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José Manuel Mora Los parias de la modernidad Inspirado en Suplicantes de Esquilo

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José Manuel Mora

Los parias de la

modernidadInspirado en

Suplicantes de Esquilo

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PROGRAMA DE DESARROLLO DE DRAMATURGIAS ACTUALES DEL

INSTITUTO NACIONAL DE LAS ARTES ESCÉNICAS Y DE LA MÚSICA

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Los parias de la modernidad

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José Manuel MoraSevilla,1978

En los últimos años, Mora ha venido desarrollando una corta pero pro-lífica carrera como autor, dramaturgista, colaborador literario para lasección teatral de El Cultural (El Mundo) y profesor en la Escuela Su-perior de Arte Dramático de Castilla y León. Su obra Trevélez (Me mue-ro de amor) fue traducida al inglés por Simon Breden y presentada co-mo lectura dramatizada en el Jerwood Theatre Upstairs del Royal CourtTheatre de Londres durante su estancia como autor residente en la 19th

International Residency for Playwrights en el verano de 2006. Cancro,que mereció el Accésit del premio para jóvenes autores Marqués deBradomín, Madrid, 2003, obtuvo un año antes la mención especial delJurado del Certamen para Jóvenes Dramaturgos Andaluces Miguel Ro-mero Esteo. La obra fue presentada en el Festival Internacional de Var-sovia en el 2005 y estrenada en el Teatro La Capilla de México D.F. en el2007; Otros textos: La Bendita Pureza, finalista Premio Romero Esteo,Sevilla, 2000; Vértigo, pieza corta escrita bajo la supervisión de SarahKane y estrenada en el Teatro Central de Sevilla como parte del pro-grama Nueve Nuevos Autores Andaluces, Sevilla, 1999, con direcciónde Emilio Hernández. Los Cuerpos Perdidos, hasta ahora su último tex-to, obtuvo el XVIII Premio SGAE de Teatro, fue estrenado en la últimaedición del Festival Internacional de Dramaturgia Europea de Santiagode Chile y acaba de ser presentado como lectura dramatizada en el Offdel Festival de Teatro de Avignon. Entre su producción destaca Mi al-ma en otra parte, texto seleccionado por el prestigioso festival alemánBerliner Festspiele and Theatertreffen, donde se presentó como lectu-ra dramatizada bajo la dirección de Sebastián Nübling. En septiembrede 2009 Mi alma en otra parte fue estrenada en el festival SPIELTRIE-BE-3 (Theater Osnabrück, Alemania) con dirección del islandés Thor-leifur Arnarsson y en marzo de 2011 en el Centro Dramático Nacionalbajo la dirección de Gerardo Vera.

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José Manuel Mora

Los parias de la modernidad

Inspirado en Suplicantes de Esquilo

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© José Manuel Mora

© De la presente edición:Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música

Diseño, maquetación y preimpresión:Vicente A. Serrano

Cubierta:Esperanza Santos

I.S.B.N.: 000000NIPO: 000000Dep. Legal: M-000000

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Mis más sinceros agradecimientos al autor,amigo y compañero de aventuras, Jacob Amo.Sin su ayuda, talento, generosidad, capacidadcrítica de diálogo y amor por la escriturateatral, este texto no hubiera sido posible.

A mi padre, que me enseñó el amor yrespeto por todos los desheredados.

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PERSONAJES

Mujer árabeHombre enfermoMujer iraní

Marido de la mujer iraníMujer albina

Guardia en puesto fronterizo

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UNO

PRÓLOGO DEL AUTOR

En una primera lectura del texto ya se nos aparece elgran tema de la obra de Esquilo: barbarie/civilización.La permanencia y validez de este tema en el mundo

contemporáneo hace posible una contextualización del clá-sico en situaciones actuales fácilmente reconocibles por elespectador. De ahí precisamente su riqueza y valor. Por lotanto, no me he enfrentado al texto original con actitudreverencial por el simple hecho de pertenecer al canon clá-sico de la tradición occidental sino, más bien, por todoaquello que el clásico griego continúa revelando en el sigloXXI. He mantenido el tema barbarie/ civilización (inheren-te a la obra de Esquilo) como telón de fondo y he realiza-do una reescritura inspirada en el original a partir de aque-llos conceptos derivados del tema principal que me intere-san explorar a la luz de hoy en día (desarraigo vital y residuohumano).

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Depositar una mirada subjetiva -y al mismo tiempo crí-tica- sobre el clásico requiere grandes esfuerzos. Para ello heintentado desentrañar la naturaleza del texto original e irdesgranando sus múltiples capas y niveles de significadoshasta encontrar algo tan extraño como pueda ser su “esen-cia”. Digo extraño porque esencia suena a “piedra filosofal”o a “verdad inmutable”. Pues bien, resulta que la “esencia”suele ser algo muy sencillo revestido de complejidad. Algotan sencillo que sólo algunos -aquellos que han leído, vistoy estudiado mucho teatro, o bien algunos espíritus inge-nuos- consiguen ver a vuelapluma. Algo tan sencillo que,para no sentirnos socavados “intelectualmente”, solemosaderezar insuflándole nuestro propio discurso y que tienecomo consecuencia la reducción del texto a aquello quejustifica nuestro consabido punto de vista.

Me sorprende la radicalidad de la propuesta de Esquilo:cincuenta mujeres exigen que el poder escuche sus súplicasamenazándole con un suicidio colectivo. Esto nos da unaidea de la situación límite que plantea el autor. He sido lomás fiel posible a esta idea de radicalidad desarrollando eldrama de algunas mujeres que en el s. XXI no encuentranrespuestas a sus súplicas.

El principal problema con el que me encuentro en unaprimera lectura tiene que ver con la verosimilitud en ladecisión que toma el rey de los pelasgos de alojar en su paísa las suplicantes ante el temor de una posible venganza delos dioses. Aceptar las súplicas supone dañar la nación perono hacerlo desataría la ira de los que habitan en el Olimpo.Hoy en día ningún país soberano tomaría una decisión así(arriesgar la seguridad de una nación) por temor a los dio-

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ses. Este escollo (que parece inevitable al leer el texto desdenuestro presente) nos conduce a un asunto mucho másprofundo y complejo, vital en la obra de Esquilo y en todala tragedia griega: me refiero a la idea de religiosidad y al pesode ésta en su obra. No la hemos eliminado del todo. Esosupondría diluir uno de los pilares fundamentales sobre losque se sustenta el conflicto dramático del clásico (sin eltemor a los dioses, el rey no alojaría a las suplicantes) y alte-rar en esencia la idea de justicia de Esquilo. Más bien,hemos tratado de buscar una idea de lo trágico y la religio-sidad desde una perspectiva contemporánea.

¿Hasta qué punto es posible hoy en día la idea de aco-gida y salvación por parte del poderoso? Si el miedo a losdioses ha sido erradicado... ¿Por qué aceptar las súplicas deldesarraigado? ¿Se pondría en riesgo la seguridad de un paíssólo por hacer justicia y salvar a un grupo de errantes? ¿Ysi el pueblo que acoge a sus parias terminara por devorar-los? ¿Y si el padre, finalmente cubierto de honores, termi-nara sucumbiendo al poder que lo acoge y entregara a sushijas a la supuesta “sociedad civilizada” como agradeci-miento al pueblo que las protege de los bárbaros egipcios?¿Y si el precio que el paria tuviera que pagar por la salva-ción fuera sufrir la barbarie del “civilizado”? Todas estaspreguntas me llevan a los conceptos de: transacción: algo acambio de algo/ negociación/ intereses creados.

Esquilo expone su idea de la justicia a través del coro deLas Euménides: el hombre que de voluntad practica la justicianunca será desdichado; jamás se verá hundido irremisiblemente.Más para el impío cuya audacia no reconoce límites, que despreciala equidad y confunde todos los derechos, para éste, lo garantizo,

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llegará el día en que obtendrá su merecido. Esta noción idealiza-da (y transparente) de justicia resultaría hasta cierto puntonäif hoy en día (no tenemos nada más que fijarnos en loacontecido estos últimos meses con el juez Baltasar Gar-zón). Esta idea nos remite a un viejo debate: ¿debemosmostrar en el teatro la realidad tal como debiera ser o, porel contrario, debemos mostrar sus zonas más crudas y oscu-ras aunque aquello que mostremos diste del ideal de justi-cia y llegue a resultar incómodo al espectador de hoy? Apartir de los términos: transacción, negociación e interesescreados llegamos a la idea de justicia. Por otro lado, no hasido mi intención plantear un mero debate de ideas sino irmás allá y ensuciar las ideas con la carnalidad y las emocio-nes más básicas de los parias de la modernidad.

Dice Koltés en Combate de negro y de perros: a menudo, lagente insignificante quiere algo insignificante, muy simple; pero esacosa insignificante, la quieren; nada les hará cambiar de idea; yhasta se dejarían matar por ella; e incluso cuando los hubieranmatado, incluso muertos, seguirían queriéndola. En Koltésencontramos una defensa llena de compasión pronunciadadesde el amor y el entendimiento profundo por los desa-rraigados. De su dramaturgia podemos extraer uno de losconceptos sobre los que gravitará la versión de Las Supli-cantes: el desarraigo vital.

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DOS

SÚPLICA MUJER ÁRABE

Es una mujer árabe de tez aceitunada y grandes rasgos la quehabla y os dice:

La imagen arranca mucho antes de que el hombreblanco me abordara en la puerta del instituto españolde Tánger. Desde el primer instante supe algo así: medesea. Ha viajado hasta aquí porque me desea. Vienedel otro lado del mar porque me desea. Algunas chi-cas percibían su presencia pero no fueron capaces dedar un paso a su encuentro. No es la primera vez queviene. Lo observo: su cuerpo es delgado, sin músculos,parece estar convaleciente, diría casi enfermo, esimberbe, elegante, espigado, sin otra virilidad que la desu sexo. Esto lo sabré luego. Es un hombre porquetiene sexo de hombre: pensé.

(Silencio.)

Hay gente en el mundo que se muere de hambre y yono hago otra cosa que preocuparme por estar cerca deél. Mientras mi madre limpia el consulado español

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escucho las preocupaciones y los dolores de todos susempleados. Un continuo trasiego de sueños, frustra-ciones, miserias, chistes, problemas, infidelidades, ren-cores, odios, envidias, culpas, ausencia de amor, que sino sé qué hacer hoy de comer, que qué caras están lasfrutas del mercado... y veo los rostros de la gente quetiene amor, que tiene odio, que tiene algo que no sesabe lo que es, ves el rostro de los que sienten un sufri-miento intolerable, de los que siempre quieren llevarla razón, de la que se ha comprado un traje de bañonuevo, la que espera al novio con impaciencia, la queestá enganchada al pegamento, de las que venden sucuerpo... y así un día y otro y otro y otro, hasta queme canso y pienso en la gente que se muere de ham-bre y entonces, en ese momento, quiero salir. Decidosalir. Y lo hago pensando en la gente que se muere dehambre pero no se me ocurre otra cosa que quedar-me ahí, parada, mirando a mi madre con los guantesde látex que usa cada día para limpiar lo que los demásensucian mientras sigo pensando en la debilidad delsexo del desconocido español.

(Silencio.)

Quería que fuese él. Había llegado el momento. Misamigas hablaban de lo que sentían. Mis amigas lasespañolas. Tenía que ser él. Cursi, que eres una cursi,me decían.

(Silencio.)

No tiene nada que ver con la cursilería. Tiene que vercon una mancha oscura, con mi tristeza, con una tris-teza que ya estaba antes de conocerle, con la imposi-

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bilidad de mi madre para sonreír, con la perversidad,con el firme deseo de no querer estar en un sitio, conla firme certeza de poder utilizar el deseo del otropara acortar la distancia que separa África de Europa,mi vida del sueño: catorce kilómetros.

(Silencio.)

Mi madre trabaja en el consulado español de Tánger.De esto hace algún tiempo ya. Mi madre limpia eledificio. Mi madre siente una vergüenza de principiopor tener que vivir la vida. Su vida. Lo único querecuerdo es el mármol blanco del suelo y a mi madreen cuclillas. Fregando. Mi madre no conoce muchascosas. Una de ellas: el placer. Esa mañana: niebla. Lo séporque desde el consulado se podía ver España y esedía España se había borrado. Fatiga. Mi madre encuclillas. Yo, frente a ella, mirándola, sin decir nada, yun reguero de sangre desde mi interior desde mi slipempapado hasta el mármol blanco del suelo. Nuncaen mi vida vi a mi madre fregar tanto. Mi madre sedeja las muñecas para que brille el suelo que pisan losespañoles. Alguien me dice: ya eres una mujer, ahoratienes que cuidarte de los hombres. Yo seguía miran-do a mi madre que fregaba sin levantar la vista delsuelo. Ve a que te limpie tu abuela, me dice. Y aquíarranca la imagen: mi madre fregando las manchas desangre del mármol blanco del consulado español.

(Silencio.)

Mientras mi abuela me limpia, sé que lo haré. Estaniña es muy viva, me dice. Mi abuela: una señora muyarrugada con manos de trabajar en el campo que

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siempre le pide al cielo por mi vida mientras me cogedos trenzas justo en el centro de mi cogote. Esta niñaes muy viva, decía siempre. La niña iba a hacerlo y, aúnhoy, después de los veinte años que envejecí en unsólo día, el día que lo hice, aún hoy: a punto de morir,rodeada de gente a punto de desaparecer, siento quehubiera hecho falta un dique para que el torrente demi sangre no se desbordase y no entrara en el cochedel hombre blanco que ese día, todavía ese día, el díaque sangré sobre el mármol del consulado español,seguía esperándome.

(Silencio.)

Y lo hice.

(Silencio.)

Y murió mi abuela. Justo esa tarde, quizá en elmomento en el que el hombre blanco y yo más cercaestuvimos, justo en el momento en el que el hombreblanco consuela mi cuerpo después de abandonarlo,mezclado con la sangre, sin temor, disfrutando de laherida sangrante que él mismo ha provocado, justo enese momento, en el que lloro de consuelo, en familianunca lloro, justo en ese momento, mi abuela, miabuela va y se muere, se acabó el robar nolotiles, espi-difenes y termagiles en el consulado para su dolor deespalda, se acabó porque ella va y se muere.

(Silencio.)

Lo siguiente que hice fue cortar mis trenzas. El hom-bre blanco, echado en la cama de la habitación enca-lada, me mira, todavía está excitado, me llama, voy,

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acaricia mi cabeza cortisqueada, llena de pelos pega-dos al sudor de mi cara y del cuello, me veo desdefuera, tranquila siendo acariciada por el hombre blan-co, mira, me dice, y mete sus dedos dentro, primero elcorazón, luego el corazón y el índice, añade el anular,el meñique y el pulgar. Primero hay dolor y despuésese dolor se asimila, se transforma y es lentamentearrancado hasta hacerme gozar. Me gustas sin trenzas,me dice. Mi abuela ha muerto porque se ha quedadosin ibuprofeno, le digo. El ríe. Sé justamente todo loque tengo que hacer para que él disfrute.

(Silencio.)

Ya hicimos el pacto. El me quiere. Tiene mucho dine-ro. Nos va a ayudar. Sé que no me miente. Teme queluego le deje. Me quiere para el resto de su vida. Estáenfermo. Está sólo. Sé que no me miente. Ha venidopor eso. Ha venido a buscar una jovencita para amarlos restos de los pocos días que le quedan. Lo sé. Poreso tiene miedo. Por eso tiembla cuando yo le mirosin pudor. Por eso me dice que sólo quiere hacerlo sinninguna barrera, sin ningún muro, sin nada que ayude,sin nada que suavice, sin nada que prevenga, quierehacerlo sin nada que le proteja porque ya no sabeamar sin miedo, en realidad, porque ya tenía miedoantes de acostarse con esa niña tan viva de Tánger,porque es ese miedo, precisamente, el que le haceamar, cruzar catorce kilómetros de mar y buscar unachica que necesite de él para hacer el viaje inverso:catorce kilómetros de huida a cambio de cederle sumiedo y una noche sin protección.

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(Silencio.)

Quiere hacerlo sin preservativo. Y yo voy y lo hago. Lohago por mi madre.

(Silencio.)

No podría decir qué fue exactamente lo que hizo quela niña sin abuela y sin trenzas aceptara. Quizá razonesque nadie entienda. Quizá la persistencia de la imagende la sangre en el mármol. El caso es que la niña lohizo.

(Silencio.)

Le digo: te voy a hacer pasar la noche de amor máshermosa del mundo. Y se corrió en mi boca. ¿Por quélo has hecho? Pensé que querías, me responde. Des-pués de hacerlo: el sabor agrio en el velo del paladar.Después de hacerlo supe tres cosas: una, que mi abue-la había muerto, dos, que mi madre dejaría de limpiary comeríamos en un restaurante caro, y tres, que a mitristeza habría que sumarle ahora la suya, la del hom-bre blanco que viajó catorce kilómetros de mar enbusca de una joven viva donde depositar el fruto de lasinrazón de algunos, del castigo del goce ilimitado deotros, de la vergüenza ante la libertad del cuerpo quese impone, según unos; de un exceso de comunica-ción, según otros; del velo que la sociedad ha idotejiendo para ocultar fallos de la cabeza y del corazón,según tú, y fruto del deseo de una vida mejor, de laignorancia, y del firme propósito de salir de un lugardonde no debí nacer, según la niña tan viva que ter-minó subiendo al coche del hombre blanco.

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(Silencio.)

Hay un sentimiento de acero envuelto en un delgadohilo que va de la cabeza al corazón y del corazón alsexo. Pero no era eso lo que yo sentía. Lo que yo sen-tía era necesidad. Y la necesidad no tiene nada que vercon el corazón. Al menos así me lo enseñaron. Almenos eso decía mi madre.

(Silencio.)

Ahora tengo treinta y cinco años y sida desde losquince. Tengo sida desde el día que mi madre, el hom-bre blanco, y yo, comimos en el mejor restaurante deTánger. En silencio. Sólo mi madre abría la boca parapreguntar cuánto vale esto y cuánto aquello. Tengosida desde el día que mi madre me desnudó para gol-pearme con todas sus fuerzas mientras aullaba dicien-do que una perra valía más que su hija deshonrada.Tengo sida desde el día que tres niños desnudos y lle-nos de moscas me apedrearon diciendo: puta. Tengosida desde el día que supe que no tenía nada que per-der ni nada que ganar. Tengo sida porque tenía moti-vos. Tengo sida por desear. Tengo sida por bailar sobrecristal. Tengo sida desde que subí al coche del hombreblanco. Tengo sida desde que me vendí para salir.Tengo sida desde que conseguí acortar la distancia demi sueño. Mi sida mide catorce kilómetros. Tengo sidadesde antes de tener sida. Tengo sida.

(Silencio.)

En el ferry, vestida con la ropa que me había dejado elhombre blanco, apoyada en la barandilla de la parte

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trasera del barco, crucé los catorce kilómetros queseparan África de Europa: mi vida del sueño. El vien-to me comía parte de la cara. La cara ya había enveje-cido los veinte años que me separan de la niña. Laniña ya tenía sida. El sida, sin ella saberlo, la obligó acerrar los ojos y pensar:

(Silencio.)

El hombre blanco había decidido amarme. Me habíaelegido: una noche de amor a cambio de comenzar aperder mi vida. Una noche de amor a cambio de loscatorce kilómetros y una cena en un restaurante caro.Una noche de amor a cambio de vivir en España conun hombre blanco. Occidental. Europeo. Enfermo.Solo. Una noche de amor a cambio de una casa. Unanoche de amor a cambio de un cuerpo donde depo-sitar su miedo. Al poco tiempo el hombre blancomurió. Nunca más supe de mi madre. Una noche deamor.

(Oscuridad.)

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TRES

SÚPLICA HOMBRE ENFERMO

Es un hombre enfermo de SIDA el que habla a la joven a la queacaba de contagiar y dice:

¿Cómo y dónde empezó el dolor? ¿Cómo lleguéaquí? ¿Por qué desaparecí de mi mundo antes de desa-parecer del todo? ¿Por qué abandoné a mi mujer?¿Qué diré justo antes de morir? ¿Por qué huí? ¿Dedónde viene el miedo al dolor? ¿Cuándo fue la últi-ma vez que hice el amor con mi mujer? ¿Cuándo fuela última vez que hablé con mi padre? ¿Alguna vez ledije que a mi manera que lo quiero? ¿Qué quieredecir querer a “tu manera”? ¿Por qué la vida consisteen nacer crecer pensar que has nacido para comerte elmundo que tu padre te dé una hostia a tiempo casar-te tener hijos intentar hacer aquello que deseas sufrircomprarte una segunda vivienda cerca del mar espe-rar preocuparte por tu hija contraer una enfermedadvenérea y morir? ¿Por qué siempre pensé que mipadre es incapaz de hacer feliz a mi madre? ¿Por quéno me pesa el dolor de los demás? ¿Por qué a veces no

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hay ninguna barrera entre el mundo y yo? ¿Por quéme obligan a poner barreras de plástico al amor? ¿Porqué no somos valientes e intercambiamos fluidoslibremente? ¿Por qué a veces queremos que nos aca-ricien cómo un niño y somos incapaces de pedirlo?¿Por qué no soporto las caricias después de follar?¿Por qué huí sin mirar atrás? ¿Por qué todos aquellosenfermos terminales no hacemos un bien por nuestrasociedad y desaparecemos? ¿Por qué no nos ponemosbombas lapas en el vientre y nos inmolamos frente alos bancos? ¿Por qué en Tánger? ¿A qué vine? ¿Porqué con una jovencita? ¿Por qué el cielo encrespadodel mar tiene que ver con la resurrección? ¿Por qué elmusgo incrustado en la piedra me conmueve? ¿Porqué me senté aquí -en un espacio tan pequeño quesólo hay tiempo para dormir de noche y hacer elamor de día: el espacio suficiente para un hombre yuna jovencita- a esperar al fin? ¿Por qué necesitomatar a alguien para sentirme más vivo? ¿Por quéquiero llevarme rehenes al más allá? ¿Por qué te elegía ti? ¿Por qué aceptaste el trato, niña de piel aceituna-da? ¿Porqué no me arrepiento de acabar mis díasrodeado de belleza?

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CUATRO

SÚPLICA MUJER IRANÍ

Un camión deposita un montón de piedras frente a un lugar inde-terminado. Es una mujer iraní enterrada hasta el pecho la que miraal cielo y nos dice:

Mírame, llevo horas así. La mayor tortura es la espera.Tengo que inventarme juegos para no volverme loca.El sudor me entra en los ojos y se mezcla con el polvoy la arena. Los abro y los cierro varias veces para evi-tar el escozor. La vida transcurre en fotogramas. “Un,dos, tres, zapatito inglés, sin mover los pies”. El de labarba que hace una línea en el suelo, eliminado. “Un,dos, tres, zapatito inglés, sin mover los pies”. El dedetrás que se ha agachado a coger una piedra, te hepillado. “Un, dos, tres, zapatito inglés, sin mover lospies”. Todos los que tienen el brazo levantado, fuera.“Un, dos, tres, zapatito inglés, sin mover los pies”. Eljuez con la cinta métrica. “Un, dos, tres, zapatitoinglés, sin mover los pies”. El hombre de la pala. “Un,dos, tres, zapatito inglés, sin mover los pies”. La manosobre el Corán. “Un, dos, tres, zapatito inglés, sin

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mover los pies”. Dios eliminado. “Un, dos, tres, zapa-tito inglés, sin mover los pies”. Los ojos de la gente.“Un, dos, tres, zapatito inglés, sin mover los pies”. Lahormiga que me sube por el cuello. “Un, dos, tres,zapatito inglés, sin mover los pies”. La nube que vuelapor encima. “Un, dos, tres, zapatito inglés, sin moverlos pies”. El sudor. “Un, dos, tres, zapatito inglés, sinmover los pies”. Mi marido estrechando la mano aljuez. “Un, dos, tres, zapatito inglés, sin mover los pies”.Polvo y más polvo.

(Silencio.)

“Un, dos, tres… El sol eliminado. Zapatito inglés… Las mujeres de negro silenciosas.Sin mover los pies”. El hombre que se acerca y me cubre con una telablanca… eliminada.

(Silencio.)

Mi madre siempre me decía que cuando tuvieramiedo me imaginara a la gente vestida de boda. Pien-so que es arroz en lugar de piedras lo que me van alanzar. “Nadie hace cosas malas ni se mancha lasmanos cuando va de boda” dice mi madre. Me hanvestido de blanco, obligada otra vez, como aquel día.Nadie te explica las instrucciones de la vida. Un día tedespiertas y te dicen que ya tienes 13 años y que erestoda una mujer y que un hombre guapo y fuertequiere conocerte. Y piensas en un príncipe azul comoen los cuentos, alguien que va a protegerte del mundo

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sólo con sus brazos. Y es todo tan precipitado quecuando te quieres dar cuenta estás con ese hombregordo y viejo al lado que ríe y despedaza la carnecomo una bestia delante de tu familia. Y después todoel mundo te hace regalos y te da consejos y te vistemuy guapa para que ese hombre se ponga encima deti como si fueras otro plato de carne. Y yo deseo contoda mi alma que me trate mal y que me pegue parapoder dejarle pero es alguien bueno y trabajador y meacostumbro. Y pasan diez años y envejecemos, él pare-ce que el doble de deprisa que yo y un día me atrevoa decirle que no le quiero, que nunca le he querido,que es un viejo casi 30 años mayor y que me ha com-prado con dinero como si fuera un camello. Y él, aúnasí, no me pega y se ríe diciendo que Dios lo ha que-rido así y que lo que ha unido Él no lo puede desha-cer el hombre. Pero yo cada vez estoy más triste y mástriste y pierdo el apetito y estoy cada vez más delgadaporque ahora ya no soy una niña de verdad y me sien-to enterrada en vida. Y un día aparece un hombre queme sonríe y me dice señorita y me escucha cuando lecuento mis problemas y le digo que no está bien, quesoy una mujer casada pero él insiste y me escribe car-tas de amor. Larguísimas como para empapelar la casaentera y las leo a escondidas, las guardo debajo de unabaldosa. Me escribe poemas y me dice que no puedeolvidarse de mí y que sueña conmigo y que sólo enmis ojos encuentra la calma. No sé si los poemas sonsuyos o los copia de algún libro pero a mí cada pala-bra me devuelve a la vida. “Querida mía, no sé si temerezco pero lucho por merecerte. Estar a tu lado es

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un regalo que no deberías dar a cualquiera. Vente con-migo, escápate de esa cárcel. Te ofrezco mil años deamor en este beso que te entrego desde el fondo demi corazón. Siempre tuyo, Ahmed”.

(Silencio.)

Muchas veces yo también le escribía cartas pero no lasterminaba o las rompía y sólo algunas se las enviaba:“Es triste estar lejos el uno del otro, amor mío, perodebemos mantener firme la ilusión de que todo estoes momentáneo, que algún día mis besos podráncubrir tu boca y decirte muy de cerca cuánto te echode menos. Abraza esta carta, cierra los ojos y piensa enmí”.

(Silencio.)

Y desde que le conocí volví a comer y estaba menostriste. Mi marido dice que Dios le ha escuchado y meha insuflado su luz. Y llega un día en que las cartas noestán y espero que me grite y que esta vez sí me déuna buena paliza. Pero se queda callado. Y yo sé que éllo sabe y él sabe que yo lo sé pero no dice nada. Comela sopa en silencio y me mira. Y eso da más miedoaún. Creo que esa noche va a matarme o algo pareci-do pero no hace nada y pasan los días. Y una mañanallaman a la puerta y abre mi marido: “¿vive aquí lazorra adúltera? Dice un guardia. “Oiga un respeto quees mi esposa”, responde mi marido, y tras un silencio:“pasen, está en su habitación”. “Dios es grande” res-ponden los policías y mi marido: “Dios es grande”también. Y me cogen del pelo y me escupen y meponen unas esposas mientras me dicen “no sabes res-

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petar a tu marido. Has de pagar por ello”. Mi maridoni siquiera mira. Llora en silencio y sigue viendo en latele una de esas series con risas enlatadas o un discur-so del presidente, creo. Y me sacan a empujones y gri-tan lo que dicen que soy para que se enteren los veci-nos y me meten presa y pasan meses y les dicen a mishijos que he muerto y cada día en la cárcel me recuer-dan lo que he hecho y a veces me arrepiento porquemi marido es bueno y no se merece que me escribacon otros hombres. Otras veces pienso que no hehecho nada malo.

(Silencio.)

Después de interrogatorios para esclarecer los hechos,según sus palabras, o torturas para castigarme, según lasmías, me dicen que no me preocupe, que tendré unjuicio justo y que si tengo suerte y el hombre de lascartas confiesa que lo hizo sin mi consentimiento ybajo la ignorancia de mi estado civil, recibiré sólo 40latigazos y podré volver a casa. Mi abogado dice queme despida de los míos en el juicio, que aprovechepara abrazar a mis hijos por última vez pero yo confíoen que él vendrá y me salvará. Y llega el día del juicioy me extraña que llegue tarde, que él no venga a sal-varme. Teherán a estas horas tiene un tráfico imposi-ble, le digo a mi abogado, y él me sonríe y me dice“tus hijos, tus hijos” y les veo allí vestidos como parair de fiesta, muy bien peinados, con camisa blanca ypantalón corto y me dan ganas de lanzarme hacia ellosy comérmelos a besos pero me resisto y me digo quesi me despido no volveré a verles y les hago un gesto

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con la mano y empiezan a saltar y a decir mamá yempiezo a llorar pero no pienso despedirme porquevoy a volver a verlos muy pronto.

(Silencio.)

Él vendrá, me lo decía en las cartas: “siempre te acom-pañaré como el cielo a las estrellas” y de repente seentreabre la puerta y me da un vuelco al corazón.Nadie confiaba en que viniera, menos yo, y apareceun hombre muy trajeado y cuando se acerca veo quees mi marido. Es extraño porque él no tenía que venir(ni tiene traje) y la ley no le obliga a recibir esta humi-llación en público. Tiene cara de cansado, con su trajenuevo, y me saluda levantando las cejas desde el otrolado de la sala. ¿Por qué se habrá comprado un traje?Y antes de que me quiera dar cuenta entra el juez (yoestoy a punto de decir que falta alguien, que no pode-mos empezar) y lee los cargos y habla mi abogado yhabla el abogado del estado de mi marido y dice queestá todo claro, que en este caso, habiendo evidenciasfísicas, sujetando las cartas, no hace falta alargar elsufrimiento de este pobre hombre (señalando a mimarido que se ha comprado un traje para el juicio) yque la ley de Dios debe cumplirse entre los hombres.

(Silencio.)

Todo el mundo aplaude menos mi marido, incluso mihijo pequeño se pone de pie y empieza a dar palmasen medio de la algarabía general, pero su padre le riñey le sienta otra vez en la silla. No puedo hablar, miabogado dice algo de contacto físico no probado.

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Antes de dictar sentencia le dan la oportunidad dehablar a mi marido que se levanta con su traje (¿seráprestado?) y le dice a todo el mundo que el diabloentró en mí, pero que estos niños necesitan de unamadre y él de una esposa pero que aceptará lo quediga la ley iraní como buen musulmán. Y entonces seretira el juez. Tengo ganas de gritar pero enseguidavuelve a salir el juez y nos hace levantar y dice muyserio: culpable y se va. Y miro a los niños y me arre-piento de no haberlos abrazado y veo que mi maridoles abraza fuerte (¿de dónde habrá sacado el traje?) yme abalanzo hacia ellos pero dos policías me sujetan yme llevan a la salida y me meten en un furgón y yatodo es oscuridad.

(Silencio.)

De repente, un estruendo como una casa que sederrumba, luz, mucha luz y lo veo todo desde arriba,fuera de mi cuerpo:

Una mancha de sangre expandiéndose por la telablanca.

Todo ha acabado.

Mi marido está sentado, satisfecho, da las gracias aljuez y se va a la mezquita.

¿Le dará las gracias al mismo Dios al que yo imploro?

Los niños juegan con las piedras y uno de ellos semete disimuladamente una pequeña en el bolso.

Los enterradores fuman un cigarro apoyados en lapala.

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“No lloverá durante toda la semana. Está la tierra duracomo una roca” dice el más joven.

“No sé cómo vamos a sacar este año adelante lascosechas” contesta el otro mayor.

Parece que para ellos el saco de ahí abajo sólo tienedátiles secos que acaban de recoger.

La gente se dispersa y vuelve a su trabajo o a cenarcon su familia.

Ahora ya sólo queda el eco de las piedras.

Como un teatro vacío después de los aplausos.

(Oscuridad.)

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CINCO

SÚPLICA MARIDO DE LA MUJER IRANÍ

Es un hombre mayor el que habla delante del cadáver de su espo-sa y nos dice:

Me he comprado un traje. ¿Has visto? Seguro que nite has fijado. En el juicio sólo mirabas hacia el suelo.Es el azul con rayas negras que tanto te gustó aquellavez que fuimos al centro comercial. Dijiste que sóloun príncipe podría llevarlo. Y ahora que lo tengo nisiquiera puedes verme. No sé por qué lo hiciste. Todoiba bien. Lo acordamos con tus padres, tuvimos unaboda perfecta y dos niños sanos y fuertes.

(Silencio.)

¿No pensaste en ellos? ¿Qué van a hacer ahora sin ti?

(Silencio.)

Les he dicho que Dios te necesitaba y que cuandoquisieran podrían subir a la azotea a saludarte. No hepodido contarles la verdad y decirles que seguramen-te no estés allá arriba sino mucho más abajo, lejos deDios, bajo la tierra. Quizá cuando sean mayores les

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cuente lo que ha pasado. No les diré que eras mala, tansólo que el diablo te puso a prueba y no supiste supe-rarla. Conocías las leyes, la familia es lo más sagrado.

(Silencio.)

¿Por qué lo hiciste?

(Silencio.)

Sé que estás arrepentida. Lo he visto en tus ojos antesde comenzar. Seguro que pensabas en lo horrible detus actos y aceptabas este castigo como lo más justo.Me hacías señales con los ojos y ese recuerdo es el queme llevo de ti: cerrando y abriendo los ojos con fuer-za como si tus párpados quisieran abrazarme. Yo entodo momento he estado rezando para que te fuerassin sufrimiento. Me he encargado de que se cumplie-ra la ley cada segundo. El agujero que te han hecho enla tierra era lo suficientemente grande para que no teoprimiera y ni un milímetro de arena te ha llegadopor encima de las axilas. Cada piedra ha pasado pormis manos para asegurarme de que eran del tamañoadecuado: “no tan grandes como para matar a la per-sona de una o dos pedradas, ni tan pequeñas que nopuedan calificarse como piedras”. He supervisado ladistancia y mi propio hermano ha dibujado la líneaque no se debía traspasar. Incluso la sábana paracubrirte estaba suave y recién lavada.

(Silencio.)

¿Por qué lo hiciste?

(Silencio.)

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No tendrías que estar aquí llena de polvo. Tendrías queestar en casa. Feliz, como siempre, haciendo la comi-da y jugando con los niños.

(Silencio.)

Si no hubieras insistido tanto en cambiar las baldosasjamás hubiera pasado esto. Yo sólo quería darte unasorpresa y que cuando volvieras de aquellos días contu madre pisaras sobre la madera fresca.

“Están todas rotas”. “Parece que andamos por un campo de minas”. “Cualquier día nos vamos a partir la cabeza”. “Salen bichos asquerosos de ahí debajo”.

(Silencio.)

Bichos y cartas perfumadas salieron cuando levanta-mos las primeras baldosas.

(Silencio.)

He pensado muchas veces que podría haber sido felizsin enterarme. Hubiéramos seguido unidos y esesecreto quedaría entre Dios y tú. Pero una vez queencontré las cartas no pudo haber marcha atrás.

(Silencio.)

El adulterio es un pecado muy grave. Lo dice la ley:“aquella mujer que yazca con otro hombre estando casadaserá castigada públicamente por ofender a Dios”.

(Silencio.)

Te mentiría si te dijera que no me entraron ganas dematarte, a ti y a él, y de escupiros en la cara para ali-viar mi sufrimiento. Pero no puedo quedarme a la vez

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sin esposa y sin hermano. Además, él está soltero ytiene toda la vida por delante. Eres tú la que debíapagar el castigo por traicionarme. Mi hermano es sóloun chiquillo inocente de 20 años. Yo quiero que estu-die derecho y sea un gran abogado pero a él le tiranmás las letras. He leído lo que te escribía, es un granpoeta. Me ha contado con pelos y señales todos vues-tros encuentros. Casi me vuelvo loco. He tenido quetirar nuestra cama, no voy a poder dormir allí otra vez.

(Silencio.)

¿Por qué lo hiciste?

(Silencio.)

Yo creía que él te hacía compañía cuando yo no esta-ba y que por eso te pusiste tan triste cuando le trasla-daron de ciudad. ¿En serio te ibas a fugar con él yabandonar a tus hijos? Te agradezco que no lo delata-ras. Sé que le has protegido y que no has dicho sunombre en ningún momento. A lo mejor lo has hechoporque sabías que nadie te creería o porque tu aboga-do te aconsejó que eso sólo agravaría la pena.

(Silencio.)

¿Por qué lo hiciste?

(Silencio.)

Los enterradores están esperando. No sabía que tegustaban las cartas. Te escribiré alguna y vendré aquí aleértelas en voz alta. No las esconderé debajo de nada.(El hombre abraza el cadáver.) ¿Por qué lo hiciste? (Elhombre se marcha con el traje lleno de sangre. Oscuridad.)

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SEIS

SÚPLICA MUJER ALBINA

Es una mujer albina la que habla con el guardia fronterizo deun país africano y dice:

No somos humanos sino fantasmas. Nunca morimossino que nos desvanecemos.

(Silencio.)

Dicen que somos débiles y que no valemos para tra-bajar.

(Silencio.)

Dicen que no somos inteligentes.

(Silencio.)

Dicen que mutilar a un albino trae buena suerte yque violar a una mujer albina cura el sida.

(Silencio.)

Todo eso dicen. No me extraña que usted no me crea.Déjeme pasar y le doy lo que quiera. Me persiguenunos cazatesoros. Llegarán aquí dentro de poco. Cadaparte de mi cuerpo tiene un precio:

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6000 dólares por un brazo.4000 por una mano.3000 por la piel o los huesos.5000 por el corazón.2000 por cada pulmón.7000 por oreja, lengua y nariz. 300 por un ojo. 1000 los genitales.300 el hígado.400 el riñón.1500 la sangre.

En este país la mayoría vivimos con un dólar al día yhay gente que paga esa fortuna por un trozo de micuerpo. Soy un lingote de oro ambulante. Incluso losdedos son valiosos. Los utilizan como amuletos. Perono todo el mundo nos quiere para lo mismo, depen-de de la profesión. Por ejemplo, los pescadores utilizannuestras manos para atraer a los peces, así que nos lasdeshuesan, muelen los huesos y esparcen el polvo porel lago o el mar. Los mineros, nos usan como unaespecie de detector de metales. Dicen que allá dondeechan nuestras extremidades salen los metales máspreciosos. Con los genitales masculinos hacen unapócima sexual tan efectiva como la Viagra. Nuestrasangre la entregan a un brujo para que las transformeen pócimas y amuletos, así, según la creencia, su nego-cio prosperará. Hacen lo mismo los políticos quecreen que al tomarse el brebaje ganaran las eleccioneso serán contratados por el Gobierno. En otros países,los que generalmente pagan por nosotros son los pro-

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ductores de café y algodón. Ellos siempre acuden albrujo antes de la cosecha.

(Silencio.)

¿Qué necesita usted de mí?

(Silencio.)

Muchas veces las mujeres se amontonan delante de lapeluquería cuando me corto el pelo. Al conservar unpoco como amuleto creen que el ser amado perma-necerá a su lado. Ya lo ve, somos como cerdos, nada sedesaprovecha, tréboles de cuatro hojas que todo elmundo codicia. ¿Y sabe lo más increíble? Damos tantafortuna a la gente que deberíamos ser sagrados. Perovivos y enteros no valemos nada.

(Silencio.)

¿Qué necesita usted de mí?

(Silencio.)

La gente cree que somos gafes y que les vamos a con-tagiar la enfermedad. Somos apestados. En la calle, lagente escupe cuando paso. Algunos se tapan la nariz.Si me siento en un autobús, la gente se levanta de milado. Incluso mi familia me trata así. Un día fui alcumpleaños de mi primo y me sentí feliz con el restode niños. Salimos a jugar y cuando pasamos por labasura vi que habían tirado mi plato, los cubiertos y elvaso del que había bebido. Los médicos no se atrevena tocarnos. El otro día unos militares entraron en laaldea, degollaron a una niña albina delante de suspadres y se bebieron su sangre para convertirse en

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inmortales en el campo de batalla. No hay ninguna leyque nos proteja.

(Silencio.)

Déjeme pasar.

(Silencio.)

Todos ellos creen que soy el fruto de una maldicióndivina o el castigo por un adulterio. Sólo tengo unasmonedas pero si quiere puedo ofrecerle algo más acambio. Puedo darle mucho placer. ¿Ha estado algunavez con una chica blanca? Mire, todo mi cuerpo pare-ce como de mármol con pequitas… ¿No le gusta?

(Silencio.)

Cuando nací, a mi madre le dijeron que se lo merecíapor haberse acostado con un blanco y que la habíaviolado el fantasma de un europeo, por eso yo eratambién un fantasma. Mi padre quiso abandonarme alnacer para no ser la vergüenza de la familia pero mimadre me salvó. Creía que se podía arreglar y que nohacía falta abandonarme. Me colocaba diez y docehoras bajo el sol para que me pusiera morena. Ahoratengo cáncer y muchas partes de mi piel quemadas.Venga, seguro que necesita alguna parte de mi cuer-po.

(Silencio.)

¿Está casado?

(Silencio.)

Córteme un trozo de pelo y su mujer no le abando-nará jamás. O mejor un dedo. Le doy el pulgar para

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que todo le vaya bien y ahuyentar a los malos espíri-tus. O el índice o el que usted quiera. Elija. Déjemeun cuchillo, puedo trenzarle un trozo de cuero paraque se lo cuelgue a cuello. ¿Quiere una oreja? Puedoofrecerle protección eterna a usted y a los suyos ¿Unpie? Jamás se tendrá que preocupar por el dinero. Unpoco de mi sangre y nadie podrá hacerle daño nisiquiera disparándole. ¿Mi lengua? Puedo quedarmecallada, no me importa. Sólo con alguna parte de micuerpo usted podrá ser hasta presidente.

(Silencio.)

¿El brazo?

(Silencio.)

No, el brazo no puedo dárselo. Es el único que tengo.No lo perdí en ninguna guerra. Eran tres hombres.Entraron en la choza y empezaron a golpearnos atodos. Uno llevaba una botella de queroseno. Me aga-rraron entre los tres. Me inmovilizaron y empezaron acortármelo a machetazos. Cuando acabaron salieroncorriendo con mi brazo y gritaron a mi madre queme echara el queroseno en la herida hasta que cicatri-zara y dejara de sangrar. ¿Y sabe por qué no quisieronmatarme? Porque para que fuera realmente efectivonecesitaban que mis órganos fueran arrancados envivo y que mis gritos y mi dolor potenciaran el con-juro. Por eso le dieron una botella de queroseno a mimadre, porque no querían matarme, muerta no lesservía para nada.

(Silencio.)

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“No nos eches la culpa, nos envían solo para cortarle el brazoa tu hija, no queremos matarla” le gritaron a mi madreantes de irse.

(Silencio.)

Déjeme pasar o me matarán. Se lo suplico. ¿Sí? ¿Enserio? ¿Qué parte ha elegido? ¿Ninguna? No puedeser. Acepte al menos mi dedo meñique del pie comoagradecimiento. Gracias, gracias, me ha salvado la vida.Sí, sí lo que usted me diga. Me quedaré aquí agacha-da hasta que se vayan.

(Oscuridad.)

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SIETE

SÚPLICA GUARDIA EN PUESTO FRONTERIZO

Es un guardia fronterizo en su puesto de trabajo el que habla ynos dice:

La gente se inventa cosas increíbles para poder pasar.Se disfrazan, se meten en maletas, en tripas de anima-les, hacen túneles, se agarran a los bajos de un cocheo incluso se pintan de colores.

(Silencio.)

¿Tienes dinero, blanquita?

(Silencio.)

Yo los huelo enseguida, huelo el miedo y el sudorcuando se ponen nerviosos. A veces hablan muydeprisa, les tiembla un poco el labio o miran haciaarriba, a la izquierda… son movimientos involuntariosque duran décimas de segundo pero estoy entrenadopara no pasar por alto ninguno de estos detalles. Elcuerpo no sabe mentir, la naturaleza nos protege delos mentirosos.

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(Silencio.)

Estás sudando mucho ¿no? No tengas miedo, blanqui-ta, no voy a hacerte daño. Si eres generosa conmigo yotambién lo seré contigo. Sé que no llevas droga, sé queno tienes familia y probablemente sea cierto que tepersiguen pero no puedo ayudarte.

(Silencio.)

No hago daño a nadie dejando pasar tabaco, gasolinao de vez en cuando alguna persona. Tengo una fami-lia.

(Silencio.)

¿Seguro que no tienes dinero?

(Silencio.)

Quiero que mis hijos estudien y que no huyan comoratas metidos en cualquier cosa. La mayor cree que iráa la universidad después del verano pero tendrá quevender su cuerpo si quiere seguir con los estudios.Cada vez es más difícil decir que no al dinero.

(Silencio.)

¿Me darías el brazo que te queda, blanquita?

(Silencio.)

Estamos llamando la atención de los compañeros,blanquita.

“Joder, tío, parece la prima de Michael Jackson”“¿Sabes bailar como él? Venga haz eso de andar paraatrás”“¿Te han lavado con lejía?”

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Venga, dejadla en paz que ya se iba.

“Podías venirte un día con unas amigas y echamos unajedrez o al menos hacemos el tablero”“Necesitas que te dé un poco el sol” “¿Sabes el chiste aquel de un niño albino que no que-ría comer?” “Si te enseño yo algo… sí que te vas a quedar pálidade verdad”

Recojo y voy enseguida a comer. Guardadme el sitio,chicos.

(Silencio.)

Son buena gente, blanquita, pero es que por aquí nohay mucha diversión. No me mires con esa cara, yaveo que huyes de esos hombres vestidos de militares.No, no hace falta que me des un trozo de tu cuerpo.Te dejo pasar. Sé lo que quieren de ti. No quiero nadaa cambio. Rápido, pasa y escóndete aquí un momen-to debajo de la ventanilla.

(A los hombres.) ¿Puedo ayudarles en algo?

No, no he visto a nadie y menos a nadie tan blancacomo la leche.

(A la mujer.) Como sigas temblando nos van a descu-brir.

(A los hombres.) No se preocupen, pondré el cartel conla recompensa: 10.000 dólares es mucho dinero.

(A la mujer.) Ya se han ido blanquita. No, no, no medes las gracias de esa forma, estoy casado. Levántate.Los cuerpos no pagan facturas. Cualquiera hubiera

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hecho lo mismo en mi situación. Tengo una familia ysoy humano. Cuando estás en mi posición decidesentre el bien y el mal todos los días. Como un empe-rador romano que ejecuta o salva con sólo levantar elpulgar hacia arriba o hacia abajo. El hombre es malopor naturaleza. Necesitamos que nos eduquen para elbien. Esos militares no han sido educados, por eso secomportan como bestias. Yo no creo que haya un bienabsoluto, depende de las circunstancias.

(Silencio.)

A veces es muy fácil hacer el bien pero cuando tútambién arriesgas algo ya es más complicado. Además,blanquita, lo que es bueno para uno puede ser malopara otro. Yo ahora mismo estoy haciendo el bien parati y estoy obrando mal para ellos. Nunca se puedeobrar bien para todo el mundo. Tranquila, te prometoque jamás tendrás que huir de las mafias otra vez. Nopodemos ayudar a todo el mundo, en realidad nodeberíamos ayudar a nadie para conservar el puesto detrabajo. Pero hay días en que te arriesgas por unabuena causa y hacemos excepciones, como hoy, y nossaltamos la ley y ayudamos a alguien que lo necesita.Es una sensación increíble, como si estuvieras flotan-do de felicidad. Te sientes bien porque sabes que vas aayudar a que una mujer tenga una vida mejor. Acér-cate, te acompaño a la salida. Ve delante, no tengasmiedo. Esos hombres ya no pueden hacerte daño.

(Machetazo)

Un brazo. Mi tratamiento de diabetes.

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(Machetazo)

Una mano. Mi hijo pequeño dejará de trabajar en lamina.

(Machetazo)

La piel y los huesos. Una casa con techo.

(Machetazo)

El corazón. Arroz para casi un año.

(Machetazo)

Los pulmones. Una fosa séptica.

(Machetazo)

Oreja, lengua y nariz. Libros.

(Machetazo)

Los ojos. Un pozo de agua.

(Machetazo)

Genitales. Un pequeño huerto.

(Machetazo)

Hígado. La operación de mi madre.

(Machetazo)

Riñón. Medicamentos para toda la familia

(Machetazo)

Sangre. El futuro de mi hija.

(Múltiples machetazos con más fuerza.)

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OCHO

EPÍLOGO DEL AUTOR

En el ensayo del sociólogo polaco Zygmunt Bauman,Vidas desperdiciadas: la modernidad y sus parias, encon-tramos un concepto que puede ayudarnos a entender

la relación del desarraigo de estos “suplicantes” con lamodernidad: se trata de la noción de residuo humano. Sobrela noción de residuo, Baumann dice: la producción de resi-duos humanos (los excedentes, es decir, la población de aque-llos que no se deseaba que fuesen reconocidos o que se lespermitiese la permanencia) es una consecuencia inevitablede la modernización y una compañera inseparable de lamodernidad. Es un ineludible efecto secundario de la cons-trucción del orden y del progreso económico.

Desde los albores de la modernidad, cada generaciónsucesiva ha dejado sus náufragos abandonados en el vacíosocial: las víctimas colaterales del progreso. ¿Qué hacemos contodas estas personas que suplican por salvar sus vidas? ¿Aquién debemos suplicarle hoy en día? Mientras muchos selas arreglan para subir al acelerado vehículo de la moderni-dad, otros se quedan rezagados y quedan aplastados bajo sus

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ruedas... En un mundo globalizado, nos encontramos deso-rientados. Hemos perdido la referencia, clara en el originalde Esquilo, de a quién lanzar nuestras súplicas desesperadas.Somos demasiada gente buscando nuestro lugar en elmundo.

De enero de 2012 en Fez a junio del mismo año en Madrid...

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