J. SARAMAGO "El sermón de los peces" (EL PAÍS)
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8/7/2019 J. SARAMAGO "El sermn de los peces" (EL PAS)
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TRIBUNA: JOS SARAMAGOEl sermn a los peces
JOS SARAMAGO 11/07/1988 EL PAS.com
Con el escritor y novelista portugus Jos Saramago continuamos la serie de
crnicas Viajeros en verano iniciada la semana pasada en El PAS y que se
prolongar hasta el prximo mes de septiembre. Con ello intentamosrecuperar para el periodismo moderno unode los estilos ms aejos del
gnero. Como en La balsa de piedra, su ltima novela publicada en Espaa,
podremos encontrar en este texto las inquietudes de un escritor preocupado
por el destino del mundo. Saramago nos descubre a partir de hoy su propio
pas.
Nunca tal se vio en la Guardia de Fronteras. ste es el primer viajeroque en medio del camino para el automvil, tiene el motor ya en Portugal, pero no
el depsito de gasolina, que an est en Espaa, y l mismo se asoma al parapeto
en aquel centmetro exacto por donde pasa la invisible lnea de la frontera.
Entonces, sobre las aguas oscuras y profundas, entre los altos escarpes que van
doblando los ecos, se oye la voz del viajero, predicando a los peces del ro: "Venid
ac, peces, vosotros, los de la orilla derecha que estis en el ro Douro, y vosotros,
los de la orilla izquierda que estis en el- ro Duero. Venid ac todos y decidme en
qu lengua hablis cuando ah abajo cruzis las acuticas aduanas, y si tambin
ah tenis pasaportes para entrar y salir. Aqu estoy yo, mirndoos desde lo alto de
esta presa, y vosotros mirndome a m, peces que vivs en esas confundidas aguas,
que tan pronto estis en una banda como en la otra, en gran hermandad de peces
que slo se comen entre s por necesidad del hambre y no por enfados de patria. Me
dais vosotros, peces, una clara leccin; ojal no la olvide yo al pasar por segunda
vez en este viaje mo a Portugal, Conviene, pues, saber que de tierra en tierra he
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de prestar mucha atencin a lo que sea igual y a lo que fuere distinto, aunque
salvando, como humano es y entre vosotros igualmente se practica, las
preferencias y las simpatas de este viajero, que no est ligado a obligaciones del
amor universal, ni eso se le pidi. De vosotros me despido, en fin, peces, hasta otroda, e id a vuestra vida mientras por aqu no vengan pescadores. Nadad felices y
deseadme buen viaje. Adis, adis". Buen milagro fue ste para empezar. Una
brisa sbita encresp las aguas, o habr sido el bullicio de los peces al sumergirse,
y apenas se call el viajero ya no haba ms que ver que el ro y los escarpes, ni
ms que or que el murmullo adormecido del motor. Es se el inconveniente de los
milagros: no duran mucho. Pero el viajero no es taumaturgo de profesin, y si
milagriza es por accidente. Por eso ya est resignado cuando regresa al automvil.Sabe que va a entrar en un pas abundante en fastos sobrenaturales, y que de ellos
es ejemplo sealado esta primera ciudad de Portugal por donde est entrando, con
su calma de viajero minucioso, la cual ciudad se llama Miranda do Douro. Ha de
recoger, pues, con modestia sus propias veleidades y decidirse a aprenderlo todo.
Milagros y lo dems.
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Cae la tarde. El viajero abre la ventana del cuarto donde va apasar la
noche y, a la primera ojeada, descubre o reconoce que es persona de mucha suerte.
Poda tener delante un muro, un msero bancal ajardinado, un patio con ropa
colgada, y tendra que contentarse con esa utilidad, esa decadencia, ese- tendedero.No obstenta, lo que ve es la pedregosa margen espaola del Duero y, como una
suerte nunca viene sola, est el sol ole manera que la escarpada pared es un
enorme cuadro abstracto en diversos tonos de amarillo., y ni ganas tiene uno de
salir de aqu mientras haya luz. En este momento no sabe an el viajero que
algunos das ms tarde estar en Braganza, en el Museo Abade do Baigal, mirando
la misma piedra y quiz los mismos amarillos, ahora en un cuadro de Dordio
Gomes. Sin duda puede mover la cabeza y murmurar: "Qu pequeo es elmundo...".
En Miranda do Douro, por ejemplo, nadie sera capaz de perderse. Se
baja por la Rua da Costanilha, con sus casas del siglo XV, y cuando nos damos
cuenta hemos cruzado una puerta de la muralla. y estamos fuera de la ciudad
mirando los grandes valles que hacia poniente se extienden, nos cubre un gran
silencio medieval, qu tiempo es ste y qu gente. A uno de los lados de la puerta.
hay un grupo de mujeres, todas vestidas de negro, conversando en voz baja,
ninguna es joven, casi todas, probablemente, ni recuerdan ya cundo lo fueron. El
viajero lleva al hombro, como le compete, la mquina fotogrfica, pero le da
vergenza, no est habituado an a esas osadas que suelen tener los viajeros, y
por eso no qued memora retratada de aquellas sombras mujeres que estn
hablando all desde el inicio del mundo. El viajero se pone melanclico y augura un
mal viaje a quien as lo empieza. Cay en meditacin, felizmente por poco tiempo:
all cerca, fuera de las murallas, atruena el motor de un bulldozer, haba obras de
terrapln para una nueva carretera, es el progreso a las puertas de la Edad Media.
Mirando a Espaa
Vuelve a subir la Costanilha, divaga hacia otras calladas y
barridsimas calles, no hay nadie en las ventanas., y, hablando de ventanas,
descubre seales de viejos rencores mirando a Espaa, canecillos obscenos tallados
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en la buena piedra cuatrocentista. Da ganas de sonrer esta saludable escatologa
que no teme ofender los ojos de los nios ni a los aburridos defensores de la moral.
En 500 aos, a nadie se le ha ocurrido mandar picar o desmontar aquella
insolencia, prueba inesperada de que el portugus no es ajeno al humor, salvo sislo lo entiende cuando sirve a sus patriotismos. Nada se ha aprendido aqu de la
fraternidad de los peces del Duero, pero tal vez haya buenas razones para ello. Al
fin y al cabo, si las potencias celestiales haban favorecido un da a los portugueses
contra los espaoles, mal pareca que los humanos de este lado pasaran por encima
de las intervenciones de lo alto y las desautorizasen. El caso se cuenta brevemente.
Andaban encendidas las luchas de la Restauracin, a mediados, pues,
del siglo XVII, y Miranda do Douro, aqu, a la orilla del Duero, estaba, por asdecir, a un salto de pulga de las acometidas del enemigo. Haba cerco, el hambre ya
era mucha, los sitiados se desalentaban; en fin, estaba Miranda perdida. Pero he
aqu que en este preciso instante, eso es lo que se dice, avanza un chiquillo
gritando a las armas, dando nimo y valor donde el nimo y el valor desfallecan, y
de tal modo que en dos tiempos se levantaron todas aquellas flaquezas, tomaron
armas verdaderas e inventadas y, tras el infante, se van contra los espaoles como
si majaran en centeno verde. Son desbaratados los sitiadores, triunfa Miranda do
Douro, se ha escrito una pgina ms en los anales de la guerra. No obstante,
dnde est el jefe de este ejrcito? Dnde est el gentil combatiente que cambi
la peonza por el bastn de mariscal? No est, no se encuentra, nadie lo vio ms.
Luego fue un milagro, dicen los mirandeses. Luego fue el Nio Jess.
El viajero lo confirma. Si ha sido capaz de hablar a los peces y ellos
capaces de entenderle, no tiene ahora motivo para desconfiar de antiguasestrategias. Tanto ms cuanto que aqu est l, el Nio Jess da Cartolinha, con
su altura de dos palmos, al cinto la espada de plata, la faja roja en bandolera, lazo
blanco al pescuezo, y la aureola en lo alto de su redonda cabeza de chiquillo. ste
no es el uniforme de la victoria, sino slo uno de los que componen su confortable
guardarropa, completo y constantemente puesto al da, como le va mostrando al
viajero el sacristn de la Seo. Sabedor es de su oficio este sacristn y, como repara
en la minuciosa atencin del viajero, lo lleva a una dependencia lateral donde tiene
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recogidas las diversas piezas de estatuaria, defendindolas as de las tentaciones
de los cacos de oficio y ocasin. Ah se confirman las cosas. Una pequea tabla,
esculpida en altorrelieve, acaba de convencer al viajero de su propia incipiencia en
materia de milagros. He ah a san Antonio recibiendo la genuflexin de una oveja,que da as ejemplar leccin de fe al pastor descredo que se haba redo del santo y
all en la escultura, evidentemente, se muestra corrido de vergenza y quiz por
eso an merecedor de salvacin. Dice el sacristn que mucha gente habla de esta
tabla pero que pocos la conocen. Excusado es decir que el viajero no cabe en s de
vanidad. Vino de tan lejos, sin recomendaciones, y slo por tener cara de buena
persona lo han admitido al conocimiento de estos secretos.
Est este viaje en el principio y, siendo el viajero escrupuloso como es,le muerde aqu el primer sobresalto. Qu viajar es ste, en definitiva? Echar un
vistazo a esta ciudad de Miranda do Douro, a esta Seo, a este sacristn, a esta
aureola, a esta oveja y, hecho esto, marcar con una cruz el mapa, echarse a rodar
por la carretera y decir, como el barbero mientras sacude la toalla: "El siguiente".
Viajar debera. ser cosa de otro concierto, estar, ms y andar menos, quiz hasta
debiera instituirse la profesin de viajero, y slo para gente de mucha vocacin,
demasiado se engaa quien cree que sera este trabajo de poca responsabilidad,
cada kilmetro no vale menos que un ao de vida. Luchando con estas filosofas
acaba el viajero por quedarse dormido, y cuando despierta de maana all est la
piedra amarilla, es el destino de las piedras, siempre en el mismo sitio, salvo si
viene un pintor y se las lleva en el corazn.
Ro Fresno
A la salida de Miranda do Douro va el viajero aguzando la observacin
para que nada se pierda o algo se aproveche, y por eso repara en un pequeo ro
que por aqu pasa. Ahora bien, estos ros tienen nombres, y a ste, tan prximo a
juntarse con el robusto Duero, cmo le llamarn? Quien no sabe, pregunta, y
quien pregunta tiene, a veces, respuesta: "Oiga, seor! Sabe cmo se llama este
ro?". "Este ro se llama ro Fresno". "Fresno?". "S, seor. Fresno". Pero fresno es
palabra espaola, y en Portugal se dice freixo. Por qu no le llaman ro Freixo?".
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"Ah!, eso no lo s. Siempre he odo llamarlo as". A fin de cuentas, tanta lucha
contra los espaoles, tantas impudicias en las fachadas de las casas, hasta ayudas
del Nio Jess, y aqu est este Fresno, oculto entre mrgenes gratas, rindose del
patriotismo del viajero. Recuerda ste el sermn de los peces, el sermn que lesech, se distrae un poco con estos recuerdos, y va ya lejos cuando se le enciende el
espritu: "Quin sabe si este fresno no ser palabra de nuestro dialecto
mirands?". Lleva idea de preguntarlo en una de estas aldeas, pero luego se
olvidar, y cuando mucho ms tarde vuelva a su duda, decidir que el caso, en
definitiva, no tiene importancia. Al ro tanto le da; al rbol que le dio nombre, lo
mismo; slo los hombres tienen esa mana de ponerle nombre a todo, y cuando
ponen nombre creen saber. Pere, esta agua que corre no es agua, slo tiene elnombre de agua, y el viajero no sabr adnde va si no se pierde en las palabras del
viaje.