José Garibaldi Soto

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7/24/2019 José Garibaldi Soto http://slidepdf.com/reader/full/jose-garibaldi-soto 1/37  1 José Garibaldi Soto El don de gente  José Garibaldi Soto Degnis Romero  José Garibaldi Soto, es un personaje humilde y sencillo de gran calidad humana; un virtuoso del trabajo sazonado con abundantes dosis de compromiso, dedicación y entrega; un tucupidense excepcional, nacido el 27 de septiembre de 1933, que ha cultivado, en su fructífera existencia, elevados principios y valores espirituales e intelectuales, destacándose por su apego a la cultura, la poesía, la historia y la crónica de las costumbres y tradiciones de su pueblo; todo un caballero de sonrisa sincera y proverbial don de gente, que goza de alta estima por su nobleza, hidalguía, probidad y jovialidad.

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José Garibaldi Soto 

El don de gente 

 José Garibaldi SotoDegnis Romero 

 José Garibaldi Soto, es un personaje humilde y sencillo

de gran calidad humana; un virtuoso del trabajo sazonado

con abundantes dosis de compromiso, dedicación y entrega;

un tucupidense excepcional, nacido el 27 de septiembre de1933, que ha cultivado, en su fructífera existencia, elevados

principios y valores espirituales e intelectuales, destacándose

por su apego a la cultura, la poesía, la historia y la crónica de

las costumbres y tradiciones de su pueblo; todo un caballero

de sonrisa sincera y proverbial don de gente, que goza de alta

estima por su nobleza, hidalguía, probidad y jovialidad.

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La historia menuda y cotidiana de Tucupido ha quedado

plasmada en sus ojos y en su prodigiosa memoria, de la cual

se extraen ingentes cantidades de episodios correspondientes,

la mayoría, a los años cuarenta del siglo XX, para volcarlos en

estas páginas con ciertas limitaciones, ya que es complicado

expresar en prosa el sabor y el calor con los que condimenta

su narrativa, manifestada ésta con la desenvoltura adquirida

en sus largos años de radiodifusor.

Describe hechos, vivencias y anécdotas de la época con

la precisión de un reloj suizo, convirtiéndose en una máquina

de movimiento perpetuo; una fuente inagotable de referencias

narradas una tras la otra como el fumador empedernido que

enciende un cigarro con la colilla del que acaba de consumir.

Las pocas lagunas las rellena casi de inmediato con una

expresión que lleva su sello personal: –  ¡Déjeme que rebobine!,

 y al instante resuelve de una forma peculiar que suena como

“ música y poesía de la ingrimitud de una bandola, con un

bordoneo de rumor de aguas lejanas ”, Héctor Rago, dixit.

Es hijo de Josefa Antonia Soto y Carlos María Guaita,

un personaje que asumió el arriesgado oficio de dinamitero,

trabajando con los sismógrafos antes de entrar en producción

la compañía Venezuela Atlantic, bajo las órdenes de “Mister

Kincaid”, un gringo alto de unos 150 kilos a quien la gente se

acostumbró a llamar King Kong, porque era “una maraca de

hombre ”. Trabajaban haciendo picas hacia Palo Sano, Cerro

Grande y El Guasdual, cargando con la obligación de vigilar

el “parque explosivo”,  lo que resultaba un peligro con riesgo

de vida. También le tocó cuidar un sismógrafo ubicado en Las

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Marías, acompañado por una perrita realenga que se había

encariñado con él y a la que llamaba “Centinela”. Una noche

sintió un penetrante olor a camaza y supuso que era Tío Tigre

rondando las cercanías por lo que puso pies en polvorosa

encerrándose en el camión. A los pocos minutos llegó el tigre

 y en lo que canta un gallo dispuso de Centinela, dejándolo sin

compañera. Cuenta que Don Carlos, le confiaba sus ahorros

semanales o quincenales a una especie de banco que tenía

Don Francisco “Pancho” Jaramillo, en su negocio de víveres,

quien con cada “depósito” le extendía un “recibo”  que era

relacionado por Don Carlos en un cuadernito que fungía de

“libreta de ahorros”. Ese cuadernito iba y venía al negocio de

Don Pancho cada vez que hacía falta algo en la casa, y servía

para llevar registro de esos movimientos en un ambiente de

alta confianza (al parecer, Don Pancho Jaramillo, funcionaba

como J.P. Morgan en Tucupido). Cuando Don Carlos se retira

de la compañía, los ahorros le sirven para montar su primera

bodega en la esquina de las calles Páez c/c Pariaguán, frente

a la casa de Doña Inocencia Cabeza. Ese local luego fue sede

de dos alpargateros: Rafael Pérez (hermano de Marignacia – de

reciente partida a los 91 años – , esposa de Saturnino Cabeza,

dueño de la bodega “Las Quince Letras”), y Rito Solórzano,

hermano del popular José Rafael alias “Burrica”. Don Carlos

mudó “Guatopito” a la esquina “San Pablo”, de calles Zaraza

 y Páez. Se veía la placa de “Expendio de Licores” y era famoso

porque preparaba un amplio surtido de brebajes y menjurjes

a base de caña clara condimentada con fregosa, hierbabuena,

cilantro, conchas de naranja, guásimo, ponsigué, píritu, etc.

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Por otra parte, recuerda tres bodegas “El Sapo” que tuvo

Don Pedro Ramón “Rancho” Risso “El Indio”: en la esquina de

la calle Zaraza c/c Guaicaipuro, luego en la esquina “El Saco”

calle San Pablo c/c Páez y, la más famosa, en el barrio “El

Molino”, por tener el primer radio de la zona. Se escuchaban

las ondas hertzianas de Radio Difusora Venezuela, con el

programa “Panorama Universal”, que transmitía noticias de la

Segunda Guerra Mundial, y la gente, preocupada, hablaba de

construir huecos en la tierra para tener dónde meterse en

caso de que el conflicto llegara a esos lares (Doña Alída de

Romero, decía que la gente se arremolinaba enfrente para

escuchar, todas las tardes entre 1949 y 1950, la radionovela

“El derecho de nacer”, por Radio Continente, con Albertico

Limonta, Mamá Dolores y un elenco estelar).

Cuenta también que es el bordón de seis hermanos,

cuatro hembras y dos varones: Josefa Antonia “La Cariba”,

Héctor Servideo “El Negro”, Lina Rosa, Zoila Providencia, Sara

 y él que se autocalifica como “La última cuerda ‘el arpa” .

Desde los tempranos años cuarenta se destacó como

mozalbete cargador de agua en burro de las lagunas Rivero y

Pilatos, esta última quedaba detrás del aeropuerto buscando

hacia Acapralito. Estaba cercada con alambre de púas y tenía

un “falso” que fungía de puerta; contaba  con tres frondosos

samanes en el tapón y con agua cristalina, exclusiva para el

consumo humano, todo ello en un ambiente paradisíaco lleno

de paraulatas, turpiales y ardillas. La custodiaba con mucho

celo y armado con un “mandador” Don Nicolás Flores. Por si

esto fuera poco, había unas babas negras muy bravas que

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ahuyentaban a cualquier intruso que se le ocurriera nadar a

sus anchas. Para sacar el agua, Don Nicolás había construido

unas trojas dentro de la laguna desde donde se podían llenar

los barriles sin tener que meter los pies para ensuciarla. El

“compai” Nicolás era un gran mascador de tabaco, vicio que

explotaba Garibaldi para conseguir agua sin problemas, ya

que siempre llegaba con “media cuarta ”. Cuando Don Nicolás

lo veía exclamaba: –  ¡Ahí viene el compai, si no trae el tabaco

no lleva el agua!   Adicionalmente, tenía sembradas unas 50

matas de ciruela. Cuando llegaba la época de cosecha, en

marzo, venía a Tucupido a venderla con dos sacos montados

a ambos lados del sillón, en una burra morada que tenía.

“Media cuartilla”, que era una totuma de ciruelas, valía un

real y las vendía sacándolas por turno de cada saco para ir

emparejando la carga. También era criador de gatos. Una vez

Pedro Camero, gran jugador de dominó y de bolas criollas,

para “mamarle gallo”, le dijo que había un tipo de Caracas

que quería comprarle veinte gatos a tres bolívares cada uno.

Cuando Don Nicolás se apareció con varios sacos llenos de

gatos, Camero le dijo que la condición era que debían tener

los ojos negros (a sabiendas de que no existen gatos así). Don

Nicolás y que dijo: –  ¡Esta vaina no se le echa a un hombre! , y

fue a buscar el “mandador” que había dejado en la burra que

estaba amarrada a un cují en una esquina del Grupo Escolar

“Narciso López Camacho”. Cuando Camero se dio cuenta se

perdió en una carrera. La “gracia” le salió cara ya que cada

vez que el contrario iba perdiendo le decía: ¡Ahí viene Nicolás

Flores!  Entonces tiraba las piedras y se daba a la fuga.

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 También cuenta su faceta como ayudante, desde los

ocho años, de los arrieros de burros que llegaban a una de

las tres posadas que en esos años coexistían en Tucupido, la

de su “comadre”  Amelia Betancourt, en la esquina de las

calles Guaicaipuro y San Pablo. Cada vez que escuchaba el

campanilleo se iba a la posada a echar una mano, tarea que

era retribuida con una camaza de productos. Dichos arreos

se componían de nueve burros, donde destacaban el primero

“puntero” o “campanero”, que llevaba la campana, y el último

o “culatero”. Los arrieros más célebres eran: Jesús “Chucho”

Pérez, Francisco “Pancho” Rangel  y Chencho Orsini, esposo

de Manuela Porras, hermana de la popular “La Negra” Porras 

(María Ygsolina). El principal intercambio comercial era con

Valle de Guanape, pueblo del estado Anzoátegui desde donde

traían mercancías como: Casabe, quinchoncho, mapuei, café,

cacao, etc., que eran distribuidas en las bodegas del pueblo

gracias a los contactos que hacía Don Simón Pulido, el padre

de Pepino quien después tuvo una venta de repuestos en la

calle Ricaurte, frente a la actual Botiquería. Los burros eran

llevados al potrero de José Isabel Vergara “El Coriano”, que

quedaba fuera de los linderos del pueblo, hacia el extremo

norte de la calle Libertad. El alquiler normal era un medio por

cada burro, pero a Don Coriano le pagaban un bolívar con la

condición que no hubiera ni una sola burra por esos lados,

esto para evitar que aquellos burros bien cuidados, bonitos y

“maiciaos”, se trasnocharan tratando de ganarse los favores

de cualquier burra cercana, ya fuera peleando entre ellos o

malográndose con los alambres de púas. En el recorrido de

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regreso, los arreos iban cargados con telas de las tiendas: “La

Indiecita” de Otto Arruebarrena, que quedaba diagonal con el

actual Banco Bicentenario; “La Nueva Era” de  Antonio José

Guevara, en la esquina de la “Casa de Alto” calle Ricaurte c/c

Ribas, donde Manuel Acero, padre de “Pablito”, abrió el “Hotel

 Tamanaco” pionero en Tucupido; “La Tijera Mágica” de  Juan

Robles Muñoz, en la calle Sucre c/c Roscio, junto al Tribunal;

“La Casa Blanca” de Reinaldo Torrealba (después fue de José

Ramón Guacarán), en la misma esquina anterior, diagonal al

 Tribunal, etc. Los arreos llevaban además productos exóticos

tales como: perfumes “Ramillete de Novia”, “Khalifa” y “Tabú”,

talco “Sonrisa”, aceites de jazmín y de coco, etc. Esta posada

era célebre por sus “Velorios de Cruz de Mayo”, capitaneados

por “Chicho”  Soto, Ernesto Vidal, “Papita” Martínez, Manuel

Vidal y José Rengifo. Pastor Camejo, era el rezandero y quien

montaba el Calvario donde era llevado el Sepulcro en Semana

Santa. Dice: –  E n mi casa tengo el bongo “caratero”  que era de

mi comadre Amelia, con capacidad de una carga de barril .

Otra posada era la de Devota Barrios, en la esquina de

la plaza donde después estuvo el Teatro Ribas, con entrada

por la calle Gabante y donde se amarraban caballos y mulas

de agentes viajeros que venían de Caracas y que trabajaban

con corporaciones como Boulton, Beco Blohm, Eduardo Zing,

 Tamayo, Laboratorios Behrens y Bayer, etc. Antoniote, era el

muchacho encargado de llevar las monturas al potrero de

Don Pedro Barrios, esposo de Doña Devota, que quedaba

hacia la salida de Mamonal. Refiere una anécdota de José

Francisco Torrealba (sabio santamarieño graduado en la UCV

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de doctor en ciencias médicas mención Summa Cum Laude,

en 1923, y pionero en la lucha contra el “Mal de Chagas”

desde 1934): En una oportunidad el doctor estaba sentado en

el zaguán de la entrada a la posada cuando llegó un agente

de Boulton, de esos que “se daban una bomba ” ataviados con

camisa y pantalón de kaki, botas altas y sombrero de corcho,

 y, sin conocerlo, le ofreció dos bolívares para que le llevara el

caballo al potrero. El médico acepta y se pone de acuerdo con

Antoniote para llevar el caballo. Después de un rato, el tipo se

impacienta y le explica la situación a Doña Devota quien se

pone las manos en la cabeza y le dice que ese “muchacho” es

nada más y nada menos que la eminencia de médico. Al poco

rato el tipo lo vio llegar y, todo apenado, salió a decirle:  –  Yo

no sabía quién era usted. ¡Discúlpeme doctor!  Sin inmutarse,

el médico replicó: –  ¡Ningún “doctor”! ¡Págueme mis dos bolos!  

Del extenso anecdotario acerca de esa famosa posada

saca a relucir esta: Había un solar grande con un “escusao”

de tierra al aire libre. Cuando alguien tenía una “necesidad” le

decía a Doña Devota y esta le suministraba el combo de rutina

que consistía en dos o tres tusas para limpiarse y un garrote

 para espantar a los cochinos .

La tercera posada era la de Dolores Prado, en la esquina

“El Recreo”, calle Ayacucho c/c “El Jalón” (después Sucre),

cerca de la esquina “La Quinta”, calle Trincheras c/c Sucre.

Narra sus andanzas como guatanero del pescador Pablo

“Pablito” Acero, encargado de meter las guabinas, los buscos,

los bagres y los corronchos en el guatán, porque los sabrosos

 y escasos “tigritos” los apartaba para su consumo personal.

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La pesca la realizaban días antes de la “Semana del Concilio” 

(semana antes de Semana Santa, que se denomina en el llano

como la “de buscar comida”), en los abundantes pozos que se

formaban en el río Tamanaco, que para esa época del año se

cortaba por no contar con caudal alguno.

Iban armados de atarrayas y maras, en conjunto con las

varas de membrillo que eran cortadas en el sitio y que servían

para “apalear” el pozo de forma tal que salieran los peces de

las cuevas o solapas que se formaban en los cauces del río.

Los más visitados eran: “Pozo Amarillo”, “Pozo Redondo”, “Las

Piedrotas”, “El Candil”, “El Cantón”, “El Caimán”, “El Caribe”,

“Pozo Negro”, “Pitahayal”, “La Mariquita” y “Los Palotes”. A la

hora de comer era un compartir con todos los integrantes de

la pesca, capitaneada por Pablito, donde no faltaba ocumo,

ñame, topocho, yuca, cilantro, y otros condimentos. Para las

2 o 3 perolas de sancocho se usaban latas de aceite de 18

litros, que eran preparadas en las barrancas del río por los

cocineros Manuel “Papita” Martínez y Ernesto Vidal.  Otro

detalle que entusiasmaba la pesca era el accionar de expertos

amarradores de babas, que se “margullían” a buscarlas en las

solapas del río. Estos eran unos “encantadores de babas”, ya

que para cazarlas comenzaban rascándoles la barriga, luego

las iban sobando hasta que les ponían el lazo de guaral para

amarrarles el peligroso hocico. Después venía el espectáculo

del pataleo de las babas mientras las sacaban del pozo, para

luego caerles a palo con astillas de leña. Dicha actividad era

realizada por individuos con coraje, maña y riñones, entre los

que aparecían: Eladio Villegas, Torito Moreno, Nery Celestino

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Parra (Gobernador del Guárico, 1986 – 1987) y Marcel Rey “El

Gordo”, mecánico hijo de Charlotte (reseñado más adelante).

A la pesca iba gente de El Guasdual, La Fortuna, El Dos

 y del pueblo, prefiriéndose los pozos del área de La Palmita.

Nunca presenció un accidente en que a algún “babero”

lo mordiera una baba, excepción hecha de alias “Franciscote”

quien llegó de curioso (a entrepitear, sin bajarse del burro),

por lo que Pablito le comenzó a dar casquillo:  –  ¡Te bajas o te

vas! , le decía. Llegó hasta a decirle que no se bajaba porque

andaba “enmonao”,  acepción vulgar que no se detalla aquí,

aclarando que no es “la utilizada para definir el estado de una

 persona después de haber usado drogas ”. Lo cierto es que el

tipo se bajó del burro, metió los pies en el pozo e ipso facto  lo

mordió una baba. Se censuran las letanías del fulano.

En cuanto a Charlotte Rey, recuerda que fue un francés

que, según decía, había acompañado a su compatriota Henri

Charriere “Papillon”, en la fuga de “La Isla del Diablo” la más

pequeña de las “Islas de la Salvación”, que fungía como penal

francés en Cayena, Guayana Francesa, y adonde habían sido

confinados desde París, en 1933 (la trama completa se puede

encontrar en el libro “Papillon”, editado en 1969). Después de

esa odisea llega a Tucupido al sector “Los Caros”, por los

lados de “La Romana”, donde se desempeña como un herrero

del oeste gringo, con yunque, martillo y fragua, construyendo

puertas, ventanas, hierros para herrar ganado, alcayatas, etc.

Después se muda al pueblo y monta un taller mecánico en la

esquina de las calles Gabante y Páez. Una de sus costumbres

que llamaba la atención era llegarse, temprano en la mañana,

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al negocio del papá de Garibaldi para tomarse dos “medios

cuartos ” de aguardiente con fregosa, especial para matar las

lombrices; luego desayunaba en su casa y acto seguido iba al

bar “La Cita” donde se  bebía dos medias jarras de cerveza

“Caracas”, mientras se fumaba un cigarrito con la parsimonia

propia de quien disfruta el ambiente de un café parisino. Una

vez libado el último sorbo, ponía rumbo hacia el taller a dar

inicio a la jornada. No pasaba desapercibido por su aspecto

caucásico y rostro hirsuto; un catire de ojos verdes a quien le

gustaba usar alpargatas, pero se las ponía como cholas.

Estando en eso sale a relucir el tema de la escuela para

niñas “Dr. Pedro María Arévalo Cedeño” (ubicada diagonal al

taller de Charlotte). Su primera directora fue Graciosa Armas

Arveláez, primera Normalista de Tucupido, sucediéndole René

Medina, de Altagracia de Orituco y Dilia Gómez, de Zaraza. El

epónimo de la escuela era ese ilustre médico vallepascuense

(1870-1936), miembro de la Academia Nacional de Medicina,

quien desarrolló el medicamento “Vencedor del Paludismo”,

para combatir la malaria.

De las múltiples facetas de Garibaldi, una de las que le

ha dado mayor realce, desde sus años de mozuelo, ha sido

como declamador de mil tarimas. Desde muy temprana edad

incursionó en los Actos Culturales del Grupo Escolar “Narciso

López Camacho”, recitando poemas de su ídolo el zaraceño

Ernesto Luís Rodríguez, tales como: Rosalinda, Guariqueñita,

Aquella Noche y Echando Cocos. Más tarde fue tomando por

asalto otros espacios tales como: la plaza Bolívar, la plaza

Ribas, el Grupo Escolar “Félix Antonio Saá”, la escuela “Luis

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Guglietta Ramos”, la Casa de la Cultura “Rafael Rengifo”, la

“Casa del Ganadero”, la Logia “Aurora de la Paz”, y diversidad

de fincas como “Mochuelo” de Pedro Gómez o “San Rafael” del

doctor Elías Solórzano, acompañado siempre de arpa, cuatro

 y maracas, y acicateado por el privilegio de haber oído recitar

varias veces a Rodríguez (p. ej. en el solar de Doña Devota, en

el patio de la “Casa Blanca” de Don Reinaldo Torrealba, etc.),

quien solía visitar a su amigo tucupidense (el afamado poeta,

arpista y cantante) Rafael Vidal, en la casa ubicada frente al

Samán de San Pablo, por donde pasaban personajes de alto

coturnio, como: Ubencelao Gutiérrez, Carlos Manuel Santos

(ganaderos de Zaraza), y el temible Nicolás Felizola, en su

Cadillac negro de media cuadra. Don Rafael Vidal, los recibía

con una copla a flor de labios, como esta: Ay, mi vida/Ay, mi

amor/No puede vivir en el mundo/quien sufra del corazón . Por

ahí se tendía, y todos le retribuían con fajitas de billetes que

deslizaban al bolsillo de su camisa. Siempre se lucía, sobre

todo en las trascendentales visitas que le hizo al pueblo el

Presidente de Venezuela (1941-1945), general lsaías Medina

Angarita. Lo mandaban a llamar y él acudía presto a brindar

su talento al ilustre visitante. Garibaldi, por su parte, roció

con su arte a muchos otros pueblos tales como: Valle de la

Pascua, El Sombrero, Altagracia, Ortiz, Camaguán, Maracay,

Maracaibo, Cantaura, Tucupita, Valle de Guanape (población

con la que comparte su amor al 50% con Tucupido), etc.

Desde muchacho sintió también una profunda devoción

 y una gran vocación por la poesía. Se declara apasionado por

la poesía naturista, como la que aprendió Teresa de la Parra:

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“una pintura poética de las cosas sencillas ”, porque le permite

dibujar el paisaje de su tierra, las estampas del llano con sus

caños y lagunas, pajonales y matorrales, etc.

Cuenta con una considerable colección de versos, donde

destaca su predilección por las décimas, estrofas compuestas

por diez versos octosílabos con rima consonante. Es la misma

“Espinela” de Vicente Espinel (1550 -1624); los versos riman el

 primero con el cuarto y el quinto, el segundo con el tercero, el

sexto con el séptimo y el décimo, y el octavo con el noveno .

Cada evento o festividad ha sido motivo de inspiración

para componer un poema; no obstante, se declara contrario a

versos por encargo. En alguna oportunidad le han solicitado

poemas para novias lo cual rechaza porque piensa que eso es

algo muy íntimo:  –  ¿Cómo me va a inspirar la novia de otro?

Luego acuña: “La poesía camina conjuntamente con la historia

de los pueblos ”. S u amigo y hermano Luís “Chito” Hernández,

lo acosaba con un contrapunteo permanente de preguntas en

verso que exprimían la musa de Garibaldi. El poeta Chito, era

además un excelente guitarrista que fundó el “Trio Tucupido”

con Pedro Arévalo “Papaya” y Nardo Velásquez en el requinto. 

Ellos dos marcaron la pauta a través de una carta que

redactaron, sentados en el tapón de la represa “Jabillal”, para

que la fundación “Amigos del Narciso López Camacho” diera

inicio a los “Encuentros de Poetas y Poetisas” en Tucupido. 

Desde corta edad sintió una gran afición por el coleo.

Cuenta que asistía a “coleaderas de toros” o “toros coleados” 

en las fiestas de San Rafael Arcángel, 24 de octubre, y las de

Santo Tomás Apóstol (patrono de Tucupido), 21 de diciembre,

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en la calle “El Jalón”, adornada con bambalinas y trancadas

las bocacalles con tambores y varas de guasdua amarradas

con mecate. Allí se extasiaba inmerso en un sopor idílico,

soñando ser el protagonista de una epopeya mitológica en la

que jineteaba uno de los caballos y tumbaba los toros.

Lo embriagaba el esplendor y el colorido de esas fiestas:

el pueblo volcado de bote en bote, muchachas bien pintadas

portando largas clinejas, faldas de zaraza y las cintas para los

coleadores que hicieran coleadas efectivas. Ya de adolescente,

se la pasaba pidiendo caballos prestados para escabullirse

hacia la manga. No tuvo un caballo propio sino hasta llegar a

adulto. Narra que Adolfo Ríos, quien trabajaba en el fundo de

Isidoro Hernández, en Caño Negro, vía Las Palmas, le vendió

un hermoso caballo al que le puso “Lazo Amarillo”, diciéndole

que tenía la mala maña de corcovear si se dejaba pasar varios

días sin montarlo. No le hizo mucho caso a la advertencia, ya

que pasó un buen tiempo cuidándolo y consintiéndolo, como

niña bonita, hasta que se dio cuenta del descuido e invitó un

día a “El Negro” Sáez, quien era presidente del club de coleo,

con la intención de que le amansara el caballo. No le funcionó

esa estrategia porque Sáez insistió que fuera el dueño quien

lo montara, dando como resultado dos caídas en los primeros

dos intentos, con la suerte que estas fueron en un terraplén

que había frente a su casa. En vista de los percances, Sáez le

recomendó que, al montarse, le cruzara el pescuezo al caballo

de lado a lado con la rienda, cosa que hizo hasta conseguir

estabilizarlo. Acto seguido se fue a recorrer el pueblo, con la

buena suerte que se topó con Inocente Ledezma, llanero de a

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caballo, a quien se lo prestó y, al rato, se lo devolvió serenito.

Sin embargo, con Lazo Amarillo nunca pudo colear un toro.

Un “Día de las Madres” llegó a la manga y se topó con

sus amigos los hermanos Freddy y Adolfo Risso, quienes le

prestaron a “Neblina”, extraordinario caballo cano rosado que

había sido entrenado para lucirse con maestría en mangas de

coleo. Cuenta que: –  ¡Ese caballo parecía un Mercedes Benz!  

Manuel Arveláez, el papá de Carlos, le decía: –  Garibaldi,

te pusiste en un caballo bueno. Si no tumbas un toro con ese

caballo no vas a tumbar uno nunca en tu vida .

Resume su trayectoria de coleador hasta ese momento

con estas palabras:  –  Yo  más de una vez le jalé el rabo a un

toro. Me “ empatucaba ”  la mano ‘e  bosta , pero no lo tumbaba. 

Lo cierto es que cuando dijeron: ¡Cacho en la manga! , se

“ajiló” con “Neblina”. Narra: –  Ese caballo iba “montao” arriba

‘ el toro como burlándose de mí diciendo:   –  ¡Agárralo! ¡Es tuyo!

Ni corto ni perezoso, le templó el rabo al toro y lo llevó hasta

la tribuna donde le dio la voltereta. Dice: –  De la emoción tan

grande me zumbé del caballo, salí corriendo y me subí a la

tribuna con las manos al cielo, agradeciéndole a Dios que ¡por

 fin! había tumbado un toro después de tanto tiempo.

De esa hazaña fueron testigos los insignes coleadores de

Valle de la Pascua: Luís Campagna Méndez, Luís Campagna

Oropeza, los hermanos Oropeza Fraile: Antonio, Efrén, Rafael,

 José y Manuel “Palo de hombre”, etc. Los mejores del pueblo

se listan en el “Catálogo del Patrimonio Cultural”, así: “ Simón

Ledezma, José Arrebarruena, Ramón Iroba, Tomás León,

Celestino Seijas, Juan Antonio Hernández, Garibaldi Soto,

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Gilberto Silveira, Gabriel Paciffici y Alejandro Brito, Campeón

Nacional de coleo ” , algunos de los cuales estaban allí ese día.

Al final de la tarde, la gente le metió casquillo para que

fuera a celebrar el acontecimiento en “La Casa del Ganadero”,

algo equivalente al “Hoyo en uno” del golf que se celebra en el

“Hoyo 19”. En total fueron 50 cajas de potes de cerveza Zulia

que distribuía “El Negro” Cabeza, hijo de Doña Inocencia.

Al llegar, amaneciendo, le tocó dormir en el zaguán de

su casa, pero la euforia hizo que pagara gustoso las cervezas

 y el regaño. Con ese único toro que tumbó en su vida, bastó y

sobró para quedar inmortalizado en dos coplas que le sirven

de corona de laurel y halo mítico, premios a gesta apoteósica:

“El Coleo En Tucupido”, de Luís Rafael Pérez Guevara, en voz

de Orlando Ramos y “Coleadores De Tucupido”, de Carlos

Milano Peña, interpretada por José “Catire” Carpio: 

El recuerdo es la medidaRamón Iroba, del atardecer remoto

Cuando Garibaldi SotoTumbó aquel toro, única vez en su vida

 También aprovechó el grato episodio para fotografiarlo

en unas décimas de su autoría: “Neblina y mi primer toro”. 

Atrás habían quedado momentos amargos y “arrastrones” en

la manga como la gran caída del caballo “Llamarón”, cuando

lo sacaron inconsciente por debajo de los tubos y lo echaron

como un cochino en una pick-up para llevarlo de emergencia

al hospital “Ernesto Díaz Vargas”. Lo cuenta de milagro.

Paralelamente, habla de su afición por la tauromaquia,

el arte de lidiar toros. Desde muchacho se metía con trapos

coloraos en “ Jobalito”, fundo de Alejandro Rodríguez Guzmán

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(Gobernador del Guárico, 1972), formando parte de una tropa

de rapaces compañeros de faena tales como: Rafael Arveláez,

hijo de Eliano Arveláez, Homero Infante (novillero graduado

en la Escuela Taurina “Rafael Cavalieri”), y Raúl Ainaga, otro

novillero profesional y pioneros de la lidia en Tucupido. Más

tarde, coparían la escena León Espinoza, hijo de “Meneque”,

graduado en España, y el célebre Celestino Correa.

La pasión taurina ha hecho bullir su vena poética. Ha

escrito pasodobles en homenaje a Paquirri, Manolete, Curro

Girón, Marco Antonio Girón, Maestranza Cesar Girón, fiesta

“La Candelaria” de Valle de la Pascua, y Cesar Girón, el cual

le puso a vibrar su fibra musical, componiéndole la música:

Yo quiero que en VenezuelaSe evoque ese gran toreroY se diga con gran orgullo

Viva que viva Cesar Primero

Tienes un pase giganteLlamado La Girondina

Te encuentran lleno de arteValor con gloria y gracia genuina

Cuando sales a la plazaSiempre quieres triunfarY al bravo de Guayabita

Oreja y rabo has de cortar

Torero de VenezuelaFamoso en el mundo entero

Por eso siempre serásSiempre serás: César Primero

¡Olé!

Por si fuera poco, narra el episodio de cuando trataron

de levantar la plaza de toros “Arenas de San Pablo”, en el

solar de su comadre Amelia. Consiguieron unos tablones del

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primer piso de la Casa de Alto, de Chicho Barrios, y se dieron

a la tarea; pero un día Severita Puro, hija de Celestino Puro,

le avisó que lo buscaba la policía. Era la época de Marcos

Pérez Jiménez. Resulta que el prefecto Rincones se enteró del

asunto y comisionó al comandante Rodríguez (un gordito muy

parecido al dictador) para que les enviara un oficio citatorio

con Ramón Campos y Polibio, dos policías analfabetas, para

que se presentaran de inmediato en la prefectura. Al llegar les

dijeron que estaban construyendo una plaza de toros sin el

debido permiso de la autoridad competente y que tenían 24

horas para desmantelarla, dicho en estos términos:  –  Si no la

tumban, vendrán a celebrar en los calabozos de la prefectura .

Otra actividad que le ha significado una extraordinaria

popularidad  ha sido la de comunicador social. Pertenece al

staff de la emisora AMIGA 104.1 FM desde su fundación en el

año 2002, conduciendo dos programas de corte costumbrista:

primero “Así se hablaba en el llano” y luego “Por los caminos

de Ribas”, transmitido los domingos de 8 a 9 de la mañana.

Ha realizado cientos de programas cuyo contenido constituye

un valioso legado entreverado con el acervo histórico-cultural

de Tucupido, que refleja la identidad del pueblo manifestada

en sus costumbres, hábitos y tradiciones.

La recopilación de dicho material es una tarea que debe

emprenderse a fin de que las actuales y futuras generaciones

cuenten con un instrumento referencial que les sirva de guía

donde consultar el testimonio fundamental de una época.

El eslogan del espacio está a tono con su pasta poética:

Por los caminos de Ribas/Galopa la poesíaLlevando paz y alegría/Para que tú la recibas

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Se agrega el enlace de una transmisión como ejemplo de

las clases magistrales con las que obsequia a su audiencia, y

donde tuvimos el honor de compartir como invitado:

http://www.goear.com/listen/d53bb44/por-caminos-ribas-

garibaldi-soto 

La cosa pica y se extiende. Este polifacético personaje es

además Cronista Oficial del municipio José Félix Ribas, desde

el año 2000, y miembro activo de la Asociación de Cronistas

Oficiales de Venezuela (ANCOV), organización con la cual ha

participado en múltiples encuentros en localidades como: El

Sombrero, Ortíz, Altagracia de Orituco, Camaguán, Cumaná,

etc., a las cuales ha llevado sus ponencias y disertaciones.

Su faceta de coleccionista está reseñada en el capítulo

tucupidense del Catálogo del Patrimonio Cultural Venezolano, 

donde se lee textualmente: “ José Garibaldi Soto, guarda una

colección de diversos objetos, entre los que destacan una

máquina de coser del año 1922; un tinajero de 1925; un bongo

del año 1884; una tinaja de 1895; una piedra de moler de

1883; estribos de pala de 1932; herraduras del año 1934; un

sebucán de 1947; un garrote de 1943; un sombrero del año

1956; una pintura que representa una posada, del año 1890;

una fotografía del año 1951. Estudiantes y visitantes de otras

localidades acuden a la residencia de José Garibaldi, para ver

su colección, conocer la historia y para realizar investigaciones

acerca del municipio José Félix Ribas ” .

Su mente está inundada por un caudal inagotable de

recuerdos de aquella época que en Tucupido se disfrutaba de

un ambiente de orden, respeto, cariño, hermandad y paz.

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Narra un caso de Nicolás Felizola, quien tenía muchos

amigos en Tucupido, tales como: Félix González Palomo, el

telegrafista, y los grandes comerciantes Don Próspero Pérez,

Alejandro Rodríguez Guzmán, Guillermo Hernández, Isidoro

Hernández (de reciente partida a los 98 años), etc. Al parecer,

el licor lo transformaba de una persona decente a un hombre

belicoso, vulgar y ofensivo, con agravantes dignos de recelo:

siempre “andaba armao”, “no pelaba”  con el revólver, y se

sentía “guapo y apoyao” porque su hermana, Irma Felizola

Fernández, era la esposa del general Medina y Primera Dama

de la República. En una ocasión estaba borracho y formando

un escándalo en el bar “La Esperanza”, de Ramón Pinacel, en

la esquina del mamón de la plaza Bolívar. Gritaba que en ese

pueblo no había hombres porque todos “usaban pantaletas”.

Al sitio llegó Diosgracio Rengifo, Primer Comandante de la

policía, hombre de guáramo que había acompañado, en 1921,

al general vallepascuense Emilio Arévalo Cedeño, cuando

derrotó e hizo fusilar a Tomás Funes, gobernador ‘Gomero’  de

Amazonas, en San Carlos de Rio Negro. Le puso el cañón del

38 entre las costillas y le dijo: –  ¡Cállese la boca y camine que

está detenido! Le quitó el revólver y lo zampó en un calabozo.

Cuando llegó José Vicente Toro, el Jefe Civil, a interceder por

Felizola, le dijo: –  ¡Yo puse preso a ese señor por grosero y por

 falta ‘ e respeto, y si usted se me alza lo pongo preso a usted

también! –  ¡Yo estoy “ restiao ” ! –  ¡Tiéndale la colcha al arpa!

Confirma otras dos anécdotas que había contado Esnel

Rodríguez, acerca de ese personaje: una que mientras estaba

en el bar “La Cita” regentado por Isidoro Hernández, frente al

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 Teatro Ribas, llegó un “pleitero” apodado “El Caimán” con un

escándalo y pidió una cerveza que valía un real. Isidoro se la

despacha y le dice: –  ¡Quédate tranquilo que ahí está Felizola!  

El tipo pagó y, sin probarla ni pestañear, salió cantando: ♫Se

va el caimán/se va el caimán ♫ La otra cuenta que una noche

vio a un limpiabotas buscando una moneda que se le había

caído y prendió un billete de a cien para ayudarlo a buscarla.

Narra que en el bar “La Cita” trabajaron Jesús Arveláez

(hijo de Eliano), Manuel “Mochito” Toro, y Porfirio Arráez.

Una anécdota farandulera que causó gran revuelo en el

pueblo comienza con quien fuera su padrino Julián Ramón

Campos “Campito”, un personaje que llamaba la atención por

su delgadez y baja estatura, venido de Margarita como fiscal

de licores del Ministerio de Hacienda y quien luego instaló el

cine “Nueva Esparta” en la casa de Vicente Morales (venido de

Guaribe), quien a la postre se quedaría con el negocio al que

bautizó como cine “América”, con Pompeya Hernández, en la

taquilla y “La Cariba” Soto, como portera. El cine fue sede de

un evento apoteósico, en 1948, presentando a Pedro Infante,

en dos funciones. En la primera no cabía un alfiler, y la plaza

estaba a reventar con la gente que había comprado entradas

para la segunda. Cuenta que él se había coleado gracias a su

hermana portera y que cuando terminó la primera función se

formó un gran zaperoco porque la gente no se quiso salir, por

lo que el dueño tuvo que llamar a la Guardia Nacional. Al rato

llegó un pelotón comandado por el terrible cabo Aldana (una

prostituta le había cortado la cara con una navaja, razón por

la cual se ganó el remoquete de “Juan Charrasqueado”).

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Narra que cuando se armó el pleito se metió agachadito

debajo de una ventana donde nadie lo veía: –  ¡Cómo tronaban

las peinillas! –  ¡A la gente la sacaron a plan de machete! Había

un teniente retirado llamado Rodríguez Caballero, quien era

de Barquisimeto y tenía un bar frente a Saturnino Cabeza, en

“El Molino”, que llegó preguntándole qué pasaba a un guardia

ubicado cerca del mamón de la plaza. Como respuesta recibió

un culatazo de fusil en el pecho que lo hizo rodar por el suelo.

El cine “América” era un espacio abierto con techo de

zinc que protegía los asientos, y una pared al aire libre como

pantalla; quedaba al lado de la prefectura, razón por la cual

se solía observar algunos presos disfrutando de las películas.

La gala mexicana estuvo de órdago con un artista de esa

categoría en el cenit de su carrera como cantante y actor de

cine que, como complemento, se hizo acompañar por Germán

Milano, guitarrista tucupidense que se lució esa noche.

El carisma de Infante se desbordó en Tucupido porque

luego del acto se fue al negocio de Victorio Panzarelli, en la

esquina de las calles Ribas y Sucre, donde tenía un bar y el

cine “Guárico” (había que llevar la silla para ver la película),

buscando algo para tomar que le picara la garganta, ya que

en el pueblo no había tequila por ningún lado. Victorio le dio

a probar una botella de aguardiente “El Carmen”, de 40º, que

pasó la prueba a que fue sometida por el galillo del artista. Al

hombre le cayó tan bien el pueblo que, acto seguido, armó un

tremendo jolgorio llevando serenatas a sus ventanas. Habría

que imaginar la reacción de una dama serenateada por una

estrella de esa magnitud, en el Tucupido de 1948.

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Otro suceso que recuerda con cariño involucra al Teatro

Ribas (inaugurado en 1950, en cuyo año se presentaron dos

actrices de gran renombre para esa época: la norteamericana

Yolanda Montez “Tongolele” y Susana Guízar  – mexicana que

filmó ese mismo año, en Venezuela, la película “Amanecer a

la vida”, con Bolívar Films – ). Dice que en 1954 tuvo la alegría

de conocer a Alfredo Sánchez Luna “Sadel”, quien había sido

contratado para presentarse en ese teatro. Resulta que se dio

cuenta cuando llegó, con retraso y algo desvencijado; le salió

al paso para darle un gran apretón de mano y agradecerle su

presencia en Tucupido. Sadel le contó que venía de Valle de

la Pascua, donde le habían lanzado tomatazos en el cine

“Manapire”, pero que estaba sorprendido con la recepción que

allí le daban, gesto que retribuyó con lo mejor del repertorio.

Germán Milano, también acompañó con su guitarra a Sadel

en esa noche triunfante cuando fue aplaudido con frenesí.

En sus años mozos conoció a otros legendarios músicos

tucupidenses que iban a tocar bailes en la sala de su casa,

como: Moisés Moreán, el mejor clarinete del pueblo, Clemente

Ramón Aguilera alias “Mato Gordo”, guitarrista, Ramón Díaz

(inmortalizado con el pasodoble “Muchachita de mi pueblo” y

el vals “Tardes de Tucupido”) y Benito Ortega, cuatristas, y el

violín de “El Vate” Aular. Era un espectáculo de feria cuando

tocaban canciones de moda como “Silverio Pérez” (compuesta

por Agustín Lara, en 1943), que hacía cimbrar a “Meneque”

(citado más abajo), gran bailador de pasodobles, en conjunto

con otros bailadores como: Andrés y Arturo Rodríguez, Rafael

Benito Andrade, Jesús y Nicanor Rodríguez Estrada, etc.

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Otros músicos de altura eran los guitarristas Fernando

Méndez “Diablo Suelto”, Raúl y Miguel Carpio, Oscar Paraco,

Alejandro Lasaballet, Simón Romero y los integrantes del Trio

 Tamanaco: Celestino Pulido Reinefeld, Rubito Méndez y Pedro

“Peruchito” Vidal; los arpistas Isaías Sevilla, Santiago Medina

“El Taro” y Apolinar Figueroa “Polilla”; y los violinistas Juan

Charaima y Fortunato Lima (de Cerro Grande), y “Negro Vito” 

(Víctor Solórzano), de los “Clavo ’e J ierro ”, que tenían una

chivera llegando a La Palmita. Nota de redacción: No era una

venta de repuestos usados sino una cría de chivos.

 También recuerda las serenatas que él mismo llevaba a

los amigos en la camioneta Jeep verde que tenía. Se hacía

acompañar por “El Taro” al arpa, quien tocaba sin bajarse, y

cargaba dos sacos de bizcochos de manteca, hechos por Doña

Rosa de Ledezma, y más tarde por su hija Alejandría, para

repartirle a la muchachada, que formaba un gran alboroto.

Luego ataja lo de José Espinoza Bolívar alias “Meneque”, 

quien era muy popular por ser dueño de la bodega “La flor del

 Tamanaco”, ubicada en la esquina “Del Guárico”, cruce de las

calles Bolívar y Centeno, que marcó la pauta con la primera

nevera del pueblo popularizando las ventas de una locha de

hielo para enfriar las bebidas o para bajarle la fiebre a los

tripones; también vendía “posicles”  (tremendo vaso por una

locha), nísperos de una mata que tenía en el patio de la casa

 y que pesaban como un cuarto de kilo, también a locha, dos

cucharadas de mantequilla “Alfa” por un medio, dando una

de “ñapa”, etc. Por esa misma esquina pasaron después José

Cartuccio “Bigote” y Napoleón Hinojosa.

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Rememora a precursores en la elaboración de pócimas

medicinales en Tucupido: El “Expendio de Medicinas Fénix”,

de Manuel Díaz Vargas, en la esquina de la calle Ricaurte c/c

Bolívar; hacia 1923, la botica “San Antonio”, en la esquina

“El Matadero”, de calles Ribas y Sucre, del socorreño Narciso

Pérez Cordero, padre de Narciso Pérez Castillo, y abuelo de

Agustín Pérez Martínez, el popular “Tutico”, telegrafista; hacia

1930, la botica de Ramón Muñoz, en calle Sucre c/c Salom,

con su cartelito: “No receto ni visito enfermos”; hacia 1932, la

botica “Corazón de Jesús”, en calle Ricaurte c/c Roscio, de

Carlos y Arturo Rodríguez Estrada, venidos de Zaraza junto

con otros tres hermanos: Nicanor, quien manejó el primer

carro Ford en 1916, Luís (violinista) y Jesús, gran maraquero,

esposo de Vivina Ledezma (hija de “Doña Pancha” Francisca

Ledezma) y padres de “Chucho” Rodríguez. 

Don Carlos preparaba, a punta de pilón y mortero, una

fórmula efectiva para parar la diarrea (cucharadas blancas ),

envasada en carteritas, bautizada “La llave y el candado”; se

hizo muy popular y le ganó mucha confianza con la gente del

pueblo, agregando el aprecio por su labor filantrópica, ya que

en incontables oportunidades decía: ¡No estamos hablando de

 precio sino de curar al tripón!  Allí se conseguían también otras

especialidades: Aceite de Tártago, como purgante, Ruda, Bay

Rum, Mentol Davis, Cataplasmas, Parches Porosos, Quinina

para el paludismo (o malaria), Tintura de árnica, Tricófero de

Barry, Iodex, Entero Vioformo, Alcolado Glacial, Sal de Uvas

Picot, y otras para combatir fiebre amarilla, beriberi, viruela,

sarampión, sabañones, moquillo perruno, etc.

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Son incontables las anécdotas acerca de peripecias en

las que han aparecido los pintorescos personajes del pueblo:

Dice que en 1945 hubo un día de júbilo porque estaba

anunciado el aterrizaje de la primera avioneta de la compañía

petrolera Venezuela Atlantic, en la entrada a Copa Macoya,

por Acapralito, en una pista improvisada en el potrero de

Cayetano Solórzano. El pueblo se volcó en pleno para ver el

espectáculo de ese pájaro de acero color amarillo Caterpillar,

pero la sorpresa mayor fue que, al despegar, la avioneta voló

muy cerca del techo de paja y zinc de la casa de Felipe León

Arrioja, alias “Felipito”, y lo arrancó de tajo; pero lo peor fue

que le espantó los guineos, pavos, cochinos, gallinas, vacas y

becerros. Doña Amada, la esposa, salió con las manos en la

cabeza y gritando despavorida. Al final, Felipito aprovechó el

percance para obtener una jugosa indemnización con la que

construyó techo nuevo y renovó el heterogéneo rebaño.

Confirma otro relato de Esnel Rodríguez, que alude a ese

personaje que era mañoso para pagar las deudas. Cuenta que

Fidel Belisario Melo “El Broco ’e Dominga”, tenía un camión

volteo con el que hacía viajes. Una vez Felipito le pidió hacerle

la mudanza para Acapralito. Al llegar le dijo al broco: –  Agarre

unos guineos y se cobra . Éste a los días fue con una bácula.

Por referencia de Alida de Romero, habla de la nieta de

Felipe Arévalo, apodada “La Ñata”, vecina de la calle Zaraza

c/c Guaicaipuro: cierta vez fue a ver un circo donde actuaba

un enano. Resultó que esos dos personajes se conocieron, se

gustaron y, al poco tiempo, celebraron eufóricas nupcias en

las que fueron paseados por el pueblo con gran algarabía.

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 También alude a Carlos “Carlitos” Casado, señalándolo

como un caballero, un hombre muy educado, quien tenía su

tienda diagonal a la casa del picapleitos de la época Manuel

 Tomás Aquino, en la esquina “Las Américas”, calle Ricaurte

c/c Salom, donde vendía las cobijas “Ernestina” y “Cristóbal

Colón”, el pabellón mosquitero, así como variedad en telas de

gabardina, liencillo, kaki, lino, entre otras como la cretona y

el valenciano. Estas últimas le servían para mostrar su gran

destreza en la preparación de mortajas para los clientes de la

carpintería “El Samán”, de “Maestro” Custodio Requena, calle

Zaraza, Nº 32, donde, además del mobiliario propio de ese

negocio, confeccionaban las cápsulas para el inexorable viaje

eterno, cabinas de cedro, escuchándose diálogos como este:

Maestro Custodio: –  ¿Cómo quiere la urna? ¿La quiere de lujo,

 forrada de pana, terciopelo o gamuza?

Cliente: –  No, démela natural, “ cepillaíta y más ná ” .

Recuerda con singular cariño a José Tomás “Verguero”

Hedler, un “compadre” célebre por la borrachera cotidiana, al

que califica de hombre honrado a carta cabal, que filosofaba:

¡Hay quien ve la comida que me como, pero no el hambre que

 paso!  Como se sabe, el apodo de ese personaje es utilizado

por Guanerge Gómez, para arrancar las pachangas fiesteras

con su grupo musical, al grito de: ¡Se prendió el Verguero!

 También recuerda a su primo José de los Santos Soto,

un popular comerciante (un hombre sin hambre, refiere) que

tuvo siete bodegas en el pueblo y todas se llamaron “Vuelvan

Caras”, resaltando la que quedaba en la esquina “Las Aves”,

de la calle Páez c/c Centeno, llamada así porque habitaban

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allí: Antonio Aguilar “Perico”, “Lorenza” Carpio, Adolfo Armas

“Guacharaco”, Cayetano Guillén “Pavo Negro”, Rafael Guillén

“Querrequerre”  y José Santos Soto “Zamuro”  (hacía arder a

 Troya al escuchar ese apodo). Cayetano hijo, gran echador de

lavativa, llamaba a la radio para salir al aire vociferando:  –  

¡Garibaldi, dime el nombre de la esquina donde yo nací, chico!

Otros negocios ubicados en la calle Gabante, desde la

esquína c/c Páez hasta la esquina c/c Guaicaipuro, saliendo

hacía “El Bajo de L a Trinidad”, eran los de Lino Ortega, Pedro

“Cabello” Anzoátegui, Ricardo Caguaripano y Musio Valiente.

El ambiente era de gran camaradería como se desprende del

saludo que solía darle Lino Ortega a Ricardo Caguaripano:

Unos me dan el brazoOtros me dan la mano

¿Cómo estás tú Caguaripano?

Ricardo Caguaripano y Musio Valiente, estaban en la

esquina “El Tornillo", Gabante c/c Guaicaipuro, donde otrora

estuvo la algodonera de Manuel Esteban Chacín, una de las

primeras del pueblo. En esa esquina habían enterrado un

tornillo de madera que medía de metro y medio a dos metros,

que había sido utilizado para empacar el algodón.

Recuerda que la última esquina al norte de Tucupido es

“El Peo”, en el cruce de la calle Gabante con el callejón San

Francisco; llamada así porque allí vivía una señora belicosa

que a cualquiera le formaba su zaperoco. Afirma:  –  Era muy

trabajadora, lavaba y planchaba bien, pero tenía ese detallito .

 También se refiere a la esquina del estantillo, Gabante

c/c Roscio, donde Don Francisco Casado, tenía su tienda “El

Lirio Blanco”. El susodicho catálogo habla del “Botalón”: “Se

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 presume su origen a finales del siglo XIX. Consiste en un

elemento vertical de madera, a manera de estaca y con

alcayatas, donde eran atados los animales de carga, mientras

sus dueños comercializaban las mercancías ”.

Rememora sus andanzas felices por Valle de Guanape, a

donde iba a celebrar las fiestas del 10 de febrero en homenaje

a Santa Escolástica, patrona de ese poblado hospitalario y

acogedor donde llama la atención que la iglesia se encuentra

metida dentro de la plaza. Llegaba en compañía de la tropa de

amigos donde se contaba a Víctor Díaz, Juancito Cabeza, “El

Musio” Tabera, Elpidio Barrades y Ernesto Vidal, entre otros.

Entraban por la calle principal, tocando y cantando, armando

un gran revuelo. Llamaban tanto la atención que el Comité de

Festejos, por orden del prefecto Rafael Marrero, cubría todo el

consumo del “Grupo de Tucupido” en el club local; esto como

agradecimiento por el realce que le daban a esas fiestas, en

las que descollaba Ernesto Vidal (lugarteniente de Garibaldi),

cantando Garúa, Querube y La Araña.

Recuerda a: Ramón Hernández, vecino de Las Paradas,

al norte de Tucupido: usaba calzoncillos de liencillo del largo

del pantalón, con botones de hueso, como un Cowboy gringo.

Al gordo Freddy “Bachaco” Carpio (primo de Guillermo

Bermúdez – de reciente partida – ) adicto a un chinchorro de su

casa en la esquina “Tutankamon”, calle Sucre c/c Bermúdez,

hijo de Juan María Carpio (hermano de Anacleto  – padre de

Emilio, Rubén (miembro del Consejo de Seguridad de la ONU,

1977-78; autor, en el año 1945, del poema " Tamanaco", en

honor al río homónimo), José, Raúl, Héctor (Gobernador del

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Guárico, 1966), Efrén (artífice de la Manga de Coleo) y Luís

Carpio Castillo –   Don Anacleto fue el primero en instalar un

teléfono en su negocio de la calle Sucre c/c Salom, a media

cuadra de Doña Ester de Díaz, representante pionera de la

CANTV en Tucupido, como lo fue Ana de Rojas, del correo).

Al fotógrafo José Véliz, quien fue segundo lugar en un

concurso de disfraces de carnaval en los años 50, con uno

que era mitad hombre y mitad mujer; el primer premio fue

para Simón Romero, disfrazado de negrita. ¡Nadie lo conoció!

A “El Loco” Lorenzo Rengifo, el “Rubirosa”  tucupidense,

un personaje folclórico que alucina haber tenido la bicoca de

69 mujeres en el pueblo y delira que oye en cada esquina:

¡Bendición papá! , sin saber quién le besa la mano.

A Andrés Rodríguez, con su tienda en la esquina “El

Paraíso”, Gabante c/c Monagas. La calle Gabante va a parar

a la esquina “Las Seis Bocas”, con el bar homónimo. 

A Don Máximo Pulido, residente de la esquina “Gallo de

Oro”, Bolívar c/c Zaraza. Su hijo Luís tuvo el club “Granada”,

en los años 40, ubicado en la esquina de las calles Bolívar y

Libertad, cerca de Doña Rosa Tabera. El club fue nombrado

así por ser vecino de la familia Granada, donde habían dos

grandes matas de mamón (en el patio tenían un zamuro que

cuidaba a las gallinas para prevenir el moquillo y el higadillo),

muy cerca de la quebrada “Punto y Coma”, que nace por los

lados del cementerio, atraviesa todas las calles de orientación

Norte-Sur/Sur-Norte del pueblo (pasa frente a la casa de

Lorenzo Guzmán), llega al Aeropuerto, sigue hacia Acapralito,

para desembocar en una laguna de Teobaldo Ruíz.

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A Don Guillermo Higuera “Pata ‘e Guaro”, en la esquina

“Miraflores”, Gabante c/c Bermúdez. Cargaba un machete en

su pick-up, que blandía cuando lo llamaban por el apodo. En

una oportunidad alguien le pidió la cola, se montó atrás y le

dijo: –  ¡Arranca, Pata ‘e Guaro!  El hombre peló por el machete

 y se bajó del carro. Al otro todavía lo andan buscando.

A las esquinas “Cerrito Blanco”, Bermúdez c/c Zaraza, 

“El Rincón de los  Toros”, Madariaga c/c Zaraza, y al jagüey y

al almendrón que, en otros tiempos, se veían en la esquina

“Cachipo”, Pariaguán c/c Roscio, frente a Paulina Centeno. 

A la Esquina “El Jierro”, Monagas c/c Pérez Rengifo, que

era notoria porque allí se dirimían las diferencias a filos de

puñal, navaja o machete. La calle Pérez Rengifo, llega por el

norte a la antigua “Isla del Burro” (como la chirona gomera en

el lago de Valencia), ahora “Isla Bella” o “Isla Nueva”, hacia el

otrora “Bajo de Cifuentes” ahora “Bajo de La Nueva”, donde

se construyó el “Paseo Histórico General José Félix Ribas”, en

conmemoración a los 200 años de haberse inmortalizado allí

ese mártir y patriota venezolano, el 31 de enero de 1815.

En las postrimerías de esta aproximación a “Tomo I” de

enciclopedia, Garibaldi se da a la tarea de mencionar algunas

de las célebres especialidades realizadas por las manos de las

artífices del delicioso arte culinario tucupidense: Los quesos

de mano de Doña Ana Lucinda de Rodríguez, con relevo de

Carmen María de Casado; los pandihornos, besitos de coco y

dulces de lechosa de “Doña Chana” (María Felícita Correa de

Iroba); los bizcochuelos, suspiros, pandihornos y jaleas de

Margarita Cedeño, madre de Francisca y de Ramón Rengifo;

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el pan de tunja de María Hernández, madre de Guillermo

Hernández; los bizcochos de manteca de Rosa de Ledezma,

madre de Doña Ana Lucinda de Rodríguez; los pavos rellenos

de Ana Delia de Moreno; las tecuecas y arepitas decembrinas

de Pilar Guzmán; las arepitas dulces de Ramona Rangel; los

alfeñiques de María Carpio, hermana de Antonio Aguilar; las

empanadas de Eladia Armas Arveláez, y las gaveras de carato

de “La Cariba” Soto, entre otros manjares y exquisiteces; con

el agravante de que algunas de esas recetas se desvanecieron

con sus artesanas en el limbo de los tiempos.

Luego anuncia que actualmente se están transcribiendo

67 poemas con la intención de publicar su primer poemario.

Para ir cerrando, surge algo que llama poderosamente la

atención en Garibaldi: no comparte la doctrina generalizada

en el género masculino, y divulgada a los cuatro vientos por

Vitico Castillo: ¡De parte de nosotros los hombres, a estar vivo

lo que le gana es mujé!  Él prefiere el arroz con guineo.

Se subrayan otras dos facetas relevantes de Garibaldi:

como esposo de la profesora Otilia Herrera, y por 40 años de

Elvira Rojas, mejor conocida en los predios tucupidenses

como “La Reina de la Empanada”; y como padre, rasgo que se

reseña en la placa otorgada en octubre de 2014, como “Hijo

Ilustre de Tucupido”, y que reza textualmente lo siguiente:

“José Garibaldi Soto, ilustre Advitan número 29, cronista de la

ciudad, nacido en Tucupido un día 27 de septiembre de 1933,

hijo de Carlos Guaita y Josefa Soto, mujer con esencia de

 pueblo. Hijos: José Garibaldi, José Carlos César, Josefa

Lourdes, Simón Reinaldo y Héctor Raúl. Un ribense

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comprometido con la historia local, siendo cronista ad honorem

del municipio Ribas desde el año 2000. Miembro fundador de

la “ Unión de Folkloristas ”   y conductor radial. En José

Garibaldi Soto, palpita el alma llanera como fiel defensor y

amante de la música venezolana, voz que narra la cronología

de un pueblo que inicia su historia un 5 de mayo de 1760 y

que en la narración de su cronista se hace vida y ejemplo. La

galería de tucupidenses ilustres, cual Arco de Tucupido, le dice

al cronista: ¡Bienvenido! Desde este tu lugar sigue contando y

haciendo la historia nuestra” .

La categoría pluridimensional de Garibaldi trasciende el

estereotipo del ser diletante que se promueve en la Venezuela

del siglo XXI. Su código de conducta se encuentra enmarcado

en los más altos valores éticos y morales: respeto, dignidad,

solidaridad, amor, fraternidad, igualdad y libertad. En el duro

trajinar de su misión de vida ha adquirido un gran prestigio y

dejado huella indeleble en Tucupido, por la policromía de su

aura, fiel reflejo de la iluminación espiritual, y por el brillo de

su afán en la sublime tarea de difundir la cosmovisión de una

época y de recomponer el tejido social de un pueblo.

 José Garibaldi Soto José Garibaldi Soto

A tu público motivas Llanero a carta cabalCon ese gran alboroto Es desde tiempo remotoPor los caminos de Ribas Orgullo internacional

Con alta estima, aprecio y consideración, hacemos votos

porque el hermano poeta Garibaldi, siga bañando con su luz

el llano tucupidense y echando cuentos de la época de María

Castaña, quien no se quedó para vestir santos porque se casó

con Don Perico ‘ e los Palotes, el mismísimo año ‘e la pera.

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Se agregan, como colofón, dos poemas que Garibaldi nos

dedica. El primero con motivo del reciente cumpleaños, y el

segundo recitado en su intervención en el “IX Encuentro de

Poetas y Poetisas”, en Tucupido, el 26 de abril de 2014.

¿A quién le amarga lo dulce?

Al cumpleañero poeta Degnis Romero

(¡Perdone lo mal “ macaneao ” !)

La musa va galopandoRumbo hacia la capital

Con una totuma de versos

Para un cumpleañero genial

El arpa, cuatro y maracasY un recio joropo llanero

Felicitan en su cumpleañosAl poeta Degnis Romero

Una camaza ‘e cachapa sQueso ‘e mano y chicharrón  

Será para que formemosEse día un gran fiestón

Un veintisiete de octubreCuando nació este poetaEn su pueblo Tucupido

Se quiere y se le respeta

Y la copla sabaneraQue viene del morichal

Te lleva una serenataCon paraulata y turpial

En la capotera te envíoUn garrafi y liquilique

Y aparte va un canarínDe sabroso palo a pique

 José Garibaldi Soto, Tucupido, 27 de octubre de 2015

Garrafi: Pantalón que se usaba antes para bailar joropo.

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Cruz Rodríguez(1905-1979) Paula Rodríguez(1885-1968) 

Irma Felizola de Medina Isaías Medina Angarita 

Coleaderas en Calle Sucre Rafael Vidal