. Ese

día, pensó, había saltado la talanquera.

UNA PROMESA NACIONAL E INTERNACIONAL

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Antonio Lauro.

RODRIGO fue a despedirse de Manuel Herrera, a quien consideraba su mejor

amigo, compañero de inquietudes musicales y de románticas serenatas en las

barriadas caroreñas. Cuando le notificó su decisión de viajar a Barquisimeto,

Manuel lo felicitó y le preguntó:

-¿Cuándo te vas?

-Hoy mismo –respondió Rodrigo.

-No te puedes ir hoy, te necesito esta noche. Tienes mucho tiempo para

hacerte un guitarrista famoso y a lo mejor no puedes volver pronto a Carora.

Me tienes que acompañar esta noche a llevarle una serenata a una muchacha

muy linda, que me tiene trastornado, como dicen, con la empalizada en el

suelo.

Rodrigo pensó en la situación económica que atravesaba y en la

urgencia de trabajar para ayudar a su familia. Pero imposible abandonar a su

mejor amigo, a quien por primera vez lo veía locamente enamorado.

-De acuerdo, Manuel. Te acompaño esta noche y con eso aprovecho

para despedirme de una amiga mía, que no es mi novia, pero estoy seguro de

que si me quedara, reventaría mis cuerdas vocales y las cuerdas de tu guitarra

al pie de su ventana, hasta conquistarla. Me iré mañana muy temprano.

Esa noche cantaron hasta el amanecer. Rodrigo percibió que realmente

su amigo estaba atrapado. Para que no me pase lo mismo, mejor me voy para

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Barquisimeto, pensó. Además, limpio y desempleado, lo urgente es conseguir

trabajo y después buscar la novia.

-Hasta aquí te acompaño, Manuel –le expresó a eso de las 5 de la

mañana.

Juntos caminaron a buscar la maleta, un pequeño bolso, con unos pocos

útiles personales, para un viaje sin retorno inmediato. Frente a la casa donde

se editaba El Diario, se abrazaron y se despidieron. Rodrigo caminó hacia las

afueras de Carora, a esperar un autobús que cada 2 ó 3 días venía de

Maracaibo, la ciudad más importante del occidente del país, que se dirigía

hacia Caracas, la capital, vía Barquisimeto. Cuando apareció a su vista,

Rodrigo le hizo señas para que se detuviera. “Expresos de Occidente”, leyó en

la parte alta del autobús. El viaje duró 2 días, el bus se atascaba en pantanos y

quebradas que servían de carretera y los pasajeros tenían que salir a empujarlo

y sacarlo del atascadero. La creciente peligrosa de una quebrada obligó al

conductor a pernoctar una noche en la orilla norte, muy cerca de una casona

campesina, con su corral de chivos, habitada por una familia amabilísima que

les ofrecía café y algunos panes caseros. En el corredor de entrada colgaba una

guitarra que apenas se veía iluminada por una pequeña vela. Rodrigo tocó

hasta que amainó la corriente y el conductor gritó:

-Todos al autobús, que ya nos vamos.

En Barquisimeto se encontró con la mala noticia de que Paulino

Aldazoro había decidido regresarse a Carora y estaba empacando sus útiles de

trabajo; no había encontrado condiciones favorables para su negocio. Cuando

Rodrigo lo visitó lo invitó para que se regresaran.

-Esta ciudad es intolerable. Nada como Carora, Rodrigo. Mejor es que

nos regresemos. Piénsalo bien y mañana mismo nos regresamos.

-Yo no me regreso, don Paulino.

-Está bien. Te deseo suerte. Tú eres un muchacho y a lo mejor

encuentras un buen camino hacia el éxito.

Si don Paulino viene de fracasar en Carora y también naufraga en

Barquisimeto, pensó Rodrigo, cuando regrese a Carora lo más probable es que

se arruine. Por eso y porque aquí tengo otras oportunidades, debo quedarme.

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Deambuló por varias calles de Barquisimeto trabajando a destajo en

varias zapaterías y conociendo la ciudad. En esas caminatas llegó hasta Radio

Barquisimeto y oyó que estaban transmitiendo un programa denominado “La

Hora de los Aficionados”. Entró al estudio y al observar que una guitarra

estaba sobre una silla de cuero, le hizo señas al locutor como indicándole que

él sabía tocarla. El locutor expresó de inmediato:

-Y ahora una nueva sorpresa. Como todos los días en este programa

descubrimos potenciales artistas. Pase adelante, joven.

Rodrigo tomó la guitarra en sus manos y la afinó en segundos. Caminó

hacia donde estaba el locutor y éste le preguntó:

-¿Cómo se llama usted?

-Rodrigo.

-Bienvenido, Rodrigo a éste, el mejor programa que se transmite por la

radio en todo el occidente del país. ¿Y sabe tocar?

-Sí, señor.

-Vamos a tener el honor de oír a un nuevo descubrimiento de la música

popular. ¿Y usted, señorita, qué va a cantar?

-Yo voy a cantar “Tristezas”

-Muy bien. Pero primero díganos su nombre, señorita.

-María Angelina.

-Muy bien, María Angelina. Vamos a oír la voz de una futura estrella

de la radio y de la canción romántica. “Tristezas”, “Tristezas”, un vals del

maestro Fortunato Castellano. Le acompaña, Rodrigo. Esto es música de

autores larenses, música de esta tierra. Adelante, estudios. El micrófono es

suyo, señorita.

Rodrigo acompañó a María Angelina y al finalizar recibieron grandes y

prolongados aplausos. Cuando se retiraban y se acercaban otros aficionados a

cantar, el locutor le dijo:

-No se retire, Rodrigo. ¿Usted es capaz de acompañar al próximo

aficionado, a esta bella muchacha que nos acerca?

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-Sí. A todos los que usted quiera –respondió Rodrigo.

-Magnífico, Rodrigo.

Acompañó a varios aficionados que se presentaron y al final le pagaron

2 bolívares.

El locutor se le volvió a acercar, lo tomó por un brazo y le expresó:

-Quedas contratado para mis próximos programas.

Al salir de los estudios de Radio Barquisimeto, se le presentaron Rubén

Riera y Teódulo Alvarado, quienes formaban un dueto denominado “Los

Hermanos Riera” e impresionados por la maestría de Rodrigo en el manejo de

la guitarra, lo invitaron a que se incorporara y formaran un trío.

-Desde hoy mismo cuenten conmigo, aunque yo no tengo guitarra –

respondió Rodrigo.

-No importa, te conseguiremos una prestada –le dijo Rubén.

-¿Y cómo lo llamaremos? –preguntó Rodrigo.

-El Trío los Hermanos Riera.

Rodrigo comenzó a tocar con el nuevo Trío en la radio La Voz de Lara,

la más importante de la época en la ciudad, sin dejar de asistir a Radio

Barquisimeto a acompañar a algunos aficionados que se presentaban,

buscando escalar al estrellato de la canción popular. Se encontró nuevamente

con María Angelina y le pidió al director del programa que le diera una nueva

oportunidad. La acompañó con la guitarra y cuando volvió a cantar

“Tristezas” le hizo el dúo. A la salida de la radio le expresó:

-Si me das tu dirección te llevo una serenata esta noche.

-Me encantaría recibirte en mi casa, mi familia está de viaje y

cantaremos tú y yo, sólo para nosotros, no para el público.

Rodrigo buscó a los a los otros miembros del Trío los Hermanos Riera

y los conminó a que lo acompañaran. “Hoy por mí y mañana por ti” era el

lenguaje clave de los serenateros del momento. A las 5 de la mañana el Trío

de guitarristas y cantores populares armonizaban sus voces al pie de la ventana

del primer amor juvenil del niño prodigio de Barrio Nuevo que se había

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propuesto conquistar los más importantes escenarios de la farándula radial.

María Angelina oyó con pasión y devoción al acompañante de sus canciones

románticas y luego lo invitó a pasar al interior de su vivienda. Los otros dos

integrantes del Trío entendieron que hoy era la noche de Rodrigo, tocaron y

cantaron “Despedida” una canción con letra de uno de ellos y música del otro,

con la seguridad de que a Rodrigo le correspondería cantarla y tocarla cuando

alguno de ellos tentara el corazón de alguna aficionada.

En Radio Barquisimeto conoció a los hermanos Hermógenes y Rafael

Gómez, quienes formaban un dueto famoso de la radio y la canción romántica.

Con ellos alternó en diversas oportunidades, que le permitieron ir conociendo

el medio musical barquisimetano. También alternaría con ellos en la vida

bohemia de la juventud larense.

Atento a todas las actividades artísticas que se realizaban en

Barquisimeto, leyó en el periódico El Impulso que en el Cine Arenas se

realizaría un concurso de tangos en homenaje a Carlos Gardel, al que podían

presentarse todos los aficionados que lo quisieran, frente a un jurado que

otorgaría un premio metálico al que mejor interpretase con la guitarra y

cantase un tango.

-Rubén, préstame tu guitarra que voy a participar en este concurso –le

dijo a su compañero del Trío los Hermanos Riera, mostrándole el aviso

publicado en el periódico.

-Mi guitarra es tuya, Rodrigo, y que tengas suerte.

Rodrigo se dirigió al Cine Arenas y se incorporó a una larga cola de

aficionados que esperan su turno. Cuando le tocó a él, quien hacía de

animador del concurso, le preguntó:

-¿Qué va a cantar, usted?

-“Golondrina”.

-¿Y quién lo acompañará?

-Yo mismo.

Al finalizar su improvisada interpretación, recibió grandes y

prolongados aplausos que lo emocionaron profundamente. Esperaba el

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veredicto con un gran interés, sobre todo por el valor económico del premio,

por la difícil que era obtener regulares ingresos tocando y cantando en la

radio.

Cuando cantó el último de los aficionados, el animador anunció que el

jurado se iba a reunir para emitir el veredicto. El silencio se apoderó de la sala

del Cine Arenas. A los pocos minutos apareció el monitor del evento y

expresó:

-Señoras y señores, el jurado ha decidido por unanimidad otorgar el

primer premio a Rodrigo Riera, quien tocó y cantó el tango “Golondrina”. El

premio consiste en 5 bolívares en efectivo y un ticket por un mes para entrada

gratis al Cine Arenas.

Rodrigo continuó interviniendo como acompañante de la mayoría de

los aficionados que se presentaban en Radio Barquisimeto, hasta que la

directiva de la propia emisora lo contrató como acompañante de todos los

profesionales de la canción popular, nacional e internacional, invitados para

actuar en programas especiales de dicha radio. En el tiempo que estuvo

contratado como la guitarra oficial de la emisora, acompañó a artistas como

Lorenzo Herrera, Tito Guizar, El Charro Gil, Lorenzo Barcelata y Pedro Salas.

Entre los más famosos de América Latina, conoció y acompañó a Libertad

Lamarque.

Con la presencia de Rodrigo, el Trío Hermanos Riera adquirió muy

rápidamente fama nacional. A los pocos meses de estar actuando en La Voz de

Lara, fue invitado para participar en numerosas radios y teatros improvisados

del país. El prestigio alcanzado en poco tiempo los colocó en la cúspide de la

farándula radial venezolana. Ángel J. Fuguet, poeta y músico popular de

renombre en ese medio artístico de la nación, después de oírlos actuar, se

convirtió en promotor de dicho Trío y los invitó a presentarse en Radio

Caracas, la primera y principal de Venezuela.

En Caracas conoció Antonio Lauro, concertista de la guitarra y

compositor, profesor de la Escuela Superior de Música “José Ángel Lamas”,

quien al oírlo tocar, consideró que estaba en presencia de un potencial

guitarrista clásico, si realizaba estudios especializados.

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-Usted debe estudiar en la Escuela Superior de Música. Creo que usted

tiene un oído absoluto, lo cual le garantiza éxito en los estudios de la guitarra

clásica –le expresó al terminar un programa de música popular en Radio

Caracas, con la participación del Trío de los Hermanos Riera.

-Muchas gracias, maestro, pero tengo un contrato para participar en un

programa en Ondas del Lago de Maracaibo y debo viajar muy pronto a esa

ciudad.

El Director de la emisora Ondas del Lago había oído tocar al Trío y les

hizo una oferta bastante halagüeña en comparación con lo que ganaban en

Caracas. Rodrigo no le informó a Lauro que la verdadera causa para irse para

Maracaibo era el apremio económico que atravesaban todos, porque los éxitos

que obtenían en Radio Caracas y en otras emisoras en las que él actuaba como

acompañante o como cantante, no se correspondían con sus ingresos.

-De todas maneras, tome esta tarjeta para el Profesor Raúl Borges,

quien dicta la cátedra de guitarra. Cuando usted lo decida se la presenta, le

aseguro que lo atenderá muy bien –le expresó Antonio Lauro, antes de

despedirse muy bien impresionado por el virtuosismo de Rodrigo en la

ejecución de la guitarra.

-De nuevo, maestro, muchas gracias, cuando termine el contrato en

Maracaibo me vendré a estudiar con el Profesor Borges –le contestó Rodrigó y

tomó la tarjeta y la guardó en uno de los bolsillos de su paltó.

Deambuló algunos días por las calles de Caracas, conociéndola y

tratando de desentrañar las características de la ciudad. No le encontró

parecido alguno con Buenos Aires o Ciudad de México, tal como se la había

imaginado, cuando estas últimas aparecían en la pantalla del cine Salamanca

en su ciudad natal. Apenas los nuevos edificios de la Urbanización El Silencio

le dieron una cercana idea de gran metrópoli. Las calles de Caracas le

parecieron mejor cuidadas que las de Carora, pero no encontró las amplias

avenidas que exhibían en el cine las grandes capitales de Argentina y de

México. Cuando caminaba por los alrededores de El Silencio, una joven

escotada hasta la mitad de los senos, desde la ventana de una antigua casona le

hizo señas para que se detuviera y entrara al prostíbulo. Rodrigo concibió la

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conducta de una prostituta, y pensó: Tantas muchachas bellas que van a la

radio no pueden ser cambiadas por una prostituta. Y siguió su camino.

Al día siguiente viajó a Maracaibo con sus compañeros del Trío Los

Hermanos Riera. En la radio Ondas del Lago tuvieron un éxito total, tocando

pasillos larenses y música venezolana en general. Después de varios meses de

actuación, recibiendo todos los aplausos posibles de un público popular

delirante, Rodrigo percibió que el repertorio de canciones populares que

ejecutaban, aunque recibían el respaldo del pueblo marabino, se hacía

repetitivo y consideraba necesario introducir algunas modificaciones. Invitó a

sus compañeros a analizar el momento que atravesaban y les planteó:

-Creo que es necesario ensayar nuevas composiciones, noto que no

progresamos, que la calidad artística disminuye y requerimos un mayor nivel

de actuación.

-Yo creo que la música que tocamos le gusta a la mayoría que nos

escucha –respondió Rubén Riera.

-Yo pienso igual que Rubén. Si hemos triunfado ¿para qué vamos a

cambiar? –expuso Teódulo Alvarado.

No satisfecho con las limitaciones del repertorio y, aunque consciente

del éxito momentáneo y de las posibilidades de continuar ganando lo

suficiente para sobrevivir, Rodrigo buscaba otros horizontes y les explicó:

-Respeto la apreciación que ustedes tienen acerca de nuestros triunfos y

de nuestro futuro, pero no la comparto. Espero que no se molesten si yo me

separo del Trío, porque ustedes como dúo, pueden salir adelante. Yo quiero

abrirme paso tal vez en otra dirección.

-No hay problema, somos amigos y paisanos y por separado también

podemos triunfar –dijo Rubén.

-Yo, sigo de acuerdo con Rubén. Todos somos ya profesionales de la

música popular y podemos seguir actuando. Valoro la presencia de Rodrigo y

espero que todos tengamos nuevos éxitos –remató Alvarado.

Rodrigo fue nombrado guitarrista oficial de la radio Ondas del Lago.

Tocaba en programas especiales y acompañaba a los artistas invitados por la

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emisora. Ahora no cantaba, pero su entrega total a la guitarra y arte musical lo

llevó a participar los sábados en los programas para aficionados,

acompañando a éstos y en cierto modo ayudándolos con sus orientaciones y

consejos. La cacería de nuevos valores del canto entre los jóvenes,

generalmente desempleados, pero con evidentes inclinaciones por la música,

la facilitaba Rodrigo por su temprana vocación docente, que lo llevaba a

ejercer una función de maestro prematuro, diciéndole a los aspirantes a futuros

cantores populares, cuál era el tono o el ritmo que debían imprimirle a su

melodía.

El Charro Gil y sus Caporales, Eva Garza, Carlos Garés, Rafael Deyón,

Magdalena Sánchez y Lorenzo Herrera fueron algunos de los artistas

importantes de la época, que en su recorrido por Venezuela y parte de

América Latina, se presentaron en Ondas del Lago y fueron acompañados por

Rodrigo como guitarrista. Todos expresaban de alguna manera su sorpresa,

porque se presentaban sin haber ensayado sus canciones con el acompañante.

Rodrigo no sólo acompañaba con exactitud a los cantantes, sino que a veces se

salía del ritmo que llevaban, hacía maravillas con la guitarra y volvía a

acoplarse a la melodía.

Aun sin escuela y sin maestros especializados, comienza a estudiar

algunas lecciones de música, por su propia cuenta. Consulta un manual de

guitarra clásica que le regaló Eva Garza, pero no lo entiende. Siente una

inmensa necesidad de superar los niveles que ha alcanzado, percibe que no

tiene mucho que aprender en el ambiente artístico que le rodea. Su larga y

dura experiencia, aprendiendo y tocando de oído lo mantiene en el mismo

horizonte, en la misma línea de flotación. La improvisación seguía siendo su

manifestación excepcional que todos admiraban. Después de oír varias veces

una obra de Albeniz, denominada “Sevilla”, de una gran complejidad, llegó a

tocarla sin utilizar las técnicas requeridas para su comprensión y dominio.

Pero no se sentía plenamente satisfecho. Entró en un prolongado período de

reflexiones acerca de su futuro. Y aunque confrontaba dudas y a veces miedo

para abandonar lo que venía haciendo, pensaba que tenía que irse para

Caracas.

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En la misma Radio entró en contacto con otro mundo, muy agitado y a

veces contrapuesto a su vocación artística, muy distante de la música. Al

terminar su programa, inmediatamente comenzaba “El Noticiero del Aire”, en

el que participaban varios jóvenes políticos, que denunciaban limitaciones a la

libertad de expresión del pensamiento y la persecución de que eran víctimas

algunos líderes de la oposición al régimen presidido por el General Eleazar

López Contreras. Los promotores del noticiero, que era más un programa de

opinión que de información, Alberto Carnevali, Luis Hurtado Higuera, Felipe

Hernández, Luis Vera Gómez y Juan Rincón Barboza se hicieron sus amigos y

lo invitaron a que participara en la lucha por un cambio democrático y

nacionalista. Rodrigo no entendía mucho de política, aunque le llamaba la

atención la actuación de aquellos jóvenes pidiendo cambios o la

transformación de la sociedad que vivían. Recordó a Chío Zubillaga hablar de

música y luego de política. ¿Cuál será la relación –pensó- entre una y otra?

¿Chío Zubillaga y estos jóvenes buscarán lo mismo? En Carora no hay radio,

pero el periódico Cantaclaro, que dirigía Isaías Ávila y del que era editorialista

don Chío, y que yo pregonaba por las calles, denunciaba lo mismo que estos

jóvenes dicen en su programa radial. ¿Qué estará pasando en Venezuela y en

el mundo? ¿En qué podrá ayudar la música para resolver los problemas que

denuncian?. Chío está más viejo, pero piensa igual que Carnevali y sus

compañeros. Si los pobres de Carora y de Maracaibo se unieran para luchar

por sus derechos constitucionales, se formaría un gran peo político. ¿Qué

pasaría con la música? ¿Se iría a la mierda? No creo.

Rodrigo se incorporó al movimiento político que dirigían los jóvenes de

“El Noticiero del Aire”. Repartía volantes y hojas sueltas impresos en

multígrafos. Pero a los pocos días los dirigentes del noticiero desaparecieron,

sin decirle nada y todas las preguntas que hizo se las contestaban con evasivas.

“El Noticiero del Aire” dejó de oírse y sus autores pasaron a la actividad

política clandestina.

¿Estará Chío Zubillaga en la clandestinidad? Se preguntaba a sí mismo.

La cultura y la lucha política y social son inseparables en la vida de ese gran

maestro. La última vez que lo visité me reiteró su permanente planteamiento:

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-Aquí estás ahogado. Tienes que irte a estudiar. Aquí no hay ambiente

ni condiciones socio-culturales para la formación que tú necesitas. Tienes que

buscarte un maestro, tienes que romper este alambrado.

Cuando le informé que estaba aprendiendo algunos signos musicales, se

emocionó y me dijo:

-Esa es la vía de tu éxito. Pero si te quedas en esta ciudad inhóspita, que

podrían cercarla para encerrar a todos los locos que habitamos en ella, seguirás

siendo un bohemio, un simple serenatero.

Rodrigo estaba convencido de que tenía que ingresar a una escuela de

música. El empirismo no le satisfacía. Por lo contrario, le comenzó a producir

disgusto, sobre todo cuando le decían que era un gran guitarrista y él intuía

que era un gran ignorante. Las introducciones, las improvisaciones que tocaba,

que maravillaban a sus amigos y al público en general, le parecían parte de

una rutina que tenía que violentar, para no sentirse atrapado en la pequeñez de

una práctica sin teoría. Continúa su proceso de cavilaciones, de lucha interior

contra un personaje que vincula a la farándula, cuya actuación le produce

satisfacciones superficiales. Cree que ha pasado ya mucho tiempo entre Carora

y Maracaibo, para continuar sintiendo y viendo pasivamente, que el tedio lo

estrangula espiritualmente.

En el trayecto desde la emisora “Ondas del Lago” hasta la pensión

donde residía, en un viejo bus en el que viajaba, sacó del bolsillo de su paltó,

una tarjeta bastante deteriorada por el tiempo que tenía guardada, en la que

leyó:

Profesor

Raúl Borges

Escuela Superior de Música “José Ángel Lamas”

Caracas.

Distinguido colega y amigo:

Le presento al portador, el joven Rodrigo Riera, guitarrista popular de

un oído excepcional, quien desea ingresar a la Escuela Superior de Música a

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estudiar guitarra. Creo que este joven merece una atención especial por sus

dotes naturales, porque sin conocer el significado de las notas musicales es

capaz de improvisar cualquier composición musical, popular o clásica.

Con la convicción de que estamos frente a una promesa nacional e

internacional de la guitarra, le agradezco su gentil atención para su ingreso a

nuestra escuela.

Sin otro particular, su amigo

Antonio Lauro.

De inmediato se dispuso a realizar todos los trámites requeridos para su

despedida de la emisora Ondas del Lago y aumentar sus menguados ahorros

que le permitieran enfrentar la nueva aventura de su vida, su traslado a

Caracas, sin empleo seguro, sin respaldo económico de alguna institución de

la cultura, sólo confiando en su capacidad creadora y en su aguante frente a la

penuria humana. Pensaba que podría despedirse de la ciudad como guitarrista

oficial de la radio, porque como guitarrista popular todavía no se podía

licenciar y a lo mejor no lo haría nunca. Intuía que la faltaba una jornada dura

y difícil, pero estaba dispuesto a afrontarla. La voz de Chío Zubillaga resonaba

en sus oídos. La voluntad de triunfar le daba fuerza a su espíritu. Había

conquistado el corazón de la segunda ciudad de Venezuela. Caracas era el

siguiente desafío, más tarde tendría que enfrentar los escollos que le

presentaría otra realidad, determinada por su ambición de conquistar el

mundo.

Maracaibo quedaría atrás. Como Carora formaría parte de su itinerario

futuro, cuando ya consagrado como concertista y compositor de la guitarra

clásica, decidiera recorrer todo el territorio venezolano.

Decidió despedirse de Barrio Nuevo, de Chío Zubillaga y se dirigió a

Carora.

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CONTRAPUNTEO EN LA GUITARRA

ALIRIO llegó a la casa de su hermano Fulvio, quien le prestó toda clase de

apoyo y de estímulo, lo hizo sentirse confiado en el porvenir, sin estar muy

seguro hacia dónde dirigirse. Volvió a leer el aviso publicado en El Diario

sobre la oferta de becas para estudiantes sin recursos económicos, por parte

del Presidente del Estado Lara. Pero no tenía dinero para viajar a

Barquisimeto. Apeló a una estratagema que lo vinculaba con su anterior

trabajo. Le escribió una carta en nombre de su padre al comerciante Domingo

Matute, a quien conocía desde hacía varios años, le vendía los cueros de chivo

que traía de La Candelaria y le compraba los víveres para la pulpería de su

progenitor.

Mi muy apreciado amigo Matute:

Le molesto para agradecerle de entregue a Alirio, mi hijo, la cantidad

de 40 bolívares en efectivo, porque debe trasladarse a Barquisimeto a realizar

una diligencia en la Presidencia del Estado, con relación a los estudios que

debe continuar en Carora o en aquella ciudad de Barquisimeto.

Espero viajar a Carora a finales del presente mes y le cancelaré todas

mis cuentas pendientes.

Atentamente

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Pompilio Díaz.

Con su correspondencia en las manos se dirigió al negocio de Matute y

se la entregó a él directamente. Después de leerla, el cliente y proveedor de su

padre le entregó los 40 bolívares y le expresó:

-Te felicito, Alirio, el porvenir de los jóvenes de hoy está en los

estudios. Hace muy bien Pompilio en preocuparse en tu futuro. Aquí estoy a

tus órdenes para cualquier otra necesidad que se te presente. No necesitas

ninguna carta de Pompilio, te conozco a ti y a tu papá como gente trabajadora

y honrada.

-Muchas gracias, don Domingo. Mi papá le pagará cuando venga a

Carora o cuando yo vaya a La Candelaria y le traigo una carga de cueros.

-No te preocupes, muchacho, Pompilio tiene en esta casa todo el crédito

que quiera.

Alirio salió disparado a tomar un autobús para Barquisimeto, pasó por

la casa de su hermano y le informó lo que había hecho en nombre de su padre.

Fulvio se rió y le dijo:

-Anda rápido para Barquisimeto, no te vaya a dejar el autobús. Si es

necesario yo hablo con mi papá.

El conductor del autobús lo dejó frente al Palacio de Gobierno, sede la

Presidencia del Estado. Se sacudió un poco el polvo que cubría la camisa y se

presentó al policía que malencarado hacía guardia en la puerta principal.

-Yo vengo de La Candelaria a solicitar una beca para estudiar.

-Aquí no hay becas para nadie –le contestó el guardián del Palacio

Presidencial.

-Pero, señor, aquí tengo el aviso que salió en El Diario de Carora, en el

que se anuncia que darán becas a estudiantes pobres y dice que hay que

presentarse en la Presidencia del Estado.

-Pase y hable con esa señora que está a la entrada de la puerta de la

oficina del Secretario General de Gobierno.

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Alirio respiró profundo y pensó que había superado el primer obstáculo

y avanzó con cierto aire de satisfacción en el rostro.

-Señora, por favor, yo vengo de La Candelaria a solicitar una beca para

continuar mis estudios.

-Ay mijo, llegaste tarde, las becas ya se repartieron.

Miró a su alrededor y observó que varios policías lo miraban a su vez a

él, como diciéndole: Usted no tiene ya nada qué hacer aquí. Tuvo tiempo de

contemplar el piso de mármol y los fuertes pilares que sostenían un edificio

nunca visto y las escaleras que no pudo subir. Le pareció que el Presidente del

Estado debería estar muy lejos, inalcanzable, revisando los papeles que

exigían para otorgar las becas. ¿Por qué llegaría tan tarde? Si alguien le

pudiera avisar al Presidente que él estaba allí, con todos los méritos para

recibir una beca. Sintió la represión policial en la mirada de un gendarme que

se le acercaba y decidió caminar hacia donde le dijo el conductor que estaría el

autobús, que lo regresaría a Carora. Dando saltos en el bus, por una carretera

de tierra, huecos y curvas peligrosas, se negaba a aceptar la posibilidad de

regresar a La Candelaria. Trabajaría y estudiaría en Carora. ¿Qué dirá mi

padre cuando se entere que yo falsifiqué su firma para quitarle prestados 40

bolívares a don Domingo Matute? Yo estaba seguro que conseguiría la beca y

así justificaría mi conducta, incluso podría pagarlos con la cantidad que me

otorgaran por la misma beca. Por ahora tendré que trabajar para pagarle a don

Domingo.

Con el pelo, las cejas, las pestañas, la cara y casi todo el cuerpo

cubierto por el polvo se bajó cerca de la casa de su hermano y le narró lo

sucedido.

-No te preocupes –le expresó Fulvio. –Yo seré tu representante y

mañana te inscribo en la Escuela Federal “Egidio Montesinos”, que dirige el

maestro Ernesto Salcedo, reconocido como un gran ductor. Además recibirás

clases de Olga Oropeza de Gallardo, Juan Bautista (don Tita) Franco y

Agustín Ramón Álvarez. Cuando papá se entere que estás estudiando, le

pagará con mucho gusto a don Domingo Matute y te ayudará, hasta que por lo

menos apruebes sexto grado.

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Su hermano lo introdujo en un círculo de periodistas políticos y de

inquietudes intelectuales en general, estimulados por Chío Zubillaga. En

algunas tenidas literarias que se realizaban en la Biblioteca “Riera

Aguinagalde”, Zubillaga exaltaba los valores de los mejores artistas

nacionales e internacionales. Alirio asistía a todas esas tertulias y allí se

informó de la existencia de un mundo musical más refinado que el de La

Candelaria y de un universo de hombres y mujeres que cultivaban las bellas

artes. Iba a la escuela y tocaba entre amigos y amantes de la música romántica

y popular. Acompañaba a su paisano y amigo Clímaco Chávez en todas

aquellas madrugadas que dedicaban a despertar del sueño crepuscular a las

muchachas de las barriadas caroreñas, y a las discusiones políticas en el

“Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga. Todo marchaba al nivel de las

aspiraciones juveniles de un guitarrista popular, de un soñador de amaneceres

románticos e incluso de un aprendiz del quehacer político e intelectual, hasta

que constató sus apremios económicos, la necesidad de afrontar la vida

independiente. Así se lo hizo conocer a su amigo y compañero de farras,

Clímaco Chávez:

-Yo me vine de La Candelaria sin el consentimiento de mi padre,

dispuesto a estudiar y trabajar. No quiero ser una carga económica para él ni

para mi hermano Fulvio, en cuya casa vivo, como y duermo. Necesito trabajar.

-Yo tengo dos trabajos: Tipógrafo de El Diario y portero del cine

Salamanca. Como tú no sabes tipografía, yo renuncio como portero y tú te

encargues de ese otro trabajo. Es muy sencillo y no te quita mucho tiempo

para tus estudios. Podemos seguir asistiendo a las reuniones en la biblioteca de

don Chío y dando serenatas a las muchachas por las noches.

Alirio consideró que Clímaco Chávez era su nuevo hermano y así lo

trataría hasta que éste, mayor en edad, falleciera muchos años después en

Carora. Posesionado de su flamante trabajo de portero, veía gratis las

películas, cobraba una pequeña cantidad de dinero y colaboraba con los gastos

de la casa de su hermano. Se sentía triunfante en sus primeros pasos en una

ciudad que comenzaba a conocer y que le abriría el camino hacia un futuro

desconocido, pero que estaba dispuesto a transitar por encima de cualesquiera

dificultades.

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En algunas noches libres se deleitaba oyendo al Trío de los Hermanos

Riera, con especial atención a Rodrigo, a quien escuchó por primera vez

cuando éste tocaba en Radio Barquisimeto acompañando a los aficionados que

se presentaban a cantar en los concursos de música popular. Impresionado por

las armonías, por los adornos musicales que Rodrigo lograba en la guitarra,

por las introducciones de las canciones, de los pasillos y de los boleros que le

conmovían su espíritu artístico, se interesó no sólo en oírle sino también en

conocerle.

A través de dos amigos comunes, Manuel Herrera Oropeza y Elisio

Giménez Sierra, quienes tenían referencias de sus inquietudes por la guitarra,

por la música en general e incluso por la bohemia se estableció el primer

contacto entre ambos jóvenes guitarristas. Rodrigo acababa de regresar a

Carora proveniente de Maracaibo y de paso para Caracas, Alirio se enteró de

su presencia en la ciudad, en la casa de Chío Zubillaga a través de Manuel

Herrera, a quien le pidió que se lo presentara. La cita la acordaron en la casa

del guitarrista Pastor Gómez, que vivía en Barrio Nuevo, muy cerca de la casa

donde nació Rodrigo y gozaba del aprecio de todos los músicos,

especialmente aficionados a la guitarra. Cuando llegó a la hora de la cita, ya

Rodrigo se encontraba en la casa de su amigo Gómez. Estaba con el dorso

desnudo, dejando al descubierto una fuerte musculatura, lo cual le produjo a

Alirio la impresión de estar frente a un atleta. Se abrazaron como si fueran

grandes amigos y con el correr de los años consolidaron una amistad que duró

la vida de ambos.

-Rodrigo, toca “El Arpa de Oro”, un solo de guitarra que te oí tocar

varias veces por Radio Barquisimeto y que siempre me ha causado una gran

emoción –le expresó Alirio.

Éste percibió directamente el talento musical de Rodrigo y la magia de

sus manos frente a las cuerdas de la guitarra.

-¿Y qué vas a tocar tú? Porque es la primera vez que te voy a oír,

aunque Manuel siempre me ha hablado de tus virtudes con la guitarra –le

planteó Rodrigo al finalizar de tocar “El Arpa de Oro” y después de recibir el

aplauso, la aquiescencia de los presentes.

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Tocaré “Una Guajira”, una pieza española de estilo flamenco, que

aprendí a tocar después de oírla varias veces en el ortofónica de mi padrino

Juan Bautista Verde, en La Candelaria.

Rodrigo tocó de inmediato “Bajos los Puentes del Viejo París” y Alirio

tocó la “Serenata de Schubert”. El contrapunteo en la guitarra los acercó

mucho, los hermanó para siempre. Es posible que en algún momento, en el

fuero interno de cada uno, haya aparecido el espíritu de competencia, pero

sellado en la vida de ambos, por una gran admiración y un aprecio mutuos.

Los encuentros en Carora no fueron muchos, ambos tuvieron que salir

a estudiar y trabajar a otras ciudades de Venezuela y del mundo, donde se

verían con más frecuencia en las aulas de clase y en los principales teatros de

Europa y América. Sin embargo, cuando se encontraban en Carora se reunían

entre amigos para tocar e intercambiar experiencias en el estilo y en la técnica

de manejar la guitarra.

En el “Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga se oyeron las más

avanzadas armonías extraídas de las guitarras de ambos. El periodista y

luchador social que marcó la historia política y cultural de Carora durante la

primera mitad del siglo XX, era un filarmónico exquisito. El único, tal vez,

capaz de comprender el potencial artístico que dos muchachos del pueblo

podrían desarrollar hasta una dimensión universal, si encontraban una escuela

que sistematizara el aprendizaje y les permitiera a la vez pensar, reflexionar y

crear, con sus propias fuerzas artísticas y vitales. En esa biblioteca encontraron

Rodrigo y Alirio el estímulo y el apoyo espiritual para romper el cascarón,

para salir de la tradición romántica de la música y buscar la escuela de la

técnica guitarrística.

-Ud. tiene que volverse a ir –le dijo a Rodrigo cuando éste llegó a

Carora procedente de Maracaibo y fue contratado por el dueño del cine

Salamanca para acompañar a una cantante famosa en dicho teatro.

-Yo vine a despedirme de mi familia y de usted, don Chío, y me

encontré con la presencia de Magdalena Sánchez en Carora y el señor Gonzalo

González me contrató. Pero me iré en los próximos días.

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-Trate de ingresar a una escuela de música. Usted tiene condiciones

para ser un gran artista de la guitarra, reconocido nacionalmente.

-Voy para Caracas y llevo una recomendación del maestro Antonio

Lauro, para el Profesor Raúl Borges, de la Escuela Superior de Música “José

Ángel Lamas”.

-Lo felicito. Esa carta de presentación es suficiente para que usted se

abra camino hacia el éxito.

Chío Zubillaga disfrutaba, como muy pocos, oyendo a aquellos dos

jóvenes guitarristas que sobresalían entre muchos de sus compañeros, porque

su vocación por la música era total, mientras otros, tan talentosos como ellos,

se dejaban arrastrar por la bohemia y la vida rutinaria en la ciudad y sus

alrededores. En Barrio Nuevo y en La Candelaria existía un vivero de

muchachos amantes de la música, tocaban y cantaban durante horas y noches

que los envolvían en románticas pasiones, satisfacían su ego y ganaban a

veces pequeñas cantidades de dinero suficientes para continuar hasta el final.

-Y usted, Alirio, olvídese de estudiar bachillerato, lo suyo es la música

–le expresó cuando éste le mostró el certificado de sexto grado que acababa de

aprobar y le solicitó ayuda para conseguir una beca y continuar estudios en el

liceo.

-Muchas gracias, maestro. Volveré para que hablemos acerca de mis

estudios de música.

-Venezuela está llena de doctores sin ciencia y sin sabiduría. Usted

puede llegar a ser una guitarrista de fama nacional.

Después de un prolongado contrapunteo con sus respectivas guitarras –

la que tocaba Rodrigo era propiedad de una de las hermanas de Chío,

aficionada a la música, que disfrutaba también de la presencia de los ya

promisores y destacados jóvenes guitarristas- éstos se retiraron. Rodrigo

estaba contratado para tocar en el cine Salamanca, y Alirio cumpliría con su

trabajo de portero de dicho teatro. En la plaza Torres, frente a la entrada del

cine se encontraron con el padre de Alirio.

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-Papá, te presento a Rodrigo, un gran guitarrista, amigo mío que esta

noche va a acompañar a Magdalena Sánchez, que dentro de pocos minutos se

presentará en el cine.

-Mucho gusto –le expresó Rodrigo a la vez que le extendía la mano.

-Ayús carajo, a éste lo conozco yo mucho. Usted me limpiaba los

zapatos en la plaza Bolívar. Lo felicito por sus éxitos. En La Candelaria

también lo oímos en radio Barquisimeto. Yo oía su nombre, pero no sabía que

era usted, el mejor limpiabotas que había en Carora hace varios años, cuando

usted era un muchachito.

Todos rieron y entraron al cine. Rodrigo a tocar, Alirio a cuidar la

puerta y don Pompilio Díaz a ver la actuación de su antiguo limpiabotas.

Rodrigo salió primero al escenario y recibió un prolongado aplauso. Entre los

que más aplaudían estaba el padre de Alirio, y éste desde la portería.

Magdalena Sánchez fue ovacionada. Rodrigo también fue ovacionado.

Alirio y Rodrigo continuaron viéndose y tocando juntos en Carora,

aunque esporádicamente porque ambos saldrían de la ciudad en direcciones

distintas: Uno para Trujillo y el otro para Caracas. Pero cuando coincidían en

su regreso a Carora, el encuentro era insoslayable. Sus amigos comunes se

encargaban de prepararlo, empezando por el “Cuarto-biblioteca” de Chío

Zubillaga.

La música, la política y la literatura se entrecruzaban en la casa del

viejo maestro de juventudes. Alí Lameda, Guillermo Morón, Isaías y Víctor

Julio Ávila, Ramón Gudiño, Gustavo Leal y Luis Oropeza Vásquez discutían

y escribían artículos sobre diversos temas políticos, estimulados y corregidos

por Chío Zubillaga. Alirio comenzó a participar como articulista. También a

oír recitales de Alí Lameda, Segundo Ignacio Ramos, Elisio Giménez Sierra,

Naty González Sierralta y Domingo Amado Rojas, poetas regionales que se

levantaban al lado y bajo la protección intelectual de Zubillaga, algunos de los

cuales tendrían destacada figuración nacional e incluso internacional, como

fue el caso de Alí Lameda. Alirio presenciaba el surgimiento de un

movimiento cultural y socialista, vinculado a una habitación y a una biblioteca

donde dormía, leía, oía emisoras de radio nacionales e internacionales y

escribía para varios periódicos y revistas, un hombre que le seguía el pulso a

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los acontecimientos del país y del mundo en una época de guerras y

convulsiones políticas. Sobre la guerra civil de España comentaba con

entusiasmo y evidente simpatía la resistencia del Ejército Republicano... ¡No

pasarán! Escribió en la pared de su habitación. Cuando se produjo el triunfo de

Francisco Franco, escribió debajo de la frase anterior: ¡Cayó la República...

Pero volverá!

Entusiasmado, Alirio le entregó a aquél, un artículo sobre la vida y

labor de un maestro caroreño, Salvador Perera Oropeza, cuya conducta ética e

intelectual consideró necesario resaltar. Chío lo corrigió y lo envió a El Diario

para su publicación, con la siguiente presentación:

“Siempre ha querido tener El Diario un estímulo para los que entre

nosotros se inician en las letras. No andamos, en este caso, detrás de otro

interés que no sea el que la cultura tenga su más holgado ejercicio, en el

terreno donde hacen pininos los que posiblemente puedan ser mañana

expresiones valederas en la jerarquía del pensamiento. A veces se ha

censurado a El Diario su apadrinamiento de los que empiezan, pero El Diario

pasa sin hacerle caso a esas voces. ¡A veces, mezquinas voces! Porque nos

resultaría mucho peor el balance, si por darle oído a esa censura del momento,

mañana uno de estos principiantes que pudiésemos desdeñar, nos saliera en la

historia, ya en planos superados su entusiasmo de iniciación, enjuiciando

nuestra actitud de amortiguadores que le pusimos trabas en su inicio, al vuelo,

algunas veces sorpresivo, de las dos alas del talento”.

Alirio leyó el artículo el otro día por la mañana y fue a agradecérselo.

-Muchas gracias, don Chío.

El viejo Chío, que ya comenzaba a sufrir los embates de sus antiguas

dolencias, lo abrazó y le entregó tres cartas, a la vez que le expresó:

-Usted será músico. Váyase a Trujillo, que en esa ciudad debe haber

una escuela de música. Yo tengo varios amigos allá. Esta primera carta se la

entrega al maestro Laudelino Mejías, Director de la Banda del Estado. Si

quiere puede leerla.

-Este muchacho tiene muy clara vocación musical, pero no sabe una

letra de música. Como aquí no hay escuela ni quien enseñe el divino arte, sale

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con el propósito de aprender. Y yo creo que usted puede enseñarle bastante, en

la forma que pueda, y así se lo suplico encarecidamente. Podría también entrar

a la Escuela de Música, que supongo allá exista. Alirio es muy pobre, pero

piensa que tocando y cantando en la Radio, puede ganar algo para comer. Este

muchacho ejecuta muy bien la guitarra. Óigalo, júzguelo y me da su opinión.

Cuando Alirio terminó de leer la carta para Laudelino Mejías, Chío

Zubillaga le extendió otra y le dijo:

-Esta segunda carta es para Luis Beltrán Guerrero, abogado y poeta y

sobre todo amigo mío y asiduo participante en todas las tertulias políticas y

literarias que realizamos en esta biblioteca, cuando estudiaba en Carora.

Actualmente es Secretario Privado del Presidente del Estado Trujillo. También

puede leerla.

Alirio leyó apresuradamente:

-Alirio promete mucho. Aunque no sabe nada de arte técnicamente,

ejecuta por fantasía la guitarra y hace en este instrumento unos solos, que creo

se podrían presentar en cualquier concierto. Póngalo a tocar y verá que estoy

en lo cierto.

Nunca había oído y menos leído juicios tan elogiosos sobre su

capacidad, con la excepción de lo que expresaban sus familiares en La

Candelaria, que él los valoraba como producto de la ingenuidad artística. Lo

que acababa de leer escrito por Chío Zubillaga le parecía, estaba seguro, que

era una apreciación, si no técnica, por lo menos producto del pensamiento de

un hombre superior, tal como lo valoró siempre, incluso después de

consagrado como una de las primeras guitarras de Europa y del Mundo.

La tercera carta iba dirigida a Pedro J. Torres, dueño y Director de la

emisora Radio “Trujillo”, y en la misma le solicita un trabajo para Alirio. Y

aunque le reitera que el joven no sabe nada de música desde un punto de vista

técnico, le pide que lo oiga para que compruebe su sensibilidad musical y la

destreza en el manejo de la guitarra.

Al primero que visitó fue a Luis Beltrán Guerrero, quien lo recibió

como a un paisano y amigo, enviado por su maestro Chío Zubillaga.

Inmediatamente pensó en la Imprenta donde se editaba el semanario cultural

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denominado “Presente”, que él mismo dirigía. Antes de hablar de trabajo le

expresó:

-En mi semanario puedes escribir sobre música o sobre cualquier otro

tema de la cultura nacional y local.

Le entregó el último ejemplar del periódico y esperó su respuesta.

-Cuando tenga resuelto mi problema económico y tenga algunas horas

libres, trataré de escribir algo para su periódico. Muchas gracias, Dr. Guerrero.

A mí me gusta escribir y lo haré cuando pueda.

-Como a usted le gusta estudiar, le voy a hacer una gestión en la

Imprenta donde edito “Presente”, para ver si lo pueden emplear como

corrector de pruebas o como tipógrafo.

Alirio le reiteró las gracias y se despidió. Fue a visitar a Pedro Torres,

Director de Radio “Trujillo”. Al entrar al estudio quedó gratamente

impresionado. Nunca había estado en un estudio de radio, pero recordó a

Rodrigo cuando lo oía tocar por Radio “Barquisimeto”. Torres leyó la carta de

Chío Zubillaga y le dijo:

-Venga mañana a un ensayo. Creo en todo lo que me dice don Chío en

su carta y espero que se quede con nosotros.

Ese mismo día fue a visitar a Laudelino Mejías en la sede de la Banda

Musical del Estado, una vieja casona en la que el maestro trujillano ensayaba

con todos los componentes de su orquesta.

-Si Chío lo recomienda, usted tiene el triunfo asegurado: Mañana

mismo comenzamos las primeras clases.

Comenzó con Laudelino Mejías, quien le enseñó los elementos

fundamentales de la música. Con él aprende tocar el saxofón y el clarinete y a

los pocos días pasó formar parte de la Banda “Sucre” del Estado Trujillo,

como ejecutor del saxofón. Cuando estudió Teoría y Solfeo fue cuando pudo

comprender y valorar el Método de Guitarra de Fernando Carrulli, que una vez

su madre lo puso en sus manos, con un inocente gesto de proporcionarle un

instrumento y una guía para su formación, cuando comenzaba a tocar en su

aldea natal de La Candelaria.

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Después de tocar las retretas en la Plaza Bolívar de Trujillo, decidió

reseñarlas y llevárselas a Luis Beltrán Guerrero, para su publicación en el

semanario “Presente”. Guerrero leyó la primera reseña y ordenó su

publicación. En ese mismo periódico publicó también varias reseñas que

escribió sobre algunos ensayos que realizaba el maestro Laudelino Mejías

sobre algunas composiciones importantes. Sobre una instrumentación que hizo

el maestro Mejías y su Banda sobre un fragmento del “Parsifal” de Wagner,

escribió un artículo para el semanario “Presente” y le envió copia a Chío

Zubillaga.

Después de leerlo, su maestro caroreño le contestó:

-Demuestras tener ya conocimiento profundo y sensación por la gran

música. Eso me entusiasma, pues debes recordar cómo pretendí guiarte por

esa senda del arte musical puro y selecto, de la que hay tanta incomprensión

en estos medios, no digamos que por sordos, pero sí indiferentes ante lo que

yo he considerado capitel incomparable de las bellas artes.

Cuando Alirio comprendió por primera vez una explicación sobre el

sentido de una nota musical, creyó que estaba entrando en un nuevo mundo

sonoro. Pensó que estaba encontrando un camino, tantas veces señalado por

Chío Zubillaga, hacia Caracas y hacia la gloria. A los pocos días se sintió que

era músico, no un gran músico, pero sí un guitarrista superior a lo que hasta

ese momento había sido. La cátedra impartida por Laudelino Mejías lo

acercaba a un mundo desconocido, pero ansiado, buscado con una gran

pasión, aún sin saber exactamente cómo era.

En principio había sentido miedo por el estudio de la música, porque

algunos amigos en Carora le habían dicho que lo que él tocaba en la guitarra,

no se podía escribir, no se podría leer nunca. En cierto modo llegó a sentir

alguna aversión por la teoría de la música. Pero en muy poco tiempo

comprendió que estaba en el mejor camino de su aprendizaje.

Al poco tiempo de estar bajo la dirección del maestro Laudelino

Mejías, de haber agotado el repertorio de Radio “Trujillo”, su espíritu inquieto

comenzó a experimentar los efectos de la estrechez pedagógica y artística de

la provincia. Había estudiado teoría y solfeo, pero intuía que le faltaba algo

esencial, no sabía si era la armonía, el contrapunto, la fuga o la historia de la

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música, estética o formas musicales. De todo esto había oído hablar

vagamente, pero no lo podía captar y menos profundizar con precisión

artística.

El maestro Mejías lo trataba con especial distinción, por los adelantos

alcanzados por él en poco tiempo. Un día lo llamó para felicitarlo por su

progreso en los estudios y le entregó un pergamino en forma de rollo y le

expresó:

-Te has graduado de saxofonista. En todo el tiempo que tengo al frente

de la Dirección de la Banda “Sucre” eres el mejor alumno que he tenido.

-Muchas gracias, maestro –le expresó Alirio emocionado y se abrazó a

su querido ductor.

Ese mismo día le escribió a Chío Zubillaga:

-Mi querido maestro.

Hoy recibí de manos del maestro Laudelino Mejías el diploma de

saxofonista.

Creo que no le he quedado mal por su recomendación. Trabajo mucho.

Siento que he cumplido una jornada importante, pero sigo pensando en el

futuro, en el estudio de la guitarra.

Chío Zubillaga, que le hacía seguimiento oyendo sus actuaciones en

Radio “Trujillo”, le contestó:

-Ahora te toca concretarte, y trata de economizar lo más que puedas

para pensar en el traslado a Caracas, a continuar tu especialidad de guitarrista.

Por allí puedes llegar a muy alto; y pienso que no será dudoso que te oiga,

como a otro Gómez, ejecutar con su misma o mayor habilidad las cuerdas de

tu amado aparato musical, por la famosa cadena de las Américas.

Alirio continuó moviéndose entre la imprenta, la Radio “Trujillo” y la

Banda “Sucre” del Estado, pero la música lo va absorbiendo totalmente. Si

abandona los otros dos trabajos podría vivir decentemente en Trujillo, pero

cuando piensa en el traslado a Caracas las cuentas no le cuadran. No tiene

seguridad de un trabajo o de una beca para ingresar a estudiar a la Escuela

Superior de Música, que dirige para entonces el maestro Vicente Emilio Sojo,

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y donde dictan cátedra de guitarra, profesores de altísima calificación

profesional. Para procurarse un trabajo en Caracas, decidió estudiar

mecanografía e inglés en Trujillo. El trabajo y la distribución del tiempo lo

agobian. Aumenta el trabajo, el estudio y el ahorro, sigue soñando, no ya

como un muchacho campesino abrasado por el desierto, sino como un músico

de una Banda de Estado, que sigue buscando un camino para más allá y

continúa enfrentando dificultades para avanzar.

La Escuela de Música del maestro Laudelino Mejías le había

proporcionado extraordinarios conocimientos del manejo técnico del saxofón

y del clarinete, pero no así de la guitarra. Con ésta seguía improvisando por las

noches en Radio “Trujillo”. Mejías era un gran maestro, conocía los artificios

técnicos de todos los instrumentos musicales, excepto la guitarra. La Banda

“Sucre” del Estado Trujillo era considerada una verdadera filarmónica,

dirigida por un virtuoso del arte musical, pero Alirio aspiraba estudiar

guitarra. Los avances que había experimentado en la guitarra eran producto de

su talento, de su intuición, extraídos del conocimiento que había adquirido en

el manejo de otros instrumentos y de la música en general. Incluso, en su

pasantía por Trujillo había aprendido la técnica de la tipografía, pero no de la

guitarra. Su primera verdadera profesión, según sus propias palabras, fue la de

tipógrafo. Trujillo se le fue reduciendo a un mundo en el que no cabía su

guitarra.

-No se desespere –le dijo Laudelino Mejías, cuando observó que Alirio

no se concentraba como al principio y le había manifestado varias veces su

aspiración de irse a Caracas.

Se sentía comprometido con su maestro de música, tanto por el trato

como por el respaldo económico que recibía, pero continuaba planeando su

ingreso a una Escuela de Guitarra.

-Comprendo, maestro. Espero que usted también me comprenda a mí.

-Tú tienes un puesto seguro en la Banda del Estado. Deja para más

adelante tu viaje a Caracas.

Alirio tenía asegurada su forma de vida. Podía satisfacer todas las

necesidades de un miembro de la Banda “Sucre”, pero cada día que pasaba se

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sentía más impulsado a buscar otro rumbo. Para salirse de Trujillo decidió ir a

Carora y a La Candelaria donde tenía su familia. Un nuevo encuentro con

Chío Zubillaga sería definitivo. Así lo intuía y así sería. Cuando le comunicó

su decisión al maestro Mejías, que tomaría unas vacaciones para viajar a

Carora, éste le manifestó:

-Muy bien que vayas a ver a tu familia. Cuando regreses tendrás puesto

en la Banda del Estado-

-Maestro, yo pienso definitivamente irme a Caracas, a estudiar guitarra.

Estoy altamente agradecido por sus atenciones, por sus enseñanzas, que me

han producido una nueva visión de la música y de la vida. No creo que pueda

regresar, por ahora.

Convencido Mejías de la firmeza de Alirio para viajar a Caracas,

asumió su papel de auténtico maestro y lo tomó por el brazo.

-Espera. Te daré una tarjeta de presentación para el maestro Pedro Elías

Gutiérrez, Director de la Banda Musical del Distrito Federal.

Lo condujo a un pequeño escritorio que tenía en la sede de su trabajo,

tomó una pluma de tinta y escribió:

Querido Pedro Elías:

Te presento al portador, Alirio, un joven músico que aprendió en mi

escuela a tocar casi todos los instrumentos musicales, menos la guitarra,

porque aquí no tenemos profesor de esa materia.

Prueba sus conocimientos y estoy seguro que lo incorporarás a tu

Banda Musical. En el futuro será un gran maestro.

Te saluda tu amigo de siempre

Laudelino Mejías

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EN LA ESCUELA SUPERIOR DE MÚSICA

RODRIGO Y ALIRIO salieron de Carora, sin ponerse de acuerdo, buscando

un camino común, con el mismo objetivo, hacia una misma meta, con los

mismos sueños, impulsados por la palabra terminante de Chío Zubillaga y por

sus inmensos deseos juveniles de triunfar.

Rodrigo iría primero a Maracaibo a cobrar parte de sus emolumentos

que le adeudaba la emisora de radio Ondas del Lago. Se encontrarían en

Caracas en la antesala de la Escuela Superior de Música “José Ángel Lamas”.

Alirio se fue directamente a Caracas. Llegó a una pensión de Rosario a

Curamichate, donde se hospedaban varios caroreños, entre quienes estaban los

hermanos Ignacio y Napoleón Ramos, hijos del poeta Segundo Ignacio Ramos

a quien había oído hablar de la revolución democrática, y recitar sus poemas

en la biblioteca de Chío Zubillaga. Los hermanos Ramos serían sus amigos

solidarios y guías en la ciudad capital.

En Carora, Alirio recibió de Chío Zubillaga dos tarjetas de

presentación. En una de ellas afirma:

-Alirio es un joven caroreño de brillante conducta y va a Caracas con el

propósito de ingresar a la Escuela Superior de Música dirigida por el maestro

Sojo. Alirio ha trabajado en Trujillo bajo la dirección del maestro Laudelino

Mejías, pero desea perfeccionarse en la escuela caraqueña mencionada, en la

ejecución del saxofón y la guitarra... representa una esperanza en el divino

arte de la música.

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Al día siguiente de llegar a Caracas fue a visitar al maestro Vicente

Emilio Sojo, Director de la Escuela Superior de Música, a quien encontró a la

entrada de la misma, se le presentó y le entregó la tarjeta de Chío Zubillaga.

Sin moverse del lugar, Sojo la leyó al terminar le preguntó:

-¿Qué edad tiene usted?

-22 años –contestó Alirio.

El maestro Sojo lo miró inquisitorialmente, de pies a cabeza, levantó la

voz y expresó:

-Viejo no aprende música –le regresó la tarjeta, le dio la espalda y se

dirigió hacia su despacho.

El joven provinciano, que por primera vez visitaba la capital de

Venezuela y se dirigía al más alto representativo de la academia de la música

venezolana, salió de la Escuela Superior de Música abatido y pensando qué

hacer para no regresar todavía a Carora. En la calle recordó que tenía una carta

de Chío Zubillaga para el Dr. Francisco Manuel Mármol, Secretario General

de la Gobernación del Distrito Federal y caminó hacia el viejo edificio de

gobierno frente a la plaza Bolívar. Al llegar a la oficina del alto funcionario

gubernamental, le entregó la carta al portero y le pidió que le preguntara al Dr.

Mármol si lo podía recibir. El portero ingresó al Despacho, a los pocos

minutos regresó y le dijo:

-Se puede sentar que el Dr., dentro de pocos minutos, lo va atender.

Alirio se sentó a esperar con la humildad y paciencia del campesino que

ve pasar el tiempo del verano, hasta que Dios quiera. El portero entraba y salía

del Despacho oficial. Varias personas llegaron, entraban y salían conducidos

por el portero.

Después de abrirles la puerta a varias personas, que decían que el Dr.

Mármol los estaba esperando, el portero se le acercó y le expresó:

-El Dr. salió un momentico, pero ya regresa.

Alirio miró su reloj, adquirido con sus ahorros en una modesta relojería

de Trujillo. A las 12 m. pensó que el Secretario General de Gobierno habría

salido a almorzar, pero él no tenía hambre. Lo que tenía eran deseos de

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quedarse en Caracas. Le aterraba pensar en el regreso, en la derrota. Las horas

pasaban y algunas se hacían interminables. Deben ser muy importantes –

pensaba-las personas que entraban y salían, de la Secretaría de Gobierno, sin

hacer antesala.

Respiró con cierto alivio cuando el portero se le acercó y le comunicó:

-Ya el Dr. se va a desocupar.

Miró nuevamente el reloj, pero se prometió no mirarlo más, porque

pensó que antes de la 6 p.m. debería recibirlo el Dr. Mármol. Cuando el reloj

de la Catedral sonó seis veces, observó que salían secretarias y otras personas,

aparentemente empleados de la Secretaría de Gobierno. El último en salir fue

el portero arreglándose la corbata. Se le acercó y le dijo:

-El Dr. se acaba de ir. Vuelva mañana. Vamos a cerrar.

Salió a la calle cuando ya comenzaba a oscurecer. Trató de atravesar

presuroso la Plaza Bolívar, por temor a la noche. Debería llegar temprano a la

pensión. Sin embargo, se detuvo algunos minutos a contemplar la estatua de

Simón Bolívar y se acordó de su profesor de Historia de Venezuela, allá en

Carora. El hombre más grande del continente y uno de los más preclaros del

mundo. Uno de los pocos, si no el único, de los políticos y guerreros que nació

rico y murió pobre, después de liberar y gobernar varios países. Pensó otra vez

en el regreso. Para quitarse la idea de la mente, le atribuyó mucha importancia

a las personas que había ido a visitar, tanta que no tenían tiempo para recibir a

un joven provinciano que aspiraba ingresar a una Escuela Superior de Música.

¿Les pasaría lo mismo a los generales caroreños Jacinto Lara y Pedro León

Torres, cuando se presentaron decididos a luchar por la independencia? Tal

vez no, porque venían armados, traían caballos, mulas y soldados reclutados

en sus fincas de La Otra Banda. Seguía caminando por la misma calle por

donde lo había hecho para llegar a la Escuela de Música, pero en dirección

contraria. Cuando llegó a la pensión encontró a Ignacio Ramos tocando y

cantando “Noches Larenses”. Al lado, una botella de cocuy.

-Alirio, vamos a tocar un rato música de nuestra tierra –expresó.

-Creo que tengo cerca de 20 años tocando y cantando todos los días,

pero hoy no puedo hacer ninguna de las dos cosas.

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-¿Por qué, te ocurre algo?

-No me siento bien.

Ignacio Ramos, joven guitarrista, también caroreño, de excepcional

talento para la música, insistió:

-Pero, Alirio, tenemos tiempo que no tocamos juntos.

Alirio le explicó lo que le había sucedido en la Escuela Superior de

Música y en la Gobernación del Distrito Federal. Ignacio comprendió la

situación difícil que estaba atravesando su amigo y le expresó:

-Tienes razón, tocamos otro día, pero no te preocupes, mañana Rodrigo

y yo tenemos una entrevista con el Profesor Raúl Borges, que es el que da

clases de guitarra. Podemos ir juntos.

-Muchas gracias, Mano Pecho. Mañana iremos juntos.

Alirio se sintió parcialmente aliviado. Le volvió el alma al cuerpo.

Después de agradecerle la invitación se retiró a su habitación. Durante algunos

minutos u horas oyó tocar a Ignacio Ramos música larense, lo cual lo

trasladaba mentalmente a Carora, a La Candelaria, a Muñoz, y /o alejaba del

sueño. Cerró los ojos y se sentía tocando y cantando en diferentes ventanas de

Carora y La Otra Banda. Pensó que definitivamente había regresado a su

tierra. Pero cuando Ignacio Ramos consumió la botella de cocuy, no oyó más

la guitarra ni el canto. Daba vueltas en la cama, se arropaba la cara tratando de

dormir, pero la interrogante de qué pasará mañana lo mantenía despierto.

Cuando recordó que Ignacio Ramos lo había invitado a ir juntos con Rodrigo a

ver al maestro Raúl Borges, se quedó dormido. Muy rápido, muy temprano en

la mañana sintió que Ramos se levantó. Cuando éste entró al baño, él salió de

su cama. En pocos minutos los dos estaban vestidos y dispuestos a salir.

Después del desayuno se dirigieron a la Escuela Superior de Música, donde

encontraron a Rodrigo.

Rodrigo había llegado a una pensión en la esquina de Puente

Restaurador. De allí salió a buscar a su amigo Ovelio Riera, guitarrista,

cantante y compositor popular, autor del valse “No me Olvides”. Ovelio Riera

era otro de esos jóvenes talentosos, producto de ese medio musical caroreño

que invadía toda la trama espiritual de la sociedad, deambuló por muchas

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emisoras de radio, con mucho éxito. Rodrigo lo conocía desde niño. Separados

por múltiples razones, especialmente económicas, se volvieron a encontrar en

el medio que los dos estaban obligados a frecuentar como forma de vida.

Ovelio Riera le presentó a Luis Raimond, quien tenía un programa musical en

Radio “Libertador” e hizo que lo contrataran para tocar con los cantantes

oficiales de dicha radio, que requerían acompañamiento de guitarra.

En Radio “Libertador” conoció a Luis Ortega, con quien formó un

dueto de guitarra y comenzaron a trabajar en la Radio la Voz de la Patria. La

experiencia adquirida en Radio Barquisimeto y Ondas del Lago, y su maestría

en la improvisación que le permitía acompañar a los más famosos y diversos

artistas venezolanos y extranjeros, sin previo ensayo, lo hizo también famoso

en el medio artístico radial de entonces. Cuando algún cantante llegaba a una

de las emisoras de radio caraqueñas y no tenía acompañante, inmediatamente

llamaban a Rodrigo. En Radiodifusora Venezuela conoció a “Pepe” Torres,

productor de un programa de radio, con quien logró trabajar a destajo y por

horas, durante varios meses. Para poder participar en este programa, tenía que

dormir en los locales de la emisora. En esta misma emisora conoció a Ángel

Sauce y otros importantes músicos venezolanos con quienes participó en

diferentes programas de música popular. Superados todos los escollos que la

radio podía presentarle a cualquier guitarrista, no se sentía totalmente

satisfecho, seguía pensando en ingresar a la Escuela Superior de Música. A

los pocos meses de estar en Caracas, actuando con el mayor de los éxitos

populares a que pudiera aspirar un joven provinciano, decidió utilizar la tarjeta

de presentación que le había dado Antonio Lauro para el Profesor Raúl

Borges. Así se lo hizo conocer a Ignacio Ramos, paisano y colega de la

guitarra y de muchas farras, a quien invitó para que se presentara, y quien a su

vez se lo comunicó a Alirio.

Tres guitarristas populares, que vienen de Carora, deciden tocar las

puertas de la única escuela de música que comenzaba a darle importancia a los

estudios de la guitarra, ante la indiferencia e incluso la resistencia del

Ministerio de Educación, cuyos técnicos en la materia consideraban que la

guitarra era un instrumento popular, que no podía alcanzar los niveles clásicos

de la música, como para ser estudiado en una escuela superior. Fue el maestro

Raúl Borges quien logró a través de la cátedra de Arpa, que se estableciera una

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pequeña asignación de 500 bolívares mensuales, para la enseñanza de la

guitarra.

Cuando los maestros Raúl Borges y Antonio Lauro engtraron a la

Escuela Superior de Música, se encontraron con tres guitarristas populares y

dos guitarras, también populares. Rodrigo todavía no tenía guitarra. Lauro,

que conocía Rodrigo, le reiteró a Borges:

-Este es Rodrigo, de quien le he hablado varias veces. Lo he oído en

diversas oportunidades y creo que será un gran guitarrista. Aspira ingresar a

esta Escuela a estudiar guitarra.

Rodrigo presentó a Alirio y a Ignacio Ramos.

-Estos son, maestro, dos grandes guitarristas populares que aspiran

igualmente ingresar a la Escuela a perfeccionar sus conocimientos, que es

también mi aspiración.

Cuando terminaba la presentación, entró Vicente Emilio Sojo, Director

de la Escuela, quien saludó secamente a los presentes y dirigiéndose al

Profesor Raúl Borges, le dijo:

-Raúl, tómale una lección a este señor, para ver si tiene condiciones

para estudiar en la Escuela –señaló a Alirio y continuó hacia su Despacho.

Ignacio Ramos fue también invitado a pasar a la Sala de Ensayos.

Mientras caminaban, Raúl Borges le comentó a Rodrigo las dificultades que

tienen los músicos en Venezuela para subsistir.

-El arte tiene pocos amigos, como la cultura en general. Muy pocos

valoran la música y menos la guitarra.

Rodrigo quedó anonadado, muy confundido. Pensó que la situación que

él había vivido como músico popular, podría ser la misma de un guitarrista

egresado de la Escuela Superior de Música. Recordó las penurias que había

atravesado, los salarios miserables que había devengado, lo difícil que había

sido salir de Carora, la voz tronante de Chío Zubillaga: Se tiene que ir a

estudiar a una escuela de música. Unos inmensos deseos de triunfar lo inducen

a mantenerse firme en la idea de continuar sus pasos hacia la Sala de Ensayos.

Se ubicaron en sus respectivas sillas. Borges le preguntó a Alirio:

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-¿Qué va a tocar usted?

-La Serenata de Schubert –contestó el joven de La Candelaria.

-Déjeme buscarle el pentagrama. Espérese un momento –le expresó el

maestro Borges a la vez que caminaba hacia un viejo archivo colocado sobre

un armario de madera. Cuando regresó, le extendió el pentagrama a Alirio.

-Yo no sé leer el pentagrama. Yo toco de oído –le contestó.

Borges se sorprendió, pero trató de actuar con absoluta normalidad.

-Muy bien. Vamos, puede empezar –le dijo, mientras extendía el

pentagrama delante de Antonio Lauro, colocado a la altura de su vista con la

finalidad de que ambos pudieran leerlo.

Alirio tocó La Serenata de Schubert, sin equivocación alguna. Al

finalizar Borges expresó:

-Lo felicito. Una maravilla. ¿Tú qué opinas Antonio?

-Igual que usted, maestro. Yo no había oído a Alirio, pero sí a Rodrigo,

que maneja con mucha maestría la guitarra.

-¿Y tú, Rodrigo, qué vas a tocar?

-El Arpa de Oro.

-¿También sin pentagrama?

-Sí, maestro. Yo tampoco sé leer el pentagrama.

Mientras Raúl Borges y Antonio leían el pentagrama, Rodrigo tocó El

Arpa de Oro, un solo de guitarra.

-Extraordinario, Rodrigo. Eres un virtuoso de la guitarra –exclamó

Borges en medio del aplauso de todos.

-¿Y tú, Ramos, que vas a tocar?

-También un solo de guitarra, sin pentagrama.

Al finalizar Ignacio Ramos, también fue felicitado y aplaudido por los

maestros y sus compañeros aspirantes a ingresar a la Escuela Superior de

Música.

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-¡Cómo pueden tocar estos muchachos, composiciones clásicas, no sólo

sin pentagrama sino también con estas chatarras –refiriéndose a las guitarras.

¡Qué talento! ¡Qué temperamento! –comentó Raúl Borges al terminar de oír

aquellas guitarras con cuerdas de alambre, combinar los sonidos en una

armonía perfecta, de composiciones muy complejas y difíciles de tocar sin

haber realizado estudios académicos sistemáticos.

-Vamos a buscar al Maestro Sojo –le dijo Lauro a Raúl Borges –y

salieron juntos hacia el Despacho del Director– para que oiga las maravillas

que nosotros acabamos de escuchar.

Los jóvenes guitarristas de Carora esperaron en la Sala de Ensayos,

henchidos de orgullo por las palabras que habían oído expresar a sus

profesores.

En el Despacho de Vicente Emilio Sojo, el maestro Antonio Lauro

expresó:

-Estamos en presencia de unos jóvenes guitarristas que prometen ser

unos grandes concertistas en el futuro muy cercano.

-Estos son unos fenómenos de la guitarra, de la improvisación y lo

serán del concierto. Tiene que oírlos, Director –dijo Raúl Borges.

Los tres profesores se dirigieron a la Sala de Ensayos. Vicente Emilio

Sojo tomó en sus manos el pentagrama correspondiente a lo que cada uno de

los jóvenes aspirantes a ingresar a la Escuela Superior de Música, había

tocado y volvería a tocar. Después de oírlos, manifestó también su admiración

por la intuición y la condición musical innata de los guitarristas caroreños.

-Habrá que hacer una excepción. A la escuela se ingresa hasta la edad

de quince años. A ustedes se les pasó la edad. Inscríbales en el primer año de

guitarra –le dijo al Profesor Raúl Borges.

Los tres caroreños sintieron que habían comenzado a conquistar la

capital de la República y salieron a celebrar su ingreso a la Escuela Superior

de Música “José Ángel Lamas”. Tocaron, cantaron y bebieron hasta la

madrugada. Alirio se retiró a su habitación más temprano, pues había dormido

muy poco la noche anterior y era poco afecto a la bebida. Vueltos a la realidad

el otro día, tenían que enfrentar el pago de la pensión: vivienda y comida, y

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los gastos mínimos de estudiantes de música, que no contaban con ingresos de

ninguna naturaleza.

Alirio fue a visitar al maestro Pedro Elías Gutiérrez, a quien le entregó

la carta de Laudelino Mejías y la tarjeta de Chío Zubillaga. Después de leerlas,

el maestro Gutiérrez le expresó:

-¡En hora buena!. Estamos necesitando un clarinetista.

-Maestro, yo domino mejor el saxofón –le contestó Alirio.

-No se preocupe que más adelante tocará el saxofón. Por ahora nosotros

lo necesitamos como clarinetista -y le colocó en las manos un viejo clarinete.

Usted será nuestro clarinetista V.

Alirio sintió un gran alivio cuando el maestro Gutiérrez le comunicó

que sería colocado como clarinete V, que tocaba una nota “una vez por

cuaresma”. Como el sueldo era muy bajo, le pidió a su paisano caroreño y

amigo, Napoleón Ramos, que le ayudara a conseguir un nuevo trabajo, para

completar los ingresos necesarios para cubrir sus gastos. Ramos lo ubicó como

cobrador en una empresa de alfarería, en la que él trabajaba como contabilista.

Entusiasmado, al otro día le escribió a Chío Zubillaga:

Querido Maestro:

Para su inmensa satisfacción le comunico que aprobé el examen de

ingreso a la Escuela Superior de Música. También lo aprobaron Rodrigo e

Ignacio Ramos. Hemos alcanzado un objetivo muy importante, pero tengo que

trabajar muy duro. El maestro Pedro Elías Gutiérrez me colocó como

clarinetista V en la Banda Marcial, no obstante que le insistí en que yo

manejaba mejor el saxofón. El sueldo es muy bajo, pero nuestro paisano

Napoleón Ramos me consiguió otro trabajo y creo que saldré bien. Espero no

defraudarle.

Su amigo

Alirio

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Chío Zubillaga le contestó a los pocos días:

Apreciado Alirio:

Por fortuna las noticias que me das son tan buenas, que he anotado tu

triunfo como uno de los que gana el propio esfuerzo. Si algo contribuyó mi

tarjeta certificando tus virtudes y tus capacidades, dámele un estrecho abrazo

al admirado Capitán en Jefe de la música nacional, don Pedro Elías, por

haberla tomado en cuenta. Sé que llegarás a la cumbre, porque conozco tus

capacidades técnicas para la guitarra y he medido el gusto apasionado por ese

instrumento. Me reafirmo ahora en mi presunción de oírtelo ejecutando desde

la National Broaskasting de New York.

Tu amigo de siempre

Chío

Rodrigo recorrió todas las emisoras de Caracas e incluso participó en la

inauguración de algunas de ellas. Trabajaba a destajo acompañando algunos

artistas que sí tenían contrato fijo con las emisoras. Los días transcurrían y la

situación personal se le hacía angustiante, no sólo por las limitaciones

económicas, sino también por la inseguridad en el trabajo. Improvisaba la

guitarra e improvisaba la vida. Cuando no podía pagar la pensión dormía en el

billar del Bar La Crema, gracias a la generosidad de un amigo que le permitía

pasar la noche sobre la piedra del billar. Otras veces dormía en los bancos del

Teatro Nacional, hasta que un día se presentó a solicitarle trabajo fijo a Jesús

Sanoja, Director de la Orquesta que llevaba su nombre: La Orquesta de

“Chucho” Sanoja. Cuando le expuso su necesidad y sus deseos de trabajar en

su orquesta, Sanoja le dijo:

-Necesito alguien que toque el contrabajo.

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-Yo lo toco –le respondió Rodrigo.

Antes de iniciarse como profesional del contrabajo, lo escuchó tocar

durante horas seguidas, hasta que se lo aprendió de oído. Emocionado por sus

avances, le escribió a su amigo Manuel Herrera Oropeza:

Querido Hermano:

No te había escrito porque, no obstante haber aprobado sobresaliente el

examen para ingresar a la Escuela Superior de Música “José Ángel Lamas”, he

tenido que trabajar en diversas emisoras de radio, como un negro esclavo.

Pero he salido adelante y ya tengo un trabajo fijo, como contrabajista de la

Orquesta de “Chucho Sanoja”. Para aprender a tocar el contrabajo recordé

cuando íbamos al cine Salamanca, oíamos a los artistas cinematográficos que

tocaban composiciones de guitarra y me las aprendía de oído. He recordado la

guitarra de Josefina, tu hermana, la primera guitarra que toqué cuando era un

niño, porque antes de ir al cine, sólo había oído tocar a Valle Cayayo y a

algunos guitarristas populares de Barrio Nuevo.

Si aprendo a tocar bien el contrabajo no regresaré todavía a Carora,

porque tendré que cumplir con los contratos de la Orquesta. Pero cuando tenga

unos días libres me iré a acompañarte en las excitantes madrugadas de

nuestras serenatas.

Estoy seguro que voy a triunfar en esta ciudad. Hoy mi situación

personal se ha hecho más estable.

Te saluda tu amigo y hermano

Rodrigo

Los estudios de guitarra en la Escuela “José Ángel Lamas” los

compartirán hasta el final de los mismos, con el trabajo en la radio y

acompañando orquestas populares como único medio de subsistencia. El

maestro Raúl Borges les enseña todo el alfabeto artístico técnico de la guitarra

y la expresión musical. Y aunque no había propiamente una programación

sistemática para aprender la guitarra, Rodrigo y Alirio entraron en un

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escenario sonoro técnico y universal. Al lado de la experimentación que hacía

Raúl Borges para enseñar todo lo que sabía acerca de la guitarra, lo cual a

juicio posterior de sus discípulos era excepcional, otros profesores como

Vicente Emilio Sojo, Juan Bautista Plaza, Pedro Antonio Ramos,

complementaron la formación integral que requería un estudiante de este

nivel. En la Escuela recibieron clases de Teoría y Solfeo, Armonía,

Contrapunto, Composición Musical y Estética de la Música.

Alirio se caracterizó desde un principio por la disciplina en la lectura de

los ritmos musicales, por la capacidad de asimilación y el rigor en el estudio y

en el trabajo. Igualmente Rodrigo, con la excepción en la lectura de los ritmos

musicales, lo cual quedaba ampliamente superado por su capacidad para la

improvisación. No leía con rapidez, pero al escucharlo se aprendía de oído

cualquier ritmo musical. Fueron muchos los exámenes, que por tener que

atender a su trabajo, Rodrigo los presentó sin haber estudiado y los aprobó

sobresaliente. Antes de entrar a presentar el examen, buscaba la manera de oír

la obra respectiva, se la aprendía de oído y se presentaba ante el jurado.

Ignacio Ramos fue igualmente un alumno aventajado y pudo haber sido un

gran concertista universal, pero fue lentamente tragado por la bohemia. Se

hizo profesor de guitarra e impartió enseñanza en varias escuelas y a

numerosos alumnos. Su maestría, su virtuosismo frente a la guitarra no

desaparecieron, pero su camino, su rumbo a la conquista de un escenario

mundial, fue obstaculizado por un irrefrenable apego a embriaguez del

espíritu. Como a Lorenzo Barquero se lo tragó la llanura, a Ignacio Ramos se

lo tragó la noche.

Al salir de la Escuela Superior de Música se dirigían a sus trabajos,

cada uno por su lado. Las limitaciones por los bajos ingresos fueron comunes

a todos, aunque Alirio logró cierta estabilidad en el trabajo. Cuando se cansó

de tocar una nota –de vez en cuando- como clarinetista V en la Banda Marcial

que dirigía Pedro Elías Gutiérrez, se fue a Radio Tropical a tocar con la

Orquesta de César Viera, con un sueldo apropiado a sus necesidades más

elementales y satisfaciendo sus inclinaciones por el saxofón, la guitarra o el

clarinete.

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Superadas las penurias económicas, tuvieron que luchar con las

limitaciones del tiempo para estudiar. Después de tocar en algunas fiestas,

dormían algunas horas y luego salían para la Escuela Superior de Música.

Tocar en bailes, serenatas y en la radio acompañando artistas, les permitió

comprender los vínculos, los vasos comunicantes entre la música popular que

ellos dominaban desde niños y la música clásica que estudiaban en la Escuela

“José Ángel Lamas”. Mientras más estudiaban música clásica más enriquecían

su repertorio popular. Mientras más tocaban música popular, más facilidades

tenían para estudiar música clásica. En un intercambio de opiniones entre

Alirio y Rodrigo, caminando por las calles de Caracas, en dirección a la

Escuela, éste le expresó:

-La música clásica que no es popular no es clásica; y la música popular

que no es folklórica no es popular.

Alirio pensó que en Carora y en La Candelaria había muchos músicos

populares que podrían ser clásicos. Decenas de grandes guitarristas vegetan en

La Otra Banda, porque no han podido salir más allá del río Morere, que divide

a esa zona rural de la ciudad de Carora. Si pudiéramos traérnoslos a todos para

la Escuela Superior de Música, llenaríamos el mundo con nuestros mejores

concertistas y compositores. Pero, imposible, la mayoría se tiene que quedar

porque no encuentra caminos que conduzcan al mundo de la técnica, del

estudio organizado. Ni siquiera han podido llegar al “Cuarto-biblioteca” de

Chío Zubillaga, a oír la palabra encendida y ductora de un hombre que

combina el mensaje social, el estímulo a la lucha por el progreso del ser

humano, con la reverencia ante los bienes culturales de la humanidad.

-Creo, Rodrigo, que ya hemos alcanzado algunos peldaños que nos

permitirán continuar avanzando. A lo mejor no terminamos nunca de estudiar

y de aprender –respondió emocionado Alirio, cuando estaban llegando a la

Escuela de Música.

Día a día percibían que los estudios les resultaban imprescindibles para

internarse en las profundidades y grandeza de la música. La Escuela los puso

en contacto con los grandes guitarristas del mundo. Mientras cursaban

estudios superiores tuvieron dos oportunidades para oír al maestro español

Andrés Segovia, durante dos visitas que realizara a Caracas.

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La primera vez no comprendieron nada de lo que Andrés Segovia tocó,

pero quedaron gratamente impresionados por la superioridad, por el

virtuosismo con que el maestro español manejaba la guitarra.

-Yo puedo improvisar algunas de esas composiciones que el maestro

Segovia acaba de tocar –le expresó Rodrigo a Alirio. –Pero te juro que no

entendí cómo lo hacía el más grande guitarrista del mundo. ¿Será que

improvisa, como me he acostumbrado yo a hacerlo?

-No creo –respondió Alirio. –Debe ser pura técnica. Feliz tú que lo

puedes improvisar, yo tendría que ensayar varios días cualquiera de las

composiciones que tocó el maestro Segovia, para poder acercarme a su exacta

dimensión. Espero que algún día podamos recibir clases de ese genial

guitarrista.

El diálogo entre Rodrigo y Alirio era frecuente acerca del mundo

contradictorio que les tocó vivir juntos desde muy jóvenes. Luchar en un

universo de inmensa ignorancia musical, tratando de alcanzar los más altos

niveles de la técnica guitarrista, no era sencillo ni fácil de comprender. Para

conquistar el mundo de la cultura musical siempre encontraban obstáculos en

el camino, los cuales los obligaba a reflexionar y dialogar sobre el mismo

tema, hasta que avanzaron en los estudios superiores y adquirieron una visión

universal de la cultura que había creado el hombre a lo largo de los siglos, con

especial referencia a la música.

La segunda vez que oyeron tocar a Andrés Segovia ya habían penetrado

y dominado si no total, por lo menos parcialmente el arte de la guitarra.

Pudieron apreciar y valorar todo lo que el maestro español tocó en el concierto

que ofreció a los caraqueños en el Teatro Nacional, y al siguiente día tocaron

para que Segovia los oyera y en cierto modo los calificara. El pintor Pedro

Centeno Vallenilla lo invitó a su casa con el especial propósito de agasajarlo y

para que oyera a Rodrigo y Alirio. También fueron invitados con la misma

finalidad los guitarristas Antonio Lauro y Manuel Enrique Pérez Díaz.

Alirio tocó una obra de Haendel, para guitarra. Andrés Segovia se

levantó y lo felicitó e incluso le hizo una observación de digitación. Luego le

preguntó:

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-¿De España qué puedes tocar?

-Recuerdos de la Alambra –respondió Alirio, persuadido y seguro de

que podría ejecutarla con precisión, pues la había ensayado recientemente,

varias veces.

Después de ser aplaudido por el primer guitarrista del mundo y por los

asistentes, un público especializado, finalizó su intervención tocando un

Preludio de Juan Sebastián Bach.

Rodrigo observaba la serenidad de Alirio y la técnica guitarrista

desplegada por su paisano y amigo. Percibió que sus manos le temblaban un

poco, pero se sintió seguro de sí mismo. Pensó que estaba como un árbol que

se le mueven las ramas, pero el tronco se conserva muy firme. Para impactar

al maestro Segovia pensó en la fuerza propia. Luchar con fuerza propia es

como se puede hacer algo por el país. Tomó la guitarra y tocó música

venezolana, una composición de Eduardo Serrano e improvisó una

composición suya. Segovia se levantó y en medio de grandes aplausos lo

felicitó.

-Extraordinario. Pocas veces puede oír uno a gente tan joven con tan

excelentes cualidades.

-Maestro, nosotros estamos terminando nuestra carrera aquí. Cuando

finalice yo lo seguiré aunque sea nadando.

Todos rieron y al final intervino Alirio:

-Nuestra mayor aspiración es llegar a ser sus discípulos. Terminar de

perfeccionar nuestros conocimientos bajo su batuta.

-Yo estoy actualmente radicado en Córdoba, Argentina. Ya no doy

clases, excepto en cursos superiores, en el postgrado. Allá los espero.

La reunión se hizo más sociable y amigable. Compartían los maestros

de la guitarra clásica con dos jóvenes estudiantes de Carora. Al final, Alirio y

Rodrigo regresaron a la pensión familiar donde vivían, de Boyacá a Mariño en

el barrio El Conde. En el trayecto comentaron:

-Estaremos agradecidos de Pedro Centeno Vallenilla, por toda la vida –

afirmó Alirio.

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-Si existieran varios anfitriones como Centeno Vallenilla, centenares de

músicos venezolanos tendrían la oportunidad de tocar para los grandes

concertistas y compositores del mundo –respondió Rodrigo.

La gentileza de Pedro Centeno Vallenilla y la importancia de la

reunión, para quienes el maestro Segovia representaba la cúspide de la guitarra

universal, constituía un acontecimiento excepcional. Alirio pensaba en Nardo

Espinoza, Campo Elías Pérez y los Trovadores caroreños, quienes iban con

frecuencia a La Candelaria a llevar serenatas a las muchachas de su aldea

natal, cuando él era un niño. Y como los veía muy superiores a él, se los

imaginaba en la Escuela Superior de Música. Seguramente tocarían como

nosotros, si hubieran recibido lecciones de los profesores Raúl Borges y

Antonio Lauro. Rodrigo recordaba la Escuela de Música de su padre Juancho

Querales, a la cual él no asistió, pero desde la ventana oía rasgar las cuerdas de

cuatros y guitarras a distinguidos muchachos de Barrio Nuevo. ¿Cuántos

guitarristas de mi barrio podrían tocar para Andrés Segovia? Vale Cayayo, que

tocaba cuatro y guitarra, con los cuales encantaba a los niños de la barriada, si

no tomara tanto cocuy y se hubiera venido para la Escuela Superior de

Música, hubiera conocido al maestro Segovia, y tocado para él en medio de su

asombro y admiración, con la humildad del genio que lo caracteriza.

-Cuando terminemos los estudios en la Escuela Superior de Música

deberíamos irnos a la Argentina. Allá nos ingeniaríamos para asistir a algún

curso superior dictado por el maestro Segovia –expresó Alirio.

-Aprovecharíamos para visitar la casa de Carlos Gardel y conocer a

fondo las cualidades de la guitarra argentina –respondió Rodrigo, recordando

el concurso en homenaje al gran cantante de tangos argentino, que se había

ganado en el cine Arenas de Barquisimeto. Si Josefina no se hubiera ido al

Convento, si no fuera monja, podría estar aquí con nosotros. Hubiera sido la

primera mujer venezolana en tocar para el maestro Segovia, y yo hubiera

vuelto a tocar con su guitarra.

-También la hubiéramos invitado para Argentina –le dijo Alirio,

mientras avanzaban hacia el barrio El Conde.

Como todavía era temprano en la noche, cuando se acercaban a la casa

de la pensión, Rodrigo decidió no entrar todavía a la misma, por temor a que

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el dueño estuviera despierto y lo conminara a pagar varios meses atrasados de

su hospedaje. Alirio, un poco más ordenado, pagaba al día, no fumaba, no

bebía y se iba alejando de las serenatas.

-No voy a entrar –le dijo Rodrigo. Voy a caminar por la ciudad, porque

me gusta la noche, me envuelve de tal manera, que siento como si fuera una

mujer hermosa, que estimula mis sentidos.

Alirio ingresó a su habitación y estuvo ensayando durante varias horas

hasta que sintió que el dueño cerraba con llave el anteportón, en señal de que

ya iría a dormir.

Rodrigo estuvo en el bar El Billar, se tomó unas copas y tocó y cantó

para una bella muchacha que frecuentaba la radio y el lugar, con el nombre

artístico de “La Chompa de Puerto Rico”, rompiendo la tradición de que sólo

los hombres asistían a los billares y a los botiquines. Cuando decidió regresar

a la pensión ya apuntaba la madrugada. Durmió 2 ó 3 horas. Lo despertó

Alirio y juntos volvieron a la Escuela de Música. En el trayecto se encontraron

con Clemente Pimentel, hermana del gran humorista venezolano Job Pim

amante de la música y de la bohemia, quien los oía con frecuencia tocar en la

radio y esporádicamente en la Escuela “José Ángel Lamas”, a la cual acudía

algunas tardes a disfrutar el torrente de sonidos musicales que circulaban por

diversas habitaciones convertidas en aulas.

-Ustedes parecen hermanos, se les ve juntos con mucha frecuencia y

tocan muy parecido –les dijo.

-Somos paisanos y amigos. Estamos terminando los estudios en la

Escuela Superior de Música y pensamos crear un dueto, para tocar en Caracas

y recorrer las principales ciudades del país –le respondió Rodrigo.

-Aspiramos ganar una cantidad de dinero suficiente para hacer algunos

ahorros y poder viajar al exterior a continuar estudios superiores de guitarra –

agregó Alirio.

Como Clemente Pimentel quería oírlos por lo menos ensayar todos los

días, les ofreció su casa como pensión.

-He inaugurado una pensión familiar. En mi casa estarán como en la de

ustedes y pagarán cuando puedan –les expresó.

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Entusiasmados aceptaron la proposición y se mudaron a la casa de

Clemente Pimentel. Durante varios meses, hasta que terminaron los estudios

en la Escuela Superior de Música, vivieron en el hogar de una anfitriona, que

resultó ser una exquisita melómana y no una inquilina que perturbara sus

sueños de estudiantes de música, los quince y último de cada mes. Ensayaron

varios pasillos, tales como “Paloma del Ensueño” y “Lamparilla”, ante la

presencia expectante y evidentemente placentera de su hospitalaria

admiradora. Rodrigo era la estrella de la canción. Alirio hacía la segunda voz.

Nunca se presentaron en público, otras circunstancias favorecieron la salida

del país. Clemente Pimentel fue la único testigo y por lo tanto el oído

privilegiado que pudo captar la armonía que emanaba de las guitarras y las

voces del dueto inédito de Rodrigo y Alirio.

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CONCIERTOS POR TODA VENEZUELA

RODRIGO Y ALIRIO egresaron de la Escuela Superior de Música con las

más altas calificaciones otorgadas por esa institución, y comenzaron a batallar

como concertistas de la guitarra clásica en un país en el que no sólo imperaba

el gusto y las costumbres por la música popular, sino también en el que apenas

un pequeño círculo de aficionados y estudiosos de la música clásica asistían a

los conciertos.

Alirio tocó su primer concierto de guitarra clásica en la Biblioteca

Nacional, donde fue largamente ovacionado. Varios críticos de música

destacaron las virtudes del novel concertista caroreño. En un segundo

concierto colectivo en el que participaron los mejores estudiantes venezolanos,

músicos instrumentistas de la Escuela Superior de Música, Alirio tocó “La

Chacona” de Juan Sebastián Bach. En el mismo concierto participaron

Evencio Castellanos, la pianista Isabel Crema y otros estudiantes que

finalizaban su carrera con excepcionales perspectivas.

Alirio obtuvo su primer gran triunfo como concertista. El público lo

aplaudió hasta el cansancio y la crítica musical le volvió a ser altamente

favorable. Eduardo Lira Espejo, conocido como de los más ilustres críticos

musicales del momento, escribió sobre el concierto y la actuación del

guitarrista de La Candelaria.

-Estamos en presencia de uno de los grandes concertistas de la guitarra

clásica de Venezuela y del mundo. El dominio de una técnica excepcional,

unida a una sensibilidad especial y a un oído absoluto, hacen de Alirio uno de

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los artistas de mayor relieve musical de nuestro tiempo. Este joven debe

continuar perfeccionando sus conocimientos en España.

Lira Espejo habló con Raúl Borges.

-Maestro, es necesario que promovamos un gran movimiento

intelectual en Caracas, para respaldar a Alirio y lograr los medios para que

viaje a Europa a perfeccionar sus estudios en un conservatorio de larga

experiencia y tradición en la enseñanza de la guitarra.

-Si es necesario lo haremos en toda Venezuela y otros países del

mundo, amantes de la música y en particular de la guitarra –le respondió

Borges–. Vamos a aprovechar que está en Caracas Regino Sainz de la Maza,

un maestro de prestigio internacional, para consultarle y pedirle su opinión.

Estoy seguro de que todo lo que hagamos para ayudar a que Alirio vaya al

exterior, no sólo nos los agradecerá el propio Alirio, sino todo el sector

musical y el país en general.

Ambos fueron a visitar a Sainz de la Maza y le expusieron lo que

pensaban acerca del futuro de Alirio. El maestro español, que había oído tanto

a Alirio como a Rodrigo, hizo énfasis en que se fueran a España.

-Conozco muy bien el Real Conservatorio de Madrid y la importancia

que le han dado a la guitarra, como en ninguna otra parte del mundo, por lo

menos, que yo tenga conocimiento.

Eduardo Lira Espejo y Raúl Borges redactaron una carta, que fue

firmada por artistas, escritores, pintores, poetas, críticos, periodistas y otros

intelectuales nacionales y algunos internacionales que se encontraban en

Venezuela en ese momento, tales como el gran director de orquesta Sergio

Celebidache y el arpista Nicanor Zabaleta, y se la enviaron al Presidente de la

Junta Militar, Teniente Coronel Carlos Delgado Chalbaud, que gobernaba

entonces en Venezuela. Entre otras consideraciones, en la carta afirmaban:

-Venezuela tiene en el joven Alirio una de las promesas de mayor

proyección universal de la guitarra. Y como ya terminó sus estudios en el país,

quienes suscribimos solicitamos de Ud. y de la Junta de Gobierno que preside,

le sea otorgada una beca para continuar estudios superiores en el exterior.

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La respuesta se produjo inmediatamente. El Ministerio de Educación le

otorgó una beca de 120 bolívares.

Antes de viajar a España, Alirio decidió realizar una gira artística por

las principales ciudades de Venezuela como concertista de guitarra. Era su

segunda gira, el año anterior, 1948, había estado en Carora y tocó en el

“Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga, pocos meses antes de morir su mentor

intelectual. Tocó un “Minueto” de Beethoven, una “Romanza” de Schubert,

algunas composiciones del maestro Antonio Lauro y de algunos compositores

españoles, entre ellos a Isaac Albéniz.

Chío Zubillaga le reiteró lo que siempre le había manifestado acerca de

sus dotes para la música, que lo llevaría a ser un concertista de guitarra de

fama nacional e internacional.

-Yo espero no morir antes de oírlo tocar por una cadena de radio desde

la BBC de Londres, de París o de cualquier capital europea, donde usted debe

radicarse por algunos años.

-Hago esfuerzos por irme –aún no le habían otorgado la beca del

Ministerio de Educación. -Para eso estoy realizando una gira de conciertos por

varias ciudades del país, con la finalidad de hacer algunos ahorros que me

permitan viajar y radicarme en España el tiempo necesario para culminar

estudios superiores.

Alirio se despidió con la convicción de que no volvería a ver a su

maestro, a su guía espiritual. Lo observó excesivamente gordo y cansado. Le

acababan de realizar una sangría con una lanceta, para bajarle la presión

arterial. Lo observó detenidamente. Quería gravarse su imagen para toda su

vida, de aquel hombre extraordinario que había conocido en un cuarto lleno de

libros, de letreros en las paredes de los más importantes pensadores de

Venezuela y del mundo, sobre un chinchorro de sisal, dictar cartas para sus

amigos luchadores sociales en la zona campesina y artículos para periódicos y

revistas de toda la nación.

Aun cuando le vio cerrar los ojos, como buscando el sueño sobre el

chinchorro, no encontraba forma alguna de despedida. No debería morirse

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nunca, pensó Alirio. Por lo menos mientras yo viva no morirá, le dedicaré

gran parte de mis éxitos como concertista de guitarra.

-Vamos, déjalo que duerma –le dijo Clímaco Chávez.

-Sí, vamos a La Candelaria –respondió Alirio.

Caminaron por la calle Bolívar, atravesaron la Plaza Bolívar y llegaron

al Puente Bolívar sobre el río Morere. Allí los recogió un amigo que los

llevaría a La Candelaria. Alirio recordó su primer viaje, sus muchos viajes, y

sobre todo el último, que lo conduciría al “Cuarto-biblioteca” de Chío

Zubillaga, luego a Trujillo y posteriormente a Caracas. Pronto sería a Madrid,

a Europa en general, al mundo entero. Las playas resecas de La Otra Banda

seguían ocupadas por cementerios antiguos, laceradas por zanjones, heridas

profundas que parten la sabana, y rebaños de chivos que consumen agua de

cardones y tunas. Cuando observó el humo que salía de algunas de las casas

de su aldea nativa, recordó su época dura, de muchas restricciones, que ahora

se explicaba, vinculadas a la Gran Recesión Económica Mundial. Para

colaborar con los menguados ingresos de su familia tocaba en bailes y fiestas

con un bandolín, cuyo aprendizaje no se podía explicar todavía. Su pasión por

la música, pensaba, le venía por los Leal, la rama materna, pero también se

imaginaba a su padre tocando el cuatro, la guitarra y las maracas, e incluso

bailando con un extraordinario apego al ritmo musical.

En La Candelaria lo recibieron como a un héroe, familiares y amigos

con sus instrumentos musicales afinados y dispuestos a acompañarlo en todo

lo que quisiera tocar. Atanasio Díaz con su guitarrón, Heriberto con su

bombardino y el mozo Díaz afinando sus cuerdas vocales, don Chepel Riera

con su cuatro en las manos, su prima Alba Julia con la guitarra en la cual él

había aprendido, guiado por ella, el único acorde, el de la dominante de mí,

que se le hizo difícil tocar. Todos los músicos de la aldea dejaban oír el sonido

de sus instrumentos en un intento por afinarlos todos al mismo instante. La

Candelaria se convirtió en una sala de ensayos y luego en un gran teatro para

el concierto. De todas las casas brotaban sonidos musicales, pero cuando

alguien anunció la llegada de Alirio, todos se callaron. El silencio se apoderó

momentáneamente del ambiente aldeano y caluroso. Los pájaros también

dejaron de trinar, como esperando que empezara Alirio a combinar los sonidos

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que ellos le habían enseñado. Los perros no latieron más, como para no

interrumpir la homogeneidad del ritmo que todos querían oír.

-¡Alirio! ¡Alirio! ¡Alirio! –gritó su ex-maestra Adela Virginia Riera.

Todos los candelarenses salieron a la calle a vitorear -¡Alirio! ¡Alirio!

Los pájaros fueron los únicos que rompieron la expectación, como para

señalarle nuevamente el camino a Alirio e iniciaron sus cantos del atardecer.

La casa donde nació Alirio se llenó de gente, dejando a muchos en la calle y

haciendo imposible que pudiera tocar en ella, en su patio, previamente

arreglado para recibirlo.

-¡Que toque en la Iglesia! –gritó con su vozarrón Clímaco Chávez.

-¡Ave María Purísima! ¿Eso no será pecado? –expresó la tía mayor de

Alirio, que desde niña cuidaba la Iglesia y rezaba por el pronto retorno de su

sobrino.

-¡Vamos a la Iglesia! –ordenó Adela Virginia y dio los primeros pasos

en esa dirección. Todos siguieron la voz de la maestra, que era la voz de la

sabiduría del pueblo y plenaron la capilla.

Alirio subió al pequeño altar, adornado con el gusto sencillo del

campesino a la espera del sacerdote, que como el contrabajo que una vez tuvo

que tocar Alirio, lo hacía “una vez por cuaresma”. Desde el altar tocó La

Serenata de Schubert.

Los aplausos lo trasladaron mentalmente a la Biblioteca Nacional,

donde había tocado su primer concierto y había sido aclamado. De pronto se

oyó la voz de un parroquiano:

-¡Que cante! ¡Que cante! –varios parroquianos se sumaron al coro hasta

que todos pedían lo mismo.

Alirio llamó a Clímaco Chávez y juntos cantaron el pasillo titulado

“Lamparilla”. Todos los asistentes cantaron a dúo. Al final del concierto se

dispersaron a tocar en los bailes y a llevar serenatas. Alirio y Clímaco Chávez

fueron llevados por sus paisanos y amigos a cantar al pie de las ventanas de

todas las casas de La Candelaria.

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-Que nadie se quede sin oír a Alirio, el orgullo de La Candelaria, de La

Otra Banda, de Carora y de toda Venezuela –expresaba la maestra Adela

Virginia, mientras caminaban de una a otra casa.

-¡La Candelaria será conocida en el mundo, por la guitarra de Alirio! –

gritaba con fuerza.

-¡La Candelaria, Carora y Venezuela viajarán en las cuerdas de la

guitarra de Alirio! –expresó Clímaco Chávez.

-No te olvides, Alirio, de esta tierra desolada, donde quedamos muy

pocos de sus habitantes viendo pasar el tedio hacia el infinito –le dijo su ex-

maestra como despedida, cuando al día siguiente tenía que regresar a Carora y

de allí partir hacia varias ciudades importantes del país, en la continuación de

su gira de conciertos.

-Cuando tenga tiempo libre, volveré. Me lo he prometido a mí mismo,

como parte de una manera de concebir la vida. Algunos de mis familiares

también se quedan y otros estarán en Carora. Yo y mi guitarra recorreremos

ese camino, el mismo que yo transité cuando aún era un niño.

Alirio tocó en el Ateneo de Valencia, en el Teatro Juares de

Barquisimeto y en el Ateneo de Trujillo, a cuyo concierto asistió su primer

maestro de música, Laudelino Mejías, quien al final se le acercó y le dijo:

-Excelente. Me siento representado en usted. Cuando toque en las

grandes capitales del mundo, recuerde que aquí en esta pequeña villa lo oye y

lo espera Laudelino Mejías.

Al finalizar el concierto lo invitó Mejías a que se hospedara en su casa

y le hablara de sus proyectos. Alirio permaneció un día más en Trujillo,

recorrió sus empinadas calles, por las cuales transitaba cuando trabajaba en la

Banda de Estado como saxofonista, en Radio Trujillo como acompañante de

artistas venezolanos y en la imprenta del semanario ¨Presente¨ como tipógrafo.

El frío de la montaña lo transportó a España. Pensó que en Madrid el frío sería

mayor, pero estaba dispuesto a soportarlo, lo enfrentaría con el vigor de su

juventud y con la pasión por conquistar los auditorios del viejo continente.

Estando en Trujillo, oyó la voz de Raúl Borges, estarás en Europa y en todas

sus ciudades tendrás mayor oportunidad para tus conciertos. Podrás tocar en

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diferentes y prestigiosos conservatorios, en grandes salas de conciertos, una

vez que termines los estudios en España. Rodrigo también podrá hacerlo.

Rodrigo seguirá un año más en Venezuela. Las dificultades para viajar

al exterior no las había podido superar y recorría todo el país en gira artística.

También dio conciertos en las principales ciudades, pero los ingresos

obtenidos eran insuficientes para ahorrar lo necesario para sufragar los gastos

de viajes, vivienda, comida y estudios en otro país. Como concertista de

guitarra clásica tuvo una gran receptividad entre los aficionados y conocedores

de la música, pero el núcleo era pequeño, lo cual lo obligó a trabajar muy duro

visitando diversas capitales donde podía encontrar un auditorio apropiado.

Viaja a Carora y toca en el “Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga ante la

admiración de su viejo ductor y de un grupo de periodistas y escritores de la

ciudad, que se reunían con mayor frecuencia en su casa, tratando de estimular

la vida que se le agotaba al maestro de la vida intelectual caroreña. Tocó

especialmente para Chío Zubillaga, quien al oír su guitarra se levantó, lo

abrazó y le dijo:

-Usted será un caroreño universal, nacido en un barrio musical que lo

prohijó para darnos un representante de la guitarra en el mundo. Vaya a

Barrio Nuevo, comparta con su gente sus éxitos de hoy y del futuro. Lléveselo

en sus cuerdas y hágalo sonar hasta su muerte.

-Gracias, maestro. Yo llevo a Barrio Nuevo y a Carora en el alma.

Quiero que oiga mi última composición, inspirada en ese personaje popular y

bohemio que usted y todos conocimos, llamado Vale Cayayo. La composición

la he titulado “Preludio Criollo”.

Al finalizar, Chío Zubillaga lo volvió a felicitar y le reiteró su viejo

consejo:

-¡Váyase a España! Siga el camino de Alirio. Usted es tan bueno, que

juntos serán superiores. Lo que queda del siglo XX será marcado, en el mundo

de la guitarra, por las melodías extraídas de las cuerdas de las de ustedes.

Manuel Herrera, que acompañaba a Rodrigo, percibió que el viejo Chío

hacía grandes esfuerzos para mantenerse despierto y de pie. Se levantó y le

dijo:

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-Don Chío, volveremos antes de que Rodrigo se vaya a continuar su

gira de conciertos por todo el país. Marchémonos ya, deja que don Chío

duerma –le expresó a Rodrigo. –Vamos a una gira por las barriadas de Carora,

cambiamos el concierto por la serenata. Primero iremos a Barrio Nuevo.

Todos notaron que Chío Zubillaga se fatigaba en exceso. Una

taquicardia lo acosaba inexorablemente. Marcaba sus últimos días, sus últimas

horas.

-Vamos –repitió Manuel Herrera bajando al extremo la voz para no

molestarlo.

Caminaron silenciosamente por la calle Bolívar hasta la esquina de la

calle San Juan. Con la intención de romper el silencio, más que para indicar un

camino que Rodrigo había transitado por varios años desde niño, Manuel

Herrera le dijo:

-Por aquí Rodrigo –y doblaron a la derecha, hacia la quebrada de

Carora, vía Barrio Nuevo.

Rodrigo continuaba en silencio, recordando las veces que había

recorrido en diferentes direcciones la calle que unía a su barrio con la ciudad.

Otra vez El Diario, la Sala de Redacción, la guitarra de Josefina. ¿Por qué

moriría don Ché Herrera? ¿Por qué morirá don Chío Zubillaga? Cuando

llegaba a la quebrada salió del ensimismamiento. Un grupo de muchachos, de

muchachas, de jóvenes y viejos aparecieron frente a él con guitarras, cuatros,

maracas, bandolines, tambores y toda clase de instrumentos musicales que

existían en Barrio Nuevo. Se integró a la multitud, que lo empujó hasta

meterlo en la Iglesia.

-Que toque Rodrigo, primero. Por favor, quiero oír a Rodrigo –se oyó la

voz del viejo Juancho Querales, su padre, quien todavía dirigía la Escuela de

Música que había fundado en el barrio, aunque ya asistía poco, por el peso de

los años, por los achaques que lo obligaban a permanecer la mayor parte del

día, en su casa.

Rodrigo subió al altar de la Iglesia, dispuesto a tocar varias

composiciones suyas, inspiradas en personajes populares del barrio y de

Carora.

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-El “Preludio Criollo”, en homenaje a un personaje que la mayoría de

ustedes conocieron en Barrio Nuevo, porque recorría las calles cantando y

tocando donde alguien se disponía a oírlo. El homenaje es a ustedes y a Vale

Cayayo.

Después de tocar varias composiciones suyas y algunas melodías

populares que el público pedía, en medio de fervorosos aplausos, Rodrigo le

manifestó a los asistentes que quería recorrer su barriada y visitar algunos

familiares y amigos. Todos le acompañaron en el recorrido.

Juancho Querales era tal vez el más consciente de lo que acababa de oír

y del significado del arte que Rodrigo exhibía en el manejo de la guitarra y en

la creación de las composiciones musicales propias, que tocó. Viejo ya

agotado por tantos amaneceres, más de pie frente a una ventana, que acostado

en un chinchorro, entendió el presente, pero tenía graves interrogantes para

explicarse el pasado de su relación musical con Rodrigo. ¿Por qué no le había

dado una clase de guitarra? Sería mi mejor alumno, pero no es así. Dos

lágrimas se desprendían por el rostro, curtido por los años, del viejo Juancho

Querales. No fue Dios quien me separó de Rodrigo, fue la vida, la noche, el

amanecer siempre en un lugar distinto.

Rodrigo se abrazó al viejo Juancho Querales y continuó el recorrido por

las calles de Barrio Nuevo hasta llegar a la casa de su madre. Aquí tocaron y

cantaron sus hermanos y hermanas e incluso algunos vecinos. Tocaron para él,

quien los oyó como siempre, atento para aprender del pueblo improvisador y

creativo. Recostado en un chinchorro pasó revista mental a sus años de

infancia en el barrio y en la ciudad. Sus recorridos por la ribera sur del río

Morere. La última inundación de Barrio Nuevo y de Carora por el

desbordamiento del río. Las canoas improvisadas para salvar a los niños y los

pocos enseres de las familias pobres de la barriada. El canto de los pájaros, sus

grandes aliados, a falta de una escuela de música. Los grupos de parroquianos

tocando y cantando en las esquinas de las calles del barrio. Vale Cayayo con

su cuatro, sus ritmos musicales armoniosos y su rostro hinchado por el

excesivo consumo de alcohol. Las muchachas de sonrisa ingenua y mirada

profunda, le acercaron el sueño.

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Al día siguiente se despidió, tenía que cumplir compromisos en varias

ciudades del país y en especial en Caracas, donde además tenía una cita con

Mario Aguirre, sastre que confeccionaba trajes a varias personalidades

políticas y que se había hecho su amigo desde que lo oyó tocar en la radio,

donde se le presentó y le pidió que lo acompañara a cantar en la casa de una

amiga.

-Para que ganes dinero, hagas los ahorros que necesitas para viajar al

exterior, te invito a una fiesta en la casa del Gobernador del Distrito Federal,

que es amigo mío. Allí vas a conocer algunas personalidades importantes de la

política, que son muy ignorantes en materia de guitarra clásica, pero tocas

algunas composiciones populares y estoy seguro que te contratarán y te

pagarán muy bien. Además va a asistir la Junta Militar de Gobierno, a cuyos

miembros también les puedes tocar.

-De acuerdo. Avísame la fecha, que yo la reservo para ir a esa fiesta –le

expresó Rodrigo, compelido, como estaba, por la falta de dinero y los deseos

de viajar a España a continuar estudios de guitarra, de más alto nivel.

En la casa del Gobernador de Caracas tocó hasta las 5 de la mañana. No

le prestaron mucha atención, excepto el Director de Cultura del Ministerio de

Educación que lo había oído antes y entendía un poco de música clásica.

Nadie lo invitó a tocar música popular, porque su sastre amigo se dedicó a

tomarle las medidas a algunos subalternos, que querían vestir como los

ministros. Y aunque muy pocos lo oyeron, le pagaron muy bien, para sus

planes y el Director de Cultura lo contrató para que tocara un concierto en la

Biblioteca Nacional en homenaje al poeta Federico García Lorca, en el que

creyó que sería su último concierto en Venezuela, tocó además de algunas

composiciones suyas como el “Preludio Criollo”. Los poetas que asistían lo

vitorearon cuando tocó “Recuerdos de la Alhambra” del compositor español

Francisco Tárrega.

A la salida de la Biblioteca Nacional lo abordó Enrique Vera Fortique,

Director de la Radio Nacional.

-Excelente, maestro, lo felicito y le ofrezco un contrato, modesto en el

pago, pero muy importante para nosotros, para que toque en Radio Nacional.

Usted escoge la hora y los temas musicales.

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Agradecido, Rodrigo pensó que podría tener resuelto definitivamente su

problema económico para viajar a España. Estuvo varios meses en Radio

Nacional e incluso viajó a algunas ciudades del interior del país a dar lo que

consideraba sus últimos conciertos en Venezuela. Cuando sacó cuentas, sus

ingresos eran insuficientes hasta para pagar el pasaje Caracas-Madrid. Al

regresar del interior, recibió una carta de Alirio en la que, entre otras cosas

importantes, le dice:

-La calidad de los estudios en el Real Conservatorio de Madrid es algo

excepcional. Debes venirte. Aquí hay un campo nuevo.

Rodrigo resolvió visitar al Director de Cultura del Ministerio de

Educación, a quien había conocido en la reunión a la que lo invitara su amigo

sastre, y quien además lo había oído en el concierto en la Biblioteca Nacional.

Sin pedir audiencia se presentó a la oficina del Director de Cultura, se hizo

anunciar y éste lo recibió por unos minutos. Hablaron muy brevemente.

-Excúseme, Director. Le molesto porque quiero seguir estudios en

España. He trabajado muy duro, dando conciertos en todas partes, para tratar

de hacer algunos ahorros e irme por mi cuenta y riesgo, pero me resulta

imposible cubrir los gastos del pasaje, menos los costos de los estudios y mi

manutención en una ciudad desconocida.

-Cuenta con una beca de 100 bolívares mensuales –le respondió el alto

funcionario, se puso de pie y le extendió la mano en demostración de

inmediata despedida.

Emocionado, salió del Ministerio de Educación a visitar su maestro

Raúl Borges, a informarle y compartir con él la mejor noticia que había

recibido en los últimos meses.

Borges reaccionó también lleno de emoción, se levantó de su escritorio,

lo abrazó y le dijo:

-Te felicito. Estoy seguro que triunfarás. Venezuela tendrá dos grandes

guitarristas en España, que después de sus éxitos en los estudios y en el

trabajo que podrán realizar como concertistas, tanto en España como en

Europa, regresarán a sustituirnos a nosotros, con mayores conocimientos y

consagrados por la aceptación de uno de los públicos más cultos del mundo.

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-El Ministerio de Educación me acaba de otorgar, por intermedio de la

Dirección de Cultura, una beca de 100 bolívares mensuales.

Raúl Borges experimentó otra reacción. Preocupado y alarmado por lo

que acababa de oír –le expresó.

-¿Pero muchacho, tú estás loco? Tú no puedes vivir en España con esa

pequeña cantidad de dinero. Pienso que Alirio debe tener muchas limitaciones,

aunque a él le otorgaron un poco más, creo que 120 bolívares, que de todas

maneras es insuficiente para estudiar en Madrid.

Esta vez fue Rodrigo quien reaccionó de otra manera, como el hombre

que se había forjado desde niño trabajando para abrirse paso en un medio muy

atrasado, desde el punto de vista cultural, y había llegado a aprobar estudios

superiores de guitarra, en la primera escuela del país.

-Maestro, yo me voy, porque yo cuento conmigo. ¿A dónde va el buey

que no are? Estoy seguro que sobreviviré. Voy a terminar mi última gira por

todo el país, para ganarme el pasaje. Ya en Madrid estudiaré y trabajaré. No

regresaré derrotado, he aprendido a vencer obstáculos.

El maestro Borges comprendió que la decisión de Rodrigo era firme e

irreversible, recordó la sorpresa que recibieron todos cuando lo oyeron tocar

por primera vez en la Sala de Ensayos de Escuela de Música “José Ángel

Lamas”, junto con Alirio e Ignacio Ramos, y le ofreció respaldo:

-Cuenta con nosotros, con tu Escuela y en particular con lo que yo

pueda ayudarte. Sigue adelante.

Rodrigo terminó su gira de conciertos y con la ayuda de algunos

amigos, coordinados por Manuel Herrera Oropeza, compró el pasaje y se

dispuso para viajar a Madrid, donde fue recibido por Alirio.

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EN EL REAL CONSERVATORIO DE MADRID

ALIRIO desembarcó en el Aeropuerto de Barajas, vía Madrid, con una maleta

en la que llevaba un abrigo y una bufanda que le habían regalado Raúl Borges

y el Dr. Carlos Gil Yépez, creía que en la capital y en toda España hacía frío

sólo de noche. Desde el Aeropuerto hasta el hotel donde se hospedó esa

noche, en la Gran Vía, soportó el frío más intenso que recibió en su vida,

incluso comparándolo con el que tuvo que enfrentar cuando visitó el Polo

Norte. Al llegar al hotel sintió un gran alivio. Tenía una referencia para el

dueño del mismo, quien inmediatamente lo hizo pasar a la habitación, donde

durmió arropado de pies a cabeza, toda la noche. Al levantarse preguntó dónde

quedaba el Real Conservatorio de Madrid. Después del desayuno, las

indicaciones que recibió lo condujeron a la Plaza de Isabel II, también

conocida como Plaza de la Ópera, después de caminar varias cuadras, una

distancia muy corta para la que había transitado desde La Candelaria a Carora

e incluso desde su pensión en Caracas hasta la Escuela Superior de Música,

según las comparaciones que hacía su mente y que seguiría haciendo, cuando

se encontraba con algo que le recordaba su aldea natal o Carora su ciudad

adoptiva. Al lado de la Plaza de la Ópera vio un edificio pequeño, pero

imponente por su arquitectura antigua y sobria. Y aunque no observó letrero

alguno que indicara que ese era el Conservatorio de Música, se acercó y

preguntó a un señor cargado de años, que estaba detrás de un mostrador a la

entrada:

-¿Es este el Real Conservatorio?

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-Sí. ¿Qué desea?

-Yo soy guitarrista, venezolano, acabo de llegar de Caracas y traigo una

carta para el Director.

El viejo encorvado y lento, conocedor de las intimidades del Real

Conservatorio, lo condujo hasta la Dirección e incluso lo anunció.

-Puede pasar –le expresó.

Alirio ingresó al Despacho del Director, lo saludó y se identificó.

-Vengo de Caracas con aspiraciones de estudiar en este importante

Conservatorio. Traigo esta referencia –le dijo con cierta timidez y de

inmediato le extendió la carta que le había dado en Venezuela el Profesor

Regino Sainz de la Maza.

El Director del Conservatorio leyó la carta, cambió el rostro adusto por

uno más amigable y le expresó:

-Si lo envía Regino, bienvenido, pero para ingresar al Conservatorio

debe presentar un examen de selección. Las indicaciones se las daremos el

próximo lunes. Venga a las 10 de la mañana.

Alirio se despidió altamente satisfecho, seguro de que aprobaría el

examen de selección. Se sentó en un banco de la Plaza de la Reina Isabel II y

durante algunos minutos estuvo observando lo que pasaba a su alrededor. Más

gente que en la Plaza Bolívar de Carora, pero menos o tanta como la que

atravesaba la Plaza Bolívar de Caracas. Los que transitan por estas calles,

pensaba, se parecen mucho a los caraqueños, pero sobre todo a los caroreños

blancos y cabezones e incluso a algunos de La Candelaria, como si fuéramos

la misma gente. Don Chío Zubillaga era de origen vasco, por eso es que se

parecen tanto. ¿Serán los vascos como don Chío, luchadores sociales e

intransigentes con el adversario? Algún día voy a conocer la región vasca. Me

gustaría llevarle una boina vasca nueva. La última que le vi, estaba

decolorada. Lamentablemente ya don Chío está bajo tierra, pero sólo su

cuerpo físico, porque su imagen, su pensamiento, sus grandes ideales vivirán

en la conciencia de los hombres y mujeres que aman a nuestro país y que

luchan por el progreso y bienestar de la humanidad. Alguien tiene que escribir

su biografía. Cuántos músicos, cuántos poetas, cuántos científicos, cuántos

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historiadores, periodistas y luchadores sociales ayudó a formar don Chío. Los

que pudimos salir de Carora regresaremos algún día y le rendiremos un gran

homenaje. Y los que no pudieron salir, también. ¿Cuántos guitarristas irían de

España para Carora? ¿Por qué la guitarra es el instrumento musical que más

nos gusta a los caroreños? ¿Cuándo vendrá Rodrigo? Recordó que tenía que

ensayar para presentar el examen de selección, abandonó la Plaza y se fue a

su hotel en la Gran Vía. Se encerró en su habitación a tocar. Sólo salió a las

horas de la comida hasta que llegó el lunes y se dirigió al Real Conservatorio.

A las 10 en punto lo hicieron pasar a la Sala de Exámenes. El jurado lo

integraban tres personas, profesores de guitarra a quienes nunca había visto.

Todos tenían una partitura en sus manos.

-¿Puede tocar alguna composición de Juan Sebastián Bach? –preguntó

uno de los miembros del jurado.

Alirio se acomodó como sobre una silla acondicionada para sentar a los

examinandos. Tocó “La Chacona”, sin leer la partitura.

-¿Puede tocar a Tárrega? –preguntó otro miembro del jurado, en medio

del asombro y entusiasmo de todos.

Alirio, más confiado que frente a la primera prueba, tocó “Recuerdos de

la Alhambra”, del compositor y guitarrista español. Luego intervino el tercer

jurado y preguntó:

-¿Conoce alguna composición de Héctor Villalobos y la puede tocar?

Por el rostro de los miembros del jurado, Alirio se sintió absolutamente

seguro de que aprobaría el examen. Tocó “La Suite Sugestiva” del compositor

brasileño.

El jurado no se retiró a deliberar. En ese mismo instante y lugar

tomaron la decisión y se la comunicaron.

-¡Brillante! Se le otorga el Primer Premio Extraordinario del Real

Conservatorio y mil pesetas en efectivo.

En medio de las felicitaciones Alirio les comunicó a los miembros del

jurado, que ese mismo día llegaba Rodrigo, de Caracas, quien se había

retrasado por razones ajenas a su voluntad y aspiraba presentar el examen.

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-Dígale que se prepare para tocar la obra del mexicano Luis Ponce,

denominada “Tema Variado y Final”.

Rodrigo llegó también en pleno invierno, pero más protegido no sólo

por el abrigo que llevaba puesto, sino también por el recibimiento que le da

Alirio en su hotel de la Gran Vía, a pesar de que a éste no le llegaba la beca

desde hacía tres meses. Alirio le informó de los requisitos que tenía que

cumplir para poder ingresar al Real Conservatorio de Música de Madrid.

Hablaron de Venezuela y de su gente, en especial de Carora y de los planes de

inmediato y del futuro.

-Hice varias giras por el interior del país con el objeto de adelantar el

viaje cuanto antes posible, pero comprobé lo que una vez me dijo el maestro

Raúl Borges, que en Venezuela hay muy poca preocupación por la música y

menos por la guitarra –le expuso Rodrigo.

-Todo lo contrario pasa aquí en Madrid. Yo he podido comprobar en

apenas un año de residencia, que ésta es una ciudad en la que el interés por la

música e incluso por la guitarra es evidente, notorio. Aunque te parezca

exagerado, me recuerda a La Candelaria de mi infancia, donde todo el

pequeño mundo que la habitaba, tenía un instrumento musical en su casa y lo

tacaban varias personas de la familia – le respondió Alirio.

-¡Cómo en Barrio Nuevo! donde quien no tocara era visto como un

extraño, hijo del algún forastero, traído de otro confín del mundo. Hasta los

que no tuvimos profesores aprendíamos en la calle u oyendo a los mayores

improvisar diversas melodías, que ellos a su vez las habían oído y aprendido

de sus antepasados –sintetizaba su experiencia Rodrigo.

-En el Conservatorio te vas a encontrar con excelentes profesores, pero

sinceramente, y nadie mejor que tú lo podrás comprobar de entrada, tenemos

muy poco que aprender. El maestro Borges nos enseñó cosas maravillosas.

Después de esta experiencia lo valoro mucho más, es un eximio educador y un

conocedor a fondo de la música y en particular de la guitarra. Tú, que no

tienes necesidad de ensayar mucho, tendrás éxito de inmediato. Ya lo verás,

tienes fijado el examen y deberás tocar el “Tema Variado y Final” de Manuel

Ponce.

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-Lo conozco bien –afirmó Rodrigo.

La noche transcurría lentamente, segura hacia el final y había que

levantarse temprano para conocer Madrid y parte de su gente. Los temas

pendientes eran muchos. Apenas estaban comenzando.

-Ya es tarde, muy tarde, mañana continuaremos –manifestó Alirio y el

silencio se prolongó hasta el amanecer.

En la mañana, después del desayuno, caminaron hacia la Plaza del Sol y

luego bajaron por la Calle Arenales hasta la Plaza Isabel II y entraron al Real

Conservatorio. Alirio lo presentó a sus profesores. El recibimiento fue muy

receptivo. Rodrigo se sintió profundamente satisfecho. El Director le informó

lo que ya sabía.

-Tiene un mes para preparar el “Tema Variado y Final” del mexicano

Manuel Ponce.

-Estaré aquí a la hora fijada –respondió entusiasta, le extendió la mano

al Director y ambos se despidieron.

Salieron juntos y se sentaron en un banco de la Plaza de la Ópera a

continuar la conversación de la noche anterior y a intercambiar opiniones

acerca de lo que acaban de presenciar. Rodrigo estaba absolutamente

confiado, había tocado antes, varias veces, el tema para el examen, e incluso lo

podía improvisar.

-Toda esta gente y esta ciudad misma se parecen mucho a nuestra gente

y a nuestras ciudades –fue el primer comentario que hizo Rodrigo al observar

a los transeúntes, las casas y los pequeños edificios que lo rodeaban.

-Esa fue la misma impresión que yo tuve al llegar, creo que en este

mismo banco, donde me senté un rato, más que a descansar a contemplar los

alrededores del Conservatorio. Todo esto se parece mucho a nosotros. Pero

donde vamos a encontrar las mayores similitudes es en la música. Aquí uno

comprueba que la música es verdaderamente universal. Hay una técnica, es

cierto, pero también un sentido humano, espiritual, que lo tienen los

candelarenses, los caroreños, los venezolanos, los madrileños, los españoles y

todos los seres del mundo.

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Rodrigo oía con atención a Alirio, pero continuaba observando el paso

de las personas. Trataba de compenetrarse con una y otra realidad, establecer

la relación que existía o podía existir entre Madrid y Carora. Al finalizar

Alirio, salió de su ensimismamiento y le expresó:

-Pero además de los profesores que me presentaste, aquí debe haber

también maestros como don Chío Zubillaga y don Ché Herrera.

-Yo no lo he podido constatar, pero estoy seguro que los hay. Creo que

tenemos los mismos problemas y la misma cultura. Y no olvides que don Chío

Zubillaga es de origen vasco y don Ché Herrera de origen canario. Españoles

por los cuatros costados.

-A ti te debe pasar lo mismo que me está pasando a mí, pensando que si

no fuera por don Chío Zubillaga y don Ché Herrera nosotros no estaríamos

aquí.

-Sí, yo pienso como tú. Y aunque no conocí, como lo conociste tú, a

don Ché Herrera, le oí hablar a don Chío Zubillaga acerca de sus virtudes

intelectuales y sobre todo de su condición humana. Creo que se

complementaban, se identificaban con un ideal de progreso, de lucha por

elevar al ser humano a niveles de superación permanente. Comparto contigo la

satisfacción y hasta el privilegio, podríamos decir, de haber conocido a esos

dos grandes caroreños y haber recibido de ellos grandes lecciones que nos

trajeron hasta este viejo continente, que ya tendremos tiempo de recorrer.

El paso de las horas, la cercanía de la noche los indujo a caminar hacia

el hotel y a enfrentar una dura realidad: cómo cancelar el costo del hospedaje.

La beca de Alirio no llegaba y los ahorros de Rodrigo apenas alcanzaban para

pagar lo que se debía hasta el momento. No podían esperar que transcurriera

otro mes, por la incertidumbre en la llegada de las becas y el no poder cumplir

con sus compromisos, algo que para un provinciano honrado, educado, le

apenaba mucho y temían que sus estudios se pudieran ver afectados. Los

ahorros de Rodrigo desaparecían rápidamente. Preocupados por la crisis que

atravesaban, en una ciudad en la que conocían a muy pocas personas que

pudieran ayudarlos a encontrar un trabajo, decidieron ir a visitar a Guillermo

Morón, caroreño, profesor de Historia Universal y escritor, quien acababa de

arribar a Madrid a realizar estudios de postgrado. El encuentro fue

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excepcionalmente fraterno. Como todos los caroreños que se encuentran fuera

de Carora, se puso de manifiesto de inmediato la solidaridad y la amistad, que

luego da lugar a un intercambio de recuerdos familiares, mitos, leyendas,

historias, chismes y hasta tragedias humanas que conforman la vida de esa

pequeña ciudad. Morón les ofreció respaldo moral y material.

-Esta casa es de ustedes. Si les llega la beca pueden ayudarme a pagar

el alquiler. Y si no les llega, pueden seguir viviendo aquí.

Agradecieron la hospitalidad de su paisano y salieron dispuestos a

mudarse. Al otro día estaban establecidos en el apartamento de Morón, situado

en la calle Antonio Acuña, lo cual les alivió la presión económica que se veían

obligados a soportar, por lo menos hasta que llegara la beca de alguno de ellos

o la contribución que Manuel Herrera buscaba entre amigos para hacérsela

llegar a Rodrigo. Por varias horas cada uno se encerraba en una habitación a

ensayar. Morón se encerraba en otra a terminar de escribir una Historia de

Venezuela o relatos sobre algunos aspectos de la antigüedad clásica greco-

latina.

Pensando en la posibilidad de que no le llegase auxilio económico

alguno desde Venezuela, Rodrigo decidió visitar al Cónsul de su país en

Madrid, Mario Pérez Arjona, quien le atendió, para sorpresa suya, con una

gran afabilidad. Después que le refirió la situación que atravesaba y le solicitó

trabajo en el Consulado, aquél le contestó:

-Aquí no hay trabajo, pero le regalo esta guitarra, con la cual usted lo

podrá encontrar para usted y para ella.

Rodrigo agradeció sinceramente la generosidad del Cónsul y recibió su

guitarra española para concierto. La acarició y la abrazó como a una amante.

Llevaba en sus manos 5.000 pesetas, según recordó haber leído el precio en

una exhibición de guitarras en un establecimiento comercial donde vendían

instrumentos musicales, en la Gran Vía.

-Muchas gracias, Cónsul –repitió varias veces. –No esperaba tanto. Con

esta guitarra sobreviviré y cuando usted me necesite, me llama por teléfono y

vendré a tocar para usted y su familia.

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Regresó al apartamento de Guillermo Morón, con lo que consideró la

primera guitarra de su propiedad, siempre había tocado con guitarra prestada,

excepto la última que utilizó en Venezuela, que Manuel Antonio Pérez Díaz,

amigo y concertista, egresado también de la Escuela Superior de Música, le

había entregado en condiciones muy particulares, que le permitían usarla,

pagarle cuotas mensuales, de acuerdo con los ingresos que obtuviera. Pero

cuando terminó de pagarle lo que podría considerarse el precio real del

instrumento, la guitarra ya no servía, estaba totalmente arruinada, ya no poseía

consistencia de una guitarra para conciertos. Por eso nunca se había

considerado dueño de una guitarra.

Entusiasmado con su nueva guitarra para conciertos, fue a inscribirse

para presentar el examen de admisión. Cuando llegó al Real Conservatorio de

Música le informaron que la obra que debería tocar había sido cambiada, por

otra del mismo autor Manuel Ponce, la “Sonata Clásica”. Tenía que

aprenderse cuatro movimientos en un mes, para tocarlos en la fecha indicada.

Regresó al apartamento y se dedicó a ensayar la nueva composición musical y

al mes volvió a presentar el examen. Al igual que Alirio, tocaba de oído,

mientras el jurado leía la partitura. No se equivocó en momento alguno y al

finalizar el jurado dictaminó:

-Sobresaliente, Primer Premio y 1.000 pesetas.

Aprobado el examen se incorporó al primer curso. Como no existía

entre Venezuela y España algún acuerdo para equivalencia o reválida de

estudios de música, tuvieron que cursar las mismas materias que habían

aprobado en Caracas, lo cual les permitió comparar unos estudios con otros.

-Sin lugar a dudas que Raúl Borges es un maestro de altísima calidad en

la enseñanza de la guitarra –le reiteró Alirio en uno de los prolongados

diálogos, que al salir del Real Conservatorio de Música, mantenían en el

camino hacia el apartamento de Guillermo Morón.

-Y eso sin ser un virtuoso de la guitarra o un gran guitarrista –le

respondió Rodrigo.

-Pero aunque los estudios sean los mismos, aquí en Madrid

estableceremos contacto con los grandes maestros españoles, quienes, estoy

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seguro, nos abrirán el camino hacia los grandes teatros y salas de concierto –

expresó Alirio, interesados como estaban y en cierto modo soñando con

comenzar a poner en práctica los conocimientos adquiridos en la Escuela

Superior de Música “José Ángel Lamas”, de Caracas.

-En el Real Conservatorio de Música podemos perfeccionar nuestros

estudios y robustecer nuestro repertorio –agregó Rodrigo.

En pocos meses realizaron estudios libres y como conocían el contenido

de los programas, ensayaban las materias y presentaban los exámenes,

generalmente sin leer la partitura, para asombro de muchos de sus compañeros

más jóvenes y algunos muy brillantes, que habían aprendido a tocar

utilizando las técnicas académicas y nunca se les había ocurrido tocar de oído.

En pocos meses también conocieron a los principales críticos de música

y los más importantes músicos de España e incluso directores de orquesta, con

quienes actuarían en diferentes oportunidades.

En Madrid la vida musical era algo extraordinario, había adquirido un

auge vertiginoso y la ciudad parecía impregnada de un ambiente sonoro, para

el momento en que llegan a perfeccionar sus estudios. Era un nuevo mundo

artístico, en el que decenas de orquestas tocaban decenas de conciertos en un

fin de semana.

-Esto es Barrio Nuevo convertido en una gran ciudad, con escuelas de

música y salas de concierto por todas partes –comentó Rodrigo, a quien

también se le hacía inevitable rememorar su barriada y sus músicos populares.

-La Candelaria multiplicada por cientos de miles de personas, habitada

por miles de guitarras, violines y orquestas de altísima calidad –expresó

Alirio, en cuya mente también seguía presente su aldea nativa y la

preocupación de su gente por hacer de la música un componente importante de

su forma de vida.

Impactados por el desarrollo cultural de España, en particular en lo

musical, en medio de una gran penuria económica se consideraban como unos

de los pocos y grandes privilegiados del mundo.

Aun siendo estudiantes del Real Conservatorio de Música iniciaron su

presentación en público en diferentes salas de concierto de Madrid.

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Empezaron como todos los aspirantes a conquistar los grandes escenarios

culturales del mundo, en pequeños locales, con un público también pequeño,

pero no sólo aficionado sino también especializado, cuya reacción ante lo que

tocaban les permitía autoevaluarse y prepararse cada día con mayor

conocimiento y dominio del arte guitarrístico.

Alirio dio su primer concierto en el Círculo Cultural Medina, donde se

habían presentado guitarristas como Regino Sainz de la Maza y Narciso

Yépez. Pero el más importante de los conciertos que dio ante un público

europeo, mayoritariamente español, durante los primeros años de su

permanencia en la Península Ibérica, fue en el Teatro Español, de Madrid, uno

de los centros artísticos más calificados de esa ciudad. Ese concierto fue

posible gracias a un mecenas español, Pedro Masabeu, quien lo había oído

tocar en el Círculo Cultural Medina, y en la seguridad de que estaba frente a

un gran artista de la guitarra, resolvió financiar dicho evento. Lo relevante del

primer concierto en el Teatro Español, no fue sólo la asistencia plena de un

público europeo culto, sino también la presencia de la crítica musical. Los

críticos españoles destacaron al otro día en los principales periódicos de la

capital de España, los valores artísticos de un joven extranjero,

latinoamericano. El diario El País resaltó en una nota:

-Los amantes de la música clásica presenciamos anoche el debut de un

joven guitarrista venezolano, que por su maestría no sólo recordamos los

grandes momentos de Andrés Segovia, sino que también nos hizo rememorar

la grandeza del legado cultural español allende los mares.

El ABC publicó una reseña cultural en la que destacó:

-España recibe con entusiasmo y con orgullo a un joven guitarrista

venezolano, que por el dominio que exhibió del concierto para guitarra clásica,

está llamado a relevar a nuestros más grandes maestros en este difícil arte.

La restitución de la beca de Alirio, por gestiones de Guillermo Morón,

normalizó la vida del primer guitarrista venezolano que se aventura a

conquistar el corazón artístico de España, lo cual unido a algunos todavía

pequeños ingresos por sus primeros conciertos, le permitieron un nivel de

subsistencia más holgado.

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Rodrigo entra en un período muy crítico, porque los 100 bolívares de la

beca del Ministerio de Educación son insuficientes para sus gastos mínimos,

hasta que un mecenas y amigo entrañable de la serenata caroreña, Manuel

Herrera Oropeza, le hace llegar 500 bolívares que había recogido entre amigos

y admiradores del arte guitarrístico, de quien habían conocido trabajando duro

para subsistir y rasgando con impresionante maestría cualquier vieja guitarra

que caía en sus manos.

-Para que continúes tus estudios. Aquí nadie cree que tú puedas

fracasar. Todos esperamos que regreses convertido en una gloria de la guitarra

venezolana y mundial, para conocer tus nuevos adelantos en la música clásica,

sin dejar de disfrutar en los amaneceres de Carora las mejores creaciones de tu

genio popular –le dice Manuel Herrera en una breve carta que le adjunta con

la remesa de pesetas.

Durante los primeros años de estudios de Rodrigo en el Real

Conservatorio de Música, Manuel Herrera le envía entre 400 y 500 bolívares

cada dos o tres meses, en demostración no sólo de la amistad que los unía

desde muy jóvenes, sino también por la valoración que éste hacía de su

esfuerzo en el estudio y de su capacidad para aprender los más exigentes

niveles de la música. Herrera Oropeza era uno de los pocos aficionados a la

guitarra y la canción, que le había oído a Rodrigo, siendo todavía niños,

tararear sus propias composiciones, algo que haría posteriormente con

dominio de la técnica respectiva, que lo llevaría a formar parte del Repertorio

Internacional de la Guitarra Clásica.

Sin la colaboración de Manuel Herrera, tal vez Rodrigo no hubiera

fracasado como artista de la guitarra, porque estaba dotado intelectualmente

para alcanzar los más altos niveles del conocimiento, de la ejecución y la

composición de música para ese bello instrumento, pero no hubiera podido

aprobar en tres años, lo que debía hacer en doce, que exigía toda la carrera

musical, tal como lo logró en el Real Conservatorio de Música de Madrid.

Pero la incertidumbre que le creaba la irregularidad en la llegada de la

beca y de la ayuda de Manuel, lo impulsaba a buscar trabajo, incluso pensando

en hacerse independiente del Estado venezolano y no molestar a su gran

amigo. Informado por la prensa de la llegada de un nuevo Cónsul de

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Venezuela en Madrid, resolvió visitarlo. Lo recibió el Dr. Pedro Linárez

Pérez, quien después de su planteamiento acerca de la urgencia de obtener un

trabajo, le dijo:

-Yo le voy a dar una trabajito que le permitirá recibir un pequeño

sueldo y continuar sus estudios. Véngase todos los días bien temprano para

que ordene esta correspondencia y me la despache para Venezuela. Y de vez

en cuando viene por la tarde o por la noche para que echemos una tocaíta y

una cantadita.

-Muchas gracias, doctor Linárez. ¿Puedo empezar mañana?

-Sí, mañana mismo.

Rodrigo no preguntó cuánto ganaría al mes, pensó que cualquier

cantidad sería buena para afrontar la difícil situación que atravesaba. Se fue

directo al Conservatorio de Música, donde encontró a Alirio y le informó de la

conversación con el nuevo Cónsul y de la oferta de trabajo.

-Te felicito, el único que puede realizar un trabajo distinto a tocar

guitarra eres tú, que no necesitas ensayar mucho.

Terminaron de cumplir con sus obligaciones de estudiantes, rindieron

un examen y se retiraron a la nueva vivienda. Al día siguiente se presentó a su

trabajo complementario, clasificó la correspondencia que el Cónsul tenía

acumulada sobre una larga mesa y la envió para la Cancillería en Caracas.

Cuando se retiraba, el Dr. Linárez lo hizo llamar y una vez en su Despacho le

expresó:

-Mañana viernes tenemos una reunión social aquí en el Consulado.

Viene mucha gente importante del mundo de los negocios, pero al final nos

quedamos un grupito de amigos. Estás invitado y puedes llegar a la hora que

quieras, terminaremos la fiesta tocando y cantando.

Rodrigo asistió a esa y a otras reuniones sociales que finalizaban en una

tertulia y una parranda entre venezolanos y españoles aficionados a la música

y a la bohemia. Antes de despedirse, el Cónsul se le acercó y le dijo:

-Para el próximo viernes, tráigase a Alirio, para que echemos una buena

tocada y una buena cantada.

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Rodrigo, que sabía que Alirio no bebía alcohol ni era muy afecto a las

parrandas, no le dijo nada, pero lo excusó.

-Alirio tiene contrato para un concierto mañana sábado y tiene que

ensayar varias horas. Siempre se la pasa muy ocupado –le comunicó al Dr.

Linárez Pérez cuando se presentó solo al Consulado, muy extrañado porque no

vio vehículos afuera ni personas adentro.

-Esta noche vamos a llevarle una serenata a una amiga, a quien le

prometí que tú tocarías y cantarías. Pero le puse una condición, que no se vaya

a entusiasmar demasiado con tu guitarra ni con tu voz, porque termina en tus

brazos. Y tú no me la vayas a estar atacando. Le dije que tú eres el mejor

guitarrista y el mejor cantante de música popular de Venezuela, que si no te

vienes para España, estuvieras rico allá en Caracas.

Esa noche el jolgorio se prolongó hasta la madrugada. Rodrigo se

quedó dormido hasta las 10 de la mañana. Marchó apresurado hasta el

Consulado y entró al Despacho del Cónsul, quien estaba sentado detrás de su

escritorio, y como no esperaba encontrarlo le expresó:

-Creí que usted estaba durmiendo.

-No olvides, Rodrigo, que el Cónsul soy yo.

Rodrigo realizó su trabajo de rutina y se retiró cuando ya el Cónsul se

había ido, más temprano que de costumbre, tal vez porque era sábado. En el

trayecto a su apartamento pensó que no podía continuar en un trabajo distinto

al de tocar y tampoco podía seguir en una farra permanente con el Dr. Pérez

Linárez y sus amigos, porque le limitaba su proceso de formación como

guitarrista de concierto. Se dedicó de lleno a buscar la oportunidad de dar su

primer concierto ante un público de la calificación artística del que asistía a los

teatros españoles. Como premisa previa se dedicó a preparar un buen

repertorio, a leer y a estudiar buena música.

Cuando consideró que su programa estaba completo decidió gestionar

su presentación en el Teatro de la Comedia, uno de los más importantes para

el momento. Se presentó ante el administrador del Teatro con la finalidad de

informarse, cuánto costaba el alquiler.

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-10.000 pesetas –le contestó el gerente del mismo. –Debe cancelarlas

una semana antes de la presentación, tiempo suficiente para que usted realice

la publicidad necesaria y pueda lograr una buena asistencia, aunque aquí

tenemos un público cautivo, que sabe que nosotros sólo presentamos buenos

espectáculos artísticos. Pero como usted es nuevo, hay que hacer alguna

propaganda.

-Buscaré el dinero y cuando lo tenga regreso y firmamos el contrato, en

el que se haga constar que además de pagar con anterioridad, los ingresos por

concepto de entradas, me corresponden como auto-patrocinante.

-Vuelva cuando usted quiera. Esas son las condiciones.

Rodrigo fue a visitar al Embajador de Venezuela en España, Dr. Simón

Becerra. Después de la presentación de rigor, tras una larga espera, le expuso:

-Yo he realizado estudios de guitarra en Venezuela en la Escuela

Superior de Música “José Ángel Lamas” y aquí en Madrid en el Real

Conservatorio de Música, como becario del Ministerio de Educación. He

preparado un concierto para presentarme en el Teatro de la Comedia y

necesito el respaldo de la Embajada para alquilar la Sala de Conciertos, con la

condición de que un representante cultural de la propia Embajada propicie el

concierto y una vez cobradas las entradas le regreso el dinero.

-No le pregunto cuánto dinero necesita, porque la Embajada no tiene

partida para esos menesteres –le respondió el Embajador.

-Perdone la molestia, Embajador. Vine porque creí que la Embajada

tendría alguna representación cultural, que podría estar interesada en

contribuir a promover a un guitarrista venezolano, que ha realizado estudios

superiores.

-Creo que van a mandar un Consejero Cultural, pero lo lamento, porque

no tenemos partida para nada de eso.

Rodrigo pensó que a lo mejor el gobierno venezolano no propiciaba

actividades culturales y se retiró. Se dirigió a la casa del abogado español

Pedro Calderón de la Barca, quien lo había oído tocar en el Conservatorio de

Música, lo había felicitado varias veces y manifestado su disposición a

ayudarlo.

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-Considéreme entre sus amigos –le expresaba cada vez que lo veía.

Al llegar a su casa y anunciarse, el propio Dr. Pedro Calderón de la

Barca salió a recibirlo.

-Por fin lo veo en mi casa –fue lo primero que le dijo, lo abrazó y lo

condujo hasta el interior de su vivienda, una gran sala comedor en la que

sobresalía un piano de cola y en las paredes colgaban varios instrumentos

musicales, entre ellos dos guitarras de factura clásica española.

Le informó el proyecto que tenía de presentarse en el Teatro de la

Comedia, de la preparación del concierto y de la frustrada entrevista con el

Embajador de Venezuela en España.

-Vengo a molestarlo a usted, necesito un préstamo de 10.000 pesetas

para alquilar el Teatro y tocar mi primer concierto importante en Madrid. Al

final del concierto se las pagaré.

-No se preocupe, ahora mismo le entrego las 10.000 pesetas, lo

acompaño para que el dueño o gerente del Teatro tenga también una fianza

moral con mi presencia, somos amigos desde hace tiempo.

Calderón de la Barca puso en sus manos las 10.000 pesetas y lo

acompañó hasta las oficinas del Teatro. Rememorando cuando vendía

empanadas frente al cine Salamanca en Carora, Rodrigo vendió los tickets a la

entrada del Teatro hasta una hora antes de comenzar el concierto. El éxito fue

total, el público lo aplaudió con insistencia, los ingresos por venta de entradas

le permitió cancelar las 10.000 pesetas, obtener una ganancia de más de 500 y

recibir la exaltación de la crítica, al día siguiente, en los principales diarios de

Madrid. El diario El País publicó una nota en la que afirmaba:

-Anoche oímos y aplaudimos con gran complacencia a un nuevo

guitarrista venezolano que, como Alirio su coterráneo, sigue los pasos de

Regino Sainz de la Maza y de Andrés Segovia.

El diario ABC publicó una reseña en la que describe el ambiente de

aceptación en el que se desarrolló el concierto.

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-Un público lleno de euforia aplaudió anoche a un gran guitarrista

venezolano, quien además de tocar a los grandes compositores de música para

guitarra, ejecutó composiciones suyas, de extraordinario valor artístico.

Alirio y Rodrigo tocaron en todos los teatros y salas de concierto

importantes de Madrid y de toda España. Tocaron y difundieron entre los

españoles y posteriormente entre los europeos en general a los compositores

venezolanos Raúl Borges y Antonio Lauro, sus profesores en la Escuela

Superior de Música “José Ángel Lamas” de Caracas. Sus nombres se hicieron

presentes con mucha frecuencia en las páginas de arte de los principales

periódicos y revistas de España, reseñados como extraordinarios concertistas

de la guitarra clásica. El Embajador de Venezuela en España, impresionado

por la opinión de los críticos de Madrid, los invitó a tocar en la Embajada, con

la asistencia no sólo del personal diplomático venezolano, sino también de

gente culta de otras representaciones diplomáticas y del mundo de la cultura

española. Por primera vez los dos guitarristas caroreños tocaron juntos. Alirio

podía iniciar cualquier composición que había ensayado durante días y

Rodrigo se acoplaba de inmediato al ritmo que tocara.

El Embajador, Simón Becerra, que se había negado a promover a

Rodrigo como guitarrista venezolano, consiguiéndole un préstamo que sería

cancelado la misma noche de su presentación en el Teatro de la Comedia,

resolvió presentarlos en sede diplomática. Con ciertas dificultades en la voz,

expresó:

-Estos venezolanos... que vamos a oír esta noche... gozan de mucho

aprecio en Venezuela... como yo sé que ante un auditorio tan selecto como el

que ustedes constituyen, no es necesario mayores explicaciones, vamos a oír

música venezolana.

Alirio y Rodrigo tocaron el “Vals Venezolano” del compositor Raúl

Borges. Dos composiciones del también venezolano Antonio Lauro y varias

de compositores españoles. Recibieron el reconocimiento de los asistentes y la

promesa del Embajador de hacer que la Embajada, a través del Agregado

Cultural, contribuiría a promover su presencia en España, algo que nunca hizo

y que por lo demás ya los guitarristas caroreños no lo necesitaban, habían

conquistado la aquiescencia del público español amante de la guitarra.

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Días después se presentaron también juntos en el Círculo Cultural

Medina, con el objetivo fundamental de hacer conocer la música venezolana.

Y de aquí en adelante, comenzaron a transitar un camino de éxitos en varias

ciudades europeas y posteriormente en América, cada uno por su lado y en

algunas oportunidades juntos. Pero antes cursarían un postgrado con Andrés

Segovia en Siena, Italia. Alirio tenía tres años en Madrid y en ese tiempo

terminó la carrera que debería cursar en doce. Igual tiempo empleó Rodrigo,

pero como había llegado un año después, tuvo que permanecer otro año en el

Real Conservatorio de Música, después que Alirio salió para Siena.

Rodrigo trabajó con más intensidad como concertista e incluso

participó como guitarrista en la película “Cuerda de Presos”, con resultados

altamente favorables. La improvisación que hacía de la música en su guitarra y

ahora el cine lo elevaron a la fama ante sus pares, pero también lo envolvió la

vida bohemia con mayor riesgo para su carrera artística. Soltero y famoso no

sólo como concertista de guitarra clásica, sino también de música popular y de

la canción romántica, se convirtió también en, joven aún, atractivo para que

algunas mujeres amantes de la noche, lo persiguieran y le sustrajeran cierto

tiempo importante para su consolidación de concertista y compositor de

música para guitarra. Consciente de que tenía que normalizar sus estudios y su

trabajo, para una vida más sosegada y ganada para el arte musical, pensó que

debería casarse, pero fuera del medio que frecuentaba. Pasaba más tiempo

entre el Conservatorio Musical y su apartamento, gastando con sentido del

ahorro los pocos ingresos que percibía. Una tarde cuando regresaba a su

vivienda en la calle Antonio Acuña, a la entrada se encontró con una joven

muy elegante y de aspecto sencillo y familiar, que bajaba de visitar a su

madre, que trabajaba en la casa de Morón, donde él todavía estaba

residenciado. No la había visto antes e impresionado por su belleza juvenil, se

le acercó y le dijo:

-Señorita, me gustaría casarme con usted.

La joven se sorprendió y se quedó como paralizada, ante una

proposición inesperada de alguien a quien nunca había visto y de quien sólo

sabía que tocaba la guitarra, porque su madre se lo había comentado, cuando

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lo oyó tocar encerrado en su habitación. No contestó, pero tampoco protestó.

Rodrigo insistió:

-¿Le gusta la música?

-Muchísimo. Varias veces lo he oído a usted tocar la guitarra, cuando

he venido a visitar a mi madre. A usted o al señor Alirio, según la opinión de

mi madre que dice que los distingue.

-La última vez debe ser a mí a quien oyó, porque Alirio se fue hace

algunos días para Siena. La invito al teatro Fontalva. Mañana se presenta el

maestro Arturo Rubinstein.

-De acuerdo. Mi nombre es Julia, mañana nos veremos aquí mismo,

tengo que venir a visitar nuevamente a mi madre.

-Magnífico. Mi nombre es Rodrigo.

En el Teatro Fontalva oyeron a Arturo Rubinstein interpretar a Federico

Chopin y a Beethoven. Identificados por la afición a la música visitaron varias

salas de concierto y estrecharon sus relaciones personales y espirituales. Julia

se hizo asidua del teatro y en varias presentaciones de Rodrigo estuvo

presente. No habían pasado más de tres de meses asistiendo a diferentes

conciertos e incluso varias películas, cuando Rodrigo le planteó:

-Julia, quiero que nos casemos, quiero enseriarme, he andado muy solo,

demasiado suelto. Desde que te conocí y hemos andado juntos he reducido el

tiempo que le dedicaba a la bohemia.

-Yo también quiero que nos casemos.

El matrimonio se realizó en un ambiente de sobriedad, entre la familia

de Julia, la de Rodrigo vivía en Carora.

El matrimonio le proporcionó mayor estabilidad emocional y social,

pero aumentaron sus responsabilidades económicas y tuvo que intensificar su

trabajo. Aun en España un concertista de guitarra no podía obtener de su

trabajo los ingresos suficientes para alimentar y educar a una familia que se

reprodujo de inmediato. Antes del año, cuando finalizó los estudios en el Real

Conservatorio de Música, nació Josefina, su primera hija e inmediatamente

tendría que viajar a Siena a realizar un postgrado que dictaba Andrés Segovia.

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EN LA ACADEMIA MUSICAL CHIGIANA DE SIENA

ATRAÌDOS por la significación universal de Andrés Segovia, Alirio fue el

primero en arribar a Siena, cuyo contexto artístico la convertía en una ciudad

musical por los cuatro puntos cardinales, le impactó gratamente, casi al

paroxismo espiritual. En cada casa veía un busto de un músico famoso, de

algún familiar que se destacó en la música, cuya imagen no sólo no querían

que desapareciera de sus mentes, sino que también servía de presentación para

el visitante. Las calles de la ciudad y las plazas estaban adornadas con obras

de arte. Con la presencia de Andrés Segovia se convertía en la Meca de

estudiantes y profesores de guitarra de toda Europa e incluso de otros

continentes. Alirio recordó La Candelaria, Carora, el Barrio Nuevo de

Rodrigo, impregnados por todas partes por la música popular. ¿Podrían llegar

a ser algo parecido a Siena? Tal vez La Candelaria no, la rodea el desierto, la

calcina el sol y la desampara la soledad, que la convierte en un museo de

espantos. Pero Carora sí, incorporando a Barrio Nuevo, una isla de la cultura

conectada con Madrid, con París y con el mundo por el pensamiento y la obra

de don Chío Zubillaga. Aunque muerto don Chío, alguno de sus discípulos

podría promover la construcción de varios teatros, de una escuela superior de

música, varios orfeones, un paseo de sus hijos ilustres, varias catedrales, una

nueva ciudad en la que centenares o miles de jóvenes vivan tocando y

cantando.

Deslumbrado por lo que veía caminó lentamente hacia la Academia

Musical Chigiana. Al llegar a la entrada de la misma, con su guitarra en la

mano, varios estudiantes y profesores que dialogaban en el portal, le dieron la

bienvenida como si lo conocieran y lo integraron al grupo. Cuando preguntó

por el maestro Segovia lo condujeron hasta el salón donde se encontraba.

Andrés Segovia reconoció en él a uno de los jóvenes estudiantes de la Escuela

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Superior de Música “José Ángel Lamas” de Caracas, que había tocado para él

en el estudio de la casa de Pedro Centeno Vallenilla. Se levantó y le dio la

bienvenida.

-Le repito lo que le dije en Caracas. Usted tiene grandes cualidades para

el concierto de guitarra. Espero que sea mi sucesor.

Alirio pensó que eso era casi imposible. Segovia gozaba de un prestigio

internacional único, por su genio guitarrístico. -No pudo ocultar la emoción

reflejada en su rostro, pero reaccionó con humildad.

-Muchas gracias, maestro. Yo vengo a aprender de usted, quiero ser

alumno del más grande guitarrista del mundo.

Andrés Segovia ordenó que lo inscribieran en el curso de verano.

Después que lo volvió a oír tocar, le dispensó una atención especial, primero

como su alumno y después como su asistente, para lo cual lo hizo nombrar al

finalizar el curso.

Maravillado por lo que estaba aprendiendo y ante la posibilidad de que

el maestro Segovia tuviera que regresar a la Argentina y Rodrigo no pudiera

tenerlo como profesor, le escribió una carta a este último a Madrid.

-Vente antes de que se vaya el maestro Andrés Segovia. Esto es algo

excepcional, nunca visto por nosotros. Recuerda lo extraordinario que nos

pareció cuando lo oímos en Caracas, creo que hoy supera todas las

expectativas artísticas. Estamos frente a un verdadero genio de la guitarra.

Rodrigo apresuró su viaje. Antes de llegar a Siena participó en un

concurso para una beca de 1.000 liras diarias, del Conde Chi Ciaricini. La

ganó y con ese ingreso pudo quedarse en Italia durante siete años, estudiando

y trabajando como concertista para poder enviarle una pequeña cantidad de

dinero a la familia que dejó en Madrid. Siena le produjo la misma impresión

que experimentó Alirio. Se consustanció rápidamente con la ciudad y su

entorno sonoro y artístico. También evocó su Barrio Nuevo natal, Carora su

ciudad, la de Ché Herrera y Chío Zubillaga.

Andrés Segovia lo recibió con el mismo afecto y distinción que le

prodigó a Alirio. Reconoció al otro estudiante de la Escuela Superior de

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Música “José Ángel Lamas” de Caracas, que había participado en el homenaje

que le rindieron en la capital de Venezuela.

-Bienvenido a esta nueva escuela y a su curso de postgrado. Ud. tiene

un porvenir asegurado con su talento y su guitarra.

Rodrigo decidió conocer más a fondo la pequeña ciudad de Siena, cuyo

nombre y resonancia la convertían entre las más prestigiosas de la academia y

de cultura musical de Europa. En la Plaza del Campo, donde Dante terminó

uno de los últimos capítulos de “La Divina Comedia”, recibió la sensación de

estar en una ciudad ideal, construida para albergar todas las artes y todos los

artistas del universo que hasta ese momento él conocía y se imaginaba que

pudiera existir. ¿Cuántos años de historia de la cultura lo rodeaban? ¿Podrían

los músicos de Carora vivir algún día, cómo los músicos de Siena? No. Aquí

debe existir una mano o una conciencia mágica que estimula la vocación y el

quehacer artístico, y una protección especial, porque no se ve pobreza ni

desesperanza. Todos caminan como si estuvieran seguros de dónde vienen y

hacia dónde van. Se mueven como los músicos de una orquesta, cada quien

hace lo que debe hacer. Si en Carora hubiera existido una Escuela Superior de

Música, yo no estuviera aquí y posiblemente el maestro Segovia estaría allá

dictando su postgrado. Aunque Carora se parece más a Madrid, tal vez porque

los españoles que llegaron con don Juan de Trejo y Juan de Salamanca, eran

músicos y combinaron su arte con los ritmos de los indios Ajaguas, que no

eran guerreros sino hombres de paz, en cuya concordia encontraban el mejor

ambiente para la música, excepto que fuera música marcial, para la guerra.

Como la que inventaron Bolívar y Miranda, Boves y Páez, quienes también

eran de origen español.

Al día siguiente se incorporó al primer curso y tocó en todos los

conciertos que se dieron en el mismo.

La Academia Chigiana de Siena durante el período en que Alirio y

Rodrigo cursaban estudios de postgrado de guitarra, Zubín Meta y Daniel

Beremboy estudiaban dirección de orquesta. El venezolano Gonzalo

Castellanos había estudiado en esa Academia con el maestro Sergio

Celebidache, dirección de orquesta. Entre los estudiantes de violín de esa

época, estuvo Acardo, famoso violinista mundial. Entre los guitarristas,

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además de Alirio y Rodrigo, estuvieron John Williams, también famoso en el

mundo del concierto de la guitarra, y la venezolana Flaminia Montenegro,

quien murió muy joven, antes de llegar a la meta, a la que según sus

profesores, debería alcanzar con todo éxito.

Cuando el maestro Andrés Segovia no pudo asistir a uno de sus cursos

de verano, llamó a Alirio y le participó que lo nombraba su asistente y le pidió

que asumiera la dirección de dicho curso.

-Tengo la convicción artística y profesional que usted lo hará tan bien o

mejor que yo. Ya mi edad no me permite una movilización con frecuencia a

tan larga distancia, sin resentirse. Trataré de venir al próximo curso de verano,

pero éste, asúmalo usted, con la absoluta confianza de quien le considera su

digno sucesor.

Alirio le contestó:

-Muchas gracias, maestro, por los conceptos emitidos sobre mi persona.

Asumiré el curso con la convicción de que usted es insustituible. Me esmeraré

por hacerlo bien. Creo que nunca a la altura de su genio guitarrístico, creador

y docente.

Ese verano asumió el curso y tuvo entre sus alumnos a Rodrigo, que

tenía algunos meses de haber ingresado a la Academia y a John Williams,

quienes conocían todas las técnicas de la guitarra, por lo cual se eximía de

enseñárselas. Les enseñaba nuevos repertorios que había estudiado con Andrés

Segovia, el estilo de las nuevas obras, sus características técnicas y defectos.

Rodrigo no sólo asistió a los cursos que dictó Segovia y a los que luego

le correspondió dictar a Alirio, sino también a todas aquellas clases que daban

grandes maestros de la música. Asistió a las clases de Chelo que en un verano

dictó Pablo Casals. Allí conoció al maestro Guido Agosti y asistió a sus clases

de piano; a Andrés Navarra, Chelista; a Ricardo Brengola, Director del

Quinteto Chigiano y Jefe de la Cátedra de Música de Cámara y a otros

importantes maestros de música, que encontraban en la Academia de Siena el

lugar apropiado para la enseñanza y el intercambio de conocimientos

musicales.

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Su permanencia en la Academia de Siena fue aprovechada por Rodrigo

para estudiar también Música de Cámara, que aunque no estaba vinculada a

los estudios de guitarra, le permitió acumular un bagaje musical y cultural que

al final convergerá en una formación intelectual más integral. De los

conciertos que oía todas las noches en la Academia, aprendió que éstos deben

tener un carácter pedagógico, una guía, que explique quiénes son los

concertistas y qué significado o valor tienen las obras que tocan. Esa

experiencia la aplicará más tarde, cuando residenciado en New York, Estados

Unidos, durante 8 años, se dedica a dar clases de guitarra y más tarde, cuando

funde una verdadera escuela de guitarra en la Universidad Centrooccidental

“Lisandro Alvarado” (UCLA) en Barquisimeto, a su regreso a Venezuela.

Los estudios de postgrado en la Academia Chigiana de Siena fueron la

culminación de una carrera en la que alcanzaron los más altos conocimientos

guitarrísticos conocidos hasta el momento a escala universal. Pero además, fue

una experiencia única que les permitió también conocer la grandeza espiritual

de una ciudad concebida y desarrollada para estimular el estudio y la

capacidad creadora del ser humano. La Academia Chigiana y la ciudad se

integraban en una unidad cultural, en la que dos jóvenes caroreños, nacidos

ciertamente en un medio musical en el que predominaba la intuición y el oído,

perfeccionaron en el aula, en la calle y en los principales escenarios para el

concierto las técnicas y el repertorio de la guitarra clásica. Los espera transitar

un largo camino artístico, toda una vida en la que no se puede dejar de estudiar

y en la que hay que enfrentar un auditorio con distintos niveles, desde el

especializado hasta el popular.

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CONCERTISTAS POR EL MUNDO

AL FINALIZAR el curso de verano, Alirio viajó a Roma y se hospedó en un

pequeño hotel en el centro de la ciudad, donde creía que estaba mejor ubicado

para establecer los contactos necesarios con los hombres y las instituciones de

la cultura, que le ayudarían y permitirìan iniciar la conquista del mundo de la

guitarra. En la habitación del hotel ensayaba todos los días, para un concierto

que todavía no sabía dónde y cuándo lo daría. Los primeros interesados en

oírlo fueron los miembros de una familia que vivía al lado, quienes gustaban

de la música y al escuchar a un joven guitarrista tocar durante horas, se

trasladaban todos al hotel. Alirio se esmeraba tanto como si estuviera dando

un concierto para un público selecto en un teatro o sala internacional de

música. Una bella muchacha, integrante de la familia, con el encanto de una

personalidad altamente sensible a la música, como lo podría comprobar

posteriormente, se le acercó y le dijo:

-¿Podría tocar alguna composición suya?

Sorprendido no sólo por el impacto emocional que le produjo la

presencia de la joven, sino también el contenido de la pregunta que envolvía

una curiosidad artística, aunque tuviera la intención de provocar cierto

acercamiento, Alirio le respondió:

-Muy bien, dedico a usted un arreglo que yo mismo hice de un valse-

canción del compositor R. M. López, titulado “Así te Soñé”.

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En medio de grandes aplausos y risas Alirio tocó y comenzó la

conquista del corazón de Consolina Risi, primera habitante de Roma que le

expresó con espontaneidad su admiración por el arte de la guitarra y por el

guitarrista. El hotel se convirtió en una sala de conciertos y la familia Risi en

el primer auditorio romano, al que Alirio le tocaba con el virtuosismo de un

maestro egresado de la Academia Chigiana de Siena, dispuesto a ganarse el

corazón y la conciencia artística de toda Italia y del continente europeo, como

primer paso hacia el universo.

En Roma dio sus primeros conciertos en varios teatros importantes de

la ciudad, un poco distanciado uno del otro. Lo que era continuo, de todos los

días, eran sus ensayos y la presencia de Consolina hasta el mutuo

enamoramiento. A los pocos meses se casaron y entre un ir y venir a y de las

principales salas de concierto de Roma y de los teatros de las ciudades

cercanas, en la capital de Italia nacieron sus cuatro hijos, Senio Alirio, quien

también será guitarrista; María Isabel, periodista; Beatrice Tibisay,

restauradora de libros antiguos; y Josefa, Flautista. Entre las artes y el

periodismo la familia vivirá insertada en un contenido espiritual creado por

una guitarra itinerante. Estando sus hijos muy pequeños, Alirio tuvo que

separarse de la familia, para dar conciertos en otras ciudades europeas y

posteriormente en todo el mundo. Consolina admitió la dura y expectante

realidad y Alirio alcanzó la estabilidad espiritual requerida, como condición

vital para continuar su carrera hacia la gloria musical.

La guitarra de Rodrigo también llegó a Roma y a otras ciudades

italianas. En los días en que Alirio hacía sonar su guitarra en las principales

salas de concierto de Roma, llegó Rodrigo contratado para tocar en Orvieto,

en la Radio de Roma y en Florencia.

De Siena Rodrigo viajó varias veces a Madrid a ver y atender a su

familia, por períodos cortos y especialmente en vacaciones. Al terminar los

estudios regresó a Madrid y se residenció por varios años en esta ciudad.

Viajaba con frecuencia a otros países, disfrutando de un buen transporte, pero

con serias dificultades con las autoridades fronterizas de España, que no lo

dejaban entrar como residente español si no cancelaba una cantidad

determinada de dinero, que generalmente no tenía. Para sortear este difícil

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obstáculo tenía que usar la visa de turista, que también poseía. En Madrid y en

las principales ciudades de España dio conciertos y clases de guitarra. Tuvo

una acogida excepcional, pero los ingresos por su trabajo artístico y docente

seguían siendo insuficientes para atender los requerimientos de una familia

que crecía periódicamente. Madrid fue una ciudad acogedora hasta para sus

más profundas reflexiones artísticas y humanas. Barrio Nuevo, Carora y

Caracas pasaban por su mente continuamente. Pensaba que podría regresar a

Carora y a su barrio natal. ¿Pero qué hacer en esa pequeña ciudad, en la que

para su mayor desesperanza habían muerto Ché Herrera y Chío Zubillaga? Si

decidiera dar un concierto es posible que tuviera un público relativamente

numeroso y entusiasta, pero dos conciertos, tres conciertos o más, uno

semanal por ejemplo, posiblemente no tendría oídos, tal vez una mirada

condescendiente. Un concierto diario, ni en sueño. Me moriría de hambre,

sería peor para mi familia. Si Julia comprendiera, pensaba, porque mis hijos

están muy pequeños, me iría a recorrer el mundo, donde una guitarra valga

tanto como un violín, como un piano. Donde por cada nota, por cada sonido,

por cada ritmo musical encuentra una compensación la vida de un hijo, de un

hogar que se multiplica. ¿Por qué Andrés Segovia no vive en Madrid? ¿Será

por divergencias con el régimen dictatorial de Francisco Franco? ¿Tendré que

irme a la Argentina o a los Estados Unidos?

Rodrigo vivió una larga etapa de desasosiego e incertidumbre. Quería a

Madrid como a Julia y a sus hijos. No se sentía extranjero, sino como en la

Madre Patria. Pero vivir de la guitarra se le hacía tan difícil, que resolvió irse a

residenciar en New York e inició los preparativos que durarían algunos meses,

tampoco era sencillo dejar la familia y aventurarse a conquistar el auditorio

artístico de esa gran ciudad.

Alirio se radicó en Roma, ciudad que lo acogió entre sus mejores hijos

y artistas. Se dedicó a conquistar el corazón, la conciencia artística, primero de

los romanos y luego de los italianos en general. De Roma viajó, contratado

para dar conciertos, a Nápoles, Florencia, Milán, Turín. Posteriormente lo hizo

a Venecia y a otras ciudades en las que fue aplaudido y reconocido por la

crítica musical como la primera guitarra de Italia. Fue consustanciándose

lentamente con el alma italiana, sin desvincularse de Venezuela, Carora y La

Candelaria. Recién llegado a Roma conoció el Embajador de Venezuela

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acreditado en Italia, Alberto Arvelo Torrealba; y al Embajador en la Santa

Sede, Juan Vicente Lecuna, quienes estaban estrechamente vinculados no sólo

por ser embajadores del mismo país, sino también por sus inquietudes

intelectuales. Juan Vicente Lecuna era un extraordinario músico, reconocido

en los círculos culturales de Venezuela; y Alberto Arvelo Torrealba era poeta

y escritor. Con ambos, Alirio pudo establecer una grata y fecunda relación

intelectual.

El Embajador Lecuna le informó:

-Mañana llega a Roma Juan Bautista Plaza, músico a quien debes

conocer. Si no lo conoces te invito a que lo recibamos juntos aquí en la

Embajada cuando venga a visitarme. Creo que llega por el Puerto de Nápoles.

-Esa es la mejor noticia que usted me puede dar en estos días,

Embajador. El Dr. Juan Bautista Plaza fue mi maestro en la Escuela Superior

de Música, en Caracas. Yo mismo lo voy a recibir al Puerto de Nápoles.

El encuentro en Nápoles fue por demás efusivo y lleno de recuerdos del

maestro y del alumno que por primera vez se veían, desde que Alirio había

abandonado la Escuela de Música y el país.

-Muchas gracias por venir a recibirme. He leído en la prensa

venezolana algunas informaciones acerca de tus éxitos en Italia. Borges, Lauro

y yo siempre comentábamos sobre tus inmensas posibilidades de consagrarte

como concertista internacional de guitarra.

-En en Real Conservatorio de Madrid y sobre todo en el postgrado

dictado por el maestro Andrés Segovia en Siena, aprendí algunas cosas

importantes de la técnica guitarrística y en particular del nuevo repertorio que

existe en Europa, pero lo fundamental lo aprendí con ustedes en La Escuela

Superior de Música “José Ángel Lamas”.

El Dr. Plaza se sintió realmente halagado, pero respondió con la

humildad de su sabiduría.

-Nosotros hacemos lo que podemos con los pocos recursos que

tenemos, en un país en el que como tú sabes no se le presta mayor atención a

la cultura y menos a la guitarra.

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-Rodrigo y yo siempre comentamos, cada vez que nos encontramos,

que ustedes son unos grandes maestros.

-Muchas gracias, por lo que a mí respecta. Pero creo sinceramente que

los mayores méritos corresponden al maestro Vicente Emilio Sojo, que lleva

la máxima responsabilidad en la dirección de la Escuela y al maestro Borges

en lo relacionado con la enseñanza de la guitarra.

Maestro y discípulo caminaron juntos hasta la casa del Embajador de

Venezuela en la Santa Sede. En el trayecto habló todo el tiempo el Profesor

Plaza, quien repitió las expectativas que había entre los profesores de la

Escuela Superior de Música, acerca de sus progresos como concertista de

guitarra.

-Todos esperamos tu resonante triunfo en Europa y en el mundo. Ya

consagrado creo que debes regresar a Venezuela, si no a vivir allá, por lo

menos a tocar durante algunos meses.

-Ese es uno de mis objetivos en el corto y mediano plazo. Por ahora

tengo que cumplir todavía algunos compromisos y estudiar algunas ofertas

para tocar en varias ciudades europeas. Antes de cumplir con éstos, será

imposible.

-Bien, esperemos, pero me gustaría oírte, si no en una sala de conciertos

por lo menos en la casa del Embajador –le expresó finalmente el Dr. Plaza,

cuando estaban arribando a residencia del diplomático.

Alirio tocó para su maestro y los invitados composiciones de músicos

venezolanos, latinoamericanos y europeos. Aclamado por la asistencia se

convirtió en un asiduo invitado del Embajador a diversas actividades en la

sede diplomática, donde conoció a muchos artistas italianos y europeos, que

con alguna frecuencia los invitaba el Embajador.

El primer gran concierto de Alirio fue en el Aula Magna de la

Universidad de Roma, plena de estudiantes, profesores y público en general

amantes de la música y en especial de la guitarra. Su éxito en Roma y en las

principales ciudades italianas repercutió en toda Europa y particularmente en

América. Un grupo de amigos y amantes de la guitarra, de Turín, que

valoraron su calidad artística decidieron promover su participación en otros

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países e hicieron todas gestiones requeridas para que se presentara en la Sala

Gaveau, de París. El éxito fue total pero seguía dependiendo de quienes le

conocían. El encumbramiento de un artista, hasta que no adquiere fama

universal, pasa por un lento proceso de consolidación en escenarios de

diversos niveles.

De Francia pasó a Alemania donde tuvo cuatro actuaciones importantes

en Berlín Occidental, incluyendo una en la radio. Luego estuvo en Hannover

donde dio dos conciertos y recibió el espaldarazo de un público entusiasta y

una crítica musical exigente, cuya repercusión llegó hasta Estocolmo, Suecia,

desde donde fue llamado para que actuara en el Teatro Real y diera un recital

en la radio.

Confiando en su dedicación y virtuosismo, y respaldado por la gestión

que el maestro Andrés Segovia realizaba en los Estados Unidos, para que se

presentara en los principales centros culturales de ese país, destacando su

labor como su asistente en Siena y luego su sustituto durante 3 años en el

postgrado en la Academia Musical Chigiana, Alirio viajó al país del norte,

invitado para dar varios conciertos en diferentes ciudades. Su primer concierto

fue en el Tow Hall de New York, donde quedó consagrado como uno de los

grandes guitarristas de su tiempo, según la aquiescencia del público y el juicio

de la crítica, aunque todavía seguía dependiendo un poco de la magnificencia

de su maestro Andrés Segovia. De New York viajó a Washington, luego a

Filadelfia y a otras ciudades de tradición musical.

Su actuación en los Estados Unidos tuvo una favorable repercusión

tanto en el público que lo oía y aplaudía, la crítica musical que resaltó sus

valores artísticos, como los empresarios de la difusión y el negocio cultural,

quienes lo contrataron para actuar en ese país durante cinco años consecutivos.

Un contrato de esa dimensión sólo se le ofrecía y se le otorgaba a un artista

universal, excepto que fuera norteamericano de nacimiento y que hubiera

alcanzado los más altos niveles de aceptación por parte del público asistente y

de la crítica especializada.

Al finalizar su primera actuación en los Estados Unidos, el Consejero

Cultural de la Embajada de la Unión Soviética, con sede en Washington, lo

invitó para que diera una serie de recitales en varias ciudades soviéticas. Antes

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que Alirio visitara la Unión Soviética, el único gran concertista de guitarra del

mundo occidental que había actuado en sus centros culturales, era el español

Andrés Segovia. A Alirio lo invitaron a tocar en los mismos escenarios donde

había actuado su maestro. Percibió una gran sensibilidad entre los soviéticos

por la guitarra, no obstante que son otros instrumentos los que tienen mayor

tradición en Rusia y en cualquier otro país miembro de la Unión de

Repúblicas Socialistas Soviéticas. Constató un pueblo eminentemente musical

y con una gran preocupación por la música latinoamericana. De los programas

que Alirio envió con anterioridad a su viaje, escogieron aquellos en los cuales

predominaba la música de América Latina. Dio dos recitales en Moscú en la

Sala Tchaikovsky, dos en Leningrado, dos en Riga y dos en Talin, con un

lleno total en todos, que le reafirmaron el lenguaje universal de la música. El

público le oyó en medio de un gran silencio, para al final levantarse y

aplaudirlo estruendosamente. Fue objeto de grandes homenajes,

reconocimientos, regalos, que lo conmovieron espiritualmente, como en

ninguna otra parte donde había actuado y recibido la receptividad del público.

Y si como el mundo cultural estuviera tras su pista, en Moscú recibió

una invitación para participar en varios recitales en Londres, donde también

fue objeto de un recibimiento excepcional. Le pidieron que repitiera varias de

las obras de algunos compositores latinoamericanos, que había tocado y

recibido varias interrupciones por los aplausos. Cuando terminó el concierto, a

altas horas de la noche, muchos asistentes no tuvieron tiempo para tomar el

último tren del metro de la ciudad.

De Londres voló a Tokio y a Hong Kong a enfrentar un público asiático

que dio demostraciones de conocer y disfrutar la guitarra. Satisfecho por la

reacción del auditorio, después de un periplo que le había permitido girar por

las principales ciudades del mundo y de que había conquistado un escenario

para su guitarra, regresó a Roma, donde estuvo unos meses con su familia,

para luego viajar a Venezuela. Consagrado como uno de los artistas de la

guitarra universal, decidió recorrer el territorio de su país, empezando por La

Candelaria, su aldea natal. Sus paisanos, sus amigos, sus familiares, sus

compañeros de juegos infantiles, le oyeron con mística reverencia, luego con

emoción desbordante, para finalmente expresar, en medio de aplausos y

congratulaciones, la inmensa satisfacción de tener entre los suyos un genio de

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la guitarra, un hijo ilustre de La Candelaria. Los viajes a su villorrio natal se

convertirán en un ritual de todos los años. Muchas veces llegará de Roma al

Aeropuerto Internacional de Maiquetía, hará trasbordo a otro avión que lo

lleve al Aeropuerto Internacional de Barquisimeto, donde generalmente lo

recibe un amigo en un vehículo particular y lo conduce directamente a La

Candelaria, pasando por Carora a saludar por tiempo breve a algún familiar.

Cuando contó que había tocado en el Teatro Nacional de Madrid, como en las

grandes salas de concierto de las principales metrópolis del mundo, su maestra

de educación primaria, Adela Virginia Riera se le acercó y le dijo al oído:

-Alirio, tienes una guitarra mágica.

Antes de viajar a New York, Rodrigo hizo un recorrido por las más

importantes ciudades de España, en un esfuerzo final por hacer de la profesión

de guitarrista de concierto, una actividad productiva, que le permitiera vivir en

aquel país al lado de su familia. Además de tocar en Madrid, lo hizo en

Valencia. Tocó en el Teatro Maeztu, donde recibió una de las manifestaciones

de apoyo más exitosas de su recién comenzada carrera artística. La crítica

musical destacó sus cualidades de concertista de guitarra y le dio tratamiento

como a un hijo de España, que se encumbra para gloria de la hispanidad.

Participó en recitales de guitarra en otras ciudades, con igual éxito. Pero para

una segunda gira, con la finalidad de hacer permanente su participación en la

vida cultural de la Península, los contratos se fueron distanciando uno del otro,

mientras los hijos crecían y creaban nuevas y perentorias necesidades. Su

permanencia en Madrid se hizo insostenible y decidió viajar primero a

Venezuela, para estudiar la posibilidad de radicarse en su país.

En Caracas la prensa informó que había regresado otro Embajador de la

cultura venezolana en el mundo de la música, que prestigiaba al país en todas

las naciones donde se hacía oír su guitarra. Dio varios conciertos en Caracas y

en otras ciudades del interior. Estuvo desde luego en Carora. Fue declarado

Hijo Ilustre de la ciudad por decisión de la Municipalidad. Tocó en el Teatro

Salamanca, donde una vez, siendo un niño no pudo entrar para oír al famoso

guitarrista Mangoré, no tenía dinero para pagar el valor de la entrada. El

auditorio de su pueblo también lo aplaudió y lo rodeó de afecto y solidaridad

humana, que se prolongaría hasta el fin de su vida. Fue a Barrio Nuevo y

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visitó la casa donde había nacido y tocó para sus familiares y compañeros de

infancia. Un viejo amigo, pasado de tragos, a quien largos años, los mismos

que tenía Rodrigo fuera del Barrio, dedicados a la bohemia y alcohol le

habían desgarrado la vida interior, se le acercó, cuando terminaba de tocar una

composición para guitarra de Juan Sebastián Bach, y le expresó:

-¡Rodrigo, te echaste a perder! ¡Ahora tocas más maluco! ¡Toca ahora

una vainita buena!

Todos rieron la ocurrencia del viejo cantor de la barriada, convertido ya

en una ruina humana. Rodrigo tocó “El Diablo Suelto” y continuó hasta la

hora de la serenata. Antes del amanecer volvió a tocar y cantar en las ventanas

de Barrio Nuevo. Al día siguiente viajó hasta Barquisimeto, para tocar en el

Teatro Juares. Aquí también recibió el aplauso del público y la exaltación de

la crítica. Al finalizar el concierto fue con sus amigos a tocar al “Farol de los

Gauchos”, bar restaurant de comida y cantantes populares. Entre sus amigos

estuvo Amorfiel Martínez, rico comerciante de la ciudad y compañero de

farras de su época de estrella popular en la radio barquisimetana. Al

despedirse, Martínez le dijo:

-Te visitaré en Madrid, para que continuemos celebrando tu

consagración como guitarrista universal y tu indeclinable vocación para hacer

amigos y ganarte el afecto de tu pueblo.

Rodrigo viajó a Caracas a realizar todas las gestiones a su alcance para

encontrar un trabajo estable, que le permitiera traerse su familia y subsistir

mediante el ejercicio de su profesión de concertista de guitarra, pero todo

resultó inútil. Las posibilidades eran mínimas. Las ofertas se reducían a uno

que otro concierto, lo cual hacía imposible ejercer en Venezuela.

Sin otra alternativa regresó a Madrid dispuesto a realizar un nuevo

intento para permanecer en España, pero sus aspiraciones se estrellaron contra

una dura realidad que tenía que enfrentar como artista. Los posibles ingresos

por un determinado número de conciertos que le ofrecían los empresarios de la

cultura musical, resultaban insuficientes para estabilizar su vida familiar. Se

dedica a dar clases de guitarra, pero los ingresos siguen siendo deficitarios con

relación a las necesidades familiares. La salida se le plantea inminente. Relee

una carta que le había enviado Cony Méndez, venezolana residenciada en

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New York, amiga que hizo de la promoción cultural la actividad fundamental

de su vida. Le había escrito varias cartas para informarle que había conseguido

que diera un concierto en el Jackson Hall, una sala pequeña de New York,

pero de cierta importancia cultural, lo cual podría ser el primer paso para

conquistar el mundo musical, especialmente guitarrístico, de los Estados

Unidos. Y aunque Rodrigo tenía entre sus planes futuros, desde la época de

estudiante del Real Conservatorio, viajar a Norteamérica, no había podido

atender la invitación, no sólo por tener que ocuparse de sus estudios y

compromisos en España, sino también por razones económicas, las cuales hizo

conocer a su amiga.

-Estoy tanto o más interesado que tú por viajar a los Estados Unidos.

Conozco la importancia que ese país le asigna a las bellas artes y en especial a

la música. Estoy convencido de lo que significa la adhesión y el aplauso de un

mundo civilizado, Excúsame que te haya quedado mal por tantos anuncios de

viaje frustrados. Pero me iré muy pronto.

Cony Méndez le envió dos veces el valor del pasaje Madrid-New York,

pero apremiado por la crisis económica que generalmente atravesaba, gastó el

dinero en algunas urgencias del momento. A ese recurso no podía acudir

nuevamente. Sin embargo, Cony Méndez insistió en reiteradas cartas acerca

de lo conveniente para su futuro artístico, su presencia en los Estados Unidos.

Rodrigo vivió momentos muy conflictivos. Cuando tomó la decisión de

viajar a los Estados Unidos no tenía el dinero necesario para comprar el

pasaje, hasta que una noche a la salida de una sala de conciertos, se encontró

con su amigo venezolano, Amorfiel Martínez, a quien conocía desde su

juventud serenatera y bohemia de Barquisimeto. La presencia de Martínez lo

sorprendió, porque no le había anunciado su viaje a Madrid. Guiado por un

aviso en la prensa madrileña en el que se anunciaba que Rodrigo daría un

concierto de guitarra en el Teatro Nacional de Madrid, fue a oírlo a y

saludarlo.

-¿Recuerdas que yo te dije en Barquisimeto que seguiríamos la

parranda en Madrid? –

-Claro que lo recuerdo, pero creí que era parte de tu buen humor.

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-Pues, aquí me tienes. Oí todo tu concierto y creo que estás consagrado

en España y en el mundo.

-Me falta tocar en los Estados Unidos y constatar la reacción del

público y de la crítica musical de ese país, para concluir que he llegado a la

consagración mundial de concertista de guitarra.

-¿Y cuándo piensas ir a Estados Unidos?.

-He pospuesto el viaje varias veces por razones económicas, no

obstante tener invitación para participar en un primer concierto.

Le informó a su amigo Amorfiel Martínez acerca de la existencia de su

amiga Cony Méndez y de las gestiones que hacía para que se presentara en

New York, y hasta de su colaboración para que viajara y de cómo había tenido

que gastar el dinero que le había enviado para el pasaje.

-No te preocupes, que colaboraré con tu viaje a los Estados Unidos.

Con eso podré sentirme orgulloso de haber contribuido a tu éxito en el

universo.

Esa noche rememoraron sus momentos felices de la época juvenil en

Barquisimeto. Rodrigo le refirió la difícil situación que confrontaba como

concertista de guitarra en una ciudad, por demás importante desde el punto de

vista cultural, como Madrid.

-Gano más que cuando tocaba en Radio Barquisimeto, pero no lo

suficiente para atender con holgura a mi familia. Como decía el maestro Raúl

Borges, la música y la cultura en general no tienen el respaldo que reciben

otras actividades humanas. A veces pienso que Andrés Segovia tampoco

podría vivir en su patria, dependiendo exclusivamente de su guitarra.

-Aquí tienes el dinero para que viajes a los Estados –le dijo cuando se

despedían y le extendió una cantidad superior al valor del pasaje. –Espero que

me pagues cuando llegues a la cúspide de la gloria, con una serenata en

Barquisimeto. Aunque sea una irreverencia, me gustan tanto como un

concierto.

Rodrigo viajó inmediatamente a New York donde ya tenía lugar y fecha

fijados para tocar su primer concierto. En la búsqueda, no ya de un rumbo

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definitivo sino de un público masivo capaz de comprender lo que hasta ahora

había estado reducido a pequeños grupos afectos a la música y a la cultura. En

la calle Malasaña de Madrid quedó toda la familia esperando el triunfo de

Rodrigo en los Estados Unidos y la transferencia de unos cuantos dólares para

sobrevivir decentemente hasta que se pudiera trasladar a Norteamérica.

A New York llegó con 5 dólares, sin saber inglés y con la dirección,

anotada en un pequeño papel, del guitarrista mexicano Francisco López quien

había estado en la Academia Chigiana de Siena estudiando un postgrado con

el maestro Andrés Segovia, y con quien había establecido excelentes

relaciones amistosas y profesionales. Al finalizar los estudios y días antes de

viajar a los Estados Unidos buscó a Rodrigo y le dijo:

-Aquí tienes mi dirección en New York, llega a mi casa cuando decidas

ir al país de las grandes oportunidades para todos los profesionales con

condiciones para el éxito.

Rodrigo le agradeció el gesto y guardó el papelito con la dirección,

tanto o más tiempo que el que tuvo conservando en el bolsillo de su paltó la

tarjeta de Antonio Lauro para el maestro Raúl Borges.

Cuando tomó taxi en el Aeropuerto de New York le entregó el papelito

con la dirección al taxista y éste lo condujo hasta el frente al edificio donde

vivía su colega y compadre Gustavo López, quien lo recibió fraternalmente.

-Esta es su casa, compadre. Un tequila no nos cae mal. Además hoy no

vamos a ensayar. Yo no tengo concierto que dar esta semana. Y usted,

compadre, lo puede improvisar si se presenta la posibilidad de dar uno en los

próximos días. Aquí también es difícil empezar, aunque uno haya realizado

estudios superiores. Pero quédese tranquilo, New York es una ciudad-nación.

Miles hacen o ven deporte, miles oyen música, miles van al teatro. Aquí hay

para todos. Lo que necesitamos es que nos den un escenario para que nos

conozcan.

Rodrigo oía con atención y pensaba en Carora donde nadie paga por la

música. Los sonidos y los ritmos musicales pertenecen a toda la ciudad. En

cada casa hay un instrumento musical y un músico. Hombres, mujeres y niños

se oyen entre sí y a sí mismo. Por lo que dice mi compadre, New York no es

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así. Menos mal porque de no ser como él afirma, tendría que lanzar la guitarra

al aire.

-Compadre, le agradezco su hospitalidad. Pienso como usted, en esta

ciudad se puede triunfar y ganar lo suficiente para hacer del guitarrista una

verdadera profesión, de una de las bellas artes y de uno de los instrumentos

menos conocidos en el mundo, como apto para el concierto.

-Si usted tiene oportunidad de subir a un escenario, compadre, frente al

cual esté un público calificado y si hay críticos de música, mejor, usted

triunfará en esta ciudad y en todas las ciudades importantes de los Estados

Unidos.

Estimulado por su compadre y seguro de sí mismo sonrió complacido,

agradado por lo que consideraba un exceso de fraternidad humana.

-Muchas gracias, compadre, por lo que piensa de mí. Vamos a empezar

mañana visitando a Cony Méndez, una amiga venezolana, altruista como

usted, que ha gestionado con los administradores del Jackson Hall para que dé

allí mi primer concierto.

-Éxito seguro, compadre. Déme la dirección que yo lo acompaño

mañana hasta la casa de esa señora, a quien me gustaría conocer por su afición

a la música y por el gesto para con usted.

La conversación fue pasando de un tema a otro por el interés que tenía

Rodrigo de conocer la ciudad de New York y las características culturales de

su población y de los Estados Unidos en general. La noche también avanzaba.

López se levantó de la silla del comedor y le dijo:

-Compadre, vamos a dormir, descanse un poco –lo condujo a una

pequeña habitación y comenzó a disfrutar de un increíble silencio en la ciudad

capital del mundo.

Al día siguiente Gustavo López le mostró una pequeña parte de la

ciudad y lo llevó a la casa de Cony Méndez.

-¡Por fin en New York! –le expresó su amiga y se abrazaron

fraternalmente.

-Este es mi compadre y amigo, también guitarrista, Gustavo López.

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-Mucho gusto. Por favor siéntense.

Recibí tus cartas y tus mensajes, pero se me hacía muy difícil viajar

teniendo una ya numerosa familia en España. Nunca olvidaré tu gran

generosidad –le expresó Rodrigo altamente agradecido.

-Olvídalo todo. Lo importante es que ya estás en New York y

comienzas a dar tus primeros pasos para conquistar el corazón artístico de esta

gran ciudad. Espero que le llegues más al corazón que a la conciencia de su

población y de toda la norteamericana. El próximo sábado tocas en el Jackson

Hall.

Rodrigo le volvió a dar las gracias y departieron un largo rato en su

residencia. Cony Méndez sirvió café venezolano que le llevaban sus amigos

que viajaban con frecuencia a New York. Se despidieron porque López quería

mostrarle otra parte de la ciudad a Rodrigo y con la excusa de que iría a

ensayar las composiciones musicales que tocaría en el concierto. Después de

un buen recorrido por las principales avenidas, regresaron al apartamento.

Ambos ensayaron por varias horas y recordaron su época de la Academia

Chigiana de Siena.

El sábado se presentó Rodrigo en el Jackson Hall. Tocó composiciones

de músicos españoles y latinoamericanos. El éxito fue total. A la salida del

concierto se le acercaron varias personas para que les firmara un autógrafo. Al

regresar al apartamento, Rodrigo tenía en su poder 150 dólares. Le envió 100

dólares a su familia a Madrid, colaboró con el mercado de la semana de su

compadre y al otro día le planteó:

-Necesito tocar un nuevo concierto, pero como no sé inglés no puedo ir

a ninguna parte a investigar qué posibilidades existen. En una ciudad tan

grande como ésta, le agradezco, compadre, me haga alguna gestión.

-Compadre, esto no es fácil en lo inmediato para alguien todavía

desconocido. Aquí hay oportunidad para todo, pero hay que esperar, tener

paciencia y ser muy insistente. Yo comprendo su situación familiar y la

barrera del idioma. Como su traductor lo voy a gestionar, por mi experiencia

sé que no será posible en pocos días.

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Gustavo López estaba dedicado a la docencia y tenía numerosos niños y

jóvenes norteamericanos como alumnos, lo cual le permitía subsistir

decentemente. Rodrigo no tenía programado ser profesor de guitarra cuando

todavía ni siquiera hablaba inglés. Cony Méndez también se movilizó entre

sus amistades para conseguirle otro concierto, pero la mejor temporada

musical estaba pasando. Los días sin producir algunos dólares también

pasaban y aumentaba su preocupación por no tener algo sustancial que

enviarle a su familia. Entre el apartamento de López y la casa de Cony

Méndez transcurrían los días. Al mes no había más alternativa que dar clases

de guitarra a alguno de los numerosos alumnos de su compadre. Se presentó

un nuevo aspirante a estudiar guitarra y López se lo asignó, con la excusa de

los muchos alumnos que debía atender y la confianza en la calidad

profesional del nuevo docente.

Rodrigo debutó como profesor de guitarra en New York a través del

idioma que hablaba su guitarra y cobrando 3 dólares por hora-clase. Descubrió

en la práctica que la música es un idioma universal, a través del cual se pueden

comunicar los seres humanos de los más distintos países y de diferentes

lenguas. El tocaba una nota musical, un sonido determinado, un ritmo y el

alumno debía repetirlo en su guitarra. Cuando el alumno se equivocaba le

quitaba la guitarra, repetía la lección y le regresaba el instrumento. El proceso

se repetía hasta que el alumno aprendía a tocar correctamente. Su número de

alumnos aumentó muy rápidamente, muchos manifestaban sus deseos de

estudiar con el profesor chueco y “mudo”, porque aprendían en pocas horas. A

los 6 meses tenía resuelto el problema económico, suficiente para cubrir sus

gastos personales y enviarle una parte de sus ingresos a su familia, pero

insuficientes para trasladar toda su numerosa prole de Madrid a New York.

Continuó trabajando para tratar de hacer algunos ahorros y mandar a buscar su

familia, pero el presupuesto a la hora de los cálculos, seguía siendo deficitario.

Un buen día tomó la de decisión de mudarse al otro extremo de la ciudad y se

lo comunicó a su anfitrión.

-¿Por qué compadre? –le planteó Gustavo López.

-Porque quiero aprender inglés y mientras permanezca en su casa, que

es como la mía, colmado de atenciones por ustedes, no lo aprenderé, porque

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con los alumnos me comunico a través de los sonidos de la guitarra y con

usted y la comadre a través del castellano y del italiano.

Gustavo López comprendió las razones de Rodrigo y le reiteró el

respaldo que le venía dando.

-Entiendo, compadre. Espero que continuemos en contacto y vuelva

cuando lo considere conveniente.

Rodrigo se residenció al oeste de la ciudad de New York, en la calle

Broadway. Publica un aviso en el New York Time, en el que ofrece sus

servicios como profesor de guitarra clásica y establece los contactos

requeridos para dar un concierto en el Tow Hall. Inicia los preparativos para

conformar un programa de música latinoamericana y europea para su debut en

tan importante sala de conciertos. Toma un curso de inglés por

correspondencia, compra un televisor y una radio para ver y oír diversos

programas en inglés. Entre los alumnos que le mandó su compadre Gustavo

López y los que atendieron el llamado del aviso en la prensa neoyorkina, logró

constituir un curso numeroso y estable.

Lo primero que aprendió en el curso de inglés fue la terminología

referida a la música y en especial a la guitarra, su más urgente necesidad de

comunicación tanto con sus alumnos como con el ejercicio de su profesión de

guitarrista. Para desvincularse por algún tiempo del idioma español clausuró el

canal 47 de la TV que transmitía en aquel idioma.

Paralelo a la docencia realiza una intensa actividad para publicitar su

próxima presentación en New York. En abril de 1968 se convirtió en el

segundo venezolano concertista de guitarra que tocaría en el Tow Hall, con el

mayor de los éxitos esperados. La crítica especializada destacó sus valores

artísticos y desde ese momento se abrieron las posibilidades de tocar en los

más importantes centros culturales de los Estados Unidos.

El “New York Time” reseñó:

“Un extraordinario concertista de la guitarra clásica debutó anoche en el

Tow Hall de esta ciudad. El dominio de la técnica de tan difícil instrumento y

la originalidad en la creación del artista venezolano, hicieron que el público lo

interrumpiera varias veces con calurosos aplausos. Por la reacción del público

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culto de New York que asistió al concierto, podemos decir que estamos frente

a un guitarrista capaz de obtener los mayores triunfos posibles en nuestra

ciudad y en nuestro país”.

Rodrigo vivió uno de los mejores momentos de su carrera artística. Se

sintió aplaudido y aclamado en la capital del mundo. Justificó la existencia de

Chío Zubillaga y Ché Herrera en su vida. Le hubiera gustado tenerlos al frente

y dedicarles el concierto. Los vio muy cerca y conversó con ellos. Don Chío,

yo siempre tuve confianza en mí, me sentía guiado por sus consejos y los de

don Ché Herrera, por su fuerza espiritual, por su impulso vital frente a la

adversidad. Detrás de Chío Zubillaga vio y leyó un letrero escrito en la pared

de su “Cuarto-biblioteca”, que decía:

El hombre superior se desarrolla elevándose,

el hombre inferior se desarrolla hundiéndose.

Confucio

A Ché Herrera lo vio entrar al “Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga

con una página de El Diario en sus manos, para preguntarle si sería cierto que

habían encontrado los restos de Simón Rodríguez, el maestro del Libertador

Simón Bolívar.

-No, mí querido poeta. Si fueran los restos de cualquier ignorante y

bárbaro, investido de poder por la violencia, hubieran aparecido. No publique

esa noticia, porque es falsa.

Rodrigo vio detrás de Ché Herrera otro letrero escrito en la pared, que

decía:

Modelar una estatua y darle vida

es hermoso, modelar una inteligencia

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y brindarle la verdad es más hermoso aún.

Víctor Hugo

La imagen de estos dos hombres interviniendo la rutina social de una

pequeña ciudad, con la palabra en un periódico, en una carta, en una pared o

vociferada con energía para que el viento no la desvíe de los oídos de la

juventud, se hacía presente con alguna frecuencia en su vida. Los aplausos lo

volvían a la realidad circundante.

Rodrigo contrató un manager que cobraba el 30% de los ingresos de

cada recital y comenzó a recorrer el país. En los primeros meses de su

recorrido por las principales de concierto en los Estados Unidos, Carol Warel,

bella discípula y amiga suya, le sirvió como tal. Los unía la música, la

amistad, el deseo de triunfar y su admiración por el maestro. Juntos

recorrieron gran parte de la geografía norteamericana. Rodrigo perfeccionaba

el inglés hablando con Carol de las virtudes espirituales de la música y de

otras bellas artes, que convertían la vida en la tierra muy cerca del paraíso.

Carol perfeccionaba sus conocimientos de música oyendo a Rodrigo ensayar y

tocar en diferentes salas de concierto de las principales ciudades que visitaban.

El arte y una concepción única de la vida los identificaba y les abría el camino

hacia el éxito, pero expresas disposiciones de la Ley del Trabajo, que en ese

país se cumplen en un altísimo porcentaje, cortó la relación contractual,

aunque permanecería por mucho tiempo la identidad artística y espiritual, y

para toda la vida el recuerdo de una amistad imperecedera. Carol era

estudiante de música y amiga de Rodrigo, no un manager calificado, con

permiso para realizar ese trabajo profesional. En cumplimiento de lo dispuesto

en la Ley del Trabajo, nombró un manager, cuando regresó a New York y las

autoridades laborales le hicieron la observación. Carol le había acompañado

las dos veces que tocó en el Tow Hall, en el Central Park, donde tocó para el

Robert Joffry Ballet y a diferentes colegios de New York. Luego a

Washington donde dio un recital en el Hall de las Américas. El recorrido

comprendió posteriormente a Boston, Chicago, Pensilvania y otras ciudades

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importantes de los Estados Unidos, con reconocido éxito para Rodrigo como

concertista y para Carol como estudiante de guitarra.

Al regresar a New York de su gira triunfante por los Estados Unidos se

encontró en esta ciudad con Alirio, quien realizaba uno de sus periódicos

viajes como concertista a ese país. Ya habían alcanzado un renombre

universal. Triunfar en Europa y en los Estados Unidos en cierto modo los

consagraba entre los primeros concertistas del mundo occidental, y no

quedaba duda de que eran los más grandes de Venezuela, que recorrían las

principales salas de concierto de las principales ciudades del globo. Las

dificultades que posiblemente todo profesional de las bellas artes ha

experimentado, las tuvieron al comienzo de la carrera, para poder encontrar un

contrato que les permitiera subir a un escenario y ser oídos por un público

calificado. Juntos visitaron la Sociedad de Guitarra Clásica de New York,

donde fueron invitados a tocar juntos. Lo hicieron con el virtuosismo que ya

habían adquirido y fueron objeto de toda clase de homenajes y

reconocimientos.

Al día siguiente Rodrigo participó en un espectáculo excepcional de

guitarra. La Sociedad de Guitarra Clásica invitó a varios estudiantes y

profesionales de la guitarra, para que tocaran lo que estudiaban o sabían y

luego lo oyeran a él improvisar todo lo que habían tocado. Tocaron

composiciones de Mozart, Haendel y Bach.

Rodrigo subió al estrado y sin leer partitura alguna, provocó la

conmoción del público al tocar todo lo que había oído. Para los especialistas,

incluso para el propio Alirio que lo estaba escuchando, resultaba insólito que

alguien pudiera hacer magia con la guitarra.

-Eres un genio de la guitarra –le expresó Alirio, quien ya había

alcanzado la plenitud de su carrera, como gesto y reconocimiento sincero,

fraterno para su paisano y colega profesional.

-Esta “especialidad” la aprendí oyendo música en el cine Salamanca de

Carora, cuando todavía vivía don Ché Herrera. Yo salía del cine y me iba a su

casa a tocar y enseñársela a Manuel Herrera, en la guitarra de su hermana

Josefina.

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Carora, Barrio Nuevo y La Candelaria proyectados por sus hijos más

ilustres, juntos en New York. Chío Zubillaga y Ché Herrera nuevamente

presentes en la memoria de dos de sus más grandes discípulos. Cuando Alirio

vio y oyó tocar a Rodrigo, improvisando todo lo que habían tocado varios

estudiantes y profesores de la guitarra, sobre composiciones tan complejas, le

pareció que acababa de conocerlo, que Rodrigo había nacido y estudiado en

New York, que había disfrutado los privilegios del niño genial descubierto por

su maestro en el pre-escolar y que lo habían modelado en las mejores escuelas

de música para niños excepcionales.

Los aplausos continuaban y Rodrigo pensó que eran también para Chío

Zubillaga y Ché Herrera. Le hubiera gustado ver al lado de éstos, a Juancho

Querales. Pensó que algún día, un empresario caroreño construiría un teatro

como el Tow Hall y en él tocaría junto con Alirio.

La Sociedad de Guitarra Clásica de New York le abrió las puertas a los

dos caroreños, pero especialmente a Rodrigo, quien estaba residenciado en esa

ciudad. A través de esta institución sin fines de lucro logró todos los permisos

legales para permanecer en los Estados Unidos, hasta que consiguió que lo

admitieran como residente.

Cuando adquiere conciencia que ha alcanzado los más altos niveles de

la profesión de guitarrista de concierto, cuando ha incursionado en el campo

de la composición para guitarra, y ya algunos de sus alumnos comienzan a

destacarse como concertistas, empieza a pensar, no en llevarse la familia para

New York, sino en regresar y residenciarse con ella en Venezuela. En New

York estrenó el “Preludio Criollo”, una de sus primeras y exitosas

composiciones para guitarra, inspirada en Vale Cayayo, el personaje popular

de Barrio Nuevo, cuyo cuatro, tocaba con gran maestría, alegró su infancia,

despertó su curiosidad por la música, por los ritmos que salían

armoniosamente del pequeño instrumento musical, que acompañó hasta la

muerte a tan singular personaje. En New York compuso “Monotonía” y el

Preludio “El Orix”, que formarán parte con centenares de composiciones

suyas posteriores, del Repertorio Internacional de la Guitarra Clásica. En esta

ciudad consolida su vocación vital de compositor, intérprete, docente y

estudioso de la guitarra. Cuando comienza a producir intelectualmente,

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cuando percibe que su profesión se proyecta con algún beneficio pedagógico

para la sociedad y la cultura del ser humano, revive en su mente el arraigo a la

tierra de su nacimiento, infancia y juventud. Ahora puede regresar no a pedir

una beca o una ayuda para continuar sus estudios. Se siente en capacidad de

darle a Venezuela, a los venezolanos con vocación musical, todo un cúmulo

de conocimientos adquiridos en las mejores escuelas de música para guitarra

en el mundo, enfrentando todas las dificultades que significó imponer en las

élites de la cultura mundial, el valor clásico de ese instrumento. Su vida

estaba ligada al triunfo de la guitarra, pero también al alma de su país.

Todo lo que hará desde este momento estará relacionado, condicionado

con su regreso a Venezuela, a Carora, a Barrio Nuevo. Soñaba con fundar una

cátedra de guitarra e incluso una escuela de música, desde la cual impartir sus

conocimientos a todos los venezolanos que tocaran su puerta, porque había

comprobado que todo el que revela interés por la música, puede aprenderla.

En New York, pensaba, he aprendido a convivir con la gente, como en

la capital del mundo. Conocí el verdadero hombre americano, distinto al

explorador y explotador de los campos petroleros que conocí, cuando era

guitarrista oficial de Radio Ondas del Lago y algunos maracuchos me

invitaban a dar serenatas en Cabimas y Lagunilla. Conocí al hombre que hace

cola tres meses y hasta duerme en una acera para poder comprar una entrada

para el teatro, donde se escenifica una ópera como “La Bohemia”. Una ciudad

llena de museos, librerías y una población de múltiples nacionalidades con las

que uno tropieza en las calles. Una ciudad que alberga, por un lado, las más

grandes manifestaciones del humanismo posible, y por otro, una pérdida

infinita de afecto. Viví ocho años en un apartamento y el señor que vivía al

lado jamás me saludó. Yo tampoco. Cuando sentí que yo corría el riesgo de

deshumanizarme, apresuré el regreso definitivo. “La Vuelta a la Patria”como

un llamado a la conciencia y el amor a la tierra que nos vio nacer, después de

dejarla por muchos años, tal como lo sintió y escribió Pérez Bonalde, más la

necesidad de encontrarme con mi familia, abandonada en el viejo continente,

me compelieron a cumplir con una responsabilidad de compartir

definitivamente con Julia y mis hijos mi vida de artista, marido y padre.

También cumplía con mis maestros Chío Zubillaga y Ché Herrera tratando de

ayudar a centenares de jóvenes, que por falta de una escuela de música se

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perdían y aún se pierden en la improvisación y la bohemia. Todo esto junto,

mi país, mi familia y la juventud venezolana requerida de un magisterio de la

guitarra fueron factores determinantes para mi regreso, cuando muchos años

fuera de nuestras fronteras en una nación altamente desarrollada desde todo

punto de vista científico y tecnológico, y en particular guitarrístico, te crean un

nuevo arraigo humano. Me despedí de una gran ciudad y de su gente, con la

entereza de un venezolano que aprendió a amar a su tierra en el dolor de la

infancia, en la aventura de la juventud y en el más alto nivel de su espíritu de

superación. Me desprendí de todo sin olvidar su hospitalidad cultural, sobre

todo a Carol Warel y mis alumnos que llenaron de ternura mi esencia de

maestro e hicieron posible mis sueños de un romántico caroreño que intentó

conquistar el mundo del arte de la guitarra.

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DIFUSIÓN DE LA MÚSICA VENEZOLANA

ALIRIO Y RODIRIGO agregaron al contexto socio cultural en el que vivieron

la infancia y la juventud, la intuición musical, los estudios superiores que

realizaron en Venezuela, España e Italia y el contacto con los grandes

maestros y artistas del mundo, para comprender el valor de la música

venezolana. Lo que antes estaba sembrado en el corazón de dos niños, de dos

jóvenes caroreños, se desarrolló y consolidó en la conciencia de dos grandes

guitarristas universales. Lo primero que hicieron fue seleccionar un amplio

repertorio para difundir en diferentes partes del globo, las más importantes

melodías compuestas y tocadas por músicos venezolanos.

El diálogo entre ambos se hizo más consistente, para explicarse el

mundo que les había tocado vivir.

-El proceso que ambos vivimos o experimentamos para establecer la

relación entre los valores de la música venezolana y lo que estudiamos, fue

más o menos rápido, porque al llegar a Europa nos encontramos con un

ambiente favorable, para la difusión de la música latinoamericana –le comentó

Alirio en uno de sus encuentros en Carora.

-De acuerdo –respondió Rodrigo. –Después de la Segunda Guerra

Mundial, los europeos, tal vez como una manera de repudiar la violencia,

abrieron los oídos, el corazón y la conciencia a las bellas artes. Se restauraron

los museos, las iglesias, todos los edificios históricos y artísticos que habían

sido destruidos parcial o totalmente por los bombardeos. Se crearon los

ministerios de la cultura y en general se hizo más venerable el pasado

espiritual de la humanidad.

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-La visita de artistas y conjuntos musicales latinoamericanos,

especialmente folklóricos y populares se hizo frecuente y tuvo una

extraordinaria acogida entre un público deseoso de abrazar la belleza –expresó

Alirio.

Hacían alusión a un momento inmediatamente anterior a la llegada de

ellos a Europa y en algunos casos, a hechos artísticos que ellos pudieron ver y

disfrutar en el viejo continente.

-El Ballet Argentino y el Ballet Mexicano que expresaban en lo

esencial los ritmos característicos de la danza fundamental de esos países,

crearon en el mundo artístico europeo una gran preocupación por el arte

latinoamericano –afirmó Rodrigo, quien había acompañado con su guitarra al

Ballet Argentino. –Y en cuanto a la guitarra, el gran virtuoso Mangoré estuvo

de gira durante dos oportunidades por toda Europa, dejando una excepcional

impresión en el público más exigente del momento y en los especialistas de la

crítica musical.

El éxito de Alirio y de Rodrigo se debió también a que cuando

comenzaron a tocar música venezolana, técnicamente bien compuesta para

guitarra, por lo inesperado para muchos, produjeron un impacto

impresionante. La originalidad de la música compuesta por maestros como

Antonio Lauro y Evencio Castellanos conmovió al público europeo. A estos se

agregaron las primeras transcripciones, arreglos, que hizo Alirio de la música

de Vicente Emilio Sojo.

Otro encuentro y otro diálogo entre Rodrigo y Alirio se produjeron en

París, cuando coincidieron en esa ciudad después de una gira por varias

capitales europeas, dando recitales en las principales salas de concierto.

-Tenemos una oferta para grabar un disco de música venezolana –le

comunicó Alirio. Hay una empresa francesa interesada en difundir música

venezolana.

-Magnífico –le respondió Rodrigo. Vamos a grabar algunas

armonizaciones tuyas y algunas composiciones mías.

-Yo tengo preparadas, ensayadas, algunas armonizaciones de

compositores venezolanos le informó Alirio.

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-Y yo tengo varias composiciones inspiradas en personajes populares

caroreños, algunos de los cuales tú conoces.

Después de grabar arreglos y composiciones de cada uno, ante la

sorpresa de empresarios y especialistas en crítica musical, grabaron también

composiciones de los maestros venezolanos Antonio Lauro, Raúl Borges,

Evencio Castellanos y Vicente Emilio Sojo.

Rodrigo ya se sentía inclinado por la composición musical para

guitarra, si no como su actividad fundamental y la más trascendente en su vida

y en la historia de la música venezolana en su especialidad, sí como uno de sus

quehaceres artísticos de mayor proyección universal.

Alirio se dedicará por algún tiempo a la investigación de la música y de

algunos músicos venezolanos. Desde muy joven manifestó sus inclinaciones

por la investigación, que comenzó con una crónica acerca del origen,

fundación y evolución de su aldea natal, La Candelaria. Toda esa inquietud

había quedado relegada a un segundo lugar, para dedicarse al estudio de la

guitarra. Consagrado como guitarrista universal, estimulado por el

conocimiento y el dominio que había adquirido de arte musical, aprovechando

sus periódicos viajes a Venezuela, se internó en archivos y bibliotecas tras el

pasado creador de algunos músicos venezolanos general e injustamente

olvidados.

Después de oír y tocar infinidad de veces el vals venezolano titulado

“El Diablo Suelto”, hizo un arreglo para guitarra, lo cual le permitió

divulgarlo por todo el mundo, con la inmensa satisfacción de percibir la

receptividad de críticos y aficionados en todas las salas de concierto donde lo

pudo ejecutar. La autoría de “El Diablo Suelto” se le atribuía a varios músicos

venezolanos e incluso se llegó a afirmar que era originario de Curazao, una

isla, del Mar Caribe, cercana a Venezuela.

-Fue oyendo –expresa Alirio- una grabación de la pieza, interpretada al

piano con un arte magistral por Evencio Castellanos, como concebimos la idea

y el interés en hacer una búsqueda histórica en cuanto a su origen, y sobre

todo acerca de su verdadero autor y del resto de su obra artística. La

investigación fue estimulada al escucharle nuevamente al Maestro Castellanos

otra bella composición del autor zuliano –se refiere a Heraclio Fernández- el

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valse “Ecos del Corazón”, lo que nos llevó a observar de inmediato no sólo la

singular personalidad de un compositor, a quien se le recordaba apenas como

un probable autor del primero de esos valses, sino que nos llamó la atención el

marcado contraste que hay entre ellos, tanto por características de expresión,

como por una propia inspiración nacional.

La investigación lo condujo a determinar con absoluta precisión que el

autor del Vals es Heraclio Fernández y que fue publicado en un periódico

semanario del mismo nombre: El Diablo Suelto, el 19 de marzo de 1878, un

vals para piano, como homenaje a las lectoras y dedicado a los redactores del

semanario.

Requerido por Rodrigo, acerca de las características de expresión del

mencionado vals, Alirio afirma:

-Aunque no son desdeñables algunos arreglos hechos posteriormente

por diversos conjuntos populares –estudiantinas, bandas militares, orquestas

de baile, y añado también mi propio arreglo para guitarra sola- sin embargo,

hay algunos detalles en la versión primitiva de “El Diablo Suelto” que

consideramos artísticamente válidos y muy originales. Por ejemplo, mientras

en las inscripciones populares las dos primeras partes van precedidas de una

anacruza de cinco corcheas, en su versión el autor siempre la omite.

Rodrigo abandona New York, no sin algunas desgarraduras espirituales.

Tenía un numeroso grupo de alumnos y ex-alumnos que lo consideraban su

gran maestro y lo trataban con especial deferencia. Y si a eso agregamos el

reconocimiento que la élite cultural de la ciudad le dispensaba, la despedida

era definitiva porque lo llamaba su conciencia nacional para servir a sus

compatriotas, pero no podía ser sencilla e indiferente. Sus amigos, sus

alumnos y ex –alumnos decidieron brindarle un concierto de despedida, para

demostrarle lo mucho que habían aprendido de su magisterio y de su ejemplo

como guitarrista. Todos tocaron lo mejor de lo que habían aprendido en su

cátedra de guitarra. Carol tocó “El Preludio Criollo”, que por estar inspirado

en un personaje popular de Barrio Nuevo, fue lo que más lo conmovió. La

abrazó y se despidió, dispuesto a trasladar su cátedra a Carora o Barquisimeto.

Fue en esta última ciudad donde se residenció y asumió la cátedra de guitarra

en la Universidad Centrooccidental “Lisandro Alvarado” (UCLA), sin

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contrato previo, con la firme voluntad de triunfar en lo que podría ser su

última aventura, después de haber consolidado una altísima jerarquía en el

mundo de la guitarra. Tal vez porque nunca se desarraigó de su tierra, de las

costumbres, de la forma de vida y de la relación con su propia gente, Rodrigo

relegó a un segundo plano su profesión de concertista universal de la guitarra,

para dedicarse a la docencia y a la composición, profesiones que podía ejercer

en una ciudad como Barquisimeto. Para seguir siendo en lo fundamental

concertista de guitarra, tendría que seguir viviendo en los Estados Unidos o

residenciarse en Europa. Así que el cambio de residencia estuvo condicionado

al cambio de actividad, aunque Rodrigo nunca dejó de ser músico.

Cuando llegó a Caracas visitó la Escuela Superior de Música “José

Ángel Lamas”, con la finalidad de saludar a sus antiguos profesores y conocer

la situación general en que se encontraba la primera gran escuela que había

tenido en su vida. El Director, todavía Vicente Emilio Sojo, lo recibió con

especial deferencia y le manifestó:

-Nos gustaría que se incorporara al cuerpo docente de la Escuela, como

profesor de guitarra. Ya algunos de nosotros tenemos que ir pensando en el

retiro. Usted puede ser uno de nuestros sucesores-

-Muchas gracias, maestro. A mi regreso de Carora le doy mi respuesta.

Voy a visitar a mi familia y quiero descansar algunos días.

Rodrigo no quiso rechazar la oferta, por el aprecio que le tenía al

maestro Sojo y por la valoración que hacía de su escuela, pero estaba decidido

a explorar la posibilidad de quedarse en Barquisimeto, descartada Carora, su

ciudad natal, por las restricciones musicales existentes para el momento. Al

llegar a Barquisimeto estableció contacto con el Profesor Daniel Andueza,

Director de Cultura de la Universidad Centrooccidental “Lisandro Alvarado”,

quien al conocer su propósito de residenciarse en Barquisimeto, le manifestó:

-Creo que sería extraordinario para la Universidad y para la ciudad, que

ingreses como profesor de la misma. Tendrías que fundar una cátedra de

guitarra, que no existe.

-Tengo elaborado un programa completo para fundar una escuela de

guitarra, aunque podemos empezar por una cátedra.

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-De acuerdo, Rodrigo, pero antes de plantearle a las autoridades la

conveniencia y la importancia que tiene para la Universidad la creación de una

cátedra de guitarra, creo que debes dar un concierto, porque estoy seguro que

un hombre culto, como el Rector Argimiro Bracamonte percibiría de

inmediato la trascendencia cultural que tiene tu proyecto.

El Director de Cultura lo contrató para que diera un concierto en el

Auditorio “Ambrosio Oropeza”. Rodrigo tocó el “Preludio Criollo” y otras

composiciones suyas y de otros compositores venezolanos y extranjeros. Al

finalizar el público lo aclamó de pie. El Rector Bracamonte también se

levantó, lo felicitó y le manifestó que estudiaría la posibilidad de abrir un

curso de guitarra, para que lo dictara en la Universidad. Lo citó para el día

siguiente a su Despacho.

Rodrigo llegó a la hora convenida y le presentó un programa más o

menos elemental, pero que comprendía los aspectos básicos de un curso de

guitarra, ajustado a las normas técnicas, clásicas.

El Rector Bracamonte lo leyó detenidamente, sabía leer música y

comprendía los valores de un programa.

-Totalmente de acuerdo, maestro. Póngase en contacto con el Director

de Cultura, para que empiece cuanto antes.

Daniel Andueza se encargó de crear todas las condiciones materiales de

oficina, aula e inscripciones, las cuales se extendieron hasta músicos

informales a quienes Rodrigo consideraba aptos para un aprendizaje técnico.

A estos últimos comenzó por enseñarles a resolver problemas de digitación y a

conocer las escalas daltónicas. La mayoría de los estudiantes fueron

bachilleres con conocimiento o manifiesta vocación musical. El primer curso

constituyó un éxito total y el Consejo Universitario a proposición del Rector,

nombró a Rodrigo docente de la Universidad.

Alirio continuó en la investigación. Trata de indagar acerca de los

valores musicales del joropo “Marisela”, del compositor y pianista Sebastián

Díaz Peña, del contexto histórico cultural en el que se crea y se publica, y de

la estructura de la obra. Para intercambiar opiniones visita a Rodrigo y le

plantea:

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-¿Recuerdas que en París elaboramos juntos una transcripción para dos

guitarras del joropo “Marisela” y lo grabamos con otras composiciones de

músicos venezolanos?

-Sí, contestó Rodrigo. –Y recuerdo también la emoción expresada por

un público fundamentalmente francés.

-Actualmente yo preparo una versión de “Marisela” para una sola

guitarra.

-¿A qué se debe tu interés para preparar una versión de esa naturaleza?

-Pienso que siendo semejantes ciertas sonoridades del arpa y la guitarra,

a muchos efectos instrumentales de la obra podríamos sacarle buen partido,

dentro de los recursos guitarrísticos.

El joropo de Sebastián Díaz Peña era considerado como una obra,

producto de lo que podríamos denominar la primera etapa del nacionalismo

musical venezolano. Producida en 1877, su autor se la dedica al Presidente de

la República, General Francisco Linárez Alcántara, quien gobernaba en un

ambiente de evidente respaldo a la cultura, propiciado por la personalidad de

Antonio Guzmán Blanco, quien cuando ejerció la Primera Magistratura

impulsó la educación gratuita y estimuló todo un movimiento cultural. Desde

una posición influyente durante varios años, desde 1870 hasta 1890 ejecutó

programas excepcionales, tanto en lo material como en lo espiritual y

especialmente cultural.

-Yo he sido nombrado profesor de guitarra de la Universidad

Centrooccidental “Lisandro Alvarado”. Aspiro fundar una escuela de guitarra,

para facilitarle a la juventud su acceso a los estudios académicos, algo que

nosotros no tuvimos en Barrio Nuevo ni en La Candelaria.

-Te felicito. Barquisimeto ha sido durante muchos años una ciudad

musical, debido a la imaginación y al oído de su gente. Si a toda la

espontaneidad que ha existido, para que muchos jóvenes se empeñen

empíricamente en aprender música, lo reforzamos con la técnica y los estudios

sistemáticos, tú puedes cumplir en el campo de la guitarra, una labor al nivel

de la Escuela Superior de Música de Caracas, del Real Conservatorio de

Madrid e incluso de la Academia Musical Chigiana de Siena.

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-Tal vez no tanto, se requiere además de la tradición musical, que la

tenemos, un equipo de profesores calificados que no lo tenemos todavía, y una

política cultural por parte del Estado, que tampoco la podemos ver por

ninguna parte, para alcanzar los niveles de una escuela superior de música y ni

siquiera reducida exclusivamente a la guitarra.

Alirio comprendió las razones que exponía Rodrigo, basado en una

experiencia mutua, después de recorrer las principales escuelas de música y en

particular de guitarra del mundo. Recordó la adecuación de los edificios del

Real Conservatorio de Madrid y de la Academia Musical Chigiana de Siena,

para estudiar música, y se limitó a comentar:

-Pero puedes sentar las bases para el futuro. Todo tiene un comienzo.

Recuerda lo que nos contaba el maestro Raúl Borges con relación al poco

apoyo que recibía la cultura en general y la guitarra en particular, cuando

nosotros ingresamos a la Escuela Superior de Música.

El diálogo llegaba al final y Rodrigo invitó a Alirio a que participara en

una clase de guitarra cuando regresara de su próximo viaje a Europa.

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EN LA CASA Y MUSEO DE CHÍO ZUBILLAGA

ALIRIO viajó Europa para cumplir con los contratos que periódicamente

firmaba como concertista de guitarra. Vivir como profesional de la guitarra le

era y todavía le es imposible en Venezuela. La investigación que realizaba

sobre la historia de la música en su país tenía que ser interrumpida, para

ejercer su profesión en las principales ciudades del viejo continente. Cuando el

invierno obligaba a cerrar algunas salas de concierto y el frío se apoderaba de

las calles de las ciudades, Alirio viajaba hacia el sur con la mayoría de la

población que podía buscar un refugio en las playas del Mediterráneo. Pero

continuaba su descenso hasta Venezuela. De allí que los encuentros con

Rodrigo tenían esa frecuencia.

La cátedra de guitarra fundada por Rodrigo en la Universidad

Centrooccidental “Lisandro Alvarado” atrajo, desde el primer curso, a decenas

de jóvenes que no sólo buscaban perfeccionar sus conocimientos, sino

también seguir el camino de su creador hacia la conquista de un mundo

especializado del concierto y hasta de la composición. Algunos aficionados

que se inscribieron en el curso, manifestaron desde un principio que les

gustaría ser guitarrista, pero se consideraban absolutamente sordos.

-Eso no es cierto. Cuando usted conozca el lenguaje musical y trabaje

con disciplina y constancia, comprobará que su apreciación es absolutamente

falsa –les expresó Rodrigo, dando comienzo a una técnica de la enseñanza

basada en el estímulo y la confianza del alumno, que él mismo había

constatado en sus primeros ochos años de docencia en New York.

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La mayoría de los inscritos avanzó en sus estudios y llegaron a egresar

con notas sobresalientes y con dominio substancial de la guitarra, preparados

para ejercer como verdaderos profesionales del concierto o realizar estudios de

postgrados en las mejores escuelas de música de Venezuela y del mundo.

Algunos de ellos se dedicaron a la docencia en liceos y otras instituciones

educativas y de la cultura en Barquisimeto, Estado Lara y otras ciudades

venezolanas. Los estudios de guitarra se extendieron no sólo por la región

centro occidental de Venezuela, sino por todo el país, apuntalados por la

cátedra fundada por Rodrigo y por algunas escuelas de música que

incorporaron esos estudios.

Después de varios meses en Europa, Alirio regresa a Venezuela. No

puede residenciarse definitivamente en el país, pero pasa cuatro o cinco meses,

de cada año, entre los suyos. Siempre tuvo el sueño de quedarse en Venezuela

y ejercer su profesión. Lo animaba el arraigo a la tierra: La infancia y

adolescencia en La Candelaria; la juventud en Carora, Trujillo y Caracas; el

crepúsculo del atardecer caroreño y las serenatas al amanecer frente una

ventana, muy cerca del corazón de las vírgenes de Muñoz, el villorrio de las

muchachas bellas que le recuerdan sus correrías por La Otra Banda, zona rural

donde despertó al sonido y al amor, lo tentaron siempre al retorno definitivo.

Logró un contrato con el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), durante

el gobierno del Presidente Luis Herrera Campins, para tocar 6 meses todos los

años en diferentes ciudades del país, lo cual le permitió actuar los otros 6

meses en Europa. Después del segundo año el contrato no le fue renovado y

tuvo que permanecer más tiempo fuera del país, aunque sin dejar de visitar a

Venezuela, sobre todo en época de invierno en el norte.

En uno de los muchos encuentros con Rodrigo, le expone sus

inquietudes, sus anhelos y las contradicciones que enfrentar cuando analiza la

realidad que le ha tocado vivir.

-Yo desearía radicarme en Venezuela, como tú –le comenta en un viaje

que hacen juntos desde Barquisimeto a Carora, después de regresar de Europa.

–Pero la tradición musical de Europa, prolongada por varios siglos, ha creado

las condiciones óptimas para un concertista de guitarra. En nuestro país, mi

querido Rodrigo, desde la independencia y hasta muy avanzado el siglo XX,

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cuando muere el dictador Juan Vicente Gómez, la violencia, las guerras civiles

y la ignorancia de la mayoría de los gobernantes, relegó la cultura en general y

la música en particular a un plano más que secundario.

-Comparto contigo esa apreciación. Los esfuerzos individuales o de las

instituciones privadas que se realizaron en la época que tú señalas, no fueron

suficientes como para crear una tradición musical en la sociedad, excepto en

algunas élites que desde la colonia tuvieron acceso a algunas escuelas de

música, también privadas y en algunos casos dirigidas por eximios maestros –

le respondió Rodrigo.

El diálogo sobre la cultura en Venezuela lo interrumpían, cuando los

sorprendía el paisaje y recordaban los primeros viajes que hicieron de Carora a

Barquisimeto o a Caracas, por una carretera de tierra, que en algunas partes

seguía el curso de una quebrada, en las que en época de lluvias se atascaban

los vehículos. Ahora rodaban por una moderna autopista.

-Pero en algo hemos progresado –expresó Alirio, después de unos

minutos de silencio. -Esta supercarretera sólo existe en los países altamente

desarrollados, donde también se desarrollan las bellas artes. ¿No aprecias un

gran desequilibrio entre nuestro progreso material y el espiritual?

-Eso es evidente. Pero tal vez la evolución cultural es más lenta. En

Europa data de siglos, no obstante que algunos gobernantes la impulsaron

desde el poder y algunos mecenas protegieron a grandes artistas y ambos les

crearon condiciones para realizar sus obras. Nosotros hemos fantaseado

mucho, hasta en la música. A mi cátedra se presentó hace poco un músico

larense, afirmando que él conocía todas las melodías producidas por el

hombre, pero que le gustaba tocar por oído. Le acercamos una partitura con el

nombre de “Alma Llanera” y nos dispusimos a oírlo.

-¿Y cómo lo hizo? –lo interrumpió Alirio.

-Tocó el joropo venezolano de Pedro Elías Gutiérrez y Bolívar

Coronado, con mucha elegancia y precisión.

-¿Cómo le parece, maestro? Tal como yo se dije. Yo he tocado varias

veces ese joropo.

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-El joropo está muy bien, pero si hubiera leído correctamente la

partitura, tendría que haber tocado el “Minueto” de Beethoven. Deje la

autosuficiencia, la música se aprende, le dije con sentido pedagógico.

-Tenemos mucho que aprender de hombres sabios y modestos. En mis

investigaciones sobre la música venezolana, me encontré con que el Dr.

Adolfo Ernst, naturalista eminente, filósofo y políglota, que prestó grandes

servicios a Venezuela en las ciencias naturales, realizó importantes estudios

sobre el folklore en nuestro país y recopiló cantos populares venezolanos y los

tradujo al alemán, para revistas especializadas en Berlín, y fue un hombre

profundamente sencillo, sabio y modesto.

-Como fue modesto y sabio don Chío Zubillaga en el área humanística

y en la lucha social.

Se estaban acercando a Carora y Alirio le propuso a Rodrigo, visitar el

“Cuarto Biblioteca” de Chío Zubillaga, que ahora estaba bajo el cuido de la

Universidad Centrooccidental “Lisandro Alvarado”. La casa en su totalidad

había sido restaurada, pero no encontraron la biblioteca, ni el Archivo.

Encontraron restaurado parcialmente lo que había sido morada de su maestro,

gracias a la labor emprendida por la Profesora Blanca Andueza de Alvarez

para crear un museo y por el poeta Jesús Enrique León Rojas que realiza una

excepcional labor cultural a través de los Centros de Creaciòn Literaria en la

casa del humanista caroreño. Releyeron los letreros que Chío Zubillaga había

escrito en las paredes, para que sus alumnos y amigos conocieran las ideas de

los más grandes pensadores de la humanidad. Esos pensamientos los habían

leído cuando eran muy jóvenes y los recordaban cuando en sus viajes por el

mundo, la imaginación los retornaba a Carora. Recorrieron, en silencio, la

casa, en medio de muchas reflexiones e interrogantes, hasta que Alirio

recordó:

-La Biblioteca y el “Archivo Zubillaga” lo conserva un sobrino de don

Chío, incluso muchos de sus escritos, en especial un “Itinerario de Política

Venezolana”, en el que analiza los grandes acontecimientos que se produjeron

en nuestro país y en el mundo en la década del 40.

-La Academia Nacional de la Historia publicó las obras completas de

don Chío Zubillaga, incluyendo la biografía que sobre él escribió Juan Páez

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Ávila, excepto el “Itinerario de Política”, al que te refieres. Hay que convencer

a Cecilio Zubillaga Herrera, su sobrino, de la conveniencia de su publicación –

comentó Rodrigo.

Ambos auscultaron el “Cuarto-biblioteca” donde recibieron las más

importantes orientaciones en cuanto al camino a seguir. Un vigilante que los

reconoce les acerca dos sillas y allí, donde un hombre luminoso, como Chío

Zubillaga, impartió durante cuarenta años una cátedra de cristiandad, de

socialismo, de cultura y de dignidad humana, continuaron su diálogo dos de

sus más prestigiosos y eminentes alumnos. Frente a lo que fue la biblioteca de

su maestro, de la cual ambos recibieron prestados varios libros de literatura,

Alirio pensó que había encontrado en la narrativa venezolana numerosas

referencias de géneros instrumentales, vocales y de danzas, que le revelaban la

existencia y la evolución de un arte musical nacional. Recordó el caso del

estudio que había hecho de la novela “Peonía” de Manuel Vicente Romero

García y le dijo a Rodrigo:

-Creo que dentro del panorama de la literatura nacional ninguna obra

ofrece la mayor cita de instrumentos, cantos, bailes y tradiciones musicales

nacionales que la conocida novela de Romero García, “Peonía”, de suyo un

vigoroso y realístico lienzo de la Venezuela de las últimas décadas del siglo

XIX.

-Y pensar que durante la primera mitad del siglo XX, desde esta

habitación don Chío Zubillaga trataba de estimular todo un movimiento

cultural, sin mayor eco en el país, salvo algunas excepciones –respondió

Rodrigo.

-Lo que se ha hecho después de la muerte de don Chío Zubillaga en

materia artística y cultural, se ha concentrado en su mayor parte en la capital

de la República y algunas otras pocas ciudades, estimuladas por la creación de

alguna universidad. Por eso tú puedes ejercer la docencia en la UCLA y

dedicarte a la composición de música para guitarra, pero todavía no puedes

ejercer el concierto como expresión fundamental de tus conocimientos.

Posesionados del espíritu cultural y ético que continuaba prevaleciendo

en el “Cuarto-Biblioteca”, convertido en el Museo del Cuarto de Chío

Zubillaga observaron el paso de los estudiantes hacia las aulas que la

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Universidad Centrooccidental “Lisandro Alvarado” había construido en otros

espacios de la vieja casona colonial, quienes los miraban con curiosidad, tal

vez sin percatarse en toda su dimensión del sentido transcultural que proyecta

ese cuarto, esa casa, ese Museo, con la presencia de dos artistas universales,

que recibieron sus primeras y decisorias lecciones de la voz y del ejemplo de

un hombre que vivió para servirle a los jóvenes que lo visitaban.

-La preocupación que hemos podido palpar por el desarrollo de un

movimiento cultural del país, se ha expresado en la creación de algunas

instituciones públicas y privadas –continuó Alirio en su comentario sobre el

desconcierto que le producía el contraste entre lo que habían presenciado en la

evolución cultural en el mundo desarrollado y lo que observaban en

Venezuela. –Pero ello es más el esfuerzo de unos cuantos hombres y mujeres

del interior de la nación, para no dejarse asfixiar por el bombardeo permanente

de mensajes alienantes y distorsionadores que a escala universal transmiten

algunos medios de comunicación, y no el producto de una política cultural del

Estado.

-Hay progresos innegables, Alirio, pero desarticulados y desiguales. Un

ateneo, una casa de la cultura en el interior del país no puede contratar uno o

varios artistas, para que den varios conciertos al año. La mayoría de las veces

estas instituciones no tienen ni para costear el mantenimiento de sus locales,

pagar una secretaria, y algo más grave, pagar un profesor.

-Si yo viviera en Venezuela, de acuerdo con la experiencia que hemos

tenido y tomando en cuenta la capacidad económica que los entes culturales

destinan para la presentación de artistas, podría dar 8 ó 10 conciertos al año,

cantidad que puedo dar en una sola ciudad de Italia.

Desde Roma, ciudad donde Alirio residió durante décadas, podía viajar

todos los días y en pocas horas a decenas de ciudades europeas con gran

tradición cultural y desde esas mismas ciudades proyectar sus éxitos de

concertista de guitarra a todo el mundo, a través de una red intercultural, que

generalmente se genera entre diversos centros de la cultura, para programar

sus actividades e intercambiar aquellos artistas que consideren los más

calificados.

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En el interior del Museo del Cuarto de Chío Zubillaga rememoraban la

imagen y la voz de aquel ilustre caroreño que creía en las virtudes y

capacidades de sus discípulos. Ustedes tienen que contribuir a cambiar este

país. Si le dan un vuelco a la cultura lo cambian todo. Usted, Gustavo, no sirve

para la política, porque usted es un muchacho muy generoso, que en política

es ser muy pendejo, en un país en el que los mediocres y audaces asaltan el

poder y atropellan la inteligencia. Estudie medicina. Gustavo Leal estudió

medicina y se destacó por su inteligencia, su vocación científica, generosidad

y don de gente al servicio de sus paisanos y amigos. Usted, Moroncito, estudie

historia, porque usted sabe narrar y tiene buena prosa. Guillermo Morón

estudió historia y se hizo historiador y novelista, famoso por su Historia de

Venezuela y sus novelas El Gallo de las Espuelas de Oro y Catálogo de las

Mujeres entre otras.

-Yo he preferido la docencia porque aspiro crear una escuela de guitarra

y contribuir a forjar una generación de músicos que asuman el magisterio y el

ejercicio profesional en el futuro –afirma Rodrigo. –Y para una mejor

formación del músico, hemos planteado que para ingresar a los estudios de

guitarra se exija el título de bachiller. E incluso, como consecuencia de una

especial valoración de la música, estamos discutiendo la conveniencia de una

asignatura musical obligatoria en todas las carreras que se cursan en la

Universidad, tal como se ha establecido en algunos países desarrollados.

-Ese era uno de los planteamientos fundamentales de don Chío

Zubillaga, la formación integral del hombre –le interrumpió Alirio. La

educación, la historia, la política, la lucha social, las artes y las ciencias en

general identificaban su ideario para sacar el país de atraso. A lo cual hay que

agregarle la investigación social y científica.

El descubrimiento que hizo Alirio de los valores musicales de la novela

“Peonía”, agrega un elemento más, estético, a la que algunos críticos

venezolanos consideran la novela del siglo XIX que mayor influencia ejerció

en la posterior narrativa de Venezuela.

La música popular venezolana recogida por dos oficiales ingleses en

plena guerra de independencia, entre 1817 y 1822, publicada en Inglaterra en

1831, en uno de los tres volúmenes que editaron sobre la historia y la cultura

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de Venezuela, indujo a Alirio a investigar el contenido del volumen no

traducido al castellano. La obra atribuida al Coronel William D. Mahoney y al

Capitán Richard Longeville Vowell recoge importante información sobre la

música tradicional del país, especialmente la vinculada con cantos e

instrumentos que utilizaban los soldados y oficiales para avivar el espíritu

nacionalista del venezolano en combate. Cuando se refiere a la guitarra habla

de dos variedades: la Vihuela y el Tiple.

-A don Chío Zubillaga le hubiera gustado conocer que estos dos tipos

de guitarra, la Vihuela y el Tiple, se encontraban entre los más familiares del

llanero, considerados por el escritor como un tesoro de aquel pueblo –afirma

Alirio. –De las alusiones que hace de la Vihuela, la cual tenía poco que ver

con el antiguo instrumento español del mismo nombre, señalándola como una

especie de guitarra pequeña, podríamos deducir que se trataba del Cuatro o de

alguno de sus antepasados: el Cinco o la Guitarra... instrumentos que

acompañaron durante la campaña libertadora los cantos nacionales, las

canciones patrióticas y todo el repertorio del artista criollo.

Cuando un grupo de estudiantes sale de una de las aulas, uno de ellos se

les acerca y les informa que ellos estudian y escriben poesía bajo la dirección

de su maestro Jesús Enrique León, y luego les pregunta si todos ellos también

podrían estudiar música.

-Un estudiante universitario puede tocar un instrumento musical

cualquiera, asistido técnicamente por un profesor de música, y recibir un

número de créditos académicos, válidos para el total que requiere para

graduarse –le responde Rodrigo.

Los estudiantes se animan y otro pregunta:

-¿Qué sentido tiene el estudio de la música, para un estudiante de

Venezuela?.

-El estudio de la música ayuda al desarrollo de la inteligencia, al

razonamiento y a la comprensión de los problemas del ser humano y de la

sociedad –contesta nuevamente Rodrigo. –Los japoneses que han alcanzado

uno de los desarrollos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, han

establecido el estudio obligatorio de la música desde el preescolar.

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-Muchas gracias, maestro. Plantearé a mis compañeros que estudiemos

la posibilidad de inscribirnos en su próximo curso –expresó el estudiante que

se había mostrado realmente interesado. –Entre nosotros hay algunos que

tocan de oído y le cantan a las muchachas más bonitas.

-Eso mismo hacía Rodrigo cuando tenía la edad de ustedes –expresó

Alirio y todos rieron al unísono.

-Hacíamos los dos –respondió Rodrigo, en medio de la risa y

celebración juvenil.

La tarde descendía y la ciudad comenzaba a ser envuelta por los

crepúsculos que llaman la atención del visitante. Alirio y Rodrigo salieron del

Museo del Cuarto de Chío Zubillaga, al lado de decenas de estudiantes de la

Universidad. Mientras estos últimos se dirigían a sus respectivas viviendas, los

dos guitarristas, caroreños universales, identificados con el pensamiento de su

maestro, caminaban sobre las huellas que marcaron sus sandalias, durante

décadas, desde su antiguo “Cuarto-Biblioteca” hasta la Sala de Redacción del

periódico El Diario.

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EN “EL DIARIO” DE CARORA

EN LA SALA de Redacción de El Diario tampoco estaba Ché Herrera, pero

todo indicaba que el periódico preservaba en lo fundamental el espíritu y la

política informativa que le había trazado su fundador, adaptados a una época

democrática, de mayor respeto a la libertad de expresión y a las características

de una pequeña empresa familiar. Sus nietos Jesús Antonio y Pedro Claver,

egresados de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de

Venezuela, habían asumido la dirección del periódico y se empeñaban en

transformarlo en un medio de comunicación moderno propio de los nuevos

tiempos. Un sueño abortado por los costos de producción y por la casi

inexistente pauta publicitaria. Rodrigo y Alirio se encontraron en el ambiente

fraternal y amistoso, que constataron en su juventud y que prevalecía cuando

regresaban consagrados en los escenarios internacionales de la guitarra

clásica.

Jesús Antonio y Pedro Claver tenían la obligación periodística de

entrevistarlos, en medio de una gran admiración por aquellos dos hombres de

pequeña estatura física y de una gigantesca estatura intelectual y artística, que

seguían representando a La Candelaria a Barrio Nuevo y a Carora; y ahora

investidos de una representación universal del arte guitarrístico. Nacidos en

los alrededores de esa imprenta, constituían el orgullo de los caroreños, a

quienes había que recibir con especial receptividad y oír con atención y

humildad, como testigos de excepción, sus recuerdos y sus reflexiones.

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-En esa pared colgaba la primera guitarra que yo toqué -expresó

Rodrigo señalando con el dedo índice la parte alta de una de las paredes de la

Sala de Redacción del periódico.

-Era la guitarra de mi hermana –dijo Manuel Herrera Oropeza, quien

hacía su entrada a la Sala de Redacción y se incorporaba a la reunión. –

Josefina no la ha vuelto a tocar, pero la conserva como un recuerdo de su

niñez y por haber iniciado Rodrigo en ella su aprendizaje y posiblemente su

carrera artística. Sin esa guitarra, en esta casa no nos hubiésemos enterado que

tú sabías tocar desde muy niño. Yo he tratado de convencer a Josefina de que

la ponga nuevamente en tus manos. Pero ella esgrime dos argumentos para

oponerse: primero, que no es una guitarra de concierto y segundo, que la

entregará al Museo de Rodrigo cuando se cree en Carora.

-Hace muchos años, cuando era un niño precisamente, don Ché me la

dio prestada para que tocara en la inauguración de la Radio Coro –intervino

nuevamente Rodrigo. Cuando me la entregó, me manifestó que me la podía

llevar, e incluso que me podía quedar con ella, porque en la pared se

desafinaría y se deterioraría, y en mis manos estaba garantizada su existencia y

su regreso a Josefina. Fue la última vez que lo vi, porque cuando vine a

traérsela, acababa de morir y te la entregué a ti, Manuel.

-Sí, lo recuerdo perfectamente. Como también recuerdo todas las veces

que tocamos en ella, las canciones que me enseñaste y las serenatas que dimos

juntos, que nos colocaba al borde del pecado, a sabiendas de que la guitarra

era de una monja, casi de una santa.

-Me hizo mucha falta, siempre pensé que Josefina la volvería a tocar,

pero no que la guardaría como un trofeo. La imagen de esa guitarra, de don

Ché y de ti, Manuel, como el contexto de esta Sala de Redacción y el

periódico saliendo de la imprenta, siempre me acompañaron fuera del país.

Incluso, cuando presenté mi primer examen en la Escuela Superior de Música

“José Ángel Lamas”, pensé que si hubiera tocado con la guitarra de Josefina –

y no con la chatarra con que lo hice- hubiera superado a Alirio.

En medio de la risa de todos, Alirio respondió:

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-Tú siempre fuiste sobresaliente. Con cualquier guitarra tu triunfo

estaba asegurado. ¿Recuerdas la expresión del maestro Raúl Borges? ¿Cómo

pueden tocar estos muchachos con esas cuerdas de alambre? Son una promesa

para el futuro de la guitarra.

Ambos habían triunfado como concertistas, pero Rodrigo se había

consolidado como docente en la Universidad Centrooccidental “Lisandro

Alvarado”. Varias promociones de guitarristas clásicos ya triunfaban en los

mejores teatros de Venezuela y algunos hasta en Europa. Entre los concertistas

egresados de su cátedra universitaria, se destacan su hijo Rubén, Valmore

Nieves, Roberto González, Oscar Martínez, Raúl Pérez, Guillermo Pérez,

quienes le han dado a la guitarra una categoría académica y un alto nivel

profesional. César Pacheco, otro que también se ha destacado entre muchos, y

Valmore Nieves también ejercen la docencia.

-Estamos preparando una edición especial de “El Diario” y nos gustaría

alguna información sobre las últimas actividades realizadas por ustedes y

algunos aspectos de la larga experiencia como guitarristas.

-Anota ahí para tu edición aniversaria –le expresó Alirio. Al lado de la

docencia, Rodrigo ha sentido la necesidad espiritual e intelectual de cumplir

con otras inquietudes, con otros sueños que van conformando el desiderátum

de su vida, como es la composición musical. Yo que lo conozco desde que

éramos muy jóvenes, sé que su inclinación a la composición musical ha

surgido en él con gran espontaneidad. Empezó por improvisar, por crear

melodías, acordes. A lo largo de los años, siempre vinculado a su pueblo, ha

acumulado un conjunto de vivencias relacionadas con personajes populares,

que le han servido de inspiración para sus composiciones. “El Preludio

Criollo” está inspirado en Vale Cayayo, personaje popular de Barrio Nuevo,

que le conmovió el espíritu de niño, por la espontaneidad de aquel hombre

humilde, casi convertido en un fantasma, para tocar y cantar, como para

alegrar su miseria humana.

-Pero la composición la he asumido con los años, tal vez a plena

conciencia artística e histórica –le interrumpió Rodrigo. -Me he acostumbrado

a escribir todos los días, a cualquier hora y en cualquier parte. Hasta hoy sumo

unas 150 composiciones. Aspiro llegar a unas 300.

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-Y en cuanto a la serenata ¿qué han hecho ustedes? –intervino Manuel

Herrera, interesado en conocer el origen de algo que él había tocado toda su

vida y que había aprendido acompañando a Rodrigo en su juventud.

-Yo todavía la toco, pero quien la ha estudiado a fondo, con sentido

crítico es Alirio –respondió Rodrigo.

Como un testimonio de lo que fue la Carora romántica (la ciudad que

envuelve en su contexto histórico-cultural su aldea nativa La Candelaria),

Alirio hizo una excelente investigación en torno al auge y decadencia de la

serenata caroreña.

-El período de vigencia o de vida de la serenata caroreña fue la obra

espiritual de extraordinarios poetas y guitarristas populares, que encontraron

en el amor y en la música el binomio romántico, para acercar en la noche el

corazón del hombre y la mujer caroreña, separados durante el día por la

resolana y el tedio, que transitan en silencio por nuestras calles y dejan una

estela de soledad –respondió Alirio.

-¿Y por qué la presencia de la guitarra y no de otro instrumento?

Planteó nuevamente Manuel Herrera.

-Porque por lo general, en cuanto a la melodía consta de una, dos o tres

partes, dependiendo del desarrollo del poema –respondió Alirio. Cuando la

canción es sólo de una, es de admirar la fineza melódica del compositor, al

concebir en una miniatura lírica tanto contenido expresivo, como vemos en

“Soñando”, letra de Plinio Bracho y música de Rafael Pérez, ambos

caroreños. Para acompañar este tipo de melodía no hay un instrumento más

adecuado que la guitarra.

Los hermanos Herrera, Director y Jefe de Redacción de “El Diario”, en

medio del disfrute espiritual que les producía la conversación entre músicos y

la presencia de dos concertistas caroreños, tal vez más valorados en Europa

que en América, trataban de reportear e interpretar lo que oían, sin desviar el

sentido y orientación de la entrevista.

-¿De sus composiciones para guitarra, qué puede agregar, qué destino

han tenido? –preguntó Jesús Antonio a Rodrigo.

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-Varias forman parte del Repertorio Internacional de la Guitarra

Clásica. Se han publicado en España, Alemania e Inglaterra. En este último

país se publicaron 3 composiciones para guitarra, tituladas “Melancolía”,

“Monotonía” y “Nostalgia”. También un vals denominado “A Nando Riera”,

en homenaje a un personaje popular de Carora, que tocaba la guitarra con la

mano izquierda, lo cual por la posición del instrumento resulta algo

extremadamente complejo y difícil, porque la parte aguda pasa a ser

acompañamiento y la parte grave pasa a ser melódico.

-¿Vive Nando Riera? ¿Podríamos entrevistarlo? Preguntó Pedro Claver.

-No. Lamentablemente ya no vive. Hubiera sido digno no sólo de una

entrevista periodística, sino también de un estudio más a fondo desde el punto

de vista musical, tal como lo que ha realizado Alirio de algunos músicos

caroreños y venezolanos en general –respondió Rodrigo. –Creo que se trataba

de un cerebro privilegiado, capaz de extraer de una guitarra, colocada al revés,

las más extraordinarias melodías populares.

-¿Has intentado tocar una guitarra con la mano izquierda? Preguntó

Jesús Antonio.

-Sí. Pero me ha resultado imposible extraer una melodía. La guitarra

como el violín es un instrumento muy expresivo, a los cuales el ejecutante se

siente estrechamente unido. Como en un juego mágico están abrazados. El

hombre o la mujer que los toca se siente muy cerca de ellos.

Pedro Claver se dirigió a Alirio, para conocer los alcances de las

investigaciones que realizaba acerca de la música y los músicos venezolanos.

-¿Qué noticias tiene sobre sus nuevas actividades?

-Acabo de terminar un estudio sobre los maestros Antonio Lauro y

Laudelino Mejías, y sobre el investigador del folklore nacional, Pedro

Montesinos, quienes constituyen una extraordinaria expresión de la capacidad

creadora de los venezolanos de distintas épocas y diferentes manifestaciones

de la cultura.

-Vamos por parte, maestro, ¿Qué es lo que más se destaca en la vida de

Antonio Lauro?

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-En una síntesis de la vida de Antonio Lauro se puede decir que se

divide en tres etapas muy bien delimitadas. Primera, la de un músico popular

que comprende su infancia y su juventud; como nosotros, se acercó a la

guitarra para hacer de ella y de la música la razón de su existencia; y formó

parte de conjuntos musicales que tocaron en la radio de entonces, y creo que

como Rodrigo, fue un enamorado de la noche y de los amaneceres al pie de

una ventana.

-Y como tú también –lo interrumpió Rodrigo, porque en esa etapa

ningún guitarrista puede evadir la noche y la vida romántica.

-Es cierto, pero un poco menos que ustedes –respondió Alirio en medio

de la risa de todos.

-Volviendo al maestro Lauro, la segunda etapa es la de su formación

académica bajo la dirección del maestro Vicente Emilio Sojo, en la Escuela

Superior de Música “José Ángel Lamas”, donde estudia composición y

concibe sus primeros trabajos corales y breves obras instrumentales. Es la fase

en la que se dedica a la interpretación de autores clásicos, como guitarrista. Y

tercero, la etapa de la madurez, la del creador musical, con pleno

conocimiento del arte, que le permitió dar uno de los más significativos

aportes a la música venezolana-.

-¿Y cómo podría resumir la vida y obra de quien fue su primer maestro,

no en la guitarra, pero en la música en general?

Alirio había realizado un gran esfuerzo por sintetizar la vida y obra de

Antonio Lauro, y cuando le preguntó Jesús Antonio Herrera por Laudelino

Mejías, pensó en lo complicado que es reducir a unas cuantas palabras, lo que

a él le parecía una verdadera enciclopedia popular de la música.

-No es fácil resumir la vida y obra de un gran maestro. En la Banda del

Estado Trujillo estudió al vivo armonía, contrapunto, instrumentación y

dirección, disciplinas más que suficientes para satisfacer las necesidades

espirituales de su tiempo y de su ambiente, pero de las que jamás estuvo

contento el maestro, a causa de su formación autodidacta.

-Pero después que usted termina sus estudios superiores de guitarra

¿cómo lo evalúa a él y a su Banda Musical?

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-La Banda Sucre que dirigió el maestro Laudelino Mejías alcanzó los

niveles de una sinfónica de cualquier país avanzado en materia musical. La

calidad técnica e interpretativa de la misma, la ponía de manifiesto cuando

tocaba obras de un gran virtuosismo orquestal, tales como el poema sinfónico

“Finlandia” de Sibelius, la suite “Cascanueces” de Tchaikovsky, la

“Inconclusa” de Schubert y algunos fragmentos del “Parsifal” de Wagner.

No cabe duda, pensaba Jesús Antonio, que estos dos caroreños cubren

una etapa singular en la vida cultural, especialmente musical y guitarrística,

del país. Carora se transporta en sus guitarras, en el genio que les proporcionó

esta naturaleza árida y romántica, descubrió el talento y la vocación de

servicio humanístico de Chío Zubillaga y Ché Herrera y desarrolló la

academia superior de música.

Al salir de su impresión desconcertante que le producía la presencia de

estos dos representantes de la humildad y de la inteligencia caroreña,

preguntó:

-Y en cuanto a la labor y la vida de Pedro Montesinos, que hasta hoy,

para los no especialistas resulta un desconocido ¿cuáles son los aspectos más

resaltantes que usted investigó?

-Pedro Montesinos fue un intelectual larense que dedicó gran parte de

su vida a compilar cantos populares, a estudiar la filología nacional y a exaltar

los valores de los corridos tradicionales de origen español. Legó a las

generaciones posteriores y a la cultura nacional un significativo patrimonio

artístico popular que puede y debe ser estudiado, analizado con interés

nacional.

Ya al final de la entrevista, intervino Rodrigo para proponer la

continuación de su gira.

-Vamos a Barrio Nuevo, Alirio. Nos esperan en el Rinconcito

Arrabalero, donde están congregados varios personajes populares de la

barriada.

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EN BARRIO NUEVO Y LA CANDELARIA

EN SU BARRIADA donde Rodrigo encontró motivos especiales para sus

composiciones para guitarra, se reencontró con algo que consideraba parte

importante de su capital humano e intelectual. Para consustanciarse con esos

personajes no sólo apeló a sus recuerdos infantiles y juveniles, sino también a

una periódica visita a diferentes lugares con características similares a Barrio

Nuevo, de todas las ciudades en las cuales le tocó residir e incluso pasar una

corta temporada como consecuencia de su trabajo como concertista o simple

visitante. En Barquisimeto, por ejemplo, fue asiduo contertulio del bar-

restaurant “El Farol de los Gauchos”, archivo de una gran sensibilidad

popular, donde encontró más de un motivo para su obra creadora, donde existe

una galería de artistas encabezada por el maestro Vicente Emilio Sojo y donde

era frecuente encontrar al pintor cinético Jesús Soto y muchos autores y

ejecutantes nacionales e internacionales, que se acercaron y participaron en

sus modestos escenarios. En diversas oportunidades tocaron juntos Rodrigo,

Alirio y Jesús Soto composiciones populares y especialmente tangos.

-Esta es la ruta de El Diario a Barrio Nuevo que hice cuando niño

infinidad de veces –le comenta a Alirio cuando caminaban hacia el Rinconcito

Arrabalero. –En esta quebrada me encontraba casi todos los días con Vale

Cayayo y con muchos niños y hombres pobres que mataban el hambre y

espantaban la soledad tocando un cuatro o una guitarra. Los que no tenían un

instrumento musical silbaban o tocaban guarura, con la boca, que extraían del

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fondo del barro después de la crecida de la quebrada o de la inundación de río

Morere.

-Cuando vayamos a La Candelaria verás lugares, hombres, mujeres y

niños similares a los que estás describiendo –le respondió Alirio. –Sólo hay

que pasar hacia la orilla norte del río. La Otra Banda es la continuación, el

comienzo o el final de Barrio Nuevo. Todo depende de hacia dónde te diriges.

-De aquí o de La Otra Banda es la mayoría de los músicos que yo

conozco e incluso, creo que no exagero si te digo que gran parte de los que

asisten a mi cátedra de guitarra en la Universidad –interrumpió Rodrigo.

Valmore Nieves, natural de Muñoz, es un muchacho excepcional frente a la

guitarra, ha sido uno de mis mejores alumnos.

Antes de entrar al Rinconcito Arrabalero, Alirio pensó que sería

importante que investigadores profesionales se dedicaran a estudiar no sólo las

causas que impulsaban a muchos niños y jóvenes caroreños a tocar y cantar,

sino también la producción de muchos directores de bandas musicales, que

han podido dejar como legado a la cultura de la región, un repertorio sinfónico

de gran valor.

Le quiso hacer el comentario a Rodrigo, pero ya estaban llegando al

lugar donde los esperaban. El escenario para tocar lo improvisaban cada vez

que invitaban a algún artista. Dos sillas de madera forradas con cuero de chivo

se las acercaban y un pequeño cajón, también de madera, para colocar el pie

derecho. La gente se agolpaba y buscaban ubicación lo mejor que podían.

Después del saludo de rigor, Gerardo Santeliz, amigo de ambos, anunció:

-Aquí están nuestros más grandes guitarristas de todos los tiempos.

Después de recorrer el mundo con extraordinario éxito, vienen hasta nosotros,

los únicos que los podemos oír gratis. Vamos a oír primero al hijo ilustre de

Barrio Nuevo, que ha hecho conocer nuestra barriada, nuestra Carora en los

confines del universo. Para completar su obra artística, nuestro paisano y

amigo se ha dedicado a la docencia y a la composición. Vamos a oírlo.

Rodrigo se acomodó lo mejor que pudo y expresó:

-Voy a tocar una composición mía, que acabo de terminar. Todavía no

tiene nombre, pero está dedicada a Tomás Camacaro, el dueño de “El Farol de

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los Gauchos”, un hombre telúrico, que expresa el sentir y el vivir de su tierra.

Al lado de la comida criolla que nos sirve, está una guitarra a la orden del

público asistente, de quien quiera tocarla. Camacaro es un artista de la cocina

caroreña y un amante de la música romántica, que lo identifica con este barrio

y con su gente.

Los aplausos y vítores se prolongaron por varios minutos. La expresión

de los rostros desbordaba la alegría, la felicidad de un pueblo humilde,

sencillo, que ha hecho de la música un componente imprescindible de su

forma de vida.

Cuando Gerardo Santeliz observó que querían continuar oyendo a los

guitarristas, por lo que aumentaban en intensidad los aplausos, levantó los

brazos y anunció:

-Ahora le toca a Alirio, otro de los grandes valores de la guitarra

caroreña, quien ha hecho del concierto su profesión integral, y hoy,

desaparecido del escenario del concierto su maestro Andrés Segovia, es

considerado la primera guitarra de Europa. Para nosotros, debe ser la primera

guitarra del mundo. Pero no se sorprendan, también es arreglista. Vamos a

oírlo.

Alirio también se acomodó en su silla de cuero y colocó el pie derecho

sobre el cajoncito de madera.

-Inspirado en los valores musicales de La Otra Banda, yo he hecho una

armonización de un valse venezolano de E. Mosquera Flores, titulado

“Recuerdos a Muñoz”.

Los parroquianos, empíricos y expertos de la guitarra, volvieron a

aplaudir con el calor y la fogosidad de los amantes de la música. Del público

se levantaron varios guitarristas del barrio y tocaron para su gente, para Alirio

y Rodrigo como en un trance de retroalimentación musical.

Al final Rodrigo invitó a Alirio a recorrer el barrio, no sólo para

nutrirse espiritualmente del trabajo de los artistas populares, sino también para

observar, como Director de Cultura de la Universidad Centrooccidental

“Lisandro Alvarado”, la vocación de algunos jóvenes que podrían ser becados

para estudiar guitarra en su cátedra de dicha Universidad.

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Su vida transcurría en un permanente aprender y enseñar. Está presente

en conferencias, conciertos, museos, teatros de todos los niveles del arte

musical, porque todo acto creador del ser humano le estimula la imaginación

para la composición para guitarra.

Después del recorrido por Barrio Nuevo, Alirio le expresa:

-Ahora te invito a La Candelaria, donde no hay tanta gente como aquí,

pero hay tantos músicos como en Madrid, en términos proporcionales.

-Encantado –respondió Rodrigo. –Me interesa todo contacto con gente

aficionada a la música. Antes de enterarme en Europa, de que algunos

compositores clásicos se habían inspirado en aspectos singulares de personajes

populares de sus ciudades, desde niño me sentí impresionado por la capacidad

creadora de algunos hombres del pueblo, por la forma de vida que llevaban y

por los valores espirituales que manejaban, lo cual me inclinó a escribir sobre

ellos. Siempre creí que eran muy importantes, que tenían algunas cualidades

especiales, que me producían una gran admiración.

-Te felicito por tus composiciones. En La Candelaria vas a encontrar

una gran materia prima para tu capacidad creadora.

Manuel Herrera que los acompañó hasta Barrio Nuevo, les ofreció su

vehículo para viajar hasta La Candelaria. Cuando atravesaron el río Morere a

través del Puente Bolívar y comenzaron a penetrar en La Otra Banda, el

impacto del semidesierto que siempre había estado presente en la mente de

Alirio, desató su imaginación e inició la conversación.

-Creo que tendré que restringir los viajes a estas tierras y a todo el país,

no me ha sido renovado el contrato que tenía con el Consejo Nacional de la

Cultura para dar conciertos durante 6 meses en toda Venezuela. Tendré que

volver a residenciarme en Italia todo el año, con la excepción de la proximidad

de las fiestas patronales de La Candelaria, que afortunadamente coinciden con

la época del invierno en Europa.

-Si a las restricciones que ha impuesto el Estado venezolano a las

actividades culturales, le sumamos la crisis económica que atraviesa el país y

en general el mundo contemporáneo, es posible que entremos en una etapa de

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retroceso que nos lleve a situaciones parecidas a las que conocimos cuando

éramos apenas unos niños –comentó Rodrigo.

-Tal vez se pueda evitar echar marcha atrás –intervino Manuel Herrera.

La crisis económica puede ser transitoria y en pocos años podemos recuperar

la marcha ascendente del movimiento cultural.

-El pueblo siempre está lleno de grandezas espirituales, a pesar de su

miseria económica y social –planteó Rodrigo. Por ejemplo, el cantar es de los

pobres. Los ricos no cantan, salvo excepciones. Yo constaté en Europa,

durante los años que viví allá, que la gran música se originó en la clase media,

con algunas excepciones en la burguesía culta.

Mientras avanzaban por una carretera de tierra por la cual Alirio había

transitado en su niñez y juventud, el polvo se elevaba detrás del vehículo, las

playas mostraban su aridez, los cardones se inclinaban en un desplome lento

hacia el suelo y los chivos corrían hacia sus corrales. Todo permanecía igual al

paso de los años, incluso cuando oyeron reventar algunos cohetes para

anunciar la llegada de los ilustres visitantes, tal como si fueran a dar comienzo

a unas fiestas patronales.

Una decena de casas derruidas y dispersas, construidas como para darle

forma de cuadrilátero, para que no se escape el viento, proyectan la imagen

que dejan décadas de abandono y la huida de las personas. Sin embargo, de su

interior salen decenas de hombres, mujeres y niños para recibir a su gran

guitarrista universal, acompañado de Rodrigo, la otra guitarra del mundo. En

la casa de Alirio se improvisa el escenario para oír al hijo predilecto del

villorrio y a Rodrigo, las dos guitarras del universo. Entre saludos y abrazos

los candelarenses se apresuran a tomar asiento en la novísima sala de

conciertos.

Rodrigo lleva consigo varias hojas de papel de música y busca el

tiempo necesario para la composición, para escribir aunque sea un acorde.

Algunas personas lo miran con curiosidad, pensando que estaría leyendo.

Preocupado se le acerca a Manuel Herrera y le comenta:

-Hoy es sábado y yo tengo como norma, como hábito de trabajo,

componer música los fines de semana.

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El Presidente de la Junta Conmemorativa de las Fiestas Patronales sube

al estrado y anuncia.

-Vamos a dar comienzo a este gran acto cultural, como parte de

nuestras fiestas cívicas. Hoy va a tocar Alirio acompañado de Rodrigo. Juntos

van a tocar “El Diablo Suelto” un arreglo de Alirio, del vals venezolano de

Heraclio Fernández. Luego los oiremos tocar “El preludio Criollo”, obra de

Rodrigo inspirada en un personaje popular de Barrio Nuevo. El concierto

comprenderá también obras de los compositores Antonio Lauro, Héctor

Villalobos y Albéniz.

Alirio y Rodrigo tocaron sincronizadamente, tal como lo habían hecho

en París, New York, Madrid y en el Aula Magna de la Universidad Central de

Venezuela, con el mismo entusiasmo e igual maestría en el arte de la guitarra

clásica y popular, una combinación que perfeccionaban con la experiencia, el

estudio y el respaldo que recibían en los grandes y prestigiosos escenarios de

la cultura mundial.

El público aplaudió hasta el final, casi ininterrumpidamente, dando

demostraciones de una gran sensibilidad musical y clara comprensión de la

calidad del concierto.

Por la noche, en el baile tradicional de las Fiestas Patronales, tocaron

los músicos locales, algunos venidos de otros villorrios de La Otra Banda y

una orquesta de Carora. Al observar el ritmo de las parejas, Rodrigo le

comentó a Manuel Herrera.

-El movimiento de las personas bailando, especialmente la danza, me

ha inspirado varias composiciones. Acabo de terminar una suite para guitarra,

en homenaje a un personaje popular que conocí en un baile, danzando, hace

varios años en Maracaibo, llamado Armando Molero.

La noche transcurrió con mayor lentitud, percibida como el reino de los

cantores populares, antes de que comenzaran a cantar los pájaros atraídos por

los crepúsculos del amanecer. Por la falta de acústica los sonidos se perdían en

el horizonte, y tras ellos los hombres que regresaban a sus trabajos.

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En el viaje de retorno a Carora, Rodrigo reveló un viejo anhelo que no

había podido plasmar en una composición musical, pero que formaba parte de

sus reflexiones y planes futuros.

-Cuando recuerdo a don Chío Zubillaga oyendo a Beethoven en su

“Cuarto Biblioteca”, acostado en su hamaca y extasiado con los compases de

la V Sinfonía, me embarga la tentación de escribir una obra musical en

homenaje a nuestro gran maestro de las letras, de la vida y del combate social.

-¿Por qué no la has escrito? La tocaríamos juntos en Carora, en toda

Venezuela y el mundo –le expresó Alirio. –Y si tú no vuelves a viajar al

exterior, yo la tocaría en todos los teatros o salas de concierto en las que me

corresponde actuar. El año pasado toqué en Madrid y en París tu “Preludio

Criollo”, una canción también tuya, que es como una poesía extraordinaria,

casi como una serenata al estilo caroreño, llena de originalidad, gracia,

virtuosismo musical y caprichos, muy propio de tu estilo.

-No la he escrito, porque hay algo que nunca he podido hacer:

planificar mi trabajo musical. Cuando lo he intentado siempre he fracasado, no

en el trabajo sino en lo que he programado, porque en vez de componer una

determinada melodía, compongo otra. Cuando dicto clases y por asociación de

ideas me imagino parte de alguna obra, previa notificación a mis alumnos,

escribo un acorde y luego continúo la clase.

En sus labores cotidianas Rodrigo jugaba con el tiempo y con la

imaginación. Detenía el reloj y llevaba al papel la idea que se le presentaba en

la mente de una manera súbita. Para tocar, para escribir y componer necesitaba

vivir. La vida se le repartía en muchas cosas, incluso en muchas funciones

difíciles de resolver y por eso apelaba a la improvisación del arte, algo que

muy pocos pueden realizar con maestría y rigor técnico, porque les resulta

contradictorio.

La vida de un artista difícilmente puede estar sometida a la lógica de la

cotidianidad. La permanencia de Alirio en Europa, por ejemplo, siempre ha

sido objeto de opiniones diversas entre expertos en la materia e incluso entre

aficionados y amantes del arte en general y de la música en particular.

Algunos consideran importante para Venezuela, tenerlo a él y a otros artistas,

más cerca del quehacer cultural nacional, sin que ello signifique desvincularlo

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de lo universal. Con todos los progresos que se han alcanzado en el país en las

últimas décadas, en estímulo, apoyo directo y desarrollo de un gran

movimiento cultural, hasta ahora todo parece indicar que el ejercicio de la

profesión de concertista de guitarra, sólo se puede materializar en un país de

larga tradición cultural, especialmente guitarrística.

El diálogo, las reflexiones y la experiencia vital de Alirio y Rodrigo así

lo evidencian,

-Tenemos que abrir caminos hacia Carora y hacia todo el país, para

complementar el progreso que ya comienza a observarse en las principales

ciudades, donde he conocido a jóvenes guitarristas con mucho talento, a

muchos grandes maestros de la guitarra y una plausible proliferación de

escuelas de música, aunque todo en un escenario limitado para la actuación de

los jóvenes concertistas –expresa Alirio cuando están llegando a Carora.

-Todos esos jóvenes deberían viajar al exterior, a los grandes y famosos

conservatorios de música y asistir a cursos de perfeccionamiento, porque hoy

existe una mayor competencia mundial no sólo en el campo de la guitarra,

sino también en todas las artes, lo cual les crea mayores dificultades para el

éxito no obstante los buenos profesores que hayan podido tener y las mejores

condiciones que existen actualmente para estudiar –concluye Rodrigo.

-El mejor ejemplo lo representan Rubén Riera, Senio Díaz y Luis Zea,

quienes después de realizar estudios en el exterior, ya han comenzado a

concurrir con su arte, con su maestría a algunos escenarios internacionales,

recibiendo el reconocimiento de un público culto y de una crítica exigente.

También en Venezuela han alcanzado extraordinario éxito –interviene Manuel

Herrera, testigo de excepción del largo proceso de formación de Alirio y de

Rodrigo y del surgimiento de una nueva generación de guitarristas.

-Estos jóvenes han demostrado un gran carácter para la música y un

gran deseo de superación, una aspiración inquebrantable en la búsqueda del

éxito, una indeclinable disciplina en el estudio y el trabajo, una gran humildad

frente al saber humano y una incesante e inagotable decisión de seguir

aprendiendo –concluyó Alirio.

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EN EL TEATRO “ALIRIO DÍAZ”

AL REGRESAR a Carora participarán en lo que pueden considerarse dos

acontecimientos definitivos en sus vidas, que explican y justifican la

existencia de una conciencia crítica como la de Chío Zubillaga, quien les

señaló el camino para arrancarlos, sin abandonarla en su esencia espiritual y

humana, de una tradición folklórica para insertarlos en el mundo de una

polifonía universal y luego regresarlos a establecer los hilos que unen el

testimonio de un pasado creador como impulso natural y la fuerza viviente de

un presente generado por la técnica y la planificación armónica de los sonidos.

Tocaron juntos en la Iglesia San Juan, una pequeña catedral de Carora,

que resultó insuficiente para albergar a miles de personas que querían oírlos,

después de varias décadas de haberlos visto transitar por las calles de la

ciudad, como dos humildes jóvenes que formaban parte de la vida cotidiana de

los caroreños, y ahora regresaban precedidos de un prestigio y un

reconocimiento universales, por los altos niveles de conocimientos adquiridos

en la academia, en la teoría y en la práctica del manejo de la guitarra.

Cuando llegaron a la puerta principal de la Iglesia tuvieron que abrirse

paso entre una multitud que plenaba el recinto hasta el altar de la misma,

desde donde le rendirían homenaje a su maestro Chío Zubillaga, con motivo

del primer centenario de su nacimiento.

Primero tocó Rodrigo algunas composiciones suyas e improvisó

composiciones de otros artistas universales. El público lo escuchó con el

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fervor o la devoción de estar en una misa y finalmente aplaudió con la

emoción de haber triunfado en un juego deportivo. Luego tocó Alirio algunas

armonizaciones personales y varias obras de compositores universales,

incluyendo a Rodrigo. La perfección de uno de los primeros guitarristas del

mundo también hizo maravillar a los asistentes, quienes después de liberar la

respiración, estallaron en vítores y aplausos.

Para quienes conocieron a Alirio y a Rodrigo cuando eran muy jóvenes

en Carora, les parecía algo milagroso, que aquellos dos muchachos,

convertidos hoy en grandes figuras de la guitarra clásica, pudieran regresar a

su ciudad a hacer vibrar con las cuerdas de sus guitarras, las naves de la

Iglesia San Juan y el corazón y los sentimientos de la muchedumbre.

Para los más jóvenes caroreños comenzaba a ser algo natural, familiar,

no sólo oír a Rodrigo y a Alirio, sino también a los hijos de éstos. Rodrigo

logró procrear cuatro hijos músicos: Josefina, cantante y guitarrista; Rubén,

guitarrista; Andrés, fagotista; y Juan José, violinista. Alirio también procreó y

formó cuatro hijos músicos: Senio Alirio, guitarrista; Josefa, flautista; Isabel,

que estudió piano, pero al final se inclinó por el periodismo; y Tibisay, quien

estudió danza y flauta dulce, para dedicarse finalmente a la restauración de

libros.

Todos los hijos de Rodrigo y Alirio se encontraron en Carora y oyeron

tocar a sus padres en el homenaje a Chío Zubillaga, estuvieron presentes e

incluso algunos participaron en la inauguración del Teatro de la ciudad, que

lleva el nombre de Alirio Díaz, construido como un homenaje a su

reconocimiento como la primera guitarra de La Candelaria, de Carora, de

Europa y del mundo, por el también caroreño Domingo Perera Riera, cuando

ejerció la Gobernación del Estado Lara.

Después del concierto en la Iglesia San Juan la multitud salió en

manifestación hacia el Teatro “Alirio Díaz”, encabezada por Rodrigo, Alirio y

sus hijos, el Gobernador Domingo Perera, el Obispo de la ciudad, Monseñor

Eduardo Herrera, el Padre Andrés Sierralta y otras personalidades de la cultura

de la ciudad. Al llegar al Teatro fueron recibidos por otra muchedumbre de

personas que pugnaba por entrar a dicha Sala de Concierto. Las 600 entradas

habían sido vendidas y por lo tanto todas las butacas estaban ocupadas. La

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mayor parte de los caroreños que querían oírlos tocar con sus hijos, se tuvo

que quedar en las afueras y en las calles laterales.

El Gobernador Perera Riera cortó la cinta simbólica para dar por

inaugurado un Teatro moderno, con 600 butacas, aire acondicionado y

acústica perfecta. En breves palabras afirmó:

-Más que como Gobernador, como caroreño y amante de la música me

siento profundamente satisfecho de haber construido un Teatro en homenaje a

nuestro insigne concertista Alirio Díaz, inaugurarlo con su presencia, la de

Rodrigo, otro de nuestros grandes valores universales de la música y de la

guitarra en particular, de sus hijos y de esta multitud de caroreños que han

hecho de la música un complemento de sus vidas. Hago entrega del Teatro

“Alirio Díaz” a la ciudad, para que a través de alguna de las instituciones de la

cultura lo administre y lo preserve para la presente y las futuras generaciones.

-Lamento que por razones de presupuesto y porque terminaba mi

período gubernamental, no haber podido construir, atendiendo a un

planteamiento público formulado por nuestro amigo Juan Páez Ávila, una

Escuela Superior de Música, que debería llevar el nombre de Rodrigo Riera.

Espero contribuir con otros caroreños para que la construyamos en el futuro.

-Muchas gracias, y dejo en manos de la comunidad esta obra que debe

llenar de orgullo al gentilicio caroreño.

La periodista Isabel Díaz tomó en sus manos el micrófono, para hacer

la presentación de los artistas:

-Bienvenidos a la inauguración de esta excelente sala de conciertos, que

para los caroreños y para los hijos de loS caroreños constituye un regalo a la

cultura, un signo de los nuevos tiempos. Como hija de Alirio y como

venezolana expreso las gracias al Gobernador Domingo Perera Riera, y

transmito al mundo a través de Radio Carora, la manifestación del orgullo

caroreño por esta magna obra cultural. Como ustedes saben, van a tocar

Rodrigo y mi padre, y los hijos de ambos que hicieron de la música su

profesión, porque mi hermana Tibisay y yo estudiamos música, pero

ejercemos otras profesiones. Voy a empezar por mis hermanos:

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-Senio Alirio estudió en el Instituto Benedetto Marchello, de Venecia,

Roma, donde tuvo como profesores a Angello Amatto y Carlo Cavaína. Aquí

estudió sus primeros años, aunque su primer profesor fue nuestro padre,

Alirio. Luego estudió Armonía, Contrapunto y Formas Musicales en el

Conservatorio Santa Cecilia de Roma, donde tuvo como profesores a Carlo

Cammarotta y Armando Relsi. Al culminar sus estudios obtuvo el título de

Profesor y se dedicó a la profesión de concertista de guitarra, en cuyo

ejercicio ha podido participar en recitales y conjuntos de cámara en diversos

países de Europa, en América Latina y en especial en Venezuela.

-Josefa, mi hermana menor, dedicada también a la música, hace carrera

internacional como flautista. Todos esperamos sus próximos éxitos.

-María Josefina, hija de Rodrigo, estudió 12 años en el Real

Conservatorio de Madrid y luego hizo un curso de guitarra con su padre. Se ha

dedicado fundamentalmente al canto y a la guitarra. Forma un dúo con

Bartolomé Díaz, quien toca la guitarra mientras ella canta. Como solista toca y

canta composiciones para canto y guitarra de Rodrigo, música popular

española y latinoamericana y sobre algunos poemas de Federico García Lorca.

Su voz y sus últimos estudios la indujeron a la Opera como su actividad

fundamental.

-Rubén, el guitarrista por excelencia de los hijos de Rodrigo, estudió

también en el Real Conservatorio de Música de Madrid, donde terminó un

curso de guitarra en 6 años. Egresó a los 15 años, cuando regresa Rodrigo con

su familia a Venezuela.

Perfecciona sus primeros estudios al lado de su padre, hasta que viaja a

Londres y realiza estudios de postgrado de guitarra. Estudia 5 años en el

Guidg Hall School of Music, donde tuvo como profesores a John Duarte y a

Nigel North. Realiza también estudios de música antigua y debuta como

concertista en Inglaterra, donde obtiene sus primeros éxitos, antes de radicarse

en New York. Ejerce como concertista de guitarra en las principales ciudades

de los Estados Unidos. Es también arreglista y se ha presentado en los

principales teatros y salas de concierto en el mundo.

-Andrés, el tercero de los hijos de Rodrigo, estudió Solfeo y Conjunto

Coral en Madrid. Al residenciarse su familia en Barquisimeto estudió

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Ingeniería Electrónica en el Instituto Universitario Politécnico de esa ciudad.

Paralelo a los estudios de Ingeniería Electrónica se inscribió en la Escuela de

Música de la ciudad a cursar piano y percusión. Terminó sus estudios de Fagot

y ha sido Jefe de Instrumentos de Viento de la Orquesta Sinfónica Juvenil de

Lara.

-Juan José, el hijo menor de Rodrigo, estudió violín y actualmente es

violinista de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Lara.

-Como es obvio, Rodrigo no necesita presentación. Aquí está Rodrigo –

expresó Isabel.

Antes de intervenir con su guitarra, Rodrigo expresó:

-Ustedes conocen bien al guitarrista. Yo quiero hablarles hoy de mi

experiencia y del mundo que he conocido a lo largo de mi carrera artística e

incluso de mi vida. Me siento proyectado en lo artístico y en lo humano en mis

hijos y en mi pueblo. Me enorgullece presumir que el ejemplo de mi trabajo,

de mis estudios e incluso de mi vida volcada hacia el quehacer artístico, pueda

haber sido percibido por mis hijos como la primera escuela. Hoy, no tengo

dudas de que hay una retroalimentación espiritual en una familia de músicos,

de estudiantes y trabajadores permanentes por el arte inagotable. Creo que el

sentido de responsabilidad que les he inculcado a mis hijos, forma parte muy

importante del contexto socio cultural que requiere el ser humano para tener

una guía y una meta sin torceduras lamentables. Todos son hijos del amor y de

la música, pero también del trabajo. En la formación integral de mis hijos

también ha jugado un papel importante, mejor dicho imprescindible, mi mujer;

Julia, compañera de toda mi vida, quien después de ver emerger a nuestros

hijos hacia el porvenir, estudió bachillerato e ingresó a la Universidad, donde

también aprobó estudios superiores. La droga que ha penetrado en nuestro

hogar es la lectura de todos los días. Julia entendió desde el primer momento

del matrimonio que la vida de un concertista de guitarra, que tenía que

recorrer el mundo, no podía ni debía sujetarla en cuatro paredes.

Comenzaron los aplausos, pero volvió a intervenir Isabel.

-Esperen un momento, por favor. De mi padre, tampoco hablaré.

Ustedes lo conocen tanto como a Rodrigo. Aquí está Alirio.

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Antes de intervenir, Alirio también se dirigió brevemente al público

para exponerle las ideas que le llegaban a la mente y transmitirle una emoción

y una experiencia que marcaban su vida.

-Yo me siento igualmente satisfecho de haber transitado un duro

camino, desde La Candelaria, pasando por esta ciudad, a Trujillo, Caracas,

Madrid y Siena, venciendo las dificultades de una época conocida por muchos

de ustedes, para realizar el sueño de ser guitarrista y estar aquí con nuestras

familias, a recibir más que aplausos, el afecto de un pueblo que ama la música

y premia el trabajo. Encontré una compañera que ha sido vital en mi carrera y

en la formación de mis hijos. La música ha sido para nosotros no sólo una

profesión, sino algo más que le da sentido a la vida. Me siento feliz de que

Senio Alirio haya nacido con facultades excepcionales para la música,

desarrolladas y perfeccionadas hasta el virtuosismo, por su recia voluntad para

el estudio y el trabajo. Sin embargo, quiero expresarles que la época actual, en

comparación con la que nos tocó vivir a Rodrigo y a mí, con todas las

dificultades que tuvimos que enfrentar, es tanto o más compleja y difícil. No

es suficiente tener talento y alcanzar el virtuosismo en el arte musical. La

sociedad contemporánea es más competitiva y presenta obstáculos distintos,

pero de una dimensión a veces invencibles. Por eso considero que todos los

jóvenes profesionales de la guitarra requieren una naturaleza musical, el

instinto musical como facultad esencial, para luego ser sometidos a la escuela

técnica creada por la inteligencia del ser humano. En lo personal, en lo

humano, percibo la existencia de mi familia, como un gran éxito en mi tránsito

por la vida.

Volvieron los aplausos antes de comenzar el concierto y luego

aparecieron todos en el escenario. Tocaron composiciones para guitarra de

Rodrigo y arreglos de Alirio y de Rubén. El público absorto, dentro y fuera del

Teatro, oyó lo que para la mayoría, si no para la totalidad, ya resultaba

consustancial con la noche y el amanecer de los caroreños: una combinación

de sonidos, armonizados por una múltiple vocación para la música. Las

guitarras de Rodrigo y Alirio, de Senio y Rubén; la voz de Josefina, el fagot,

el violín y la flauta de Andrés, Juan José y Josefa inundaron los oídos de los

caroreños hasta el éxtasis.

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El público exigió la repetición de cada una de las melodías que tocaban,

hasta que la noche comenzó a descender y del delirio se pasó al silencio.

Isabel llamó la atención para leer dos telegramas. Uno dirigido a Alirio que

decía:

-Le invitamos como Huésped de Honor al Concurso Latinoamericano

de Guitarra Alirio Díaz.

Consejo Nacional de la Cultura (CONAC)

El otro telegrama dirigido a Rodrigo, decía:

Le invitamos a participar como jurado especial en el Festival

Latinoamericano de Composición para Guitarra Rodrigo Riera.

Consejo Nacional de la Cultura (CONAC)

El público volvió aplaudir el concierto y la despedida. El cronista de la

ciudad, José Numa Rojas, propuso colocar a la entrada del Teatro “Alirio

Díaz”, la siguiente inscripción:

“Una tradición verdadera no es

el testimonio de un pasado transcurrido;

es una fuerza viviente que anima

e informa el presente”

Stravinsky

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ÍNDICE Pág.

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

EL CINE COMO ESCUELA DE MÚSICA

EL CANTO DE LOS PÁJAROS AFINAN EL OÍDO

UNA GUITARRA Y UN LIBRO PRESTADOS

SERENATA DE SCHUBERT EN LA CANDELARIA

UNA PROMESA NACIONAL E INTERNACIONAL

CONTRAPUNTEO EN LA GUITARRA

EN LA ESCUELA SUPERIOR DE MÚSICA

CONCIERTOS POR TODA VENEZUELA

EN EL REAL CONSERVATORIO DE MADRID

EN LA ACADEMIA DE MÚSICA CHIGIANA DE SIENA

CONCIERTOS POR EL MUNDO

DIFUSIÓN DE LA MÚSICA VENEZOLANA

EN LA CASA Y MUSEO DE CHÍO ZUBILLAGA

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EL “EL DIARIO” DE CARORA

EN BARRIO NUEVO Y LA CANDELARIA

EN EL TEATRO “ALIRIO DÍAZ”

Juan Páez Ávila, periodista y escritor, ex parlamentario y profesor

titular de la Universidad Central de Venezuela, nació en San Antonio, zona

rural de Carora, Municipio Autónomo Torres del Estado Lara.

Ex Director de la Escuela de Comunicación Social de la UCV, ha sido

columnista de los diarios “El Nacional”, “El Universal”, “Ultimas Noticias”,

“El Impulso”, “El Diario” de Carora y algunas revistas nacionales y

extranjeras.

En 1978 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo, Mención Docencia;

en 1979 el Premio de Cuentos del diario “El Nacional”, con el cuento

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Atarigua; en 1980 el Premio de cuentos de la Dirección de Cultura de la

Universidad Santa María, con el cuento “El Balcón de los Álvarez”; y en 1981

el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal con la Biografía de

“Cecilio Zubillaga Perera”.

En Julio de 1999 publicó la editorial FUNDARTE la obra “Dos

Guitarras”, ejercicio narrativo sobre la vida de Alirio Díaz y Rodrigo Riera.

La Dirección de Cultura de la Universidad Centrooccidental “Lisandro

Alvarado” publicó una segunda edición de “Dos Guitarras de Carora y del

Mundo”, ampliada y corregida, en homenaje a dos grandes concertista de la

guitarra clásica, Alirio Díaz y Rodrigo Riera, este último eximio profesor de

esta Casa de Estudios.

Ha publicado; “La Otra Banda”, novela; y “Chío Zubillaga Caroreño

Universal”, biografía; Coroneles de Carohana, novela; “Atarigua y otros

Relatos de Carohana”, libro de cuentos; Alí el Viajero Enlutado, biografía

novelada sobre la vida obra del poeta caroreño Alí Lameda; Viendo Pasar el

Siglo, novela, Hombres de Petróleo, novela. Crónica de una Utopía, novela,

Viaje a la Incertidumbre, novela; y Pasantía por el Parlamento (selección de

discursos en el Congreso de la República).