Jaeggy Fleur - Los Hermosos Años Del Castigo

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  • Sinopsis

    Los hermosos aos del castigo

    Estamos en un internado femenino en el cantn ms retrgrado de Suiza, elAppenzell, en los lugares por los que paseaba el escritor suicida Robert Walser. Enl respiramos una densa atmsfera de cautiverio, sensualidad inconfesada,demencia. Llega una nueva : es hermosa, severa, perfecta, parece haberlo vividotodo. La protagonista otra alumna del colegio se siente irremediablementeatrada por esa figura enigmtica, que le deja entrever algo a la vez sereno yterrible.

    El estilo lmpido y terso, la sagacidad de las reflexiones ms sutiles, laintensidad de esta historia implacable hacen vibrar una cuerda secreta, la que seoculta en ese colegio imaginario que permanece, transfigurado, en nuestramemoria. Y nos dejan trastocados por una infrecuente emocin, entre eldesconcierto, la atraccin y el temor, como si en el centro de un jardn bien cuidadoviramos desatarse una vorgine No en vano escribe la protagonista : Hay comouna exaltacin, leve pero constante, en los aos del castigo, en los hermosos aosdel castigo.

  • Ttulo Original: I beati anni del castigo

    Traductor: Bignozzi Ramallo, Juana

    1989, Jaeggy, Fleur

    2009, Tusquets Editores

    Coleccin: Andanzas, 678

    ISBN: 9788483831083

    Generado con: QualityEbook v0.66

  • FLEUR JAEGGY

    Los hermosos aos del castigo

    Traduccin de Juana Bignozzi

  • Los hermosos aos del castigo

    A los catorce aos yo era alumna de un internado de Appenzell. El lugar porel que Robert Walser haba dado muchos paseos cuando estaba en el manicomio,en Herisau, no lejos de nuestro instituto. Muri en la nieve. Hay fotografas quemuestran sus huellas y la posicin del cuerpo en la nieve. Nosotras no conocamosal escritor. Ni siquiera nuestra profesora de literatura lo conoca. A veces piensoque es hermoso morir as, despus de un paseo, dejarse caer en un sepulcronatural, en la nieve de Appenzell, al cabo de casi treinta aos de manicomio enHerisau. Es una verdadera lstima que no hubisemos conocido la existencia deWalser, habramos recogido una flor para l. Tambin Kant, antes de morir, seconmovi cuando una desconocida le ofreci una rosa. En Appenzell no se puededejar de pasear. Si se miran las pequeas ventanas con franjas blancas y laslaboriosas e incandescentes flores en los balcones, se advierte un remanso tropical,una lujuria sofrenada, se tiene la impresin de que dentro sucede algo serenamentetenebroso y un poco enfermizo. Una Arcadia de la enfermedad. Podra parecer queall dentro hay paz e idilio de muerte, en la pureza. Una exultacin de cal y flores.Fuera de las ventanas el paisaje nos reclama; no es un espejismo, es un Zwang, sedeca en el colegio, una imposicin.

    Estudiaba francs, alemn y cultura general. No estudiaba en absoluto. De laliteratura francesa slo recuerdo a Baudelaire. Cada maana me levantaba a lascinco para ir a pasear, suba muy alto y, al otro lado, vea un espejo de agua abajoen el fondo. Era el lago Constanza. Miraba el horizonte y el lago; an no saba quetambin en ese lago habra un colegio para m. Coma una manzana y caminaba.Buscaba la soledad y tal vez el absoluto. Pero envidiaba al mundo.

    Sucedi un da durante la comida. Estbamos todas sentadas. Lleg unamuchacha, una nueva. Tena quince aos, los cabellos rgidos como cuchillas,brillantes, los ojos graves y fijos, sombreados. La nariz aguilea, los dientes,cuando rea, y rea poco, eran puntiagudos. Una hermosa frente alta donde podantocarse los pensamientos, donde generaciones pasadas le haban transmitidotalento, inteligencia, fascinacin. No hablaba con nadie. La apariencia era la de undolo, despreciativa. Tal vez por eso dese conquistarla. No tena humanidad.Tambin pareca disgustada. Lo primero que pens: Ha llegado ms lejos que yo.Cuando nos levantamos me acerqu y le dije: Bonjour. Su Bonjour fue rpido. Me

  • present con mi nombre y apellido, como un recluta, y despus de escuchar el suyopareca que la conversacin haba terminado. Me dej all, en el comedor, en mediode las otras chicas que charlaban. Una espaola me cont algo con timbre vivaz,pero no le prest atencin. Oa un zumbido de varias lenguas. Durante todo el dala nueva no se dej ver, pero por la noche estaba puntual, de pie, detrs de su silla.Inmvil; pareca velada. A un gesto de la directora todas nos sentamos, y despusde un instante de silencio, reapareci el zumbido. Al da siguiente fue ella la queme salud primero.

    Cada una de nosotras, si tiene un poco de vanidad, se construye en la vidaque lleva en el colegio su propia imagen, una especie de doble vida, se inventa unmodo de hablar, de caminar, de mirar. Cuando vi su letra me qued sin palabras.Nuestras letras eran casi todas similares, vagas, infantiles, con las o redondas,amplias. La suya estaba completamente elaborada. (Veinte aos despus vi algosimilar en la dedicatoria de Pierre Jean Jouve en un ejemplar de Kyrie.) Porsupuesto, fing no asombrarme y casi no la mir. Pero comenc a practicar aescondidas. Y an hoy escribo como Frdrique, y me dicen que tengo una letrahermosa e interesante. No saben cunto la he estudiado. En aquella poca noestudiaba, y nunca estudi, porque no tena ganas; recortaba reproducciones de losexpresionistas alemanes y crnicas de delitos. Y las pegaba en un cuaderno. Le di aentender que me interesaba el arte. Y as fue como Frdrique me concedi elhonor de dejarse acompaar por los corredores y mientras paseaba. En la escuelaera parece intil decirlo la mejor. Creo que ya saba todo, por las generacionesque la haban precedido. Tena algo que las otras no tenan; slo me quedabajustificar su talento como un don de los muertos. Haba que escucharla leer a lospoetas franceses en el aula: haban descendido sobre ella, ella los albergaba.Nosotras, quiz, todava ramos inocentes. Y la inocencia, tal vez, alberga ciertatosquedad, pedantera y afectacin, como si todas estuviramos vestidas de zuavos.

  • Venamos de todo el mundo, en especial de Estados Unidos y de Holanda.

    Haba una chica de color, como se dice hoy, una negrita, de pelo rizado, unamueca que en Appenzell todos admiraban. El padre la trajo un da. Era elpresidente de un Estado africano. Se haba elegido a una chica de cada nacin paraformar frente a la entrada del Bausler Institut. Haba una pelirroja belga, una rubiasuiza, la italiana, la chica de Boston: cada una aplauda al presidente; estabanalineadas con sus banderas en la mano, y en verdad formaban el mundo. Yo meencontraba en la tercera fila, la ltima, cerca de Frdrique. Con la capucha delduffle coat en la cabeza. Delante si el presidente hubiese tenido un arco, la flechale habra alcanzado el corazn la directora del colegio, la seora Hofstetter, alta,maciza, llena de dignidad, con la sonrisa hundida en la gordura. Al lado sumarido, el seor Hofstetter, flaco, pequeo y tmido.

    Izaron la bandera suiza. Para la jerarqua, la negrita se convirti en la msimportante. Haca fro, llevaba un abrigo acampanado azul con el cuello deterciopelo azul. Debo confesar que en el Bausler Institut el presidente negroimpresion. El jefe de Estado africano confi en la familia Hofstetter. Algunamuchacha suiza no apreci la pompa con la que se recibi al presidente. Decanque cada padre deba ser igual a los dems. En un colegio, siempre se encuentraalguna alumna subversiva escondida. Son las primeras seales de suspensamientos polticos, o lo que podra llamarse una idea general respecto de todo.Frdrique tena en la mano una bandera suiza, pero pareca sostener una estaca.La nia ms pequea hizo una reverencia y ofreci un ramo de flores silvestres. Norecuerdo si la negrita encontr alguna vez una amiga. A menudo la veamos de lamano de la directora, que la llevaba de paseo, ella, la seora Hofstetter,personalmente. Tal vez tena miedo de que nos la comiramos. O de que no semantuviese pura. Nunca jug al tenis.

    Da a da Frdrique se alejaba ms. A veces iba a verla a su cuarto. Yodorma en otra casa, ella estaba con las mayores. Por una diferencia de pocos mesesfui obligada a quedarme con las pequeas. En mi habitacin haba una alemanacuyo nombre he olvidado tan poco inters tena, que me regal un libro sobrelos expresionistas alemanes. El armario de Frdrique estaba ordenadsimo, y yoen cambio no saba cmo doblar los jersis para que ni un centmetro estuvierafuera de lugar, y tena muy poca vocacin por el orden. Aprend de ella. Al dormiren dos casas diferentes, pareca que estuviramos separadas por una generacin.Un da encontr en mi casillero una carta de amor, era de una nia, de una nia dediez aos que me peda convertirse en mi protegida, formar pareja conmigo.

  • Siguiendo el primer impulso contest que no, de mala gana, y an hoy lo siento. Losent tambin entonces, al instante, despus de haber contestado que no quera unahermana, que no me interesaba proteger a una pequea. Haba empezado a sergrosera porque Frdrique me rehua y tena que conquistarla, porque hubiera sidodemasiado humillante perder. Mir a la pequea demasiado tarde, despus dehaberla ofendido. Era verdaderamente agradable, atractiva; haba perdido unaesclava sin haber logrado ningn placer.

    Desde aquel da la pequea no volvi a dirigirme la palabra ni a saludarme.Como puede verse, yo an no haba aprendido el arte de mediar, an pensaba quepara obtener algo haba que ir derecho al objetivo, cuando slo las distracciones, lasvaguedades, la distancia nos acercan al blanco, el blanco es el que nos alcanza. Y,sin embargo, con Frdrique usaba una tctica. Tena cierta experiencia en la vidade colegio. Yo llevaba interna desde los ocho aos. En los dormitorios es donde seconoce a las verdaderas compaeras, delante de los lavabos, en las horas de recreo.Mi primera cama en un colegio estaba rodeada de cortinas blancas y la cubra unacolcha de piqu blanco. Tambin la mesilla de noche era blanca. Un falso cuartoseguido de otros doce. Una especie de casta promiscuidad. Se oyen lasrespiraciones. Mi compaera de cuarto en el Bausler era una alemana, aplicada ymala, como pueden serlo las chicas estpidas. Su cuerpo, en la cndida ropainterior, era ms bien hermoso. Ya era casi opulenta, pero yo senta ciertarepugnancia si inadvertidamente la tocaba. Tal vez por eso me levantaba muypronto por la maana para dar un paseo. Alrededor de las once, durante laslecciones, me dominaba el sueo. Miraba hacia una ventana, y la ventana medevolva la mirada hacindome adormecer.

  • Frdrique no slo estaba en una casa diferente durante la noche, sino que

    tambin, durante el da, en un aula diferente. A la mesa no nos sentbamos cerca,pero la poda ver. Y ella finalmente me miraba. Puede que tambin yo fuerainteresante. Me gustaban los expresionistas alemanes y la vida, los delitos que anno haba conocido. Le cont que a los diez aos haba insultado a una madresuperiora llamndola vaca. Qu palabra ms simple, me avergonc de misimplicidad cuando se lo cont. Fui expulsada del colegio. Pida perdn, dijeron.No me disculp. Frdrique se ri. Tuvo la amabilidad de preguntarme por qu lohaba hecho. Y poco a poco empec a hablarle de m cuando tena ocho aos.Entonces jugaba con los chicos a la pelota y me metieron en un colegio lgubre. Enel fondo de un lgubre corredor estaba la capilla. A la izquierda, una puerta.Dentro, una madre superiora, difana, delicada, que se hizo cargo de m. Meacariciaba con sus manos ligeras y suaves y yo me sentaba al lado de ella como sifuese una amiga. Un da desapareci. En su lugar apareci una opulenta suiza delcantn de Uri. Ya se sabe, el nuevo poder odia a las favoritas del anterior. Uncolegio es como un harn.

    Frdrique me dijo que yo era una esteta. Una palabra nueva para m, peroque enseguida adquiri sentido. Su caligrafa era la de una esteta, eso locomprend. Su desprecio hacia todo era el de una esteta. Frdrique ocultaba sudesprecio tras la obediencia, la disciplina; era respetuosa. Yo an no saba fingir.Era respetuosa con la directora Frau Hofstetter porque la tema. Estaba pronta ainclinarme delante de ella. Frdrique nunca tuvo necesidad de inclinarse, porquesu manera de respetar a los otros inspiraba respeto. Y yo lo observaba. En ciertaocasin, tal vez para distraerme de las atenciones que tena con Frdrique, aceptuna cita con un muchacho de un colegio cercano, el Rosenberg. Una cita breve. Mevieron. La seora Hofstetter me llam a su despacho. Era ancha como un armario,con traje de chaqueta azul, camisa blanca y un alfiler. Me amenaz. Le dije que eraslo un pariente. En realidad: la madre del pariente le haba escrito justamenterecomendando que estuviesen atentos para que no le viese. Fing llorar. Ella seconmovi. Adnde haba ido a parar toda la fuerza que tena a los ocho aos, laseguridad, el autocontrol? A los ocho aos no haba ninguna chica que mepreocupase. Eran todas iguales, todas detestables, mezquinas. Todava hoy nologro expresar con palabras que me haba enamorado de Frdrique; es una frasemuy fcil de decir.

    Ese da tuve miedo de ser expulsada. Una maana, el desayuno era fragante,moj el pan en la taza. La directora, despus de golpearme la mano con que mojaba

  • el pan, me hizo poner de pie. A los ocho aos habra agarrado la taza y la habralanzado sobre la cara de la directora. Cmo se permita ofenderme? Frdriquecoma con los codos pegados al busto. Nunca uno de sus codos se apoy en lamesa. Despreciaba tambin la comida? Era tan perfecta. Cuando caminbamosjuntas, ahora todos los das, nosotras dos, solas, algunas veces andaba delante dem y yo la miraba. Todo en ella era exacto, armnico. A veces me pona la manosobre el hombro y pareca que aquello deba durar as eternamente, entre losbosques, en las montaas, por los caminos; une amiti amoureuse, dicen losfranceses. Aludi a un hombre. Yo no tena argumentos sobre el tema, slo unpariente. Y una gobernanta. Pero no era lo mismo. Una gobernanta, una monja,una compaera de colegio forman parte de una unidad. Frdrique aludi a unhombre como a una parbola cumplida. Por la noche, cuando volv a mi cuarto conla alemana, reflexion. Nosotras, que hemos pasado nuestros mejores aos en loscolegios, tal vez somos expertas en mujeres. Y cuando salgamos, ya que el mundoest dividido en dos, masculino y femenino, conoceremos tambin el masculino.Tendr alguna vez la misma intensidad? Me preguntaba si conquistarlo sera tandifcil como con Frdrique.

    A pesar de los paseos diarios con Frdrique, las confidencias, la ternura,senta que todava no la haba conquistado. Mi parangn era la fuerza. Debaconquistarla, ella deba admirarme. Frdrique a nadie conceda su presencia, y aveces prefera estar sola a estar conmigo. Y yo me aburra. No lea, me miraba alespejo, me cepillaba el pelo, cien cepilladas, finga gusto por la naturaleza. Habaobservado que Frdrique no se miraba en el espejo. Cmo me apasionaba con ellapor los rboles, las montaas, el silencio y la literatura. La vida, para m, se estabahaciendo un poco larga. Ya haba pasado casi siete aos en el colegio y an nohaba terminado. Cuando se est all dentro, una imagina cosas grandiosas sobre elmundo, y cuando se sale, a veces deseara volver a or el sonido de la campana.

  • Es curioso que en los colegios donde he estado hubiera penuria de hombres

    en los alrededores. O viejos o locos o guardias. En Appenzell recuerdo viejos,enclenques, una pastelera y una fuente. Si se quera un poco de mundo, se iba a lapastelera; no haba nadie, pero por la calle pasaba un viejo. Durante mucho tiempocre que las que han estado en colegios, como Frdrique y yo, y un da lorecordaran, podan vivir con nada cuando estuvieran viejas y desilusionadas.Suena la campana, nos levantamos. Vuelve a sonar la campana, dormimos. Nosretiramos a nuestros cuartos, la vida la hemos visto pasar a travs de las ventanas,de los libros, de la alternancia de las estaciones, de los paseos. Siempre en unreflejo, un reflejo que parece relegado a los balcones. Y a veces vemos una altafigura marmrea que se recorta delante de nuestros ojos: es Frdrique, que hapasado por nuestra vida, y tal vez queremos retroceder, pero ya no necesitamosnada. Hemos imaginado el mundo. Qu otra cosa puede imaginarse si no es lapropia muerte? El sonido de una campana y todo ha terminado.

    Pero retomemos esta pequea historia. Frdrique me describa el color delas hojas; nuestras conversaciones las recuerdo siempre rodeadas por el frescor. Laprofesora de literatura francesa la admiraba, tal vez la consideraba una Bront. Y am me detestaba. Ella quera pasear con Frdrique. Era una mujer fea, slo conocala literatura francesa de la que era devota. Cuando hablaba, yo bostezaba. Como yahe dicho, la vida para m se haca demasiado larga. La literatura, por s sola, no medistraa, pero sobre todo deba prepararme para las conversaciones con Frdrique.Haba ledo algunas frases de Novalis sobre el suicidio y sobre la perfeccin.

    Pero qu tienes? En qu piensas?, me preguntaba. Finalmente mepregunt qu pensaba. Un punto a mi favor. Pensaba en una sola cosa: entrar en elmundo. Y nunca lo habra confesado. Nada, le contestaba a Frdrique. Nopienso en nada. Algunas veces, mientras estbamos juntas hablando, pensaba enella, en su belleza, en su inteligencia, en algo perfecto que tena. Han pasado tantosaos y an vuelvo a ver su rostro, un rostro que he buscado en otras mujeres y quenunca he encontrado. Era tan ntegra. Algo peligroso. Nunca tuve la simplicidad dedecrselo, ni de confesarle mi admiracin, ya que desde el primer da sent, a pesarde cierta inferioridad con respecto a ella, que antes de relacionarnos debamossuperar ciertas fases. Como en una batalla. Y deba conquistarla. Todo era tanelevado y tenso, se sopesaban las palabras, el tono, la manera, era necesario ciertoejercicio mental. Me pregunto si, despus de algunas semanas, en vez de hablarhubisemos empezado a abrazamos. Hubiera sido impensable. Nunca nos dimos lamano. Lo hubiramos encontrado ridculo. Por los senderos se vea a niitas que

  • iban de la mano y rean, hacan de amigas, hacan de amantes. En nosotras habauna especie de fanatismo que impeda toda efusin fsica.

    La profesora de francs pareca un hombre triste, sobre todo a la luz, al ladode la ventana, sentada detrs del escritorio. Me interrogaba. Yo no responda. Suscabellos eran ondulados, grises, cortos; las manos como las de un sacerdote,unidas. En su mirada austera haba casi una tentativa de mendigar, una splicajams colmada, me atrevera a decir una pureza, la pureza de los derrotados, quees una mezcla de lbiles desesperaciones y empecinamientos. Resisten. Enseanhasta el final, en el lecho de muerte. Leen una penltima poesa. Sigueinterrogndome ponindose de pie. Quiere golpearme? Yo estaba vaca, me habainvadido una especie de abulia, como sola ocurrirme cerca del medioda, cuandohaban pasado siete horas de la jornada, desde mi paseo matinal. Siete horas soncasi la jornada de los trabajadores, que piden menos. Me desprecia. Se estarpreguntando por qu Frdrique me frecuenta, lo siento en la mirada. Tal vez locomprenda. Yo no lograba leer un libro, en el armario mi compartimiento estabavaco, hojeaba los libros de Frdrique, pero todo lo que requera unaprofundizacin iba ms all de mis fuerzas. Muchas fuerzas, llammoslasespirituales, me las absorba Frdrique cuando me hablaba de literatura; en esosmomentos yo estaba de verdad interesada, y deba estar a la altura de susreflexiones, pero tambin cuando ella me hablaba tena yo momentos de ausencia.

  • Frdrique empezaba a mirarme. Senta el peso de su mirada sobre m. O

    como un puo en la espalda, y me daba la vuelta. A veces, en la mesa, captaba sumirada y entonces me mantena ms erguida y coma con mucha distincin. Casino coma. Pero en el desayuno, aunque me mirara, me serva dos o tres rebanadasde pan con mantequilla y mermelada. Tambin debo confesar que no pensaba msque en el desayuno. Fue en un momento de glotonera y distraccin cuando moj elpan en el caf con leche. Creo que Frdrique sonri, con indulgencia supongo.Ahora buscaba mi compaa y me vigilaba desde lejos.

    Desde el primer da quise estar con ella, y estar con ella en realidadsignificaba captar su alma, ser cmplices y desdear a todas las dems. Una especiede pacto de sangre, una fraternidad. Y esto desde el primer da, desde el momentoen que ella entr con retraso en el refectorio. O bien deba someterme a un rito queella diriga. Un da me dijo que me haba visto enseguida, me lo dijo slo paracomplacerme, aunque ella no deca nada para complacer. Es posible que una vezhaya dicho que yo era hermosa. Sin duda, no tena su elegancia. Ella llevaba faldasgrises, camisas amplias, jersis grises, azules, azul polvoriento, amplios. Yo tenauna serie de jersis estrechos y faldas amplias, muy apretadas en la cintura. Meapretaba todo lo posible el talle con cinturones altos, como, por otra parte, lohacan casi todas. Y esto no es elegante. Sus jersis amplios le caan sobre el cuerpo,ocultndolo, dejando entrever una figura adolescente, las caderas estrechas, elvientre hundido.

    Una tarde de invierno estbamos sentadas en la escalera; Frdrique metom las manos y dijo: Tienes las manos de una vieja. Las suyas estaban fras. Meobserv el dorso de las manos: podan contarse las venas y los huesos. Les dio lavuelta: estaban ajadas. No puedo describir con qu orgullo acog lo que para m eraun cumplido. En la escalera, ese da, estuve segura de gustarle. Eran de verdadmanos de vieja, huesudas. Las manos de Frdrique eran anchas, slidas,cuadradas, de muchacho. Las dos llevbamos una chevalire en el meique. Esposible imaginar que existe un placer fsico en tocarse. Mientras ella tocaba mimano y yo senta la suya, fra, el contacto fue tan anatmico que el pensamiento dela carne o de la carnalidad desapareci. Ese invierno me compr un jersey amplio yocult mi cuerpo. Las manos de vieja resaltaban ms.

    Frdrique era siempre amable con todos, no se dejaba llevar por el malhumor, por el nimo sombro. Yo no lo lograba. Por el contrario, alguna vez sent elimpulso de golpear a mi compaera de cuarto. Ella estaba sometida y me daba

  • siempre la razn. Tena hoyuelos. Y nunca olvidaba mostrarlos. La narizrespingona. Me daban ganas de agarrarla por el cuello. Esa alemana se estiraba enla cama como una odalisca, medio desnuda.

    Nos hacan recitar a Franois Coppe. Con aprensin slo hoy me doycuenta de que las iniciales de Frdrique eran las mismas que las del escritor:Jtais a ma fentre et je pensais vous devant le ciel dt. As empezaba mi parte.Un rossignol chantait et ses notes perles montaient perdument aux votes toiles. Lamaestra era una hermana, enseaba a recitar al ritmo del piano.

    El apellido de Frdrique significa relato. Y, ya que su nombre es relato,me dejo llevar por el pensamiento de que es ella la que lo dicta, o lo escribe, con supunitiva manera de rer. Tambin tengo un inexplicable presentimiento de que elrelato ya ha sido escrito. Cumplido. Como nuestras vidas.

    Para Sankt Nikolaus pasamos toda una tarde fuera del colegio. Nevaba. Nohacamos ruido. Entramos en la pastelera de Teufen. El pueblo pareca absorto,adormecido. Saba que Frdrique tena, o haba tenido, una relacin con unhombre. Segua nevando, los copos de nieve se acumulaban en las ventanas.Frdrique me anunciaba que hara un viaje con l para Navidad. Segua coninters los copos de nieve, Frdrique hablaba con voz queda. Saba de su relaciny sin duda no le auguraba un idilio. Y se lo dije mientras elega una pasta. No leapeteca tambin a ella una pasta? Otra taza de t. No quera confidencias oconfesiones. Tena la impresin de que haba algo trgico en su amor; la viempecinada, determinada. Durante un instante pens que no exista hombrealguno. Tom otra pasta. Los copos de nieve flotaban inmviles. Me atraves lamente el pensamiento de que Frdrique se estaba inventando otra vida. De paso,mientras hablaba, me pareci captar en su mirada una extraa luz, como los coposde nieve, ligeros y efmeros, que parecen detenidos en el aire. Sent miedo, queradecirle que se anduviera con cuidado, pero no saba de qu. Mis pensamientosestaban suspendidos en el aire, tena la impresin de que acechaba un peligro, elpeligro de vivir lo que no existe. Luego todo volvi a estar tranquilo, eseresplandor de desorden se apag. Frdrique dijo que iran a Andaluca, donde yahaban estado. Me pregunt si alguna vez haba estado en Espaa. No, nunca.Haba estado por toda Suiza en tren, porque mi padre prefera los trenes y losenlaces, los trenes de montaa. Haba estado en Rigi? No, nunca. Le dije elnombre de otras montaas. Gornergrat, Jungfrau, el tren del Bernina. No.

    Frdrique hablaba de sus viajes como de otra persona. En la pastelera de

  • Teufen empezaba a oscurecer, como si tambin la nieve fuese un velo de sombra.Fuera, la oscuridad invernal. Fuera, el aire glido nos acompa a casa. Nuestracasa es el colegio.

  • Cada noche, mi compaera de cuarto y yo nos encontrbamos en los

    lavabos. Una vez fui cordial con ella; se le cay el peine y con rapidez me inclin arecogerlo. Se peinaba antes de ir a dormir como si fuera a un baile. Y tal vez fuerarealmente durante el sueo. Y mostrara sus hoyuelos a todos. Un colmillo le surgade la enca. Tena un vestido de tafetn rosa que procuraba no arrugar. A veces yoestaba tan convencida de que iba a un baile que vea el vestido rosa colocado enuna silla, a los pies de la cama, donde estaba doblada su ropa interior. Slo en casosexcepcionales poda realizarse una inspeccin del cuarto. Las inspecciones sehacan por la maana, se abran todos los armarios: nuestros montones de lenceray jersis doblados deban tener el aspecto de una muralla. Como los orientales,debamos conocer el arte de doblar la ropa. Hace algn tiempo fui a ver unacompaa de teatro. No. Terminado el espectculo, aguard entre bambalinas parasaludar al actor. Estaba haciendo su maleta o, mejor dicho, su petate. Doblaba sustrajes exactamente como lo hacamos nosotras en los armarios. Con el mismo rigory una especie de sumisin a las telas. Si hubiese aceptado proteger a la nia que mehaba escrito la nota y la haba dejado en mi casillero, ella los habra ordenado.Habra considerado un honor doblar mis jersis. ramos fetichistas.

    Si le hubiese regalado una flor a Marion, as se llamaba la pequea, la habrapuesto a secar dentro de un libro, deba durar eternamente. A todos nos hasucedido que compramos un libro viejo y encontramos en l ptalos que, apenaslos tocamos, se deshacen en polvo. Ptalos enfermos. Flores de tumba. Su amor porm se sec al instante, no dej ni un poco de polvo, no me salud ms. Rompenseguida la nota afectuosa de Marion, al igual que rompa enseguida las cartas,pocas, de mi madre o de mi padre. Mi compaera de cuarto conservaba todo enuna caja taraceada de madera alemana.

    Relea las cartas, estirada en la cama, indolente. De la caja emanaban aromasalemanes, que no deban de ser tenues ya que ella aspiraba su esencia. Tambinhaba una cerradura dorada y una llave minscula. La alemana abra esa horriblecosa con sus manos votivas.

    En cuanto a m, reciba pocas cartas. Las distribuan en el comedor. No eraagradable tener poco correo. Y as fue como empec a escribirle a mi padre, cartasinsulsas en las que no deca nada. Esperaba que se encontrara bien igual que meencontraba yo. Me contestaba de inmediato y pona en el sobre sellos de la ProJuventute. Me preguntaba por qu le escriba tanto. Sus cartas y las mas eranbreves. Cada mes encontraba un billete de banco, el argent de poche. Le escriba

  • porque saba que era la nica persona que haca lo que yo quera, aunque mi vidaestuviera sometida a la voluntad legal de mi madre. Desde Brasil ella daba susrdenes. Tena que dormir con una alemana porque deba hablar alemn. Yohablaba con la alemana; ella me haca regalos, chocolatinas que comacontinuamente, chicles y libros de arte. En alemn. Con reproduccionesalemanas. Blauer Reiter. Tambin su ropa interior era alemana. Y, sin embargo, nologro encontrar su nombre en el fichero de mi mente; muchachas perdidas en lamemoria. Quin era? Para m no era nadie, y sin embargo tengo presentes sufisonoma y su cuerpo. Tal vez aquellos a los que no prestamos atencin resurgenpor un extrao juego maligno. Sus facciones se nos quedan ms grabadas que lasde aquellos que hemos tenido en cuenta. Nuestra mente es una serie de nichos.Nuestros nadies acuden a la llamada, criaturas voraces se yerguen a veces comobuitres en las fisonomas de los que hemos amado. Una multitud de rostros habitaen los nichos, rico alimento. La muchacha alemana, mientras escribo, dibuja, comoen una comisara de polica, sus rasgos. Cul es su nombre? Su nombre hadesaparecido. Pero no basta con olvidar un nombre para olvidar al ser. Todo estall, en el nicho.

  • Era evidente que deba pasar mis mejores aos en el colegio. De los ocho a

    los diecisiete. Primero me haban dejado con una seora anciana, una de misabuelas. Un da decidi que no soportaba ms mi compaa, deca que yo eraselvtica. Y sin embargo a nada me pareca tanto como a su retrato colgado en elcomedor. Y por eso borr mi efigie de sus ojos. Hoy voy adquiriendo su aspecto.Tambin ella est en el nicho. Con sus ojos de color ndigo. Gracias a ella estuve enmuchos colegios, conoc directoras, reverendas madres, superioras, mres prfetes,pero ninguna tena la autoridad de mi abuela. Siempre sent que podaembaucarlas, que su poder era temporal aunque les besara la mano.

    Sucedi en Italia, con monjas francesas donde, como de costumbre, estabainterna. Cada noche antes de ir a dormir, siempre en dormitorios colectivos, subacon mis compaeras una escalera estrecha. En lo alto esperaba la mre prfete. Cadanoche nos extenda la mano debajo de una bombilla en el ltimo nivel de la luz, enel resplandor de las estrechas escaleras, antes de entrar en el claror nocturno de losdormitorios. Le besbamos la mano, en fila, una despus de otra. Luego a loslavabos y a la cama, en los dormitorios en calma. Las sbanas parecan rgidas.Fuera, si hay luna y estrellas, es un desierto visionario.

    Nos haban enseado a hacer la reverencia, si no me equivoco, en cuatrotiempos, cuando nos encontrbamos en presencia de la madre superiora. No s qusabor tena la piel de la reverenda mre prfete, pero haca ese gesto de sumisin conejemplar automatismo; lo encontraba natural y me gustaba detenerme a mirar elconjunto, la fila de mis compaeras. Aunque le sostena la mano entre el pulgar y elndice, mis labios no la rozaron; una especie de disgusto hacia la fraternidad camalse insinu en m.

    Los ojos de la mre prfete eran azules como los lagos alpinos al alba,infantiles y venenosos. De tal modo era el fin de race que sus prpados se habanvuelto cerleos; generaciones de mendicantes deben de haber besado las manos desus antepasados, antes de la guillotina. Tenan un corte oriental: la frente estabacubierta por el velo, y el velo favorece a las mujeres, aun a las mujeres ancianas. Damajestad y misterio. Y mentira. En su cuerpo hay algo blando, faisand. Su acercarseal polvo, a la ceniza, y la tnica imperiosa de color crema conspirando con larigidez que corresponda a su estado la hacan parecer una gran dama de lossepulcros. Su voz a veces era quejumbrosa, extremadamente joven, comoimaginamos que eran las voces de los castrati.

  • All, con las monjas francesas, se me aparecieron sin atenuantes lasdiferencias de clase. Estaban las hermanas con hbito oscuro, las humildes, sindote, las pobres que tenan que hacer los trabajos pesados, a las que nos dirigamosllamndolas hermana. Y tambin podamos ser despreciativas. Las reverendaslas trataban de arriba abajo, con una cndida sonrisa mantecosa. En ese colegiosabamos quin de nosotras era pobre o hurfana. Haba una que no pagaba lamensualidad, haca favores y siempre tena pequeas atenciones con la mre prfete.Y tal vez espiaba. Nos mostrbamos amables con ella; era de una familia venida amenos, tena ojos de seda azul y amarilla. Era rubia y vena del sur; un diablillomolesto porque era una espa. Espa, suponamos, por necesidad. Nosotrashubiramos podido darle mucho ms que las madres reverendsimas, pero ella seinclinaba por la subordinacin al poder. Hay criaturas que nacen as. Tratamos deacercarla a nosotras, pero eso no le interesaba. Debera haber sido ms alta, tenalas pantorrillas cerca de los tobillos, le faltaba esbeltez en la figura; sentada eraexquisita, los colores de la tez y los cabellos favorecan su rostro pequeo deporcelana un poco spera. Era una antigua alumna a la que seguan aceptando porcaridad. Tena ms de dieciocho aos, y eso era triste. Practicaba su oficio de pobre,que a nosotras nos pareca una profesin, bastante bien.

    Otorgaba un valor a su pobreza como otros podran darlo a la disipacin.Estaba de verdad poseda por su estado de indigencia, no le quedaba ms que supropio ser, y no era poca cosa, ya que en ella fermentaban los aromas de laservidumbre, como si fuese una vocacin. Qu pequeos y giles eran sus piescuando deprisa deprisa iba arriba y abajo por el corredor, y cmo sabadesaparecer cuando la reverenda la llamaba susurrando apenas su nombre. Lasreverendas hablan siempre en voz bajsima. Y cmo estaba en la capilla,ortogonalmente genuflexa. Sus grandes ojos se adaptaban bien a la contemplacindel crucifijo. Si no hubiese sido una delatora, habramos credo benvolamente ensu magnnima devocin y obediencia.

    En el Bausler Institut no se besa la mano a la seora directora. La seoraHofstetter es la que a veces finge besarnos las mejillas. Toca con su mejilla lanuestra, y aunque ese gesto nada tenga que ver con un beso, es igualmentemonstruoso. No s cmo hace la negrita para resistir. A ella s la besa de verdad, lohemos visto. Y en realidad la pequea no da la impresin de tener necesidad deafecto. Su mirada est cambiando. Ya no es la de una mueca, est perdiendo esaprofundidad que tienen los juguetes, esa impasible y fatua rigidez, ese sopor denios hermosos.

  • En el sopor estamos sumidas casi todas. En especial un pequeo grupo deadultas. Durante el primer trimestre eran lentas, perezosas y les resultaba difcilhablar en alemn; ya haban tenido su vida en Kiruna o no s dnde, haba algunasa punto de casarse, demasiado adultas para el Bausler. En los colegios, al menos enlos que estuve, se prolongaba, casi hasta la demencia, una infancia senil. Sabamospor qu esas muchachas mayores, de postrada vivacidad, estaban sentadas en lashoras de recreo, como esperando, susurrando entre s o cuidndose la piel. Era elclan de las que haban vivido; ya se haban entregado ellas mismas al mundo, o almenos eso pretendan. La primera vuelta haba concluido y las otras vueltaszumbaban como aureolas sobre sus cabezas doradas. Eran las antiguas.

    No podra cambiar de cuarto? Quisiera dormir en la casa de las mayores.La seora Hofstetter me haba saludado cortsmente y me pregunt si ese dahaba paseado con mi amiga Frdrique. Su voz pareci demorarse al pronunciar lapalabra amiga. Por lo tanto, para la direccin Frdrique y yo formbamos unapareja. Estamos satisfechos de que haya encontrado una amiga. Pero no cambiarde cuarto. Ha quedado establecido as desde el comienzo. De Brasil llegan lascartas de su madre y tambin su madre est satisfecha con su compaera decuarto. Las satisfacciones deben ser apaciguadas. Sus ojos gastados, el polvo y eltraje azul con alfiler se acercaron. Acarici mi cabeza con gesto impreciso. Enalgunas mujeres la tez se agrieta debajo del maquillaje. Danke, Frau Hofstetter.Siempre hay que agradecer, aunque sea una negativa. En la educacin se aprende aagradecer con una sonrisa. Una sonrisa maldita. En cierta manera hay unafisonoma de morgue en los rostros de las maestras. O cierto tufillo a morgue aunen la ms joven y agradable de las muchachas. Una doble imagen, anatmica yantigua. En una, corre y re, y en la otra yace en una cama, cubierta por un sudariode encaje. Su misma piel lo ha bordado.

  • Marion, la ms agradable, una muchacha de carcter, mira con malos ojos a

    la muchacha que la ha rechazado, coquetea con muchas, pero an no ha cazado asu duea. Es consciente, sin escrpulos, de su belleza. Debe de tener doce aos, talvez ms. Es un objeto de placer. Nosotras no lo somos. Ya tenemos las pequeasenfermedades de la adolescencia. Ella no. Es una pintura, Marion. Sus ojos losencontramos en los camposantos, junto a una losa: hay una estela y sobre la estelaun lirio violeta. Tambin la seora Hofstetter lo ha observado. Marion an no hahecho su eleccin, me ha parecido que estaba hablando con Frdrique. Frdriqueno suscita simpatas, pero es respetada. En la mesa casi no habla y, despus de laslecciones, si no est sola est conmigo. Es ridculo que yo duerma en la casa de lasjvenes. Es la casa de las que no son consideradas mayores, a veces slo por unosmeses de diferencia. Somos jvenes hasta los quince aos. Frdrique, que tienecasi diecisis, es adulta. Puede apagar la luz una hora despus que nosotras.Frdrique duerme sola. Con su armario en orden, la lencera doblada como lospaos sagrados, los pensamientos doblados tambin, en el enjambre nocturno. Ledoy las buenas noches, ella no viene a mi cuarto, al nuestro, mo y de la alemana.Ni cuando la alemana no est. Pero la alemana siempre est echada en la cama, seconserva para su vida futura, no fatiga su adolescencia. Si desde Brasil estncontentos de que sea as, as sea.

    Tambin tomo lecciones de piano. Algunas veces pienso que toco a cuatromanos, las otras dos son las manos de quien escribe las cartas desde Brasil. Hacia elfinal del primer trimestre tuvo lugar el concierto de Navidad. El 17 de diciembre.Frdrique toc el piano. Beethoven, sonata op. 49, n. 2. Fue aplaudida. En la salase hizo un silencio sepulcral, contenido. En las primeras filas, la direccin, lasprofesoras, la negrita. Frdrique entr como una autmata, toc con cierta pasin,se inclin como una autmata, y los aplausos no parecieron rozarle los odos. FueFrdrique una gran pianista ese da antes de Navidad? Creo que s. Su modo deaparecer impresionaba. Sin emocin, sin vanidad, sin modestia, como si siguiesesus despojos. Se apret las muecas y sus manos sonaron. Impasible, pero con algoque alete fugitivo en los ojos y en la boca. Una violencia del alma por una extraavez transfigur su rostro aunque estuviera inmvil. Frdrique volvi a su sitio.Cre que poda ser algo ms que lo que pensaba. Hay algo absoluto einaprehensible en ciertos seres, parece una lejana del mundo, de los vivos, perotambin parece el signo del que sufre un poder que no conocemos. Me sentaconmocionada. Una vez haba escuchado a Clara Haskil. Estaba en primera fila, noquera perderme nada de la vejez de Clara. Frdrique nunca me pregunt cmohaba tocado. Intent algn cumplido, todava estaba emocionada, ce n'est rien, y

  • no volvimos a hablar de ello. Mientras escribo, enciendo la radio y tocan unconcierto de Beethoven. Me pregunto si Frdrique no me est persiguiendomientras escribo sobre ella. Apago la radio. Y vuelve el silencio. Han terminado losaplausos. Frdrique esboza una inclinacin, baja la cabeza, vuelve a sentarse en susitio, en primera fila, junto a la direccin, a la nia negra. Durante un instantepienso que la pequea es la antepasada de Frdrique.

    Por la noche, en la cama, an oa los aplausos para Frdrique. Micompaera de cuarto se limaba las uas. Estos momentos parecen largos, estaespera nocturna cuando, antes de dormir, hay que invitar al sueo. Cuidadas ylimadas las uas, mi compaera dice: Gute Nacht. Coloca las manos fuera de lassbanas para que se vean cuando vengan a invitarla al baile. Se entregaba a losencuentros nocturnos sonriente, con sus hoyuelos. Vena de Nuremberg, donde elpadre estaba en alguna empresa. Apenas haba tenido tiempo de ver marchar a losalemanes en fila india y los geranios en las ventanas. Nunca hablamos de la guerrani de la destruccin de su ciudad, luego resurgida. La pequea bailarina nocturnahaba crecido, pues, sobre las ruinas. Tambin ella tena una casa con geranios quecurvaban las hojas cuando pasaba la Wehrmacht. Desfilaban bajo su ventana losguerreros, su madre la tena en brazos, un bulto con cofia y cintas.

    Y la madre lanzaba flores como al escenario de un teatro? Son preguntasque deb haber hecho entonces, cuando dormamos en el mismo cuarto y habanpasado tan pocos aos desde el final de la guerra. La palabra Krieg guerranunca fue pronunciada por la muchacha alemana. Y tampoco nazismo, ni Hitler.No conociste a Hitler?, hubiera podido preguntarle. La presencia de la chica eraun hecho ptico, conoca su cuerpo como la ilustracin de un libro, como conocami armario casi vaco, saba que en el fondo haba un lpiz y un cuaderno. Unacarta, un trozo de recuerdo, un pauelo, una llave. El armario, el querido ypequeo depsito de cadveres de nuestros pensamientos. Con un nmero. Laspequeas cosas que se consideraban importantes, aunque podamos no cerrarlocon llave. Todo es facultativo. La direccin nos daba la oportunidad de usar unallave. Era un smbolo. Un smbolo que formaba parte de la alta mensualidad. Perono se insista en los smbolos, son gratuitos. Nunca us la llave. No porquedesdeara el smbolo: como no tena pasado, no tena secretos. Frdrique ve quemi armario est vaco, abierto. Nada poseo.

    Muchas tienen diarios. Con bullones. Con llaves. Piensan que poseen suvida. Mi compaera de cuarto tiene una hermosa voz, afinada. Tambin durante laguerra deba de tener ese hermoso timbre, junto con tantas nias, que tambin

  • afinaban. Hoy pienso en ella y en los diarios cerrados con llave como en muertos,casi sin distinguir entre un ser humano y el papel y la caligrafa. Me parece, aligual que con los muertos, haber dejado algo en suspenso, una conversacin, y esaconversacin la seguimos teniendo, nos dirigimos a los desaparecidos, aunquepara velar las conversaciones fallidas nos acompaa cierta desmemoria. Si susrostros se olvidan, si algunos rasgos se deslucen, como si hubiesen sido pintados,permanecen slo las voces, una especie de monlogo que creemos sin respuesta.Pero, desde alguna parte, responden. O por despecho callan. Como alumnastestarudas que no hablan. Nosotras seguimos hablando. Nos damos cuenta de quemovemos los labios, sin interlocutores. Por otra parte, existe una manera de pensarsin palabras? Como si la humanidad fuese un abecedario y cada existenciaestuviese formada por letras. No quisiera demorarme en este tipo deconsideraciones que de alguna manera son una continuacin de las charlas conFrdrique. En parte, temas en los que nunca haba pensado. Senta cierta furia porvivir en el mundo, y las aureolas de la muerte concernan slo al pasado. El futuroeran las verjas que se abran y las paredes que se convertan en tapices. Frdriquehablaba sola. La he visto mover los labios y mirar algo similar al vaco. Pero cmose representa el vaco? Tal vez es la falsificacin de todo lugar originario?

  • Obediencia y disciplina ritmaban el orden en el Bausler Institut. Frdrique,

    da tras da, daba el buen ejemplo. Por distraccin se puede olvidar el saludo a ladirectora al encontrarse con ella en un corredor. Est permitido, aun en un rgimenautoritario, estar absortos. Frdrique, que pareca perennemente absorta, nuncaolvidaba saludar e inclinar la cabeza delante de la direccin. Inclinaba la cabezatambin delante del seor Hofstetter, el marido de la seora, que se mantena unpoco al margen y llevaba la contabilidad.

    Tena Frdrique una doble vida? Sus conversaciones conmigo no slo eranprofundas, y dir que a veces me debilitaban, sino que algunas de sus ideas, tal vezpor la extrema libertad con la que hablaba de ellas, no eran de estricta y pacataortodoxia. Yo era ignorante, ya lo he dicho. Frdrique me pareca, y s que estapalabra hace sonrer, una nihilista. Y eso me la haca todava ms fascinante. Unanihilista sin pasin, con su risa gratuita, patibularia. Yo haba odo esa palabra encasa, durante unas vacaciones, dicha con desprecio. Cuando Frdrique meinvitaba a ese tipo de conversacin, que por otra parte admiraba, reinaba un aire decastigo, una falta de ligereza, no era frvola. Su rostro se afilaba, la carne que lerecubra los huesos se volva cortante. Pensaba en ella como en una medialuna enun cielo de Oriente. Mientras duermen, les corta la cabeza. Era elocuente. Nohablaba de justicia. Ni del bien y el mal, temas que les haba odo a las profesoras ya mis compaeras desde que haba puesto los pies en el primer colegio a los ochoaos.

    Pareca no hablar de nada. Sus palabras volaban. Lo que quedaba despusde sus palabras no tena alas. Nunca pronunci la palabra Dios, y casi no logroescribirla por el silencio con que ella la rodeaba. Palabra pronunciadacotidianamente en los otros colegios, desde que yo tena ocho aos. Y tal vez no esuna palabra. Cul es la diferencia entre un nombre y una palabra? Frdrique mecansaba. Incluso en los prados, en los bosques, incluso cuando finga observar lospliegues de las hojas, cuando sin estar an secas yo las torturaba, o me inquietabapor las hormigas. Ella enroscaba el papel para sus cigarrillos aromticos.Postergaba cualquier pensamiento serio hasta mi entrada en el mundo,contemporizaba. Frdrique me encontraba distrada. Era mi sptimo ao deinternado. No como ella, que estaba en el primero. Una nefita. Y tal vez ya habatenido alguna historia, o simpata, porque nunca haba estado en un colegio, yfuera la eleccin es ms amplia, como en un mercado.

    Frdrique era violenta. Yo era violenta slo no s encontrar otro trmino

  • carnalmente. Aunque ya era mayor, no me hubiera disgustado la lucha fsica.Habra podido agarrar por el cuello a mi compaera de cuarto, a la alemana. Sucuello lnguido se ofreca, pero yo era educada. Slo por jugar: lanzarme sobre ellapara medir la fuerza de las manos. Tu es un enfant. Era un enfant porque queramatar slo por juego? Las ideas son la fuerza, deca ella. Le contestaba que esto yotambin lo saba, aunque dudaba. Pero tambin los ejercicios fsicos sonimportantes. Es un entrenamiento, le deca.

    Le daba la razn despus de alguna escaramuza. Volva la cabeza, suscigarrillos tenan un aroma demasiado intenso. Pero qu tabaco tena en la caja deplata con sus iniciales? Viene de Espaa. Del Sur. Y como vea lo que me contaba,vea las costas de Espaa y el mar tocando los prados; de una barca bajaba un morocon turbante, como los que se ven en los escaparates de los anticuarios sobre unacolumna, vivos detrs del cristal, y le alcanzaba el paquete. Ella estaba descalza.Una tnica amplia la cubra, en esos lugares del Sur, donde yo nunca haba estado.Pero, supona, ella tampoco.

    El poseedor de una cosa es el que la tiene efectivamente en su poder. Memir con estupor, pareca impresionada; me pidi una explicacin. Le dije que erael cdigo civil suizo. Nada ms que la ley.

    Luego volvamos al Bausler y las conversaciones quedaban tapiadas. Ellarecuperaba su apariencia de alumna perfecta, la direccin poda confiar en ella, unpueblo hubiera confiado en ella, aunque el pueblo no confa, sino que sigue.Frdrique no valoraba su vida.

    La estudiante Frdrique no suscitaba las simpatas de sus compaeras, meparece que nunca vi a una chica acercarse a ella y hablarle durante ms de cincominutos. En su casillero no haba notas. La evitaban por respeto. Si la hubiese vistocon alguien habra tenido la oportunidad de entrever quin poda interesarleeventualmente y, ya que la tena siempre bajo control, podra, con cierta alegramalsana, llegar a la conclusin de que le interesaban ms las ideas que el gnerohumano. Aunque en el colegio no puede hablarse de gnero humano. En la mesa, aveces la oa rer, con su risa gratuita que me persegua hasta de noche. Me giraba ytodas las caras estaban serias.

    Es intil que insista en decir que ninguna otra muchacha me interesaba;despus de esto podra responder a un interrogatorio, admitir que tal vez estabaenamorada de Frdrique. Nunca se habl de amor como, en cambio, es costumbre

  • en el mundo. Pero tenamos la certidumbre de que estaba preestablecido. Nuncahablamos de cosas personales, de nuestra familia, de dinero o de sueos. Saba quesu padre era un banquero de Ginebra. Una familia protestante. (Tambin la ma.No la de Brasil.) Nada de su madre. Nunca la vinieron a ver. Pareca queFrdrique tuviese un secreto. No pregunt. Hacia finales del primer trimestreestbamos unidas, ya no tena necesidad de buscarla o de golpear a su puerta ydecir: Je te drange?.

    De Brasil llegaban otras rdenes, otras misivas: se deseaba que la estudianteX. encontrase finalmente amigas. Creca demasiado sola y salvaje. Esto me locomunic la directora, la seora Hofstetter, como si fuese la encargada de unaagencia de colocaciones para almas solitarias. Y haba contestado: la estudiante (yo)tena como amiga a la mejor de toda la escuela, una muchacha de gran talento yadems pianista. Tal vez se convertir en una Bront, y el Bausler Institut se sentirorgulloso de haberla tenido como alumna. X. no poda elegir mejor. Todos laadmiran y ella acepta con modestia y simplicidad los elogios. Esta amistad serpositiva. X. siempre estudia poco, est desganada, pero ha hecho algunosprogresos en literatura francesa. La directora evit precisar que la estudiante encuestin hablaba francs y no alemn, como haba sido ordenado desde Brasil. Peroomitir no es mentir.

  • Frdrique conoca mis paseos matutinos. Todos los das me levantaba a las

    cinco; mi compaera de cuarto dorma. Un viento subterrneo envolva el colegio,la vida se pudra, o bien se regeneraba. Sin hacer ruido, pasaba al lado de su camapara ir al cuarto de bao, un pequeo espacio con dos amplios lavabos, uno para laalemana, otro para m. Tantas veces nos lavamos juntas. Frdrique no lograbalavarse con su compaera y se turnaban. Pero ahora Frdrique duerme sola. Lehan dado, ya que es digna de todo, un cuarto para ella sola. Para m era indiferente,no consideraba el lavarse juntas demasiado ntimo, o digno de sealarse, odesagradable. Resultaba difcil pensar una cosa as cuando nos vestamos ydesvestamos siempre delante de la misma compaera, y lo habamos hechodurante muchos trimestres que se convirtieron en aos. Tambin nos lavbamos lospies en el lavabo, pero Frdrique ni los pies poda lavarse con su compaera. Noslavbamos muy deprisa, un poco como los militares, o los presidiarios. Para lasduchas, que eran comunes, haba que hacer fila.

    Sin embargo, con la alemana habra sido difcil turnarse; no paraba delavarse, o se miraba largamente en el espejo encima de los lavabos. Y hablaba conlos espejos. Ya se sabe, stos contestan. Adems, en el lavabo hablaba ms con micompaera alemana; en esos momentos me resultaba casi simptica con su pielperfumada y la pantorrilla un poco gruesa. Deben de haber fortalecido sus piernashacindola caminar por la montaa, he visto a nias arrastradas con furia hasta lacumbre. Su tobillo era fino, pero tambin tena algo tosco y fuerte, como el de unBursch, se lo deca en alemn, el de un muchacho. De noche me daba la impresinde que se preparaba para un baile, pero tambin habra podido verla irse de cazacon pantalones de cuero.

    Frdrique escuchaba mis descripciones, pues yo no poda dejar de hablarde los cuerpos, con un aire interrogativo y serio. Ves monstruos por todas partes,deca. Vea semblantes que no se podan borrar. Cuando le habl del cuerpo de ladirectora sus piernas flacas que se ensanchaban en la ingle, la ampliamusculatura del trax se puso a rer. Rea Frdrique? Teorizaba que yo debade tener repulsiones. Deca que era una asceta de los cuerpos femeninos. Le contque haca unos aos, siempre en el colegio, una muchacha se haba metido en micama. Sus pechos empezaban a nacer, an eran msculos. Tena calor, la empujafuera, cay como un saco.

    Tu es un enfant?, volva a decir Frdrique. No saba casi nada de la guerra,saba que haban llenado de provisiones las bodegas de nuestra villa para el caso

  • de que se produjese una invasin alemana. Tambin eran un refugio para setentapersonas. En la dcada de 1950 an no se haban agotado las provisiones. Ningunode mis familiares, con los que por tumo pasaba las vacaciones, encontr tiempo niganas para explicarme la historia del mundo y de sus iniquidades. Yo nopreguntaba. A menudo estaba distrada. Distrada por nada. Con Frdrique debaconcentrarme continuamente en cosas precisas.

    Muchas chicas haban vivido pasiones o iniciaciones amorosas o habanestado en bailes. Yo haba bailado slo en los hoteles, en el Mont-Cervin deZermatt, en el Rigi Kaltbad, en Celerina, en Wengen, con seores viejos que meinvitaban por cortesa hacia mi padre, que no bailaba. Pero ms que bailarparticipaba en los juegos, con el vestido de noche enviado desde Brasil y loszapatos de charol negro. Juegos funestos: tena una especie de caa con un aro quehaba que ensartar en una botella. Mi padre y yo estbamos muy solos, a veces porla noche nos distraamos en la Stube. Y, all tambin, yo estaba a la espera de entraren el mundo. Tristemente, casi sin impaciencia. El tiempo estaba desfasado.

    Esto no se lo poda contar a Frdrique. Aunque tal vez no hubiera vividotanto como pareca, bastaban su tono y cierta intensidad para hacerlo creer. Habrapodido escribir una novela de amor con sequedad de corazn, como una ancianaque recordara. O una ciega. A veces sus pupilas permanecan fijas y no me atrevaa interrumpirla. Tu rves. Frdrique no soaba. Liaba un cigarrillo y lo pegabacon la lengua.

    Las horas de libertad las pasaba a menudo en su cuarto, casi siempre de pie.No se echaba en la cama como mi compaera de cuarto, no se quitaba el jerseycomo la alemana, que tena calor. Frdrique se mantena en orden, obsesivamenteen orden como sus cuadernos, como su caligrafa, como sus armarios. Yo estabaconvencida de que era una tctica para pasar inadvertida, para esconderse, paraevitar mezclarse con las otras, o simplemente para mantener las distancias. Tu espossde par l'ordre. Me contest, sonriendo: Jaime l'ordre. Yo comprenda a esosnios que se arrojaban desde el ltimo piso de un colegio para hacer algo fuera delorden, y se lo dije. El orden era como las ideas, una propiedad, una posesin. Mehabra gustado conocer a su padre, pero muri.

    Manzanas y peras en las ramas de Appenzell, prados y alambre de espino.Un nio con un velo de encaje de Sankt Gallen colgado a la espalda. En una casa lapintada: SOPORTAR EN PAZ LA SUERTE. Por la maana temprano caminaba porla colina. Desde all observaba mis dominios mentales. Era mi cita con la

  • naturaleza. Suba an ms alto y al fondo, en el horizonte, vea el lago Constanza.Luego ira all, husped de otro colegio, en una pequea isla a la que cada da darala vuelta, hasta el faro, en fila de dos. Esa vuelta cada da, de la una a las tres,puede parecer obsesiva, pero tambin los monjes dan la vuelta al claustro, y losojos dan vueltas. Me pregunto qu puede no ser obsesivo. Era un idilio, un idilioobsesivo. En el colegio de la isla un internado religioso una chica lea en vozalta durante las comidas. Cuando la voz callaba, Mater daba permiso para hablar.Volva a entrarse en el paganismo.

    Y de pronto las voces, el ritmo de los cubiertos. Las alemanas hablaban,rean, coman, se servan dos veces las raciones, tambin Blutwurst. Yo me servapostre dos veces, ruibarbo. All no haba sangre. La palabra que ms se usaba erafreilich. Puedo hacer esto, me da permiso? Ja, freilich. Freilich. (Quera decir sinduda, pero tambin: con libertad.)

    Se llamaba mater Hermenegild. Era alegre, jugaba con nosotras. En el patio,mater alzaba los brazos con alegra y fuerza para atrapar el baln y saba correr.Podamos hacer en la isla lo que nos apeteciera. Pero nunca salir solas. Siemprejuntas. A ser posible de dos en dos. En nmeros pares. Las compaeras olfateabanrpido a la asocial. Cuando llova nos reunamos todas en un cuarto.Escuchbamos la radio. Algunas lean. Un Krimi Roman. Otras miraban, perdidas,embobadas. Las ms adultas, alemanas, cosan. Bordadoras bvaras. MaterHermenegild vigilaba. Vigilaba la libertad. Holgazaneaba quien no se encontrabaen estado de regocijo. Los cuartos de bao daban a una callejuela estrecha y sin luzy a una pared. El agua ya estaba lista para nosotras. Muy caliente. Me pareca queentrbamos en ella vestidas. Las iglesias eran dos, catlica y protestante. En el lagoConstanza haba libertad de culto. Por cambiar, fui a la protestante. Aunque laorden de Brasil era: iglesia catlica. Ella ordena, yo obedezco, los trimestres estnguiados por ella, todo est escrito en las cartas y en los sellos, campanas sin sonido.Despachos.

  • Tambin Frdrique dorma cuando yo daba mis paseos. Sobre los prados

    escarpados volaban a poca altura los cuervos, deformes, vanagloriosos, crueles. Loshaba parangonado con nuestra adolescencia, mientras buscaban, en la tierraalrededor del colegio, dnde meter sus zarpas. En media hora ya estaba en lo alto yrespiraba a pleno pulmn el aire fro. El universo me pareca mudo. No deseaba aFrdrique, no pensaba en ella. Ella de noche lea, tal vez haca poco que se habadormido. Por la maana estaba un poco rgida, con ojeras. All arriba me senta enun estado que podra llamarse de malafelicidad. Exiga la soledad, era un estado deebrio y tranquilo egosmo, una venganza feliz. Me pareca que esa ebriedad era unainiciacin, y el malestar de la felicidad se deba a un aprendizaje mgico, a un rito.Luego se estropea. No volv a sentir esa sensacin especial. Cada paisaje construasu nicho y se encerraba en l.

    Bajaba corriendo, estaba de nuevo en mi cuarto, la alemana an no habaabierto la ventana, y sus sueos, aunque ligeros y amables, cargaban el aire, y talvez sus caballeros, que la invitaban al baile, tambin respiraban mientras aferrabansus manos entregadas. Con esas manos acababa de vestirse, tena la camisa todavadesabotonada, sin ganas de ir a clase, lo deca su mirada soolienta y sincera.

    Era una de esas muchachas que debera haber llevado otra vida. Eradiligente, llena de buena voluntad, la buena voluntad que tenan sus padres que,sin embargo, eran ms laboriosos. Su sonrisa, frgil e idiota, afectuosa, se mostrabainerme frente a los deberes escolares. Se dejaba acariciar por el aire tibio del cuarto,era dcilmente sensual, le costaba aprender de memoria dos estrofas y a vecescomprender. Haba entendido de una vez por todas que a la muchacha con la quedorma le interesaban los expresionistas alemanes, que en consecuencia se estabanconvirtiendo en una calamidad: para agradarle le regalaba libros y postales. Era delas que no olvidan nunca un concepto adquirido. Cuando algo le entraba en lacabeza, tal vez con retraso, no poda dejar de repetirlo.

    Y tambin haba en ella una infancia retrasada, no monstruosa y potica,sino postiza, perezosa. Lenta en el vestirse, cuando volva de mis correrasmatutinas su cama todava estaba caliente. La amiga que haba elegido se lepareca: una muchacha bvara, hija de un jefe de empresa, hija nica. Se veandespus de las clases, alrededor de las cinco. A las seis mi compaera alemana yaestaba en el cuarto. A veces su mirada vagaba por el techo. Recibi una carta quedeca que uno de sus primos se estaba muriendo. La agona dur algunas semanasy ella recibi muchas cartas. Durante ese periodo la alemana pareci despertar de

  • su sopor. Fantaseaba sobre la agona, y mientras tanto ataba las cartas con una cintarosa; rehaca el nudo, lo haba apretado mucho; tir los sobres, luego los recogi,los alis, los agreg a las cartas, tir de la cinta, rehzo el nudo y el lazo. No lastena en la caja barroca alemana sino sobre la mesilla de noche. Donde tena lasfotos de sus padres y alguna golosina. En el cajn estaba la Biblia, propiedad delcolegio. Finalmente lleg un sobre con una franja negra; no se lo entregarondurante las comidas, como de costumbre, sino que se lo entreg la directora. Ella sesent a la mesa, lo mir, lo abri, ley, puso de nuevo la carta en el sobre, se volvipara mirarme. Sus gestos tenan un ritmo, pareca que alguien mantuviera eltiempo suspendido. Abri el paquete, desat la cinta rosa, puso el sobre de lutoencima de los otros y rehzo el nudo y el lazo, con pedantera anglica.

    Nieva en Teufen. Nieva en Appenzell. La vida en el Bausler Institut eratranquila. Fuera, los copos. Se oa toser a la negrita, la pequea alumna hija delpresidente de un Estado africano recibido con todos los honores en el BauslerInstitut. A las alumnas los honores les parecieron excesivos. Estbamos alineadascomo si cada una tuviera a su lado una garita, firmes, para recibir al presidente, ala mujer del presidente y a la nia. La seora Hofstetter estaba intranquila como unave de corral. Nos preguntamos si tal vez no era por sumisin a un Estado africano,o si esa acogida se le deba a los presidentes en general. Es casi admirable que en laConfederacin el nombre del presidente pase inadvertido, y tambin su graciosapersona. En nuestra familia hubo un presidente de la Confederacin, pero lhubiera renunciado a semejantes honores. Su estela mortuoria es sobria. En laConfederacin llamaron cabeza caliente a Lenin, que fue su husped. En elcolegio, en Teufen, no haba cabezas calientes. Haba paz en Appenzell, y en la casade cada una de las familias de las alumnas, en los adornos y en los espejos. Eranchicas afortunadas, si eso puede considerarse una fortuna. Algunos viejosmalvados imprecan en vez de responder a los saludos de las chicas. Grss Gott,decan las alemanas. Pero esos viejos no quieren a Dios. No quieren buenosauspicios, sospechan que son un ultraje. Las chicas bajaban al pueblo por la curvadel sendero, donde en un murete estaba escrito, como una maldicin,TCHTERINSTITUT. Y la luz nrdica, nociva y loca, se detiene sobre la pared. Lascortinas de una ventana se estremecen, una mirada queda atrapada all, como sifuese el horizonte. La seora directora senta respeto por cada una de nosotras ypor nuestras familias. Vigila. Alguna tiene el Weltschmerz. Y se burlan de ella.

    Desde entonces la negrita tosa. Haba aprendido a hablar alemn. Ladirectora, Frau Hofstetter, le lea Max und Moritz: as se divierten los nios enAppenzell. Frau Hofstetter cuida a la nia; para protegerle la garganta le cierra el

  • ltimo botn del abrigo azul con cuello y puos de terciopelo oscuro. La nia se havuelto triste. Frau Hofstetter ya no sabe cmo distraerla. Tal vez habra tenido queavisar al presidente. Querido y estimado presidente, su hija se aburre con todo.El aburrimiento de los nios es pura desesperacin. Generalmente, se dice, sedivierten con poco, y nos preguntamos qu es ese poco. O bien se divierten connada. Y qu era esa nada que ya no diverta a la negrita? Los ahorcados hacending dong, dice el ritornelo de una vieja cancin de Estados Unidos. La nia nocantaba ni hablaba sola. A veces, en el patio, saltaba, levantando una rodilla flaca, ocorra en crculo. Todos debemos soportar y espiar juegos que no fueron nuestros.La nia, un poco sonmbula, dejaba que su espritu vagase. Poco antes de Navidad,entre las velas, le pidieron que cantara Stille Nacht. Frau Hofstetter la empuj alcentro del saln. La profesora de francs estaba al piano, con sus manos masculinasy achaparradas. La pequea volvi sus ojos de vieja hacia nuestras mesas, parecala ltima de una estirpe, la luz de las velas abigarraba sus pupilas. Cant con unhilo de voz, una voz que vena de un cuerpo que no era suyo, desenterrado. FrauHofstetter aplaudi con fuerza y la bes en la frente. Mein Kind, mein Kind, lesusurraba, le acariciaba los cabellos, las trenzas delgadas, los hombros, elcuerpecito estrecho y la falda acampanada, le contaba los dedos de la mano como auna mueca. La nia se dejaba acariciar como una muerta.

    Qu talento, esa negrita, deca mi compaera de cuarto, qu musical es.Nunca haba odo cantar de esa manera en Alemania. Mi compaera de cuarto esgenerosa en los cumplidos. Y cmo saba exagerar con gracia. Estaba tan segurade que haba cantado as de bien? A nosotras nos pareci que desafinaba.Desafinar?, dijo. Y, pensativa, repiti la palabra. Con empecinamiento sacudi lacabeza; no, no desafin. Pero. Pero en la mitad del ritornelo haba tosido. Qudices?, pregunt. Acaso est enferma? Podra estar tsica. Cmo? Podraestar enferma? Al decirlo, su entusiasmo por la musicalidad de la negrita fuedebilitndose.

    Ahora mi compaera est preocupada. Las enfermedades del pecho soninfecciosas. La tisis haba sido vencida en Alemania. Haba odo hablar de ella; lepregunt si entre sus antepasados tambin tena alguno que hubiera muerto tsico.Nein, nein, en su familia murieron de vejez. Niemand war krank. Ningnenfermo. Haba olvidado el sobre con la franja negra, pero debi de pensar que eseacontecimiento no era la regla. La regla era que en su familia se deja el mundoporque se ha llegado al trmino natural de la vida. Su padre y su madre se haranviejos, muy viejos, y lo que sigue es inevitable. Mi compaera gozaba de salud,coma muchos dulces, devoraba todo en la mesa, nunca tena un resfriado. Se

  • quedaba inmvil entre las sbanas, y despus de la Gute Nacht era natural quehubiese el Guten Tag: una sucesin regular de segmentos que se unen. Pero ahora laenfermedad de la negrita haba entrado en su cabeza, y en cambio su musicalidadhaba salido de ella.

    Deca que ellos tienen musicalidad y que bailan bien el tip tap, que tambinella lo haba aprendido y le gustaba. Dio algunos pasos, con pesadez, perotcnicamente exactos. Podran hacer un dueto. Tal vez para el nmero de fin deao. En los colegios siempre se festeja el fin de ao. En su cabeza organizaba elespectculo en el patio del colegio. Distribuy los papeles, a m me dio unotambin, tena que hacer de gitana, Du bist eine Zigeunerin, tena la cara radiante.Y con aire inspirado dijo que podra recitar a Klopstock; bailar el tip tap y recitar aKlopstock, ella, la alemana, y vendran sus padres, todos nuestros padres deberanvenir, asign los lugares al pblico. Frdrique, tu amiga, tocara para el final. Unagavota o la marcha fnebre. Yo escuchaba. Claro que yo escuchaba a la alemana.Cada pueblo tiene su talento, cada pueblo tiene su karma sanguinario, cadaalumna tiene su tip tap, y tambin ella lo tena, no pareca querer desistir de sualegra feroz, hecha de voluntad, de bro codicioso. Dentro de poco llorara.Lgrimas moderadas en los ojos. Sus piernas se doblaron. Se sent vencida por supropia alegra.

    El marido de Frau Hofstetter, dbil de carcter, no se habra atrevido aacariciar a la nia. Su mujer, que era la directora, y de carcter fuerte, podaencapricharse con una alumna y detestar a otras. Herr Hofstetter pensabaperezosamente que eran todas iguales, todas graciosas, y que despus de un aodejaban traslucir fugaces signos de envejecimiento. l era un subordinado de laspequeas pasiones de su mujer, de las castas pasiones de su mujer. Los dos erancastos, si casto puede indicar una considerable indiferencia al sexo, oinapetencia. Frau Hofstetter tena cierta propensin hacia ste, y lo habademostrado durante los primeros meses de matrimonio, treinta aos antes.Entonces su mujer no era tan gorda, sino casi flaca, mucho ms alta que l, conaspecto seorial; inspiraba respeto. Tena el mentn saliente, las mandbulasanchas, los ojos pequeos y un poco nefandos. Siempre apareca ordenada ycompuesta. De su actitud exhalaba esa aura inconfundible que pertenece a loseducadores por profesin y vocacin, a los frreos educadores laicos.

    Estuvieron de novios poco tiempo. Ella haba decidido casarse con l y en lacama fue expeditiva. El marido divida la humanidad en dos: los dbiles y losfuertes. Un colegio es una institucin fuerte, ya que en cierto sentido se basa en el

  • recato. Tambin era as su matrimonio. l necesitaba a esa mujer gorda, querespiraba hinchando el pecho y mostraba hacia l la misma indulgente severidadque hacia las nias. Su despacho era un pequeo cuarto en un rincn, eleconomato. Los negocios iban bien. Pero algunas veces se senta incmodo en esemundo slo de mujeres. Sola hablar con el profesor de tenis, gimnasia y geografa.Era un hombre seco, con arrugas precoces y la boca estrecha; pareca masticar elltimo bocado de juventud que le quedaba. Marchito antes de tiempo.

    A veces los dos hombres iban juntos al pueblo; el profesor caminaba conpaso deportivo, elstico, con esa fingida juventud que cultivaba, el trax biendiseado. Tambin las caderas; de lejos se hubiera dicho que era un hermoso joven,visin bastante rara en ese pueblo habitado por viejos. De cerca se le podaadivinar la calavera. Los dos iban juntos al caf, pero no tenan nada que decirse.Tal vez se sentan condenados u olvidados, o tal vez estaban a gusto en ese lugar,excluidos del mundo. Basta un exiguo pensamiento que vuele en el aire, que sevuelva nuestro, y si no se lo atrapa nos sentimos an ms solos. Esas muchachastenan toda la vida por delante, y el marido de Frau Hofstetter saba que soabancon pasrselo bien. l ya nada tena por delante. Cada ao llegaban nuevas chicasque soaban, todas, con las magnificencias que la vida les dara y que su mujerprometa. Tenan el futuro. Y esto l lo senta como una espina. A veces habapensado en vengarse de sus sueos. Conoca sus derroteros. En cambio, le habacobrado cario a la negrita. Le pareci que entre ellos haba cierta afinidad. Seembriagaba en su despacho del economato cuando la vea, sola en el patio o en eljardn, alzar la rodilla y saltar sin alegra. La nia se detiene, mira imperiosamenteal suelo y cava.

  • La llegada de una nueva despierta siempre cierta curiosidad. La seorita

    lleg hacia finales de enero. Hablamos por casualidad. En verdad no hablamos enabsoluto: nos pusimos a rer. De alguna manera se asemejaba a Gilda. Sus cabellosrojos eran magnficos, una presa, parecan fotografiados. Cuando entr en laSpeisesaal hubo un silencio repentino. Los cubiertos se inmovilizaron en el aire. Losmarineros habran silbado. Frdrique me esperaba para el paseo de la tarde.Llegu con retraso. Tu as vu la nouvelle? La haba visto, y muy bien.

    Enseguida hablamos de otra cosa. Tal vez de Baudelaire. Tena una mujercriolla. Tambin la pelirroja es un poco criolla. Por la noche, durante la cena,bromeamos como si nos conocisemos desde haca tiempo. Las otras chicas, anuestro lado, estaban calladas y seguan con ojos y odos nuestra charla. Junto a mhaba una espaola que coma sobre todo yogur, por la lnea. Sube a mi cuarto,dijo Micheline, as se llamaba la nueva. Me abraz y me dio un beso como se lohabra dado a su caballo. Entr en su habitacin y me cont buena parte de su vidacomo un carn de baile.

    Le expliqu que tena que irme porque dorma en la otra casa. Qu casa? Lade las pequeas. Se puso a rer. Sers una pequea? Pero es monstruoso, lo dijocomo si hubiese una platea delante de ella. Sal deprisa, pas delante del cuarto deFrdrique, pero no me anim a entrar. Era demasiado tarde. A las nueve y cuartocada una deba estar en su cuarto. Fui a dormir de ptimo humor. Mi compaera,que haba terminado de cepillarse el pelo, dijo: Sehr elegant, rassig die Neue.Elegante tal vez no era la palabra ms adecuada. Aunque semejante belleza nonecesita ser elegante. Elegante era Frdrique.

    Micheline estaba infatuada de su propia belleza, la paseaba como un pjarotropical. Frdrique era ms bella que Micheline, pero nunca hizo de ello untriunfo. Micheline, que era menos refinada, deba ofrecer a todos su bellezaespontneamente y con simplicidad y triunfar. Era una criatura exterior, y sta fuela primera peculiaridad que me atrajo. Y la alegra. De inmediato me mostr susvestidos. En los armarios pareca estar el sol. Cuando me abrazaba, y yo la dejaba,senta su cuerpo fuerte y sano sobre m. Como el de una nodriza. Todo era suave,joven y atltico. Me abrazaba como habra abrazado a la multitud. Sin pecado, sinvicio. Dira casi como una verdadera compaera, aunque el trmino se hayadesnaturalizado. Era una camarada. No como Frdrique y yo, que ni nosatrevamos a tocarnos ni a darnos un beso. Horror. Tal vez perturbadas por eldeseo, perturbadas porque desentonaba con la imagen que nos habamos hecho la

  • una de la otra.

    Y, sin embargo, varias veces haba sentido el impulso de acariciarla, pero surigor me alejaba de ella. Los ojitos de Micheline tenan una expresin asombrada,vacua y tranquila. Cuando se enojaba, se volvan ms pequeos, como si los iris sedesecaran. Era el conjunto lo que proporcionaba la belleza. Ir a verla en las horaslibres se convirti en una costumbre. Decamos sobre todo tonteras, pocas veceshablbamos seriamente. Pero poda rerse de cualquier cosa. No estudiaba, no leimportaba nada. Con daddy dara un gran baile. No le importaba su madre, tal vezestaba muerta. Los muertos se olvidan. Slo exista daddy. Me invitara a su baile.Sera su mejor amiga. No lo ramos ya desde haca tiempo? Depuis toujours. Nosescribiramos.

    Me invit a su villa cuando quisiera, yo le gustara a daddy. Y daddy hasta mehara la corte. Se la haca a todas sus compaeras de escuela. Tambin mi daddy lehaca la corte a mis amigas? Mi daddy nunca conoci a una amiga ma. Lasesconda tal vez porque estaba celosa? Cmo era la villa de mi daddy? Mi daddyviva en un hotel. Entonces yo no tena casa. S, la tena, pero no con mi daddy. Sudaddy era joven, y cuando salan juntos, ella se maquillaba y as pareca su novia. Yopensaba en mi daddy, en los innumerables hoteles de las vacaciones, de invierno yde verano, en ese seor mayor con los cabellos blancos, los glidos ojos claros,melanclicos. Que habran empezado a entrar en los mos.

    Y Micheline hablaba, haca proyectos para el futuro, siempre los mismos.Con tal que hubiera movimiento, confusin, laureles y daddy. Yo descuidaba aFrdrique, ya casi no iba a nuestras citas. Cuando Micheline me pona la mano enlos hombros delante de todas, y Frdrique me vea, me avergonzaba. No estabacmoda. Cmoda estaba en el cuarto de Micheline o a solas con ella, pero no queraque Frdrique me viese. Y Frdrique me vea, me daba cuenta de su mirada tristedirigida a m, casi un reproche. Me diverta con Micheline, aunque su alegra y sudaddy empezaban a cansarme, pero puede haber una alegra fatua en el tedio, uncelo fnebre.

    Lo que Micheline quera de la vida era pasrselo bien, y no era eso lo queyo tambin quera? A veces me desagradaba profundamente descuidar aFrdrique, otras me procuraba una especie de satisfaccin. Lo haca a propsito. Yvea a Frdrique, siempre la misma, sin hablar con nadie, separada de todasnosotras, separada del mundo, y tena deseos de ir hacia ella, de decirle que param era una broma, una distraccin, que me dejase jugar. Apenas tena esos

  • pensamientos, haca lo contrario. Tal vez estaba castigando a Frdrique por miamor hacia ella?

    Haban pasado casi tres meses, estaba por terminar el segundo trimestre yhaba abandonado a Frdrique. Cada noche, cuando estaba en la cama y laalemana dorma con sus bucles bien acomodados en la almohada, pasaba el tiempocon Frdrique; ella y yo caminbamos, y a veces, sin darme cuenta, hablaba en vozalta. Me propona ir a verla a la maana siguiente. Todo continuara como antes. Ala maana siguiente renunciaba a mis propsitos. Si tropezaba con ella en loscorredores, me sonrea sin detenerse. No me daba siquiera la oportunidad dedecirle algo. Me rehua como a una sombra; si estbamos en la misma habitacin,ya no lograba bromear con Micheline y segua mirando a Frdrique, esperandouna respuesta o un gesto. Pero era impasible.

    Frdrique nunca me busc durante esos meses. Ms bien era yo la quebuscaba, con mis manos de vieja, aferrarme a ella. Un da se supo que su padrehaba muerto. Y que Frdrique se ira. Ese da sent terror. Algo irrevocable. Corra su cuarto. Me habl muy suavemente, iba a los funerales de su padre y novolvera al Bausler Institut. La acompa a la pequea estacin de Teufen. Hacacalor, el cielo era azul, una lejana niebla velaba el infinito. El paisaje, encantador.Eran las tres de la tarde. Casi no habl, caminaba deprisa. Yo tena miedo ycaminaba detrs de ella, alcanzndola a saltos.

    Me declar, declar mi amor. Ms que a ella, me diriga al paisaje. El trenpareca un juguete. Parti. Ne sois pas triste. Me dej una nota. Haba perdido loms importante de mi vida, el cielo segua siendo azul, olvidadizo, todo emanabapaz y felicidad, el paisaje era idlico, como la adolescencia idlica y desesperada. Elpaisaje pareca protegemos, las pequeas casas blancas de Appenzell, la fuente, lapintada TCHTERINSTITUT, pareca un lugar no alcanzado por lasdeformaciones humanas. Es posible sentirse perdidos en un idilio? Un aura decatstrofe cubri el paisaje. Lo irremediable llegaba a m en uno de los ms bellos ylmpidos das del ao. Haba perdido a Frdrique. Le ped que prometieraescribirme. Dijo que s, pero sent que no lo hara. Le escrib enseguida una cartaapasionada, sin saber qu le deca. Esper una respuesta. Senta que nunca meescribira. Ella no era as. Ella desapareca.

    Y eso hizo Frdrique, desapareci. Volv al colegio y pas el tiempo consufrimiento, que tambin es una manera de pasarlo. Le la nota que me haba dadoen la estacin, dos pequeas hojas de siete centmetros de papel cuadriculado. Su

  • caligrafa dorma en las paredes de papel como sobre una lpida. Haba aprendidoa copiar su caligrafa, ejercitndome con paciencia, hasta perfeccionar la perfeccin,en el rigor de la falsedad. Lea la nota como un ornamento. Me hablaba de cosasmetafsicas, ni una alusin a nuestra amistad. Esa exhortacin, ese engao, ese tonoannimo, ecumnico y claustral poda servir para cualquiera. En la ltima lnea meabrazaba con afecto: una frase formal, un gesto inerte. Nunca nos abrazamos, nihaban sido costumbre entre nosotras las palabras de afecto. Su nota era, en ciertamanera, un sermn, me atribua ciertas cualidades y, a la vez, cierta inclinacin a ladestruccin. No conserv esas dos hojas como una reliquia, ni las desgarr en lainquieta y sombra primavera, arrojndolas al vaco. Durante algn tiempo meacompaaron en un bolsillo, luego se ajaron, el papel se estrope, se rompi, latinta se borr. Las palabras de Frdrique se encaminaron a la inhumacin.Podramos marcar ciertas palabras con una cruz y una etiqueta de inventario.

  • Para las vacaciones de Pascua volv a casa, al hotel. Unos seores nos

    invitaron a comer, luego nos mostraron las diapositivas de un viaje con ruinas ypaisajes y ellos mismos. Era una anciana pareja, de ejemplar virtud, gente bien,ricos, avaros con discrecin, gentiles con discrecin, recalcitrantes, sobre todo lamujer, al buen humor, o al buen vivir, si es que existe un buen vivir. La mujer, secay rgida, con vestidos largos y sin forma, el cabello recogido, miraba mal a lajuventud, con su cabeza empequeecida y los ojos sin color. El marido, porbonhoma o indulgencia, si haba que rerse, dejaba surgir de su boca bien dibujaday un poco carnosa una risa profunda, y sus ojos se volvan picaros, como si la risaestuviera unida a una malicia. En el chaleco, el reloj del abuelo, o de algn familiarfallecido. Lo miraba a menudo (y sopesaba la hora). Su traje oscuro haba pasadomuchas estaciones y le confera dignidad.

    En el jardn, que daba sobre el lago, un perro lobo detrs de la alambrada sepaseaba furioso arriba y abajo, gruendo. A la maana siguiente, un da de nieblacndida, padre e hija fueron llevados a dar una vuelta por el lago. La mujervigilaba a la camarera mientras preparaba el picnic. Todo estaba calculado para unaexcursin alegre. As lo manifestaba la expresin muda y colmada de sentido deldeber que tena la seora, mientras escrutaba los magros rayos del sol como unaemboscada. La excursin termin al cabo de dos horas. Eran los mejores amigos demi padre.

    Desde el da en que entramos en el Bausler Institut no hicimos ms quepensar en el da en que saldramos. Y ese da haba llegado. Antes de lo previsto ennuestra mente, pero exacto segn el calendario. La primavera anunciaba en suardor el final, los prados estaban cubiertos de flores. Empezaba el calor, el Fhn. Sediseaban las primeras tonsuras. Las ventanas estaban siempre abiertas y en el airepesaba una sensacin de amargura y fatalidad. El ao se despide. Y, pese a todoesto, nada suceda. La alemana tiene calor, se sienta junto a la ventana. Michelineprometa a todas invitaciones y bailes en su villa. Cambiaba de vestido cada da,sus camisas nos hacan mirar con desazn las nuestras, que eran ms simples yadecuadas a la escuela. Pero a Micheline los vestidos se los elega daddy. Daddy, alque pronto conoceramos, pero ya desde ahora nos divertamos con daddys porquelas bromas eran de daddy, y Micheline nunca abandonaba a daddy y el padre salade su carne como una segunda voz. Y tu madre?, le preguntaban. Oh, maman noest. Acaso est muerta? No exactamente, deca Micheline. Y, si se daba cuenta deque alguna chica se preocupaba, la tomaba del brazo. Nadie est muerto, querida.Pero en ese momento haba acrimonia en sus ojos.

  • A veces me encaminaba a la pequea estacin de Teufen y me pona aescuchar. Volva a or la breve y filistea despedida de Frdrique: Adieu, un sonidobreve y morigerado. Los adioses tienen lejanas progenituras y los paisajes loscubren de maleza y polvo.

    No haba logrado decirle dos palabras sobre la muerte del padre, quepareca que nunca haba existido. Pero tambin el que no existe muere. Por esoFrdrique dej el colegio y me dej a m. No not conmocin en sus ojos. Ni yo meconmov por la muerte del padre: me espant por la improvisada partida deFrdrique. El seor banquero nos separaba.

    Frdrique estaba doblando su ropa, ya preparada con las mangas cruzadas.Los armarios estaban vacos. Intent un impreciso dsole. Frdrique cerr lamaleta.

    Entretanto mi padre anotaba en un libro de tela azul, con el ttulo MeinLebenslauf, las fechas de mi vida. Respecto al Bausler Institut se lee: me visita el 31de octubre, cena en Sankt Gallen. 9 de noviembre, l me visita. 17 de diciembre,fiesta de Navidad en el colegio. 3 de enero, voy a verlo. 25 de abril, Teufen. 8-10 demayo, voy a verlo. Y esas anotaciones se repetan desde que yo tena ocho aos. Yoreciba visitas, haca visitas. Cambiaban los nombres de los colegios. Una serie derepeticiones. Slo algn nombre era diferente, alguna regin. Pero el nombre deFrdrique no apareca en el Lebenslauf de tela azul. Todava estaba convencida deque esas anotaciones eran premoniciones en relacin con la vida que vendra luego.Ya tena casi quince aos y el libro estaba lleno, sin que yo lo supiera, de unavetusta infancia.

  • Frau Hofstetter llamaba a su perro, un bulldog al que le gustaba, igual que a

    las alumnas, acurrucarse al sol. Le limpiaba la saliva al obediente bull-dogmientras le deca: Mein Kind. O al seor Hofstetter que llamaba a su mujer, ladirectora, Mutti. Parece que en Appenzell se despiertan en primavera los afectosadormecidos; animales y seoritas reciben zalameras. El dueo del caf y de lapapelera las saluda con una sonrisa nueva, pesada.

    Hay en el aire un aliento de resurreccin, el homicidio transmutado en unestado de gracia. Parejas de seoritas se sientan en el caf. Aunque es primavera,casi nunca pasa nadie. Hace calor. Teufen es de ellas. Marion ya ha elegido. Paseacon su amiga. Ha dicho: quiero a sa. Y sa, que es generosa, ya le ha regalado unaparte de s misma. Pasean como pasebamos Frdrique y yo en los mesesanteriores, pero ahora Frdrique ya no est. Pasean juntas como lo hicieron lasprimeras alumnas apenas se erigi el Bausler Institut, en el cantn de Appenzell.

    Durante la distribucin del correo en el gran y magnnimo refectoriomiramos las manos de la directora que entrega las cartas, lentamente, con cautela.Finga equivocarse y entregaba mi sobre el ltimo. Reconoca desde lejos los sellos,los dignatarios del paisaje. Los sobres desde Brasil eran ligeros y los sellos va areatenan los bordes comidos como la fruta por los insectos. Saba que Frdrique noescribira. Pero perseveraba en el placer de llegar hasta el fondo de la tristeza, comoen un despecho. El placer del desasosiego. No me resultaba nuevo. Lo apreciabadesde que tena ocho aos, interna en el primer colegio, religioso. Y pensaba que alo mejor haban sido los aos ms bellos. Los aos del castigo. Hay una exaltacin,ligera pero constante, en los aos del castigo, en los hermosos aos del castigo.

    Llevbamos entonces una gorra azul con las iniciales del colegio. Estaba enla estacin, con el distintivo y la gorra, esperaba el tren del Gotardo, que sedetendra durante tres minutos, junto a la marquesina ventosa. Me dieron salidalibre, cuidaron de que estuviera impecable con los zapatos lustrados. Estaba all, enorden, para verla pasar, transitar, y luego ella tomara el Andrea Doria y se ira alotro lado del ocano, ella, maman. El bar de la estacin de segunda clase seasemejaba a nuestros cuartos velados, a un hospital para enfermos crnicos. Mepareci ver a personas indigentes echadas, el desorden del hado que se exhalabasobre los vidrios, vistos desde la otra parte del andn, como la secuencia de unavida novelesca.

    Estaba, pues, con la gorra y las iniciales, en el otro lado del mundo, en ese

  • lado donde se est protegido y cuidado. Prevea el dolor, el abandono, con unaalegra aguda. Dirijo un saludo a la locomotora, a los coches, a loscompartimientos, todo dividido, las alcobas lustrosas, el terciopelo, los viajeros dearcilla, esos desconocidos, oscuros hermanos. La alegra por el dolor es maliciosa,tiene veneno. Es una venganza. No es anglica como el dolor. Segua en el andn deuna estacin esculida. El viento rizaba el lago funesto y los pensamientos mientrasbarra las nubes, las desintegraba con el hacha, y all arriba se entrevea el JuicioFinal que culpaba de nada a cada uno de nosotros.

    Ese colegio fue destruido. Ya no existe. Cuando lo supe no pude ocultar misatisfaccin. Me haba parecido inmortal. Tambin la majestuosa escalera demrmol, y las camas rodeadas de tules, que anunciaban candor y muerte, fuerondemolidas. Le cont a Frdrique, a ella poda decrselo, cmo la destruccin de eseedificio me haba proporcionado un parfait contentement (as est escrito en unacarta del tarot). Tambin le dije a Frdrique que tal vez haban sido nuestrospensamientos, o las emanaciones que habitan la edad de la inocencia, los que lohaban destruido. Ella deca que la inocencia es una invencin de los modernos.

    Bromebamos, nos preguntbamos cunto tiempo durara todava el BauslerInstitut. Y pareca que durara para siempre, para futuras generaciones, en pazradiante. Frdrique, de pie, a la sombra de la pared del colegio, bromea. Lassombras de los rboles, como estandartes, exaltan lo que parece inmortal.

    Not en su mirada una veladura plmbea y opaca, algo malvado en sus ojos,que a veces me parecan de color ndigo, pero que slo eran musgo y pantano.

  • Micheline, la belga riente y alegre, me llama. No se da cuenta de que la

    alegra puede volverse ttrica. La alegra es difcil de soportar. Micheline se quita eljersey, tiene calor, me ayuda a ponrmelo, tengo fro. Levantamos los brazos a lavez, sent su calor y tambin su calor es alegre. Su piel, el perfume. Divirtete,pareca decir Frdrique, pero nunca lo hubiera dicho. Como no fuera a alguien apunto de morir. Micheline rea. Sus pequeos dientes todos iguales, precisos, lafrente baja y la boca pintada cuando iba al pueblo, a Teufen. Estaban el patituerto,dos plidos hombres con la horquilla como si fueran a pronunciar un juramento, elpastelero que saba de crema y milhojas, las casi viejas con el moo y las trenzas. Elnio con el caramillo y las ventanas c