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CRITICÓN, 118, 2013, pp. 137-149. Jansenio, agustinismo y la batalla propagandística entre Francia y el imperio hispánico Jesús Pérez-Magallón McGill University Me propongo hoy examinar el papel que desempeñó una figura como el agustino Cornelio Jansenio en las luchas propagandísticas que enfrentaron al imperio hispánico con la monarquía francesa en la década de 1630. Empezaré discretamente con una biografía muy apretada de Jansenio 1 , que nació en 1585 en Accoy, provincia de Utrecht, ingresó en 1602 en la Universidad de Lovaina, donde se manifestó como partidario del agustino Miguel Bayo (o Michel de Bay) y entabló amistad con Du Vergier de Hauranne, que sería abad de Saint-Cyran y figura clave en el jansenismo. Se encargó del colegio de Santa Pulqueria en 1616. Viajó a Madrid para tratar de reforzar la labor del obispo misionero católico. En 1636 se le nombró obispo de Ypres y dos años más tarde fallecía. Se enfrentó a los jesuitas y el agustinismo fue la materia ideológica (o, digamos, teológica) en que cimentó el armazón intelectual de su postura. Esa visión de Jansenio era tan lugar común que Pierre Bayle afirmaba en el artículo dedicado a san Agustín en su Dictionnaire historique et critique que «la doctrine de saint Augustin et celle de Jansénius, évêque d’Ypres, sont une seule et même doctrine» 2 . Por supuesto, desde las ortodoxias es fácil discutir tal identificación, sobre todo porque sobre Jansenio pesaron condenas vaticanas mientras que el obispo de Hipona pasó por las purgas y limpiezas de la Iglesia sin ensuciar su nombre. Pero, antes que nada, debo reconocer desde el principio de este trabajo que fue el espléndido libro de Pablo Fernández Albaladejo, La crisis de la Monarquía, sobre el que volveré luego, el que me incitó a tratar este tema, por causas que aparecerán más adelante. 1 Debe verse Orcibal, 1989. 2 Proviene de la «Remarque E» del Diccionario, entrada «Augustin». Citado por Lubac, 1965, p. 48.

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CRITICÓN, 118, 2013, pp. 137-149.

Jansenio, agustinismo y la batallapropagandística entre Francia

y el imperio hispánico

Jesús Pérez-MagallónMcGill University

Me propongo hoy examinar el papel que desempeñó una figura como el agustinoCornelio Jansenio en las luchas propagandísticas que enfrentaron al imperio hispánicocon la monarquía francesa en la década de 1630. Empezaré discretamente con unabiografía muy apretada de Jansenio1, que nació en 1585 en Accoy, provincia de Utrecht,ingresó en 1602 en la Universidad de Lovaina, donde se manifestó como partidario delagustino Miguel Bayo (o Michel de Bay) y entabló amistad con Du Vergier deHauranne, que sería abad de Saint-Cyran y figura clave en el jansenismo. Se encargó delcolegio de Santa Pulqueria en 1616. Viajó a Madrid para tratar de reforzar la labor delobispo misionero católico. En 1636 se le nombró obispo de Ypres y dos años más tardefallecía. Se enfrentó a los jesuitas y el agustinismo fue la materia ideológica (o, digamos,teológica) en que cimentó el armazón intelectual de su postura. Esa visión de Jansenioera tan lugar común que Pierre Bayle afirmaba en el artículo dedicado a san Agustín ensu Dictionnaire historique et critique que «la doctrine de saint Augustin et celle deJansénius, évêque d’Ypres, sont une seule et même doctrine»2. Por supuesto, desde lasortodoxias es fácil discutir tal identificación, sobre todo porque sobre Jansenio pesaroncondenas vaticanas mientras que el obispo de Hipona pasó por las purgas y limpiezas dela Iglesia sin ensuciar su nombre. Pero, antes que nada, debo reconocer desde elprincipio de este trabajo que fue el espléndido libro de Pablo Fernández Albaladejo, Lacrisis de la Monarquía, sobre el que volveré luego, el que me incitó a tratar este tema,por causas que aparecerán más adelante.

1 Debe verse Orcibal, 1989.2 Proviene de la «Remarque E» del Diccionario, entrada «Augustin». Citado por Lubac, 1965, p. 48.

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Cuando se menciona el jansenismo —un poco aparte, es decir, más allá de la vidamisma de Cornelio Jansenio—, nuestros ojos intelectuales se vuelven, creo, por la partefrancesa3, hacia Port-Royal con su gramática y todo, o a Blas Pascal y su rigorismomoral, e incluso a la aparición de un nuevo modelo de vida espiritual en una Franciaasediada por desafíos de orden religioso (no me parece desencaminado recordar elataque contra los devotos que constituyó el Dom Juan de Molière); por la parteespañola, puesto que ese tiempo está ocupado por el molinosismo y los probabilismosjesuíticos, hay que llegar al siglo xviii y visualizar tanto a las figuras eclesiásticas como alas civiles que acometieron la reforma de la predicación así como la de proporcionar unrespaldo teórico sustantivo a las posturas regalistas del siglo4. Por supuesto, todos esosaspectos están interrelacionados.

Muy bien nos lo enseñó María Giovanna Tomsich hace ya bastantes años en sudifundido libro El jansenismo en España, que publicó Siglo XXI en 1972. En realidadera un estudio sobre las ideas religiosas en la España de la segunda mitad del siglo xviii,aunque extendiéndose hasta el primer cuarto del siglo xix. Hasta qué punto esproblemática y algo difusa (o confusa) la imagen que se recorta cuando se oye hablar deljansenismo en España lo deja entrever Tomsich al escribir:

la misma palabra jansenismo nos lleva a un campo sembrado de cuestiones problemáticas yespinosas. [...] en el siglo xviii no es la faceta teológica la que deja huella y forja elpensamiento de los reformadores. Es el anhelo de impulsar a la Iglesia a una marcha atrás parasumergirla en las aguas lustrales de los primeros siglos de su vida [...]. En definitiva, en el sigloxviii el jansenismo ha sufrido una evolución apreciable, o por lo menos podemos decir que loque tenía peso anteriormente se desplaza para dar lugar al ansia de un modus vivendi et agendique alcanza a todo el cuerpo de la Iglesia como institución y a sus pastores y rebaños5.

En otras palabras, el jansenismo dieciochesco español se detiene mayormente en ladimensión jurisdiccional, «o sea en la tentativa de restaurar las facultades y la autoridadde los obispos y de fortalecer la misión de los párrocos»6. Antes que Tomsich,Menéndez Pelayo, incansable buscador de heterodoxos como sabemos, llegó a laconclusión de que en España no había habido jansenistas dogmáticos, pero sí lo quellamó jansenistas históricos. En ese jansenismo histórico, Antonio Mestre, Émile Appoliso Joël Saugnieux han llamado la atención sobre el énfasis que prestaban a unareligiosidad interior, no gestual, que conectaba con el erasmismo del siglo xvi y con laphilosophia Christi de Erasmo; al escriturismo o estudio directo de las escriturassagradas; al historicismo crítico; al regreso a la antigua disciplina de la Iglesia primitiva;al rechazo de los excesos de la curia romana y el poder omnímodo del papa; al rechazode la Compañía de Jesús y la defensa de una Iglesia de corte nacional sometida al poderde los concilios de obispos. Francisco Sánchez-Blanco señalaba en La ilustración enEspaña que tanto Menéndez Pelayo como Joël Saugnieux habían exagerado el pesoteológico del jansenismo español y afirmaba, creo que con razón, que las cuestiones

3 Puede verse Orcibal, 1947-1962, Richardt, 2002, o Wright, 2011.4 Para una visión de esa problemática, véase Mestre, 1968.5 Tomsich, 1972, pp. 20-21.6 Tomsich, 1972, p. 21.

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dogmáticas de la gracia (y sus posibles desviaciones) fueron utilizadas por agustinos,dominicos y jesuitas para sus negociaciones de política eclesiástica7.

Sin embargo, lo primero que hay que aclarar es que lo que Jansenio vino a trastornaren su tiempo no tuvo nada que ver directamente ni con el rigorismo moral —a pesar delos enfrentamientos que tuvo con los jesuitas— ni con el regalismo monárquico o lareivindicación del poder de los obispos y concilios en oposición al Vaticano y el poderpapal. Por el contrario, fueron sus opiniones sobre la gracia (y la predestinación)8, quearticularía en su obra póstuma Augustinus, las que le atrajeron las críticas de otrasórdenes religiosas y las que condujeron a ciertos desencuentros con la jerarquíavaticana9. Como se sabe, el Concilio de Trento no saldó de modo satisfactorio —esdecir, con la imposición de una ortodoxia incuestionable— el tema de la gracia y lapredestinación, lo que dejó abiertas las puertas para versiones contrapuestas sobreambas, así como sobre el libre albedrío y el papel de las buenas obras en la salvación delindividuo. Los agustinos, apoyados por los dominicos, sostenían que Dios predestinabaa los hombres a la salvación por una decisión absoluta de su omnipotencia vehiculizadapor la gracia eficaz. Frente a esa actitud, los jesuitas, reivindicando el lugar axial dellibre albedrío, proponían que Dios, que sabe fehacientemente si el hombre se salvará ose condenará, le da al nacer la gracia suficiente para salvarse, por lo que con esa gracia yel apoyo de sus buenas obras podía lograr una salvación nunca garantizada o negada deantemano. Como ya he dicho, Jansenio se inclinó por las ideas de los agustinos ydefendió que la gracia eficaz era un regalo de Dios que otorgaba a quien sabía se lo teníaque dar. Como el hombre no sabía si disponía de esa gracia o no, para alcanzar lasalvación y hallarse entre los elegidos, lo único que podía hacer era llevar una vidaespiritual y moral rigurosa10. Sus ideas, articuladas en Augustinus, fueron censuradaspor el Vaticano en dos bulas: In eminenti (1642)11 y Cum occasionem (1653). A pesarde las condenas, tanto el abad de Saint-Cyran como el núcleo de Port-Royal defendierony preconizaron una religiosidad acorde a los planteamientos de Jansenio, que se queríala oposición misma al laxismo/probabilismo jesuítico, a la vez que practicaban unaespiritualidad humilde y austera marcada por una notable dimensión intelectual. Eljansenismo se convertía así en un nuevo modelo de vida espiritual que pretendíaequidistar tanto de la superficialidad encarnada por los jesuitas como de la herejíaluterana («Algunas notas»). Pero fueron sin duda las intervenciones políticas de Janseniocontra la monarquía francesa las que justificaron e hicieron posible la invención deljansenismo.

7 Sánchez-Blanco, 1997, p. 36.8 Comentando la carta 159 a Saint-Cyran, y en concreto la expresión «l’affaire principale» que utiliza

Jansenio, comenta Orcibal: «Jansénius considérait donc que seul le t. III de l’Augustinus (in quo genuinasententia Augustini de auxilio gratiae medicinalis Christi Salvatoris et de praedestinatione hominum etAngelorum proponitur ac dilucide ostenditur) traitait de “l’affaire principale”» (Jansenio, Correspondance,p. 565).

9 Ver Cornelius Jansenius and the Controversies on Grace in the Roman Catholic Chuch.10 Lubac, 1965, pp.49-133, proporciona un estudio sugerente y rico sobre el pensamiento de Jansenio.11 Ver Ceyssens, 1961.

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Como se sabe, hacia 1630 Europa occidental se encuentra inmersa en lo que se llamóla guerra de los Treinta Años12. Seguir diciendo que esa guerra fue una guerra dereligión es seguir dando crédito a las apariencias, a las cortinas de humo, para ocultar larealidad que les subyace. Estamos ante un enfrentamiento descarnado y sin máscarasentre potencias terrenales que pretenden reafirmarse y ampliar su poder o desplazar elpoderío de otros: Suecia, Francia, el imperio austriaco (Sacro Imperio RomanoGermánico), el imperio hispánico, Inglaterra. Y otras entidades territoriales que aspirana preservar su integridad y, de paso, ayudar a destruir al enemigo de turno. Conflictosbélicos enmarcados en una crisis económica general que se trata de superar mediante elexpansionismo territorial y el poder destructivo de medios de producción que conlleva laguerra misma. Como ha escrito recientemente José Antonio Sebastián, «la primeramitad del siglo xvii fue una época de dificultades en Europa pero, desde 1650, superadoel peor periodo, coincidente con la guerra de los Treinta Años, la recuperación seextendió y se consolidó»13.

En la preparación de la intervención francesa junto a las potencias protestantes yfrente al imperio hispánico y al imperio germánico, en manos de los Habsburgos,Richelieu —anticipando formas de manipulación de la opinión pública14 que resultaríanescandalosas en la gestación, por ejemplo, de la guerra de Irak en 2003— fomentó unamovilización de la opinión a través de la intervención de una serie de escritores quepusieron las bases teóricas e ideológicas que justificarían la participación de Francia enla guerra, sus nuevas alianzas, el hecho de atacar a una potencia católica, etc. No fuecasual que la nueva entrada pública y oficial de Francia en guerra contra España seescenificara en gesto barrocamente teatral con la lectura que el héraut d’armes del rey deFrancia, Jean Gratiolet, hizo de la declaración de la «ruptura contra el rey de Españaantes de proceder a ningún acto de hostilidad»15. La justificación de tal declaración seencontraría en la petición de ayuda por parte del elector de Tréveris, lo que hizo queRichelieu aceptara intervenir para controlar los pasos del Rhin, aunque aparentementeno por afán expansionista. En realidad, toda la estrategia francesa estaba orientada aproteger a Francia de las pretensiones hegemónicas de los Habsburgos y, de paso,colocar sus peones de cara a futuras anexiones. Por supuesto, la muerte de GustavoAdolfo en 1632 y la victoria de Nordlingen para los Habsburgos empujó a Francia atener que asumir el liderazgo de una alianza que incluiría a las Provincias Unidas y aSuecia. Pero la causa que justificaba la ruptura con el rey de España (no con elemperador austriaco) era, según se publicitaba en la declaración, la respuesta a unaprovocación española contra el elector de Tréveris.

Como escribe Fernández Albaladejo, el reinado de Luis XIII «acentuaba su voluntadde retomar el impulso de paz civil y reconstrucción interna puesto en marcha porEnrique IV, completado con una decidida reivindicación de la condición de imperio del

12 Ver el volumen coeditado por Parker y Smith, 1997; Parker y Adams, 1988, así como Elliott, LaEspaña imperial, pp. 348-380; Lynch, 1993, pp. 81-156; y Livet, 2008. La bibliografía sobre esa época esamplísima; remito a Stradling, 1981.

13 Sebastián, 2012.14 Ver Sawyer, 1991.15 Recogido por Fernández Albaladejo, 2009, p. 131.

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reino de Francia»16, postura que planteaban ya una contradicción en los términos,puesto que trascender las “limitaciones” de una monarquía nacional para convertirse enun imperio trasnacional está en la base de tal programa de gobierno e implica dejar lapaz civil en hibernación. En cierto sentido, es el mismo proceso que encarna enInglaterra Francis Bacon, quien justifica ante el rey Carlos I la necesidad de una guerracontra España y no duda en plantear dicha necesidad como resultado de la posibilidadde que Inglaterra, lo mismo que hicieron Roma y ha hecho España, llegue a construir supropio imperio. Estamos ante procesos paralelos que tienen como objetivo último, notanto destruir el imperio austriaco, como sustituir a España en la cabeza del imperiofáctico que esta ha construido (aunque se enmascare bajo el nombre de Monarquíahispánica). En el caso específico de Francia: «una combativa publicística (Guillaume duPeyrat, Jacques Cassan, La Mothe Le Vayer) recreaba en clave francesa una cartografíaneoimperial justificadora de los “derechos del rey y de la corona de Francia sobre losreinos ocupados por príncipes extranjeros”»17. El neoimperialismo, pues, se recortacomo nueva teorización justificatoria de un enfrentamiento en todos los frentes conobjetivos claramente marcados. Tales tratadistas, en una propuesta semejante a laefectuada en un momento anterior por los españoles Vázquez de Menchaca y LópezMadera, «venían a proclamar a Francia como “imperio de por sí”»18. Guez de Balzac,por ejemplo, afirmaba en Le Prince (1631) que el rey francés debía ser protector yliberador de los oprimidos; como consecuencia, los franceses debían ser capaces delibertar toda la tierra. El proceso argumentativo —reconstruible a posteriori— conducíaa los publicistas franceses a invocar, «desde esa perspectiva imperial neocarolingia, unacapacidad de protección e intervención sobre unos territorios que ya se habían poseídoen el pasado. El propio imperio no dejaba de ser sino un “bien usurpado”»19. En eseproceso, ser buen francés se presentaba como algo compatible con ser buen católico, locual a su vez no excluía las posibles alianzas con herejes, ya que aliarse con turcos yprotestantes era resultado de «la necessité de l’État»20. Se llegaba, a partir del derechonatural que los españoles también utilizaban respecto a las comunidades indias deAmérica, al reconocimiento de un droit politique que no distinguía entre fieles e infieles,como sostenía Besian Arroy en sus Questions décidées (1634).

Y si antes hice mención de Pablo Fernández Albaladejo es porque en su espléndidolibro, publicado en 2009, sitúa el texto de Jansenio en lo que llama «la batalla por laopinión»21 que se libraron Richelieu y Olivares, es decir, la monarquía francesa y elimperio hispánico22. No sería justo dejar de mencionar aquí a personajes como Guillénde la Carrera, José Pellicer o Céspedes y Meneses, que participaron directamente dadasu proximidad al entorno del conde-duque. Sin embargo, debido a la nombradía que

16 Fernández Albaladejo, 2009, p. 136.17 Fernández Albaladejo, 2009, p. 136. Ver, por ejemplo, Charles-Daubert, 1985.18 Fernández Albaladejo, 2009, p. 136.19 Fernández Albaladejo, 2009, p. 137.20 Recogido en Fernández Albaladejo, 2009, p. 138.21 Fernández Albaladejo, 2009, p. 138.22 Conviene consultar el magnífico trabajo de Elliott, 1984.

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alcanzará su autor, destaca muy particularmente el texto latino de Jansenio23, Marsgallicus, seu de Justitita armorum et foederum regis Galliae libri duo , publicado en163524, traducido al español por un personaje como Sancho de Moncada, economista eintelectual de primera fila, y publicado en 1637 con el título de Marte francés, o de lajusticia de las armas y confederaciones del rey de Francia. En efecto: «fiel al militanteagustinismo que informaba el pensamiento del autor, el Marte francés rechazaba—contra las Questions décidées de Besian Arroy— que tanto la unción sagrada como eltítulo de cristianísimo o la facultad de curar “lamparones” confiriesen “un átomo depotestad o autoridad más superior” a los reyes de Francia»25. Y Agustín entraba delleno en la argumentación de Jansenio, pues, según Fernández Albaladejo, «dada laradical disociación entre gracia y naturaleza, y por tanto la no perfeccionabilidad de estaúltima, cualquier pretensión de desacralización y comprensión autónoma de la esferapolítica carecía de sentido»26.

Lo que voy a hacer ahora y aquí es ahondar en el uso que hace Jansenio de unavariedad de opiniones agustinianas que tienen como objetivo último deconstruircuidadosamente la argumentación de Arroy sobre la legitimidad que este atribuye a losreyes de Francia para reclamar todos los territorios que fueron de Carlomagno e incluso,sobre esa base, teorizar lo que sería una guerra justa precisamente por la “superioridad”de los reyes de Francia sobre todos los demás de Europa. Detengámonos un instante,para empezar, en el «Prólogo» del Marte francés, porque ahí marca Jansenio claramentesu territorio, un territorio acotado y determinado en toda su concepción por el libro deBesian Arroy (Besiano Arroyo), Questions décidées, pero, al mismo tiempo, instala ya aAgustín como pieza clave y central de su proceso mental y argumentativo. Jansenioapunta directamente a la posición de Arroy que sintetiza y explica la totalidad del libro:«Que el imperio está inseparablemente anexo a la corona de Francia y que todos los quele retienen, o parte dél, son injustos usurpadores que le han violentamente arrebatado yrobado a Francia, y todo él, y lo a él anexo, se ha de cobrar con las armas de losfranceses»27. ¿Y qué era ese imperio para Arroy? Traslada Jansenio las palabras delautor francés:

Contenía el imperio las Francias, toda Italia, desde Abspurg [Habsburgo] a la Calabriainferior, Alemania, Hungría, Polonia, Rusia, Prusia, Livonia, Lituania, Moscovia, Esclavonia,

23 La presencia en la Casa de Velázquez durante nuestro congreso de Thierry Issartel me ha permitidosaber de otros textos de Jansenio que forman parte de su estrategia política antifrancesa.

24 Aunque la edición princeps no lleva lugar de publicación, Orcibal anota que se imprimió en Lovaina,imprenta de Martín Nucio III (Jansenio, Correspondance, p. 588). El texto se había terminado de imprimir enabril de 1635. Jansenio publicó Mars gallicus bajo el seudónimo de Alexander Patricius Armacanus, teólogo(Jansenio, Correspondance, pp. 591-592). En 1636 apareció una «editio nova» (Correspondance , p. 598) y enfebrero de 1637 aparecía una traducción al francés (Correspondance , p. 608). La carta CCXII al presidenteP. Roose deja entender que Roose había colaborado con Jansenio en la redacción del Mars gallicus o, comoanota Orcibal, «C’est donc à Roose qu’on doit attribuer sinon l’ouvrage lui-même, du moins la vaste éruditionque manifeste le Mars gallicus sur des sujets auxquels Jansénius ne semble pas s’être jamais intéresséauparavant» (Correspondance, p. 608).

25 Fernández Albaladejo, 2009, p. 139.26 Fernández Albaladejo, 2009, p. 139.27 Jansenio, Marte francés, «Prólogo», p. 2.

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Podolia, Alba Rusia, Valaquia, y adelante de las Francias abrazaba los montes Pirineos a laparte de España del Ebro hacia Francia, que contenía el condado de Cataluña.28

Como consecuencia, todos los príncipes, duques, reyes y cualesquiera otrastitularidades que ocuparan esos territorios estaban obligados a restituir al rey de Francialo que poseen, «y los franceses a cobrarlo por las armas. A esto dice que tocan lasconfederaciones con infieles, que son estratagemas con que, enflaquecidas las fuerzas delos enemigos, puedan cobrar más fácilmente lo injustamente usurpado. A esto tira acada paso, espoleando sus franceses a tomar las armas contra todos los príncipes de laIglesia Católica [...] En suma, todas las provincias que con arte, guerra, astucia deestratagemas, impiedad de confederaciones, conmoción de herejes y bárbaros sepudieran arrancar a cualquier príncipes de Europa, luego se han de volver a la corona deFrancia»29. A partir de aquí, y frente a lo que le parece la expresión máxima de laambición francesa, Jansenio plantea examinar los hechos de los príncipes guiándose porel criterio de verdad, «y pues la verdad no exceptúa personas, no es bien las exceptúe yo:condeno lo que condena la verdad, sea rey o emperador el que fuere contra su luz»30. Yserá Agustín, en el libro 4 Contra Cresconium, quien le proporcione la justificación deese acogerse a la verdad pues «No es arrogancia buscar o decir la verdad. Porquecuando está retirada, buscarla con cuidado es principio de caridad, decirla piadosa yconstantemente cuando es clara es caridad perfecta, gozarla es felicidad consumada»31.

Así, pues, el planteamiento de Jansenio, reducido a la línea que une sus diferentespuntos de ataque, arranca de una declaración de intenciones atribuida a Arroyexpansionista y anexionista (en realidad, es el mismo planteamiento que guiará aNapoleón, aunque con argumentaciones diferentes), según la cual de hecho toda Europaperteneció al imperio francés, y por tanto debe pertenecer al nuevo imperio que está porreconstruir, ya que Arroy da por supuesto que el patrimonio de Carlomagno es la baseterritorial sobre la que llevar a cabo la restauración neoimperial. Coherente con eseproyecto, está la justificación de todo tipo de alianzas que puedan conducir al rey deFrancia hacia su objetivo. Nótese que no hay mención a los territorios de ultramar,pequeño detalle que Luis XIV incluirá nítidamente en todas sus negociaciones con lamonarquía española al acercarse la guerra de Sucesión. El intelectual y religioso que esJansenio solo puede oponer a tal actitud la exposición radical de la verdad. Pero esaverdad tiene unas implicaciones en último término también nacionalistas, puesto que elproyecto neoimperial francés supone objetivamente la desaparición de las posiblesautonomías territoriales de carácter nacional.

Conviene, sin embargo, detenerse en los lugares jansenianos que me parecensustanciales para mantener la estructura de su argumento. O más bien conviene resaltarlas nociones agustinianas que le sirven para poner en pie sólidamente los ejes de supensamiento. Así, en el capítulo primero del libro primero trata Jansenio de responder yrebatir a Arroy sobre la supuesta causa justa del rey de Francia para mover guerra.Acude Jansenio a Tomás de Aquino (también usado por Arroy) para demostrar las

28 Jansenio, Marte francés, «Prólogo», p. 2.29 Jansenio, «Prólogo», p. 3.30 Jansenio, Marte francés, «Prólogo», p. 5.31 Jansenio, Marte francés, «Prólogo», p. 5.

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incongruencias del panfletista francés; en efecto, reconoce Jansenio, «el orden naturalpide que tenga el príncipe autoridad y consejo para mover guerra»32, pero eso nocomporta automáticamente causa justa; al contrario, «sucede muy ordinario que el quemueve la guerra tenga suprema autoridad y buena intención en moverla, y la causa dellasea injustísima»33. Y es en Agustín —como harán tantos y tantos autores que explorenel problema de la guerra y sus posibles justificaciones34— donde Jansenio va a estableceruna explicación clara y firme sobre la guerra justa, punto clave de todo el libro: «Lasguerras justas suelen definirse que vengan las injurias si alguna gente o ciudad con quiense trata guerra dejó de vengar los delitos de los suyos, y de restituir lo que llevaron»35.Como consecuencia, «si no hay que vengar ni que pedir, no hay autoridad ni santidadde rey que por sola su majestad y bondad de intención pueda hacer de injusta justa unaguerra, o de menos justa más justa»36. Así, puesto que no se da ninguna de lassituaciones que justificarían la guerra desde una óptica agustiniana, Jansenio va a atacartodos y cada uno de los elementos que utiliza Arroy para poner de relieve la autoridadsuperior del rey de Francia (presunta justificación asociada erróneamente por el francéscon la causa justa: la unción sacrosanta de los monarcas en Francia, la cura milagrosa delos “lamparones” (escrófulas) que se les atribuye —«¿Qué tiene que ver sanarlamparones con tener o colorar justa causa de mover guerra?»37, pregunta Jansenio—, laley sálica (que parece implicar la continuidad sanguínea por varón desde Carlomagno),el título de rey cristianísimo y otros detalles. La conclusión que adelanta Jansenio es lasiguiente: «no hay cosa que pueda moverte a decir que el rey de Francia tiene justa causade mover guerra»38. Y ese es el punto central de toda su construcción: demostrar queninguno de los argumentos que utiliza Arroy sirven para reforzar la idea de que el rey deFrancia está moviendo guerra con causa justa, ya que la monarquía hispánica no hacometido en ningún momento ninguna injuria, no hay ninguna venganza que ejecutarcontra esa monarquía ni nada que reclamarle.

Por otra parte, Agustín le sirve a Jansenio para formular una de las ideas que a míme parecen centrales en el opúsculo: la afirmación de una postura radicalmenteantibélica, pero no por las razones coyunturales que motivan su escrito, sino como partede una visión del mundo en el que la guerra no es sino la manifestación de lasambiciones terrenales de los gobernantes. En el capítulo en que habla de las hazañas deClodoveo y Clotario recurre Jansenio a Agustín para afirmar que «es mejor vivir conalguna nota de cobarde que ser celebrado por cruel y torpe»39, porque entre otras cosas,victorias, aunque injustísimas, «(como dice san Agustín) son ladronicios de marca»40. Aesa línea —que la guerra con el objetivo de conquistar territorios de otros no es sino una

32 Jansenio, Marte francés, fol. 1v.33 Jansenio, Marte francés, fol. 2r.34 Ver, apretadamente, Baqués, 2007.35 Jansenio, Marte francés, fol. 3r.36 Jansenio, Marte francés, fol. 3r.37 Jansenio, Marte francés, fol. 3r. Sobre los lamparones o escrófulas (tumores), conviene ver lo que

escribe Voltaire en su Dictionnaire philosophique, donde concluye que «esa moda sagrada desapareció encuanto cundió la ilustración en el mundo».

38 Jansenio, Marte francés, fol. 3v.39 Jansenio, Marte francés, fol. 32r.40 Jansenio, Marte francés, fol. 32r.

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forma de robo— vuelve Jansenio al hablar de la posesión por prescripción de derechosanteriores. Así, lo mismo hicieron los caldeos contra los asirios o Alejandro Magnocontra los persas:

y suspiraba por nuevos mundos que rendir con el mismo derecho, que en suma era el de robar.Porque, como dice muy bien san Agustín [en la Ciudad de Dios, lib. 4]: «¿Qué es, sinoladronicio de marca mayor, hacer guerra a los vecinos y ejecutar lo demás anejo a la guerra ysujetar gente que no hace mal a nadie solo por codicia de reinar?»41

La guerra, toda guerra, no es más que eso: robo sistemático y de marca mayor.Todo el libro segundo del Marte francés se consagra a discutir lo que constituye la

cuarta cuestión de Arroy, a saber, «si el rey de Francia puede confederarse con infieles yherejes»42. Porque se trata de alianzas con infieles, «y no cualesquiera, sino las quetoman las armas para acabar y destruir la religión y la virtud»43. Y precisa que se tratade la confederación entre el rey de Francia —que antes, como no se cansa de repetir, sehabía aliado con los turcos— y los «holandeses, con el Palatino y con los protestantes deAlemania, y con los suecos, para aquellas guerras con que se pisa y destruye la religióncatólica»44. El grueso de su argumentación, por tanto, más allá del posible apoyo a unapolítica imperial u otra, es la defensa de la religión católica y, sobre todo, la coherenciade dicha defensa. En contra de las ciudades protestantes de Alemania y, másespecíficamente, contra lo que Francia arguye como victoria en la negociación de susconfederaciones con los príncipes herejes, o sea, que se ha establecido libertad pública dereligión con la consecuencia de que la católica no ha sido oprimida, Jansenio se alzacontra la libertad de conciencia, que considera «no es bien público sino daño muygrande que no se debe admitir en ninguna república»45. Porque los herejes son, no sololos enemigos militares de una monarquía que se llama católica, sino que son por encimade todo enemigos jurados de la religión católica: «Siendo, pues, cosa tan manifiesta quelas banderas de los protestantes y de los suecos se arbolan contra la Iglesia católica,cuyos altares deshacen, cuyos templos profanan, cuyas imágenes despedazan, cuyosmonasterios allanan, cuyos prelados ahuyentan y cuyas cosas sagradas profanan pornefarios modos»46, donde Jansenio no duda en utilizar la retórica tópica de lasdescripciones de los desmanes militares desde una óptica religiosa, concluye —tomandouna imagen de Agustín— que esos herejes son gentes «que exceden en incredulidad a losdemonios, y en terquedad en porfiar»47. Y en ese contexto sobresale, precisamente porlo que pretende hacer pasar desapercibido, lo que nos parece motivación subjetivacentral de la obra: ahí Jansenio acusa a Francia de haber facilitado la destrucción de laIglesia católica en los Países Bajos, su tierra de nacimiento, argumento sentimental decorte nacionalista que se recorta con más significancia que otras presuntas motivaciones.En su apoyo recurre a Tomás de Aquino y, cómo no, a Agustín: «¿Cómo sirven los reyes

41 Jansenio, Marte francés, fol. 79v.42 Jansenio, Marte francés, fol. 83r.43 Jansenio, Marte francés, fol. 82v.44 Jansenio, Marte francés, fol. 83v.45 Jansenio, Marte francés, fol. 142v.46 Jansenio, Marte francés, fol. 117v.47 Jansenio, Marte francés, fol. 118r.

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al Señor con temor, como manda el salmo, sino prohibiendo y castigando con religiosaseveridad todo aquello que se hace contra los mandatos del Señor?»48. Y entre esosmandatos ocupa un espacio central luchar contra la herejía: «Y por estas causas lossantos padres (como tengo dicho) resolvieron que los herejes son peor gente que losjudíos y los paganos, y iguales a los demonios, y a su modo tercos y aborrecibles. Estedelito iguala y aun prefiere san Agustín a la idolatría, y dice: “La impiedad destos quizáexcede a la idolatría”»49. En realidad, la libertad de conciencia que los franceses utilizana favor de sus alianzas con los herejes aparece a los ojos de Jansenio como una agresiónaun mayor que la herejía misma: «¿Qué es sino conceder licencia de errar y de irse alinfierno, y condena esta licencia o libertad diciendo san Agustín “Que muerte del almahay peor que es la libertad de tener errores”?»50. En síntesis, lo que los francesespresentan como una ventaja para la religión católica no es sino uno de los peoresataques contra ella.

Mas no se trata solo de ser herejes, sino que para Jansenio no hay duda de que variospueblos con los que se confedera Francia son también rebeldes a su rey legítimo, y talrebelión «está condenada por divinas y humanas leyes. Esto no lo negará ningúnpríncipe cristiano, hereje ni turco»51. Jansenio, como la casi absoluta mayoría depensadores teórico-políticos o teólogo-políticos, recurre al principio —tomado de sanPablo en carta a los romanos— de que «Todo hombre est[á] sujeto a las potestadessuperiores. Que no hay poder sino el que Dios da; y quien resiste a los superiores seresiste a las órdenes de Dios; y quien a estas se resiste, gana condenación para símesmo»52. Y refuerza esa actitud con Agustín, que incluye la rebelión entre los males ydaños asociados a las guerras: «En las guerras con razón se culpa el deseo de hacer mala los prójimos, la crueldad de las venganzas, un ánimo inquieto y implacable, la fierezade una rebelión, la codicia de mandar y otras cosas como estas»53. Y en relación a esaidea traslada unas palabras de Agustín —«injusta cosa era que sirviese y obedeciese elesclavo a un amo que no había obedecido al suyo cuando le tuvo»54— para afirmar que«justo y conforme a toda equidad es, y muy ajustado a las leyes firmes de Dios, queaprendan de sus reyes los vasallos, y que el rey que hizo rebeldes los del rey ajeno yalentó su rebeldía, padezca él también rebeliones y experimente rebeldes a su corona»55.Concluye Jansenio en nombre propio reafirmando una postura que es coherente con unmonarquismo sin fisuras: «Parece que es contra razón y justicia que el que ayuda a losrebeldes a otro rey deje de hallar rebeldes sus vasallos y reyes extraños que los ampareny alienten»56, pues la mancha de la rebelión no se limpia de modo alguno, y menos aúnpor la adopción de una nueva religión, como argumenta Jansenio en el cap. IV del librosegundo. En el contexto de lo que debería ser el respeto de un rey hacia los vasallos de

48 Jansenio, Marte francés, fol. 143r.49 Jansenio, Marte francés, fol. 143v.50 Jansenio, Marte francés, fol. 151v.51 Jansenio, Marte francés, fol. 84r.52 Jansenio, Marte francés, fol. 84r.53 Jansenio, Marte francés, fol. 84v.54 Jansenio, Marte francés, fol. 84v.55 Jansenio, Marte francés, fol. 85v.56 Jansenio, Marte francés, fol. 85v.

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otro (y, por tanto, contra el apoyo a la rebelión de estos), vuelve Jansenio a Agustín pararecordar: «Entre los hombres vives y entre las cosas humanas eres rey grande, y encompañía humana de otros reyes y príncipes, no hagas a ninguno el agravio que noquieres que ellos te hagan; desagrada la rebelión al que la padece y es agraviado enella»57. En efecto, siguiendo a Agustín y al problema de la guerra justa, sostiene que:«Ninguna cosa debe pensar más y más atentamente el hombre justo en estas cosas sinoque, si se moviere guerra, sea justa. Y no dice que lo es la que se mueve por favorecer losamigos, sino la que venga sus agravios»58. En claro y abierto rechazo de las pretensionesexpansionistas de cualquier reino, y en particular del de Francia, vuelve Jansenio aAgustín para recordar lo que este había escrito:

Que no es de hombres de bien tener su gusto en que su reino sea grande. Y ansí el únicoblanco de dar socorro a los amigos ha de ser la justicia y razón para dársele, porque tambiénlos confederados pueden tener guerras injustas, como las puede tener el que socorre; luego nobasta que los protestantes, los holandeses y el Palatino sean amigos si no son agraviados paradarles socorro59.

Recurramos rápidamente, para cerrar este trabajo, a lo que puede ser unainterpretación vulgarizada en nuestros tiempos por el espacio Wikipedia. Ahí se leesobre Jansenio:

Ansiaba un tiempo en que Bélgica se deshiciese del yugo español y se convirtiese en unarepública católica independiente al estilo de las Provincias Unidas protestantes. Estas ideasllegaron a oídos de los gobernantes españoles. Para calmarlos, Jansen escribió una filípicatitulada Mars gallicus (1635), un violento ataque sobre las ambiciones francesas en general yen particular sobre la indiferencia del cardenal Richelieu sobre los intereses católicosinternacionales.

Y si el deseo de calmar a los imperialistas españoles explica la redacción del Martefrancés según Wikipedia, el resultado de sus esfuerzos fue apaciguar a Madrid, que en1636 le regaló el obispado de Ypres.

Volviendo a lo que citaba antes de Fernández Albaladejo, efectivamente paraJansenio no hay ni pretensión de desacralización ni comprensión autónoma de la esferapolítica, ya que esta debe contemplarse bajo la especie de la religión. En mi opinión, lascasi cuatrocientas páginas de su libro-panfleto se dirigen a reivindicar la coherentemilitancia católica de los reyes de España —forma la más parecida a la ciudad de Diosen la tierra, particularmente en una época en que, acompañando las rivalidadesinterimperialistas, se jugaba la futura hegemonía de una religión u otra en ciertasregiones de la Europa occidental— en oposición a las numerosas veleidades de los deFrancia. El imperio hispánico es defendible porque ha mantenido una actitudsistemáticamente constante en defensa del catolicismo y en contra de todas las formas deherejía. Pero en su discurso agustiniano, como hemos visto, se cuela un pacifismoindisputable y la defensa de una religión nacional que es la católica, así como la

57 Jansenio, Marte francés, fol. 101v.58 Jansenio, Marte francés, fo l. 102r.59 Jansenio, Marte francés, fol. 102v.

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acusación contra una Francia que reforzó con sus confederaciones la debilitación delcatolicismo en los Países Bajos y su pérdida definitiva en las Provincias Unidas.

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Resumen. En el contexto de los enfrentamientos que sacuden Europa durante la guerra de los Treinta Años, yen particular en los frecuentes conflictos que oponen la Monarquía hispánica a la corona de Francia, estetrabajo explora la intervención propagandística de Cornelio Jansenio y, más en particular, el peso ideológicoque el agustinismo político desempeña en las propuestas y actitudes de Jansenio. Se llama la atención en esteensayo sobre la importancia que tienen dos elementos ideológicos en la posición de Jansenio: la defensa de uncatolicismo militante que se encarna en los reyes de la Monarquía hispánica, y que le permite imaginar esesistema como el más próximo a la ciudad divina en la tierra, y la sugerencia de que debe haber una religióncatólica nacional que se ajuste a las necesidades de toda Europa.

Résumé. Dans le contexte d’affrontements qui secouent l’Europe pendant la guerre de Trente Ans, et enparticulier dans les conflits fréquents qui opposent la Couronne française à la Monarchie espagnole, cet articleexplore l’intervention de Cornelius Jansenius et, plus particulièrement, le poids idéologique que jouel’augustinisme politique dans les propositions et les attitudes de Jansenius. On remarque dans cet essail’importance de deux éléments idéologiques dans la position de Jansenius: la défense d’un catholicisme militantqui s’incarne dans les rois de la Monarchie espagnole, en supposant ce système comme le plus proche de la citédivine sur la terre, et la suggestion qu’il devrait y avoir une religion nationale catholique pour répondre auxbesoins de toute l’Europe.

Summary. This paper explores Cornelius Jansen’s Mars Gallicus as a propaganda intervention while inWestern Europe is taking place the Thirty Years’ War, a period when France confronted frequently theHispanic Monarchy and conversely. My focus here is to explore the way in which Jansen draws on politicalaugustinianism in order to articulate a global and detailed criticism of the political situation, particularly ofthe French crown, suggesting by the same token a variety of political and religious means to improve it. Iemphasize particularly two ideological components on Jansen’s stand, 1) his open defense of a militantCatholicism embodied in the Hispanic Monarchy –the system closest to what Jansen figures out as God’s Cityon earth– and 2) a suggestion about a national Catholic religion adaptable to the needs of all Europe.

Palabras clave. Agustinismo. Francia. Guerra de los Treinta Años. Jansenio Cornelio. Monarquía hispánica.Propaganda.

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