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RAFAEL MEJÍA MAYA OCD INICIACIÓN A SANTA TERESA DE LISIEUX 1

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RAFAEL MEJÍA MAYA OCD

INICIACIÓN

A SANTA TERESA DE

LISIEUX

Apuntes de clase__________________

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PRESENTACIÓN

Lo que presentan estas páginas es solamente una síntesis de la vida y espiritualidad de Teresa de Lisieux, fruto de mis apuntes para las clases de iniciación en la materia a novicios y novicias del Carmen de Villa de Leyva.

Esta modesta publicación se debe a la solicitud de varios de ellos que han querido tener a la mano un resumen global de cuanto les he enseñado el respecto.

Y lo hago sin ninguna pretensión literaria y pensando aún que es incompleta, ya que una síntesis es siempre un riesgo, porque no existe síntesis completa y perfecta, por la índole misma del tema propuesto.

El material está tomado de los mismos escritos de la Santa Carmelita, de diversas publicaciones, como las de la Bibliografía siguiente, con algunas anotaciones personales deducidas de su historia reciente.

Teresa ha sorprendido al mundo desde el silencio y la soledad de su carmelo y ha llenado una época de la catolicidad, culminando con su doctorado, pero no para detener ahí su influencia, sino para que, garantizada con este aval, siga iluminando cada vez con mayor intensidad la vida de los hijos de Dios.

El Doctorado en efecto que le ha concedido la Iglesia, ha agigantado su figura y ha forzado a revisar su vida, su espiritualidad y hasta la misma teología católica que a partir de este acontecimiento se ve obligada a hacerlo.

Que la Santa bendiga a los destinatarios de estas páginas, estimulándolos a un conocimiento más profundo de su existencia y su espiritualidad evangélica.

RAFAEL MEJÍA MAYA OCD

Villa de Leyva, Abril de 2003.

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BIBLIOGRAFÍA SELECTA

BALTHASAR, Hans Urs Von, Teresa de Lisieux. Historia de una misión, Barcelona, Edit. Herder, 1957.COMBES, André, Santa Teresa de Lisieux y su misión, San Sebastián, Edit. Dinor, 1957Diccionario de Santa Teresa de Lisieux, Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1997.FRANCISCO DE SANTA MARIA, Teresa de Lisieux auténtica, Madrid, Edit. de Espiritualidad 1971. (Fotografías)GARRONE, Cardenal, Lo que creía Teresa de Lisieux, Bilbao, Edit. Mensajero, 1970.GAUCHER, Guy, Así era Teresa de Lisieux, Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1985.IDEM, La pasión de Santa Teresa, Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1979.[GENOVEVA DE SANTA TERESA], Consejos y Recuerdos, Burgos Edit. Monte Carmelo, 1953.IDEM, El espíritu de Santa Teresita del Niño Jesús, Barcelona, Edit. Casulleras, 1955.GUITTON, Jean, El genio de Teresa de Lisieux, Valencia, Edicep, 1996.[INES DE JESUS], En la escuela de Santa Teresita, Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1955.LAFRANCE, Jean, Mi vocación es el amor, Madrid, Edit. de Espiritualidad, 1985.LIAGRE L., Una espiritualidad evangélica, Madrid, Edit. de Espiritualidad, Madrid, 1968.LOOSE-DESCOUVEMENT, Helmit-Pierre, Teresa de Lisieux. 600 ilustraciones, Madrid, 1996.MEESTER, Conrado de, Teresa de Lisieux, Vida – Doctrina – Ambiente, Edit. Monte Carmelo, 1996.Dinámica de la confianza, Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1997.IDEM, Las manos vacías, Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1993.PETITOT, Santa Teresa de Lisieux. Un renacimiento espiritual, Barcelona 1928.Procesos de Beatificación y Canonización (Selección), Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1996. PHILIPPON, Michel M., Santa Teresa de Lisieux. Un camino enteramente nuevo, Barcelona, Edit. Herder, 1958.PIAT, Esteban José, Historia de una familia, Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1998.IDEM, Evangelio de la Infancia Espiritual, Barcelona, Edit. Casulleras, 1956.ROYO MARIN, Antonio, Santa Teresa de Lisieux, Doctora de la Iglesia, Madrid, BAC, 1998.SION, Víctor, Camino de oración con Teresa de Lisieux, Barcelona, Edit. Herder, 1985.IDEM, La verdad de Teresa de Lisieux, Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1996.TERESA DE LISIEUX, Obras Completas, Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1998.IDEM, Teatro y Poesías, Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1992.IDEM, Procesos de Beatificación y Canonización (Selección), Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1996.VICTOR DE LA VIERGE, El realismo espiritual de Santa Teresita, Madrid, Ed. Paulinas, 1959.

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TEMARIO

1. El secreto de Teresa

2. La familia

3. Infancia y Adolescencia

4. En el Carmelo

5. Vida póstuma

6. Los escritos

7. Su oración

8. El sufrimiento

9. El Caminito de la Infancia Espiritual

10. En el corazón de la Iglesia

11. Doctorado

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EL SECRETO DE TERESA

¿Cómo explicar la fascinación que Teresa sigue ejerciendo desde hace más de un siglo en el mundo? Es uno de los pocos santos que después del Concilio Vaticano II sigue ejerciendo su magisterio espiritual no solo dentro de la Iglesia sino también fuera de ella, y en personajes tan diferentes como Edith Piaf, George Bernanos, Teresa de Calcuta, San Rafael Kalinowski, Isabel de la Trinidad, Edith Stein, Teresa de Los Andes, Daniel Brottier, Madelaine de Jesús la fundadora de las Hermanitas de Jesús, Thomas Merton, Julien Green, François Mauriac, Paul Claudel, Daniel Rops, el intelectual chino Jhon Wu, Charles Mourras, Marcel Schowb, Jean Guitton y tantos otros.

Intelectuales y analfabetas, teólogos y novelistas, psicólogos y miembros de otras religiones y sectas, lo mismo que religiosos y laicos muy alejados de la Iglesia reconocen sinceramente que la lectura de la Historia de un alma o que una simple visita relámpago a Lisieux ha transformado su vida. ¿Qué es lo que han descubierto en “Teresita”, como se la conoce popularmente?

UN FENÓMENO MISTERIOSO

Primero que todo reconozcamos que hay un misterio que se llama “Teresa”, que nadie ha podido explicar. ¡Cómo es que Dios por ejemplo se sirve de una jovencita especialmente preservada de pecado para reconciliar a unos criminales con El? Que se sirva de un San Agustín o de un Carlos de Foucauld parece mostrarles a los grandes pecadores que su gracia es todopoderosa; es como lo más lógico! Pero que se sirva tanto o más de una pequeña burguesa de fines del siglo XIX, de una monja de clausura que reconoció antes de morir que nunca había negado nada a Dios desde los tres años de edad, ¡es algo muy extraño!

Eso es lo que llamaríamos el humor de Dios, a quien le gusta atropellar nuestros cálculos, humanos y hasta nuestras previsiones pastorales, para recordarnos que es El quien lleva a cabo en los corazones su obra de salvación. Y es que Dios, lo vemos por la historia de la Iglesia, utiliza frecuentemente medios aparentemente inadecuados para apoderarse de las almas. Si uno se pone a escuchar a los discípulos de la Santa se puede llegar a descubrir las razones de esa irradiación fantástica que ejerce en el mundo.

UNA EXPERIENCIA MUY SENCILLA

Nada de extraordinario se vio en la vida de esta Santa Carmelita. Fue consciente de que su misión sería precisamente recordar a todos los que la leyeran que una vida a primera vista banal, sin mortificaciones extraordinarios, revelaciones o éxtasis, es compatible con la santidad.

Por eso hay que presentar a Teresa en toda su verdad histórica y no poner por las nubes episodios que no tienen nada que ver con el heroísmo ni presentarla solamente como un ángel, tal como lo hizo su hermana la M. Inés, ya que era tan humana como cualquiera de nosotros.

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El hecho por ejemplo de haber entrado al Carmelo tres meses después de haber cumplido los 15 años de edad no tenía nada de especial en esa época. Todavía en el siglo pasado se podía entrar en un monasterio a los 16 años. Teresa lo que pedía era solamente dispensa de unos meses más.

DIFICULTADES SICOLÓGICAS

Hay que tener en cuenta que la Santa no llegó a su equilibrio afectivo de la noche a la mañana. Hasta los 14 años lloraba todavía por cualquier nadería. No soportaba absolutamente que su papá pudiera parecer un poco descontento de la que llama su “Reinecita”. ¡Qué diluvio de lágrimas cuando en la libreta escolar que entregaban a fines de cada mes no aparecía todo perfecto!

Es un consuelo para todos los que sufren de no haber llegado a su plena madurez afectiva saber que Teresa les ayuda a no desanimarse. A fuerza de orar, como lo hizo la Santa durante varios años, terminan por recibir como ella su “gracia de Navidad”. Bastan un día o ¡una noche! El Señor les concederá la curación total que han venido soñando desde hace tiempos.

UN TESTIMONIO DE VIDA

La Historia de un alma, verdadero best-seller del siglo XX, no es un tratado de oración ni un comentario bíblico; es la relación únicamente de una serie de recuerdos personales que escribió por pura obediencia y solo para sus hermanas. Teresa cuenta allí todo lo que le ha sucedido a lo largo de su vida, lo que el Señor le ha hecho vivir y descubrir, las deferencias de la misericordia divina para con ella y su alegría al corresponderlas.

Casi desconocida mientras vivió, se hizo famosa rápidamente a través de todo el mundo con sus manuscritos autobiográficos. Hecho casi único en la historia de la Iglesia el que por la simple lectura de un libro los cristianos descubran la existencia de “nuestra” Santa. Nunca se había oído hablar de ella mientras vivía.

Pero cosa aún más sorprendente es que a medida que los cristianos descubren a la Santa, encuentran en su lectura su propia historia. Las enormes diferencias que puedan existir entre su itinerario personal y el de Teresa no les molesta del todo; se sienten llamados a vivir una historia de amor semejante a la suya.

LA ALEGRÍA EN LAS PRUEBAS

La Santa sufrió mucho a lo largo de su corta existencia: A la edad de cuatro años y medio perdió a su madre y cuatro años más tarde su segunda madre, Paulina, a quien llamaba su “Madrecita”, entró en el Carmelo, y la niña enfermó. Curada con la sonrisa de la Virgen, no se libró de sus lloriqueos interminables hasta la edad de 14 años.

Desde entonces afrontó con una gran valentía todas las otras pruebas que le llegaron: la oposición de quienes rodeaban su proyecto vocacional de vida carmelitana, la enfermedad mental de su padre, la aridez de su oración, la incomprensión de algunas de las monjas, la humedad glacial de los inviernos normandos, la tuberculosis que se instaló en su cuerpo y la noche oscura de la fe.

Todos los testigos están de acuerdo en sostener que la sonrisa de Teresa era algo maravilloso y que ninguna de sus fotografías nos la muestra tal como era en realidad, no era fotogénica. Solamente las instantáneas (que no existían en su tiempo) podrían haber captado algo de la alegría

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que irradiaba su rostro y que se adivina en sus escritos. Su ejemplo ha ayudado a millares de cristianos a vivir sus sufrimientos, conservando en el fondo del corazón esa paz que solo Jesús puede dar.

SU AMOR POR LAS SAGRADAS ESCRITURAS

Como todas las religiosas de su tiempo, Teresa no podía tener consigo una Biblia completa. Una censura moral, teñida ciertamente de jansenismo, prohibía la lectura de ciertos pasajes tildados de indecentes. Por eso se admira uno del conocimiento que tenía de las Sagradas Escrituras. Ha sido necesario todo un volumen para reunir todos los comentarios que la Santa hace sobre diversos versículos: La Biblia con Teresa de Lisieux (París 1979).

En 1892 Teresa extrajo del Manual del cristiano el texto de los cuatro Evangelios y los hizo encuadernar aparte, con el fin de poder llevarlos consigo; era algo así como un “libro de bolsillo” anticipado a sus tiempos. Lo abría con frecuencia y llegó a afirmar: “Pero lo que me sostiene durante la oración es, por encima de todo, el Evangelio; hallo en él todo lo que mi pobrecita alma necesita. Siempre descubro en él nuevas luces, sentidos ocultos y misteriosos...”.

Se afligía por la diversidad de traducciones y, “Si hubiera sido sacerdote –le confiaba un día a Celina en una carta- hubiera estudiado el griego y el hebreo”. Se anticipaba así a los cristianos del siglo XX para que volvieran a las fuentes de la Revelación.

La Santa leía la Sda. Escritura con un corazón de niño que busca y descubre el “carácter” de Dios, o como la Esposa que pone atención a las confidencia de amor de su Esposo. Y es muy significativo que su libro preferido del Antiguo Testamento era le Cantar de los Cantares. Lo cita tan frecuentemente como el libro de los Salmos y le hubiera gustado comentarlo si hubiera tenido tiempo, según un testimonio de su novicia María de la Trinidad.

UNA CONFIANZA INAUDITA DE NIÑO

No obstante su excepcional fidelidad para responder pronto a las llamadas del Señor, Teresa descubrió su miseria y especialmente su propensión al orgullo. Y aunque no tenía que reprocharse ningún pecado grave, fue porque Dios en su misericordia la colocó en circunstancias que la preservaron, como ella misma reconoce. Eso no impidió que se sintiera siempre haciendo parte hasta el fin de su vida de esos pobres pecadores para los cuales vino Jesús al mundo.

Recibió la gracia de descubrir con una agudeza inaudita las profundidades de la misericordia divina. Al hablar de este tema era inagotable. “Nosotras –decía a María de la Trinidad- no somos santas que lloramos nuestros pecados; nos regocijamos de que sirvan para glorificar la misericordia de Dios”.

“Después de cada debilidad -explicaba a Leonia y al P. Bellière en sendas cartas- hay que precipitarse como un niño en los brazos de Jesús y pedirle que nos castigue con sus besos”. ¿No fue acaso este el castigo que recibió el hijo pródigo de su padre? Un beso que se prolongó en una gran banquete.

Más aún, “lo propio del amor es abajarse”. Dios es feliz haciendo estallar su misericordia sobre el pecador. “Para amar a Jesús –escribió en una de sus cartas-, ser su víctima de amor, mientras más débil sea uno, sin deseos ni virtudes, es más apropiado para las operaciones de este Amor consumador y transformante”.

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UNA ESPIRITUALIDAD EQUILIBRADA

Aunque sencilla, Teresa no era simplista. Sabía, como lo ha afirmado siempre la tradición cristiana, que el poder absoluto de la gracia divina no suprime nuestra libertad.

Si quería presentarse ante el Señor “con las manos vacías”, no se olvidaba de que El le reclamaba unos pobrecitos sacrificios por la salvación de las almas.

Y hasta el final de su vida se consideraba encargada de ganar la vida de sus hijos los pobres pecadores. Ella es su hermana, sentada a la misma mesa de ellos y exigiendo para ellos, como para ella misma, el desbordarse de los torrentes de la misericordia divina. Pero era también madre de sus almas, encargada de trabajar en su salvación mediante la fidelidad a su amor. En un mismo parágrafo de su manuscrito C pasa sucesivamente de la primera consideración a la segunda.

Y para ellos inventó su Caminito de Infancia Espiritual, donde se encuentra todo el fundamento de su espiritualidad.

Los grandes ejes de su espiritualidad eran: la misericordia divina, la acogida del amor misericordioso, las “manos vacías”, la pequeñez, la confianza y el abandono, las obras de la confianza y el amor.

UNA VIDA ESCONDIDA QUE IRRADIA

Bastó una hectárea de terreno -la superficie del Carmelo de Lisieux- para formar una santa, cuyo testimonio y cuyos escritos han irradiado por los cinco continentes.

¡Qué contraste entre la sencillez de su vida y la avalancha de gracias recibidas por su intercesión desde hace ya más de un siglo! Sin publicidad, sin intervención de los medios de comunicación, Teresa se ha abierto un camino en el corazón de los cristianos a través de todo el mundo.

Aportó así la prueba impactante de que la fecundidad de una existencia no está ligada al cumplimiento de acciones brillantes que se verifican a lo largo de los años, de manifestaciones públicas e impactantes, sino a la calidad del amor que un ser humano, habitado por el Espíritu, deja crecer en su corazón.

Los Santos dejan una huella imborrable en la historia, que supera la de cualquier personaje de la política, de la economía y de cualquier otra categoría humana, porque lo único que trasciende es lo divino; lo demás pasa sin pena ni gloria.

UNA FE DIFÍCIL

Marcados por la increencia o la mala creencia de sus hermanos, los cristianos de hoy son particularmente sensibles al hecho de que Teresa conoció durante los dieciocho últimos meses de su vida la tentación de dudar del más allá.

Desde luego, sus tentaciones no fueron sobre la existencia de Dios, sino sobre el más allá. Le parecía que después de la muerte no había nada, pensando que lo que la esperaba era “ la noche de la nada”. ¿No tendrían razón los materialistas? Cuando el cuerpo se descompone ¿qué queda del ser humano?

Por otra parte no llegó a ser agnóstica. El espíritu invadido por las dudas, no duda. “Creo que he hecho más actos de fe desde hace un año -escribía en junio de 1897- que durante toda mi

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vida”. “Yo creo, le dice al Señor, que iré pronto a unirme a Ti” y a “pasar mi cielo haciendo bien en la tierra”. Y con su sangre tuberculosa escribió el Credo al final de los Evangelios que llevada siempre consigo, para demostrarle al Señor que seguía creyendo en la “vida eterna”.

También en esto Teresa es un modelo maravilloso. No fue desmontando uno a uno los argumentos del adversario que ella consiguió la victoria; se apoyaba solo en la Palabra de Cristo: “Yo voy a prepararos un lugar... Hay muchas moradas en la casa de mi Padre” y en las apariciones pascuales de Jesús a María Magdalena y a los Apóstoles.

Se ha encontrado, escrito de su propia mano hacia 1896 o 1897, un folio titulado “Concordancia pascual”, donde copió, ensayando armonizarlos, los relatos de las cuatro Evangelios sobre las apariciones de Cristo resucitado.

UNA SANTA PARA LOS TIEMPOS DE HOY

Teresa tiene un mensaje para nosotros, para nuestro tiempo, diverso del suyo, para el hombre de hoy, que con tanta esperanza ha comenzado un nuevo siglo de la historia.

“Los Santos no pasan jamás”. Como portadores de los valores eternos del Espíritu tienen un mensaje siempre válido y actual. El amor la hizo solidaria con todos los hombres en el coraje y la alegría de la fe, en la humildad y en la confianza propios de su Caminito de Infancia Espiritual.

Ella nos señala un camino seguro, y fácil diría yo, de santidad. Mensaje de santidad en su esencia: una santidad verdaderamente evangélica, encarnada en la realidad concreta de la vida de todos los días, una santidad que “no consiste en esta o aquella práctica, sino en una disposición del corazón, que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su paternal bondad”.

Teresa ha renovado la espiritualidad, la santidad, la teología misma, con su vida más que con sus escritos. Es la teología de la experiencia la que ella nos da.

LA FAMILIA

La familia tuvo un lugar de excepción en la vida de Teresa, tanto en el mundo como en el Carmelo. Era una familia formada por los padres, las hermanas, los Guérin y los parientes de estos últimos; familias burguesas todas ellas, es decir de gente acomodada materialmente.

Era un ambiente del cual necesitaba, hasta el punto de sufrir su ausencia mientras tenía que estar en la Abadía de las Benedictinas. Cuando su madre y sus hermanas fueron abandonando el hogar, sufrió heridas psicológicas que solo vinieron a sanar con la gracia que recibió en la Navidad de 1886, a los 13 años de edad.

Pero, la familia se vino a reconstruir cuando el “clan Martin" contaba al final con cinco miembros en el mismo monasterio. Teresa se defiende, sin embargo, diciendo que no entró allí llevada por un deseo natural de encontrarse con sus hermanas mayores, y prueba de ello es que no se permitió hacer concesiones a los lazos familiares.

Por otra parte era muy consciente de los lazos que la unían a sus “cuatro angelitos” muertos prematuramente y a su madre. A través de la Comunión de los Santos pensaba que un día se reuniría con toda la familia en el cielo.

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Además de su propia familia, la Santa evoca en sus escritos su emoción al encontrarse bajo el mismo techo de la Sda. Familia cuando visitó la Santa Casa de Loreto (Italia); una de sus Recreaciones piadosas la dedicó a ella, y la recordó asimismo -en unas líneas que escribió a la M. María de Gonzaga- en su humilde tarea de ama de casa preparando la comida de la familia de Nazareth.

EL PADRE

La familia paterna de Teresa era originaria de del departamento del Orne, en Normandía, al nordeste de Francia, y se dedicaba a la agricultura. El tronco familiar que nos da la genealogía auténtica de la Santa parte del nacimiento de su abuelo Pedro Francisco Martin en la población de Athis. Con él comenzó a destacarse esta generación de santos.

De Athis pasó la familia a vivir en Alençon, pero en 1823 Pedro era capitán de infantería en el cuartel de Burdeos, donde nació el 22 de agosto de dicho año Luis José Estanislao, padre de Teresa. Fue el tercero de un hogar de cinco hijos, cuatro de los cuales murieron jóvenes. Por eso de la familia Martin no quedó descendencia masculina, ya que Luis tuvo solo hijas mujeres y todas fueron monjas de clausura.

Luis fue bautizado dos meses más tarde en la catedral de Burdeos, ya que Pedro su padre estaba ausente. Parece que fue entonces cuando el Arzobispo de la ciudad dijo proféticamente: “¡Alégrense! Este niño es un predestinado”.

Cuando el abuelo concluyó su carrera militar fue condecorado con la Cruz de San Luis y se retiró a Alençon para dedicarse al hogar.

Luis se hizo relojero en Rennes en casa de unos primos, perfeccionando sus conocimientos en Estrasburgo y en París.

Era un joven piadoso y romántico que gustaba de la naturaleza y de la soledad. De ahí que a los 21 años de edad decidiera hacerse religioso en el monasterio del Gran San Bernardo, en los Alpes franceses. Pero, no fue admitido por no saber latín, regresó a Alençon para comenzar el estudio de dicha lengua, que tuvo que suspender a causa de su salud. Una vez recuperado –designios de Dios-, se dedicó a su profesión de relojero, además de darse a los ejercicios de piedad y a obras de caridad. Y así vivió hasta los 35 de edad en que contrajo matrimonio con Celia Guérin. Y estos fueron los padres de Teresa.

Cuando Celina contaba 80 años escribió la biografía de su padre que publicó en castellano la Edit. Monte Carmelo de Burgos en 1958. Allí hace el retrato moral de su padre, a quien las gentes de Lisieux llamaban “el santo patriarca”. Destacó por su piedad, su amor a Dios, su respeto por los sacerdotes, sus obras del caridad, su espíritu apostólico, su pasión por los viajes, su humildad, su afición a la lectura, su carácter jovial y su predilección por sus hijas María y Teresa su “Reinecita”. También narra Celina sus enfermedades: la pérdida de la razón, que comenzó a los 64 años de edad y la parálisis, su internamiento en el hospital mental del Buen Salvador de Caen durante varios años y su muerte acaecida en el castillo de La Musse, en Evreux, el 29 de agosto de 1894 a la edad de 71 años.

Celina y Leonia lo cuidaron. Los sufrimientos de sus hijas fueron terribles, agravados con los comentarios de la gente e incluso de la monjas, sobre el deshonor de dicha familia y atribuyéndolo incluso al abandono de sus hijas carmelitas. Desde entonces se intensificó entre ellas la devoción a la Santa Faz, en cuya archicofradía de Tours el Señor Martín había inscrito a toda la familia.

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Sepultado en Lisieux, sus restos reposan al lado de su esposa en un jardincito detrás de la Basílica dedicada a su hija, en espera de ser elevado al honor de los altares. Sus virtudes heroicas fueron aprobadas junto con las de su esposa y Juan Pablo II los declaró Venerables el 26 de marzo de 1994; solo esperan un milagro para su beatificación.

La persona y la historia del Sr. Martín están estrechamente vinculadas a Teresa, quien perfila su semblanza a la vez que cuenta su propia historia, su intimidad y afectos mutuos. En la Historia de un alma y en las poesías le recuerda siempre como a un santo: “era un santo”, “rezaba como un santo”, “hablaba como un santo”, “su rostro tenía una expresión celestial”, etc.

LA MADRE

La familia de la madre de Teresa era originaria también del departamento del Orne y se destacaba por su piedad. Durante la Revolución Francesa varios sacerdotes se ocultaron en su casa.

El padre de Celia se llamaba Isidoro y fue guardia civil al servicio de las campañas del estado francés. También él, como Pedro Martín, se retiró a Alençon después de 40 años de vida militar.

Celia María, madre de Teresa, fue la segunda hija del matrimonio, habiendo nacido el 23 de diciembre de 1831. Hermanos no tuvo sino a María Luisa que entró en la Visitación de Le Mans y a Isidoro que se desempeñó como farmaceuta y periodista en Lisieux.

Tampoco por la línea materna hubo descendencia, porque Isidoro solo tuvo dos hijas: María que entró al Carmelo con el nombre de María de la Eucaristía y Juana que se casó con el Dr. Francis La Néele sin haber dejado descendencia. Así que María y Juana fueron las únicas primas de Teresa.

Celia tuvo una infancia y adolescencia tristes. Su madre era una mujer ruda y la trató muy mal. Ni siquiera gozó de tener una muñeca y muy pocas alegrías, heredando un horror al pecado que infundió en sus hijas.

Celia quiso ser Hija de la Caridad de San Vicente de Paul para dedicarse a los pobres, pero la superiora del hospital de Alençon le dio como respuesta que esa no era la voluntad de Dios.

Pequeña de estatura, era una mujer realista, inteligente, valiente y tan piadosa como su marido. No obstante su poca salud, recibió una educación esmerada en el colegio de las Damas de la Adoración.

Dedicada a la fabricación del famoso encaje de Alençon, único encaje hecho enteramente con aguja, adquirió tales conocimientos que abrió su taller propio en 1863 con empleadas que trabajaban a domicilio. Con el trabajo logró un buen capital.

También sobre su madre escribió Celina una biografía, publicada por la Edit. Monte Carmelo en 1956. En ella nos da el retrato moral de su progenitora: el ambiente familiar, la educación que había recibido, la educación rigurosa que dio a sus hijas, el trabajo tan intenso que la consumió prematuramente, la vida cristiana en que sobresalieron su fe, su humildad, su caridad con el prójimo, su amor a la Iglesia y a las misiones, su abandono en las manos de Dios y la paciencia que soportó en los sufrimientos, la evolución del cáncer de pecho que le principió 10 años antes de nacer Teresa, la peregrinación que había hecho a Lourdes en busca de una curación milagrosa y su muerte el 28 de agosto de 1877 a la edad de 45 años. Teresa contaba entonces cuatro años y medio, y mientas Celina escogió por madre a María, Teresa escogió a Paulina.

Celia tenía una pluma ágil y escribió numerosas cartas durante la infancia de Teresa, de las cuales ésta extrajo copiosos retazos para componer los dos primeros capítulos de la Historia de un alma. Dichas cartas se hallan publicadas en un volumen con el nombre de Correspondencia General.

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Habiendo muerto en Alençon, fue inhumada allí mismo. Más tarde sus restos, junto con los de sus cuatro hijos muertos a corta edad, fueron trasladados a Lisieux y sepultados junto a los de su esposo en el jardincito detrás de la Basílica dedicada a su ilustre hija, donde espera su beatificación, tras haber sido declarada Venerable por Juan Pablo II.

Teresa heredó de su madre inteligencia, realismo y eficacia.

UN HOGAR SANTO

Un día en que Celia pasaba en Alençon por el puente de San Leonardo, inmediato al negocio de encaje, se encontró con un joven de porte distinguido que le llamó la atención. Fue una atracción mutua. Y, tras un noviazgo no muy prolongado, contrajeron matrimonio el 13 de junio de 1858 en la iglesia de Nuestra Señora de la ciudad.

Y, aunque Celia deseaba tener muchos hijos que se consagraran al servicio de Dios en la vida religiosa, sobre todo hijos varones que fueran misioneros, la misma noche de bodas su esposo la convenció de que guardaran continencia perpetua. Pero luego el director espiritual les hizo ver un año más tarde que realizaran el fin del matrimonio: tener hijos.

Así nacieron sucesivamente nueve que con el nombre de María fueron bautizados todos: María, María Paulina, María Leonia, María Elena, María José Luis, José María Juan Bautista, María Celina, María Melania Teresa y MARIA FRANCISCA TERESA, nuestra Santa.

Muy pequeños murieron las dos mujeres María Elena y María Melania, así como también los dos varones María José Luis y José María Juan Bautista.

Sobrevivieron: María, Paulina, Celina y Teresa, que fueron Carmelitas descalzas, y Leonia que fue Visitandina en el monasterio de Caen.

La vida del hogar era feliz, no obstante la enfermedad que lentamente acabaría con la madre. Los padres, junto con sus hijas rezaban, guardaban religiosamente las fiestas cerrando sus negocios, leían vidas de santos, cantaban, reían y paseaban, saliendo a veces a pescar y llevando sus productos a las Clarisas de la ciudad y más tarde a las Carmelitas. Los padres asistían a misa de cinco y media de la mañana y comulgaban con la frecuencia permitida entonces, guardaban rigurosamente los ayunos y abstinencias mandadas por de la Iglesia. El padre pertenecía a la Adoración Nocturna y a las Conferencias de San Vicente. Teresa escribe que sufrió intensamente al abandonar su hogar para entrar como medio-pensionista al colegio de las Benedictinas. Y una de sus pruebas más duras fue ver cómo se deshacía progresivamente su hogar.

Las tres hijas mayores se educaron en la Visitación de Le Mans, bajo el cuidado de su tía Sor María Dositea (María Luisa Guérin). Celina y Teresa estudiaron en la Abadía de las Benedictinas de Lisieux, aunque Leonia estuvo también allí por algún tiempo.

Cuando el Sr. Martín abandonó su relojería en 1871, s dedicó a la administración del negocio de su mujer, al cual se le había dado el nombre de “Fábrica de encaje de Alençon Luis Martín”.

El P. Stephane Piat OFM escribió más tarde la biografía de esta familia con el título de Historia de una familia, que ha tenido dos ediciones en la Edit. Monte Carmelo de Burgos.

LAS HERMANAS

Conocer a las hermanas de sangre de Teresa es saber interpretar debidamente los episodios que narra en su autobiografía.

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MARIA (en religión Sor MARIA DEL SDO. CORAZÓN). Era la hermana mayor y la madrina de bautizo de la Santa. Carácter independiente, enérgica y burlona. Pequeña de estatura, era muy práctica. En el Carmelo fue jardinera y provisora (despensera). Tras la muerte de su madre, se encargó de gobernar la casa y educar a sus hermanas hasta que ingresó al Carmelo. Cuidó a Teresa durante su enfermedad nerviosa y fue la confidente de sus escrúpulos. A María se le debe el manuscrito de la Historia de un alma, pues fue ella la que le pidió a la priora le mandara escribirla. A ella también confió el manuscrito B, su “doctrina”, lo más bello que salió de la pluma de la Santa; así mismo le dedicó varios poemas y muchas cartas de las cuales se conservan 17. Silenciosa y reservada, estuvo varios años reducida a una silla de ruedas por el reumatismo, falleciendo a los 80 años de edad en 1940.

PAULINA (Madre INÉS DE JESUS). Era la más baja de estatura entre las hermanas. Mujer cerebral y práctica, además de muy femenina y emprendedora, como también de gran prudencia y equilibrada, pero muy sensible. Hábil para las relaciones humanas y sociales. Dotada de buenas cualidades para la pintura. Era la hija predilecta de su madre. Su padre la llamaba “la perla fina”. Fue la que se ocupó más directamente de la educación e instrucción de Teresa. Y fue la primera en ingresar al Carmelo, donde desempeñó el cargo de priora de 1883 a 1886, durante el cual mandó a Teresa que escribiera los recuerdos de su infancia (el Ms. A). Priora de nuevo de 1902 a 1908 y en 1909. La comunidad la acogió como su “Madrecita” también y la pidió como priora vitalicia, confirmándola en el cargo Pío XI en 1923. Murió en 1951 a la edad de 90 años. Escribió las Ultimas conversaciones (Novísima verba). A ella se le debe el regreso del Carmelo “beruliano” a la Orden. Tuvo una vejez laboriosa, respondiendo a las cartas que llegaban de todo el mundo. No comprendió o no era su caminito el de la Infancia Espiritual. La comunidad publicó su biografía, publicada en castellano por la Edit Monte Carmelo en 1954 y 1956; también la Edit EDE de Madrid la publicó en 1954.

LEONIA (Sor FRANCISCA TERESA). Diez años mayor que Teresa, se sentía sola en medio de las dos parejas de hermanas. Enfermiza, retrasada mental, terca, de un carácter difícil que preocupó siempre a su madre. Madrina de confirmación de Teresa. Su tía Sor María Dositea no pudo con ella en la Visitación y la devolvió a casa. Después de tres intentos de vida religiosa, al fin se estabilizó en la Visitación de Caen después de la muerte de Teresa, quien le había profetizado su perseverancia. Los últimos cuatro años antes de ingresar definitivamente en la Visitación fue acogida por su tío Isidoro Guérin. Todos la llamaban “la pobre Leonia”. Murió humilde y desconocida, como era su ideal, en 1941, habiendo vivido plenamente el “caminito”, perfectamente adaptado a su debilidad. Conservó no menos de 15 misivas de su hermana. Desde 1970 la Visitación recibe cartas y peregrinos de todo el mundo que se acercan a venerar sus restos en la cripta de la iglesia del monasterio, abierta al público que le pide gracias y recibe sus favores, depositando allí flores y lámparas. El P. S. Piat publicó su biografía, traducida al castellano por la Edit. Monte Carmelo en 1986.

CELINA (Sor GENOVEVA DE STA TERESA Y DE LA STA. FAZ). Tres años mayor que Teresa y su compañera inseparable de infancia, adolescencia y juventud. Enfermera también de la Santa, quien le dirigió una agradecida mirada al morir. “Dulce eco de mi alma” la llamó la Santa. Celina se convirtió en el más copioso y decidido testigo trasmisor de la espiritualidad de su hermana. Novicia aún, Teresa la asoció a su Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso. Se quedó en el mundo hasta la muerte de su padre, cuidándolo. Y pocos meses después ingresó al Carmelo, donde tuvo por Maestra a su hermana Teresa. Al tomar el hábito recibió el nombre de Sor Genoveva de la Sta. Faz que cambió por el de Genoveva de Sta. Teresa, en memoria de la fundadora del carmelo lexoviense. Muy dotada para la pintura y la fotografía. Declaró en los procesos de beatificación de Teresa con aportes de los más ricos y hermosos de todo el proceso. A

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Celina se le deben, entre otros, el cuadro más popular de la Santa, donde se le representa con el crucifijo y las rosas en las manos. Escribió Consejos y Recuerdos. Colaboró con André Combes en la publicación de las Cartas completas de la Santa, y con el carmelita P. François de Sainte Marie en la edición facsímil y crítica de los Manuscritos Autobiográficos. La Edit. Monte Carmelo publicó su biografía. Fue la última superviviente de la familia Martín, falleciendo en 1959 casi nonagenaria. A su entierro asistió el P. General de la Orden. Participó como testigo excepcional en el proceso de beatificación de sus padres.

INFANCIA Y ADOLESCENCIAAlençon

Alençon es la capital del departamento del Orne. Más importante civil y comercialmente que Lisieux, de la cual dista 90 km.

Por su genealogía, Teresa de Lisieux es antes Teresa de Alençon. Allí abrió sus ojos a la luz de la vida y pasó los “años soleados “ de su primera infancia hasta le edad de cuatro años y medio.

Teresa nació en esta ciudad normanda el 2 de enero de 1873, en una casa de dos pisos en la Calle de San Blas N° 36 (hoy N° 42), frente al Palacio de la Gobernación. Su padre frisaba en los 50 años y su madre en los 41. Dos días más tarde fue bautizada en la iglesia de Nuestra Señora que queda en la misma calle, más abajo.

A los 2 meses se le presentaron síntomas de gastroenteritis y sus padres la entregaron a Rosita de Taillé, campesina de Semallé, para que la alimentara y la cuidara. Y allí permaneció poco más de un año. Cuando regresó, su madre escribe: “Es dulce y un encanto”, “Nunca he tenido un hijo tan fuerte, excepto la primera...Parece muy inteligente...Será hermosa”. Era la contemplada de toda la familia, al fin y al cabo la menor.

Cuando contaba 2 años, su madre escribe que era “un diablillo”, muy terca, que le daban “unas rabietas terribles” y que se revolcaba en el suelo como una desesperada, pero que era inteligente y piadosa.

A los 3 años progresaba en la lectura y eran notorias su inteligencia y su memoria. Emotiva y leal. Y a los 4 años de edad escribió la primera carta a una amiga de su hermana Paulina.

Los domingo gozaba paseando con su padre por los alrededores, fascinada con la naturaleza, sobre todo con las flores. Y era feliz en el Pabellón, pequeña propiedad campestre donde su padre se retiraba a descansar desde que estaba soltero.

Todo era felicidad hasta cuando murió su madre en 1877, momento que marcó un cambio de carácter, volviéndose extremadamente sensible; sensibilidad que le duró 9 años, hasta lo que Teresa llama su “conversión” en la noche de Navidad de 1886.

Su casa natal es hoy un lugar de peregrinaciones, atendido por las Oblatas de Sta. Teresa. En la parte inferior están las zonas sociales y un almacén de ventas de souvenirs. En el jardín se recuerdan sus juegos infantiles con Celina. De la parte alta y dentro de la capilla anexa solo se puede ver la habitación donde nació Teresa, con la cama y recuerdos que se conservan de su niñez: muñecas, vestidos, cuadernos, etc.

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LISIEUX

La última mirada de su madre al morir la dirigió a su cuñada Celina de Guérin, para recomendarle sin duda a sus hijas.

Consciente de la situación, el Sr. Martín no tuvo más remedio que aceptar las insinuaciones de su cuñado de trasladarse con la familia a Lisieux, donde él residía y podía ayudarle en la formación de sus hijas. Doloroso para él este cambio a sus 54 años de edad, pero muy agradable para sus hijas.

Lisieux, en el departamento de Calvados, era una ciudad de 18.000 habitantes. Ciudad muy antigua, como lo recordaban sus monumentos. Durante la segunda guerra mundial despareció casi totalmente por los bombardeos; de lo poco que se salvó fueron Los Buissonnets, el Carmelo y la Basílica, lugares claves en la historia de Teresa. Hoy Lisieux es la Ciudad de Teresa.

A los 2 meses y medio de muerta la madre, el 28 de agosto de 1877 la familia se trasladó a Lisieux, instalándose en Los Buissonnets, en donde Teresa vivió más de diez años, hasta su ingreso en el Carmelo.

Los Buissonnets son una propiedad campestre, situada en las afueras de la población y sobre una cuesta que domina un paisaje maravilloso sobre la ciudad y sus campos. Es una casa de dos pisos con un mirador, rodeada de jardines y que la familia dotó con mueble de estilo, como era costumbre en la burguesía de entonces. Se tomó en arriendo y se entregó poco antes de la muerte del Sr. Martin. La prima Juana de la Néele la compró cuando la fama de Teresa crecía universalmente, quedando al final en propiedad del Carmelo.

La vida en Los Buissonnets siguió igual que en Alençon: una familia muy unida en todo y para todo, vida de piedad y de honestas recreaciones. Y mientras las mayores estaban en casa, Leonia y Celina entraron en la Abadía de Ntra. Señora del Prado de las Benedictinas. Celina además entró a tomar clases particulares de dibujo, lo cual le causaba envidia a Teresa.

El 13 de mayo de 1880 Celina hizo su Primera Comunión, uno de los días más hermosos en la vida de Teresa, según ella cuenta. Se sentía feliz cuando su hermana le llevaba pan bendito o se lo bendecía, pues “era mi misa”.

A los 8 años de edad (1881) Teresa entró como medio-pensionista en la misma Abadía benedictina. Fueron “Los años más tristes de mi vida” anota, pues por su carácter no logró nunca integrarse en el grupo y sufría mucho, no obstante los éxitos en los estudios y el cariño que le brindaban las religiosas.

Tenía ya 10 años cuando en ausencia del papá que visitaba París, le comenzó la “extraña enfermedad” nerviosa de que tanto se ha hablado y escrito. Síntomas: convulsiones, fiebre, alucinaciones. Por fin, tras mucho sufrir, tanto ella como la familia, al mes y medio la curó la Virgen de la Sonrisa.

A los 11 años (1884) hizo su Primera Comunión, tras un retiro de cuatro días. Fue “el primer beso de Jesús a mi alma”, y no una simple mirada sino una verdadera “fusión”. Y recibió la segunda el 22 de mayo, fiesta de la Ascensión. Ese mismo día Paulina hizo su profesión en el Carmelo.

Un mes más tarde recibió la Confirmación de manos del Obispo de Bayeux Mons. Hugonin, a quien más tarde pidió el permiso para entrar al Carmelo y quien más tarde también la saludó con gran cariño dentro de la clausura.

Por aquella época pasó vacaciones con sus primas en Trouville, ciudad veraniega en la costa atlántica donde el tío Guérin tenía un castillo. En cinco ocasiones estuvo allí con alguna de sus hermanas y con sus primas Juana y María.

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A los 13 años de edad Teresa tuvo que abandonar la Abadía, debido a sus dolores de cabeza. Luego recibió clases particulares de la Sra. Papinau.

Por este tiempo sufrió la crisis de escrúpulos que le confiaba a María. Un retiro que predicó el capellán de la Abadía y que Teresa firma que “fue muy horroroso” desató en ella los escrúpulos. Tras una oración angustiada a sus cuatro hermanitos del cielo, sintió que recobraba la paz y se veía liberada de los escrúpulos, aunque no había llegado el momento de su total conversión.

Y así llegó a la Navidad de 1886 cuando después de la Misa de Gallo obtuvo la gracia de la “conversión”, comenzando entonces la “carrera gigante”. Más tarde escribió que esa noche había inaugurado el período de su vida “más hermoso de todos y el más bello de gracias del cielo”.

A los 14 (1887), cuando para ella y Celina la vida de Los Buissonnets era “el ideal de la felicidad”, pronto se nubló con el primer ataque de parálisis del papá.

A esta misma edad tuvo su mayor desarrollo físico, intelectual y sobre todo espiritual. El desarrollo físico ya que creció en estatura; fue la única que heredó en esto a su padre, mientras las otras hermanas heredaron la pequeñez de su madre. El desarrollo intelectual se manifestó en la liberación de sus escrúpulos ”y de su excesiva sensibilidad”, entrándole “unos deseos enormes de saber”. El desarrollo espiritual fue tan evidente que según dice: “Jesús me instruía en secreto en las cosas de su amor”.

El día de Pentecostés de este año de 1887 consiguió de su padre el permiso para entrar al Carmelo, donde le habían precedido ya sus hermanas Paulina y María. Pero, a causa de su poca edad para soportar las austeridades carmelitanas, se encontró con la oposición de su tío, de María y del superior del monasterio el Sr. Delatroëtte, no obstante la apoyaron Celina y Paulina, además del de la M. María de Gonzaga y de la mayoría de las Carmelitas. Viajó entonces con su padre a Bayeux, con un peinado de moño alto para aparentar más edad, donde creía que Mons,. Hugonin le concedería el permiso, pero tampoco lo consiguió. Ante tales obstáculos emprendió viaje a Roma con su padre y Celina, incorporándose a una peregrinación diocesana, con el fin de obtener el permiso del Papa León XIII, quien apenas le dio esperanzas.

El viaje a la Ciudad Eterna fue además un viaje de turismo por Francia, Suiza e Italia. Grande fue su alegría al visitar el Vaticano y hablarle al Papa, cuya vejez le impresionó, al visitar los monumentos y disfrutar de los paisajes durante el recorrido. Estuvo en la iglesia de Santa María de la Victoria, osando pisar la clausura del anexo convento de los Padres de la Orden. En este viaje entró en contacto con el mundo, lo cual tuvo una enorme repercusión en su vida espiritual, comprendiendo por ejemplo lo importante que es orar por los sacerdotes. Fue una excelente preparación para entrar en el Carmelo.

A esa misma edad de 14 años sucedió el caso del criminal Pranzini que asesinó en París a dos mujeres adultas y una niña. Teresa ofrecía sus oraciones y sacrificios por su conversión, enterándose luego que había muerto en el cadalso besando poco antes el crucifijo. Después, ya en el Carmelo, encargaba misas por su alma.

También por esta época tuvo lugar su despertar misionero ante una estampa con la imagen del Crucificado. Posteriormente se opuso a leer una revista de misiones que le ofrecieron, pues veía que su vocación era el Carmelo desde donde contribuiría con más eficacia a la conversión de las almas.

Al cumplir los 15 años (1888) logró por fin sus anhelos de ser Carmelita, ingresando el 9 de abril, fiesta entonces de la Anunciación, en el monasterio lexoviense. De hecho sería Mons. Révérony, quien habiendo examinado detenidamente le caso, autorizó su ingreso, a pesar de que en el momento de la entrada en clausura pronunció unas palabras llenas de frialdad, diciendo a las religiosas: “Ojalá no sean ilusorias vuestras esperanzas. Por eso les advierto que solo sobre ustedes recae toda la responsabilidad”.

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EN EL CARMELO

El Carmelo de Lisieux, fundado en 1838 por cinco Carmelitas de Poitiers, entró Teresa cuando llevaba solo 50 años de fundado. Y hacía apenas 11 años que se había terminado de construir el edificio de dos plantas en cuadrado, menos el segundo piso que es solo en forma de U.

El Carmelo lexoviense tiene la gloria de haber fundado en Saigón (Vietnam) en 1861 el primer monasterio de la Orden erigido en tierras de misión. Teresa deseó ardientemente incorporarse a él para vivir olvidada del mundo y ayudar a la Iglesia local.

Nuestra Santa tomó el nombre de Teresa del Niño Jesús, que le había sugerido la M. María de Gonzaga desde que estaba pequeña y empezó su postulantado. La comunidad estaba compuesta por entonces de 26 religiosas, cinco de las cuales eran de velo blanco; todas francesas, menos una que era natural de Macao (China) y procedía del monasterio de Saigón, adonde años más tarde regresó.

Comunidad heterogénea, donde había monjas de todas las clases sociales, lo cual dificultaba la vida fraterna, no por discriminación racial o económica, sino por la falta de educación de las que procedían de estratos bajos; la fineza de las de una clase chocaba con la rudeza de las otras.

Aparte de las tres hermanas carnales de Teresa, cabe destacar a la religiosas que más influyeron en su vida.

Madre GENOVEVA DE STA. TERESA (Bertrand) había llegado de Poitiers, entre las fundadoras, como Maestra de novicias; luego fue priora desde 1842, cargo que desempeñó casi interrumpidamente durante 44 años, por lo cual se la considera como la verdadera fundadora de la comunidad. Tuvo especial predilección por Teresa, a quien hizo sus confidencias, aunque el camino por donde el Señor la llevaba era el del temor. Nuestra Santa hace grandes elogios de ella en el cap. 8 de la Historia de un alma y habla de la dicha que tuvo de conocerla “Fue esta una gracia inestimable”, y destaca que se santificó “por virtudes escondidas y ordinarias”. Falleció a los 86 años de edad en 1891. Era una verdadera santa. y merece el honor de los altares. Teresa nos dejó una reseña histórica de esta Madre que puede consultarse en las Obras Completas de la Editorial Monte Carmelo de Burgos.

Madre MARÍA DE GONZAGA (de Virville), varias veces priora, supriora y maestra de novicias; maestra de novicias inclusive nombrada por la M. Inés de Jesús (Martín). De clase alta, estaba dotada de extraordinaria inteligencia y mucho don de gentes, siendo muy apreciada por los sacerdotes. Marcó con su fuerte personalidad la vida de la comunidad, a pesar de sus altibajos de humor. Construyó la mayor parte del monasterio. Impuso su autoridad para admitir a las cuatro hermanas Martín en el mismo monasterio, “clan” que luego la hizo sufrir. Celosa de su autoridad, siempre en pugna con sus sucesora la M. Inés, lo que ha dejado una imagen negativa de ella. Con Teresa fue muy severa porque quería forjar su virtud, cifrando en ella el porvenir de la comunidad; aunque la Santa le reconoce en una de sus cartas su “mano maternal”. Era su hija predilecta, sobre la cual escribió varias veces “es el tesoro de la comunidad”, “Es la mejor de entre mis buenas” le escribió al P. Roulland, y al margen del acta de profesión y tras la muerte de la Santa dejó esta nota: “Esta flor, más del cielo que de la tierra, fue cortada por el divino Jardinero a la edad de 24 años y nueve meses, el 30 de septiembre de 1897. Los nueve años y medio pasados entre nosotras dejan en nuestras almas el perfume de las más hermosas virtudes que pueden llenar la vida de una carmelita: modelo acabado de humildad, de obediencia, de caridad, de prudencia, de desasimiento

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y de regularidad, desempeñó el cargo de maestra de novicias con una sagacidad y una perfección que no tienen igual más que en su amor a Dios. Nos remitimos al querido manuscrito que edificará al mundo entero, dejándonos a todas los más perfectos ejemplos. Este Angel de la tierra tuvo la dicha de volar a su Amado en un acto de amor. ¡Oh queridísima, velad por vuestro Carmelo!”. A la M. Gonzaga se le debe la publicación de la Historia de un alma. Murió de cáncer de la lengua a los 71 años de edad en 1904. En dicha ocasión la M. Inés escribió una hermosa y elogiosa circular necrológica, pero luego a los 10 años escribió un extenso memorial pesimista sobre el ambiente de la comunidad bajo el mandato de la M. Gonzaga.

Sor MARÍA DE LOS ANGELES (de Chaumonte). Carácter fuerte. Recibió una excelente formación de su Maestra de novicias que fue la venerable M. Genoveva. Supriora varios trienios y Maestra de novicias varias veces también, fue la Maestra de Teresa, quien en un principio no se entendía muy bien con ella porque le hablaba constantemente y la Santa prefería el silencio; pero luego se comprendieron maravillosamente. Teresa dice de ella “era una verdadera santa, calco perfecto de la primeras carmelitas. Yo pasaba todo el día a su lado, pues me enseñaba a trabajar. Su bondad para conmigo no tenía límites”. Trabajaron juntas en la ropería. Sor María escribió un cuadernillo de recuerdos íntimos que tituló Recuerdos de mi Teresita. Murió en 1924 a los 79 de edad.

Sor MARÍA DE LA EUCARISTÍA (Guérin), prima de la Santa y la última novicia que tuvo. Se confiaba a ella y la curó de sus escrúpulos. Dotada de un preciosa voz, le encantaba la música y le proporcionaba a Teresa las melodías profanas para sus poemas. Nos dejó un ramillete de dichos auténticos de su prima. Detalló minuciosamente la última enfermedad de la Santa en cartas a sus padres. Murió también tuberculosa a los 35 años de edad en 1905.

Sor MARÍA DE LA TRINIDAD (Castrel). Fue la novicia predilecta de la Santa. De familia numerosa y piadosa que dio un sacerdote, dos religiosas y un monje. Había estado en uno de los Carmelos de París, de donde salió por motivos de salud, ingresando un año más tarde en el de Lisieux. La Santa la llamaba “su muñeca”, por el aspecto tan joven que tenía y le dedicó varios poemas. A ella fue a quien Teresa le dijo: “Canto lo que quiero creer, pero lo hago sin ningún sentimiento”. Falleció de un cáncer en la cara a los 69 de edad durante la segunda guerra mundial. Teresa la inició en su “pequeña doctrina” y celebró su profesión como “uno de los días mas bellos de su vida”. A Sor María se refieren los célebres episodios de la conchita para recoger las lágrimas y la peonza (trompo), cuyos objetos conservó hasta su muerte. Escribió páginas de gran calidad que sirvieron para redactar el cap. XII de la Historia de un alma. Sus deposiciones en el proceso de beatificación son de lo más copioso, realista y valioso. Se ha publicado su biografía.

Ahora bien, de los nueve años que Teresa vivió en el Carmelo, los cinco primeros dice ella fueron de “más espinas que rosas”.

Como postulante estuvo nueve meses, tiempo en el cual ayudaba en la ropería y barría los claustros. Fue entonces cuando su padre huyó de la casa intempestivamente y le encontraron en El Havre.

Teresa tenía 16 años cuando tomó hábito el 10 de enero de 1889, con asistencia de su padre que tuvo un momento de lucidez, y fue en esta ocasión cuando añadió “de la Santa Faz” a su nombre religioso. Sus oficios en el monasterio eran el de refitolera con su hermana Sor Inés y el barrido. También ese mismo año su padre fue internado en el hospital mental Buen Salvador de Caen. Sorpresa de Teresa por la reelección de la M. Gonzaga.

Y es a lo largo de 1890, a sus 17 de edad, cuando leyó a San Juan de la Cruz, su obra predilecta al lado de los Evangelios y de la Imitación de Cristo. Descubrió por ese tiempo los textos de Isaías el Sirvo sufriente.

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“Inundada de un río de paz” profesó el 8 de septiembre de dicho año, a pesar de que la víspera estuvo tentada de abandonar la Orden. Y el 24 del mismo mes tomó el velo negro de manos de Mons. Hugonin

Cumplidos los 18 años de edad, se desempeñaba principalmente como ayudante de sacristía. Empezó entonces sus oraciones por la conversión del P. Jacinto Loyson, exprovincial de los Carmelitas descalzos de Francia que había apostatado. Ejercicios espirituales con el P. Alejo Prou OFM quien la lanzó “por los mares de la confianza y del amor”. Epidemia mortífera de gripa en la comunidad que dejó varias muertas.

A los 19 años alimentaba su oración con los escritos de San Juan de la Cruz y con el Evangelio. Recibió por estas época la última visita de su padre que solo atinó a decir “Hasta el Cielo”. Era ayudante de la M. María de Gonzaga que ejercía a la vez como priora y como maestra de novicias.

Tenía ya 20 años en 1893 cuando fue elegida priora su hermana la M. Inés y pasó a maestra de novicias la M. Gonzaga, teniendo como ayudante a Teresa, quien prefirió quedarse en el noviciado. Segunda portera del monasterio.

A los 21 de edad (1894) comenzaron para Teresa los últimos años de su vida, llenos todos de grandes acontecimientos. Aparecieron los dolores de garganta que fueron los primeros síntomas de su enfermedad, y meses después le vino la ronquera. Por este tiempo compuso la primera de sus Recreaciones Piadosas, dedicándola a Juana de Arco, a quien desea verla sobre los altares. Se agravó su padre con parálisis e insufciencia cardíaca, falleciendo en el castillo de La Musse. Entró Celina al Carmelo y le confiaron su formación a Teresa. En diciembre de este año la M. Inés le mandó escribir sus recuerdos.

Cuando tenía 22 años redactó su Ms. A. Le confió a Sor Teresa de San Agustín “Moriré pronto”. El 9 de junio hizo su “Ofrenda al Amor Misericordioso” y el 11 lo pronunció con Celina ante la Virgen de la Sonrisa. Herida de amor durante el Vía Crucis. La M. Inés le confió su primer hermano misionero en la persona del P. Mauricio Bellière, de los PP. Blancos..

Frisaba en los 23 años. Invierno riguroso. Pintó su escudo de armas. Entregó en enero su Ms. A a la M. Inés, quien lo guardó sin leerlo. En el Buen Salvador de Caen fue hospitalizada Sor Margarita del Sdo. Corazón, terminando su vida en las Hermanitas de los Pobres. Profesión de Celina y Toma de Hábito de su prima María de la Eucaristía. Hemoptisis la noche del Viernes Santo. Comenzaron “las más densas tinieblas”, la prueba de la fe, que duró hasta su muerte. Vejigatorios. Nuevo priorato de la M. Gonzaga tras 7 escrutinios. Le confió a Teresa un segundo hermano misionero el P. Adolfo Roulland, de las Misiones Extranjeras de Paría, quien celebró su primera misa en la capilla del monasterio y habló con Teresa en el locutorio. Redactó el Ms. B para su hermana María. Se pensaba enviar a la M. Inés a Saigón, luego a Celina y por fin se decidió que fuera sea Teresa; pero enferma, hizo una novena al mártir Teófano Vénard.

Ha llegado al año 1897 y cumplió 24 años de edad. Descubrió por entonces la caridad fraterna. Novena a San Francisco Javier para alcanzar hacer el bien después de su muerte, y la repite enseguida a San José con el mismo fin. Al fin de la cuaresma cayó gravemente enferma. El 6 de abril comenzó la M. Inés a escribir las Ultimas conversaciones. Dispensada de todos los oficios y del rezo coral. Redacta Porqué te amo, María. Liberada del cuidado de las novicias. La M. Gonzaga, a petición de la M. Inés, le ordenó continuar su autobiografía, el Ms. C. Al agravarse la enfermedad comenzó un régimen de leche que le repugnaba horriblemente; sucesivamente: dolores de costado, hemoptisis casi a diario, ahogos, el pulmón derecho estaba destrozado y el izquierdo afectado. El 8 de julio la bajaron a la enfermería. “Quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra” Le principiaron los grandes sufrimientos: terribles dolores intestinales, se le hinchaban los pies,

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angustias indecibles, dolores atroces. El 30 de julio le administraron la Unción de los Enfermos. El 19 de agosto ofreció su última comunión por el apóstata P. Loyson su “hermano”.

Teresa falleció el 30 de septiembre a las 7, 20 de la noche, ante la comunidad reunida en torno a su lecho. Sus últimas palabras “¡Lo amo...! “¡Dios mío..., te amo!” “Abrid todas las puertas” y entró en un éxtasis por espacio de un Credo. El siguiente 4 de octubre fue inhumada en el cementerio de la ciudad, acto al que asistieron unas pocas personas, entre ellas Leonia y las Hnas. Torneras del Carmelo.

VIDA PÓSTUMA

La Circular necrológica o Carta de edificación que las Carmelitas suelen enviar a los monasterios, familiares y amigos más allegados tardó un año en publicarse. Se imprimieron entonces 2.000 ejemplares que contenían sus tres Manuscritos más un capítulo complementario que redactó la M. Inés, dándole al conjunto el nombre de Historia de un alma.

Habiéndose agotado todos los ejemplares en la Pascua siguiente, se imprimió inmediatamente la segunda edición con una tirada de 4.000 ejemplares que a los seis meses se agotaron. En 1902 se hizo la tercera edición y el mismo año se estaba traduciendo a otros cinco idiomas, empezando por el inglés. La primear traducción al castellano apareció por entregas en 1911 en la revista “El Monte Carmelo” de Burgos, al mismo tiempo que la traducción japonesa; continuando al año siguiente con el cingalés y el alemán. En 1915 se habían publicado más de 164.000 ejemplares. En cada nueva edición francesa se fueron introduciendo nuevos aportes.

Las primeras gracias y curaciones que se conocen, su Lluvia de rosas, datan de 1899 a 1901. Y comenzaron entonces las peregrinaciones a su tumba, sobresaliendo las de los sacerdotes, sus privilegiados. En 1908 una niña ciega se curó ante la tumba de la Santa Carmelita.

Al comenzar en 1910 el Proceso Ordinario informativo de beatificación, la Santa Sede obligó a que fuera tramitado por la Orden y no por la diócesis. Al efecto fue nombrado Postulador el P. Rodrigo de San Francisco de Paula, carmelita de la provincia romana.

El proceso, que duró un año y medio, se hizo bajo la dirección del Vicepostulador el canónigo de París Francisco Roger de Teil, realizando la primera sesión en el Carmelo. Se exhumaron entonces por primera vez los restos, que se volvieron a sepultar en el mismo lugar una vez comprobada su autenticidad. En el Proceso declararon 49 testigos, de los cuales 23 conocieron personalmente a la Sierva de Dios; seis eran parientes, 8 monjas carmelitas contemporáneas, 5 benedictinas y 6 sacerdotes que ejercieron su ministerio con ella, más el misionero P. Roulland su hermano espiritual. De ellos 23 declararon sobre la heroicidad de las virtudes y 21 sobre la fama de santidad y milagros. El único religioso de la Orden que declaró fue el P. Elías de la Madre de Misericordia, ex-misionero en la India y Secretario General que había visitado numerosos conventos y monasterios carmelitanos, describiendo el ambiente de devoción y admiración hacia la Sierva de Dios. Para esa época la comunidad había recibido de diversos países 9.740 cartas.

Del año 1912 data el dibujo a carboncillo de Teresa con las rosas y el crucifijo, cuya autora fue Celina y el cual contribuyó a difundir su imagen por el mundo; aunque también es cierto que se la ha deformado con aureolas de rosas artificiales y convirtiéndola en una Santa de azúcar, olvidando su verdadero rostro humano.

En 1914 el Papa San Pío X firmó el decreto de Introducción de la Causa, abriéndose el Proceso Apostólico al año siguiente en Bayeux, donde declararon 25 testigos, produciendo 2.500

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páginas; una de las copias reposa en la curia de Bayeux, otra en el archivo general de la Orden y la otra en el Vaticano. Dos años más tarde se terminó y se hizo la segunda exhumación y reconocimiento oficial de los restos que fueron trasladados al Carmelo con acompañamiento de 80.000 peregrinos llegados de todo el mundo..

Aunque ya en 1919 el Cardenal Antonio Vico, Prefecto de la Congregación de Ritos, había dicho “Es necesario darnos prisa en glorificar a la Santita, si no queremos que la voz del pueblo se nos adelante”, solo en 1921 Benedicto XV vino a dispensar de los 50 años que exigía el derecho canónico vigente para la elevación a los altares y a firmar el decreto de la “heroicidad de las virtudes de la Venerable Sierva de Dios”, pronunciando un discurso sobre al Infancia Espiritual.

Dos años más tarde, el 23 da Abril de 1923, tuvo lugar la Beatificación en la Basílica de San Pedro del Vaticano. Pío XI leyó el decreto respectivo y entonó el Te Deum. Este Papa ha pasado a la historia como el Pontífice más amante de Teresa, a quien llamaba la “Estrella de su Pontificado”, dedicándole los máximos honores y manteniendo sobre su escritorio una reliquia suya. Para entonces llagaban a Lisieux más de 300.000 peregrinos por año y en el Carmelo se recibían de 800 a 1.000 cartas diarias, narrando gracias que la nueva Beata concedía a sus devotos.

La ceremonia de la Canonización la llevó a cabo Pío XI el 17 de mayo de 1925 con asistencias de 35 cardenales, 250 obispos, 4.000 sacerdotes y religiosos -entre ellos 170 frailes de la Orden- y 50.000 fieles que entraron en la Basílica, no pudiendo ingresar en ella por falta de espacio más de 200.000. La misma tarde había en la Plaza de San Pedro medio millón de peregrinos.

El año 1927, dos años después de la canonización, Pío XI extendió su fiesta litúrgica a la Iglesia universal y el 14 de diciembre la proclamó “Patrona principal, junto con San Francisco Javier, de todas las misiones y misioneros y misioneras del mundo”. Ya en enero del mismo año habían sido publicadas por primera vez las Ultimas conversaciones con el título de Novísima verba.

Diez años más tarde, el 11 de julio de 1937, el Cardenal E. Pacelli (futuro Pío XII), inauguró la grandiosa Basílica, pronunciando un radiomensaje Pío XI desde Roma.

El 3 de mayo de 1944 Pío XII, en plena II Guerra Mundial proclamó a Teresa como “Segunda Patrona de Francia al lado de Sta. Juana de Arco”. Durante los bombardeos aliados en que Lisieux fue destruido en gran parte, las hermanas de la Santa se refugiaron por algunos meses en la cripta de la Basílica.

El primer Papa que ha peregrinado a Lisieux ha sido Juan Pablo II el 2 de junio de 1980.La Historia de un alma ha suscitado innumerables vocaciones religiosas a los más diversos

Institutos religiosos y ha alimentado la vida espiritual de tantas vocación, así como de sacerdotes y laicos de todos los ambientes.

Son más de 50 las Congregaciones Religiosas que se han fundado en el mundo bajo el patrocinio de la Santa e inspirándose en su espiritualidad. En Francia apareció en 1928 la primera que fueron los Misioneros de la Plaine, en 1933 el P. Martín fundó las Oblatas de Sta. Teresita, en 1941 nació la Misión de Francia instalando su seminario en Lisieux, en 1947 el citado P. Martín fundó los Hermanos Misioneros de Sta. Teresita. Son 23 los países donde hay Congregaciones autóctonas, siendo los más numerosos la India con 6 congregaciones e Italia con 5. En Colombia tenemos las Teresitas de Mons. Miguel Angel Builes, fundadas en 1929.

Los Santuarios (basílicas, catedrales, iglesias y capillas) dedicados a la Santa en todo el mundo suman actualmente unos 1753. Muy famoso, entre otros, es la basílica que tiene la Orden en El Cairo, donde son más numerosos los musulmanes que lo visitan, innovándola como la “Mensajera de Alá”.

Como corona, si no la más brillante, sí la más significativa por su importancia para la Iglesia Católica, Teresa fue declarada Doctora de la Iglesia, al lado de los mayores teólogos que esta última ha tenido, consagrándola así de interés universal e incorporando su doctrina al mensaje de

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Cristo. Bien pudiera definírsela como la Doctora del Evangelio y por ende la Doctora del Amor de Dios.

Su lluvia de rosas ha sido una lluvia de gracias espirituales y materiales que la han hecho la Santa más universal del cristianismo después de la Virgen María.

LOS ESCRITOSSon muchos los escritos que se conocen de Teresa: los Manuscritos autobiográficos, las

Cartas, las Poesías, las Oraciones, las Recreaciones Piadosas (=Teatro) y los Escritos varios, que se han publicado bajo el título de Obras Completas. Habría que añadir a ello las Ultimas conversaciones que conservan dichos y hechos suyos.

LOS TRES MANUSCRITOS

Bajo este título se conocen los tres autógrafos más importantes de la Santa Carmelita que al año de muerta se integraron en la Historia de un alma y que actualmente se les designa con los nombres de Manuscrito A, Manuscrito B y Manuscrito C.

MANUSCRITO A. Lo escribió la Santa en un cuaderno de 85 folios y carece de índice y capítulos, lo mismo que de márgenes laterales. En la página primera lleva el título que le dio Teresa Historia primaveral de una Florecita blanca, escrita por ella misma y dedicada a la Reverenda Madre Inés de Jesús. La “Florecita” se refiera a la que su padre le dio el día que le habló de ingresar al Carmelo. El manuscrito está salpicado de retoques, raspaduras y tachaduras de mano ajena que se introdujeron al preparar la primera edición.

Este manuscrito tuvo origen una tarde en que las tres hermanas conversaban en la sala de recreación. Teresa narraba algunos episodios de su infancia y su hermana María le dijo a la priora que era la M. Inés: “Teresa es un ángel que no durará mucho tiempo en la tierra, y habremos perdido todos esos detalles, tan interesantes para nosotras”. María le tuvo que insistir a la Madre, quien al fin le ordenó a la Santa que escribiera un relato de su infancia.

Un año entero duró en redactarlo, debido a sus ocupaciones. Lo entregó al entrar a la oración de la tarde la víspera de la fiesta de Santa Inés de 1896, aunque ésta no lo vino a leer sino cuando terminó su cargo de priora.

MANUSCRITO B. Es más breve que el anterior y solo consta de seis folios, de los cuales solo cinco están escritos. En forma de carta y sin título, pero con una dedicatoria “A mi querida Sor María del Sagrado Corazón, firmando al final de la misma: “La muy pequeña Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, rel. carm. ind.” María le había pedido a Teresa que le pusiera por escrito eso que llamaba su “pequeña doctrina”. En las antiguas ediciones de las obras se colocó al final de todo, pero en las ediciones de los Manuscritos autobiográficos se le dio el segundo lugar (hoy el

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carmelita Conrado de Meester propone volverlo al final o sea como Ms C, por parecerle más lógico).

MANUSCRITO C. Está escrito en un cuaderno escolar cuadriculado y pastas negras, de 62 folios, de las cuales están escritas solamente 37. Tiene menos correcciones escritas que el Ms A. Sin título, solo dice a su destinataria la M. María de Gonzaga: “Cantar con vos las misericordias del Señor”. Las dos última páginas están escritas temblorosamente a lápiz y revelan el grado de extenuación de la Santa. Lo escribió en un mes, dos meses ante de su muerte. La M. Inés fue quien le pidió a la priora M. Gonzaga le ordenara escribirlo, ya que el Ms A solo contenía recuerdos de infancia y faltaban los de su vida religiosa, con el fin de que sirvieran para la Circular necrológica.

LA EDICIÓN DE LOS MANUSCRITOS.Teresa no escribió con intenciones publicitarias sino para la intimidad familiar. Cuando vino

a saber que era para su circular necrológica, no desechó esta idea, sino que intuyó la misión que por medio de ellos estaba destinada a desempeñar en al Iglesia. La M. Gonzaga quiso que aparecieran los tres manuscritos como dedicados ella solamente para darles unidad, por lo cual la M. Inés le hizo varios retoques y supresiones, inclusive suprimió una o dos páginas, que creía no interesaban al público por ser recuerdos de familia o relatar la vida íntima de la comunidad; retoques y supresiones que por desgracia se hicieron sobre los mismos manuscritos, deteriorándolos.

La revisión se confió al premostratense P,. Godofredo Madelaine, quien lo estudió durante tres meses, lo dividió en capítulos e hizo una pocas correcciones que no afectan al fondo del escrito. Los manuscritos contienen pequeñas faltas de francés y de estilo. El mismo Padre Madelaine gestionó ante Mons. Hugonin el permiso para la publicación, recibiendo en un principio un rechazo por ser “cosa de imaginación de mujeres”, pero luego lo concedió gustoso.

Para completar su biografía la M. Inés añadió el capítulo 12, como vimos ya, y una selección de cartas y poesías de la Santa. Pero hacia 1947, ante las críticas que surgían por todas partes sobre la autenticidad de las publicaciones, la M. Inés acudió al Definidor General P. María Eugenio del Niño Jesús (Grialou) pidiéndole un consejo sobre cómo responder a ello. El Padre le hizo ver que los santos dejan de ser patrimonio de una comunidad y pasan al derecho de la Iglesia universal y de la historia. La Madre, ya en el ocaso de su vida, encargó a su hermana Celina para que procediera a la edición definitiva.

En 1956, tras una meticulosa restauración de los originales hecha por el P. Francisco de Sta. María, carmelita de la Provincia de París a quien el Carmelo de Lisieux confió el archivo, publicó la edición facsímil y al año siguiente la edición popular con la fijación crítica del texto. Allí aparecieron más de 7.000 divergencias con las ediciones de la entonces conocida Historia de un alma, que en adelante se llamaría Manuscritos autobiográficos. La edición crítica definitiva salió a la luz en 1992 con el subtítulo de Nueva Edición del Centenario con las modificaciones exigidas por la crítica actual. La obra la había premiado la Academia Francesa.

LAS CARTAS

Como anotábamos ya, en un principio se publicaron apenas 51 extractos de cartas de Teresa. Pero, hacía falta conocerlas todas, revisando los autógrafos; lo exigía la crítica y lo exigía el conocimiento integral de su vida. El abate André Combes fue quien logró vencer la oposición obstinada de Celina para lograr en 1948, a los 50 años de muerta la Santa, la publicación de la totalidad de la correspondencia teresiana.

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Cuando en 1962 hubo que hacer una nueva edición por haberse agotado la anterior, se hizo una más amplia y crítica, cotejando las cartas de Teresa con las de sus destinatarios y las de éstos entre sí, dando lugar a la denominada Correspondencia General que apareció en 1972, un año antes del Centenario del Nacimiento de la Santa.

Se estima que escribió unas 400 cartas y billetes, de las cuales se conocen 266, pero que solo se conservan 227 autógrafos. Se cree que ha desaparecido una tercera parte, entre otras unas 50 dirigidas a su director espiritual P. Pichon, residente en Canadá.

Un 78% son para su familia, siendo Celina la privilegiada. Las demás son para monjas de su comunidad, para sacerdotes especialmente los misioneros PP. Rouland y Bellière, para 3 religiosas y para dos amigas. Y las escribía de prisa por falta de tiempo.

Las Cartas constituyen el complemento de su historia, inseparables de sus manuscritos. El propio Ms B está compuesto de dos cartas, una dirigida a su hermana María y otra a Jesús. San Pío X quedó admirado de la carta que la Santa le dirigió a su prima María Guérin donde le habla de la frecuencia de la comunión eucarística y que parece que fue esto lo que movió al Papa a autorizar la comunión frecuente.

Pareciera que las cartas no tienen ninguna importancia, mientras que en realidad demuestran la paulatina madurez de Teresa y donde sienta cátedra sobre el camino de “la confianza y del amor” que constituye su vida y su santidad.

LAS POESÍAS

Durante los últimos cinco años de su vida Teresa escribió 54 poesías, a las cuales hay que añadir otras 8 composiciones poéticas que contienen poesías sin terminar y varios pasatiempos humorísticos.

No hizo versos para su deleite personal sino para ayudar a sus hermanas de sangre y de religión, y solo en un segundo término por una necesidad de expresión personal.

La calidad de ellas varía mucho de unas a otras, ya que no conocía las reglas de la versificación, aunque había leído las Fábulas de La Fontaine y hasta sabía muchas de ellas de memoria. No tienen ninguna pretensión y aprovecha acontecimientos y circunstancias, demostrando en ellas su evolución espiritual. Las mejores por ser más espontáneas son Vivir de Amor, Mi cántico de hoy, Al Sagrado Corazón de Jesús, Mis armas y Una rosa deshojada. Mucha otras -es curioso- sintonizan con la mentalidad de la juventud de hoy.

Componía sus versos apoyándose en melodías que estaban de moda y eran más bonitos cantados; música sin embargo que ya no se puede utilizar para los gustos de hoy.

Son lo más desconocido de sus escritos y hasta mal conocidos. Sin embargo, son indispensables para conocer su mensaje e interpretarlo. En ellas expresa sus sentimientos, su amor, su oración, su abandono en manos de Dios, su alegría y su esperanza.

De ellas 15 permanecieron inéditas hasta 1957.Las demás habían aparecido pero retocadas a menudo.

LAS ORACIONES

Aunque la Santa compuso 21 oraciones, nunca intentó con ello rivalizar al respecto con la actividad creadora tan intensa que hubo en su época. Ella misma confesó no estar de acuerdo con

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esa superproducción de oraciones. “No tengo valor para sujetarme a buscar en los libros bellas oraciones, esto me causa dolor de cabeza. ¡Hay tantas... y a cuál más hermosas...!

Teresa por su parte ora sencillamente: “Dios nunca se cansa de escucharme cuando le cuento con toda sencillez mis penas y mis alegrías, como si El no las conociera...”

Ciertamente que esas 21 oraciones que compuso no deben hacernos olvidar todas las que se encuentran en sus demás escritos. En los Manuscritos sobre todo, sus relatos desembocan en oración. Y sus 54 poesías son verdaderas oraciones. También las Recreaciones Piadosas y las Cartas están salpicadas de oración cuando evoca citas bíblicas o se refiere a Jesús.

Sus oraciones escritas son de una importancia muy desigual. Unas son espontáneas, escritas en medio de la alegría o la angustia, como las dedicadas a la Virgen, al Niño Jesús, al Padre Eterno, a la Santa Faz. Otras son pedagógicas y las compuso para las novicias, como Miradas de amor para Jesús, Homenaje a la Sma. Trinidad, Flores Místicas, Oración a Jesús en el tabernáculo, Oh Santos Inocentes, Oración para obtener la humildad. Y otras son oraciones mayores, como las de la profesión, el Acto de Ofrenda como Víctima del Amor misericordioso, la Oración por un hermano espiritual, Consagración a la Santa Faz.

Para comprender el valor que tienen hay que colocarlas en su lugar cronológico. Sus oraciones surgen de una necesidad, por necesidad interior de expresarse o por caridad a sus hermanas.

RECREACIONES PIADOSAS

Ha sido una tradición en el Carmelo desde Sta. Teresa que algunas monjas escriban pequeñas obras de teatro para las “recreaciones” más importantes de la comunidad, como algunas fiestas y cumpleaños. Se les conoce también con el nombre de Teatro.

La M. Inés, que las redactaba, al tener que asumir el priorato le encargó a Teresa elaborarlas, ya que había descubierto sus dotes artísticas cuando la había visto desempeñar anteriormente dos papeles de los que aquella había preparado.

Se puso con empeño a su nueva tarea y dedicó meses enteros a escribir Díptico sobre Juana de Arco.

Las Recreaciones contienen verdaderas enseñanzas espirituales que se le ocurrían, impregnadas lógicamente de oración que era su vida. En algunas de ellas se preludia el Caminito y alude a una “conversión” del temor al amor, su mensaje primordial.

Seis de las Recreaciones constan de prosa y de versos cantados, sirviéndose de unas 26 melodías diferentes.

Fueron publicadas parcialmente en sucesivas ediciones de sus obras y solo en 1985 se publicaron íntegras.

ESCRITOS VARIOS

Son una serie de textos de Teresa de importancia muy desigual, pero que es importante conocerlos, ya que como escribía el abate André Combes a Celina: “La más pequeña palabra salida de su mano es una reliquia”. Algunos los escribió antes de entrar al Carmelo y los conservó consigo.

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Lo primero que escribió fueron sus Cuadernos escolares, algunos de los cuales los publicó íntegros en francés el P. Francisco de Sta. María y otros aparecieron en la revista Vie Thérésienne.

Estando en Los Buissonnets, entre 1880 y 1888, escribió en sus cuadernos de niña Notas de tres retiros, Notas necrológicas, Ejercicios de redacción y unos Extractos de “Fin del mundo presente y Misterio de la vida futura” del abate Arminjon que marcaron profundamente la espiritualidad de la Santa.

En el Carmelo, entre 1888 y 1897, escribió: Estampas bíblicas, compuestas para llevar en el breviario; Memoria sobre la Madre Genoveva de Santa Teresa, escrito en base a las conversaciones de la Santa con dicha religiosa; Textos varios que la Santa Carmelita conservaba en la mesa de su celda o en diversos libros de su uso; Testamentos de San Juan de la Cruz y de San José; Notas de los retiros del P. Pichon, del abate Delatroëtte y algunas cartas del mártir San Teófano Vénard; Copias de textos que podían ser utilizados como sentencias; Selecciones bíblicas que son dos florilegios de las Sdas. Escrituras; Concordancia pascual, y Estampa-recordatorio del señor Martin.

En castellano están, aunque no todas, en las Obras Completas de la Edit. Monte Carmelo de Burgos.

ULTIMAS CONVERSACIONES

Este texto se le debe en su mayor parte a la M. Inés, quien recogió unas 725 palabras de Teresa durante su última enfermedad. Y alcanzan a cerca de 850 con otras palabras atestiguadas por otros testigos como sus demás hermanas y algunas monjas más.

Desde el 5 de junio de 1897, cuando la salud de la Santa empeoraba, la M. Inés comenzó a recoger las palabras de su hermana, llegando a acumular una información sin igual, de la cual no llegó a suponer su importancia, ya que las recogía para su consuelo espiritual y hasta para la circular necrológica.

Instalada la Santa en la enfermería, la M. Inés fue asidua en acompañarla en ciertos momentos y tomar notas día a día en hojas volantes. También Celina escribió algunas, pero solo las que le concernían a ella, completando así sus recuerdos de novicia que publicó más tarde con el título de Consejos y Recuerdos.

A los 25 años de muerta la Santa, la M. Inés escribió para su uso personal en un cuaderno que se llamó Cuaderno amarillo dichas conversaciones. En 1927 las publicó. Pero fue solo en 1992 cuando se hizo una edición definitiva en la Nueva Edición del Centenario.

La crítica moderna ha sido dura con la M. Inés por no haber presentado el texto completo, ya que tuvo cuatro versiones y la última de ellas redactada ya a muchos años de distancia de la muerte de la Santa. Algunos teresianistas como A. Combes dudan de su autenticidad. Pero hay que tener en cuenta que Teresa nombró a su hermana su “historiador”, dándole libertad para que dispusiera de sus escritos como mejor le pareciera.

Las Ultimas conversaciones son un tesoro, recogido en el período más fecundo de la vida de Teresa; son la cátedra donde predica los secretos de su Caminito , los secretos de la santidad, los secretos de su Amor, su Evangelio.

Pero no se crea, a pesar de tanto escrito y sobre todo de tanta doctrina práctica, Teresa no nos ha revelado aún todos sus secretos a través de dichas obras, porque como bien ha afirmado Emmanuel Mounier: “Teresa es una astucias del Espíritu Santo”.

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SU ORACIÓNEl secreto de los secretos de Teresa fue la oración. En ella abrevaba su deseo ardiente de

intimidad divina. Bien podríamos decir que Teresa es un sinónimo de oración.Paradójicamente su vida transcurrió escondida en el Carmelo y sin embargo su

espiritualidad trascendió hasta convertirse en una escuela de oración, de insospechables proyecciones en la misión de la Iglesia. Sus escritos recurren a menudo a su experiencia interior y abren el camino para conocer el carisma con que el Señor la dotó.

Al preguntarnos cómo fue la oración de Teresa, ella misma nos responde con una frase de significativa profundidad: “Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada al cielo, un grito de gratitud y amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una palabra, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une con Jesús”.

Los recursos que empleó se fundamentan en la Palabra de Dios, escuchada e interiorizada con sencillez y humildad, como disposiciones necesarias para recibir el don de la comunicación con Dios.

Hay un texto de la Santa que nos expresa su oración puramente evangélica: “Pero lo que me sustenta durante la oración, por encima de todo, es el Evangelio. En él encuentro todo lo que necesita mi pobre alma. En él descubro de continuo nuevas luces y sentidos ocultos y misteriosos...”

Vivió convencida de la cercanía de Jesús: “Nunca le sentí hablar, pero sé que está dentro de mí” y “es El quien me inspira a cada instante lo que debo decir y hacer”.

En su infancia ya vislumbraba lo que era la oración personal, meditativa, como lo vemos cuando en el campo, contemplando la naturaleza, su alma “se abismaba en una verdadera oración”. En la Abadía de las Benedictinas a una de las profesoras que le preguntó qué hacía los días libres cuando estaba sola, le respondió: “Pienso en Dios, en la vida, en la eternidad, etc.” Dios –dice ella- la instruía en secreto, pero deseaba mucho “el modo de hacer oración”.

Dice ella que “pensaba...”. Y es que tanto la oración vocal como las enlatadas -a excepción del Padrenuestro y del Avemaría- no eran de su agrado, ni de su experiencia ni de su magisterio. Vemos ahí cómo estaba preparada para ser una auténtica hija de Santa Teresa, ya que la oración personal, silenciosa, espontánea, contemplativa, es lo que identifica al Carmelo Teresiano en la Iglesia.

Teresa pensaba “en la vida”. Su oración se diluía en ella, como se ve por su oración ante la naturaleza y en el pensionado benedictino. La oración que hacía por Pranzini es la expresión más clara de quien oraba la vida. A lo largo de su existencia se fue desarrollando esta dimensión vital de la oración cuando oraba por su familia, por su comunidad, por los misioneros, por la Iglesia, por los pecadores.

El medio en que se desarrollaba su oración es, además de la vida, la alegría y el sufrimiento; extremos que a todos nos sorprenden. Y es que frecuentemente se quiere hacer de la oración un simple ejercicio de la alegría, olvidando que la tribulación le da un valor muy superior. La oración no se puede medir por el placer que se siente en ella. En la oración de la Santa predominan la falta

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de consuelo y una gran aridez; por esto habla de “oración de sufrimiento”, algo novedoso en la literatura cristiana. Jesús oró en la alegría y en el dolor.

En cuatro palabras se puede resumir lo que constituyó prioritariamente la oración de Teresa: impulso, mirada, agradecimiento, amor. Agradece y ama en medio del sufrimiento lo mismo que en medio de la alegría; y se siente impulsada a vivir el sufrimiento, sin asomo de masoquismo o fatalismo. Si los orantes son los “amigos de Dios”, la amistad supone identificarse con los sentimientos, alegrías y tristezas que definen la condición humana.

En cuanto a la oración de petición hay que reconocer que tiene un puesto relevante en Teresa, puesto que tuvo “muchas experiencias” positivas al respecto. La consideró como una “reina” que en todo momento tiene acceso al rey y consigue lo que le pida; como “un arma” defensiva contra los poderes externos y extraños, y como “una palanca y punto de apoyo” a disposición del cristiano para levantar el mundo. Es significativa la respuesta que dio al examen que precedió a su profesión: “He venido [al Carmelo] para salvar almas, y, sobre todo , para orar por los sacerdotes”. He aquí una auténtica oración apostólica.

Hay que tener en cuenta también su oración de petición cuando se la reducía a su propia persona y a las personas con quienes comparte la vida. El comentario que hizo a la palabra “atráeme” del Cantar de los Cantares es una extraordinaria oración de petición que hizo al final de sus días: “He aquí mi oración –le dice a la priora-. Pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a El, que sea El quien viva y quien actúe en mí”. A medida que crece en la experiencia de su pequeñez se va haciendo más fuerte este tipo de oración en ella; es grande únicamente si el Padre la atrae. Una de las palabras milagrosas que aconsejaba pronunciar al comienzo de la oración era precisamente esta “Atráeme”.

Teresa sabía que la oración es la fuente de todas las gracias, que “así lo entendieron todos los santos y más especialmente los que han llenado el universo con la luz de la doctrina evangélica. ¿No fue en la oración donde San Pablo. San Agustín, San Juan de la Cruz, Santo Tomás de Aquino, San Francisco, Santo Domingo y tantos otros amigos ilustres bebieron aquella ciencia divina que cautivaba a los más grandes genios?”.

Lo más notable en las enseñanzas de Teresa sobre la oración es el estilo que introdujo en la espiritualidad moderna y que consiste en dirigirse a Dios Padre, con la certeza de que siempre es correspondida. Lo vemos en esta expresión: “Fuera del Oficio Divino... hago como los niños que no saben leer: digo a Dios sencillamente lo que quiero decirle, sin componer bellas frases, y siempre me escucha”. Este modo de entrar en la intimidad divina revela un sentimiento que está en la base de su oración: la filiación divina; convencimiento que fue creciendo en ella y que parece alcanzar la cima cuando escribe en una de sus poesías: “Llamar a Dios mi Padre, y saber que soy su hija. Esto es mi cielo, mientras me halle en la tierra”. Una imagen frecuente en sus escritos es la del niño que con los brazos abiertos corre a refugiarse en los brazos de su Padre Dios, donde encuentra únicamente sosiego y descanso.

Cuando se encuentra en grande sequedad, Teresa reza muy despacio un Padrenuestro, consciente de que como decía Tertuliano es un “resumen de todo el Evangelio”. Supo apreciar su belleza, quizás porque miraba al Padre de los cielos con aire de niño humilde, ya que los niños son los únicos admitidos a participar del Reino de los cielos, “porque si no os hiciereis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos” dice Jesús.. También en esto introdujo algo nuevo en la historia de la espiritualidad católica, porque hizo de las peticiones del Padrenuestro una confesión fervorosa y consciente acerca del plan salvífico del Padre Dios, un camino directo al corazón paternal de Dios, al amor divino “para el cual había sido creada”.

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Evidentemente la doctrina espiritual de Teresa hunde sus raíces en la paternidad de Dios, y a corresponderle a El dirigió todas sus fuerzas con un gesto que está presente en todo su método de orar que es el del abandono, para dejar en pie solamente lo que agrada a Dios.

La oración de la Santa, desde este punto de vista, presenta una triple dimensión. En primer lugar, se sentía atraída por el Padre de los Cielos, a quien todo se refiere, y por esto le pareció que este era el blanco supremo de su vida. Descubrió que Dios quiere ser amado, que necesita imperiosamente a las criaturas para mostrarles su amor, para darle curso libre a las corrientes de amor encerradas en su corazón.

En segundo lugar, presenta una inquebrantarle solidaridad con las almas, principiando por las que le rodean diariamente y particularmente sus novicias: “El alma que cae en el océano infinito de tu amor, trae consigo todos tus tesoros. Mis tesoros, como Tú bien lo sabes, son las almas que te has complacido en unir a la mía y que Tú mismo me has confiado”.

La tercera dimensión que se observa en la oración teresiana es la insolidaridad con el pecado. Sabiendo que el pecado destruye la vida de la gracia, o sea la amistad divina en la criatura, tomó la decisión de ser apóstol: “También resonaba continuamente en mi corazón el grito de Jesús en la cruz: ‘¡Tengo sed!’. Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido y muy vivo...Quería dar de beber a mí Amado, y yo misma me sentía devorada por la sed de almas... No eran todavía las almas de los sacerdotes las que me atraían, sino las de los grandes pecadores”.

Para llevar a cabo su oración apostólica contaba con las “poderosas armas de la oración y el sacrificio”. En esto consiste la sabiduría del Caminito que ideó. “La oración y el sacrificio constituyen toda mi fuerza, son las armas invencibles que Jesús me ha dado. Ellas pueden, mucho mejor que las palabras, conmover los corazones”.

Hay que resaltar que la oración de Teresa era una oración eclesial, , así como toda su vida fue apostólica. Es más, el ansia por salvar almas la consumió.

Su oración no era individualista. Ella iba a la oración a hablarle a Dios como un niño que quiere conversar con su padre, pero esa intimidad no tiene nada de individualista. Ella nunca fue sola, porque de una u otra manera iba a hablarle de los demás, a pedirle por todos los hermanos. “¡Oh Jesús mío! Te amo, amo a la Madre la Iglesia”. Y amar para Teresa era infundir vida a otros seres, al mayor número posible de éstos.

Las mismas dificultades que experimentaba en la oración tenían para ella un valor apostólico. Cuanto más se escondía Jesús, Teresa le busca con más ahínco y se le ofrece para salvarle almas. Ese dolor de no sentirle cerca lo vive como un medio de redención.Todo cuanto se diga de su apostolado contemplativo tiene sentido en la oración.

Hay una oración que escribió Teresa y que supera toda ponderación, no solo por lo que significa en sí misma sino también por la repercusión que ha tenido en el mundo. A. Combes ve en ella una nueva orientación de la espiritualidad teresiana “una de las revoluciones más emocionantes y grandiosas que el Espíritu Santo ha desencadenado en la evolución espiritual de la humanidad”. Se trata del Acto de Ofrenda de sí misma como víctima de holocausto al Amor Misericordioso de Dios.

Para la Santa la misericordia del Señor “explica el misterio de mi vocación, de mi vida entera y, sobre todo, el misterio de los privilegios de Jesús para conmigo”. Esta vivencia de la ternura de Dios se vio favorecida con la experiencia que tuvo de la ternura de sus padres. En este clima surgió el Acto de Ofrenda, que redactó el 9 fe junio de 1895, fiesta de la Sma. Trinidad, en las horas de la mañana. La Santa dice que ese día recibió la gracia de “comprender mejor que nunca cuánto desea Jesús ser amado”.

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Teresa se sintió inspirada a ofrecerse como Víctima de holocausto al Amor Misericordioso para ser consumada por el fuego del Amor. Y dirigiéndose a Jesús le dice: “es mi misma debilidad lo que me da la audacia de ofrecerme como víctima de tu Amor, ¡oh Jesús!”.

Desde el principio pensó en comunicar a los demás esta oración, y antes que a nadie a su hermana Celina, porque sentía la urgencia de “amar a Jesús y hacerle amar”. Y es que la oprimía un dolor desgarrador ante la soledad de Jesús, forzado a “retener las olas de infinita ternura que hay en El”, cuando bastaría, para derramarlas, “arrojarse en sus brazos y aceptar su Amor infinito”.

Teresa conocía la costumbre de ofrecerse como víctima a la justicia divina. Los cristianos estaban entonces muy marcados por el temor a un Dios Juez, e inclusive se ofrecían pagar el rescate de las demás almas como victimas para atraer sobre sí los castigos reservados a los culpables. Precisamente, un día antes de que escribiera su Ofrenda, se había leído en comunidad la Carta de edificación de una carmelita francesa que murió en medio de los sufrimientos y angustias más terribles por haberse ofrecido a la justicia divina.

La Santa admiraba este tipo de ofrenda, le parecía “grande y generosa”, pero se sentía muy lejos de poder hacerla, porque le parecía una carga muy pesada para sus hombros, por sentirse débil e impotente. Consideraba además que no es la Justicia divina lo que hay que ensalzar, sino la misericordia de Dios su “ternura infinita”, su “Amor Misericordioso”. No se trata de atraer la justicia sino dejarse atraer por la ternura de Dios Padre. Jesús no quiere descargar su justicia; El vino a buscar a los pecadores para colmarlos de su misericordia y por eso lo que desea es “abrasarlos” con el fuego de su Amor. Tal es el pensamiento básico de Teresa.

Había descubierto los torrentes de misericordia que se derraman sobre el que se siente pequeño, débil, pobre, miserable. El último día de su vida por la tarde dijo: “No me arrepiento de haberme entregado al Amor...¡Oh, no! ¡No me arrepiento, al contrario”.

EL SUFRIMIENTOEl sufrimiento, que estuvo en el corazón de la existencia de Teresa, está también en el

corazón de su mensaje. “He sufrido mucho aquí abajo. Habrá que hacérselo saber a las almas” le dijo un día durante su última enfermedad a la M. Inés.

Esta es la razón para que tratemos este tema fundamental de la espiritualidad teresiana. Lo primero de todo es saber de qué sufrió, distinguiendo tres clases de pruebas: la de su salud, la del corazón y las espirituales. Y en segundo lugar evocar sus sufrimientos más notables y cómo los supo aprovechar, haciendo de ellos el mejor instrumento del amor. “¿Sufro bien? ¡Ahí está la cuestión!” fue la pregunta que se hizo a sí misma.

SUFRIO MUCHO

A) PRUEBAS EN LA CARNEDurante su infancia y su juventud padeció de frecuentes dolores de cabeza, y aunque esto

puede no ser muy grave, sí que hace molesta la vida de cada día.A los 10 años de edad sufrió lo que ella denomina una “extraña enfermedad”.que narra

detalladamente en el Ms A y de cómo fue curada milagrosamente por “la encantadora sonrisa de la Santísima Virgen”. (cf. Obras Completas de la Edit. Monte Carmelo de Burgos)

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Otra prueba que afectó su salud fue el frío. En efecto, el monasterio no tenía calefacción y está ubicado al lado de un riachuelo, cuya humedad es permanente, a lo cual se sumaban los crudos inviernos normandos. Teresa dejó escapar este lamento: “He sufrido de frío en el Carmelo hasta morir”.

Minada su salud, devorada por la fiebre, acostada en su celda sobre un pobre jergón y con solo dos cobijas, debió pasar muchas noches en blanco, tiritando de frío. Esto sin contar las grietas y sabañones en manos y pies.

La tuberculosis, enfermedad muy común en su época, con todo ese cortejo de miserias físicas que conlleva, agotó su organismo: toses violentas, terribles crisis de ahogos, la fiebre, el adelgazamiento que la convirtió en un esqueleto, no quedándole ya sino piel y huesos. Habiendo hecho estragos la tisis, le carcomió lentamente los intestinos, produciéndole desarreglos en sus funciones naturales, pasando de un tenaz estreñimiento a las diarreas más humillantes.

Los remedios que le administraban eran dolorosos y le causaban tanto mal como la propia enfermedad: 500 cauterizaciones, jarabes nauseabundos como el de caracoles que llegó a decir cuando se dio cuenta que se los preparaban a escondidas: “¡Con tal que no vea los cuernos!”

¡Ni qué decir de la larga y cruel agonía, cuya relación patética nos conservaron con detalle sus hermanas!.

B) PRUEBAS DEL CORAZÓN

En primer lugar el drama provocado por la muerte de su madre cuando Teresa contaba solo cuatro años y medio; sufrimiento del que no se repuso nunca. Todo la hacía llorar porque todo la hacía sufrir.

Tras la muerte de su madre, la entrada de sus hermanas Paulina y María al Carmelo. Escribió al respecto: “Comprendí en un instante lo que era la vida. Hasta entonces no me había parecido tan triste, pero entonces se me apareció en toda su realidad, y vi que no era más que un puro sufrimiento y una continua separación”.

Su extrema sensibilidad y su gran delicadeza fueron puestas a prueba durante su escolaridad en la Abadía de las Benedictinas, donde no puso adaptarse por su temperamento, su timidez, su mentalidad. Los cinco años que pasó allí “fueron los más tristes de toda mi vida”.

Las dificultades y obstáculos que se le presentaron para entrar al Carmelo a los quince años de edad, para lo cual removió la curia diocesana de Bayeux, arrastrando su osadía hasta viajar a Roma y arrodillarse ante León XIII para obtener el debido permiso. Después fue el aplazamiento de su profesión religiosa, permaneciendo ocho meses más como novicia, por no tener la edad requerida.

Entre las pruebas que desgarraron su corazón está la enfermedad humillante de su padre, su “Rey querido” que tuvo que ser internado en el hospital psiquiátrico de Caen por su degradación física y mental, produciendo en sus hijas “el más amago, el más humillante de todos los cálices.. ¡¡¡No, ese día ya no dije que podía sufrir todavía más....”

Y ¿qué decir de lo que tuvo que sufrir en el Carmelo? Vivir día y noche con 25 monjas tan distintas, chocando inevitablemente con los caracteres de unas y otras, percibiendo a cada hora la diferencia de educación y de sensibilidad, soportando caprichos y defectos, aguantando los famosos “alfilerazos”; padeciendo las intervenciones desobligantes, severas y a veces injustas de la M. María de Gonzaga.

“¡Las ilusiones! Dios me concedió la gracia de no llevar NINGUNA al entrar en el Carmelo. Encontré la vida religiosa tal como me la había imaginado. Ningún sacrificio me extrañó.

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Y, sin embargo... mis primeros pasos encontraron más espinas que rosas...Sí, el sufrimiento me tendió los brazos, y yo me arrojé en ellos con amor...Durante cinco años este fue mi camino...solo por mí conocido”.

Y la Santa añadió meses antes de su muerte: “¡Ah! Intuía claramente que vivir con las propias hermanas, cuando uno no quiere hacer ni la menor concesión a la naturaleza, iba a ser un motivo de continuo sacrificios”.

C) PRUEBAS DEL ALMA

Entre sus innumerables pruebas espirituales recordemos lo que ella llamó “la terrible enfermedad de los escrúpulos” que le comenzó cuando hizo su segunda Comunión. “Hay que pasar por este martirio para saber lo que es. ¡Imposible decir lo que sufrí durante año y medio! Todos mis pensamientos y mis acciones, aún los más sencillos, se me convertían en motivo de turbación”.

Cuando uno lee los Apuntes de la Santa de su época de estudiante en las Benedictinas se comprende mejor la naturaleza de estos escrúpulos. Las instrucciones del capellán sobre la muerte, el infierno, las comuniones sacrílegas, eran para aterrorizar a cualquiera.

Pero, fue sobre todo a propósito de la oración que Teresa tuvo que sufrir mucho. Hablaba de sequedad y de sueño, de que “Jesús está allí, dormido, como antaño en la barca de los pescadores de Galilea. El duerme...y sigue durmiendo”, escribía a Celina.

Otra prueba era “la angustia del alma”, cuando la víspera de su profesión fue asaltada por las dudas sobre su vocación.

Prueba igualmente dolorosa la de haberse quedado privada de la comunión durante los dos meses que precedieron a su muerte, a causa de sus continuos vómitos.

Finalmente, es preciso hablar de la terrible prueba de la fe y de la esperanza. Prueba que duró 18 meses y que solo terminó con la muerte. (cf. Obras Completas, pp. 278-280 de la citada edición de la Edit. Monte Carmelo de Burgos).

Esta terrible prueba es la que está quizás más cerca de nuestros contemporáneos. La desesperación en efecto es el gran drama espiritual de la mayor parte de los hombres de hoy, conscientes de que la muerte es ineludible y que viven inciertos sobre la realidad del más allá. Por eso Teresa insistió en decir que había sufrido mucho aquí abajo y que se le hiciera saber a las almas.

VIVENCIA DEL SUFRIMIENTO

Su actitud ante el sufrimiento constituye un verdadero carisma que se puede descubrir en ella desde los 11 años de edad y que se arraigó en una realidad sacramental que conviene examinar bajo dos aspectos: en comunión con Cristo Sufriente y en comunión con la Iglesia.

A) EN COMUNIÓN CON CRISTO SUFRIENTE

Teresa le hizo a su hermana la M. Inés esta confidencia: “Al día siguiente, después de comulgar...sentí nacer en mi corazón un gran deseo de sufrir, y, al mismo tiempo, la íntima convicción de que Jesús me tenía reservado un gran número de cruces...” Y consideró esto como “una de las mayores gracias de mi vida. El sufrimiento se convirtió en mi sueño dorado... Hasta

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entonces había sufrido sin amar el sufrimiento; a partir de ese día sentí por él un verdadero amor”.

A propósito de su Confirmación escribió: “Aquel día recibí la fortaleza para sufrir”. Esta como la cita anterior nos dan a comprender un contexto sacramental: la Comunión y la Confirmación, es decir dos momentos en que Cristo se une a nuestras vidas y desea que éstas se unan a la suya.

La Santa comprendió muy bien que la Eucaristía es el signo de la Pasión de Jesús, es el sacramento de sus sufrimientos. Sabía que Jesús pasó por el camino de la prueba, su vía crucis, para salvarnos, y que sus discípulos deben emprender el mismo camino. El amor por lo tanto de Teresa por el sufrimiento no es casual: nació en el momento preciso en que se unió a Cristo en el Sacramento de su Pasión.

Y quedó muy impresionada con el hecho de que el día de su Confirmación el Obispo la había marcado con el signo de la cruz sobre su frente. Esa cruz que es el signo del sufrimiento y de la redención, pero sobre todo es el signo del sufrimiento ofrecido y asumido por amor y la expresión al mismo tiempo del más grande amor.

Evidentemente que la Santa no amaba el sufrimiento por sí mismo, lo que sería masoquismo, sino que entendía muy bien que al mirar a Cristo no podía amar y progresar en el amor sin sufrir como El, porque el sufrimiento es inseparable del amor, pues constituyen un solo misterio, una sola realidad, el misterio y la realidad de la redención. Así lo vivió ella como testimonio con su actitud sobre todo ante la enfermedad de su padre según escribía a Celina: “El Señor nos presenta un cáliz tan amargo como nuestra débil naturaleza puede soportar. No retiremos los labios de ese cáliz preparado por la mano de Jesús...”. Y al final de dicha carta añadió: “Jesús arde de amor por nosotras. ¡Mira su Faz adorable!... esos ojos apagados y bajos... esas llagas...Mira a Jesús en su Faz...Allí verás cómo nos ama”.

La Santa volvió sobre lo mismo en otra carta a su misma hermana: “¡Suframos con amargura, sin ánimos...! Jesús sufrió con tristeza...”.

La belleza de la vida de Teresa y sobre todo del fin de su vida surgen de esa maravillosa coherencia entre sus existencia tan sencilla y la grandeza de su fe, la intensidad de su amor y la heroicidad de su esperanza.

Pero, fue en su última enfermedad en donde se manifestó más expresiva sobre el sufrimiento. No pensaba que se pudiera sufrir tanto y sufría como un niño, no quería pedir a Dios mayores sufrimientos porque se sentía una niña débil, pero soportaba “gustosa y alegre” los que le enviara.

Teresa no es ninguna temeraria o estoica. No intentó batir el récord de los sufrimientos, sino vivir con fe y amor los que se le presentaban cada día. “Sólo sufro en el momento presente. Cuando alguien se desalienta y se desespera es porque piensa en el pasado y en el futuro”.

El fundamento de todas sus pruebas es la certeza absoluta de que Dios no abandona nunca a quien se abandona a El. Cuando se la compadecía por lo terrible de la enfermedad, llegó a decir: “¡¡¡Sí!!! ¡Y qué gracia es tener fe! Si no hubiese tenido fe, me habría quitado la vida sin dudarlo un instante”. Y le pedía a la M. Inés que cuando hubiera en la comunidad enfermas con dolores violentos, no fuera a dejar medicinas venenosas cerca “le aseguro que no hace falta más que un instante, cuando se sufre a punto de perder la razón, para envenenarse”.

Las Ultimas conversaciones nos dan una serie de pensamientos, verdaderas perlas preciosas donde sentimos a Teresa tan sencilla, tan espontánea, tan real, en fin tan humana.

B) EN COMUNIÓN CON LA IGLESIA

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Una verdadera joya, que expresa la inteligencia que Teresa tenía de la Comunión de los Santos, de la repercusión que tienen nuestros actos a distancia en el Cuerpo Místico de Cristo y del bien tan grande que se puede hacer si uno está unido a Cristo, es la respuesta que dio a su hermana María del Sdo. Corazón cuando la vio caminar un día penosamente, completamente exhausta, por la huerta del monasterio. “¿Sabes lo que me da fuerzas? Pues camino por un misionero. Pienso que allá lejos, muy lejos, uno de ellos está quizás agotado en sus correrías apostólicas, y para disminuir sus fatigas ofrezco las mías a Dios”.

El misterio del sufrimiento lo vivió la Santa en estrecha unión con el misterio de la salvación de las almas: “Veo que solo el sufrimiento es capaz de engendrar almas”.

Teresa bien sabía que desde que el mundo es mundo la vida se trasmite a través del dolor del alumbramiento, y que lo que es cierto en el plano natural, lo es también en el plano espiritual. Como toda mujer sabía que estaba hecha para ser madre, pero habiendo consagrado a Dios su virginidad descubrió que estaba llamada a otra clase de maternidad: “engendrar almas”, es decir llevarlas hasta la unión con Dios, meta de la dignidad de todo hombre.

“Jesús me hizo comprender que quería darme las almas por medio de la cruz, y mi anhelo de sufrir creció a medida que aumentaba el sufrimiento”. Esto lo decía cuando todavía era adolescente. Comprendía muy bien que si el sufrimiento tiene algún sentido es en la medida en que contribuye a despertar la vida de la gracia en las almas. A Pranzini lo llamó su “primer hijo”. Y decía esto a la edad en que una mujer puede dar a luz. Primer hijo, sí, porque tendría muchos otros, una multitud innumerable, puesto no dejará de engendrar almas para Dios hasta “el fin del mundo”.

Una de las poesías preferidas por la Santa es “Mi alegría”, compuesta para el onomástico de su hermana la M. Inés, a quien le dijo: “Mi alma está toda ahí”. Me parece que esta poesía resume muy bien todo lo que Teresa ha dicho y ha vivido en relación con el misterio del sufrimiento cristiano. (cf. Obras Completas, p. 702)

Son muy aleccionadoras las cartas que Tersa escribió s sus hermanas Celina y Leonia cuando se instalaron en Caen para estar más de cerca de su padre hospitalizado allí. Son las cartas 82,83,85, 86, 87 y 89.

EL CAMINITOPensar que Teresa nació santa es un error tan grave como pensar que al entrar al Carmelo no

tenía más que seguir maquinalmente un camino claramente uniforme.Ella descubrió por sí sola su propio camino, “un camino totalmente nuevo”. Pero pasaron

más de siete años antes de comprender que amar en profundidad, como ella lo entendía, no era posible llevarlo a cabo con sus propias fuerzas

En el Carmelo tuvo que vivir una aventura especial. Sufrió mucho físicamente, pero mucho más moralmente. Su camino pasaba a menudo por la noche y sentía el peso de “su pobre naturaleza”, nuestro “instrumento de trabajo” como dice ella.

La expresión “caminito” la leemos dos veces solamente en sus escritos, aunque ella la utilizó también en sus conversaciones. Y esas dos veces aparece precisamente cuando la Santa refiere en junio de 1897 su gran descubrimiento, que había ocurrido ya en el otoño de 1894. (Leer Por qué caminos tan diferentes..., en el Ms C, pp. 273-274).

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La expresión Caminito de Infancia espiritual fue introducida por la M. Inés. La Santa nunca la utilizó, aunque le agradaba tanto la imagen bíblica del niño.

Es “un caminito muy recto y muy corto, un caminito totalmente nuevo”, distinto de la “dura escala de la perfección” que ella, retenida por su “pequeñez” y sus “imperfecciones” se sentía “demasiado pequeña para subir”. Esta pequeña senda la condujo a la “cumbre de la santidad”, dejándose elevar como por un “ascensor” en “los brazos de Jesús”.

Así fue como bajo estas múltiples imágenes brotó en Teresa la confianza en la misericordia divina, que la llevó pronto a ofrecerse como víctima al Amor Misericordioso el 9 de junio de 1895.

El descubrimiento de este caminito estuvo precedido y preparado por una larga búsqueda de la santidad que “siempre la he deseado” y por una experiencia de la propia impotencia. Ya desde los nueve años de edad vislumbró que su ideal de santidad se realizaría por un camino “escondido” en el que los hechos deslumbrantes, como los de los grandes héroes del cristianismo no eran necesarios. Y fue esta manera de ver lo que la orientó hacia el Carmelo, ese “desierto” donde se ocultó para “escalar” generosamente “la montaña del Amor” y donde pudiera amarle apasionadamente. “¡Quisiera amarle tanto...! ¡Amarle como nunca lo ha amado nadie...!”

Mas, al experimentar su propia debilidad, en 1883 Teresa se abandonó más y más a la acción santificadora del Señor. De hecho, a partir del verano de ese año avanzó por su “caminito” Ella caminó por esa senda como en oscuridad, sin entender bien cómo se las arreglaría Jesús para convertir sus esfuerzos en progresos de santidad.

Esa comprensión le vino gracias a su descubrimiento en aquel otoño de 1894. Aceptando con humildad su propia pequeñez, se sintió invitada y aceptada por el Señor, precisamente por ser “pequeña”. Y se atrevió desde ese momento a confiar y entregarse incondicionalmente en los brazos de Dios que la colmaron de santidad y de amor “como una madre acaricia a su hijo”, percibiendo a partir de ese momento que debía “hacerse cada vez más pequeña” y cada vez más confiada en el amor maternal de Dios.

El Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso no es otra cosa sino la última consecuencia y la expresión orante del caminito recién descubierto. Los primeros párrafos de esta Ofrenda expresan netamente las líneas de fuerza de su concepción del caminito:

1) Deseos de santidad.2) Experiencia de la propia impotencia.3) Abandono a la acción de Dios.4) Fe y convicción de la legitimidad de sus “deseos infinitos”.Sobre este pedestal de fe en el Amor Misericordioso de Dios y de la humilde aceptación de

sus propios límites, Teresa construyó el puente de la confianza por el que Dios vino a buscarla para elevarla a la cumbre de la santidad.

La verdadera carta del caminito la encontramos en el Ms B que dirigió a sus hermana María del Sdo. Corazón, donde le llama “pequeña doctrina”. Allí explica más a fondo su idea de la “confianza” y del “abandono”, su “locura de esperar” en la acción de Jesús, quien se lanza de mil modos a nuestro encuentro, dado que El “ha venido a llamar a los pecadores”. (Leer “Jesús se complace...toda la ternura de su amor infinito” (cf. Obras Completas, pp. 254-255).

Por otra parte el Ms B sitúa mejor el caminito en su contesto eclesial. Es la senda para realizar la vocación del amor “en el corazón de la Iglesia” y define su universalidad, a la cual Teresa invita a “todas las almas pequeñitas”. A la vez esbozó allí mismo el programa de las “cosas pequeñas”, de las “nadas”, cuyo valor provendrá del “toque” de la mano del Señor.

En la dirección espiritual que daba a sus novicias e incluso a sus hermanos misioneros, sobre todo al P. Bellière, Teresa orientó su caminito más expresamente a los detalles cotidianos; lo concretizó en otras imágenes, lo definió con descripciones sencillas y amplias. Cuando presentó su

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misión póstuma, en el centro de sus enseñanzas está el caminito como el modo de “hacer amar a buen Dios como yo le amo”. Así lo manifestó en sus Ultimas conversaciones a la M. Inés.

Un día en que conversaba con su novicia María de la Trinidad, ya en los últimos días de su vida, la Santa le dijo que si al ir al cielo descubría que su camino de confianza y amor estaba equivocado, vendría a advertirlo, mientras tanto “creedme, mi camino es seguro, seguidlo fielmente”. Palabras que se hicieron célebres en 1910 cuando el milagro acaecido en el monasterio de Gallípoli (Italia), en que la Santa le dijo a la priora “mi camino es seguro, no me he equivocado siguiéndolo”.

Ningún sacerdote le inspiró su camino. Fue el Espíritu Santo quien trazó en ella un camino de autenticidad, revelándole las profundidades del Amor trinitario y un modo de alcanzarlo sin ninguna preocupación didáctica; todo él procede de la vida, de los acontecimientos cotidianos. Fue providencial que la priora le mandara hacer de maestra de las cinco novicias del monasterio, manifestándose una maestra espiritual sin igual.

Teresa ha aportado a la espiritualidad moderna una vuelta al Evangelio en su pureza radical: “En verdad os digo que si no os hiciereis como niños no entraréis en el Reino de los cielos”. Es admirable su interés y conocimiento de las Sagradas Escrituras, cuyas citas pasan de 1000 sin haber tenido ninguna iniciación ni formación bíblica. Pío XII llegó decir: “Es el Evangelio mismo, el corazón del Evangelio lo que Teresa encontró, pero con cuánto encanto y frescura”. Y Juan Pablo II al visitar Lisieux: “De Teresa se puede decir con convencimiento que el Espíritu de Dios permitió a su corazón revelar a los hombres de nuestro tiempo el misterio fundamental, la realidad del Evangelio: el hecho de haber recibido realmente “un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar ¡Abba, Padre!”.

Habiendo leído en San Juan de la Cruz que Dios no puede inspirar deseos irrealizables, Teresa no perdió la esperanza después de siete años de experiencia religiosa en el Carmelo, de lograrlo, no obstante que sus deseos eran “infinitos”. Y se lanzó por el camino de la confianza y del abandono, confiada solo en Dios. Con una lógica precisa y segura, razona de esta manera: “Si Dios me pide ser santa y yo soy incapaz, El lo hará”. Y es así como comienza su Acto de Ofrenda: “Yo deseo ser santa, pero me siento imposibilitada y yo te pido, ¡Oh Dios mío!, que seas Tú mismo mi santidad”.

Desde entonces y en todas las circunstancias en que se encontraba, Teresa vivió este audaz abandono contra viento y marea. Consideraba que siendo una niña que dependía en todo de sus padres, tenía que abandonarse necesariamente a la ternura paternal y misericordiosa del Padre.

Fue el momento en que Teresa ya dejó de temer al pecado, al sueño en la oración, a las distracciones involuntarias, a las imperfecciones, porque el fuego del Amor había quemado todo eso en ella. No se apoyó más en sus obras, solo contaba con la gratuidad de su Amor. “Apareceré ante Ti con las manos vacías, pues yo no te pido, Señor, que cuentes mis obras”.

Son iluminadoras las palabras que escribió en carta a su hermana María el último año de su vida: “¡Ay, cómo quisiera hacerte comprender lo que yo siento...! La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor...El temor ¿no conduce a la justicia...?

Con dos palabras se puede resumir el mensaje de Teresa. Lo encontramos en las respuestas que la Santa dio a su herma la M. Inés en las Ultimas Conversaciones.

La Madre le pedía explicaciones sobre el camino que decía quería enseñar a las almas después de su muerte.

“Madre mía, es el camino de la infancia espiritual, el camino de la confianza y del total abandono...”

En su cuaderno amarillo la M. Inés vuelve sobre el mismo asunto por la noche, durante maitines, qué entendía por “permanecer niñita a los ojos de Dios”.

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A lo cual respondió: “Es reconocer uno su propia nada, esperarlo todo de Dios, como un niñito lo espera todo de su padre; es no preocuparse de nada, no ganar dinero. Aún en las casas de los pobres, se le da al niño lo que necesita; pero en cuanto se hace mayor, su padre se niega ya a alimentarle, y le dice: Ahora trabaja, puedes bastarte a ti mismo.

“Yo no he querido crecer, precisamente para no oir esto, sintiéndome incapaz de ganarme la vida, la vida eterna del cielo. He permanecido, pues, siempre pequeña, sin otra ocupación que la de recoger flores, las flores del amor y el sacrificio, ofreciéndoselas a Dios para su recreo. Ser pequeño significa, además, no atribuirse a sí mismo las virtudes que se practican, creyéndose capaz de algo, sino reconocer que Dios pone ese tesoro en la mano de su niñito para que se sirva de él cuando lo necesite; pero es siempre el tesoro de Dios. Por último, es no desanimarse por las propias faltas, porque los niños caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño.”

En todos los episodios de su vida y en todos sus escritos Teresa se nos muestra fidelísima a la afirmación de Jesús en el Evangelio: “Si no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18, 3)

Con dos palabras se puede resumir el mensaje de Teresa, con las respuestas que Teresa dio a su herma la M. Inés en su Ultimas Conversaciones.

Cuando esta última le pedía explicaciones sobre el camino que decía quería enseñar a las almas después de su muerte, Teresa e respondió: “Madre mía, es el camino de la infancia espiritual, el camino de la confianza y del total abandono...”

En su cuaderno amarillo Inés vuelve sobre el mismo asunto. Le preguntó por la noche, durante maitines, qué entendía por “permanecer niñita a los ojos de Dios”. Respondió: “Es reconocer uno su propia nada, esperarlo todo de Dios, como un niñito lo espera todo de su padre; es no preocuparse de nada, no ganar dinero. Aún en las casas de los pobres, se le da l niño lo que necesita; pero en cuanto se hace mayor, su padre se niega ya a alimentarle, y le dice: Ahora trabaja, puedes bastarte a ti mismo.

“Yo no he querido crecer, precisamente para no oir esto, sintiéndome incapaz de ganarme la vida, la vida eterna del cielo. He permanecido, pues, siempre pequeña, sin otra ocupación que la de recoger flores, las flores del amor y el sacrificio, ofreciéndoselas a Dios para su recreo.“Ser pequeño significa, además, no atribuirse a sí mismo las virtudes que se practican, creyéndose capaz de algo, sino reconocer que Dios pone ese tesoro en la mano de su niñito para que se sirva de él cuando lo necesite; pero es siempre el tesoro de Dios. Por último, es no desanimarse por las propias faltas, porque los niños caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño.”

En todos los episodios de su vida y en todos sus escritos Teresa se nos muestra fidelísima a la afirmación de Jesús en el Evangelio: “Si no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18, 3).

EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIAEl Señor colmó los deseos más grandes y sorprendentes de Teresa, dándole a conocer, poco

antes de morir, la clave de su vocación en la Iglesia. Y esta es una de las características más sobresalientes de su espiritualidad. Es por lo tanto de capital importancia conocer la presencia de la Iglesia en su vida y en sus escritos.

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Cuando se hallaba más entregada a Dios fue cuando descubrió su relación vital con la Iglesia, para luego sacar sus conclusiones sobre la caridad fraterna.

Un alma que se entrega a Dios tiene que hacerlo dentro de la Iglesia, que es el Cuerpo mismo del Cristo total. A través de este Cuerpo precisamente Dios le lleva a descubrir su Corazón y con el Corazón el Amor.

El punto de arranque para situarse en el corazón de la Iglesia hay que buscarlo en la noche de Navidad de 1886, cuando la Santa contaba solo catorce años de edad. La “gracia de Navidad” le reveló el carácter eclesial de la vida cristiana, que se profundizó y afirmó, años más tarde, como una “experiencia interior” de su vocación de carmelita contemplativa, hasta el punto de constituir su vocación específica en la Iglesia.

El descubrimiento definitivo de esta vocación eclesial se produjo entre los meses de mayo y junio de 1895, fechas en las cuales encontró “verdaderamente su vocación”, y que dejó consignado maravillosamente en el Ms B, dirigido a su hermana María, describiendo allí cómo llegó a la plenitud de ese Amor y lo que significó para su vida.

“Ser tu esposa, Jesús, ser carmelita, ser por mi unión contigo madre de almas, debería bastarme... Pero no es así...Ciertamente, estos tres privilegios son la esencia de mi vocación: carmelita, esposa y madre. Sin embargo, siento en mi interior otras vocaciones: siento la vocación de guerrero, de sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir. En un palabra, siento la necesidad, el deseo de realizar por ti, Jesús, las más heroicas hazañas...¿Cómo hermanar estos contrastes? ¿Cómo convertir en realidad los deseos de mi pobrecita alma?...Sí, a pesar de mi pequeñez, quisiera iluminar a las almas como los profetas y como los doctores... Tengo vocación de apóstol!...Quisiera anunciar el Evangelio al mismo tiempo en las cinco partes del mundo... Quisiera ser misionero no solo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y seguirlo siendo hasta la consumación de los siglos... Pero, sobre todo y por encima de todo, amado Salvador mío, quisiera derramar por ti hasta la última gota de mi sangre...el sueño que ha ido creciendo conmigo en los claustros del Carmelo...” Y sigue la Santa explayándose en detalles de sus deseos, como lo que haría siendo sacerdote, como misionero, como mártir, detallando todos los suplicios que quisiera padecer.

Como estos deseos la hacían sufrir “un verdadero martirio” durante el tiempo de la oración, buscó en San Pablo una respuesta, hallando en los capítulos 12 y 13 de la primera carta a los Corintios la respuesta a esos interrogantes: “Ambicionad los carismas mejores. Y aún así os voy a mostrar un camino inigualable”. A estas palabras Teresa añadió: “Y el apóstol va explicando cómo los mejores carismas nada son sin el amor... Y que la caridad es ese camino inigualable que conduce a Dios con toda seguridad... Podía por fin descansar... Al mirar el cuerpo místico de la Iglesia, yo no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por San Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos ellos...”

En seguida la Santa escribió: “La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que solo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre... Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares... En una palabra, ¡que el amor es eterno...! Entonces al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío..., al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor...! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado...EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA, MI MADRE, YO SERÉ EL AMOR... Así lo seré todo... ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad...!!!

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Tres de los principales problemas que tiene que resolver el cristiano hallan su respuesta en la vida y doctrina de Teresa sobre el amor. Ella propone, con una sabiduría verdaderamente divina, una solución original a dichos problemas: el problema de las relaciones entre contemplación y acción, el problema de la naturaleza y de la urgencia de las misiones y el problema de la bienaventuranza eterna.

El problema de la Contemplación-Acción. Es uno de los más universales y de los más antiguos, al par que uno de los más difíciles de resolver. Sus orígenes están cimentados sobre la filosofía. Sto. Tomás de Aquino quien parece ser el autor de aquella célebre frase: “Contemplata aliis tradere”. Contemplar primero y luego entregar a los demás los frutos de la contemplación. Es esta una buena respuesta, pero queda circunscrita al aspecto intelectual solamente. Y es que tenemos que preguntarnos críticamente: ¿Toda acción consiste en comunicar una verdad adquirida por contemplación?

Teresa nos ha dado una respuesta más radical y más sobrenatural a la vez. Para ella la solución verdadera es suprimir esa dualidad de términos contemplación-acción, comprendiendo como una sola cosa la contemplación y la acción, y reduciendo a la contemplación la acción que depende de la propia iniciativa y de la responsabilidad humana; es decir que el hombre contemple y Dios mismo le fecundará la acción, no importa qué tipo de acción sea.

El problema de las Misiones. Este problema no tuvo complicación alguna mientras se creía con seguridad que se condenaban quienes no habían podido conocer el Evangelio y profesar la fe católica. Y se vino a complicar cuando los teólogos elaboraron las nociones de “alma de la Iglesia”, “fe implícita”, “buena voluntad”, que bastaba en caso de ignorancia invencible. Ahora bien, si la fe cristiana explícita ya no es indispensable para la salvación eterna, ¿para qué afrontar tantos peligros inherentes a la evangelización del infiel, incluso el de hacerle perder el don de la buena fe?

Teresa simplificó este problema también al considerarlo, no bajo el punto de vista de la salvación de los hombres, sino bajo el punto de vista de los requerimientos del amor infinito. Ella no se preguntaba qué es lo que hay que hacer para desviar a los hombres del camino del infierno -aunque esta preocupación haya sido primordial para ella y haya determinado su vocación personal-, sino cómo hacer que lleguen a cada alma concretamente las olas de la ternura infinita de Dios, ya que Dios quiere que todas las almas se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Y es en el Corazón mismo de Dios donde ella ve fundamentado el problema de las misiones, sea cual fuere la suerte eterna que corran las almas. Con respecto a la Bienaventuranza. Teresa no niega la contemplación beatífica, como fin último del hombre al morir, pero muy sabiamente hace una distinción. Una bienaventuranza que tiene como fin exclusivo una tal contemplación no le parecía conforme con el Evangelio si no es después de “la consumación de los siglos”. Los bienaventurados no tienen porqué renunciar a toda acción aquí en la tierra.

Por eso es la única entre los Santos, al parecer, que ha dado vuelco a las perspectivas clásicas de terminar su apostolado en la tierra, para continuar su misión desde el cielo.

Cuando a las 2 de la mañana del 17 de julio de 1897 expectoraba sangre, pronunció estas célebres palabras: “Presiento que voy a entrar en el descanso.. Pero presiento, sobre todo, que mi misión va a comenzar: mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo y de dar mi caminito a las almas. Si Dios escucha mis deseos, pasaré mi cielo haciendo bien en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra. Y eso no es imposible, pues, desde el mismo seno de la visión beatífica, los ángeles velan por nosotros. Yo no puedo convertir mi cielo en una fiesta, no puedo descansar mientras haya almas que salvar... Pero cuando el ángel diga: ‘¡El tiempo se ha terminado!´, entonces descansaré y podré gozar, porque estará completo el

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número de los elegidos y todos habrán entrado en el gozo y en el descanso. Mi corazón se estremece de alegría al pensar en esto...”

Lo más maravilloso es que esto se haya realizado. Podemos afirmar sin ambajes que ha cumplido su palabra, pues desde su muerte hasta hoy no han cesado de expresar su gratitud a la Santa millares de personas procedentes de los cinco continentes. Bastaría ella para probar la verdad del Evangelio, para confirmar en la fe, en la esperanza y en la caridad del cristiano.

Teresa no hizo otra cosa que amar a Dios para luego verter ese amor en torrentes de misericordia hacia las almas; no tuvo otra preocupación en su vida que arder en ese amor, convencida de que es la fórmula más auténtica para resolver los múltiples problemas que ofrece la evangelización.

La Santa precisa su lugar y define su acción en la Iglesia en el Ms B dirigido a María: “Pues bien, yo soy hija de la Iglesia...con todas las demás obras juntas”. (cfr. Obras Completas, pp. 263-264 de la Edit. Monte Carmelo de Burgos)

Y en las cartas dirigidas a sus dos hermanos espirituales, los misioneros PP. Rouland y Bellière reafirma su misión en el cielo.

A medida que crecía en el amor divino, el apostolado se imponía más y más en ella como una ley de su vida. Tenemos ahí “la vida activa de la contemplativa” según la expresión de un célebre canónigo francés.

Pío XI, ante hechos tan contundentes, confundió la sabiduría de este mundo cuando el 14 de diciembre de 1927 “Patrona principal, al igual que San Francisco Javier, de todos los misioneros, hombres y mujeres, y de todas las misiones existentes en el mundo entero”.

La vocación misionera de Teresa nació en el hogar. Sus padres soñaron siempre en tener un hijo misionero y con oraciones y novenas lo suplicaban al Señor; y el Señor se lo concedió al llegar la última de sus hijas. Se comprueba una vez más la eficacia de la oración.

No sabemos exactamente cuándo nació en Teresa la vocación misionera. El primer texto de su autobiografía que nos la revela es la gracia que recibió en la Navidad de 1886: “Sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores”. Y en julio del año siguiente, contemplando una estampa del Crucificado, se conmovió al ver la sangre que caía de una de sus manos: “Resolví permanecer en espíritu al pie de la cruz, para recibir el divino rocío que de ella goteaba, comprendiendo que después tenía que derramarlo sobre las almas. El grito de Jesús en la cruz resonaba también continuamente en mi corazón: ‘¡Tengo sed!’... me sentía a mí misma devorada por la sed de almas”.

A partir de estos dos acontecimientos le apremió el deseo de entrar en el Carmelo, consciente de la supremacía de la oración en la evangelización del mundo. Además “sufriendo se pueden salvar almas”.

Plenamente consciente de que la vocación de la Carmelita descalza es una vocación apostólica según el ideal propuesto por Sta. Teresa a su Carmelo, la Santa de Lisieux respondió al interrogatorio que precedió a su profesión: “He venido al Carmelo para salvar almas y sobre todo para orar por los sacerdotes”.

Fue en la fiesta de la Sma. Trinidad de 1895 cuando la Santa descubrió en toda su plenitud la ley del apostolado y se ofreció como víctima al Amor Misericordioso de Dios “para vivir en un acto de perfecto amor” y realizar así su ideal misionero, trabajando “en la glorificación de la Santa Iglesia, salvando las almas que están sobre la tierra...”

En vísperas de entrar al Carmelo se declaraba feliz de poder arrancar una sola alma al infierno, pero ahora le hacen falta todas las almas. Y para esto no le basta el propio amor, sino el amor mismo de Dios que es infinito.

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Pero Teresa tuvo aún otros progresos para que su programa de evangelización se realizara plenamente. Durante la prueba de la fe, comparte la mesa de los pecadores, de quienes no tienen fe, y por ellos ofreció su vida. En ese estado de alma le fue revelada en toda su plenitud las esencia de su vocación eclesial.

Ya en el lecho de la agonía afirmó: “¡Jamás hubiera creído que fuera posible sufrir tanto! ¡Jamás, jamás...!, no puedo explicármelo sino por los ardientes deseos que he tenido de salvar almas”.

Para sancionar la validez y la eficacia de su apostolado, Dios le dio un lugar y una función en el corazón de la Iglesia. Y fue allí donde ella llegó a ser el amor que hace posible y fecunda la actividad de toda evangelización. Y es por eso que ha sido puesta a la vanguardia de la Iglesia, no solo como Patrona de las Misiones sino también como Doctora de la Iglesia “para iluminar a las almas” por el camino de la conversión y de la santidad cristiana.

En Teresa vemos el más bello ideal de un alma misionera: colocarse en el corazón de la Iglesia por el Amor.

DOCTORADO

“Siento la vocación de doctor. Quisiera iluminar a las almas como los doctores”. Teresa escribió esta frase el 8 de septiembre de 1896, cuando tenía 23 años y medio.

No parece que le bastaran su vocación de “Carmelita, Esposa y Madre” Unos “deseos infinitos” la hacían sufrir durante la oración y decía que además quisiera ser “Guerrero, Sacerdote, Apóstol, Doctor, Misionera, Mártir...”

¿Qué respondió Jesús a todas estas “locuras”? Colmó todos sus anhelos haciéndole leer la primera carta a los Corintios donde San Pablo habla de la diversidad de carismas. Y dentro de estos distinguiendo tres grados en aquellos que reciben la gracia de enseñar: “primero los apóstoles, segundo los profetas y tercero los doctores”. De ahí que los Doctores en la Iglesia sean los que han gozado el carisma de enseñar, en tal medida que han pasado de la Iglesia particular a la universalidad de la Iglesia.

Veamos cómo se ha cumplido en ella este deseo desconcertante de ser Doctor, en una época viciada de jansenismo y en una joven que no obtuvo ni siquiera un certificado de estudios de lo que hoy sería un simple comienzo de bachillerato.

¿QUÉ ES UN DOCTORADO EN LA IGLESIA?

Hasta el siglo XVI la Iglesia, en virtud de su magisterio ordinario, reservó este título a solo ocho Padres de la Iglesia; a cuatro de la Iglesia griega: San Basilio, San Gregoria Nacianceno, San Juan Crisóstomo y San Atanasio, y a cuatro de la Iglesia latina: San Agustín, San Jerónimo, San Ambrosio y San Gregorio Magno.

Hoy esta dignidad se confiere por un acto del magisterio extraordinario de la Iglesia, del Papa solo o de un Concilio ecuménico.

El número de doctores ha aumentado considerablemente desde hace apenas unos 50 años. Hoy son 30 varones y 3 mujeres.

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Con gran sorpresa del mundo católico, Paulo VI rompió audazmente la tradición paulina que silenciaba a las mujeres en la Iglesia, otorgando el 15 de octubre de 1970 el doctorado a Sta. Teresa y a Sta. Catalina de Siena, dos figuras que influyeron decisivamente con su vida y su doctrina en la historia de la Iglesia.

Pero, desde ese 15 de octubre parecía que se hubiera cerrado el catálogo de los Doctores, no obstante que han aspirado a ello San Bernardino de Siena, San Juan Bosco, San Ignacio de Loyola, Sta. Gertrudis y la capuchina Sta. Verónica Giuliani.

Por otra parte no pensemos que el título de Doctor ha pasado de moda en la Iglesia, como no ha pasado en el mundo civil. El reconocimiento de la doctrina de un santo es siempre un hecho eclesial que manifiesta la fecundidad del Espíritu y ofrece la oportunidad para promocionar una doctrina o valorar un mensaje.

Fue Benedicto XIV, Papa de 1740 a 1758, quien determinó las condiciones necesarias para reconocerle a alguien el Doctorado. Son tres: 1) que el candidato esté canonizado y haya dejado escritos, 2) haber escrito para comunicar una doctrina, útil al Pueblo de Dios y sobre todo eminente, y 3) una declaración oficial de la Iglesia hecha por el Papa.

Todo esto se realiza mediante un proceso muy severo en la Santa Sede, tras un examen del dossier depositado en la Congregación de los Santos, llevado a cabo en colaboración con la Congregación de la Fe.

El requisito propio y fundamental es que el candidato posea una ciencia sobrenatural eminente. Una ciencia ordinaria, aunque segura y notable, no es suficiente. Tiene que alcanzar un grado excepcional, brillar con un resplandor verdaderamente fuera de serie.

Dicha ciencia debe poseer además un cierto carácter de originalidad. El santo, a quien la Iglesia consagra Doctor, debe haber sido suscitado por Dios para defender de una manera deslumbrante, en un momento de la historia, una doctrina particular, un dogma especial de la fe o un aspecto nuevo de la doctrina cristiana. Es el reconocimiento de una doctrina de grandes valores teológicos, resguardada además de influencias religiosas y políticas de naciones, de comunidades o de grupos que quieran sellar el valor de una doctrina o consagrar una universalidad.

La misión excepcional en este sentido de los Doctores de la Iglesia, en la antigüedad, en la Edad Media o en los tiempos modernos, explica al respecto las decisiones oficiales de la Iglesia.

Un doctorado enriquece a la Iglesia y es algo providencial para cada época de la historia. Es el reconocimiento oficial de un carisma específico de sabiduría para la edificación del Pueblo de Dios.

El carisma de los Doctores representa esa profusión de dones personales del Espíritu Santo para llevar a la Iglesia a la plenitud de la comprensión de las verdades reveladas. De ahí que haya Doctores pastores, como los ocho de los primeros siglos que ejercieron como predicadores y maestros de fe; Doctores teólogos como Sto. Tomás y San Buenaventura, cuya doctrina se configura como inteligencia de los misterios a través de la contemplación y del estudio; Doctores místicos como San Juan de la Cruz y Sta. Teresa de Jesús, cuya peculiaridad es la experiencia sobrenatural de los misterios revelados y su testimonio para la Iglesia. Teresa de Lisieux entraría a hacer parte de estos últimos.

RAZONES PARA EL DOCTORADO DE TERESA

Las condiciones requeridas por la Iglesia se cumplen en la humilde Carmelita de Lisieux.La primera, la de la santidad oficialmente proclamada por la Iglesia, tuvo lugar con su

canonización el 17 de mayo de 1926.

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La segunda, la de los escritos, con los tres Manuscritos, 266 Cartas, 54 Poesías, 8 Recreaciones Piadosas, 21 Oraciones y otros pequeños escritos. Todo lo cual se presentó en ocho volúmenes, en su edición crítica, al examen de la Congregación de Ritos (hoy Congregación de los Santos).

Y la tercera con la proclamación Juan Pablo II el 19 de octubre de 1997, Día Universal de las Misiones, tal como lo había anunciado ya el 24 de agosto del mismo año en París al clausurar la Jornada Mundial de la Juventud.

Hay que tener en cuenta todos los testimonios reiterados de los Papas, desde Benedicto XV hasta Juan Pablo II, acerca de la misión doctrinal tan extraordinaria que le fue confiada por Dios a Teresa para recordarnos la vuelta al Evangelio de la Infancia Espiritual, con la humildad y simplicidad, con la vida del sacrificio oculto, con la catolicidad de la oración, con la paternidad de Dios y su misericordia, con la confianza y el abandono en el amor. Todos estos aspectos han destacado la ciencia sobrenatural de que gozó esta privilegiada hija del Carmelo.

También hay que considerar que el Magisterio Ordinario de la Iglesia fue el que sentó las bases del doctorado que es promulgado por el Magisterio Extraordinario. En efecto, el Magisterio eclesiástico constantemente había hecho propia la doctrina de la Santa, sobre todo en aspectos tan importantes como el valor de la vida contemplativa, el camino de la fe, el abandono en la misericordia de Dios, la supremacía de la oración en cualquier apostolado y la posibilidad de la santidad para todos.

Pío XI exaltó el Camino de la Infancia Espiritual como espiritualidad de eminente actualidad para el mundo moderno y llamó a la Santa “una palabra de Dios para el mundo”. También Pío XII la llamó “palabra de Dios para nuestro tiempo”.

Juan Pablo II decía a los Obispos del occidente de Francia el 2 de febrero de 1992: “Teresa del N. Jesús y de la Sta. Faz irradia su ardor misionero en el mundo entero. Su enseñanza espiritual, de una luminosa sencillez, continúa impresionando a los fieles de todas las condiciones y de todas las culturas”.

La doctrina de la Santa acerca de la vocación universal a la santidad marcó el capítulo V de la Lumen Gentium, la Constitución Dogmática sobre la Iglesia del Vaticano II.

Y tuvo felices intuiciones sobre varios aspectos que son corrientes hoy en la espiritualidad católica, como la vuelta a la Palabra de Dios, el sacerdocio de los fieles, la frecuencia de los sacramentos, la confianza en el amor misericordioso, el redescubrimiento de la Iglesia y de la comunión de los santos, la esperaza cristiana, el papel de la mujer, el ecumenismo, etc.

El nuevo Catecismo de la Iglesia Católica la cita seis veces, siendo la Santa más citada en dicha obra. Y en el Sínodo de los Obispos sobre la Vida Consagrada fue la más nombrada por los Padres sinodales.

Es evidente el carisma eclesial de Teresa como profundización del depósito de la fe, mediante la contemplación y la experiencia espiritual.

De su influjo en la teología dan testimonio muchos de los teólogos más insignes de nuestro tiempo: el Cardenal Journet y Urs Balthasar; los dominicos Philippon, Petitot, Congar, Molinié y Bro; los carmelitas María Eugenio Grialou y Philippe de la Trinité; André Combes, Louis Bouyer, Durwel, Laurentin, etc. Y también filósofos como Jean Guitton y Daujat.

Un gran número de Santos modernos son tributarios de su magisterio espiritual, como los canonizados Maximilano Kolbe, Rafael Kalinowski, Faustina Kowalska, Edit Stein y Teresa de los Andes, los beatificados Daniel Brottier, Isabel de la Trinidad y Rafael Arnáiz; los Siervos de Dios María Eugenio Grialou, M. J. Lagrange, Margarita Maturana, Juan Vicente de Jesús María, Marta Robin, Gabriel Martín, Carlos de Foucauld, Teresa de Calcuta, etc.

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Otra razón para su doctorado es su influjo doctrinal en los sacerdotes, en los religiosos y religiosas, así como también en el pueblo cristiano. El reconocimiento unánime de su sabiduría es universal; universalidad que va desde la extensión de sus escritos a la aceptación de su mensaje –algo en que muy pocos santos pueden competir- y un aspecto más allá de las fronteras del catolicismo.

Por otra parte hoy se escucha más a los testigos que a los maestros, aunque se escucha también a los maestros cuando testimonian con su vida lo que enseñan, como es el caso de Teresa.

La falta de conocimiento de la personalidad y espiritualidad de nuestra Santa provoca en muchos el escepticismo con respecto a su doctorado. Y las su imágenes sentimentales y sus estatuas azucaradas alejan de su realidad histórica y espiritual.

HISTORIA DEL DOSSIER

El deseo de que Teresa fuera proclamada Doctor de la Iglesia apareció por primera vez por escrito en varias cartas dirigidas a las Carmelitas de Lisieux hacia 1924 por gentes sencillas de Polonia. Luego, hacia 1928, el Abad de la Trapa de Getsemaní (USA) expresó el mismo deseo a la comunidad lexoviense. En 1929 dos jesuitas de México se pronunciaron también a favor. En 1930 el Cardenal Cerejeira, primado de Portugal, comentaba que el asunto se estaba ventilando ya en Roma. Y este mismo año Emilio G. de la Calle, profesor laico de Tres Arroyos (Argentina), publicaba en la prensa de Buenos Aires los dos primeros artículos que se conocen proponiendo el doctorado. También en Brasil en este mismo año se expresaban públicamente los mismos deseos.

Parece que fue allá por 1930 cuando los Obispos de Francia pidieron a Pío XI el doctorado, pero el Papa no lo consideró oportuno, dejando la puerta abierta a su sucesor.

Pero fue en 1932 cuando el asunto se tomó en serio en el Congreso Teresiano celebrado en Lisieux. Allí el jesuita P. Gustavo Desbuquois se hizo eco de millares de firmas del mundo católico de todos los continentes, quien pidió públicamente el doctorado.

Cuando Pío XI supo lo del dossier no había ninguna mujer Doctor de la Iglesia. En 1923 había rehusado ya promulgar el Doctorado de Sta. Teresa de Avila. Pero, con la proclamación del doctorado de Sta. Teresa y Sta. Catalina de Siena por Paulo VI, se abrieron las puertas.

En 1981 el Cardenal Etchegaray, en nombre de los Obispos de Francia dirigió una cara al Papa pidiendo el doctorado para Teresa de Lisieux.

El 9 de noviembre de 1990 el General de la Orden escribía a Mons. Guy Gaucher, Obispo Auxiliar de Lisieux: “Junto a Sta. Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, así lo creo y así lo espero, Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz será la Doctora de la Iglesia del tercer milenio, la Doctora de la civilización del amor”. Y en abril de 1991 el Capítulo General de la Orden votaba positivamente a favor del doctorado.

En 1991 la Conferencia Episcopal de Francia aprobaba pedir el doctorado, sumándosele a partir de entonces 30 Conferencias más, por sugerencia de Mons. Gaucher a quien se había encargado promoverlo. Ante la avalancha de peticiones que se iban sumando, la Congregación para las Causas de los Santos pidió en febrero de 1997 al General de la Orden que presentara al Papa la “Positio” correspondiente, sugiriéndole que sería muy oportuno proclamarlo durante la Jornada Mundial de la Juventud que se celebraría en octubre de ese mismo año en París, ya que Teresa como santa joven ha entrado en el corazón y simpatía de los jóvenes de hoy.

Tras un estudio que hicieron de la Positio un grupo de teólogos y expertos de la Santa Sede, en la reunión plenaria de Cardenales, Obispos y directores de diversos dicasterios romanos se aprobó la doctrina eminente de esta hija del Carmelo.

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Durante la citada Jornada Mundial, Juan Pablo II anunció que proclamaría en Roma el doctorado, como lo hizo en la Basílica de San Pedro de Roma el 19 de octubre de 1997, Día Universal de las Misiones. Teresa veía realizados sus “deseos infinitos” de apostolado y particularmente de su “vocación de doctor...para iluminar a las almas como los doctores”.

Recordemos que la Santa tiene además una cantidad de títulos que no tiene ningún Santo en la Iglesia: Patrona Universal de las Misiones, Patrona de la Obra de San Pedro Apóstol, Patrona secundaria de Francia, Patrona de la Delegación Apostólica de México, Patrona secundaria de Australia, Patrona de la Evangelización de Rusia, Patrona de la Juventud Obrera Cristiana, Patrona de la Juventud Marítima y de los Infantes de Marina, Patrona de la Misión de Francia, Patrona del Servicio Misionero de los Enfermos e Inválidos, de muchas diócesis y parroquias, y, en fin, de miles de instituciones católicas.

En la Orden es Patrona de sus Misiones, de los Noviciados Femeninos, de tres Provincias de (Holanda, Oklahoma y Colombia), de una Misión (Tumaco), de varias Asociaciones y Federaciones (la de Lisieux, la del Africa Francófona), de 31 conventos de frailes y de más de 42 monasterios de monjas.

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