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Investigación y Textos: Agripina García Díaz MUSEO NACIONAL DE LAS CULTURAS MONEDA 13, CENTRO HISTÓRICO, C.P. 06060, MÉXICO, D.F. (+52 55) 5542 0422 • 5542 0165 • 5542 0187 [email protected] SEMINARIO PERMANENTE DE ICONOGRAFÍA ICONOGRAFÍA DEL PODER II SHIVA: DIOS DE LA TRIMURTI HINDÚ Agripina García Díaz La India, tierra de dioses Es difícil penetrar profundamente en la milenaria civilización de la India, ya que su cultura es esencialmente religiosa y simbólica, donde el escepticismo moderno no ha podido triunfar y sus habitantes aún viven con sus creencias y tradiciones que han hecho de este país un verdadero conservatorio religioso. De ellas, la que ha permanecido a través de miles de años es el hinduismo, donde se agrupa el 85% de su población: más de 900 millones de habitantes. El hinduismo no ha tenido un fundador en especial como otras religiones (budismo, cristianismo, islamismo, etc.), se ha ido estructurando al absorber y asimilar todos los movimientos religiosos y culturales que se originaron y llegaron a su territorio, para

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(+52 55) 5542 0422 • 5542 0165 • 5542 0187 [email protected]

SEMINARIO PERMANENTE DE ICONOGRAFÍA

ICONOGRAFÍA DEL PODER II

SHIVA: DIOS DE LA TRIMURTI HINDÚ

Agripina García Díaz

La India, tierra de dioses Es difícil penetrar profundamente en la milenaria civilización de la India, ya que su cultura

es esencialmente religiosa y simbólica, donde el escepticismo moderno no ha podido

triunfar y sus habitantes aún viven con sus creencias y tradiciones que han hecho de este

país un verdadero conservatorio religioso. De ellas, la que ha permanecido a través de

miles de años es el hinduismo, donde se agrupa el 85% de su población: más de 900

millones de habitantes.

El hinduismo no ha tenido un fundador en especial como otras religiones (budismo,

cristianismo, islamismo, etc.), se ha ido estructurando al absorber y asimilar todos los

movimientos religiosos y culturales que se originaron y llegaron a su territorio, para

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integrarse a su cultura; nació, creció y llegó a su madurez entre el tercer milenio a.C. y el

siglo XVII de nuestra era, cuando se enfrentó al Islam con la invasión musulmana que

dominó la mayor parte del país. Sin embargo, a lo largo de su proceso histórico se impuso

la cultura hindú y fue el hinduismo la principal fuerza civilizadora en todo el sudeste

asiático entre los siglos II y IX de nuestra era.

Es, asimismo, como el país donde ha nacido: extraño al Occidente por sus contrastes, sus

costumbres, sus ritos, sus dioses, sus elementos tan diversos fuera de nuestra lógica. El

hindú admite que su religión tolere muchas creencias y que la devoción tome variados

aspectos, a veces contradictorios; reconoce la multiplicidad de los estratos sociales, las

castas, y cada uno de ellos con su forma religiosa.

No obstante existen bases comunes, creencias fundamentales y libros sagrados para

todos. El autor A. C. Bouquet resume: “la India presenta en su seno todo tipo de ejemplos

concebibles para intentar resolver el problema religioso”.

El hinduismo es, pues, la forma religiosa por excelencia de la cultura hindú desde hace

2000 años, diferente a las mediterráneas puesto que integra la vida social y la

especulación filosófica; encierra totalmente la vida de los hindúes desde su nacimiento

hasta su muerte.

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La Trimurti hindú Los dioses mayores. El rasgo

más significativo de la mitología

hindú clásica es la coexistencia

en un mismo plano teórico de

tres grandes figuras,

representadas tanto en el arte

como en las escrituras en un

conjunto de tres rostros llevados

por una misma cabeza: Brahma,

Visnú y Shiva forman la

“Trimurti” -en sánscrito— hindú y

que corresponde a la acción

creadora conservadora y

destructora de lo divino único; son tres aspectos tan inseparables como los elementos de

nuestra propia actividad, pues en el universo no se puede tener uno sin lo demás. Estas

tres formas de lo divino, aunque aparecen tardíamente, su existencia es relativamente

remota; cada uno tenía antecedentes védicos, y en cuanto grupo, no recibe un culto

particular, pero cada uno de ellos puede convertirse en el dios supremo. La importancia

que representan estos tres dioses, sobre todo Visnú y Shiva, es lo que caracteriza al

hinduismo. Su carácter inseparable no sólo está señalado en la iconografía de la Trimurti,

sino en otras imágenes compuestas; así Harihara, quien hoy día tiene numerosos

adoradores, participa de Visnú y Shiva. Está representado en dos mitades por una

vertical: el lado derecho lleva los atributos de Shiva como son el moño de asceta, el

tridente, la piel de tigre, y del lado izquierdo los de Visnú: tiara, guirnalda de flores y

vestido con pliegues.

Shiva, dios del hinduismo Shiva, dios de la destrucción y la regeneración es con quien más se identifica el pueblo,

con todas sus contradicciones es el que simboliza mejor el espíritu hindú. Es una figura

muy compleja y misteriosa, y ya aparece desde la civilización del Valle del Indo —2500

a.C. — en los famosos sellos donde existen representaciones de un dios masculino con

cuernos y tres caras, sentado en la posición de un yogui; en otros este dios está rodeado

de cuatro animales: un elefante, un tigre, un rinoceronte y un bisonte; a sus pies, al lado

del trono, una pareja de ciervos. Aquí no cabe duda de que se trata de la imagen del gran

dios Shiva como señor de las bestias y príncipe de los yoguis. Es por tanto una deidad en

la que se han conservado las concepciones de una antigua fase cultural agrícola existente

en las llanuras de la India. Esta cosmovisión se une con una divinidad védica, el terrible

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Rudra, que procede del dios solar Surya y al que le temen los dioses tanto como los

mortales.

Rudra/Shiva provisto de las tradiciones dravídicas y arias, llegaría a ser la síntesis de

varias divinidades. El nombre Shiva alcanzó arraigo en todas partes, de la misma manera

con los nombres de Mahadeva, “Gran Señor”, Isa o Isvara “Señor soberano”, que en

tiempos anteriores se utilizaba para designar a Rudra. Lo que más profundamente le

caracteriza es su aspecto ambiguo y contradictorio, ya que como destructor está

identificado con la muerte y su cuerpo está cubierto de cenizas; en su mano sostiene una

concha de mendigo hecha con el cráneo de

un hombre. Un cráneo de muerto sujeto a un

hueso le sirve de maza, otros cráneos en su

cabeza le sirven de decoración; las

serpientes forman collares, pulseras y

cinturón que adornan su cuerpo. La luna en

su cabellera es un símbolo para el mundo de

los muertos: Shiva es el dios del tiempo —

Kala— que da muerte a todo ser vivo. Su

alimento son lágrimas y sangre y su acción

es la venganza y castigo de las almas. Pero

tiene también un aspecto bienhechor,

transformador; entonces es el gran asceta,

el señor de los monjes, de los solitarios, es el gran yogui que lucha contra los demonios y

triunfa sobre los sentidos; es el señor del conocimiento salvador y que reposa sobre el

monte Kalidasa en los Himalaya, medio desnudo, en meditación. Es también el guerrero

impetuoso, el dios de las victorias y li que nadie se atreve a hacerle frente; es el

dominador y símbolo de los tres mundos: la Tierra, la atmósfera y el cielo. Su aspecto

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salvaje y destructor fue aprovechado en el mito para la destrucción de los enemigos de

los dioses, y ofreció un importante punto de apoyo para la ayuda de las castas guerreras.

Estos aspectos de destrucción y salvación son visibles también en el tercer ojo del dios,

que está colocado en la frente, sobre la nariz, donde reside el centro del conocimiento que

significa no sólo la percepción sino también la fuerza destructora que posee el dios para

aplicarlas cuando lo considere necesario.

Shiva es también el dios de la vida, de la generación, que veneran los pequeños

propietarios agricultores y la amplia población de obreros agrícolas; lo reverencian como

el señor de la fecundidad, que sale del varón y que es recogido por la hembra para dar

vida a un nuevo ser. Sus símbolos son el toro blanco —Nandin—, su montura y el falo que

en sánscrito se denomina el lingam (“el distintivo”), bajo cuya forma es venerado en todos

los templos shivaistas de la India. Se representa desde época remota, antes de la

migración aria, como una pequeña columna encajada en un círculo horizontal colocado

sobre el suelo, el yoni (matriz). El lingam y el yoni son el principio masculino y femenino

de la creación. Para los hindúes son la representación metafísica de la materia y de la

energía, de la fuerza creadora divina cuya fuerza sexual es la presencia sagrada en el

universo, y su significado esencial es el pilar cósmico, soporte de universo: el lingam

muestra el aspecto de la fecundidad y de la salvación al mismo tiempo. La estrecha unión

del lingam con el yoni aparece también en la representación antropomórfica de Shiva

como Ardhanarisvara es decir como el “señor que es mitad mujer” o es acompañado de

su esposa. Este aspecto andrógino del dios fue tomado de las poblaciones prearias, ya

que en la cultura del Indo tenían una divinidad de este tipo.

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El arte hindú representa al dios mediante numerosas y diversas formas. En su aspecto

antropomorfo, generalmente tiene cuatro brazos; las manos superiores sostienen una

pandereta y un tridente y los otros dos hacen, respectiva mente, el gesto de dar y de

tranquilizar. El dios va vestido con una piel de tigre; una serpiente le sirve de collar, otra

de cordón sagrado, otras más se le enrollan en los brazos. Tiene el cabello enredado y

por lo general dispuesto en un alto moño de asceta, adornado con una luna creciente.

En el aspecto transformador del

mundo, Shiva se representa

bailando la danza del universo. Es el

concepto del proceso cósmico de la

creación y destrucción, del

nacimiento y la muerte. En una

mano el señor sostiene el

tamborcito, símbolo de la creación;

en otra el fuego, símbolo de la

destrucción. Con una mano también

invita al hombre a que se refugie en

él, pero debe purificarse antes de

que pueda volverse hacia el Señor.

¿Cómo?: debe superar sus

debilidades, renunciar al deseo, la

ira, la avaricia, el apego, el ego y el

celo (kama, krodha, lobha, moha,

macla

y matsara), que son los enemigos

de la ilustración y que está

representados por el demonio

Muyalaka, sobre el que Shiva ha

colocado su pie derecho; el pie

izquierdo suspendido en el aire,

significa la liberación del alma: el señor de la muerte y la vida, destruye y engendra sin

cesar; con su ritmo alternativamente destruye y crea al mundo. Sin embargo este frenesí

divino es equilibrado, interno y mesurado; la cabellera del dios vuela alrededor de su

cabeza, pero las manos y los pies marcan el compás.

La serpiente, símbolo de la energía divina que reside en el ser humano, la “kundalini”

enrollada alrededor de su cuerpo, no está desordenada y sigue la danza del Señor. En

esta figura del “Nataraja” se representa el proceso cósmico de la creación y la

destrucción, el aturdimiento del hombre y el camino a la salvación. Es una visión del

universo y su estado elemental, con su incesante danza de energía.

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Los estudiosos indios manifiestan que esta figura es una síntesis de la religión, el arte y la

ciencia, y la más imaginativa expresión artística del proceso cósmico. Es la más grande

pieza maestra del arte indio; por eso es que adorna el mayor número de oficinas y

hogares en la India.

Bibliografía

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México, Ed. Diana.

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