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AGUA, RÍOS Y PUEBLOSHomenaje a quienes luchan por defender

los ríos y sus gentes

Dirección:

Pedro Arrojo Agudo

Coordinación de fotografía:

Tove Heiskel

Coordinación editorial:

Marisancho Menjón

© de los textos: sus autores

© de las fotografías: sus autores

Diseño:

Isidro Ferrer

Maquetación:

Isidro Ferrer

y Pablo Alabau

Edita:

Fundación Nueva Cultura del Agua

Área de Medio Ambiente y Articulación Territorial de la Diputación Provincial de Málaga

Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga

ISBN: 978-84-613-2310-4

D.L.: MA-1791-2009

Todos los derechos reservados.

AGUARÍOSY PUEBLOS

FUNDACIÓNNUEVA CULTURADELAGUA

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Agua, Ríos y Pueblos

Grandes presas

Tres Gargantas· China: La gran muralla oscura

Sardar Sarovar· India: Salvemos el Narmada

Kariba· Zambia-Zimbabwe: No money, no power

Yacyretà· Argentina-Paraguay: Adiós al paraíso

Traveston· Australia: Cuando ser positivo es decir no

La Parota· México: La tierra no se vende

Derechos humanos, violencia y agua

Urrá· Colombia: Do wâbura, adiós río

Ilisu· Turquía: Inundar el edén

Jordán· Israel-Palestina: Río sagrado y maldito

Chixoy· Guatemala: Las masacres de Río Negro

Catástrofes

La presa de Vajont· Italia: Una tragedia anunciada

El huracán Katrina· EE.UU.: Una catástrofe “no tan natural”

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Degradación de ecosistemas y hambre

Mar de Aral· Uzbekistán: Un desierto de sal ante los ojos

Lago Chad· Chad: El lago que desaparece

Mekong· Tailandia, Laos, Camboya: Igual que colapsar una arteria

Delta del Indo· Pakistán: Cerrad los ojos si preferís no mirar

Río Omo· Etiopía: La presa Gibe3

Privatización, derecho humano al agua potable

Guerra del Agua en Cochabamba· Bolivia: “¡El agua es del pueblo, carajo!”

Privatización en Ghana: ¿Cómo África rompe el espejismo?

Minería a cielo abierto en Cajamarca· Perú: Vidas a cambio de oro

Victorias y soluciones

Jánovas· España: La gente no valía nada

La presa de Alta· Noruega: Dejad vivir al río

Río Ebro· España: Los trasvases no son la solución

Construyendo ciudadanía en el semiárido brasileño: Un millón de cisternas

Río Klamath· EE.UU.: Abrid esa puerta de hierro

Cuenca del Loira· Francia: El Loira… una bella historia

Mujeres Mazahuas· México: La lucha por el derecho al agua

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AGUA, RÍOS Y PUEBLOS

Texto:Pedro Arrojo·Fundación Nueva Cultura del Agua

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Agua, Ríos y Pueblos · Esta exposición ofrece el perfil humano de los conflictos y de las luchas del agua. A tra-vés de fotografías y testimonios directos, los afectados dejan de ser una fría estadística para comunicarnos en directo sus angustias, razones y esperanzas.

Vivimos en el Planeta Azul, el Planeta Agua. Y sin embargo, 1.100 millones de personas, según NNUU, no tienen garanti-zado el acceso al agua potable; y como consecuencia de ello, unas 20.000 mueren cada día, en su mayoría niños. Es cierto que gran parte del agua existente no es utilizable di-rectamente por los seres humanos (por ser salada o estar en forma de hielo o vapor). Por otro lado, la diversidad cli-mática hace que haya lugares áridos e incluso desérticos. Sin embargo, todos los pueblos se han asentado cerca de ríos, lagos, fuentes o en territorios donde las aguas subterráneas son accesibles a través de pozos. Por ello, aunque se habla de escasez de agua, casi nadie muere propiamente de sed.

En realidad, afrontamos las consecuencias de la crisis de in-sostenibilidad que hemos provocado por extracción abusiva, contaminación sistemática y destrucción de humedales, la-gos, ríos y acuíferos. Primero han muerto anfibios y peces, y más tarde han empezado a morir las personas; eso sí, en las comunidades más pobres. Hemos transformado el agua, elemento clave para la vida, en el agente más letal jamás conocido. En muchos países empobrecidos o en desarrollo, la industria y la moderna minería a cielo abierto contaminan los ríos con vertidos y lixiviados tóxicos (cianuros, metales pesados), a menudo en cabecera, envenenando silenciosamen-te, de forma progresiva, a decenas de millones de personas. La extracción abusiva de caudales, la desecación de hume-dales, la tala de bosques y manglares, junto a la fragmentación del hábitat fluvial por grandes presas han quebrado la vida de los ríos, haciendo desaparecer la pesca: la proteína de los pobres.

En el Mar de Aral, el Lago Chad, la Amazonía, el Mekong, el Río Amarillo, el Paraná o en los manglares de América, Asia y África, la destrucción de pesquerías conlleva malnutrición y hambre para las comunidades ribereñas.

La construcción de grandes presas ha posibilitado conquistas económicas evidentes. Sin embargo sus impactos ambientales y los derechos humanos de los pueblos afectados no han sido tenidos en cuenta. La Comisión Mundial de Presas estimaba en el 2000 que entre 40 y 80 millones de personas han sido sacadas a la fuerza de sus casas y pueblos inundados por alguna de las 45.000 grandes presas construidas a lo largo del siglo XX. Entre 40 y 80 millones, es decir… no lo sabemos. Desconocimiento e invisibilidad del dolor humano, bajo la mordaza del tradicional consenso que ha existido en torno a estas políticas, en nombre del progreso. A la convergencia de esas dos fallas críticas, insostenibilidad y pobreza, se une la crisis de gobernanza en la gestión de los servicios básicos de agua y saneamiento, tanto por problemas de corrupción como por las presiones privatizadoras del Banco Mundial que transforman a los ciudadanos en clientes. Esta mercantilización de derechos básicos, como el del acceso al agua y al saneamiento, ha levantado la rebeldía de los más pobres, generando un creciente movimiento contra la priva-tización y en pro del derecho humano al agua potable.

Estamos en suma ante un verdadero holocausto hidrológico, en el que las víctimas son invisibles, lejanas y sin rostro; prescindibles en nuestra conciencia. Con la exposición Agua, Ríos y Pueblos, nos hemos propuesto dar la palabra a esas personas, a la vez víctimas y luchadores por un mundo más justo, digno y sostenible. Se trata de proyectar el perfil humano de los conflictos del agua en el mundo, dando po-sibilidad de expresarse a quienes más sufren y luchan. Tal vez no tengan la solución a los problemas; pero lo que no cabe duda es que los sufren en primera línea, y por ello merecen ser escuchados y tenidos en cuenta.

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GRANDESPRESAS

Tres Gargantas· China: La gran muralla oscura

Sardar Sarovar· India: Salvemos el Narmada

Kariba· Zambia-Zimbabwe: No money, no power

Yacyretà· Argentina-Paraguay: Adiós al paraíso

Traveston· Australia: Cuando ser positivo es decir no

La Parota· México: La tierra no se vende

Texto:Pedro Arrojo

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Desplazamientos masivos de población por grandes pre-sas · Mucho se ha hablado de los beneficios que las grandes presas han reportado, sin duda, a la sociedad: desarrollo económico, productividad agraria, energía hidroeléctrica… Sin embargo, poco se habla sobre el precio que han pagado y pagan los pueblos directa o indirectamente afectados por estas grandes obras. A lo largo del siglo XX, las grandes presas se han considerado de “interés general” sin contar siquiera con estudios económicos que avalen su rentabilidad. Por otro lado, invariablemente, los costes finales de ejecución han desbordado los presupuestos, ya de por sí astronómicos, hasta duplicarlos en muchos casos, dejando en-trever graves problemas de corrupción. De hecho, la evidencia de balances coste-beneficio negativos ha llevado a considerar este tipo de tecnologías como obsoletas, no rentables y sólo viables hoy bajo oscuros procesos de financiación, a menudo del Banco Mundial, cargados sobre la deuda pública de los países empobrecidos o en desarrollo.

Con todo, lo más grave no está en la falta de racionalidad económica de esas inversiones públicas, sino en sus costes sociales y ambientales, que suelen recaer sobre las poblaciones más pobres y vulnerables, en muchos casos comunidades indígenas, con un desprecio absoluto a sus derechos ancestrales y a los derechos humanos en juego.

En el año 2000, la Comisión Mundial de Presas, tras dos años de trabajo, presentó en Londres su informe final, Presas y desarrollo: un nuevo marco para la toma de decisiones. La iniciativa había surgido del Banco Mundial, preocupado por el impacto que em-pezaban a tener sobre su imagen las campañas internacionales contra las grandes presas que el propio Banco financiaba. El reto fue aceptado por International Rivers Network-IRN (actualmente International Rivers-IR) en representación de los pueblos afectados, constituyéndose una comisión presidida por el profesor Kader As-mal, por entonces ministro de Medio Ambiente del Gobierno de Sudáfrica. La Comisión contó con la participación tanto de gobiernos y empresas interesadas como de las organizaciones críticas, cientos de expertos y decenas de universidades.

En sus conclusiones, la Comisión ratifica que los costes de las grandes obras hidráulicas han desbordado sistemáticamente los presupuestos (un 56% en media y frecuentemente por encima del 100%), mientras los beneficios quedaron muy por debajo de lo previsto. Se constatan los graves impactos sobre la biodiversidad en ríos y ecosistemas acuáticos que han supuesto la ruina de pesquerías esenciales en la alimentación de las comunidades ribereñas. Se denuncia, por otro lado, la injusta distribución de costes y beneficios, en la medida en que se cargan los impactos sobre poblaciones y territorios empobrecidos, mientras los beneficios se concentran sobre regiones y sectores sociales más ricos y desarrollados.

Pero, sobre todo, se llama la atención sobre los impactos de desa-rraigo, pobreza y vulnerabilidad derivados del desplazamiento forzado de millones de personas. La propia Comisión, a pesar de haber contado con la colaboración de los respectivos gobiernos, se reconoce incapaz de ofrecer datos precisos sobre los desplazados; y acaba estimando entre 40 y 80 millones las personas que fueron sacadas a la fuerza de sus hogares por inundación de sus pueblos.Tan desmesurada horquilla refleja esa trágica y vergonzosa invi-sibilidad de los afectados que deja en evidencia hasta qué punto nunca se pensó en ellos y en sus derechos como algo realmente relevante.

En muchos casos las poblaciones ni siquiera fueron adecuadamen-te censadas, lo que llevó a ignorar lisa y llanamente sus derechos. Cuando tales derechos fueron identificados, raramente se vieron compensados de forma justa. Las tierras de reasentamiento han sido en muchos casos marginales y pobres, mientras los poblados construidos para realojar a los desplazados suelen adolecer de graves problemas de habitabilidad (falta de agua potable y electricidad, hacinamiento, falta de servicios…). La pesca, clave en la dieta de muchas de estas comunidades, simplemente desapareció.

Pero, sobre todo, se han producido graves problemas de desvertebra-ción social y cultural que hacen más vulnerables a los desplazados, especialmente cuando se trata de comunidades indígenas. La fuerte vinculación de estas comunidades al territorio y al río hace que tales desplazamientos conlleven graves problemas de hambre y de salud en escenarios de extrema pobreza y degradación social.

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LA GRANMURALLA OSCURA

Tres Gargantas· ChinaFotografía: Pierre MontavonSteve BensonLuo Wen Da

Introducción: Patrick McCully

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Los problemas del monstruo · La presa de las Tres Gargantas es el último megaproyecto faraónico del mundo. Aunque no estará plenamente operativa hasta el 2011 –casi un siglo después de que fuera propuesta por el líder nacionalista chino Sun Yat-Sen– es ya la infraestructura productora de electricidad más gran-de del planeta. Llegará a tener una capacidad de gene-ración de 22,5 gigavatios, unas 22 veces más que lo que genera una gran central nuclear o térmica. La pared de la presa tiene casi 2,5 km de largo y 185 m de altura (sobrepasa la torre central de la Sagrada Familia de Barcelona). Este proyecto inunda 13 ciudades, 140 pueblos y 1.350 aldeas a lo largo de los más de 600 ki-lómetros de cauce en los que se extiende la lámina de agua, y establece récords en cuanto al número de des-plazados: más de cuatro millones de personas.

Desde el inicio de las obras los costes se han ido disparando muy por encima de los presupuestos previstos; han surgido graves problemas de corrupción; y el malestar y la represión sobre los desplazados han ido creciendo.

Los que osaron oponerse fueron amenazados, golpeados y finalmente encarcelados. Sólo a finales de 2007, varios altos funcionarios admitieron públicamente, por primera vez, que la región de las Tres Gargantas se enfrenta a una «catástrofe medioambiental».

Los cientos de fábricas, minas y vertederos que han que-dado sumergidos, así como los vertidos directos de los grandes centros industriales y urbanos aguas arriba, es-tán convirtiendo el embalse en una sopa tóxica de aguas residuales, sedimentos, contaminantes industriales, basura y algas venenosas. Al ir subiendo el nivel de las aguas, las empinadas laderas que flanquean el embalse se empapan y sufren desprendimientos; la caída de tierras está teniendo

consecuencias mortíferas. Por otra parte, se prevé que los sedimentos se irán acumulando rápidamente, con lo que habrá partes colmatadas en el embalse que dificultarán las labores de la presa y llegarán a impedir la navegación de grandes barcos, lo que invalidará una de las principales jus-tificaciones para la construcción de la presa.

Los impactos del embalse de las Tres Gargantas aguas abajo serán de una envergadura escalofriante y pueden te-ner consecuencias imprevisibles. A miles de kilómetros, en su tramo final antes de desembocar en el Mar de la Chi-na Oriental, cerca de Shanghai, el agua de mar ya está subiendo río Yangtsé arriba, salinizando campos de cultivo y generando graves problemas en la potabilidad de las aguas que reciben millones de personas. La pérdida de sedimentos aumentará la erosión costera y la vulnerabilidad al aumento del nivel del mar. Se estima que las capturas pesqueras en el Mar de China Oriental pueden verse menguadas en un millón de toneladas anuales, al reducirse el masivo aporte de nutrientes continentales del Yangtsé que fertilizan las plataformas costeras.

Esta presa siempre se ha enfrentado a las críticas de ac-tivistas internacionales y nacionales e incluso de muchas personas pertenecientes al Partido Comunista. La periodista china Dai Qing pasó diez meses en una celda de aislamiento en Qincheng, la cárcel para presos políticos más infame del país, por el «delito» de publicar un libro con artículos que criticaban la presa. Dai Qing sigue siendo la opositora más declarada a la presa en China, a pesar del continuo acoso que sufre por parte del gobierno.

«Todos los problemas sobre los que advertimos los opositores como yo están haciéndose realidad -declara Dai Qing-. Y los funcionarios responsables de la construcción de la presa que ahora admiten esos problemas son como ladrones gritando “¡Al ladrón!”».

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«La presa ha arruinado nuestras vidas, mientras que desta-cados funcionarios han obtenido cuantiosos beneficios y se han llenado las carteras», contó un funcionario retirado al Financial Times en 2007. La situación es especialmente difí-cil para los agricultores que fueron obligados a desalojar sus tierras, muchos de los cuales han recibido solamente una parte de la raquítica indemnización que se les prometió.

Los gobiernos de Canadá, Alemania, Suiza, Suecia y Francia concedieron miles de millones de dólares en préstamos subvencionados a Pekín para poder adquirir la tecnología necesaria para construir la presa. La tecnología aportada por los países occidentales ha facilitado el rápido desarrollo de empresas hidroeléctricas chinas que están llevando a cabo gigantescos proyectos para la obtención de ese tipo de energía en toda China y en países empobrecidos.

La presa de las Tres Gargantas es sólo la pieza más destacada de un megaproyecto que incluye muchos otros represamientos y centrales eléctricas. Para el año 2020, China pretende casi triplicar la potencia instalada de que dispone y alcanzar los 300 gigavatios. Para los científicos que se oponen al proyecto, « el desarrollo de la energía eléctrica en China es desordenado y descontrolado, y alcanza dimensiones de locura ».

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Habitantes de Wushan son desaloja-dos de su vieja ciudad. Al menos 1.3 millones de personas han sido despla-zadas por la presa de las Tres Gar-gantas.Foto: Pierre Montavon

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Ruinas de los edificios de Wushan, tras la demolición de la ciudad, junto a la garganta Wu. Se desechó la opción de entregar nue-vas tierras a los agricultores; y se prefirió empujarlos a vivir, desarraigados, en la ciu-dad de Chongqing.

Una familia de desplazados forzosos deja la ciudad de Yunyang. Muchos agricultores han perdido sus tierras como consecuencia de los desalojos, y afrontan serias dificulta-des para sobrevivir en sus nuevos lugares de destino.Fotos: Pierre Montavon

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La presa de las Tres Gargantas se ha construido cerca de una zona de fa-llas sísmicas. Uno de los principales temores de los geólogos es que el in-menso peso del agua almacenada en el embalse provoque terremotos. 300 millones de personas viven aguas abajo.Foto: Steven Benson

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Los antiguos habitantes de la ciudad de Wanzhou, en Chongqing, recogen los ladri-llos de sus casas derruidas para usarlos en la construcción de la nueva comunidad en la que han sido reubicados.

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Una mujer recoge leña y madera en Badong, entre las ruinas de los edifi-cios destruidos, tras el desalojo de la comunidad.Fotos: Pierre Montavon

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Una familia en las ruinas de su casa, en Fengdu. La compensación que re-cibirán para iniciar la vida en otro lu-gar estará entre 150 y 200 dólares. El que se atreve a oponerse sufre graves represalias.Foto: Pierre Montavon

Fenjie: las escaleras que conducían al puerto fueron demolidas nada más terminar de embarcar el último habi-tante desalojado de la ciudad.Foto: Luo Wen Da

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“177 m”: es la cifra que se exhibe, co-mo un reto, en las laderas anegadas por la presa de las Tres Gargantas. Es el nivel que tendrá que alcanzar el agua en el 2009. Es el nivel que mar-ca el desalojo forzoso. Foto: Pierre Montavon

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La ciudad inacabada de Badong, en la provincia de Hubei. La construcción de esta ciudad fue abandonada a cau-sa de la inestabilidad del terreno.

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Los alumnos forman en filas en el patio de recreo de la nueva escuela de Wushan. El lema de esta escuela reza: “Es necesario que la educación sirva a la modernidad, al mundo y al futuro”. Los niños crecerán sin río.

Edificios prefabricados en la nueva ciudad de Maoping. Construida en menos de cinco años, cuenta con unos 70.000 habitantes.Fotos: Pierre Montavon

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Un cartel en el local de una inmobi-liaria, en una de las nuevas ciudades de la provincia de Hubei, promocio-nando la construcción de una urbani-zación de lujo con la imagen de una de las míticas Tres Gargantas del Yangtzé.

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Fotos: Pierre Montavon

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SALVEMOS EL NARMADA

Sardar Sarovar· IndiaFotografía: Karen Robinson

Introducción: Patrick McCully

Textos: Karen Robinson

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La resistencia en el Narmada y su amplísima estela · La épica lucha de decenas de miles de campesinos indígenas unidos en el Narmada Bachao Andolan (NBA - Movimiento Salvemos el Narmada) contra la construcción de grandes presas en el río Narmada, en la India, va más allá del empeño por salvar un río. Esta lucha de más de dos décadas se ha convertido en el símbolo de la oposición a la construcción de mega-proyectos que significan el desarraigo de comunidades y pueblos, y que destruyen la Naturaleza, en nombre de un progreso impulsado por quienes sólo buscan enriquecerse. El NBA ha servido como modelo para innumerables campañas contra otros megaproyectos en todo el mundo. En el caso de la presa de Sardar Sarovar, las comunidades han perdido la lucha por poder seguir habitando sus tierras y en la actualidad pelean contra la insensibilidad, la incompetencia y la corrupción de las autoridades, que les niegan compen-saciones simplemente dignas y justas.

La presa de Sardar Sarovar es la más conocida de un gran complejo de presas y proyectos de regadío que plantean el desalojo de millones de personas de sus tierras para propor-cionar electricidad a la industria y agua de riego a los gran-des hacendados. Los opositores a las presas critican una ló-gica coste-beneficio en la que millones de personas pobres y políticamente débiles sufren a causa de los supuestos be-neficios de una economía a mayor escala. Pero también se duda de que las presas vayan a obtener, en términos globales, beneficios económicos netos. Los promotores de las presas en el Narmada –al igual que en otras partes de la India y en todo el mundo– han exagerado enormemente los beneficios y minusvalorado los costes, que además nunca tienen en cuen-ta sus impactos sociales y medioambientales.

Por otro lado, podría proporcionarse agua y energía a las zonas afectadas por la sequía de Gujarat, Rajastán y otras regiones desarrollando tecnologías mucho más baratas, menos destructivas, más equitativas, efectivas y rápidas de implantar. Entre ellas cabe destacar la captación de agua de lluvia, que está permitiendo extender el acceso a aguas de calidad a millones de agricultores. Estos nuevos enfoques y tecnologías mejoran el nivel de vida de los más pobres sin deteriorar los sistemas acuáticos.

Al igual que ocurre con muchas otras grandes presas en países menos desarrollados, el principal promotor extranjero de la presa Sardar Sarovar fue el Banco Mundial, que con-cedió a la obra un crédito de 450 millones de dólares en 1985 (dos años antes de que el ministro indio de Medio Ambiente diese su aprobación al proyecto). Tal como explica la escritora Arundhati Roy, el banco «tenía el talonario de cheques preparado… antes de que nadie se hiciera idea de cuál sería el coste humano o el impacto medioambiental de la presa». Debido a la resuelta oposición del NBA y de su red internacional de apoyos, el Banco Mundial retiró su apoyo financiero al proyecto en 1993. Fue un duro golpe para la reputación del banco, que condujo a un drástico descenso en su financiación de grandes presas y a la creación, en 1997, de la Comisión Mundial de Presas (WCD).

En 1979 se calculó que para poder construir el embalse Sardar Sarovar habría que desalojar a unas 6.000 familias. En 1987 la cifra aumentó a 12.000; en 1991, a 27.000; en 1992, el gobierno declaró que la cifra real era de 40.000 familias. Los proyectos para la construcción de canales, centrales eléctricas, carreteras de acceso y otras infraestructuras desplazarían a decenas de miles de personas más. En total, más de medio millón de personas pueden perder su hogar por culpa de este proyecto.

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Arundhati Roy afirma que la lucha en el río Narmada ha sus-citado dudas acerca de todo un sistema político: «Lo que se cuestiona es la propia naturaleza de la democracia. ¿Quién posee esta tierra? ¿Quién posee sus ríos, sus bosques o sus peces? Son preguntas importantes. El estado se las está to-mando muy en serio. Todas las instituciones que están a sus órdenes: el ejército, la política, la burocracia y los juzgados, las contestan al unísono. Y no las contestan sin más, sino que lo hacen sin ningún tipo de ambigüedad, de una forma amargamente brutal».

India es el tercer país constructor de embalses en el mundo: de sus 3.600 grandes presas, 3.300 han sido levantadas en los últimos 50 años, y en breve plazo pretende llevar a cabo la construcción de otras mil más. Sin embargo, en ese país hay 250 millones de personas sin acceso al agua potable, y 650 millones sin estructuras básicas de saneamiento. No existen estudios que evalúen el rendimiento de todas esas grandes presas, ni tampoco un cálculo riguroso de sus costes. Los des-plazados en el mundo se cuentan por millones.

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La mayor parte de los desplazados perte-necen a las tribus aborígenes adivasi. Los proyectos de “desarrollo” puestos en marcha en la India (no sólo las grandes presas, sino los emprendimientos mineros y forestales) afectan de lleno a sus tierras.

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El río proporciona sustento a cientos de miles de familias.” La tierra en sus orillas es muy productiva gracias a las crecidas que la fertilizan. Pero la construcción de presas arruinará esta riqueza natural para beneficiar a gentes poderosas y ricas que viven muy lejos.

Buena parte de las tierras que se pre-tende regar con la construcción de la presa tienden a encharcarse y a salini-zarse.

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El Narmada es un río sagrado, más aún que el Ganges para algunos hindús. Muchos tem-plos y lugares de importancia religiosa que-darán sumergidos. Templo de Khoteswar, inundado por la presa de Sardar Sarovar.

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Las tierras en los sitios de reasentamiento son de calidad muy baja, cuando no inculti-vables. Los desplazados se han visto enga-ñados con promesas falsas de desarrollo y de puestos de trabajo.

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En 1989 se creó el Movimiento “Salvemos el Narmada” (Narmada Bachao Andolan), que se opone, mediante la resistencia pacífica, a la construcción de las numerosas presas pro-yectadas en todo el valle.

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Durante la construcción de la presa de Sardar Sarovar, cada año los monzo-nes inundaban los poblados de las ri-beras. Los habitantes resistían en las casas mientras el nivel de las aguas iba subiendo, hasta que los desalojaba la policía.

La activista más destacada contra las presas del río Narmada es Medha Patkar, que se ha convertido en una figura emblemática de la oposición a las grandes presas, con un reconoci-miento internacional.

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“La lucha por el valle del Narmada no es una exótica guerra tribal, ni una remota guerra rural, ni siquiera una guerra exclusi-vamente india. Es una lucha por los ríos y las montañas y los bosques del mundo. Toda clase de guerreros, procedentes de cualquier lugar de la Tierra, serán bienvenidos y reci-bidos con todos los honores. Y toda clase de guerreros serán necesarios”.

Arundhati Roy

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NO MONEY, NO POWER

Kariba· Zambia-ZimbabweFotografía: Karin Retief

Introducción: Patrick McCully

Textos: Terri Hathaway y Lori Pottinger

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En la década de 1950, las autoridades coloniales britá-nicas desalojaron de sus hogares y tierras a más de 57.000 miembros de la tribu gwembe-tonga para des-pejar la zona en la que se pretendía construir el embal-se de Kariba, uno de los más grandes del mundo.

Al pueblo tonga no se le informó de nada. Sólo se les dijo que serían trasladados a las colinas baldías del escarpe del Zambeze. Hubo mucha resistencia a los traslados; algunos grupos se alzaron en armas y muchos se negaron a marchar hasta que las aguas inundaron sus casas. Pero sus lanzas y porras no podían competir con los rifles de la policía colonial. La represión fue dura. Las ropas de las personas asesinadas por la policía se expusieron por los po-blados, como advertencia para quien pretendiera oponerse a la construcción de la presa.

En 1958, la policía asesinó a tiros a ocho personas y al menos 32 resultaron heridas en la operación de desalojo, tan mal pla-neada como brutal. Las autoridades cargaron en camiones las escasas pertenencias de la gente y quemaron sus chozas para impedir que volvieran. Muchas de sus posesiones, in-cluidos los animales y las cosechas que maduraban en los campos, fueron abandonadas o robadas por los trabajadores del gobierno.

Los tonga fueron cargados en camiones abiertos y los enviaron a unos poblados de reasentamiento situados a cientos de kilómetros, bajo el sol abrasador de la estación más cálida y seca del año. Las mujeres vomitaban y los niños iban colgados de los costados de los camiones. El agua para beber y lavarse se acabó mucho antes de que llegaran a su desconocido destino.

Aquellos miles de personas fueron reasentados en pésimas condiciones: en una zona árida, con escasos recursos hídricos y duras sequías, tierras de escasa fertilidad y frecuentes pla-gas de mosca tsetsé. En la práctica, se negó al pueblo tonga el acceso al agua.

En los dos primeros meses de reasentamiento murieron 121 personas debido a brotes de la enfermedad del sueño, disentería, sarampión y varicela. La mayoría de las víctimas fueron niños. En 1959, una enfermedad desconocida acabó con la vida de 56 mujeres y niños.

El objetivo principal de la construcción de la presa de Kariba fue proporcionar electricidad a las minas de cobre de la ac-tual Zambia y al creciente cinturón industrial que rodea la capital de Zimbabwe, Harare. La presa, financiada por el Banco Mundial, enriqueció a los propietarios de minas britá-nicos, estadounidenses y sudafricanos y a los industriales de Rhodesia, además de a la empresa constructora italiana Impregilo y a la compañía de ingeniería francesa Coyne et Bellier. Por el contrario, los gwembe tonga, cuyos antepasados habían vivido a orillas del río Zambeze durante miles de años, no recibieron ni siquiera electricidad de las grandes centrales hidroeléctricas de la presa ni agua del enorme embalse para regar sus campos.

Los gobiernos posteriores a la independencia continuaron de-satendiendo a los tonga, que siguieron sumidos en condiciones de extrema pobreza, hambre e insalubridad. Finalmente, en la década de 1990, el Banco Mundial reconoció que era ne-cesario indemnizar a los tonga de Zambia y se diseñaron varios proyectos para mejorar su nivel de vida. Sin embargo, esos proyectos de desarrollo fracasaron por falta de fondos, mal diseño, burocratismo y falta de voluntad política e ins-titucional.

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Ante la injusticia y el abandono sufridos, los tonga de Zimba-bwe decidieron crear su propia organización, la Fundación Basilwizi. Esta Fundación diseña estrategias legales y de negociación en demanda de adecuadas indemnizaciones y planes de desarrollo para el futuro.

Medio siglo después de que se construyera la presa, los tonga siguen reivindicando ante los gobiernos de Zimbabwe y Zam-bia, y ante el Banco Mundial, una justa compensación por medio siglo de sufrimiento.

Presa de Kariba. El Banco Mundial, cuya financiación fue clave para construir la presa, ha eludido asumir cualquier responsabilidad respecto a las injusticias su-fridas por los pueblos tonga y korekore.

Foto: Basilwizi Foundation

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Cerca de Sinazongwe, Zambia. La mayoría de las familias desplazadas todavía carece de agua en sus hogares. Las mujeres deben caminar kilómetros para conseguirla. Las comunidades se ven obligadas a usar aguas insalubres, lo que genera muchas enferme-dades.

Aunque se prometió a los tonga un suminis-tro de agua adecuado en los nuevos asen-tamientos, su falta ha sido desde el principio uno de los mayores problemas. Las pocas prospecciones que tuvieron éxito ofrecieron pozos con aguas salobres que se secan en ve-rano.

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En las áreas de reasentamiento, la falta de alimentos es un problema grave. La mayor parte de las nuevas tierras son de baja cali-dad. Lejos del río, los tonga sólo pueden pro-ducir una cosecha al año, y ya no cuentan con las huertas de ribera para complemen-tar las cosechas.

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“Han anegado nuestros me-dios de vida. Nuestra situación sanitaria es muy mala. En el hospital no hay medicinas. En el valle teníamos hierbas me-dicinales para curarnos.”

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“En el valle del Zambeze cul-tivábamos verduras y cereales. Ahora ya no podemos hacerlo porque no tenemos agua.”

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Sólo unos pocos pueblos cercanos a las esca-sas carreteras existentes tienen suministro eléctrico. Paradójicamente, la presa de Kari-ba se construyó para generar electricidad.

Los tonga se han convertido en comunidades marginadas. La mayoría de los desplazados ignora sus derechos. Defender su identidad cultural ha pasado a ser un reto clave para su supervivencia.

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Cerca de Lusitu, Zambia. Las áreas de rea-sentamiento carecen de infraestructuras bá-sicas. Las posibilidades de escolarización son muy bajas y apenas se cuenta con servicios de salud, pese a que es un área con alto riesgo de malaria.

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En muchos casos, hubo que desplazar y re-alojar a su vez a las comunidades que vivían en las tierras de acogida para dejar espacio a los nuevos desplazados.

Siavonga, Zambia. Los recursos de la zona (entre ellos, la pesca), están gestionados por el Gobierno y las ganancias se destinan a cu-brir los intereses nacionales e internaciona-les, pero no los locales.

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El embalse de Kariba significó la pobreza y el hambre para muchas comunidades que aún hoy, cincuenta años después, siguen vi-viendo en condiciones miserables lejos del río que les dio vida y sustento durante genera-ciones. Ellos todavía se llaman a sí mismos “el Pueblo del Gran Río”.

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ADIÓS AL PARAÍSO

Yacyretà· Argentina-ParaguayFotografía: Argeo Ameztoy Mónica Giménez Samuel Cossar-Gilbert

Introducción: Marisancho Menjón

Textos: Pawel Wiechetek

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Yacyretà, la tierra de la luna · Es famosa la expresión con la que el ex presidente de Argentina Carlos Menem calificó el megaproyecto hidroeléctrico de Yacyretá: “Monumento a la corrupción”. En efecto, es del domi-nio público que se desviaron varios miles de millones de dólares del presupuesto de la obra; pero son to-davía mucho más graves los numerosos problemas económicos, sociales y ambientales que ha causado su construcción.

Yacyretá se empezó a construir, e incluso comenzó a operar, sin que se hubieran hecho estudios sobre los daños sociales y ambientales que iba a ocasionar. A sus promotores, los pro-blemas les han ido estallando ante los ojos, como si jamás hubieran contado con la posibilidad de que existieran. ¿Cómo es posible no prever que el anegamiento de decenas de miles de hectáreas tendría gravísimas consecuencias de todo orden? ¿Cómo no pensar que el desplazamiento de cincuenta mil personas tendría que ser compensado –aunque muchos daños no puedan serlo– con recursos suficientes?

La de Yacyretá es una larga historia. Los primeros tanteos para represar el río Paraná, en la frontera entre Paraguay y Argentina, datan de 1928. Pero el proyecto hidroeléctrico de-finitivo nació en 1973, con la creación de la Entidad Binacional Yacyretá (EBY) como empresa responsable de su construcción y gestión. La financiación correría a cargo del Gobierno ar-gentino, el Banco Mundial y el Banco Inter-americano de Desarrollo.

Se construyeron dos presas de hormigón de más de 2 km de longitud cada una, más 67 km de terraplenes para posibilitar el represamiento del Paraná y sus múltiples brazos.

La superficie inundada sobrepasa los 1.100 km2. En 1994 se llenó el embalse y se inauguró la primera central. Aunque

el presupuesto inicial era de 3.000 millones de dólares, los retrasos en la ejecución y el desvío de dinero por problemas de corrupción llevaron a que en 2004, aún con las obras lejos de concluir, el coste se hubiera disparado a 14.000 millones de dólares. La altura de la presa en esta primera fase ya completada es de 76 m, pero el proyecto prevé elevarla a 83 m, razón por la que las turbinas operan hoy tan sólo al 60% de su potencia.

Los problemas creados por la presa hasta hoy toman perfiles de catástrofe humanitaria si se llega a producir el recre-cimiento. De hecho, las entidades financieras que han venido promoviendo el proyecto se cuestionan la continuidad de su apoyo.

Tanto en BM como el BID y la propia EBY han incumplido manifiestamente sus propios compromisos y reglas internas de actuación, según las cuales no deben financiar proyectos que atenten contra los derechos humanos y el medio ambiente. Yacyretá se inició en una época en la que tanto Paraguay como Argentina estaban gobernadas por dictaduras, y sólo cuando se instauraron regímenes democráticos se abrió a los afectados la posibilidad de reclamar sus derechos y de denunciar los atropellos sufridos. Los bancos investigaron la situación y constataron que las denuncias eran fundadas. Se reconoció que los planes de reasentamiento de afectados (unos 50.000) y de mitigación de impactos ambientales no se habían cumplido más que en una mínima parte. Y también que los reasentamientos cons-truidos no ofrecían condiciones dignas de habitabilidad.

Pero aún deben reseñarse otros daños si cabe más graves, de los que existen pruebas documentales, testimonios y gra-baciones: como el desalojo violento de comunidades a cargo de bandas paramilitares, con la quema de sus poblados; la inundación de haciendas y viviendas, por elevación del nivel

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del embalse, sin previo aviso; el trato vejatorio sufrido por miles de familias, forzadas a vivir en asentamientos en los que no cuentan con tierra fértil, ni pesca, ni siquiera agua potable.

A fecha de hoy se han inundado más de 50.000 hectáreas de terreno que incluían ecosistemas únicos en el mundo. Miles de hectáreas se van inundando también al elevarse el nivel freático en el entorno del embalse. En los Esteros de Iberá, el mayor humedal de Argentina, espacio Ramsar protegido oficialmente, a escasos kilómetros de Yacyretá, el nivel de las aguas está subiendo alarmantemente, lo que hace temer una verdadera catástrofe ecológica.

Yacyretá ha acabado con la pesca en la zona. Antes de la construcción de la presa, la población ribereña del Paraná se alimentaba fundamentalmente de pescado; hoy, los menores de quince años prácticamente no lo han probado en su vida. Las aguas del embalse están fuertemente contaminadas. Miles de hectáreas de bosque se pudren bajo las aguas; los problemas de salubridad de las aguas se multiplican. Antes, la gente vivía en el río y del río. Hoy, el Paraná ha muerto en Yacyretá.

Son muchas las voces que reclaman una auditoría que aclare el destino de la gran cantidad de dinero desaparecida o malversada, que debe recuperarse para compensar a los afectados. El recrecimiento proyectado supondría inundar no sólo miles de hectáreas, sino también buena parte de las ciudades de Encarnación, Posadas y Carmen del Paraná, amén de desplazar a unas cincuenta mil personas más. Por otra parte, Yacyretá tiene asegurado un balance económico ruinoso.

Es tiempo de acotar el desastre, compensar a las víctimas y depurar responsabilidades.

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La isla Yacyretà dio nombre al proyecto hi-droeléctrico. “Jasy retá” en la lengua Mbya Guaraní quiere decir “la tierra de la luna”. Foto: Argeo Ameztoy

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La presa de Yacyretà está destinada a produ-cir hidroelectricidad, básicamente para la in-dustria argentina. Existe una gran oposición a su recrecimiento, por los enormes costos económicos, sociales y ambientales que aca-rrearía.Foto: Argeo Ameztoy

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Durante el desalojo de Villa Blosset, uno de los barrios costeros más antiguos de Posadas, las fuerzas de seguridad actuaron con extre-ma violencia contra los vecinos, mientras las máquinas destruían las casas. Fotos: Mónica Giménez

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Los barrios de relocalizados no tienen condi-ciones para una vida digna. En lugares donde la temperatura en verano supera los 40ºC, sin árboles ni sombras, las viviendas, con tejados de uralita, no cuentan con agua corriente.Foto: Argeo Ameztoy

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Unas 50.000 personas fueron desalojadas. El desarraigo generó desamparo y melancolía. Dicen que algunos murieron de tristeza mientras otros se suicidaron poco después del traslado.Fotos: Samuel Cossar-Gilbert

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Los barrios de relocalizados alcanzan tasas de desempleo del 95%. Miles de familias, sin recursos, dependen de las bolsas de víveres que reparte la EBY. Muchos han optado por emigrar a las periferias urbanas para inten-tar sobrevivir en los basurales.Foto: Argeo Ameztoy

Foto: Samuel Cossar-Gilbert

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En febrero de 2007, centenares de afectados por Yacyretà se trasladaron a Buenos Aires para hacer conocer su situación. Lograron el respaldo de numerosas organizaciones inter-nacionales. “Nadie sabe lo que vivimos, lo que perdimos. Nunca llegó a la opinión pública la imagen del desarraigo violento, la contami-nación masiva ni los desalojos”.

Los vecinos del barrio posadeño de El Brete resisten los intentos de desalojo, pese a que les hostigan sin descanso para forzar su mar-cha. Les han talado los árboles y cortado los caminos, les impiden el acceso al río y les con-minan a marcharse.Fotos: Argeo Ameztoy

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CUANDO SER POSITIVO ES DECIR NO

Traveston· AustraliaFotografía: Aaron Burton

Textos: Peter Meredith

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El 27 de abril de 2006, el presidente del Estado de Queensland, Australia, anunció la construcción de una gran presa en el Río Mary, cerca de un hermoso paraje llamado Traveston Crossing. La presa inundaría 7.000 hectáreas dedicadas a pastos para el ganado vacuno, parte de un pueblo, un riquísimo ecosistema fluvial y una comunidad aborigen. Aguas abajo, la presa reduci-ría las aportaciones de agua dulce a un humedal decla-rado Patrimonio Mundial. Pondría en peligro, además, una economía multimillonaria basada en el turismo y en la pesca.

El anuncio de la construcción de la presa dejó atónitos a los habitantes del valle del Río Mary. No se les había consultado ni advertido del proyecto. Con la región asolada por la peor sequía de los últimos cien años y los habitantes de Brisbane –la capital del Estado – soportando graves restricciones de agua, el gobierno pretendía hacer ver que daba una solución al problema.

Estamos situados en la región de Australia que más crece (espectacularmente: una tasa de anual del 25%). Hoy consume unos 440 hm3/año, pero para 2050 puede ser necesario el do-ble, así que el gobierno, para proporcionar el agua necesaria, proyectó la presa de Traveston Crossing. Según los expertos, sin embargo, ésa no es la solución adecuada. El problema no es la falta de presas, sino la falta de agua. La mayor parte de los embalses de la región se enconatraban en unos niveles peligrosamente bajos. ¿Para qué sirve otra presa más?

Se desencadenó un torrente de protestas. Los habitantes de la zona afectada, junto con universitarios y científicos de varios países, grupos ecologistas, políticos, ayuntamientos y empresarios mantienen una oposición rotunda al proyecto. Formaron la organización “Salvemos el Río Mary”, que exige abrir un proceso de participación ciudadana y un planteamiento global de ordenación territorial que integre la perspectiva del cambio climático y respete los espacios tradicionales de pro-ducción agraria.

La lucha está en marcha. Es pacífica pero rotunda, y está dis-puesta a salvar la riqueza cultural, económica y natural, que es enorme, en el magnífico valle del río Mary.

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Glenda Pickersgill posee una finca de 68 hec-táreas dedicadas al ganado junto al río Mary y lleva quince años repoblando sus orillas. Es una de las principales activistas que se opo-nen a la presa de Traveston.

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La presa cerraría el valle con un muro de 1,6 km. Prácticamente toda el área inundada se-ría tierra agrícola de aluvión, enriquecida por las crecidas a lo largo de miles de años.

Zona donde se ubicaría el estribo derecho de la presa, a 1 km de Traveston Crossing. La presa proyectada tiene 52 m de altura.

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Los carteles en contra de la presa proliferan por todo el valle: en las orillas de las carrete-ras, en los cercados y edificios. Dan fe de la intensa reacción que el proyecto ha provo-cado entre los habitantes del valle.

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Dawn Gill ante la tumba de su hermana Caro-lyn. Tiene muchos otros parientes enterrados en el cementerio de Kandanga. El cementerio quedará sumergido si se hace la presa.

Los carteles en contra de la presa se amonto-nan a la entrada de la finca de Victor y Helga Hill. Su lema es el que anima a los opositores al proyecto: “Yo no soy negativo, soy positivo: no a la presa”.

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LA TIERRA NO SE VENDE, SE AMA Y SE DEFIENDE

La Parota· MéxicoFotografía: Roberto Bear Guerra Maribel Roldón

Introducción: Roberto Guerra

Textos: Roberto Guerra y Maribel Roldón

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Desde el año 2003, un hondo movimiento de oposición, protagonizado por campesinos pobres y pequeños pro-pietarios, ha impedido al Gobierno mexicano llevar adelante la construcción de una gran presa hidroeléc-trica en las tierras comunales de Cacahuatepec. El pro-yecto planea desde hace años sobre el río Papagayo, en las cercanías de Acapulco. La construcción de la presa de La Parota significaría el desplazamiento de 25.000 personas y la inundación de al menos 17.000 hectáreas de tierras fértiles y bosques primarios. El movimiento campesino contrario a la presa se ha organizado en torno al Consejo de Ejidos y Comunidades Opositoras a la Presa La Parota (CECOP).

Este movimiento opositor ha obtenido, en los últimos años, varias victorias señaladas. La primera fue que el Tribunal Agrario declaró nulas, desde agosto de 2005, las “asam-bleas campesinas” promovidas por la Comisión Federal de Electricidad (CFE) con sus correspondientes acuerdos y votaciones, debido a la evidencia de procedimientos frau-dulentos. La segunda llegó en marzo, cuando el Tribunal Latinoamericano del Agua, tras revisar la historia del caso, determinó que el proyecto debería invalidarse por los im-pactos sociales y ambientales tan negativos que tendría; porque el emplazamiento elegido para la presa es inseguro por su sismicidad; porque los habitantes de la zona, los más directamente afectados por el proyecto, nunca han sido con-sultados; y porque no queda demostrado que vaya a haber ningún beneficio para la población local. En mayo, el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas pidió al gobierno mejicano que protegiera los derechos de las comunidades de la zona. El 11 de septiembre de 2007, la juez federal Lidia Larumbe ordenó a la CFE paralizar la obra hasta que no se resuelvan las demandas interpuestas por el CECOP. Sin embargo, el Gobierno mexicano confía aún en llevar adelante el proyecto, obviando la amplia oposición social existente.

Hay que destacar que la presa de La Parota forma parte de un plan a gran escala, el “Plan Puebla-Panamá” (PPP), conjunto de megaproyectos que abren la región mesoamericana a los intereses de las grandes corporaciones trasnacionales que se beneficiarán de rebajas fiscales, mano de obra bara-ta y una “flexible” normativa ambiental. El PPP proyecta realizar toda una serie de grandes infraestructuras de co-municación e hidroeléctricas que, según sus críticos, no buscan sino facilitar la explotación y transporte de materias primas y energía hacia los grandes centros industriales del norte, particularmente de EEUU, a costa del desalojo de co-munidades y de daños medioambientales irreparables.

La lucha por proteger las tierras comunales de Cacahuatepec, la vida del río Papagayo y los derechos de los habitantes de la zona está todavía lejos de haber finalizado.

Agua Caliente, Guerrero, 11 de agosto de 2006. Campesinos asistentes a una asam-blea de ejidatarios que se oponen a ser desplazados de su tierra por la construc-ción de La Parota. El lema “La tierra no se vende, se ama y se defiende”, identifica al movimiento opositor.

Foto: Frontera Images/Gonzalo Pérez

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Elisa Manrique, Mª Elena del Car-men, Isidra Manrique, Mª Elena Vélez y Elvira Gallego en el plantón de Dos Arroyos. “Las mujeres con resortes y leños nos defendemos de los policías y no nos rajamos”.

10 de agosto de 2006. Un policía apunta con su arma a campesinos opositores a la presa que se diri-gen a una reunión ejidal. Las reu-niones de opositores al proyecto se ven coaccionadas por las fuerzas de orden público.

Foto: Maribel Roldón

Foto: Frontera Images/Gonzalo Pérez

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El proyecto de La Parota, que toma su nombre de este árbol endémico de la región, supondría la inundación de unas 17.000 hectáreas de tierras de cultivo, el desalojo de unos 25.000 campesinos y afecciones indirectas muy graves a otras 70.000 personas aguas abajo.Foto: Roberto Bear Guerra

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Dos activistas muestran en un mapa el área de terreno afectada por el em-balse. El mapa indica los puntos en que la CECOP ha ubicado los “plan-tones” en las carreteras, que durante cuatro años han impedido a los camio-nes de la CFE acceder a esa zona.

Fotos: Roberto Bear Guerra

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El río Papagayo, amenazado.

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Entre 2004 y 2006 se intensificó el acoso ha-cia quienes se oponían a La Parota: arrestos judiciales, amenazas de muerte, detenciones arbitrarias... En los plantones de las carrete-ras, las pancartas denuncian el acoso y la re-presión.

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Eugenia Cruz Zamora, con sus hijos, sostiene un retrato de Tomás, su esposo, una de las tres personas asesinadas como consecuencia de las divisiones sociales ocasionadas por el proyecto de La Parota. Su hijo pequeño fue testigo del asesinato.Fotos: Roberto Bear Guerra

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Francisco Hernández y Marco Antonio Suástegui Muñoz estuvieron presos du-rante casi dos semanas en 2004, acusa-dos de haber “retenido ilegalmente” a un ingeniero de la CFE (Comisión Fede-ral de la Electricidad). Fueron liberados tras una campaña internacional en su defensa, y nunca han sido oficialmente imputados.Fotos: Roberto Bear Guerra

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Jairo y el río: el futuro de la Parota. Foto: Maribel Roldón

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DERECHOSHUMANOS,VIOLENCIA Y AGUA

Urrá· Colombia: Do wâbura, adiós río

Ilisu· Turquía: Inundar el edén

Jordán· Israel-Palestina: Río sagrado y maldito

Chixoy· Guatemala: Las masacres de Río Negro

Texto:Pedro Arrojo

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Agua, violencia y conflictos bélicos · Con frecuencia se habla de que las guerras del futuro serán por el agua. En rigor, ni el agua ni ninguno de los argumentos que tradicionalmente se han empleado para llevar a los pueblos a morir y matar justifican ninguna guerra. No obstante, el agua, en la medida en que tiene fuertes vin-culaciones emocionales, territoriales e identitarias, es fácilmente manipulable, tanto en la confrontación po-lítica partidista como incluso a la hora de justificar la violencia entre pueblos y comunidades. Pero, sobre todo, el control del agua puede y suele ser usado como herramienta de poder y dominación.

En el caso de Palestina, el control de ríos y acuíferos por parte de Israel viene siendo una forma simbólica y material de dominación del pueblo palestino en un contexto bélico de sometimiento. De hecho, la gestión de aguas en Israel forma parte de la estrategia militar imperante y está bajo el control del ejército. Dejar para los palestinos una disponibilidad de apenas 107 m3/habitante/año (frente a los 2.300 m3/habitante/año de Israel) supone usar la degradación de las condiciones de vida de todo un pueblo como un arma de sometimiento y desmoralización del “enemigo” en un marco bélico en sí mis-mo profundamente inmoral.

En otros territorios sumidos en largos conflictos bélicos, co-mo el del Kurdistán turco, la política de aguas ha acabado también por integrarse en las estrategias militares.

El “Proyecto del Sudeste de Anatolia”, más conocido por las siglas GAP, con 22 enormes presas en las cabeceras de los ríos Tigris y Éufrates, está siendo usado para forzar masivos desplazamientos de la población kurda como una estrategia militar que busca dispersar dicha población a fin de debilitar el apoyo social sobre el terreno a la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). En este contexto, la

simple protesta civil de los afectados es interpretada como “colaboración con el terrorismo” y tratada con la brutalidad que caracteriza a las guerras no declaradas.

Entre los muchos casos de violencia extrema contra comuni-dades que defienden su derecho a vivir en paz en sus tierras, uno de los más brutales y estremecedores fue el de Chixoy, en Guatemala. De nuevo en este caso nos encontramos con una guerra no declarada donde la simple oposición de las comunidades mayas a su desplazamiento para construir la presa de Chixoy se saldó con una masacre de más de cuatrocientas personas, en su mayoría mujeres y niños, a manos de unidades militares y paramilitares. El pretexto de la lucha contra la insurgencia guerrillera fue usado como argumento para aplastar por la fuerza de las armas las justas reivindicaciones de las comunidades indígenas, aunque éstas estuvieran al margen del conflicto armado que asoló el país.

Otro país en el que la guerra no declarada contra los movi-mientos guerrilleros ha permitido encubrir, cuando no jus-tificar, brutales asesinatos y la represión violenta de las co-munidades indígenas en conflictos de agua es Colombia. La oposición del pueblo Embera-Katío a la presa de Urrá I, que acabó ya con la pesca en el río Sinú, y su actual resistencia contra la segunda fase del proyecto, mucho más amplia que la primera, que les expulsaría definitivamente de su territorio, ha desembocado, entre otras muchas acciones violentas de los paramilitares que dominan la región, en el asesinato de líderes comunales como Kimy Pernía. A menudo, el conflicto en torno a proyectos hidráulicos, como éste, suele estar vinculado al interés por desplazar de sus tierras a comunidades indígenas y campesinas (más de 100.000 personas en este caso) para extender el dominio de los grandes hacendados, ganaderos y terratenientes. El imperio de los paramilitares, en contextos de guerra no declarada, permite aplicar la violencia, igno-rando los derechos humanos más elementales, desde la más completa impunidad.

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DO WÂBURA ADIÓS, RÍO

Urrá· ColombiaFotografía: Conchita Guerra

Introducción: Enrique Santos Molano

Textos: Conchita Guerra

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Karagabí creó al hombre y todo lo que le rodea; pe-ro no el agua. Sobre ella, Karagabí no tenía poder, de modo que pidió a su padre que le indicara como obte-nerla. Éste le dio una varita con la que golpeó una piedra y de ella brotó un hilillo del precioso líquido; pero le advirtió que el agua era escasa. Karagabí dijo a los Embera que cada madrugada repartiría por cabeza una totumada de agua que habría de bastar para el consumo diario… Karagabí nombró un grupo de escogidos para velar por la limpieza del agua y para garantizar que siempre fuera utilizada en beneficio de todos…

El río está en las raíces de la cultura del pueblo Embera y aflora en sus mitos y creencias. Desde tiempos ancestrales, los Embera Katío habitan la cuenca alta del río Sinú, en el Norte de Colombia. El bajo Sinú lo pueblan diversas comunidades de pescadores y campesinos, además de los indígenas Zenú, que habitan en el resguardo de San Andrés de Sotavento, junto a la Ciénaga Grande de Lorica. En el conjunto de la cuenca viven en total unas 400.000 personas.

En 1993, el Gobierno desde Bogotá decidió levantar una gran presa en la Angostura de Urrá. Su objetivo principal era regular el río Sinú para controlar sus crecidas y facilitar el drenaje y explotación de amplios territorios en el bajo Sinú, para la expansión de los territorios de grandes haciendas destinados a la ganadería, agronegocios de exportación y agrocombustibles, además de generar electricidad.

Urrá I, inaugurada el 1 de julio de 2000, inundó 7.400 ha de territorio Embera y ha supuesto la desaparición de la pesca, que era la base de su seguridad alimentaria. Antes de la construcción de la presa, en el Sinú se pescaban 6.000 toneladas de pescado al año. El bocachico, que abastecía a

las comunidades, y que se vendía al resto del país, es hoy un artículo de lujo que Colombia importa.

Por otro lado, los masivos desembalses que se realizan de im-proviso provocan bruscas y peligrosas crecidas que erosionan las riberas, destruyen huertas y producen fuertes procesos de sedimentación y colmatación en el río y en las ciénagas.

Durante la época del llenado del embalse, la putrefacción de enormes masas vegetales bajo el agua contaminó el río Sinú produciendo graves problemas de salud que los indígenas no conocían, al tiempo que proliferaron los mosquitos y surgieron enfermedades que aún siguen diezmando a la población.

Tal y como dice Saúl Bailarín, Jenené Mayor de Río Verde, para los Embera era impensable que se pudiera “tapar el río y matarlo”. Pero según fueron entendiendo la realidad del proyecto Urrá I, se lanzaron a la protesta pacífica exi-giendo que se detuviera el proyecto. “La mayoría ni siquiera sabíamos hablar el español”, dice Aludín Domicó, de la comu-nidad Zambudo, “pero tuvimos que aprenderlo para poder defendernos con la palabra”. A finales de 1999 el pueblo Embera caminó cientos de kilómetros hasta Bogotá para acampar ante el Ministerio de Medio Ambiente durante más de cuatro meses. Allí dio a luz Liciria Domicó a su hija Nadia.

En una zona controlada por paramilitares al servicio de grandes hacendados y terratenientes bajo el pretexto de lu-char contra la guerrilla, la respuesta a estas reivindicaciones fue brutal: trece líderes y miembros de la comunidad Embera Katío fueron asesinados por estos grupos paramilitares durante la construcción y el llenado de la presa. Líderes como Kimy Pernía Domicó, que elevó su voz hasta los foros internacionales para dar a conocer cómo el proyecto Urrá I

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les afectaba, fueron desaparecidos. La guerrilla también es responsable de varios asesinatos.

En la comunidad de Karakaradó, Carmelina Rosa Bailarín cuenta cómo mataron a su marido, Nelson Bailarín.

Para el 2001, más de cien mil campesinos y pescadores de la cuenca media y baja habían sido desplazados de su territorio, bien de forma violenta, con amenazas y asesinatos, o bien como consecuencia de la quiebra de la economía de subsistencia de las comunidades provocada por la propia presa.

Ahora las autoridades nacionales y regionales hablan de una nueva presa, mucho mayor que la primera, que inundaría más de 50.000 hectáreas, en la zona del Resguardo, con lo que el pueblo Embera Katío sería definitivamente expulsa-do de su territorio y no podría sobrevivir. En esta fase, se prevé completar, en el Bajo y Medio Sinú, el drenaje de los humedales: de tener éxito esta empresa, posiblemente pesca-dores y campesinos serán objeto de nuevos desalojos violentos en la búsqueda de una mayor concentración de la tierra.

Los Embera, cada vez mejor organizados, están consiguiendo crecientes simpatías y apoyos en la sociedad colombiana y a nivel internacional: “Nuestra fuerza está en nuestras razones y en la inteligencia… Nos quieren expulsar de nuestros bos-ques; pero no nos iremos, porque sin la tierra y sin el río, no somos nada”.

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La pesca era la base de la seguridad alimen-taria de las poblaciones de indígenas y pes-cadores a lo largo del río. Urrá ha disminu-ido drásticamente tanto la diversidad como el tamaño de los peces.

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Los Embera Katío poseen una relación natu-ral con el río. La destrucción del Sinú y sus afluentes tras la construcción Urrá I significó la desaparición de una gran parte de su te-rritorio ancestral.

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Las mujeres Embera Katío defienden con valor su co-munidad, su familia y sus hijos. Ellas han aprendido a exigir sus derechos, y en la familia y en el gobierno indígena tienen un espacio que es respetado.

La comunidad de Dozá Al-to rodea solidariamente a Morelia, hermana de Lu-cindo Domicó, líder indíge-na muerto por grupos para-militares durante la etapa de negociaciones.

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Saúl Bailarín fue secues-trado por un grupo para-militar, en septiembre de 2000, junto con su esposa y 20 indígenas más: una de las acciones de intimi-dación hacia los Embera realizadas por los paramili-tares durante la construcción de Urrá I.

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Isabela Domicó y José Palacio no olvidan a su hijo Lucindo, muerto en abril de 1999 a ma-nos de los paramilitares, por ejercer la defensa pacífica de los derechos de su pueblo.

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Kimy Pernía Domicó fue un gran líder Embera que denunció inter-nacionalmente la situación de su pueblo durante la construcción de Urrá. El 2 de junio de 2001 fue secuestrado por los paramilitares. Mucho después se supo que había sido asesinado, pero su cadáver aún no ha aparecido.

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INUNDAR ELEDÉN

Ilisu· TurquíaFotografía: Christian Kaiser Micah Garen

Textos: Anna Irvin

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La presa de Ilisu y los derechos humanos · Se calcula que hay más de 15 millones de kurdos viviendo en Turquía, principalmente en el sudeste del país, una región atormentada por una larga y trágica historia de conflictos: es en esa zona donde está proyectada la construcción de la presa de Ilisu. Desde 1984, el conflicto armado entre el Partido de los Tra-bajadores del Kurdistán (PKK) y el Estado turco ha devastado la región donde se pretende construir esa presa. Se calcula que la guerra ha causado unos tres millones de desplazados, 30.000 muertos y la destrucción de más de 3.000 localidades. Pese al alto el fuego establecido en 1999, buena parte de la zona continúa en estado de emergencia y los abusos sobre los derechos humanos siguen siendo frecuentes, como revela la amplia lista de denuncias contra Turquía en los Tribunales Europeos de Derechos Humanos. Pero, además, la región sufre gravemente los problemas derivados de la pobreza. Los ingresos per cápita en esta zona rondan el 42% de la media nacional.

La presa hidroeléctrica de Ilisu está proyectada en el río Tigris, a unos 65 km de la frontera con Siria. Supondría el desplazamiento de 78.000 personas, en su mayoría kurdos; inundaría 68 pueblos, además de la histórica y monumental ciudad de Hasankeyf, con sus 10.000 años de antigüedad; y generaría serios problemas ecológicos, socioeconómicos y de desabastecimiento aguas abajo, en Siria e Irak.

Ilisu es el proyecto hidroeléctrico más ambicioso de Turquía. Con un coste de unos 2.000 millones de dólares, forma parte del llamado “Proyecto del Sudeste de Anatolia”, más conocido como GAP (su acrónimo en turco), que prevé la construcción de 22 grandes presas y 19 plantas generadoras en los ríos Tigris y Éufrates.

El Banco Mundial retiró su apoyo a los proyectos del GAP, pero entonces la financiación quedó a cargo de la entidad suiza UBS (Union Bank of Switzerland), junto con el posible apoyo de las agencias de crédito a la exportación varios países. La campaña internacional contra la presa de Ilisu logró en 2002, sin embargo, que alguno de ellos se desvinculara del proyecto. A pesar de todo, el Gobierno turco ha seguido adelante con sus planes, y otras compañías alemanas, austriacas y francesas se involucraron en el proyecto.

La oposición contra la presa de Ilisu continúa, y denuncia la falta de consulta a los afectados, la confusión en las cifras de desplazados, la negativa a considerar otras alternativas y los graves impactos medioambientales, sociales y culturales que acarrearía, así como la ausencia de un plan de realojo y com-pensación para los desplazados.

Los planes de Turquía para aprovechar los caudales del Tigris y el Éufrates, que nacen en el Kurdistán turco, son antiguos. La Dirección General de Obras Hidráulicas (DSI) se creó en 1954 precisamente para ello. El discurso oficial se basa en el eufemismo de “reinstaurar la civilización en la Alta Mesopotamia”, marginando el patrimonio y la he-rencia cultural kurda. Aunque ese discurso sitúa como objetivo central del GAP la promoción del desarrollo en la zona mediante la producción hidroeléctrica y la masiva transformación de regadíos, los afectados insisten en que se encubre una estrategia militar de dispersión del pueblo kurdo.

Los afectados por la presa de Ilisu denuncian los planes para dispersar a los kurdos en las grandes ciudades a fin de diluir su identidad y acabar con su cultura. El contexto bé-lico se viene usando para justificar la represión de cualquier movimiento de oposición al proyecto. El Congreso Mundial de Arqueología, que se esfuerza por salvar el ingente pa-

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trimonio arqueológico de la zona, afirma que el hecho de de-salojar de sus tierras a 78.000 kurdos, destruyendo sus raíces culturales, no dista mucho de ser una “limpieza étnica”.

El desastre humanitario de los cientos de miles de desplazados por una guerra que se ha agravado en los últimos años no sólo exige soluciones urgentes, sino que hace más inviable el desplazamiento y reasentamiento digno de los 78.000 afec-tados por el proyecto de Ilisu.

El movimiento internacio-nal contra la construcción de la presa de Ilisu es ca-da día más fuerte.

Foto: Doga Dernegi

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Zeynep Yilmaz, de 90 años, sentada delante de su casa en Suceken, a orillas del Tigris. Su casa sería inundada por la presa de Ilisu, si finalmente se lleva a cabo la obra.Foto: Christian Kaiser

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La ciudad de Hasankeyf, con 10.000 años de historia, quedará sumergida bajo las aguas de un embalse si se lleva a cabo la construcción de la gigantes-ca presa de Ilisu, 80 km aguas arriba.

La tumba de Zeynel Bey, soberano de la dinastía que conquistó Hasankeyf en el siglo XV, es uno de los monu-mentos de gran valor que se pretende trasladar a un parque arqueológico en las proximidades, para salvarla de la inundación.Foto: Christian Kaiser

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Hassan Tunc es uno de los principales líderes del movimiento opositor en Hasankeyf. Considera que el proyecto es un ataque del estado turco a la po-blación kurda, un modo de dispersarla y conducirla a su desaparición.

Abdullah, de 13 años, delante de los baños sulfurosos que hay junto al pueblo de Ilisu. La localidad y sus baños termales quedarán sumergidos tras la construcción de la presa.Foto: Christian Kaiser

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En la zona amenazada por la construc-ción de la presa vive una numerosa población nómada cuya supervivencia también se vería gravemente afectada.Foto: Christian Kaiser

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La localidad de kesme Kopru III, muy próxima a Hasankeyf, quedará total-mente inundada si se construye la presa.Fotos: Micah Garen

Tumbas históricas en Kesme Kopru. Los habitantes de la zona se ven obli-gados a plantearse la posibilidad de desenterrar a sus familiares y trasla-dar los cementerios a zonas más altas, donde no vayan a llegar las aguas.

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RÍO SAGRADO Y MALDITO

Jordán· Israel-PalestinaFotografía: Dieter Telemans Stefano Serra

Introducción: Marisancho Menjón

Textos: Stefano Serray Dieter Telemans

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El control de los recursos hídricos, clave del conflicto · Empecemos crudamente, acudiendo a las cifras. Es una extraña manera de presentar un tema, pero en este caso es la más ilustrativa porque, por utilizar el tópico, las cifras “cantan”:

· La población palestina, en los territorios ocupados de Cisjordania y Gaza, dispone de unos 60 litros de agua por persona y día para su consumo doméstico e industrial. Es una de las cifras más bajas del mundo, muy por debajo del que se considera umbral de escasez absoluta según la OMS (100 litros). En algunas zonas, esa cifra baja hasta los 35 e incluso, en determinadas circunstancias, hasta los 7 litros por persona y día.

· Los israelíes, para esos mismos usos, disponen de 330 litros por persona y día, y los colonos multiplican por siete la tasa media de consumo palestino.

El control de los recursos hídricos ha sido tradicionalmente uno de los temas clave del conflicto árabe-israelí. De hecho, en las sucesivas tentativas de negociación habidas, el tema del agua ha sido uno de los más difíciles, y los acuerdos internacionales o bien no se han cumplido o bien han quedado “por completar”.

Israel aduce razones de tipo histórico para haber elegido el territorio palestino como lugar donde crear su Estado: para los hebreos es la “Tierra Prometida”. No hay que olvidar que Jerusalén tiene un gran valor simbólico para las religiones cristiana, musulmana y judía. Sin embargo, más allá de ar-gumentos históricos y de identidad, lo que bloquea el camino de la paz y la convivencia en la zona son intereses y juegos de poder a menudo ligados al control de los recursos hídricos.

Los Altos del Golán son estratégicos por motivos militares y de seguridad, pero sobre todo porque en esa zona se encuentra el acuífero y los manantiales que alimentan el Alto Jordán y el Mar de Galilea (también llamado Lago Tiberíades). Israel se apropia la mayor parte de esos caudales para llevarlos, a través del “National Water Carrier” hacia las ciudades y puntos neurálgicos del litoral mediterráneo, a los grandes asentamientos de colonos y finalmente al Desierto del Ne-guev, donde se han transformado enormes extensiones en regadío para cultivar productos para la exportación, como el algodón.

De esta forma, el Jordán Medio, haciendo frontera entre Jor-dania y la ocupada Cisjordania, queda sin más caudal que el que producen los vertidos cloacales y los retornos agrarios, hasta recibir los aportes del Yarmuk, desde Siria. A pesar de no ser más que un pequeño río salobre y contaminado, los palestinos tienen vedado el acceso a sus caudales. Los palestinos sufren graves enfermedades y quebrantos por falta de agua para cubrir las necesidades más básicas, mientras florece el algodón en el desierto del Neguev.

Todo nuevo colono que llega a instalarse en Israel tiene garan-tizado el acceso al agua, a unos precios, además, mucho más baratos que los que rigen para la población palestina. La distribución de agua en los territorios ocupados se realiza a través de las empresas israelís Mekorot y Tahal, que, además de cobrar elevadas tarifas, no garantizan una distribución estable.

Más allá del veto sobre las aguas del Jordán, los palestinos tienen muy limitado, y con frecuencia prohibido, el acceso a las aguas subterráneas del acuífero cisjordano que se conoce como el Acuífero Montaña. En Gaza, la intensa sobreexplotación

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del Acuífero Costero está llevando a un acelerado proceso de salinización, por intrusión marina, que se complica con la contaminación por aguas cloacales.

La situación es límite en algunas zonas, y los problemas se han agudizado desde que en 2002 se inició la construcción del “muro de separación” entre Israel y Cisjordania. Ese muro ha aislado a los palestinos de sus fuentes de agua y, a menudo, de sus tierras de cultivo. También se han destruido o bloqueado numerosas conducciones de agua, todo lo cual deja a cientos de miles de personas en una situación crítica. Según datos de la ONU, el 67% de las aguas de las que se abastece Israel provienen de territorios fuera de las fronteras que se establecieron en 1948.

Israel, como potencia ocupante, tiene la responsabilidad di-recta sobre la situación de la población que vive en estos territorios. Está incumpliendo las leyes internacionales so-bre este punto y sobre todo lo relativo a aguas internaciona-les. Tarde o temprano se habrán de imponer el diálogo y la negociación. Una negociación en la que serán claves tanto el reparto equitativo de los recursos hídricos disponibles como la gestión sostenible de los ecosistemas de la cuenca del Jordán.

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Israel deriva casi la totalidad de los caudales que alimentan el lago Ti-beríades (Mar de Galilea) para tras-vasarlos a la costa y a los nuevos regadíos del Neguev. De aquí sale la tercera parte del agua que consume Israel.Foto: Dieter Telemans

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El National Water Carrier lleva el agua hacia el litoral mediterráneo y el desierto del Ne-guev, donde Israel ha puesto en riego miles de hectáreas de cultivos extensivos para la exportación.Foto: Dieter Telemans

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Campos de cultivo en los territorios palesti-nos ocupados.Foto: Stefano Serra

Obras en el asentamiento israelí de Ariel, Cis-jordania, con fuentes y estanques recreativos.Foto: Dieter Telemans

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Hussein Mohammed Suida: “Esto es lo que queda de mis campos de bananeras. El asen-tamiento israelí bombea el agua desde el ma-nantial de El Oja, nuestra única fuente. Noso-tros tenemos restricciones de agua mientras ellos riegan sus jardines”.

Los caudales trasvasados hacen que, hasta recibir al río Yarmuk, el Jordán quede seco o reducido a un riachuelo alimentado por retornos cloacales y drenajes salinizados de riego. El valle está fuertemente militarizado y “protegido” por campos de minas.

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En 2002, Israel levantó una barrera a lo largo del perímetro de Cisjordania. La barre-ra ocupa amplios territorios palestinos y su trazado se ajusta a la disposición de las fuen-tes de agua.Fotos: Dieter Telemansa

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Hospital de Shifa, en Gaza. Son numerosos los casos de personas con insuficiencia renal que deben ser sometidas a diálisis como con-secuencia del consumo cotidiano del agua de-masiado salada de Gaza. Fotos: Laurent Weyl

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Los habitantes de Gaza se abastecen con camiones cisterna que toman el agua de un pozo controlado por las autoridades. Sólo el 50% de la población dispone de agua corrien-te, en todo caso no potable.Fotos: Stefano Serra

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Valle del Jordán, aldea de Marj Naiye. Las familias solo tienen acceso al agua salada que extraen de un pozo, porque el camión de agua no puede pasar el punto de control isaelí. Fotos: Stefano Serra

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Jenin. Vista del muro en Cisjordania, que se-para a la localidad de Anin de su acuífero.Fotos: Stefano Serra

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LAS MASACRES DE RÍO NEGRO

Chixoy· GuatemalaFotografía: James Rodríguez Heidi H. McKinnonRobert DawsonAlain Ichon

Introducción: Patrick McCully

Textos: Heidi H. McKinnon

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Muerte en Río Negro · La presa de Chixoy se construyó en las tierras de los indígenas maya achí, en el contexto de una feroz guerra civil. Cuando los afectados se nega-ron al desalojo y reclamaron un trato digno, fueron secuestrados, torturados y masacrados. El ejército y las fuerzas paramilitares asesinaron a 444 personas, la mayoría de ellas mujeres y niños.

La presa, financiada por el Banco Mundial y el Banco Inter-americano de Desarrollo, y construida por empresas italianas, alemanas y estadounidenses, desplazó a más de 3.500 personas. Otras 6.000 familias perdieron sus tierras y medios de vida. Desde la finalización de la presa, a mediados de la década de 1980, las comunidades desplazadas han vivido en condiciones de pobreza extrema, en tierras infértiles y viviendas indignas, sin electricidad ni agua corriente.

«El gobierno consiguió financiación internacional para cons-truir la presa –explica Carlos Chen, antiguo vecino de Río Negro, pueblo hoy inundado por el embalse– y la utilizó para asesinar a mi pueblo». Su mujer y sus hijos se encontraban entre las víctimas de la masacre de Chixoy. Chen es hoy uno de los líderes que luchan para lograr indemnizaciones para los supervivientes. La construcción de la presa comenzó en 1975, sin consultar ni informar siquiera a la población. En 1978 se iniciaron conversaciones con los representantes de las comunidades afectadas. Sin embargo, ante la resistencia de los vecinos a abandonar sus pueblos, comenzaron las matanzas: en marzo de 1980, fuerzas de seguridad asesinaron a siete personas en la iglesia de Río Negro. Los asesinos robaron los documentos que certificaban las propiedades legales de la comunidad y los compromisos de indemnización que les había hecho la compañía eléctrica INDE (Instituto Nacional de Electrificación). Aquel mes de julio, dos líderes de la comunidad, Valeriano y Evaristo

Osorio Chen, fueron convocados a una reunión con el INDE. Nunca regresaron. Sus cuerpos mutilados fueron hallados a 40 kilómetros de distancia, en el interior de un barril.

Pese a la brutal campaña de terror, la mayoría de las familias de Río Negro se negó a marchar. En mitad de una guerra civil no declarada entre la guerrilla y el ejército, el Gobierno decidió promover unidades paramilitares llamadas PAC. De esta forma Xococ, un pueblo cercano, fue militarizado.

En febrero de 1982, el comandante del ejército local ordenó a 73 hombres y mujeres de Río Negro que se presentaran en Xococ. De todas ellas, sólo una mujer regresó; los demás fueron violados, torturados y asesinados. Al mes siguiente, un grupo de soldados y paramilitares llegó a Río Negro, acorraló al resto de mujeres y niños y los condujo a una colina cercana. Setenta mujeres y 107 niños fueron asesinados. Sólo dos mujeres consiguieron escapar. Dieciocho niños fueron llevados a Xococ como esclavos de los paramilitares. Dos meses más tarde, 82 personas más de Río Negro fueron masacradas. En septiembre, 35 huérfanos de esa misma localidad se encontraban entre las 92 personas que fueron acribilladas por metralletas y quemadas vivas en otro pueblo cercano a la presa. El llenado del embalse comenzó poco después de esta última masacre.

A pesar de enviar numerosas misiones para supervisar el pro-yecto, el Banco Mundial guardó silencio sobre aquellas muertes. En 1996, las asociaciones pro-derechos humanos consiguieron que se llevara a cabo una investigación internacional que demostró que las masacres se habían cometido; sin embargo, el Banco Mundial negó tener responsabilidad sobre ellas. Las comunidades desplazadas fueron reasentadas en poblados sin servicios, agua potable ni electricidad; recibieron tierras de escasa fertilidad, que no producen lo necesario para sobrevivir. En muchos casos, como en el poblado de Pacux, donde malviven

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unos mil desplazados vigilados por el ejército, la gente depende de las provisiones que los militares quieran darles.

Desde 1996, los desplazados luchan para conseguir indemni-zaciones por los daños sufridos. Las comunidades exigen que el gobierno les proporcione tierras adecuadas de cultivo, agua corriente y electricidad, ayuda para el desarrollo económico lo-cal y programas educativos y sociales.

Supervivientes como Jesús Tecú Osorio, junto a los hijos y nietos de las víctimas, luchan por recuperar la memoria de lo ocurrido y exhumar las tumbas clandestinas y fosas comunes. En 1993 consiguieron la primera exhumación oficial: 140 cadáveres de mujeres y niños en Pak’oxom, cerca de Río Negro. En 1998 se formó la asociación ADIVIMA, que trabaja para aclarar res-ponsabilidades y apoyar a las comunidades afectadas.

A finales del 2008 el Presidente Álvaro Colom firmó un acuerdo de reparación a los afectados que debía culminar en junio de 2009. Si tales acuerdos no se cumplen, el caso será planteado ante la Comisión Inter-Americana de Derechos Humanos.

Nicolás Chen junto a la foto de su hija asesinada, Marta Julia Chen Osorio, en el Museo Comunitario Rabinal Achí, Rabinal, 2007

Foto: James Rodríguez

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La construcción de la presa de Chixoy se inició en 1975 sin haber informado de nada a la población. Veitniocho comunidades fueron afectadas por la presa. Para cientos de personas significó la muerte; y para más de 13.000, la extrema pobr-eza hasta hoy.

Poblado de Río Negro, 1978. Antes de la construcción de la presa, las aguas del río eran abundantes y limpias. Hoy la pesca se ha reducido a niveles mínimos. Las aguas están contamina-das por desechos tóxicos y el jacinto de agua ha invadido el cauce.

Fotos cedidas por el P. Gregorio Ramírez Donoso Foto: Alain Ichon

El país se hallaba en guerra y a menudo los aldeanos fueron obligados a militarizarse. En Xococ, algunos entraron a formar parte de las Patrullas de Autode-fensa Civil (PAC). El 13 de febrero de 1982, 74 hom-bres, mujeres y niños de Río Negro fueron brutal-mente asesinados por fuerzas de la PAC en la aldea de Xococ.

Foto: Archivo CIRMA, Antigua, Guatemala

Después de la masacre de Xo-coc continuaron las muertes en los pueblos de Río Negro, Los Encuentros y Agua Fría. A finales de 1982, los supervi-vientes de toda la cuenca del Chixoy habían abandonado sus hogares y para salvar su vida huyeron a las montañas, donde, como Antonita López Osorio y sus hijos, permanecie-ron escondidos durante años.

Foto: Archivo CIRMA, Antigua, Guatemala

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Fotos cedidas por el Museo Comunitario Rabinal Achí. Guatemala.

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Isabel Osorio

13 de marzo de 1982Isabel estaba en casa con sus hijos pequeños y ni-etos en la mañana del 13 de marzo de 1982, cuando llegaron los hombres de la PAC. Su marido, Juan Chen, se había escondido en las montañas tras las masacres ocurridas en Xococ un mes antes. Isa-bel se dio cuenta del peligro cuando los soldados de Xococ le dijeron que se reuniera con el resto de las mujeres de Río Negro. En un desesperado intento por salvarles la vida, escondió a sus dos ni-etos en un barranco junto a la casa antes de mar-char, junto con sus propios hijos, hacia la colina de Pak’oxom.

Como muchas otras personas, Isabel fue asesina-da allí junto con su hijo de tres años. Otros dos hijos mayores pudieron escapar a las montañas y a otros dos más se los llevaron los de la PAC a Xococ, donde vivieron durante casi dos años como esclavos.

El yerno de Isabel encontró a sus dos hijos a salvo en el barranco donde la abuela los había escon-dido. Su esposo, Juan Chen, luchó duramente en los tribunales para que sus hijos y otros quince niños de Río Negro fueran liberados de su esclavi-tud en Xococ.

Lorenzo Osorio

6 de febrero de 1982 Lorenzo Osorio, de Río Negro, tenía trece hijos, que mantenía cultivando la tierra junto al río Chixoy y vendiendo mantas que confeccionaba con fibra de palma. El 6 de febrero de 1982, acudió con dos de sus hijos a Xococ, adonde habían sido lla-madas más de cincuenta personas para entregar sus documentos de identidad a las patrullas de la PAC.

Cuando llegaron a Xococ, los oficiales del Ejército dijeron varios nombres de una lista de presuntos miembros de la guerrilla, uno de los cuales sonaba parecido a Lorenzo Osorio. Él respondió, y, en un terrible caso de confusión de identidad, Lorenzo fue tomado por el Ejército y la PAC para dar ejem-plo de lo que ocurriría con los demás ocho días más tarde, el 13 de febrero: Lorenzo fue torturado y asesinado delante de sus amigos y de sus hijos. Le cortaron las mejillas y la lengua y le metieron varias veces la cabeza en una cisterna, hasta que se ahogó. Otros dos hombres más murieron ese día.

Fotos cedidas por el Museo Comunitario Rabinal Achí. Guatemala.

El 5 de septiembre de 2004, casi mil afectados se reunieron en las instala-ciones de la Hidroeléctrica Pueblo Viejo en demanda de reparaciones. Varios cientos cruzaron la presa decididos a cerrar las compuertas hasta que sus demandas fueran atendidas. De haberlo hecho, la ciudad de Guatemala se hubiera quedado sin suministro eléctrico. Cinco años más tarde, las comuni-dades han entablado negociaciones con el presidente de Guatemala, Álvaro Colom, para lograr reparaciones justas.

Foto: Bert Janssens

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En 1983 se terminó la presa y se llenó el embalse. Las familias acabaron de marcharse empujadas por el agua. Los títulos de propiedad de muchas de las tierras inundadas todavía están a nombre de los antiguos pobladores de la zona. Chixoy genera actualmente 278 megavatios de energía y suministra casi el 40% de la electricidad de Guatemala. Foto: Robert Dawson

Martina Osorio

Cuando los soldados de la PAC llegaron a su casa, en la mañana del 13 de marzo de 1982, la madre de Martina había ido a Pueblo Viejo a comprar y su hermano mayor, Ciriaco, que era el cabeza de familia desde que el padre había sido asesinado en la masacre de Xococ, estaba cogiendo leña en las montañas.

Los soldados les dijeron que había una reunión en el pueblo. A los tres niños más pequeños se les mandó a casa de la abuela. Intuyendo su destino, la hermana mayor le mostró a Martina el lugar donde la familia escondía sus objetos más precia-dos y los documentos, y la dejó con la hermanita más pequeña, de ocho meses, en brazos, para mar-charse a Pak’oxom.

Cuando Ciriaco regresó poco después, rápida-mente escondió a los tres niños detrás de la es-cuela y se escapó a Pueblo Viejo para buscar a su madre. Martina fue llevada a las montañas con otros niños pequeños y fue encontrada por su her-mano ese mismo día. Vivieron escondidos en las montañas durante dos años, sin apenas nada para comer ni otra ropa que la que llevaban puesta. Hoy, Martina trabaja como “madre guía”, educan-do a las mujeres sobre temas de higiene y cuidado de los hijos.

Juan Uscap Iboy

Juan tenía nueve años y vivía con su abuela y cuatro hermanos en el barrio Iboy de Río Negro cuando sucedió la matanza Pak’oxom. Su padre, Mateo Uscap Chen, fue uno de los primeros lí-deres masacrados en Río Negro, en mayo de 1980, mientras que su madre, Luciana Iboy, había sido muerta en Xococ el mes anterior. Él se había con-vertido, así, en el cabeza de familia.

La mañana del 13 de marzo de 1982, la PAC sacó de su casa a Juan y a toda su familia y los llevó, junto con los demás vecinos, a la montaña de Pak’oxom. Allí comenzó la violencia. Desde un rincón, Juan vio cómo, una a una, las mujeres fue-ron golpeadas, violadas, estranguladas, ahorcadas y finalmente arrojadas a una zanja.

Cuando terminó la masacre, los cinco niños Uscap Iboy seguían con vida. Un miembro de las PAC, Cristóbal Mendoza, preguntó a Juan si querría vi-vir en su casa. En estado de shock, Juan dijo que sí, y pidió que sus hermanos y hermanas fueran con él. Pero los hermanos fueron separados.

Juan vivió como un esclavo durante dos años y medio. En el primer año, su tía se enteró de que tanto él como sus hermanos estaban vivos y peleó por liberarlos. Después de largos litigios, el cap-tor de Juan desobedeció las órdenes judiciales y le escondió durante meses en un pueblo cercano. Bajo pena de arresto, finalmente llevó a un asus-tadísimo Juan a Rabinal.

Foto: Heidi McKinnonFoto: James Rodríguez

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No se pudo empezar a exigir justicia hasta mu-chos años después. ADIVIMA, una ONG funda-da por supervivientes, trabaja con la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG) para excavar las fosas clandestinas. En 2001 se exhumaron los 74 cadáveres de la masacre de Xococ. Los restos de Agustín Sánchez Osorio fueron identificados por la camisa que llevaba siempre. Los casos legales de las matanzas rela-cionadas con la presa de Chixoy aún están en curso.

Dominga Sánchez Chen fue brutalmente torturada y ase-sinada, junto con sus hijos, el 13 de marzo de 1982 en Pak’oxom. Doce años después, su familia consiguió localizar y exhumar su cadáver, que fue identificado por el collar de cuentas de colores que lle-vaba. Su hermana, Carmen, lo lleva desde entonces.

Fotografía cedida por FAFG, ciudad de Guatemala

Foto: James Rodríguez

Los miembros de la comunidad marchan sobre las colinas de Río Negro el 13 de marzo de cada año para conmemorar el aniversario de las matanzas de 177 mujeres y niños en ese lugar, siguiendo la durísima senda que tuvieron que recorrer sus familiares asesinados, como en un Vía Crucis. Carlos Chen, que perdió a su mujer y a sus dos hijos aquel día, es hoy uno de los líderes del movimiento comunitario en demanda de justicia.

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La comunidad Achí lucha con todas sus fuerzas para que su historia como pueblo no se pierda. Su lucha contra la imposición de un megaproyecto como el de Chixoy ha durado más de treinta años y el final todavía no se vislum-bra. Foto: James Rodríguez

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CATÁSTROFES

La presa de Vajont· Italia: Una tragedia anunciada

El huracán Katrina· EE.UU.: Una catástrofe “no tan natural”

Texto:Pedro Arrojo

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Según Naciones Unidas, el 75% de la población mundial vive en zonas que fueron afectadas entre 1980 y 2000, al menos una vez, por algún desastre natural. Tales desastres, que ocasionaron más de millón y medio de muertes (184 diarias, de media), han provocado en los últimos años más refugiados que los conflictos armados. En concreto se estima en 25 millones las personas desplazadas por inundaciones, sequías y procesos de desertización, fenómenos que se vienen agravando con el cambio climático en curso. Emerge así una nueva figura o categoría de desplazados: los refugiados ambientales.

Tradicionalmente, estos desastres “naturales” se han consi-derado inevitables e impredecibles, cuando no castigos divinos. Ciertamente, en muchos casos se producen a consecuencia de fenómenos naturales, como lluvias intensas, terremotos, tsunamis o huracanes. Sin embargo, con frecuencia, la mano del hombre está en el origen de esas catástrofes. Durante las últimas décadas, muchas han sido consecuencia de la irresponsabilidad de determinadas acciones, movidas por negocios e intereses económicos vinculados a empresas y per-sonas poderosas.

La construcción de grandes presas sin adecuadas garantías de seguridad, como en el caso de Vajont (en los Alpes italianos); la masiva deforestación de determinadas zonas, con los con-siguientes procesos de erosión y riegos de corrimiento de tierras; la prioridad hidroeléctrica en determinadas presas que lleva a mantener la lámina de agua al máximo nivel y a realizar desembalses con desprecio hacia los riesgos ge-nerados por las crecidas sobre poblaciones aguas abajo; o la urbanización de espacios fluviales, generalmente para po-blaciones pobres y marginadas, son algunas de las claves de esos desastres, que presentándose como “naturales”, tienen sin embargo responsables, con nombres y apellidos, a menudo honorables y poderosos.

Por otro lado, los fenómenos naturales adversos, que escapan al control de nuestra voluntad, no tienen por qué terminar en desastre; todo depende del nivel de vulnerabilidad de las poblaciones afectadas. De hecho, la mayor parte de las víctimas son pobres. Incluso en una misma ciudad, como Nueva Orleáns, las víctimas de un fenómeno natural como el Katrina (probablemente agravado por los procesos de cambio climático inducidos por el hombre), fueron en su casi totalidad afro-americanos de los barrios más pobres.

En enero de 2005, la Conferencia Mundial sobre Reducción de Desastres (CMRD), celebrada en Hyogo (Japón), aprobó un plan de acción de diez años para lograr un mundo más seguro frente al riesgo de desastres. Se trata de aumentar la capacidad y el compromiso efectivo de las instituciones públicas para controlar las actividades y proyectos que ge-neran riesgos, al tiempo que se trata de poner los medios para reducir la vulnerabilidad ante este tipo de riesgos de las comunidades y países menos desarrollados. Es preciso, en suma, promover políticas que incorporen de forma efectiva el principio de precaución, con especial atención a los riesgos de inundación y sequía que se derivan del cambio climático en curso.

Desgraciadamente, en este tipo de acuerdos las buenas in-tenciones suelen quedar a merced de la voluntad de los Gobier-nos de los países más ricos y poderosos que, una vez pasada la conmoción social del último desastre, suelen tener otras prioridades…

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VAJONT, UNA TRAGEDIA ANUNCIADA

La presa de Vajont· ItaliaFotografía: Eirik Linder y Francesca Casciarri

Textos: Marisancho Menjón

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Las víctimas siempre son molestas · Para cuando Ca-rolina Teza decidió hablar, habían pasado cuarenta años. Cuatro décadas de silencio de las víctimas, que arrastraban aún las consecuencias de aquella noche de horror en la que pareció que se acababa el mundo.Hacia los demás, era preferible hacer como que se ha-bía pasado página: ocultaban incluso su condición de víctimas, huían de las miradas de compasión y aun de desprecio.

“Este silencio ha sido muy cómodo para los culpables: la única verdad ha sido la institucional”. Carolina Teza decidió luchar contra eso el día que escuchó en el telediario que se iba a po-ner punto final a la historia del Vajont con la aportación, por parte del Gobierno, de los últimos 77.000 millones de liras (casi 40 millones de euros) para los supervivientes…

“Me dije: esto se tiene que acabar. A lo que hay que poner punto final es a esta sarta de mentiras”. Unas mentiras que habían empezado cuando, nada más suceder la tragedia, se dijo a la opinión pública que la del Vajont había sido “una ca-tástrofe natural”.

Había que volverlo a contar todo, desde el principio.

En la década de 1950 se construyó en un pequeño valle de los Alpes Dolomitas, a 80 km de Venecia, la presa hidroeléctrica de Vajont, la más alta del mundo en su género, una impre-sionante pared de hormigón de 263 m. Creó un embalse de 150 hm3 que dejaba a sus orillas las poblaciones de Erto y Casso y frente a ella, a 1 km escaso en línea recta, la pequeña ciudad de Longarone.

Algunos estudios geológicos dejaron claro que no era seguro crear allí un embalse, pues el terreno de su ladera izquierda, el llamado Monte Toc, era muy inestable. El Toc se asentaba

sobre un antiguo deslizamiento que con el agua podría reactivarse, lo que entrañaba el riesgo de que una gran masa de tierra cayera sobre el agua provocando gravísimos daños. Aquellos estudios, sin embargo, no fueron tenidos en cuenta por la SADE, la Sociedad Adriática de Electricidad, empresa adjudicataria del proyecto. Había otros que llegaban a con-clusiones mucho más optimistas e interesantes, y se optó por dar validez a los informes que negaban el riesgo.

A comienzos del otoño de 1963, el movimiento de la ladera se notaba a simple vista. Los vecinos de Erto y Casso deman-daban una y otra vez a la empresa y a los poderes públicos que tomaran cartas en el asunto para garantizar su seguridad, pero no obtenían respuesta. “Todo está controlado”, les decían.

La tragedia, sin embargo, ocurrió y se llevó por delante ca-si dos mil vidas. A las once menos veinte de la noche del 9 de octubre de 1963, el Monte Toc cayó sobre el embalse le-vantando una ola de 90 m que saltó por encima de la presa y destruyó completamente Longarone, más las poblaciones de Rivalta, Pirago, Faé, Villanova y Codissago. Una segunda ola batió las laderas del embalse, dañando a Erto y Casso y arrasando sus partidas.

La fuerza del agua no dejó ni escombros, ni ruinas. Nada. Tan sólo una explanada de fango se extendía donde antes había pueblos llenos de vida. Muchas familias perecieron enteras. Y los pocos que salvaron la vida deberían ser incluidos en la lista de “desaparecidos”: son personas rotas, truncadas, perdidas.

En un principio, el juicio sustanciado en el Tribunal del’Aqui-la declaró que lo ocurrido había sido un “desastre culpable múltiple premeditado” y dictó una sentencia ejemplar. Sin embargo, tras sucesivos recursos, las penas se fueron sua-vizando. Al final, sólo hubo oficialmente tres culpables, y sólo uno acabó cumpliendo algo más de un año de cárcel.

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Toda Italia se volcó para ayudar. Llovió dinero para contribuir a la reconstrucción. Y es ese dinero el que dio inicio a la se-gunda tragedia del Vajont, la que siguen sufriendo quienes sobrevivieron. Y es que la catástrofe acabó por convertirse en un negocio. El dinero aportado para las compensaciones no fue para las víctimas, que para colmo han tenido que oír cosas muy duras (“con la tripa llena se llora mejor”…), sino para la amplia zona beneficiaria, que sorprendentemente se extendió a la región del Trivéneto, incluidas Venecia y su área industrial, cuyas empresas disfrutan hasta hoy de ayudas y de ventajosas condiciones fiscales.

En esta situación, las víctimas son incómodas: son un recor-datorio permanente del crimen, de manera que se ven hos-tigadas, ninguneadas, incluso culpabilizadas. Denuncian que el dinero de la reconstrucción no sólo no se ha gestionado limpiamente, sino que incluso se ha vuelto contra ellos.

“No puedo consentir estos abusos, ni que la gente piense, encima, que nos hemos hecho de oro. Pero a día de hoy, todavía no se pueden decir ciertas cosas”, afirma Carolina Teza, de Longarone. El libro Vajont, L’onda lunga, de la periodista Lucia Vastano, que relata los desmanes cometidos hasta hoy con ese dinero, ha sufrido toda clase de bloqueos para su difusión. Y por orden judicial se cerró la web www.vajont.org, el mayor archivo de información sobre la tragedia, donde se daba puntual información de lo que ha ido acaeciendo en el “dopo Vajont”.

“Una bella historia, ¿no te parece?”, pregunta Carolina con una mirada firme, desafiante… e inmensamente triste.

Al día siguiente comenzaron a llegar los emigrantes, numerosos como corres-ponde a una zona pobre. Se topaban, aturdidos, con una realidad inimagi-nable.

El impacto de la ola en el suelo creó un pozo de 25 m de profundidad. La fuerza del agua arrasó cinco pueblos y acabó con la vida de casi 2.000 personas.

En Fortogna, junto a Longarone, se dispuso un enorme cementerio. Dos mil ataúdes idénticos, dos mil cruces igua-les que se colocaron en ordenadas filas. Muchas de ellas, por no haberse podido encontrar los cadáveres, señalaban tum-bas vacías.

Fotos: Bepi Zanfron

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“Fue así, toda la gente que corría, que llora-ba, que llamaba: ¿Estáis todos en casa, es-táis todos vivos? Todos llamaban: ¡Mamá, hermano…! No se veía nada, estábamos a oscuras. Apenas al alba fueron hasta donde se ve Longarone, y cuando volvieron dijeron: Longarone está destrozada, es como una lo-sa, no queda nada. En fin, aquella noche vi-mos al diablo, y basta”.

Rina de Lorenzi, Casso.

Del antiguo embalse, hoy sólo queda un mi-núsculo lago que desagua por una tubería subterránea al exterior. Esta tubería fue construida por la SADE por si alguna vez el Monte Toc se caía sobre el embalse. A la opinión pública se le dijo que lo ocurrido fue ‘una catástrofe natural’, pero la tubería se colocó en lugar seguro. Una precaución que no se tuvo con la gente.

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Vista de la ladera desprendida del Monte Toc, “la frana” caída. Quedó al aire la roca viva con un reconocible perfil en “M”, y el antiguo valle quedó colmatado para siempre.

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“El monte Toc estaba lleno de grietas, los árboles se inclina-ban hacia la tierra. Durante todo el verano se sintieron temblores de tierra. Y el terre-no se hundía bajo los pies. Las señales estaban ahí, pero no querían entenderlas”.

Oliva de Lorenzi, Casso.

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Las laderas del antiguo em-balse están cuajadas de lá-pidas y capillas funerarias que señalan el lugar donde hubo una casa, con las fotos de quienes desaparecieron a-quella noche. Todo el monte es un cementerio.

“Cuando mi marido volvió de Alemania, al día siguiente de la tragedia, se encontró solo en el mundo. Los perdió a todos: padres, abuelos, her-manos, tíos, primos... Le-vantó la capilla que veis allí abajo, donde antes estaba su hogar. Luego, nunca quiso hablar de esto. Su historia la he contado siempre yo. Él se encerró en el silencio más absoluto”.

Albina, Le Spese.

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“El Estado nos daba el 20% de una ayuda a fondo perdi-do, pero habías de contar con un aval del triple. Ninguno de nosotros tenía ese aval. Eso fue una burla. Un nota-rio de Pordenone y un em-presario vinieron a mi casa, y me ofrecieron 10 millones de liras a cambio del derecho a esa ayuda. Yo acepté, no tenía otra opción”.

Franca Filippin, Erto.

“Nos dijeron que fue una ca-tástrofe natural, nos dijeron que no teníamos derechos... Nos dieron un dinero ver-gonzoso como indemnización y después debíamos estar callados. Yo no le pedí a na-die que me sacara del fango. Llevaría 45 años muerta con mi madre, con los míos.”

Micaela Coletti, Longarone.

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“Este es el acuerdo que los su-pervivientes se vieron forza-dos a firmar y que les privó de cualquier otro derecho. Esto es lo que le dieron a mi marido: el asesinato de una familia entera se saldó con el equivalente a unos 3.000 eu-ros.”

Carolina Teza, Longarone.

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“Lo que han hecho con el cementerio de For-togna ha sido destruir la memoria de las víctimas. Sustituyeron las lápidas por cipos blancos donde no se ven ni los nombres. No hay fotos, no se pueden poner flores. Nos han quitado el cementerio”.

Carolina Teza, Longarone.

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“Los procesos penales han demostrado am-pliamente que desde el primer momento los bravos técnicos de la SADE conocían per-fectamente lo que sucedía. Pero se empeña-ron culpablemente en terminar su obra sin preocuparse de la seguridad y la vida de mi-les de personas”.

Italo Filippin, Erto.

La presa del Vajont sigue en pie como monu-mento a la codicia. No contiene agua sino los miles de toneladas de roca que se despren-dieron del Toc. Es una inmensa pared de vér-tigo, desnuda e inútil, trágica y culpable.

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UNA CATÁSTROFE “NO NATURAL”

El huracán Katrina· EE.UU.Fotografía: Michael Appleton

Introducción: Patrick McCully

Textos: Michael Appleton

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“Esta nación tiene un adversario grande y poderoso… Luchamos contra la Madre Naturaleza. Es una bata-lla que tenemos que mantener día a día, año tras año. Nuestro buen nivel económico depende de esa victoria”.Filmación del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los EEUU en el Mississippi.

En la tarde del domingo 28 de agosto del 2005, el alcalde de Nueva Orleáns, Ray Nagin, dio la primera orden de eva-cuación en la historia de la ciudad. “Afrontamos la peor tormenta que habríamos podido imaginar”, dijo. “La situación es muy grave. Nunca había ocurrido algo así”. El día anterior, el huracán Katrina se había intensificado sobre el Golfo de México hasta transformarse en uno de los más fuertes jamás habidos, con vientos de hasta 269 km/h. La tormenta parecía ir derecha hacia Nueva Orleáns.

Katrina tocó tierra el lunes por la mañana temprano, a unos 80 kilómetros de la ciudad. Pareció que se había librado del impacto directo del huracán. “Por suerte, Nueva Orleáns se libra por poco del temido golpe”, proclamaba el New York Times el martes.

Sin embargo, poca gente diría hoy que la experiencia del Katrina fue una “suerte”. La tormenta mató a más de 1.200 personas en Nueva Orleáns y sus alrededores. Cuatro quin-tas partes de la ciudad quedaron inundadas, en algunas zonas por más de seis metros de agua, y los daños en casas e infraestructuras se evaluaron en unos 28.000 millones de dólares.

Cuando se analiza el desastre, el hecho de que la inmensa mayoría de los muertos fueran afro-americanos pobres de-muestra que, incluso en el país más rico y poderoso del mundo, la vulnerabilidad de los más pobres ante desastres naturales, o aparentemente naturales, es una evidencia tan injusta como injustificable.

La segunda conclusión es que el desastre fue evitable. En el fondo, el New York Times tenía razón: la ciudad se libró del impacto directo del huracán. Lo que arrasó Nueva Orleáns no fue tanto la horrible tormenta cuanto el fallo de sus in-fraestructuras de protección contra inundaciones. La ciudad, rodeada por diques de defensa, está situada en una depresión entre uno de los ríos más poderosos del mundo y un lago conectado al Golfo de Méjico por una zona de humedales. La historia de 300 años de esfuerzos para proteger a Nueva Orleáns de las crecidas del Mississippi y de las tempestades del Lago Pontchartrain, sirve para ilustrar hasta qué punto es peligroso confiar en que este tipo de infraestructuras controlará las crecidas.

El sistema de defensa frente a los huracanes diseñado por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EEUU, que había empezado a construirse 40 años antes y aún no se había acabado, estaba supuestamente diseñado para soportar una tormenta de nivel 3; el Katrina que golpeó Nueva Orleáns no era tan fuerte.

Pero las defensas de Nueva Orleáns fallaron porque estaban mal diseñadas y mal construidas, y porque la ciudad y el Delta en su conjunto se están hundiendo. Al igual que todos los deltas, el del Mississippi se originó por los depósitos se-dimentarios de incontables inundaciones a lo largo de miles de años. Una parte de esos sedimentos que los ríos aportan en su desembocadura forman barras costeras y alimentan de arena las playas. En la medida en que durante décadas se regularon las crecidas e inundaciones ordinarias, los suelos del Delta se han ido compactando, generándose procesos de subsidencia (hundimiento), al tiempo que ha progresado la acción erosiva del mar. Las grandes presas han contribuido, paradójicamente, a incrementar la vulnerabilidad de Nueva Orleáns frente las inundaciones. Se estima que los enormes embalses del Alto Missouri colapsan en torno a la mitad de

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los flujos sedimentarios que en su momento bajaban por el Mississippi y que alimentaban la existencia del Delta.

Por otro lado, la proliferación de diques de ribera a lo largo de cientos de kilómetros ha incrementado la cinética fluvial y consiguientemente la capacidad destructiva de las crecidas. Por último, en este juego irresponsable e imprudente de cam-bios drásticos en la dinámica fluvial, el bloqueo de muchos brazos del río, que derivaban caudales hacia el mar, ha fa-vorecido la colmatación del canal principal.

El Delta del Mississippi dejó de crecer alrededor del 1900 y ha ido hundiéndose y encogiéndose sistemáticamente desde entonces. Desde 1930, las olas del Golfo de México han devorado más de 4.900 km2 de humedales costeros en Luisiana –casi el doble de la superficie de Luxemburgo–. El Servicio Geológico de EEUU calcula que el ritmo en la pérdida de humedales es de dos campos de fútbol por hora. Sobre el mapa, la costa de Luisiana parece una puntilla de encaje más que un territorio.

La pérdida de humedales costeros causa un daño demoledor, no sólo sobre los ecosistemas, sino sobre la economía y la seguridad de las poblaciones. De hecho, humedales, barras e islas amortiguan la fuerza y envergadura de las mareas de tormenta, al tiempo que reducen la vulnerabilidad de pueblos y ciudades ante los huracanes.

El ciclo fatídico de mala gestión de las crecidas que sufrió Nueva Orleáns –cada inundación motivó nuevas inversiones para controlar avenidas, seguidas por nuevos desarrollos urbanísticos, supuestamente en zonas protegidas, que aca-baron sufriendo inundaciones desastrosas, lo que motivó nuevas obras de ingeniería…– está lejos de ser una excepción. En todo el mundo, cuantos más daños por inundación se han producido, mayores inversiones se han hecho en infraes-

tructuras hidráulicas para controlar las avenidas. Sin em-bargo, la construcción de presas y diques de ribera, lejos de reducir los riesgos, los ha aumentado.

Hoy se puede concluir, en suma, que esas costosas estrategias de control de crecidas han fracasado. De hecho, tanto en EEUU como en Europa, durante los últimos años se vienen aplicando nuevas estrategias basadas en el principio de “dejar espacio al agua” (“give space to the water”). En lugar de aplicar el principio de “dominación de la naturaleza”, luchan-do contra las dinámicas naturales, la moderna eco-hidrología promueve renegociar con ella los espacios de inundación flu-vial, especialmente en la cuenca media (inundación “blanda” en crecida), como forma más eficaz y eficiente (menor coste) de suavizar sus efectos y reducir la fuerza de las puntas de crecida. Además, hoy se valora la importancia que tienen los flujos de sedimentos que los ríos aportan para garantizar la sostenibilidad de deltas, playas y ecosistemas costeros.

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Miles de personas esperaron, durante días, en el Superdome a ser evacuadas.

Cuatro días después del paso del Ka-trina, sobreviviendo en la miseria en el Superdome.

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Quintilla Williams espera a ser evacu-ada con su hija, Akea, en brazos, a las puertas del complejo deportivo del Su-perdome de Nueva Orleáns.

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La inundación, al día siguiente de que el Katrina tocara tierra.

La catástrofe provocó también fugas de gas e incendios.

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La gente recoge los alimentos que los helicópteros del ejército lanzan en las proximidades de Centro de Conven-ciones de Nueva Orleáns.

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Kandy Ducros y su hijo Keithen Ada-mas, de cuatro años, a las afueras de Nueva Orleáns, tras ser evacuados.

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Durmiendo en un autobús abandona-do en el Distrito 9.

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Con retraso incomprensible, la Guardia Nacional evacuando a la población.

Ann-Veronica Recasner y su madre Mildred Foley, de 90 años, junto a otros vecinos desalojados, seguían sin tener dónde alojarse varios días después de la inundación.

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DEGRADACIÓN DE ECOSISTEMAS ACUÁTICOS Y HAMBRE

Mar de Aral· Uzbekistán: Un desierto de sal ante los ojos

Lago Chad· Chad: El lago que desaparece

Mekong· Tailandia, Laos, Camboya: Igual que colapsar una arteria

Delta del Indo· Pakistán: Cerrad los ojos si preferís no mirar

Río Omo· Etiopía: La presa Gibe3

Texto:Pedro Arrojo

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Los ecosistemas acuáticos albergan los mayores nive-les de biodiversidad y al mismo tiempo los hábitats más frágiles. Desde hace miles de años, las comunidades humanas se han asentado en torno a ríos, lagos y hu-medales, de los que han obtenido el agua y los ali-mentos necesarios para vivir dignamente.

Sin embargo, con el desarrollo industrial y la sociedad de consumo, en pocas décadas hemos destruido miles de ki-lómetros de hermosas costas fluviales; hemos desecado gran parte de los humedales, talado sotos y bosques de ribera, rectificado, estrechado y amurallado cauces; hemos quebrado la continuidad de los hábitats fluviales con decenas de miles de grandes presas; hemos sobreexplotado acuíferos y arruinado grandes ríos que ya ni siquiera llegan al mar, al quedar secos durante meses cada año; hemos contaminado sistemática y masivamente lagos, ríos y acuíferos… En nombre del “pro-greso”, en suma, hemos roto la salud y la sostenibilidad del ci-clo hídrico. Hoy, de hecho, el medio acuático continental lidera el ranking de hábitats en la biosfera con mayor proporción de especies extinguidas o en peligro de extinción.

Sin embargo, esa quiebra en la salud de los ecosistemas acuá-ticos no sólo afecta a la biodiversidad y degrada patrimonios naturales de alto valor, sino que se sitúa en la base de dos de los grandes problemas de la humanidad en el siglo XXI: el del acceso al agua potable y el del hambre, agravados ambos por el cambio climático en curso.

Tal y como establece la Declaración Europea por la Nueva Cultura del Agua, firmada en 2005 por 100 científicos de los diversos países de la UE, el hecho de que 1.100 millones de personas no tengan garantizado el acceso al agua potable no es sino la cara humana del problema de insostenibilidad de nuestros ecosistemas acuáticos. La degradación de la vida en los entornos acuáticos ha acabado tornándose en enfermedad y muerte, especialmente para los más pobres.

Por otro lado, la mayor parte de las proteínas en la dieta de las comunidades empobrecidas proceden de la pesca. La ruptura de la continuidad del hábitat fluvial por grandes presas y la destrucción de humedales, junto a la contaminación y de-tracción abusiva de caudales, han arruinado las grandes pes-querías continentales de todo el mundo. Casos como los del Mar de Aral, el Lago Chad, el Lago Victoria, el Río Sinú, la Amazonía, el Paraná, el Indo o el Mekong son ejemplos al respecto.

La degradación y el colapso de caudales fluviales ha llevado, por otro lado, a graves impactos sobre la pesca marina, pri-vada de los aportes fluviales de nutrientes continentales que fertilizan la vida en las plataformas litorales, especialmente en mares cerrados o cuasi-cerrados, pobres en plancton, co-mo el Mediterráneo. Un ejemplo lo tenemos en el Nilo: el cierre de la presa de Assuán produjo en su momento una reducción de capturas de sardina y boquerón del 90% en todo el Mediterráneo Oriental.

La urgente necesidad de proteger los humedales y manglares que aún existen en el mundo responde, en buena medida, a las terribles consecuencias que su degradación está teniendo sobre la pesca. Estos ecosistemas son de hecho los espacios de mayor productividad natural en la biosfera, al tiempo que son los verdaderos pulmones hídricos que, junto a los acuíferos, regulan el ciclo hidrológico en las diversas cuencas.

Reforzar la llamada “resiliencia” del ciclo natural, es decir, las capacidades regeneradoras y de regulación que aportan estos ecosistemas, frente a la creciente variabilidad climática (mayor intensidad y frecuencia de sequías y crecidas), es una de las claves de cualquier estrategia sensata de gestión de riesgos de sequía y de inundación ante el cambio climático.

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UN DESIERTO DE SAL ANTE LOS OJOS

Mar de Aral· UzbekistánFotografía: Radek Skrivanek Dieter Telemans

Introducción: Marisancho Menjón

Textos: Radek Skrivanek y Dieter Telemans

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Un mar camino de la leyenda · Los niños de Muynak nunca han visto el mar. Oyen contar a sus abuelos, viejos marinos, historias de su juventud, cuando la vida de esta ciudad uzbeka se desarrollaba en torno al Mar de Aral, y les parece estar escuchando leyendas de un tiempo que nunca fue.

Y, sin embargo, son historias que retratan una realidad no tan lejana. Sólo unas décadas separan la imagen de la próspera ciudad de Muynak, con un dinámico puerto y cientos de fa-milias que vivían de la pesca, el transporte y la industria de conservas de pescado, de la desolada Muynak de hoy, rodeada de un desierto de sal y cuyos habitantes, con graves problemas de salud, ven pocas expectativas de futuro.

El Mar de Aral, en el corazón de Asia Central, entre las an-tiguas repúblicas de Kazajstán y Uzbekistán, fue el cuarto lago más grande del mundo. Pero en los años 60 comenzó su declive imparable, a causa del desvío de los ríos Amu Darya y Sir Darya para regar grandes y lejanas extensiones de campos de algodón. Se construyeron 94 embalses y 24.000 km de canales para el riego de 7 millones de hectáreas, y el agua que abastecía al Mar de Aral dejó de llegar a su destino.

En 1963, el Mar de Aral tenía 66.100 km2 de superficie, una profundidad media de 16 m y un volumen de sal de un 1%. En 1987, 27.000 km2 del antiguo fondo marino se habían convertido en tierra seca, el mar había perdido el 60% de su volumen, su profundidad había descendido 14 m y su concentración de sal se había duplicado. En la década de los 90, el Aral recibía menos de un décimo de los caudales que lo alimentaban, y a menudo no recibía nada de agua. En la actualidad el antiguo gran lago se ha reducido en un 90%.

Con el mar, se perdió la pesca y se arruinó la que había sido una dinámica industria de conservas y salazón que daba trabajo a 60.000 personas: en 1959 se producían casi 50.000

toneladas de pescado; en 1994 las capturas anuales habían quedado reducidas a una décima parte; hoy son prácticamente inexistentes.

El viento esparce toneladas de sal y arena del antiguo fondo marino por toda la región, provocando violentas tormentas secas que dificultan la respiración durante días y hacen in-transitables las calles. Con el viento se esparcen también los restos de fertilizantes y plaguicidas que se utilizan en pro-porciones extraordinarias para aumentar la productividad de las cosechas, y que contaminan el aire y las aguas inutilizan-do la tierra para la agricultura, destruyendo pastos y bosques y provocando serios problemas de salud en la población, especialmente en los niños.

Son cientos de miles las personas que padecen enfermedades respiratorias crónicas, hepatitis y cáncer de esófago. La tuberculosis ha alcanzado proporciones epidémicas (unos 400 casos por cada 100.000 habitantes) y la mortalidad infantil arroja, en algunas regiones de Karakalpakia, tasas cercanas al 100‰.

La impactante imagen de los barcos oxidados en mitad del desierto, sobre la costra de sal que un día fue el lecho del mar, encierra un drama mucho más hondo que el que se aprecia al primer golpe de vista: es la ruina de decenas de miles de personas, es el grave deterioro de la salud que les afecta día a día, muy especialmente a los niños; y es la tristeza irremediable de saber que un territorio, antaño alegre y próspero como son los puertos de mar, está hoy perdido en la mayor desolación.

Han surgido varios proyectos para tratar de reparar esta catástrofe, incluido un costosísimo y problemático trasvase de aguas de los ríos siberianos; pero ninguno ha podido llevarse a cabo. El trágico destino del Mar de Aral parece, hoy por hoy, irreversible.

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Sin peces que pescar ni puerto al que arri-bar, la flota pesquera quedó abandonada en un desierto de sal, a cientos de kilómetros de un mar cada vez más lejano.Foto: Radek Skrivanek

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El destino del Mar de Aral se cruzó con los esfuerzos por convertir al Asia central en el gran productor de algodón y arroz para el imperio soviético.Fotos: Radek Skrivanek

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Ainaev Musa: “Nuestras embar-caciones se cargaban en grandes camiones y se llevaban lejos de Muynak, porque ya no quedaban peces que pescar”. La última vez que él salió a faenar fue en 1980.

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“El Mar de Aral estaba lleno de peces. Y el agua era tan pura que los veíamos nadar”. Betekay con-templa la desolada llanura que se extiende ante su casa en Ucg-say, que fue una península en la costa del Aral. “Hoy no hay mar, ni pescado, ni trabajo ni nada que comer”.

Tobashev Almas muestra una vieja foto de un grupo de pesca-dores. Hizo su última campaña en el mar en 1981. No comprende cómo ha podido desaparecer un mar tan enorme en una genera-ción.Fotos: Dieter Telemans

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Las fábricas de conservas de pescado daban trabajo a más de 60.000 per-sonas. Hoy subsiste una sola fábrica en Muynak, que procesa un pescado traído desde el Mar Caspio, a más de 2.000 km.

Sergei Bakajoesjin Lipatovitsj, anti-guo capitán de barco en Muynak, que hoy tiene el mar a más de 100 km de distancia.Fotos: Dieter Telemans

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La nueva generación no conoce el mar. Los niños no se hacen idea de cuál fue la vida que llevaron sus padres, en su propia ciudad, hace apenas unos años.

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Salima es una de las miles de personas que padece tuberculosis en la zona. “Sólo cuando empecé a escupir sangre me di cuenta de lo que me ocurría”. Muynak tiene la tasa más alta de tuberculosos de la antigua Unión Soviética..

Las comadronas dicen que no han visto nacer niños sanos en Muynak desde los 80. “Todos nacen con ane-mia, porque la tienen sus madres; y eso les hace muy vulnerables a enfer-medades e infecciones”.

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Hoy, los habitantes de Muynak ven ante sí una eterna marea baja. El agua sigue retirándose poco a poco, cada vez más lejos de lo que un día fue un próspero, vital y alegre puerto de mar. Fotos: Dieter Telemans

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EL LAGO QUE DESAPARECE

Lago Chad· ChadFotografía: Cédric Faimali

Introducción: Marisancho Menjón

Textos: Cédric Faimali / Collectif Argos

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Aún queda una mancha verde · Un lago que va desapa-reciendo inexorablemente, el avance amenazador del desierto circundante, la ausencia de lluvias, los ríos secos que ya no desembocan en ninguna parte porque su caudal se exprime hasta la última gota... No extraña la afirmación de que el Lago Chad es “el Mar de Aral africano”. Desgraciadamente ambos casos muestran muchas similitudes y un resultado catastrófico: la ex-trema reducción de dos masas de agua continental que se contaban entre las más importantes del mundo.

Se suele decir que el Lago Chad desaparece por culpa del cambio climático y que será una de sus primeras víctimas, pe-ro no sólo hay que tener en cuenta ese factor: una vez más la mano del hombre, en forma de mala gestión de las aguas y de los sistemas acuáticos, está detrás. La falta de visión a la hora de actuar sobre los ríos, sin acabar de entender que una actuación aguas arriba siempre tiene su repercusión aguas abajo, genera graves problemas que se cargan, como siempre, sobre las espaldas de los más pobres.

El Lago Chad es un oasis en mitad del Sahel, al sur del de-sierto del Sahara. Alimentado en un 90% por el río Chari y sus afluentes, el lago depende en gran medida de los ciclos monzónicos. Tanto los ríos como las lluvias estacionales se han debilitado en extremo, al tiempo que crecen los periodos de sequía. La recesión del lago pone en peligro la supervivencia de cientos de miles de personas.

La explotación colonial de los recursos supuso un trauma en la economía de las comunidades ribereñas: su producción agrí-cola tradicional fue sustituida por el cultivo del algodón para la exportación, cuya comercialización quedaba en manos france-sas. Con ello, faltaron los alimentos básicos y llegó el hambre. Pero fue tras la independencia, en 1960, y mientras el Chad se desangraba en guerras internas, cuando Nigeria puso en marcha los grandes proyectos de regadío que iban a significar

la verdadera sobreexplotación de los ríos que alimentan el Lago Chad. El principal de ellos fue el “South Chad Irrigation Project”, que afectó a varios ríos de la cuenca, represados y san-grados mediante canales para regar extensas áreas de cultivos de arroz.

En los años 60 el Lago Chad cubría más de 25.000 km2; en la actualidad apenas alcanza los 1.000. Su escasa profundidad (tan sólo 1,5 m de media) lo hace muy vulnerable a cualquier al-teración del régimen de precipitaciones. Pero la detracción de caudales en la cuenca para proyectos de regadío es responsable de al menos la mitad de esa recesión.

La falta de agua ocasiona una catástrofe humana que tiene múltiples facetas. Han desaparecido las abundantes especies de fauna que poblaban las orillas y ha disminuido dramática-mente el pescado, que es el alimento básico de la población. Se ha ido el agua y ha llegado el hambre. Los pescadores nigeria-nos y cameruneses se repliegan hacia las orillas cada vez más exiguas del lago. La población se agolpa en los poblados y pelea por los escasos recursos. Surgen los problemas, la violencia.Todos luchan por sobrevivir. Los conflictos fronterizos por los derechos de uso del agua añaden grandes dosis de tensión en la zona.

Está en marcha un proyecto de regeneración de los ecosistemas del lago que se basa en una gestión integral más adecuada de los caudales de la cuenca. También hay propuestas para recu-perar los sistemas tradicionales de cultivo, que probaron su eficacia durante milenios para abastecer a la población y que, sin necesitar grandes y costosas infraestructuras, pueden a solventar el problema más urgente e importante: el hambre. Mientras tanto, los agricultores chadianos diseñan pequeños sistemas de captación de agua de lluvia para sus campos. Y confían en que el clima cambie y vuelvan a llegar, en el futuro, los fuertes monzones de los años felices.

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Lo que en otro tiempo fue la cuarta lámina de agua dulce de África, en la actualidad no es más que un humedal que se puede atravesar a pie casi en su totalidad.

El lago Chad fue un amplio espacio navegable que sostenía un activo co-mercio entre cuatro países: Chad, Nigeria, Níger y Camerún. Hace años que el agua sólo alcanza ya las riberas del Chad.

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Mahamat Ayouba es uno de los pocos pescadores que todavía utilizan la téc-nica del “halcón”; esta pesca no es posi-ble más que en las zonas donde el lago aún es profundo (2 m mínimo).

En las riberas del lago Chad, el ali-mento fundamental es el pescado. Hoy la pesca escasea hasta tal punto que el hambre y la desnutrición afecta ya a cientos de miles de personas.

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Ya apenas quedan pescadores en Bol. Unos emigraron y otros se han hecho agricultores. Sin embargo, como dicen en la zona, sólo de cereal no se puede vivir; sólo de pescado, sí.

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IGUAL QUE COLAPSAR UNA ARTERIA

Mekong· Tailandia, Laos, CamboyaFotografía: Eirik Linder y Francesca Casciarri / CALIAS

Introducción: Aviva Imhof

Textos: Eirik Linder y Francesca Casciarri

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La arteria vital del sudeste asiático · En la cuenca baja del Mekong viven sesenta millones de personas cuyos modos de vida y culturas están íntimamente unidos a los ciclos naturales del río. En una de las zonas de pesca continental más productivas y con mayor diversidad, el Mekong proporciona a sus habitantes alrededor del 80% de sus necesidades de proteínas. En la actualidad este río hermoso, dinámico y lleno de vida está amenazado. Los gobiernos de la región y varias empresas extranjeras proyectan construir una serie de grandes presas para la producción hidroeléctrica. Laos, en su apuesta por convertirse en “el gran productor de energía eléctrica del sudeste asiático”, planea la construcción de más de treinta presas en la cuenca y cuatro megaproyectos en el Bajo Mekong. Vietnam tiene en construcción múltiples presas en diversos afluentes, y Camboya también quiere construirlas tanto en los ríos tributarios como en el curso principal. Las presas significarían la desaparición de la abundante pesca del río, al fragmentarlo en pequeños tramos, y por tanto el hambre para decenas de miles de personas que dependen de ella.

Los proyectos de presas construidos hasta ahora en Thailandia, Laos y Vietnam han dejado un legado de ecosistemas destruidos y vidas destrozadas. La presa de Pak Mun, en Tailandia, se ter-minó en 1994 con financiación del Banco Mundial. El proyecto estuvo inmerso en una fuerte polémica desde el principio de-bido a los impactos previstos sobre las ricas y productivas pes-querías del Río Mun, el mayor afluente del Mekong. La drástica reducción en las capturas de pescado afectó a más de 20.000 personas de forma directa.

Durante años, los afectados han luchado para que las compuer-tas del embalse quedasen permanentemente abiertas, permi-tiendo así la libre migración de los peces. Al comprobar el desastre que se estaba produciendo, en 2002 el Gobierno ac-

cedió a abrir las compuertas durante cuatro meses al año. Sin embargo, el nuevo gobierno anuló este acuerdo en 2007. Hoy, los habitantes de las riberas siguen luchando por sus derechos y por la restauración del río Mun.

La población afectada por el proyecto hidráulico del Theun-Hinboun, en Laos, registra una historia parecida. Durante la pasada década, más de 29.000 personas –en su mayor parte agricultores y pescadores de subsistencia– perdieron su pesca, sus campos de arroz, sus huertas y sus fuentes de agua potable por culpa de la presa. Muchos han abandonado sus campos porque las inundaciones que provoca la existencia de la presa han hecho inviable el cultivo de arroz. Aunque la compañía Theun-Hinboun ha intentado poner en marcha un programa de indemnizaciones, no ha tenido éxito. Mientras tanto, esta misma empresa está avanzando con el proyecto de una nueva presa que generaría nuevos desplazamientos de población e impactos en la pesca.

Durante la pasada década, 55.000 personas que dependían del río Sesan, en el nordeste de Camboya, se han visto afectadas por la construcción, aguas arriba, de la presa de las Cascadas de Yali, en Vietnam. La presa ha alterado los caudales del río, ha diezmado su pesca y ha arruinado las vidas de los campesinos, tanto en Camboya como en Vietnam. Los desembalses masivos han producido inundaciones repentinas, causando la muerte de al menos 39 personas, pérdidas de ganado y la destrucción de los campos de arroz y las huertas. El régimen de explota-ción de las presas hidroeléctricas en la región tiene como único criterio maximizar beneficios en la producción eléctrica, lo que exige turbinar masivamente en horas punta en las que los picos de demanda elevan el precio de la electricidad. Tales subidas bruscas de caudal, además de generar graves riesgos para la vida de las personas, están produciendo fuertes procesos erosivos en las riberas.

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Los habitantes se han unido para formar la Red de Protección de los Ríos 3 S, que lucha por lograr indemnizaciones para los afectados, cambios en el modo de explotación de la presa y detener la construcción de más presas hasta que se hayan sa-tisfecho sus demandas.

Pese al legado del pasado y a las amenazas futuras, hay un lugar para la esperanza. El río Mekong es aún un ecosistema floreciente y no es demasiado tarde para protegerlo. El movi-miento contra los proyectos de presas en la región está crecien-do y está favoreciendo la aparición de opciones más sensatas para satisfacer las necesidades energéticas y de desarrollo de la región. El majestuoso Mekong ha discurrido libre y lleno de vida durante miles de años. El reto es que siga siendo un río vivo.

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Los pescadores aprovechan el día del cierre de las compuertas para capturar los peces que se acumulan junto a la pared de la presa de Pak Mun, porque ésta impide su desplazamiento aguas abajo.

La “escalera de remonte” para los pe-ces, promovida por el Banco Mundial para paliar el daño que causa la presa Pak Mun en el ciclo reproductivo de las especies, ha demostrado ser una infraestructura totalmente inútil.

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El resultado de una noche de pesca en Ban Hua Heo, Thailandia. Tras la construcción de la presa, la variedad, tamaño y cantidad de los peces se han reducido a niveles mínimos.

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S. V. lucha en Tailandia desde hace años contra la presa de Pak Mun, para lograr compensaciones por los daños que ha sufrido su comunidad y para que se restaure el ecosistema del río.

T. S., de 65 años, lucha contra la presa de Pak Mun y reclama justicia, res-peto a los derechos humanos y unas dignas condiciones de vida para las poblaciones afectadas.

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K. W., de 73 años, en Ban Hua Heo, Thailandia. A cambio de su casa, inun-dada por el embalse de Pak Mun, re-cibió otra, a varios kilómetros del río, a medio construir. Nunca fue terminada.

La presa de Theun Hinboun, en Laos, ha destruido los recursos naturales de los que vivían 29.000 personas. Ahora la empresa beneficiaria de este proyecto pretende construir otra presa que afectará a muchos miles de per-sonas más.

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La presa de Theun Hinboun se cons-truyó para exportar energía a Tai-landia. Hoy, muchos de los pueblos afectados en Laos aún no tienen elec-tricidad.

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Laos, Ban Kongphat. La alimentación básica de las gentes del Mekong era el pescado. Tras la construcción de la presa, se ha hecho habitual el consumo de ratas.

Ban Kongphat, Laos. Las localidades ribereñas han perdido tierra y culti-vos por la erosión que provocan en las orillas las crecidas repentinas de caudal, debidas a los desembalses de la presa.

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Nueva Ban Nam Sanam, Laos. Tras las muertes provocadas por los desem-balses, se prohibido a la población acercarse al río excepto por necesi-dades sanitarias y exclusivamente dentro de unas “jaulas” construidas para atender estos usos.

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Los hombres jóvenes en la nueva Tang Katie pasan el tiempo bebiendo vino de arroz en el poblado. Las tasas de paro son altísimas y la desesperanza se ceba en ellos tras la construcción, aguas arriba, de la presa de las Casca-das de Yali, en Vietnam.

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El río Sesan, en Ban Lomlang, Cam-boya.

S. J., ex pescador, en Ban Lomlang, Camboya. Sus aparejos de pesca están en desuso por la escasez de peces en el río Sesan a causa del la presa de las Cascadas de Yali. Ahora, suelen verse en las casas como simples elementos decorativos.

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CERRAD LOS OJOS SI PREFERÍS NO MIRAR

Delta del Indo· PakistánFotografía: Dominic Morisette

Textos: Dominic Morisette

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El Delta del Indo · El río Indo, de unos 2.880 kilómetros de longitud, discurre entre India y Pakistán. Tiene el doble del caudal del Nilo y cuatro veces el del río Colo-rado. Tras la separación de estos países en 1947 y con la firma del correspondiente tratado sobre reparto de aguas, Pakistán puso en marcha en la cuenca del Indo el sistema de riegos más grande del mundo. Contó para ello con la financiación del Banco Mundial. Este sistema de riegos está compuesto por 19 presas (dos de las cuales se cuentan entre las mayores del planeta), 50.000 km de canales de distribución y 130.000 km de canalizaciones complementarias.

El delta del Indo, con su inextricable red de canales naturales, fue durante mucho tiempo la región más fértil del país. El río desembocaba en el mar con tanta fuerza que podía provocar olas que llegaban a cien millas de la costa. Esta abundancia de agua dulce fue la base de una floreciente agricultura, espe-cialmente de arroz, que se exportaba a la India y a los países del Golfo. Por otro lado, como en otros deltas, esos caudales fluviales aportaban masivamente nutrientes continentales que favorecían la pesca en las costas, muy particularmente la cría de camarones (gambas) y otros mariscos.

El masivo desarrollo del regadío en la cuenca no tuvo en cuenta los impactos sociales y ambientales que se producirían a medio y largo plazo. En la medida en que el 91% del agua del Indo se desvía para atender esos riegos, el agua dulce ya no llega a la desembocadura del río, lo que ha supuesto dejar en la ruina a 130.000 personas. Los pocos caudales que llegan están fuer-temente contaminados por los retornos agrarios y urbanos. La cuña salina inunda ya una cuarta parte del sistema de canales del delta, arruinando las tierras que en otro tiempo fueron fértiles. La pesca desaparece poco a poco en la zona. En suma, la región costera de la provincia de Sindh, con su espléndido estuario pletórico de vida y biodiversidad, hoy se ha convertido en un verdadero desierto.

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“Hace cuarenta y cinco o cincuenta años cultivábamos arroz, trigo y fruta en Keti Bandar. Cuando disminuyó el caudal del río, el agua del mar inundó nuestra tierra”.

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El puerto de Sokhi Bandar ha desa-parecido en el mar y las aguas sub-terráneas se han vuelto salinas. Una blanca costra de sal cubre la tierra, y los campos antes fértiles están ahora resecos.

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“El río Indo está yendo cada vez a me-nos; el mar gana terreno; la aridez avanza”. En todas partes, agricultores convertidos en pescadores porque la tierra ya no produce nada, y pescado-res muy pobres porque el mar cada vez produce menos.

“Cuando era niño, el pueblo estaba rodeado por tierras agrícolas. No conocíamos el mar. Hoy, somos todos pescadores y el mar nos ha alcanza-do”. Los 2.000 habitantes de Thorhi dependen de cuatro pozos situados lejos. Desde 1995, esta agua ni siquie-ra es potable.

Hoy, 19 presas y 43 sistemas de ca-nales sobre el Indo constituyen el sistema hídrico artificial más grande creado por el hombre. Como resulta-do, los manglares en el delta se han reducido a un tercio de su superfi-cie original. Ello supone no sólo una drástica reducción de la pesca, sino también un grave problema de segu-ridad para las poblaciones de la costa, que se quedan sin protección ante ciclones y tsunamis.

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LA PRESA GIBE 3

Río Omo· EtiopíaFotografía: Brent Stirton

Textos:Terri Hathaway

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El río Omo desciende desde la meseta central de Etiopía y atraviesa el tórrido sudoeste del país para acabar desembocando, en Kenia, en el lago Turkana.

Medio millón de personas viven en el Bajo Omo, una región aislada y tradicionalmente olvidada por el gobierno etíope.Sus recursos vitales dependen de los ciclos estacionales del río, que marcan el latir de la vida. Cuando las inundaciones anuales se retiran, los agricultores siembran y los ganaderos llevan a pastar a sus animales en la llanura enriquecida por los sedimentos.

Hoy, sin embargo, la supervivencia de las comunidades indí-genas Mursi, Bodi, Muguji (Kwegu), Kara (Karo), Hamar, Bashada, Nyangatom y Daasanech está amenazada por la construcción de una gran presa hidroeléctrica, Gibe 3, que alterará gravemente el régimen fluvial. La construcción, ini-ciada en 2006, se adjudicó a la empresa italiana Salini por 1,7 millones de dólares sin concurso público, lo que proyecta serias sombras de corrupción sobre el proceso. El Gobierno etíope, violando su propia legislación ambiental, presentó el estudio de evaluación de impacto del proyecto mucho después de iniciada la construcción de la presa.

Las comunidades han informado de que la mayoría de la población no conoce siquiera cómo va a afectar esta obra al ré-gimen natural del río, del que dependen. Tampoco las ONGs y los académicos etíopes se atreven a hablar, por temor a re-presalias.

Además, pueden surgir serios conflictos en el acceso a los recursos. En 2003, 5.000 miembros de las tribus Konso fueron reasentados en los pastos del pueblo Bodi, que no ha recibido por ello ninguna compensación. Hay tensiones entre las dos comunidades que en diciembre de 2007 hicieron estallar los primeros brotes violentos, con varios graneros de los Bodi que-mados, y varios Konso muertos. La situación podría empeorar con la pérdida de tierras fértiles por causa de la presa.

Los promotores de esta obra proponen establecer un régimen de desembalses que reproduzca el ciclo natural del río a fin de permitir la continuidad de los cultivos y los usos ganaderos tradicionales. Pero siguen sin presentar estudios fiables que garanticen que ese régimen de desembalses va a producir la cantidad de alimentos que el río facilitaba hasta ahora, de forma compatible con la explotación hidroeléctrica. Por otro lado, sería necesario que la empresa hidroeléctrica firmase un compromiso fiable de respetar ese régimen. Son muchos los casos en que a posteriori, una vez hecha la presa, la empresa concesionaria ignora tales compromisos alegando incompatibilidad con la rentabilidad económica de la obra.

Los derechos de las comunidades del Bajo Omo han sido igno-rados, hasta la fecha, tanto por la legislación etíope como por los organismos internacionales, en la medida en que se ponen en grave riesgo sus medios de subsistencia. La presa de Gibe 3, sin planes de mitigación de daños, va a generar serios problemas hambre y salud, al tiempo que puede quebrar el equilibrio social de la región y alimentar la violencia entre las comunidades de la zona.

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PRIVATIZACIÓN, DERECHO HUMANO AL AGUA POTABLE

Guerra del Agua en Cochabamba· Bolivia: “¡El agua es del pueblo, carajo!”

Privatización en Ghana: ¿Cómo África rompe el espejismo?

Minería a cielo abierto en Cajamarca· Perú: Vidas a cambio de oro

Texto:Pedro Arrojo

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Según Naciones Unidas, 1.200 millones de personas no tienen garantizado el acceso al agua potable y más de 2.400 millones carecen de sistemas básicos de sanea-miento. Si las tendencias en curso se mantuvieran, para 2025 el número de personas sin acceso garantizado al agua potable llegaría a 4.000 millones. Por esta razón, cada día mueren entre 10.000 y 20.000 personas.

Se estima que cada día 4.000 niños y niñas menores de 5 años mueren de diarrea por beber agua contaminada. La falta de saneamiento y el vertido directo de las aguas cloacales están detrás de estas muertes. Esta es, de hecho, la primera causa de mortalidad infantil en el mundo.

A la falta de saneamiento urbano se une la contaminación tóxica por actividades industriales, petroleras, mineras y agrarias, que envenena silenciosamente a millones de perso-nas. Particularmente grave es la contaminación por cia-nuros y metales pesados de la minería a cielo abierto, cuyas explotaciones, a menudo en cabeceras fluviales, quebrantan la salud de comunidades enteras, frecuentemente indígenas como en Cajamarca (Perú). La complicidad irresponsable de la administración, y a menudo la corrupción, hacen posible generar vertidos tóxicos en países en desarrollo que jamás podrían realizarse en los países de origen de las empresas responsables.

A todo ello debe añadirse el agravamiento de enfermedades como el dengue, la malaria o la esquistosomiasis (que ya afecta a 200 millones de personas) por la insalubridad de aguas contaminadas y estancadas.

La universalización de los servicios básicos de agua y sanea-miento ha sido una exigencia social y un imperativo moral asumidos tradicionalmente por los poderes públicos, con un grado u otro de responsabilidad y eficacia. Sin embargo, en

las últimas décadas el modelo neoliberal de globalización imperante ha llevado al Banco Mundial (BM) y a otras instituciones económico-financieras (Fondo Monetario In-ternacional, bancos regionales de desarrollo, agencias de cooperación…) a promover políticas de desregulación y pri-vatización, transformando estos servicios públicos en simples negocios. En este contexto, los correspondientes derechos humanos y ciudadanos en juego tienden a transformarse en relaciones mercantiles, haciendo de los ciudadanos meros clientes. Hoy se puede afirmar que estas políticas, lejos de resolver el problema de acceso al agua potable en el mundo, han agravado la vulnerabilidad de los más pobres, generando fuertes movimientos de protesta y graves conflictos. El éxito de estas luchas no sólo ha bloqueado el proceso de privatización en países como Bolivia (Cochabamba, El Al-to), Argentina, Uruguay o Indonesia, entre otros, sino que está abriendo la perspectiva de nuevos modelos de gestión pública participativa bajo control social. Nuevos enfoques que se confrontan tanto a los modelos de gestión pública tra-dicionales, a menudo ineficientes e incluso corruptos, como a la modernidad privatizadora de corte neoliberal.

En definitiva, estos movimientos plantean una nueva cohe-rencia basada en el reconocimiento del acceso al agua potable como un derecho humano, que emerge ya en las nuevas constituciones nacionales de países como Uruguay, Bolivia, Venezuela o Ecuador.

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¡EL AGUA ES DEL PUEBLO, CARAJO!

Guerra del Agua en Cochabamba· Bolivia

Fotografía: Aldo Cardoso

Introducción: Ramón Rocha Monroy

Textos: Rocío Bustamante

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La guerra del agua en Cochabamba · En abril de 2000, la ciudad de Cochabamba tomó la calle para expulsar a una corporación transnacional que había recibido del Gobierno boliviano la concesión no sólo de los servicios de agua y saneamiento urbanos, sino de todas las fuentes de agua de la región. Cochabamba fue escenario de una historia emblemática de lucha, conocida como “la Guerra del Agua”, que se desarrolló en tres actos: apropiación de las aguas por la empresa, resistencia popular y reversión de la concesión.

En 1997, el Banco Mundial impuso a Bolivia la privatización del servicio de agua y saneamiento en El Alto-La Paz y en la ciudad de Cochabamba, como condición para seguir prestando ayuda financiera al país. Dos años después, una licitación reservada con un solo proponente entregó el agua de Cochabamba a la compañía Aguas del Tunari, subsidiaria de la corporación transnacional Bechtel.

Aguas del Tunari no tardó en elevar las tarifas de agua hasta el 200%, al tiempo que anunció la expropiación de derechos an-cestrales de las aguas de riego de las comunidades indígenas del entorno de Cochabamba. Ello provocó una movilización po-pular, tanto en la ciudad como en las comunidades indígenas del entorno rural, que se conocería como la guerra del agua.

La firme resistencia popular consiguió expulsar de Bolivia a la corporación transnacional.

El liderazgo de la lucha lo asumió la Coordinadora en Defensa del Agua y de la Vida, presidida por el dirigente obrero Óscar Olivera, que impugnó la concesión y llamó a referéndum en marzo de 2000, obteniendo el rechazo masivo de la población cochabambina a la privatización de los servicios de agua. El mes de abril se inició con bloqueos en los caminos de acceso a la ciudad y movilizaciones urbanas y periurbanas que pedían la cancelación del contrato de concesión de Aguas del Tunari. El gobierno del general Hugo Banzer respondió apresando a los dirigentes de la Coordinadora y

decretando estado de sitio por 90 días. La ciudad de Cochabamba fue ocupada por fuerzas militares, pero la resistencia ciudadana era tan sólida que el 9 de abril el Gobierno se vio obligado a cancelar el contrato con Aguas del Tunari.

Fue un momento de unidad entre el campo y la ciudad, enfren-tados contra la administración del agua por una empresa. Los héroes anónimos de dichas jornadas, que dieron su cuota de sangre con al menos dos muertos y decenas de heridos, venían de los suburbios donde ni siquiera hay servicio de agua potable. Los niños y jóvenes de la calle cumplieron guardias nocturnas; uno de ellos murió en la torre de la Iglesia de la Compañía de Jesús, según dice la gente, ahorcado por la policía. El estudiante Víctor Hugo Daza cayó abatido por un disparo de bala. Testigos y fotografías de prensa mostraron en acción a un francotirador militar, a quien se inició juicio aunque no recibió la sanción merecida.

Una de las claves de la lucha estuvo en la solidaridad inter-nacional. En abril de 2000, más de 500 personas mandaron mensajes por Internet a la corporación Bechtel demandando la salida de Bolivia de la empresa concesionaria. Ciudadanos de San Francisco (EEUU) dieron su apoyo a la causa manifestán-dose ante la sede de Bechtel y creando un Comité de Supervi-sión que en julio de 2002 exigió a Aguas del Tunari que retirase su demanda ante el CIADI. En septiembre, quince personas fueron detenidas durante una manifestación que bloqueaba la entrada a las oficinas principales de Bechtel en San Francisco; simultáneamente, 300 organizaciones de 43 países firmaron una petición internacional al Banco Mundial exigiendo que el juicio de Bechtel a Bolivia fuese abierto y transparente a la opinión pública.

Los actos de solidaridad internacional consiguieron, en cuatro años, que Aguas del Tunari, Bechtel y Abengoa retiraran sus de-mandas de indemnización por un pago simbólico de 2 bolivianos (30 centavos de dólar). Por fin, el 19 de enero de 2006 la causa se cerró y el pueblo cochabambino consolidó su victoria en la guerra

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del agua. La victoria del David local contra el Goliat transnacio-nal corrió por todo el mundo y multiplicó las demandas ciudadanas contra los negocios del agua en manos de las corporaciones privadas. Éstas se amparan en tratados de protección a las inver-siones impuestos por el Banco Mundial y por la Organización Mundial del Comercio, que presionan sobre los fallos judiciales en favor de las empresas privadas, exigiendo indemnizaciones millonarias por la rescisión de los contratos de privatización. El pueblo de Cochabamba demostró que se puede vencer a las cor-poraciones más poderosas uniendo a los movimientos sociales y promoviendo la información y la solidaridad internacional.

La experiencia de Cochabamba es considerada internacional- mente como un ejemplo emblemático de lucha contra la pri-vatización del agua que promueve el modelo neoliberal de globalización en curso. La guerra del agua motivó e inspiró la Reforma de la Ley del Agua Potable en Bolivia. El ejemplo de Cochabamba fue posteriormente seguido por la población de El Alto, en su lucha contra la corporación Aguas del Illimani; se repitió en la defensa de los recursos naturales con la guerra del gas y en las marchas por la tierra y el territorio. Gracias a la guerra del agua, los movimientos sociales consolidaron su concepción del derecho a la tierra como un derecho de las co-munidades, y particularmente de los pueblos indígenas, que incluye el suelo, el subsuelo, el agua y el aire. Muchos analistas identifican en la guerra del agua de Cochabamba las raíces de la victoria electoral del presidente Evo Morales en diciembre de 2005. Cochabamba inspiró la creación del Ministerio del Agua y las políticas de recuperación de los derechos indígenas en el corazón de América Latina, al tiempo que sustanció el liderazgo boliviano a nivel internacional en defensa del acceso al agua potable como un derecho humano.

«Con la guerra del agua no se solucionaron los problemas estruc-turales ni se redistribuyó el agua en beneficio de los migrantes de los suburbios, pero la población tomó conciencia de su derecho colectivo sobre un recurso vital que no puede, de ninguna manera, ser considerado una mercancía».

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La policía disparando gases a las barricadas de sus pro-pios hermanos.

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Bloqueo masivo y enardecido después de más de tres semanas en las calles.

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Evo Morales, junto a los jóvenes, en los enfrentamientos habidos para poder acceder a la Plaza 14 de Septiembre, de Cochabamba.

Familiares, compañeros de lucha y ami-gos cargando el féretro de Víctor Hugo Daza, muerto por un franco tirador del ejército. A pesar de que fue filmado, hasta el día de hoy no se ha hecho jus-ticia.

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Concentración en la Plaza Principal el día de la victo-ria.

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¿CÓMO ÁFRICAROMPE EL ESPEJISMO?

Privatización en GhanaFotografía: Abdul-Yakeen Aluiza Amasaba

Introducción: Al-Hassan Adam

Textos: Abdul-Yakeen Aluiza Amasaba

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A finales de los 90, la gestión de los 190 sistemas urbanos de agua existentes en Ghana, bajo la responsabilidad de la compañía pública GWSC (Ghana Water Sewerage Corporation), entró en crisis. A su deuda de 344 millones de dólares se unió el acelerado deterioro económico y social del país, en el contexto crítico del conjunto del África Subsahariana. En esta situación, tanto el Banco Mundial (BM) como el Fondo Monetario Internacional (FMI), desde la ortodoxia neoliberal imperante, promo-vieron su Programa de Recuperación Económica y de Ajuste Estructural.

En sintonía con este programa, el Gobierno, en 1998, empezó por subir las tarifas de agua en un 140%. En una segunda fase, la GWSC pasó a ser Ghana Water Company Limited - GWLC, sobre la base de segregar los servicios de saneamiento y de abastecimiento en el medio rural (poco apetecibles para el sector privado). Todo estaba listo para el proceso de privatización que exigía el BM. En 1999 se abrió un concurso público. Tras una campaña de captación y compra de voluntades, con invitaciones para viajar al extranjero a parlamentarios, dirigentes sindicales y cuadros técnicos del GWSC; además de seminarios y cursos a los trabajadores para introducir las pretendidas ventajas de la privatización, el Gobierno firmó la concesión del servicio a la empresa francesa Azurix, subsidiaria de Enron. Sin embargo, la evidencia de serios problemas de corrupción en el contrato llevó al BM a condicionar su contribución de 100 millones de dólares a la rescisión del mismo. Tras múltiples problemas, finalmente en 2006 la GWCL y la empresa Aqua Vitens Rand Limited firmaron un contrato basado en el modelo de Par-tenariado Público Privado (PPP), conocido como el modelo francés de privatización.

Los resultados, en la práctica, pronto generaron quejas que no han parado de crecer.

“Solemos centrar la atención sólo en Accra. Pero yo puedo afirmarles que en las montañas de Akuapin no han visto una gota de agua en sus grifos desde el mes pasado. Creo que Aqua Vitens es peor que cuando el Gobierno gestionaba los servicios de agua. Debería cortarse el contrato ya…”. Decía en la radio un oyente desde Akropong.

Los cortes de suministro generaron un auténtico escándalo público cuando los medios de comunicación denunciaron las consecuencias sobre los hospitales, donde se tiene que comprar agua en bolsas para atender las necesidades más elementales. La presión social llegó a un punto en que el propio Gobierno tuvo que encomendar una auditoría a la compañía alemana Fichtner.

Las conclusiones fueron demoledoras. Los compromisos de mejora de la calidad no se habían cumplido, con el agravante de que las plantas de potabilización de las regiones mineras del oeste (Brong, Ahafo y Ashanti) no aplicaban tratamien-tos para neutralizar el arsénico, plomo, cianuro, cobre y cinc que afectan a las aguas por contaminación de la minería a cielo abierto.

Respecto a la falta de transparencia, el informe reseñaba: “Todo el proceso de distribución es una caja negra… Los datos técnicos se derivan de puros datos comerciales, de forma que difícilmente se pueden referenciar las pérdidas materiales o el grado de optimización de la capacidad de almacenamiento”.

La reacción de la sociedad empezó a ser más que notable. Aunque la provisión de agua potable se ha considerado tradi-cionalmente una cuestión técnica, el colapso de los servicios que ha propiciado el modelo neoliberal ha hecho despertar a la población. En la actualidad, el movimiento contra la pri-vatización del agua, nacido en 2001, ha tomado una enorme fuerza en dos países: Ghana y Sudáfrica.

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En Ghana, la Coalición Contra la Privatización del Agua (NC AP), una alianza de amplia base social compuesta por grupos comunitarios y religiosos, sindicatos y asociaciones ciudadanas diversas, fue promovida por el Centro Integrado de Desarrollo Social (ISODEC).

En enero de 2007 nació, en el Foro Social Mundial de Nairobi (Kenia), la Red Africana del Agua (African Water Network-AWN). Activistas del agua y de los sindicatos de 24 países africanos se unieron para lanzar una campaña en red que hoy está en marcha, con particular fuerza en Ghana, además de en Sudáfrica y otros países.

“Las ideas no cambian la historia, a menos que, y hasta que, se llevan a la vida social, en determinadas circunstancias, por fuerzas que hacen posible ese cambio”.

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Korle Lagoon: el río es utilizado como vertedero de residuos por los habi-tantes de Agbogbloshie, uno de los principales suburbios de Accra.

Fuentes y desagües ocupan el mismo espacio.

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Accra: los pobres no pueden pagar el agua corriente en las casas y no les queda más remedio que abastecerse de los pozos.

La escasez de agua se ha convertido en un lucrativo negocio para el sector pri-vado.

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Las mujeres ocupan buena parte del día en la tarea de conseguir agua para las necesidades cotidianas.

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VIDAS A CAMBIO DE ORO

Minería a cielo abierto en Cajamarca· Perú

Fotografía: Malú CabellosJonas LambriggerRuth Fremson

Introducción: Marisancho Menjón

Textos: Marco Arana y Marisancho Menjón

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La herencia envenenada de Yanacocha · La empresa Yanacocha explota en Cajamarca el tajo minero más impor-tante de América Latina. Su socio mayoritario, Newmont Mining Gold Corporation, es la primera empresa del sector a nivel mundial. Esta mina a cielo abierto está ubicada en el extremo noroeste del Perú, en plena cordillera andina, a casi 5.000 m de altura y a 48 km al norte de la capital de la región. Ocupa unas 26.000 hectáreas y en ella se extrae oro por lixiviación con cianuro.

Las inversiones privadas fueron en principio bien recibidas, bajo promesas de desarrollo y trabajo. Sin embargo, quince años des-pués la zona es más pobre de lo que era antes.

Las empresas mineras en Perú siguen privilegiadas por las leyes dictadas por Fujimori. Tan sólo deben aportar un canon del 1% de sus ingresos. Generan el 45% de las divisas por exportación, pero sólo el 4% de los ingresos fiscales al Estado y el 1% del empleo. Ello explica la paradoja de que, aunque el departamento de Cajamarca presente un crecimiento económico sostenido del 7% anual, sus indicadores de pobreza sigan en aumento.

Yanacocha ha alterado radicalmente y para siempre el paisaje andino y ha acabado con las fuentes naturales de agua. Porque esas fuentes manaban de las montañas, y las montañas ya no están. Remover 600.000 toneladas de roca cada día significa hacer desaparecer una montaña en pocas semanas. Utilizar 17 millones de metros cúbicos de agua al año significa consumir más del doble del caudal necesario para abastecer la ciudad de Cajamarca, de 150.000 habitantes, y casi el triple de lo que anualmente utilizan los campesinos de la región.

Pero el impacto más grave es el de la contaminación en fuentes y ríos. La minera precisa importantes caudales para realizar una de sus operaciones fundamentales: la lixiviación con cianuro. En las montañas cajamarquinas el oro no sale en vetas, sino que está mezclado con la tierra. De cada tonelada de tierra removida se obtiene un exiguo gramo de oro. Por eso hay que arrancarla, desmenuzarla, extenderla en grandes terrazas de más de 40 m

de espesor y regarla con una mezcla de agua y cianuro, para separar el metal. Finalmente el líquido se filtra y pasa a plantas de tratamiento donde precipita el oro puro. Esas inmensas terrazas, o “canchas” de lixiviación, y las enormes balsas que almacenan las aguas ácidas, tienen el suelo impermeabilizado con grandes piezas de plástico, a fin de evitar que el cianuro se filtre al suelo y a los acuíferos. Sin embargo, se han reportado fugas por ruptura de esos plásticos bajo el peso de los materiales que almacenan y por la acción de las máquinas que trabajan sobre ellos. Por otro lado, con frecuencia, las lluvias producen el desbordamiento de esas balsas.

La destrucción de las montañas ha supuesto la desaparición de las fuentes. El Río Grande, que abastece a la ciudad de Cajamarca, ya no nace, sino que lo nacen: donde antes había un manantial, hoy hay un racimo de tuberías negras que escupen 200 litros por segundo, bombeados del acuífero. También se secaron las fuentes de Quishuar (333 familias), Encajón-Collotán (70 familias), Ya-nacocha-Llagamarca (43 familias), San Martín-Túpac Amaru (465 familias) y Quilish-Porcón (143 familias).

Los campesinos han visto drásticamente reducida la disponibili-dad de agua para sus cultivos y la que les llega suele estar en-venenada con cianuro y metales pesados. El agua tratada, rojiza, deja en los canales de riego una huella impresa del mismo color. El mismo que muestran las aguas del río Shillamayo, que nace junto a la mina y cuya visión encoge el alma.

En los últimos años ha habido varios episodios de mortandad masiva de peces; los campesinos denuncian que a los animales se les cae el pelo; se han disparado los casos de enfermedades respiratorias y diarreas agudas, así como las dermatitis, conjun-tivitis y otro tipo de dolencias...

Ante las protestas campesinas y ciudadanas, que encabeza la Asociación Grufides, la respuesta ha venido siendo una represión brutal a manos no sólo de la policía, sino de la compañía privada de seguridad de la empresa, “Forza”, creada bajo el argumento

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de defenderse de la guerrilla de Sendero Luminoso. Sin embargo, la transgresión más brutal de derechos humanos queda a manos de bandas contratadas. A las amenazas y palizas han seguido los asesinatos: Edmundo Becerra, Godofredo García Baca, Juan Montenegro, Remberto Herrera, Melanio García e Isidro Llanos, líderes campesinos de las comunidades de Piura y Cajamarca han sido asesinados, mientras otros viven bajo amenaza. Entre ellos destaca la figura del padre Marco Arana, que encabeza la defensa de los derechos de los cajamarquinos y es una persona muy respetada por ellos.

Cuando la Minera Yanacocha agote sus derechos concesionales, probablemente para el 2018, recogerá sus máquinas, cerrará sus plantas y se irá. ¿Quién restituirá entonces las montañas de-saparecidas, los suelos degradados, la Naturaleza envenenada? ¿Quién asumirá la responsabilidad de los problemas de salud que ya aquejan a la población circundante y que se agravarán en el futuro? ¿Qué se hará con los ríos sin nacederos? ¿Quién mantendrá y garantizará que no haya fugas, desbordes o roturas en las balsas y lagunas ácidas cargadas de metales pesados, sometidas a la degradación del tiempo, las tormentas y el elevado riesgo de seísmos? ¿Quién atenderá, en suma, unos problemas cuya existencia, a día de hoy, sencillamente se niega?

Los astronómicos beneficios que cada año reporta la Newmont en sus balances están costando muy caros al Perú y al bienestar y el futuro de los cajamarquinos. Para extraer oro, un metal cuyo uso es principalmente suntuario, estamos ocasionando gravísimos daños a la vida. “Cuando un día las generaciones futuras miren retrospectivamente cómo se defendieron los derechos sociales y económicos y cómo se construyó la democracia y el desarrollo sostenible en el Perú, lo que resultará incomprensible no será la lucha de los cajamarquinos, principalmente campesinos, sino có-mo los peruanos no entendieron que debían ser todos, incluidos los mineros, los que debieron luchar por proteger el agua, la vida, el medio ambiente”, concluye el padre Marco.

La laguna Yanacocha, en 1992. De ella tomó su nombre la minera. Hoy, la laguna ya no existe: fue de-secada por la empresa.

El monte Maqui-Maqui y su la-guna tampoco existen ya; hoy, una balsa de aguas ácidas contamina los acuíferos y ríos de Cajamarca. Donde había montañas, hay crá-teres de hasta 500 m de profundi-dad cargados de muerte. Foto: Archivo Grufides

Foto: Alois Eichenlaub

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Foto: Archivo Grufides

Foto: Padre Marco Arana, GRUFIDES

“Nacimiento” del Río Grande, que abastece de agua de boca a Ca-jamarca y que quedó seco con la actividad de la minera

Lo mismo que se hacen desaparecer montañas, se crean donde no las había. Son las canchas de lixiviación, que pueden ocupar miles de hectáreas. El tajo La Quinua es el más grande de Cajamarca

En 2006, el Tribunal Latinoamericano del Agua declaró a la empresa Yanaco-cha “responsable de realizar actividades nocivas para la salud y el ambiente en la región de Cajamarca”.

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Foto: Archivo GrufidesLos mayores riesgos para la salud recaen sobre los más vulnerables. Niña contaminada en Choropam-pa, por un vertido de mercurio de un camión de la minera, que afectó a cientos de personas.

Foto: Archivo GrufidesLos campesinos vendieron sus tie-rras obligados por leyes expropia-torias; hoy, con la mina más rica de América, Cajamarca es uno de los departamentos más pobres de Perú.

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Las máquinas arrancan 600.000 to-neladas de rocas al día, para obtener menos de 1 gramo de oro por tonelada. En pocos días desaparece una mon-taña.

La impermeabilización de balsas y can-chas de lixiviación no es fiable. Se pro-ducen roturas, fugas y desbordes cuan-do hay tormentas.

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Hasta el 2006 se habían extraído 23,5 millones de onzas de oro, vendidas en su mayoría en Suiza.Fotos: Ruth Fremson

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Quienes se oponen a la minera, más allá de la represión oficial, se juegan la vida. Seis líderes campesinos han sido asesinados: Edmundo Becerra, Godofredo García Baca, Juan Mon-tenegro, Remberto Herrera, Melanio García e Isidro Llanos. Otros muchos están en la lista de amenazados.Foto: Malú Cabellos

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El tajo de minería a cielo abierto de la empresa Yanacocha en Cajamarca es el mayor de América Latina. Su principal accionista, Newmont Mining Gold Corp., es líder mundial en mine-ría de oro.

Cajamarca, paradójicamente, tiene la mi-na de oro más rica de América Latina pero sigue siendo una de las regiones más pobres del país. La pobeza ha au-mentado, incluso, desde que se instaló la minera. Los campesinos reaprovechan las botas que los mineros tiran cuando se hacen viejas .Fotos: Archivo GRUFIDES

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VICTORIAS YSOLUCIONES

Jánovas· España: La gente no valía nada

La presa de Alta· Noruega: Dejad vivir al río

Río Ebro· España: Los trasvases no son la solución

Construyendo ciudadanía en el semiárido brasileño: Un millón de cisternas

Río Klamath· EE.UU.: Abrid esa puerta de hierro

Cuenca del Loira· Francia: El Loira… una bella historia

Mujeres Mazahuas· México: La lucha por el derecho al agua

Texto:Pedro Arrojo

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Victorias y alternativas exitosas · La crisis del agua en el mundo es consecuencia de la convergencia de tres fallas críticas: la crisis de inequidad y pobreza, la crisis de insostenibilidad de nuestros ecosistemas acuáticos y la crisis de gobernanza de los servicios públicos frente a las presiones privatizadoras. Afor-tunadamente, frente a los graves problemas que se derivan de esta crisis han surgido movilizaciones ciudadanas que abren caminos de esperanza en la perspectiva de otro orden mundial que sin duda es posible, sencillamente porque es necesario.

Los modelos más avanzados de gestión y planificación de aguas colocan en un primer plano la necesidad de conservar el buen estado de ríos, lagos, humedales y acuíferos, supe-rando el viejo y arrogante paradigma de “dominación de la naturaleza” para promover enfoques más sabios y prudentes a partir del principio de “sustentabilidad”. Las viejas estrategias de oferta, basadas en grandes obras hidráulicas subvencionadas, se ven hoy superadas por nuevas estrategias de ahorro, eficiencia y conservación. En este contexto, la Comisión Mundial de Presas estable-ce la necesidad de reconocer de forma efectiva los derechos básicos de las comunidades afectadas por proyectos de grandes presas, enumerando una serie de recomendaciones que NNUU debería adoptar y promover.

Casos como el del Loira, en Francia, o los cientos de presas y azudes demolidos en EEUU, para recuperar la salud y la vida de los ríos, demuestran que el verdadero progreso eco-nómico y social debe construirse sobre la base de hacer la paz con nuestros ríos y con la naturaleza.

Luchas como las del pueblo Sami, en Noruega, permiten entender la importancia de los ríos como parte esencial del

territorio, de la vida y de la identidad de los pueblos. La perseverancia de los montañeses del Pirineo en la defensa de sus valles tiene hoy en Jánovas (España) la recompensa de un futuro prometedor basado en el respeto a los ríos y a los pueblos ribereños.

La prioridad de mejorar la eficiencia en el uso del agua, tanto en el regadío como en usos industriales y urbanos, se impone hoy en las políticas de agua más avanzadas. La modernización de regadíos, flexibilizando la regulación de caudales mediante balsas y pasando del riego por inun-dación a la aspersión y al goteo, permite ahorrar el 30% del agua usada; mientras la modernización de redes urbanas permite un porcentaje de ahorro similar evitando fugas. La estricta prohibición de sobreexplotar y contaminar ríos y acuíferos, controlando o dejando fuera de la ley prácticas productivas peligrosas y saneando todo tipo de vertidos, se impone como una responsabilidad individual y colectiva prioritaria.

Grandes trasvases, como el del Ebro en España, han queda-do desechados al comprobarse que generan graves impactos ambientales, incrementan los desequilibrios territoriales y no son razonables desde el punto de vista económico. La aplicación de nuevos criterios de ordenación territorial que limiten el crecimiento urbanístico y el uso sensato de nuevas tecnologías de regeneración y reutilización de caudales o incluso de desalación se demuestran como más razonables desde el punto de vista tanto económico como social y ambiental.

Poco a poco empezamos a entender que no podemos seguir dando prioridad a nuestra ambición desarrollista, por en-cima de los derechos humanos de los más débiles, del interés general de la sociedad y de la sostenibilidad de nuestros

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ríos y acuíferos. Empezamos a entender la necesidad de controlar esa ambición (especialmente insaciable en los que ya son ricos) para imponer nuevos criterios éticos y de racionalidad ambiental, social y económica.

La Organización Mundial de la Salud empieza a entender que la lucha contra el hambre no se puede hacer a costa de quebrar más aún la salud de la naturaleza, pues con ello agravamos la vulnerabilidad de los más débiles. En con-creto, se empieza a entender la importancia de recuperar y conservar la salud de ríos, lagos, humedales y manglares, y con ella la pesca, la proteína de los pobres.

Experiencias como la de ASA, en el Semiárido Brasileño, nos demuestran que el ingenio humano y una adecuada organización social permiten ofrecer soluciones eficaces y sustentables, incluso en la gestión de la escasez extrema de agua que está provocando el cambio climático, en re-giones que se sitúan en el límite de la habitabilidad. La construcción de un millón de cisternas pluviales se está mostrando como una alternativa eficaz para los pobres, en contraste con obras faraónicas como el trasvase del río San Francisco, que acabará enriqueciendo a los que ya son ricos, con nuevos negocios de agroexportación.

Por último, la reacción contra las presiones privatizadoras de los servicios de agua y saneamiento ha abierto en muchos países nuevos enfoques de gestión pública participativa bajo control social, al tiempo que ha abierto el camino que está llevando a reconocer el acceso al agua potable como un derecho humano que de ninguna forma debe mercan-tilizarse, tal y como ya reconocen las constituciones de algunos países de América Latina.

Afrontamos el reto en definitiva de hacer las paces con nuestros ríos y de garantizar los derechos humanos y ciu- dadanos para todos, particularmente para los más débiles. El avance de una nueva cultura del agua, basada en la vieja sabiduría de las culturas ancestrales, la asunción de principios éticos de equidad y sustentabilidad, el desarrollo de nuevos modelos de gestión pública participativa y el uso prudente y razonable de las nuevas tecnologías disponibles abren hoy perspectivas esperanzadoras al calor de los movimientos sociales.

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LA GENTE NO VALÍA NADA

Jánovas· EspañaFotografía: Tove Heiskel

Textos:Marisancho Menjón

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Volveré para hacer casa · La dureza de haber vivido el abandono forzoso del propio hogar, de la casa, los paisajes que han formado parte de toda una vida, los caminos, los cementerios donde reposan los seres queridos, de las ca-lles y las relaciones, los amigos y familiares, que se dis-persan para emprender una nueva vida, es imposible de olvidar. Quienes salieron de Jánovas lo hicieron en su mayoría hace cuarenta años, pero aún se les arrasan los ojos cuando narran lo sucedido. Los recuerdos duelen co-mo el primer día.

Pero a ese dolor, que comparten con tantos otros miles de per-sonas desalojadas de su tierra por culpa de la construcción de un pantano, suman los de Jánovas otra vuelta de tuerca, una circunstancia que aviva el escozor de la pérdida, y es el hecho de que todo el daño sufrido no ha servido para nada. La obra, proyectada desde los años 50 del pasado siglo, acabó con la vida de todo el valle del Ara, pero nunca llegó a ser construida.

Iba a ser un gran pantano para producir electricidad, aunque con la obligación impuesta por el Estado a la empresa concesionaria (Iberduero, hoy Iberdrola) de combinar este uso con las necesida-des que marcaran los regantes de Monegros. Desde el principio, esta imposición no gustó a Iberduero, pues suponía restricciones a su libre disposición de caudales y, por tanto, a su expectativa de beneficios. Sin embargo, dispuesta a llevar adelante el proyecto con la ayuda de fondos públicos, la empresa decidió acometer la expropiación y la expulsión de los vecinos.

A principio de los 60 se iniciaron las expropiaciones. A mediados de esa década, y para “convencer” a los vecinos que aún queda-ban de que debían marchar cuanto antes, Iberduero dinamitó las casas que iban quedando vacías, poniendo con ello en peligro las vidas sobre todo de los niños, difíciles de localizar en sus juegos. “No avisaban: los veías subir, y ya sabías... A Josele de Manuel le cogió un día de los de la dinamita por la calle, tuvo miedo y se vino a meter en casa nuestra; y uno de los encargados de Iberduero le metió una patada en el culo y le dijo: ‘Como te

vea por la calle, verás si te voy a dar’… Entre eso y los bombazos que vinieron luego, que caían bien gordos los peñones sobre los tejados, el pobrecito estaba que no se atrevía ni a llorar”.

En cuanto a la escuela, la empresa decidió cerrarla por su cuen-ta: el 4 de febrero de 1966, operarios de Iberduero tiraron de una patada la puerta y sacaron de los pelos a la maestra y a golpes a los chiquillos, que corrieron a refugiarse en sus casas.

“No nos trataban como a personas, nos trataban como a animales. Que un directivo de Iberduero se atreva a entrar en la escuela tirando la puerta… Y la pobre maestra, verse humillada de esa forma… Ya estuvieron todos aterrorizados mientras demolían la vivienda del maestro, que estaba justo encima, por el estruendo; aquel día hubo que llevar a los niños a darles manzanilla y a calmarlos…”

Hubo una familia que resistió durante casi dos décadas: los Garcés Castillo, acompañados a temporadas por los Buisán Pue-yo. Hicieron frente al hostigamiento de la empresa y de las autoridades con una valentía y un arrojo que hasta hoy perdura en la memoria de los aragoneses como símbolo de dignidad. Emilio Garcés y Francisca Castillo, en su absoluta soledad, no quisieron reblar y plantaron cara al abuso de poder, al atropello. Con todo su coraje. Con el orgullo en el alma…

A Francisca se le encienden las mejillas cuando habla de Jánovas:

“Fue muy duro. Si no es el que lo vive, no se puede nadie imaginar lo que es eso. Ver que hoy tiran una casa, mañana dos, y no sabes por qué... Porque eso no tiene ninguna explicación, por qué destrozar así un pueblo, verde y seco, pajares, acequias, el molino.... Esa rabia aún la tengo dentro. Eso no se puede explicar.”

“Nos hemos hecho viejos luchando… sólo y nada más que por lo que es tuyo. Siempre nos han dicho una cosa y han hecho otra; han hecho lo que han querido. El problema es que la gente no vale nada…”.

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Lo más sangrante es que, desde 1971 al menos, la empresa no tenía claro que el embalse proyectado fuera a resultarle renta-ble. La consecuencia de aquellas dudas fue que la obra nunca se inició. Sin embargo, la bellísima ribera del Ara quedó arruinada.Ni en las estimaciones de la empresa hidroeléctrica ni en las de la Administración existía la conciencia de la injusticia cometida con unas gentes obligadas a marchar para nada.

A comienzos de 1984, Emilio y Francisca, igual que María Pueyo, que aún mantenía su casa en pie, fueron desahuciados defini-tivamente y expulsados de Jánovas.

A pesar de todo, la lucha continuó y en 2001, tras las movilizacio-nes sociales, las demandas, las reclamaciones ecologistas y la pelea vecinal, en cumplimiento de la nueva legislación europea se elaboró un estudio de impacto ambiental del proyecto de embalse que concluyó en una declaración negativa, lo que significaba, de hecho, la desestimación de la obra. Oficialmente, sin embargo, ésta no quedó anulada de manera definitiva hasta el año 2005.

La ilusión volvió a los corazones de los antiguos habitantes de Jánovas y de sus descendientes, porque van ya para tres gene-raciones las que luchan por lograr la reparación de este largo atropello y la reversión de las tierras. Tienen fe en recuperar lo que nunca debió dejar de ser suyo, y en devolver la vida a esos pueblos. En volver “para hacer casa”. Deber de todos será vigilar que el proceso de reversión, iniciado por fin a finales de 2008, se lleve a cabo con justicia.

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El embalse de Jánovas, en el Pirineo, suponía inundar tres pueblos: Jánovas, Lavelilla y Lacort; y desalojar catorce pueblos más en el Valle de la Solana.

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“Se llevaron los santos y todo lo de la iglesia; los cargaron en un tractor como si fuera leña. Dijeron que el obispo lo había autorizado, pero por qué se te-nían que vender ellos nada si eso no era suyo...”

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La Plaza de Jánovas hoy.

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Teresa Buisán y Félix Buisán: “Nuestro padre Antonio no llegó a salir de Jánovas. Murió de cáncer en 1969, pero no pudieron enterrarlo en Jáno-vas: Iberdrola había expropiado el ce-menterio…”

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Emilio Garcés y Francisca Castillo du-rante la época en la que quedaron solos en Jánovas, resistiendo el hostigamien-to de la hidroeléctrica y de la Adminis-tración para que abandonaran el pueblo.

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La familia Garcés resistió sola durante veinte años. Hoy siguen en la lucha por recuperar su casa, y ya son tres genera-ciones las que afirman que Jánovas no rebla.

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Tras la desestimación del embalse, en diciembre de 2008, tendrá que ser la tercera generación de afectados la que devuelva la vida a Jánovas. La nieta de Emilio y Francisca se llama Ara, como el río.

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DEJAD VIVIR AL RÍO

La presa de Alta· NoruegaFotografía: Tove Heiskel

Introducción: Andrew Preston

Textos: Tove Heiskel

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Ecos de vida: Resistencia popular al proyecto de la presa de Alta · 14 de enero de 1981: el mayor contingente policial que se había visto en Noruega desde la Segunda Guerra Mundial interviene para desalojar a unos mil manifestantes de un lugar aislado por la nieve, a 20 km de la ciudad de Alta, en el extremo norte de país. Ese lugar, conocido como Punto Cero, es el acceso al lugar de construcción de la presa más controvertida de la historia de Noruega.

La operación de desalojo de los manifestantes dura 16 horas. Con 30º bajo cero y sólo dos horas diarias de luz natural, unas 800 per-sonas son arrestadas y otras 1.500 muestran su solidaridad por las calles de Alta.

El río Alta-Kautokeino discurre serpenteante entre su nacimiento en la frontera finlandesa y su desembocadura en el fiordo de Alta. En su recorrido, de 170 km, atraviesa el último territorio virgen del continente europeo: la meseta de Finnmark, un paisaje salvaje y desolado que forma parte del asentamiento tradicional del pueblo sami.

La construcción de la presa de Alta significaba, para la comunidad sami, el desplazamiento de la localidad de Masi y un gravísimo impacto sobre sus medios de vida. La agricultura y la pesca se perderían, así como las zonas tradicionales de pastoreo y las rutas migratorias estacionales utilizadas por los pastores de renos.Estaba también en peligro un área de extraordinaria belleza na-tural. Además de suponer una amenaza para los bancos de sal-món más valiosos del país, el lugar previsto para el proyecto era el hogar de aves rapaces más destacado de Noruega, así como de seis de las doce especies de animales más amenazadas de Europa.

Alarmantes predicciones de una acechante crisis energética supu-sieron el telón de fondo para el apoyo parlamentario del proyecto. El ministro de Energía llegó a afirmar que estaba en juego el suministro de luz para los hogares. La combinación de impru-dencia medioambiental, insensibilidad hacia los derechos de los pueblos indígenas y actitud nada receptiva del Gobierno forjó una oposición al proyecto de Alta sin parangón en la historia de conflictos medioambientales de Europa.

Un proceso viciado· Las protestas comenzaron en los primeros años setenta. Cuando la Comisión Parlamentaria visitó la localidad sa-mi de Masi, el pueblo entero recibió a los políticos con pancartas en las que se leía: “Nosotros estábamos aquí primero” y “ Los renos no cambian sus rutas”.

Frente a una oposición sin precedentes por parte de una coalición de samis, grupos conservacionistas y ayuntamientos, se optó por modificar el proyecto. En 1973 Masi se salvó de ser inundado, y un año después se suprimió del proyecto el embalse de Iešjávri.

El ministerio de Medio Ambiente había cedido a la presión de los promotores y renunciado a llevar a cabo una revisión integral de impacto medioambiental y cultural, conformándose con una reduc-ción de las dimensiones del proyecto original. A los dos municipios más afectados, Alta y Kautokeino, no les pareció suficiente y re-chazaron rotundamente el proyecto. Pero el Parlamento noruego acabó por aprobarlo en 1978.

El Frente Popular en contra de aquel plan para el Alta-Kautokeino se puso en marcha pocos meses antes de la votación parlamentaria. En su mejor momento, el grupo de opositores alcanzaría unos 20.000 miembros e involucraría a 85 ayuntamientos.

En julio de 1979 se levantó un campamento de protesta en Detsika, en el camino al lugar de las obras. Unos 6.500 manifestantes blo-quearon el acceso a Stilla (Punto Cero), impidiendo los trabajos en la presa a lo largo del verano.

En Oslo, la Asociación Noruega para la Conservación de la Natu-raleza inició procedimientos legales en contra del Gobierno, cues-tionando la validez de la decisión parlamentaria que aprobaba el proyecto. Mientras tanto, los samis solicitaban una negociación sobre sus derechos como pueblo, exigiendo que no se realizase nin-gún plan de desarrollo en áreas de población sami hasta que los derechos sobre el agua y la tierra hubiesen sido clarificados.

En octubre, siete manifestantes sami comenzaron una huelga de hambre frente al Parlamento, exigiendo la paralización de las obras y un debate sobre los derechos del pueblo sami. Hubo mani-

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festaciones en todo el país y en febrero de 1980 el primer ministro, Odvar Norli, acordó establecer un comité para revisar la cuestión del territorio sami y los derechos sobre el agua.

Pero a finales de año el Gobierno se estaba impacientando. El torpe desalojo de los manifestantes de Stilla el 14 de enero fue muy mal recibido por la opinión pública y evidenció un delicado momento tanto para los opositores como para el Gobierno.

Se convocó una segunda huelga de hambre y, en febrero, catorce mujeres sami, incluidas algunas de las madres de los huelguistas, ocuparon las oficinas de la primera ministra Gro Harlem Bru-ndtland.

En septiembre de 1981 se reanudaron las obras y al año siguiente la Corte Suprema dictaminó que, a todos los efectos, se habían emprendido las obras del proyecto de manera satisfactoria y que los afectados habían tenido tiempo suficiente para discutir sobre el mismo.

Las protestas continuaron, pero el Gobierno no se mostraba dis-puesto a revisar de nuevo el proyecto. Los líderes de las movili-zaciones fueron acusados de instigación y unos mil noruegos fueron multados.

La central hidráulica de Alta empezó a funcionar en mayo de 1987 y desaparecieron las variedades de plantas endémicas en la zona del embalse. La pesca cayó en picado. Las zonas de pastoreo de re-nos y rutas de paso de manadas desaparecieron o se deterioraron.

La amenaza de un peligroso déficit de energía resultó ser una falsa predicción. Cinco años después, el ayuntamiento del condado de Finnmark se retiró del proyecto. Una sucesión de inviernos sua-ves, un inusual exceso de precipitaciones y el cierre de plantas industriales de gran consumo energético generó un excedente de energía al comienzos de los 90, causando dificultades financieras a los productores energéticos.

Un paisaje transformado· La presa de Alta no sólo alteró el me-dioambiente de la cuenca del Alta-Kautokeino, sino también el panorama político y cultural de Noruega.

Los primeros debates sobre la protección de los ríos tuvieron lugar en los años 60, pero fue la polémica sobre Alta la que lo impulsó. El primer Plan Nacional para la Protección de las Cuen-cas Hidrográficas fue aprobado en 1973. Hoy hay 387 cuencas protegidas, por ley, de futuras actuaciones.

Hoy existe un consenso sobre la necesidad de evitar nuevas actua-ciones hidráulicas a gran escala en Noruega. El problema se ha desplazado al exterior, al cuestionamiento sobre las ayudas de fondos noruegos, servicios de asesoramiento y de aprovechamiento energético en proyectos hidráulicos que se llevan a cabo en países en desarrollo. El caso de Alta puso la cuestión de los derechos del pueblo sami en la agenda política. El conflicto destacó la necesidad de aclarar la relación del Estado con la cultura sami, y el propio status legal de los samis como pueblo. El Comité para los Derechos del Pueblo Sami impulsó una enmienda constitucional sobre este tema y el establecimiento de un parlamento sami (inaugurado en 1989). En 2005 se promulgó el Finnmark Act, que transfería la mayoría de las competencias del Estado al gobierno local.

El 1 de mayo de 1979, Gro Harlem Brundtland, ministra de Medio Ambiente, visitó Masi; la pancarta le pregunta: “¿Por qué apro-baste unos planes que destruyen el río y la pesca?”.

Foto: Kaare Tannvik305

14 de enero de 1981: 400 policías sacaron por la fuerza a los manifes-tantes que bloqueaban el acceso al lugar de construcción de la presa

La primera manifestación contra el proyecto de Alta se organizó en el pueblo Sámi de Masi, en 1970.

Foto: Ellen Anne Hætta

Una mujer Sami permanece junto a su hijo, Ante Gaup, en su vigésimo cuarto día de huelga de hambre en protesta por la construcción de la presa de Alta.

Foto: Bernt Eide

Foto: Helge Sunde

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En medio de la tundra, al oeste de Fin-mark, nace el río Alta-Kautokeino. Gran parte de la tundra habría quedado inun-dada si se hubiera llevado a cabo el proyec-to inicial de la presa.

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Trygve Guttormsen, artista de Masi: “Que el Gobierno tomara decisiones so-bre territorios y valores que los Samis sentían como suyos... Ese fue el pro-blema fundamental”.

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Ellen Anne Hætta, profesora: “Para la gente de Masi, una de las lo-calidades más pobres de Noruega, el proyecto de Alta suponía un desastre”.

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Ellen Mari Utsi Sara, pastora de renos.

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Ole Henrik Magga, presidente del Par-lamento Noruego Sami entre 1989 y 1997: “Sentíamos lo que sentimos aho-ra también, y es que este territorio es nuestro”.

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Ellen Anne Guttormsen participó en la ocupación del despacho de la Ministra de Medio Ambiente: “Entre nosotras estaban las madres de los hombres que estaban en huelga de hambre: tenía-mos que poner fin a aquello”.

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LOS TRASVASES NO SON LA SOLUCIÓN

Río Ebro· EspañaFotografía: Tove Heiskel

Textos:Marisancho Menjón

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Una riada de gente para salvar el Ebro · En el año 2000 el Gobierno de España hizo público el Plan Hidrológico Nacional, un proyecto que incluía, como pieza clave, un trasvase del Ebro a Barcelona, al Levante y al Sureste de la Península Ibérica de 1.080 hm3 anuales.

La noticia generó un fuerte debate social, técnico y político. Sin embargo, no era un proyecto nuevo. Como dice Manel Tomás, de la Plataforma en Defensa del Ebro, “la lucha contra los trasvases tiene más de treinta años. La primera propuesta data del año 73. Pero esta vez tuvimos la sensación de que iba en serio”.

Tanto en Aragón como en el Delta, en las Tierras del Ebro, la oposición que suscitó el PNH fue masiva. Cientos de miles de ciu-dadanos salieron a la calle una y otra vez a manifestar su rechazo al proyecto. Existía una sensación generalizada de postergación de unas comunidades respecto de otras, que aquel trasvase no iba sino a profundizar. Más allá de este sentimiento, por otro lado, emergió un potente movimiento en defensa del río. Científicos y especialistas le dieron cuerpo argumental, con razones sólidas y bien fundamentadas, al tiempo que ofrecieron alternativas más razonables desde el punto de vista ambiental, económico y social.

La lucha contra el trasvase del Ebro fue un auténtico fenómeno sociológico en el que se combinaron diversos frentes: el debate científico-técnico, las movilizaciones ciudadanas (manifestaciones multitudinarias, las mayores de la historia del país) y la estrategia política desarrollada con tesón ante los parlamentarios de la Unión Europea. Esta última actividad dio lugar a una nueva movilización de gran calado: la “Marcha Azul a Bruselas”, que convocó no sólo a miles de ciudadanos, sino a las organizaciones internacionales en defensa de los ríos. Una Marcha que, en una actitud sin precedentes, acudió al corazón de la Unión Europea para pedir que no se dieran fondos para un proyecto de estas características.

Aquella oposición frontal de la ciudadanía fue, en sí misma, un duro golpe para el PHN, que esperaba la financiación europea para llevarlo adelante. El Gobierno necesitaba refrendar legisla-tivamente cuanto antes aquel Plan Hidrológico, pues estaba a

punto de entrar en vigor la Directiva Marco Europea en Materia de Aguas, aprobada en el año 2000 e incompatible con las obras que proponía el PHN. De hecho, toda la tramitación del PHN se realizó con carácter de urgencia y el propio Estudio de Impacto Ambiental, su evaluación y declaración positiva subsiguientes se solventaron en un plazo de seis meses.

Los beneficiarios, sobre todo en Valencia y Murcia, argumentaban que necesitaban el trasvase del Ebro para mantener su próspera agricultura de exportación y para no sufrir restricciones en el abastecimiento urbano. Barcelona, sin embargo, pronto se des-colgó de esas reivindicaciones, asumiendo nuevas estrategias para satisfacer sus demandas de agua. Desde las comunidades de la cuenca cedente se argumentaba que la verdadera justificación del trasvase radicaba en intereses inmobiliarios y empresariales de corte especulativo. Se aducía, además, que nunca los trasvases ha-bían servido para solucionar problemas de déficit, puesto que la mera expectativa de recibir más agua disparaba los proyectos de urbanizaciones y nuevos regadíos, con lo cual el agua trasvasada acaba, a la postre, siendo insuficiente.

Se prevenía también acerca de los elevados costes energéticos y financieros que supondría bombear el agua a lo largo de 800 km y construir las grandes presas que debían almacenar el agua a trasvasar, y que no eran otras que las de Itoiz, Yesa, Biscarrués y Santaliestra (además de los demás embalses contemplados en el Pacto del Agua de Aragón). Estos proyectos eran clave para el PHN, especialmente el recrecimiento de Yesa, capaz de albergar los 1.000 hm3 a travasar. “El de Yesa es un proyecto que se revitaliza cada vez que se impulsa un trasvase”, insisten los afectados desde el Pirineo aragonés.

La detracción de aguas del Ebro para trasvasarla a lo largo del li-toral mediterráneo acababan por pagarla más cara que nadie los territorios del Pirineo y del Delta: el Pirineo habría de soportar nuevas piezas de regulación que lo desvertebraban y despoblaban aún más; y el Delta vería reducidos drásticamente los caudales de agua y los nutrientes, acelerando la crisis generada por colapso masivo de sedimentos, retenidos en las presas.

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Entre la cabecera del río y su desembocadura, mientras tanto, las posibilidades de desarrollo de los territorios de la cuenca peli-graban, al priorizarse las expectativas de agua para un litoral me-diterráneo arrasado, y al tiempo enriquecido, por un desarrollo urbanístico y agrícola insostenible y sin control.

En los primeros meses del 2004, desde el Parlamento Europeo comenzaron a llegar noticias: los informes de las comisiones en-cargadas de evaluar el PHN eran contrarios a proporcionarle fi-nanciación. No dio tiempo, sin embargo, a que Europa pronunciase una negativa oficial: los resultados de las elecciones de marzo de ese año en España supusieron la formación de un nuevo Gobierno que derogó inmediatamente la parte del PHN que incluía el trasvase del Ebro. La amenaza que había pesado en los últimos años sobre el río se alejaba. Los movimientos sociales habían ganado la batalla.

Sin embargo, mucha gente a lo largo de toda la cuenca no tiene intención de bajar la guardia. Han vivido ya varias amenazas de trasvase y no se arriesgan a que el futuro les coja desprevenidos, pues la filosofía trasvasista no se ha derogado.

Foto: R. Allepuz / El Periódico de Aragón

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“El agua del río no sólo alimenta los arrozales, sino la pesca y los criaderos de marisco, y también crea las playas. El río es una auténtica arteria de vida para todo el territorio”.

Ramón Carles, acuicultor.

“Nos dicen que tenemos que preservar la riqueza natural del Delta, pero lue-go diseñan un trasvase que significa destrozarlo… ¡para hacer urbaniza-ciones en otro sitio! Eso no lo podemos aceptar”.

Polet, empresario de ecoturismo.

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“La política trasvasista no tiene sen-tido. Las nuevas tecnologías arrumban antiguas estrategias que en el siglo XXI quedan fuera de lugar”.

Pedro Arrojo, Fundación Nueva Cultu-ra del Agua.

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“La lucha en Erés ha sido muy amarga y muy dura todos estos años, pensando que, si construían el pantano de Bisca-rrués, un día íbamos a tener que echar-nos el hato a las costillas y marchar a otro lugar. Eso no es justicia”.

Leonor Corral, de Erés.

“Hoy, a 50 años de la construcción del pantano de Yesa, no se ha reconocido sacrificio que supuso para todo el valle. Incluso se nos tacha de radicales sólo por defender nuestros derechos”.

Miguel Solana, de Artieda, diputado en Huesca.

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“La respuesta ciudadana fue alimen-tada por prestigiosos científicos que afirmaban que era posible salvar el Ebro promoviendo alternativas más ra-zonables a los problemas hídricos de la Península”.

Manel Tomás, Plataforma en Defensa del Ebro.

“Las gentes de la Nueva Cultura del Agua tenemos que aprender a respi-rar hondo, porque en la medida en la que el agua siga siendo dinero, baza de los juegos políticos o forma de po-der, su apetencia no tendrá límite de satisfacción posible; nuestra lucha no tendrá fin, nunca habrá una victoria final. Donde dicen “digo”, nos dirán que querían decir “diego”. Apenas habremos apagado un fuego cuando la codicia humana, de la mano de los pirómanos del progreso, nos habrá encendido tres más. La nuestra y la suya son dos maneras diferentes del ver el mundo, la vida y las relaciones con los semejantes, incluidas las gene-raciones venideras. Estamos llaman-do “progreso” a lo que no deja de ser una forma maquillada de darle fuego a todo: ríos, paisajes, naturaleza, cul-tura, identidad, dimensión espiritual del ser humano... Pese a que la retóri-ca del discurso del agua ha cambiado, por aquello de que “algo hay que cam-biar para que nada cambie”, nuestros planes hidrológicos siguen siendo esencialmente planes del reparto del agua, no hay en ellos espacio relevante para la belleza, para la percepción del anima mundi, ni para la calidad de la vida en su dimensión metafísica. Hoy apenas quedan ríos en nuestro país; lo que queda son auténticos cadáveres hidrológicos de ese progreso; aun así, siguen estando en el punto de mira de nuevas apetencias, maquilladas de sostenibilidad, y lo estarán hasta el fluvioholocausto final del país”.

Javier Martínez Gil.Padre de la filosofía de la Nueva Cultura del Agua.Foto: Pipa Álvarez

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UN MILLÓN DECISTERNAS

Construyendo ciudadanía en el semiárido brasileño

Fotografía: Roberta GuimarãesJoão ZinclarRenato Lima

Introducción: ASA / Brasil

Textos: Pedro Arrojo

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El Nordeste Brasileño es una región semiárida, a menudo en el límite de la habitabilidad por dificultades de acceso al agua y, sobre todo, a tierra suficiente. El Semiárido se extiende por 9 estados, ocupa 974.752 km2 y en él viven 22 millones de personas.

El cambio climático, en este tipo de territorios, está creando si-tuaciones de extrema escasez de agua que provocan verdaderos éxo-dos, como los que se producen en África. Sin embargo, el Semiárido de Brasil nos ofrece una experiencia positiva que demuestra hasta qué punto la articulación social de las comunidades es importante.

La Articulación en el Semiárido Brasileño (ASA) es una red que reúne unas 700 organizaciones (sindicatos agrícolas, cooperativas de producción, iglesias, federaciones de trabajadores rurales, aso-ciaciones comunitarias, ONGs…) en pro del desarrollo de la región. Promueve una nueva mirada acerca del Semiárido, dejando de lado el discurso oficial de “combate contra la sequía”. Se asume el compromiso de convivencia con las condiciones climáticas. El desarrollo sostenible del Semiárido, propuesto por la ASA, está ba-sado en el respeto al ecosistema de la región y a sus tradiciones culturales.

El discurso oficial sobre el Semiárido ha estado siempre vinculado a grandes proyectos hidráulicos que en la última década se concre-taron en el trasvase del Río San Francisco, el mayor río que discurre íntegramente por territorio brasileño. En su cuenca, donde viven 14 millones de personas, se han construido numerosos embalses hidro-eléctricos y para regadío, con graves impactos sociales y ambientales, recibe todo tipo de vertidos… Últimamente, en nombre de socorrer a la población víctima de la sequía, se planteó un trasvase de hasta 128 m3/s hacia el norte, con un presupuesto de 1.500 millones de euros y un doble canal de 700 km de longitud. La envergadura de estos caudales fue cambiando ante las protestas, pero lo que nunca cambió fue su verdadero destino: desarrollar grandes regadíos vinculados al agronegocio de exportación, promovidos por grandes hacendados y terratenientes, especialmente de producción de frutas, agrocombustibles y camaroneras.

En la cuenca del San Francisco surgió un enorme movimiento con-tra el proyecto de trasvase que llevó a movilizaciones masivas. En 2007 Brasilia, la capital federal, recibió marchas, manifestaciones y acampadas no sólo de los movimientos sociales de la cuenca, sino también del Nordeste. Durante una semana, la gente ocupó el lugar de las obras.

Pero quizás uno de los hechos que más atención mediática suscitó, tanto en Brasil como a nivel internacional, fueron las huelgas de hambre de 11 días, en 2005, y de 24 días, en 2007, del obispo de Barra, Estado de Bahía, el franciscano Dom Luiz Cáppio. Fue con ocasión de este gesto del obispo cuando se organizaron las movilizaciones más multitudinarias. Sin embargo, el Gobierno mantuvo el trasvase. Lo cierto es que, a pesar de las protestas, de los informes científicos y de las alternativas presentadas, la tradicional estrategia de grandes obras hidráulicas sigue siendo popular, al tiempo que sigue amparando y favoreciendo dinámicas de corrupción…

El enfoque de la ASA en el Nordeste fue siempre diferente. Puso en marcha políticas públicas que engloban el combate contra la desertificación, el acceso a la tierra y al agua, la financiación, el crédito y la asistencia técnica a la agricultura familiar, la conser-vación y reproducción de semillas naturales, la educación y la demo-cratización de la comunicación.

La ASA nació en Recife, en 1999, durante el Foro Paralelo a la Conferencia de NNUU de Combate a la Desertización y a la Sequía, pero hunde sus raíces en muchos años de lucha del pueblo del Semiárido: miles de experiencias, esperanzas, sueños y victorias de una gran parte de la población que lucha por un Semiárido prós-pero, justo e igualitario, en el que el acceso al agua de calidad y para todos es una de las claves.

El acceso al agua es un derecho humano que necesita ser urgente-mente efectivo para toda la población. Una de las claves para lo-grarlo está en descentralizar la oferta. Por ello, la ASA promovió el Programa Un Millón de Cisternas (P1MC). Desarrollado y gestiona-

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do por la sociedad civil, el programa pretende construir un millón de cisternas de pluviales en la región. Con ellas, cinco millones de personas dispondrán de agua de buena calidad. También se plantea promover la transformación social mediante la movilización, la capacitación técnica y el control efectivo de las comunidades. Todas las etapas del programa son realizadas por las comunidades, sin dependencia de partidos, con la participación de las organizaciones de la ASA.

Con este programa, la ASA ha suscitado la colaboración entre la sociedad civil, el Gobierno y la iniciativa privada, creando en el Semi- árido fundadas expectativas de poder, efectivamente, transformar las políticas públicas en bienestar social. El programa cuenta con el respaldo incondicional de la sociedad civil, que vela por que las relaciones entre esos sectores sociales e instituciones estén basadas en principios éticos y de transparencia.

Un eje esencial del programa se centra en el combate contra el hambre y la pobreza, tratando de garantizar derechos de ciudadanía y seguridad alimentaria para todos.

Las cisternas construidas por el P1MC pueden almacenar hasta 16.000 litros de agua de lluvia, cantidad suficiente para abastecer a una familia de cinco personas durante seis a ocho meses. Pero más allá de construir las cisternas, se construye ciudadanía participativa en el Semiárido.

Se han construido ya 190.330 cisternas en más de mil municipios y 187.923 familias se han formado en materia de gestión de aguas.

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El río San Francisco, cuyas aguas se pretenden trasvasar al Nordeste bra-sileño, está ya muy explotado por nu-merosos embalses pero sigue dando sustento a millones de personas.Fotos: João Zinclar

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El San Francisco es un río contamina-do, en parte por los vertidos a su cauce de desechos urbanos y domésticos sin depurar. La mayoría de las grandes ciu-dades de la cuenca no tiene tratamiento de aguas cloacales, y el saneamiento básico es inexistente.

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Muchas de las poblaciones de la cuenca no tienen agua corriente en las casas y la población acude a abastecerse di-rectamente al río: realiza allí las tareas domésticas, se baña y bebe.

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En la presente década se ha desarrolla-do un masivo movimiento de oposición al proyecto de trasvase del río San Francisco, protagonizado no sólo por la población de la cuenca cedente, sino también por la de la zona teóricamente beneficiaria.

La huelga de hambre del obispo de Barra, Dom Luiz Cáppio, impulsó las movilizaciones más multitudinarias en contra del trasvase del San Francisco y concentró la atención mediática inter-nacional sobre este problema.Fotos: João Zinclar

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Fiesta de Santa Ana. En el Nordeste Brasileño, ASA promueve el proyecto «Un millón de Cisternas Rurales», co-mo alternativa al trasvase.Fotos: Renato Lima

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En el Semiárido no se apoya el tras-vase. Al contrario, se opta por convivir con las condiciones climáticas propiasdel territorio y adaptarse a ellas. En coherencia con esta postura se pro-movió la construcción de cisternas pluviales que garantizan el abasteci-miento de las comunidades.

Cada cisterna puede almacenar 16.000 litros del agua de lluvia recogida en los tejados, lo que permite a cada familia ser independiente y autónoma.Fotos: Roberta Guimarães

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ABRID ESA PUERTA DE HIERRO

Río Klamath· EE.UU.Fotografía: Robert Dawson

Introducción: Patrick McCully

Textos: Robert Dawson

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La presa de Klamath · El Klamath nace en una zona pan-tanosa al este del desierto de Oregón y desciende por cañones espesamente arbolados al norte de California, para acabar desembocando en el Océano Pacífico. El río, de apenas 400 km de largo, tiene fama de ser uno de los más conflictivos de Estados Unidos. El Klamath fue en tiempos el tercer productor de salmones de la Costa Oeste, pero la construcción de seis grandes presas hidroeléctricas entre 1908 y 1962 ha impedido el remonte de los salmones para desovar. Con ello, las tribus yurok, karuk, klamath, modoc y yahooskin, que han vivido tradicionalmente a lo largo del río y sus afluentes, vieron desaparecer una de sus fuentes clave de alimento y de vida.

La última y mayor presa que se construyó en el Klamath es la Puerta de Hierro, de 53 m de altura. Al estar situada aguas abajo, bloquea el paso de los salmones al conjunto de la cuenca. En la actualidad, la PacificCorp, propiedad de Warren Buffet, el hombre más rico del mundo, gestiona esta y otras tres presas. Su poder e influencia en la zona se ven reforzados por el hecho de que abastece de energía hidroeléctrica a la región. Los agricultores y granjeros de la cuenca alta, en particular, reciben energía barata de estas centrales, lo que les permite, entre otras cosas, bombear el agua del acuífero para regar sus tierras.

Frente al interés de estos granjeros, los indios norteamericanos y los pescadores reivindican lo que en otro tiempo fue una abun-dante fuente de riqueza: el salmón. Se estima que en su día re-montaban el Klamath en torno a un millón de salmones. Hoy tan apenas entran unos 25.000. El conflicto entre granjeros, pescadores y comunidades indias estalló durante la sequía del 2001. El Gobierno Federal tuvo que prohibir la detracción de aguas de riego para proteger los peces río abajo. Sin embargo, al año siguiente, la intervención del vicepresidente Dick Cheney, del asesor de la Casa Blanca, Karl Rove, y del propio presidente Bush forzó la devolución a los regantes de sus derechos de aguas, lo que causó la muerte de decenas de miles de salmones.

No obstante, el estallido del conflicto convenció a unos y otros de la necesidad de abrir el diálogo. El hecho de que las licencias de turbinado tuvieran que revisarse en 2006 hizo posible introducir en las negociaciones la posibilidad de un río sin presas. Hoy, las perspectivas de acuerdo han avanzado mucho. Los granjeros asumen la posibilidad de eliminar las cuatro presas de la PacifiCorp, mientras las tribus y los pescadores apoyan la concesión de los caudales que reclaman los regantes. En la actualidad, la PacifiCorp parece haberse abierto a negociar los términos del camino para recuperar el libre discurrir del río Klamath.

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El río Klamath atraviesa la Reserva Hoopa.

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Tom Wilson muestra una foto de unos árboles talados hace poco. La comuni-dad yurok lucha contra la ocupación ilegal de tierras por parte de colonos blancos en sus bosques.

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La presa Iron Gate o Puerta de Hie-rro, en el río Klamath, podría sumarse a la lista de más de 700 presas demoli-das hasta la fecha en EEUU. La Iron Gate sería, con diferencia, la más alta de las presas demolidas en el mundo.

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Este estuario del Klamath veía antes entrar un millón de salmones cada año. Hoy apenas entran 25.000.

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Desembocadura del río Klamath. La pobla-ción nativa ha adquirido recientemente el derecho de pesca en lo que habían sido sus lugares de pesca ancestrales. Muchos nati-vos americanos se preguntan por qué les ha costado tanto tiempo recuperar lo que siem-pre ha sido suyo.

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EL LOIRA… UNA BELLA HISTORIA

Cuenca del Loira· FranciaFotografía: J. F. SouchardJ. P. Galland

Textos:Valérie Valette

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El Loira, ese gran río donde se reflejan los más hermosos castillos de los reyes de Francia, es propicio para inspirar cuentos de hadas. La historia de cómo la gente luchó para salvarlo podría ser uno de ellos.

Su dinámica fluvial, indolente y caprichosa, sus fondos de arena y sus islas móviles lo han hecho inaccesible a la moderna navegación. Tal vez por ello, milagrosamente, se ha mantenido libre hasta nuestros días de las ataduras que suponen las infraestructuras que afectan a los demás grandes ríos de la Europa Occidental. Tan sólo tiene en su cauce dos grandes presas.

Hacia finales de los 80, se presentó un ambicioso proyecto de regulación de sus caudales a fin de mejorar la gestión de sus es-tiajes y de sus crecidas, en ocasiones devastadoras. El proyecto preveía la construcción de cuatro grandes presas y un centenar de kilómetros de diques de ribera sobre el Loira y sus afluentes. El último gran río salvaje de Europa corría el riesgo de perder su libertad natural y su rica biodiversidad, preservada hasta entonces.

Desde ese momento, un electrochoc emocional recorrió la cuenca entre las gentes que amaban su río. Pronto una línea de rotunda oposición al proyecto se extendió aguas arriba y abajo. Por primera vez en Europa, toda la población de una cuenca se movilizó en defensa del río. No se trataba de protegerlo en un tramo concreto sino de conservar a lo largo de sus 1.000 km su integridad, su dinamismo y su belleza. La expresión de este nuevo movimiento de solidaridad se concretó, por un lado, en la ocupación durante cinco años del lugar donde se preveía construir la primera de las presas (Serre de la Fare), organizada por SOS Loire Vivante; y por otro lado, en los estudios de expertos de alto prestigio in-ternacional aportados por la Red Científica Loire Vivante. La calidad argumental de los ecologistas, su determinación sobre el terreno, sus continuas acciones ante los medios de comunicación, ante la población y ante los tribunales, acabaron finalmente imponiéndose sobre las voluntades políticas más tradicionales. El proyecto de infraestructuras fue desechado en primera

instancia por un Gobierno de izquierdas y posteriormente por otro de derechas, haciendo de esta forma justicia al valor de los argumentos presentados por la sociedad civil. En 1993, el Premio Goldman vino a recompensar esta lucha solidaria por salvar el destino de un gran río.

Pero el cuento de hadas no se acaba aquí…

Tratando de no cometer los mismos errores del pasado, el Go-bierno francés decidió seguir las propuestas más avanzadas de los ecologistas. El “Plan Loire Grandeur Nature”, aplicado a partir de 1994, se propone conciliar las necesidades de agua, las restricciones de seguridad y la preservación de la naturaleza mediante una gestión respetuosa hacia el río. Las soluciones alternativas de este Plan representan todo un ejemplo a nivel europeo y consagran una nueva visión de la gestión hidrológica: vivir con el río y devolverle su espacio, desarrollando una cultura del riesgo y de la responsabilidad en las poblaciones ribereñas.

Este plan innovador pone también el acento sobre la recuperación de la diversidad ecológica del río, desde su nacimiento hasta su estuario. El salmón del Loira es la última especie de gran salmón salvaje. Bajando desde las gargantas de cabecera hasta las gélidas aguas del Atlántico Norte y de Groenlandia, el salmón, en su madurez, tiene que volver y remontar su río de origen para reproducirse. Con el fin de no cortar nunca más la migración de este pez emblemático, en 1998 fueron destruidas las presas de St. Étienne du Vigan y Maison Rouge. En la actualidad ya sólo queda un obstáculo para permitir su remontada; un embalse que es objeto de una gran campaña de movilización para borrarlo del mapa legalmente.

El Loira, el río más largo de Francia, ha guardado su derecho a fluir libre. Y de esta forma continua brindando su belleza y sus bondades tanto a los humanos como al amplio conjunto de espe-cies naturales que alberga.

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Desde febrero de 1989 y du-rante 5 años, con apoyo de voluntarios internacionales, se ocupó el lugar donde pre-tendían construir el embalse de “Serre de la Fare” en el Alto Loira.

“Foto de familia” del núcleo duro de SOS-Loire Vivante delante de la cabaña que al-bergó a los activistas duran-te cinco años bloqueando las obras.

1988: sin experiencia algu-na en la lucha no violenta, la gente, espontáneamente, bloquea el paso de las prime-ras máquinas.

Fotos: Michel Soupet

Desde 1994, el Plan “Loire Grandeur Nature” del Go-bierno francés trata de re-cuperar el salmón y el buen estado ecológico del Loira: los embalses de St. Étienne de Vigan y Maison Rouge fueron desmantelados en 1998.

A finales de los 80 se planeó regular el río con cuatro grandes presas. Un “electro-choc emocional” recorrió la cuenca.

Fotos: SOS Loire Vivante-ERN

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El Loira, un río de ensueño propicio para “cuentos de hadas”, como el de la historia de cómo la gente luchó para salvarlo.

Indolente y caprichoso, con fondos de arena e islas móviles, el Loira se hizo inaccesible para la moderna nave-gación. Eso le salvó… Tan sólo dos grandes presas coartaban su libertad.Fotos: J. F. Souchard

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Camille Lucien Bertrand, “Lulu”, agri-cultor. Llevaba cisternas de agua a los que acampaban bloqueando las obras.

Marie-Rose Vérot fue la heroína por ex-celencia de la lucha. Vivía en Colempce a orillas de la Gazeille y luchó con de-terminación contra la inundación de su pueblo.Fotos: J. P. Galland

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Embalse de Poutès, el último obstáculo que hay que quitar. La campaña está en marcha…Foto: Michel Soupet

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LA LUCHA POR EL DERECHO AL AGUA

Mujeres Mazahuas· MéxicoFotografía: Hermes León

Introducción:Anahí Copitzy Gómez Fuentes Magali Iris Tire y Karina Kloster

Textos: Anahí Copitzy Gómez Fuentes

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En septiembre de 2004, tras un año de lucha, las mujeres mazahuas decidieron tomar el mando del movimiento. “Fue cuando nos dijimos: ‘A los hombres les tomaron el pelo o están jugando con ellos, porque no vemos acciones’. Allí es cuando decidimos armarnos de valor y ser nosotras las que encabezáramos la lucha” (Rosalva Crisóstomo, de San Isidro). Armadas simbólicamente con herramientas de labranza y fusiles de madera, formaron el Ejército Zapatista de Mujeres Mazahuas en Defensa del Agua, sobre la base de una estrategia no-violenta.

El Sistema Cutzamala· Tras realizar el trasvase del río Lerma, el Gobierno Federal propuso en 1976 otro gran trasvase a la ciudad de México desde el estado Michoacán, con una capacidad de 19 m3/s. El Sistema Cutzamala, con 140 km de canales, túneles y sifones, enormes plantas de bombeo (178 m de desnivel) y una gran estación potabilizadora, bombea hoy 480 millones de metros cúbicos anuales hasta México DF y los 27 municipios conurbados. En el Sistema Cutzamala se utilizaron ocho presas del Sistema Hidroeléctrico Miguel Alemán, que con anterioridad habían inundado las mejores tierras de las comunidades mazahuas. María Cruz de los Reyes, campesina de San Miguel Xoltepec, recuerda: “Prometieron cosas que nunca cumplieron. Los abuelos perdieron las mejores tierras y quedaron desprotegidos. Y a nosotros sólo nos quedan las tierras altas… que no alcanzan para todos”.

El orgullo nacional por esta obra hidráulica, la más importante del país, ocultó sus impactos sobre la vida de los campesinos: conta-minación de ríos, desecación de manantiales, desaparición de flora y fauna, enfermedades por aguas contaminadas y expropiación de terrenos con compensaciones injustas o, en el peor de los casos, sin siquiera compensaciones. Nunca se evaluó el impacto social y ambiental. Como testimonia Martha Flores Reyes, de San Felipe Santiago: “Ya no hay agua como antes. Antes había una laguna con papas de agua, quelites, pescados, cosiles, la papa blanca y la mazatete, esta flor blanquita que usábamos para hacer un postre, el camote. Pero ya no hay nada, sólo unos cuantos pescados conta-minados por los desechos químicos”.

Ni siquiera se tomó en consideración que las comunidades, expro-piadas de sus recursos, no tenían agua en sus casas. En municipios como Villa de Allende, según datos oficiales del 2000, más del 68% de las casas no tenía agua ni sanitario y el 22% no disponía de luz. Como explica la comandanta Victoria Martínez: “Nuestras tierras son ricas en agua y nosotras tenemos que acarrearla… Sólo se busca beneficiar a la gente que vive en las grandes ciudades, sin importar la pobreza que genera a las comunidades”.

Emma, de El Jacal, se lamenta: “Somos comunidades abandonadas por el gobierno: no hay agua, no hay luz, no hay nada… Muchas personas no tenemos casa y vivimos con nuestros papás todavía. Muchas casas son de lámina de cartón y se están cayendo… No es justo que estemos dando el agua y no tengamos nada, y los que se la están llevando lo tengan todo”.

La movilización· En septiembre de 2003, los campesinos mazahuas de Villa de Allende vieron inundadas 300 hectáreas de cultivos por el desbordamiento del río Malacatepec, proveniente de la presa de Villa Victoria del Sistema Cutzamala. La reivindicación de com-pensaciones a la Comisión Nacional del Agua pronto derivó en un conflicto con el Gobierno del Estado de México y con el Gobierno Federal. Tal y como explican Elidia Salzar Marín y Norma González, “Nuestra visión no es el dinero, porque se acaba” sino “luchar por un plan de desarrollo, dotación de agua a las comunidades, pago de daños y restitución de nuestras tierras”.

En febrero del 2004, las mazahuas realizaron su primera marcha de antorchas. Como dice Patrocinio, de la comunidad de Salitre del Cerro, “porque las antorchas son el símbolo del despertar de las conciencias”. Mujeres, hombres, niños y niñas mazahuas per-manecieron apostados día y noche ante la planta depuradora durante más de un año. Las acciones se intensificaron cuando las mujeres decidieron tomar el mando: un sin fin de marchas a la ciudad de México, huelgas de hambre, manifestaciones y plantones, siempre ataviadas con sus hermosos trajes y con sus hijos a la espalda. Autonombradas “comandantas” y armadas simbólicamente con herramientas de labranza y armas de madera, las mazahuas de-

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cidieron dialogar sólo con funcionarios de alto rango, con capacidad de decisión. Griselda Crisóstomo, de San Isidro, explica: “No sabíamos qué era ser una comandanta ni qué era sentarse a una mesa de negociación. Conforme pasó el tiempo nos fuimos dando cuenta y asumimos la responsabilidad”. La comandanta Victoria Martínez añade: “Tomamos las armas simbólicas y bajamos a la capital para preguntar a la opinión pública si así teníamos que defender el agua. Esto provocó un gran impacto. No habíamos calculado la magnitud mediática que iba a alcanzar”.

La movilización terminó con acuerdos negociados. La gente volvió a trabajar a sus comunidades, pero advirtiendo que volverían a movi-lizarse si los acuerdos no se cumplían.

“Como quiera que sea, nuestra vida ya cambió”· La organización de las mujeres mazahuas se centró en conseguir agua en sus hogares. Como relata Rosalva Crisóstomo: “Es un sufrimiento porque, por ejemplo, nos vamos a lavar a los ríos. Cuando no tenemos un caballo o un burro, tenemos que cargar las maletas y tenemos que cargar los niños, todo el día tienen que estar ellos en el rayo del sol… y pues no es igual estar en casa y tener el agua… Hay más enfermedades no teniendo el agua”.

Las mazahuas supieron vincular el movimiento de mujeres, el movi-miento indígena y el movimiento ambientalista en la lucha por el derecho humano al agua potable.

Las mujeres avanzaron en conciencia social y de género elevando su autoestima. Norma González afirma: “Normalmente eran los hom-bres los que decidían y la mujer cuando quería hablar, ¡tú cálmate!, ¡tú métete a la cocina!... Todavía se ve en estos tiempos, el que manda es el hombre, entonces para nosotras es como una liberación muy buena. No tan sólo te ganas el respeto de la gente de fuera, sino de tu propia casa, porque por ejemplo, yo siento que mi esposo ya me tiene en otro concepto. Ellos mismos se van a dar cuenta que ya no es cosa de gritarnos y meternos a la cocina, porque ya no vamos a entrar tan fácil. Que obviamente nosotras no dejamos de ser madres y amas de casa y sabemos nuestras responsabilidades, pero como mujeres es muy importante que seamos tomadas en cuenta, que tengamos la misma igualdad”.

En los últimos años, dos mujeres, María Cruz de Paz y Elidia Sal-vador Marín, fueron elegidas para los comisariados ejidales (cargo de gran prestigio y responsabilidad) de Sultepec y de la Comunidad Salitre del Cerro.

Finalmente se han conseguido algunas compensaciones por los cultivos inundados, la reversión de terrenos expropiados y no uti-lizados por el Sistema Cutzamala y el abastecimiento de agua potable para un buen número de localidades, aunque otras han sido marginadas de estos beneficios. Por otro lado, como parte de su plan de desarrollo integral sustentable para toda la región, se ha iniciado por las propias comunidades la reforestación y la re-cuperación de humedales; se han organizado microempresas y cooperativas de producción y comercialización de productos agro-pecuarios que evitan la emigración de hombres y mujeres de México. Pero más allá de todo ello, las comunidades mazahuas han puesto en valor su cultura, su identidad, costumbres y tradiciones como pueblo, recuperando el orgullo por su lengua y su vestimenta, especialmente las mujeres.

La principal reivindicación de las mujeres mazahuas siem-pre fue la dotación de agua a sus comunidades y a todos los hogares.

Fotos: Anahí Gómez

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Al no contar con agua potable en las viviendas, las mujeres mazahuas han sido las encargadas de proveer de agua a sus hogares.

Las mujeres mazahuas siempre han tenido que ir a lavar al río. Actual-mente, a pesar que la mayoría de las viviendas cuentan con agua corriente, por tradición siguen manteniendo esa costumbre.

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La lucha por el derecho al agua de las mujeres mazahuas representó el inicio de la reivindicación de su cultura y sus tradiciones.

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En repetidas ocasiones, las coman-dantas mazahuas, armadas simbóli-camente, encabezaron marchas con antorchas, huelgas de hambre y plan-tones.

Las mujeres, como líderes del movi-miento, avanzaron en conciencia social y de género: “Yo ya no quiero que me sigan discriminando, seguir sufriendo humillaciones y ahí es donde yo digo: está bien formado el ejército de mujeres. Todas nos damos la mano y seguimos hacia delante, ninguna nos agachamos hacia abajo o volteamos la cara”.

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AGUA, RÍOS Y PUEBLOS

Iniciativa promovida por la Fundación

Nueva Cultura del Agua en colaboración

con International Rivers

y European Rivers Network

Dirección:

Pedro Arrojo

Comisaria:

Tove Heiskel

Documentación:

Marisancho Menjón

Producción audiovisual:

Pipa Álvarez

y Sonia Llera

Web:

Francisco Serón

y Pablo Orensanz

Diseño:

Isidro Ferrer

Diseño exposición:

Versus Estudio Gráfico

FUNDACIÓN NUEVA CULTURA DEL AGUA (FNCA)

Pedro Arrojo

Mónica Martín

Laura Sánchez

INTERNATIONAL RIVERS (IR) (EEUU)

Patrick McCully

Erik Johnson

EUROPEAN RIVERS NETWORK (ERN) (Francia)

Roberto Epple

Valérie Valette

PATROCINAN

Pabellón de Iniciativas Ciudadanas “El Faro”

The Kendeda Fund

Área de Medio Ambiente y Articulación Territorial

de la Diputación Provincial de Málaga

Agència Catalana de l’Aigua

CON LA COLABORACIÓN DE:

Fundación Biodiversidad

COLABORAN

3S Rivers Protection Network (Camboya)

ADIVIMA (Asociación para el Desarrollo Integral de

las Víctimas de la Violencia en las Verapaces, Maya

Achí, Guatemala)

The Advocacy Project

Africa Water Network (Ghana)

ASA (Brasil)

Assembly of the Poor (Tailandia)

Basilwizi (Zimbabwe)

Bulimba Creek Catchment Coordinating

Commitee Inc. (Australia)

CECOP (Consejo de Ejidos y Comunidades

Opositoras a La Parota, México)

COAGRET (España-Portugal)

Collectif Argos (Francia)

Coordinadora de Comunidades Afectadas

por la Hidroeléctrica Chixoy (Guatemala)

ECOFONDO (Colombia)

FIVAS, Association for International

Water Studies (Noruega)

GRUFIDES (Grupo de Formación e Intervención

para el Desarrollo Sostenible, Perú)

Ingenieros Sin Fronteras (ISF, España)

Kurdish Human Rights Project (Gran Bretaña)

Pakistan Fisherfolk Forum (Pakistán)

Save the Mary River (Australia)

SOS Comunidad (Argentina)

Sustain Labour

World Wildlife Fund/Adena (España)

PRODUCIDO POR:

EN COLABORACIÓN CON:

CON LA COLABORACIÓN DE:

PATROCINADORES:

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ÍNDICE DE FOTÓGRAFOS

Álvarez, Pipa

Ameztoy, Argeo

Appleton, Michael

Amasaba, Abdul-Yakeen Aluiza

Benson, Steven

Burton, Aaron

Cabellos, Malú

Cardoso, Aldo

Casciarri, Francesca/CALIAS PHOTO

Cossar-Gilbert, Samuel

Dawson, Robert

Faimali, Cédric

Fremson, Ruth/ NY Times

Galland, J. P.

Garen, Micah

Giménez, Mónica

Guerra, Conchita

Guerra, Roberto

Guimarães, Roberta

Heiskel, Tove

Kaiser, Christian

León, Hermes

Lima, Renato

Linder, Eirik/ CALIAS PHOTO

McKinnon, Heidi H.

Montavon, Pierre/ PANOS

Morisette, Dominic

Retief, Karin

Roa, Juan

Robinson, Karen

Rodríguez, James

Roldón, Maribel

Serra, Stefano

Skrivanek, Radek

Souchard, J. F.

Spada, Bruno

Stirton, Brent / Getty Images

Telemans, Dieter

Wen Da, Luo

Weyl, Laurent

Zinclar, João

ÍNDICE DE ESCRITORES

Adam, Al-Hassan

Arrojo, Pedro

Bustamante, Rocío

Copitzy Gómez-Fuentes, Anahí

Guerra, Roberto

Hathaway, Terri

Imhof, Aviva

Irvin, Anna

Kloster, Karina

McCully, Patrick

McKinnon, Heidi H.

Menjón Ruiz, Marisancho

Meredith, Peter

Preston, Andrew

Rocha Monroy, Ramón

Santos Molano, Enrique

Tire, Magali Iris

Valette, Valérie

Wiechetek, Pawel

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ÍNDICE DE FOTOS DE ARCHIVO

Allepuz, Rogelio / El Periódico

de Aragón (España)

Archivo CIRMA, Antigua, Guatemala (Guatemala)

Arana, Padre Marco

Archivo Prensa Libre (Guatemala)

Asociación de Antiguos Vecinos

de Jánovas (España)

Bayona, E. / El Periódico de Aragón (España)

Basilwizi (Zimbabwe)

Copitzy Gómez-Fuentes, Anahí (México)

CECOP (México)

COCAHICH (Guatemala)

De Castro, Á. / El Periódico de Aragón (España)

Diario El Comercio (Perú)

Doga Dernegi (Turquía)

Donoso Ramírez, P. Gregorio (Guatemala)

ECOVIDA (Perú)

Eichenlaub, Alois

Eide, Bernt (Noruega)

Epple, Roberto; SOS Loire Vivante, ERN (Francia)

FAFG, ciudad de Guatemala

GRUFIDES (Perú)

Haetta, Ellen Anne (Noruega)

Ichon, Alain (Francia)

Janssens, Bert (Guatemala)

Lambrigger, Jonas (Perú)

McKinnon, Heidi (Guatemala)

Museo Comunitario Rabinal Achí (Guatemala)

Pérez, Gonzalo/ Frontera Images

Soupet, Michel (Francia)

Sunde, Helge (Noruega)

Tannvik, Kåre (Noruega)

Tejada, Karina (México)

Zanfron, Bepi (Italia)

ÍNDICE DE AUDIOVISUALES

Agua, ríos y pueblos, Sonia Llera, FNCA

Río Abajo, Silvina Cuman y Javier Orradre

Del Pirineo al Delta, la lucha cotra el Trasvase del río Ebro, Pipa Álvarez, FNCA

Desarraigo, Pawel Wiechetek

Jánovas. Víctimas de un pantano de papel, Paco Fransi

Dejad vivir al río, Pipa Álvarez y Tove Heiskel, FNCA

Aigua, un dret i no una mercaderia, Jaume Delclos,

Luna Haro, Gina Pascual, ISF

Agua y minería en los Andes de Perú. La lucha por el derecho al agua, Grufides, CJCSTUDIO

Audiovisuales de la Gala de Homenaje a los defensores de los ríos, Films59

AUTORÍA DVD

Pipa Álvarez

Sonia Llera

Fernando Vera

AGRADECIMIENTOS

Laboratorio Audiovisual,

Ayuntamiento de Zaragoza

Films 59

Financial Times

New York Times

O’Reilly, Gemma

El Periódico de Aragón

Tartaruga Imagen

Universidad de Zaragoza

Carlos Chen

Tiziano Dal Farra

Loredana Trevisani

Italo Filippin

Carolina Teza

Vincenzo Teza

Álvaro Mazarrasa

Fernando Vera

María Rubio

Paco de Miguel

Pepe Oros

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