informe periodístico nuevas tecnologías

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Largo y para nada nuevo es el debate entre apocalípticos e integrados. Todo cambio que ha sufrido la humanidad en su devenir histórico trajo aparejado un sin fin de análisis teóricos que legitimaron o boicotearon la nueva escena de lo real. Cada nuevo paradigma (entendido como aquel modelo de pensamiento que recorre todo el cuerpo de conocimiento en un período de tiempo) fue aceptado como evolución y progreso al mismo tiempo que custodiado con sospecha. En este sentido la educación no estuvo ni estará exenta de revisión y crítica. Pero desde ya les anticipo que esta crítica se ha tenido que conformar con logros muy pequeños, porque las resistencias, en este caso, son muchas y variadas. Todos coincidimos que la educación (y hablemos de nuestro país) fue fundamental en la construcción del imaginario de lo nacional, de lo argentino, en definitiva, de nuestra idiosincrasia. El saber se transmitió de generación en generación por más de dos siglos a través de la misma dinámica educativa. El docente, como único portavoz del conocimiento, lo transmite a sus alumnos a través de una estructura académica estandarizada. Lo cierto es que no por viejo algo es malo y contrariamente por nuevo bueno. La mirada crítica nos debe servir siempre como tamiz que nos haga desasnar los diferentes discursos y así lograr un pensamiento producto de la interpretación y no de la propaganda. Dicho esto, les propongo nos adentremos en lo que es el propósito de este artículo: esbozar algunas ideas sobre la inserción de las nuevas tecnologías en la educación. El debate lo inició la televisión allá por la década del 90, hoy con un canal educativo gestionado desde el propio ministerio de Educación, con programas que incentivan a las escuelas a filmar sus contingencias y las de otros, en un momento donde el cine y la educación fueron declarados de interés educativo, se continúa discutiendo su validez como herramienta didáctica. Si existen sectores que siguen incluyendo a la televisión dentro de las denominadas nuevas tecnologías, no es difícil imaginar que posición le cabe en este contexto al uso de Internet.

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Trabajo de Alejandro Bezerra y Mariana Burgio

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Largo y para nada nuevo es el debate entre apocalípticos e integrados. Todo cambio que ha sufrido la humanidad en su devenir histórico trajo aparejado un sin fin de análisis teóricos que legitimaron o boicotearon la nueva escena de lo real. Cada nuevo paradigma (entendido como aquel modelo de pensamiento que recorre todo el cuerpo de conocimiento en un período de tiempo) fue aceptado como evolución y progreso al mismo tiempo que custodiado con sospecha. En este sentido la educación no estuvo ni estará exenta de revisión y crítica. Pero desde ya les anticipo que esta crítica se ha tenido que conformar con logros muy pequeños, porque las resistencias, en este caso, son muchas y variadas. Todos coincidimos que la educación (y hablemos de nuestro país) fue fundamental en la construcción del imaginario de lo nacional, de lo argentino, en definitiva, de nuestra idiosincrasia. El saber se transmitió de generación en generación por más de dos siglos a través de la misma dinámica educativa. El docente, como único portavoz del conocimiento, lo transmite a sus alumnos a través de una estructura académica estandarizada. Lo cierto es que no por viejo algo es malo y contrariamente por nuevo bueno. La mirada crítica nos debe servir siempre como tamiz que nos haga desasnar los diferentes discursos y así lograr un pensamiento producto de la interpretación y no de la propaganda. Dicho esto, les propongo nos adentremos en lo que es el propósito de este artículo: esbozar algunas ideas sobre la inserción de las nuevas tecnologías en la educación. El debate lo inició la televisión allá por la década del 90, hoy con un canal educativo gestionado desde el propio ministerio de Educación, con programas que incentivan a las escuelas a filmar sus contingencias y las de otros, en un momento donde el cine y la educación fueron declarados de interés educativo, se continúa discutiendo su validez como herramienta didáctica. Si existen sectores que siguen incluyendo a la televisión dentro de las denominadas nuevas tecnologías, no es difícil imaginar que posición le cabe en este contexto al uso de Internet. En este sentido autores como José Luís Rodríguez Illera compararon la interacción que se da entre los alumnos tanto con la televisión como con la computadora. Illera concluye que con el ordenador aparece un fenómeno más parecido al proceso de lectura en oposición a la tv donde reina lo que él llama “visionado”. Mucho se ha hablado de la sociedad de la información, del saber, de un mundo interconectado, sin fronteras. Nicholas Negroponte (intelectual estadounidense), por ejemplo, es uno de tantos optimistas confesos que auguran un futuro idílico de la mano de las tecnologías y de gurúes como Bill Gates. Visiones tan utópicas y por momentos ingenuas no merecen mayor desarrollo. En concreto, es casi necio negar la existencia de lo que Adell, Jordi puntualiza en sus textos, la existencia de comunidades virtuales, la interactividad, y sobre todo la denominada “Sociedad del Aprendizaje”. Décadas atrás percibir el aprendizaje (entendido como los conocimientos adquiridos en la escuela de una vez y para siempre) como la forma de prepararse para el resto de la vida era la norma. Hasta ese momento, los cambios fueron relativamente lentos y el futuro podía preverse con un cierto grado de certeza. Hoy, como bien marca Adell, Jordi, la formación permanente “life long learning” y las dinámicas educativas menos asimétricas son la regla. Pero ojo, no cometamos el error de caer en la ingenuidad a la que líneas arriba hacíamos referencia, no olvidemos tener la mirada crítica que nos lleva (como dice Bourdieu) a mirar el circo y no ser parte

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de el. Adell, Jordi y Manuel Area Moreira nos hablan de peligros. Si efectuamos una lectura poco analítica, poco develadora puede que no percibamos la contracara de todo esto. Si solo atacamos las viejas prácticas educativas y nos subimos al tren del frenesí globalizador puede que la educación quede en manos privadas, reducida a una materia prima mas, a un producto de mercado, y en este sentido alumnos y educadores quedarían reducidos a meros consumidores. Ya concluyendo creo lícito señalar ciertas cuestiones que no deben escapar a nuestra entelequia. Queramos o no, muchos jóvenes (como dice Area Moreira), hoy por hoy, acceden mas a la educación por fuera del contexto escolar. Esta situación conlleva la existencia de lo que el mismo autor denomina “analfabetismo tecnológico”. En palabras de Adell, Jordi se da una batalla entre “infóricos vs infopobres”. Sin dudas, esta brecha no es mas que una consecuencia de las diferencias que nos propone la sociedad en la que nos toca vivir, sin embargo debemos seguir bregando porque la educación soslaye estas inequidades que desde el Estado se legitiman. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación integradas a la escuela, al aula deben ser un instrumento de libertad y no uno más de sometimiento.