Jorge García

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HISTORIA, IDENTIDAD Y ALTERIDAD

ACTAS DEL III CONGRESO INTERDISCIPLINAR DE JÓVENES HISTORIADORES

José Manuel Aldea CeladaPaula Ortega Martínez

Iván Pérez Miranda Mª de los Reyes de Soto García

(Editores)

Pablo C. Díaz(Prólogo)

Salamanca • 2012Colección Temas y Perspectivas de la Historia, núm. 2

Editores: José Manuel Aldea Celada, Paula Ortega Martínez, Iván Pérez Miranda, Mª de los Reyes de Soto García.

Comité editorial: Álvaro Carvajal Castro, Gonzalo García Queipo, Ana González-Muriel Valle, Javier González-Tablas Nieto, Amaia Goñi Zabelegui, Carmen López San Segundo, Isaac Martín Nieto, Alejandra Sánchez Polo, Francisco José Vicente Santos.

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¿Y QUÉ FUE DE LA ESTATUA DEL ABUELO?LA REUTILIZACIÓN DE LA ESCULTURA IBÉRICA1

What Happened with Grandfather´s Statue? Reusing the Iberian Sculpture

Jorge García Cardiel2

Universidad Complutense de [email protected]

Resumen: Toda sociedad necesita dotarse continuamente de una identidad colectiva, para lo que habitualmente se recurre a la (re)construcción de un pasado compartido que sancione el equilibrio de poder existente o legitime su cambio. Estos fenómenos son los que explican la variada gama de comportamientos que los iberos exhibieron para con sus esculturas a lo largo de su historia, labrándolas, exhibiéndolas, destruyéndolas, alanceándolas, troceándolas, dispersándolas o recolocándolas según conviniera en cada momento. El análisis de las últimas etapas de la vida social de los objetos hasta el momento de su amortización definitiva nos puede sugerir de este modo numerosos aspectos relativos a los fenómenos ideológicos e identitarios ibéricos.

Palabras clave: Memoria, estatuaria, iberos, Porcuna, Villares.

AbstRAct: Every society needs to provide itself with a collective identity, so they often use the (re)building of a shared past which authorize the actual balance of power or legitimate its change. These phenomena explain the different ways the Iberians treated their sculptures throughout their history: sculpting them, showing them, destroying them, spearing them, cutting them into pieces, dispersing them or relocating them as the occasion required. The study of the last stages of the social life of things, until its definitive amortization, can show us many aspects related to the Iberians’ ideology and identities.

Keywords: Memory, sculpture, Iberians, Porcuna, Villares.

1 Agradezco a T. Chapa sus comentarios sobre el borrador del presente texto, y sus siempre valiosas reflexiones. 2 Departamento de Historia Antigua, Universidad Complutense de Madrid.

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… Estas estatuas rígidas y simétricas, de sabios y de vírgenes, que hoy contemplamos con emoción en los museos. Yo las he mirado y remirado largos ratos en las salas grandes y frías. Y al ver estas mujeres con sus ojos de almendra, con su boca suplicante y llorosa, con sus mantillas, con los pequeños vasos en que ofrecen esencias y ungüentos al Señor, he creído ver a las pobres yeclanas del presente, y he imaginado que corría por sus venas, a través de los siglos, una gota de sangre de aquellos orientales meditativos y soñadores3.

1. IntroduccIón

La escultura es, sin lugar a dudas, uno de los aspectos más espectaculares y llamativos de la cultura material ibérica. De hecho, fue el hallazgo a finales del siglo XIX de las primeras estatuas en el Cerro de los Santos (a las que aludía Azorín literariamente en el pasaje que encabeza estas páginas) y otras localidades de Albacete, Jaén y Alicante, lo que llevó a los eruditos del momento a enunciar por primera vez la existencia de estos pueblos prerromanos, y aún hoy son los rostros de la Dama de Elche y la de Baza los iconos más populares de esta civilización. Buena parte de la historiografía sobre el mundo ibérico ha fundamentado sus conclusiones en aspectos tales como el origen de la estatuaria ibérica y sus influencias estilísticas peninsulares u orientales, la función que desempeñaban estas esculturas, o su clasificación según el tipo de monumento en el que se insertaban y la relación entre cada uno de estos tipos y el grupo social que los ordenó levantar. También diversos autores han tratado de explicar los motivos por los que, aparentemente, a partir de un determinado momento las esculturas erigidas en las necrópolis ibéricas son destruidas violentamente. Sin embargo, apenas se ha prestado atención a las últimas etapas de la «vida social» de los fragmentos escultóricos resultantes, que en muchas ocasiones no fueron desechados en ningún vertedero sino que permanecieron «abandonados» durante siglos en el lugar donde cayeron, o bien fueron incluidos en los ajuares funerarios, por poner sólo dos ejemplos de reutilizaciones. ¿Por qué derribaron estas gentes sus antiguas estatuas? ¿Y con qué fines manipularon sus restos? ¿Simbolizaban estas «piedras» algo distinto para ellos que para quienes las esculpieron? ¿Es que ya se habían olvidado de lo que las estatuas habían significado? Memoria, identidad y alteridad serán los tres pilares sobre los que sustentaremos nuestras interpretaciones en torno a este complejo fenómeno.

3 MARTÍNEZ RUIZ, 2002 [1904]: 73-74.

¿y qué fue de lA estAtuA del Abuelo?lA ReutilizAción de lA escultuRA ibéRicA

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La función de la memoria en la creación de las identidades y etnicidades actuales es un tema bien estudiado desde hace algunos años por sociólogos y antropólogos, pero paradójicamente esto no es así en lo concerniente a las sociedades pasadas, y aún menos si nos referimos a aquellos pueblos que no dejaron sus recuerdos por escrito o cuya escritura no conseguimos interpretar. De hecho, la postura más habitual de la historiografía ha sido negarles a estas gentes la capacidad de «recordar» su pasado, o lo que es lo mismo, se ha infravalorado generalmente el peso que la memoria social tendría en la conformación y negociación continua de sus identidades, sistemas de valores y comportamientos4; y sin embargo, todo apunta a que, precisamente en estas «sociedades sin historia», la memoria desempeñaría un papel fundamental5.

FIG. 1: Principales yacimientos mencionados en el texto. Elaboración propia.

Más allá de la ya secular disputa entre primordialistas e instrumentalistas acerca del origen de la etnicidad6, lo que parece claro es que la identidad étnica nace entre otras cosas (y fundamentalmente, según algunos autores7) de la idea de un pasado y una genealogía común, o lo que es lo mismo, del recurso a una memoria social compartida. La memoria se concibe así no como un mero reflejo del pasado, sino como una reconstrucción activa, continua y selectiva de éste, adaptándose a las necesidades del presente

4 ALCOCK, 2002: 2; cf. por ejemplo BENDALA, 2003-2004: 325.5 BRADLEY, 2002: 12.6 JONES, 1997: 65-100; KONSTANT, 2001: 30.7 Cf., por ejemplo, HALL, 2002.

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y tomando una especial relevancia en los momentos de cambio social8. Desde siempre los gobernantes se han esforzado por construir memorias hegemónicas que legitimen su preeminencia social cohesionando a la comunidad en torno a ella9, pero nunca han sido capaces de monopolizar el pasado, pues estos discursos hegemónicos siempre han coexistido de una u otra forma con memorias alternativas constituidas en patrimonio de los diferentes grupos sociales10. Y, desde siempre, todas estas memorias se han construido, reforzado y modificado mediante rituales (conscientes o no, que pueden dejar o no su huella en el registro arqueológico) y mediante la erección, manipulación y destrucción de «monumentos» y otros artefactos.

Creo que esta perspectiva de la memoria como creadora de identidades puede enriquecer el estudio de la reutilización de la escultura ibérica. Como señala J.-P. Vernant11, cuando el individuo muere, desaparece de la red de relaciones sociales en las que estaba inserto, pero no su recuerdo, que continúa formando parte de dicha red a través del recuerdo de su figura. Desde este punto de vista, las estatuas ibéricas, halladas por regla general en las necrópolis más importantes, pueden concebirse como «lugares de memoria» legitimadores de la elite que reivindica su herencia sociopolítica: no reproducen una jerarquía social, sino que contribuyen a su creación y fortalecimiento12. Ahora bien, si una única escultura pudo significar diferentes cosas según los observadores que la contemplaran en el momento de su erección13, sin lugar a dudas con el tiempo el significado de los monumentos iría cambiando, a medida que la sociedad que los «utilizaba» para sus propios intereses se transformaba14. Este deslizamiento semántico sería tanto más evidente cuando las esculturas se transfiguraran físicamente, esto es, cuando se destruyeran. De hecho, la reutilización de sus fragmentos con los más diversos fines nos indica que en muchos casos éstos continuaron constituyendo receptáculos de memoria con un elevado capital simbólico, y por tanto sus reutilizaciones son socialmente significativas pese a que generalmente hayan sido poco estudiadas15. Posiblemente la pata de équido que aparece en el interior de un ajuar funerario de Cigarralejo (Mula, Murcia),

8 VAN DYKE y ALCOCK, 2003: 3; YOFFEE, 2007: 4.9 LE GOFF, 1992: 54.10 ALCOCK, 2002: 16; CRA�FORD, 2007: 12-13.ALCOCK, 2002: 16; CRA�FORD, 2007: 12-13.11 VERNANT, 1982: 65.VERNANT, 1982: 65.12 OLMOS, 1996: 276.13 BERMEJO, 2008: 63-64; GARCÍA CARDIEL, 2012.BERMEJO, 2008: 63-64; GARCÍA CARDIEL, 2012.14 BRADLEY,1993: 91.BRADLEY,1993: 91.15 ZOFÍO y CHAPA, 2005: 96-97; IZ�UIERDO, 2007: 74-75.ZOFÍO y CHAPA, 2005: 96-97; IZ�UIERDO, 2007: 74-75.

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por poner un ejemplo, no significaba lo mismo para quien la ordenó colocar allí que la escultura de caballo que tiempo antes se había ordenado erigir en las proximidades; y sin embargo, la familia del difunto que se enterró con ella seguramente albergaba algún tipo de «recuerdo», construido socialmente según las necesidades del momento, que fue lo que determinó dicha reutilización. Lo que nos lleva a una segunda consideración: posiblemente la pata de équido reutilizada en esta misma tumba del Cigarralejo en el siglo IV a.C. tenía un significado para quienes la manipularon muy distinto del que ofrecía para quienes lo colocaron allí, o el león que medio milenio después de su modelado fue empotrado en un muro de una vivienda iberorromana de Cerro de las Balsas (Alicante)16, lo que nos demuestra la necesidad de evitar las generalizaciones y estudiar estos comportamientos en profundidad y desde un punto de vista diacrónico.

Se trata además de un fenómeno tanto más interesante puesto que disponemos de ciertos indicios para valorar quiénes fueron los grupos que articularon estas memorias sociales. Así, si en un primer momento resulta complejo determinar hasta qué punto fue aceptado por la colectividad el mensaje ideológico que las elites pretendían difundir mediante la erección de las esculturas (máxime cuando sabemos que algunas de ellas fueron «abandonadas» y otras destruidas violentamente), tras el derrumbe de las estatuas sí que nos encontramos en mejor disposición para determinar quiénes fueron los individuos que se apropiaron (ideológica y físicamente) de los fragmentos escultóricos resultantes, pues se trató de un fenómeno ampliamente difundido entre las gentes que se enterraban en las necrópolis, y con un mayor impacto, contra lo que cabría esperar, en las tumbas más modestas17.

De esta manera, creo que es posible analizar el fenómeno de la destrucción y reutilización de la escultura ibérica con el objeto de obtener ciertos indicios relativos a la concepción que estas gentes tuvieron en cada momento de su pasado, y por tanto de cómo articularon, construyeron o transformaron su identidad étnica a través de la reivindicación o el rechazo de aquél. Se trata, en mi opinión, de una vía de estudio complementaria que puede aportar nuevas luces al ya tradicional intento de contrastar arqueológicamente la existencia de las etnias ibéricas que nos describen los autores grecorromanos. Mediante el estudio de la memoria social, desde luego, no podremos averiguar si un

16 ROSSER y FUENTES, 2007: 50.ROSSER y FUENTES, 2007: 50.17 �UESADA, 1989: 122-124; GARCÍA CARDIEL, e.p.�UESADA, 1989: 122-124; GARCÍA CARDIEL, e.p.

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grupo concreto era contestano o bastetano, ni hasta qué fechas se pueden retrotraer dichos etnónimos que tenemos atestiguados para el momento de la conquista romana de Hispania, pero sí exploraremos los mecanismos que nos permitirán hipotetizar si los integrantes de un grupo concreto se consideraban descendientes de las gentes que habían poblado el lugar siglos atrás, si por el contrario se consideraban un pueblo diferente, si además de considerarse «otra cosa» sentían un rechazo activo respecto de su pasado, o si bien simplemente se sentían indiferentes hacia aquél.

2. Estatuas dEstruIdas, sacrIfIcadas y dErrumbadas

Desde muy pronto, los arqueólogos que estudiaron las necrópolis ibéricas repararon en el carácter concienzudo de las destrucciones de las que habían sido objeto las esculturas allí documentadas. No sólo es que éstas fueran derribadas, sino que en muchos casos eran literalmente «troceadas», descompuestas en diversos fragmentos a través de un proceso que con las herramientas de la época hubo de ser ciertamente costoso18. Aunque a veces se documentaban fragmentos más grandes, lo más habitual era encontrar restos de pocos centímetros de longitud, en ocasiones pertenecientes a una misma escultura pese a haberse hallado dispersos por una amplia zona. Según el paradigma historiográfico dominante, numerosos autores culparon de este fenómeno a las invasiones, las guerras intestinas, las rupturas religiosas o las revueltas sociales, aunque desde el clarividente trabajo de T. Chapa19, la opinión más generalizada al respecto es que no se puede hablar de la «destrucción de la estatuaria ibérica» como un fenómeno unitario, sino que cada conjunto escultórico vería su final por unos motivos distintos y según unas coyunturas históricas que no tenían por qué coincidir.

Bien es cierto que en ocasiones se ha podido apreciar un objetivo claramente «materialista» de la destrucción. Éste es el caso por ejemplo de la conocida como «tumba de las damitas» de Corral de Saus (Mogente, Valencia), una estructura tumular cuadrada de tres metros y medio de lado y tres gradas en altura datada en el siglo IV a.C. y para cuya confección se reutilizaron, aparentemente como mero material de construcción, varias esculturas antropomorfas femeninas que fueron convenientemente seccionadas y «escuadradas» hasta convertirlas en sillares paralelepípedos

18 CASTELO, 1995.CASTELO, 1995.19 CHAPA, 1993 (con bibliografía anterior).CHAPA, 1993 (con bibliografía anterior).

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que encajaran en el lugar dispuesto para ellos en la estructura20, todo ello en una zona en la que el acceso a la materia prima pétrea era limitado (FIG.2).

FIG. 2: «Tumba de las Damitas» de Corral de Saus (Mogente, Valencia) con uno de los fragmentos escultóricos levantado. Fuente: APARICIO y CISNEROS, 2007: 96.

Ahora bien, resulta peligroso generalizar esta línea interpretativa funcionalista. En este sentido, creo que resultaría ilustrativo sacar a colación el ejemplo de las armas amortizadas en las tumbas ibéricas, un fenómeno de reutilización de artefactos paralelo al de nuestras esculturas pero que ha sido mucho mejor estudiado. Así, ante la evidencia de que muchas de las armas depositadas en las sepulturas formando parte de los ajuares funerarios son plegadas e inutilizadas (algo que es evidente sobre todo en los soliferrea, espadas y escudos), algunos autores han defendido que se trataría de un comportamiento meramente funcional, motivado por la necesidad de introducir objetos de gran tamaño en un espacio reducido, y que además buscaba evitar que nadie expoliara las tumbas para robar su contenido21. Sin embargo, a medida que la investigación avanza, esta hipótesis se ve cada vez más contestada, pues reparamos en que también las armas pequeñas son inutilizadas a través de una amplia gama de acciones destructivas, muchas de las cuales presentan claros tintes rituales, con lo que la postura más

20 APARICIO y CISNEROS, 2007: 38-39.APARICIO y CISNEROS, 2007: 38-39.21 Cf. por ejemplo PEREIRA y MADRIGAL, 1993: 388.Cf. por ejemplo PEREIRA y MADRIGAL, 1993: 388.

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ampliamente aceptada hoy día es aquélla que propugna para este fenómeno una conjunción de explicaciones funcionalistas y simbólico-rituales22.

Otro tanto sucede, creo, con las esculturas. Si las damitas de Corral de Saus se convirtieron aparentemente en material de construcción, también nos encontramos frecuentemente con el caso contrario, esto es, esculturas en cuya destrucción se invirtieron grandes esfuerzos pero cuyos materiales nunca se volvieron a reutilizar. Uno de los ejemplos más significativos de esto último podría ser uno de los jinetes de Los Villares (Hoya Gonzalo, Albacete), construido a comienzos del siglo V a.C. y que fue derribado a finales de dicha centuria mediante una serie de golpes de lanza asestados en el rostro (con lo que destruir a lanzadas una escultura de arenisca implica), y que sin embargo permaneció allí donde cayó hasta que fue excavado por los arqueólogos pese a que la necrópolis en la que se encontraba se mantuvo en uso aún durante varias décadas23.

Otro caso distinto pero que igualmente rompe con la interpretación funcionalista es el de las esculturas del Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén). En este yacimiento se ha documentado una necrópolis orientalizante de mediados del siglo VII a mediados del VI a.C., sobre la que en un momento posterior se dispuso un abundante número de esculturas; las cuales, apenas unos años después (posiblemente hacia la primera mitad del siglo V a.C.24), fueron destruidas, y la mayor parte de sus fragmentos fueron sepultados en una trinchera excavada al efecto. Tiempo después, el lugar volvió a dar cabida a una segunda necrópolis, que se mantendría en uso entre los siglos IV y II a.C.25, y al interior de cuyas tumbas fueron a parar los fragmentos escultóricos que no habían sido enterrados en la mencionada zanja y que hemos de suponer que se habrían mantenido dispersos por el terreno durante más de una centuria.

Un somero vistazo a los fragmentos escultóricos recuperados basta para hacerse una idea de su elevado grado de fragmentación. Sin embargo, un análisis más detenido nos permitirá observar aspectos más elocuentes, como por ejemplo la cuidadosa selección de restos conservados (prácticamente han desaparecido todas las cabezas y manos de las esculturas antropomorfas, con la única excepción de una cabeza dividida en siete fragmentos, en tanto

22 �UESADA, 1997: 641.�UESADA, 1997: 641.23 BL�N�UEZ, 1992:123; 1996: 219-220.BL�N�UEZ, 1992:123; 1996: 219-220.24 NEGUERUELA, 1990-1991: 77.NEGUERUELA, 1990-1991: 77.25 ZOFÍO y CHAPA, 2005: 100.ZOFÍO y CHAPA, 2005: 100.

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que las cabezas de las esculturas zoomorfas sí que aparecen, por lo general separadas de sus cuerpos pero intactas) (FIG. 3), o la intencionalidad (¿quizás ritualidad?) que se advierte en las destrucciones (provocadas por una serie de golpes asestados en los mismos lugares, en el mismo orden y con los mismos instrumentos para todas las esculturas). En conclusión, estamos hablando de unas esculturas que son destruidas poco tiempo después de su esculpido mediante una serie de embates estandarizados que casi nos permiten hablar de un «sacrificio»26, y parte de cuyos fragmentos son recogidos y enterrados en una zanja excavada al efecto, mientras que otros quedan en el lugar y un tercer grupo (las cabezas y las manos antropomorfas) es destruido o transportado a otro lugar. Comportamientos para los que no cabe negar un profundo carácter simbólico.

A modo de comparación, me gustaría sacar aquí a colación la supuesta destrucción de la Dama de Elche. En este caso, las informaciones de las que disponemos sobre el contexto en el que apareció la pieza son escasas y

26 ZOFÍO y CHAPA, 2005: 96.ZOFÍO y CHAPA, 2005: 96.

FIG. 3: «Cazador» de Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén). Fuente: fotografía del autor, Museo Arqueológico de Jaén.

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confusas, aunque podríamos encontrarnos ante uno de los pocos ejemplares de escultura ibérica hallados fuera de una necrópolis. De cualquier manera, el hecho de que sólo haya llegado hasta nosotros el busto de la Dama ha motivado una secular discusión acerca de si la escultura habría sido concebida tal cual, aludiendo al concepto de ánodos tan habitual en la iconografía ibérica27, o bien en un momento posterior a su esculpido habría sido seccionada para separar la cabeza y hombros del resto del cuerpo. De aceptar esta segunda línea interpretativa argumentada por M. Bendala28, nos encontraríamos ante la misma disyuntiva que se nos viene presentando desde páginas atrás: ¿la escultura fue fragmentada por necesidades materiales, en este caso para introducirla en el pequeño habitáculo en el que fue hallada, o bien por motivos simbólicos, quizás para representar el concepto de ánodos al que antes aludíamos? En este caso, deberemos contentarnos con explicitar la incertidumbre, sin poder resolverla.

Saltemos ahora a otro conjunto de esculturas para las que no tenemos documentada una destrucción artificial, sino que para ellas debemos contemplar la posibilidad de que se derrumbaran por motivos naturales29. De hecho, creo que es posible que la espectacularidad de los casos de destrucciones violentas puede haber llevado a sobrevalorarlas en detrimento de los ejemplos de colapsos naturales, mucho más difíciles de probar de manera fehaciente. De entre estos últimos, posiblemente el mejor documentado sea el del monumento turriforme de Pozo Moro (Chinchilla, Albacete), para el que se observó cómo la plasticidad del terreno arcilloso sobre el que se levantaba la torre hizo que ésta, carente de cimientos, se desequilibrara y terminara desplomándose, no antes de que una ancha grieta se abriera en su pared septentrional30. Tras el derrumbe, acaecido hacia el año 500 a.C., la mayor parte de los fragmentos arquitectónicos, escultóricos y relivarios del monumento permanecieron en el lugar en el que habían caído, pese a que el enclave continuó siendo utilizado como necrópolis durante casi un milenio31.

En otros lugares también se ha propuesto un derrumbe «natural» de las estructuras escultóricas. Éste sería el caso del cipo de la necrópolis de Poblado (Coimbra del Barranco Ancho, Jumilla, Murcia), cuyas piezas se

27 RAMOS, 1995. 123-133.RAMOS, 1995. 123-133.28 BENDALA, 1994: 91-92.BENDALA, 1994: 91-92.29 CHAPA, 1993.CHAPA, 1993.30 ALMAGRO, 1983: 190.ALMAGRO, 1983: 190.31 ALCAL�-ZAMORA, 2003; GARCÍA CARDIEL, 2012.ALCAL�-ZAMORA, 2003; GARCÍA CARDIEL, 2012.

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han documentado en su totalidad sin que parezcan mostrar signo alguno de violencia, y habiendo aparecido una parte de ellas allá donde fueron a parar rodando tras el derrumbe, mientras que otras fueron colocadas cuidadosamente cerca del lugar del que supuestamente cayeron32, tal y como veremos más adelante.

Para completar este apartado, simplemente aludiré a las esculturas que fueron depositadas como exvotos en algunos santuarios, de entre los cuales el más conocido es sin duda el Cerro de los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete). A diferencia de lo que sucedió con las estatuas erigidas en las necrópolis, las esculturas de los santuarios nunca fueron destruidas ni reutilizadas, sino que posiblemente eran expuestas desperdigadas por el santuario33; si bien algunos autores han hablado de la posible existencia de favissae como las halladas en el mundo grecorromano34, éstas rara vez se documentan en los santuarios ibéricos.

En definitiva, nos encontramos, como apuntaba al final del apartado anterior, con toda una amplia gama de comportamientos que habitualmente se han incluido dentro de las «destrucciones de la estatuaria ibérica», pero que parecen apuntar a problemáticas distintas. Y es que, como señala R. Olmos35, igual que sería muy distinto para la mentalidad ibérica esculpir sobre una tumba un jinete o una esfinge, resultaría diferente destruir una esfinge que un jinete, igual que no se concebiría igual despedazar un resto escultórico que llevaba abandonado desde hacía décadas que derribar una escultura a lanzadas o fragmentar ritualmente todo un conjunto escultórico.

Todo dependía, en mi opinión, del capital simbólico que la memoria social atribuyera a cada uno de estos restos. Así, podemos hipotetizar por ejemplo que la comunidad que se enterraba en Cerrillo Blanco de Porcuna se creía descendiente (lo fuera o no) de las gentes que dos siglos antes habían ocupado aquella región y se habían enterrado en aquel lugar, como lo demuestra el hecho de que ellos mismos decidieran establecer su propia necrópolis en aquel enclave y no en cualquiera de los cerros vecinos. No podemos saber a ciencia cierta qué significado tendría para esta comunidad el conjunto escultórico del que hablamos, ni por qué lo destruyeron poco tiempo después, ni por qué hicieron desaparecer una selección de sus

32 MU�OZ, 1987: 232; GARCÍA CANO, 1994: 183.MU�OZ, 1987: 232; GARCÍA CANO, 1994: 183.33 RUIZ BREM�N, 1989: 21.RUIZ BREM�N, 1989: 21.34 S�NCHEZ G�MEZ, 2002: 269-270.S�NCHEZ G�MEZ, 2002: 269-270.35 OLMOS, 1996a: 87.OLMOS, 1996a: 87.

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restos y enterraron los demás en una fosa excavada al efecto. Desde luego, resultan llamativas las semejanzas con rituales similares documentados por la antropología y la arqueología para otros lugares del mundo y otras épocas, y relacionados todos ellos con el recuerdo de los ancestros36. En mi opinión, éste sería el caso también de las gentes de Porcuna, una comunidad que construiría su identidad social reivindicando la herencia de los pobladores ancestrales del lugar, fueran éstos o no sus ancestros «reales» (recuérdese a este respecto que entre la primera fase de ocupación de la necrópolis y la segunda discurren dos siglos de aparente abandono). Como parte de esta reivindicación, en un momento formativo de esta «memoria» se promovería la plasmación plástica de estos «ancestros», que sin embargo poco después serían ritualmente sacrificados y sepultados para «refundar» la necrópolis. En contra de la opinión de R. Olmos37, para quien la destrucción de la estatuaria estaría encaminada a «olvidar» a los viejos ancestros, en mi opinión la presencia visual de estas estatuas no era necesaria para guardar el recuerdo de los ancestros, pero sí, quizás, la participación del grupo en un ritual fundacional que quedaría integrado durante mucho tiempo en la memoria colectiva38. Se trata del fenómeno observado por la antropología del «olvidar para recordar»39.

�uizás el caso contrario lo tengamos documentado en Corral de Saus. El hecho de que estos individuos escuadraran sin contemplaciones las esculturas antiguas y las emplearan como material sustentante y de relleno, pero no las introdujeran en el interior de los ajuares, parece indicar que no les atribuían un gran capital simbólico, seguramente porque no las concebían como parte del cadre matériel (en terminología de Halbwachs) de su memoria colectiva. Por supuesto, entenderían el significado religioso que atesoraba una sirena esculpida en piedra, y quizás fueran conscientes de las graves implicaciones que supondría destruirla40, pero ello no obstó para que no lo hicieran, quizás porque entendieran que la comunidad que había esculpido esta imagen apotropaica, distinta de la propia y encarnación de una etnicidad distinta, ya había desaparecido. Aunque tampoco debemos olvidar que esta gente decidió hacerse enterrar precisamente allí, por lo que tampoco resulta

36 BRADLEY, 2002: 37-42; 97-99.BRADLEY, 2002: 37-42; 97-99.37 OLMOS, 2002: 122.OLMOS, 2002: 122.38 Cf. MESKELL, 2007: 218-219.Cf. MESKELL, 2007: 218-219.39 BRADLEY, 2002: 13.BRADLEY, 2002: 13.40 OLMOS, 1996a: 87-89.OLMOS, 1996a: 87-89.

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fácil afirmar que las viejas esculturas carecieran por completo de significado para ellos.

3. mEmorIas compartIdas, apropIadas y rEIvIndIcadas

Retomando los dos casos de estudio que hemos tratado con más detenimiento hasta aquí, los de Cerrillo Blanco de Porcuna y Corral de Saus, merece la pena advertir cómo en el primero la reutilización de la escultura ibérica parece concernir a toda la comunidad (o al menos a los grupos sociales con derecho a hacer uso de las necrópolis, cuya extensión evitaremos discutir en estas páginas por constituir un tema demasiado complejo para el espacio del que disponemos), en tanto que en el segundo ésta se convierte en el material de construcción de las dos tumbas principales del lugar. Mientras que en Porcuna podemos intuir que toda la comunidad allí enterrada compartiría el sentimiento de identidad respecto de los ancestros que el tratamiento de las estatuas sugiere, en Corral de Saus la elite se apropia de las esculturas que hasta entonces habían permanecido a la vista de todos para reutilizarlas en beneficio propio.

En las necrópolis ibéricas, nos encontramos con otros casos de los que podemos sospechar una reutilización colectiva de las esculturas. Así, cuando el primero de los jinetes de Los Villares fue derribado, la mayor parte de sus fragmentos quedaron a los pies del túmulo que coronaba, en tanto que el propio pedestal quedó in situ conservando las pezuñas y la cola del équido. Por lo que respecta a la otra escultura de caballero de esta necrópolis, datada a finales del siglo V a.C., asimismo fue derribada, y apareció prácticamente completa encajada entre el túmulo del que procedía y el graderío de la estructura tumular contigua41 (FIG. 4). Para contextualizar estos datos, debemos tener en cuenta que la necrópolis de Los Villares aún se mantuvo en uso hasta al menos el segundo tercio del siglo IV a.C., y que sus reducidas dimensiones determinaron que en ella las tumbas se superpusieran entre sí una y otra vez, sin que sin embargo nadie se tomara la molestia de retirar estos escombros para liberar un espacio precioso.

41 BL�N�UEZ, 1992: 123-5 y 128.BL�N�UEZ, 1992: 123-5 y 128.

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FIG. 4: Tumba 20 de Los Villares; en la parte superior de la imagen, escultura derribada hallada in situ del jinete que se erigiría sobre la misma. Fuente: BL�N�UEZ,1992:134.

Este fenómeno, de hecho, lo tenemos bien documentado en otras necrópolis. Por ejemplo, ya hemos señalado que en la cercana Pozo Moro, tras el derrumbe del monumento la mayor parte de los escombros de éste permanecieron en el lugar en el que cayeron, pese a que entre los fragmentos continuaron amontonándose las tumbas durante casi un milenio. Y otro tanto sucede en la también albaceteña necrópolis de Llano de la Consolación (Montealegre del Castillo), en la que los enterramientos se disponen en torno a los restos de un monumento anterior42. Observamos así en todos estos ejemplos cómo los grupos que se entierran en las necrópolis permiten (o provocan) el colapso de los antiguos monumentos que allí se erigían, pero no por ello les privan de significado, como demuestra el hecho de que generación tras generación continúen enterrándose en torno a sus ruinas sin alterarlas. Parece por tanto evidente, en contra de lo que en ocasiones se ha afirmado43, que estos restos conservarían un capital simbólico importante, relacionado sin duda con la memoria colectiva atesorada por el grupo que utilizaba aquel espacio como necrópolis. Por lo que respecta al contenido de esta memoria, sería necesario un análisis pormenorizado de cada caso para establecerlo, aunque con los datos disponibles, tal y como se observará más

42 VALENCIANO, 2000: 141-142.VALENCIANO, 2000: 141-142.43 Cf. por ejemplo RUANO, 1987, vol. II: 90-91.Cf. por ejemplo RUANO, 1987, vol. II: 90-91.

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adelante44, creo que estas comunidades de los siglos V y IV a.C. se sentían identificadas con las gentes que levantaron los monumentos, cuyas ruinas quedaron como patrimonio del grupo.

En otros lugares los restos de las antiguas estructuras arquitectónicas y escultóricas no fueron tan respetados, y en algunos casos incluso parecen haber estado «rodando» por las necrópolis durante siglos. Gracias a ello, de hecho, sospecho que en muchos de estos yacimientos los viejos fragmentos escultóricos nunca llegaron a estar ausentes de la superficie acotada para los enterramientos. De cualquier manera, no creo que esta dispersión de los hallazgos pueda interpretarse, como hacen algunos autores45 como una evidencia de que han perdido todo su capital simbólico; si tal fuera así, resultaría difícil de explicar que parte de estos fragmentos fueran periódicamente recogidos e introducidos en las sepulturas como parte del ajuar funerario. Por el contrario, estimo más próxima a la realidad ibérica la interpretación que J. Chapman46 propuso para la dispersión de determinados artefactos de índole sacra en ciertas sociedades prehistóricas centroeuropeas, según la cual esta dispersión implicaría la extensión de la eficacia simbólica de los artefactos por todo el área afectada.

Otro ejemplo de reutilización colectiva de una escultura destruida, aunque en este caso con una posible función «material» que se suma a la simbólica, podría ser el del cipo de la necrópolis de Poblado, tras cuyo derrumbe algunos de sus fragmentos quedaron en el lugar al que habían rodado pendiente abajo, pero la mayor parte fueron recogidos y colocados cuidadosamente de manera que las piezas más grandes protegieran a las pequeñas, pasando de esta manera a formar parte del suelo de paso de la necrópolis, nivelándolo e impidiendo así el deterioro de las otras estructuras funerarias47. El hecho de que la escultura bovina se encajara intencionadamente entre el cipo y los fragmentos de gola, posiblemente para protegerlo48, y que ninguno de los fragmentos del antiguo monumento muestre daño alguno, creo que evidencia que en este caso no se dio una pérdida del capital simbólico de los restos ni las personas que manipularon éstos experimentaban un sentimiento de alteridad semejante al que podríamos percibir en Corral de Saus. Simplemente el grupo que utilizaba la necrópolis de Poblado permitió

44 Aunque el tema ha sido analizado con más detenimiento en GARCÍA CARDIEL, 2012.Aunque el tema ha sido analizado con más detenimiento en GARCÍA CARDIEL, 2012.45 Cf. por ejemplo PAGE y GARCÍA CANO, 1993:58.Cf. por ejemplo PAGE y GARCÍA CANO, 1993:58.46 CHAPMAN, 2000: 25-26; cf. ZOFÍO y CHAPA, 2005: 96.CHAPMAN, 2000: 25-26; cf. ZOFÍO y CHAPA, 2005: 96.47 GARCÍA CANO,1994: 175.GARCÍA CANO,1994: 175.48 MU�OZ, 1987: 233.MU�OZ, 1987: 233.

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que el antiguo monumento se «integrara» (literalmente) en el espacio sagrado al que pertenecía.

Permítaseme reparar, al hilo de todos estos casos, en lo significativo que resulta que una antigua escultura levantada décadas o siglos atrás y con un programa iconográfico cuyo sentido originario no siempre estaría ya operativo en el momento de su destrucción pase a ser aceptada, aprehendida y reutilizada por el grupo. Este fenómeno nos está indicando, en mi opinión, no tanto el triunfo a largo plazo de la ideología de la elite que construyó dichos monumentos49, cuando la integración de la memoria de dicha elite ancestral en la identidad colectiva posterior.

De hecho, posiblemente la máxima expresión de la práctica de la que estoy hablando la tengamos constatada en un fenómeno aún poco estudiado, como es la elección del emplazamiento de las necrópolis ibéricas del siglo V a.C., en muchos casos aprovechando espacios en los que se amontonaban las ruinas de esculturas esculpidas décadas o incluso siglos antes50. En mi opinión, esta elección sólo pudo venir motivada por algún tipo de «recuerdo» integrado en la memoria colectiva y por tanto en la identidad étnica que la comunidad en cuestión atesoraría respecto de las viejas esculturas y de quienes las erigieron.

Ahora bien, la escultura ibérica también nos ofrece ejemplos de reutilizaciones «a título individual». Los más habituales son, sin lugar a dudas, los casos en los que ciertas personas deciden introducir en su enterramiento alguno de los fragmentos escultóricos existentes en las necrópolis, bien para formar parte de la estructura de la tumba, bien para calzar la urna cineraria o taparla, o bien como parte del ajuar. En necrópolis como Cigarralejo (Mula, Murcia) o Cabecico del Tesoro (Verdolay, Murcia) tenemos bien constatada la utilización para todos estos fines de fragmentos de distintas esculturas en una misma tumba, y de una misma escultura en distintas tumbas51, algo que, teniendo en cuenta que estos enterramientos ofrecen en ocasiones dataciones muy dispares, nos indica que desde que una escultura colapsaba hasta que alguno de sus fragmentos era reutilizado podían trascurrir a veces largos períodos de tiempo, constatación que resta fundamento a las teorías que afirman que las esculturas serían destruidas

49 Pues la antropología nos muestra cómo frecuentemente un mismo monumento puede Pues la antropología nos muestra cómo frecuentemente un mismo monumento puede ser utilizado para trasladar mensajes muy distintos: BRADLEY, 2002: 85.50 GARCÍA CARDIEL, 2012: 95.GARCÍA CARDIEL, 2012: 95.51 CASTELO, 1998: 130; S�NCHEZ MESEGUER y �UESADA, 1991: 358.CASTELO, 1998: 130; S�NCHEZ MESEGUER y �UESADA, 1991: 358.

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expresamente para ser reutilizadas en los enterramientos52. También se ha afirmado en varias ocasiones que estos fragmentos estarían desprovistos de todo significado simbólico53, algo que en mi opinión parece poco probable si tenemos en cuenta casos tan significativos como los restos escultóricos que fueron cremados en la pira del difunto junto con el resto del ajuar en Cabezo Lucero (Guardamar del Segura, Alicante)54, o la cabeza de una escultura de león decapitada empleada como tapadera de una urna cineraria en Pozo Moro55. Fragmentación y acumulación, en este caso de restos de estatuas cargados de un significado relacionado con la memoria y la identidad, son dos comportamientos consustanciales a la relación entre cultura material y prácticas sociales, como afirma J. Chapman56. En todo caso, como señalaba al comienzo de estas páginas, la reutilización de fragmentos escultóricos en el interior de las tumbas es un fenómeno que no siempre se constata en los enterramientos más ricos de cada necrópolis, sino en ocasiones más bien al contrario; se trata además de una práctica que alcanza su máximo predicamento entre finales del siglo V y comienzos del IV a.C., si bien continúa observándose en algunos casos hasta el siglo II a.C.57, y que no se documenta en todas las necrópolis con escultura, pues está ausente en algunas como las ya citadas de Los Villares y Poblado.

Llevada a su máxima expresión, puede que con esta misma práctica deba relacionarse el enterramiento de la conocida Dama de Baza. Aunque generalmente se ha interpretado que ésta fue esculpida expresamente para ser introducida en la tumba en la que se halló y ser empleada como urna cineraria monumental58, recientemente J.J. Blánquez59 ha propuesto que quizás se trate de la reutilización de una escultura más antigua que se encontraría expuesta en otro lugar hasta que en determinado momento se decidió introducirla en una tumba (FIG. 5).

52 RUANO, 1987a: 61.RUANO, 1987a: 61.53 Por ejemplo, cf. CUADRADO, 1986: 569-570; S�NCHEZ MESEGUER y �UESADA, Por ejemplo, cf. CUADRADO, 1986: 569-570; S�NCHEZ MESEGUER y �UESADA, 1991: 358.54 ARANEGUI ARANEGUI et allii, 1993: 27.55 ALCAL�-ZAMORA, 2003: 67.ALCAL�-ZAMORA, 2003: 67.56 CHAPMAN, 2000: 23-48.CHAPMAN, 2000: 23-48.57 CUADRADO, 1986: 569-570.CUADRADO, 1986: 569-570.58 PRESEDO, 1973.PRESEDO, 1973.59 BL�N�UEZ, 2010: 80.BL�N�UEZ, 2010: 80.

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En definitiva, este tipo de reutilización de la escultura nos está indicando una praxis muy diferente a la que contaba antes: no se trata ya de que la comunidad «mantenga» el respeto a unas esculturas antiguas mucho después de que se hayan convertido en ruinas o las reutilice para diversos fines, sino que ahora determinadas personas se apropian individualmente de los restos de éstas, reclamando para sí y su estirpe los restos materiales que de alguna manera simbolizaban la «memoria colectiva» del grupo. En el mundo ibérico la imagen figurativa fue siempre patrimonio de las elites60, de modo que apropiarse de las imágenes de los antiguos gobernantes resultaría sin duda un acto de importantes connotaciones sociopolíticas, máxime cuando, aunque la escultura hubiera sido enterrada, todo el mundo recordaría quién se había enterrado con qué, y el «recuerdo» de los antiguos quedaría de esta manera ligado al de quienes reivindicaron de esta manera su herencia.

Para acabar este apartado, me gustaría referirme a una tercera posibilidad, la total destrucción. El aniquilamiento completo de las viejas esculturas por los iberos posteriores pudo perfectamente producirse debido a diversos

60 S�NCHEZ FERN�NDEZ, 1996: 74-75.S�NCHEZ FERN�NDEZ, 1996: 74-75.

FIG. 5: Dama de Baza en el lugar de su hallazgo. Fuente:

BL�N�UEZ, 2010: 79.

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297Historia, Identidad y AlteridadActas del III Congreso Interdisciplinar de Jóvenes Historiadores

motivos, desde el sentimiento de una alteridad radical respecto a las esculturas y quienes las erigieron, hasta la práctica de determinados rituales tendentes a la destrucción de los propios monumentos61. Sin embargo, a este respecto no podemos hacer otra cosa que constatar la posibilidad de que estas prácticas pudieran producirse también en Iberia y de que ciertas esculturas no hayan llegado hasta nosotros por este motivo, pues este tipo de rituales apenas dejaría huella en el registro arqueológico y, por tanto, pasaría desapercibido para nosotros.

4. conclusIonEs

A lo largo de estas páginas, he intentado poner de relieve las posibilidades que el estudio de la reutilización de las esculturas ibéricas presentan para el análisis de los procesos identitarios, utilizando fundamentalmente los conceptos de «vida social» de los artefactos, y de memoria colectiva. En primer lugar, creo que se ha puesto suficientemente de manifiesto la necesidad de llevar a cabo un estudio detallado, diacrónico y pormenorizado de las destrucciones de las esculturas ibéricas y la reutilización posterior de los fragmentos de las mismas, sin caer en sistematizaciones basadas en simplificaciones excesivas o en la interpretación de un único yacimiento.

El final de las esculturas ibéricas como tales se produjo debido a una multiplicidad de factores y a lo largo de un período de tiempo muy amplio. Algunas estatuas fueron derribadas violentamente en tanto que otras se desplomaron por causas naturales, y algunas fueron troceadas mientras que los escombros de otras se mantuvieron en el lugar en el que cayeron durante siglos. De la misma manera, la reutilización de los fragmentos resultantes ofrece una amplísima casuística, de la que aquí sólo hemos podido resumir los ejemplos que hemos creído más significativos.

En todo caso, hemos observado cómo a través de la reutilización de la escultura ibérica las diferentes comunidades ibéricas han expresado su identidad o alteridad respecto del pasado cuyo recuerdo creían atesorado en estas estatuas, desde los grupos que respetaban como propios y utilizaban en sus rituales unos fragmentos esculpidos siglos atrás, hasta los que destruían y empleaban como material constructivo estos mismos fragmentos sin aparentemente concederles mayor valor simbólico. Para dar

61 Rituales bien documentados en otros contextos: cf. BRADLEY ,2002: 13.Rituales bien documentados en otros contextos: cf. BRADLEY ,2002: 13.

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un paso más en la valoración de toda esta gama de posibilidades y tratar de aislar tendencias que superen las prácticas locales y/o puntuales, sería necesario un estudio mucho más sistemático del que en una ocasión como ésta podemos llevar a cabo. Sin embargo, a partir de la recopilación de lo dicho aquí sí que podemos apuntar ciertas regularidades que podrían constituir futuras hipótesis de trabajo. Así, nos encontramos por ejemplo con que muchas de las necrópolis que aparecen en el siglo V a.C. (momento en el que las elites ibéricas se consolidan en unas sociedades que culminan su proceso formativo, y en el que no por casualidad surgen la mayor parte de los cementerios más antiguos) se localizan en zonas con antiguos restos escultóricos, que son respetados durante los siglos posteriores al integrarse ideológicamente entre el cadre matériel de la identidad colectiva del grupo. También hemos observado cómo los fragmentos de estas esculturas más antiguas tienden a ser reutilizados en el interior de los ajuares funerarios por parte de individuos que reivindican a título personal este pasado prestigioso; individuos que en muchos casos, paradójicamente, no son los que se pueden permitir los ajuares más ricos, pero que a falta de un mayor poder económico basarían su estatus en la reivindicación del prestigio de sus linajes, reales o ficticios. Por el contrario, las esculturas más modernas, generalmente antropomorfas, parecen atesorar un capital simbólico más inestable, a raíz de lo cual en ocasiones son destruidas violentamente, tras de lo cual a veces se abandonan en el suelo de las necrópolis (lo que sugiere un cierto respeto) mientras que en otros casos son reutilizadas sin contemplaciones.

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