INDIGENISMO Y EL PROCESO DE LA INDEPENDENCIA DEL PERU E HISPANOAMERICA

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El proceso de independencia peruano (1808- 1821): algunas claves para entender su tardío desarrollo. (Por Ivana Gether) Resumen En tiempos del bicentenario de las independencias de los países de América Latina, consideramos que es necesario volver a revisar algunas cuestiones referidas a la ruptura con el orden colonial. En este contexto, proponemos repensar las particularidades de la coyuntura revolucionaria, en especial en aquellos casos que tienen que ver con los procesos sin revolución interna y que fueron resultado del accionar de campañas político-militares vehiculizadas mediante ejércitos provenientes de territorios exteriores, como en el caso de los países andinos. Para aproximarnos a la comprensión de los diferentes procesos, hemos tomado como eje de este trabajo al Perú, intentando demostrar que ante el hecho de que en este caso la elite local no generó un impulso independentista, es necesario indagar en la posición de compromiso con la causa realista que ella asume ante las revoluciones de independencia que se venían dando desde 1810 en América del Sur. Nuestro objetivo es centrar la atención en la situación particular en que se encontraba en esas circunstancias la elite peruana, tanto con respecto a la propia problemática social y territorial, como a la relación con España, y desde allí poder explicar las causantes de la negación al impulso independentista, los roles que jugaron lideres como San Martín y Bolívar y cuáles fueron, dentro del mismo Perú, las regiones que más se resistieron. Introducción Las relaciones entre metrópoli y colonias variaban según el peso económico y político de las segundas. En este sentido, la importancia que adquiere el virreinato del Perú, desde la conquista y hasta las reformas borbónicas para España, es aún mayor teniendo en cuenta que es el único centro del poder colonial en el sur americano y en la costa del Pacífico, más aún por que adquiría importancia debido a la actividad minera del cerro Potosí y que a la vez reproducía al interior de la sociedad una jerarquización social muy marcada, fuente de revueltas constantes. En este contexto socio-económico y político es que surge una elite aferrada a los lazos coloniales por haber desarrollado una cultura política y unos intereses y privilegios que la beneficiaban directamente entre los cuales podemos contar: pertenecer a la burocracia imperial, tener participación en los monopolios comerciales, ser propietarias de grandes extensiones de tierras trabajadas por indígenas en diferentes situaciones de dependencia personal, recibir una educación superior y vivir en una ciudad más cosmopolita; sumado a ello, la liturgia imperial, las ceremonias, los juramentos de lealtad, crearon lazos difíciles de romper. (Aljovín de Losada: 2003, 245).

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El proceso de independencia peruano (1808- 1821): algunas claves para

entender su tardío desarrollo. (Por Ivana Gether)

Resumen

En tiempos del bicentenario de las independencias de los países de América Latina, consideramos

que es necesario volver a revisar algunas cuestiones referidas a la ruptura con el orden colonial. En

este contexto, proponemos repensar las particularidades de la coyuntura revolucionaria, en especial

en aquellos casos que tienen que ver con los procesos sin revolución interna y que fueron resultado

del accionar de campañas político-militares vehiculizadas mediante ejércitos provenientes de

territorios exteriores, como en el caso de los países andinos.

Para aproximarnos a la comprensión de los diferentes procesos, hemos tomado como eje de este

trabajo al Perú, intentando demostrar que ante el hecho de que en este caso la elite local no generó

un impulso independentista, es necesario indagar en la posición de compromiso con la causa realista

que ella asume ante las revoluciones de independencia que se venían dando desde 1810 en América

del Sur.

Nuestro objetivo es centrar la atención en la situación particular en que se encontraba en esas

circunstancias la elite peruana, tanto con respecto a la propia problemática social y territorial, como

a la relación con España, y desde allí poder explicar las causantes de la negación al impulso

independentista, los roles que jugaron lideres como San Martín y Bolívar y cuáles fueron, dentro del

mismo Perú, las regiones que más se resistieron.

Introducción

Las relaciones entre metrópoli y colonias variaban según el peso económico y político de las

segundas. En este sentido, la importancia que adquiere el virreinato del Perú, desde la conquista y

hasta las reformas borbónicas para España, es aún mayor teniendo en cuenta que es el único centro

del poder colonial en el sur americano y en la costa del Pacífico, más aún por que adquiría

importancia debido a la actividad minera del cerro Potosí y que a la vez reproducía al interior de la

sociedad una jerarquización social muy marcada, fuente de revueltas constantes. En este contexto

socio-económico y político es que surge una elite aferrada a los lazos coloniales por haber

desarrollado una cultura política y unos intereses y privilegios que la beneficiaban directamente

entre los cuales podemos contar: pertenecer a la burocracia imperial, tener participación en los

monopolios comerciales, ser propietarias de grandes extensiones de tierras trabajadas por indígenas

en diferentes situaciones de dependencia personal, recibir una educación superior y vivir en una

ciudad más cosmopolita; sumado a ello, la liturgia imperial, las ceremonias, los juramentos de

lealtad, crearon lazos difíciles de romper. (Aljovín de Losada: 2003, 245).

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De ahí que para explicar el hecho de que en Perú la elite local no haya generado un impulso

independentista, es necesario indagar en las raíces coloniales de la posición de compromiso con la

causa realista que ella asume ante las revoluciones de independencia que se venían dando desde

1810 en América del Sur.

Ante este problema, formulamos la hipótesis que da cuenta de que esa falta de impulso

independentista está dada por el hecho de que, mientras las demás regiones intentan desligarse del

yugo colonial, estableciendo un nuevo orden, el Perú va a sostener fuertes líneas de continuidad con

el período colonial, las que se ven reflejadas, principalmente, en el mantenimiento del statu quo en

las relaciones sociales y en la permanencia del vínculo con la metrópoli una vez iniciado el proceso

revolucionario en el resto de Hispanoamérica. Para completar la explicación, nos propusimos

analizar los motivos de la acción independentista proveniente del exterior, trazando, cuando es

necesario y posible, líneas comparativas con otros casos vinculados directamente con el peruano

para establecer las causas estructurales de sus procesos de independencia y revisar la pertinencia (o

no) de denominarlos “revoluciones”.

A nuestro entender, el análisis de las revoluciones hispanoamericanas, y en particular la

independencia del Perú, no puede hacerse sin tener en cuenta, por un lado, los cambios producidos a

nivel mundial y su influencia en Latinoamérica, y por otro, la importancia que jugaron en el proceso

las revoluciones políticas iniciadas primero en Caracas y luego en el Río de la Plata, las cuales

intentaron fundar una nueva autoridad legítima, que suplantara a la soberanía del monarca cautivo

de las fuerzas napoleónicas después de la entrevista de Bayona en 1808, así como la repercusión de

estos hechos en el área analizada.

Los cambios a nivel mundial

En Reforma y disolución de los imperios Ibéricos, Halperín Donghi nos da las pautas para

entender cuáles son los cambios fundamentales que van a incidir directamente sobre las colonias

americanas. Poniendo el acento en la metrópoli, analiza los dos procesos que a su entender van a

intentar reconstruir el área colonial. Por un lado, se encuentran las reformas llevadas a cabo por los

Borbones durante la segunda mitad del Siglo XVIII, que en líneas generales podríamos caracterizar

como la proclamación del libre comercio imperial, la centralización y racionalización de la

autoridad y la hispanización de la burocracia con la consecuente exclusión de los criollos de los más

altos cargos de las instituciones coloniales y un aumento efectivo de la opresión fiscal y material

sobre las masas de la población, especialmente indígena. Sin embargo, estas reformas, aunque

tuvieron resistencias por parte de los criollos, no generaron una necesidad de ruptura con la

metrópoli: es necesario tener en cuenta que las elites americanas sólo abogaban por un

reconocimiento mayor por parte de España. El otro proceso que este autor analiza, va a ser la

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disolución del imperio español como consecuencia del derrumbe del orden colonial, haciendo

hincapié en el hecho de que la crisis y disolución no va a provenir de la reacción americana a las

reformas antes mencionadas sino de que la metrópoli va a ser incapaz de sobrevivir al conflicto

europeo y mundial intensificado por la revolución francesa.

La intensificación de los conflictos bélicos en Europa y las ansias de conquista y expansión

napoleónica van a llevar a romper la alianza entre España y Francia, pasando a aliarse la primera

con Gran Bretaña. En este sentido podemos decir que fue la lógica de la guerra, más que la de la

política, la que llevó a la declaración de la independencia de las colonias hispanoamericanas, en

particular la desplegada en territorio europeo por los avatares de guerra franco-española.

La crisis en la que se encuentra enmarcada la metrópoli va a jugar un papel fundamental, ya que

por un lado va a implicar una libertad antes inconcebida para las colonias y por otro, va a poner en

tela de juicio la legitimidad del monarca. A partir de las invasiones napoleónicas a la Península

Ibérica, el vacío de poder va a ir acrecentando la necesidad de ser llenado, pero la cuestión se va a

plantear en resolver quiénes van a ser sus nuevos detentadores: las elites predominantes locales que

reclaman cada vez con más insistencia la legitimidad para ejercer el poder político, o los sectores

que dicen gobernar en nombre del rey ausente para mantener el régimen colonial.

Los cambios en la economía y en la ideología política van a influir directamente en los

acontecimientos revolucionarios. La revolución industrial iniciada a fines del Siglo XVIII en

Inglaterra implica la apertura de nuevos mercados para colocar las manufacturas. Las colonias

hispanas serían en este sentido no sólo un mercado más, sino también la posibilidad de expandir el

capitalismo por el globo terrestre. En líneas generales podemos decir que la crisis de independencia

se enmarca dentro de una crisis internacional que estaba reordenando el mundo en un contexto de

expansión del capitalismo.

Los cambios antes ocurridos tras la independencia de las trece Colonias inglesas de América del

Norte tienen una notable repercusión, como así también la independencia de Haití y la Revolución

Francesa. Nuevos ideales se ponen en juego, los cuales son inaceptables para la monarquía española

absoluta. Aunque son recibidos de diferente manera, según se trate de las colonias

hispanoamericanas, o de las nuevas autoridades metropolitanas: el Consejo de Regencia y las

Cortes de Cádiz, van a representar una ruptura ideológica con el Antiguo Régimen.

Las revoluciones de independencia postulaban ideales republicanos, de libertad e independencia

de toda metrópoli. La Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano y el “Contrato

Social”de Rousseau con sus distintas interpretaciones en el mundo colonial, producían ecos en cada

rincón latinoamericano. Es decir, se estaba poniendo en tela de juicio un “orden” que ya en Europa

había caído hacía tiempo, pero que no por eso carecía de ánimos de resurrección. El Ancien

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Régimen apenas sobrevivía en una España asolada por las guerras napoleónicas aunque, con la

restauración de Fernando VII en 1814, se intentaba volver al absolutismo y continuar sometiendo a

sus colonias. Sin embargo una serie de acontecimientos en la metrópoli van a cambiar el rumbo y

los resultados: la revolución liberal y las Cortes de 1820 vienen a ser en este sentido el último

detonante que impulsa en el Perú la ruptura de las cadenas del yugo colonial.

¿Revolución o Independencia? La especificidad del caso peruano:

Al intentar encuadrar la investigación dentro de un marco teórico consideramos pertinente analizar

la teoría de las revoluciones expuesta por Theda Skocpol, quien plantea un enfoque comparativo

estructural para analizar las revoluciones sociales acaecidas a nivel mundial entre los siglos XVIII y

XX. Esta autora define dos tipos de revoluciones: las sociales y las políticas. A las primeras las

considera como transformaciones rápidas y fundamentales de una sociedad y de sus estructuras de

clases, acompañadas e incentivadas por las revueltas iniciadas desde abajo. Combina dos elementos

fundamentales: el cambio estructural de una sociedad con un levantamiento de clases, y la

transformación política y social. Estos cambios ocurren mediante intensos conflictos sociopolíticos,

en los cuales la lucha de clases desempeña un papel fundamental, lo que le permite a esta autora

denominarlas como 'revoluciones desde abajo'.

El otro tipo de revolución analizado por Skocpol son las denominadas 'revoluciones políticas',

entendiendo por tales a aquellas que se dan ‘desde arriba’, es decir sin alterar el orden

socioeconómico vigente, pero cambiando el orden político.

Como ella misma constata, no siempre se dan revoluciones sociales que sean exitosas. De hecho,

extrapolando su marco teórico, en Hispanoamérica vemos que si bien se han llevado a cabo

revoluciones sociales, como el caso de México -donde la acción de dos líderes de los campesinos,

como Hidalgo y Morelos, lntentan un cambio estructural de la sociedad- este proyecto emancipador

se vio sin embargo frustrado por la acción de la elite dominante. Otro caso que podríamos poner

como ejemplo es la revolución haitiana. En ambos, si bien en primera instancia se propone un

cambio estructural, al no lograrse, pasan a ser revoluciones sociales frustradas, lo cual nos permite

afirmar que las revoluciones sociales son acontecimientos escasos en la historia moderna.

Sin embargo, a fin de profundizar más en el tema que nos compete, intentamos poner en

interacción la concepción de Skocpol con la teoría de las revoluciones propuesta por Charles Tilly.

Éste propone conceptualizar la revolución como una acción colectiva de lucha por el poder, en la

cual hay una pugna por el acceso al control del Estado, con al menos dos contendientes con

aspiraciones antagónicas, cada uno de los cuales encuentra apoyo en una fracción importante de la

población. Cada sector puede estar formado por grupos homogéneos, como los terratenientes, pero

generalmente está integrado por coaliciones de clases donde cada una tiene sus propios intereses; no

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obstante, aquellas se nuclean a partir de un interés mayor y común a todos (Tilly; 1995), en este

caso, la independencia de las colonias hispanoamericanas.

Es evidente que las revoluciones generadas por la crisis del orden colonial no constituyeron

revoluciones en el sentido que estos dos autores lo definen, ya que las estructuras sociales se

mantuvieron sin modificaciones durante mucho tiempo después de lograda la independencia y por

que en general, las acciones fueron llevadas a cabo por sectores conservadores, que se limitaron a

realizar transformaciones fundamentales en la estructura del Estado (pasaje del Estado Colonial al

Estado Independiente) sin que se produjeran en simultáneo cambios radicales en la estructura social.

Somos conscientes de que las teorías antes expuestas tienen sus alcances y limitaciones, y es por

ello, y en el intento de ponerlas en interacción, que tomamos los aportes conceptuales de ambos

autores.

En el caso concreto que nos compete, las teorías de las revoluciones explicadas no logran cuajar

de lleno, por la sencilla razón de que en Perú no hay revolución, sino que hay independencia,

entendiendo a ésta como la ruptura del pacto o situación colonial. Lo que tiene de particular la

independencia del Perú es que fue lograda mediante el accionar de los ejércitos libertadores,

primero de San Martín, luego el de Bolívar. En este sentido y haciendo nuestras las palabras de

Contreras y Cueto (2004), la independencia habría sido más bien impuesta que lograda, lo cual se

refleja en la falta del impulso rupturista por parte de las elites locales y en la carencia de un grupo

social cuyo rol se destacara en la disputa del poder una vez roto el vínculo con la metrópoli. Esta

situación se resalta aún más si tenemos en cuenta que, una vez lograda la independencia, es San

Martín quien asume el Protectorado y no miembros de la élite política local; sin embargo personajes

dispares se van a disputar el control del poder: entre ellos, comerciantes criollos, los ideólogos

bolivarianos y los generales patriotas.

A menudo se dice que el Virreinato del Perú es el último bastión realista, y son muchas las

razones que fundamentan esta afirmación. En primer lugar son más las líneas de continuidad que de

ruptura con el orden colonial; en segundo término, la independencia sólo llega desde el exterior,

fomentada por los ejércitos libertadores del sur y del norte; finalmente, es el último lugar en la

Sudamérica hispana –junto con el Alto Perú- en que se declara la independencia. Este conjunto de

factores, y sin duda muchos otros más, nos hacen ver que la preferencia de la elite criolla por seguir

con el orden establecido en época colonial, y la carencia de un líder independentista, son en parte

las razones por las cuales optan por España.

¿Qué hace que las elites no se plieguen ante el impulso emancipador, como lo hicieron los

rioplatenses o neogranadinos? Una primera respuesta a esa pregunta debemos buscarla en la crisis

que vivió el Virreinato durante el XVIII, crisis que se manifestó en la creación por parte de Carlos

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III, de los Virreinatos de Nueva Granada y del Río de la Plata, lo cual significó la amputación del

mercado interno y la pérdida de las minas de Potosí. Por otra parte, las rebeliones internas, como la

de Túpac Amaru, le dieron un trasfondo social y político a la cuestión.

Para 1811 la situación interna en el Perú se complicaba aún más, el levantamiento de Huánuco es

iniciado por unos pocos criollos, pero logra la adhesión de los aborígenes, quienes rápidamente

hacen de esa su causa y luchan descontentos con la situación de dependencia personal propia del

orden colonial; en 1814 la rebelión de Cuzco, enteramente criolla, se enfrenta con el control de

Lima sobre la administración local. Estas rebeliones no son un antecedente directo de la

independencia; los dos últimos casos fueron iniciadas por los mismos criollos que lograron la

adhesión de los aborígenes, quienes posteriormente tomarían como su causa lo cual significó para la

elite el darse cuenta que solicitar apoyo de los sectores subalternos podría desencadenar efectos

inesperados, pues una vez iniciados los levantamientos, se desataban fuerzas que ni los españoles ni

los criollos podían parar.

Estas rebeliones o levantamientos nos permiten ver dos cosas: primero el hecho ante el cual los

criollos se revelaban: los conflictos suscitados en Huánuco y Cuzco fueron levantamientos en

contra del centralismo que tenía la capital, Lima, por sobre el resto de la región, ya que funcionaba

como enclave del gobierno español y como cabeza o capital del resto de los reinos. Estos

levantamientos no deberían ser confundidos como intentos rupturistas. En contra de las

interpretaciones tradicionales que los ven como el preludio de la independencia, nosotros

proponemos leerlos en clave conflictiva interna, no en contra de la dependencia política colonial.

Lo mismo podemos decir de la rebelión de Túpac Amaru, con la particularidad de que éste fue un

levantamiento aborigen que ponía en cuestión las reformas borbónicas. El siglo XVIII representó el

tiempo de mayor presión fiscal sobre el campesinado indígena. El reparto, el tributo indígena y la

mita minera presionaban la economía colonial a fin de satisfacer las demandas de la metrópoli. En

este contexto, el recuerdo de la historia y los símbolos incas dentro de la población campesina,

surgió como modelo alternativo frente a un sistema económico que les perjudicaba en muchos

sentidos. La revaloración de la historia del pasado incaico les daba la pauta de que había otra

alternativa, la que, sin embargo, no se enmarcaba en contra de la autoridad española, sino en el

reconocimiento del derecho aborigen. La insurrección en sí, y la acción represiva de las autoridades

virreinales por restablecer el orden, dan cuenta del peligro que suponía un levantamiento aborigen y

la posibilidad que éste conllevaba de una guerra étnica donde precisamente la población blanca era

minoritaria. La participación aborigen en cada uno de las rebeliones tuvo como correlato, el

afianzamiento del sentimiento de solidaridad entre los miembros de la elite y la lucha por la

preservación del status adquirido.

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La tendencia al conservadurismo peruano, debemos buscarla en dos factores. Por un lado, en la

cultura política y los intereses de los miembros de la elite. Hay lazos creados entre la minoría

dominante y España que son difíciles de romper, porque le permiten a la primera salvaguardar sus

intereses y detentar el poder, mientras a la metrópoli le aseguraba un locus convertido en el centro

gravitacional en defensa de la causa realista. Ambos intereses van a estar estrechamente

relacionados, aún después de declarada la independencia por San Martín en 1821.

El segundo factor a mencionar es la reacción de la elite ante el recuerdo de la reciente y sangrienta

rebelión de Túpac Amaru ya señalada, la cual le dejó el miedo a una guerra de castas que, como

mencionábamos antes, podía resultar con efectos inesperados. De allí que podemos afirmar que la

elite peruana prefería mantener el orden político-administrativo colonial antes que romper con su

jerarquización social. La independencia significaba para ella el riesgo de la pérdida de

preponderancia en todos los aspectos, pero sobre todo, el riesgo de sublevación de esa masa

indígena que durante más de tres siglos estuvo sojuzgada a los pies de los colonizadores. Si no

tenemos en cuenta los acontecimientos acaecidos a fines del XVIII y principios del XIX,

difícilmente vamos a poder explicar por qué la elite criolla reaccionó de esa manera.

Ante esta situación, podemos entender por qué la independencia fue impuesta desde el exterior y

no llevada a cabo por sectores internos. Como bien sabemos la costumbre establecida no se rompe

fácilmente hasta que algún acontecimiento de gran envergadura hace que se tambalee todo el

sistema y la vida social y política pueda recomenzar sobre nuevos principios, este impulso

renovador viene dado por la acción libertadora de los ejércitos externos.

San Martín y Bolívar van a intentar independizar toda la América del sur hispana, y para ello van

a tener que luchar contra la contrarrevolución iniciada por el virrey Abascal, quien una vez enterado

de los acontecimientos en Buenos Aires, inicia su contraofensiva. Primero, recuperando los

territorios del Alto Perú que le habían sido quitados al Perú tras la creación del virreinato del Río de

la Plata, luego la destrucción del primer intento independentista de Chile, la ‘Patria Vieja’.

Este último territorio se encontraba en una situación particular: por un lado, porque ya en tiempos

coloniales había adquirido cierta autonomía del dominio español, y por otro, porque ya había

experimentado un gobierno propio. Sin embargo, siempre se hallaba bajo la sombra amenazadora

del Perú realista. Claro que comparado con el Alto Perú, Chile había desarrollado un sentido de

identidad mayor y la elite dominante tenía menos miedo a una revolución política, necesaria porque

a la sombra del Virreinato no lograban poner en relieve sus intereses y afianzar su desarrollo

económico. En este sentido podemos decir que si hay una actitud revolucionaria en Chile, lo es en

contra del más próximo poder externo: el Perú, y sólo a través de él, de España.

De más está decir que la situación interna de Chile no era homogénea. Había diferentes

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posicionamientos ante el tema de la ruptura con la metrópoli, pero en líneas generales podemos

admitir que en el período que va desde 1808 a 1814, Santiago siguió el ejemplo de Buenos Aires,

pero con declarado lealismo hacia Fernando VII. No hubo declaración formal de independencia,

pero se inicio en una discusión política, tuvo un gobierno representativo y, en los hechos, se

adquirieron los hábitos de independencia. Sin embargo se vio envuelto en una lucha interna donde

se enfrentaron revolucionarios y realistas. En este contexto toma cartas en el asunto el virrey

Abascal, quien en 1813 envía una expedición para sofocar a los revolucionarios. Las expediciones

se repetirán hasta la batalla de Rancagua, librada en octubre de 1814, donde logra desarticular y

derrotar al ejército revolucionario. La derrota de O'Higgins y Carrera, los dos líderes

revolucionarios chilenos, va a significar la restauración del orden anterior y el desmantelamiento de

la Patria Vieja, pero por sobre todo, el resentimiento de los criollos ante las políticas represivas

impuestas por el Perú. Entre 1814 y 1817 la mayoría de los chilenos se enajenó del dominio español

y elevó al máximo el sentimiento de independencia. Mientras tanto, del otro lado de los Andes se

preparaba el ejército de liberación encabezado por San Martín y O'Higgins (Lynch: 2003).

La preparación del ejército de los Andes respondía a un plan estratégico. Viendo que habían

fracasado los intentos de frenar la contrarrevolución peruana desde el norte, y que ésta amenazaba

con llegar a Tucumán, la única manera de avanzar era liberando primero Chile, a través del paso de

los andes y luego embarcarse hacia el norte por el Pacífico, en una invasión por mar al Perú.

Siguiendo el plan y tras varios combates entablados en diferentes lugares de Chile entre los que se

cuentan las batallas de Chacabuco y de Cancha Rayada, se declara la independencia en febrero de

1818, derrotando definitivamente a los realista en Maipo.

La estrategia de San Martín de liberar Perú podía ofrecer beneficios a Chile a largo plazo:

seguridad política y emancipación de su mercado; sin embargo, a corto plazo era una carga que no

podía afrontar ni aun con la ayuda del Rio de la Plata. Es por eso que para formar una flota recurrió

a la empresa privada, y de la mano de un marino inglés de apellido Cochrane partió hacia la tierra

del sol.

Una vez desembarcados en Pisco, se suscitaron las diferencias ideológicas entre el capitán y San

Martín, por la forma y el significado que adquiría la independencia para cada uno. Cochrane era

partidario de una destrucción masiva del ejército realista y perseguía claros intereses económicos,

mientras que San Martín afirmaba que la liberación del Perú sólo podía darse a través de la

cooperación de los patriotas peruanos y con mínima violencia. El tiempo y los sucesos posteriores

demostrarían a San Martín que su estrategia no coincidía con los deseos de las elites peruanas.

Tras muchas idas y vueltas en las que no dejaron de practicarse negociaciones con el ejército

realista para mantener la paz interna y para llegar a un acuerdo logrado mediante la instauración de

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una monarquía independiente, tal como pretendía San Martín, se puso en marcha el plan militar

dando como resultado el cercamiento de Lima y la anexión de múltiples municipios a la causa

independentista, entre los cuales se encontraba el de Trujillo dirigido por Torre Tagle, posterior

presidente designado por el Congreso. Ante la inoperancia del ejército realista frente al cerco militar

puesto por San Martín en Lima, éste entra en la capital el 15 de julio de 1821 y ante un cabildo

abierto formado por miembros de la élite, declara la independencia (oficialmente, el 28 de julio),

pasando el poder a San Martín, quien se convertiría en el ‘Protector del Perú’, con supremos

poderes civiles y militares.

Dos problemas tuvieron que enfrentar los diferentes protagonistas luego de la emancipación. El

primero se plantea sobre la cuestión del poder ¿quién manda?, ¿sobre quién manda?, ¿cómo

manda? Y ¿para qué manda? Ansaldi (2003) nos dice que resolver esta cuestión implica definir los

principios de legitimidad de la ruptura (la revolución de independencia), y de soberanía y su

titularidad (Dios, el rey, el pueblo, la nación), así como los problemas de la representación y de la

organización política.

Muchos proyectos podemos encontrar al respecto, pero dos sobresalen, el monárquico de San

Martín y el republicano de Bolívar. Al analizar las fuentes documentales de que disponemos,

podemos destacar que tanto en el Decreto de Asunción del Protectorado del Perú de José de San

Martín del 3 de agosto de 1821, como en la Proclama de Simón Bolívar al Congreso Constituyente

de Bolivia expresada el 25 de mayo de 1826, se ven claramente las intenciones de organizar la

sociedad peruana. En ambos podemos encontrar los proyectos políticos idealizados por los

libertadores. San Martín pugnaba por una monarquía institucional defendida férreamente por su

ministro de Gobierno, Bernardo de Monteagudo, a cuyo entender era el único puente que salvaba el

abismo entre la colonia y la libertad. Para ello envió una misión a Europa, a fin de conseguir un

príncipe dispuesto a asumir la aventura de una monarquía americana, idea que fue fuertemente

rechazada por los miembros de la elite. Mientras, Bolívar, que pugnaba por una República con

clara concentración del poder en manos del presidente, busca a través de este medio, la

transformación de la sociedad y el Estado (Aljovín de Lozada; 2003). En 1826 presenta el proyecto

que establece un poder ejecutivo vitalicio, proyecto con el que se busca un equilibrio entre orden y

libertad, una transacción entre República y Monarquía y para lo cual se crean las instituciones

típicas de una constitución liberal.1

En todos los documentos analizados vemos las diferentes tendencias ideológicas de quienes lo

1 La cuestión de los diferentes proyectos lo podemos ver analizando la Constitución de Bolivia redactada por Bolívar al momento di iniciar la campaña Sucre para liberar al Alto Perú. Por otra parte, hemos analizado una selección de las Memorias de Bernardo de Monteagudo, en las cuales expresa las políticas de administración seguidas por San Martín, como así también un documento de José Faustino Sánchez Carrión, quien enfatiza el por qué de la imposibilidad de aplicar un gobierno monárquico.

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emitieron, lo cual nos confirma el hecho de que en el Perú, como en el resto de Hispanoamérica,

coexistieron diferentes proyectos que fueron elaborados con el fin de organizar una sociedad, que

en la forma era nueva, pero que en la praxis traía consigo todo el peso de la tradición colonial. La

aplicabilidad de uno u otro, dependió muchas veces del grado de aceptabilidad que obtuvieran en la

sociedad, de las distintas vertientes ideológicas en ellos expresadas, pero sobre todo de la manera en

que daban respuesta a esta nueva problemática.

El otro problema que tuvieron que enfrentar fue el de la desarticulación política, económica y

social, lo que podemos resumir como la desorganización de las finanzas públicas, la carencia de un

grupo social cuyo rol dirigente los demás aceptaran, la fuerte regionalización propia de las

características geográficas y a consecuencia de esto el caudillismo desarrollado en cada una de esas

regiones, y a la escasa articulación del territorio, que dificultan la formación de una comunidad

nacional. Todo esto constituye un problema a resolver a medida que el Estado se va construyendo.

La Independencia impuesta: comparación entre Perú y Chile.

Anteriormente indicamos las principales características de la independencia de ambos países;

ahora resta compararlos, a fin de encontrar las similitudes y diferencias.

Ambos países obtuvieron su independencia mediante el accionar de los ejércitos libertadores del

exterior. La diferencia radica es que Chile formó parte de la conformación del Ejército de los

Andes, mientras que las élites peruanas se resistieron a la propuesta sanmartiniana de unir fuerzas

frente a los realistas.

En efecto, frente a los mismos problemas de crisis coyuntural que presentaba el imperio español

en el resto de Hispanoamérica y el gran peso que esto representaba para la elite criolla que vio sus

intereses afectados, el colapso del sistema imperial fue allí casi imperceptible. En comparación con

el caso peruano, el paso trascendental de una monarquía a una república fue menos trastornante, lo

que se logró mediante el papel protagónico asumido por la elite dirigente, haciendo que gran parte

del pasado español persistiera, sobre todo el statu quo social, permitiendo a la vez recepcionar y

efectuar aquellos cambios necesarios que ayudaron a proyectar el país hacia un mundo nuevo y más

moderno. Esta elite tenía sus raíces en el período colonial, desde donde pudo perfilarse

cómodamente en su papel político, económico y social. Recordemos que la Capitanía General de

Chile, fue hasta último momento una región marginal y de poca importancia para la corona

española. Aprovechando esta situación, la elite criolla y peninsular fue cooptando el aparato del

Estado hasta volverlo un instrumento de su propia dominación. Al tener escaso control peninsular y

estar a una distancia considerable del Virreinato del Perú, esta situación había fortalecido la

autonomía de la región, y por ende de su elite dirigente. Frente a la independencia impulsada por

San Martín, con la colaboración de Bernardo O’Higgins (no sin grandes obstáculos y resistencias

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internas), gran parte de la elite optó por la ruptura del vínculo para defender esa autonomía en un

grado mayor del que años atrás ya había obtenido.

Otra de las diferencias fundamentales que encontramos es que Chile, al ser un área pequeña en

comparación con Perú, fue más fácil de controlar para el ejército libertador y sobre todo, resultó ser

más factible a la hora de definir un territorio nacional con sentimientos de pertenencia y solidaridad.

Esto no implica que el posterior período de formación del Estado no haya estado marcado por

virulentas guerras intestinas, y que no dominaran el caudillismo y el regionalismo, muy por el

contrario, sino que el período de anarquía -como se denominó al proceso de militarización de la

sociedad- fue mucho más corto. Cabe señalar que este proceso también está asociado a la actitud

que toma la elite al momento de defender sus intereses.

La sociedad chilena en el período de independencia supo combinar dos elementos fundamentales:

lo nuevo y lo viejo, lo antiguo y lo moderno. De esta mezcla original salió una sociedad nueva y

organizada, dispuesta a insertarse en el mercado mundial, aunque manteniendo un tinte

tradicionalista y conservador a nivel de lo socio-político, tinte que tardó muchos años en superarse.

Sin embargo la actitud de la élite peruana frente a los avances de la modernidad fue mucho más

conservadora, incluso en lo que se refiere a los avances del liberalismo económico.

Un punto en común que tienen ambos territorios, como en toda la américa española, es que el

grupo dirigente revolucionario estuvo encabezado por miembros de los sectores dominantes

étnicamente blancos, americanos o europeos con escasa presencia mestiza. Las clases subalternas,

las más segregadas de la vida colonial, no desempeñaron, salvo grandes excepciones, el liderazgo

del proceso, pero si tuvieron una participación muy activa en la guerra revolucionaria dentro de los

grupos que pugnaban por el poder independiente o autónomo. Es por esta participación efectiva de

los sectores subalternos es que podemos afirmar que siempre que haya en juego una transformación

socio-política, ésta no puede imponerse simplemente desde arriba.

Conclusiones:

Frente a lo expresado en las páginas preliminares podemos arribar a una conclusión marcada en

primer lugar por la evidencia explícita que dejan los hechos de que aunque en ambos territorios,

Chile y Perú, la independencia se obtuvo mediante el accionar de los ejércitos externos, en cada uno

de ellos tuvo una repercusión diferente: en Chile es clara la participación de los miembros de la

sociedad chilena en la guerra de independencia y esto fue así por que significaba la liberación

política y económica no sólo de la corona española sino fundamentalmente del peso del virreinato

peruano. Cuestión que se evidencia en el compromiso que asume la naciente república para llevar a

cabo la campaña de independencia del Perú. Por el contrario, para éste, la ruptura del lazo colonial

significaba la pérdida de preponderancia como centro gravitacional de la región, un serio perjuicio

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para los intereses de las élites y sobre todo, el riesgo de la ruptura del orden social que le era

favorable, con la consecuente pérdida del poder y prestigio social en una sociedad marcadamente

jerárquica. Si tenemos en cuenta estas consideraciones, nos damos cuenta del por qué de la

negación o la falta de impulso independentista de las elites.

La independencia no sólo tuvo que ser lograda desde el exterior, sino que fue impuesta siempre y

cuando, dentro del territorio peruano se intentase volver al orden anterior. En este sentido se

evidencian posturas ambiguas dentro de la elite peruana: entre la autonomía y la independencia se

encuentra la sumisión imperial, con diferentes enfoques nacionalistas, regionalistas o americanistas

dependiendo en gran medida de quién llevaba adelante el proyecto.

Una vez lograda la independencia, en ambos países observamos los efectos inesperados de la

guerra, muy bien definidos por Halperín Donghi como la militarización y ruralización del poder,

donde caudillos regionales como Torre Tagle o Riva Agüero pugnaban y se enfrentaban por el

poder, llevando a la sociedad a un estado de guerra civil. Las decisiones y bandos se van

componiendo al calor de los acontecimientos, antes, durante y posteriormente a la declaración

oficial de la independencia. Esto da cuenta del pragmatismo de la guerra y no tanto de una actitud

programática, muchas veces idealizada por la historiografía tradicional.

Perú a diferencia de Chile, tuvo, y tiene, grandes dificultades de integración nacional. Esta

fragmentación está interna relacionada con las características geográficas del territorio y con la

fuerte presencia de etnias indígenas plenamente consustanciadas con sus tradiciones y su propia

identidad, a menudo más fuerte que la de ser peruanos. Esta falta de identificación nacional, de

sentimiento de pertenencia en gran medida entorpeció la causa independentista, e incluso la

formación del Estado como sistema de dominación. Chile por su parte tuvo una fuerte y temprana

integración nacional, con una marcada conciencia de pertenencia y de adhesión a los que se

consideran valores nacionales. Éstos han coincidido en muchas oportunidades y en procesos de

larga duración con los intereses de sus clases dominantes y dirigentes.

El manto homogeneizador desplegado formalmente por el dominio colonial, se vio resquebrajado

cuando, ante los sucesos en que se vio envuelta la metrópoli en su mismo territorio, diferentes

actores, regiones y proyectos emergieron ante una situación que para los mismos americanos no

tenía vuelta atrás. Ya se tratara de proclamar la independencia, defender la autonomía pero bajo el

poder imperial o, inclusive, responder a una monarquía constitucional, iba a implicar un cambio

radical en el orden establecido trescientos años antes. El orden colonial impuesto tras la mal

llamada “conquista” de América llegaba a su fin. En este sentido podemos decir que el periodo que

se abre tras 1808, la captura de Fernando VII en Bayona va a significar, en términos históricos, el

punto de inflexión en las colonias americanas.

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