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Juan Emar: la extraña escritura de un inadaptado Víctor Manuel Osorno Maldonado Universidad Nacional Autónoma de México [email protected] Sumergido en una oscura pereza, Álvaro Yáñez Bianchi (1893-1964) pasaba sus días caminando por las calles de Santiago, pensando en el arte, escribiendo y pintando. Su vida transcurría con excesivo desánimo, como lo describe en el Diario. Año 1913: “No hago nada, mejor dicho, no puedo hacer nada, todo me cansa y mis pobres proyectos duermen, sin que haya unos ojos capaces de volverlos a leer. Me levanto tarde, paso el día entero sintiendo el peso insoportable de las horas tan lentas y fatigosas.” 1 Al joven Yáñez, le gustaba pasar temporadas en el fundo familiar de Lo Herrera, espacio natural que lo distanciaba de la estupidez citadina. Pertenecía a una familia acaudalada, no cumplía horarios de trabajo, había viajado a Europa, residió en París, tenía el tiempo y la libertad del mundo para hacer lo que le diera la gana, pero todo lo encontraba gris y absurdo, por considerarse el punto de encuentro entre un loco y un genio, tal como lo afirma en el mismo Diario: “algunas veces, queriendo dejar constancia de mis meditaciones, apunto las conclusiones a que llego y cada una ya una vez bien formulada me sugiere otras tantas, que sigo escribiendo y anotando hasta que la inmensidad de mis pensamientos, me confunde y no puedo explicarme, y 1 Yáñez Bianchi, Álvaro. (2006). M[i] V[ida]. Diarios (1911-1917), transcripción, ed. e introd. de Thomas Harris E., Daniela Schütte G. y Pedro Pablo Zegers, Santiago: Lom Ediciones/ DIBAM., p. 50.

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Víctor Manuel Osorno Maldonado

Universidad Nacional Autónoma de México [email protected]

Sumergido en una oscura pereza, Álvaro Yáñez Bianchi (1893-1964) pasaba

sus días caminando por las calles de Santiago, pensando en el arte,

escribiendo y pintando. Su vida transcurría con excesivo desánimo, como lo

describe en el Diario. Año 1913: “No hago nada, mejor dicho, no puedo hacer

nada, todo me cansa y mis pobres proyectos duermen, sin que haya unos

ojos capaces de volverlos a leer. Me levanto tarde, paso el día entero

sintiendo el peso insoportable de las horas tan lentas y fatigosas.”1 Al joven

Yáñez, le gustaba pasar temporadas en el fundo familiar de Lo Herrera,

espacio natural que lo distanciaba de la estupidez citadina. Pertenecía a una

familia acaudalada, no cumplía horarios de trabajo, había viajado a Europa,

residió en París, tenía el tiempo y la libertad del mundo para hacer lo que le

diera la gana, pero todo lo encontraba gris y absurdo, por considerarse el

punto de encuentro entre un loco y un genio, tal como lo afirma en el mismo

Diario: “algunas veces, queriendo dejar constancia de mis meditaciones,

apunto las conclusiones a que llego y cada una ya una vez bien formulada me

sugiere otras tantas, que sigo escribiendo y anotando hasta que la

inmensidad de mis pensamientos, me confunde y no puedo explicarme, y 1 Yáñez Bianchi, Álvaro. (2006). M[i] V[ida]. Diarios (1911-1917), transcripción, ed. e introd. de Thomas

Harris E., Daniela Schütte G. y Pedro Pablo Zegers, Santiago: Lom Ediciones/ DIBAM., p. 50.

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siempre quedo en la duda si lo que he pensado son locuras o rasgos de

genio.”2 Era tanta su incomprensión y aburrimiento que hizo un personaje de

sí mismo, transformándose en Juan Emar, el que está harto del mundo y

encuentra un refugio en su propia obra.

Para combatir su hastío, nunca dejaba de imaginar nuevos proyectos; a

veces, trabajaba simultáneamente en el dibujo y la escritura, ya fuera de sus

Notas de Arte –textos que publicó en La Nación, diario que era propiedad de

su padre–, o en sus obras de juventud: Cavilaciones (1922) y Amor (1923-

1925). La primera consiste en un objeto literario complejo pues el

pensamiento estético de Juan Emar se desarrolla entre ficción y reflexión, a

través de un discurso ensayístico que da cuenta de las estrafalarias y

desordenadas ideas del autor: “Contentándome con sólo sugerir

interrogaciones he producido el caos dentro de mi cerebro y hoy quiero

hacer un inventario de ese caos.”3 Desde su obra inaugural, resulta evidente

la excentricidad y el desarreglo, rasgos que hicieron del joven escritor un

sujeto extraño, no sólo para los demás, también para sí mismo: “no encontré

tan completamente natural hallarme sobre la Tierra, no me hallé satisfecho

con las explicaciones que sobre los objetos y seres que me rodeaban me

habían dado, [...], me sentí desconcertado aquí en el mundo y aun me sentí

extraño dentro de mi propio cuerpo.”4

Amor es la historia de Juan, un héroe intelectual que relaciona todo

placer con el pensamiento, incluso la atracción que siente por una chica rara,

llamada María. El protagonista de esta novela, al igual que Emar,

2 Ibid., p. 67.

3 Yáñez Bianchi, Álvaro. (2014). Cavilaciones, Santiago: La Pollera Ediciones, p. 30.

4 Loc. cit.

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experimenta una voluptuosidad sublime al proyectar sus obras, aunque “Le

era menester, para no turbar su santa paz, concebir y concebir siempre, mas

al mismo tiempo hallar una causa «justificada» que relegara para más tarde

la realización de la obra”.5 Como este personaje alcanza un goce infinito en la

esfera de las ideas, decide salvaguardar todo ahí: tanto sus proyectos

literarios como su relación amorosa con María. Juan tiene la certeza de que

ella es el amor de su vida, la musa inspiradora de sus obras y, de hecho, su

obra más ambiciosa; sólo hay un pequeño detalle: “Vio, ante todo, que María

no era una intelectual. Lejos de sentirse desencantado con esta verificación,

su entusiasmo se redobló con ella. Sacó la libreta y anotó concisamente todas

las materias que María debería saber para ponerse a la altura de él.”6 Éstas

eran letras e historia del arte, asuntos que le sirven al personaje para dar

rienda suelta a su pensamiento, para desarrollar su escritura y, así, alejarse

de la realidad. Pero el interés creativo de Juan, más allá del hedonismo

intelectual o de la soberbia erudición, persigue otro objetivo, pues como

afirma: “Este móvil es el deseo desenfrenado de libertarme de esta maldita

tierra, de este mundo, de esta sociedad pequeña y ruin, donde sólo tienen

cabida las bajezas, donde imperan la injusticia y la mediocridad, donde nunca

se premia el verdadero valer, donde los prejuicios, cual redes, atan todo

movimiento de libertad.”7

Este sujeto solitario, inadaptado y reflexivo también fue autor de tres

novelas, publicadas en 1935: Ayer, Un año y Miltín 1934, obras en las que hay

un notable interés por reflexionar en torno a la escritura, un tono irónico que

5 Yáñez Bianchi, Álvaro. (2014). Amor, Santiago: La Pollera Ediciones, p. 28.

6 Ibid., p. 103.

7 Ibid., p. 153.

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empapa todos los registros discursivos, un humorismo que oscila entre lo

absurdo y lo grotesco, múltiples alusiones críticas respecto a los usos

literarios vigentes y la descripción hiperrealista de situaciones inverosímiles.

En relación con la innegable extrañeza de la obra emariana, el autor y

compositor peruano César Miró señaló que “Este atrevido Juan Emar no se

parece a nadie, no viene de nadie, no se trae malvados catecismos bajo el

brazo y su tono es orgulloso de originalidad. Juan Emar es hijo de Juan Emar y

padre de sí mismo”.8

Algunas muestras de su extravagante imaginación se encuentran en la

novela Un año, texto en el que, de inicio, se instaura un nuevo género

escritural: el dietario, discurso breve y de una imprecisión temporal notable,

que, por antojo de su inventor, sólo consigna el primer día de cada mes. Pero

a pesar de su brevedad frente a un diario tradicional, dicha obra contiene un

sinnúmero de acontecimientos, por de más disparatados y sugerentes.

Mientras que en el mes de enero el autor ficticio describe cómo la lluvia

arruina su ejemplar de La Divina Comedia y uno de los grabados de Doré se

derrite y resbala hasta abandonar la página que lo contiene, en febrero, el

personaje relata una de sus experiencias más insólitas:

Me puse al centro de la habitación. Allí estiré, recto hacia arriba, recto, puntudo, el índice de mi mano izquierda, mientras los demás dedos quedaban empuñados. Bien. Con la derecha entonces, coloqué sobre ese índice un disco de modo a que su agujero central se adaptara exactamente con la uña. Bien. Con la misma derecha empecé luego a golpear velozmente, raspándolo, el borde del disco, hasta que lo hice girar con pasmosa rapidez. Presto entonces cogí la aguja y con mi derecha, alzada y plegada como el cuello de un cisne, hice que rozara la primera canal del canto.

8 Miró, César. “Miltín: antinovela y sátira social”, en El Mercurio, Santiago, 1 de septiembre de 1935, p. 7.

Véase El Mercurio. Santiago, 1 de junio de 1980.

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Y abrí la boca. La abrí desmesuradamente. Entonces, a través de ella, a través de mi garganta, bajo mi paladar, sobre mi

lengua, atropellando dientes y labios, atronó, retumbó por los ámbitos la voz del

Caruso.9

Aquí, es posible observar una de las características más notables del estilo

emariano, que consiste en la presentación de planteamientos estrafalarios a

través de un discurso que fluye con naturalidad y con una precisión burlesca,

que resulta innecesaria para el desarrollo del relato, pero que permite

transgredir los valores y las categorías estructuradoras de la realidad, pues en

ésta y otras historias de Emar lo más extraño resulta común; lo más ilógico,

razonable; lo imposible, ordinario. Desde esta perspectiva, es comprensible

que el autor ficticio de Un año no se inmute al describir una experiencia tan

sorprendente como lo es su parcial transformación en fonógrafo; sin

embargo, dicha falta de asombro ante acontecimientos tan inusitados

flaquea momentáneamente, debido a que existen situaciones que lo

angustian y desconciertan: por ejemplo, cuando en el mes de julio se percata

de que “Hoy he vagado sin rumbo. Tras de mí, paso a paso, el dedo de Dios.

Lo he sentido en todo momento. Dos veces se me ha clavado en la nuca”.10

Pero después de sentir la presión y la congoja que implica tener el dedo de

Dios entre el cuello y la cabeza, el autor ficticio, aunque afirma

desconcertarse por este hecho inaudito, retoma su tono natural para narrar

los extraordinarios sucesos que tuvieron lugar durante los meses siguientes:

en agosto, la desintegración de una plana del periódico leído por su amigo

9 Yáñez Bianchi, Álvaro. (2011). Un año, Ayer, Miltín 1934 y Diez. Ed. crítica de Alejandro Canseco-Jerez.

Córdoba: Alción Editora, p. 8. 10

Ibid., p. 19.

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César Miró: “todas las letras de todas las palabras de la primera página, todas

sin excepción alguna, se aflojaron, se desprendieron y cayeron con titilante

ruido de cascabeles”;11 en noviembre, aquella intervención quirúrgica en la

que le extraen un auricular del oído, que reproducía sin parar la risilla

estridente de Camila, una mujer que, a decir del personaje, “me ama un día

cada ocho y durante éstos, se ríe de mí con tanto desenfreno como

desenfreno hay en mi amor desenfrenado.”12

La estrafalaria imaginación de Juan Emar también se manifiesta con

vehemencia en la novela Ayer, obra en la que el autor ficticio relata las

extrañas vivencias que tuvo durante un paseo por su ciudad natal: San

Agustín de Tango, cómica recreación de la capital chilena. Acompañado de su

esposa Isabel, el personaje escritor de esta novela es partícipe de situaciones

raras y absurdas, como la muerte de Rudecindo Malleco, un hombre que, al

percatarse de que sólo tiene potencia sexual los días primero y quince de

cada mes, remedia dicha carencia haciendo del amor un acto cerebral, no

encaminado a la procreación. Cuando las autoridades religiosas de San

Agustín se enteran de este hecho tan pecaminoso y contrario a la ley de Dios,

Rudecindo es encarcelado en la Prisión Católica y espera su sentencia.

Después de un largo litigio, el arzobispo y los monseñores concuerdan que la

guillotina es el castigo adecuado para el pensador amante. La ejecución se

lleva a cabo en una plaza pública. El autor ficticio y su esposa consiguen

entradas para el grotesco espectáculo y el verdugo realiza una ejecución tan

imperfecta como graciosa: “la cuchilla, si bien es cierto que había penetrado

por la base del cráneo, había, en cambio, salido justo por encima de los ojos, 11

Ibid., p. 22. 12

Ibid., p. 32.

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los que, por lo tanto, habían quedado en poder del ajusticiado. O tal vez esto

se deba al sentido mismo de la sentencia, que pedía la amputación de la

parte pecaminosa no más, en este caso, de la materia pensante.”13 Después

de la ejecución, los personajes continúan su recorrido por la ciudad. Ahora se

dirigen al zoológico de San Andrés, sitio en el que se desarrolla uno de los

episodios más sorprendentes, no sólo de Ayer, sino de toda la literatura

emariana. Primero, catorce leonas clavan sus penetrantes miradas en el

autor ficticio e Isabel, quienes, al sentirse intimidados, prefieren ir al espacio

de los monos cinocéfalos, raros ejemplares del bestiario emariano, que se

caracterizan por tener cabeza de perro. Contrariamente a lo que el lector

esperaría, tomando en cuenta la peculiar constitución de tales monos, éstos

no ladran, sino que cantan al unísono una nota que “al subir a sus más altos

puntos hacíase aguda, chirriante, salvaje. Entonces los monos, apoyados en

sus patas, alzaban al sol sus brazos. Luego, cuando esta notaba bajaba a su

punto máximo [...] los monos, en ese instante, hallábanse en sus cuatro

patas, las que movían como resortes haciendo temblar rápidamente el

cuerpo”14 Pero por más que sean extraños, estos fragmentos sólo fungen

como antesala para la consagración de lo excéntrico en el relato de Emar, ya

que, más adelante, los personajes observan arriba de un olmo cómo una de

las leonas se escapa e ingresa al sitio en el que picotea un avestruz, momento

en el que tiene lugar una inusual contienda:

Entonces, al primer contacto con la fiera, la avestruz abrió desmesuradamente el pico y nosotros, atónitos, con los ojos desorbitados, pudimos contemplar desde

13

Ibid., pp. 53-54. 14

Ibid., p. 56.

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nuestro observatorio, el hecho más asombroso que hayamos nunca contemplado. El avestruz, repito, abrió desmesuradamente el pico, como jamás yo hubiese pensado que un avestruz pudiese abrirlo y la leona, la terrible leona, precipitada como el

destino, se precipitó dentro de él y en una milésima de segundo desapareció.15

Pasados varios minutos, el avestruz levanta las plumas de la cola, muestra su

esfínter dilatado y defeca a la leona. Sin embargo, ésta no resurge como

materia triturada e inerte; al contrario, está viva, pero sin piel, pues el

avestruz hace con ella una cálida cobija: “El ave entonces volvió hacia atrás

su largo cuello, introdújose el pico, cogió la piel de su víctima y con admirable

maestría la sacó. Luego la extendió por la tierra, con sus dos grandes pezuñas

la aplanó debidamente y acostándose a lo largo de una mitad se cubrió hasta

las narices con la otra y cerró los ojos.”16 En el pasaje del zoológico, así como

en muchos otros fragmentos de Ayer, es posible observar uno de los

mecanismos narrativos predilectos de Juan Emar: la ruptura del ordo

naturalis del mundo, gracias a la irrupción de lo absurdo y lo grotesco,

categorías que, aunadas a la precisión paródica del discurso, dan como

resultado una serie de escenas irrisorias y desconcertantes.

Aunque Un año y Ayer son obras en las que lo estrafalario constituye

uno de los principales aspectos estilísticos, es en Miltín 1934 donde Emar

lleva dicho procedimiento hasta sus últimas consecuencias. Esta novela

implica un laberíntico discurso transtextual que, además de innumerables

historias intercaladas y de la cohabitación de diversos géneros escriturales,

contiene varias alusiones burlescas, tanto a textos como a estudios literarios.

Una y otra vez el autor ficticio se encarga de expresar su rechazo hacia el

15

Ibid., p. 61. 16

Ibid., p. 64.

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color local, que debe incluir la literatura; sin embargo, su mayor aversión se

dirige hacia la institución de la crítica literaria pues, para el personaje, los

señores críticos padecen “«El miedo negro de equivocarse». Entonces se

escribe un articulito con puertecitas de escape para todos lados”. 17

Considerando esta dificultad en el estudio de las letras, el personaje escritor

propone una nueva forma de ejercer tal oficio: “Cada señor crítico escribirá

única y exclusivamente, entiéndaseme bien, única y exclusivamente, sobre

aquellas obras que le hayan entusiasmado, locamente entusiasmado, o bien

que le hayan horripilado hasta las náuseas. Y silencio total sobre todo lo

demás.”18

Pero además de asuntos literarios, en Miltín 1934 también se abre un

espacio para la parodia de acontecimientos históricos, particularmente de la

lucha que el ejército liderado por Pedro de Valdivia entabló contra los

mapuches. Dicha guerra de conquista, que tuvo lugar durante el siglo XVI, es

recreada por la imaginación emariana de manera sumamente anacrónica,

pues, como menciona el autor ficticio de esta novela, “Durante seis horas

rugieron cañones, ametralladoras, fusiles, carabinas, morteros, bombas de

mano y pistolas automáticas. Durante seis horas, los grandes tanques, como

hipopótamos, se sumergían en las aguas del Puangue [...], los gases

lacrimógenos [...] cubrían al enemigo [...]. Y durante seis horas, desde arriba,

desde su avión, el mayor Ángol orinó profusamente sobre las filas

araucanas”.19

17

Ibid., p. 151. 18

Ibid., p. 154. 19

Ibid., p. 173-174.

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Frente a una escritura tan heterogénea y estrafalaria, resulta imposible

establecer una conexión lógico-causal entre los diversos pasajes de la novela,

pues, sin miramiento alguno, el autor ficticio salta de un tema a otro,

entremezcla la realidad con la ficción y establece relaciones inusuales entre

los acontecimientos, que sólo son válidas al interior de su discurso. Dicho

rasgo es prueba de que para Juan Emar el espacio literario no cuenta con

prohibiciones o demarcación alguna; al contrario, constituye un lugar

imaginario en el que nada es imposible. Tal planteamiento es demostrado

por el autor ficticio cuando refiere un hecho jocoso de su pasado: “Hace

tiempo, mucho tiempo, tanto tiempo que no creo que haya números

suficientes para contar los años que han transcurrido desde entonces hasta

hoy, era yo un mosquito.”20 Más adelante, el personaje describe tres vuelos

fantásticos, pero ya no como mosquito, sino como ser humano y a bordo de

un avión con cualidades fuera de lo común. Si bien en el primer y segundo

vuelos la altura alcanzada por la aeronave es desmedida, en el tercero rebasa

todo límite de lo física y humanamente posible:

Y aquí el capitán dio a su aparato un empuje tal que por largos minutos tuve el estómago en los pies. La Tierra, abajo, se convirtió en una bolita no mayor que una pelota de tennis. La Luna era junto a ella una pelotilla de miga de pan. Las estrellas quedaron iguales.

[...]. Mi primera pregunta fue:

¿Dónde estamos? Me respondió:

En los espacios interplanetarios.21

20

Ibid., p. 231. 21

Ibid., p. 237.

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Sin temor a exagerar, la experiencia del lector ante los textos emarianos

puede ser igual de absurda, extraordinaria y desorbitante como el paseo

interplanetario del personaje, pues en la escritura de este autor no hay lugar

para los límites impuestos por la razón, menos aún para lo que dictan los

cánones literarios. Sin embargo, como sucede con todo texto artístico, la

obra debe contar con leyes que la estructuren y la gobiernen. En el caso de la

literatura emariana, lo estrafalario constituye uno de los principios rectores,

quizá el único o el más importante de aquellos universos tan desconcertantes

y extraños. Al respecto, en el texto “El pájaro verde”, perteneciente a Diez,

volumen de cuentos publicado en 1937, hay una frase que bien podría

condensar el legado de Emar a sus lectores: “tendió sobre nosotros un hilo

de flexible entendimiento con cabida para toda posibilidad.”22

Autor disparatado, que se debate entre la fidelidad al detalle y los

desvaríos narrativos, Juan Emar hizo de lo extraño, más que un estilo o tema

de escritura, una forma de ver el mundo y, por tanto, de acercarse al

quehacer literario, ya que, como afirmó su coterráneo Pablo Neruda, “sépase

que este antecesor de todos, en su tranquilo delirio, nos dejó como

testimonio un mundo vivo y poblado por la irrealidad siempre inseparable de

lo más duradero.”23

22

Ibid., p. 292. 23

Neruda, Pablo. “J. E.”, en Juan Emar. (1917). Diez, “J. E.” de Pablo Neruda, Santiago: Editorial Universitaria, p. 10.

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BIBLIOGRAFÍA

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